Publicitas: Comunicación y Cultura
Vol. 9 - 1 Enero – Junio (2021) 76 - 91 e-ISSN: 0719-4005
https://doi.org/10.35588/publicitas.21.9.1.4
Introducción a una semiótica del guion
Introduction to a script semiotics
Rubén Dittus
Artículo recibido: 24 de mayo 2021
Artículo Aceptado: 28 de mayo 2021
Resumen: El guion puede ser considerado cualquier texto transitorio -gráfico o escritural- que da
vida a un relato que tiene significado, dirección y
finalidad, pero que sólo es orientador para otro
texto definitivo. Este artículo presenta las bases
para el ordenamiento conceptual de una semiótica del guion audiovisual. Se reconocen un conjunto de influencias teóricas que vienen configurando hace más de cuarenta años un quehacer en
el cine, publicidad y las series de televisión, que
permiten hablar de un diseño escritural universal
con códigos creativos y estructuras específicas. En
esta reflexión se bosquejan un conjunto de teorías, prácticas y métodos del universo semiológico
y estético, que ayudan a entender el guion como
un objeto de estudio autónomo, con exigencias y
nomenclaturas propias, y que han logrado separarse de las históricas influencias de la semiótica
en los ámbitos del teatro y del cine.
Doctor en Ciencias de la Comunicación, Periodista
Profesor Investigador en la Universidad Central de Chile
[email protected]
ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-7613-1643
Abstract: The script, any transitional text -graphic
or scriptural- can give life to a narrative that has
meaning, direction and purpose, but which is
only guiding for another definitive text. This article presents the bases for the conceptual ordering
of a semiotics of the audiovisual script. A group of
theoretical influences are recognized that have
been making more than forty years a task in the cinema, publicity, and television series, that allow to
speak of a universal scriptural design with creative
codes and specific structures. In this reflection, a
set of theories, practices and methods of the semiological and aesthetic universe are outlined,
which help to understand the script as an object
of autonomous study, with its own demands and
nomenclatures, and that have managed to separate themselves from the historical influences of
semiotics in Areas of theater and cinema.
Keywords: script, semiotics, cinema, dramaturgy,
Palabras claves: guion, semiótica, cine, dramatur-
poetics, esthetic.
gia, poética, estética.
Departamento de Publicidad e Imagen de la Universidad de Santiago de Chile
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I
Introducción a una semiótica del guion
El presente trabajo sostiene que es posible fundamentar la noción de una semiótica del guion audiovisual. La verificación y validación de los principios
teóricos y metodológicos del saber semiótico son
perfectamente aplicables a la naturaleza de un escrito transitorio que, por definición, aspira a ser otra
cosa (Dittus, 2019). Las influencias provenientes de
otras áreas y campos de estudio, así lo demuestran.
Ello supone el entrenamiento en teoría y práctica
del guion tanto en los medios tradicionales (cine,
televisión, spot publicitario) como en nuevas plataformas. En todos ellos no se potencia la figura de
escritor, sino la de un “contador de buenas historias”
(Sánz-Magallón, 2007). La dramaturgia, la estética
del cine, la narratología, el psicoanálisis, el pensamiento creativo y otros “espacios” del saber permiten hablar de una semiótica del guion.
La siguiente reflexión no busca concluir acá. Tampoco acotarla territorialmente, razón por la que se
formula como un marco teórico que abarca más
realidades curriculares de Occidente (América Latina, Estados Unidos y parte de Europa, por ejemplo),
la mayoría esas ideas es expresada en manuales de
guion de diversa índole, los cuales enseñan estructura, diálogos, cómo construir personajes, adaptaciones, etc. Es en esos manuales donde se discute
y presenta la obra más emblemática y difundida de
todas: la Poética de Aristóteles. Un estudio de Carmen Sofía Brenes (2014) constata que la obra de
Aristóteles ha sido utilizada como un texto de referencia en la enseñanza técnica de la escritura de
guiones, pero que su “mala lectura” lo ha convertido
en objeto de críticas, convirtiéndolo injustamente
en un texto “rígido”. A partir de una revisión crítica
de libros sobre guion (publicados entre los años
2007 y 2012), Brenes concluye que la mayoría aborda la Poética desde un enfoque didáctico y técnico,
desaprovechando una segunda lectura de la obra:
su dimensión filosófica y sapiencial. Al respecto,
se dice: “cuando se estudió el texto del filósofo y
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citó en su contexto, hemos visto que, junto con la
orientación técnica sobre cómo construir un buen
drama, la Poética también arroja luz sobre lo que
son los dramas y qué significados tienen o puede
tener tanto para el autor y el público. Esto invita a
visitar la Poética de Aristóteles teniendo en cuenta
la contribución que implica no sólo para el proceso
creativo, que es lo que suelen hacer los manuales,
sino también para el recepción y valoración de los
trabajos realizados” (Brenes, 2014: 66). En general,
dicho estudio destaca la centralidad que los manuales revisados hacen de la acción sobre personajes que “revelan una verdad sobre la condición
humana” (Brenes, 2014: 72). En otro estudio, Brenes
(2011) postula que la Poética potencia la existencia
de una unidad dramática (un sentido), una especie
de “alma” que unifica todos los elementos del guion,
en la misma forma que se unifican en un ser vivo:
“no está constituido por la mera agregación inorgánica de estos elementos, o “descomposición”, que es
el compañero a muerte” (Brenes, 2011:109). A juicio
de la investigadora, cuando el guionista trabaja en
reescritura, necesita tener retroalimentación sobre
su trabajo con el fin de llegar a conocer lo que es el
núcleo de la historia, que el mito poético gobierna.
Otros estudios contemporáneos, como los de Peter
Szondi sobre el drama moderno (2011), dan cuenta de las particularidades de un género que nació
para ser interpretado en escena, pero que hoy en
día tiene sus máximos exponentes en sus símiles
audiovisuales. Para Szondi, el drama es una forma
específica y determinada de literatura escrita para
teatro. No comprende ni los misterios medievales ni
las historias de Shakespeare. Y puesto que la evolución del teatro mismo parte del drama, es imposible prescindir en su estudio de un término opuesto.
“El drama es una entidad absoluta. No conoce nada
fuera de sí mismo. En el drama se encuentra ausente
el dramaturgo. No interviene, sino hace cesión de
la palabra” (Szondi, 2011: 74). Se trata de un género
donde el predominio absoluto del diálogo lo convierten en retrato de la relación interpersonal y que
sólo tiene en cuenta lo que sale a relucir en ese ámbito específico, donde prima más bien una dialéc-
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Rubén Dittus
tica cerrada. La tragedia, en cambio, se basa en la
idea de sacrificio. Pero se trata de un sacrificio cuyo
objeto -el héroe- es al mismo tiempo comienzo y final. Para Szondi, se trata de un final en el sentido de
sacrificio expiatorio ofrecido a los dioses guardianes de un antiguo derecho; principio en el sentido
de acción sustitutiva en la que se anuncian nuevos
contenidos de la vida del pueblo, tal como lo plantea Walter Benjamin, en su estudio sobe el drama
barroco alemán, citado por Szondi. La relevancia del
momento dialéctico para el concepto de lo trágico
se desprende de la tragedia como obra de arte concreta, tal como es constata la Poética de Aristóteles.
En su intento de fijar la modalidad de acción que expresase del modo más apropiado el terror y la compasión, exige Aristóteles que el cambio de fortuna
no se produzca en virtud de la maldad, sino por un
error grave o por la desgracia de un héroe virtuoso
que no necesariamente esté reñida por la moralidad, sino que incluso sea viable a través de la moralidad, como el amor entre hermanos. Lo trágico -en
definitiva- no existe como esencia, sino que se constituiría en un modo específico de aniquilamiento en
ciernes. “Sólo es trágico el acabamiento de aquello
que, no debiendo perecer, deja con su ausencia una
herida irrestañable” (Szondi, 2011: 300).
Los antecedentes de la Poética y su influencia estética en la tragedia son determinantes para configurar
el principal promotor de lo que nos hemos atrevido
a denominar una “semiótica del guion”. Así entenderemos a este conjunto de teorías, prácticas y métodos del universo semiológico, que ayudan a entender el guion como un objeto de estudio autónomo,
con exigencias y nomenclaturas propias, y que han
logrado separarse de las históricas influencias de la
semiótica en los ámbitos del teatro y del cine. El sentido del guion apela a un texto que da vida a un relato que tiene significado, dirección y finalidad, pero
que sólo es orientador para otro texto definitivo. Se
trata de una experiencia narrativa -en su primera
fase- que tiene un valor estético, desde donde se
la puede leer, interpretar y enjuiciar. Está dirigida a
un pequeño grupo de lectores y técnicos (director,
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productor, montajista, actores, etc.), los que deben
someter dichos lineamientos a un diseño para una
segunda capa y definitiva. El desafío del guionista
es expresar de forma clara y más o menos detallada
el sentido de un relato coherente, verosímil y estructurado, como un texto guía que plasma una premisa
y un argumento moral. Desde la antropología, vemos en el relato del guion la capacidad de conectarnos con diversos temas de interés humano, los
que serán cristalizados en un formato audiovisual.
La magia del guion descansa allí: acciones y personajes que serán representados a través de imágenes
por la hábil determinación en el proceso de rodaje
o grabación y por la yuxtaposición de encuadres y
planos en la edición definitiva.
II
La semiótica del guion recibe influencias teóricas de
la semiótica del teatro y la semiótica del cine. Por un
lado, los orígenes del guion no son ajenos a la dramaturgia, y por lo tanto el guionista aplica de ésta
aquel conjunto de principios narrativos que buscan
establecer un clima de interés progresivo entre la
historia que se explicita y los espectadores que la
reciben (Dittus, 2015). Por otro lado, el estudio del
cine en una dimensión estética, discursiva y narrativa ha dado luces respecto a los mecanismos para
abordar semiológicamente el trabajo del guionista,
aun cuando se constatan diferencias insoslayables.
2.1. Guion y semiótica del texto
dramático
La palabra scénario (guion, en francés) viene de
scenarium (espacio escénico teatral), por lo que la
etimología genera ese primer acercamiento con las
artes escénicas. El guion, al igual que el texto teatral,
no está hecho para ser leído por un gran público,
sino que se escribe para ser representado (no se
materializa hasta que se convierte en un producto
audiovisual). Sus lectores son -en principio- el equiPublicitas Vol. 9 - 1 Enero – Junio (2021) 76 - 91 e-ISSN: 0719-4005
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Introducción a una semiótica del guion
po de realización de una película, serie de televisión o spot publicitario. Como se ha constatado, su
más universal antecedente teatral son las lecciones
de dramaturgia contenidas en la Poética: el guion
debe ser el articulador de una acción creativa única
y completa. El guion -en el cine y la televisión- es
una unidad de sentido que expresa un discurso coherente y verosímil desplegado por un conjunto de
elementos mínimos: escenas, diálogos, indicaciones, personajes, puntos de giro, bosquejos, etc. Al
igual que en el teatro, en el guion se narran conflictos humanos, los que se organizan en tiempos y espacios pactados por la nomenclatura cinematográfica. Narra personajes singulares que son capaces de
encausar luchas colectivas, entendiendo el conflicto
como la esencia del drama, como el elemento clave
de cualquier obra dramática (Robino, 2015). Es un
texto donde se hace nítida la tensión entre ficción
y realidad, pues responde al principio de configuración o representación de la realidad.
El guion, al igual que el texto teatral, se construye
según una estructura: su peculiar forma de presentación escrita. Su objetivo último es presentar con
detalle una imagen y no en atraer la atención sobre
la misma palabra. El guion participa del modo narrativo en la medida que cuenta una historia con
imágenes. El guion es, ante todo, estructura (o construcción) y técnica. Detrás del guion hay un diseño
narrativo que establece el impulso del relato de la
película o una serie de televisión, las secuencias de
las acciones, las motivaciones y desarrollos de los
personajes, así como las relaciones entre ellos. Independientemente del tipo de película o de su duración, el guion es no sólo el instrumento orientador
de la realización audiovisual sino también la herramienta constructiva de la película. Así ocurre en el
teatro: se define el orden de los diálogos, la presentación de las escenas y las acotaciones del autor
para el equipo, director y/o actores. Se nos olvida,
pero en sus inicios, ese vínculo fue aún mayor. “El
cine era prácticamente la grabación de una obra de
teatro, pues, carecía de producción tanto argumental y narrativa. Las expresiones escénicas, una cáma-
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ra fija como simulación de los ojos de un espectador
y los actores dramatizando frente a la cámara, eran
elementos que hacían del cine y el teatro una pareja
sin muchos matices” (Dittus, 2017: 196).
El guionista –al igual que el dramaturgo- trabaja en
soledad. Un cuaderno de apuntes, una máquina de
escribir o un computador son su única compañía.
Desde esa soledad pone en juego un conjunto de
recursos narrativos y dramáticos que buscan darle
sentido a una primera capa de historia. El primer
paso narrativo la línea argumental. Conocido como
en la industria del guion como story line, este puntapié inicial actúa como un primer planteamiento
que refiere la línea narrativa de la película, lugar
emergente de las tensiones fundamentales que la
relaciona con la memoria colectiva y la cultura local
y global. En la práctica, se trata de una idea (escrita
o no) que explica la inserción temática y conceptual
de la película en la cultura cinematográfica y en la
cultura por lo general, lo que es relevante para las
expectativas y la recepción del público, así como
por el grado de lo inédito y creativo que plantea una
película.
Ya en este primer gran adelanto de la historia se observan los elementos mínimos del referente. Éste,
en el texto teatral, remite a una cierta imagen del
mundo, a una cierta figura contextual de los objetos
del mundo exterior (Ubersfeld, 1989). Desde la concepción más tradicional que concibe al teatro como
una representación-traducción del texto dramático, ambos lenguajes o sistemas de signos remiten
al mismo referente. Una especie de duplicación de
sentidos entre el texto y la representación. Ello nos
permite suponer que dos conjuntos de signos, cuya
materialidad de expresión es diferente, pueden tener un mismo significado y, en consecuencia, el significante no altera el sentido. El guion operaría con
la misma lógica, una imagen primera –antecedente
formal del filme- lo suficientemente reduccionista
para cuestionar sólo la labor de encuadre del texto
audiovisual. Al igual que en el texto teatral (versus
el montaje teatral), en el guion se alteran suficientes
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rasgos de sentido para defender la tesis de que se trata -semióticamente- de un sistema autónomo, pues
nunca será equivalente a la imagen segunda, donde
el director y sus ayudantes ponen el ojo y la oreja.
Rubén Dittus
Si el referente del guion es la realidad misma, su valor
ideológico es indiscutible. Y las formas de indagar sus
formas y límites son propias de la semiótica estructuralista. Pensemos en las seis funciones de Jakobson
en teatro: emotiva, conativa, referencial, fática, metalingüística y poética (Pascual Buxó, 1978). Más o menos extrapolables al guion, el resultado es un texto
con valor altamente comunicativo. Cada detalle de
la escena descrita, cada palabra del diálogo suponen
alguna de estas funciones lingüísticas entre el guionista y el equipo de realización, que finalmente fabrica el espectáculo. Este equipo es el encargado de
recomponer la historia, en cada descripción de lugar,
acción o expresión verbal enunciada por los personajes. Es la faceta más expresiva del guion. A diferencia
del teatro, en esta fase induce al director audiovisual
a una acción posible, labor que en la puesta en escena teatral la tiene el espectador.
Las estructuras profundas de la ideología teatral son
obtenidas a partir de numerosos métodos que tienen como elemento común el análisis del discurso.
Para la semiótica, esta amplitud conceptual es vista
como un campo de posibilidades, pues el sentido
puede ser rastreado transversalmente, diseccionando la organización interna de las ideologías, los valores, las estructuras sociales, las prácticas cotidianas y la forma en que se reproducen. No se debe
olvidar que un texto no se agota con una sola lectura, y todas ellas están condicionadas por los contextos históricos y culturales en los que se consume.
Además, todo texto puede ser entendido en término de relato y de discurso simultáneamente, por lo
que es posible orientar el análisis hacia los aspectos
puramente discursivos, atendiéndose a lo que A. J.
Greimas definió como la investidura semántica de
80
cada discurso: las figuras sémicas (Greimas, 1987).
Se trata de elementos operacionales que remiten a
las estructuras profundas de la significación.
La teoría semiótica propuesta por Greimas ha sido
uno de los modelos más usados para explicitar las
condiciones de producción de aprehensión del sentido que se manifiesta en la textualidad teatral. El
punto de partida fueron los estudios llevados a cabo
por Vladimir Propp (1985) y Claude Levi-Strauss
(1987) sobre textos folklóricos y relatos míticos, respectivamente. La semiótica de Greimas vio en esos
trabajos una confirmación de la hipótesis según la
cual existen formas universales de organización narrativa, convirtiéndose en un modelo útil para comprender la estructura de todos los discursos narrativos. Gracias a esta regularidad pudo establecerse un
esquema narrativo canónico a través del cual se interpreta todo discurso narrativo como la búsqueda
de una acción que tuviera un sentido en el orden social: una calificación, una búsqueda, una retribución,
un castigo (Courtés, 1980). Lo mismo ocurre tras el
reconocimiento de los actantes en la historia, pues
junto a la historia del héroe aparece un traidor que
desarrolla el sentido opuesto pero que confirma el
valor del mismo objeto de búsqueda. Para Greimas,
la estructura actancial aparece cada vez más como
susceptible de explicar la organización de lo imaginario humano, y en cuya proyección se observan
universos colectivos e individuales (Greimas, 1989).
El concepto de estructura, postulado implícito en
todo el razonamiento greimasiano, supone la existencia de una red relacional de tipo paradigmático
sobreentendida en los actantes, tal como aparecen
en los enunciados narrativos, tal como si existiera
una estructura elemental que simplificara las relaciones humanas en conjuntos de semas, representando no sólo un modelo adecuado para medir las
fuerzas en punga en el relato del guion, sino como
herramienta que alimenta la creación de nuevas historias que son llevadas a la pantalla.
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2.2.
Guion y semiótica del cine
Introducción a una semiótica del guion
Cualquier alusión a una semiótica del cine nos lleva
necesariamente a los escritos de Christian Metz. Se
debe recordar que para Metz el cine es un lenguaje –no una lengua- por lo que toda su propuesta
metodológica enfatiza la relación y diferencias que
tiene con el lenguaje verbal (Metz, 2002). La tesis es
ya conocida: el cine no se comprende en un análisis
de sus partes, por cuanto es en sí mismo una gran
sintagmática. En los análisis fílmicos más emblemáticos efectuados por investigaciones académicas,
los criterios semióticos son muy generales, de tal
forma que la delimitación entre un segmento y otro
se rige por la particularidad y pretensión del estudio
o por el tipo de filme a analizar. Entre esas partes se
observan el plano o la sucesión de planos, junto con
la descripción de la imagen y la transcripción y/o resumen de los diálogos. Esta segmentación se basa
en la relación que naturalmente el espectador hace
entre una sucesión de planos y una unidad narrativa, comparable a la escena del teatro. Se trata de
grandes bloques narrativos que son fácilmente verbalizados no sólo por el analista sino por cualquier
observador cinematográfico. El criterio de delimitación utilizado es la noción de sintagma empleado por Metz, y que define aquella unidad narrativa
compuesta por un conjunto de planos, cuya clasificación va desde el gran sintagma (todo el film), hasta los diferentes grupos sintagmáticos que componen el producto audiovisual.
La unidad narrativa que la semiótica reconoce en
un filme es el fragmento que no se ve interrumpido
por un cambio mayor en el curso de la intriga, ni por
un signo de puntuación, ni por el paso a otro tipo
sintagma. Son incluidas como parte de un mismo
fragmento aquellas unidades de acción mínimas
que están separadas por cambios menores en la intriga, sin que sean consideradas grandes episodios
narrativos, es decir, aquellos que permiten contar el
filme de una manera precisa y en pocas frases. Estas
unidades son comprendidas del mismo modo en su
versión escrita preliminar: el guion.
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De hecho, el análisis fílmico más común es aquel que
segmenta la película en découpages analíticos, los
que se expresan en sintagma (plano autónomo, secuencia o escena), lugar, personaje, música, acción y
diálogos; los que son completados por el analista a
medida que va completando el visionado del texto
audiovisual. Hay que recordar que, independiente de
la elección y extensión del fragmento fílmico, un análisis semiótico refleja siempre una relación entre el espectador y el filme, y en absoluto una reducción, del
tipo que sea (Bellour, 1980). Podemos deducir de este
criterio que la rigurosidad de un estudio fílmico plano
por plano no sólo es innecesaria, sino que puede llegar a ser perjudicial para el resultado de una reflexión
sobre el sentido de un filme. Como plantea Barthes
(1993), no existe una máquina para leer el sentido;
hay, ciertamente, máquinas para traducir, pero éstas
no tienen ningún poder sobre la comprensión de los
sentidos segundos de un texto (en un nivel connotativo o asociativo). La interacción comunicacional no
sólo incluye los diálogos o las acciones, sino que también parámetros específicamente fílmicos: la escala y
la extensión de los planos, la presencia del emisor en
la imagen, la lógica del montaje y la relación entre el
sonido y la imagen.
Una particularidad de la semiótica del cine surge a
propósito de la decisión visual del director. Un encuadre determinado es también una expresión visual de la instancia narrativa y de la enunciación. No
es accidental para un realizador preferir en algunas
escenas tal o cual posición de la cámara, forzando
con ello el punto de vista de un observador. Estos
criterios estéticos, sin embargo, no siempre van en
sintonía con la estructura dramática, las que, por lo
demás, no están presentes en el guion. Insistir en
una semiótica específica de los planos y sus características formales (tamaño, eje, iluminación, profundidad de campo, longitud, fijeza o movilidad)
podría ser contraproducente, pues como se deduce
de los estudios de David Bordwell (1981), en reiteradas ocasiones se evidencia el trabajo autónomo
de la cámara con respecto al relato o de la posición
discursiva de los personajes.
PC
Rubén Dittus
Otro aspecto que es propio de la semiótica del cine
es el sonido. El guion literario presenta, por lo general, pequeñas alusiones al sonido, salvo que se trate
de un elemento que genere una acción dramática,
como una canción o un ruido ambiente. Existe, sin
embargo, el sonido subyacente. Chion (2011) dice
que los elementos sonoros de un filme se distribuyen durante la precepción del espectador, sin que
éste los perciba como tales. Al contrario, dice, aquél
los descompone distribuyendo voces, ruidos y música en diferentes zonas de lo visual. Los sonidos del
filme son incluidos como parte del todo, como una
yuxtaposición de elementos que coexisten con el
resto de la estructura. Se trata de un elemento que
se aleja de los formatos de guiones que conocemos.
Incluso, la incorporación de la partitura de una pieza musical al guion mismo, respondería a un forzado ejercicio de traductibilidad.
Como se puede observar, en la actualidad la semiótica del cine es de gran utilidad para aplicar la
construcción y de-construcción de una película, un
fragmento e, incluso, el discurso autoral (o visión de
mundo) de un director a partir de su filmografía. El
des-ensamblaje y la asociación de elementos en el
texto cinematográfico permiten develar el sentido
oculto de un todo significante, complementado por
un conjunto de instrumentos y técnicas: análisis de
la imagen, análisis del texto, análisis enunciativo-argumentativo, análisis del discurso, análisis estético,
análisis sonoro, cine y psicoanálisis, etc.). La discusión teórica, sin embargo, parece tener una sentencia: se debe leer el filme en sí mismo, no su simulacro ni su transcripción (Aumont y Michel, 1990).
Podríamos agregar, “tampoco su guion”. A diferencia de la obra de teatro, el cine no tiene un original
fílmico, ya que el guion actuaría más bien como su
original narrativo, pues resiste una sola reproducción, no varias películas. Ni siquiera es un simulacro,
por los cambios que surgen en las etapas de realización posteriores al escrito. Ello determina la única
y gran diferencia con lo que hemos denominado la
semiótica del guion. No se puede trasladar la narrativa del guion en su producto audiovisual, por las
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marcas estéticas y de enunciación que son resorte
del equipo de realización, los que quedan circunscritos a una poética del cine.
Lo anterior confirma la principal preocupación que
tenía Metz, en los inicios de la semiótica del cine,
cuando afirmaba que la disciplina corría el riesgo
de centrarse más en la sintagmática que en la paradigmática. Su argumento era que el plano no es
comparable con la palabra de un léxico: “Más bien
se asemejaría a un enunciado completo (una o varias frases), por ser ya el resultado de una combinación en gran medida libre, de un ensamblaje que
depende del habla, mientras que la palabra es un
sintagma pre-impuesto por el código, un sintagma
vertical” (Metz, 2002: 123). En efecto, cuando en los
talleres de guion se “compara” el guion con la película, las diferencias interpretativas están a la vista.
De ahí que la semiótica del cine sea, en palabras de
Metz, un estudio fílmico que se ve obligado a ponerse más del lado del espectador que del cineasta.
III
Los elementos requeridos para configurar una semiótica del guion se encuentra en los propios manuales (y anti-manuales) de guion. El origen de dicha institucionalización narrativa se debe a la forma
en que el cine clásico de Hollywood de los años cuarenta legitima sus prácticas y modos. La industria
adopta un formato estándar que rige hasta la actualidad. De hecho, la historia del cine en Occidente
da cuenta de ese mainstream narrativo, generando
formas de escritura más o menos rígidas, con diálogos explícitos y descripciones de cada escena que
dan cuenta de una especie de “lector modelo” –en
términos de Umberto Eco (1987)-, capaz de seguir
las indicaciones y estrategias de lectura propuestas
(Aranda y otros, 2016). Si bien, ese concepto del lector ideal colaborador está condicionado por el lugar
y las características específicas del mercado audiovisual, hay patrones comunes que se han instalado
como un lenguaje propio en el texto del guion. Es
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esa realidad la que ha extendido con fuerza la venta
de manuales, talleres y seminarios que enseñan un
“modelo es lector y de espectador”. La razón es que
no se escribe acerca del guion sólo para entenderlo,
sino también para practicarlo. En aquellos, se repiten conceptos como tema, trama, estructura, premisa, story line, adaptación, conflicto, punto de giro,
personaje, diálogo o cierre narrativo.
En lo que a tramas se refiere, los modelos son parecidos. Por ejemplo, Sánchez-Escalonilla (2016) identifica tres niveles de conflicto: interno, de relación
y básico. Cada uno de éstos, a su vez, genera diferentes historias resultantes, con sus respectivas estructuras de guion (o tramas): historia interior (arco
de transformación), historia de relación (subtrama)
e historia física (trama de acción). En cualquiera de
estos modelos de trama, el guionista habitualmente
se ajusta a escenas que siguen una lógica de causa y efecto, a la existencia de un protagonista que
tiene un adversario que se opone a sus deseos y
necesidades, a la necesidad de una crisis que luego será remontada, y terminar con una resolución o
un nuevo conflicto. Pertenecen a la descripción que
hizo en 1820 el dramaturgo parisino Eugéne Scribe
sobre una obra bien hecha. Los trabajos de Scribe
“se convirtieron en la primera fórmula de éxito”
(Tubau, 2011: 14), antecesoras de la actual dramaturgia cinematográfica y cuya obra emblemática es
Screenplay, the fundations of scrrenwriting, de Syd
Field (1979). Desde los años cincuenta los guiones
de Hollywood han estado obsesionados por la estructura, y sigue enseñando a otros estructuralistas
del guion. La noción de estructura es reafirmada en
creaciones y análisis de este tipo, pues desde sus
orígenes el cine es considerado como una producción significante en cuya estructura se devela un
sentido subyacente. La teoría del drama, por ejemplo, reconoce modelos generativos de historias que
producen estructuras narrativas a través de una
combinación limitada de elementos. El caso más
conocido es el estudio de George Polti (1923) -que
se adelanta a los trabajos estructuralistas de Vladimir Propp, Ëtienne Soriau y Algirdas Greimas, todos
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éstos aplicados al teatro- que identifica 36 situaciones dramáticas como una serie de constantes en la
diversidad de intrigas de cualquier relato. La revista
francesa Synopsis, especializada en guion, publicó
durante un tiempo “lecturas aplicadas” de la situaciones dramáticas con gran interés por parte de los
guionistas.
En los años noventa, el analista de guiones Christopher Vogler decidió aplicar las ideas de Joseph
Campbell sobre el “modelo del monomito”, pero en
el cine hollywoodense. El análisis de los mitos de
Campbell constató que la estructura del relato se organiza a partir de las decisiones que el protagonista
plasma en un viaje (espacial o interior) que lo obliga
a abandonar su entorno cotidiano para embarcarse
en una empresa que lo conduce a un mundo extraño y lleno de desafíos (Campbell, 1991). La conexión
del autor con la psicología jungiana del inconsciente colectivo fue clave para incorporar el listado de
los arquetipos al modelo. La adaptación realizada
por Vogler circuló en los estudios Disney en un informe de siete páginas llamado “Guía práctica sobre
el poder del mito”, que años más tarde serviría de
base para el libro El viaje del escritor (Vogler, 2002).
En ese texto, Vogler ofrece un esquema del llamado
viaje del héroe que, en su opinión, se puede aplicar
a cualquier narración, incluidos los guiones de Hollywood. Se sintetiza en doce estadios principales:
(1) el mundo ordinario, (2) la llamada de la aventura,
(3) el rechazo de la llamada, (4) el encuentro con el
mentor, (5) la travesía del primer umbral, (6) pruebas, aliados y enemigos, (7) la aproximación a la caverna más profunda, (8) la odisea, (9) la recompensa,
(10) el camino de regreso, (11) la resurrección, y (12)
el retorno con el elixir. Se trata, hasta el momento,
del modelo creativo más difundido para guionistas,
que sigue ganando partidarios (y detractores), por
la simplificación que supone del trabajo narrativo.
Al respecto, es preciso señalar que hay un punto
de inflexión entre quienes no ven con buenos ojos
la presencia cada vez más formal del guion en los
procesos de producción cinematográfica. Calificaré
PC
Rubén Dittus
a este grupo de realizadores e intelectuales como
anti-normativos o como representantes de una
teoría crítica del guion, sólo para facilitar la denominación discursiva. Ser anti-normativo significa
estar en contra de la teoría del conflicto central y
del modelo aristotélico como único posible. Representa una postura anti-imperialista (literalmente
hablando), pues se reconoce en la industria norteamericana la responsable de la imposición de ciertas
reglas y formatos que estarían homogeneizando la
percepción del denominado séptimo arte. Para los
anti-normativos, lo medular es la experiencia cinematográfica, no es el relato en sí mismo. Este debate no es menor, pues establece un nuevo criterio
diferenciador en la etapa de la creación. Mientras el
guionista se imagina la película, el director la hace.
Cualquiera sea el caso, esta diferencia es más semiótica que procedimental.
La teoría crítica del guion tiene –en la práctica cinematográfica- varios adeptos. Alejados de los
criterios comerciales, algunos como Raúl Ruiz o
Andréi Tarkovski trabajan la historia oculta y el filme secreto desde un lugar íntimo: el enigma, configurando la esencia de la obra de arte. Como toda
historia escondida, presenta una ficción al interior
de otra ficción. Es otra película en el mismo filme,
que flexibiliza los parámetros narrativos en pos de
los lineamientos visuales y sonoros. Como un relato
laberíntico, las películas emergen como una multiplicidad de ficciones fragmentadas, fracturadas e
incongruentes, como la vida misma, pero siempre
alejadas de lo que representa la dictadura de la narración en tres actos, impuesta tal como la conocemos hoy en día. Ello representa una fórmula que
busca sobrepasar y desplazar el guion de todas las
maneras posibles, más bien definidos por fórmulas dramáticas que se han impuesto como ley en el
cine. El problema es que querámoslo o no, cuando
algo se repite nace una estructura (Tubau, 2011),
incluso si no se repite (en este caso sería estructura abierta). Ayer y hoy, el cine independiente es el
que se ha atrevido a formular dudas sobre el canon,
cuyos formatos narrativos abrazan otras corrientes
84
o experimenten otros caminos creativos. Jean-Luc
Godard (cuyos guiones se redactaban en una única
hoja) o John Cassavetes (que experimentó películas
improvisadas y sin dramaturgia alguna), son algunos de los más conocidos exponentes.
Un caso a destacar, que sirve como antecedente,
es el trabajo del cineasta chileno Cristian Sánchez.
Los análisis hechos a su obra coinciden que es un
cine lateral o nómada. Alternativo al modelo americano, las películas de Sánchez bordean las estructuras dramáticas clásicas de construcción narrativa,
buscando puntos en común que “rápidamente se
descarrían, se van por las ramas, desconcertando al
espectador” (Torres y Perucca, 2015). Este aparente
desvío sirve para mostrar otros aspectos de la vida
de sus personajes, que no podrían estar en la trama
principal de la película, pero que merecen registro.
Sus personajes se mueven por la inmediatez y la
frustración, carentes de cariño, faltos de amor, incompletos que finalmente establecen una relación
de dominación entre uno y el otro, como si quisieran fusionarse. En contraposición al modelo clásico
hollywoodense, los personajes de Sánchez carecen
de voluntad en cumplir las metas que se proponen.
Ellos optan por un camino lateral, en el cual se transforman en nómadas, viviendo en distintas casas y
pensiones, con actividades laborales fluctuantes,
ya que Sánchez se interesa por la simultaneidad de
mundos en sus relatos, exhibiendo “cruces sociales
entre sectores marginales inmersos en la violencia y
el delito, clases medias intelectualmente anémicas,
y sectores altos de la sociedad faltos de vida y decadentes” (Ruffinelli, 2007).
Otro chileno, Raúl Ruiz –por su doble rol como realizador y teórico- quizás sea quien mejor represente
esa lucha anti-normativa. Reiteró en varias de sus
entrevistas (Ruiz, 2013b) que el guion no es de cemento, sino más bien una ficción, es una hipótesis
mental momentáneamente útil. Desde el momento
que deja de ser útil se reemplaza por otra ficción. La
ficción del guion es la manera que tenemos de contarnos una película en un momento dado, sabiendo
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Introducción a una semiótica del guion
que esa fase puede transformarse. Contrario al aristotelismo hegemónico, el realizador escribe de la
esta manera su crítica al modelo: “Con Benoit hemos
trabajado mucho en guiones (…) Muchas veces hemos discutido algunos problemas de esto que puede ser la extraña manera que tiene el cine de encarnar las narraciones. Y esta curiosa dictadura que se
ha ido instalando poco a poco, sin necesidad de un
golpe de estado, que es la dictadura de la narración
en tres actos, impuesta tal como la conocemos hoy
día. No siempre ha sido así. La narración en tres actos –en los mejores tiempos de cine americano- fue
usada de una manera muy libre y ahora está siendo
usada de otra manera (…) Por mi parte tengo una
tendencia a tomar el guion y filmar todo lo que no
es el guion, que es como trabajan los músicos orientales, que tienen una partitura pero la partitura fija
los límites de la música. Ellos tocan todo, menos la
partitura” (Ruiz, 2003: 82).
En efecto, Ruiz pone en cuestión la teoría del conflicto central. Con los años, el modelo se presenta
con cierta hegemonía en las escuelas de cine, convirtiéndose en un imperativo para las nuevas generaciones de realizadores (Ruiz, 2013a). Lo que se
percibía como un método, de pronto se transforma
en una especie de evidencia para el cine. Como señala Benoit Peeters en su reflexión con Ruiz, el modelo está siendo criticado desde un punto de vista
estético: “el paradigma narrativo generaría aburrimiento, una cierta banalidad, un empobrecimiento
del lenguaje” (Ruiz, 2003: 83). Se trata de una norma
que se contrapone con la esencia misma de su concepción cinematográfica, entendida como conjunto de planos que está ordenado de una manera y
no de otra. Por eso para Ruiz el guion puede ser la
última etapa de la película. Eso significa que no se
deja de rodar nunca durante el montaje. Se puede
ir transformando el relato sin ningún tipo de vergüenza. El guion no es de cemento -dice-, es una
ficción, es una hipótesis mental momentáneamente
útil. Desde el momento que deja de ser útil se reemplaza por otra ficción por los nuevos sentidos que
genera la experiencia cinematográfica. Como acota
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Cristian Sánchez (2011: 109), la tesis de Ruiz postula una especie de juego combinatorio donde se
instala el síndrome del guion múltiple, a partir de la
escritura de muchos guiones que se van mezclando. Su trabajo se resume en tres técnicas de trabajo:
juego combinatorio, también llamado síndrome del
guion múltiple (“escribo muchos guiones y los voy
mezclando”), la estrategia de filmar todo lo que está
fuera del guion (“que es como trabajan los músicos
orientales, que tienen una partitura (…) ellos tocan
todo menos la partitura”) y la existencia del filme secreto o el enigma (“la historia escondida, otra película en el mismo filme”), como se observa en el final
de Tres vidas y una sola muerte, donde se muestra
que la historia oculta se centra en el personaje de
Mastroianni, que había sufrido abusos cuando niño.
Andréi Tarkovski, por su parte, plantea la imposibilidad de transcribir una imagen fílmica con palabras.
El destacado director ruso –conocido por no acatar
los dogmas culturales de su tiempo y no abandonar la esencia misma de una película como obra de
arte- señala que los guionistas no existen. La razón
es una: lo ideal es que sea el director quien escriba.
“El auténtico cine se piensa de principio a fin”, dice
Tarkovski (2011: 84), alejando cualquier posibilidad
de que el guion sea literatura, dejándolo sólo como
el fundamento de la idea, algo propio del director.
“No me imagino cómo se puede filmar una película
con el guion de otro”, se pregunta el director ruso
(Tarkosvski, 2011: 85), quien añade: “Creo que si un
director rueda una película basándose por completo en un guion ajeno, inevitablemente se convierte
en un ilustrador (…) No obstante, y cada vez más
a menudo, el guionista está obligado a trabajar en
una posición intermedia”.
La tesis de Tarkovski es crítica del guion por dos razones: primero, porque define el trabajo creativo de la
realización audiovisual como un solo camino, y por
lo tanto, con una sola mirada, “que no se deforme
ni se estreche, sino que se desarrolle orgánicamente”, dice (Tarkovski, 2011); y segundo, porque con
ese criterio estético, el guion se aleja de cualquier
pretensión para considerarlo un género literario in-
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Rubén Dittus
dependiente. La incomprensión de la especificidad
del cine, es otro de los riesgos de un guionista no
director. La colaboración entre escritor y realizador
sería la clave para contener el desarrollo de esa distancia narrativa.
¿Cuál es la clave del guion, entonces, para Tarkovski? Que aquél responda a las exigencias de unidad
de tiempo, lugar y acción, según el principio clásico. Con ello, el director ruso se aleja de lo que en algún momento abrazó como parte de su protocolo
creativo: explotar al máximo las infinitas posibilidades del montaje. “Ahora prefiero que el montaje no
implique saltos temporales. Quiero que el tiempo
y su fluir se manifiesten y estén presentes dentro
del plano, y que el montaje sea una continuación
de la acción y nada más, que no conlleve una interrupción temporal, que no cumpla la función de
selección y organización dramatúrgica del tiempo” (Tarkosvski, 2011: 90-91). Según Tarkovski, en
el guion no debe primar la lógica de una historia
sino más bien el desarrollo de los sentimientos y
cuando éstos toman vida a través de un sistema de
pensamiento que el director somete a juicio de los
espectadores, haciéndolos partícipes de acciones,
alejadas de prejuicios y lugares comunes. Es la razón por la que el guion comienza en el momento
en que, en la mirada interior del cineasta, surge la
imagen de esa película: el tesoro más preciado de
todo el trabajo creativo. En su libro Esculpir en el
tiempo (Tarkovski, 1991) -una verdadera declaración de principios de lo que es hacer cine- delinea
aquellos recursos que sirven para asegurar originalidad al guion, siempre advirtiendo que éste nunca
escapa de los límites de la propia autobiografía, del
valor literario exigido al texto, de las diferencias entre cine y teatro, de la importancia del trabajo en
equipo y de las limitaciones que genera la adscripción a algún género cinematográfico.
Otros expertos han mostrado su rechazo a las normas de un modo más duro. Es el caso de Elliot Grove, quien se opone categóricamente a los modelos
y paradigmas. Para este autor no hay reglas ya que
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éstas son sólo intentos hechos por otros para explicar un hecho con ejemplos que ellos mismos escogen. Así, Grove pone énfasis en que un guionista
debe ser capaz de trascender esas reglas y desarrollar un estilo propio y único de escritura (Grove,
2009). Linda Aronson compara los diversos métodos para escribir guiones con la distinción que hace
el experto en creatividad Edward de Bono entre
pensamiento vertical y lateral (López Pérez, 2013).
El pensamiento vertical recorre de manera ordenada caminos ya conocidos, avanzando en línea recta
y sin desviarse; el pensamiento lateral, en cambio,
maneja diversos estímulos, los mezcla y obtiene resultados inesperados. El problema del primero es
que toma en cuenta reglas aprendidas y las repite de manera acrítica. Para Daniel Tubau (2011), es
lo que sucede cuando un guionista intenta aplicar
sea como sea las estructuras recomendadas en los
manuales y cursos de guion. Cuando nos dejamos
llevar por el entusiasmo narrativo lo más frecuente
es que repitamos, casi siempre sin darnos cuenta,
algo que ya hemos escrito (Truby, 2007).
El debate entre los normativos y quienes defienden
la teoría crítica del guion no es menor, toda vez que
cada una busca imponer una mirada discursiva respecto a la construcción del acto cinematográfico,
una necesaria para lograr la ansiada conexión con
una audiencia programada por los tres actos, y la
otra, que busca desligarse de cualquier gesto a la
industria o imponiendo la libertad de la creación.
En lo que hay acuerdo es en acto inicial. Independiente del proceso creativo, como escritor de imágenes, lo primero que el guionista tiene en su cabeza es caos (Sánchez-Escalonilla, 2014). La génesis
de la historia supone por lo tanto dotar de sentido
un vacío escritural, no así motivacional. No hay fórmulas mágicas para encontrar ideas o personajes.
Observación y curiosidad son los consejos que se
repiten. Tomar nota de episodios autobiográficos,
es otra buena salida. Adaptar una novela, un cuento o un texto teatral se ha impuesto con fuerza. Es el
tema. Cualquiera sea el puntapié inicial, lo primero
que el guionista debe saber es que la minimización
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Introducción a una semiótica del guion
del caos requiere encuadrar la realidad. En él, un
nuevo sentido ha nacido. Tras la idea, se pide narrar
con imágenes. En dicho simulacro las exigencias
aumentan. Las palabras empleadas deben tener
dinamismo visual. Se dice que, en cine y televisión,
los personajes son por lo que hacen y no por lo que
dicen. Dejar la literatura supone para el guionista,
un esfuerzo especial, especialmente porque exige
abandonar la condición que inicialmente tentó al
cine como teatro filmado. Como escritura de paso
o borrador, el guion plasma en el papel (o la pantalla) la imaginación de un escritor que tiene el motor de la futura obra audiovisual: la premisa, pero
siempre circunscrita a tiempo y espacio. En ello, la
semiótica del cine sostiene las bases de la estructura del guion, pues es un relato que se escribe en
un lenguaje verbal o icónico (véase el recurso del
story board) que articula tiempo y espacio, en los
términos que explicita Gilles Deleuze (1984, 1986).
La diferencia sustancial en cada uno de los lenguajes comentados –cine y guion- está en la premisa.
La premisa es la razón moral para escribir. Representa el verdadero “yo interior” del guionista. Supone liberar esa fuerza contenida, ese complejo
solapado, aquel secreto oculto o aquel capricho de
toda la vida. Los profesores de guion son insistentes en esto: sin premisa no hay historia. La forma
que adquirirá es el tercer desafío del escritor. La
arquitectura interna de una ficción audiovisual le
exige, en breves líneas, soltar la premisa. Es un acto
semiótico interior. Obliga al guionista a darle forma a una imagen difusa. En él, asume una postura
o adhiere una tesis. Lo hace a través de uno o varios
personajes y uno o varios conflictos. Para la perspectiva más normativa, el story line es la mínima
expresión del conflicto, el que será ampliado en la
escritura de las escenas dialogadas. Se trata de un
párrafo de cinco a siete líneas (escritas o mentales)
donde se articula el conflicto matriz y su resolución,
plasmando -de algún modo- las orientaciones (o
contradicciones) discursivas del autor.
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IV
Escapa a la reflexión de este trabajo aquellos aspectos menos estudiados del guion, como lo son el
storyboard o las formas del relato oriental, pero que
alimentan nuevos estudios semióticos al respecto.
Un storyboard es un conjunto de ilustraciones mostradas en secuencia con el objetivo de servir de guía
para entender una historia, previsualizar una animación o seguir la estructura de una película antes
de su realización. En teoría, supone –junto al guion
literario- el complemento visual que se acerca a la
noción de simulacro fílmico. Se trata de un planteamiento audiovisual desde el punto de vista del
efecto perceptivo y las artes conceptuales para la
visualización de espacios, objetos y seres, en tanto
que caracterización semántica-sintáctica-pragmática. Los alcances narrativos son más bien acotados,
pero aportan a la práctica semiótica en la medida
“retienen” las libertades creativas del equipo de filmación, reduciendo el caos interpretativo desde la
indexicalidad. Se podría, por ejemplo, describir la
lectura del storyboard desde la tesis de que se interpretan fragmentos de textos e imágenes que se
asocian a otros fragmentos diseminados en el mismo texto y en otros textos ya percibidos atesorados
en la memoria histórica del realizador, los que remiten a una estructuración cognitiva previa.
Por otro lado, en Oriente, las corrientes filosóficas
que han influenciado a sus religiones tienen un
concepto diferente del cosmos. No existe bien o
mal, únicamente visiones opuestas de la realidad,
situación que ha repercutido en la forma en que
se narran las historias. A diferencia de la narrativa
occidental, que necesita del choque violento entre
dos opuestos a lo largo de tres o cinco actos para
generar una historia, el Kishōtenketsu o “arte de la
narración contemplativa”, parte de la observación
del universo como realidad, de entender cómo es
y aceptarlo tal cual. Teniendo su origen en la poesía china y coreana (y exportada a Japón), y cierta
influencia budista, la estructura se compone de
cuatro actos en los que se narran dos hitos que en
apariencia no tienen relación, pero la suma de am-
PC
Rubén Dittus
88
bos forma un todo que los trasciende. Los sucesos
del primer, segundo y tercer acto no tienen que enfrentarse entre sí. Pueden mantenerse separados.
Aunque el cuarto acto unifica la obra, no representa
la violencia sobre los tres primeros, sino que sólo extrae una conclusión a partir de su yuxtaposición. Las
categorías greimascianas de intencionalidad, objeto
de deseo, y en la redefinición posterior de Greimas
(1987) de disyunción/ conjunción entre un sujeto y
un objeto, no tienen sentido. Este modelo narrativo
es muy común en géneros como el cómic japonés
(manga) o animación japonesa (animé), que tiene
gran cantidad de adeptos en Occidente. Como señala Rafael del Villar (2001), en el resultado de una
de sus investigaciones sobre percepción juvenil del
animé, hay ausencia de intencionalidad individual
en los personajes, pues no tienen un motivo o intencionalidad en sí mismo, sino una que es dependiente de varios orígenes o causas, siendo fractales
o complejos. Se observa, además, una inestabilidad
en los roles, por la concepción budista de la circularidad. El proceso identificatorio no es el “yo”, sino el
“ello”, a través de la descripción de acontecimientos
de cualquier duración: el héroe vive una o muchas
vidas, es decir, nacen, mueren y renacen, estirando
las posibilidades narrativas que conocemos en Occidente. “El observador se encuentra ante fuerzas
que toman diferentes configuraciones en función
de un equilibrio (…) una correlación entre el mundo
interior y el mundo exterior. La interioridad no está
en lucha con el mundo externo, sino que se construye en una equivalencia con lo externo” (Del Villar,
2001: 93). Los personajes toman diversas formas
existiendo una equivalencia entre mente -cuerpo, y
medio- ambiente; y el binomio bueno/malo no se
aplica. En el estudio citado, todos los adherentes a la
japoanimación que fueron observados reconocen a
cada uno de los personajes, valoran la complejidad
de las historias y la inestabilidad de los personajes.
Dicho modelo se emplea actualmente en poesía,
ensayo, narrativa y videojuegos. Estas diferencias
surgen, al parecer, por una obsesión nuestra por
encontrar una estructura universal y a una mala interpretación de la Poética de Aristóteles por varios
expertos, como ya lo indicamos anteriormente, que
no es sino resultado de una apresurada lectura del
autor griego.
El renombrado profesor español de guiones, Daniel
Tubau, desarrolla su tesis de que otro guion es posible (Tubau, 2011). Nos dice que en el terreno de
la formación de guionistas y los manuales de guion
se puede hacer una investigación comparando los
ejemplos de películas empleados por los autores,
como una forma de revelar sus argumentos metodológicos Si se comparan manuales más conocidos
de la teoría del guion con aquellos pensadores más
innovadores, hay diferencias llamativas. Según Tubau, en estos últimos se observa una mayor presencia de películas no anglosajonas, mayor presencia
de clásicos de Hollywood y de los años sesenta y
menos éxitos del momento. Lo que no está estudiado es si en las aulas universitarias y talleres independientes esas nuevas estructuras narrativas tienen el
mismo nivel de influencia. Las convenciones ideológicas son difíciles de extirpar (incluso las más monótonas), sobre todo si no hay razones poderosas
que justifiquen su término. La decadencia y renacimiento de la televisión en Estados Unidos ha sido
la principal industria que sigue apostando por modelos narrativos y estéticos probados, pero con un
número cada vez mayor de guiones alternativos. La
razón: el reinado de cadenas por pago. Mientras en
la televisión convencional y abierta los guionistas
tienen que arreglárselas para que en la pausa a publicidad los espectadores no pasen a otro canal (lo
que ha llevado a la televisión a adoptar paradigmas
simples del bien y el mal), en las programaciones
de Netflix, Amazon Prime o Disney Plus los contenidos emitidos están libres de censura y sus propuestas narrativas son más arriesgadas. Según Tubau
(2011), estas cadenas han logrado que sus suscriptores miren sus series como si estuvieran en el cine,
pues se someten a estructuras “no convencionales”,
rechazan el mecanismo rígido en la relación causa/
efecto y no dependen de las directrices de los anunciantes. Caso aparte son las posibilidades narrativas
que ofrece el mundo digital. Sólo centrándonos en
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Introducción a una semiótica del guion
los videojuegos, se observa la particularidad de un
usuario que sólo busca participar, actuando como
un explorador. Lo que sabemos es que carecen de
concentración narrativa y la historia no avanza de
manera secuencial (de principio a fin). El participante tiene libre albedrío, ya que puede influye en el
desarrollo de la aventura. Descubrir, investigar, recorrer los mundos virtuales es uno de los mayores
placeres en los videojuegos, por lo que los desafíos
para las escuelas de guion son inmensas y apenas
han comenzado a ser exploradas. Se trata de una expresión audiovisual que debe definir su propio lenguaje narrativo, como lo hizo el cine en sus orígenes, intentando separarse de la literatura y el teatro.
Dichas particularidades hablan del complejo, pero
común, proceso creativo. Los guionistas de hoy no
solo escriben historias para la gran o pequeña pantalla, sino que tienen la tarea de crear mundos posibles capaces de involucrar al público para que viva
de la mano de los personajes creados experiencias
que hagan que ese mundo posible sea parte del
mundo real de cada espectador.
Tanto el desarrollo de estudios sobre las series de
TV, el spot publicitario, el dibujo secuencial, a manera de historieta o fotonovelas (para comprender sus
alcances y/o su funcionalidad) y la incorporación
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no sólo confirmarían una estrechez procedimental
para los teóricos y guionistas de la industria audiovisual, sino que suponen un desafío para disciplinas como la semiótica y la estética, encargadas de
poner en perspectiva los avances en la forma en
que opera el sentido y valor artístico de los grandes
relatos y cómo éstos son llevados a la gran pantalla.
Podríamos estar en presencia de “una ruptura epistémica” de incalculables efectos emancipatorios
para nuestro cine y otras experiencias narrativas.
La comprobación de espacios donde el significado final del relato no se confunda con la estructura
–y con ello, el fin del paradigma- podría responder
preguntas en torno a una supuesta crisis de guion,
con los consiguientes efectos para este oficio escritural, tensionado por la industria y la lectura semiótica de la obra.
NOTA: Este trabajo surge en el marco del Proyecto
FONDECYT N°1160637, titulado “La formación del
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