Ambientalismos y conflictos actuales en América Latina
Movimientos comprometidos con la vida
Alberto Acosta y Decio Machado
Publicado en Revista OSAL Nº 32 (Observatorio Social de América Latina CLACSO) - ISSN 1515-3282
http://es.scribd.com/doc/107509722/Revista-OSAL-N%C2%B0-32
Abstract
La historia de la humanidad es la historia del dominio del hombre
sobre la naturaleza. Durante siglos, la relación de las sociedades con
el medio ambiente ha estado marcada por el utilitarismo y la
explotación de recursos. Bajo el orden capitalista, los efectos de este
tipo de relación, ampliamente respaldada por las ideas de progreso y
desarrollo
económico,
están
adquiriendo
características
preocupantes(contaminación, escasez de recursos, cambio climático)
que apuntan hacia una terrible catástrofe ambiental. En este artículo,
Alberto Acosta y Decio Machado, dan cuenta de la separación entre
el hombre y la naturaleza a lo largo de la historia, así como de las
posibilidades de reencuentro entre ambos, a partir del surgimiento
del pensamiento ambientalista y de iniciativas orientadas hacia una
nueva relación con el medio natural. De esta manera, los autores
describen las circunstancias que marcaron el nacimiento de la
ecología política y de la crítica al modelo desarrollista, e indagan
cuáles son las implicaciones actuales delos distintos tipos de
ambientalismo en América Latina.
“Cuando los ricos talaron sus bosques, construyeron fábricas que
vomitan veneno y recorrieron el mundo en una búsqueda insaciable
de recursos baratos, los pobres no dijeron nada. En realidad pagaron
el desarrollo de los ricos. Ahora los ricos reclaman tener derecho a
regular el desarrollo de los países pobres… Como colonias fuimos
explotados. Ahora, como países independientes debemos ser
igualmente explotados”
(Mohamad Mahathir - Discurso ante la Conferencia de Naciones
Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, Río de Janeiro, Junio 13,
1992)
La Naturaleza
preocupación
tironeada
entre
la
amenaza
y
la
En la medida que el ser humano encontró formas
sedentarias de organización social, su deseo y su necesidad
por intervenir conscientemente en los espacios naturales fue
creciendo. Con el surgimiento de la agricultura, la
vegetación silvestre comenzó a ser domesticada. Con este
paso civilizatorio importante se amplió el número de
habitantes del planeta y paulatinamente comenzaron a
incrementarse las presiones sobre la Naturaleza.
El ser humano mantenía una estrecha relación de temor y
utilidad con la Naturaleza. El miedo a los impredecibles
elementos de la Naturaleza estaba siempre presente en la
vida cotidiana. Hasta que la ancestral y difícil lucha por
sobrevivir se fue transformando en un desesperado esfuerzo
por dominar la Naturaleza. Paulatinamente el ser humano,
con sus formas de organización social antropocéntricas, se
puso figurativamente hablando, por fuera de la Naturaleza.
Se llegó a definir la Naturaleza sin considerar a la
humanidad como parte integral de la misma. Y con esto
quedó expedita la vía para dominarla y manipularla.
Sir Francis Bacon (1561 - 1626), célebre filósofo
renacentista, plasmó esta ansiedad en un mandato, cuyas
consecuencias vivimos en la actualidad, al reclamar que “la
ciencia torture a la Naturaleza, como lo hacía el Santo Oficio
de la Inquisición con sus reos, para conseguir develar el
último de sus secretos…”(1). No fue solo Bacon. René
Descartes (1596-1650), uno de los pilares del racionalismo
europeo, consideraba que el universo es una gran máquina
sometida a leyes. Todo quedaba reducido a materia
(extensión) y movimiento. Con esta metáfora, él hacía
referencias a Dios como el gran relojero del mundo,
encargado no sólo de “construir” el universo, sino de
mantenerlo en funcionamiento. Y al analizar el método de la
incipiente ciencia moderna, decía que el ser humano debe
convertirse en dueño y poseedor de la Naturaleza. De esta
fuente cartesiana se han nutrido otros filósofos notables que
han influido en el desarrollo de las ciencias, tecnología y
técnicas.
Por cierto que esta visión de dominación tiene también
profundas raíces judeocristianas. Recordemos aquel pasaje
del Génesis en que se establece este mandato: “creced,
multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Génesis 1.26).
Pero también la Biblia en varios otros pasajes establece
relatos que conminan a los humanos a ser responsables con
la Naturaleza.
A partir de 1492, cuando España invadió nuestra Abya Yala
(América) con una estrategia de dominación para la
explotación, Europa impuso su imaginario para legitimar la
superioridad del europeo, el “civilizado”, y la inferioridad del
otro, el “primitivo”. En este punto emergieron la colonialidad
del poder, la colonialidad del saber y colonialidad del ser.
Dichas colonialidades, vigentes hasta nuestros días, no son
solo un recuerdo del pasado. Explican la actual organización
del mundo en su conjunto, en tanto punto fundamental en la
agenda de la Modernidad. Ya a finales del siglo XIX, el
pensador, político y periodista cubano José Martí, indicaba
que la independencia política de “nuestra América mestiza”
no conllevó la liquidación de la dependencia colonial ni en
términos económicos ni culturales. Citándole textualmente:
“la colonia continuó viviendo en la república”.
Para cristalizar este proceso expansivo, Europa consolidó
aquella visión que puso al ser humano figurativamente
hablando por fuera de la Naturaleza. Se definió la
Naturaleza sin considerar a la Humanidad como parte
integral de la misma. Con esto quedó expedita la vía para
dominarla y manipularla. Se sentaron las bases para la
división del trabajo capitalista: unos países se especializaron
en producir manufacturas y a otros se los especializó en
producir materias primeras, sobre todo recursos naturales;
los primeros importan Naturaleza para procesarla, los
segundos la exportan. Así surgió el extractivismo que
convirtió a Nuestra América en suministradora de recursos
primarios para atender las demandas del capital, no era
casualidad que Cristóbal Colón en su diario de viaje al
continente mencionara 175 veces la palabra “oro”.
Por cierto se han registrado desde tiempo inmemoriales
acciones de protección de la Naturaleza, inclusive en
aquellas sociedades que se colocaron al margen de ella. El
cuidado de la Naturaleza tiene mucha historia. No solo la
destrucción de la misma. Sobran los registros sobre
reservas naturales protegidas por diversos motivos.
Pausanias historiador griego del siglo II, nos cuenta sobre la
existencia de un bosque sagrado junto al templo de Apolo
en Atenas. No faltaron procesos de conservación inspirados
por los privilegiados; más de un monarca en Europa
protegió sus territorios de caza y pesca, trasladando este
concepto también a sus colonias. En muchos lugares,
terratenientes marginaban para su uso exclusivo bosques y
amplias áreas silvestres.
A finales del siglo XIX se desarrollan concepciones
románticas sobre la Naturaleza, y es fácil encontrar literatura
de viajeros al continente americano haciendo referencia a la
sensualidad de sus paisajes e impulsando a protegerlos en
razón estricta de su belleza. El parque nacional Yellowstone,
creado en 1872, es considerado como el primero en su
género. Jurídicamente quizás sea así. La realidad, empero,
contradice esa afirmación. A lo largo de la historia de la
humanidad, una y otra vez, en distintas regiones, diversas
comunidades de seres humanos establecieron reservas
naturales e inclusive espacios sagrados, y defendieron la
Naturaleza. Pero será más adelante cuando esta
preocupación cobre fuerza social.
En ese contexto, los orígenes del ambientalismo, en tanto
movimiento social, se remontan a finales del siglo XIX y
principios del siglo XX, teniendo sus raíces en la crítica
naturalista (2) como respuesta a las agresiones producidas
sobre el paisaje por el industrialismo y manifestándose en el
marco de un proteccionismo aristocrático, que se expresó
en asociaciones naturistas y conservacionistas.
Siglo XX: auge del capitalismo, mayor depredación de
recursos y deterioro ambiental
Con la llegada de la fase inicial de la revolución industrial, a
través del carbón y de la máquina de vapor, se provocaron
efectos ambientales negativos aunque limitados al ámbito
local sobre una población planetaria siete veces menor a la
actual (3). Las transformaciones del capitalismo en sus
ondas largas (determinadas inicialmente por el economista
ruso Nikolai Kondratieff), en el ciclo que el economista belga
Ernest Mandel definiría como “largo período de la segunda
revolución tecnológica” (1894-1940) , forzaron aún más la
explotación de la Naturaleza. Su creciente mercantilización
fue la tónica dominante. Así, el paso a la producción y
consumo en masa fundamentados sobre el taylorismofordismo y la generalización de los motores de combustión
(uso especialmente de recursos fósiles como el carbón y
luego petróleo como fuentes energéticas), que caracterizó al
mencionado ciclo capitalista, determinó un uso acelerado de
los recursos naturales.
Tras la segunda guerra mundial, el Plan Marshall (al menos
13.000 millones de dólares inyectados por los EEUU en la
economía europea entre 1947 y 1952), aplicado en el
período de postguerra para reconstruir los países
devastados por el conflicto bélico y por el cual, a través de la
apertura de los mercados y la demanda europea, la
economía estadounidense obtuvo un superávit en su
balanza comercial por valor de aproximadamente 12,5
billones de dólares, provocó otro notable esfuerzo por
dominar los recursos naturales a nivel planetario, siempre
bajo el paraguas del “progreso”. La vertiginosa transferencia
de la industria bélica estadounidense hacia la producción
industrial masiva para el consumo, vino a significar que la
modernidad se identificase ineludiblemente con el concepto
de desarrollo. Particularmente el petróleo fue la base
energética de uno de los períodos de más acelerado
crecimiento económico.
Al otro lado del “Telón de Acero”, aunque desde esquemas
sociales diferentes, la URSS desarrolló una política de
crecimiento basado en la aceleración sin precedentes del
ritmo de industrialización, con base el autoabastecimiento
energético (4) y la producción metalúrgica (5). La
explotación de los inmensos recursos naturales de los que
disponía la Unión Soviética, incluido petróleo, gas y minería,
fue la base sobre la que se sustentó su política de
crecimiento. Si bien en los países del “socialismo real” no se
estimuló el consumo (no había interés por el aumento de la
tasa de retorno del capital privado ni necesidad de utilizar
mecanismos de ampliación de mercados), el centralismo
burocrático ninguneó cualquier lógica enfocada a la
sustentabilidad, basando sus objetivos en el desarrollo del
crecimiento de la producción, en el marco de una
competencia creciente con el mundo desarrollado
capitalista. Dicha industrialización se desarrolló a costa del
sector agrario, y por consiguiente se generó la imposibilidad
de atender las necesidades biológicas de la población (6). El
“socialismo real” optó por el Marx desarrollista inspirador de
El Capital, para quien la futura sociedad se construye bajo la
transformación de las relaciones sociales, con la finalidad de
desarrollar el crecimiento de las fuerzas productivas; en
decremento del joven Marx, para quien la finalidad de la
historia es la desalienación del hombre, y no el
desarrollismo productivo. Para Marx, “con su triunfo el
proletariado no se erige en clase universal de la sociedad,
puesto que no triunfa más que suprimiéndose él mismo y
suprimiendo, a la vez, a la clase adversa” ; en la URSS el
obrero y el campesino continuaron existiendo y la burocracia
ocupó el lugar de la burguesía y su papel de control,
convirtiéndose en el beneficiario de su plusvalía (Marx y
Engels, 1974). El socialismo no vale más que el capitalismo
si no cambia de herramientas (Gorz y Bosquet, 1975), y si
no da paso a una gran transformación desde visiones
antropocéntricas a visiones (socio)biocéntricas.
En el mal llamado Tercer Mundo, en esos años, se
consolidó cual mandato universal la búsqueda del
desarrollo. Los Estados Unidos y las otras naciones
industrializadas estaban “en la cima de la escala social
evolutiva” (Sachs, 1996). Y desde su visión, propuesta en
enero de 1949 por el presidente norteamericano Harry
Truman, en el punto cuarto de su discurso, todas las
sociedades tendrían que recorrer la misma senda y
aspirarían a una sola meta: el desarrollo. Y, por cierto, se
sentaron las bases conceptuales de otra forma de
imperialismo.
Esta metáfora del desarrollo, tomada de la vida natural,
cobró un vigor inusitado. Se transformó en una meta a ser
alcanzada por toda la Humanidad. Se convirtió, esto es
fundamental, en un mandato que implicaba la difusión del
modelo de sociedad norteamericana, heredera de muchos
valores europeos. Aunque Truman seguramente no estaba
consciente de lo que hablaba, ésta llegaría a ser una
propuesta con historia, por decir lo menos.
De todas maneras, sin negar los valiosos aportes de la
ciencia, la voracidad por acumular el capital -el sistema
capitalista- forzó a las sociedades humanas a subordinar a
la Naturaleza. Con diversas ideologías, ciencias y técnicas
se intentó separar brutalmente al ser humano de la
Naturaleza. El capitalismo, en tanto “economía-mundo”
(Wallerstein, 1988) , transformó a la Naturaleza en una
fuente de recursos aparentemente inagotable (7). Los
límites biofísicos, en algunos casos peligrosamente
superados, están a la vista. Y sus consecuencias comienzan
a ser funestas. De las cerca de 1,8 millones de especies –
moneras, protistas, hongos, animales y vegetales- a las que
se les ha asignado un nombre científico (se piensa que esto
sólo corresponde a la mitad de las especies existentes en el
planeta), se estiman como extinguidas 1.159 (datos Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza, 2009).
Si tenemos en cuenta que el 60% de las selvas húmedas
tropicales del planeta ya se han perdido, es de considerar
que el 25% de los mamíferos y 11% de las aves están
amenazados (Mittermeier et al., 1997), llegándose a la cifra
de 17.000 especies en peligro de extinción (8). Por otro
lado, basta ver los efectos del mayor recalentamiento de la
atmósfera o del deterioro de la capa de ozono, de la pérdida
de fuentes de agua dulce, de la erosión de la biodiversidad
agrícola y silvestre, de la degradación de suelos o de la
acelerada desaparición de espacios de vida de las
comunidades locales para entender el nivel de gravedad por
el que atraviesa el planeta. Los efectos del cambio climático,
más allá de los efectos sobre la población mundial
(migraciones, empobrecimiento, alimentación y transmisión
de enfermedades) y la economía de los países, pueden
afectar en breve al 30% de las aves no amenazadas, el 51%
de los corales no amenazados y 41% de los anfibios no
amenazados, dado que sus características los hacen
susceptibles a ese fenómeno (8).
En síntesis, la acumulación material mecanicista e
interminable de bienes, apoltronada en el aprovechamiento
indiscriminado y creciente de la Naturaleza, no tiene futuro
(Gudynas, 2009). En la actualidad todo indica que el
crecimiento material sin fin culminará en un suicidio
colectivo.
A pesar de esta constatación, el capitalismo busca ampliar
espacios de maniobra mercantilizando cada vez más la
Naturaleza. Los mercados de carbono y de servicios
ambientales asoman como la más reciente frontera de
expansión para sostener la acumulación del capital. Se lleva
la conservación de los bosques al terreno de los negocios.
Se mercantiliza y privatiza el aire, los bosques y la Tierra
misma. Al parecer no importa que la serpiente capitalista
continúe devorando su propia cola, poniendo en riesgo su
propia existencia y de la Humanidad misma.
El capitalismo, demostrando su asombroso y perverso
ingenio para buscar y encontrar nuevos espacios de
explotación, está colonizando el clima (Lohman, 2012). Este
ejercicio neoliberal extremo, del cual no se libran los
gobiernos “progresistas” de América Latina, convierte la
capacidad de la Madre Tierra en un negocio para reciclar el
carbono. Y lo que resulta preocupante, la atmósfera es
transformada cada vez más en una nueva mercancía
diseñada, regulada y administrada por los mismos actores
que provocaron la crisis climática y que reciben ahora
subsidios de los gobiernos con un complejo sistema
financiero y político. Recordemos que este proceso de
privatización del clima se inició en la época neoliberal
impulsado por el Banco Mundial, la Organización Mundial
del Comercio y otros tratados complementarios.
Estos instrumentos de la denominada “economía verde” no
evitarán la destrucción ambiental. En el mejor de los casos,
apenas posponen la solución de los problemas. Eso si
garantizando al capital nuevos mecanismos de acumulación
mientras el deterioro ambiental aumenta. Bajo esta realidad,
el decrecimiento en los países desarrollados se ha
convertido en un imperativo de supervivencia, mientras que
para los países del Sur, el diseñar una salida
postextractivista se convierte en una necesidad inmediata
para detener el sesgo depredador del actual extractivismo.
Esta modalidad de acumulación primario exportadora
responde a las ideas contemporáneas de un modelo de
desarrollo que se demuestra inviable ante los límites
ecológicos del planeta y la catástrofe climática. En su
conjunto, ambas condiciones, suponen otra economía, otro
estilo de vida, otra civilización con otros valores y unas
relaciones sociales notablemente diferentes a las que
conocemos hoy en día.
Un complejo y
concientización
hasta
contradictorio
proceso
de
A pesar de que el crecimiento económico ha dominado y
domina aún el escenario de la política real, en esta época,
desde la postguerra, paulatinamente se desarrollaron
preocupaciones y acciones respecto a la protección del
medioambiente, fruto a su vez de la transformación de las
relaciones internacionales en su contexto global. Pero no
será hasta la década de los sesenta cuando el
ambientalismo asume como tema central la supervivencia
de la especie humana, superando sus iniciales postulados
estéticos y la conservación del entorno natural y de la vida
salvaje. Igualmente empieza preocupar en el mundo la
amenaza de una destructiva confrontación nuclear y los
niveles de contaminación en los países más desarrollados,
lo que provocaría diversas respuestas desde sociedades
cada vez más conscientes de los riesgos globales. Entonces
emerge la noción de catástrofe ecológica en el seno de la
contra-cultura subversiva que critica el crecimiento
económico, la sociedad de consumo, la crisis del
productivismo tecnocrático y el agotamiento de los recursos
naturales. Se llega incluso a pronosticar la crisis civilizatoria
hoy en curso.
Sin embargo, el ambientalismo no se conforma como una
corriente de pensamiento homogénea. En el ambientalismo
existen diversas posturas ideológicas y lógicas de
intervención política, lo cual genera diferentes tipos de
ambientalismo o luchas ambientales. Básicamente
podríamos resumir estas en dos grandes grupos: un
ambientalismo “reformista” y otro “radical”. En el caso del
ambientalismo “reformista” no se contempla una descripción
actualizada de la sociedad, se carece de propuestas
alternativas y agenda de intervención política (Dobson,
1997). A grandes rasgos, los objetivos de esta corriente
podrían resumirse en el control de lo peor de la
contaminación aérea, acuática y los usos ineficientes de
suelos en los países industrializados, con el fin de salvar lo
que queda de Naturaleza bajo criterios de "áreas
designadas naturales" (Devall y Sessions, 1985). Por su
parte, el ambientalismo “radical”, si contempla los elementos
referenciados con anterioridad, bifurcándose a su interior
entre antropocentristas -el interés humano es el eje sobre el
que se articula la toma de decisiones y la acción política- y
biocentristas -pasa a ser la vida, en sus diferentes
expresiones quien define y determina- (Bellver Capella,
1997). Su diferencia fundamental con el ambientalismo
“reformista” tiene que ver con sus métodos de acción y,
fundamentalmente, con el hecho de que se busca una
nueva visión del mundo que vuelva a integrar ser humano y
Naturaleza. El ambientalismo “radical”, al contrario del
“reformista”, no es un movimiento pragmático, todo lo
contrario, cuestiona y desarrolla alternativas a las formas
convencionales de pensamiento occidental moderno. Busca
la transformación de valores y la organización social,
planteándose de forma antagónica con respecto al
capitalismo.
Estaría incompleta esta rápida revisión del surgimiento del
movimiento ambientalista si no se deja constancia de que la
defensa de la Naturaleza es inherente a muchas de las
nacionalidades y pueblos ancestrales de nuestra región. Sin
considerarse ambientalistas o ecologistas, inclusive sin
necesidad de conocer y comprender su significado y
alcances, estos grupos humanos han sido portadores
permanentes de la defensa de la vida.
El final de la década de los sesenta marcará una ruptura en
los ámbitos de la izquierda mundial. Las revueltas
estudiantiles y sociales de 1968, que tendrán sus orígenes
en París, pero que serán fuertemente reprimidas a “bala y
sangre” en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco en
México y en la Primavera de Praga, generarán una nueva
visión de la emancipación social. Se irá conformando un
ámbito de acción en el cual convergerán nuevos
movimientos sociales compuestos por ambientalistas,
feministas, pacifistas, libertarios, autónomos y marxistas
democráticos cuestionando el dogma del progreso ilimitado,
el consumo desenfrenado, las sociedades jerárquicas y la
opresión patriarcal. Vislumbrar otra economía con otros
modos de producción, otras formas de relacionamiento
social y otro modo de vida, diferenciado del capitalismo y del
socialismo que hemos conocido, ha significado para los
movimientos sociales precursores de tal idea la acusación,
desde ambos lados de la política convencional y en el más
benévolo de los casos, de “irrealistas” o “utópicos”.
La expansión por doquier del capitalismo así como su poder
en todos los planos de la sociedad a escala planetaria, se
debe al control sobre la producción y el consumo, ejercido a
lo largo de todo el pasado siglo y lo que llevamos de este.
Se comenzó despojando a los manufactureros de sus
medios de trabajo y por lo tanto de sus productos,
asegurándose el capital el monopolio de los medios de
producción y el control del mercado laboral. La
especialización de la producción convirtió en un imposible la
reapropiación de los medios de producción por parte de los
productores. Neutralizando el poder de los productores
sobre la Naturaleza y el destino de sus productos, el capital
se aseguró el control de la oferta, enfocando la producción y
el consumo bajo criterios estrictamente de rentabilidad
económica. El control de la comunicación en su vertiente
publicitaria permitió de igual manera transformar los gustos,
moldear los deseos de los consumidores y generar falsas
necesidades, haciendo que los productos que dejaran de
aparecer como simples mercancías para asumir cualidades
inmateriales (se pierde el patrón para el establecimiento de
una relación de equivalencia). La innovación deja de crear
valor, pierde su lógica de proporcionalidad con respecto al
trabajo que contenían y su utilidad, transformando la
competencia empresarial sobre la base de incentivar nuevos
deseos, con mercancías de valor simbólico, asociadas a la
“cultura del consumo”. Todo ello se articula en decremento
de la autonomía de los individuos y su capacidad de
reflexión colectiva. El capitalismo abstrae de las diferencias
cualitativas entre las necesidades reduciéndolas todas a
necesidades económicas, es decir, a necesidades
socialmente formadas de la existencia biopsicológica
(Heller, 1983).
Sin embargo, a inicios de la segunda mitad del siglo XX el
mundo enfrentó un mensaje de advertencia. La Naturaleza
tiene límites. En 1972 se publica el informe “Los límites del
crecimiento” (10) que fue encargado por el Club de Roma en
1970 al Massachusetts Institute of Technology (MIT), el cual
aparece poco antes de la primera crisis del petróleo y dará
pie en Estocolmo a la primera conferencia mundial sobre
medio ambiente (11).
La realidad de los límites del crecimiento, escamoteada por
la voracidad de las demandas de acumulación del capital,
no logra consolidarse por la firme y dogmática creencia en el
imperio todo poderoso de la ciencia. Así, el informe
Meadows, que desató diversas lecturas y suposiciones,
aunque no trascendió mayormente en la práctica, dejó
plantado en el mundo por un lado una señal de alerta, por
otro, una demanda: no podemos seguir por la misma senda,
al tiempo que requerimos análisis y respuestas globales.
A pesar de las resistencias en las corrientes políticas de la
izquierda tradicional, la sensibilidad sobre el tema ecológico
se reforzará tras la primera crisis del petróleo de
1973.Cuando los países árabes dentro de la OPEP emplean
el petróleo como arma estratégica se evidencia la brutal
dependencia de los países “desarrollados” al oro negro. Por
vez primera, se ponen en marcha planes energéticos para
ahorrar energía y diversificar sus fuentes, medidas en gran
medida archivadas una vez superada la crisis.
En 1984 el think tank ultraconservador The Heritage
Foundation auspiciará la publicación “La Tierra repleta de
recursos” (Simon y Kahn, 1984) donde se niega la
existencia de límites en la utilización de los recursos
naturales necesarios para la expansión económica y el
crecimiento progresivo de las economías del planeta. Sin
embargo, accidentes como el de Seveso en 1976, Three
Miles Island 1979, Bhopal en diciembre de 1984, Chernobyl
en abril de 1986 o el hundimiento del Exxon Valdez en
marzo de 1989 entre otros, evidenciaron ante el conjunto de
la sociedad planetaria la degradación ambiental y la
emergencia de los nuevos movimientos sociales
ambientalistas.
Algunas organizaciones ambientalistas se hicieron tan
molestas que incluso los departamentos de espionaje y
seguridad de los Estados más poderosos emprendieron
acciones contra éstas. Uno de los incidentes más sonados
fue el hundimiento del Rainbow Warrior (12) (buque insignia
del Greenpeace) por parte de agentes de la Dirección
General de Seguridad Exterior francesa en 1985 para
impedir sus acciones de protesta ante las pruebas nucleares
que periódicamente realizaba Francia en el atolón de
Mururoa, en el sur del Océano Pacífico.
Enmarcando el análisis en lo estrictamente ambiental,
podríamos decir que el metabolismo del capitalismo global
no es comprensible sin el consumo creciente de recursos de
todo tipo (inputs biofísicos), en concreto materiales y
energía que son obtenidos de la Naturaleza. Estos
materiales y recursos son procesados masivamente por un
sistema tecnológico y organizativo -capital productivo-, con
la participación del trabajo humano -asalariado o
dependiente-, que provoca una producción que en parte es
acumulada -infraestructuras-, al tiempo que produce
también una diversidad de mercancías que son destinadas
al consumo (Fernández Durán, 2009). Este sistema hace
que en ambos procesos se generen a su vez importantes
residuos o emisiones de muy diversa naturaleza (outputs
biofísicos) que son devueltos al medio natural (Murray et al.,
2005). Todo esto genera notables impactos sobre el
entorno. Algo por lo demás propio del capitalismo, un
sistema en esencia depredador y explotador. Un sistema
que “vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida”
(Echeverría, 2010).
El sistema mundo capitalista ha vivido hasta hace muy poco
negando un hecho incuestionable, la creciente degradación
ambiental planetaria. En gran medida todavía lo sigue
haciendo a través de las herramientas de control del
pensamiento que el propio sistema genera. Sin embargo, ha
sido la cruda realidad la que ha obligado a asumir, tanto a
gobernantes como corporaciones, los límites biofísicos al
modelo de desarrollo, una de las causas principales de la
actual crisis global multifacética (13) (Tortosa, 2011). Sin
embargo, las soluciones propuestas, como veremos más
adelante, se enmarcan en la lógica de mercado, es decir
dentro del mismo capitalismo.
A esto hemos de añadir que los impactos ambientales
propiciados por el sistema mundo capitalista se recrudecen
en las áreas periféricas, mientras su impacto suele ser
relativamente menor en las áreas centrales, fruto de las
relaciones de poder existentes. Es de esta manera, que los
países centrales se especializan en las actividades de
mayor valor añadido, tercerizando progresivamente sus
economías, mientras que los países periféricos perpetúan
su rol tradicional respecto a los procesos industriales, de
manera especial en aquellos de menor valor añadido, y
fundamentalmente en actividades extractivas (Fernández
Durán, 2009), incrementándose así la ya existente e
incuestionable asimetría mundial. Además, cada vez se
trasladan más actividades contaminantes e incluso
desechos tóxicos desde el Norte global al Sur global.
A finales del siglo XX es evidente que el capitalismo global
estaba modificando nocivamente el clima planetario. Este
“mérito” cuya responsabilidad recae de manera principal
sobre países industrializados del Norte global, encuentra en
la actualidad nuevos aliados, como son los grandes Estados
emergentes, liderados por China, que avanza de forma
acelerada a su propio desastre ecológico.
Es por ello que el informe “Nuestro Futuro Común”, mas
conocido como informe Brundtland (14), introdujo en 1987 la
noción de desarrollo sustentable, bajo el criterio de que
“Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes
sin comprometer las posibilidades de las del futuro para
atender sus propias necesidades” (Comisión Mundial para el
Medio Ambiente y Desarrollo, 1987), buscando “amortiguar”
el cuestionamiento creciente al esquema clásico de
desarrollo basado sobre el crecimiento permanente. El
objetivo del informe era acercar y tejer alianzas entre
ambientalistas y agentes del crecimiento económico.
En ese contexto tendría lugar la Cumbre de la Tierra de Río
de Janeiro en 1992, la cual se da poco después de la
primera Guerra del Golfo y del derrumbe soviético. Uno de
sus resultados fue dar pie al proceso que daría lugar en
1997 al frustrante y frustrado Protocolo de Kyoto (15). En
Río se aprobó la Declaración sobre Medio Ambiente y
Desarrollo y la Agenda 21, ambas impregnadas del nuevo
discurso sobre desarrollo sostenible el cual pocas
novedades ofrecía, dado que planteaba resolver la pobreza
mundial y la problemática ambiental nuevamente a través
del crecimiento económico. En 1994 se aprobarán los
Convenios de la Biodiversidad y el de la Lucha contra la
Desertificación. El primero de ellos terminó por abrir el
camino hacia el acceso comercial a los recursos
provenientes de la biodiversidad que en principio decían
defenderse; mientras el segundo no ha tenido aplicación
real habiendo quedado como letra muerta.
Desde entonces hasta hoy apenas ha cambiado el
panorama internacional de las Cumbres Ambientales al
respecto. Mientras se agudiza la degradación planetaria, el
desarrollo sostenible (concepto híbrido fruto de una
combinación entre economía neoclásica, desarrollo, con una
idea vinculada a la modernización, predominio de la técnica
y la tecnología sobre la Naturaleza) no deja de ser un
posicionamiento ideológico que implica que la única vía
civilizatoria para sociedades en desarrollo es el capitalismo,
en algunos casos con un rostro algo más humano, y por lo
tanto el desarrollo-progreso no puede ser otra cosa que
crecimiento económico (16).
Desde la mitad del siglo XX empezaron a aparecer varias
instancias preocupadas por la Tierra: la Unión Mundial para
la Conservación de la Naturaleza (UICN), en 1948; la
Conferencia para la Conservación y Utilización de los
Recursos, en 1949; el Convenio de Ginebra sobre el
Derecho del Mar, en 1958; o, el Tratado Antártico en 1959,
para citar algunas de las organizaciones más destacadas.
Como se puede apreciar, la toma de conciencia a nivel
mundial sobre los problemas ambientales globales (o la
simple constatación de que estos problemas son cada vez
más frecuentes y costosos) tiene historia.
Es en ese contexto en donde una parte de los movimientos
ambientalistas, devenidos ecologistas, se radicalizan
planteando nuevas lógicas de vida y alternativas globales a
la sociedad industrial, presentándose como un paradigma
ideológico autónomo respecto a la vieja izquierda
tradicional. Estos procesos de radicalización se acentúan y
plantean un nuevo pensamiento crítico, global y
transformador: la ecología política. Y es partiendo de la
crítica del capitalismo como se llega inevitablemente a la
ecología política que, con su crítica indispensable de las
necesidades, lleva a radicalizar una vez más la crítica del
capitalismo (Gorz, 2008). Si queremos y necesitamos pasar
del “producir y consumir cada día más” al “producir mejor y
con menos”, estaremos hablando de otro modelo civilizatorio
antagónico sin dudas respecto al capitalismo. A nivel
mundial y con sus limitaciones, la ecología política se ha ido
afirmando como un planteamiento capaz de generar
confluencias entre la mayoría de movimientos sociales y
políticos que luchan por la transformación social y
económica del planeta, haciendo vigente la consigna
alterglobalización de “piensa global, actúa local”.
En la base del ecologismo actual hay una comprensión
científica de la Naturaleza y al mismo tiempo una
admiración, una reverencia, una identidad con la Naturaleza,
muy lejos de sentimientos de posesión y dominación, muy
cerca de la curiosidad y del amor.
Desarrollismo, deterioro ambiental y contradicciones
En América Latina algunas organizaciones ambientalistas
surgieron a partir de la década del cincuenta, y la mayoría
de ellas enfocaron su eje de acción hacia la conservación de
la Naturaleza. En la década de los setenta, dichos
movimientos tuvieron fuerte implantación en países como
Brasil, México y Venezuela. Su desarrollo ha sido constante
y en la actualidad podríamos cartografiar la existencia de
dicho movimiento en cada uno de los países
latinoamericanos
aunque
con
diferentes
formas
organizativas.
El ambientalismo latinoamericano, en la actualidad, se
caracteriza por preocuparse del medio ambiente y el ser
humano inserto en él. Sobre todo considera la articulación
ambiente-desarrollo,
la
generación
de
alternativas
productivas a escala ecológica, la armonía del ser humano
con la Naturaleza, la vinculación de problemas sociales con
los ambientales. Particularmente reniega del progreso en su
deriva productivista y del desarrollo en tanto dirección única,
sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento
económico. Este movimiento tiene un aceptable dinamismo
organizativo y en el ámbito académico, al tiempo que
reniega de la neutralidad ética para situarse en el
compromiso por la vida (Gudynas, 1992).
La reducción del Estado a su mínima expresión durante la
etapa neoliberal hace que estos se abandonen muchas de
sus funciones históricas, lo que originó la intensificación de
conflictos entre grandes empresas versus comunidades y
movimientos sociales. La privatización -en muchos casos
vergonzosa- de las empresas de servicios públicos, se da
de forma paralela a la disminución de la importancia relativa
de la industria productora de bienes de consumo durables,
reforzándose las industrias productoras de bienes cuya
demanda no depende directamente de la capacidad de
consumo de grandes masas de la población. El
empobrecimiento de la población latinoamericana conllevó
el agotamiento de la “sociedad de consumo”, lo que se
compaginó con un marcado deterioro de la situación
ambiental, lo que se convirtió en muchos casos en un
círculo perverso por el cual la primera genera efectos
negativos en el ambiente y, a la par, la pérdida de la calidad
del ambiente genera pobreza. Esta situación alcanzó en
diversos lugares niveles de degradación social y ambiental
que se creían superados desde el siglo XIX.
En la década de los noventa, tras la Cumbre de la Tierra en
Río de Janeiro en junio de 1992, varias constituciones
latinoamericanas se modifican con la ligera inclusión de la
garantía de los derechos ambientales. La aprobación de la
Agenda 21 en dicha cumbre significó también que
ingresaran a la política institucional algunas temáticas
ambientales, acordándose al menos desde el ámbito formal,
una metodología para actuar frente a los conflictos
ambientales.
En América Latina la propuesta de desarrollo sustentable,
sobre todo en los últimos años, ha sido un factor
permanente de discrepancias. Varias son las explicaciones.
Por un lado la creciente degradación ambiental, que ha
ocasionado y ocasiona cada vez más respuestas y
resistencias sociales. Por otro la indefinición o incluso
manipulación de tal concepto, lo que explica que este tema
ni siquiera se plasma en las políticas de integración que se
están desarrollando actualmente en la región, a pesar del
discurso ambientalista de los dirigentes latinoamericanos en
general, y el especial énfasis realizado en este aspecto por
los mandatarios “supuestamente” más radicales de la región
territorio andino.
Los medios de comunicación latinoamericanos por su parte,
a pesar del ferviente debate social existente en la
actualidad, se limitan a enumerar las consecuencias de los
impactos ambientales en la actual etapa desarrollista.
Ignorando las causas de tales políticas y el porqué de la
existencia de la crisis global multifacética, hecho que sin
duda tiene relación con el criterio mercantilista que domina
en dichos medios de comunicación, los cuales responden a
intereses empresariales con conexiones a grandes grupos
de capital nacional y en diversos casos internacional.
En la actualidad nuestra América se enmarca en un
contexto sociopolítico en el cual el desarrollo económico
pretende encaminarse hacia sociedades modernas
constituidas sobre criterios de eficacia, eficiencia, capacidad
productiva, modernización tecnológica e interconexión de
diversa índole. Todo ello articulado bajo el falso criterio de
sociedad moderna igual a racionalidad. De hecho, el cambio
político acontecido en gran parte de los países
sudamericanos, a pesar de los avances existentes en
materia de erradicación de la pobreza (17), no está
significando la transformación del modelo de acumulación
heredado de etapa anterior , ni tampoco la eliminación del
amplio esquema de exclusión social existente, a pesar de
los actuales discursos acentuadamente populistas en la
región (18).
Desde esa perspectiva, la creciente demanda de bienestar
por parte de las sociedades latinoamericanas pretende ser
paliada a base de productividad, competitividad, sustitución
de las personas por máquinas y el control social en todas
sus vertientes. Esto implica, entre otras cuestiones, mayor
depredación de recursos naturales y fuerte impacto
ambiental en el territorio consecuencia de la puesta en
marcha de numerosos megaproyectos. En este sentido cabe
destacar también el hecho de que gran parte de estos
megaproyectos tienen financiamiento chino, la dirección de
la obra y las empresas ejecutantes suelen ser chinas lo que
genera un fuerte deterioro en el ámbito de los derechos
laborales para los trabajadores locales contratados en
dichas obras. El conjunto de estas situaciones se da bajo el
argumento de la necesidad de mayor generación de
recursos económicos con la finalidad de paliar demandas
sociales y construcción de infraestructuras.
Se posiciona así el progreso tecnológico como un elemento
al servicio de la Humanidad, ignorándose las
contradicciones que se generan en el ámbito de la inequidad
social, la degradación ambiental, el desempleo y
subempleo, y otros elementos que ponen en peligro la
continuidad de la vida en el planeta. En ese sentido cabe
recordar la célebre frase de uno de los grandes racionalistas
de la filosofía del siglo XVII, el holandés Baruch de Spinoza,
quien nos indicaría hace ya más de trescientos años y en
contraposición al actual teórica sobre la racionalidad, que
“cualquier cosa que sea contraria a la Naturaleza lo es
también a la razón, y cualquier cosa que sea contraria a la
razón es absurda”.
Los gobiernos progresistas no han sido en este sentido una
excepción. Mientras articulan una retórica antimperialista,
nacionalista y populista, enfocada hacia el consumo interno
de sus respectivas sociedades, fomentan la expansión del
capital extractivo internacional a través de iniciativas
conjuntas con los nuevos Estados rearticulados tras dos
décadas y media de neoliberalismo, así como con una
nueva burguesía creciente a nivel nacional (Petras, 2012).
Mientras nuevos y poderosos aparatos de propaganda
estatales en países como Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador
o Uruguay hacen apología del socialismo -en algunos casos
del llamado socialismo del siglo XXI-, sus realidades
prácticas es que fomentan políticas de desarrollo vinculadas
a la concentración de capitales en decremento de la
participación social y la democracia directa, manteniendo
fuertes conflictos con las comunidades afectadas y las
organizaciones ambientales, indígenas y políticas que
ejercen su resistencia ante las lógicas políticas en curso.
Es en este sentido en el que a pesar del discurso
emancipador que en la actualidad se articula desde muchos
gobiernos del subcontinente, la región sigue siendo un
territorio estratégico para la economía capitalista global,
incrementándose su potencial como proveedora de recursos
hacia los países centrales. Esto tiene afectación también en
el ámbito de las infraestructuras donde se desarrollan
importantes inversiones cuyo objetivo es reducir costos y
tiempos de transporte de las materias primas,
particularmente.
El motor de crecimiento para el conjunto de gobiernos
“progresistas” latinoamericanos es la apuesta por el
extractivismo en todas sus vertientes –minería, petróleo y
productos para la industria agropecuaria-, sin hacer ascos a
los biocombustibles (soja, caña de azúcar y otros)
especialmente por parte de los dos gigantes sudamericanos
(19).
Desde una perspectiva ideológica podríamos afirmar que las
políticas neoextractivistas (20) que desarrollan los gobiernos
latinoamericanos están en línea con la lógica de la
globalización, donde la exportación de naturaleza
extractivista es un medio privilegiado para el crecimiento
económico y que la premisa del crecimiento material no está
en cuestión.
En paralelo, la situación ambiental en América Latina
empeora a ritmos acelerados consecuencia de un acelerado
proceso de apropiación de recursos naturales. En la
investigación realizada por Bradshaw y colaboradores
(2010), se elaboró un ranking de impacto ambiental entre
228 países. Dicho estudio Brasil ocupa el puesto N°1 por
sus impactos ambientales absolutos -por delante de EEUU y
China-, debido a su alta tasa de pérdida de bosques,
deterioro de hábitats naturales, al índice de especies
amenazadas y un exagerado uso intensivo de fertilizantes.
Entre los primeros veinticinco países con los más altos
niveles de impacto ambiental a nivel global, también se
encuentran Perú (puesto 10), Argentina (puesto 11),
Colombia (puesto 20), Ecuador (puesto 21) o Venezuela
(puesto 22); y una situación similar se repite si
consideramos los impactos ambientales relativos a la
extensión de áreas silvestres y recursos disponibles dentro
de cada país, donde el país sudamericano con el más alto
nivel de impacto relativo es Ecuador (en el puesto 22),
seguido por Perú (puesto 25).
Los efectos del cambio climático, que en la actualidad se
producen en América Latina, encuentran al subcontinente
en condiciones de total desamparo. El aumento de
fenómenos
naturales
extremos
como
huracanes,
inundaciones, sequías, así como los cambios en la
temperatura transformarán drásticamente las condiciones de
vida y las condiciones económicas de una región con unos
gobiernos que demuestran escasa capacidad de reacción
hasta el momento. Según un informe del Intergovernmental
Panel on Climate Change (IPCC, 2007), estamos abocados
a que la frecuencia de extremos del tiempo aumente
(tormentas de viento, tornados, granizo, olas de calor,
precipitaciones intensas, temperaturas extremas); que la
frecuencia e intensidad de huracanes en el Caribe también
aumente; que el aumento del nivel del mar y (más
huracanes) afecte notablemente a las zonas costeras; que
suframos un fuerte extinción de especies en muchas partes
de América tropical (ejemplo en bosques nebulosos por
cambio en la altura de nubes); que desde 2020 el número
neto de personas sufriendo estrés por falta de agua
probablemente aumente entre 7 a 77 millones (desde 2050
entre 60 a 150 millones); tengamos una reducción
significativa de nuestros glaciares; y suframos puntos de
inflexión (“tippingpoint”) transformándose el bosque lluvioso
Amazónico: áreas extensas podrían cambiar a otro estado
permanente.
Esta realidad tendría notables impactos. En el caso de las
mujeres, su impacto sería mayor dada la vulnerabilidad de
estas (el 67% de la población pobre son mujeres, tienen
mayores condiciones de exclusión social, mayor grado de
desnutrición, poco acceso a títulos de tierra, mayor
endeudamiento en caso de falla de la cosecha y menor
acceso a la educación), a pesar de ser las responsables del
aprovisionamiento de recursos vulnerables (agua y
combustible). Bajo el efecto de las migraciones, las mujeres
tienen mayor responsabilidad y mayor peligro.
El IPCC nos alerta de que sufrimos el riesgo de una notable
reducción de disponibilidad de agua (incremento de la
evapotranspiración, pérdida de glaciares y disminución de la
cobertura de nieve, así como agudización de conflictos entre
formas de uso del agua -agua potable, riego, industria, etc.). De igual manera, los cambios de temperatura conllevarán
que la producción de carne y leche disminuya
ostensiblemente. El aumento de riesgos de incendios en la
región vendrá de la mano del sumatorio entre calentamiento
y cambios de uso de la tierra, que es la causa de la mayor
emisión de gases de efecto invernadero en América Latina.
Sufriremos mayor riesgo de salinización y desertificación de
tierras hoy agrícolas que pasaran a ser tierras secas, y se
reducirá el rendimiento de los cultivos que están al borde de
su tolerancia al calor.
No deja de ser curioso que varios de nuestros gobiernos
mantengan planteamientos estratégicos por los cuales
identifican como una fase transitoria al actual momento de
desarrollismo y neoextractivismo, entendiéndola como una
primera
etapa
para
posteriormente
llegar
al
postextractivismo. Por poner un ejemplo, en la actualidad
Ecuador fomenta la megaminería y estima su potencial -con
cifras proporcionadas por las propias empresas mineras- en
“más de 50 millones de toneladas en cobre fino, más de 100
millones de onzas de oro y más de 300.000 toneladas de
plata fina” (21), los cuales pretende explotar de la mano de
grandes transnacionales del sector, fundamentalmente de
capital chino y canadiense. Recursos que serán exportados
en forma de materia prima.
De igual manera, Ecuador exporta en la actualidad unos
500.000 barriles de crudo diario lo cual financia el 35% del
presupuesto estatal. Una vez puesta en marcha las
explotaciones de la onceava ronda petrolera, la cual tendrá
afectación sobre 3,8 millones de hectáreas de bosque
primario y varias nacionalidades indígenas (22), se estima
que dicha producción pudiera incrementarse. En resumen,
es tan difícil de entender como a través de multiplicar la
extracción de recursos naturales se pretende llegar al
postextractivismo, como difícil es imaginar que el socialismo
en América Latina se construye alimentando el sistema
mundo capitalista de sus principales necesidades, sobre
todo de acumulación especulativa.
Citando a Marx, cabe recordar que “los hombres hacen su
propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo
circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas
circunstancias con que se encuentran directamente, que
existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de
todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla
el cerebro de los vivos” (Marx, 2003).
En este sentido es destacable el hecho de que lejos de los
postulados de Mariátegui (1928) - “no queremos,
ciertamente, que el socialismo sea en América calco y
copia. (…).Tenemos que dar vida, con nuestra propia
realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo
indoamericano"-, el conjunto de gobiernos progresistas
latinoamericanos no ha roto desde la crítica la visión
eurocéntrica y el modelo heredado de la modernidad,
mostrándose incapaces de generar una nueva matriz
civilizatoria que conlleve a la necesaria transformación el
mundo. Progreso, crecimiento y desarrollo, son los pilares
en los cuales incluso los gobiernos considerados más
radicales en la región basan sus esquemas de futuro.
Momento actual del ecologismo en América Latina
Históricamente el modelo de desarrollo dirigido a la
explotación de los recursos naturales se ha convirtió en
generador de conflictos socio-ambientales, donde confluyen
causas estructurales en el orden político, económico,
jurídico, ambiental, social, cultural, etc. Estas circunstancias
encuentran como características comunes la degeneración
de dinámicas y tejidos sociales locales -dado el tipo de
relación impuesta entre empresa versus comunidad-, la
marcada ausencia del Estado en los territorios afectados,
los problemas y daños ambientales que se ocasionan en
dichos territorios y que han de sufrir sus poblaciones.
Los conflictos socio-ambientales involucran a diferentes
tipos de actores: las compañías extractivas, el Estado y las
comunidades, en donde aparecen los actores sociales
organizados (organizaciones vinculadas a la comunidad -en
muchas ocasiones indígenas- y organizaciones sociales).
El concepto de desarrollo sustentable en estos casos es
objeto de interpretaciones contradictorias entre las partes en
conflicto. Para las comunidades y organizaciones sociales el
desarrollo se interpreta desde la perspectiva de que debe
estar subordinado a la voluntad de las poblaciones locales;
mientras que para el Estado, el desarrollo está basado en el
ámbito de políticas enfocadas en la lucha contra la pobreza,
con el fin de satisfacer las necesidades de las poblaciones
nacionales, careciendo de importancia si hay víctimas
locales en dicha estrategia nacional.
Así, en muchas ocasiones las comunidades indígenas
involucradas en un conflicto ambiental más allá de defender
su entorno, defienden su práctica cotidiana, sus formas de
organización y de vida articuladas en una lógica de relación
comunidad y ambiente (Folchi, 2001), mientras las
organizaciones ambientalistas defienden una apuesta de
carácter ético-político, la empresa su inversión y beneficio, y
en el caso del Estado esto se expresa en supuestos
términos de orden, control y racionalidad cuyo objetivo final
es hacer factible su proyecto económico nacional.
El espacio político abierto por la crisis ambiental genera la
necesidad de que los Estados se doten de ordenamientos
jurídicos que permitan la expresión y concertación de estos
actores sociales emergentes, propiciando la resolución
pacífica de los conflictos a través de la democracia
participativa con sostén en procedimientos legales
adecuados (Demirovic, 1989).
La cuestión ambiental no concierne solamente a los órganos
administrativos del Estado y a sus aparatos ideológicos -
escuela, universidad, sistema jurídico y medios de
comunicación-, ésta transciende hacia una amplia
participación de la sociedad civil en la configuración de
nuevos estilos de vida, relaciones de poder y modos de
producción (Leff, 1986). A la vez que ha ido emergiendo una
nueva conciencia social al respecto, los problemas
ambientales van apareciendo en toda su dimensión:
deforestación devastadora, pérdida de fertilidad de los
suelos, congestión urbana, efectos sobre el ser humano de
diversas formas de contaminación, y el más reciente de
todos, los efectos del cambio climático, lo que llama
irremisiblemente a un nuevo orden social planetario. En el
ámbito de los conflictos socio-ambientales podríamos utilizar
la clasificación hecha por Bebbington y Humphreys
Bebbington (2009) para clasificar a los ambientalismos en
torno a los conflictos mineros en Perú. Esto sirve para
posicionar los diferentes tipos de organizaciones y las
lógicas de conflicto que se dan en el entorno ambiental
latinoamericano. Así encontraríamos:
Un primer ambientalismo de carácter conservacionista, cuyo
enfoque tiende hacia las necesidades de proteger los
ecosistemas existentes. Este ambientalismo tiene tendencia
a la resolución de conflictos en base a la negociación con
los actores (empresas y organizaciones sociales)
generadores de estos, llegando incluso, al término de la
negociación, a generarse marcos de colaboración en el
ámbito de asesoramiento para una adecuada gestión del
proyecto.
Una segunda categoría de ambientalismos englobaría lo
que podríamos llamar organizaciones de perfil nacionalpopulista, las cuales buscan un mayor control nacional
sobre los recursos naturales y su rentabilidad económica,
con el fin de destinarlo a proyectos populares y subsidios
sociales dirigidos a los sectores sociales históricamente
excluidos en nuestras sociedades. La resolución en torno a
los conflictos que se generan con este tipo de
ambientalismos tienden a la solución negociada,
habitualmente sobre sistemas impositivos más rigurosos
para las compañías o través de medidas de nacionalización
con correspondencia para las transnacionales articuladas
sobre justiprecios.
En tercer lugar estaría el ambientalismo que se identifica
con el “ecologismo de los pobres” (Martínez Alier, 2005), el
cual se encuentra fuertemente enraizado en las formas de
vida de poblaciones humildes donde prima el deseo de
mantener dichas formas de vida y sostener los medios con
los que dichas comunidades han subsistido históricamente
ante las amenazas e impacto generados por el
desarrollismo neoextractivista. En estos casos la
envergadura del conflicto toma mayor cariz dado que la
población afectada requiere acceso al mismo recurso sobre
el cual se aplica la explotación intensiva, lo cual genera un
“pulso” de difícil salida negociada.
La cuarta categoría reconocible es definida por los
Bebbington como "ambientalismo de justicia socioambiental" y tiene su eje fundamental en la desigualdad y
enfocando su interés sobre quienes quedan más expuestos
a los riesgos, costos y beneficios de la actividad
relacionadas con el neo-extractivismo. Este tipo de
ambientalismo prioriza la defensa de los Derechos Humanos
y reivindica prácticas de consentimiento previo libre e
informado,
zonificación
ecológica
socioeconómica,
participación de las comunidades en la toma de decisiones
que le son de interés y endurecimiento de la regulación
aplicable a corporaciones y Estados con el fin de garantizar
los derechos de las poblaciones afectadas. Estos sectores
suelen ser calificados desde gobiernos y empresas
transnacionales como extremistas o más recientemente
como “ecologistas infantiles”.
La quinta y última categoría es definida como "ecologismo
profundo", el cual se articula a grandes rasgos sobre la tesis
de que la Naturaleza tiene el mismo derecho a la existencia
que los seres humanos. En la medida que el extractivismo
desarrollista, en cualquiera de sus vertientes y formas,
destruye Naturaleza, el conflicto se convierte en irreversible
y sin vías para la solución.
Cabe indicar a este respecto que clasificación no tiene un
carácter estanco, y a pesar que unas apunten al
conservacionismo y otras a los temas ambientales
ampliados a sus dimensiones sociales, estas tendencias en
la práctica, están superpuestas sobre la base de como
entienden la sustentabilidad. En resumen, si estas se
articulan sobre conceptos de reforma del actual sistema
capitalista y el orden social que este genera, o si lo
cuestionan desde la perspectiva de que las soluciones
pasan por cambios transformadores del actual orden
constituido y por ende de la vida. Sin embargo y en parte
por el conjunto de diferencias descritas con anterioridad, se
hace difícil hablar de un movimiento social ambientalista
coordinado y estructurado orgánicamente en los diferentes
países del subcontinente, a pesar de la conflictividad
socioambiental cada vez es más relevante a nivel regional.
Los diversos gobiernos nacionales de la región, empezando
por los considerados “progresistas”, han ido desarrollando
en los últimos años estrategias encaminadas a doblegar a
las poblaciones locales a sus intereses, generando
clientelismo en territorios y comunidades donde esta
práctica política no es lejana a su historia. De igual manera
se han construido, desde los diferentes gobiernos, políticas
de criminalización que tienen como objetivo el
resquebrajamiento al interior de las resistencias al proyecto
neoextractivista a escala regional, lo que habitualmente
suele coincidir con territorios de identidad indígena.
Y es aquí, como anotamos brevemente con anterioridad,
donde el movimiento indígena sin ser organizaciones
estrictamente socio-ambientales, ejercen un papel
predominante en la defensa de la Naturaleza, el control de
los territorios frente a la embestida transnacional y la
resistencia frente a las política desarrollistas impulsadas por
los actuales gobiernos. Es por ello que se convierten en un
referente a ser batido desde los poderes institucionales,
tengan estos el perfil político que tengan.
Apenas por citar un par de casos puntuales y actuales de
estas tensiones auspiciadas desde los gobiernos en contra
las organizaciones indígenas y las resistencias locales a los
proyectos de expansión desarrollista, cabe recordar que: en
mayo del año 2012 el gobierno de Evo Morales en Bolivia
auspició la convocatoria a una reunión no orgánica de
presidentes de organizaciones regionales afiliadas a la
Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB) en
Santa Cruz con el fin de desarticular y debilitar tanto a la
confederación indígena como a la IX marcha que estos
protagonizan en defensa del Territorio Indígena y Parque
Nacional Isiboro Sécure (Tipnis), los cuales han sido
definidos por el gobierno boliviano como movimientos que
responden a lógicas desestabilizadoras y golpistas. De
forma paralela en el tiempo, el gobierno de Rafael Correa en
Ecuador, quien mantiene una política fuertemente agresiva
contra el movimiento indígena, al que considera junto al
ecologismo e izquierdismo infantil como “los peores
enemigos del proceso”, propició que dirigentes a nivel
nacional del Pachakutik (agrupación política vinculada a la
Confederación Nacional de Organizaciones Indígenas del
Ecuador –CONAIE-) hayan sido agredidos recientemente en
la provincia de Chimborazo por minoritarios sectores
indígenas afines al oficialismo que están bajo la dirección de
líderes expulsados del propio movimiento, a la par que
fomenta la ruptura al interior de sus organizaciones más
importantes a través de la captación de líderes indígenas
con un controvertido pasado político (casos de Miguel Lluco,
Antonio Vargas y otros).
Y es en este ámbito de conflicto entre las centro-izquierdas
burocratizadas en el poder y los movimientos sociales
alternativos, en especial el movimiento indígena, donde se
visualiza con claridad hasta donde están llegando las
contradicciones de la izquierda institucional latinoamericana.
Esta, enmarcada en una contienda de tal magnitud contra el
movimiento indígena que ni el neoliberalismo llegó a
protagonizar, ignora de manera intencionada que el
movimiento indígena latinoamericano es quizás uno de los
elementos
más
transformadores
de
la
realidad
latinoamericana contemporánea. Desconoce que dicho
movimiento asumió una dimensión regional y se dotó de un
profundo contenido universal y una visión global de los
procesos sociales y políticos a escala internacional. Y que
dicho movimiento explica, en muchos casos, por ejemplo en
Ecuador, que se haya podido configurar, inclusive, los
gobiernos de centroizquierda en la actualidad.
Desde la crítica y ruptura con la visión eurocéntrica, sus
lógicas y el modelo filosófico, historiográfico y sociológico
derivado de la modernidad, el movimiento indígena
latinoamericano recupera los legados de civilizaciones
originarias para re-elaborar las partes de las diferentes
identidades existentes en el subcontinente. Desde el
movimiento indígena, a pesar de sus respectivas crisis
internas, expresadas de diferentes maneras en cada uno de
los países donde tienen realidad, se plantea el rescate de
todas las formas de conocimiento y producción de saberes
que han convivido y resistido a la larga noche colonial la
cual sigue muy vigente en nuestros días y posteriormente al
imperialismo en la región. Sus organizaciones abarcan un
amplio espectro del territorio latinoamericano, el cual se
extiende a través de la Cordillera de los Andes y aledaños
por territorios y países como Argentina, Colombia, Bolivia,
Chile, Ecuador o Perú; con singular importancia política en
varios de ellos, así como en los diferentes países
centroamericanos y México.
Es aquí donde vale recuperar un elemento que fue de
fundamental importancia en la reconfiguración de las
izquierdas alternativas mundiales al postestalinismo: el
surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional
(EZLN),que aparece públicamente en 1 de enero de 1994
con la toma de San Cristóbal en Chiapas, el mismo día por
cierto que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN). Ese reactualizado zapatismo,
que se configuró con inspiración política en la vieja lucha de
Emiliano Zapata por la Tierra y la Libertad, el marxismo y el
socialismo libertario, se constituyó con el objetivo de
subvertir el orden hegemónico y construir una sociedad más
justa en México. El neo zapatismo planteó una forma
diferente de llegar al “socialismo”, vía que fue despreciada
por la izquierda institucional y convencional posiblemente
por temor a un proceso que aunque se configuraba como
más auténtico, era imposible de ser controlado por parte de
la institucionalidad, es decir, estaba fuera de las “reglas de
juego” marcadas por la democracia burguesa (23). Desde
esta perspectiva, y más allá de la realidad actual de México,
se abre un mundo de desencuentros entre los gobiernos
latinoamericanos, incluidos entre ellos los considerados más
progresistas, y el movimiento indígena. Los principales ejes
de desencuentro son tres:
1. La demanda por parte del movimiento indígena de
Estados plurinacionales (modelo ya incorporado en las
Constituciones de Bolivia y Ecuador aunque con escasos
avances en materia de políticas concretas). Frente a este
reclamo histórico la izquierda tradicional evidencia su
incapacidad para entender de que se trata esta cuestión.
Hablar de Estado plurinacional significa poner en cuestión el
Estado-nación y con ello la tradición política occidental de la
que derivan estas izquierdas de América Latina, un listón
demasiado
alto
para
los
actuales
gobiernos
latinoamericanos, los cuales se encuentran muy lejanos del
anteriormente mencionado “socialismo indoamericano”
propugnado por Mariategui.
2. La defensa por parte del movimiento indígena de los
recursos naturales y energéticos, el agua y la tierra. Esta
vertiente ambiental del conflicto Estados versus movimiento
indígena genera un enfrentamiento de raíz con las políticas
desarrollistas y por ende neo-extractivistas alzadas como
bandera del desarrollo y la lucha contra la pobreza. Y en el
caso de los gobiernos progresistas del continente, es
precisamente este el eslabón que les engarza las políticas
aplicadas en las décadas del neoliberalismo.
3. Las demandas del movimiento indígena sobre los
derechos colectivos de las comunidades indígenas y la
autodeterminación de los pueblos como principio
fundamental. Sin duda, otro reto imposible de superar para
una izquierda que, en su ya largo recorrido, nunca entendió
sobre semejante reivindicación a pesar de que la
Constitución de 1924 de la Unión Soviética fuera la primera
en el mundo en reconocer dicho derecho para sus
repúblicas, aunque no para las regiones autónomas (24).
Esto explica las deportaciones de chechenos, ingushes,
tártaros de Crimea y otros poblaciones a las entonces
repúblicas socialistas de Kazajstán y Siberia en la década
de los 40 en la Unión Soviética de Josep Stalin; o como en
la Nicaragua sandinista de los años 80, cuando el gobierno
revolucionario intentó vincular a la costa atlántica a su
estructura administrativa siguiendo los mismos lineamientos
que en el resto del país, ignorando sus particularidades
étnicas, sociales, idiomáticas e incluso religiosas. Las
demandas de los miskitos en torno a la asociación étnica fue
definida en aquel entonces por el comandante Tomás Borge
como una “resistencia sectaria”, lo que conllevó a la
represión sobre las comunidades alzadas, derivando a la
postre en que los “contras” de la Fuerza Democrática
Nicaragüense generarán bases de apoyo en territorios
miskitos con la aquiescencia de sus moradores.
Además de estas, otras demandas indígenas también se
convierten en elementos de difícil comprensión para los
actuales gobiernos de América Latina. Entre otros puntos
podemos señalar: la reivindicación de respeto a las diversas
espiritualidades desde lo cotidiano y lo diverso; la extinción
de toda forma de discriminación racista o etnicista; la
reivindicación de formas colectivas de decisión sobre la
producción, los mercados y la economía; la descolonialidad
de las ciencias y las tecnologías; y la reivindicación de una
nueva ética social alternativa a la del mercado.
Es así que volviendo a Bolivia y Ecuador, los países con
textos constitucionales más avanzados en los cuales incluso
se incorporan el objetivo del Buen Vivir -suma qamañay
sumak kawsay en Bolivia, así como sumak kawsay en
Ecuador-, se terminan aplicando políticas que están en
esencia en contra de dicho concepto del Buen Vivir.
Propuesta civilizatoria que emerge desde la periferia de la
periferia, proviniendo del vocabulario de pueblos otrora
totalmente marginados (Tortosa, 2011), no como una
alternativa de desarrollo, sino como una alternativa al
desarrollo (Acosta, Galeano aet al., 2009).
Expresión partidista ecologista en la región
Por último y en el ámbito de las estructuras políticas que
consideran lo socioambiental como de fundamental
importancia, se hace necesario radiografiar de forma básica
los referentes de los Partidos Verdes latinoamericanos. La
red internacional de partidos verdes, la Global Greens (25),
federa a 12 partidos verdes en América Latina y Caribe,
incluyendo el partido Puertorriqueños por Puerto Rico,
primer y único partido político puertorriqueño de base
ambiental.
Sobre esta realidad valoraremos las tres organizaciones de
mayor importancia: el Partido Verde de Brasil donde en la
última elección y con la ex ministra lulista Marina Silva se
obtuvieron casi veinte millones de votos, Colombia donde el
Partido Verde alcanzó en el último sufragio cuatro millones
de votos y México, donde la opción verde se estima que
cuenta con dos millones de votos y quienes en las últimas
elecciones presidenciales, montados sobrecaballo ganador,
han corrido de la mano en alianza electoral con el tan
cuestionado Partido Revolucionario Institucional (PRI).
El Partido Verde brasileño, con 26 años de historia, recibió
un 19,55% de los votos en la primera vuelta de las últimas
elecciones presidenciales -el voto del Partido Verde fue el
que impidió que Dilma Rousseff ganara en primera vuelta-,
convirtiéndose de esta manera en la tercera fuerza electoral
del gigante del sur. Sin embargo, el Partido Verde brasileño
no ha tenido históricamente gran fuerza electoral, siendo su
único representante en el congreso nacional durante dos
legislaturas su diputado por el Estado de Río de Janeiro,
Fernando Gabeira (1995-1998 y 1999-2002) (26).
El Partido Verde fue una de las organizaciones políticas que
apoyaron al gobierno lulista, rompiendo dicha alianza en la
segunda mitad del mes de mayo de 2005 fruto de
divergencias en la política ambiental. En 2008, los verdes
brasileños había presentado 10.540 candidatos para las
municipales en listas verdes autónomas, consiguiendo
entonces 2,6 millones de votos (hasta un 23% en Río de
Janeiro). La incorporación de una líder emblemática como
Marina Silva les permitió acercarse a los 20 millones de
votos en las últimas presidenciales, recibiendo tanto los
votos del ambientalismo conservador como de una parte del
electorado del Partido de los Trabajadores decepcionado
por la política desarrollista de Lula: reinicio del programa
nuclear, apertura de Brasil a los transgénicos, destrucción
de la Amazonía a favor de los agrocombustibles y nefasta
política dirigida a los pueblos indígenas entre otras
cuestiones.
Fruto de los resultados en las últimas elecciones, pudimos
ver cómo en los diferentes estados federales los cabezas de
listas “verdes’” transaron alianzas carentes de contenidos
ideológicos o programáticos con derecha y oficialismo
indistintamente en busca de cargos políticos e
institucionales.
En el caso del Partido Verde colombiano, su construcción
deviene de apenas dos años y medio, careciendo de historia
propia aunque provenga de la refundación de la antigua
organización política de centro derecha Partido Verde
Opción Centro.
En septiembre de 2009 se adhieren al Partido Verde
colombiano tres notables figuras de la política nacional, los
ex alcaldes de Bogotá Antanas Mockus, Luis Eduardo
Garzón y Enrique Peñalosa. El Partido Verde sirvió como
plataforma electoral a Mockus para la disputa de la
Presidencia frente al conservador Juan Manuel Santos o a
Peñalosa para disputarle la alcaldía de Bogotá al Polo
Democrático Alternativo, aunque en ninguno de los dos
casos con éxito. De esta manera, el Partido Verde
colombiano presentó en los últimos comicios electorales
programas poco vinculados a la problemática ambiental y
los efectos de las políticas desarrollistas aplicadas por el
gobierno de Uribe Vélez y reforzadas en la actualidad por
Juan Manuel Santos. El Partido Verde colombiano quedó
limitado a una plataforma electoral a través de la cual se
agruparon políticos de diferentes tendencias ideológicas con
la finalidad de postular a cargos públicos en la actual
legislatura.
En la actualidad, tanto el Partido Verde brasileño como el
colombiano ya no cuentan en sus filas con su candidato
presidencial en los comicios anteriores, Marina Silva y
Antanas Mockus (27), lo cual muestra a dichas
organizaciones como herramientas básicamente electorales
al servicio de determinados personajes públicos.
En el caso del Partido Verde Ecologista de México,
organización fundada en 1986 que llegó a ser la cuarta
agrupación política mexicana en número de representantes
en el congreso del país, basta con ver sus últimas alianzas
electorales para entender su lógica política vital: en las
elecciones del 2000 formó junto al conservador Partido
Acción Nacional (PAN) la Alianza por el Cambio, la cual
posicionaría a Vicente Fox en el Palacio Nacional; en las
elecciones del 2003 hizo alianza electoral con el PRI,
situación que se repitió en elecciones del presente año, que
le dieron el triunfo a Peña Nieto.
Como conclusión, cabe indicar que las estructuras políticas
articuladas en torno a la Global Greens y el mundo verde
institucional carecen de posicionamientos programáticos
que incorporen coherentemente alternativas a las realidades
anteriormente descritas y la problemática existente en la
situación actual. La mayoría de los Partidos Verdes no son
actores de cambio ni agentes de transformación social, en
definitiva, no son herramientas de transformación del
sistema capitalista. Su existencia responde a lógicas
electoralistas y su desconexión con el frente social
ambiental es evidente.
Más allá de estos partidos, la irrupción de gobiernos
progresistas en Latinoamérica ha generado la aparición de
alternativas, la mayoría de ellas en construcción desde la
izquierda política y social, en muchos casos fruto de
rupturas desde el mismo oficialismo en diferentes países. La
novedad de estas nuevas izquierdas es la incorporación en
sus actas fundacionales y programas en elaboración de un
fuerte contenido socio-ambiental que pretende ser rupturista
con las lógicas actuales.
La ruptura con sus correspondientes gobiernos, o bien el
distanciamiento, se ha ido haciendo mayor en función del
ejercicio gubernamental, que ha significado para algunas de
estas nuevas agrupaciones un factor de aislamiento
sociopolítico. Este podría ser el caso del Partido Socialismo
y Libertad (PSOL) (28), una organización política de 11 mil
miembros constituida en 2004 que nace a partir de la
expulsión del Partido de los Trabajadores de varios de los
dirigentes de su tendencia interna trotskista, denominada
Democracia Socialista.
En contraposición a este hecho está la experiencia
ecuatoriana. Bajo el nombre de Coordinadora Plurinacional
para la Unidad de las Izquierdas, se han articulado hasta
ahora siete organizaciones y frentes políticos, algunos
provenientes de rupturas desde el correísmo, que articulan
en este momento un candidato único y un programa común
junto a los movimientos sociales combativos del país
(mujeres,
indígenas,
ambientalistas,
campesinos,
organizaciones barriales, sindicatos y organizaciones
estudiantiles). Esta agrupación pretende ser una
conformación transformadora de cara a la renovación de las
actuales izquierdas latinoamericanas y un elemento
referencial ante la disputa electoral que tendrá lugar en
Ecuador el próximo mes de febrero. Lo fundamental de este
proceso en construcción es entender que no habrá una
izquierda con capacidad de cambiar el sistema si ésta no
aborda también el tema ambiental, entre otras cuestiones
fundamentales como son por supuesto las cuestiones
políticas, culturales, sociales y económicas, así como las
demandas de género, étnicas, intergeneracionales, entre
otras.
A modo de conclusión
El conflicto irresoluble entre los gobiernos de América Latina
y las izquierdas sociales y políticas no puede devenir en otra
cosa que la reconfiguración de una nueva izquierda social y
política que incorpore en sus programas las alternativas a
las políticas que han significado su distanciamiento del
oficialismo y de los “teóricos” gobiernos revolucionarios
existentes en la actualidad.
En el caso de los gobiernos de perfil progresista de nuestro
continente, la miopía avanzada, cercana ya a la ceguera
total, respecto a la problemática ambiental, podría resumirse
en las palabras de mandatario ecuatoriano Rafael Correa,
cuando en una entrevista el pasado mes de mayo a un
medio de comunicación chileno, declaraba: “¿Dónde está en
el Manifiesto Comunista el no a la minería?
Tradicionalmente los países socialistas fueron mineros.
¿Qué teoría socialista dijo no a la minería? Son los
pseudointelectuales postmodernistas los que meten todos
estos problemas en una interminable discusión. No hay
dónde dudar: salir del modelo extractivista es erróneo” (29).
Así, el presidente ecuatoriano olvidaba que si de hecho hay
un error en la “ley del valor” desarrollada por primera vez por
Marx en su obra Miseria de la filosofía (1847) –texto que se
desarrolló como respuesta a la Filosofía de la Misería de
Proudhon-, es precisamente no haber contemplado en dicha
ley el impacto ambiental de la producción sobre el planeta.
En descargo del viejo intelectual, filósofo y pensador
alemán, podemos alegar que dicha obra se remonta a 165
años atrás, cuanto era aun difícil prever la situación actual
del planeta.
Dicha reconstrucción de la izquierda se hace fundamental al
momento de refundar alternativas y resistencias a políticas
que no dan solución al problema global (no solo ambiental) y
que por sus estilos, formas y contenidos actúan en
decremento de la participación social, la democracia directa
y el respeto al conjunto de pueblos y nacionalidades
indígenas existentes a lo largo y ancho del subcontinente.
Para concluir, citando nuevamente a Bolívar Echeverría
(2010), “el modo capitalista vive de sofocar a la vida y al
mundo de la vida, ese proceso se ha llevado a tal extremo,
que la reproducción del capital solo puede darse en la
medida en que destruya igual a los seres humanos que a la
Naturaleza”. Lo que equivale a afirmar que no habrá
alternativas a la crisis global multifacética al interior del
sistema capitalista.
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Notas
1 Sobre esta afirmación, se puede consultar la conferencia dictada por Manfred
Max Neef en la Universidad EAFIT, de Medellín, Colombia, en.
2 La crítica naturalista se asentó sobre tres principios básicos: la reivindicación
del higienismo, que reclama mejores condiciones de vida para los trabajadores y
su entorno urbano; el naturismo como reivindicación de un rencuentro entre el
ser humano y la Naturaleza; y el conservacionismo que se plasma en las
primeras asociaciones proteccionistas de animales y hábitats naturales.
3 Para el año 1800 se estima una población mundial de mil millones de
habitantes con respecto a los 7 mil millones censados a finales de 2011.
4 La capacidad de producción energética de la URSS pasó de 46 millones de
toneladas en 1913 (dependiente básicamente del carbón) a 238 millones de
toneladas en 1940. Las hidroeléctricas generaron 6 millones de kilovatios en
1955 y 33 millones en 1971(quedando el combustible vegetal reducido al 6% del
total). La extracción de petróleo del Cáucaso y del gas natural tomó fuerza a
partir de 1950, lo que situó ala URSS como un país puntero en la producción
petrolera. El desarrollo energético de la URSS se asentó sobre la explotación de
su riqueza en recursos naturales, lo que le convirtió en el único país desarrollado
con capacidad de autoabastecimiento energético.
5 La URSS desarrolló una importante industria siderúrgica con base en la
explotación de sus importantes reservas del material ferroso, hulla y manganeso,
convirtiéndose en el país líder de la producción mundial de hierro y uno de los
más importantes pro-ductores de acero del planeta.
6 Fue Nikita Kruschev, responsable de la desestalinización parcial de la URSS,
quien revelaría, entre otras cuestiones, el estancamiento y en algunos casos
retroceso de la producción agrícola soviética entre 1913 y 1950. Aunque entre el
año 1950 y el de 1965 la producción agropecuaria aumentó a un ritmo de 1.5%
al año, se mantuvo por debajo del índice de crecimiento poblacional.
Posteriormente, Brezhnev y Kosyguin reformularon métodos de producción
socializada y de distribución de mercado.La reforma de 1965 amplió las primas y
los estímulos individuales para incentivar la producción, y posteriormente,
durante el mandato de Gorbachov, se impulsó una política de apertura sobre los
rígidos esquemas del estalinismo. A la llegada de la Perestroika, la URSS
producía el doble de fertilizantes químicos que EE.UU., cuadruplicaba el número
de vacas lecheras respecto a los estadounidenses y utilizaba cinco veces más
tractores en labores agrarias que su rival, sin embargo su producción se
mantenía estancada, el sector rural en crisis y se importa bancada vez más
alimentos.
7 El “socialismo realmente existente”, en realidad, formaba parte de dicha
economía-mundo. Nunca logró erigirse como una alternativa en términos
civilizatorios.
8 Datos de la Lista Roja de Especies Amenazadas,que publica la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Estos datos apenas
realizan una “mirada general” sobre lo que está ocurriendo respecto a las
diferentes formas de vida en el planeta, pues sólo analizan el 2,7% de las
especies conocidas, lo que significa que el número de especies en peligro de
extinción puede ser mayor. Según el informe, en relación a las especies de agua
dulce,el 38% de los peces están amenazados en Europa,mientras que en África
oriental se encuentran en peligro el 28%. “En los océanos, el panorama es igual
de sombrío. Muchas especies marinas están sufriendo una pérdida irreversible
debido a la sobre pesca,el cambio climático, las especies invasoras, el desarrollo
costero y la contaminación”, destaca la publicación. Además, señala que “las
aves marinas están mucho más amenazadas que las terrestres, con un 27,5%
en peligro de extinción, frente al 11,8% de las aves terrestres en la misma
situación”.
9 Todas las plantas y los animales que habitan en el planeta tienen un papel
específico y sirven para conseguir alimentos, medicamentos, oxígeno y agua
pura, y para la polinización de los cultivos, el almacenamiento de carbono en el
suelo y la fertilización.
10 La autora principal del informe, en el que colaboraron 17 profesionales, que la
estadounidense Donella Meadows, biofísica y pionera científica ambiental,
especializada en dinámica de sistemas.
11 La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medioambiente de
Estocolmo, de junio de 1972,que permitirá la creación del Programa de las
Naciones Unidas por el Medioambiente (PNUM-UNEP), son sus siglas en
inglés).
12 El Rainbow Warrior era utilizado como barco soporte para las
manifestaciones de protesta organizadas por Greenpeace contra diferentes
actividades realizadas por diversos países contrarias a la protección del medio
ambiente y de las especias marinas.
13 La Crisis Global Multifacética es fruto de la combinación e interconexión de
siete crisis: la económica, la ideológica, la energética, la alimentaria, la
medioambiental, la democrática y la de hegemonía.
14 Informe socioeconómico elaborado por distintas naciones en 1987 para la
ONU, por una comisión en cabezada por la doctora Gro Harlem Brundtland, una
política noruega miembro del Partido Laborista que ocupó el cargo de primera
ministra de Noruega en tres ocasiones (1981, 1986-1989 y 1990-1996).
15 El “Protocolo de Kyoto” sobre el cambio climático es un protocolo de la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático
(CMNUCC), y un acuerdo internacional que tenía por objetivo reducir las
emisiones de seis gases de efecto invernadero que causan el calentamiento
global: dióxido de carbono (CO2), gas metano (CH4) y óxido nitroso (N2O),
además de tres gases industriales fuorados: Hidrofuorocarbonos (HFC),
Perfuorocarbonos (PFC) y Hexafuoruro de azufre (SF6), en un porcentaje
aproximado de un 5%, dentro del periodo que va desde el año 2008 al 2012, en
comparación a las emisiones al año 1990.
16 Hay visiones alternativas del concepto de sustentabilidad, como la del
pedagogo y filósofo brasileño Moacir Gadotti (2002), quien indica que “el
desarrollo podría ser un proceso integral que incluyera dimensiones culturales,
éticas, políticas, sociales y ambientales, y no sólo económicas”.
17 Utilizando como ejemplos los datos de Venezuela, Bolivia y Ecuador,
podemos indicar que, según datos del Instituto Nacional de Estadística de
Venezuela (INE), la pobreza se redujo en dicho país del 49% en 1998 al 27%,
mientras la pobreza extrema pasó del 22% al 7%. De igual manera, según datos
de la CEPAL, desde 2007 la pobreza en Bolivia bajó del 61 al 49%, mientras la
pobreza extrema bajó del 34 al 25,4%. Por último, según datos del Instituto
Nacional de Estadística y Censo (INEC), en Ecuador,entre los años 2006 y
2011, la pobreza se redujo del 37, 6 al 28,6%, mientras la extrema pobreza se
redujo del 16,5 al 13,2% en 2010.
18 Tres casos significativos son los de Venezuela,Bolivia y Ecuador: a)
Venezuela: la Superintendencia de las Instituciones del Sector Bancario
(Sudeban) definió el pasado mes de abril a este período como “el mejor
momento de su historia”, haciendo referencia ala situación actual de la banca.
Así, los primeros siete bancos privados, en ganancias, para abril de
2012,obtuvieron unos resultados netos de 4.951 millones de bolívares. Según
fuentes oficiales, en julio del 2011, la banca privada había ganado ya un 81,7%
más que en el mismo período del año anterior, pasan-do de 498,5 millones de
dólares a mediados de 2010 a 846,2 millones doce meses después, todo ello a
pesar de que la economía se había contraído un 7,1%;de igual manera, el
mismo presidente Chávez declaró el pasado 18 de mayo que el crecimiento del
sector privado está por encima del público. Pero no sólo es que más crece el
sector privado, sino que si consideramos el excedente de explotación
venezolano,concepto que comprende los pagos a la propiedad(intereses,
regalías y utilidades) y las remuneraciones a los empresarios, así como los
pagos a la mano de obra no asalariada, veremos que este pasó del 49,02 en
1999 al 61,30% en el 2010. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística
(INE) de Venezuela,y a pesar de las mejoras respecto al índice de Gini en el
país, tras más de una década de gobierno “revolucionario”, el 20% de los
hogares con mayores ingresos económicos devenga el 45,56% del ingreso total,
mientras el 40% de los hogares más pobres apenas se apropia del 15,1% del
ingreso; b) Bolivia: en Bolivia, según datos de la Autoridad de Supervisión del
Sistema Financiero (Asf) se revela que las utilidades que obtuvieron las
entidades pertenecientes al sistema financiero a junio de 2011 fueron de 172,2
millones de dólares, superando en 7,88% las obtenidas por este sector durante
toda la gestión 2010. Son 21 grupos corporativos, empresariales y de
inversiones los propietarios de todo el sistema bancario boliviano.
Paralelamente, hasta noviembre de 2011, las recaudaciones fiscales lograban
un récord histórico. El ingreso tributario más importante es el Impuesto a las
Utilidades Empresariales (IUE), que representa el 24% del total de las
recaudaciones impositivas. Dicho monto representa prácticamente un cuarto
delos ingresos de impuestos que recibe el Tesoro, y está generado por las
utilidades proporcionadas por el sector privado. El ministro de Economía y
Finanzas, Luís Arce, se congratulaba de dicha situación indicando que “le está
yendo muy bien al sector privado,porque están pagando grandes cantidades por
el IUE. Y nos alegramos que les vaya bien a los empresarios privados, porque
mientras sigan contribuyendo [...] alas recaudaciones tributarias, el país seguirá
teniendo estos récords de recaudaciones impositivas”; y c) Ecuador: el
crecimiento acumulado del sector bancario privado fue durante los tres primeros
años del gobierno de Correa (2007-2009) un 70% superior al de los gobiernos
neoliberales anteriores en el mismo período. En 2010 el sector bancario privado
alcanzó un 15,4% de utilidades más que en el ejercicio 2009, y en el 2011 un
52% que en el ejercicio 2010,aproximándose sus utilidades a 500 millones de
dólares. Tras más de cinco años de gobierno de la revolución ciudadana, 62
grupos económicos concentran el 41% el PIB, teniendo el sector privado un
beneficio superior al 54% del que obtuvo durante los mismos períodos de los
gobiernos inmediatamente anteriores a Correa, los cuales eran de perfil
neoliberal.
19 Brasil es el segundo productor de bioetanol del mundo, con 33,2% de
participación en el mercado detrás de Estados Unidos, responsable del 54,7%
dela producción mundial, según datos de 2009. Colombia, a su vez, figura en el
décimo lugar de los países productores, con el 0,4%. Argentina, por su parte, es
el segundo productor mundial de biodiesel, con el 13,1% del mercado, también
después de Estados Unidos, que lidera con el 14,3%. Brasil se ubica en quinto
lugar, con el 9,7% de la participación (datos de la CEPAL, 2011).
20 El neoextractivismo difiere del anterior extractivismo respecto al papel
otorgado al Estado y a su legitimación social y política, lo que implica resultados
económicos sustancialmente diferentes para los países.
21 Extraído de la conferencia dictada por el experto Dr. José Frutos, geólogo
chileno, invitado al Seminario Internacional Adelantos de la Exploración de
Yacimientos Auríferos, el 27 de noviembre de 2009, en Quito.
22 La onceava ronda petrolera afectará al 100%de los territorios de los
indígenas andoas, záparas y shivias, al 93% del de los achuar, al 73% del de los
kichwas amazónicos y al 38% del de los shuar.
23 Utilizamos la perspectiva de la “democracia burguesa” definida por Rosa
Luxemburg (bürgerliche Demokratie), para quien dicho término significaba lo
mismo que para Engels y Marx, “democracia pura” (reine Demokratie), a saber:
no el nombre de un régimen político institucionalmente establecido y epocal, sino
la caracterización de una corriente sociopolítica.
24 Lenin defendió el derecho de libre determinación de las naciones, entendido
como derecho a la secesión, aunque desde su visión, subordinándolo ala lucha
de clases. Cuando los bolcheviques alcanza-ron el poder tras la Revolución de
Octubre, el principio de autodeterminación se proclamó oficialmente en la
Declaración de Derechos de los Pueblos de Rusia y en virtud de la misma se
reconoció la inde-pendencia de Finlandia.
25 Global Greens nació en abril de 2001 en Canberra, Australia, y engloba a
distintas federaciones de partidos verdes en los cinco continentes.
26 Gabeira fue uno de los miembros fundadores del Partido Verde de Brasil,
pero abandonó la agrupación en 2002 para unirse al Partido de los
Trabajadores, volviendo posteriormente al prime-ro debido a confictos con el
gobierno de Luiz Inácio “Lula” da Silva. Conocido por su libro O Quéé Isso,
Companheiro?, escrito en 1979, donde se narra la historia de la resistencia
contra la dictadura militar en Brasil y se enfoca en el secuestro del embajador
estadounidense Charles Burke Elbricken 1969 (un evento en el que Gabeira
participó como miembro del MR-8), fue candidato a la alcaldía de Río de Janeiro
durante las elecciones municipales de Brasil de 2008, pero perdió frentea
Eduardo Paes.
27 Mariana Silva salió, a mediados del año pasado,del Partido Verde brasileño
con la intención de conformar un movimiento social ciudadano de la misma
naturaleza que los “indignados” españoles; mientras que Antanas Mockus salió a
mediados del año pasa-do del Partido Verde colombiano consecuencia del
conflicto interno que se generó en el partido por el apoyo recibido por Peñalosa
de parte del ex presidente Álvaro Uribe Vélez.
28 El PSOL, en las elecciones generales de 2006, consiguió, con la histórica
candidatura presidencial de Heloisa Helena, un 6,85% de los votos. Sin
embargo, en las últimas elecciones presidenciales y con Helena en las filas del
Partido Verde apoyando la candidatura de Marina Silva, el PSOL apenas logróel
0,87% de los votos (888 mil).
29 Véase la revista Punto Final Nº 758, en.
Alberto Acosta. Economista ecuatoriano. Profesor e
investigador de la FLACSO-Ecuador. Ministro de Energía y
Minas, enero-junio 2007. Presidente de la Asamblea
Constituyente y asambleísta octubre 2007-julio 2008
Decio Machado. Sociólogo y periodista de origen hispano
brasileño. Cofundador y miembro del periódico español
Diagonal. Miembro investigador de la ecuatoriana Fundación
Alternativas Latinoamericanas para el Desarrollo Humano y
Estudios Antropológicos (ALDHEA).