Hacia una historia de la traducción en América Latina
Desde que la traducción literaria comenzara a despertar el interés creciente de investigadores y teorizadores de la cultura y la literatura que sentaron las bases de los estudios
de traducción hace ya unos cuarenta años, se ha ido elaborando un conjunto de marcos
teóricos y metodologías que contribuyeron a que la traducción, hasta entonces un objeto
de investigación marginal fuera del campo específico de la lingüística aplicada, adquiriera nueva visibilidad en el cruce de estudios de traducción y literatura. Sin embargo
solamente hacia fines del siglo xx, con Method in Translation History, de Anthony Pym
(1998), comienza a pensarse seriamente en historiar la traducción partiendo de una metodología basada en premisas teóricas acerca de la traducción literaria en perspectiva diacrónica. El tema no ha dejado de ocupar desde entonces el interés de los especialistas.1
Bastin/Bandia (2006b: 2) vinculan la extensión del espectro de estudios de traducción a
su dimensión histórica con los aportes de los estudios poscoloniales y de género y con
el perfeccionamiento de la metodología, subrayando la importancia del traductor como
agente situado en un contexto histórico específico (ver también Milton/Bandia 2009). La
figura del traductor en América Latina ha merecido en los últimos años estudios fundamentales, entre los que se destaca la sistematización elaborada por Willson en diversos
trabajos (2007; 2008a; 2008b entre otros), a la que se agregan las propuestas de análisis de
la mediación lingüístico-cultural (Payàs/Zavala 2012), así como estudios biográficos individuales (Guzmán 2010), comparados (Fernández Speier 2014) y biografías colectivas
(Falcón 2014). Payàs (2010) subraya la influencia que ejercieron en esta visibilización de
la historicidad de la traducción el giro culturalista, los estudios descriptivos (Toury 1995)
y el giro sociológico (Wolf/Fukari 2007), que se inicia en Francia con los trabajos fundamentales de Gouanvic (1999), Heilbron (1999) y Heilbron/Sapiro (2002), y que tiene en
la sociocrítica de Brisset (1990) un antecedente notable con características específicas. En
América, la historia de la traducción está en la agenda de los estudiosos de manera sistemática por lo menos desde fines de los años noventa, como lo ponen de manifiesto los trabajos de Milton (2001), Pagano (2001) y Bastin (2006); el proyecto HISTAL (Historia de
la Traducción en América Latina: <http://www.histal.ca/>) localizado en la Universidad
de Montreal, en Canadá, bajo la dirección de Georges Bastin; el Grupo de Investigación
en Traductología de la Universidad de Antioquia, en Colombia, bajo la dirección de Martha Pulido con su revista Mutatis Mutandis; ciertas zonas de investigación en el marco
de los Encuentros Nacionales de Traductores Literarios organizados desde hace más de
veinte años por la UNAM y El Colegio de México, así como la Maestría de este último; en
Argentina la labor de investigación en historia y teoría de la traducción del SPET (Seminario Permanente de Estudios de Traducción: <http://spetlenguasvivas.blogspot.de/>), y
1
Ver por ej. el volumen colectivo editado por Milton (2001) para una reflexión en el contexto de Brasil, o
el de Bastin/Bandia (2006a), y entre las nuevas historias de la traducción publicadas en los últimos años,
el volumen dirigido por Chevrel/D’Hulst/Lombez (2012) sobre la traducción en lengua francesa durante
el siglo xix, que abarca no solo la traducción literaria, sino también la traducción de historiografía, filosofía, ciencia y técnica, relatos de viaje, textos religiosos y jurídicos.
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Universität Erlangen-Nürnberg
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las monografías producidas en ese marco (Willson [2004], Fernández Speier [2014], Falcón [2014]); los libros monográficos de Sorá (2003), Gaspar (2014) y Dujovne (2014), el
volumen editado por Bradford (1997) y sus artículos; en Chile las investigaciones historiográficas de Payàs (2007; 2010) y de Payàs/Zavala (2012) en el Núcleo de Investigación
en Estudios Interétnicos e Interculturales (NEII) de la Universidad Católica de Temuco.
Esta lista es parcial; abarca solo una parte de la ingente labor de investigación sobre historia de la traducción que tiene lugar en América Latina.
En España, el auge de los estudios de traducción, evidente en un sinnúmero de nuevas
maestrías, en la organización de congresos y en una variedad de publicaciones aparecidas
en los últimos años,2 condujo a algunos estudiosos españoles, en el marco de proyectos
financiados generosamente por el Ministerio de Ciencia e Innovación de España y cofinanciados con fondos FEDER, a dirigir sus miradas hacia América en busca de nuevos
horizontes. Los dos volúmenes editados por Francisco Lafarga y Luis Pegenaute con el
título de Aspectos de la traducción en Hispanoamérica: autores, traducciones y traductores (en adelante: ATH) y Lengua, cultura y política en la historia de la traducción en
Hispanoamérica (en adelante: LCP), son el resultado de un coloquio internacional sobre
historia de la traducción en Hispanoamérica que tuvo lugar en Barcelona en octubre de
2011, y reúnen un total de 63 contribuciones. La división en dos volúmenes responde a
la distinción entre “prácticas de traducción, individuales y colectivas” (ATH, p. 13) por
un lado, y “vinculaciones entre el proceso traductor y las transformaciones de orden lingüístico, literario y cultural” (LCP, p. 13) por el otro, aunque hay un conjunto de contribuciones que podrían figurar bajo cualquiera de las dos rúbricas. Sorprende que en cada
volumen los artículos aparezcan en orden alfabético según el apellido de los autores; ante
un conjunto tan amplio de aportes bajo el techo común de la historia de la traducción
en América hispana, habría sido deseable que la organización misma del conjunto diera
cuenta de un momento reflexivo general acerca de lo que implica, promete y ofrece el
hecho de historiar la traducción en Hispanoamérica. Las presentaciones de sendos volúmenes por parte de los editores en dos páginas esbozan en pocas líneas una organización
temático-cronológica mínima, sin que esta se refleje en el orden dado al conjunto. Los
índices completos de ambas compilaciones se encuentran disponibles en Internet, lo que
me exime de mencionar exhaustivamente temas, autores y/o títulos.
Después de haber leído minuciosa y críticamente todas las contribuciones, comento las
que me parecieron más valiosas, porque presentan una fundamentación teórica coherente,
porque manifiestan una preocupación crítica, porque proponen una lectura y una argumentación lúcida y sugerente, porque avanzan así sobre lo sabido, sin que ello implique que otros
artículos no comentados no respondan también a algunos de estos parámetros.
Un aporte crítico a lo que puede implicar historiar la traducción lo ofrece Georges
Bastin en su artículo “Ética y crítica de la traducción en la historia” (LCP, pp. 23-30),
que pone el acento en la importancia de abocarse a una historia de la traducción que sea
más que la historia de grandes traducciones y grandes traductores, que tome en cuenta las
estrategias puestas en juego por quien traduce –la “analítica” del traductor según Berman
(1984)–, que investigue el entorno en que la traducción se realiza, analice sus intervenciones, su posicionamiento dentro de un campo determinado, sus motivaciones profundas,
su telos (Chesterman 2008), que incorpore, además, la conciencia de que el observador
2
Ver la reseña de Javier García Albero en Iberoamericana 50: 183-196.
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–en este caso el historiador de la traducción– es parte del objeto que observa. Finalmente,
Bastin aboga por una incorporación de la traducción como objeto de la historia y como
documento historiográfico. Otro aporte que reflexiona sobre cuestiones teóricas y metodológicas es el de Clara Foz: “Fuentes y métodos en la historiografía de la traducción en
Hispanoamérica” (LCP, pp. 71-76). Foz llama la atención sobre la necesidad de analizar
las traducciones como fenómenos de la cultura de llegada. En lo que hace a la metodología recuerda, coincidiendo aquí con Bastin, que los datos y objetos con los que trabajamos
como historiadores de la traducción, no son dados, sino construidos, y que tienen que ver
con las hipótesis que queremos comprobar. Foz aboga por una historia de la traducción
que tome en cuenta a los actores y, como Bastin, por un reconocimiento y una visibilización de las traducciones como fuentes historiográficas. También critica la “entronización
del traductor” como “personaje histórico per se”, y se expide a favor de la percepción y el
análisis de “la red de agentes interculturales y cosmopolitas” que interviene en el proceso
de importación y exportación cultural, ejemplificando estos aspectos con el caso de la
traducción del positivismo en Chile durante el siglo xix. En “Traducir entre culturas: el
concepto de ‘garantías individuales’ en el primer constitucionalismo hispánico” (LCP, pp.
119-126), Noemí Goldman aborda la traducción como objeto historiográfico en el sentido
propuesto por Bastin y Foz cuando observa, apoyándose en Burke (2007), que las constituciones hispanoamericanas se basaron en textos y traducciones, y no en ideas y modelos teóricos, como lo ha venido postulado la historia intelectual. Goldman toma como
ejemplo el Essai sur les garanties individuelles que réclame l’état actuel de la societé
(1818) de Daunou y sus traducciones al español, publicadas entre 1821 y 1826 en Madrid,
Buenos Aires, México y París. Después de contextualizar la figura de Daunou y presentar
el aparato conceptual, Goldman compara someramente las estrategias de selección, supresión y organización reponiendo los contextos a fin de explicar las divergencias, se centra
luego en la traducción rioplatense realizada por el deán Gregorio Funes y editada en Buenos Aires en 1822, y efectúa un afinado análisis textual preguntando por las posibilidades
y condiciones de traductibilidad, por los límites entre lo traducible y lo no traducible en
determinada situación histórica. También Danielle Zaslavsky se ocupa de la función de
las traducciones como fuentes de la historia en “Las declaraciones políticas traducidas:
de la subversión a la historia” (LCP, pp. 285-297), analizando con un enfoque descriptivo-contrastivo determinados aspectos de cuatro traducciones al español de la Declaración
de Independencia de los Estados Unidos publicadas en 1811 en Caracas y Bogotá y en
1821 en México y Filadelfia. Compara los dispositivos enunciativos de apertura y cierre,
la traducción de la noción de “poursuit of happiness” y el cambio de formato en la parte
referida a los agravios cometidos por el rey, y explica las diferencias como estrategias de
traducción relacionadas con los contextos históricos específicos.
Hay en estos dos volúmenes un conjunto de trabajos que se ocupan de aspectos vinculados con lo que Gouanvic (1999) denomina el aparato importador. Para el período colonial, convendría tal vez postular también la existencia de una aduana lingüístico-cultural.
En “La traducción en la obra evangelizadora y civilizatoria tras la Conquista y durante
la Colonia en la América hispana” (LCP, pp. 263-275), Miguel Ángel Vega se ocupa de
la traductografía misionera que, así su tesis, fue en parte causa, condición y efecto del
mestizaje americano. Refiriéndose a la metodología necesaria para abordar la tarea de
historiar la traducción y remitiendo a Pym (1998), Vega exige de una historia de la traducción en América Hispana una amplia base documental y analítica que permita dar cuenta
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de quiénes tradujeron qué y bajo qué condiciones; una evaluación de las causas y efectos
de esa actividad y de su valor histórico y social; una tipología de los textos producidos, y
finalmente una periodización sólidamente fundada. El artículo ofrece una muestra de lo
que una sistematización al parecer tan sencilla y evidente puede aportar a los estudios de
historia de la traducción (ver también Vega Cernuda 2012). En la tipología de textos que
ofrece Vega, aparecen entre otros las gramáticas y los vocabularios, sobre los que versa el
artículo de Gertrudis Payàs, “Al Mapudungun por el catalán: la obra del jesuita expulso
Andrés Febres (Manresa 1732-Cagliari 1790) en Chile” (LCP, pp. 173-180), cuyo objeto
es el estudio de la interpretación de lenguas, específicamente de los parlamentos hispano-mapuches conocidos como “parlamentos de la Araucanía”, acerca de los que existen
actas redactadas en castellano, en las que Payàs encuentra “voces intertextuales”. En la
gramática y el diccionario de la lengua mapudungun, compuestos por el jesuita catalán, la
historiadora de la traducción registra un conjunto de rasgos que arrojan luz sobre el habla
de los parlamentos, pero también lagunas significativas que remiten a los puntos ciegos
de la inteligibilidad cultural. En el marco de una historia de la interpretación en el periodo
colonial se sitúa también el trabajo de Ana Rona: “Formación de intérpretes y políticas lingüísticas en la antigua Provincia Jesuítica del Paraguay” (LCP, pp. 211-219), que
sugiere, apoyándose en Schiffman (1996), abordar el tema como parte de una historia de
las políticas lingüísticas, y observa que la historia de la traducción en América del Sur no
puede estudiarse desvinculada de la respectiva historia en territorios de habla portuguesa
–una crítica comprensible y que comparto, al proyecto de Lafarga y Pegenaute–. Rona
presenta diversas políticas de selección y preparación de intérpretes por parte de la Compañía de Jesús: frente a la “guaranización” de tribus que no hablaban guaraní, la lengua
general de la región, y a diferencia de lo que sucedía en Brasil, se prefirió el aprendizaje
de esas otras lenguas “difíciles” por parte de los padres de la Compañía. Rona explica que
también había mujeres intérpretes trabajando para la Compañía, si bien ello iba en contra
de las políticas lingüísticas formales. Sin embargo, observa que era justamente entre las
políticas formales y las informales, donde se daban los fenómenos más interesantes.
En el contexto de formación y consolidación de los Estados nacionales, se implementaron políticas oficiales de traducción, como la que estudia Paula Montoya Arango en su
aporte de carácter descriptivo: “Traducir para educar: La Escuela Normal, un periódico
en función de la educación, en función de la traducción” (LCP, pp. 157-164), que es parte
de una investigación sobre las relaciones entre traducción, educación y hegemonía política durante el Olimpo Radical (1863-1878) en Colombia. Montoya Arango caracteriza el
grupo político que a partir de 1870 hace de la educación una política de gobierno, funda la
Universidad Nacional, crea Escuelas Normales, difunde las ideas de Pestalozzi y publica,
a partir de 1871 y durante ocho años, el semanario La Escuela Normal, de distribución
gratuita en las escuelas, bibliotecas y sociedades científicas. En los 309 números se publicaron 783 traducciones, que la autora ha revisado y clasificado, siguiendo la metodología
propuesta por Pym (1998) como paso previo a la explicación y contextualización. Se trata,
en un primer paso, de aclarar quién tradujo qué (Williams/Chestermann 2002). Si menciono aquí este aporte, es porque creo que importa destacar el ingente trabajo de archivo
que queda por realizar cuando se piensa en historiar la traducción en América Latina. No
se trata solo de reunir a los grandes nombres, destacar la labor traductiva de los letrados,
intelectuales y poetas, sino de relevar los distintos circuitos de importación y circulación. Para ello, la metodología propuesta por Pym es una herramienta útil. El trabajo de
209
Germán Loedel: “La ‘Biblioteca Pedagógica’ de Editorial Losada. Una historia de la familia Luzuriaga en el exilio” (LCP, pp. 127-136), focaliza una faceta de la época de oro de
la industria editorial argentina. Loedel realiza aquí la propuesta bermaniana de una analítica del traductor, estudiando los modos en que Lorenzo y María Luisa Luzuriaga fueron
realizando su proyecto como pedagogos traductores. Loedel focaliza la etapa del exilio
en Argentina, donde los Luzuriaga se incorporaron a la recientemente fundada Editorial
Losada. Lorenzo Luzuriaga fundó y dirigió allí la colección “Biblioteca pedagógica”, que
publicó 47 traducciones realizadas por la familia Luzuriaga, y otras colecciones afines. El
autor incluye en un anexo la lista de esas traducciones junto con los 12 libros de Lorenzo
y uno de su esposa, publicados entre 1938 y 1968 por Losada. Me interesa destacar que
no se trata aquí de lo que Clara Foz critica como “entronización del traductor”, sino que
este aporte pone el acento en la red institucional y de mercado en la que los Luzuriaga se
van instalando y que a su vez contribuyen a formar. En “Ediciones Tirso y la difusión de
literatura homoerótica en Hispanoamérica” (LCP, pp. 191-199), Jorge Luis Peralta examina la política editorial del mencionado sello argentino entre 1956 y 1967, época en que
Ediciones Tirso publicó en traducción a Peyrefitte, Montherlant, Gide, Green y Coccioli
entre otros, y focaliza las estrategias de que se valieron los editores para introducir a estos
autores en el medio argentino durante una época caracterizada por su política represiva.
Analizando la selección de autores y títulos así como los paratextos editoriales, Peralta
releva en el programa de Ediciones Tirso un paradigma que procura “la integración del
homosexual en la sociedad”, sin connotaciones rebeldes o inconformistas, aunque en su
momento el programa editorial provocara la reacción adversa de Héctor Murena y un
comentario en las páginas de la revista Sur. Se trata de una contribución bien documentada, con una argumentación clara y precisa, y que ilumina aspectos poco trabajados en el
campo de la historia de la traducción en América Latina, como son las políticas editoriales
alternativas.
Entre los muchos artículos que se ocupan específicamente de traductores y sus traducciones, me llamaron la atención varios: Brigitte Natanson y Emmanuelle Rimbot,
traductoras de Ariel al francés, revelan en “Vericuetos y trampas de la intertextualidad.
Rodó traductor del francés” (AHT, pp. 241-251), el trabajo de detectives que realizaron
para identificar en el ensayo de Rodó los intertextos franceses, y muestran a través de un
detallado análisis cómo funciona en Ariel este sistema de citas y referencias marcadas y
no marcadas. Muy interesantes me resultaron las decisiones adoptadas por las traductoras
al francés de un ensayo densamente marcado por intertextos franceses en el caso de citas
traducidas implícitas o explícitas, con referentes precisos, equívocos o erróneos. Natanson y Rimbot ven su propia traducción –que en algunos momentos adquiere el carácter de
retraducción– como lectura interpretativa de un pensamiento ajeno, que procura reponer
la cita en su contexto traductivo para tratar de comprender las divergencias observadas.
En este trabajo, las autoras-traductoras nos abren la puerta de su taller de traducción y nos
muestran algunos de los aspectos más arduos, pero también más interesantes de su tarea.
En “Julián del Casal traductor de los Pequeños Poemas en Prosa de Charles Baudelaire:
¿una práctica dependiente o emancipadora?” (AHT, pp. 123-130), Anaëlle Evrard contextualiza primero la práctica traductora de Del Casal y su recepción contemporánea en la
Cuba todavía colonial, y se ocupa luego de rastrear las estrategias traductoras del poeta
cubano con el objetivo de deducir sus concepciones sobre la traducción, ya que Del Casal
no dejó reflexiones al respecto. Evrard distingue por un lado una tendencia a la literalidad,
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que en su momento se calificó en Cuba de impericia y/o de afrancesamiento, pero que
puede leerse hoy de otra manera sobre el trasfondo de la poética modernista, y registra
con una notable sensibilidad lingüística mínimas transformaciones sopesando sus efectos
e induciendo sus motivos. Daniel Mesa Gancedo y Sylvie Protin, dos especialistas en la
obra de Cortázar, se ocupan de las traducciones de Keats y en el caso de Protin, también
de Cocteau realizadas por el escritor y traductor argentino. En “Las verdaderas traducciones cortazarianas de John Keats” (AHT, pp. 231-239) Mesa Gancedo formula un alegato
en favor de una restitución del texto original de Imagen de John Keats, que ha sido editado
con cambios y “correcciones” editoriales, que el autor analiza detalladamente. La edición
resulta tanto más perentoria por cuanto, como observa Mesa Gancedo, Keats le sirvió a
Cortázar “como vehículo que habría de propiciar el pasaje hacia el escritor que decidió ser
a principios de los años cincuenta”. Sylvie Protin, por su parte, ofrece en “We band of brothers: cuerpo y violencia en las traducciones cortazarianas de Cocteau y Keats” (AHT, pp.
273-285), un análisis fascinante de la actividad traductora de Cortázar. Autora de una tesis
doctoral (Protin 2003), cuyos resultados constituyen una base para este trabajo, Protin
constata que Cortázar casi no ha dejado reflexiones teóricas sobre la traducción, porque
para él la traducción siempre fue una práctica. Se trata, pues, de reponer la teoría subyacente a través del análisis de la obra traductora y ficcional de Cortázar. En este artículo,
Protin analiza un manuscrito inédito de 1947 que contiene traducciones cortazarianas de
poemas de Cocteau y es parte de un proyecto de traducción en colaboración con Natacha
Guthmann, la “señorita en París” del cuento. Protin focaliza la relación entre ambos, tal
como se manifiesta en sus respectivas posiciones traductivas con motivo de este trabajo
y propone una lectura enriquecida e innovadora del conocido cuento de Bestiario. De
“[l]as traducciones de J. Bianco y E. Pezzoni en la revista Sur” (AHT, pp. 183-193) entre
1945 y 1961 se ocupa María Belén Hernández González en un trabajo que bien puede ser
parte de una analítica del traductor en el sentido bermaniano. Se trata de un trabajo muy
bien documentado, ajustado, que argumenta sobre una base sólida y ofrece, además, en
el anexo, la lista de las traducciones que Bianco y Pezzoni publicaron en la revista y en
la editorial Sur en el período estudiado. En “Elogio de la traducción comparada. Borges
y Las mil y una noches” (AHT, pp. 93-103), Vicente Cervera Salinas se muestra como
atento comentarista de un “atento comparatista de la traducción”, como es Borges, en un
ensayo perspicaz y de lectura grata.
Sugerentes son también los trabajos de Antonio García Zúñiga sobre las estrategias
de traducción entre el español y el maya yucateco durante la colonia; de Paola Mancosu
sobre la recepción de Petrarca en la América virreinal; de María Dolores Gimeno Puyol
sobre las traducciones al español y la difusión de los Viajes de Félix de Azara; de Marcos
Eymar Benedicto sobre las traducciones de Les Trophées, de José-Maria de Heredia, que
ofrece en el anexo siete traducciones del soneto “Les conquérants”; de Nayelli Castro
sobre los traductores de filosofía en México; de Laura Fólica sobre la primera traducción
al castellano de Ubu roi, publicada en 1957, y sobre Juan Esteban Fassio, uno de los
traductores, como importador de literatura patafísica; de Rafael Mérida Jiménez sobre la
traducción al castellano de obras de Copi escritas en francés; de Cécile Serrurier sobre
la estrategia de literalidad en traducciones mexicanas de nueva poesía francesa. Informativos resultan los artículos de Pilar Martino Alba sobre la revisión de textos con destino
a Indias; de Andrés Tabárez sobre la traducción del primer libro de las Georgicas por el
peruano Juan de Arona (i.e. Pedro Paz Soldán y Unanue) en 1867; de Olga Vallejo M.
211
sobre las traducciones de Victor Hugo en el Papel Periódico Ilustrado entre 1881 y 1888
en Colombia; de Juan Miguel Zarandona sobre las adaptaciones de Thomas Malory y
Walter Scott en la “Biblioteca Juvenil” de la editorial Zig-Zag; de Martha Pulido sobre la
antología Casa Silva de Traductores de Poesía en Colombia; de Paola Masseau sobre las
traducciones de Le cimetière marin; de Belén Castro Morales y Clara Curell Aguilà sobre
la revista La Licorne de Susana Soca.
Los dos volúmenes editados por Francisco Lafarga y Luis Pegenaute son como una
cantera, o un cajón de sastre, en donde que se encuentra mucho material de diverso valor,
donde hay esbozados ciertos caminos, donde pueden descubrirse algunos tesoros y percibirse la riqueza de materiales a tomar en cuenta para pensar la historia de la traducción
literaria más allá de los grandes traductores y las traducciones canónicas. Seguramente
estos dos libros serán objeto de lecturas selectivas según los intereses de quienes los
consulten. Hay en el panorama heterogéneo y también desparejo que ofrecen, propuestas
para todos los gustos. Es evidente, sin embargo, el criterio “hispanista” de un proyecto
que ofrece materiales para elaborar una historia de la traducción del y al español en América, pero que, al dejar de lado, entre otros, el inmenso ámbito de la traducción en Brasil,
produce un recorte que impide una percepción más amplia y más ajustada de lo que podría
ser una historia de la traducción en América Latina.
Si bien el volumen compilado por Gabriela Adamo, La traducción literaria en América Latina (Buenos Aires 2012) es mucho menos extenso que los dos tomos recién
comentados, su objetivo no es menos ambicioso: revelar “el estado de la traducción en
buena parte de estos países” y “contar con un panorama general de sus características
más llamativas, sus problemas, sus oportunidades y sus posibles derroteros futuros” (p.
14). El libro no es resultado de un congreso, como en el caso anteriormente reseñado, y
por lo tanto su organización es menos aleatoria: Los autores –traductores, escritores e
investigadores– fueron seleccionados y contactados individualmente, y se les pidió “que
describieran a su modo el contexto que los rodea y en el que llevan a cabo su trabajo”, y lo
hicieran en textos de carácter menos teórico que empírico (p. 15). Esta premisa parecería
implicar que lo empírico puede estar desconectado de lo teórico. Creo, sin embargo, que
cada uno de los aportes necesariamente, y aún sin quererlo, da cuenta de una determinada
concepción de la traducción literaria, si bien no todos los autores ofrecen una reflexión
crítica que defina sus respectivos lugares de enunciación, sus puntos de partida, su poética
de la traducción. Las nueve contribuciones están organizadas en dos partes, una de carácter panorámico sobre el estado actual de la traducción en Argentina, Chile, Colombia,
Venezuela, Centroamérica y México, y otra que busca dar cuenta de algunas de las dinámicas que informan en la actualidad la traducción literaria en América Latina: la relación
entre traducción y fronteras nacionales y lingüísticas en el caso de Argentina y Brasil, los
circuitos de traducción de literatura japonesa en América Latina y la experiencia de los
traductores argentinos en España.
El título del libro abre la expectativa de un panorama de la traducción literaria en
América Latina, que se disgrega, en la primera parte del mismo, en seis ensayos muy heterogéneos centrados en la traducción a nivel nacional y regional (en el caso de Centroamérica). La falta de parámetros compartidos, de preguntas claves, de un fundamento teórico
o metodológico común para la elaboración de esos aportes nacionales hace casi imposible
una lectura a lo largo de la cual pudiera armarse un panorama de la traducción literaria
en América Latina que fuera más que una suma de miradas nacionales idiosincráticas.
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Los autores provienen, evidentemente, de tradiciones y campos de trabajo muy dispares
y traen un bagaje de lecturas, traducciones e intereses igualmente dispar, por lo que una
guía orientadora habría resultado tal vez útil para contrarrestar cierto eclecticismo. Cada
ensayo tiene una focalización específica: Anna Gargatagli (pp. 25-51) esboza un panorama de los grandes momentos de la traducción en la Argentina del siglo xx, sosteniendo
la tesis de que en Argentina la traducción genera un efecto estético de escritura, que es
a su vez un rasgo definitorio de la literatura argentina. Armando Roa Vial (pp. 52-66)
se ocupa de la traducción de poesía por poetas en Chile, y sostiene que en su país no
hay una cultura de la traducción literaria. Martha Pulido y María Victoria Tipiani (pp.
67-81) focalizan la práctica de la traducción literaria en Colombia desde la década de los
noventa, describiendo una serie de programas, instituciones y actividades vinculadas con
la traducción y su enseñanza en Colombia. Edda Armas (pp. 83-112) presenta un conjunto
abigarrado de datos informativos sobre la traducción en Venezuela, observa que no hay
en este país estímulos para la traducción literaria, y cierra con una lista de más de ochenta
traductores venezolanos del siglo xx. Carlos Cortés (pp. 113-139) sostiene la tesis de que
en Centroamérica hay traductores sin traducciones, se detiene en la figura de José Coronel
Urtecho, traductor de poesía norteamericana, dedica una página a Augusto Monterroso
y otra a Alaíde Foppa, y a los costarricenses José Basileo Acuña y Joaquín Gutiérrez,
traductores de Shakespeare. Como en los ensayos anteriores, este también ofrece listas
de autores, traductores y obras traducidas, que tienen el valor del dato de archivo si no
se las acompaña de una reflexión analítica. Entre los panoramas nacionales, sobresale
a mi ver el que traza Lucrecia Orensanz para México (pp. 141-160), porque la autora
realiza un análisis del campo de la traducción en base a una conceptualización clara,
tomando en cuenta aspectos vinculados con la historia de la traducción en México, con
la autoimagen de los traductores, la profesionalización, la relación entre traductores académicos y traductores profesionales, la formación de traductores, la identidad gremial, la
reflexión traductológica y la práctica de la traducción literaria. La segunda parte del libro
contiene tres artículos que dan cuenta de transformaciones y problemas de actualidad en
una perspectiva transnacional. Una voluntad de reflexión crítica con apoyatura teórica se
observa en el aporte de Florencia Garramuño, “La literatura y sus fronteras” (pp. 165176), que sostiene, centrándose en la relación entre las literaturas argentina y brasileña,
que la mayor movilidad que se observa en los últimos años, la creciente porosidad de
fronteras conduce a una transformación estética y política de la literatura como “práctica
desterritorializadora”. En un registro muy personal, Anna-Kazumi Stahl (pp. 177-192)
pone en escena su experiencia de traductora del japonés y observa que si bien hay cada
vez más literatura japonesa traducida, la industria editorial está crecientemente subordinada al inglés, lo que conduce a que abunden las traducciones indirectas del japonés vía
inglés al español, y además produce un ajuste de estilo de los escritores japoneses al inglés
para facilitar la traducción. Andrés Ehrenhaus (pp. 193-209), finalmente, relata con humor
y no sin ironía la experiencia que lo convirtió en traductor durante su exilio en Barcelona
durante los años de la dictadura, revelando entretelones de una actividad poco visible, la
de los negros del traductor, los que traducen en nombre de otro, entretelones también de la
sumisión de los traductores sudamericanos a las normas de estilo de las editoriales españolas –y poniendo en cuestión al final el proyecto español de panhispanización–. El libro
coordinado por Gabriela Adamo es muy heterogéneo, y tal vez un título menos ambicioso
habría despertado en mi caso menores expectativas. Si no ofrece, en definitiva, todo lo que
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promete y resulta en todo sentido muy desparejo, es muestra indudable de una voluntad
fuerte de relevamiento de la traducción literaria en América Latina.
Traducción, identidad y nacionalismo en Latinoamérica (México 2013), compilado
por Nayelli Castro Ramírez, reúne nueve contribuciones, algunas de las cuales ya habían
sido publicadas previamente, ya sea en otros idiomas (Payàs; Bastin, Echeverri y Campo),
ya sea parcialmente o en versión similar en otros volúmenes (Montoya Arango; Zaslavsky), y/o constituyen partes de tesis en desarrollo o concluidas (Navarro, Castro, Kahn,
D’Amore Wilkinson). Si bien el título del libro traza un campo temático muy amplio,
la compiladora señala en su presentación (pp. 13-20) que el común denominador de los
aportes es la focalización de la traducción e interpretación en situaciones de conflicto o
de cambio político. Tal vez hubiera sido conveniente precisar en el título del libro este
enfoque específico. En “Cuando la historia de la traducción sirve para revisar la historia”
(pp. 23-44), Gertrudis Payàs se concentra en dos situaciones de traducción: Por un lado,
la traducción intersemiótica e interlingüística implícita en las crónicas mexicanas desde
Alva Ixtlilxóchitl hasta Clavijero, que son leídas por los historiadores como testimonios
auténticos sin tener en cuenta la mediación que conllevan y que las hace posibles; por otro
lado, la traducción como parte de la política de Estado en Chile durante la primera mitad
del siglo xix, cuando es el gobierno quien encarga traducciones como parte del proyecto
de construcción nacional. Georges Bastin, Álvaro Echeverri y Ángela Campo (pp. 45-76)
analizan la traducción de la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”
por Nariño y de su versión ampliada por Picornell, aduciendo también ejemplos de otras
traducciones de textos políticos subversivos y sus efectos en la circunstancia histórica.
Aura Navarro (pp. 77-104) se ocupa de rastrear la presencia de The Morning Chronicle
en la Gaceta de Caracas; la contribución de Paula Montoya Arango sobre la publicación colombiana La Escuela Normal (pp. 107-139) fue comentada más arriba, al reseñar
los volúmenes de Lafarga y Pegenaute; Orly González Kahn (pp. 141-172) describe el
proyecto de la “Biblioteca Clásica” de Vasconcelos entre 1921 y 1924 como parte de la
política educativa y analiza las causas que condujeron al fracaso evidente de esa empresa,
que llegó a editar solamente 17 volúmenes, en su mayoría reimpresiones de traducciones
españolas. Nayelli Castro (pp. 173-201) se ocupa de la traducción de filosofía clásica grecolatina en México en el período posrevolucionario entre 1940 y 1970 aplicando el concepto de redes intelectuales de traductores y poniendo el acento en la construcción de un
espacio cosmopolita y plurilingüe, ya que en el marco de ese proyecto no solo se tradujo
del griego y del latín, sino que también se vertieron ensayos y monografías sobre filosofía
clásica del alemán, francés e inglés; además, Castro problematiza el difícil equilibrio entre
público especializado y general al que iba dirigida la colección “Bibliotheca Scriptorum
Graecorum et Romanorum Mexicana” de la UNAM, fundada en esa época por A. Millares Carlo. Los tres últimos artículos del libro se ocupan de la traducción e interpretación
contemporánea: En “La traducción de colores en Dos crímenes: entre racismo y alteridad”
(pp. 204-220), Anna María D’Amore Wilkinson llama la atención sobre la dificultad de la
traducción de apodos, y revisa, en la traducción al inglés de la novela de Jorge Ibargüengoitia mencionada en el título, un conjunto de ejemplos que van de la transferencia hasta
la omisión, ofreciendo soluciones alternativas en el sentido de una traducción extranjerizante. En “Cuando traducción e interpretación se contradicen” (pp. 221-251), Danielle Zaslavsky analiza protocolos de las entrevistas en náhuatl y español realizadas en el
marco del informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos a los familiares de una
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mujer indígena muerta “a consecuencia de una supuesta violación tumultuaria perpetrada
por militares”. Su tesis es que dichos protocolos permiten explicar las divergencias entre
el discurso del intérprete (que habla con los entrevistados en náhuatl y traduce oralmente
al español) y el del traductor (que traduce por escrito al español los pasajes transcriptos en
náhuatl), no en el sentido de errores o aciertos, sino porque van dirigidos a interlocutores
diferentes. Zaslavsky aboga por una percepción aguzada de las condiciones de desigualdad en que tienen lugar las interpretaciones y las traducciones en contexto jurídico. La
contribución que cierra el volumen, de Fernando Limón Aguirre, se compromete desde
el título “[p]or una traducción constructora de interculturalidad en contextos indígenas”
(pp. 253-282) y redacta su aporte, poco matizado, como alegato a favor de una traducción
descolonizante en un marco indígena de interacción. Al reunir estas contribuciones bajo
el denominador común de la traducción en situación de conflicto y cambio político, la
editora trata de integrar un poco el conjunto, que habría merecido tal vez en la presentación una reflexión más amplia, con una apuesta teórica y conceptual más fuerte, sobre la
relación entre traducción, conflicto y cambio político.
La traducción a través de los tiempos, espacios y disciplinas (Berlín 2013), editado
por Silke Jansen y Martina Schrader-Kniffki, reúne 14 contribuciones ordenadas sistemáticamente en cinco bloques que abordan aspectos puntuales de la traducción desde la
perspectiva de la lingüística diacrónica, la lingüística sincrónica, la historia del arte, de la
literatura y los medios, la didáctica y finalmente la práctica traductora. Son solamente las
contribuciones vinculadas con la traducción en América Latina y su historia las que interesan en esta reseña. Los aportes de ambas editoras se centran en la traducción colonial:
Martina Schrader-Kniffki (pp. 17-47) compara dos tipos de textos en lengua zapoteca
(memorias, es decir, en este caso, transcripciones de declaraciones orales), y sus traducciones al español (autos, o sea, traducción de esas declaraciones al español por un funcionario colonial) en el marco de la práctica en el Juzgado de Villa Alta, en Oaxaca a finales
del siglo xvii, analizando a nivel de las microestructuras el cambio que tiene lugar en el
espacio translatorio por la transposición de la oralidad a la escritura, y en la escritura, de
un tipo de texto (la memoria) a otro (el auto) que lo vuelve compatible con la tradición del
sistema jurídico colonial. Este trabajo tiene puntos de contacto con los de Payàs y Rona
reseñados más arriba, que focalizan el tema de la interpretación y las huellas de la oralidad
en la escritura. Silke Jansen (pp. 49-76) analiza tres retraducciones al español de la Relación acerca de las antigüedades de los indios de Ramón Pané, cuyo original se ha perdido
y de la que solamente contamos con la versión italiana de Alfonso de Ulloa. Partiendo del
modelo de polifonía textual elaborado por Ducrot, Jansen analiza el manejo de esa polifonía en las versiones de Barcía Carballido y Zúñiga (1749), Bachiller y Morales (1883) y
Arrom (1974) tomando en cuenta la función que desempeñan en su respectivo contexto, y
llega, con una argumentación clara basada en observaciones precisas y un manejo idóneo
del aparato conceptual, a conclusiones que abren nuevos caminos a la investigación y que
ponen en evidencia los alcances del modelo de Ducrot para pensar la traducción. José
Antonio Salas García (pp. 77-121) enfoca un tema vinculado con la historia de la traducción colonial en el Perú en torno al Tercer Concilio Limense de 1584, y analiza en detalle,
vertiéndolas además al castellano, las traducciones de los pecados capitales al mochica
efectuadas por Luis Jerónimo de Oré (1607) y Fernando de la Carrera Daza (1644) en
base a la Doctrina Christiana y Catecismo, cuyas versiones en quechua y aimara fueron
realizadas en el marco del Concilio. Susanne Klengel y Christiane Quandt (pp. 201-231)
215
reflexionan sobre la nueva internacionalidad de las literaturas latinoamericanas y los espacios de traducción. El punto de partida es la percepción de una clara tendencia internacionalizadora de la narrativa latinoamericana posterior al boom y al postboom, y su rechazo
de temas y poéticas específicamente latinoamericanas y también nacionales. Las autoras
se preguntan cómo influye en las estrategias de traducción este fenómeno, perceptible por
ejemplo en el Grupo del Crack, que contó entre sus miembros a Jorge Volpi. A partir del
análisis de la traducción al alemán por Susanne Lange de la novela de Volpi En busca
de Klingsor, y aplicando el concepto del “traductor implícito” (Zilly 2001), Klengel y
Quandt sostienen que esta internacionalización de la narrativa puede fomentar una traducción asimiladora que invisibiliza aún más los procesos de traducción y abogan por una
toma de conciencia del “lugar del traducir” como espacio de tránsito, más allá de lo local
idealizado en los debates poscoloniales sobre la traducción.
El volumen editado por Javier Muñoz-Basols y otros señala desde su título: The Limits
of Literary Translation (Kassel 2012) el interés que guía la edición de los 17 artículos que
lo componen: se trata de presentar casos en los que la traducción se enfrenta con límites
que se analizan aquí en busca de una expansión del campo de estudios que permita dar
cuenta, justamente, de esos fenómenos. Los aportes están agrupados según el tipo de
texto que enfoca cada artículo: la traducción de narrativa, de poesía, de textos dramáticos
y multimediales como la historieta, la caricatura, el texto-canción y el humor multilingüe
audiovisual, que presentan retos particulares a la traducción. Los artículos vinculados con
América Latina son solamente tres: Sarah Roger (pp. 57-71) analiza la figura del traductor
en “Tlön Uqbar, Orbis Tertius” a partir del final del cuento, donde el traductor, en vistas
del avance del mundo de Tlön y su lenguaje definitivamente homogéneo, desafía ese
avance dedicándose a traducir el Urn Burial de Browne a la manera de Quevedo. Si aquí
se trata, en todo caso, de los límites que impone a la traducción, en la ficción, un mundo
ficticio que desafía la pluralidad de lenguas, en el caso de la traducción de los Veinte poemas... de Neruda y de Finisterre, una novela de María Rosa Lojo, al tailandés, tema del
que se ocupa su traductora, Pasuree Luesakul (pp. 91-106), el límite para la traducción lo
constituye la inconmensurabilidad de lenguas y mundos. Finalmente, Jacob Wilkenfeld
(pp. 293-310) se ocupa de la traducción de textos de Caetano Veloso, y compara su propia
versión de “Desde que o samba é samba”, que toma en cuenta la melodía, con la traducción de Arto Lindsay. No hay en este volumen una preocupación decididamente histórica,
por lo que, independientemente del interés que pueda tener desde otro punto de vista para
los estudios de traducción, no me extiendo aquí en el comentario.
Sobre la traducción de poesía versan los volúmenes compilados respectivamente por
Delfina Muschietti: Traducir poesía. La tarea de repetir en otra lengua, y por Irene M.
Weiss: Dichtung übersetzen. Werkstatterfahrungen und theoretische Beiträge. / Traducir
poesía. Experiencias de taller y aportes teóricos. Se trata de dos libros que, si bien se
titulan ambos Traducir poesía, difieren ya a partir de sus subtítulos y mucho más en lo
que hace a su composición y contenido. El volumen compilado por Delfina Muschietti
propone una estética de la traducción de poesía y es resultado de su seminario “Poesía y
Traducción” en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires y de su ambicioso
proyecto de fundar una nueva escuela de traducción poética. En rigor, los aportes de este
libro se inscriben en una historia de la traducción en América Latina menos por tematizar
esa historia (aunque también lo hacen, selectivamente), sino más bien porque la reflexión
que propone el conjunto del libro, puede pensarse como un capítulo, muy actual, de la
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historia de las poéticas de la traducción elaboradas en América Latina. Todos los aportes, escritos por participantes al seminario mencionado y miembros del proyecto, responden al denominador común de una reflexión teórico-crítica sobre la traducción poética
basada en los conocidos ensayos sobre la tarea del traductor de Walter Benjamin y sobre
el monolingüismo del otro de Jacques Derrida, que son puestos en relación con el trabajo
de Tinianov sobre la lengua poética y con reflexiones de Agamben, Deleuze/Guattari, De
Man y otros teorizadores que se cruzan con los textos centrales de Benjamin y Derrida.
La extensa reflexión teórico-crítica de Muschietti (pp. 7-113) parte de la repetición como
el procedimiento dominante en la poesía, privilegia al “traductor-invisible”, que sería el
que pone en práctica la “escucha flotante” (concepto adaptado de Freud) evitando la normalización y manteniendo en la lengua de llegada la extrañeza del original y el que, como
lector crítico, toma en cuenta los pre-textos, el estado de la lengua de la que y a la que
traduce, la información bibliográfica e histórica, todos ellos elementos que le permitirán
componer lo que Muschietti llama el “fantasma de la repetición”. Este traductor-invisible
(tan a contrapelo de la corrección política que exige, por lo menos desde el giro poscolonial en los estudios de traducción, visibilizar al traductor) se caracteriza por ser fiel a la
escucha flotante del poema y traducir al español más abstracto y universal posible. Aquí
cabría acotar que lo que se considera abstracto y universal en una época y circunstancia,
puede dejar de serlo en otra: toda concepción y todo efecto de fidelidad o también de
neutralidad depende del estado y la práctica de la lengua en determinado momento histórico; esto vale también para el traductor-invisible, cuya tarea invisible y cuyo lenguaje
abstracto tal vez se vuelvan menos invisibles y abstractos con el paso del tiempo y con
los cambios en el uso de la lengua. En los distintos ensayos del libro –cuyos autores son,
además de la editora, Vanna Andreini, Rodrigo Caresani, Violeta Percia, Cecilia Perna,
Luciano Piazza, Walter Romero y Elisa Salzmann, todos ellos también traductores– la
reflexión sobre la actividad traductora se plasma en nuevas versiones al castellano de
poesía de Pier Paolo Pasolini, Bernardo Bertolucci, Amelia Rosselli, Emily Dickinson,
Sylvia Plath, Yves Bonnefoy, Kenneth Koch. Las dificultades halladas y las elecciones
efectuadas por los traductores se comentan en notas y en diversas ocasiones se cotejan las
versiones propuestas con traducciones previas, como las de Silvina Ocampo traductora
de Emily Dickinson (Elisa Salzmann, pp. 140-159), o de Horacio Armani traductor de
Cesare Pavese (Delfina Muschietti, pp. 87 ss.). El aporte de Rodrigo Javier Caresani, “Las
huellas del ‘excedente’ en la traducción de poesía” (pp. 278-304) retoma y continúa las
reflexiones de Jorge Panesi sobre la relación entre traducción, autobiografía y el motivo
de la traición en la literatura argentina y constituye un aporte relevante para la historia la
traducción literaria en Argentina. Si el proyecto de Delfina Muschietti y sus colaboradores logra consolidarse y redundar en una actividad intensa de traducción asentada a nivel
editorial, entrará a formar parte, sin duda, de la historia de la traducción de poesía al castellano en América Latina y en Argentina en particular.
El libro compilado por Irene M. Weiss es el resultado de un encuentro de traductores
y estudiosos de la traducción provenientes de Alemania, Argentina e Italia que tuvo lugar
en la Universidad de Cuyo, Argentina, en marzo de 2012. A diferencia del libro editado
por Muschietti, el de Weiss reúne un conjunto muy variado de aportes provenientes de
diversos campos vinculados con la traducción y que se caracterizan en buena medida por
una falta de reflexión teórica de peso. El libro reúne 17 contribuciones en español, tres en
italiano y una en alemán sobre temas de traducción de literatura griega y latina al español
217
y al alemán; de Dante, Petrarca, teatro español y portugués del Siglo de Oro, Valéry,
Luis Cernuda, José Ángel Valente, Tamara Kamenszain al alemán; de Shakespeare, Goethe, Schiller, Hölderlin, Kafka, Leopardi, Ungaretti, Montale y poetas norteamericanos e
ingleses del siglo xx al español; de la dimensión traductiva en la obra de J. V. Foix; de
la teoría y práctica de traducción en Borges. Dominan los aportes sobre experiencias de
taller, dado que la mayor parte de los colaboradores son traductores, algunos de los cuales
afirman carecer de una teoría sobre la traducción. Esta afirmación no deja de sorprender,
sobre todo en un libro sobre reflexiones de taller y aportes teóricos sobre traducción, ya
que toda traducción profesional no se sostiene sin una poética, aunque sea intuitiva. Cabe
preguntarse entonces si la afirmación de un traductor de carecer de una teoría sobre la
traducción es un gesto de “distinción”, si es índice de una carencia de filo crítico, o de
falta de profesionalidad. Lo que sí puede decirse es que estos autores no consideran la
traducción como objeto de una reflexión teórica precisa que fundamente sus elecciones en
el momento de traducir, a diferencia del grupo de traductores en torno a Muschietti. Los
aportes de Paolo Fedeli, Eberhard Geisler, Silke Jansen, Susanne Lange y Petra Strien,
que sí dan cuenta de una reflexión teórica, no serán reseñados aquí en detalle, porque no
se refieren a la traducción y su historia en América Latina. De interés resulta en cambio el
trabajo de Marcela Raggio: “La poesía anglófona contemporánea en Argentina: el canon
de Enrique Luis Revol” (pp. 289-302), que focaliza el tema de las antologías de poesía
traducida a partir de la pregunta por la función y el funcionamiento de este tipo de textos
en el marco de la formación de un canon de literatura extranjera. A partir de las reflexiones de Guillermo de Torre y Claudio Guillén sobre las antologías, y tomando en cuenta a
Harold Bloom, Raggio sostiene que las antologías crean un canon y presentan una determinada forma de leer los textos que reúnen. Al analizar someramente las antologías Poesía inglesa contemporánea y Poetas norteamericanos contemporáneos compiladas por
Revol y editadas por Librerías Fausto a mediados de los años setenta, Maggio llama la
atención sobre los paratextos y la selección, y muestra a través en un par de ejemplos que
Revol desaloja de sus traducciones la musicalidad en favor de los temas que consideraba
típicamente contemporáneos. La contribución de Pablo Anadón: “Teoría y práctica de
la traducción de poesía en Borges” (pp. 303-319) se limita a parafrasear largamente los
conocidos ensayos de Borges sobre la traducción y a constatar la divergencia, ya constatada con matices que aquí faltan, entre sus reflexiones y su propia práctica de traducción;
Anadón no analiza un solo ejemplo de esa divergencia.
Todos los títulos comentados hasta aquí, y otros recientes que han quedado fuera de
esta reseña (Zondek 2009; Payàs/Zavala 2012; Vega Cernuda 2012) corresponden a volúmenes colectivos, conjuntos más o menos heterogéneos de aportes que necesariamente
tocan aspectos puntuales, fragmentarios y cuya suma puede dar cuenta de la variedad
de campos de estudio. Lamentablemente no ha sido posible reseñar aquí por razones de
tiempo el estudio monográfico de Alejandro Dujovne (2014) sobre la historia del libro
judío en la Argentina, en el que la traducción ocupa un lugar de relevancia y que es resultado de su tesis de doctorado bajo la dirección de Gustavo Sorá; tampoco se ha llegado a
reseñar el libro de Martín Gaspar (2014) sobre los traductores como nuevos protagonistas
de la literatura latinoamericana. Las tesis doctorales de Claudia Fernández Speier sobre
las traducciones de La Divina Commedia en Argentina (2014) y de Alejandrina Falcón
sobre la relación entre exilio y traducción en el caso de los importadores argentinos de
literatura extranjera en España durante la dictadura (2014), defendidas en la Universidad
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de Buenos Aires, serán publicadas en 2015. Otro libro reciente de carácter monográfico,
el de María Constanza Guzmán sobre Gregory Rabassa (2010), fue reseñado oportunamente por Patricia Willson en esta revista (Iberoamericana 54, pp. 223-225). A diferencia
de los volúmenes colectivos, los estudios monográficos suponen y exhiben un análisis en
profundidad de su objeto específico, basado en la reflexión crítica de modelos teóricos
pertinentes, en metodologías probadas, en una documentación que supone un ingente trabajo de archivo.
De todas las publicaciones comentadas aquí, ninguna es más compleja que el Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica, editado por los conocidos Francisco
Lafarga y Luis Pegenaute y publicado en 2013. La complejidad reside en el proyecto
mismo, que exige, como primer paso para los editores, haber adoptado como punto de
partida una definición de su objeto: la “traducción en Hispanoamérica” abarca más que
“los traductores en Hispanoamérica”, pero menos que “la traducción en Iberoamérica” o
“en América Latina”, porque excluye el Brasil y las áreas francófonas (lo que ya habíamos
observado en el caso de los dos volúmenes reseñados al comienzo) y define un ámbito de
traducción hispanoamericano. El objeto –la traducción en Hispanoamérica con un acento
en la traducción literaria, pero con atención también al “terreno de las humanidades”
(p. 9)– es focalizado en perspectiva diacrónica: se trata de un “diccionario histórico”, lo
que exige contar no solo con un marco teórico-metodológico para la definición del objeto,
sino también con una periodización que guíe el proceso de selección del material. Como
es evidente, una tarea de tal envergadura exige un equipo de trabajo. Los dos editores
fueron apoyados sustancialmente por un comité científico constituido por conocidos especialistas en historia de la traducción en Chile, Colombia, Cuba, España, México, Perú y
Venezuela: Gertrudis Payàs, Martha Pulido, Lourdes Arencibia, Mercedes Serna, Danielle
Zaslavsky y Roberto Viereck Salinas, Ricardo Silva-Santisteban y Georges Bastin, respectivamente. Además, colaboraron 106 investigadores, muchos de ellos vinculados con
proyectos dirigidos por los miembros del comité científico, lo que resulta evidente al
hacer listas de los traductores repertoriados: Así, por ejemplo, para la época de la independencia, resalta el número de traductores localizados en Caracas y sus alrededores, lo que
responde a los profundos conocimientos del tema por parte de Georges Bastin y su grupo
de trabajo3; en el caso del Perú, la presencia de Raúl Silva-Santisteban se refleja en la
selección de unos 20 traductores peruanos nacidos después de 1900, una cifra que no
iguala ningún otro país en el repertorio para ese período. En una muy breve introducción
(pp. 7-11), los dos editores explican someramente el origen y la intención de este nuevo
proyecto, tendiente a cubrir la falta de “obras de referencia que puedan dar a conocer la
personalidad y la labor de los traductores hispanoamericanos, así como la traducción y la
recepción de los grandes autores y obras de la cultura universal en este ámbito geográfico,
lo que hace que el panorama de la traducción en lengua castellana esté por ahora incompleto” (p. 7). Huelga decir que completarlo es una tarea que linda con la utopía. El Diccionario es presentado como una “visión de conjunto” con una perspectiva supranacional
que excepcionalmente ha sido abordada en publicaciones monográficas (Aparicio 1991,
Jolicœur 2007) o en volúmenes colectivos y números monográficos y dossiers de revistas
(Foz/Lafarga 2004 y 2005; Pagni 2004; Foz/Charrón 2006; Bastin 2008; Goldfajn/Preuss/
3
A pedido justamente de Georges Bastin participé en el proyecto redactando la entrada referida a Simón
Rodríguez, autor o coautor de la primera traducción de Atala.
219
Sitman 2010; Pagni/Payàs/Willson 2011; Adamo 2011 [2012]; Payàs/Zavala 2012;
Lafarga/Pegenaute 2012a y 2012b) y en antologías de ensayos en torno a la traducción
(Catelli/Gargatagli 1998; Scholz 2003), así como en la “Biblioteca de traducciones hispanoamericanas” dirigida por Lafarga y Pegenaute y alojada en la Biblioteca Virtual Miguel
de Cervantes. Habría que agregar a esta lista los volúmenes editados por Bradford (1997)
y Scharlau (2002) y el dossier de Pagni (2005). En realidad, la perspectiva de este Diccionario es supranacional en el sentido de que toma en cuenta los diferentes estados nacionales que se fueron constituyendo a lo largo del siglo xix, ya que el Diccionario ofrece un
conjunto de entradas generales sobre los espacios geopolíticos nacionales desde Argentina hasta Venezuela, con excepción explícita, debido a falta de investigadores que aceptaran escribir el artículo correspondiente, de Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras y
Nicaragua. En otras palabras: no es una perspectiva supranacional porque tome en cuenta
otro tipo de parámetros de selección más allá de los nacionales, como podrían ser los
soportes, las redes, las asociaciones, los géneros literarios o tipos de textos, las lenguas de
partida o de llegada etc., sino en el sentido de que toma en cuenta a traductores de las
diferentes culturas nacionales hispanoamericanas y no se limita a una sola o a unas pocas.
Esto resulta evidente en la lista paratextual de “ámbitos”, que registra las entradas clasificándolas por país, incluyendo además una rúbrica titulada “Virreinato”, y otra altamente
problemática también, “[Sin ámbito]” para el exilio. La rúbrica “Virreinato” contiene dos
entradas generales: “Virreinato (traducción de lenguas europeas)” y “Virreinato (traducción de lenguas indígenas)”, referidas a la traducción en situaciones de conquista y colonización, pero no necesariamente centradas en la unidad administrativa de un virreinato,
como resulta evidente en los casos de Jerónimo de Aguilar o Malinche, por ejemplo.
Llama la atención que los editores no hayan optado por entradas como: Conquista, Colonización o Traducción en situación colonial. Por otra parte, en la entrada sobre la traducción de lenguas europeas en el virreinato, aparecen mencionados traductores-escritores
que en realidad pertenecen ya a una tradición traductiva poscolonial, a la etapa de la
independencia o de la formación de los Estados nacionales, como Andrés Bello, Mariano
Melgar, José María Heredia, José Joaquín de Olmedo entre otros; esto lleva a una lectora
más o menos informada a dudar sobre los criterios de periodización subyacentes. Un
índice de hispanocentrismo en el proyecto lo constituye la entrada “Exilio”, que se refiere,
a pesar del título tan general y amplio y la indefinición del “ámbito”, solo al exilio republicano español, y no toma en cuenta los otros múltiples exilios hispanoamericanos de
argentinos, cubanos, chilenos, paraguayos, uruguayos, salvadoreños etc. que llevaron a
muchos exiliados a trabajar como traductores en sus países de acogida. El Diccionario,
explican los editores, consta de 214 entradas (p. 10). Un relevo muestra que de ese total,
18 están dedicadas a los “ámbitos” nacionales mencionados, otros tres a revistas (La
Gaceta de Caracas, El cojo ilustrado y Sur), tres a asociaciones diversas (las “Congregaciones” y la “Academia Antártica” durante la colonia, el grupo de los “Origenistas” en la
Cuba del siglo xx), uno a una editorial (Monte Ávila Editores), uno a la “Poesía folclórica
quechua” y otro a las traducciones de Ollantay. La lógica de estas últimas nueve entradas
escapa a mi comprensión, ya que el Fondo de Cultura Económica, Losada, Emecé, Sudamericana, Zig-Zag, Ercilla, Norma etc. son tratadas en las entradas sobre México, Argentina, Chile, Colombia, sin que se les dediquen entradas específicas, lo que también podría
haberse hecho con Monte Ávila, o viceversa; lo mismo ocurre con las revistas y con las
otras entradas. Las restantes 187 entradas son biografías de 179 traductores y ocho
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traductoras. ¿Cuáles fueron aquí los criterios de selección? Los editores señalan que el
Diccionario responde al giro sociológico en los estudios de traducción, centrado en el
análisis de tres instancias: las traducciones como productos en un mercado internacional;
los traductores (su imagen pública, sus afiliaciones ideológicas, sus condiciones de trabajo, sus códigos deontológicos) y el proceso de traducción mismo (p. 10). Sin embargo,
poco más adelante, revelan que la selección se hizo en base a “criterios de prestigio, de
relevancia histórica de su tarea o de la fuerza de su personalidad (su importancia, por
ejemplo, como escritores, políticos, intelectuales, es decir, personas que se han distinguido en ámbitos no estrictamente traductores)” (p. 10). Esto significa, si entiendo bien,
que la selección está basada en criterios de visibilidad de los traductores, lo que privilegia
a los que con Clara Foz podríamos llamar “traductores entronizados”, muchos de los cuales lo fueron por razones ajenas a la traducción. Si pensamos la figura del traductor en
perspectiva histórica, el criterio aplicado privilegia a los que Patricia Willson llama “traductores letrados” y “traductores escritores”, cuyo evidente prestigio facilita la tarea de
repertoriarlos. Este criterio de selección explica la escasa presencia de traductoras, mucho
menos visibles que sus pares masculinos en la esfera pública hasta bien entrado el siglo
xx; explica también la ausencia de traductores hispanoamericanos exiliados que trabajaron en países de exilio hispanohablantes en condiciones de escasa visibilidad (Falcón
2015, en prensa); explica la ausencia o escasa presencia de traductores profesionales, es
decir, todo un conjunto de traductores cuya labor es mucho más difícil de relevar a través
de biografías individuales. Más allá de esto, es evidente la ausencia de muchísimos traductores que responden a los criterios de selección propuestos por los editores. Esta reseña
no es el espacio apropiado para elaborar un registro complementario, pero sí para interrogar los criterios de selección, y su aplicación.
En cuanto a la periodización subyacente, traté de inferirla a partir de las entradas generales, en particular las dedicadas a los panoramas de la traducción en los diversos Estados
nacionales, en juego con las que se refieren, por ejemplo, al “Virreinato”. La historia de
la traducción en América Hispana aparece a primera vista dividida en una etapa “virreinal” y una etapa que podríamos llamar “independiente” o “republicana”, lo que implica
una periodización basada a grandes rasgos en la institucionalidad política. La dimensión
política ha sido un criterio básico para la periodización de la historia de la literatura en
América Latina, si bien ello implicó durante largo tiempo renunciar a criterios específicos.
Las historias de la literatura latinoamericana, y también las historias de literaturas nacionales publicadas desde hace quince o veinte años, sin dejar de tomar en cuenta los marcos
políticos, han tendido a repensar los criterios de periodización, considerando aspectos
específicos de la cultura literaria (Valdés/Kadir 2004; Jitrik 2000 ss.). Seguramente podría
haberse afinado la periodización subyacente (y en consecuencia los criterios de selección
de nombres repertoriables y entradas generales) tomando en cuenta factores específicos
como la función de la traducción en la formación de públicos lectores, la difusión de
traducciones en la prensa periódica, las políticas de traducción de revistas culturales, la
formación de un mercado editorial, la profesionalización del traductor, la especialización,
en fin, del aparato importador en sus diversas instancias, todos ellos aspectos fundamentales en un proyecto que se presenta imbricado “en el giro sociológico que está adoptando
la disciplina” (p. 10). El Diccionario ofrece un índice de autores traducidos. Habría sido
deseable y necesario contar igualmente con un índice de los traductores repertoriados
que incluyera también a los nombrados en las entradas generales y que no cuentan con
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una entrada propia. El análisis de ese índice inexistente permitiría ampliar el panorama y
facilitaría el análisis y la confección de posibles listas en el sentido de la metodología que
propone Pym (1998).
El Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica es un torso en el que lo
que se muestra revela, al mismo tiempo, mucho de lo que falta dentro del margen mismo
de los criterios propuestos por los coordinadores. Un proyecto de esta envergadura, lo
decía al comienzo, no puede sino quedar incompleto. Los tiempos en los que se pensaba
que era posible dar cuenta de una totalidad, han pasado hace mucho. En este sentido, el
Diccionario histórico de la traducción en Hispanoamérica es un aporte más a la historia
de la traducción latinoamericana, que va elaborándose a largo plazo con la colaboración
lúcida y paciente de muchos estudiosos en toda América Latina y en otros lugares del
mundo.
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