GLADIUS
Estudios sobre armas antiguas, arte militar
y vida cultural en oriente y occidente
XLI (2021), pp. 7-23
ISSN: 0436-029X; eISSN: 1988-4168
https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
MERCENARIOS Y CLASES DEPENDIENTES EN EL IMPERIO ESPARTANO:
UN CAPÍTULO DE HISTORIA SOCIAL
MERCENARIES AND DISENFRANCHISED CLASSES IN THE SPARTAN EMPIRE:
A CHAPTER OF SOCIAL HISTORY
POR
César Fornis*
resumen - abstraCt
Esparta fue el primer Estado griego en hacer un uso masivo de mercenarios extranjeros. Al mismo tiempo, a
nivel interno recurre al servicio militar de los hilotas, que alcanzarán la libertad pero no la ciudadanía. Ambos desarrollos se relacionan con el esfuerzo militar continuo exigido por el proyecto de construcción imperial espartano.
Por otro lado, muchos lacedemonios que no pertenecían a la clase dominante de los homoioi pero que, sin embargo,
habían sido adiestrados en el uso de armas, abandonaron Esparta para trabajar como soldados de fortuna aprovechando las posibilidades que la influencia del imperio ofrecía en varias regiones de importancia geoestratégica,
lo cual suponía una especie de válvula de escape que aliviara la tensión sociopolítica en Laconia. De esta forma,
mercenarios espartanos y mercenarios al servicio de Esparta son dos procesos imbricados y que corren en paralelo
durante la vigencia del imperio espartano, desde la guerra del Peloponeso hasta la batalla de Leuctra.
Sparta was the first Greek state to make massive use of foreign mercenaries. At the same time, domestically it
draws upon helots to military service; they become free but not citizens. Both processes are related to the continued
military effort demanded by the Spartan empire-building project. On the other hand, many Lacedaemonians who
did not belong to the ruling class of the homoioi but had nevertheless been trained in the use of arms left home to
work as soldiers of fortune, taking advantage of the possibilities that the empire’s influence afforded in various
regions of geostrategic importance; it also provided a kind of safety-valve to relieve some of the building tension
in Laconia. So, Spartan mercenaries and mercenaries for Sparta are two faces of the same coin: they are inherent
and run in parallel during the several decades of the Spartan empire, from the Peloponnesian War to the Battle of
Leuctra.
Palabras Clave - Keywords
Esparta; mercenarios; clases dependientes; imperio espartano.
Sparta; mercenaries; disenfranchised classes; Spartan empire.
Cómo Citar este artíCulo / Citation
Fornis, C. (2021): «Mercenarios y clases dependientes en el imperio espartano: un capítulo de historia social».
Gladius, 41: 7-23. https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
reCibido / reCeived: 29-04-2020
aCePtado / aCCePted: 27-02-2021
*
Universidad de Sevilla,
[email protected] / ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-9389-6592
Copyright: © 2021 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución
Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).
8
CÉSAR FORNIS
El mundo griego conocía el mercenariado
desde al menos el siglo VII a. C., aunque por lo
general bastante limitado a regiones periféricas y
a los imperios del Próximo Oriente. Fue sin duda
a partir de la guerra del Peloponeso, que supuso
un punto de inflexión en las prácticas militares
griegas, cuando este fenómeno tuvo una auténtica
eclosión, con gran trascendencia en las estructuras
de la polis posclásica1. Junto a la creciente introducción de infantería subhoplítica, cada vez más
efectiva y valorada, el mercenariado contribuirá
significativamente a la crisis del modelo de hoplita-ciudadano-propietario, es decir, de la identificación entre ciudadano terrateniente con plenos
derechos políticos y hoplita defensor de los intereses y la autonomia de su polis. No menores fueron los efectos económicos, ya que se precisaban
enormes recursos financieros para afrontar la contratación —y en ocasiones el sostenimiento— de
mercenarios en gran número durante un período
prolongado de tiempo.
Incluso siendo el paradigma de Estado hoplítico, Esparta va a participar activamente en este
proceso; de hecho, los espartanos fueron los primeros en utilizar mercenarios a gran escala en
su proyecto de construcción imperial. Al mismo
tiempo muchos lacedemonios que no pertenecían
a la clase dirigente de los homoioi, pero bien formados en el dominio de las armas, encontraron en
el servicio como soldados de fortuna en el exterior
una profesión que garantizaba su subsistencia y,
en algunos casos, podía ser muy rentable. Los espartiatas mismos tenían prohibido por las leyes de
Licurgo servir en el exterior si no era como miembros del ejército cívico (X. Lac. 14.4; Arist. fr.
543 Rose; Pl. Prt. 342D; Isoc. XI 18; Nic. Dam.
FGrH 90F103z 5; Plu. Lyk. 27.6, Agis 11.2 y Mor.
238D). Ellos eran profesionales de la guerra, “artesanos” en la techne de Ares (X. Lac. 13.5; cf.
Isoc. VI 81; Plu. Ages. 26.4-5 y Pelop. 23.3), pero
no mercenarios, en un siglo IV en que la frontera
entre unos y otros se hace cada vez más difusa2.
Los espartiatas sí comandaron, sin embargo, con1
Rop, 2019: 1 n. 2 recoge la bibliografía pertinente, con
alguna notoria excepción a la communis opinio (v. gr. Luraghi,
2006: 23: «las precondiciones reales para la existencia de mercenarios griegos en el siglo IV no eran muy diferentes de las
del VII»).
2
Como ha subrayado Yvon Garlan (en Marinovic, 1988:
v-vi), en el siglo IV se produce una cierta profesionalización
de los ejércitos cívicos —desde la centuria anterior los ciudadanos reciben una paga por su servicio— y se generaliza la creación y mantenimiento de cuerpos de elite, hasta el punto de
tingentes de mercenarios extranjeros, en calidad
de xenon stratiarchoi, ya fuera en expediciones
propias o de sus aliados3.
El propósito del presente artículo es analizar
el papel de los mercenarios espartanos y de los
mercenarios al servicio de Esparta durante las décadas de su acme en la Hélade, desde la guerra del
Peloponeso hasta la batalla de Leuctra, sin perder
de vista en todo momento los cruciales cambios
internos —especialmente socioeconómicos— que
vive el Estado lacedemonio en dicho período; la
contribución militar de los mercenarios y de las
clases dependientes lacedemonias será instrumental para sostener durante un tiempo el diseño imperial, pero fue solo una solución parcial que no
evitó el desmoronamiento de la arche espartana.
El primer empleo importante de mercenarios
por parte de Esparta tuvo lugar durante la primera década de la guerra del Peloponeso, la llamada guerra arquidámica. Ya en 426 Tucídides
(III 109.2) alude a «una masa de mercenarios»
(ὁ μισθοφόρος ὄχλος) sirviendo —junto al contingente regular de hoplitas mantineos— bajo el
mando del espartiata Euríloco en la campaña de
Acarnania, posiblemente reclutados en la región y
pagados por los ambraciotas. Pero de lejos mucho
más trascendentes fueron las campañas de Brásidas en la Calcídica tracia. En un momento crítico
para Esparta, en el verano de 424 las autoridades lacedemonias deciden enviar una expedición
al norte, a la lejana Calcídica, donde el imperio
ateniense tenía intereses vitales. Es nombrado comandante de la expedición el audaz y carismático
Brásidas, que había ganado fama en la guerra arquidámica pese a no pertenecer a ninguna de las
dos casas reales (Agíadas y Euripóntidas). Según
Tucídides, los protoi andres de Esparta le miraban con una mezcla de recelo y envidia (φθόνος),
por ser enérgico (δραστήριος), razón por la cual
no pusieron a su disposición más que setecientos
hilotas y mil mercenarios peloponésicos (Th. IV
70.1, 80.5) y ni siquiera cuando hubo obtenido
varios logros le fueron enviados los refuerzos
que solicitó (IV 81.1, 108.7; sí contó con ayuda
de aliados de la región: IV 102.1). La lejanía del
teatro y la relativa independencia con la que opera, junto a la naturaleza de las tropas a su mando,
que habla, aunque con prudencia y sin forzar en exceso, de
mercenaires de l´intérieur.
3
Trundle, 2004: 156-157, enfatiza que tal hecho no los
convierte a ellos en mercenarios.
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MERCENARIOS Y CLASES DEPENDIENTES EN EL IMPERIO ESPARTANO...
prefiguran de algún modo en Brásidas la figura del
condottiero, familiar en la Grecia del siglo IV.
Por primera vez en esta guerra hegemónica los
lacedemonios se apartaban de lo que había sido su
estrategia “convencional”, consistente en anuales
invasiones del Ática por el ejército hoplítico de
la liga del Peloponeso, conducido por uno de sus
diarcas. Se trataba sin duda de una maniobra inteligente, inesperada en los espartanos, que trataba
de sacar partido de la insurrección de los aliados
continentales de Atenas, dado que las islas les estaban vedadas por el control ateniense del Egeo4.
Y lo que es más importante, se preservaban valiosas vidas espartiatas —ahora que Atenas mantenía como rehenes a los prisioneros de Esfacteria,
agravando ese mal endémico y galopante que era
la oliganthropia, la escasez de ciudadanos de pleno derecho5—, e incluso las de hoplitas aliados,
que no conviene arriesgar en escenarios periféricos, extrapeloponésicos. En su lugar, Esparta utilizaba por primera vez a hilotas como mano de
obra militar, armados como hoplitas y no como
infantes ligeros, algo insólito, tanto por el temor
atávico a la sublevación hilota como por la dificultad de entrenar en el armamento y las tácticas
hoplíticas a esclavos que desconocían todo acerca
de ellas. Además de conseguir soldados sin otro
coste económico que las panoplias hoplíticas —
obviamente pagadas por el Estado—, servía como
válvula de escape para la tensión interna que se
vivía en Laconia, donde poco antes, según el escalofriante testimonio de Tucídides (IV 80.2-4;
cf. D.S. XII 67.4), dos mil hilotas seleccionados
habían sido exterminados después de engañarlos
con la promesa de liberación. Tucídides es firme
en su conclusión de que la mala situación por la
que atravesaban los lacedemonios en su patria fue
determinante para que un ejército suyo saliera del
Peloponeso (IV 79.3).
Junto a estos hilotas figura una fuerza de un
millar de mercenarios reclutados por Brásidas
mismo en el Peloponeso (μισθῷ πείσας ἐξήγαγεν:
Th. IV 80.5), si bien no hay seguridad de que tal
paga fuera abonada por los espartanos mismos,
que, cabe recordar, no tenían tesoro propio ni de
la liga del Peloponeso (Th. I 80.4) ni recibían aún
4
Hunt, 1998: 58.
Sobre las causas, y también las consecuencias, de la oliganthropia en la sociedad espartiata tenemos la recentísima
monografía de Timothy Doran, 2018, que además revisa las
distintas interpretaciones historiográficas modernas.
5
9
subsidios persas6. Se ha señalado la posibilidad de
que el estipendio corriera a cargo de Perdicas II
de Macedonia y de los calcidios rebelados contra
Atenas7, dado que habían sido ellos quienes habían solicitado la ayuda espartana movidos por
sus propios intereses: el macedonio quería someter a Arrabeo, rey de los lincestas, y los calcidios
sublevados temían ser el primer objetivo de las
represalias atenienses (Th. IV 79.2, 83); pero lo
cierto es que Tucídides solo habla de mantenimiento del ejército, que puede referirse exclusivamente a las raciones de comida del conjunto de
las tropas, no solo de los mercenarios, y vuelve a
hacerlo cuando Perdicas, ofendido por el acuerdo alcanzado entre Brásidas y Arrabeo, reduce
de la mitad a un tercio su contribución a dicho
sostenimiento (IV 83.5-6)8. Más adelante, entre
los distintos contingentes aliados que luchan con
Brásidas en Anfípolis, Tucídides identifica como
mercenarios a 1500 tracios (V 6.4), pero podemos
preguntarnos si todos o algunos de los peltastas
calcidios, edones y mircinios también lo eran.
Aunque social e ideológicamente infravalorados, los hilotas y los mercenarios de Brásidas
infligieron un severo daño en esta sensible área
geoestratégica de la arche ateniense. Brásidas utilizó a los mercenarios peloponesios con diferentes
fines: primero, para el combate stricto sensu —
incluso contra los bárbaros lincestas e ilirios—,
segundo, para someter a pillaje los campos y bienes extramuros de las ciudades a fin de empujar
a sus habitantes a abandonar la alianza ateniense
—se muestra muy efectivo en Anfípolis—, y tercero, como guarniciones para proteger ciudades
—destina 500 a la defensa de Esción y Mende, al
mando de un oficial espartiata, Polidamidas— o
6
Ya lo reconoce el rey Arquidamo II en Th. I 80.4: «no
tenemos dinero en el tesoro público ni estamos en condiciones
de obtenerlo fácilmente de los recursos privados». En su crítica al ordenamiento constitucional lacedemonio, Aristóteles
(Pol. 1271b10-17) señala que el tesoro público está vacío y su
sistema tributario es ineficaz, por no decir inexistente.
7
Así English, 2012: 46. Parke, 1930: 40 (cf. Parke, 1933:
16), ya contemplaba tal posibilidad, pero añadía la promesa
del botín de campaña y que, en caso de emergencia, podría
alquilar su ejército, es decir, lo mismo que haría un comandante mercenario del siglo IV. Según Valzania, 1999: 99, toda la
expedición la pagaron los corintios (mercenarios, armas, víveres, dinero en efectivo y lo que se precisara), sin citar ninguna
fuente ni explicar en qué fundamenta tal hipótesis. Hodkinson,
2000: 168, da por sentado que fue financiada por Esparta, sugiriendo (cf. 187-188) algún tipo de tasación sobre el cuerpo
cívico.
8
Prichett, 1971: 46.
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10
CÉSAR FORNIS
pequeños enclaves. En apenas un año, gracias a su
diplomacia armada, Brásidas se hizo con el control de dos de las tres penínsulas que configuran
la Calcídica tracia, Acte y Sitonia —incluyendo
Anfípolis, la colonia fundada por los atenienses
en la desembocadura del río Estrimón, que suministraba importantes ingresos y madera para construcción naval—, mientras la restante, Palene,
continuaba sujeta al imperio ateniense (Th. IV 7888, 102-116). Se produce así un punto de inflexión
en un conflicto que gira desde la derrota espartana
hacia la paz de Nicias. En recompensa por su servicio, estos hilotas —conocidos en adelante como
Brasideioi— recibieron la libertad, lo que supuso abrir por primera vez una vía de integración
parcial de esta población servil que, sin embargo,
nunca llegó a formar parte del cuerpo cívico, del
politeuma lacedemonio9.
Durante el resto de la guerra del Peloponeso
hubo comandantes lacedemonios dirigiendo tropas mercenarias terrestres, tanto infantes pesados
como ligeros, pero estas nunca fueron pagadas
por Esparta, sino por aliados. Sin embargo, en la
última fase del conflicto, la llamada guerra jónica,
Esparta contrató gran número de remeros para la
nueva flota construida y mantenida gracias a los
ilimitados recursos persas. Igual que había sucedido en tierra, Esparta recurre a la prestación militar
en las naves de las clases dependientes: junto a
los nautai mercenarios, la participación de hilotas en los remos llegará a ser imprescindible para
su operatividad (cf. X. HG. V 1.11; VII 1.12)10.
A los problemas de financiación que requiere una
armada numerosa —de los que los espartanos tardan en tomar conciencia11—, se añadía el hecho
de que ni ellos ni sus aliados peloponésicos tenían
experiencia en navegación, de modo que conforme se prolongaba la guerra contra Atenas la clase
dirigente espartiata fue superando paulatinamente
9
De hecho, junto a un grupo de neodamodeis (vid. infra),
en 421 fueron instalados en Lépreo, en territorio disputado a
los eleos, no está claro si como guarnición o como colonos paramilitares (Th. V 34.1). Cozzoli, 1978: 222, identifica a los
Βρασιδέιοι con los ἀφέται citados por Mirón de Priene (apud
Ath. 251F).
10
Mucho más dudosa es la participación de periecos
como remeros, mientras carece de sentido especular sobre los
enigmáticos desposionautai a partir de una mención aislada en
Mirón (ibid.), más allá de que debían de ser esclavos liberados
que cumplían algún tipo de servicio en la flota. Sobre estas
cuestiones, véase Welwei, 1974: 158-161; Sealey, 1976; Bertosa, 2005 (bastante especulativo).
11
Kallet, 2001: 126, 246, 256-259, 271, 278, 280, 297.
sus discrepancias internas acerca de la cuestión de
si era conveniente negociar con el bárbaro y decidió al fin pagar un precio político a cambio del
oro persa: el reconocimiento de la soberanía del
Gran Rey sobre los griegos de Asia Menor (Th.
VIII 18, 37, 58). Con todo, en los primeros años
de la guerra jónica los pagos persas no fueron ni
fluidos ni regulares ni completos, debido a que el
sátrapa Tisafernes no estaba dispuesto a sacrificar
sus propios recursos privados, llegándose incluso
a producir amotinamientos de la marinería, como
el que sufrió el navarco (almirante) Astíoco en la
base de Mileto en 411 (Th. VIII 29, 36.1, 45.2 y 6,
57.1. 58.5-6, 78, 80.1-2, 83-85.1)12.
Por otro lado, si una inscripción única encontrada en Esparta (IG V 1.1) puede ser asignada
con cierta seguridad a este período, como apuntan
los estudios más recientes13, significaría que los
espartanos exigieron contribuciones de los aliados
disconformes con Atenas, expresadas en dáricos
persas, que ayudaran a sostener el esfuerzo bélico en el Egeo. Tucídides recoge en una ocasión
cómo los espartanos demandan a los rodios 32
talentos, algo menos de lo que pagaban a Atenas
(VIII 44.4). Esta medida de coerción no se aplicó,
sin embargo, a los Estados miembros de la liga
del Peloponeso, que seguían sin pagar nada (Th.
I 19). Los lacedemonios asumieron la realidad de
que Atenas solo podría ser derrotada en su medio,
en el mar, y como los espartiatas no iban a emplearse en los remos, tendrían que hacerlo hilotas
y nautai mercenarios.
La colaboración entre Esparta y Persia se intensificará y adquirirá mayor consistencia desde
407, fecha en que es nombrado navarco de la flota peloponésica el espartiata Lisandro. Lisandro
enseguida estableció fuertes vínculos personales,
fundados en la xenia o amistad ritualizada, con
Ciro el Joven, el hijo pequeño del rey Darío II;
nombrado karanos, con mando supremo de las
tropas reales persas en la península anatólica (X.
HG. I 4.4; III 2.13; cf. D.S. XIV 26.4; Nep. Ages.
2.3), la misión principal de Ciro era canalizar toda
la política persa en el occidente de su imperio. Esto
se traducirá en asiduas, regulares y sustanciosas
entregas de dinero a los espartanos, que incluso se
permitieron pagar a las tripulaciones de sus naves
una soldada superior —cuatro óbolos diarios—
12
Hyland, 2018: 53-97, detalla el contexto persa de estos
acontecimientos.
13
Loomis, 1992; Bleckmann, 1993, 2002; Piérart, 1995.
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MERCENARIOS Y CLASES DEPENDIENTES EN EL IMPERIO ESPARTANO...
a la percibida por las del imperio ateniense, que
desde el fracaso de la expedición a Sicilia era de
un trióbolo (X. HG. I 5.1-7; II 1.10-15)14. En palabras de Lengauer, «Lisandro construyó su posición sustentándola en mercenarios»15.
Durante su año de mandato, Lisandro obtuvo
la victoria sobre la flota ateniense en Notio, en
la primavera de 406, no demasiado importante
estratégica y militarmente —los atenienses solo
perdieron quince naves—, pero que sí deparó una
consecuencia política: la caída en desgracia de
Alcibíades (X. HG. I 5.10-18). A Lisandro le sucede en el cargo Calicrátidas, cuyo espíritu menos
pragmático soportaba mal la dependencia de los
subsidios persas y todavía peor las humillaciones
que le infligía Ciro, por ejemplo haciéndole esperar dos días antes de recibirle. En agosto de 406
Calicrátidas sufrió una grave derrota frente a la
flota ateniense en las islas Arginusas, durante la
cual el almirante cae al mar y desaparece (X. HG.
I 6.24-35). Dicho fracaso, unido a otro conato de
motín de las tropas por el retraso en la paga —que
casi acaba con el saqueo de Quíos y que suscitó
la indignación de los aliados— y a una petición
expresa de los embajadores persas, convencieron
a los lacedemonios de la necesidad de colocar a
Lisandro otra vez al mando de las operaciones
en Asia Menor, ahora en calidad de epistoleos
(X. HG. II 1.6-7; Plu. Lys. 7.2-3). Nuevas transferencias de dinero por parte de Ciro permiten a
Lisandro construir naves en Antandro, reunir y
aparejar las antiguas y pagar a los marineros los
sueldos atrasados (X. HG. II 1.10-12, 14-15). A
finales del verano de 405, después de capturar y
saquear Lámpsaco, Lisandro decidirá la suerte de
la guerra muy cerca de esta ciudad, en un lugar
llamado Egospótamos, donde sorprende a las naves atenienses varadas en tierra y a sus tripulaciones dispersas, de forma que se apoderó de la
práctica totalidad de los ciento ochenta trirremes y
ejecutó a todos los prisioneros de origen ateniense (X. HG. II 1.18-32; D.S. XIII 105-106 muestra
divergencias).
Podemos concluir, por tanto, que durante la
guerra del Peloponeso Esparta hizo un uso desigual de tropas mercenarias, condicionada por sus
escasos recursos financieros y por los problemas
inherentes a su sociedad (la escasez de ciudadanos
14
Hyland, 2018: 107-121, incluyendo una estimación general de los subsidios persas a las distintas flotas peloponésicas
desde 412 a 404.
15
Lengauer, 1979: 80.
11
y el peligro hilota). En la primera fase de la contienda la utilización de mercenarios —de origen
peloponésico— fue marginal, limitada a expediciones terrestres en áreas muy alejadas del epicentro de su imperio, el Peloponeso. Por el contrario,
en la guerra jónica las sucesivas inyecciones de
dinero persa posibilitaron la contratación masiva
de mercenarios como remeros para la flota, provenientes en su mayor parte de las islas del Egeo y
la costa minorasiática.
La victoria sobre la arche ateniense tuvo como
consecuencia la instauración de un nuevo orden
internacional por parte de Esparta, que a su imperio continental añadía ahora otro marítimo y
nuevas e importantes fuentes de recursos (solo el
botín enviado a casa por Lisandro ascendía a mil
talentos según Plu. Nic. 28.3, que cita a Timeo;
mil quinientos según D.S. XIII 106.8-9, basado
en Éforo). Esparta comenzó, además, a exigir
tributo de una manera regular, al menos en las
islas y en las regiones costeras de Asia Menor,
solo que reviste el nombre de synteleia en lugar
del reprobado término de phoros (Isoc. IV 132;
XII 67-68; Arist. AP. 39.2 y fr. 544 Rose; D.S.
XIV 10.2, basado en Éforo, es la única fuente en
cifrar la recaudación anual, más de mil talentos,
pero parece exagerada). Estos nuevos medios de
financiación incrementaron exponencialmente las
posibilidades de explotación de la mano de obra
mercenaria, abundante como consecuencia de:
1) la desmovilización de tropas producida por el
final de la contienda, 2) la masa de campesinos
empobrecidos que habían perdido o habían visto
arrasadas sus tierras y/o cosechas, así como trabajadores manuales en las ciudades que habían
quedado sin empleo, 3) los numerosos exiliados
y refugiados que habían generado las staseis en
el interior de las ciudades alimentadas por la lucha hegemónica, 4) la situación de beligerancia
continuada que va a caracterizar a buena parte del
siglo IV16. En paralelo Esparta potencia el aprovechamiento militar de sus propias clases dependientes, numerosas y heterogéneas. Ambas medidas intentan dar respuesta a la inadecuación entre
el reducido número de homoioi y los ambiciosos
proyectos imperiales de los mismos (o al menos
16
Parke, 1933: 18, 68; Lengauer, 1979: 89; Miller, 1984:
154; Marinovic, 1988: 26, 34-35; Tourraix, 1999: 205; English, 2012: 52; Ducrey, 2019: 314. Contra Roy, 1967: 321323 (reafirmado en Roy, 2004: 267), que no cree que la guerra
del Peloponeso contribuyera al aumento de la profesionalización militar.
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12
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de una parte significativa de los que participan en
los resortes de poder).
Asia Menor será un escenario clave de la intervención espartana, que en principio no se produce
de manera directa, pero que irá progresivamente
adquiriendo mayor calado y consistencia. Con el
propósito de contestar el derecho al trono de su
hermano mayor Artajerjes II, Ciro el Joven organizó en 401 la mayor expedición de mercenarios
griegos conocida hasta entonces —los llamados
Diez Mil o cireos, entre los que se encontraba el
historiador Jenofonte, narrador de sus aventuras y
desventuras en la Anábasis—, a los que acompañaba un ejército local integrado por unos veinte
mil anatolios y griegos minorasiáticos; los mercenarios se adentraron en el corazón del imperio
persa y combatieron en Cunaxa, cerca de Babilonia, obteniendo una victoria a la que la muerte de
su protector y pagador privó de significado.
Prima facie la expedición no marchó bajo ninguna bandera ni contó con la sanción oficial de
ningún Estado griego, pero la implicación lacedemonia es tan clara como para hacer creer a Isócrates (XII 104; cf. VIII 98 y Plu. Artx. 6.5) y a Éforo
(FGrH 70F70 apud D.S. XIV 11.2; cf. 19.4) que
los espartanos conspiraron con Ciro y prepararon la empresa para él. Para empezar, el primer
comandante en jefe de los aproximadamente
13 000 mercenarios cireos —10 400 hoplitas y
2500 peltastas— fue el espartano Clearco. Había
sido condenado a muerte in absentia en Esparta
por desobediencia durante su mando en el Helesponto —se había erigido en tirano de Bizancio
con el respaldo de numerosos mercenarios contratados para la ocasión—, tras lo cual pasó a la corte
de Ciro y, ganándose su admiración y su confianza, le puso al mando de los “Diez Mil” (D.S. XIV
12). Sin embargo, según algunas fuentes servía en
realidad a los intereses de Esparta (Isoc. VIII 98;
en Plu. Artx. 6.5 recibe órdenes de los éforos a través de la escítala); si no fue así, al menos Esparta
no dificultó en modo alguno la labor de reclutamiento y de dirección del ejército mercenario por
parte de Clearco. Jenofonte (An. II 6.1-15) compone un vívido retrato literario de Clearco17, lo define como «un hombre verdaderamente amante de
la guerra (polemikos kai philopolemos)», que no
sabía (o no quería) vivir en paz, partidario de que
los hombres le temieran más que al enemigo, una
17
Bettalli, 2013: 297-302; véase asimismo Bassett, 2001:
esp. 7-12, para la etapa de su vida que aquí contemplamos.
severidad que se tornaba firmeza y confianza en el
combate, razón por la cual sus hombres lo preferían en momentos difíciles, pero lo abandonaban
una vez pasado el peligro si podían seguir a otro.
Clearco parece ser el producto esperado de una
sociedad como la espartana que transpira guerra
por los cuatro costados. Otro producto lacedemonio —inacabado— que emerge en la Anábasis fue
Dracontio, huido de niño de su patria por haber
matado accidentalmente con un cuchillo a otro
muchacho (IV 8.25).
Sin duda relevante es el hecho de que muchos
de los cireos provinieran del Peloponeso, el epicentro del imperio espartano, convertido en auténtico centro de reclutamiento de mercenarios
abierto a los aliados, previo consentimiento de
los éforos18. No es casualidad que los intereses de
estos mercenarios peloponésicos acostumbren a
coincidir con los de sus empleadores, beneficiarios de la alianza o la amistad con Esparta19. Setecientos cireos eran además lacedemonios (800 según Diodoro), al mando de Quirisofonte, a quien
Jenofonte (An. I 4.3) presenta como respondiendo
a vínculos de xenia o philia con Ciro, es decir, de
la misma naturaleza que los forjados con Lisandro. Quirisofonte sería más tarde comandante en
jefe de los Diez Mil, en detrimento de un Jenofonte al que habían elegido los propios soldados,
pero que renunció por ser consciente de que la
jefatura de un espartano lubricaría las relaciones
con los harmostas representantes del nuevo poder
hegemónico en el Egeo (X. An. VI 1.25-33); otro
strategos lacedemonio, en este caso un perieco de
Asine llamado Neón, también pensó que alcanzar
el Quersoneso y ponerse bajo el control espartano
le ayudaría en su aspiración de liderar en solitario
a los mercenarios (X. An. VII 2.2). Como ha seña18
Es idea ampliamente aceptada en la historiografía moderna que, según avanza el siglo IV, el promontorio del Ténaro,
al sur de Laconia, se afianza como uno de los grandes mercados
de contratación de mercenarios del Mediterráneo oriental, pese
a que haya sido desafiada recientemente por Couvenhes, 2008.
Trundle, 2004: 106-107, 157 y Millender, 2006: 246, destacan el papel de los dirigentes espartanos como intermediarios
entre los mercenarios y sus empleadores, fundamentalmente a
través de vínculos de clase; sin embargo, esto no es una «fuerte evidencia», para considerar, como Rop, 2019: 79, que «el
príncipe usaba la xenia para extender la influencia imperial de
Persia en Grecia»; el norteamericano sobrevalora la capacidad
persa para condicionar de esta manera la escena política en
Esparta y sus Estados aliados y, lo que es peor, acaba por decir
(p. 84) que los cireos no eran mercenarios, sino aliados.
19
Según Trundle, 2004: 43, 71 «estaban cumpliendo obligaciones de la liga del Peloponeso».
Gladius, XLI (2021), pp. 7-23. ISSN: 0436-029X; eISSN: 1988-4168. https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
MERCENARIOS Y CLASES DEPENDIENTES EN EL IMPERIO ESPARTANO...
lado Trundle, la procedencia lacedemonia era una
evidente fuente de autoridad sobre mercenarios20.
A ello cabe añadir el apoyo logístico provisto por
Esparta desde el mar a través de su navarco Samio
durante la marcha a Babilonia (X. HG. III 1.1-2;
D.S. XIV 19.4-5). Ellen Millender ha sugerido
incluso que las autoridades espartanas pudieron
mantener un cierto control de la expedición21. Lo
que puede decirse con seguridad, a partir del rol
jugado por los altos oficiales espartanos, es que al
menos no la desaprobaban22. Pero en sustancia y
en cuanto a intereses personales, los 700 hoplitas
lacedemonios no eran diferentes del resto de los
mercenarios griegos enrolados en el ejército de
Ciro (las motivaciones de los cireos son enumeradas en X. An. VI 4.8)23. Simplemente el príncipe
persa valoraba en mayor medida la competencia
y la experiencia (ἐμπειρία) de los hoplitas peloponésicos (X. An. I 1.6) y, dentro de estos, de los
lacedemonios (cf. Th. IV 33.2), incluso si no eran
homoioi.
Y es que los únicos espartiatas de pleno derecho que comparecen en la narrativa jenofóntica son los harmostas y navarcos, investidos de la
autoridad estatal, mientras que los lacedemonios
integrantes de los Diez Mil, salvo en todo caso
Quirisofonte, no tienen la ciudadanía plena, son
una suerte de “desclasados” a los que se aplican
eufemismos como “ciudadanos incompletos”,
“ciudadanos parciales” o “ciudadanos de segunda” (no dejan de ser perífrasis modernas que no
definen con propiedad su lugar en el kosmos sociopolítico espartano). En primer lugar, exiliados
y periecos, algunos de los cuales son mencionados explícitamente (Clearco y Dracontio, entre
los primeros; Dexipo y Neón entre los segundos).
Después seguramente habría también muchos
ὑπομείονες (inferiores), es decir, espartiatas que
20
Trundle, 2004: 137.
Millender, 2006: 239-245, quien no obstante reconoce
(243) que no faltaron momentos de tensión e incluso de hostilidad de los harmostas espartanos hacia los mercenarios tras
la muerte de Ciro. Hodkinson, 2000: 349, Hyland, 2018: 126
y Rop, 2019: 78, ven un carácter oficial en la ayuda espartana
a Ciro. Tourraix, 1999: 205, parece sugerirlo también. Contra Roy, 1967: 308: The large number of Spartans is probably
misleading ... It therefore seems that the apparent importance
of Spartans on the Anabasis is accidental.
22
Roy, 1967: 300, Cartledge, 1987: 320 y Bettalli, 2013:
281-284, prefieren hablar de connivencia espartana, porque la
evidencia presentada por Jenofonte no permite ir más allá. Cf.
Lewis, 1977: 138.
23
Roy, 1967: 300; 2004: 266; Tourraix, 1999: 206.
21
13
habían sido excluidos del cuerpo cívico por no poder aportar a los syssitia las raciones estipuladas
de alimentos, según la definición aristotélica (Pol.
1271a26-37; 1272a13-17), aunque probablemente habría que incluir entre ellos a todos aquellos
que habían sido castigados con la pena de atimia,
ya fuera por no haber superado la agoge, por no
haber sido aceptados en ninguna mesa común o
por haber quebrantado la diaita o código de conducta licurgueo, por ejemplo, mostrando cobardía
en el combate (X. Lac. 3.3; 10.7). El aumento del
número de hypomeiones durante el siglo IV está
directamente relacionado con los desequilibrios
económicos que conlleva la administración del
imperio, el cual fomentó el enriquecimiento de
determinados individuos que accedían a los mecanismos de poder y que después invertían esos beneficios en la compra de tierra a espartiatas empobrecidos24. Otro grupo que debió de estar presente
en la expedición sería el de los mothakes, que se
han educado junto a los hijos de los “iguales” en
el marco de la agoge (Ath. 271E-F; Hesych. s.v.
μόθακες; Ael. VH. XII 43)25, y quizá incluso el
de los llamados trophimoi, extranjeros criados en
Esparta26; a propósito de la campaña olíntica del
rey Agesípolis en 381, unos y otros son descritos
24
Carlier, 1996.
La historiografía moderna tiende a ver en ellos a hijos
bastardos (nothoi) nacidos de relaciones extraconyungales entre
espartiatas o de uniones mixtas entre espartiatas e hilotas (Ehrenberg, 1939a; Lotze, 1962, que extiende este estatus a los hijos
de los hypomeiones; Welwei, 1974: 131-134; MacDowell, 1986:
46-51, incluye en este grupo no solo a los hijos de los hypomeiones, sino también a los de los extranjeros, los trophimoi, e incluso
plantea que, terminada la agoge, se convertirían en neodamodeis; Christien-Tregaro, 1993: 38; Ogden, 1996: 217-224), pero
hay quienes creen que eran hijos exclusivamente de hilotas —
por tanto esclavos— que acompañaban a sus jóvenes amos en la
agoge (Cozzoli, 1978: 224-231; Bruni, 1979: 23-24; Furuyama,
1991) y quienes opinan que se nutría tanto de hijos ilegítimos
como de otros de origen hilótico (Ruzé, 1993: 301-302). Según
Cartledge, 1987: 28, Hodkinson, 1997: 55-62; 2000: 355-356,
y Ducat, 2006: 150-153, que parten de la tesis de Lotze (ibid.),
asumirían esta condición los hijos de los espartiatas pobres, apadrinados en su educación por determinados oikoi pudientes, en
una relación claramente de patronazgo. Para Paradiso, 1997: 8182, en su mayoría tendrían un origen servil, pero no descarta que
englobaran también a los hijos de los espartiatas empobrecidos.
26
Son hijos de extranjeros de alta extracción social, con
peso e influencia en sus respectivos Estados —o bien en el
exilio por su militancia ideológica— y con vínculos de philia o
xenia con influyentes personajes de la sociedad espartana (D.L.
II 54; Plu. Ages. 20.2 y Phoc. 20.4). Véase: Ehrenberg, 1939b;
Humble, 2004. Hodkinson, 1997: 62-65, y Ducat, 2006: 153155, sugieren que los hijos de prominentes periecos laconios y
mesenios también entrarían en la categoría de trophimoi.
25
Gladius, XLI (2021), pp. 7-23. ISSN: 0436-029X; eISSN: 1988-4168. https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
CÉSAR FORNIS
14
por Jenofonte (HG. V 3.9) como «de muy buen
aspecto y no inexpertos en los derechos y deberes
de la ciudad». Estos y otros grupos dependientes, que probablemente podían proporcionarse
su armamento y habían recibido formación y entrenamiento militar, fueron por lo general carne
de mercenariado, aprovechando las posibilidades
que los tentáculos del imperio proporcionaban en
distintas áreas geoestratégicas27.
Con la muerte de Ciro y el regreso de Tisafernes a Jonia, algunas ciudades jonias apelaron a
los lacedemonios para que, en calidad de «líderes
de toda Grecia» (πάσης τῆς ῾Ελλάδος προστάται),
defendieran sus territorios y les devolvieran su
libertad (X. HG. III 1.8). Los espartanos aprovecharon la reivindicación de autonomia de los jonios para disfrazar su Realpolitik (cf. Iust. VI 1.1)
y dar legitimidad a su intervención directa en Asia
Menor, en vulneración de los tratados acordados
con el Gran Rey durante la guerra jónica28.
De esta forma, en el año 400 los éforos espartanos decretaron el envío a Asia de Tibrón como
harmosta, acompañado de mil neodamodeis, cuatro mil aliados peloponesios y trescientos caballeros atenienses. Los νεοδαμώδεις eran hilotas liberados e integrados con restricciones en el cuerpo
cívico. Aparecen por primera vez a finales de la
guerra arquidámica, cuando el desastre de Esfacteria en 425 hizo necesario incorporar hoplitas al
ejército lacedemonio (Th. V 34.1), mientras que
son mencionados por última vez en el invierno
del año 370/369 (X. HG. VI 5.24), es decir, poco
después de la batalla de Leuctra, que señaló el
comienzo del declive militar espartano. Este marco cronológico y el hecho de que solo aparezcan
en contextos militares hacen que concibamos al
neodamodes como una figura estrechamente ligada al período de hegemonía espartana en Grecia,
en el que el esfuerzo bélico continuado obligaba a una ampliación de la ciudadanía, bien que
limitada, a una parte de la población servil29. En
este tiempo su número no deja de incrementarse
y supera con mucho al de ciudadanos. Al mismo
tiempo que se conseguía mano de obra militar, a
bajo coste además, el Estado aliviaba la tensión
27
Cozzoli, 1978: 220-231; Carlier, 1994: passim.
Tan solo Lewis, 1977: passim, acepta como genuina la
vocación panhelénica de Esparta.
29
Willetts, 1954; Lotze, 1962; Welwei, 1974: 142-158;
Alfieri Tonini, 1975; Cozzoli, 1978: 221-224; Bruni, 1979: 2628; Ruzé, 1993: 299-301; Carlier, 1994; Hunt, 1998: 170-175;
Doran, 2018: 74.
28
interna generada por la población dependiente,
pues los neodamodeis era destinados a campañas
en escenarios bélicos muy distantes del territorio
laconio, como estas de Asia Menor, o eran instalados como colonos con misiones de vigilancia y
protección en guarniciones o en zonas fronterizas.
Esto demuestra que, en la práctica, los neodamodeis eran soldados profesionales, bien entrenados,
cuyo servicio apenas se podía distinguir del de los
mercenarios en cuanto a que estaban libres de las
“ataduras” a propiedades y cultivos que tenían
ciudadanos y periecos30.
Una vez en suelo asiático, con Éfeso de base
de operaciones para su campaña contra Tisafernes, Tibrón realizó levas locales entre las ciudades
aliadas, dos mil jonios según Diodoro (X. HG. III
1.4-5; D.S. XIV 36.1-2); al año siguiente, tras tomar Pérgamo, contrató a cinco mil mercenarios
veteranos de la campaña de Ciro, con un salario
de un dárico mensual por soldado —el equivalente a veinte dracmas áticas, lo mismo que percibían
con Ciro y que parece ser la paga media a comienzos del siglo IV31—, el doble para los lochagoi y
el cuádruple para los strategoi (X. HG. III 1.6; An.
VII 6.1, 8.24; D.S. XIV 37.1).
El mero contraste de los amplios efectivos de
los que dispuso Tibrón —en total 12 300 hombres— frente a los mucho más limitados de Brásidas durante su expedición tracia de 424 ponen
de manifiesto los cambios experimentados por
Esparta en su proceso de expansión imperial: más
medios económicos para alcanzar objetivos más
ambiciosos32. Incapaz de que su reducido y exclusivista cuerpo cívico soporte el peso del nuevo
imperio ultramarino y la aspiración a la hegemonía panhelénica, Esparta no solo se convierte en el
primer Estado griego en recurrir al empleo masivo
de mercenarios, sino que en el orden interno multiplica categorías y subcategorías sociales (neodamodeis, hypomeiones, desposionautai, tresantes,
mothakes, nothoi, trophimoi, aphetai, adespotoi,
erykteres) que tienen en común, por un lado, su
marginación política y económica con respecto a
los homoioi y, por otro, el aprovechamiento militar del que son objeto33. La organización militar
30
Hunt, 1998: 171.
Pritchett, 1971: 19-20; cf. Krasilnikoff, 1993: 95: entre
4½ y 6 óbolos al día durante la guerra del Peloponeso y la
primera mitad del siglo IV.
32
Parke, 1933: 43.
33
Sobre la progresiva incorporación al ejército lacedemonio de estos grupos dependientes, véase: Cozzoli, 1978:
31
Gladius, XLI (2021), pp. 7-23. ISSN: 0436-029X; eISSN: 1988-4168. https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
MERCENARIOS Y CLASES DEPENDIENTES EN EL IMPERIO ESPARTANO...
15
lacedemonia se transforma a la vez que se transforma su sociedad, en un proceso de interacción
continua que entraña sus riesgos, como queda patente en el famoso pragma de Cinadón (X. HG.
III 3.4-11) apenas ascendido al trono euripóntida
Agesilao II, que significó una amenaza cierta para
el orden establecido de los homoioi34.
El año de mandato de Tibrón no solo estuvo
yermo de cualquier logro estratégico —más allá
de la dominación de la Eólide septentrional y de
la Misia pergamenea—, sino que además el harmosta se vio incapaz de controlar a sus hombres
para que no sometieran a pillaje indiscriminado
los territorios que atravesaban, buena parte de los
cuales pertenecían a ciudades jonias aliadas de Esparta. Las quejas de los symmachoi se tradujeron
en la imposición de una multa y el exilio de Tibrón apenas hubo regresado a Esparta (X. HG. III
1.8). La explicación es sencilla. A diferencia de lo
que sucedió en la guerra jónica, Esparta no contaba ahora con los imprescindibles fondos persas
para pagar con regularidad la soldada de tal cantidad de mercenarios durante un tiempo prolongado,
de modo que el botín y el pillaje se convierten en
los principales mecanismos de autofinanciación de
esta clase de combatientes —no era diferente de lo
que habían hecho para sobrevivir en Asia— y, de
esta forma, dependerá en gran medida de las dotes
de mando de su comandante el mantenimiento de
la disciplina en condiciones adversas35; una consecuencia inevitable será el avance en el proceso
de personalización del poder, de modo que el jefe
militar, antaño mucho más sujeto a las directrices
emanadas de la polis, disfrutará de tanto más poder
cuanto más se gane la lealtad de sus hombres36.
A Tibrón lo sucede en el puesto Dercílidas,
apodado “Sísifo” por su ingenio, que no solo pone
coto a las tropelías de los cireos —el retrato jenofóntico lo muestra más atento a las necesidades
de los mercenarios y así debió de ser cuando las
Helénicas de Oxirrinco (21.2) se refieren a estos
como los “dercilídeos”37—, sino que además sabe
sacar partido de las rencillas personales entre Tisafernes y Farnabazo para asolar y saquear sucesivamente las satrapías de ambos. A requerimiento
de las ciudades griegas del Quersoneso, los espartanos extienden en 398/397 su tutela hasta dicha
región, que soportaba incursiones de los tracios,
consiguiendo de paso tierras cultivables donde
asentar colonos lacedemonios —extraídos de entre los grupos de no ciudadanos— que las defendieran. De nuevo en Asia, Dercílidas se apoderó
de Atarneo, abundante en provisiones, y la dejó
al cargo del perieco Dracón de Pelene. En Panegírico (144), Isócrates afirma que Dracón reunió
una fuerza de tres mil peltastai, presumiblemente
mercenarios38, con los que devastó las llanuras de
Misia y proporcionó más movilidad a su ejército, contrarrestando la superioridad persa en este
sentido. Dercílidas también empleó 300 peltastas
tracios enviados por Seutes I para labores de pillaje en las que se apoderaban de muchos esclavos y
bienes. Este saqueo sistemático de campos y ciudades capturadas —hasta nueve en ocho días—
sirvió tanto para la subsistencia diaria de sus miles
de hombres como para afrontar la soldada de sus
mercenarios, sin necesidad de recurrir a exacciones o al expolio de las ciudades asiáticas aliadas39.
Después de penetrar en la más sensible Caria, en
la primavera de 397 Dercílidas forzará una tregua
ante las tropas conjuntas de Tisafernes y Farnabazo por la cual los persas respetarían la autonomía
de las ciudades griegas de Asia Menor a cambio
de la retirada del ejército lacedemonio; según el
sesgado relato de Jenofonte, el karanos Tisafernes rehusó trabar combate en el último momento
porque temía a los cireos y pensaba que todos los
griegos eran como ellos (X. HG. III 1.3-2.20; D.S.
XIV 35.1-38.3)40.
En la expedición que al año siguiente Agesilao
II conduce a Asia Menor, acompañada de una notable propaganda que la reviste de elementos panhelénicos y con él mismo en el papel de un nuevo
Agamenón, las fuentes no citan en principio la
220-231; Lazenby, 1985: 13-20, 60-62; Carlier, 1994; 1996;
Hawkins, 2011; Doran, 2018: 74-76.
34
Fornis, 2007a.
35
Bettalli, 2013: 151, ha calculado en aproximadamente
mil talentos el coste de mantener a estos mercenarios durante
los cinco años que estuvieron activos (399-394), sin contabilizar ni las bajas ni el sueldo más elevado de los oficiales.
36
Lengauer, 1979: 95-127; Marinovic, 1988: 39-43.
37
Parke, 1933: 44. Anderson, 1970: 303 n. 33, piensa en
cambio que estos dercilídeos eran peltastas y no antiguos cireos.
38
Cf. Parke, 1933: 44-45, que supone que fueron reclutados en la región y no en Tracia, de donde pasan por ser originarios los peltastas. Anderson, 1970: 303 n. 33, seguido por
Cartledge, 1987: 211, estima que la cifra de tres mil peltastas
es exagerada.
39
Prichett, 1971: 39-40; Krasilnikoff, 1992: 30-31.
40
Para detalles y valoraciones de las campañas de Tibrón y
Dercílidas, véase: Lewis, 1977: 139-141; Westlake, 1986; Cartledge, 1987: 208-211; Orsi, 2004: 43-50; Buckler, 2003: 39-58;
Pascual González, 2007: 85-95. Sobre la defensa del territorio
por Tisafernes: Lee, 2016: 275-278; Hyland, 2018: 129-132.
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CÉSAR FORNIS
16
presencia de mercenarios. El diarca euripóntida
viajó con dos mil neodamodeis y seis mil aliados,
además de un consejo asesor integrado por treinta espartiatas (X. HG. III 4.2-3 y Ages. 1.7; D.S.
XIV 79.1; Plu. Ages. 6.1-5 y Lys. 23.1); Jenofonte
dice que llevaba sitos para seis meses, lo que ha
de entenderse como dinero (o plata) para pagar
las raciones de comida durante ese tiempo, dado
lo inviable de cargar con unos 30 000 medimnoi
de grano para alimentar a ocho mil hombres41. Ya
en Éfeso, cuartel general de los lacedemonios en
Asia, reunió a otros cuatro mil aliados (D.S. XIV
79.2) e hizo una proclama dirigida a las aristocracias grecoanatólicas para que se unieran a la
campaña o, en su defecto, mandasen a un hombre armado y a caballo, medida con la que intentaba superar las carencias con respecto a la más
numerosa y mejor entrenada caballería persa sin
incurrir en cuantiosos gastos financieros (X. HG.
III 4.15). Como la segunda opción fue preferida,
en la práctica eso significó que el rey conseguía,
sin necesidad de pagarlo, un cuerpo de caballería
cuasimercenaria —según Diodoro (ibid.), cuatrocientos jinetes— y lo bastante competente como
para acabar por imponerse a los persas en la batalla de Sardes42.
Fue presumiblemente también en Éfeso donde
se le sumaron los antiguos cireos de Dercílidas,
al mando de los cuales habría de poner al año siguiente a Herípidas (X. HG. III 4.20), miembro
de su hetairia43 y hombre de su máxima confianza
que desempeñó cargos de toda condición, siempre
en el entorno del rey. En el relato jenofóntico los
cireos no reaparecerán hasta la batalla de Coronea, donde, como tropas experimentadas, ocupan
el centro de la formación y lanzan el importante
ataque inicial que, seguido inmediatamente por la
falange de Agesilao, rompe las filas de sus oponentes y los pone en fuga (X. HG. IV 3.15 y 1718).
Al lado de estos infantes pesados, Agesilao
también dispuso de abundantes tropas ligeras
mercenarias, porque cuando recibió el mandato de
los éforos para regresar a Grecia —había estallado
Krasilnikoff, 1993: 88-89.
Parke, 1933: 46; Marinovic, 1988: 41.
43
Agesilao desplegó una importante e intensa actividad
de patronazgo, para la cual véase ahora Fornis, 2018, con la
literatura científica anterior. Sobre lo pertinente de utilizar aquí
el término ἑταιρία, grupo o facción de marcada tendencia política e ideológica como los que existían en Atenas, remito a
Luppino-Manes, 1991: esp. 255-256.
41
42
la guerra de Corinto— fueron los aliados minorasiáticos y los mercenarios los más dispuestos a
seguirle, mientras los peloponesios mostraban un
escaso entusiasmo por volver a casa para combatir a otros griegos. Para incentivarlos y al mismo
tiempo intensificar su entrenamiento prometió
que, una vez pasaran al continente europeo, en el
Quersoneso tracio, recompensaría a las ciudades
y a los capitanes mercenarios que se unieran con
los contingentes mejor equipados y preparados
de hoplitas, arqueros, peltastas y jinetes. Los premios consistían en armas finamente elaboradas y
ornamentadas, así como coronas de oro, por un
valor total no inferior a cuatro talentos (X. HG.
IV 2.4-8). En la batalla de Coronea Jenofonte nos
confirma que Agesilao disponía de muchos más
peltastas que el enemigo (HG. IV 3.16)44.
Todos estos varios millares de mercenarios
fueron sin duda pagados con los pingües beneficios obtenidos con el expolio y el saqueo sistemático al que Agesilao sometió las satrapías de
Lidia, Frigia Helespóntica y Capadocia; el botín
fue de tal magnitud que, según Jenofonte (Ages.
1.17-19), las cosas perdían su valor y se vendían
por apenas nada; precisamente para comprar y
vender esos bienes, obteniendo un sustancioso
beneficio, Agesilao era acompañado por «una
multitud que proveía un mercado para el saqueo»
(D.S. XIV 79.2)45. En su regreso a Grecia, el rey
todavía llevaba consigo mil talentos, puesto que,
con el deseo de celebrar una victoria —no demasiado concluyente— en la batalla de Coronea46
quiso asistir a los juegos píticos que se desarrollaban en Delfos, participar en la pompe y consagrar
al dios el diezmo del botín obtenido en Asia, no
menos de cien talentos (X. HG. IV 3.21 y Ages.
1.34; Plu. Ages. 19.4). Sin ese botín la lealtad de
los miles de mercenarios —y de los griegos de
44
Aunque en la narrativa jenofóntica no parecen jugar un
papel en el desarrollo de la batalla, Best, 1969: 84-85, sospecha que formaron parte de las tropas de choque en la acción
de Herípidas.
45
Como la marcha de Agesilao no parece tener objetivos
estratégicos claros, Krasilnikoff, 1992: 32, también concluye
que el saqueo era la principal amenaza para sus enemigos. Esto
no es suficiente para Rop, 2019: 179, pero Hyland, 2018: 138,
recuerda la sensibilidad de los nobles persas a los cuantiosos
daños sufridos en sus propiedades.
46
Coronea fue una victoria “técnica” de las armas espartanas (cf. Fornis, 2003: 151-156 para una reconstrucción y valoración de la batalla) que no trajo consigo una mejora de la
situación en una Grecia central que, a excepción de Fócide y
Orcómeno, seguía bajo la influencia del Estado federal beocio.
Gladius, XLI (2021), pp. 7-23. ISSN: 0436-029X; eISSN: 1988-4168. https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
MERCENARIOS Y CLASES DEPENDIENTES EN EL IMPERIO ESPARTANO...
Asia— quizá no hubiera sido la misma, como demuestra el ardid de Agesilao de transmitir a sus
hombres como una victoria espartana las noticias
de la importante derrota naval sufrida en Cnido, a
fin de no minar su moral y evitar posibles deserciones: «se hizo a la idea de que la mayor parte del
ejército era capaz de participar con gusto si le iban
las cosas bien, pero si encontraban alguna dificultad no se veían obligados a tomar parte» (X. HG.
IV 3.13; cf. Plu. Ages. 17.5).
Agesilao había recibido con desagrado la orden de los éforos de regresar a Grecia debido a
que boicoteaba sus prometedores planes asiáticos
(X. HG. IV 2.1-3 y Ages. 1.36). La victoria en la
batalla del río Pactolo, librada cerca de Sardes
en 395, había consolidado su poder en Esparta y
potenciado su propaganda y su imagen panhelénicas. En ella el rey supo combinar con acierto
la solidez y contundencia de los infantes pesados
—entre los que debemos suponer se encontraban
los mercenarios cireos— con la movilidad de los
peltastas mercenarios y de la recién reclutada caballería profesional aportada por los aristoi minorasiáticos para imponerse a fuerzas enemigas
superiores en número. Como consecuencia del
choque, en el que el basileus obtuvo como botín
setenta talentos más y amenazó con la captura de
la capital lidia —incendió y saqueó sus alrededores durante tres días—, Artajerjes envió a Titraustes con la orden de decapitar a Tisafernes, ocupar
su lugar y ofrecer la autonomia a los griegos asiáticos si pagaban el antiguo tributo, propuesta que
fue rechazada por Agesilao (X. HG. III 4.20-25;
Hel. Oxy. 11-12.1; D.S. XIV 80; cf. X. Ages. 1.2935; Plu. Ages. 10.1-8; Nep. Ages. 3.4-5; Paus. III
9.5-6; Polyaen. II 1.9; VII 16.1; Front. I 8.12)47.
En Occidente Esparta cuenta con un importante aliado en la figura de Dionisio el Viejo,
que como en el pasado necesita de la pericia y
la cualificación militar espartana —el epiphanos
Aristo, también llamado Aretes (D.S. XIV 10.2-3,
70.3), y el jefe de mercenarios Aristóteles (D.S.
XIV 78.1-2) contribuyeron a afianzar su régimen
unipersonal, aunque el segundo acabó por ser de47
No podemos entrar aquí en el análisis minucioso de
las diferentes —y por momentos contradictorias— versiones
ofrecidas por Jenofonte por un lado y el anónimo de Oxirrinco
y Diodoro por otro. La historiografía moderna tiende a restar
importancia a la batalla de Sardes, calificada más bien de escaramuza: Anderson, 1970: 118-119; Cartledge, 1987: 215-217;
Hamilton, 1991: 97-100; Wylie, 1992; Shipley, 1997: 156163; Buckler, 2003: 64-69; Lotz, 2016.
17
vuelto a Esparta en 396 para ser juzgado por los
disturbios que causaba—, pero ahora en abundancia y con celeridad. En el contexto de esta colaboración, en 398 los éforos espartanos permiten al
tirano siracusano reclutar cuantos mercenarios lacedemonios deseara para su segunda guerra contra Cartago (D.S. XIV 44.2), sin duda entre los no
ciudadanos (inferiores, neodamodeis, periecos),
ya que en lugar de los atrasos en la soldada recibieron finalmente buenas tierras donde asentarse
en Leontinos (D.S. XIV 78.2-3); la situación se
repitió en 396 con el enrolamiento de otros mil
más (D.S. XIV 58.1) y con el envío ese mismo
año de treinta naves que, a las órdenes de Farácidas, participaron en la tercera guerra cartaginesa,
con Siracusa asediada por los púnicos y el pueblo
al borde de la revuelta, que no llega finalmente a
cristalizar gracias a una decisiva intervención verbal de Farácidas (D.S. XIV 62.1, 63.4, 70.1-2)48.
Pasaría una década antes de que Dionisio pudiera
devolver el favor a los lacedemonios. Lo haría en
387, bajo la forma de veinte naves que dieron a los
lacedemonios la superioridad sobre los atenienses
en el Helesponto en el momento en que se decidía
la suerte de la guerra corintia (X. HG. V 1.26)49.
Precisamente la guerra corintia, que enfrentó
a Esparta con una poderosa coalición integrada
por Beocia, Corinto, Argos y Atenas, financiada
por un Gran Rey persa que sacaba ventaja de los
enemigos que los espartanos habían dejado atrás,
supuso una década (395-386 a. C.) de conflicto
extenuante, panhelénico, diez años que, sumados
a los veintisiete de guerra del Peloponeso, dejaron
una Hélade exhausta. Fue una guerra de desgaste y de “trincheras”, con saqueos continuados y a
gran escala, y que tuvo en el elevado coste económico consumido por guarniciones y mercenarios
el principal gravamen para los contendientes50.
Pero también en una gran batalla hoplítica como
Coronea Esparta utilizó mercenarios, los cireos,
que ya hemos comentado que, a las órdenes de
Herípidas, lanzaron el asalto inicial (X. HG. IV
48
Sobre si hay que identificar o no a este personaje con el
Fárax que ejerce de navarco en Jenofonte (HG. III 2.12), junto
a una evaluación de la implicación espartana en Sicilia, véase
ahora Bearzot, 2018.
49
Y volvería a hacerlo en los aciagos tiempos que siguieron
a la débâcle de Leuctra, cuando el tirano les suministró más de
veinte naves y dos mil mercenarios celtas e iberos, con la paga
de cinco meses por adelantado (X. HG. VII 1.20-22 y 28-32;
D.S. XV 70.1).
50
Fornis, 2007b.
Gladius, XLI (2021), pp. 7-23. ISSN: 0436-029X; eISSN: 1988-4168. https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
18
CÉSAR FORNIS
3.15 y 17)51. Poco después, en un conocido pasaje
(IV 4.14), Jenofonte explica que ambos bandos ya
no combatían con ejércitos cívicos, sino que recurrían cada vez en mayor medida a mercenarios.
A manos de una fuerza de peltastas mercenarios —no menos de dos mil, altamente cualificados y muy bien pagados con dinero persa— comandados por el ateniense Ifícrates, en
coordinación con la falange hoplítica dirigida por
Calias, habría de sufrir Esparta una de las derrotas
más dolorosas de toda su larga historia forjada en
los campos de batalla: la aniquilación de casi la
mitad de los hoplitas integrantes de la mora acantonada en el puerto corintio de Lequeo, 250 preciosas vidas lacedemonias (X. HG. IV 5.11-18; cf.
D. XIII 22; Din. I 75; D.S. XIV 91.2-3; Polyaen.
III 9.49 y 54; Nep. Iphicr. 2.3)52. A la magnitud del
desastre (πάθος) militar y humano, Plutarco añade
la humillación pública porque «hoplitas hubieran
sido vencidos por peltastas y lacedemonios por
mercenarios» (Ages. 22.4)53.
Dercílidas y Agesilao habían empleado peltastas tracios y paflagonios de modo efectivo en
labores de pillaje y saqueo durante sus expediciones asiáticas. Y los comandantes lacedemonios
que operaron en la guerra corintia, sobre todo en
el Egeo y la costa de Asia Menor, continuaron haciéndolo. En la ofensiva espartana del año 391,
tras el fracaso de las negociaciones de paz, Tibrón
dispuso de ocho mil soldados —mercenarios en
su mayoría, si no en su totalidad—, además de levas locales, para liberar algunas ciudades (Éfeso,
Priene, Magnesia, Leucofris) y llevar a cabo un
saqueo sistemático del valle del Meandro, hasta
que en una de las acciones es sorprendido y muer51
Si creemos a Polieno (III 9.45), al menos algunos de los
cireos seguirían operativos y al servicio de Esparta dos años
después, en la batalla por los Muros Largos que unían Corinto con su puerto de Lequeo; ni Jenofonte (HG. IV 4.8-9) ni
Diodoro (XIV 86.3-4) registran mercenarios entre las fuerzas
de que dispuso Praxitas, el polemarco de la mora instalada en
Sición. Cartledge, 1987: 321 y Millender, 2006: 245, aceptan
la noticia del polemólogo, mientras Bettalli, 2013: 154, n. 14,
la considera poco fiable.
52
Con esta y otras acciones similares, Ifícrates se aseguró
una fama perenne y el paso a los anales de la historia militar
como uno los comandantes griegos más innovadores, audaces
y eficaces. Sobre su actuación en la guerra corintia, véase Fornis, 2004; Sekunda y Burliga, 2014: 7-48 et passim.
53
En el erudito de Queronea, como en Jenofonte, el episodio funciona como una retribución divina para castigar a un
Agesilao exultante por sus recientes éxitos y el botín conseguido
en la Corintia y por su ὕβρις con los embajadores tebanos (cf.
Shipley, 1997: 265-272, esp. 268-269).
to, junto a muchos de sus hombres, por la caballería del sátrapa Estrutas (X. HG. 4.8.17-19 y 22;
D.S. 14.97.1-4 y 99.1-3). Dífridas, a quien se encomendó la misión de reunir lo que quedaba del
ejército de Tibrón y reclutar nuevas tropas con las
que seguir combatiendo a Estrutas, tuvo la fortuna
de que cayera en sus manos la hija del sátrapa y
su marido Tigranes, que viajaban hacia Sardes; el
sustancioso dinero del rescate fue empleado por el
harmosta en pagar la soldada de sus mercenarios y
consolidar la ofensiva espartana en Jonia (X. HG.
IV 8.21)54.
Pero Esparta, lastrada quizá por el peso de una
tradición y de un ideario que la habían coronado
como el Estado hoplítico par excellence55, no supo
alcanzar la eficacia de Ifícrates en la utilización de
este tipo de tropas ligeras mercenarias en choques
en formación contra el enemigo —los peltastas de
Agesilao en las batallas de Sardes y Coronea (X.
HG. III 4.23-24; IV 3.15) parecen ejercer labores
auxiliares, de distracción y de captura de botín—,
como se infiere del siguiente episodio. En la primavera de 388, Ifícrates fue enviado al Helesponto al frente de ocho naves y mil doscientos de sus
inseparables peltastas mercenarios, en su mayoría
veteranos de las campañas en el istmo de Corinto,
para evitar que el espartiata Anaxibio, harmosta
de Abido, dañara una influencia ateniense en la
región que Trasibulo de Estiria había construido
con gran esfuerzo en los años anteriores. Después de hacerse la guerra mutuamente durante un
tiempo a través de prácticas piráticas (leisteia), el
traslado de Anaxibio acompañado de unos pocos
lacedemonios del destacamento, mil misthophoroi eolios —presumiblemente infantes ligeros—
y doscientos hoplitas abidenos hasta la ciudad
amiga de Antandro, en la que pretendía instalar
una guarnición, proporcionó a Ifícrates la oportunidad de planear y tender una emboscada. Esta
tuvo lugar cerca de Cremaste, en terreno abrupto
y estrecho, donde era imposible que las tropas de
Anaxibio, que avanzaban en una columna larga y
estrecha, pudieran formar. Ifícrates atacó primero
a los lacedemonios de la retaguardia, consiguió
matar a todos ellos —un mínimo de doce—, Anaxibio incluido, y luego a unos doscientos mercenarios del centro de la columna —que por tener
un equipamiento más ligero tenían más fácil la
Sobre estas operaciones: Buckler, 2003: 154-156;
Hyland, 2018: 161-163.
55
Pace Bettalli, 2013: 148.
54
Gladius, XLI (2021), pp. 7-23. ISSN: 0436-029X; eISSN: 1988-4168. https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
MERCENARIOS Y CLASES DEPENDIENTES EN EL IMPERIO ESPARTANO...
huida— y a cincuenta hoplitas abidenos de los
que se encontraban en vanguardia (X. HG. IV
8.33-39; Plu. Mor. 219C). En términos de geoestrategia, la audaz acción de Ifícrates contribuyó
a salvar temporalmente el control ateniense del
Helesponto, hasta que la ayuda persa y siracusana
hizo posible que el navarco Antálcidas bloqueara
la ruta ateniense de aprovisionamiento de grano
póntico y pusiera fin a la contienda.
Antes de que Artajerjes nombrara a Tiribazo para la satrapía de Sardes y se materializara
la asistencia económica persa, los espartanos tenían dificultades para pagar a sus nautai, que, en
consecuencia, se negaban a remar. En 388 eso le
sucedió a Eteónico, harmosta de Egina, pese a
que los presionaba y obligaba. Los lacedemonios
enviaron entonces a Teleutias, el hermanastro de
Agesilao, quien reconoce a los marineros que no
llega con dinero, aunque pronto logra disponer del
suficiente como para adelantarles la paga de un
mes gracias a la venta del botín conseguido en su
osado ataque al Pireo y en los actos de piratería
sobre pesqueros y barcos mercantes y de transporte que navegaban entre el puerto ateniense y el
cabo Sunio. «Con ello mantenía las naves equipadas y a los marineros contentos y dispuestos para
el servicio», le elogia Jenofonte (HG. V 1.13-24).
La paz del Rey o paz de Antálcidas garantizó para los espartanos el papel de dirigentes
(προστάται) de la paz y vigilantes de la independencia (αὐτονομία) de las ciudades, con el beneplácito de Persia; de hecho, los griegos se refirieron a ella como «la paz enviada por el Rey» (ἡ ὑπὸ
βασιλέως χαταπεμφθείση εἰρήνη: X. HG. V 1.30 y
35; cf. D. XV 9, 29; XX 54; Plb. I 6.2). Esto significaba la legitimación del imperio lacedemonio, la
autoridad para acallar cualquier atisbo o brote de
oposición a su Machtpolitik. En el marco de esta
«hegemonía incontestable» (ἀδήριτος ἡγεμονία),
Esparta seguirá movilizando mercenarios de manera asidua y en proporciones significativas, con
una evolución hacia un mayor empleo de tropas
ligeras, principalmente para expediciones y/o
mantenimiento de guarniciones fuera del Peloponeso (Calcídica, Beocia, Corcira), pero también
como apoyo a ejércitos de ciudadanos y aliados56.
Sin duda fueron igualmente empleados en la flota,
junto a los esclavos, a juzgar por el rechazo del
56
Parke, 1933: 83-90; Best, 1969: 97-101, 112-114; Anderson, 1970: 126-138; Hamilton, 1991: 174-199; Buckler,
2003: 235-239, 263-267; Bettalli, 2013: 159-161; Millender,
2006: 248-253; English, 2012: 90-99.
19
demos ateniense —convencido por Cefisódoto—
a ejercer el mando en el mar mientras los espartanos lo hacen en tierra, en el marco de una alianza
que en 369 les unía frente a los tebanos; no es
justo, dice Cefisódoto, que los atenienses dirijan
una flota a la que los espartanos contribuyen con
hilotas y mercenarios, lo más despreciable y ruin
de la sociedad, en tanto que ellos aportaban excelentes hoplitas y caballeros al ejército terrestre
conducido por Esparta (X. HG. VII 1.12-13). Y,
por fin, una aislada referencia de Jenofonte en el
Hipárquico (9.4) nos informa escuetamente de la
presencia mercenaria en la caballería lacedemonia, que según el historiador ateniense mejoró tras
su introducción (es conocida su sentencia en HG.
VI 4.10 de que en Esparta nunca fue un cuerpo de
prestigio formado por la elite social, como sucede en otros Estados, sino un cuerpo desacreditado
en el que acababan los peores combatientes y que
nunca cumplió un papel glorioso).
Una innovación importante se produjo en
382, en los prolegómenos de la dura guerra contra la liga calcídica. Con el objetivo de superar
el creciente desencanto de los aliados por servir
en campañas que prácticamente solo interesaban
al hegemon y al mismo tiempo para mejorar la
eficacia del ejército con la contratación de profesionales de la guerra, Esparta introdujo en la liga
del Peloponeso la posibilidad de que los aliados
contribuyeran con dinero en lugar de con hombres
(ἀργύριόν τε ἀντ᾿ ἀνδρῶν), concretamente tres
óbolos eginetas —equivalentes a cuatro óbolos y
medio atenienses— por hoplita y día, la mitad por
un infante ligero y el cuádruple por cada caballero (X. HG. V 2.21-23; D.S. XV 31.1-2). Como la
medida tuvo buena acogida entre los aliados, estas
cantidades compensatorias —razonables, pero no
sustanciosas, excepto para los hippeis, cuyo coste
parece elevado— iban a ofrecer en principio una
nueva fuente de financiación para que los lacedemonios enrolaran soldados a sueldo más cualificados, motivados y a priori más eficaces que los
proporcionados por los symmachoi57. La figura de
τὸ ξενικόν llegó a ser familiar en la organización
sociomilitar espartana de comienzos del siglo IV
y así, por ejemplo, en la Lakedaimonion Politeia
57
Véase el comentario sobre este scutagium —con paralelos medievales— a cargo de Bettalli, 2013: 156-158, quien
sospecha (161-163) que, dada la precariedad de las finanzas
públicas de las ciudades peloponésicas, serían los plousioi los
encargados de hacer frente a semejante gasto; cf. también Krasilnikoff, 1993: 90 y Trundle, 2004: 94, 109.
Gladius, XLI (2021), pp. 7-23. ISSN: 0436-029X; eISSN: 1988-4168. https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
20
CÉSAR FORNIS
(10.3) Jenofonte alude a su reciente introducción
en la realización de las guardias, una labor desempeñada hasta entonces por otros infantes ligeros
(hamippoi), los esciritas.
Pese a todo, las campañas en que los lacedemonios contaron con mercenarios no fueron más
efectivas por esa razón, sobre todo cuando implicaban a tropas ligeras. Sintomático es el episodio
que tuvo lugar en ese mismo año 382, cerca de las
murallas de Olinto: Teleutias lanzó a los peltastas
pagados por el rey macedonio Amintas III y mandados por Tlemónidas, sin apoyo de los infantes
pesados, contra la caballería olintia en aparente
huida, pero los jinetes giraron repentinamente y
atacaron a los peltastas dispersos, causando más
de cien bajas, incluida la de su oficial Tlemónidas;
pero lo peor estaba por llegar, ya que el desordenado contrataque de Teleutias, presa de las emociones, condujo a un desastre mayor en el que él
mismo encontró la muerte, hecho que provocó la
fuga de sus hombres en distintas direcciones y la
muerte de muchos en el intento (X. HG. V 2.38;
3.3-6).
La derrota de Teleutias guarda similitud con
la sufrida tres años después, en este caso en territorio beocio, por Fébidas, aquel oficial espartano
que había perpetrado la toma de la Cadmea tebana
(«hombre que no pasaba por ser reflexivo e inteligente»: X. HG. V 2.28). Nombrado por Agesilao
harmosta de la recién fortificada Tespias, Fébidas
ejecutaba razias y expoliaba el territorio de los
tebanos con la movilidad que otorga un contingente de peltastas mercenarios. Al sufrir un ataque
de hoplitas y caballeros tebanos, inicialmente los
hizo retroceder, acosándolos con sus peltastas y
con apoyo de hoplitas tespieos —de poca fiabilidad y temerosos de los hoplitas tebanos—, pero,
envalentonado, ordenó la persecución; cuando
los caballeros tebanos se reagruparon y volvieron
grupas, sorprendieron a los peltastas adelantados
y dispersos y al propio Fébidas, cuya muerte provocó la desbandada de los mercenarios y luego la
de los muy rezagados hoplitas tespieos, muriendo
algunos antes de poder refugiarse dentro de las
murallas (X. HG. V 4.41-45; las pérdidas lacedemonias son más elevadas en D.S. XV 33.6 y
Polyaen. II 5.2, según el cual, por cierto, Górgidas
era el jefe del escuadrón de caballería tebana).
La compensación pecuniaria en lugar de la
contribución en hombres fue entregada por los
σύμμαχοι de Esparta para la campaña contra Corcira, conducida en 372 por el navarco Mnasipo, al
que acompañaban no menos de 1500 mercenarios.
La depredación sobre la isla —rica en cultivos, esclavos y ganado— emprendida por las fuerzas de
Mnasipo satisfacía con creces todas las necesidades de los sitiadores. Pese a esta situación favorable, y a que no le faltaba dinero porque los aliados
habían aportado en mayor medida al tratarse de
una expedición naval, llevado de la avaricia el navarco licenció a algunos mercenarios sin pagarles,
mientras que a otros les adeudaba el sueldo de dos
meses; Jenofonte atribuye la subsiguiente derrota
y muerte de Mnasipo al desánimo y el odio que
cundió entre sus soldados, «que es lo menos conveniente para una batalla» (X HG. VI 2.3-23).
Solo Agesilao, según un Jenofonte que no es
un modelo de imparcialidad, parece no haberse
desenvuelto del todo mal en la dirección de peltastas mercenarios combinados con hoplitas y caballeros durante la invasión y saqueo de territorio
tebano en 378, en medio de fosos y empalizadas
utilizadas para atrincheramiento; los peltastas,
necesarios para ocupar el monte Citerón y luego pasar a la llanura beocia, los tuvo que “tomar
prestados” de la ciudad arcadia de Clitor, para lo
cual el rey tuvo que interrumpir la guerra que esta
mantenía con su vecina Orcómeno —imponiendo
el liderazgo espartano en la liga del Peloponeso—
y adelantar un mes de paga a τὸν ἄρχοντα τῶν
ξένων (HG. V 4.36-41)58. No obstante, Diodoro
(XV 32; cf. Nep. Chabr. 1) cuenta que, en esta
misma campaña, en la que disponía de un imponente ejército de 18 000 hombres y 1500 caballeros, rehusó el combate contra los mercenarios de
Cabrias apostados, junto a los hoplitas tebanos,
en una posición elevada, «admirado de la disciplina de los enemigos y de su actitud de desprecio
... permaneciendo firmes en sus puestos, con los
escudos apoyados contra sus rodillas y las lanzas
apuntando al adversario»; el rey espartano se replegó y prefirió volver a su actividad preferida,
58
Poco antes, había sido Cleómbroto quien, en su primera
campaña al frente del ejército lacedemonio, había conducido
la invasión de Beocia; llevó a sus peltastas a través del monte
Citerón y cogió por sorpresa a Cabrias, apostado de guardia con
una unidad de 150 peltastas en el camino de Eleuteras, matando
a casi todos ellos (X. HG. V 4.14), si bien después parece haber
mostrado una cierta pasividad y no sacó partido de la situación
—el rey agíada no compartía la aversión por los tebanos de Agesilao—, razón por la cual su colega en el trono lideró la siguiente
expedición (V 4.35). En 376 Cleómbroto intentó repetir la táctica, pero atenienses y beocios estuvieron más vigilantes y les
tendieron una embocada en la que mataron a cuarenta peltastas
(V 4.49).
Gladius, XLI (2021), pp. 7-23. ISSN: 0436-029X; eISSN: 1988-4168. https://doi.org/10.3989/gladius.2021.01
MERCENARIOS Y CLASES DEPENDIENTES EN EL IMPERIO ESPARTANO...
devastar y someter a pillaje la llanura, obteniendo
un sustancioso botín.
Como conclusión podemos decir que durante
el período de su hegemonía el Estado lacedemonio
utilizó masivamente en sus campañas tanto mercenarios como grupos dependientes ante la evidente y cruda realidad de que precisaba abundante
mano de obra militar para atender las necesidades
de su ambicioso programa imperial, mientras los
cada vez más mermados numéricamente homoioi
se reservaban la gestión y administración de una
arche de la que eran los principales beneficiarios.
Los periecos, cuyo porcentaje no había dejado de
crecer en el ejército lacedemonio desde inicios
del siglo V59, ya no eran suficientes. Por su parte,
los aliados mostraban una creciente desafección
al comprobar que los espartanos se arrogaban la
explotación de los beneficios del imperio; desde la
victoria sobre Atenas en 404, la liga del Peloponeso fue resquebrajándose sin cesar hasta desaparecer de facto en la década de 360.
La derrota frente a los tebanos en la batalla
de Leuctra, donde la participación mercenaria
—comandada por un espartiata, Hiarón, que tiene estatuas en Olimpia y Delfos (X. HG. VI 4.9;
Plu. Mor. 397F; IvO nº 274)— no tuvo ninguna
incidencia y perdieron la vida cuatrocientos de
los setecientos espartiatas combatientes (X. HG.
VI 4.15), aproximadamente un tercio de los ciudadanos de pleno derecho, pondría en evidencia
la fragilidad de las costuras que habían hilvanado
este imperio continental y naval, con teatros bélicos cada vez más lejanos60. Tras la pérdida de
Mesenia, a no ser que poseyeran tierras en Laconia, los espartiatas que tenían allí sus parcelas se
vieron despojados de su medio de subsistencia,
cayendo en la miseria y perdiendo los derechos
de ciudadanía; el mercenariado se convertirá en la
única alternativa “digna” para lograr ingresos, lo
que no les diferenciaba ya de periecos y otros grupos dependientes. Este camino irreversible hacia
la plutocracia61, en medio del desmoronamiento
del régimen licurgueo, explica el creciente número de lacedemonios sirviendo como mercenarios
para otros Estados a lo largo del siglo IV y el que
la región del Ténaro se consolide como un gran
mercado de mercenarios del Mediterráneo orien59
Últimamente Stewart, 2018: 377-378 y Ducat, 2018:
601-603; solo Lazenby, 1985 y Hawkins, 2011: 14-17 rechazan con fuerza esta idea.
60
En el mismo sentido, Millender, 2006: 253.
61
Cf. Hodkinson, 2000: esp. 432-441.
21
tal. La situación se había invertido de tal modo
que incluso reyes de descendencia heraclida como
Agesilao II o Arquidamo III acabaron sus días
como xenikoi strategoi de dinastas extranjeros,
presumiblemente en un intento de captar fondos
con los que contratar a su vez, en una suerte de paradoja que se alimenta circularmente, tantos mercenarios como fuera posible para su fútil empresa
de reconquistar Mesenia (X. Ages. 2.25-27; D.S.
XVI 88.3; Plu. Ages. 36-40)62.
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