REVISTA DE CIENCIA POLÍTICA/VOLUMEN 29 / Nº 3 / 2009 / 847 – 852
EXPERIMENTOS Y ÉTICA: ENTRE TROLLEY ESCENARIOS Y PRINCIPIOS
Experiments in Ethics, Between Trolley scenarios and principles
Kwame Anthony Appiah: Experiments in Ethics, 274 S., Harvard University
Press, Cambridge, Massachusetts, London, England 2008
DR. DANIEL LOEWE
Universidad Adolfo Ibáñez
No es difícil dar cuenta de la idea central de este muy discutido libro: Los resultados de
investigaciones empíricas desarrolladas en campos tan variados como –entre otros– la
economía, la biología y otras ciencias naturales, y sobre todo la psicología, a la que el
libro principalmente recurre, deberían jugar un rol más importante en el entendimiento
de la ética y de la moral de lo que en la actualidad es el caso. Por una parte, fortalecer el
vínculo con la investigación empírica beneficiaría a las teorías éticas y morales. Por otra,
de acuerdo al autor, con el restablecimiento de este vínculo la filosofía retornaría a su
tradición original –una tradición que habría sido abandonada con grandes pérdidas en el
siglo XX cuando los filósofos se concentraron exclusivamente en el análisis conceptual. La
característica fundamental de esta tradición, en la que Appiah incluye a autores tan disímiles
como Platón, Aristóteles, Descartes, Hume, A. Smith y J.S. Mill, es que las investigaciones
empíricas acerca de la naturaleza humana formarían el núcleo de la reflexión filosófica.
En este sentido, el objetivo del profesor de filosofía de la Universidad Princeton es “to
engage those who are working today to bring economics, psychology and philosophy
back together –who seek, in a sense, to reconstitute the “moral sciences”” (31-2).
No son pocos los autores que hoy en día comparten la opinión defendida por Appiah de
que para reflexionar sobre la moral hay que prestar más atención a las investigaciones
empíricas. El autor da cuenta de ello con múltiples referencias informativas en la sección
de notas (de aproximadamente 70 páginas), que en ocasiones son argumentativamente
más profundas e interesantes que el texto principal –que si bien se lee con agrado, es
algo impreciso. Psicólogos, científicos neurológicos y los así denominados “experimental
philosophers” aspiran a iluminar casos moralmente problemáticos que en lo usual son
discutidos por filósofos. En esta tarea, los filósofos experimentales recurren a múltiples
experimentos realizados en una enorme cantidad de sujetos de estudio provenientes de
diversos círculos sociales y culturales –lo que ciertamente diferencia estas investigaciones
de las del pasado, que recurrían a pequeñas muestras de estudiantes universitarios. Entre
otros muchos casos, el autor se refiere en forma extensiva e intensiva a los conocidos
trolley-escenarios que primero fueron esbozados por Philippa Foot. Estos escenarios, de
los cuales hasta la fecha se han realizado incontables variaciones, han ocupado y ocupan
intensamente a algunas corrientes de la filosofía moral.
847
DANIEL LOEWE
Usted está realizando su caminata cuando divisa al trolley que se aproxima sin conductor.
Usted puede tener certeza de que si el trolley continúa su recorrido, cinco individuos que
se encuentran en los rieles morirán atropellados. Afortunadamente, usted se encuentra
justamente en el sitio donde se puede cambiar la aguja y así desviarlo. Desafortunadamente,
también en ese caso un individuo que se encuentra trabajando en la línea alternativa
moriría atropellado. Esto quiere decir: cinco vidas contra una. ¿Qué es lo que usted haría?
Y la pregunta central para la filosofía moral: ¿qué es lo que usted debería hacer? Tanto
para la gran mayoría de los filósofos que se han ocupado de este caso, así como de los
sujetos de estudio en las investigaciones empíricas, la respuesta parece ser relativamente
sencilla: dejar morir a cinco seres humanos es mucho peor que dejar morir a uno.
Correspondientemente, se tendría que cambiar la aguja aunque esto implique la muerte
de una persona. El caso no parece ser excesivamente problemático. Sin embargo, ahora
imagine la siguiente situación: durante su caminata usted se encuentra cruzando una
pasarela peatonal por sobre los rieles cuando divisa al trolley aproximándose sin conductor.
Como en el caso ya descrito, usted puede tener certeza de que si los acontecimientos
se continúan desarrollando sin su intervención, cinco individuos que se encuentran
en los rieles morirán atropellados. Afortunadamente, en la pasarela peatonal también
se encuentra un hombre corpulento de aproximadamente 300 libras de peso, y usted
sabe que esa masa corporal detendría la marcha del trolley. Usted mismo es demasiado
liviano para detenerlo con su propio cuerpo. ¿Debería usted dar un pequeño empujón
al hombre para hacerlo caer a los rieles de modo que al ser mortalmente atropellado
detenga al trolley en su recorrido? Tampoco en este caso la respuesta parece ser en exceso
complicada. Como vimos, dejar morir a cinco individuos parece ser mucho peor que
dejar morir a sólo uno. Nada se opondría, entonces, a la conclusión de que habría de
darle un pequeño empujón. Sin embargo, la gran mayoría de los sujetos de estudio y de
los filósofos afirma exactamente lo contrario: en vez de intervenir, en este caso hay que
dejar que el trolley continúe su carrera mortífera. ¿Pero, por qué? ¿Cuál es la diferencia
relevante entre los dos casos, si es que acaso hay alguna?
Filósofos morales se ocupan a menudo con los así llamados hard cases o emergency cases.
Las arquitecturas de argumentación son variadas. Usualmente se recurre a intuiciones
bien meditadas, o a la coherencia entre principios generales y juicios particulares que se
consideran intuitivamente correctos (el así denominado equilibrio reflexivo rawlsiano),
o a aquellas disposiciones para la acción consideradas como virtudes (¿qué es lo que
haría el hombre virtuoso en esta situación?), o a normas y obligaciones que se derivan de
un proceso de universalización de máximas, o a variados cálculos de utilidad. ¿Por qué,
entonces, debería ser importante recurrir a experimentos empíricos y de este modo saber
qué es lo que la mayoría de los individuos considera como correcto (o incorrecto) en una
situación determinada? De acuerdo a Appiah, lo subversivo –pero también lo bienvenido–
de la filosofía experimental, es que recurriendo a los experimentos empíricos queda en
claro que la aspiración subyacente en cada una de estas estrategias tradicionales de poder
bosquejar la estructura de la ética o la moral, es dudosa y en última instancia falsa. Muy
por el contrario, estas estrategias no pueden dar cuenta más que de una visión sumamente
parcial y extremadamente incompleta de la ética o la moral.
848
EXPERIMENTOS Y ÉTICA: ENTRE TROLLEY - ESCENARIOS Y PRINCIPIOS
Por ejemplo, si al sopesar las utilidades resulta claro que la muerte de cinco individuos
es mucho peor que la muerte de uno ¿por qué, entonces, a diferencia del primer trolleyescenario, en el caso de la pasarela peatonal los individuos –y los filósofos– no dejan guiar
sus juicios por estas consideraciones? Ciertamente, una respuesta posible a esta interrogante
sería que actuar de este modo atentaría contra ciertas intuiciones (la intuición de que,
por ejemplo, es moralmente incorrecto participar directamente en la muerte de alguna
persona y darle, así, el pequeño empujón necesario). Sin embargo, tampoco el recurso a
las intuiciones, incluyendo también las así llamadas intuiciones bien meditadas, parecería
ser una estrategia menos dudosa que el cálculo de utilidades: investigaciones empíricas
han puesto claramente de manifiesto que las intuiciones de los individuos pueden mudar
de manera rápida y radical. Para esto basta con que se modifique ligeramente y de un
modo moralmente irrelevante la situación en que las intuiciones son generadas, o con que
se describe en forma exacta el mismo estado de cosas pero de un modo superficialmente
diferente (cambiando, por ejemplo, el orden de las frases). Como muchos experimentos
muestran, para llevar al ser humano promedio a realizar cosas terribles basta con diseñar
las situaciones de un cierto modo. También el recurso a las disposiciones para la acción,
que en las discusiones morales se suelen denominar virtudes, y que de acuerdo a diferentes
filósofos serían necesarias para desarrollar una vida buena y que correspondientemente una
buena sociedad debería fomentar, parece ser un tiro al aire: en vez de científicos empíricos
han mostrado que en sus tomas de decisiones la mayoría de los individuos no se deja
guiar por virtudes abstractas (como, por ejemplo, valentía o moderación). Todavía más: la
pregunta acerca del carácter virtuoso habría sido sobrevalorada. A los rasgos del carácter les
cabría un rol más bien nimio en la determinación de los motivos de la acción. De acuerdo
a Appiah, algo similar también sería válido en el caso del proceso de universalización
de máximas: contrariamente a la aspiración de ciertas teorías morales, a este proceso no
le cabría ningún rol en la determinación de nuestras acciones. Científicos empíricos han
demostrado, por ejemplo, que la buena voluntad y el grado de solicitud para ayudar a
un transeúnte cuyo portafolio se acaba de desparramar en la calle es considerablemente
mayor, si, por ejemplo, uno acaba de encontrar una moneda en la cabina telefónica. O que
cuando uno se encuentra en las cercanías de una panadería aromática uno ayudará a un
desconocido con un grado de probabilidad mucho más alto que cuando uno se encuentra
en un sitio con un olor neutral. O también que incluso minutos después de haber leído
palabras como “honor” o “respeto” se genera y mantiene una tendencia para actuar de un
modo más amable, etc. Con recurso a la neurobiología se puede mostrar que la diferente
valoración de los dos trolley-escenarios se deja retrotraer a los centros del cerebro que
son activados en cada situación: en el primer caso, los centros activos son aquellos que se
asocian con el pensamiento impersonal (como, por ejemplo, en la solución de un problema
matemático), mientras que en el segundo caso, los centros del cerebro activos son aquellos
que se relacionan con las emociones. (A diferencia de mover una aguja, empujar a alguien
a la muerte parece ser algo asociado con una fuerte carga emocional). Incluso la pequeña
minoría de sujetos de estudio que arrojaría al hombre a los rieles confirma este resultado:
también ellos muestran primero una reacción emocional, que sólo con posterioridad es
corregida de acuerdo al modelo del pensamiento impersonal (correspondientemente, estos
sujetos requieren de más tiempo para poder dar una respuesta). Y como los psicólogos
849
DANIEL LOEWE
morales han demostrado, para aumentar de un modo considerable la probabilidad de
que uno arroje al hombre corpulento desde la pasarela, basta con que uno haya atendido
a una comedia graciosa en la televisión. ¡En todo esto no se encontraría huella alguna de
la reflexión moral bien meditada que los filósofos aspiran a desarrollar en sus teorías!
Appiah afirma que los resultados de los experimentos psicológicos descritos tienen
implicaciones importantes en el modo en que nosotros entendemos la responsabilidad y
la moral. En el campo de la psicología moral no son pocos los que afirman que la moral se
deja reducir a determinados patrones de comportamiento gravados de un modo biológico
evolutivo o psicológico. Appiah, por el contrario, y a mi parecer de un modo correcto,
rechaza cualquier tipo de naturalización o reduccionismo en la moral. Pero si rechazamos la
naturalización y el reduccionismo ¿cómo se debe entender, entonces, el vínculo supuestamente
central para las teorías morales con los experimentos empíricos?, y en estrecha relación con
esta pregunta ¿por qué serían estos últimos relevantes para las teorías morales o éticas?
La pregunta no es retórica y debe ser considerada con seriedad. La estadística es al fin y al
cabo la ciencia que afirma que si usted ha comido dos manzanas y yo ninguna, cada uno
de nosotros ha comido en promedio una manzana. Correspondientemente, el teórico de
la virtud podría por cierto replicar que no es el hombre-promedio, sino que justamente el
hombre virtuoso el que se deja guiar en su accionar por las virtudes grabadas en su carácter
(y efectivamente hay una pequeña minoría de individuos dispuestos a ayudar, aunque
no huela bien). El intuicionista podría replicar que las intuiciones bien meditadas no son
aquellas que se generan de manera espontánea en nuestro estómago, sino que aquellas
que surgen cuando se considera la situación completa (por ejemplo, cuando se considera
que una descripción específica del caso nos puede inducir al error). El utilitarista podría
replicar que las intuiciones o reglas que no se dejan subsumir bajo el principio de utilidad
favorecido son de todos modos falsas o moralmente irrelevantes. Y el filósofo con un
horizonte kantiano podría, y en realidad debería replicar, que el resultado del proceso de
universalización de una máxima no tienen nada que ver con aquello que los hombres por
lo general llevan a cabo cuando actúan. Como es conocido, éstos se dejan mover demasiado
a menudo por sus impulsos sensibles. Con referencia al genocidio en Ruanda, Appiah
afirma que como Hutu en ese lugar y en ese momento específico, probablemente ninguno
de nosotros habría actuado de otro modo. Pero tanta comprensión situacional sólo nos
puede conducir al menos a malentendidos cuando no a errores serios: no todos los Hutus
participaron en la matanza, y tal como en otros fenómenos de horror de masas, otros Hutus
se comportaron de un modo decente, y lo mismo también cabría esperar de cualquiera
de nosotros como Hutus. Quizás estos seres humanos decentes, a pesar de las situaciones
adversas, recurrieron en su accionar a intuiciones o a disposiciones virtuosas o a cálculos
de utilidad o a la universalización de máximas o a alguna otra fuente de la moral. Pero
una cosa es clara: independientemente de la fuerza o debilidad de las teorías morales a
las que se remitieron –si es que se remitieron a alguna– o con las que su comportamiento
se podría relacionar, estos seres humanos no eran en modo alguno el individuo promedio
en cuyo comportamiento se basa la filosofía experimental.
Una respuesta a la pregunta acerca de la relevancia de las investigaciones empíricas
psicológicas para las teorías morales que el autor ofrece, es que cualquier filosofía moral
850
EXPERIMENTOS Y ÉTICA: ENTRE TROLLEY - ESCENARIOS Y PRINCIPIOS
que se pueda considerar seriamente debe atender a los hechos acerca de las capacidades
humanas disponibles. Appiah pregunta de un modo retórico: “What would be the point, of
norms that human beings were psychologically incapable of obeying?” Como corresponde
a la aspiración de cualquier pregunta retórica también en este caso sólo cabe asentir. (Y
por cierto, lo mismo también sería válido en otros ámbitos, como, por ejemplo, normas
que exigiesen que los seres humanos volaran, o normas que estipulasen que todos deben
ganar por sobre el promedio, etc.) Pero yo dudo que se necesite de todo un libro para
cementar una tesis tan trivial como ésta. La relación entre las investigaciones psicológicas
y las teorías morales o la ética que la filosofía experimental aspira a fundar parece ser más
profunda, quizás incluso de una naturaleza constitutiva. El autor afirma que en la moral
deberíamos poder confiar en nuestras emociones. Sin embargo, y como es bien conocido,
éstas difieren. Appiah refiere a los “módulos” de comportamiento moral propuestos
por la psicología moral (compassion; reciprocity; hierarchy; purity; la diferenciación entre
ingroup y outgroup), que pueden estar activos simultáneamente y que, de este modo,
pueden conducir a conflictos dentro de un individuo y a diferentes acciones o intuiciones
que son consideradas como correctas por diferentes individuos. Pero a diferencia de los
psicólogos morales, Appiah afirma que es posible reflexionar acerca de la adecuación de
los módulos activos en una situación dada: “In moving from the psychologist’s concern
with naturalistic explanation to the philosopher’s concern with reasons, we move from
the issue of what sort of dispositions it might be good for us to have to the issue of what
sort of sentiments might count as moral justification. These aren’t just clashing accounts;
they are […] two perspectives” (118-19). En tanto la filosofía experimental nos lleva a
entender cómo se desarrollan nuestras capacidades morales y qué es lo que consideramos
como importante al reflexionar moralmente, ésta nos puede ayudar en la reflexión moral
al indicarnos cómo nuestros juicios e intuiciones acerca de lo que es moralmente correcto o
incorrecto dependen fuertemente de estados de cosas moralmente irrelevantes. Sin duda,
este es un resultado interesante. Pero el vínculo así propuesto entre las investigaciones
empíricas y las teorías éticas o morales no es especialmente fuerte.
Fastidioso, pero correcto, es que el autor, quien construye las argumentaciones del libro
casi exclusivamente por referencia a los hard cases investigados en los campos de la
psicología (trenes que avanzan sin conductor; casas incendiadas de las que sólo se puede
rescatar a uno de sus habitantes; grutas que sólo se pueden abandonar con vida, cuando
se dinamita al espeleólogo gordo que obstruye la salida, etc.), al final del libro reconoce
que estos casos extremos apenas nos pueden ayudar en la reflexión moral. La “quandary
ethics” –como el autor denomina la ética que se concentra en estos casos extremos– ignora
nuestra particularidad, no nos permite participar en la descripción de la situación (lo que
muchas veces es el problema moral crucial), tiende a representar el juicio moral como un
acto solitario y reduce el discurso moral a instancias de conflicto como si éste sólo fuese
un tipo de intervención clínica. La investigación de estos casos apenas nos ayudaría a
avanzar en lo que el autor considera la mayor preocupación de la filosofía moral y que él
inscribe en la larga tradición de la eudaimonia (a la que Appiah dedica el último capítulo de
su libro), es decir, en la articulación de una respuesta a la pregunta ética acerca de qué es
lo que cuenta como una vida buena: “each of us is making a life. That is the human telos:
to make a good life, to achieve eudaimonia” (203). Dos comentarios son aquí necesarios:
851
DANIEL LOEWE
Primero: es notable que el autor, quien con este libro aspira a vincular la teoría moral y las
investigaciones empíricas, no refiera a la nueva y abundante literatura de la así denominada
psicología positiva que justamente aspira a identificar qué es lo que empíricamente se
vivencia como una vida buena. Decisivo en estas investigaciones son los datos obtenidos
en el estudio empírico comparativo más extensivo jamás realizado sobre niveles de
felicidad. Basándose en encuestas realizadas a más de 118.000 individuos en 96 países,
investigadores han examinado cómo niveles relatados de bienestar se relacionan, entre
otros, con educación, participación política, ingreso, vínculos personales, y actividades
como voluntario. Algunos resultados de estas investigaciones han alcanzado amplia
popularidad (por ejemplo, que las curvas de la felicidad experimentada y de la riqueza
no avanzan de un modo paralelo, o que los niveles de infelicidad de los desempleados
involuntarios son significativamente más altos que las de los activos en el mundo laboral,
aunque existan sistemas sociales que permitan controlar la pérdida de la renta asociada
con el desempleo). Con relación a estas investigaciones sería posible señalar qué es lo que,
al menos en promedio, se considera de un modo subjetivo como una vida lograda.
Segundo: quizás hay buenas razones para esa ausencia. En el último capítulo el autor
rechaza concepciones subjetivas de la felicidad (que la definen, por ejemplo, en base a
estados de la mente o en base a la satisfacción de preferencias como estados de cosas que
se cumplen en el mundo) y en su lugar sostiene una concepción parcialmente objetiva
que incluye un aspecto normativo: “our obligations” frente a otras personas (203). Pero
si esto es así, entonces no resulta en modo alguno claro cómo su concepción objetiva de
felicidad podría ser compatible con algunas de las tesis centrales del libro. Si, como el
autor sostiene, las teorías morales efectivamente presentan un bosquejo incompleto y
falso de la moral o de la ética ¿de acuerdo a qué criterios podríamos determinar cuáles
son nuestras obligaciones, para así, en una situación particular, poder resolver cuáles son
las acciones que hacen justicia a estas obligaciones –las que se retrotraen, por ejemplo, al
modulo “reciprocity” o las que se retrotraen al modulo “purity”?
Appiah narra que su respuesta estándar a la pregunta acerca del tipo de su filosofía, con
la que sus vecinos en los aviones usualmente lo acosan, es “My philosophy […] is that
everything is more complicated than you thought” (198). En el intento de hacer un buen
sentido de las ideas sostenidas en este libro se puede confirmar el predicado de esta oración,
pero esta vez como una crítica a muchas de las tesis sostenidas por el autor.
Daniel Loewe es Doctor en Filosofía de la Eberhard Karls Universität de Tübingen (2002, summa
cum laude), y licenciado en Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile (1995). Ha
realizado estudios de Post-doctorado como investigador del CNRS en la Universidad de Oxford,
y se ha desempeñado como profesor visitante en la Universidad de New York, la Universidad de
Toronto, la Universidad Católica de Chile, la Universidad Católica de Porto Alegre, en el CSIC, y
como profesor asistente en la Universidad Tübingen. Actualmente se desempeña como profesor de
la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago de Chile, y es miembro del
Research Centre for Political Philosophy y del Interdepartmental Centre for Ethics in the Sciences and
Humanities de la Universidad Tübingen. Ha publicado numerosos artículos en revistas internacionales.
(E-mail:
[email protected]).
852