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El Capital Tomo 3 - Vol 7

BIBLIOTECA DEL PENSAMENTO SOCIALISTA Iònio III/ Libro tercero proceso obal de la producción capitalista [ Friedrich Engels] m siglo mutuino editorn sii KARL EL CAPITAL MARX CRITICA (FRIEDRICH DE LA ECONOMIA ENGELS) POLITICA el proceso global libro de la producción tercero capitalista VII edición a cargo pedro scaron traducción de león mames revisión y notas pedro scaron siglo ventuno editores MÉXICO ESPAÑA ARGENTINA COLOMBIA m ________________________________ siglo x x i editores, s. a. de c. v. C E R R O D EL A G U A 248, R O M E R O D E T E R R E R O S , 04310, MEXICO, D.F. siglo xxi editores, s. a. T U CU M AN 1621. 7 N, C 1 0 5 0 A A G. B U E N O S AIRES, ARG EN TINA siglo x x i de españa editores, s. a. M EN É N D EZ PIDAL 3 BIS, 2 8 0 3 6 . M A D R ID . ESPAÑA S E C C IÓ N Q U IN T A ESCISIÓN DE LA GANANCIA EN INTERÉS Y GANANCIA EMPRESARIAL .3 EL CAPITAL QUE DEVENGA INTERÉS CAPÍTULO XXI EL C A PITA L QUE DEVENGA IN T E R É S b derechos reservados conform e a la ley im preso y hecho en m cxico En el primer examen de la tasa general o media de ganancia (sección n de este libro) no teníamos aún ante nosotros la figura definitiva de esta última, ya que la nive­ lación sólo aparecía como una nivelación de los capitales industriales invertidos en las distintas esferas. Esta figura se completó en el capítulo anterior, en el cual se dilucidó la participación del capital comercial en esta nivelación y la ganancia comercial. La tasa general de ganancia y la ganancia media se presentaban ahora dentro de límites más estrechos que antes. En el curso de la investigación se debe tener en cuenta que, cuando en lo sucesivo hablemos de la tasa general de ganancia o de la ganancia media, ello ocu­ rrirá en la última versión, es decir sólo con referencia a la figura definitiva de la tasa media. Puesto que en lo sucesivo ésta será la misma tanto para el capital industrial como para el comercial, tampoco será necesario en ade­ lante — en tanto se trate solamente de esta ganancia media— establecer una diferencia entre la ganancia indus­ trial y la ganancia comercial. El capital arroja, pro rata de su magnitud, la misma ganancia anual media, sin que tenga importancia el que esté industrialmente invertido dentro de la esfera de la producción, o comercialmente en la esfera de la circulación. im preso en m ú jica im presor, s.a. de c.v. cam elia núm . 4 col. el m anto, iztapalapa m arzo de 2009 * E n el m an u scrito (I, p. 286) después de “g a n an cia e m p re sa ria l” : ler P ro fit)” , esto es, “(ganancia R 1106/1.) b En el m anuscrito, en lugar prim era edición en español, 1977 d ecim ocuarta reim presión en español, 2009 © siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn 978-968-23-0084-4 (obra com pleta) isbn 978-968-23-0406-4 (volum en 7) en coedición con siglo xxi de españa editores. s.a. título original: das capital, kritik der politischen Ökonomie sigue un p aréntesis explicativo “(In d u strieller u n d ko m m erziel­ industrial y com ercial)” . C fr. del título, “ I” . (V. R 1106/2.) 433 El dinero — tomado en este caso como la expresión autónoma de una suma de valor, ya exista de hecho en dinero o en mercancías— puede ser transformado, sobre la base de la producción capitalista, en capital, y en virtud de esta transformación se convierte de un valor dado en un valor que se valoriza a sí mismo, que se automultiplica. Pro­ duce ganancia, es decir que faculta al capitalista para extraer de los obreros una determinada cantidad de trabajo impago, de plusproducto y plusvalor, y aprobárselo. De esa manera adquiere, además del valor de uso que posee como dinero, un valor de uso adicional: el de funcionar como capital. Su valor de uso consiste, en este caso, precisamente en la ganancia que produce al estar transform ado en capital. En este carácter de capital potencial, de medio para la producción de la ganancia, se convierte en mercancía, pero en una mercancía sui géneris. O lo que resulta lo mismo, el capital en cuanto capital se convierte en mercancía .54 Supongamos que la tasa media anual de ganancia sea del 20 % . Una máquina por valor de £ 100 arrojaría entonces, bajo las condiciones medias y con la proporción media de inteligencia y actividad adecuada en su empleo como capital, una ganancia de £ 20. Por lo tanto, un hombre que disponga de £ 100, tiene en sus manos el poder de convertir £ 100 en £ 120, o de producir una ganancia de £ 20. Tiene en sus manos un capital potencial de £ 100. Si este hombre le cede las £ 100, por el tér­ mino de un año, a algún otro que las emplea realmente como capital, le concede el poder de producir £ 20 de ganancia, un plusvalor que nada le cuesta, a cambio del cual no paga equivalente alguno. Si este hombre le paga al dueño de las £ 100, al término del año, acaso £ 5, vale decir una parte de la ganancia producida, estará pagando con ello el valor de uso de las £ 100 , el valor de uso de su función de capital, de la fundón de producir £ 20 de ganancia. L a parte de la ganancia que le abona se denomina interés, cosa que, por consiguiente, no es otra cosa que un nombre peculiar, un rubro peculiar para 54 A q u í p o d ría n citarse algunos pasajes e n los cuales los eco ­ n om istas concib en la cuestión de esa m an e ra. “ ¿U stedes” (el B anco de In g laterra ) “son g ran d es negociantes de la mercancía cap itán ” , se le p re g u n ta a un d irec to r de ese b an co e n u n a in terro g ació n de testigos p a ra el Report on Bank Acts, H ouse o f C om m ons, 18571, p. 104], 434 una parte de la ganancia que el capital actuante, en lugar de guardársela en su propio bolsillo, debe abonar al pro­ pietario del capital. Resulta claro que la posesión de las £ 100 da a su propietario el poder de adueñarse del interés, de cierta parte de la ganancia producida por su capital. Si no le diese las £ 100 al otro, éste no podría producir la ganancia, y no podría actuar en absoluto como capitalista con relación a esas £ 100.55 Es absurdo hablar aquí de justicia natural, con Gilbart (véase nota). L a equidad de las transacciones que se efectúan entre los agentes de la producción se basa en que estas transacciones surgen de las relaciones de producción como una consecuencia natural. Las formas jurídicas en que se presentan estas transacciones económicas como actos volitivos de los participantes, como manifestaciones de su voluntad común y como contratos a cuyo cumpli­ miento puede obligarse a una de las partes por intervención del estado, no pueden determinar ese propio contenido como meras formas del mismo, sino que solamente lo expresan. Ese contenido es justo en cuanto corresponde al modo de producción, si es adecuado a él. Es injusto en cuanto lo contradiga. La esclavitud sobre la base del modo capitalista de producción es injusta; igualmente lo es el fraude en cuanto a la calidad de la mercancía. Las £ 100 producen la ganancia de £ 20 por el hecho de que actúan como capital, sea industrial o comer­ cial. Pero la [conditio] sine qua non de esta función como capital es el hecho de que se las gaste como capital, es decir que se desembolse dinero en la compra de medios de producción (en el caso del capital industrial) o de mercancía (en el caso del capital com ercial). Pero para gastarlo, debe existir. Si A, el propietario de las £ 100, las gastase para su consumo privado o las conservase como tesoro, entonces B, el capitalista actuante, no podría gastarlas como capital. No gasta éste su capital, sino el de A; pero no puede gastar el capital de A sin la voluntad de éste. Por lo tanto, de hecho es A quien gasta originaria­ mente las £ 100 como capital, a pesar de que toda su 55 “E l hech o de q u e un h o m b re que to m a d in e ro en p réstam o c o n la intención de o b te n e r gan an cias c o n él d e b a d a rle a l p re sta ­ m ista u n a p a rte d e la gan an cia, es u n principio ev identísim o de justicia n a tu ra l.” (G ilb art, The History and Principies of Banking, L ondres, 1834, p. 163.) 435 función como capitalista se limita a este gasto de las £ 100 como capital. En la medida en que se consideran estas £ 100, B sólo funciona como capitalista porque A se las cede, y por ello las gasta como capital. Consideremos primeramente la circulación peculiar del capital que devenga interés. Entonces cabe examinar, en segunda instancia, el modo peculiar en el cual se lo vende como mercancía, es decir en que se lo presta en lugar de cedérselo en forma definitiva. El punto de partida lo constituye el dinero que A le adelanta a B. Ello puede ocurrir con garantía prendaria o sin ella; sin embargo, la primera forma es la más anti­ cuada, con excepción de los adelantos sobre mercancías o sobre obligaciones de deudas como letras, acciones, etc. Estas formas particulares no nos interesan aquí. Aquí tenemos que vérnoslas con el capital que devenga interés en su forma corriente. En manos de B, el dinero se transforma realmente en capital, efectúa el movimiento D-M -D', y regresa luego a A como D ', como D + AD, donde AD representa el interés. Para simplificar prescindiremos aquí, por el m o­ mento, del caso en el cual el capital permanece por un lapso más prolongado en manos de B, pagándose los intereses a su vencimiento. El movimiento es, entonces: D - D - M - D '- D'. Lo que aparece duplicado en este caso es 1) el desem­ bolso del dinero como capital, y 2 ) su reflujo como capital realizado, como D ' o D -f- AD. En el movimiento del capital comercial D-M -D', la misma mercancía cambia de dueños dos veces o más, si el comerciante le vende a otro comerciante; pero cada uno de tales cambios de ubicación de la misma mercancía denota una metamorfosis, la compra o la venta de la mercancía, por mucha que sea la frecuencia con que pueda repetirse este proceso hasta su pasaje definitivo al consumo. Por otro lado, en M-D-M se verifica un doble cambio de ubicación del mismo dinero, pero indica la m etamor­ fosis total de la mercancía, la cual primeramente se trans­ forma en dinero, y luego vuelve a transformarse de dinero en otra mercancía. En cambio, en el capital que devenga interés, el primer cambio de lugar de D no es en modo alguno un factor, ni de la metamorfosis mercantil ni de la reproducción del capital. Sólo se convierte en él en el segundo gasto, en manos del capitalista actuante, quien comercia con él o lo transforma en capital productivo. En este caso, el primer cambio de posición de D no expresa otra cosa que su trans­ ferencia o remisión de A a B; una transferencia que suele operarse bajo determinadas formas y salvedades jurídicas. A este doble desembolso del dinero como capital, siendo el primero la mera transferencia de A a B, corresponde su doble reflujo. En carácter de D ' o como D AD refluye desde el movimiento hacia el capitalista operante B. Éste vuelve a transferirlo luego a A, pero al mismo tiempo con una parte de la ganancia, como capital realizado, como D -f- AD, siendo AD no toda la ganancia, sino sqlo una parte de la misma, el interés. Sólo refluye hacia B como lo que él desembolsó, como capital actuante, pero en carácter de propiedad de A. Por ello, para que su reflujo sea completo, B debe retransferírselo a A. Pero además de la suma de capital, B debe cederle a A una parte de la ganan­ cia que ha obtenido con esa suma de capital, bajo el nombre de interés, puesto que A sólo le ha dado el dinero como capital, es decir como valor que no sólo se conserva en el movimiento, sino que crea un plusvalor para su propietario. Sólo permanece en manos de B en tanto sea capital funcio­ nante. Y luego de su reflujo — luego de expirar el plazo convenido— cesa de funcionar como capital. Pero en cuanto capital que ya no funciona debe ser retransferido nueva­ mente a A, quien no ha dejado de ser el propietario jurídico del mismo. La forma del préstamo, peculiar de esta mercancía — del capital como mercancía— , y que por lo demás se presenta asimismo en otras transacciones en vez de la forma de la venta, surge ya de la determinación de que el capital se manifiesta aquí como mercancía, o que el dinero en cuanto capital se convierte en mercancía. Pero en este aspecto debemos distinguir. Hemos visto (libro ii , capítulo i) y recordamos aquí brevemente que, en el proceso de la circulación, el capital funciona como capital mercantil y como capital dinerario. Pero en ninguna de ambas formas el capital como tal se convierte en mercancía. Apenas el capital productivo se ha convertido en capital mercantil, debe ser lanzado al mercado, vendido como 437 436 mercancía. En este caso funciona simplemente como mer­ cancía. En él, el capitalista aparece simplemente como vendedor de mercancía, tal como el com prador aparece como com prador de mercancía. En cuanto mercancía, el producto debe- realizar su valor en el proceso de circula­ ción, mediante su venta, debe adoptar su figura trasmutada en cuanto dinero. Por ello también resulta totalmente indiferente si es un consumidor quien compra esta mer­ cancía como medio de subsistencia, o si la compra un capitalista como medio de producción, como componente del capital. En el acto de la circulación, el capital mercantil sólo funciona como mercancía, no como capital. Es capital mercantil, a diferencia de mercancía simple, 1 ) porque ya está preñado de plusvalor, es decir que la realización de su valor es, al mismo tiempo, realización de plusvalor; pero esto en nada modifica su existencia simple como mer­ cancía, como producto de un precio determinado; 2 ) por­ que ésta su función como mercancía es una fase de su proceso de reproducción en cuanto capital, y por ello su movimiento en cuanto mercancía, por ser solamente un movimiento parcial de su proceso, es al mismo tiempo su movimiento como capital; pero no se convierte en ella en virtud del propio acto de la venta, sino sólo a causa de la conexión entre este acto y el movimiento global de esta suma de valor determinada en cuanto capital. Asimismo, en cuanto capital dinerario obra simple­ mente, de hecho, como dinero, es decir como medio de compra de mercancía (de los elementos de producción). El hecho de que ese dinero sea aquí, al mismo tiempo, capital dinerario, una forma del capital, no surge del acto de la compra, de la función real que desempeña en este caso como dinero, sino de la conexión de este acto con el movimiento global del capital, por la circunstancia de que este acto, que desempeña en cuanto dinero, inicia el proceso capitalista de producción. Pero en la medida en que funcionan realmente, en que desempeñan realmente su papel en el proceso, el capital mercantil sólo desempeña aquí el papel de mercancía, y el capital dinerario sólo el de dinero. En ningún momento individual de la metamorfosis, considerada para sí, el capitalista vende la mercancía al com prador como capital, a pesar de que constituye capital para él, o le enajena el dinero al vendedor como capital. En ambos casos enajena 438 simplemente la mercancía como mercancía y el dinero sim­ plemente como dinero, como medio de com pra de mer­ cancía. En el proceso de circulación el capital sólo aparece como capital en la interconexión de todo el transcurso, en el momento en que el punto de partida aparece al mismo tiempo como punto de retorno, en D -D ' o M -M ' (mientras que en el proceso de la producción se presenta como capital en virtud de la subordinación del obrero al capitalista y la producción del plusvalor). Pero en este momento del retor­ no ha desaparecido la mediación. Lo que existe es D ' o D -f- AD (según que la suma de valor incrementada en AD exista bajo la forma de dinero o de mercancía o de los elementos de producción), una suma de dinero igual a la suma dineraria originariamente adelantada más un exce­ dente por encima de ella, el plusvalor realizado. Y precisa­ mente en este punto de retorno en el cual el capital existe como capital realizado, como valor valorizado, en esta forma — en la medida en que se lo fije como punto de reposo, imaginario o real— el capital jam ás entra en circu­ lación, sino que, por el contrario, aparece retirado de la circulación, como resultado de todo el proceso. En cuanto se lo vuelve a desembolsar, nunca se lo enajena a un tercero como capital, sino que se lo vende a él como mercancía simple o se lo entrega como simple dinero a cambio de mercancía. En su proceso de circulación nunca se presenta como capital, sino sólo como mercancía o dinero, y ésta es aquí su única existencia para otros. L a mercancía y el dinero sólo son capital, en este caso, no en la medida en que la mercancía se transforme en dinero o el dinero en mercancía, no en sus relaciones reales con el com prador o con el vendedor, sino sólo o bien en sus relaciones ideales con el propio capitalista (desde el punto de vista subjetivo) o bien como factores del proceso de reproducción (desde el punto de vista objetivo). En el movimiento real, el capital existe como capital no en el proceso de circulación, sino sólo en el proceso de producción, en el proceso de explo­ tación de la fuerza de trabajo.® Pero otra es la situación del capital que devenga interés, y precisamente esto constituye su carácter especí“ “ L a pa rte fin al de e sta frase", dice R ubel sin d e lim ita r clarum ente esa p arte, “es una a dición de E ngels” (R 1110/1). 439 fico. El poseedor de dinero que quiere valorizarlo como capital que devenga interés, lo enajena a un tercero, lo lanza a la circulación, lo convierte en mercancía como capital-, no sólo como capital para él mismo, sino también para otros; no es sólo capital para quien lo enajena, sino que también se lo entrega al tercero, de antemano, como capital, como un valor que posee el valor de uso de crear plusvalor, ganancia; como un valor que se conserva en el movimiento y que retorna a su emisor originario — en este caso el poseedor de dinero— luego de haber funcionado; es decir que sólo se aleja de él por un tiempo, sólo pasa temporariamente de la posesión de su propietario a la del capitalista actuante, es decir que no se lo emplea como pago ni se lo vende, sino que sólo se lo presta; que sólo se enajena con la condición de que, transcurrido un lapso determinado, debe retornar, en primer lugar, a su punto de partida, y en segundo término, que debe hacerlo como capital realizado, de modo que haya realizado su valor de uso, el de producir plusvalor. La mercancía que se presta como capital, se presta como capital fijo o circulante según su índole. Este dinero puede prestarse en ambas formas, como capital fijo, por ejemplo cuando se reintegra en la forma de renta vitalicia, de modo que con el interés también refluye siempre una porción de capital. Con arreglo a la naturaleza de su valor de uso, ciertas mercancías sólo pueden prestarse como capital fijo, como en el caso de edificios, barcos, máquinas, etc. Pero cualquier capital prestado, sea cual fuere su forma y comoquiera que se halle modificado el reintegro por la naturaleza de su valor de uso, siempre es sólo una forma particular del capital dinerario. Pues lo que se presta en este caso es siempre una cantidad determinada de dinero, y sobre esta suma se calcula también el interés. Si lo que se presta no es dinero ni capital circulante, también se lo reintegra del modo en que refluye el capital fija El presta­ mista recibe periódicamente el interés y una parte del valor consumido del propio capital fijo, un equivalente por el desgaste periódico. Y al cabo del plazo, la parte no consu­ mida del capital fijo prestado retorna in natura. Si el capital prestado es capital circulante, entonces también retorna a manos del prestamista en el modo de reflujo del capital circulante. 440 Por consiguiente, el tipo del reflujo está determinado en todos los casos por el movimiento cíclico real del capital que se reproduce a sí mismo y de sus tipos particulares. Pero en el caso del capital prestado el reflujo asume la forma del reintegro porque el adelanto, la enajenación del mismo, tiene la form a del préstamo. En este capítulo solamente tratamos el capital dinerario propiamente dicho, del cual derivan las restantes formas del capital dado en préstamo. El capital dado en préstamo retorna de dos maneras; en el proceso de reproducción retorna al capitalista actuante, y luego el retorno se repite una vez más como transferencia al prestamista, al capitalista dinerario, co­ mo reintegro a su verdadero propietario, a su punto de partida jurídico. En el proceso real de circulación, el capital sólo aparece siempre como mercancía o dinero, y su movimiento se resuelve en una serie de compras y ventas. En suma, que el proceso de circulación se resuelve en la metamorfosis de la mercancía. Otro es el caso si consideramos el pro­ ceso de reproducción en su totalidad. Si partimos del dinero (y es lo mismo si partimos de la mercancía, puesto que en ese caso partimos del valor de ésta, es decir que la consideramos a ella misma sub specie [bajo la forma] del dinero), se habrá desembolsado una suma de dinero, que retom a, luego de un período determinado, con un incre­ mento. La reposición correspondiente a la suma de dinero adelantada retorna más un plusvalor. Esa suma se ha conservado y multiplicado en el recorrido de un determi­ nado movimiento cíclico. Ahora bien, el dinero, en la medida en que se lo presta como capital, se lo presta pre­ cisamente como esa suma de dinero que se conserva y se multiplica, la cual retorna luego de cierto período con un incremento y que siempre puede recorrer nuevamente ese mismo proceso. No se lo desembolsa como dinero ni como mercancía, es decir que no se lo intercambia por mercancía cuando se lo adelanta como dinero, ni se lo vende a cambio de dinero, cuando se lo adelanta como mercancía; sino que se lo desembolsa como capital. La relación del capital consigo mismo, tal cual se presenta el capital cuando se considera el proceso capitalista de producción en forma conjunta y unitaria, y en el cual el capital aparece como dinero que incuba dinero, se le 441 incorpora aquí simplemente como su carácter, como su determinación, sin el movimiento mediador intermedio. Y en tal carácter determinado se lo enajena cuando se lo presta como capital dinerario. Una concepción extravagante acerca del papel del capital dinerario es la que sostiene Proudhon (Gratuité du Crédit. Discussion entre M. F. Bastiat et M. Proudhon, París, 1850). A Proudhon, prestar le parece malo porque no es vender. El prestar a interés “es la facultad de revender siempre el mismo objeto y de volver a recibir siempre el precio sin ceder nunca la propiedad de lo que se vende” (p. 9 ).i 1011 El objeto, dinero, edificio, etc., no cambia de propietario, como en la compra y la venta. Pero Proudhon no ve que al entregar el dinero en forma de capital que devenga interés, no se ha recibido un equivalente a cambio de ello. Sin embargo, en todo acto de compra y venta, en la medida en que se verifican en realidad procesos de inter­ cambio, se entrega el objeto. Siempre se cede la propiedad del objeto vendido. Pero no se entrega el valor. En la venta se entrega la mercancía, pero no su valor, que se devuelve en la forma de dinero o, lo que en este caso es sólo otra forma de lo mismo, de obligaciones o títulos de pago. En la compra se entrega el dinero, pero no su valor, que se repone en la forma de la mercancía. Durante todo el proceso de reproducción, el capitalista industrial conserva en sus manos el mismo valor (al margen del plusvalor), sólo que en diferentes formas. En la medida en que se efectúa un intercambio, es decir un intercambio de objetos, no se verifica un cambio de valores. El mismo capitalista siempre conserva en sus manos el mismo valor. Pero en tanto el capitalista produce plusvalor, no se efectúa un intercambio; en cuanto se verifica el intercambio, el plusvalor ya se halla encerrado en las mercancías. En cuanto no consideremos los actos individuales del intercambio, sino la circulación global del capital D-M-D', se adelanta constantemente una determi­ nada suma de valor y se retira de la circulación esa suma de valor más el plusvalor o ganancia. Sin embargo, no es posible ver la mediación de este proceso en los meros actos del intercambio. Y es precisamente sobre este proceso de D en cuanto capital sobre lo cual reposa el interés del capitalista que da dinero en préstamo, aquello de lo cual emana. 442 “En efecto”, dice Proudhon, “el sombrerero que vende som breros. . . recibe a »cambio de ellos el valor, ni más ni menos. Pero el capitalista prestamista . . . no sólo recupera su capital íntegro; recibe más que el capital, más de lo que vuelca en el intercambio; además del capital, percibe un interés” (p. 6 9 ). En este caso, el sombrerero representa al capitalista productivo, en contraste con el prestamista. Evidentemente, Proudhon no ha logrado asir el secreto de cómo el capitalista productivo puede vender mercancía a su valor (la nivelación a precios de producción resulta irrelevante aquí, para su concepción) y de ese mismo modo obtener una ganancia más allá del capital que vuelca en el intercambio. Supongamos que el precio de producción de 100 sombreros sea = £ 115, y que ese precio de pro­ ducción sea casualmente igual al valor de los sombreros, es decir que el capital que produce los sombreros es de composición social media. Si la ganancia es = 1 5 % , el fabricante de sombreros realizará una ganancia de £ 15 al vender las mercancías a su valor de £ 115. A él sólo le cuestan £ 100. Si ha producido con su propio capital, guardará íntegramente en su bolsillo el excedente de £ 15; si lo ha hecho con capital prestado, acaso deba entregar £ 5 de ellas como interés. Esto en nada modifica el valor de los sombreros, sino sólo la distribución entre diversas personas del plusvalor que se encuentra ya dentro de ese valor. En consecuencia, puesto que el valor de los sombre­ ros no resulta afectado por el pago de intereses, es un disparate el que Proudhon diga: “Dado que en el comercio el interés del capital se añade al salario del obrero para constituir el precio de la mercancía, es imposible que el obrero pueda volver a com prar el producto de su propio trabajo. Vivre en travaillant [vivir de su trabajo] es un principio que, bajo el régimen del interés, implica una contradicción” (p. 1 0 5 ).56 El siguiente pasaje, en el cual Proudhon describe el movimiento del capital en general como un movimiento peculiar del capital que devenga interés, demuestra lo poco 56 P or ello, si por P ro u d h o n fuese, “ u n a c asa ” , “d in ero ”, etc., no d e b erían prestarse co m o “c ap ital” , sino enajenarse co m o “m er­ c a n c ía . . . al precio de costo” (pp. 43, 44). L u te ro e stab a algo por en cim a d e P ro u d h o n . L u te ro y a sabía q u e la o btención de g an an ­ cias es independiente de la fo rm a del p réstam o o de la com pra. "T am b ién convierten a la c o m p ra en una usura. P ero esto es d em a siad o p a ra un solo bocado. Y si a h o ra d ebem os tra ta r de u n a 443 que ha comprendido la naturaleza del capital: “Como, por la acumulación de los intereses, el capital dinerario vuelve siempre a su fuente, de intercambio en intercambio, se desprende de ello que el préstamo repetido efectuado siempre por las mismas manos, beneficia siempre a la misma persona ”.11021 ¿Qué es, entonces, lo que sigue siendo enigmático para él en el movimiento peculiar del capital que devenga interés? Las categorías de la compra, el precio, la cesión de objetos, y la forma no mediada en que aparece aquí el plusvalor; en suma, el fenómeno de que, en este caso, el capital en cuanto capital se ha convertido en mercancía, de que por ende la venta se ha convertido en préstamo, y el precio en una participación en la ganancia. En general, el retorno del capital a su punto de partida es el movimiento característico del capital en su ciclo global. Esto de ninguna manera caracteriza solamente al capital que devenga interés. Lo que lo caracteriza es la forma exterior del retorno, separada del ciclo que media ese retorno. El capitalista prestamista entrega su capital, se lo transfiere al capitalista industrial sin obtener equivalente alguno. Su entrega no es en absoluto un acto del proceso circulatorio real del capital, sino que sólo inicia este ciclo que debe llevar a cabo el capitalista industrial. Este primer cambio de ubicación del dinero no expresa ningún acto de metamorfosis, ni compra ni venta. La propiedad no se cede porque no se efectúa un intercambio, no se recibe ningún equivalente. El retorno del dinero de manos del capitalista industrial a manos del prestamista sólo complementa el primer acto de la cesión del capital. Adelantado en la forma dineraria, el capital retorna al capitalista industrial, a través del proceso cíclico, nuevamente en la forma de dinero. Pero puesto que el capital no le pertenecía en el momento del desembolso, no puede pertenecerle en el del retorno. El pasaje por el proceso de reproducción no puede convertir a este capital en su propiedad. Por consiguiente, debe restituírselo al prestamista. El primer desembolso, que transfiere el capital de manos del prestamista a manos del de esas cosas, a c e rca de la u su ra en el p réstam o, una vez q u e le h a y am o s puesto rem edio (después d el Ju icio F in al) tam bién h a b re ­ m os d e d ed icarle lo q u e le co rresp o n d e a la usura en la compra.” M . L u th er, An die Pfarrherrn wider den Wucher zu predigen, W ittenberg, 1540.I10'*) 444 prestatario, es una transacción jurídica que nada tiene que ver con el proceso real de reproducción del capital, «51o lo inicia.“ El reintegro, que traslada nuevamente e. capital refluido de manos del prestatario a manos del pres­ tamista, es una segunda transacción jurídica, complemen­ taria de la primera; ésta inicia el proceso real, la otra es un acto posterior al mismo. Por consiguiente, el punto de partida y el de retorno, la entrega y restitución del capital prestado, aparecen como movimientos arbitrarios, mediados por transacciones jurídicas, que ocurren antes y después del movimiento real del capital y que nada tienen que ver con él. Para este movimiento sería lo mismo que el capital perteneciese desde un comienzo al capitalista industrial, y que luego sólo refluyese a él en cuanto su propiedad. En el primer acto inicial, el prestamista le entrega su capjtal al prestatario. E n el segundo acto, posterior y final, éste le devuelve el capital al primero. En tanto sólo entre en consideración la transacción entre ambos — y por ahora con prescindencia del interés— , vale decir, en la medida en que sólo se trate del movimiento que efectúa entre pres­ tamista y prestatario el propio capital prestado, esos dos actos (separados entre sí por un lapso más prolongado o más breve, durante el cual se produce el verdadero movi­ miento de reproducción del capital) abarcan la totalidad de ese movimiento. Y este movimiento — la entrega con la condición de la restitución— es, en general, el movimiento del dar y tom ar en préstamo, de esa forma específica de la enajenación, puramente condicional, de dinero o mer­ cancía. El movimiento característico del capital en general, el retorno del dinero al capitalista, el retorno del capital a su pqnto de partida, adquiere en el capital que devenga interés una figura completamente exterior, separada del movi­ miento real cuya forma constituye. Entrega A su dinero no en cuanto tal, sino como capital. Aquí, no se opera ninguna modificación con el capital. Éste sólo cambia de manos. Su verdadera transformación en capital sólo se lleva a cabo en manos de B. Pero para A se ha convertido en capital en virtud de la mera cesión a B. El verdadero reflujo del capital desde el proceso de producción y circulación sólo ocurre para B. En cambio, para A el * En la 1? edición, “sólo la inicia” en vez d e “sólo lo inicia” . 445 reflujo se produce en la misma forma que la enajenación. Vuelve nuevamente de manos de B a las de A. La cesión, el préstamo de dinero por cierto lapso y la nueva recepción del mismo con interés (plusvalor) es la forma íntegra del movimiento que corresponde al capital que devenga interés en cuanto tal tipo de capital. El movimiento real del dinero prestado en cuanto capital es una operación situada más allá de las transacciones entre prestamistas y prestatarios. En estos mismos, dicha intermediación se halla extinguida, no es visible, no está directamente comprendida. En cuanto mercancía de un género peculiar, el capital posee también un tipo peculiar de enajenación. Por eso, en este caso el retorno tampoco se manifiesta como consecuencia y resul­ tado de una serie determinada de procesos económicos, sino como consecuencia de un convenio jurídico especial entre com prador y vendedor. El tiempo del reflujo depende del transcuro del proceso de reproducción; en el caso del capital que devenga interés, su retorno como capital parece depender solamente del acuerdo entre prestamista y pres­ tatario. De modo que el reflujo del capital, en lo que res­ pecta a esta transacción, ya no parece un resultado deter­ minado por el proceso de la producción, sino como si el capital prestado jamás hubiese perdido la forma del dinero. De cualquier manera, estas transacciones están efectiva­ mente determinadas por los reflujos reales. Pero ello no se manifiesta en la propia transacción. En la práctica ello tampoco es siempre el caso, en modo alguno. Si el reflujo real no ocurre en el momento oportuno, el prestatario debe procurarse las restantes fuentes auxiliares para satisfacer sus obligaciones con respecto al prestamista. La mera forma del capital — dinero que se desembolsa como suma 1 A y que retorna como suma A + — A, en un lapso deterx minado y sin otra mediación que ese lapso cronológico intermedio— es sólo la forma no conceptual del movimiento real del capital. En el movimiento real del capital, el retorno es una fase del proceso de circulación. Primeramente, el dinero se convierte en medios de producción; el proceso de pro­ ducción lo transform a en mercancía; en virtud de la venta de la mercancía se reconvierte en dinero, y en esa forma retorna a manos del capitalista que había adelantado el capital, en primera instancia, bajo la forma dineraria. Pero 446 en el caso del capital que devenga interés, tanto el retom o como la cesión son meros resultados de una transacción jurídica entre el propietario del capital y una segunda persona. Solamente vemos la cesión y el reintegro. Todo cuanto ocurre en el ínterin está extinguido. Pero puesto que el dinero adelantado como capital tiene la propiedad de retornar a su adelantador, a quien cede el capital, puesto que D - M - D ' es la forma inmanente del movimiento de capital, precisamente por ello puede prestarlo su poseedor como capital, como algo que tiene el atributo de retornar a su punto de partida, de conservarse y multiplicarse como valor a través del movimiento que recorre. Lo cede como capital porque, una vez empleado Como capital, refluye hacia su punto de partida, es decir que el prestatario puede restituirlo después de cierto lapso, precisamente porque refluye hacia él mismo. El préstamo de dinero como capital — su cesión bajo la condición de restituirlo luego de cierto lapso— tiene, pues, como supuesto que el dinero se emplee realmente Como capital, que realmente refluya hacia su punto de partida. Por consiguiente, el verdadero movimiento cíclico del dinero como capital es el supuesto de la transacción jurídica según la cual el prestatario debe reintegrarle el dinero al prestamista. Si el prestatario no desembolsa el dinero como capital, eso es cosa suya. El prestamista lo presta como capital, y en cuanto tal debe desempeñar las funciones del capital, las cuales comprenden el ciclo del capital dinerario hasta su reflujo, en forma de dinero, hacia su punto de partida. Los actos circulatorios D - M y M - D ', en los cuales la suma de valor funciona como dinero o como mercancía, lólo son procesos mediadores, fases aisladas de su movi­ miento global. En cuanto capital recorre el movimiento total D - D'. Se lo adelanta en alguna forma como dinero o ■urna de valor, y retorna como suma de valor. El presta­ mista del dinero no lo gasta en la compra de mercancía O, si la suma de valor existe como mercancía, no la vende a cambio de dinero, sino que la adelanta como capital, como D - D', como valor que retorna nuevamente a su punto de partida en un plazo determinado. En lugar de comprar O vender, presta. Este préstamo es, pues, la forma corres­ pondiente para enajenarlo como capital, en lugar de hacerlo como dinero o como mercancía. De lo cual no se des­ 447 prende, en modo alguno, que el préstamo no pueda ser asi­ mismo una forma para transacciones que nada tienen que ver con el proceso capitalista de reproducción. Hasta aquí sólo hemos considerado el movimiento del capital prestado entre su propietario y el capitalista indus­ trial. A hora debemos examinar el interés. El prestamista desembolsa su dinero como capital; la suma de valor que enajena a otra persona es capital, y por eso refluye hacia él. Pero el mero retorno hacia él no sería un reflujo de la suma de valor prestada como capital, sino meramente el reintegro de una suma de valor prestada. Para refluir como capital, la suma de valor adelantada no sólo debe haberse conservado en el movimiento, sino haberse valorizado, haber incrementado su magnitud de valor, es de­ cir que tiene que retornar con un plusvalór, como D + AD, y este AD es en este caso el interés o la parte de la ganancia media que no permanece en manos del capitalista actuante, sino que le corresponde al capitalista dinerario. El hecho de que lo enajene como capital significa que le debe ser restituido como D + AD. Además hay que con­ siderar en particular la forma en la cual el interés refluye en el lapso intermedio, en plazos establecidos, pero sin el capital, cuyo reintegro sólo se produce al término de un período más prolongado. ¿Qué le da el capitalista dinerario al prestatario, al capitalista industrial? ¿Qué le enajena de hecho? Y sólo el acto de la enajenación convierte el préstamo del dinero en enajenación del dinero como capital, es decir en enajena­ ción del capital como mercancía. Sólo en virtud del proceso de esta enajenación es que el prestamista de dinero cede el capital como mercancía, o que cede a un tercero, en carácter de capital, la mercancía de la cual dispone. ¿Qué se enajena en la venta común? Por cierto que no el valor de la mercancía vendida, pues éste sólo modifica su forma. Existe idealmente en la mercancía como precio, antes de pasar realmente, en la forma de dinero, a manos del vendedor. En este caso, el mismo valor y la misma magnitud de valor sólo cambian de forma. En una oportu­ nidad existen en forma mercantil, en la otra en forma 448 dineraria. Lo que en realidad enajena el vendedor, y que por ello también pasa al consumo individual o productivo del com prador, es el valor de uso de la mercancía, la mercancía como valor de uso. ¿Cuál es, entonces, el valor de uso que enajena el capi­ talista dinerario durante el lapso del préstamo, cediéndoselo al capitalista productivo, al prestatario? Es el valor de uso que adquiere el dinero al poder transformarse en capital, al poder funcionar como capital, y que por consiguiente genera en su movimiento un plusvalór determinado, la ganancia media (lo que se halla por encima o por debajo de ella aparece aquí como casual), además de conservar su magnitud de valor originaria. En el caso de las restantes mercancías, al llegar a las manos de su último poseedor se consume el valor de uso, y con ello desaparece la sustancia de la mercancía, y con dicha sustancia el valor mercantil. E n cambio, la mercancía capital tiene la pecu­ liaridad de que en virtud del consumo de su valor de uso, SU valor y su valor de uso no sólo se conservan, sino que se incrementan. Este valor de uso del dinero como capital — la capaci­ dad de generar la ganancia media— es lo que enajena el capitalista dinerario al capitalista industrial por el lapso durante el cual le cede a éste el poder de disponer sobre el capital prestado. En esta medida, el dinero prestado tiene cierta analogía con la fuerza de trabajo en su posición frente al capitalista industrial. Sólo que este último paga el valor de la fuerza de trabajo, mientras que simplemente reintegra el valor del capital prestado. El valor de uso de la fuerza de trabajo para el capitalista industrial es generar más valor (la ganancia) en su uso que lo que posee ella misma y que lo Lie cuesta. Este excedente de valor es su valor de uso para capitalista industrial. Y de este modo, el valor de uso del capital dinerario prestado aparece igualmente como •U capacidad de fijar y aumentar valor. De hecho, el capitalista dinerario enajena un valor de USO, y de esa manera cede como mercancía lo que entrega. Y en tal medida, la analogía con la mercancía en cuanto tal es completa. En primer lugar es un valor que pasa de linas manos a otras. En el caso de la mercancía simple, da la mercancía en cuanto tal, el mismo valor permanece en manos del com prador y del vendedor, sólo que en forma S 449 diferente; ambos tienen, en todo momento, el mismo valor que enajenaron, uno en forma de mercancía, y el otro en forma de dinero. La diferencia es que, al prestar, el capi­ talista dinerario es el único que entrega valor en esta tran­ sacción; pero lo preserva en virtud del futuro reintegro. En el préstamo, sólo una de las partes recibe valor, ya que sólo una de las partes entrega valor. En segundo lugar, una de las partes enajena un verdadero valor de uso, mientras que la otra lo recibe y consume. Pero a diferencia de la mercancía común, este propio valor de uso es él mismo valor, más exactamente el excedente de la magnitud de valor resultante del uso del dinero en cuanto capital, por encima de su magnitud de valor originaria. L a ganan­ cia es este valor de uso. El valor de uso del dinero prestado es el de poder funcionar como capital y en cuanto tal producir la ganancia media bajo las condiciones medias .57 ¿Qué es lo que paga entonces el capitalista industrial, y cuál es por consiguiente el precio del capital prestado? “Lo que pagan los hombres como interés por el uso de lo que toman prestado” , es, según Massie, “una parte de la ganancia que esto es capaz de producir ” .58 Lo que compra el adquirente de una mercancía común, es su valor de uso; lo que paga, es su valor. Lo que compra el prestatario del dinero es asimismo su valor de uso en cuanto capital; pero, ¿qué es lo que paga? Con certeza que no es su precio o valor, como ocurre en el caso de las demás mercancías. Entre prestamista y prestatario no se ve­ rifica, como ocurre entre com prador y vendedor, un cambio de forma del valor, de modo que ese valor existe en un caso en la forma de dinero, y en el otro en la forma de mercancía. La identidad del valor cedido y nuevamente recibido se presenta aquí de una manera totalmente dife­ rente. La suma de valor, el dinero, se entrega sin equiva57 “El c a rá c te r e q u itativ o de la percepción de intereses no depende de q u e un h o m b re obtenga ganancias o no, sino de su ca ­ p a c id a d ” (la de lo p restado) “de p ro d u c ir ganancias, si se lo em plea c o rre c ta m e n te ” . (An Essay on the Governing Causes of the Natural Rate of lnterest, wherein the Sentiments o f Sir W. Petty and Mr. Locke, on that H ead , are Considered, L ondres, 1750, p. 49. El a u to r del e scrito a n ó n im o es Joseph M assie.) 58 “L os ricos, en lu g ar de em p lear ellos m ism os su d in ero . . . se lo ceden a o tra gente p a ra que obtengan ganancias con él, re ser­ vando p a ra los p ro p ietario s una pro p o rció n de las g anancias así o b ten id a s” (loe. cit., pp. 23, 24). 450 Unte, y se restituye después de cierto lapso. El prestamista llempre sigue siendo propietario del mismo valor, incluso después de que éste ha pasado de su mano a la del pres­ tatario. En el intercambio mercantil simple, el dinero se halla siempre del lado del com prador; pero en el caso del préstamo, el dinero se halla del lado del vendedor. Es él uien cede el dinero por cierto tiempo, y es el comprador 3esel capital quien lo recibe como mercancía. Pero esto sólo posible en la medida en que el dinero funcione como capital, y por ende sea adelantado. El prestatario toma prestado el dinero como capital, como valor que se valoriza a sí mismo. Pero sólo al principio — como cualquier capital en su punto de partida, en el instante de su ade­ lanto— ese capital es capital en sí. Sólo en virtud de su USO se valoriza, se realiza como capital. Pero el prestatario debe reintegrarlo como capital realizado, es decir como valor más plusvalor (interés), y este último sólo puede •er una parte de la ganancia que aquél ha realizado. Sólo una parte, y no la totalidad. Pues el valor de uso para el restatario es que le produzca ganancia. De otro modo no ubiese ocurrido una enajenación del valor de uso por parte del prestamista. Por otra parte, no toda la ganancia puede corresponderle al prestatario. De lo contrario, éste S DO pagaría nada por la enajenación del valor de uso, y lólo le devolvería al prestamista el dinero adelantado Como dinero simple, y no como capital, como capital reali­ zado, pues sólo es capital realizado como D + AD. Ambos desembolsan la misma suma de dinero como capital, tanto el prestamista como el prestatario. Pero sólo en manos de este último, la misma funciona como capital. La ganancia no resulta duplicada por la doble existencia de la misma suma de dinero como capital para dos personas. Sólo puede funcionar como capital para ambos en virtud de la división de la ganancia. La parte que le corresponde al prestamista se denomina interés. Conforme al supuesto, toda la transacción ocurre entre dos tipos de capitalistas: el capitalista dinerario y el capitalista industrial o comercial. Nunca hay que olvidar que, en este caso, el capital en cuanto capital es mercancía, o que la mercancía de la cual se trata aquí es capital. Por ello, todas las relaciones que apa­ recen aquí serían irracionales desde el punto de vista de la mercancía simple, o también desde el punto de vista del 451 capital, en la medida en que éste funcione como capital mercantil en su proceso de reproducción. D ar y tom ar en préstamo, en lugar de vender y comprar, es en este caso una diferencia que surge de la naturaleza específica de la mer­ cancía (del capital). Del mismo modo que lo que aquí se paga es interés, en lugar del precio de la mercancía. Si se pretende calificar al interés de precio del capital dinerario, ello constituye una forma irracional del precio, totalmente en contradicción con el concepto del precio de la mercan­ cía .59 Aqilí, el precio se halla reducido a su forma pura­ mente abstracta y carente de contenido, la de que es una suma determinada de dinero que se paga por alguna cosa, que figura de una manera u otra como valor de uso; mientras que, conforme a su concepto, el precio es igual al valor de ese valor de uso expresado en el dinero. El interés en cuanto precio del capital es, desde un principio, una expresión cabalmente irracional. En este caso, la mercancía tiene un doble valor: en primer lugar un valor, y en segundo término un precio diferente de este valor, mientras que el precio es la expresión dineraria del valor. En primera instancia, el capital dinerario no es otra cosa que una suma de dinero o el valor de determi­ nada masa de mercancías fijado como suma dineraria. Si se presta mercancía en cuanto capital, ella sólo constituye la forma encubierta de una suma de dinero. Pues lo que se presta como capital no son tantas y cuantas libras de algo­ dón, sino tanto dinero, existente bajo la forma de algodón en cuanto valor de esta mercancía. Por eso, el precio del capital se refiere a éste en cuanto suma de dinero, aunque no en cuanto currency, como sostiene el señor Torrens (véase arriba, nota 5 9 ). ¿Cómo una suma de valor ha de tener entonces un precio además dé su propio precio, ade­ más del precio que se halla expresado en su propia forma dineraria? Pues el precio es el valor de la mercancía (y r,í* “ E l térm in o v alo r (valué) a p lic ad o al currency [m edio de circulación] tiene tres significados . . . 2) currency actually in hand [m edios de c irculación inm ed iatam en te disponibles] [ . . . ] en com ­ p a ra c ió n con el m ism o m onto d e currency que ingresará e n algún d ía p osterior. E n este caso su v a lo r se h a lla m edido por la tasa de interés, y la tasa d e interés e stá d e te rm in a d a p o r the ratio between the amount of loanable capital and the demand for it [la relación en tre el m o n to de capital susceptible de ser p re stad o y la d e m a n d a que por él h ay a].” (C oronel R. T o rren s, On the Operation of the Bank Cliarter A'ct of 1844 etc., 2? edición, 1847 [pp. 5, 6].) 452 éste es también el caso del precio de mercado, cuya dife­ rencia con respecto al valor no es cualitativa sino sólo cuan­ titativa, sólo se refiere a la magnitud de valor), a diferencia de su valor de uso. Un precio que sea cualitativamente diferente del valor, es una contradicción absurda .60 El capital se manifiesta como capital en virtud de su valorización; el grado de su valorización expresa el grado cuantitativo en el cual se realiza como capital. El plusvalor o ganancia que genera — su tasa o nivel— sólo resulta mensurable mediante su comparación con el valor del capi­ tal adelantado. Por consiguiente, la mayor o m enor valo­ rización del capital que devenga interés sólo resulta mensu­ rable por comparación del monto del interés, de la parte de la ganancia global que le corresponde, con el valor del capital adelantado. Por ello, si el precio expresa el valor de la mercancía, entonces el interés expresa la valorización del capital dinerario, por lo cual aparece como el precio que se le paga al prestamista por el mismo. De esto se OMprende lo absurdo que es, desde un primer momento, pretender aplicar directamente aquí las simples relaciones del intercambio mediado por el dinero, de la compra y la Venta, tal como lo hace Proudhon. Pues el supuesto básico M, precisamente, que el dinero funciona como capital, y que por eso puede ser transferido a una tercera persona como capital en sí, como capital potencial. Pero el capital mismo aparece aquí como una mer­ cancía, en cuanto se lo ofrece en el mercado y se enajena afectivamente el valor de uso del dinero como capital. Y su Valor de uso consiste en generar ganancia. El valor del dinero o de las mercancías en cuanto capital no está deter­ minado por su valor en cuanto dinero o mercancías, sino P °r la cantidad de plusvalor que producen para su posee­ dor. El producto del capital es la ganancia. Sobre la base de la producción capitalista sólo constituye un empleo diferente del dinero el que se lo gaste como dinero o se lo adelante como capital. El dinero, o en su caso la mercancía * ° “ L a am bigüedad d el térm in o v alo r del d in e ro o d el m edio de circu lació n , c u an d o se lo em p lea tan indiscrim inadam ente, com o N lo hace, p a ra d e n o ta r tan to el v alor de cam bio d e las m ercancías OOmo el v alo r de uso del capital, es u n a fu en te co n stan te d e confu iló n .” (T ooke, Inquiry into the Currency Principie, p. 77). T o o k e n o ve la confusión p rin cip al (inherente a la p ro p ia cuestión), la de q u e el v alo r en cu an to tal (el interés) se c onvierte en el valor de u to d el capital. 453 son, en sí, capital potencial, exactamente tal como la fuerza de trabajo es potencialmente capital. Pues 1) el dinero puede ser transformado en los elementos de producción y, tal como es, es solamente una expresión abstracta de los mismos, su existencia como valor; 2 ) los elementos mate­ riales de la riqueza poseen la propiedad de ser ya poten­ cialmente capital, porque la contraparte que los comple­ menta, aquello que los convierte en capital — el trabajo asalariado— existe sobre la base de la producción capi­ talista. El carácter social antagónico de la riqueza material — su antagonismo con el trabajo en cuanto trabajo asala­ riado— ya se halla expresado, separadamente del proceso de producción, en la propiedad del capital en cuanto tal. Ahora bien, este factor, separado del propio proceso capi­ talista de producción — del que constituye el resultado cons­ tante y en cuanto su resultado constante es su supuesto constante— se expresa en que el dinero, y asimismo la mer­ cancía, son capital en sí mismos, de manera latente, poten­ cial, en que se los puede vender como capital, y en que bajo esta forma representan el poder de disponer del trabajo ajeno, otorgan un título a la apropiación de trabajo ajeno, y por .consiguiente son un valor que se valoriza. En este caso también se manifiesta claramente que el título y el medio para la apropiación de trabajo ajeno es esta relación, y no algún trabajo como contravalor por parte del capitalista. Además, el capital se manifiesta como mercancía en la medida en que la división de la ganancia en interés y en ganancia propiamente dicha resulta regulada por la oferta y la demanda, vale decir por la competencia, exac­ tamente al igual que los precios de mercado de las mer­ cancías. Pero en este caso la diferencia se manifiesta en forma tan patente como la analogía. Si coinciden la oferta y la demanda, el precio de mercado de la mercancía corresponde a su precio de producción, es decir que su precio aparece entonces regulado por las leyes internas de la producción capitalista, independientemente de la competencia, ya que las fluctuaciones de la oferta y la demanda no explican sino las divergencias de los precios de mercado con respecto a los precios de producción, divergencias éstas que se compensan recíprocamente, de modo que en ciertos períodos más prolongados los precios medios de mercado son iguales a los precios de producción. 454 En cuanto coinciden dejan de actuar estas fuerzas, se anulan mutuamente, y la ley general de la determinación de los se manifiesta entonces también como ley del caso Í(recios ndividual; el precio de mercado corresponde entonces ya en su existencia inmediata, y no sólo como promedio del movimiento de los precios de mercado, al precio de pro­ ducción, regulado por las propias leyes inmanentes del m odo de producción. O tro tanto ocurre en el caso del sala­ rlo. Si coinciden la oferta y la demanda, se anulan sus afectos, y el salario es igual al valor de la fuerza de trabajo. Pero otro es el caso del interés del capital dinerario. Aquí, la competencia no determ ina las divergencias con respecto • la ley, sino que no existe una ley de la división fuera de la dictada por la competencia, porque, tal como veremos más •delante, no existe una tasa “natural” del interés. Antes bien, por tasa natural del interés se entiende la tasa fijada por la libre competencia. No existen límites “naturales” de l t tasa del interés. Cuando la competencia determina no lólo las divergencias y fluctuaciones, es decir cuando cesa toda determinación en general en el equilibrio de sus fuerzas operantes contrapuestas, lo que hay que determinar •I algo en sí y para sí arbitrario y no sujeto a ley alguna. En el capítulo siguiente nos explayaremos más a este respecto. En el capital que devenga interés, todo aparece como exterior: el adelanto del capital como m era transferencia del mismo del prestamista al prestatario; el reflujo del capital realizado como mera retransferencia, reintegro, con Intereses, del prestatario al prestamista. Lo mismo en cuanto a la determinación inmanente al modo capitalista de producción en el sentido de que la tasa de ganancia está determinada no sólo por la relación entre la ganancia obtenida en una única rotación y el valor de capital adelan­ tado, sino también por la duración de ese mismo tiempo de rotación, es decir como ganancia que arroja el capital Industrial en lapsos determinados. E n el caso del capital que devenga interés, esto también se manifiesta, de una manera totalmente exterior, como que al prestamista se le paga un Interés determinado por un lapso determinado. Con su habitual percepción clarividente de la conexión Interna de las cosas dice el romántico Adam Müller (E le­ mente der Staatskunst, Berlín, 1809, [t. m], p. 138): “Para la determinación del precio de las cosas no se toma en 455 cuenta el tiempo; para la determinación del interés se con­ sidera principalmente el tiempo” . Müller no ve cómo el tiempo de producción y el tiempo de circulación entran en la determinación del precio de las mercancías, y cómo pre­ cisamente en virtud de ello resulta determinada la tasa de ganancia para un tiempo dado de rotación del capital, mientras que por la determinación de la ganancia para un tiempo dado resulta determinada la tasa de interés. Como siempre, en este caso su perspicacia se reduce a ver las nubes de polvo de la superficie y a proclamar presuntuo­ samente esta polvareda como algo enigmático y signifi­ cativo. CAPÍTULO XXII DIVISIÓN DE LA GANANCIA. TIPO D E INTERÉS. TASA “N A TU RA L” D EL INTERÉS a No podemos examinar aquí en detalle el objeto de este capítulo, así como, en general, todas las manifestaciones del crédito, punto que corresponde tratar más adelante. 1) La competencia entre prestamistas y prestatarios y las fluctuaciones más breves del mercado dinerario que de ella resultan caen fuera del ámbito de nuestras consideraciones. 2) El trayecto que recorre la tasa de interés durante el Ciclo industrial supone, para su descripción, la descripción de ese mismo ciclo, la cual tampoco puede efectuarse equl. 3 ) O tro tanto vale para la mayor o menor compenliCión aproximada del tipo de interés en el mercado mun­ dial.» Todo cuanto tenemos que hacer aquí es desarrollar l i figura autónoma del capital que devenga interés y la tutonom ización del interés con respecto a la ganancia. Puesto que el interés es sólo una parte de la ganancia flue, conforme a lo que hemos supuesto hasta aquí, debe pagar el capitalista industrial al capitalista dinerario, apa­ gaCC como límite máximo del interés la prbpia ganancia, liando = 0 la parte que le correspondería al capitalista actuante. Prescindiendo de casos aislados en los cuales el * E n la 1“ edición, Werke, etc., pleonásticám ente, ‘T a s a «na­ tu ral» d e l tip o d e in terés”. E n el m an u scrito d e M a rx (v. R 1120/2), *Tha n a tu ra l ra te o f in te rest” (“L a tasa n a tu ra l de in terés”). k L os n u m erales precedentes n o fig u ran en la edición d e E ngels, f i r o sí en el m an u scrito d e M arx. (C fr. R 1120-1121 y 1121/1.) 456 457 interés puede ser de hecho mayor que la ganancia, pero en cuyo caso no puede ser pagado a partir de la ganancia, acaso pudiera considerarse como límite máximo del interés a la ganancia total menos la parte de la misma que hemos de desarrollar más adelante y que puede resolverse en salarios de supervisión (wages of superintendence). El límite mínimo del interés es total y absolutamente indeter­ minable. Puede descender hasta cualquier nivel imaginable. Sin embargo, en este caso se presentan una y otra vez circunstancias de acción opuesta, que lo elevan por encima de ese mínimo relativo. “La relación entre la suma pagada por el uso de un capital y ese mismo capital expresa la tasa del interés, medida en dinero.” “La tasa de interés depende 1) de la tasa de ganancia; 2 ) de la proporción en la cual se divide la ganancia global entre el prestamista y el prestatario.” (Economist, 22 de enero de 1853.) “Puesto que lo que se paga como interés por el uso de lo que se toma prestado es una parte de la ganancia que lo prestado es capaz de producir, este interés siempre debe estar regido por aquella ganancia.” (Massie, loe. cit., p. 49.) Supongamos primeramente que existe una relación fija entre la ganancia global y la parte de la misma que debe pagarse como interés al capitalista dinerario. Entonces resulta claro que el interés aumentará o disminuirá como la ganancia global, y que ésta se hallará determinada por la tasa general de ganancia y sus fluctuaciones. Si por ejemplo la tasa media de ganancia fuese = 20 % y el interés = Va de la ganancia, entonces el tipo de interés sería = 5 % ; si aquélla fuese = 16 % , el interés sería = 4 % . En el caso de una tasa de ganancia del 20 % , el interés podría aumentar hasta el 8 % , y el capitalista industrial seguiría obteniendo la misma ganancia que con una tasa de gananciá = 16 % y una tasa de interés = 4 % , es decir un 12 % . Si el interés sólo aumentase al 6 ó 7 % , seguiría conservando una parte mayor de la ganancia. Si el interés fuese igual a una cuota constante de la ganancia media, resultaría que cuanto más elevada fuese la tasa general de ganancia, tanto mayor sería la diferencia absoluta entre la ganancia global y el interés, y tanto mayor, por consi­ guiente, la parte de la ganancia global que le correspondería al capitalista operante, y viceversa. Supongamos que el interés sea = Vs de la ganancia media. Vs de 10 es 2; la 458 diferencia entre la ganancia global y el interés es = 8 . Vi de 20 es = 4; diferencia: 20 — 4 = 16; Vs de 25 = 5; diferencia: 25 — 5 = 20; Vs de 30 = 6 ; diferencia = 30 — 6 = 24; Vs de 35 = 7; diferencia = 3 5 — 7 = = 2 8 . En este caso, las diversas tasas de interés del 4, 5, 6, 7 % sólo expresarían Vs o el 20 % de la ganancia global. Por consiguiente, si las tasas de ganancia son diferentes, diferentes tasas de interés pueden expresar las mismas partes alícuotas de la ganancia global o la misma participación porcentual en la ganancia global. En caso de semejante relación constante del interés, la ganancia industrial (la dife­ rencia entre la ganancia global y el interés) sería tanto mayor cuanto más elevada sea la tasa general de ganancia, y viceversa. Suponiendo iguales todas las circunstancias restantes, es decir suponiendo constante en mayor o menor grado la relación entre interés y ganancia global, el capitalista ac­ tuante será capaz y estará dispuesto a pagar un interés más elevado o más bajo en proporción directa al nivel de la tasa de ganancia .61 Puesto que hemos visto que el nivel de la tasa de ganancia se halla en proporción inversa al desarrollo de la producción capitalista, se desprende en consecuencia que el tipo de interés más alto o más bajo en un país guarda la misma proporcionalidad inversa con el nivel del desarrollo industrial, en la medida en que la diversidad del tipo de interés exprese realmente la diferencia de las tasas de ganancia. Más adelante veremos que éste no tiene por qué ser siempre el caso, en modo alguno. En este sentido puede decirse que el interés resulta regulado por la ganancia, o más exactamente por la tasa general de ganan­ cia. Y esta manera de su regulación vale incluso para su término medio. De cualquier manera cabe considerar a la tasa media de ganancia como el límite máximo que en definitiva determina el interés. De inmediato consideraremos en mayor detalle la circunstancia de que el interés debe referirse a la ganancia media. Cuando un conjunto total dado, como la ganan­ cia, debe dividirse entre dos, lo prim ero que importa es, naturalmente, la magnitud del conjunto que hay que dividir, y esta magnitud de la ganancia está determinada por su 61 “ L a ta s a n a tu ra l d el interés está regida p o r las ganancias d e la Industria d e los p a rtic u la re s.” (M assie, loe. cit., p. 51.) 459 tasa media. Suponiendo dada la tasa general de ganancia, es decir la magnitud de la ganancia para un capital de magnitud dada, digamos = 100, las variaciones del interés se hallan, obviamente, en relación de proporcionalidad inversa con las de la parte de la ganancia que le resta al capitalista actuante, pero que trabaja con capital prestado. Y las circunstancias que determinan la magnitud de la ganancia a distribuir, del producto de valor del trabajo impago, difieren mucho de las que determinan su distri­ bución entre estas dos variedades de capitalistas, y a menudo actúan en sentidos totalmente contrapuestos .62 Si se consideran los ciclos de rotación dentro de los cuales se mueve la industria m oderna — estado de reposo, creciente animación, prosperidad, sobreproducción, crisis catastrófica ,!1041 estancamiento, estado de reposo, etc., ciclos éstos cuyo análisis ulterior cae fuera del ámbito de nuestro análisis, se descubrirá que mayormente un bajo nivel del interés corresponde a los períodos de prosperidad o de ganancias extraordinarias, el ascenso del interés corresponde a la línea divisoria entre la prosperidad y su trastrocamiento, mientras que el máximo del interés hasta el nivel extremo de la usura corresponde a la crisis .63 A partir del verano de 1843 se inició una resuelta prosperi­ dad; el tipo de interés, que en la primavera de 1842 era aún del 4 Vi % , descendió en la primavera y el verano de 1843 al 2 % ;64 en setiembre llegó incluso al 1 Vi % (Gilbart [A Practical Treatise on Banking, 5? ed., Londres, 82 {F. E. — A q u í se e n cu e n tra la siguiente o bservación e n el m anuscrito:} “ D e la m a rc h a d e este c ap ítu lo se desp ren d e q u e sin em b a rg o es m ejor que, a n tes d e e x a m in a r las leyes de la d istri­ bu ció n d e la g an an cia, se d e sa rro lle en p rim e r térm in o la cuestión de có m o la distrib u ció n c u an tita tiv a se convierte e n c u alita tiv a . P a ra e fec tu a r la tran sició n d el cap ítu lo a n te rio r a este p ro b lem a no se necesita o tra cosa, en p rim e r lu g ar, q u e su p o n er q u e el interés es alg u n a p a rte d e la gan an cia, n o m ás ex actam en te d e fin id a.” 63 “E n el p rim e r período, in m ed iatam en te después d e u n a época de depresión, el d in e ro existe en ab u n d an c ia y n o hay especulación; e n el seg u n d o perío d o , el d in e ro es a b u n d an te y la especulación fro n d o sa ; e n el te rc e r p e río d o com ienza a ced er la especulación, y se b u sca el d in ero ; en el c u a rto p e río d o el d in e ro es ra ro , y se inicia la d ep resió n .” (G ilb art, loe. cit., 1 . 1, p. 149.) 64 T o o k e explica esto “p o r la a cu m u lació n d e plus c ap ital que a co m p añ a necesariam en te la escasez d e u n em pleo lu cra tiv o del m ism o en años an te rio re s, p o r la p u e sta e n circu lació n d e tesoros, y p o r u n restab lecim ien to de la c o n fia n za e n la m arc h a de los nego­ cios.” (History of Prices from 1839 lo 1847, L ondres, 1848, p. 54. 460 1849], t. i, p. 166); luego, durante la crisis de 1847, ascendió al 8 % y más .aun. Sin embargo, por otra parte un bajo interés puede coin­ cidir con el estancamiento, y un interés en moderado ascenso a una creciente animación. El tipo de interés alcanza su nivel máximo durante las crisis, época en la cual hay que tomar prestado para pagar, cueste lo' que cueste. Puesto que al aumento del interés corresponde una baja de los precios de títulos y obliga­ ciones, ésta es a la vez una magnífica oportunidad para que las personas con capital dinerario disponible puedan adueñarse, a precios irrisorios, de esta clase de papeles que devengan intereses, los cuales, en el curso normal de los acontecimientos, deberán alcanzar nuevamente cuando menos su precio medio apenas vuelva a descender el tipo de interés .65 Pero también existe una tendencia a la baja del tipo de interés de manera totalmente independiente de las fluc­ tuaciones de la tasa de ganancia. Y ello ocurre por dos causas principales: I) “Incluso si llegamos a suponer que el capital jamás se tomase prestado para otra cosa que para inversiones productivas, es posible no obstante que cambie el tipo del interés sin que se produzca cambio alguno en la tasa de ganancia bruta. Pues a medida que un pueblo avanza en el desarrollo de la riqueza, se origina y crece cada vez más una clase de gente que, en virtud de los trabajos de sus antepasados, se hallan en posesión de fondos de cuyos meros intereses pueden vivir. Muchos, incluso los que participan activamente en los negocios durante su juventud y madurez, se retiran para vivir tranquilamente en la vejez de los intereses de las sumas acumuladas. Estas dos clases tienen la tendencia a incrementarse a medida que aumenta la riqueza del país; pues aquellos que comienzan ya con un capital mediano, logran obtener una fortuna indepen­ diente con mayor facilidad que los que empiezan con poco. Por ello, en países antiguos y ricos, la parte del capital 85 “A u n viejo cliente d e u n b an q u ero se le negó u n p ré stam o sobre un d o c u m e n to d e £ 2 0 0 .0 0 0 ; c u an d o estuvo a p u n to de an u n ciar su suspensión d e pagos, se le d ijo q u e n o h a b ía necesidad de d a r tal paso, p u esto q u e el b a n q u e ro le c o m p ra ría el d o cu m en to por £ 150.000.” ([H . Roy,] The Theory o f Exchanges. The Bank Charter Act o f 1844 etc., L ondres, 1864, p. 80.) 461 nacional cuyos propietarios no quieren emplearla personal­ mente constituye una proporción mayor del capital produc­ tivo global de la sociedad que en países nuevos y pobres. ¡Cuán numerosa es la clase de los rentistas [.. .] en Inglaterra! E n la misma proporción en que crece la clase de los rentistas, aumenta también la de los prestamistas de capital, pues ambas son las mismas personas.” (Ramsay, Essay on the Distribution of Wealíh, pp. 201, 202.) II) El desarrollo del sistema crediticio y la concomi­ tante y constantemente creciente disposición, por parte de industriales y comerciantes y en virtud de la mediación de los banqueros, de todos los ahorros en dinero de todas las clases de la sociedad, y la progresiva concentración de esos ahorros para constituir las masas en las cuales pueden actuar como capital dinerario, también debe ejercer una presión sobre el tipo de interés. M ás adelante nos exten­ deremos a este respecto. Con referencia a la determinación de la tasa de interés, dice Ramsay que la misma “depende en parte de la tasa de la ganancia bruta, y en parte de la proporción en la cual ésta se divide en interés y ganancia del empresario (profits of enterprise). Esta proporción depende de la competencia entre prestamistas y prestatarios de capital; esta competen­ cia se ve influida, pero no exclusivamente regulada por la tasa previsible de la ganancia bruta .66 El que la competencia no se regule exclusivamente por esa causa, es algo que se debe, por un lado, a que muchos obtienen préstamos sin intención alguna de efectuar inversiones productivas, mien­ tras que por el otro la magnitud del capital global prestable varía con la riqueza del país, independientemente de cualquier modificación de la ganancia bruta” . (Ramsay, loe. cit., pp. 206, 207.) Para hallar la tasa media de interés se debe 1) calcular el promedio del tipo de interés durante sus variaciones en los grandes ciclos industriales; 2 ) calcular el tipo de interés en aquellas inversiones en las que se presta capital a plazos relativamente prolongados. 86 P u esto q u e el tip o de interés resu lta determ in ad o , en general, p o r la tasa m edia d e g anancia, m uy a m en u d o es posible q u e u n a e stafa e x tra o rd in a ria vaya ligada a un bajo tip o de interés. P or ejem plo, en el caso de la estafa fe rro v ia ria del veran o de 1844. El tip o d e interés del B anco de In g la te rra sólo fue a u m e n tad o al 3 % el 16 de o c tu b re de 1844. 462 La tasa media del interés que impera en un país — y a diferencia de las tasas de mercado, que fluctúan constante­ mente— no resulta determinable en absoluto por ley alguna. En este sentido no existe una tasa natural del interés, tal como hablan los economistas de una tasa natural de ganancia y de una tasa natural del salario. Ya Massie observa a este respecto con toda razón (p. 4 9 ): “Lo único acerca de lo cual puede abrigar dudas todo el mundo en este aspecto es la proporción de esas ganancias que por derecho le corresponde al prestatario, y la que le corres­ ponde al prestamista; y no hay otro método para determi­ narlas que mediante las opiniones de prestatarios y presta­ mistas en general; pues en este aspecto, lo justo y lo injusto son sólo lo que el consenso común hace que sean.” La coincidencia de la oferta y la demanda — suponiendo dada la tasa media de ganancia— no significa absolutamente nada en este caso. Habitualmente, cuando se recurre a esta fórmula (y en tal caso ello es también prácticamente correc­ to), la misma sirve como una fórmula para hallar la regla fundamental independiente de la competencia y que, por el contrario, la determina (los límites reguladores o las magni­ tudes delim itadoras); es decir, como una fórmula para quie­ nes se hallan presos en la práctica de la competencia, en sus manifestaciones y en las ideas que de ellas derivan, para urribar a una ¡dea — aunque superficial a su vez— de una conexión interna de las condiciones económicas que se establece dentro de la competencia. Se trata de un método para llegar desde las variaciones que acompañan a la competencia hasta los límites de dichas variaciones. Este caso no se da en el tipo medio del interés. No hay razón alguna para que las relaciones medias de competencia, el equilibrio entre prestamistas y prestatarios, den al presta­ mista un tipo de interés del 3, 4 ó 5 % sobre su capital, o bien una participación porcentual determinada, digamos del 20 % o del 50 % , sobre la ganancia bruta. E n este caso, si la competencia decide en cuanto tal, la determi­ nación es en sí y para sí casual, puramente empírica, y sólo la pedantería o la fantasía pueden pretender desarrollar esta casualidad como algo necesario .67 Nada más divertido 07 Es así com o, por ejem plo, G eorge O pdyke hace, e n A Treatise un Political Economy, N u e v a Y o rk , 1851, u n a ten ta tiv a frac a sa d a en sum o g ra d o d e ex p licar la g eneralización del tipo de in terés del 5 % a p a rtir d e leyes etern as. In c o m p a rab le m e n te m ás ingenuo es 463 en los informes parlamentarios de 1857 y 1858 acerca de la legislación bancaria y la crisis comercial, que cuando los directores del Banco de Inglaterra, banqueros londinen­ ses, banqueros de provincias y teóricos profesionales parlo­ teaban en uno y otro sentido, que oír hablar acerca de la “real rate produced” [“tasa real producida”], sin que pu­ diesen llegar más allá de lugares comunes, como por ejem­ plo que “el precio que se paga por capital en préstamo podría variar con la oferta de ese capital”, que “una elevada tasa de interés y una baja tasa de ganancia no pueden coexistir a la larga”, y otras trivialidades por el estilo .68 Las costumbres, la tradición legal, etc., tienen tanto que ver como la propia competencia con la determinación del tipo medio de interés, en la medida en que dicho tipo existe no sólo como guarismo medio, sino como magnitud efectiva. U n tipo medio de interés ya debe ser admitido como legal en numerosas controversias jurídicas en las que deben calcularse intereses. Si seguimos preguntando por qué los límites del tipo medio de interés no pueden deducirse a partir de leyes generales, la respuesta radicará simplemente en la naturaleza del interés. Éste es sólo una el señor K a rl A rn d en D ie naturgemasse V olksw irtxhaft gegenüber dem Monopoliengeist und dem Kommunismus, etc., H a n a u , 1845. A llí puede leerse lo siguiente: “E n el c u rso n a tu ra l de la pro d u cció n de bienes sólo existe un fe n ó m e n o que — e n los países to ta lm e n te cultivados— parece destin ad o a re g u la r en c ie rta m edida el tip o de interés: se tr a ta de la p ro p o rció n e n que a u m e n ta el volum en de m ad e ra d e los bosques euro p eo s g racias a su ren u ev o anual. Este renuevo se o p e ra co m p letam en te al m argen de su valor de cam bio” (¡ac titu d singular p o r p a rte d e los árboles, la de disponer su renuevo al m arg e n de su valor d e cam bio!) “e n la p ro p o rció n de 3 a 4 p o r 100. E n consecuencia, no c a b ría esp e ra r ento n ces” (puesto que el ren u ev o de los árb o les es to ta lm e n te independiente de su valor de c am b io o, p o r m u ch o que su valor de cam bio p u e d a depender de su renuevo) “u n a dism inución p o r d eb ajo del nivel que él” (el tip o de interés) “tiene a ctu alm en te en los países m ás ricos” (pp. 124, 125). É ste m erece ser calificado de “tip o de interés d e origen boscoso” , y e n la m ism a o b ra su d esc u b rid o r sigue a cu m u lan d o m éritos e n fa v o r de “ n u e stra ciencia” com o “filósofo del im puesto a los p e rro s”.!105! 68 E l B anco de In g la te rra eleva y re b aja la tasa de sus des­ cuentos, a unque n atu ra lm e n te siem pre to m a n d o en c u en ta la tasa im perante e n el m erc ad o libre, según el flu jo y reflu jo d el o ro . “E n virtud de lo c u al, la especulación con los descuentos, anticipándose a las alte ra c io n e s e n la tasa b a n ca ria , se h a c o nvertido actu alm en te en la m itad de la a ctiv id ad d e los m iem bros principales d el c en tro d ln e ra rio ” , vale decir, d el m ercad o d in e ra rio londinense. ([H. Roy,] The Theory of Exchanges etc., p. 113.) 464 parte de la ganancia media. El mismo capital aparece en una doble determinación: como capital susceptible de ser prestado en manos del prestamista, y como capital indus­ trial o comercial en manos del capitalista operante. Pero sólo funciona en una ocasión, y solamente produce la ganancia una vez. En el propio proceso de producción, el carácter del capital en cuanto susceptible de ser prestado no desempeña papel alguno. La forma en que el presta­ mista y el prestatario dividen las pretensiones que tienen sobre esta ganancia es, en sí y para sí, un hecho también puramente empírico, perteneciente al reino de lo fortuito^ al igual que la división de las participaciones porcentuales en las ganancias comunes de una empresa societaria entre los diversos socios. E n la división entre plusvalor y salario, sobre la cual se basa en lo esencial la determinación de la tasa de ganancia, operan dos elementos por entero dife­ rentes — la fuerza de trabajo y el capital— , que influyen de manera decisiva; se trata de funciones de dos variables independientes, que se fijan límites recíprocamente; y de nu diferencia cualitativa surge la división cuantitativa del valor producido. Más adelante veremos que otro tanto ocurre en la división del plusvalor entre renta y ganancia. En el caso del interés no se produce nada de esta índole. Aquí, a la inversa, y como veremos de inmediato, la diferenciación cualitativa surge de la división puramente cuantitativa de una misma porción de plusvalor. De lo expuesto hasta aquí resulta que no existe una tasa “natural” del interés. Pero si por un lado, y en con­ traste con la tasa general de ganancia, el tipo medio de interés o la tasa media del interés no puede ser fijado en sus límites — a diferencia de las constantemente fluctuantes tasas del interés en el mercado— por ninguna ley general, puesto que sólo se trata de la división de la ganan­ cia bruta entre dos poseedores de capital a diversos títulos, el tipo de interés — trátese de la tasa media o de la tasa de mercado vigente en cada ocasión— aparece, por el contrurio, como algo sumamente diferente de una magnitud uniforme, determinada y palpable, cual es el caso de la tasa general de ganancia .69 "" “ El precio de las m ercancías flu ctú a co n stan tem en te; todas ellas están d e stin ad as a diversos tipos de uso; e l d in ero sirve a todos los fines. L as m ercancías, inclusive las de la m ism a clase, se diferencian por su calid ad , m ientras que el d in ero e n efectivo tiene 465 La relación existente entre el tipo de interés y la tasa de ganancia es semejante a la que hay entre el precio de mercado de la mercancía y su valor. En la medida en que el tipo de interés está determinado por la tasa de ganancia, lo es siempre por la tasa general de ganancia, y no por las tasas específicas de ganancia que puedan imperar en deter­ minados ramos de la industria, y menos aun por la ganancia extraordinaria que pueda obtener un capitalista individual en una esfera particular de los negocios .70 La tasa general de ganancia, por consiguiente, en la realidad reaparece como un hecho dado, empírico, en la tasa media del interés, a pesar de que esta última no es una expresión pura o confiable de la primera. Si bien es verdad que la propia tasa de interés difiere constantemente según las clases de seguridades dadas por los prestatarios y según la duración del préstamo, es no obstante uniforme para cada una de esas clases en un momento dado. Por consiguiente, esta diferencia no afecta la figura fija y uniforme del tipo de interés .71 siem pre el m ism o valor, o debiera ten erlo . D e ahí el hech o de que el precio del d inero, que d efinim os con la p a la b ra «interés», posea m ayor estab ilid ad y u n ifo rm id ad q u e el de c ualquier o tra cosa." (J. S teu art, Principies of Political Economy , trad u cció n francesa, 1789, IV , p. 27.) 70 “Sin e m b a rg o , esta regla p a ra dividir las ganancias n o puede aplicarse e n p a rticu la r a cu alq u ier p restam ista y p re statario , sino a prestam istas y p re statario s e n general . . . L as gan an cias e x tra o rd i­ n a riam en te g randes y p equeñas son la recom pensa [o sanción] por la hab ilid ad y la falta de idoneidad, con las cuales los prestam istas n ad a tienen que ver; puesto que n o su frirá n por esta últim a, n o deb ieran beneficiarse por la prim era. L o que se h a dicho a c e rca d e p erso n as e n p a rticu la r e n un m ism o negocio, resulta aplicable a d e te rm in a d as clases de negocios en p a rtic u la r; si los com ercian tes y h o m b res de negocios em b a rca d o s en un ra m o cu alq u iera del com ercio obtien en m ás, a p a rtir de lo que tom an prestado, que las gan an cias c om unes o b ten id a s p o r o tro s c o m e r­ ciantes y h o m b res de negocios d el m ism o país, la g anancia e x tra ­ o rd in a ria será suya, a u n q u e sólo requiriese una h ab ilid ad y una idoneidad c om unes el o b ten e rla ; y n o de los p restam istas que les proveyeron el d in ero . . . pues los prestam istas n o hubiesen prestad o su d in ero p a ra d e sa rro llar negocio o industria algunos e n condiciones inferiores de las q u e p e rm itie ran el pago de lo que c o n stitu y e la tasa com ún de interés; y p o r ello n o deben recibir m ás que ella, cuales­ q u iera que sean los beneficios que se logren con su d in ero .” (M assie, loe. cit., pp. 50, 51.) 71 { F . E . — T asa b a n ca ria ................................................ 5 % T asa de descu en to de m ercado, letras a 60 d ías . . . . 3 “A % Id. id. 3 m eses . . . . 3 ' A % 466 En todos los países, el tipo medio de interés aparece como una magnitud constante durante períodos relativa­ mente prolongados, puesto que la tasa general de ganancia — a pesar del constante cambio de las tasas particulares de ganancia, en el cual la variación en una esfera se com­ pensa no obstante con variaciones de signo opuesto en otras— sólo se modifica en períodos relativamente prolon­ gados. Y su constancia relativa se manifiesta precisamente a través de este carácter más o menos constante del tipo medio del interés (average rate or common rate of interest). Pero en lo que afecta a la tasa de mercado constante­ mente fluctuante del interés, ésta se halla dada en todo momento como una magnitud fija, al igual que el precio de mercado de las mercancías, porque en el mercado dincrario todo el capital prestable se contrapone constan­ temente, en cuanto masa global, al capital funcionante, es decir que la relación entre la oferta de capital susceptible ilc ser prestado, por un lado, y la demanda del mismo, por el otro, decide acerca de la situación de mercado del interés en cada caso. Esto se da tanto más cuanto más el desarrollo y la concomitante concentración del sistema crediticio im­ primen al capital prestable un carácter social general, vol­ cándolo de una vez, simultáneamente, al mercado dinerario. Rn cambio, la tasa general de ganancia sólo existe como tendencia, como movimiento de nivelación de las tasas particulares de ganancia. En este caso, la competencia de los capitalistas — que es, ella misma, este movimiento de nivelación— consiste en que sustraen paulatinamente capital de las esferas en las cuales la ganancia se halla, por un período más prolongado, por debajo del promedio, volcán­ dolo en forma igualmente paulatina hacia las esferas en Id, id. 6 m eses . . . . 3 ‘A« % Préstam os a c o rred o res de cam bio, rem bolsables diariam en te ................................................... 1 a 2 % Id. id. p o r una s e m a n a .............................. 3 % Ú ltim a tasa por q uincena, p réstam os a c o rred o res de bolsa ............................. i .................................................. 4 ’A a 5 % Intereses sobre depósitos (bancos) ............................... 3 'A % Id. id. (casas de descuento) ......................... 3 a 3 'A % La an terio r enu m eració n de las tasas de interés del m ercado dinorario londinense d el 9 de d iciem bre de 1889, e x tra íd a del inform e fin an ciero p u b licad o en el Daily News el 10 de diciem bre de 1889, d em uestra la m agnitud que pueden a lc an z a r estas dife­ rencias en un m ism o día. El m ínim o es del 1 % y el m áxim o del 5 % .} 467 las cuales la ganancia se halla por encima del término medio; o bien en que el capital adicional se distribuye poco a poco en diferentes proporciones entre estas esferas. Se trata de una constante variación del aporte y del retiro de capital con respecto a estas diferentes esferas, y nunca de un efecto masivo simultáneo, como es el caso en la determinación del tipo de interés. Hemos visto que, a pesar de ser una categoría absolu­ tamente diferente de la mercancía, el capital que devenga interés se convierte en mercancía sui gèneris, y que por ello el interés se trasmuta en su precio, el cual resulta fijado en todos los casos por la oferta y la demanda, tal como ocurre con el precio de mercado en el caso de la mercancía común. Por eso, la tasa de mercado del interés, a pesar de ser constantemente fluctuante, aparece en cualquier momento dado como igualmente fijada en form a constante y como uniforme, al igual que el precio de mercado de la mercancía lo es en cada ocasión. Los capitalistas dinerarios suministran esta mercancía y los capitalistas actuan­ tes la compran, constituyen la demanda de la misma. Esto no tiene lugar en la nivelación para constituir la tasa general de ganancia. Si los precios de las mercancías en una esfera se encuentran por debajo o por encima del precio de producción (para lo cual se hace abstracción de las fluctuaciones propias de toda empresa y vinculadas con las diversas fases del ciclo industrial), la nivelación se produce por ampliación o restricción de la producción, es decir por expansión o reducción de las masas de mer­ cancías volcadas al mercado por los capitales industriales, por medio de la inmigración o emigración de capital con referencia a las esferas de la producción en particular. M ediante la nivelación así producida de los precios medios de mercado de las mercancías en precios de producción se corrigen las desviaciones de las tasas individuales de ganan­ cia con respecto a la tasa general o media de la ganancia. Este proceso no se manifiesta, ni puede manifestarse jamás de manera que el capital industrial o comercial en cuanto tal sea una mercancía con respecto a un comprador, tal como ocurre con el capital que devenga interés. En la medida en que se manifiesta, lo hace sólo en las fluctua­ ciones y compensaciones de los precios de mercado de las mercancías para convertirse en precios de producción, pero no como fijación directa de la ganancia media. De hecho, 468 lu tasa general de ganancia está determinada 1 ) por el plusvalor que produce el capital global, 2 ) por la relación entre este plusvalor y el valor del capital gobal, y 3 ) por la competencia, pero ello sólo en la medida en que ésta es el movimiento en virtud del cual los capitales invertidos en determinadas esferas particulares de la producción tratan de extraer iguales dividendos de este plusvalor, en troporción a sus magnitudes relativas. P or consiguiente, a tasa general de ganancia agota de hecho su determinación por motivos totalmente diferentes y mucho más complejos que la tasa de mercado del interés, directa e inmediatamente determinada por la relación entre oferta y demanda, y por ello no es un hecho palpable y dado, como sí lo es el tipo de interés. Las tasas particulares de ganancia en las diversas esferas de la producción son más o menos inciertas; pero en la medida en que se manifiestan, no es su uniformidad sino su diversidad la que se manifiesta. En cambio, la [iropia tasa general de ganancia sólo se manifiesta como Imite mínimo de la ganancia, y no como figura empírica, directamente visible de la tasa real de ganancia. Al destacar esta diferencia entre la tasa de interés y la tasa de ganancia, prescindimos inclusive de las siguientes dos circunstancias que favorecen la consolidación del tipo de interés: 1) de la preexistencia histórica del capital que devenga interés, y de la existencia de un tipo general de Interés, que nos ha legado la tradición; 2 ) de la influencia directa mucho mayor que ejerce sobre la fijación de la tusa de interés el mercado mundial, independientemente de las condiciones de producción de un país, en compa­ ración con su influjo sobre la tasa de ganancia. La ganancia media no se manifiesta como un hecho directamente dado, sii^o sólo como resultado final — que hay que com probar mediante la investigación— de la com­ pensación de oscilaciones de sentido contrario. Otro es el cnso del tipo de interés. Éste, en su validez general — cuan­ do menos en el orden local— es un hecho cotidianamente fijado, un hecho que le sirve incluso al capital industrial y comercial como supuesto y punto de partida para el cálculo de sus operaciones. Es una facultad general de toda suma de dinero de £ 100 el arrojar 2, 3, 4 ó 5 % . Los informes meteorológicos no registran con mayor exactitud el estado del barómetro y del term óm etro que los informes bursá­ tiles el nivel del tipo de interés, no para este o aquel Í 469 capital, sino para el capital que se halla en el mercado dinerario, es decir para el capital prestable en general. En el mercado dinerario sólo se enfrentan prestamistas y prestatarios. La mercancía tiene una misma forma: el dinero. Aquí se han extinguido todas las figuras particu­ lares del capital, según su inversión en determinadas esferas de la producción o de la circulación. El capital existe aquí en la figura indiferenciada, igual a sí misma, del valor autónomo, del dinero. Aquí cesa la competencia de las esferas particulares; todas ellas se hallan mezcladas como prestatarias de dinero, y el capital también se halla frente a todas ellas en la forma en la cual aún es indiferente con respecto a la manera determinada de su empleo. El capital industrial se manifiesta aquí realmente, con todo su peso, en la oferta y demanda de capital, tal como sólo aparece en el movimiento y competencia entre las diferentes esferas: como capital colectivo, en sí, de la clase. Por otra parte, en el mercado del dinero el capital dinerario posee real­ mente la figura en la cual se distribuye como elemento colectivo, indiferentemente con respecto a su aplicación particular, entre las diversas esferas, entre la clase de los capitalistas, según las necesidades de producción de cada esfera particular. A ello se suma que, con el desarrollo de la gran industria, el capital dinerario, en la medida en que aparece en el mercado, resulta cada vez más representado no por el capitalista individual, por el propietario de tal o cual fracción del capital que se encuentra en el mercado, sino que se manifiesta como una masa concentrada y orga­ nizada, situada, en forma muy diferente a la producción real, bajo el control de los banqueros que representan al capital social. De modo que, en lo que a la forma de la demanda respecta, al capital prestable lo enfrenta asimismo el peso de una clase; así como, en lo que a la oferta respecta, él mismo se manifiesta como capital prestable en masse. Éstas son algunas de las razones por las cuales la tasa general de ganancia se manifiesta como una imagen borrosa y evanescente junto al definido tipo de interés, la cual fluctúa por cierto en su magnitud, pero que por el hecho de hacerlo en forma uniforme para todos los prestatarios, siempre los enfrenta como una tasa fija y dada. Exactamente de la misma manera en que los cambios de valor del dinero no le impiden a éste tener el mismo 470 valor con respecto a todas las mercancías. Exactamente de la misma manera en que los precios de m ercado de las mercancías fluctúan a diario, lo cual no les impide ser dia­ riamente registradas en los informes. Exactam ente lo mismo ocurre con el tipo de interés, el cual se registra en forma Igualmente regular como “precio del dinero”. Ello ocurre porque en este caso se ofrece el propio capital, en su forma dincraria, como mercancía; por ello, la fijación de su precio es la fijación de su precio de mercado, como en el caso de (odas las demás mercancías; y por ello, el tipo de interés nc manifiesta siempre como tipo general de interés, como lauto dinero por tanto dinero, como cuantitativamente determinada. E n cambio, la tasa de ganancia puede ser diferente inclusive dentro de la misma esfera, con iguales precios de mercado de la mercancía, según las diversas condiciones en las que los diferentes capitales producen la misma mercancía; pues la tasa de ganancia para el capital Individual resulta determinada no por el precio de mercado de la mercancía, sino por la diferencia entre precio de mercado y precio de costo. Y estas diferentes tasas de ga­ nancia, primeramente dentro de una misma esfera y luego entre las propias diversas esferas, sólo pueden nivelarse mediante constantes fluctuaciones. (Nota para su posterior desarrollo .) 3 Una forma espe­ did del crédito: se sabe que, cuando el dinero actúa como medio de pago en lugar de hacerlo como medio de compra, la mercancía se enajena, pero su valor sólo se realiza más tarde. Si el pago sólo se efectúa después que la mer­ cancía ha sido nuevamente vendida, esta venta no aparece como una consecuencia de la compra, sino que la compra se realiza mediante la venta. O bien la venta se convierte en un medio de la compra. Segundo: títulos de deuda, letras, etc., se convierten en medios de pago para el acreedor. Tercero: la compensación de los títulos de deuda sustituye el dinero. P aréntesis de E ngels. (V éase R 1131/1.) 471 CAPÍTULO XXIII HL INTERÉS Y LA GANANCIA EMPRESARIAL® El interés, tal como hemos visto en los dos capítulos precedentes, aparece originariamente, es en un principio, y en realidad sigue siendo solamente esa parte de la gananciu, es decir del plusvalor, que el capitalista actuante, indus­ trial o comercial, en la medida en que no utiliza su capital propio sino un capital prestado, debe pagarle al propietario y prestamista de este capital. Si sólo emplea capital propio, no se efectúa tal división de la ganancia, la cual le pertenece entonces por entero. De hecho, en la medida en que los propietarios del capital lo emplean ellos mismos en el proceso de reproducción, no participan en la competencia por la determinación de la tasa de interés, y ya en esto hc reveía cómo la categoría del interés — imposible sin la determinación de un tipo de interés— es ajena, en sí, al movimiento del capital industrial. “Puede definirse la tasa de interés como la suma pro­ porcional que el prestamista conviene en recibir y el prestatario conviene en pagar, por el término de un año o por cualquier otro período más prolongado o más breve, por el uso de cierto monto de capital dinerario. . . Si el propietario de un capital lo emplea activamente en la repro­ ducción, no entra en el rubro de los capitalistas cuya respecto al número de prestatarios determina [>roporción u tasa del interés”. (Thom as Tooke, History of Prices, " E n el m an u scrito (I, p. 300) este títu lo es, sim pleinente: “E l Interés” . (R 1131/2.) 473 Londres, 1838, II, pp. 355, 356.) De hecho es sólo la división de los capitalistas en capitalistas dinerarios y capi­ talistas industriales, la que transform a una parte de la ganancia en interés, la que crea realmente la categoría del interés; y es sólo la competencia entre am bas variedades de capitalistas la que crea el tipo de interés. Mientras el capital funcione en el proceso de reproduc­ ción — inclusive suponiendo que le pertenezca al propio capitalista industrial, de modo que éste no deba reinte­ grárselo a ningún prestamista— , dicho capitalista industrial, en cuanto persona privada, tendrá a su disposición no este propio capital, sino sólo la ganancia que pueda desembolsar como rédito. Mientras su capital funcione como capital, pertenece al proceso de reproducción, está fijado dentro del mismo. Es, por cierto, su propietario, pero tal propiedad no lo faculta para disponer de él de otra manera mientras lo utilice como capital para la explotación de trabajo. Exactamente lo mismo ocurre en el caso del capitalista dinerario. M ientras su capital esté dado en préstamo, y por consiguiente opere como capital dinerario, le reportará un interés, una parte de la ganancia, pero no puede disponer de la suma principal. Esto se manifiesta no bien ha prestado el capital, por ejemplo por un año o varios, y percibe intereses en fechas determinadas pero sin restitución del capital. Pero inclusive el reintegro no establece aquí dife­ rencia alguna. Si se lo reintegran, deberá volver a prestarlo siempre una y otra vez, mientras pretenda que ese dinero tenga para él los efectos de un capital (en este caso, de capital dinerario). Mientras se halle en sus manos no devengará interés, y no operará como capital; y mientras devengue interés y opere como capital, no se hallará en sus manos. De ahí la posibilidad de prestar capital a perpetuidad. Por eso, las siguientes observaciones de Tooke contra Bosanquet son totalmente erróneas. Tooke cita a Bosanquet (Metallic, Paper, and Credit Currency, p. 7 3 ): “Si se disminuyese la tasa del interés hasta el 1 % , el capital prestado quedaría casi en una misma línea (on a p ar) con el capital propio” . A esto formula Tooke la siguiente acotación marginal: “L a de que un capital prestado a esta tasa de interés, o incluso a una tasa inferior, puede considerarse como situado casi en una misma línea con el capital propio, es una afirmación tan sorpren­ dente que casi no merecería ser tom ada en serio si no 474 proviniese de un escritor tan inteligente y, en ciertos puntos del tema, tan bien informado. ¿Ha pasado por alto la circunstancia de que su supuesto implica la condición del reintegro, o la considera de poca importancia?” (Thomas Tooke, A n Inquiry into the Currency Principie, 2? ed., Londres, 1844, p. 80.) Si el interés fuese = 0, el capita­ lista industrial que ha tomado capital en préstamo se hollaría en igualdad de condiciones con el que trabaja con capital propio. Ambos embolsarían la misma ganancia media, y el capital — sea propio o prestado— sólo opera como capital en la medida en que produce ganancia. En nada alteraría esto la condición del reintegro. Cuanto más se acerca el tipo de interés a cero, es decir, si baja por ejemplo, al 1 % , tanto más equiparado quedará el capital prestado con el capital propio. Mientras el capital dinerario ha de existir como capital dinerario, debe ser constante­ mente prestado de nuevo, y ello al tipo de interés impe­ rante, digamos que del 1 % , siempre y renovadamente n Iii misma clase de los capitalistas industriales y comer­ ciales. Mientras éstos funcionen como capitalistas, la dife­ rencia entre el que lo hace con capital prestado y el que lo hace con capital propio sólo es la de que el uno debe pagar un interés, y el otro no; de que el segundo embolsa la ganancia g completa, y el primero sólo g — i, la ganancia menos el interés ; 3 cuanto más se acerque i a cero, tanto más g — i será = g, y tanto más se equipararán ambos capitales. El primero debe reintegrar el capital y pedir prestado de nuevo; mientras que el segundo, en la medida en que quiera que su capital funcione, también tendrá que volver a adelantárselo nuevamente al proceso de produc­ ción, y no dispone del capital en una forma que sea inde­ pendiente de este proceso. L a única diferencia que aún queda es la obvia de que el segundo b es propietario de su capital, y el otro no. El problema que se plantea ahora es el siguiente. ¿Cómo es que esta división puramente cuantitativa de la ganancia en ganancia neta e interés se trastrueca en una división * En el original a le m án ( Werke, etc.): “ de que el u n o em bolsa la ganancia g com p leta, y el o tro g — í , la g a n an c ia m enos el Interés” . L a redacción que pro p o n em o s a justa e sta frase a la p rece­ dente. 11 En el original, “el u n o ” en vez de “el segundo” . 475 cualitativa? E n otras palabras, ¿cómo es que también el capitalista que sólo emplea su capital propio, sin recurrir a capital prestado, asienta una parte de su ganancia bruta bajo la categoría particular del interés, calculándola separa­ damente en cuanto tal? Y por ello, también, ¿cómo es que todo capital, prestado o no, se distingue como capital que devenga interés, de sí mismo como capital que produce ganancia neta? Resulta fácil comprender que no cualquier división cuantitativa fortuita de la ganancia se trastrueca, de este modo, en una división cualitativa. Por ejemplo, algunos capitalistas industriales se asocian para explotar una em­ presa, dividiéndose luego las ganancias según convenios jurídicamente establecidos. Otros explotan su empresa cada cual por separado, sin socio alguno. Estos últimos no calculan sus ganancias en dos categorías: una parte como ganancia individual, y la otra como ganancia de la compa­ ñía para los asociados inexistentes. En consecuencia, en este caso la división cuantitativa no se trastrueca en cualitativa. L a conversión se opera cuando el propietario se compone casualmente de varias personas jurídicas; en cambio no se opera si no es éste el caso. P ara responder a esta interrogante debemos detenernos un poco más en el punto de partida real de la formación del interés; es decir, que debemos partir del supuesto de que el capitalista dinerario y el capitalista productivo se enfrentan realmente, no sólo como personas jurídicamente diferentes, sino como personas que desempeñan papeles totalmente diferentes en el proceso de reproducción, o en cuyas manos el mismo capital experimenta realmente un movimiento doble y totalmente diferente. Uno solamente lo presta, mientras que el otro lo emplea en forma pro­ ductiva. Para el capitalista productivo, que trabaja con capital prestado, la ganancia bruta se descompone en dos partes: el interés que debe pagarle al prestamista, y el excedente por encima del interés, que constituye su propia participación en la ganancia. Si la tasa general de ganancia está dada, esta última parte se hallará determinada por el tipo de inte­ rés; si está dado el tipo de interés, estará determinada por la tasa general de ganancia. Además, y por mucho que en cada caso individual pueda divergir la ganancia bruta, la magnitud de valor real de la ganancia global, con res­ 476 pecto a la ganancia media, la parte que le pertenece al capitalista actuante estará determinada por el interés, puesto que éste se halla fijado por el tipo general de interés (al margen de estipulaciones jurídicas especiales) y hc lo presupone anticipado antes de comenzar el proceso de producción, es decir antes de alcanzarse su resultado, que es la ganancia bruta. Hemos visto que el producto específico real del capital lo constituye el plusvalor, o más precisa­ mente la ganancia. Pero para el capitalista que trabaja con capital prestado no lo es la ganancia, sino la ganancia menos el interés, la parte de la ganancia que le queda luego de abonar el interés. E n consecuencia, esa parte de la ganancia se le antoja necesariamente como el producto del capital, en la medida en que éste funcione; y esto es real para él, pues sólo representa al capital como capital funcionante. Él es su personificación en tanto el capital fun­ cione, y el capital funciona en la medida en que se lo invierta en la industria o en el comercio y produzca ganan­ cias, y en que quien lo emplee practique con él las opera­ ciones prescritas por el respectivo ramo de la actividad. Kn contraposición al interés que debe pagarle al prestamista u partir de la ganancia bruta, la parte aún restante de la ganancia que le corresponde asume para él, necesariamente y en consecuencia, la forma de la ganancia industrial o, en r u caso, comercial, o bien, para designarla con una exprelión alemana que engloba a ambas, la figura de la ganancia empresarial [Unternehmergewinn ].11061 Si la ganancia bruta c r igual a la ganancia media, la magnitud de esta ganancia empresarial resultará exclusivamente determinada por el tipo de interés. Si la ganancia bruta difiere de la ganancia media, la diferencia de aquélla con respecto a la ganancia me­ dia (luego de deducir el interés en ambas partes) estará determinada por todas aquellas coyunturas gue ocasionan una divergencia tem poraria sea de la tasa de ganancia en una esfera peculiar de la producción con respecto a la taNa general de ganancia, sea de la ganancia que obtiene un capitalista individual en una esfera determinada con respecto a la ganancia media en esa esfera particular. Pero hemos visto que la tasa de ganancia, dentro del propio proceso de producción, no depende sólo del plusvalor, sino de muchas otras circunstancias: de los precios de compra de los medios de producción, de métodos cuya productividad supera el término medio, de la economización 477 de capital constante, etc. Y con prescindencia del precio de producción, depende de coyunturas especiales, y en cada negocio ajustado en forma individual, de la mayor o menor astucia y pericia del capitalista, el que éste compre o venda por encima o por debajo del precio de producción, y ello en qué medida, es decir que se apropie de una parte mayor o menor del plusvalor global dentro del proceso de circu­ lación. Pero de cualquier manera, en este caso la división cuantitativa de la ganancia bruta se transforma aquí en cualitativa, y ello tanto más por cuanto la propia división cuantitativa depende de qué hay para distribuir, de cómo maneja el capital el capitalista activo, y de qué ganancia bruta arroja para él ese capital como capital operante ,3 es decir como consecuencia de sus funciones en tanto capi­ talista activo. En este caso se supone que el capitalista actuante es no propietario del capital. Frente a él, la pro­ piedad del capital se halla representada por el prestamista, el capitalista dinerario. Por consiguiente, el interés que le abona a éste aparece como la parte de la ganancia bruta que le corresponde a la propiedad en cuanto tal del capital. Por oposición a ello, la parte de la ganancia que le corres­ ponde al capitalista activo aparece ahora, en su carácter de ganancia empresarial, como emergiendo exclusivamente de las operaciones o funciones que lleva a cabo con el capital en el proceso de reproducción, es decir en especial de las funciones que desempeña como empresario en la industria o en el comercio. Por lo tanto, frente a él el interés aparece como el mero fruto de la propiedad del capital, del capital en sí, abstracción hecha del proceso de repro­ ducción del capital, en la medida en que aquel capital no “ trabaja”, no funciona; mientras que la ganancia empresa­ rial se le antoja el fruto exclusivo de las funciones que él desempeña con el capital, el fruto del movimiento y del procesamiento del capital, proceso éste que ahora le parece su propia actividad en contraste con la inactividad, la no participación del capitalista dinerario en el proceso de pro­ ducción. Esta división cualitativa entre las dos partes de la ganancia bruta — en el sentido de que el interés es fruto “ E n la 1? edición, “ fu ngierendem ” en vez de “fungierendes” , con lo cual las p a la b ras “com o capital o p e ra n te ”, se re fe rían al p ro p io capitalista, no a su capital. C o rreg id o según el m an u scrito de M arx. 478 del capital en sí, de la propiedad del capital, prescin­ diendo del proceso de producción, y de que la ganancia empresarial es el fruto del capital en proceso, operante dentro del proceso de producción, y por ende del papel ticlivo que desempeña el empleador del capital en el proceso de reproducción— , tal división cualitativa no es, en modo alguno, meramente una concepción subjetiva del capitalista dinerario por un lado, y del capitalista industrial por el otro. Se basa en un hecho objetivo, pues el interés afluye hacia el capitalista dinerario, hacia el prestamista, quien es el mero propietario del capital, es decir que representa la mera propiedad del capital antes del proceso de producción y fuera del proceso de producción; y la ganancia empresarial «fluye hacia el capitalista meramente actuante, que es el no propietario del capital. De este modo, la división meramente cuantitativa de la ganancia bruta entre dos personas diferentes, de las cuales ambas tienen diferentes títulos jurídicos sobre el mismo capital y por ende sobre la ganancia que éste genera, se Irastrueca en una división cualitativa tanto para el capita­ lista industrial — en la medida en que éste trabaja con capital prestado— como para el capitalista dinerario — en cuanto éste no utiliza personalmente su capital. Una de las partes de la ganancia aparece entonces como el fruto que corresponde en sí y para sí al capital, en una determi­ nación, como interés; la otra parte aparece como el fruto específico del capital en una determinación opuesta, y en consecuencia como ganancia empresarial; la primera como mero fruto de la propiedad del capital, y la otra como fruto de la mera actividad con el capital, como fruto del capital en cuanto capital en proceso o de las funciones que ejerce el capitalista activo. Y esta cristalización y autonomización recíproca de ambas partes de la ganancia bruta, como si proviniesen de dos fuentes esencialmente diferentes, debe fl|ursc para toda la clase capitalista y para el capital global. Y lanto da si el capital empleado por el capitalista activo es prestado o no, si el capital perteneciente al capitalista dinerario es utilizado por él mismo o no. L a ganancia de lodo capital, y en consecuencia también la ganancia media fundada en la nivelación m utua de los capitales, se divide o descompone en dos partes cualitativamente diferentes, recíprocamente autónomas e independientes una de la otra: el interés y la ganancia empresarial, siendo ambas deter­ 479 minadas por leyes particulares. El capitalista que trabaja con capital propio, tanto como el que lo hace con capital prestado, divide su ganancia bruta en un interés que le corresponde como propietario, como su propio prestamista de capital a sí mismo, y una ganancia empresarial, que le corresponde como capitalista activo, funcionante. De este modo resulta indiferente para esta división, en cuanto cuali­ tativa, el que el capitalista deba compartir realmente la ganancia con algún otro o no. El empleador del capital, aunque trabaje con capital propio, se divide en dos per­ sonas: el mero propietario del capital y el empleador del capital; su propio capital, con relación a las categorías de ganancia que arroja, se divide en propiedad del capital, capital juera del proceso de producción, que arroja un interés de por sí, y capital dentro del proceso de produc­ ción, que al funcionar en el proceso arroja la ganancia empresarial. Por lo tanto, el interés se consolida de tal modo que no aparece como una división de la ganancia bruta ajena a la producción y que sólo se presenta ocasionalmente cuando el industrial trabaja con capital ajeno. También cuando trabaja con capital propio su ganancia se escinde en interés y ganancia empresarial. De esa manera, la división mera­ mente cuantitativa se convierte en una división cualitativa; la misma se da independientemente de la circunstancia fortuita de si el industrial es propietario o no propietario de su capital. No sólo se trata de cuotas de la ganancia distribuidas entre diferentes personas, sino de dos cate­ gorías diferentes de ganancia que guardan diferente relación con el capital, es decir una relación con diferentes determi­ naciones del capital. Entonces surgen muy simplemente las razones por las cuales, una vez que esta división de la ganancia bruta en interés y ganancia empresarial se ha convertido en cualita­ tiva, adquiere este carácter de división cualitativa para el capital global y para la clase global de los capitalistas. Primero surge esto ya de la sencilla circunstancia empírica de que la mayor parte de los capitalistas indus­ triales trabaja con capital propio y prestado — aunque en diferentes proporciones numéricas— y que la relación entre capital propio y prestado varía en diversos períodos. Segundo: La transformación de una parte de la ganan­ cia bruta en la forma de interés transforma su otra parte 480 sn ganancia empresarial. De hecho, esta última es sólo la forma antitética que asume el excedente de la ganancia bruta sobre el interés en cuanto éste existe como una categoría propia. Toda la investigación de cómo se dife­ rencia la ganancia bruta en interés y ganancia empresarial M resuelve simplemente en la investigación de cómo una parte de la ganancia bruta se cristaliza y autonomiza, de manera general, como interés. Pero el capital que devenga Interés existe históricamente como una form a acabada y tradicional, y por consiguiente existe el interés como subformu acabada del plusvalor generado por el capital, mucho antes de que existieran el modo capitalista de producción y las ideas de capital y ganancia que le corresponden. Por Mo es que, en la idea popular, al capital dinerario, el capital que devenga interés, se lo considera aún como capi­ tal en cuanto tal, como capital por excelencia. De ahí, por Otra parte, la idea predominante hasta los tiempos de Mussie, en el sentido de que lo que se paga en el interés a* el dinero en cuanto tal. La circunstancia de que un capital prestado arroje interés, empléeselo realmente como capital o no — aunque se lo haya prestado solamente para •I consumo — , consolida la idea acerca de la autonomía de •uta forma del capital. L a mejor prueba de la autonomía Con la que se manifiesta, en los primeros períodos del modo capitalista de producción, el interés frente a la ga­ nancia y el capital que devenga interés frente al capital Industrial, es la de que sólo a mediados del siglo xvni M) descubrió el hecho (prim eram ente Massie, y luego de él Hume ) 1'071 de que el interés es meramente una parte de lu ganancia bruta, y de que fuera necesario efectuar semejante descubrimiento. Tercero: El hecho de que el capitalista industrial Irubuje con capital propio o prestado en nada altera la circunstancia de que se le opone la clase de los capitalistas dincrarios en cuanto variedad particular de capitalistas, el capital dinerario en cuanto variedad autónom a del capital, y el interés en cuanto la forma autónom a del plusvalor correspondiente a este capital específico. Cualitativamente considerado, el interés es plusvalor brindado por la mera propiedad del capital, plusvalor que al capital arroja de por sí, a pesar de que su propietario se mantenga fuera del proceso de reproducción; es decir, arrojado por el capital separado de su proceso. 481 Cuantitativamente considerada, la parte de la ganancia que constituye el interés no aparece referida al capital industrial y comercial en cuanto tal, sino al capital dine­ rario, y la tasa de esta parte del plusvalor, la tasa o tipo de interés, consolida esta relación. Pues en prim er lugar, el tipo de interés — a pesar de su dependencia con respecto a la tasa general de ganancia— resulta autónomamente determinada, y en segundo lugar aparece, al igual que el precio de mercado de las mercancías, frente a la inapren­ sible tasa de la ganancia, como una relación firme a pesar de todos los cambios, uniforme, palpable y constantemente dada. Si todo el capital se hallase en manos de los capi­ talistas industriales, no existiría el interés ni el tipo de interés. L a forma autónoma que adopta 1> -división cuanti­ tativa de la ganancia bruta genera la división cualitativa. Si comparamos al capitalista industrial con el capitalista dinerario, sólo lo distingue de éste la ganancia empresarial, en cuanto excedente de la ganancia bruta por encima del interés promedio, el cual, en virtud del tipo de interés, apa­ rece como una magnitud empíricamente dada. Si por otro lado lo comparamos con el capitalista industrial que opera con capital propio en lugar de hacerlo con capital prestado, éste sólo se diferencia de él, en cuanto capitalista dinerario, por el hecho de que se embolsa personalmente el interés, en lugar de desembolsarlo. En ambos sentidos, la parte de la ganancia bruta que se diferencia del interés se le manifiesta como ganancia empresarial, y el propio interés como un plusvalor que arroja el capital en sí y para sí, y que por lo tanto también arrojaría sin un empleo productivo. Para el capitalista individual, esto es así en la práctica. Tiene la opción de prestar su capital en carácter de capital que devenga interés o de valorizarlo él mismo en carácter de capital productivo, sin que importe si desde un comienzo existe como capital dinerario o si aún hay que transformarlo en él. Concebido de una m anera general, es decir, aplicado al capital social total, tal como lo hacen algunos economis­ tas vulgares, que incluso llegan a ver en ello el fundamento de la ganancia, esto es disparatado, naturalmente. L a trans­ formación del capital total en capital dinerario sin que exista gente que compre y valorice los medios de produc­ ción, en cuya forma existe el capital global (al margen de la parte relativamente pequeña del mismo que existe en dinero), tal cosa es, desde luego, un absurdo. Esto encierra 482 la insensatez aun mayor de que, sobre la base del modo capitalista de producción, el capital arrojaría un interés sin actuar como capital productivo, es decir sin crear plusvalor, del cual el interés sólo constituye una parte; que el modo capitalista de producción seguiría su curso sin la produc­ ción capitalista. Si una parte desproporcionadamente elevada de los capitalistas transformarse su capital en capital dine­ rario, la consecuencia sería una enorme desvalorización del capital dinerario, y una tremenda caída del tipo de interés; muchos quedarían de inmediato en la imposibilidad de vivir de sus intereses, es decir que se verían obligados a reconver­ tirse en capitalistas industriales. Pero tal como ya hemos dicho, para el capitalista individual éste es un hecho. Por eso el capitalista, incluso cuando opera con capital propio, con­ sidera a la parte de su ganancia media que es igual al interés medio como fruto de su capital en cuanto tal, con prescindencia del proceso de producción; y en contraposición a esta parte autonomizada en el interés, considera el exce­ dente de la ganancia bruta por encima de ello como mera ganancia empresarial .3 Cuarto: {[F. E.] — Aquí hay una laguna en el manus­ crito. } Se ha revelado, pues, que la parte de la ganancia que debe abonarle el capitalista actuante al mero propietario de capital prestado se trasmuta en la forma autónoma de una parte de la ganancia que arroja todo capital en cuanto tal — prestado o no— bajo el nombre de interés. L a magni­ tud de esta parte depende del nivel del tipo medio de interés. Su origen sólo se revela ya en el hecho de que el capitalista actuante, en la medida en que es propietario de su capital, no compite — cuando menos, no en forma activa— en la determinación del tipo de interés. La división puramente cuantitativa de la ganancia entre dos personas • Pasaje del m an u scrito (I, p. 305, nota), n o tenido e n c u en ta por Engels: “H e a q u í u n a idea su p erficial a ce rca de la oposición en tre el interés y la g a n an cia em p resarial: «L a g a n an cia es la re m u n eració n p o r el e m p leo pro d u ctiv o d el a h o rro ; la g anancia p ro p iam en te d ich a es la rem u n e rac ió n p o r la actividad de dirección d u ra n te ese em pleo productivo.» (Westminster Review, noviem bre de 1826, p. 167 y s.). E l interés, pues, nos es p re sen ta d o aq u í co m o la re m u n eració n p o r el hech o d e q u e se em plea el d in ero , etc., com o c ap ital en c u a n to tal. L a g anancia industrial, en cam bio, c o rresponde a la fu n ció n del c ap ital en el proceso de pro d u cció n m ism o.” (Véase R 1139/1.) 483 que poseen diferentes títulos jurídicos sobre ella, se ha transformado en una distribución cualitativa que parece em anar de la naturaleza del capital y de la propia ganancia. Pues, tal como hemos visto, en cuanto una parte de la ganancia adopta en general la forma del interés, la dife­ rencia entre la ganancia media y el interés, o la parte de la ganancia excedentaría por encima del interés, se trasmuta en una forma antitética del interés, en la form a de la ga­ nancia empresarial. Estas dos formas — el interés y la ganancia empresarial— sólo existen en su antítesis. Es decir que ninguna de ambas se halla referida al plusvalor, del cual sólo son partes fijadas bajo diversas categorías, rubros o nombres, sino que se hallan referidas una a la otra. Es en'razón de que una parte de la ganancia se transform a en interés, que la otra parte aparece como ganancia empresarial. P or ganancia siempre entendemos aquí la ganancia media, puesto que las desviaciones, tanto de la ganan­ cia individual como de la ganancia en diversas esferas de la producción — es decir, las variaciones en la distribución de la ganancia media o del plusvalor que fluctúan en uno y otro sentido debido a la lucha competitiva y a otras circunstancias— , nos resultan totalmente indiferentes en este caso. Esto vale en general para toda la presente investigación. El interés es, pues, la ganancia neta, como la denomina Ramsay, que rinde en cuanto tal la propiedad del capital, tanto al mero prestamista que permanece situado fuera del proceso de reproducción, como al propietario que utiliza él mismo productivamente su capital. Pero también para éste arroja esa ganancia neta, no en cuanto capitalista operante, sino como capitalista dinerario, en su carácter de prestamista de su propio capital, en cuanto capital que devenga interés, y que se lo presta a sí mismo en su con­ dición de capitalista actuante. Así como la transformación de dinero, y en general de valor, en capital es el resultado constante del proceso capitalista de producción, su existen­ cia como capital es igualmente el supuesto constante de ése mismo proceso. En virtud de su capacidad de transformarse en medios de producción, puede movilizar constantemente trabajo impago, y por ello convierte el proceso de produc­ ción y circulación de las mercancías en la producción de plusvalor para su poseedor. En consecuencia, el interés es 484 sólo la expresión del hecho de que el valor en general — el trabajo objetivado en su forma social general— , el valor que, eñ el proceso real de producción, adopta la figura de los medios de producción, se contrapone como fuerza autónoma a la fuerza de trabajo vivo y es el medio para apropiarse de trabajo impago; y que es ese poder al contra­ ponerse al obrero como propiedad ajena. Sin embargo, por otra parte, en la forma del interés se halla extinguido este antagonismo con el trabajo asalariado, pues el capital que devenga interés tiene por antítesis, en cuanto tal, no al trabajo asalariado sino al capital actuante; el capitalista prestamista se opone directamente, en cuanto tal, al capita­ lista realmente operante en el proceso de reproducción, pero no al asalariado, a quien, precisamente, sobre la base de la producción capitalista, le han sido expropiados los medios de producción. El capital que devenga interés es el capital en cuanto propiedad frente al capital en cuanto función. Pero en la medida en que el capital no funciona, no explota a los obreros y no entra en antagonismo con el trabajo. Por otra parte, la ganancia empresarial no configura una antítesis con respecto al trabajo asalariado, sino sola­ mente al interés. Primero: presuponiendo dada la ganancia media, la tasa de la ganancia empresarial no está determinada por el salario, sino por el tipo de interés. Es alta o baja en forma inversamente proporcional a ésta .72 Segundo: El capitalista actuante deriva su derecho a reclamar la ganancia empresarial, es decir la propia ganan­ cia empresarial, no de su propiedad del capital, sino de la función del capital en contraposición a la determinación en la cual sólo existe como propiedad inerte. Esto se manifiesta como una antítesis directamente existente en la medida en que opera con capital prestado, caso en el cual el interés y la ganancia empresarial les corresponden, en consecuencia, a dos personas distintas. L a ganancia empre­ sarial surge de la función del capital en el proceso de reproducción, es decir como consecuencia de las operacio­ nes, de la actividad en virtud de la cual el capitalista operante media estas fqnciones del capital industrial y comercial. Pero ser representante del capital actuante no es 72 “L a g a n an cia e m p re sa ria l dep en d e d e la g a n an cia n e ta del capital, y no ésta d e la p rim e ra .” (R am say, loe. cit., p. 214. E n Ram say, g anancia n e ta (net p rofits) es siem pre = interés.) 485 una sinecura, como sí lo es Ja representación del capital que devenga interés. Sobre la base de la producción capita­ lista, el capitalista dirige tanto el proceso de producción como el de circulación. La explotación del trabajo produc­ tivo cuesta un esfuerzo, tanto si él mismo despliega ese esfuerzo como si se lo hace efectuar a otros en su nombre. Por consiguiente, en contraposición al interés, la ganancia del empresario se le presenta como independiente de la propiedad del capital, y más bien como el resultado de sus funciones como no propietario, como . .. trabajador. De ahí que en su mente se desarrolle necesariamente la idea de que su ganancia empresarial — muy lejos de constituir antítesis alguna del trabajo asalariado y de ser sólo trabajo ajeno impago— es, por el contrario, salario por su trabajo, salario de supervisión, wages of superintendence of labour, un salario más elevado que el del asala­ riado común 1) porque el suyo es un trabajo más complejo, y 2) porque se paga el salario a sí mismo. L a antítesis consistente en que el interés le corresponde al capitalista inclusive cuando éste no desempeña función alguna como capitalista, cuando es meramente propietario del capital, y que, en cambio, la ganancia empresarial le corresponde al capitalista operante inclusive cuando es no propietario del capital con el que opera, hace olvidar por completo el hecho de que su función en cuanto capitalista consiste en producir plusvalor, es decir trabajo impago, y ello bajo las condi­ ciones más económicas. La forma antitética de las dos partes en las que se divide la ganancia, es decir el plusvalor, hace olvidar que ambas no son más que partes del plusvalor y que su división en nada puede alterar su naturaleza, su origen y sus condiciones de existencia. En el proceso de reproducción, el capitalista actuante representa al capital como propiedad ajena frente a los trabajadores asalariados, y el capitalista dinerario, en cuanto representado por el capitalista actuante, participa en la explotación del trabajo. La antítesis entre la función del capital en el proceso de reproducción y la mera propiedad del capital fuera del proceso de reproducción hace olvidar el hecho de que sólo en cuanto representante de los medios de producción frente a los obreros puede el capitalista activo desempeñar la función de hacer trabajar a los obreros para él o de hacer funcionar los medios de producción como capital. 486 De hecho, en la forma que asumen las dos partes de la ganancia, es decir del plusvalor, como interés y ganancia empresarial, no se expresa una relación para con el trabajo, porque esta relación sólo existe entre el trabajo y la ganan­ cia — o mejor dicho el plusvalor— en cuanto la suma, la totalidad, la unidad de estas dos partes. L a relación en la cual se divide la ganancia y los diversos títulos jurídicos bajo los cuales ocurre esta división, presuponen la ganancia como acabada, presuponen su existencia. Por ello, si el capitalista es propietario del capital con el cual opera, se embolsa toda la ganancia o plusvalor; al obrero le resulta totalmente indiferente si hace esto o si debe abo­ narle una parte a una tercera persona en cuanto propietaria jurídica. Las razones para la división de la ganancia entre dos variedades de capitalistas se transform an así subrepti­ ciamente en los motivos para la existencia de la ganancia a dividir, del plusvalor que el capital en cuanto tal extrae — al margen de cualquier división ulterior— del proceso de reproducción. Del hecho de que el interés esté enfren­ tado a la ganancia empresarial y ésta al interés, de que se opongan recíprocamente aunque no al trabajo, se infiere que la ganancia del empresario más el interés, es decir la ganancia, o más bien el plusvalor, ¿en qué se basan? ¡En la forma antitética de sus dos partes! Sin embargo, la ganancia se produce antes de que se practique esa división con ella, y antes de que pueda hablarse de ella. El capital que devenga interés sólo se consolida como tal en la medida en que el dinero prestado realmente se transforma en capital y se produce un excedente, del cual el interés constituye una parte. Sin embargo, esto no anula la circunstancia de que, independientemente del proceso de producción, surja en él el atributo de devengar interés. Después de todo, la fuerza de trabajo también sólo afirma su poder creador de valor cuando actúa y se realiza en el proceso laboral; pero esto no excluye el hecho de ser la actividad creadora de valor de por sí, potencialmente, en cuanto facultad, y que no se origina como tal a partir del proceso, sino que, por el contrario, le está presupuesta al mismo. Se la compra como capacidad de crear valor. También puede com prarla alguien sin hacerla trabajar productivamente, por ejemplo con fines puramente perso­ nales, servicios, etc. Lo mismo ocurre con el capital. Es cuestión del prestatario el que lo use y consuma como 487 capital, es decir el poner realmente en acción su propiedad inherente de producir plusvalor. Lo que paga es, en ambos casos, el plusvalor encerrado potencialmente, en sí, en la mercancía capital. Entremos a considerar más en detalle la ganancia empresarial. Al fijarse el factor de la determinación social específica del capital en el modo capitalista de producción — la pro­ piedad del capital, que posee el atributo de poder disponer del trabajo ajeno— , por lo cual el interés aparece como la parte del plusvalor que genera el capital en este aspecto, la parte restante del plusvalor — la ganancia empresarial— aparece necesariamente como que no proviene del capital en cuanto capital, sino del proceso de producción, separado de su determinación social específica, que ya ha adquirido su modo particular de existencia en la expresión “interés del capital” . Pero separado del capital, el proceso de pro­ ducción es el proceso de trabajo en general. Por ello, el capitalista industrial, en cuanto diferenciado del propietario de capital, no aparece como capital actuante, sino como funcionario incluso con prescindencia del capital, como sim­ ple agente del proceso laboral en general, como trabajador, y más exactamente como trabajador asalariado. El interés expresa en sí precisamente la existencia de las condiciones de trabajo en cuanto capital, en su antago­ nismo social al trabajo y en su transformación en poderes personales frente al trabajo y sobre él. Constituye la mera propiedad del capital en cuanto medio para apropiarse de productos del trabajo ajeno. Pero representa este carácter del capital en cuanto algo que le corresponde fuera del proceso de producción y que de ninguna manera es el resultado de la determinación específicamente capitalista de este proceso de producción. Lo representa no en oposi­ ción directa al trabajo, sino a la inversa, sin relación alguna con el trabajo y como mera relación entre un capitalista y otro. Es decir, como una determinación exterior e indiferente respecto a la relación entre el capital y el propio trabajo. Esto es, en el interés, bajo la figura particular de la ganancia, en la cual el carácter antitético del capital se da una expresión autónoma; lo hace de tal 488 manera que en ella la antítesis se halla totalmente extinguida y se hace total abstracción de ella. El interés es una relación entre dos capitalistas, no entre capitalista y obrero. Por otro lado, esta forma del interés confiere a la otra parte de la ganancia la forma cualitativa de la ganancia empresarial, y además la del salario de supervisión. Las funciones especiales que debe desempeñar el capitalista en cuanto tal, y que le corresponden precisamente en con­ traposición a los obreros, se presentan como meras fun­ ciones laborales. Este capitalista crea plusvalor no porque trabaje como capitalista, sino porque, con prescindencia de su condición de capitalista, también trabaja. Por lo tanto, esta parte del plusvalor ya no es plusvalor sino su contra­ rio, el equivalente de trabajo llevado a cabo. Puesto que el carácter enajenado del capital, su contraposición al trabajo, es relegado más allá del proceso real de la explotación, vale decir al capital que devenga interés, este propio proceso de explotación aparece como un mero proceso laboral, en el cual el capitalista actuante sólo efectúa un trabajo diferente al del obrero. De modo que el trabajo de explotar y el trabajo explotado son idénticos ambos en cuanto trabajo. El trabajo de explotar es tan trabajo como lo es el trabajo que se explota. Al interés le corresponde la forma social del capital, pero expresada en una forma neutral e indife­ rente; a la ganancia del empresario le corresponde la fun­ ción económica del capital, pero abstraída del carácter capitalista determinado de esta función. En la conciencia del capitalista ocurre aquí exacta­ mente lo mismo que en el caso de las razones compensa­ torias, indicadas en la sección n de este libro, que intervie­ nen en la nivelación de la ganancia media. Estas razones compensatorias, que entran decisivamente en la distribución del plusvalor, se revierten en el pensamiento capitalista en motivos originarios y argumentos justificativos (subjetivos) de la propia ganancia. La concepción de la ganancia empresarial como salario de supervisión del trabajo, originado en su oposición al interés, también halla asidero en el hecho de que una parte de la ganancia puede ser separada como salario, y se separa realmente, o mejor dicho, a la inversa, que una parte del salario, sobre la base del modo capitalista de produc­ ción, aparece como parte constitutiva o integrante de la ganancia. Esta parte, como ya descubriera correctamente 489 Adam Smith, se presenta pura, autónoma y totalmente separada, por un lado, de la ganancia (en cuanto suma de interés y ganancia em presarial), y por el otro de la parte de la ganancia que queda remanente, luego de deducido el interés, en carácter de lo que ha dado en llamarse la ganan­ cia empresarial, en el sueldo del dirigente en aquellos ramos de los negocios cuya extensión, etc., posibilita una división del trabajo suficiente como para perm itir que un dirigente perciba un salario especial.3 El trabajo de supervisión y dirección se origina necesa­ riamente en todos aquellos lugares en los que el proceso directo de la producción tiene la figura de un proceso social­ mente combinado, y no se manifiesta como trabajo aislado de los productores autónomos.r:! Pero su naturaleza es dual. Por una parte, en todos aquellos trabajos en los cuales cooperan muchos individuos, la cohesión y unidad del proceso se representan necesariamente en una voluntad dirigente, y en funciones que no afectan a las labores par­ ciales sino a la actividad global de ese lugar de trabajo, como es el caso del director de una orquesta. Éste es un trabajo productivo, que debe efectuarse en cualquier modo de producción combinado. 73 “ La supervisión está aq u í” (en el caso del p ro p ietario que cultiva su tie rra) “ to talm en te de m ás.” (J. E. C airnes, The Slave Power, L ondres, 1862, pp. 48, 49.) “ E n la página 308 del m anuscrito I figura esta nota, no re co ­ gida por Engels: “O bservem os, antes de proseguir, que la tasa de interés existe porque el cap ital que devenga interés reviste una fo rm a a u tó n o m a , u n a fo rm a en cu an to categoría p a rticu la r del cap ital que perm ite a u n a clase especial de capitalistas vivir de los intereses y q u e d ar al m argen del proceso d e repro d u cció n real; y es gracias a esta circu n stan cia que una pa rte de la g anancia recibe, bajo la fo rm a de interés, u n a d e te rm in a ció n cu an tita tiv a y u n a m ag n itu d fija. Sin ello, n o se d e sa rro lla ría la d iferenciación c u ali­ tativ a que, com o lo hem os expuesto, d eriv a de la cuan titativ a. Se c arecería de u n a p a u ta p a ra e v alu ar u n a pa rte de la ganancia com o sim ple valorización de la p ropiedad del capital, esto es, la oposición d irec ta e n tre la riqueza m ate ria l y el trab ajo . La g anancia n o se d ividiría en dos p artes independientes. [...]. A h o ra bien, en cada u n a de esas p artes, consideradas aisladam ente, la relación c o n el p lusvalor — y p o r tan to la relación real del capital con el trab a jo a salariad o — se e n cu e n tra b o rra d a ; es lo que oc u rre con la ganancia m ism a en tan to se presen ta com o sim ple adición, co m o sum a fo rm a d a a p osteriori, a p a rtir de m agnitudes fijas d a d as a n te rio r­ m ente que d e te rm in a n la ganancia.” (V éase R 1144/1.) Los c o r­ chetes indican u n a supresión efectu ad a p o r R ubel. • 490 Por otra parte — y con total prescindencia del sector comercial— este trabajo de supervisión se origina necesa­ riamente en todos los modos de producción que se basan en el antagonismo entre el trabajador, en cuanto productor directo, y el propietario de los medios de producción. Cuanto mayor sea este antagonismo, tanto mayor será el papel que desempeña este trabajo de supervisión .3 Por eso alcanza su máximo en el sistema esclavista .74 Pero también es imprescindible en el modo capitalista de producción, puesto que en él el proceso de producción es, al mismo tiempo, proceso de consumo de la fuerza de trabajo por parte del capitalista. Exactamente de la misma manera que en los estados despóticos el trabajo de supervisión e intro­ misión del gobierno en todos los aspectos, comprende ambas cosas, tanto la ejecución de las actividades colectivas que emanan de la naturaleza de toda entidad comunitaria, como las funciones específicas que surgen del antagonismo entre el gobierno y la masa del pueblo. En los escritores antiguos, que tienen ante sí el sistema esclavista, en la teoría — exactamente igual que como era el caso en la práctica— ambos aspectos del trabajo de supervisión se encuentran tan indisolublemente juntos como en los economistas modernos que consideran el modo de producción capitalista como el modo de producción abso­ luto. Por otra parte, como lo demostraré a continuación mediante un ejemplo, los apologistas del sistema esclavista moderno utilizan la labor de supervisión como argumento justificativo de la esclavitud exactamente igual que como lo hacen los otros economistas cuando aducen que se trata de un fundamento del sistema del trabajo asalariado. El villicus en tiempos de Catón: “Al frente de los esclavos rústicosb (famiiia rústica) se hallaba el adminis­ trador ( villicus, de villa [finca rural]), quien cobraba y 74 “Si la n a tu ra le z a del tra b a jo exige que los trab a ja d o re s” (se refiere a los esclavos) "están dispersos en una vasta superficie, el n ú m e ro de supervisores y, por consiguiente, los costos del trab a jo que requiere esta supervisión se verán prop o rcio n alm en te incre­ m en ta d o s.” (C airnes, loe. cit., p. 44.) " E n la 1? edición, “supervisión de los tra b a ja d o re s” en vez de “ tra b a jo de supervisión"; m od ificad o según el m an u scrito de M arx. ” En la prim era edición y en el m an u scrito de M arx: “econom ía de Jos esclavos rú stico s”. C o rreg id o según el origina) de M om m sen. 491 pagaba, compraba y vendía, recibía las instrucciones del señor, y en ausencia de éste disponía y castigaba . . . El administrador era, naturalmente, más libre que los restantes esclavos; los Libros de M agón 11081 aconsejan permitirle que se case, que engendre hijos y posea su propio peculio, y Catón recomienda casarlo con la administradora [de las esclavas]; también habría sido el único con perspectivas de obtener de su amo la libertad, en caso de buen compor­ tamiento. Por lo demás, todos constituían una comunidad d om éstica. . . Todos los esclavos, inclusive el propio admi­ nistrador, obtenían la satisfacción de sus necesidades por cuenta del amo, en plazos determinados y de acuerdo con normas fijas, con lo cual debían componérselas . . . La can­ tidad dependía del trabajo, por lo cual el administrador, por ejemplo, cuyo trabajo era más liviano que el de los siervos, recibía una ración menor que éstos ”.11091 (Mommsen, Römische Geschichte, segunda edición, 1856, I, pp. 809, 810.) Aristóteles: “ O yúp b&owótqg ot>x ¿v tw xT“ fWal T0^S SoúXov?, áXk Év Tw xpíjoraí SoúXoii;” . (Pues el amo — el capitalista — no actúa en cuanto tal en la adquisición de los esclavos — la propiedad del capital, que da el poder de comprar trabajo— , sino en la utilización de los esclavos — el empleo de trabajadores, actualmente trabajadores asalariados, en el proceso de producción— .) “Ecm Savrq f| éjtwTrfipri ov&Év peya éxovoa ov6e oepvúv (Pero esta ciencia no tiene nada de grande ni de sublime;) ä yag tov bovhov EJtíotaTaouai Sei Jtoieív, ÉxeTvov Sei t a i t a Ejtiotaomí ¿jtitáttEiv (pues lo que el esclavo debe saber ejecutar, aquél debe saberlo ordenar). Aio 0005 É^ovoía pq aírrovg Xaxojtave'iv, Ejtítpoitoc; 7apßavei taírcrjv tr)V tipñv, aútoi Se jtoiiteúovtai fj qpiAoooipoüoiv. (Cuando los propios amos no tienen la necesidad de afanarse personalmente con ello, entonces el supervisor asume este honor, mientras que ellos mismos se dedican a asuntos del estado o a filo­ sofar . ) 11101 (Aristóteles, De república, ed. Bekker, lib. 1, 7.) Con escuetas palabras dice Aristóteles que el poder impone a los potentados, tanto en el terreno político como en el económico las funciones del gobierno, es decir, en el terreno económico, el hecho de que deben saber consumir la fuerza de trabajo, y añade que no debe asignarse dema­ siada im portancia a esta tarea de supervisión,, motivo por 492 el cual el amo, apenas es lo suficientemente acaudalado, deja en manos de un supervisor el “honor” de esta molestia. El trabajo de la dirección y supervisión, en la medida en que no es una función especial que surja de la naturaleza de todo trabajo social combinado, sino del antagonismo entre el propietario de los medios de producción y el pro­ pietario de la mera fuerza de trabajo — tanto si esta última se compra con el propio trabajador, como ocurre en el sistema esclavista, o si el propio trabajador vende su fuerza de trabajo y, en consecuencia, el proceso de producción se manifiesta al mismo tiempo como el proceso de consumo de su trabajo por parte del capital— , esta función originada en la servidumbre del productor directo se ha convertido, con suma frecuencia, en argumento justificativo de esta misma situación, y la explotación, la apropiación de trabajo ajeno impago se ha presentado con igual frecuencia como el salario correspondiente al propietario del capital. Pero nadie lo hizo m ejor que un defensor de la esclavitud en los Estados Unidos, el abogado O ’Conor, en un mitin cele­ brado en Nueva York el 19 de diciembre de 1859, bajo el lema de “Justicia para el Sur” . ‘Wow, gentlemen [ahora bien, caballeros], dijo, entre grandes aplausos, “la propia naturaleza ha destinado al negro a esta situación de escla­ vitud [ ...] . El negro es fuerte, y posee el vigor necesario para el trabajo; pero la naturaleza, que le dio esa fuerza, le negó tanto el raciocinio para gobernar como la voluntad para el trabajo.” (Aplausos.) “Ambas cosas le han sido negadas. Y la misma naturaleza que le negó la voluntad para el trabajo, le dio un amo para imponerle esa voluntad, y para convertirlo [ ...] , dentro del clima para el cual ha sido creado, en un servidor útil tanto para sí mismo como para el amo que lo gobierna [. ..] Afirmo que no es una injusticia dejar que el negro permanezca en la situación en la cual lo ha puesto la naturaleza; darle un amo que lo gobierne [ . . . ] ; y no se lo despoja de ninguno de sus derechos cuando se lo obliga a trabajar a cambio de ello y a proveer a su amo de una justa compensación por el trabajo y el talento que emplea para gobernarlo y para tornarlo útil a sí mismo y a la sociedad .” 11111 Pues bien, al igual que el esclavo, también el trabajador asalariado debe tener un amo que lo haga trabajar y que lo gobierne. Y dando por supuesta esta relación de domina­ ción y servidumbre, es normal que se obligue al asalariado 493 a producir su propio salario y por añadidura el salario de supervisión, una compensación por la tarea de dominio y supervisión que se ejerce sobre él, “y a proveer a su amo de una justa compensación por el trabajo y el talento que emplea para gobernarlo y para tornarlo útil a sí mismo y a la sociedad”. El trabajo de supervisión y dirección, en tanto se ori­ gina en el carácter antagónico, en la dominación del capital sobre el trabajo, por lo cual es común a todos los modos de producción que se basan en el antagonismo de clases y al modo capitalista de producción, también se halla amal­ gamado, en el sistema capitalista, directa e indisolublemente a las funciones productivas que todo trabajo social combi­ nado impone a determinados individuos como tarea espe­ cial. El salario del epítropos o del régisseur, como se lo denominaba en la Francia feudal ,11121 diverge por completo de la ganancia y adopta asimismo la form a del salario por trabajo calificado, en la medida en que se maneja la empresa en una escala suficientemente grande como para pagar un director (m anager) de esta índole, pese a que, no obstante eso, nuestros capitalistas industriales aún distan mucho de “dedicarse a asuntos del estado o a filosofar” . Que no son los capitalistas industriales, sino los mana­ gers industriales “el alma de nuestro sistema industrial” , es algo que ya observara el señor U re .75 En lo que atañe a la parte comercial del negocio, ya en la sección precedente se ha dicho lo necesario a ese respecto .8 La propia producción capitalista ha hecho que el tra­ bajo de dirección superior, totalmente separado de la propiedad del capital, ande deambulando por la calle. De ahí que se haya tornado inútil que el propio capitalista desempeñe esta tarea de dirección superior. Un director musical no tiene por qué ser, en absoluto, propietario de los instrumentos de la orquesta, ni pertenece a sus funciones como director el que tenga algo que ver con el “salario” de los músicos restantes. Las fábricas cooperativas suminis­ tran la prueba de que el capitalista, en cuanto funcionario de la producción, se ha tornado tan superfluo como él 75 A . U re, Philosophy of Manufactures, traducción francesa, 1836, i, pp. 67, 68, en la cual este P ín d a ro de los fab rican tes testim onia a cerca de ellos, al m ism o tiem po, que en su m ayor p a rte n o tienen ni la m ás re m o ta idea del m ecanism o que em plean. “ V éase, en la presente edición, vol. 6, pp. 371-374. 494 mismo, llegado al cénit de su perfección, considera super­ fluo al gran terrateniente. En la medida en que el trabajo del capitalista no surge del proceso de producción en cuanto meramente capitalista, es decir que [no] cesa de por sí con el capital; en la medida en que no se limita a la función de explotar trabajo ajeno; es decir, en la me­ dida en que surge de la forma del trabajo en cuanto trabajo social, de la combinación y cooperación de muchos para obtener un resultado común, es totalmente independiente del capital al igual que esta misma forma, una vez que ha roto su envoltura capitalista. Decir que este trabajo es necesario en cuanto trabajo capitalista, en cuanto función del capitalista, no significa sino que el vulgo no puede imaginarse las formas desarrolladas en el seno del modo capitalista de producción separadas y liberadas de su carác­ ter capitalista antagónico. Frente al capitalista financiero, el capitalista industrial es un trabajador, pero trabajador como capitalista, es decir como explotador de trabajo ajeno. El salario que reclama y obtiene por ese trabajo es exacta­ mente igual a la cantidad de trabajo ajeno apropiada, y depende directamente — en la medida en que se somete al esfuerzo necesario de la explotación— del grado de explo­ tación de dicho trabajo, pero no del grado del esfuerzo que le cuesta esta explotación, y que puede derivar, a cambio de un módico pago, hacia un director. Después de cada crisis pueden verse en los distritos fabriles ingleses suficiente número de ex fabricantes que supervisan, por un salario económico, sus propias antiguas fábricas, ahora como directores de los nuevos propietarios, que a menudo son sus acreedores .76 El salario administrativo, tanto para el director comer­ cial como para el industrial, aparece totalmente separado de la ganancia empresarial, tanto en las fábricas coopera­ tivas de los obreros como en las empresas capitalistas por acciones. La separación entre el salario administrativo y la ganancia del empresario, que en otros casos se manifiesta en forma fortuita, es aquí una constante. En el caso de la fábrica cooperativa desaparece el carácter antagónico de la labor de supervisión, por el hecho de que son los obreros 78 {F . E . — C o n o zco un caso en el c u al, luego de la crisis de 1868, un fa b ric an te frac a sa d o se co n v irtió en tra b a ja d o r a salariad o d e sus propios ex o b rero s. Pues luego de la b a n c a rro ta , la fáb rica siguió siendo e x p lo ta d a p o r u n a c o o p erativ a o b re ra , la cu al em pleó a su ex p ro p ietario c o m o d ire c to r.) 495 quienes pagan al director, en lugar de que éste represente al capital frente a ellos. Las empresas por acciones, en general — desarrolladas con el sistema crediticio— , tienen la tendencia a separar cada vez más este trabajo adminis­ trativo, en cuanto función, de la posesión del capital, sea propio o prestado; exactamente de la misma manera, que, con el desarrollo de la sociedad burguesa, las funciones judiciales y administrativas se separan de la propiedad de la tierra, de la que constituían atributos en la época feudal. Pero puesto que, por una parte, al mero propietario del capital, al capitalista dinerario, se le opone el capitalista actuante, y con el desarrollo del crédito este propio capital dinerario adopta un carácter social, se concentra en bancos y son éstos los que lo prestan, y no ya sus propietarios \directos; mientras que, por otra parte, el mero director, que posee el capital sin título alguno — ni de préstamo ni ningún otro— desempeña todas las funciones reales que competen en cuanto tal al capitalista actuante, sólo perm a­ nece el funcionario y desaparece el capitalista, en cuanto persona superflua, del proceso de producción. Las rendiciones públicas de cuentas 77 de las fábricas cooperativas inglesas nos permiten ver que — una vez dedu­ cido el salario del director, que constituye una parte del capital variable desembolsado, exactamente al igual que el salario de los restantes obreros— la ganancia era mayor que la ganancia media, pese a que, por momentos, pagaban un iñterés mucho más elevado que los fabricantes privados. En todos estos casos, la causa de la ganancia más elevada era una mayor economía en el empleo del capital constante. Pero lo que nos interesa de todo ello es que, en este caso, la ganancia media ( = interés + ganancia em presarial) se presenta, de hecho y palpablemente, como una magnitud total y absolutamente independiente del salario adminis­ trativo. Puesto que en este caso la ganancia es mayor que la ganancia media, también la ganancia empresarial es mayor que de costumbre. El mismo hecho se revela en algunas empresas capita­ listas por acciones, por ejemplo en bancos por acciones (joint-stock banks). El Banco de Londres y Westminster pagó en 1863 el 30 % de dividendos anuales, mientras 77 {F . E. — L as rendiciones de cu en tas que se h a n to m a d o en c o n sid eració n a q u í llegan a lo sum o h asta 1864, ya que lo a n te rio r fue e scrito en 1865.) 496 que el Union Bank de Londres y otros pagaron el 1 5 % . De la ganancia bruta se deduce aquí, además del salario de los directores, el interés que se paga por los depósitos. La elevada ganancia se explica aquí a partir de la reducida proporción entre el capital desembolsado y los depósitos. P or ejemplo, en el London and Westminster Bank, en 1863: capital desembolsado, £. 1.000.000; depósitos, £ 14.540.275. En el Union Bank de Londres, en 1863: ca­ pital desembolsado, £, 600.000; depósitos, £. 12.384.173. La confusión entre la ganancia del empresario y el salario de supervisión o administración se originó primiti­ vamente en la forma antagónica que asume el excedente de la ganancia por encima del interés, por oposición al interés. Esa confusión se desarrolló con la intención apolo­ gética de presentar a la ganancia no como plusvalor, es decir como trabajo impago, sino como salario del propio capitalista por el trabajo realizado. Entonces los socialistas le opusieron la reivindicación de reducir efectivamente la ganancia a lo que pretendía ser teóricamente, es decir, a mero salario de supervisión. Y esta reivindicación enfrentó al encubrimiento teórico tanto más desagradable­ mente cuanto más hallaba ese salario de supervisión, por una parte, su nivel y su precio de mercado determinados, como cualquier otro salario, con la formación de una numerosa clase de dirigentes industriales y comerciales ;78 y cuanto más descendía ese salario, por otra parte — como cualquier salario por un trabajo calificado— , con el desa­ rrollo general, que hace disminuir los costos de producción de la fuerza de trabajo con instrucción específica .79 Con el desarrollo de la cooperación por parte de los obreros, de las 78 “ L os p a tro n e s son trab a ja d o re s lo m ism o que sus jornaleros. E n tal c a rá c te r, su interés es p recisam ente el m ism o q u e el d e sus hom bres. P e ro tam b ién son a la vez capitalistas o agentes de c ap ita ­ listas, y en ese aspecto su interés es decid id am en te opuesto al interés d e los o b re ro s” (p. 27). “ L a am plia difusión de la instrucción e n tre los m ecánicos jo rn alero s de este país reduce d ia ria m e n te el v a lo r del tra b a jo y d e la d estreza de casi todos los p a tro n e s y em ­ p resario s al a cre ce n tar el n ú m ero d e perso n as q u e posee sus c o n o ­ cim ientos p e cu liares” (p. 30, H odgskin, Labour Defended Against the C laim s of Capital etc., L ondres, 1825.) 79 “ El re lajam ien to general de las b a rre ra s convencionales, las m ay o res facilidades d e la e ducación, tienden a re d u cir los salarios del trab a jo c alific ad o e n lugar de elevar los del tra b a jo no califi­ c a d o .” (John S tu a rt M ili, Principies of Political Economy, 2? ed., L ondres, 1849, I, p. 479.) 497 sociedades anónimas por parte de la burguesía, se le quitó base de sustentación inclusive al último pretexto para confundir la ganancia empresarial con el salario adminis­ trativo, con lo cual la ganancia también apareció en la práctica como lo que era, innegablemente, en la teoría: como mero plusvalor, valor por el cual no se ha pagado equivalente alguno, trabajo realizado impago; de modo que el capitalista actuante explota realmente el trabajo, y el fruto de su explotación, si trabaja con capital prestado, se divide en interés y en ganancia empresarial, en exce­ dente de la ganancia por encima del interés. Sobre la base de la producción capitalista se desarrolla en las empresas por acciones una nueva estafa con el salario administrativo, al aparecer, junto al verdadero director a y por encima de él, una serie de consejeros de administra­ ción y supervisión para quienes, en realidad, la adminis­ tración y la supervisión son un mero pretexto para esquil­ m ar a los accionistas y para autoenriquecerse. A este respecto se encuentran detalles muy bonitos en The City or the Physiology oj London Business; with Sketches on Change, and the Coffee Houses, Londres, 1845. “Lo que ganan banqueros y comerciantes por el hecho de participar en la dirección de ocho o nueve compañías diferentes puede verse en el siguiente ejemplo: el balance privado del señor Timothy Abraham Curtís, presentado al tribunal de bancarrotas con motivo de su quiebra, exhibía [. . .] un ingreso anual de £. 800 - 900 bajo el rubro de directorías. Puesto que el señor Curtis había sido director del Banco de Inglaterra y de la Compañía de Indias Orientales, cual­ quier compañía por acciones se consideraba dichosa de poder obtener su concurso como director” (pp. 81, 82). La remuneración de los directores de esta clase de socie­ dades por cada sesión semanal es, por lo menos, de una guinea (21 m arcos). Las actuaciones ante el tribunal de bancarrotas demuestran que, por regla general, ese salario de supervisión es inversamente proporcional a la supervisión realmente ejercida por estos directores nominales. CAPÍTULO XXIV ENAJENACIÓN DE LA RELACIÓN DE CAPITAL BAJO LA FORM A DEL C A PITA L QUE DEVENGA INTERÉS a En el capital que devenga interés, la relación de capital alcanza su forma más enajenada y fetichista. Tenemos aquí D - D ', dinero que genera más dinero, valor que se valoriza a sí mismo, sin el proceso que media ambos extremos. En el capital comercial. D - M - D', por lo menos existe la forma general del movimiento capitalista, a pesar de mante­ nerse solamente en la esfera de circulación, por lo cual la ganancia se manifiesta como mera ganancia sobre la enaje­ nación; pero de cualquier manera se manifiesta como el producto de una relación social, no como el producto de una mera cosa. La forma del capital comercial sigue cons­ tituyendo un proceso, la unidad de fases opuestas, un movimiento que se divide en dos procesos opuestos: la compra y la venta de mercancías. Esto se ha borrado en D - D', en la form a del capital que devenga interés. Por ejemplo, si el capitalista presta £, 1.000 , y el tipo de interés es del 5 % , el valor de £. 1.000 en cuanto capital por año es = C + Ci', siendo C el capital e i' el tipo de interés, es decir, en este caso 5 % = — — = — , 100 1 .0 0 0 + 1.000 X — = 20 £■ 1 050. El valor de £ 1.000 20 “ E ngels em plea a q u í el térm in o “ D irigent” ; en el m an u scrito de M arx figura la pa la b ra inglesa “m an a g er”. (V éase R 1150/1.) “ E n el m an u scrito (I, p. 313): “5. E najenación del plusvalor y de la relación de cap ital en general bajo la form a del capital que devenga interés." (C fr. R 1150/1.) 499 como capital es = £ 1.050, es decir que el capital no es una magnitud simple. Es una relación de magnitudes, una relación como suma principal, como valor dado, una rela­ ción consigo mismo como valor que se valoriza, como suma principal que ha producido un plusvalor. Y tal como hemos visto, el capital se presenta en cuanto tal, como este valor que se valoriza directamente, para todos los capitalistas activos, sin que tenga importancia si actúan con capital propio o prestado. D - D ': aquí tenemos el punto de partida originario del capital, el dinero en la fórmula D - M - D ' reducido a sus dos extremos D - D', siendo D ' = D + AD, dinero que crea más dinero. Es la forma originaria y general del capital, reducida a un compendio carente de sentido. Es el capital ya acabado, unidad de los procesos de producción y circula­ ción, y que por ello arroja un plusvalor determinado en un lapso determinado. En la forma del capital que devenga interés, esto se manifiesta en form a directa, sin la mediación de los procesos de producción y de circu­ lación. El capital aparece como la fuente misteriosa y autogeneradora del interés, de su propia multiplicación. La cosa (dinero, mercancía, valor) ya es capital como mera cosa; y el capital se manifiesta como mera cosa; el resul­ tado del proceso total de reproducción aparece como un atributo que recae de por sí en una cosa; depende del pose­ edor del dinero, es decir de la mercancía en su forma siempre intercambiable, el que quiera gastarlo como dinero o alquilarlo como capital. En el capital que devenga inte­ rés, por consiguiente, este fetiche automático — el valor que se valoriza a sí mismo, el dinero que incuba dinero— se halla cristalizado en forma pura, en una forma en la que ya no presenta los estigmas de su origen. L a relación social se halla consumada como relación de una cosa, del dinero, consigo misma. En lugar de la transformación real de dinero en capital, sólo se presenta aquí su forma carente de contenido. Al igual que en el caso de la fuerza de trabajo, en este caso el valor de uso del dinero se con­ vierte aquí en el de crear valor, un valor a mayor que el que se halla contenido en sí mismo. El dinero en cuanto • E n el m an u scrito , “T au sch w e rt” (“ v alor de c am b io ”) en vez de “W ert” (“ v a lo r”). 500 tal ya es, potencialmente, valor que se valoriza, y se lo presta en cuanto tal, lo cual constituye la forma de la venta de esta mercancía peculiar. De esta manera se con­ vierte por completo en atributo del dinero el de crear valor, de arrojar interés, tal como el atributo de un peral es el de producir peras. Y el prestamista de dinero vende su dinero en su carácter de semejante cosa que devenga interés. Pero ello no es suficiente. Como ya hemos visto, el capital realmente actuante se presenta a sí mismo de tal manera que arroja el interés no como capital operante, sino como capital en sí, como capital dinerario. También esto se distorsiona: mientras que el interés es sólo una parte de la ganancia, es decir del plusvalor que le exprime el capitalista actuante al obrero, ahora, a la inversa, el interés aparece como el verdadero fruto del capital, como lo originario, y la ganancia, trasm utada ahora en la forma de la ganancia empresarial, como mero accesorio y aditivo que se agrega en el proceso de repro­ ducción. Aquí queda consumada la figura fetichista del capital y la idea del fetiche capitalista. E n D - D ' tenemos la forma no conceptual del capital, la inversión y cosificación de las relaciones de producción en la potencia suprema: la figura que devenga interés, la figura simple del capital, en la cual el capital está presupuesto a su propio proceso de reproducción; capacidad del dinero, o en su caso de la mercancía, de valorizar su propio valor, inde­ pendientemente de la reproducción; la mistificación del capital en su forma más estridente. Para la economía vulgar, que pretende presentar al capital como fuente autónoma del valor, de la creación de valor, esta forma le viene a pedir de boca: una forma en la cual la fuente de la ganancia ya no resulta recono­ cible, y en la cual el resultado del proceso capitalista de producción — separado del propio proceso— adquiere una existencia autónoma. Sólo en el capital dinerario se ha convertido el capital en mercancía, cuya cualidad autovalorizadora tiene un precio fijo, que se cotiza en el tipo de interés establecido en cada caso. Como capital que devenga interés, más exactamente en su forma directa como capital dinerario que devenga interés (las restantes formas del capital que devenga interés, que no nos incumben aquí, son derivadas a su vez de esta 501 forma y la presuponen), el capital adquiere su forma feti­ chista pura, D - D ', como sujeto, como cosa vendible. Primero, en virtud de su continua existencia como dinero, una forma en la cual se hallan extinguidas todas sus determinaciones, y en la cual resultan invisibles sus ele­ mentos reales. Pues el dinero es precisamente la forma en la cual está extinguida la diferencia de las mercancías en cuanto valores de uso, y por ende también la diferencia de los capitales industriales consistentes en estas mercancías y en sus condiciones de producción; trátase de una forma en la cual el valor — y en este caso, el capital— existe como valor de cambio autónomo. En el proceso de repro­ ducción del capital, la forma dineraria es evanescente, no es más que una fase de transición. En cambio, en el mer­ cado dinerario el capital siempre existe en esta forma. Segundo, el plusvalor que genera, que aquí vuelve a apare­ cer en la forma de dinero, se le presenta como si le corres­ pondiera en cuanto tal. Así como el crecimiento de los árboles parece algo propio de éstos, así el generar dinero (tóxo ; ) [U31 parece propio del capital en esta forma de capital dinerario. En el capital que devenga interés, el movimiento del capital se ha compendiado; se ha omitido el proceso me­ diador, y de esta manera un capital = 1.000 ha sido fijado como una cosa que, en sí, es = 1.000 ,a y que en cierto lapso se transforma en 1. 100 , del mismo modo que el vino que se halla en la bodega también mejora, después de cierto tiempo, su valor de uso. El capital es ahora una cosa, pero en cuanto cosa es capital. El dinero tiene ahora dentro del cuerpo el am or .1" 41 En cuanto se lo presta o incluso se lo invierte en el proceso de reproducción (en la medida en que arroja un interés, separado de la ganancia empresarial, para el capitalista actuante, en su condición de propietario de ese capital), sus intereses se acrecientan en él, hállese dormido o despierto, en su casa o de viaje, día y noche. De este modo, en el capital dinerario que devenga interés (y todo capital es, de acuerdo con su expresión de valor, capital dinerario, o se lo considera ahora como la expresión del capital dinerario) se han realizado los más caros anhe­ los del atesorador. " E n la Ia 'e d i c i ó n , “ 1.1 0 0 ” . 502 Esta increcencia del interés en el capital dinerario como dentro de una cosa (tal como se manifiesta aquí la pro­ ducción del plusvalor por parte del capital) es lo que tanto trabajo le da a Lutero en su ingenuo alboroto en contra de la usura. Luego de haber explicado que puede recla­ marse un interés si a raíz del reintegro no operado en el plazo estipulado se generan gastos para el prestamista — quien a su vez debe pagar— o si por esa causa éste perdiera una ganancia que hubiese podido obtener me­ diante una compra, por ejemplo de un huerto, prosigue: “Ahora que te los he prestado (a los 100 gúldenes), de este señor don Seguro me haces un gemelo ,1" 51 que aquí no puedo pagar y allá no puedo comprar, por lo cual debo sufrir daño por ambas partes, lo que se denomina dúplex interesse, damni emergentis et lucri cessantis [interés doble, daño emergente y lucro cesante] .. . Cuando oyeron que, a causa de los cien gúldenes prestados, Hans sufrió un daño y reclamaba la justa indemnización de su daño, prosiguieron torpemente adicionando a todo préstamo de cien gúldenes ese mismo doble don Seguro; a saber, el gasto pagado y la compra omitida del huerto, como si a los cien gúldenes les correspondiese en forma natural e innata esos dos don Seguros, de modo que toda vez que hay cien gúldenes calculan sobre ellos esos dos daños, los cuales sin embargo no sufrieron . . . Por eso eres un usurero, pues te haces indemnizar por tu prójimo, con su dinero, el daño que sin embargo nadie te ha inferido, y que tampoco puedes dem ostrar ni calcular. A semejante daño denominan los juristas non verum sed phantasticum interesse [interés no real, sino fantástico]. Un daño que cada cual se lo sueña de por s í . . . Por lo tanto, no se trata de decir que podrían ocurrir los daños de que yo no hubiese podido pagar o comprar. De lo contrario sería ex contingente necessarium [convertir lo contingente en necesario], convertir lo que no es en lo que tendría que ser, convertir lo incierto en cosa vanamente cierta. Si semejante usura no ha de devorar al mundo en pocos años . . . Es una desgracia casual la que le acontece al prestamista, contra su voluntátk y de la cual habrá de recobrarse, pero en el comercio sucede lo contrario, exactamente al revés, pues allí se busca y logra causarle daño al prójimo necesitado, tratan de alimentarse y enriquecerse con ello, viviendo en el ocio y la holgaza­ nería, del trabajo, los desvelos, peligros y daños sufridos 503 por otra gente; me quedo sentado detrás de mi estufa y dejo que mis cien gúldenes trabajen para mí en el campo, y puesto que es dinero prestado, lo conservo seguro en mi bolsa, sin preocupación ni peligro alguno. ¿Quién no qui­ siera esto, queridos míos?” (M. Luther, A n die Pjarrherrn wider den Wucher zu predigen . . ., Wittenberg, 1540.[103)) La idea del capital en cuanto valor que se reproduce a sí mismo y que se multiplica en la reproducción, en virtud de su atributo innato de valor eternamente vigente y creciente — esto es, en virtud de la cualidad oculta de los escolásticos— , ha llevado a las fabulosas ocurrencias del doctor Price, que dejan muy a la zaga las fantasías de los alquimistas; ocurrencias en las cuales Pitt creía seria­ mente, y a las que convirtió, en sus leyes sobre el sinking fund [fondo de amortización],'116' en pilares de su economía financiera. “Al principio el dinero que devenga interés compuesto aumenta con lentitud; pero dado que la tasa de crecimiento se acelera constantemente, después de algún tiempo se vuelve tan rápida que pone en ridículo todas las facultades de la imaginación. Un penique, colocado a un interés compuesto del 5 % cuando nació nuestro Redentor, ya habría aumentado al presente a una suma mayor que la contenida en 150 millones de Tierras, todas de oro macizo. Pero desembolsado a interés simple, apenas habría alcan­ zado en el mismo lapso a 7 chelines y 4 % peniques. H asta aquí nuestro gobierno ha preferido m ejorar sus finanzas siguiendo el último, en vez del primero de esos caminos ”.80 80 R ichard Price, An Appeal to the Public on the Subject of the National Debt, L ondres, 1772[, p. 19]. P rice hace el siguiente chiste ingenuo: “ H ay q u e to m ar prestad o d in ero a interés sim ple, p a ra m ultip licarlo a interés c om puesto.” (R. H am ilton, An Inquiry into the Rise and Progress of the National Debt of Great Britain, 2? ed., E d im b u rg o , 1814[, p. 133]). Según esto, pedir prestad o sería el m étodo d e en riq u e cim ie n to m ás seguro, incluso p a ra los particulares. P e ro si, por ejem plo, to m o en p ré stam o £ 100 a un interés anual del 5 % , d e b e ré pagar £ 5 a l térm in o d el añ o , y suponiendo que este a d elan to d u re 100 m illones d e años, en el ín terin sólo tendré p a ra p re star £ 100 cad a año, del m ism o m odo q u e cada a ñ o ten d ré q u e p a g a r £ 5. E n virtud d e este proceso jam ás llegaré a p restar £ 105 si to m o prestadas £ 100. ¿Y de d ú b d e he de pag ar e l 5 % ? M ed ian te nuevos em p réstito s o, si soy el estad o , m ed ian te im puestos. P e ro si el c ap italista industrial to m a d in e to e n p réstam o , con una g a n an cia dig am o s q u e del 1 5 % , d e b erá p a g ar 5 % de interés, 5 % p a ra c onsum ir (p o r m ás q u e su a p etito crezca con sus ingresos) y 504 Más alto aun vuela en sus Observations on Reversionary P aym ents. .., Londres, 1772: “Un chelín colocado al 6 % de interés compuesto cuando nació nuestro Reden­ tor” (o sea, seguramente, en el Templo de Jerusalén) “habría [. ..] aumentado hasta convertirse en una suma mayor de lo que todo el sistema solar podría contener si se hubiese transformado en una esfera igual en diámetro al de la órbita de Saturno”. “Por ello, un estado no tiene por qué verse jamás en dificultades, ya que con los ahorros más modestos puede saldar las deudas más abultadas, en tan poco tiempo como su interés lo requiera”, pp. xiii, xiv). ¡Cuán bella introducción teórica a la deuda estatal inglesa! Price simplemente quedó deslumbrado por la mons­ truosidad de los números que resultan de la progresión geométrica. Puesto que consideraba al capital — sin tener en cuenta las condiciones de la reproducción y del tra­ bajo— como un autómata,® como un mero número que se multiplica por sí solo (exactamente de la misma manera que consideraba Malthus a los hombres en su progresión geom étrica),'50' podía imaginar que había hallado la ley de su crecimiento en la fórmula s = c (1 + 0 " siendo s — suma de capital -+- interés compuesto, c = el capital ade­ lantado, i = el tipo de interés (expresado en partes alícuo­ tas de 100 ) y n el núméro de años durante los cuales transcurre el proceso. Pitt se toma completamente en serio la mistificación del doctor Price. E n 1786, la Cámara de los Comunes había decidido recaudar impuestos por un millón de libras ester- 5 % p a ra c apitalizarse. P o r lo tan to , ya se presupone un 15 % de g anancia p a ra pagar c o n stan tem e n te un interés del 5 % . Si e l p ro ­ ceso prosigue, la tasa d e ganancia dism in u irá por los m otivos ya expuestos, digam os que del 1 5 % al 1 0 % . P e ro P rice o lv id a por com pleto que el interés del 5 % p resupone una tasa de ganancia del 1 5 % , y hace persistir a la m ism a con la acu m u lació n del capital. N o tiene p a ra n a d a e n cu en ta el proceso re al de acu m u ­ lación, sino solam ente el p restar d in e ro p a ra q u e reflu y a con intereses com puestos. A él le resu lta totalm ente indiferente cóm o se inicia esto, ya q u e ésa es, ni m ás ni m enos, la cualidad innata^ del capital que devenga interés. " E n el original, p leonàsticam ente, “ selbstätigen A u to m a te n ” , “ a u tó m a ta a u to m á tico ”. 505 linas para obras de utilidad pública. Según Price, en quien creía Pitt, naturalmente no había nada m ejor que gravar al pueblo para “acumular” la suma recaudada de esta suerte, y hacer que desapareciera, así, por arte de magia, la deuda pública mediante el misterio del interés compuesto. A esa resolución de la Cámara de los Comunes le siguió pronto una ley que, a instancias de Pitt, disponía la acumu­ lación de £, 250.000 “hasta que, con las rentas vitalicias vencidas, ese fondo se incrementase a £. 4 .000.000 anua­ les”. (A c t [ley] 26 , Jorge III, cap. 31.1" 71) En su discurso de 1792, en el cual Pitt propuso incre­ mentar la suma consagrada al fondo de amortización, citó entre las causas de la preponderancia comercial de Ingla­ terra las máquinas, el crédito, etc., pero “la acumulación como causa más extendida y duradera. Este principio ya está completamente desarrollado y suficientemente expli­ cado en la obra de Smith, ese genio . . . Esta acumulación de los capitales se produce reservando por lo menos una parte de la ganancia anual para increm entar la suma prin­ cipal, que debe emplearse de la misma m anera al año siguiente, que de este modo da una ganancia continua ”.1" 81 De esta manera, y por mediación del doctor Price, Pitt transforma la teoría de la acumulación de Smith en el enriquecimiento de un pueblo por acumulación de deudas, y arriba a la agradable progresión de los empréstitos hasta el infinito: empréstitos para pagar empréstitos. Ya en Josias Child, el padre del moderno sistema bancario, nos encontramos con que “ £. 100 al 10 % en 70 años, a interés compuesto, producirían £ 102.400” .1111,1 ( Traité sur le com m erce. . . par J. Child, traduit, Amsterdam y Berlín, 1754, p. 115. Escrito en 1669.) En el siguiente pasaje del Economist puede adver­ tirse cómo la concepción del doctor Price se desliza impensadamente dentro de la economía moderna: “El capital con interés compuesto sobre cada porción de capital ahorrado todo lo acapara ([is . . .] all-engrossing), a tal punto que toda la riqueza del mundo, de la cual han derivado los ingresos, se ha convertido, desde mucho tiempo atrás, en interés de ca p ita l.. . T oda renta es actual­ mente el pago de intereses sobre capital anteriormente invertido en la tierra.” (Economist, 19 de julio de 1851.) E n su carácter de capital que devenga interés, le corres­ ponde al capital toda la riqueza que pueda ser absoluta­ 506 mente producida, y todo cuanto ha recibido hasta el pre­ sente es sólo un pago a cuenta de su apetito all-engrossing. Según sus leyes innatas le corresponde todo el plustrabajo que jam ás pueda producir el género humano. Es el M oloc .11201 H e aquí, finalmente, el siguiente galimatías del “rom án­ tico” Müller: “El monstruoso acrecentamiento del interés compuesto del doctor Price, o el de las fuerzas humanas que se aceleran por sí solas, presupone, si es que ha de provocar estos efectos descomunales, la existencia de un orden uniforme, indiviso o sin fisuras durante varios siglos. Una vez que el capital se divide, se lo corta en varios acodos individuales, que siguen creciendo de por sí, todo el proceso de la acumulación de fuerzas recomienza desde un principio. La naturaleza ha distribuido la progre­ sión de la fuerza a través de una órbita de unos 20 a 25 años, que en promedio le corresponden aproximadamente a cada trabajador individual (!). Una vez transcurrido este lapso, el trabajador abandona su órbita y debe transferir a un nuevo trabajador el capital ganado mediante el interés compuesto del trabajo, distribuyéndolo mayormente entre varios trabajadores o hijos. Antes de que estos puedan extraerle el verdadero interés compuesto al capital que les corresponde, deben aprender a vivificarlo y emplearlo. Además, una ingente cantidad del capital que gana la socie­ dad civil, inclusive en las comunidades más dinámicas, debe ser paulatinamente acumulado durante muchos años y no empleado para una ampliación inmediata del trabajo, sino que, antes bien, una vez que se ha reunido una suma de consideración, debe ser transferida a otro individuo, a un trabajador, un banco, o al estado bajo la denominación de empréstito, ocasión en la cual el receptor, al poner realmente en movimiento el capital, extrae del mismo un interés compuesto, pudiendo comprometerse fácilmente a pagarle un interés simple a quien lo aporta. Por último, la ley del consumo, el apetito y el derroche reacciona contra esas progresiones monstruosas en las que podrían incrementarse las fuerzas de los hombres y su producto si solamente rigiese la ley de la producción o del ahorro”. (Adam Müller, loe. cit., ni, pp. 147-149.) |121) Es imposible recopilar mayor número de horripilantes disparates en menor número de líneas. Para no hablar de la cómica confusión entre trabajador y capitalista, valor de 507 la fuerza de trabajo e interés del capital, etc., observemos que pretende explicar la disminución del interés compuesto a partir del hecho de que el capital se “presta”, con lo que luego devenga “interés compuesto”. El procedimiento de nuestro amigo Miiller es característico del romanticismo en todos los terrenos. Su contenido consiste en prejuicios cotidianos, extraídos de la más superficial apariencia de las cosas. Este contenido erróneo y trivial ha de “ele­ varse” y poetizarse luego mediante un m odo de expresión mistificador. El proceso de acumulación del capital puede concebirse como una acumulación de interés compuesto en la medida en que la parte de la ganancia (plusvalor) que se recon­ vierte en capital, es decir que sirve para absorber nuevo plustrabajo, puede denominarse interés. Sin embargo: 1) Haciendo abstracción de todas las interferencias casuales, en el curso del proceso de reproducción se des­ valoriza constantemente una gran parte del capital exis­ tente, en mayor o menor grado, porque el valor de las mercancías está determinado no por el tiempo de trabajo que insume originariamente su producción, sino por el tiempo de trabajo que insume su reproducción, y porque a causa del desarrollo de la fuerza productiva social del trabajo ese último tiempo de trabajo disminuye continua­ mente. Por ello, en un nivel más elevado de desarrollo de la productividad social, todo capital existente, en lugar de aparecer como el resultado de un prolongado proceso de ahorro de capital, se manifiesta como el resultado de un tiempo de reproducción relativamente muy breve .81 2 ) Tal como se ha demostrado en la sección III de este libro, la tasa de ganancia disminuye en form a direc­ tamente proporcional al incremento de la acumulación del capital y de la correspondiente fuerza productiva creciente del trabajo social, la cual se expresa precisamente en la cada vez mayor disminución relativa de la parte variable del capital con respecto a la parte constante del mismo. Para producir la misma tasa de ganancia si el capital constante puesto en movimiento por un obrero se decuplica, tendría que aum entar diez veces el tiempo de plustrabajo, y pronto no bastaría todo el tiempo de trabajo, y ni siquiera las 24 horas del día, inclusive si el capital se las apropiase por completo. Pero la idea de que la tasa de ganancia no se reduce constituye el fundamento de la pro­ gresión de Price, y en general del “capital que todo lo acapara ( all-engrossing) con interés compuesto ”.82 E n virtud de la identidad entre el plusvalor y el plustrabajo queda establecido un límite cualitativo para la acumulación del capital: la ¡ornada global de trabajo, el desarrollo de las fuerzas productivas y de la población existente en cada caso, desarrollo que delimita el número de las jornadas laborales simultáneamente explotables. Si, en cambio, se concibe el plusvalor dentro de la forma no conceptual del interés, el límite es sólo cuantitativo y deja corta toda fantasía. Pero en el capital que devenga interés queda consu­ m ada la idea del fetiche capitalista, la idea que atribuye al producto acumulado del trabajo, y por añadidura fijado como dinero, la fuerza de generar plusvalor en virtud de una cualidad secreta e innata, como un autóm ata puro, en progresión geométrica, de manera que este producto acu­ m ulado del trabajo, como sostiene el Economist, ya ha descontado desde hace muchísimo tiempo toda la riqueza del m undo y a perpetuidad como perteneciéndole y correspondiéndole por derecho. El producto de un trabajo pretérito, el propio trabajo pretérito, se halla preñado aquí, en sí y para sí, con una porción de plustrabajo vivo, presente o futuro. E n cambio sabemos que, de hecho, la conservación — y en tal medida también la reproducción— del valor de los productos del trabajo pretérito son sólo el resultado de su contacto con el trabajo vivo; y en segundo lugar, que el comando de los productos del trabajo pretérito sobre el plustrabajo vivo sólo dura mientras dure la relación de capital, esa relación social determinada en la cual el trabajo pretérito enfrenta, de m anera autónoma y avasallante, al trabajo vivo. 82 “R esulta c la ro que n o h a y trab a jo , fu erza p ro d u c tiv a, ingenio ni a rte que p u e d a re sp o n d er a las av asallad o ras d e m a n d as d el interés com puesto. P ero to d o s los a h o rro s se efectú an a p a rtir del ré d ito del capitalista, d e m o d o que, en re alid a d , estas d e m a n d as se efectúan co n stantem ente, y con la m ism a c o n stan c ia se niega la prod u ctiv id ad del tra b a jo a satisfacerlas. D e ese m o d o se establece c o n stan tem e n te una especie de e q uilibrio.” (Labour Defended Against the C laim s of Capital, p. 23. D e H odgskin.) 81 V éase M ili y C arey, así c o m o el equívoco co m e n tario de R oscher al respecto. I,22l 508 509 CAPÍTULO XXV CRÉD ITO Y C A PITA L F IC T IC IO a El análisis exhaustivo del sistema crediticio y de los instrumentos que éste crea para sí (dinero crediticio, etc.) se halla fuera de nuestro plan. Sólo cabe poner de relieve aquí algunos pocos puntos, necesarios para caracterizar en general el modo capitalista de producción. Al hacerlo sólo debemos ocuparnos de los créditos comercial y bancario. En cambio queda fuera de nuestro enfoque la conexión entre el desarrollo de los mismos y el del crédito público. He expuesto anteriormente (libro i, cap. 111, 3, b ) b cómo se forma, a partir de la circulación mercantil simple, la función del dinero como medio de pago, y con ella una relación de acreedor y deudor entre los productores y comerciantes de mercancías. Con el desarrollo del comercio y del modo capitalista de producción, que sólo produce con miras a la circulación, se amplía, generaliza y perfec­ ciona esta base natural del sistema crediticio. En general, el dinero sólo funciona aquí como medio de pago, es decir que la mercancía se vende no a cambio de dinero, sino de la promesa escrita de pagar en una fecha determi­ nada. Podemos agrupar aquí, en homenaje a la brevedad, todas estas promesas de pago bajo la categoría general “ E n el m an u scrito (i, p. 316), el títu lo d e e sta subdivisión es: “5. C rédito. C a p ita l ficticio” . El “ 5” p a rec ería ser u n lapsus p o r “ 6” . (R. 1157/2.) b E n la presente edición, t. I, vol. 1, p. 164 y ss. L a referen cia del tex to es de E ngels; en el m an u scrito M arx rem ite a Zur Kritik, p. 122. (V éase R 1157/4.) 511 de letras de cambio. A su vez, estas letras circulan como medios de pago hasta sus días de vencimiento y pago, y constituyen el dinero comercial propiamente dicho. En la m edida en que, en última instancia, se anulan por compen­ sación de créditos y deudas, funcionan absolutamente como dinero, por más que luego no se verifique una transform ación definitiva en dinero. Así como estos ade­ lantos recíprocos de productores y comerciantes entre sí constituyen el fundamento real del crédito, así también su instrum ento de circulación, la letra de cambio, constituye la base del dinero crediticio propiamente dicho, de los billetes de banco, etc. Éstos no se basan en la circulación dineraria — trátese de la de dinero metálico o de billetes bancarios del estado— sino en la circulación de las letras de cambio. William Leatham (banquero de Y orkshire), Letters on the Currency, 2? edición, Londres, 1840: “Estim o que el m onto total de las letras de cambio para el año íntegro de 1839 [. ..] fue de £. 528.493.842” (supone que las letras de cambio extranjeras ascienden aproximadamente a V7a del total) “y el monto de las letras que circularon simultá­ neamente durante ese mismo año fue de £. 132.123.460” (pp. 55, 5 6 ). “Las letras de cambio son un componente de la circulación, cuyo monto es mayor que todo lo demás reunido” (pp. 3, 4 ). “Esta enorme superestructura de letras reposa (!) sobre la base constituida por el importe de los billetes de banco y del oro; y si en el curso de los acontecimientos esta base se estrecha demasiado, queda en peligro su solidez e inclusive su existencia” (p. 8 ). “Si se evalúa la circulación total (se refiere a los billetes de banco) “y el im porte de las obligaciones de todos los bancos por las cuales puede exigirse un pago inmediato al contado, obtendremos una suma de 153 millones cuya transform a­ ción en oro puede exigirse según la ley [.. .], y en cambio 14 millones en oro para satisfacer esta exigencia ” 11231 (p. 11). “Las letras de cambio no [ ...] pueden ser puestas bajo control, salvo que se impida la abundancia de dinero o las tasas de interés o descuento bajas que dan origen a una parte de aquéllas y que incentivan esta grande y peli­ grosa expansión. Es imposible decidir cuánto proviene de transacciones reales, por ejemplo de compras y ventas “ En la p rim era edición, “ 1 /5 ” . 512 reales, y qué parte ha sido de creación artificial (fictitious) producida y sólo consiste en letras de colusión ,11241 es decir letras que se extienden como relevo de otra antes de su vencimiento, creando así capital ficticio por fabricación de simples medios de circulación. Sé que en tiempos de dinero abundante y barato, esto ocurre en grado enorme” (pp. 43, 4 4 ). James W hatm an Bosanquet, Metallic, Paper, and Credit Currency,, Londres, 1842: “E l monto medio de los pagos liquidados cada día de actividades comerciales en la Clearing House [Cámara Com pensadora]” (donde los banqueros londinenses intercambian recíprocamente los cheques pagados y letras de cambio vencidas) “ es superior a los 3 millones de libras esterlinas, y las reservas diarias de dinero necesarias a ese fin son de poco más de £ 200.000” (p. 86 ). {F. E. — E n 1889 la rotación global de la Clearing House ascendió a 7 .6 1 8 % millones de libras esterlinas, o sea, considerando alrededor de 300 jornadas de actividad comercial, un prom edio de 25 Vi millones diarios.) “Las letras de cambio son, indiscuti­ blemente, medios de circulación (currency), independiente­ mente del dinero, en tanto transfieren propiedad de mano en mano mediante el endoso” (pp. 92, 9 3 ) .11251 “E n pro­ medio cabe suponer que toda letra de cambio circulante lleva dos endosos, y [. . .] que, por lo tanto y término medio, toda letra liquida dos pagos antes de su venci­ miento. Según esto, parece que sólo por endoso las letras de cambio mediaron una transferencia de propiedad por valor del doble de 528 millones, o sea 1.056 millones de libras esterlinas — más de 3 millones diarios— en el curso de 1839. Por ello cabe la certeza de que en conjunto las letras y los depósitos desempeñan funciones dinerarias, por transferencia de propiedad de mano en mano y sin el concurso del dinero, por un monto diario de por lo menos 18 millones de libras esterlinas” (p. 9 3 ). Tooke dice lo siguiente acerca del crédito en general: “El crédito, en su expresión más simple, es la confianza bien o mal fundada que impulsa a alguien a confiarle a otra persona cierto monto de capital en dinero o en mer­ cancías estimadas en determ inado valor dinerario, importe éste que siempre resulta pagadero luego de la expiración de un plazo determinado. Cuando el capital se presta en dinero, es decir en billetes de banco o en un crédito en metálico o en una libranza sobre un corresponsal, se 513 efectúa un recargo de tanto o tanto por ciento sobre el importe a reintegrar, en concepto de uso del capital. E n el caso de mercancías cuyo valor dinerario ha sido convenido entre las partes intervinientes, y cuya transfe­ rencia constituye una venta, la suma estipulada y que ha de ser abonada incluye una indemnización por el empleo del capital y por el riesgo asumido hasta el momento del venci­ miento. P or esta clase de créditos las más de las veces se otorgan obligaciones de pago por escrito, sobre días de vencimiento determinados. Y estas obligaciones o pagarés transferibles constituyen el medio en virtud del cual los prestamistas, cuando hallan la ocasión para el empleo de su capital — sea en forma de dinero o de mercancías— antes del plazo de expiración de estas letras de cambio, mayor­ mente se encuentran en condiciones de pedir prestado o com prar más barato por el hecho de que su propio crédito resulta reforzado por el del segundo nombre que figura en la letra de cambio” . (Inquiry into the Currency Prin­ cipie, p. 87.) Charles Coquelin, “Du crédit et des banques dans l’industrie”, R evue des deux Mondes, 1842, t. 31 [, p. 797]: “E n todos los países, la mayor parte de las operaciones crediticias se lleva a cabo dentro del círculo de las propias relaciones industriales . . . El productor de la materia prima se la adelanta al fabricante que la elabora, obteniendo de éste una prom esa de pago a plazo fijo. El fabricante, luego de ejecutar su parte del trabajo, le adelanta a su vez su producto, y en condiciones similares, a otro fabricante, quien debe proseguir su elaboración, y de esta m anera el crédito se extiende cada vez más, de uno a otro, hasta llegar al consumidor. El comerciante al por mayor le efectúa adelantos en mercancías al minorista, mientras que él mismo los recibe del fabricante o del comisionista. Cada cual tom a prestado con una mano y presta con la otra, a veces dinero, pero mucho más a menudo productos. Se lleva a cabo así, en las relaciones industriales, un inter­ cambio incesante de adelantos que se combinan y entre­ cruzan en todas direcciones. Precisamente en la multipli­ cación y el crecimiento de estos adelantos recíprocos con­ siste el desarrollo del crédito, y allí es donde se asienta realmente su poderío” . El otro aspecto del sistema crediticio se vincula al desarrollo del comercio dinerario, que en la producción 514 capitalista avanza, naturalmente, al ritmo en que se desa­ rrolla el comercio mercantil. Hemos visto en la sección anterior (capítulo xix) cómo se concentra en manos de los comerciantes dinerarios la custodia de los fondos de reserva de los hombres de negocios, las operaciones técni­ cas del cobro y pago de dinero, de los pagos internacionales, y con ello del comercio en lingotes. Vinculado con este comercio dinerario se desarrolla el otro aspecto del sistema de crédito, la administración del capital que devenga interés o del capital dinerario, en cuanto función particular de los comerciantes en dinero. L a toma y concesión de dinero en préstamo se convierte en su negocio particular. Actúan como intermediarios entre los prestamistas reales y los prestatarios de capital dinerario. En este aspecto, y expre­ sado de una manera general, el negocio de los banqueros consiste en concentrar en sus manos, en grandes cantidades, el capital dinerario prestable, de modo que los banqueros, en cuanto representantes de todos los prestamistas de dinero, enfrentan a los capitalistas industriales y comercia­ les, en lugar de hacerlo el prestamista dinerario individual. Se convierten en los administradores generales del capital dinerario. Por otro lado concentran a los prestatarios frente a todos los prestamistas, ya que prestan para todo el mundo comercial. Un banco representa por un lado la centrali­ zación del capital dinerario, de los prestamistas, y por el otro la centralización de los prestatarios. E n general, su ganancia consiste en que toma prestado a un interés menor al que, a su vez, presta. El capital prestable del cual disponen los bancos afluye a éstos de varias maneras. En primer lugar se concentra en sus manos — puesto que son los cobradores de los capita­ listas industriales— el capital dinerario que todo productor y comerciante mantiene como fondo de reserva, o que afluye a él en concepto de pagos. Estos fondos se trans­ forman así en capital dinerario susceptible de ser prestado. De esta manera, el fondo de reserva del mundo comercial se restringe al mínimo necesario, por estar concentrado como fondo común, y una parte del capital dinerario que de otro modo dorm itaría como fondo de reserva se presta, funciona como capital que devenga interés. E n segundo lugar el capital prestable de los bancos se forma a partir de los depósitos de los capitalistas dinerarios, quienes dejan en manos de aquéllos el préstamo de dichos depósitos. Con el 515 desarrollo del sistema bancario, y en especial por cuanto pagan un interés por los depósitos, se depositan además en ellos todos los ahorros en dinero, así como el dinero momentáneamente desocupado de todas las clases. Peque­ ñas sumas, cada una de las cuales sería incapaz de obrar como capital dinerario por sí sola, se reúnen en grandes masas y forman de este modo una potencia dineraria. Hay que diferenciar esta acumulación de pequeños importes, en cuanto efecto especial del sistema bancario, de su papel interm ediador entre los capitalistas financieros propiamente dichos y los prestatarios. Por último, en los bancos tam ­ bién se depositan los réditos destinados a ser consumidos sólo paulatinamente. El préstamo (nos ocupamos aquí tan sólo del crédito comercial propiamente dicho) ocurre por descuento de las letras de cambio — transformación de las mismas en dinero antes de su vencimiento— y por adelantos en diversas formas: adelantos directos sobre el crédito personal, adelan­ tos pignoraticios sobre papeles que devengan interés, títulos estatales, acciones de toda especie, pero especialmente también adelantos sobre conocimientos de carga, dock warrants [certificados de depósito] y otros títulos de propie­ dad autenticados de mercancías, por giro sobre los depó­ sitos, etc. A hora bien, el crédito otorgado por el banquero puede serlo en diversas formas, por ejemplo en letras de cambio contra otros bancos, cheques sobre los mismos, aperturas de crédito de la misma especie, y por último, en el caso de bancos autorizados a emitir billetes bancarios, en los propios billetes de ese banco. El billete de banco no es otra cosa que una letra de cambio contra el banquero, pagadero en todo momento al portador, y con el que el banquero sustituye las letras de cambio privadas. Esta última forma del crédito le parece especialmente impresionante e impor­ tante al profano, en primer lugar porque este tipo de dinero crediticio surge a partir de la mera circulación comercial e ingresa a la circulación general, en la cual funciona como dinero; asimismo, porque en la mayor parte de los países, los bancos principales que emiten billetes, en su carácter de extraña mezcolanza entre banco nacional y banco privado, tienen, de hecho, el crédito nacional a sus espaldas, siendo sus billetes medios de pago más o menos legales; porque aquí se ve que con lo que comercia 516 el banquero es con el propio crédito, puesto que el billete de banco sólo representa un signo crediticio circulante. Pero el banquero también comercia con el crédito en todas las demás formas, inclusive cuando adelanta en efectivo dinero depositado en sus arcas. De hecho, el billete de banco no constituye otra cosa que la moneda del comercio mayorista, y siempre es el depósito lo que tiene primordial importancia en el caso de los bancos. L a mejor prueba de ello la suministran los bancos escoceses. Para nuestros fines no corresponde examinar más en detalle los institutos especiales de crédito, así como las formas particulares de los propios bancos. “Los banqueros ejercen [ . . . ] una doble actividad. . . 1 ) reunir capital de quienes no tienen una aplicación inmediata para el mismo, y distribuirlo y transferirlo a otros que puedan utilizarlo. [. ..] 2 ) Recibir depósitos de ingresos de sus clientes y pagarles a éstos el importe a medida que lo necesiten para sus gastos de consumo. La primera es circulación de capital, la segunda es circulación de dinero (currency) “Lo primero es concentración del capital por un lado y distribución del mismo por el otro; lo segundo es adminis­ tración de la circulación para los fines locales del distrito.” Tooke, Inquiry into the Currency Principie, pp. 36, 37. En el capítulo xxvm volveremos sobre este pasaje. Reports of Committees, vol. vm , Commercial Distress, vol. ii, parte i, 1847-48, Minutes óf Evidence. (E n lo sucesivo citado como Commercial Distresss, 1847-48.) En el decenio de 1840 en innumerables casos de descuento de letras, en Londres, se aceptaban letras de cambio de un banco al otro, de 21 días de curso, en lugar de los billetes de banco. (Testimonio de Joseph Pease, banquero pro­ vincial, n? 4636 y 4645.) Según el mismo informe, apenas comenzaba a escasear el dinero, los banqueros acostumbra­ ban dar regularmente esta clase de letras de cambio en pago a sus clientes. Si el receptor quería billetes de banco, debía redescontar esas letras de cambio. Para los bancos, esto equivalía al privilegio de emitir dinero. Los señores Jones Loyd and Co. pagaban de esa manera “desde tiem­ pos inmemoriales”, cada vez que escaseaba el dinero y el tipo de interés se hallaba por encima del 5 % . El cliente estaba satisfecho de obtener esta clase de banker’s bilis [letras de cambio bancarias] porque las letras de Jones Loyd and Co. eran más fácilmente descontables que las suyas 517 propias; a menudo pasaban por las manos de 20 a 30 tenedores ( ibíd., n? 901 a 905, 992). Todas estas formas sirven para hacer transferible la exigencia de pago. “No existe prácticamente forma alguna que pueda adoptar el crédito y en la cual no deba desem­ peñar por momentos funciones dinerarias; ya sea esta forma un billete de banco, una letra de cambio o un cheque, el proceso y el resultado son, en esencia, los mismos.” Fullarton, On the Regulation of Currencies, 2$ edición, Londres, 1845, p. 38. “Los billetes de banco son el dinero menudo del crédito” (p. 51). El siguiente pasaje ha sido extraído de James William Gilbart, The History and Principies of Banking, Londres, 1834: “El capital de un banco consta de dos partes: el capital invertido (invested capital) y el capital bancario (banking capital) prestado” (p. 117). “El capital bancario o capital tomado en préstamo se obtiene de tres m ane­ ras: 1 ) por aceptación de depósitos, 2 ) por desembolso de billetes de banco propios, y 3) por libramiento de letras de cambio. Si alguien quiere prestarme gratuitamente £ 100, y yo le presto a otro esas £ .1 0 0 por un interés del 4 % , ganaré £ 4 en el transcurso del año mediante esa operación. De la misma manera, si alguien quiere aceptar mi promesa de pago” ( / promise to pay [prometo pagar = pagaré] es la fórmula habitual de los billetes bancarios ingleses) “y devolvérmela a fin del año, pagándome el 4 % por ella, exactamente como si yo le hubiese prestado las £ 100, gano £ 4 en virtud de esa transacción; y a su vez, si en alguna ciudad de provincias alguien me trae £ 1 0 0 con la condición de que 21 días más tarde debo pagar ese importe a una tercera persona en Londres, cual­ quier interés que yo pueda obtener en el ínterin con ese dinero será mi ganancia. He aquí un resumen objetivo de las operaciones de un banco y de la manera como se crea un capital bancario mediante depósitos, billetes de banco y letras de cambio” (p. 117). “Las ganancias de un ban­ quero son, en general, proporcionales al monto de su capital prestado o capital bancario [. . .] Para establecer la ganancia real de un banco, debe deducirse de la ganancia bruta el interés sobre el capital invertido. La diferencia la constituye la ganancia bancaria” (p. 118). 11Los adelantos de un banquero a sus clientes se efectúan con el dinero de otras personas" (p. 146). “Precisamente los banqueros 518 que no emiten billetes de banco son quienes crean un capital bancario mediante el descuento de letras. Aum entan sus depósitos por medio de sus operaciones de descuento. Los banqueros londinenses sólo descuentan para aquellas casas que tienen abierta una cuenta de depósitos en su institu­ ción” (p. 119). “Una firma que descuenta letras de cambio en su banco.y que ha pagado intereses sobre el importe total de dichas letras de cambio, debe dejar por lo menos una parte de ese importe en manos del banco, sin obtener intereses a cambio de él. De esta manera, el banquero obtiene sobre el dinero adelantado una tasa de interés más elevada que el tipo de interés corriente, creando su capital bancario mediante el saldo que permanece en sus manos” (p. 120). Economización de los fondos de reserva, depósitos, cheques: “Los bancos de depósitos economizan, mediante la transferencia de los saldos, el uso del medio circulante [. . .], y liquidan negocios de elevado monto con una suma reducida de dinero real. El bánquero emplea en adelantos a sus clientes mediante descuentos, etc., el dinero así liberado. Por ello, la transferencia de los saldos eleva la eficiencia del sistema de depósitos [ . . . ] ” (p. 123). “Tanto da que dos clientes que negocian entre sí tengan sus cuentas en el mismo banco o en bancos diferentes. Pues los banqueros intercambian sus cheques entre sí en la clearing house [. ..]. De esta manera, por medio de la transferencia el sistema de depósitos pudo extenderse a tal punto que desplazó por completo el uso del metálico. Si cada cual tuviese una cuenta de depósitos en el banco y efectuase todos sus pagos mediante cheques [. . .], estos cheques se convertirían en el único medio circulante. En tal caso habría que suponer que los banqueros tendrían el dinero en sus manos, pues de otro modo los cheques care­ cerían de valor” (p. 124). La centralización del tráfico local en manos de los bancos se realiza, en primer lugar, a través de sucursales. Los bancos provinciales tienen filiales en las ciudades más pequeñas de su ámbito de influencia; los bancos londinenses los tienen en los diversos barrios de Londres. Y, en segundo lugar, esa centralización se efectúa a través de agencias. “Cada banco provincial tiene un agente en Londres, para abonar allí sus billetes y letras de cambio [. ..] y para percibir dinero abonado por habitantes de Londres por cuenta de personas que residen en la provincia” (p. 127). “Cada banquero acepta 519 los billetes del otro, y no vuelve a desembolsarlos. En todas las ciudades relativamente importantes se reúnen una a dos veces por semana e intercambian sus billetes. El saldo se abona por transferencia sobre Londres” (p. 134). “L a finalidad de la banca es la facilitación de los negocios. Todo cuanto facilite los negocios, facilita asi­ mismo la especulación. En muchos casos, los negocios y la especulación están tan estrechamente ligados, que resulta difícil decir dónde termina el negocio y dónde comienza la especulación. . . En todas partes donde hay bancos, es posible obtener capital más fácilmente y más barato. L a baratura del capital impulsa la especu­ lación, de la misma manera que la baratura de la carne y la cerveza alienta la glotonería y el alcoholismo” (pp. 137, 138). “Puesto que los bancos que emiten sus propios billetes de banco siempre pagan con esos billetes, puede parecer que su negocio de descuentos se efectúa exclusivamente con el capital obtenido de esa manera, pero no es así. Es muy posible que un banquero pague con sus propios billetes todas las letras de cambio que ha descon­ tado, y sin embargo las */10 partes de las letras de cambio que se hallan en su poder pueden representar capital real. Pues a pesar de que él mismo sólo ha dado sus propios billetes de banco a cambio de dichos pagarés, estos billetes no tienen por qué permanecer en circulación hasta tanto expiren las letras. Es posible que éstas deban circular durante tres meses, mientras que los billetes pueden retor­ nar en tres días” (p. 172). “Que los clientes giren en descubierto es una práctica comercial regular. De hecho es la finalidad por la cual se garantiza un crédito en efectivo . . . Los créditos en efectivo se garantizan no sólo mediante la seguridad personal, sino también por depósito de títulos y valores” (pp. 174, 175). “El capital adelantado sobre la fianza de mercancías tiene los mismos efectos que cuando se lo adelanta en el descuento de letras de cambio. Si alguien pide prestadas £ 100 sobre caución de sus mercan­ cías, ello es lo mismo que si las hubiese vendido por una letra de cambio de £ 100 , descontando ésta en el banco. En cambio, el adelanto le permite reservarse sus mercancías hasta que se produzca una mejor situación del mercado, evitando sacrificios que de otro modo hubiese debido efectuar para obtener dinero con fines de urgencia” (pp. 180, 181). 520 The Currency Theory Reviewed etc., pp. 62, 63: “Es indiscutiblemente cierto que las £ 1.000 que deposito hoy en A, mañana volverán a desembolsarse y constituirán un depósito en B. Pasado mañana, nuevamente desembolsadas por B, podrán constituir un depósito en C, y así sucesiva­ mente hasta el infinito. De esta manera, esas £ 1.000 en dinero pueden multiplicarse; mediante una serie de trans­ ferencias, para constituir una suma absolutamente inde­ terminable de depósitos. De ahí que sea posible que las nueve décimas partes de todos los depósitos de Inglaterra no tengan existencia alguna, salvo sus asientos en los libros de los banqueros, cada uno de los cuales responde por su p a rte . . . Así ocurre en Escocia, donde el dinero circulante” (¡que por añadidura es casi exclusivamente dinero de papel!} “jamás ha superado los 3 millones de libras ester­ linas, mientras que los depósitos ascienden a 27 millones [. ..]. Por consiguiente, mientras no se produzca una súbita exigencia general de rembolso de los depósitos (a run on the banks [una corrida bancaria]), las mismas £ 1.000 , viajando en sentido contrario, podrán compensar con la misma facilidad una suma igualmente indeterminable. Pues­ to que las mismas £ 1.000 con las que hoy saldo mi deuda con un comerciante, m añana pueden saldar la deuda de éste con otro comerciante, y pasado mañana la deuda de este último con el banco, y así hasta el infinito; de esta manera, las mismas £ 1.000 pueden ir de mano en mano y de banco en banco, saldando cualquier suma de depósitos imaginable.” {F. E. — Hemos visto que ya en 1834 sabía Gilbart que: “Todo cuanto facilite los negocios, facilita asimismo la especulación. En muchos casos, los unos y la otra están tan estrechamente ligados, que resulta difícil decir dónde termina el negocio y dónde comienza la especulación ”.112®1 Cuanto mayor sea la facilidad con que puedan obtenerse adelantos sobre mercancías no vendidas, tanto mayor núme­ ro de estos adelantos se solicitarán, y tanta* mayor será la tentación de fabricar mercancías o de lanzar mercancías ya fabricadas a mercados distantes, con la única finalidad de obtener de inmedito adelantos de dinero sobre ellas. La historia comercial inglesa del período 1845-1847 nos brinda un ejemplo patente de cómo todo el mundo de los negocios puede ser presa en un país de semejante fiebre especulativa, y cómo termina ese episodio. Aquí vemos qué puede hacer 521 el crédito. Agreguemos sólo algunas breves observaciones preliminares para explicar los ejemplos que siguen. A fines de 1842 comenzó a ceder la presión que había debido soportar la industria inglesa casi ininterrumpida­ mente desde 1837. Durante los dos años siguientes, la demanda de productos industriales ingleses por parte del extranjero aumentó aun más; en 1845-46 se produjo el período de máxima prosperidad. En 1843, la Guerra del O p io '127! había abierto las puertas de China al comercio inglés. Este nuevo mercado ofrecía un nuevo pretexto a la expansión que ya se hallaba en pleno auge, en especial la de la industria algodonera. “¿Cómo podremos nunca producir demasiado? Debemos vestir a 300 millones de personas”, dijo por entonces a quien esto escribe un fabri­ cante de Manchester. Pero todos los edificios fabriles, las máquinas de vapor, hiladoras y telares recién instalados eran insuficientes para absorber el plusvalor que afluía masiva­ mente, a raudales, desde Lancashire. Con la misma pasión con que se acrecentó la producción, se lanzaron a la cons­ trucción de ferrocarriles; sólo aquí se saciaron las ansias especulativas de fabricantes y comerciantes, y ello ya desde el verano de 1844. Se suscribían cuantas acciones se podía, vale decir hasta donde alcanzara el dinero para cubrir los primeros pagos; ¡para el resto ya se encontraría alguna salida! Luego, cuando sonó la hora de los pagos restantes — según el punto 1.059 del Commercial Distress 18481857, el capital invertido en ferrocarriles en 1846-47 ascendió a alrededor de los 75 millones de libras ester­ linas— debió acudirse al crédito, y las más de las veces las actividades específicas de la firma tuvieron que resentirse aun más. Y en la mayoría de los casos, estas actividades específi­ cas ya estaban sobrecargadas de por sí. Las tentadoras ganancias elevadas habían inducido a operaciones muchí­ simo más amplias de lo que justificaban los medios líquidos disponibles. Pero el crédito ya estaba allí, fácilmente obtenible y por añadidura barato. El descuento bancario era bajo: del 1 % - 2 % % en 1844, inferior al 3 % en 1845, y luego en ascenso por breve lapso hasta el 5 % (febrero de 1846), y en descenso nuevamente hasta el 3 Vá % en diciembre de 1846. El banco tenía en sus sótanos reservas de oro de un monto inaudito. Todos los valores bursátiles nacionales alcanzaron un nivel sin pre­ 522 cedentes. ¿Por qué dejar pasar esa hermosa oportunidad, por qué no empeñarse animosamente y a fondo? ¿Por qué no enviar a los mercados extranjeros, que languidecían de anhelo por los productos fabriles ingleses, cuanta mercan­ cía pudiese fabricarse? ¿Y por qué no habría de embolsar el propio fabricante la doble ganancia derivada de la venta del hilado y el tejido en el Lejano Oriente y de la venta en Inglaterra de la carga que a cambio volvía en los barcos? Surgió así el sistema de las consignaciones masivas, contra adelantos, hacia la India y China, que muy pronto se desarrolló para convertirse en un sistema de consigna­ ciones sólo para obtener los adelantos, un sistema que se describe en detalle en las notas sucesivas y que debía concluir necesariamente en la saturación de los mercados y en una crisis catastrófica [Krach]. Ese colapso se produjo como consecuencia de la mala cosecha de 1846. Inglaterra, y especialmente Irlanda, nece­ sitaron enormes importaciones de medios de subsistencia, en especial de granos y papas. Pero los países que los proveían sólo pudieron ser pagados en una ínfima parte con productos industriales ingleses; hubo que dar metales preciosos en pago: por lo menos salió al extranjero oro por valor de 9 millones. De ese oro, 7 Vi millones cabales egresaron de las reservas metálicas del Banco de Inglaterra, con lo cual se paralizó sensiblemente la libertad de movi­ mientos de éste en el mercado dinerario; los bancos restan­ tes, cuyas reservas se hallan depositadas en el Banco de Inglaterra, y que de hecho son idénticas a las reservas de este banco, también debieron restringir su respaldo de dinero; la corriente de los pagos, que fluía rápida y fácil­ mente, comenzó a estancarse, primero en casos aislados, y luego en forma generalizada. El descuento bancario, que en enero de 1847 aún era del 3 - 3 1 / 2 % , ascendió al 7 % en abril, cuando se desencadenó el primer pánico; luego, durante el verano, se produjo aún un pequeño alivio tran­ sitorio (6,5, 6 % ) , pero al fracasar también la nueva cosecha el pánico volvió a estallar, esta vez con mayor violencia aun. El descuento oficial mínimo del banco ascendió en octubre al 7 % , en noviembre al 1 0 % , vale decir que la parte inmensamente mayor de las letras de cambio sólo podía descontarse a cambio de colosales intereses usurarios, o bien no se la podía descontar en abso­ luto; la paralización general de pagos llevó a la bancarrota 523 a una serie de las casas de primera magnitud, así como a muchas medianas y pequeñas; el propio banco se halló en peligro de tener que declararse en quiebra como conse­ cuencia de las restricciones que le imponía la astuta ley bancaria de 1844; entonces, ante la insistencia general, el gobierno suspendió la ley bancaria el 25 de octubre, elimi­ nando con ello las absurdas ataduras legales impuestas al banco. A hora éste podía poner en circulación, sin ser obstaculizado, su tesoro en billetes; puesto que el crédito de estos billetes bancarios se hallaba efectivamente garan­ tizado por el crédito de la nación, es decir que estaba incólume, se produjo con ello de inmediato el alivio deci­ sivo de la estrechez de dinero; naturalmente que aún quebraron una cantidad de firmas grandes y pequeñas, atascadas en un callejón sin salida, pero la culminación de la crisis se había superado, el descuento bancario volvió a descender al 5 % en diciembre ,3 y ya en el transcurso de 1848 volvía a prepararse esa renovada actividad comer­ cial que melló los movimientos revolucionarios del conti­ nente en 1849, y que en la década de 1850 produjo, primeramente, una prosperidad industrial inaudita hasta entonces, aunque luego provocara asimismo la catástrofe [Krach] de 1857.) I) Acerca de la colosal desvalorización de los títulos estatales y acciones durante la crisis de 1847 nos ilustra un acta publicada por la House of Lords en 1848. Según este documento, la baja de valor ascendía el 23 de octubre de 1847, en comparación con los niveles del mes de febrero del mismo año: por títulos estatales ingleses ................. £ 93.824.217 por acciones de docks [muelles] 1.358.288 y canales ................................................. £ por acciones fe rro v ia ria s....................... £ 19.579.820 T otal: £ 114.762.325 II) Acerca de la estafa en el negocio de las Indias Orientales, en el cual ya no se giraban letras de cambio porque se había comprado mercancía, sino que se compraba mercancía para poder librar letras de cambio descontables, transformables en dinero, dice el Manchester Guardian del 24 de noviembre de 1847: “ E n la p rim e ra edición, “setiem b re” . 524 E n Londres, A hace que B le compre al fabricante C en Manchester mercancías para embarcarlas a D en las Indias Orientales. B le paga a C con letras de cambio a seis meses, libradas por C contra B. A su vez, se cubre asimismo mediante letras de cambio a seis meses contra A. U na vez embarcada la mercancía, A libra también letras a seis meses contra D sobre el conocimiento de carga despachado. “Por consiguiente, tanto el com prador como el remitente se hallan en posesión de fondos muchos meses antes de pagar realmente las mercancías; y era muy habitual que estas letras de cambio se renovasen, a su vencimiento, con el pretexto de dar tiempo para el retorno en un negocio a tan largo plazo. Sin embargo, por desgracia las pérdidas en un negocio de esta índole no llevaron a su limitación, sino justamente a su extensión. Cuanto más se empobrecían los participantes, tanta mayor era su nece­ sidad de comprar, para de ese modo hallar, en nuevos adelantos, un sustituto para el capital perdido en las espe­ culaciones anteriores. Las compras ya no se regulaban según la oferta y la demanda, sino que se convertían en la parte más im portante de las operaciones financieras de una firma que se veía en aprietos. Pero éste es sólo un aspecto. Lo mismo que ocurría de este lado con la exportación de las mercancías manufacturadas, ocurría del otro lado con la compra y embarque de productos. Casas de la India que tenían crédito suficiente como para obtener el descuento de sus letras de cambio, compraban azúcar, índigo, seda o algodón, no porque los precios de com pra [ . .. ] prometiesen una ganancia, en comparación con los últimos precios londinenses, sino porque pronto vencían libranzas anteriores sobre la casa de Londres, y había que cubrirlas. ¿Qué podía ser más sencillo que comprar un cargamento de azú­ car, pagarlo en letras a diez meses contra la casa londi­ nense, y enviar a Londres los certificados de embarque por correo internacional? Menos de dos meses más tarde, los certificados de embarque de estas mercancías apenas embarcadas [. . .] — y con ello las propias mercancías— habían sido prendadas en Lom bard Street ,!1“ 1 y la casa londinense obtenía dinero ocho meses antes del venci­ miento de las letras de cambio libradas sobre ella. Y toda esta operación iba viento en popa, sin interrupciones ni contratiempos, mientras las casas de descuentos, hallasen dinero en exceso para adelantarlo sobre los certificados de 525 embarque y dock warrants, y para descontar, hasta importes ilimitados, las letras de cambio de las casas de la India sobre «distinguidas» firmas de Mincing L añe11291.” {F. E. — Este procedimiento fraudulento siguió en auge mientras las mercancías con destino a la India y proce­ dentes de ella debían doblar el Cabo de Buena Esperanza. Desde que las mismas atraviesan el Canal de Suez, y además en barcos de vapor, dicho método para fabricar capital ficticio ha perdido su base de sustentación: la prolongada travesía de las mercancías. Y desde que el telé­ grafo hizo conocer al comerciante inglés el estado del mercado indio, y al comerciante indio el estado del mercado inglés en el mismo día, el procedimiento se tornó definiti­ vamente imposible.} III) Lo que sigue ha sido extraído del informe ya citado, Commercial Distress, 1847-1848: “En la última semana de abril de 1847, el Banco de Inglaterra anunció al Royal Bank de Liverpool que, a partir de la fecha, disminuiría a la m itad sus operaciones de descuento con este último. Esta comunicación tuvo efectos terribles, porque en los últimos tiempos los pagos en Liverpool se efectuaban en letras de cambio en proporción muchísimo mayor que en efectivo, y porque los comerciantes que habitualmente llevaban mucho dinero en efectivo al banco para con él pagar sus aceptaciones, últimamente sólo podían traer letras, que habían recibido ellos mismos a cambio de su algodón y de otros productos. Este procedimiento se había generalizado en sumo grado, y con ello la dificultad en los negocios [. . .]. Las aceptaciones [.. .] que debía pagar el banco por los comerciantes habían sido libradas en su mayor parte sobre el exterior, compensándose en su mayoría con los pagos obtenidos por los productos [ ...] . Las letras que traían ahora los comerciantes [. ..] en lugar del dinero en efectivo de antes [.. .], eran documentos de diverso plazo de vencimiento y variada índole, un consi­ derable número de letras bancarias a tres meses fecha, que en su parte inmensamente mayor eran letras de cambio contra algodón. Las letras eran aceptadas, cuando eran letras bancarias, por banqueros londinenses, pero además por comerciantes de toda índole, que operaban con Brasil, Norteamérica, Canadá, las Indias Occidentales, etc. .. Los comerciantes no giraban unos sobre otros, sino que los clientes internos que habían comprado productos en Liver­ 526 pool los cubrían con letras de cambio contra bancos londi­ nenses o con letras sobre otras casas de Londres, o bien con letras contra algún otro cualquiera. La comunicación del Banco de Inglaterra hizo que se abreviara el plazo de vencimiento de las letras de cambio libradas contra pro­ ductos extranjeros vendidos, que habitualmente era supe­ rior, con frecuencia, a los tres meses” (pp. 26, 2 7 ). Como hemos explicado anteriormente, el período de prosperidad de 1844-1847 en Inglaterra estuvo vinculado a la primera gran estafa ferroviaria. El informe citado dice lo siguiente acerca de los efectos que produjo dicha estafa sobre los negocios en general: “En abril de 1847, casi todas las casas comerciales habían comenzado a ham­ brear su negocio (to starve their business) en mayor o menor medida [.. .] por inversión de una parte de su capital comercial en ferrocarriles” (pp. 41, 4 2 ). “También se tomaban préstamos a una elevada tasa de interés, por ejemplo del 8 % , sobre acciones ferroviarias, de particu­ lares, banqueros y compañías aseguradoras” (pp. 66, 6 7 ). “Estos adelantos tan grandes de estas casas comerciales a los ferrocarriles las indujeron, a su vez, a tomar demasiado capital prestado en los bancos por medio de descuentos de letras, para de esa m anera proseguir su propio negocio” (p. 6 7 ). (P regunta:) “¿Diría usted que los pagos por acciones ferroviarias contribuyeron mucho a la presión que im peraba” {sobre el mercado dinerario} “en abril y octu­ bre” {de 1847?} (R espuesta:) “Creo que prácticamente no contribuyeron a la presión de abril. E n mi opinión, hasta abril, y tal vez hasta entrado el verano, más bien fortalecieron que debilitaron a los banqueros. Pues el empleo real del dinero no se produjo en m odo alguno con la misma celeridad que los pagos; a consecuencia de ello, a principios del año, la mayor parte de los bancos tenían en sus manos un monto bastante grande de fondos ferro­ viarios” . {Esto resulta confirmado por numerosos testi­ monios de banqueros en el C. D. 1848-1857.} “Ese monto se fue reduciendo de m anera paulatina en el verano, y el 31 de diciembre era notoriamente menor. Una causa [ . . . ] de la presión en octubre la constituyó la paulatina disminu­ ción de los fondos ferroviarios en manos de los bancos; entre el 22 de abril y el 31 de diciembre los saldos ferro­ viarios que se hallaban en nuestras manos disminuyeron en un tercio. Tales fueron los efectos de los pagos ferro­ 527 viarios [.. .] en toda Gran Bretaña; poco a poco fueron reduciendo los depósitos de los bancos” (pp. 43, 4 4 ). Así también dice Samuel Gurney (jefe de la tristemente célebre firma Overend, Gurney & Co . ) : [1301 “En 1846 [.. .] hubo una demanda considerablemente mayor de capital para ferrocarriles [ ...] , pero no se elevó la tasa del interés [: . .]. Tuvo lugar una condensación de sumas pequeñas para for­ mar grandes masas, las cuales fueron consumidas en nuestro mercado; de modo que, en resumen, el efecto fue el de lanzar mayor cantidad de dinero al mercado dinerario de la City, y no tanto el de extraerlo” [p. 159]. Adam Hodgson, director de Liverpool Joint Stock Bank, expone hasta qué punto las letras de cambio pueden constituir una reserva para los banqueros: “Solíamos man­ tener en cartera por lo menos las B/ 10 partes de todos nues­ tros depósitos y todo el dinero que recibíamos de otras personas, en letras de cambio que vencen día tras d í a . . . a tal punto, que durante la época de la crisis el importe de las letras de cambio que vencían a diario equivalía casi al monto de las exigencias de pago que se nos formulaban diariamente” (p. 53). Letras de cambio especulativas. N9 5.092: “¿Quiénes aceptaban principalmente las letras de cambio” (por la venta de algodón)? {Robert Gardner, fabricante de algodón muchas veces citado en esta obra:} “Los corredores de mercancías; un comerciante compra algodón, se lo entrega a un intermediario, libra letras sobre él, y las hace descon­ tar.” N9 5.094. “ ¿Y las letras de cambio van a los bancos de Liverpool y se descuentan allí? — Sí, y también en cualquier otra parte . . . De no haber existido esta concesión de crédito, principalmente otorgada por los bancos de Liverpool, pienso que el año anterior el algodón hubiese sido de 1 Vi a 2 peniques más barato por libra.” N9 600. “Dijo usted que habrían circulado un ingente número de letras de cambio libradas por especuladores sobre corre­ dores de algodón en Liverpool; ¿lo mismo se aplica a sus adelantos sobre letras de cambio contra otros productos coloniales, además del algodón?” — {Adam Hodgson, ban­ quero de Liverpool:} “Eso se aplica a toda clase de pro­ ductos coloniales, pero muy especialmente al algodón.” N? 601. “ ¿Trata usted de no aceptar, como banquero, esta clase de letras? — De ninguna manera; las consideramos letras totalmente legítimas, si se las mantiene en cantidad 528 m o derada. . . Esta clase de letras de cambio a menudo se prorrogan.” Estaja en el mercado de las Indias Orientales y de China en 1847. Charles Turner (jefe de una de las princi­ pales firmas de Liverpool dedicadas al comercio con las Indias O rientales): “Todos conocemos los sucesos ocurri­ dos en torno al comercio con la isla Mauricio y en otros negocios similares. Los corredores estaban habituados [ .. .] a efectuar adelantos sobre mercancías, no sólo después de su llegada, pará cubrir las letras de cambio libradas contra esas mercancías, lo cual es perfectamente correcto, y adelantos sobre los conocimientos de carga . . . sino [.. .] que efectuaban adelantos sobre el producto antes de que éste fuese embarcado, y en algunos casos antes de su fabricación. Por ejemplo, en un caso especial yo había com prado en Calcuta letras de cambio por £ 6.000 ó 7.000; el producido de esas letras se derivó hacia la isla Mauricio, para contribuir a la plantación de caña de azú­ car; las letras llegaron a Inglaterra, y más de la mitad de las mismas fue protestada; luego, al arribar finalmente los embarques de azúcar con los cuales habían de pagarse las letras, resultó que ese azúcar ya estaba prendado a ter­ ceras personas antes de ser embarcado, o de hecho ya casi lo estaba antes de estar refinado” (p. 7 8 ). “Las mercancías para el mercado de las Indias Orientales actualmente deben pagarse en efectivo al fabricante; pero eso no quiere decir gran cosa, pues si el com prador tiene algún crédito en Londres, libra sobre esa ciudad y descuenta allí la letra de cambio, ya que actualmente el descuento es muy bajo en Londres; con el dinero así obtenido le paga al fabricante . . . por lo menos demora doce meses hasta que alguien que haya embarcado mercancías hacia la India pueda recibir de allí las mercancías enviadas a ca m b io . .. Un hombre que posea £ 10.000 ó £ 15.000 y que inicie operaciones con la India obtendría crédito por una suma considerable en alguna casa londinense; a esa casa le daría el 1 % y libraría sobre ella, a condición de que el producido de las mercancías enviadas a la India fuese remitido a esta casa de Londres, pero ambas partes se hallan tácitamente de acuerdo en que la casa de Londres no tiene que efectuar un adelanto real en efectivo; es decir, que las letras se prorrogan hasta que llegan las mercancías enviadas a cambio. Las letras fueron descontadas en Liverpool, Man529 chester [. . .], Londres [. ..] y no pocas de ellas se hallan en poder de bancos escoceses” (p. 7 9 ). N? 786: “Hay una casa que quebró recientemente en Londres; al examinar los libros se descubrió lo siguiente: aquí hay una firma en Manchester, y otra en Calcuta; las mismas abrieron un crédito en la casa de Londres por £. 200.000; vale decir, que los clientes de esta firma de M anchester, que enviaron a la casa de Calcuta mercancías en consignación desde Glas­ gow y Manchester, giraron sobre la casa de Londres hasta el importe de £. 200 .000 ; al mismo tiempo se había conve­ nido que la casa de Calcuta también librase £. 200.000 sobre la casa londinense; estas letras de cambio se vendieron en Calcuta, con el producido se com praron otras letras, y éstas se enviaron a Londres, para permitir que la casa londinense pagase las primeras letras libradas por Glasgow o M anchester [ ...] . De este modo, en virtud de ese único negocio se lanzaron al mundo letras de cambio por valor de £. 600.000.” i131> N? 971. “Actualmente, cuando una casa en Calcuta compra un cargamento” para Inglaterra “y lo paga con sus propias libranzas contra sus corresponsales londinenses, enviándose a Londres los conocimientos de carga, estos últimos [ . . . ] de inmediato resultan utilizables para que dichos corresponsales obtengan adelantos en Lom bard Street ;'12®1 es decir, que disponen de un plazo de ocho meses durante el cual pueden utilizar el dinero, antes de tener que pagar las letras a sus corresponsales.” IV ) En 1848 sesionó una comisión secreta de la Cámara Alta para investigar las causas de la crisis de 1847. Los testimonios presentados ante esa comisión, sin em­ bargo, no fueron publicados hasta 1857 ( Minutes oj Evidence, T a k.n Before the Secret Committee oj the H. oj L. A ppointed to Inquire into the Causes oj Distress etc., 1857; citado como C. D. 1848-1857). Ante esa comisión declaró el señor Lister, dirigente del Union Bank of Liver­ pool, entre otras cosas: 2.444. “En la primavera de 1847 imperaba una desmedida expansión del créd ito . . . porque hubo hombres de negocios que transfirieron su capital de sus empresas a los ferrocarriles, y no obstante querían proseguir sus actividades con su antigua amplitud. Proba­ blemente todos pensaran al principio que podrían vender las acciones ferroviarias con ganancia, y de ese modo reponer el dinero en el negocio. Quizá descubrieran que ello no era posible, y recurrieran entonces en- su negocio 530 al crédito, cuando anteriormente pagaban al contado. De allí surgió la expansión del crédito.” 2.500. “Esas letras de cambio f. . .], a causa de las cuales experimentaron pérdidas los bancos que se hicieron cargo de ellas, ¿eran letras de cambio principalmente contra granos o contra algodón? . . . E ran letras contra productos de toda índole: granos, algodón y azúcar, y productos [. ..] de todas clases. No hubo entonces casi nada, acaso con la excepción del aceite, que no haya rebajado de precio.” 2.506. “Un corredor que acepta una letra de cambio, no lo hace sin estar suficientemente cubierto, inclusive contra una baja de precio de la mercancía que le sirve de cobertura.” 2.512. “Contra los productos se libran dos clases de letras de cambio. A la prim era especie pertenece la letra de cambio primitiva, librada desde el país de origen contra el im portador. . . Las letras de cambio que se libran así contra productos, a menudo vencen antes de arribar los productos. Por eso, cuando llega la mercancía y el comer­ ciante no tiene capital suficiente, debe prendársela al corredor hasta tanto pueda venderla. Entonces se libra de inmediato una letra de cambio de la otra clase, por parte del comerciante de Liverpool contra el intermediario, con la prenda de esa mercancía . . . será entonces cosa del ban­ quero cerciorarse ante el corredor de si éste tiene la mer­ cancía, y hasta dónde adelantó sobre ella. Debe conven­ cerse de que el corredor tiene respaldo, para resarcirse en caso de pérdida.” 2.516. “También recibimos letras de cambio del exte­ rior . . . Alguien compra afuera una letra sobre Inglaterra, y la envía a una casa en Inglaterra; la letra no nos indica si ha sido librada con tino o sin él, si representa productos o solamente aire.” 2.533. “Usted dijo que se vendieron productos extran­ jeros de casi todo tipo con grandes pérdidas. ¿Cree usted que ello ocurrió a causa de una especulación injustificada en torno a esos productos? — Se originó en una importa­ ción muy grande, cuando no había un consumo correspon­ diente capaz de absorberla. Todas las apariencias indican que el consumo descendió de manera muy significativa.” 2.534. “En o ctu b re. . . hubo productos casi invendibles.” En el mismo informe, un conocedor de primer orden, el honorable y taimado cuáquero Samuel Gurney, de Overend, 531 Gurney & Co., nos expresa cómo en el pináculo de la crisis [Krach], se desarrolla un sauve qui peut [sálvese quien pueda] general: 1.262. “Una vez que reina el pánico, el hombre de negocios no se pregunta a qué interés puede in­ vertir sus billetes de banco, o si perderá un 1 ó un 2 % en la venta de sus bonos del tesoro, o el 3 % . Una vez que se halla bajo el influjo del terror, en nada le interesa ganar o perder; se pone a salvo, y que el resto del mundo haga lo que le venga en gana.” V) Con respecto a la saturación recíproca de dos mercados dice el señor Alexander, comerciante que opera con las Indias Orientales, ante la comisión de la Cámara Baja sobre la Ley Bancaria de 1857 (citado como B.C., 1857): 4.330. “Por el momento, si desembolso 6 chelines en Manchester, me devuelven 5 chelines en la India; si desembolso 6 chelines en la India, me devuelven 5 chelines en Londres.” De modo, pues, que el mercado indio resul­ taba saturado por Inglaterra, y en la misma medida re­ sultaba saturado el mercado inglés por la India. ¡Y esto sucedía en el verano de 1857, apenas diez años después de la amarga experiencia de 1847! 532 CAPÍTULO XXVI LA ACUM ULACIÓN D EL CA PITA L D IN ER A R IO Y SU IN FLU EN CIA SOBRE E L TIPO DE INTERÉS “En Inglaterra se verifica una constante acumulación de riqueza suplementaria, que tiene la tendencia a adoptar finalmente la forma de dinero. Pero luego del afán de obtener dinero, el deseo más perentorio es [. . .] el de desha­ cerse nuevamente de él mediante alguna clase de inversión que reporte interés o ganancia; pues el dinero como tal nada reporta. Por ello, si al mismo tiempo que ese incesante aflujo de capital excedentario no se opera una paulatina y suficiente expansión del campo de actividades para el mis­ mo, debemos estar expuestos a acumulaciones periódicas de dinero en busca de inversión, que según las circunstan­ cias serán de mayor o menor significación. Durante muchos años, la deuda pública fue el gran medio absorbente de la riqueza excedentaria de Inglaterra [. ..]. Luego de que alcanzara su máximo en 1816 y ya no tuviese un efecto absorbente, todos los años se hallaba una suma de por lo menos 27 millones en busca de alguna otra posibilidad de inversión. Además de esto se producían diversos rem­ bolsos de ca p ita l.. . Empresas que requieren un gran capital para su ejecución, y que de tiempo en tiempo cana­ lizan el excedente de capital o cio so . . . son absolutamente necesarias, cuando menos en nuestro país, para absorber las acumulaciones periódicas de la riqueza excedentaria de la sociedad que no pueden hallar lugar en los ramos habi­ tuales de inversión.” ( The Currency Theory Reviewed, Londres, 1845, pp. 32-34.) Acerca del año 1845 se dice en la misma obra: “En un lapso brevísimo los precios han 533 ascendido vertiginosamente desde el punto más bajo de la depresión . . . L a deuda estatal al tres por ciento se halla casi a la par . . . El oro en los sótanos del Banco de Ingla­ terra [ . . . ] excede cualquier monto anteriormente almace­ nado allí. Las acciones de toda índole tienen precios inauditos casi en todos los casos, y el tipo de interés ha disminuido tanto que es casi nom inal. . . Todas ellas son pruebas de que de nuevo nos hallamos hoy en presencia de una enorme acumulación de riqueza ociosa en Ingla­ terra, y que nuevamente se nos avecina un período de actividad especulativa febril” ( ibíd., p. 36). “Pese a que la importación de oro no es un signo seguro de ganancia en el comercio exterior, sin embargo, prima jacie, una parte de esta importación de oro representa, en ausencia de otra explicación, tal ganancia.” (J. G. Hubbard, The Currency and the Country, Londres, 1843, pp. 40, 4 1 ). “Supongamos que en un período de negocios constantemente buenos, precios remunerativos [.. .] y plena [. ..] circulación de dinero, una mala cosecha diera origen a una exportación de 5 millones de oro y a una importación de cereales por el mismo monto. La circulación” {F . E . : se refiere, como se verá de inmediato, no a los medios de circulación, sino al capital dinerario ocioso} “disminuye en ese mismo importe. Los particulares podrán poseer cuantos medios de circulación se quiera, pero los depósitos de los comerciantes en sus bancos, los saldos de los bancos con sus corredores de dinero, y las reservas en sus arcas habrán disminuido todos ellos, y la consecuencia inmediata de esta disminución en el monto del capital ocioso será una elevación en la tasa de interés, por ejemplo del 4 al 6 % . Puesto que la situación de los negocios es sana, la confianza no se conmoverá, pero la cotización del crédito experimentará un aumento” {ibíd., p. 4 2 ). “Si [. . .] los precios mercantiles disminuyen en forma general [.. .], el dinero excedentario refluirá hacia los bancos en la forma de incremento de los depósitos, la abundancia de capital desocupado hará descender la tasa de interés a un mínimo, y este estado de cosas o bien persistirá hasta que precios más elevados o negocios más animados hagan que retorne al servicio el dinero ocioso, o bien se m antendrá hasta que éste sea absorbido por inversión en valores o mercancías extranjeros” (p. 68 ). 534 Los extractos siguientes pertenecen nuevamente al in­ forme parlamentario sobre Commercial Distresss, 1847-48. A causa de la mala cosecha y la ham bruna de 1846-47 se hizo necesaria una gran importación de alimentos. “De ahí el gran excedente de las importaciones sobre [ .. .] las ex­ portaciones . . . De ahí el considerable drenaje de dinero en los bancos y que aumentara el aflujo de personas [. . .] que debían descontar letras hacia los corredores de descuentos [. . .]. Éstos comenzaron a examinar las letras de cambio más detenidamente [.. .]. Los créditos concedidos hasta ese momento fueron muy seriamente restringidos, y entre las casas débiles se produjeron quebrantos. Aquellas que [. . .] contaban exclusivamente con el crédito [. ..] sucumbieron. Esto aumentó la inquietud que ya se sentía desde antes; banqueros y otros descubrieron que ya no podían contar, con la misma seguridad que antes, con transform ar en billetes de banco sus letras de cambio y otros títulos y valores para poder cumplir con sus obligaciones; restrin­ gieron aun más el crédito, y a menudo lo cortaron radical­ mente; en muchos casos guardaban bajo llave sus billetes de banco, para la futura cobertura de sus propias obliga­ ciones, y preferían no cederlos. El desasosiego y la con­ fusión aumentaban a diario, y sin la carta [ .. .] de lord John Russell [. ..] se habría declarado la bancarrota gene­ ral” (pp. 74, 7 5 ). La carta de Russell suspendió la ley bancaria. El anteriormente mencionado Charles Turner testimonia: “Algunas casas tenían grandes recursos, pero que no eran líquidos. Todo su capital estaba inmovilizado en fincas en la isla Mauricio o en fábricas de índigo o ingenios azucareros. Después de haber contraído compro­ misos por £ 500.000 a 600.000 carecían de recursos líqui­ dos para pagar las correspondientes letras de cambio, y finalmente se reveló que sólo podían pagar sus letras mediante su crédito y hasta donde éste alcanzase” (p. 81). Dice el mencionado Samuel Gurney: [1664.] “Actualmente” (1 848) “impera una restricción de las transacciones y una gran abundancia de dinero.” N9 1.763. “No creo que haya sido la falta de capital lo que produjera semejante alza de la tasa del interés; fue el temor (the alarm ), la dificultad de conseguir billetes de banco.” En 1847, Inglaterra pagó por lo menos 9 millones de libras esterlinas en oro al exterior por importación de 535 alimentos. De ellos, 7 Vi millones provenían del Banco de Inglaterra y 1 Vi de otras fuentes (p. 301). Dice Morris, gobernador del Banco de Inglaterra: “El 23 de octubre de 1847, los fondos públicos y las acciones de canales y ferrocarriles ya estaban depreciados en £ 114.752.225” (p. 312). Del mismo Morris, al ser interrogado por lord George Bentinck: [3.846.] “¿No sabe usted que todo el capital invertido en títulos y productos de toda índole estaba desvalorizado de la misma manera, que se enviaron materias primas, algodón, seda y lana al continente a los mismos precios ruinosos [ .. .], y que el azúcar, el café y el té se liquidaron a vil precio en ventas forzadas? — E ra [ .. .] inevitable que la nación realizase un considerable sacrificio para contrarrestar el drenaje de oro que había ocasionado la enorme importación de alimentos. — ¿No cree usted que hubiese sido mejor echar mano a los 8 millones de libras esterlinas que yacían en las arcas del banco, en lugar de intentar recuperar el oro con tales sacrificios? — N o lo creo así." H e aquí la explicación de este heroísmo. Disraeli interroga al señor William Cotton, director y ex gobernador del Banco de Inglaterra. “¿Cuáles fueron los dividendos que obtuvieron los accionistas del banco en 1844? — Ese año fueron del 7 % . — ¿Y los dividendos de 1847? — Del 9 % . — ¿Paga el banco el impuesto a los ingresos de sus accionistas durante el año en curso? — Sí. — ¿También 10 hacía en 1844? — No. s¡t — Entonces esa ley bancaria” (la de 1844) “favoreció en mucho los intereses de los accionistas. ¿El resultado es, pues, que desde la promul­ gación de la nueva ley los dividendos de los accionistas se han elevado del 7 % al 9 % , y que además ahora es el banco el que paga el impuesto a los ingresos, mientras que antes debían pagarlos los accionistas? — Eso es totalmente exacto.” (N os 4356-4361.) Acerca del atesoramiento en los bancos durante la crisis de 1847 dice Mr. Pease, un banquero de provincias: 4.605. “Puesto que el banco se vio obligado a incrementar cada s:! {F . E. — E s d e cir, q u e a n te rio rm e n te se fija b an e n prim er térm in o los dividendos, y luego, al a b o n árselo s a c a d a accionista individual, se d ed u cía el im puesto a los ingresos; p e ro después de 1844 se p a g ab a n p rim e ram e n te los im puestos, deducién d o lo s d e la g a n an c ia global del banco, y se d istrib u ía n luego los dividendos “ free o f In co m e T a x ” [“exentos d e im puestos a los ingresos” ]. P o r consiguiente, e n este ú ltim o c aso los m ism os po rcen tajes nom inales son m ay o res e n u n a sum a igual al im p o rte del im puesto.) 536 vez más su tasa de interés, los temores se generalizaron; los bancos provinciales incrementaron los montos de dinero1132' que se hallaban en su posesión, así como las reservas de billetes; y muchos de nosotros, que habitualmente solíamos retener acaso unos pocos cientos de libras en oro o billetes de banco, almacenamos de inmediato miles y miles en cajas fuertes y escritorios, puesto que reinaba gran incertidumbre acerca de los descuentos y de la capacidad de circulación de [ . . . ] letras en el m ercado; y de esta manera se produjo un atesoramiento general.” Un miembro de la comisión observa: 4.691. “En consecuencia, cualquiera que haya sido la causa durante los últimos 12 años, en todo caso los resultados redundaron más en beneficio de los judíos y del traficante de dinero que a favor de la clase productiva en general.” Tooke atestigua hasta dónde explota el comerciante dinerario una época de crisis: “E n la industria metalúrgica de Warwickshire y de Staffordshire se rechazaron muchí­ simos pedidos de mercancías en 1847, porque la tasa de interés que debía pagar el fabricante por el descuento de sus letras hubiese devorado con creces todas sus ganancias” (n? 5.451). Tomemos ahora otro informe parlamentario, ya citado anteriormente: Report of Select Committee on Bank Acts, communicated from the Commons to the Lords, 1857 (citado en lo sucesivo como B .C ., 1857). En él se inte­ rroga de la siguiente manera al señor Norman, director del Banco de Inglaterra y lum brera de primera magnitud entre los partidarios del currency p rin cip ie:^3'1 3.635. “Usted dijo que, en su opinión, la tasa de interés no depende de la masa de billetes de banco, sino de la oferta y demanda de capital. ¿Podría indicar usted qué entiende por capital, además de billetes de banco y dinero amonedado? — Creo que la definición habitual de capital es: mercancías o servicios empleados en la produc­ ción.” 3.636. “¿Incluye usted todas las mercancías en el término capital cuando habla de la tasa de interés? — Todas las mercancías empleadas en la producción.” 3.637. “¿In­ cluye usted todo ello en la palabra capital cuando habla de [ . . . ] la tasa de interés? — Sí. Supongamos que un fabri­ cante algodonero necesite algodón para su fábrica; se lo procurará entonces, probablemente, obteniendo un adelanto de su banquero, y con los billetes de banco así obtenidos 537 viajará a Liverpool y com prará allí. Lo que necesita real­ mente es el algodón; no necesita los billetes de banco ni el oro, salvo como medios para obtener el algodón. O bien necesita medios para pagar a sus obreros; entonces vuelve a pedir prestados billetes, con los cuales paga el salario a sus obreros; y éstos, a su vez, necesitan alimentos y vi­ vienda, y el dinero es el medio para pagar por ello.” 3.638. “¿Pero por el dinero se paga un interés? — Cierta­ mente, en primera instancia; pero tomemos otro caso. Supongamos que compre el algodón a crédito, sin obtener un adelanto en el banco; entonces, la diferencia entre el precio por pago al contado y el precio a crédito en el mo­ mento del vencimiento es lo que da la medida del interés. El interés existiría inclusive si no existiese en absoluto el dinero.” Estas presuntuosas majaderías son totalmente dignas de este pilar del currency principie. E n primer lugar, el genial descubrimiento de que los billetes de banco o el oro son medios para comprar algo, y que no se los pide pres­ tados simplemente para tenerlos. Y de ello ha de despren­ derse que la tasa del interés está regulada, ¿por qué cosa? Por la oferta y la demanda de mercancías, oferta y demanda de las que hasta el presente sólo sabíamos que las mismas regulan los precios de mercado de las mercan­ cías. Sin embargo, tasas de interés totalmente diferentes resultan compatibles con precios de mercado constantes de las mercancías. Pero signen entonces las astucias. La observación correcta de “pero por el dinero se paga un interés” implica naturalmente esta pregunta: ¿qué tiene que ver con estas mercancías el interés que recibe el ban­ quero, que no comercia en absoluto con mercancías? ¿Y no obtienen acaso dinero al mismo tipo de interés fabricantes que invierten ese dinero en mercados totalmente diferentes, vale decir en mercados en los cuales impera una relación totalmente diferente de oferta y demanda de las mercancías utilizadas en la producción? Ante esta pregunta observa este solemne genio que, cuando el fabricante compra algo­ dón a crédito, “la diferencia entre el precio por pago al contado y el precio a crédito en el momento del venci­ miento es lo que da la medida del interés” . A la inversa. La tasa del interés imperante, cuya regulación pretende explicar el genio Norman, es la medida de la diferencia entre el precio por pago al contado y el predio a crédito 538 hasta el momento del vencimiento. E n primer lugar hay que vender el algodón a su precio por pago al contado, el cual está determinado por el precio de mercado, regulado a su vez por el estado de la oferta y la demanda. Digamos que el precio es = £ 1.000. Con ello queda concertado el negocio entre el fabricante y el corredor de algodón, en la medida que respecta a la compra y la venta. Se agrega entonces una segunda operación. Es ésta una transacción entre prestamista y prestatario. Al fabricante se le adelanta en algodón el valor de £ 1.000 , y debe rembolsarlo en dinero, digamos que en tres meses. Y los intereses por £ 1.000 por el término de tres meses, determinados por la tasa de mercado del interés, constituyen entonces el re­ cargo sobre y por encima del precio por pago al contado. El precio del algodón está determinado por la oferta y la demanda. Pero el precio del adelanto correspondiente al valor del algodón, el precio de las £ 1.000 por tres meses, está determinado por la tasa de interés. Y esto, el hecho de que el propio algodón se convierte así en capital dinerario, le demuestra al señor Norm an que el interés existiría inclusive si no existiera en absoluto el dinero. En todo caso, de no existir en absoluto el dinero, no existiría tampoco una tasa general del interés. En primer término se halla la vulgar idea del capital como “mercancías utilizadas en la producción” . E n la medida en que estas mercancías figuran como capital, su valor como capital, a diferencia de su valor como mercan­ cías, se expresa en la ganancia que se obtiene a partir de su empleo productivo o comercial. Y la tasa de ganancia siempre tiene ineludiblemente algo que ver con el precio de mercado de las mercancías compradas y con su oferta y demanda, pero además resulta determinada por circuns­ tancias totalmente diferentes. Y no cabe duda de que la tasa de interés tiene, en general, su límite en la tasa de ganancia. Pero el señor Norm an ha de decimos precisa­ mente cómo se determina ese límite. El mismo se determina por la oferta y demanda de capital dinerario en cuanto forma diferente de las restantes formas del capital. Podría proseguirse interrogando entonces: ¿cómo se determina la oferta y demanda de capital dinerario? No cabe duda alguna de que existe una vinculación implícita entre la oferta de capital material y la oferta de capital dinerario, así como tampoco hay duda de que la demanda de capital dinerario 539 por parte de los capitalistas industriales está determinada por las circunstancias de la producción real. En lugar de ilustrarnos al respecto, Norm an nos obsequia la sabia noción de que la demanda de capital dinerario no es idéntica a la demanda de dinero en cuanto tal; y sólo nos obsequia esa sagaz noción porque tanto en su fuero íntimo como en el de Overstone y de los demás profetas de la currency anida la mala conciencia de que, mediante una intervención legislativa artificial, están empeñados en con­ vertir en capital los medios de circulación en cuanto tales y en elevar el tipo de interés. Pasemos ahora a lord Overstone, alias Samuel Jones Loyd, quien deberá explicar por qué cobra el 10 % por su “dinero” debido a que el “ capital” es tan escaso en el país. 3.653. “Las fluctuaciones en la tasa de interés provie­ nen de una de estas dos causas: de una alteración en el valor del capital” (¡magnífico!, pues el valor del capital, hablando en términos generales, ¡es precisamente el tipo de interés! Por consiguiente, la modificación en la tasa del interés deriva aquí de una modificación en la tasa del inte­ rés. Tal como hemos demostrado más arriba, el “valor del capital” jamás se concibe teóricamente de otro modo. O bien, si el señor Overstone entiende por valor del capital la tasa de la ganancia, entonces nuestro profundo pensador llega a la conclusión de que la tasa de interés se ve regulada por ¡la tasa de ganancia!) “o de una modificación en la suma del dinero existente en el país. Todas las grandes fluctuaciones del tipo de interés — grandes por su duración o por la amplitud de la fluctuación— pueden remontarse claramente a alteraciones en el valor del capital. No puede haber ilustraciones prácticas más patentes de este hecho que el aumento de la tasa de interés en 1847, y nuevamente durante los últimos dos años (1855-56); las fluctuaciones menores en la tasa de interés, originadas en una modificación en la suma del dinero existente, son pequeñas tanto en lo que respecta a su amplitud como a su duración. Son frecuentes, y cuanto más [. . .] frecuentes sean, tanto más efectivas resultan para su finalidad” . A saber, la de enriquecer a los banqueros á la Overstone. A este respecto, el amigo *1341 Samuel G um ey se expresa muy ingenuamente ante el Committee of Lords, C. D., 18 4 8 [-l857]: 1.324. “¿Cree usted que las grandes fluc­ tuaciones en la tasa de interés que se verificaron el año 540 pasado fueron ventajosas para los banqueros y comerciantes dinerarios, o no? — Creo que fueron ventajosas para los comerciantes de dinero. Todas las fluctuaciones del negocio son ventajosas para el hombre que está enterado (to the knowing m an ).” 1.325. “¿No habrá de perder finalmente el banquero con una tasa de interés elevada, a causa del empobrecimiento de sus mejores clientes? — No, no creo que se produzca ese efecto en grado perceptible.” Voilá ce que parler veut dire [eso es hablar como se debe]. Ya volveremos sobre la influencia que la suma del dinero existente ejerce sobre el tipo de interés. Pero desde ya debemos señalar que, en este aspecto, Overstone vuelve a incurrir en un quidproquo. La demanda de capital dine­ rario aumentó por diversos motivos en 1847 (antes de octu­ bre no había problemas de escasez de dinero, de “cantidad del dinero existente”, como lo denominó más arriba .11351 Fueron ellos el encarecimiento de los cereales, el ascenso de los precios del algodón, la invendibilidad del azúcar a causa de la Sobreproducción, la especulación ferroviaria y la crisis [Krach], el abarrotamiento de los mercados extranjeros con mercancías de algodón, la anteriormente descrita exportación e importación forzadas, hacia y desde la India, a los meros fines de la libranza de letras de colu­ sión. Todas estas cosas, tanto la sobreproducción en la industria como la subproducción en la agricultura — vale decir, causas totalmente diferentes— ocasionaron un incre­ mento en la demanda de capital dinerario, es decir de crédito y dinero. L a acrecentada demanda de capital dine­ rario tenía sus causas en el desenvolvimiento del propio proceso de producción. Pero cualquiera que fuera la causa, era la demanda de capital dinerario la que hacía aumentar el tipo de interés, el valor del capital dinerario. Si Over­ stone pretende decir que el valor del capital dinerario aumentaba porque aumentaba, ello constituye una tauto­ logía. Pero si por “valor del capital” entiende aquí el au­ mento en la tasa de ganancia como causa del aumento en el tipo de interés, veremos de inmediato que está en un error. L a dem anda de capital dinerario, y por ende el “valor del capital” pueden aum entar aunque disminuya la ganan­ cia; en cuanto disminuye la oferta relativa de capital dinerario, aum enta su “valor”. Lo que Overstone pretende dem ostrar es que la crisis de 1847 y la elevada tasa de interés que la acompañó nada tuvieron que ver con la “can­ 541 tidad del dinero existente ”,111351 es decir con las disposi­ ciones de la ley bancaria de 1844, por él inspirada; aunque de hecho sí tuvo que ver con ellas, en la medida en que el temor al agotamiento de las reservas bancarias — una crea­ ción de Overstone— sumó un pánico dinerario a la crisis de 1847-48. Pero no es éste aquí el punto en discusión. Había una escasez de capital dinerario, causada por la magnitud desmesurada de las operaciones en comparación con los medios existentes y precipitada por la perturbación del proceso de reproducción como consecuencia de una cosecha fallida, de una inversión excesiva en ferrocarriles, de la sobreproducción especialmente en mercancías algo­ doneras, del fraudulento negocio con India y China, la especulación, la sobreimportación de azúcar, etc. Lo que a las personas que habían comprado granos a 120 cheli­ nes por quarter les faltaba cuando esos cereales bajaron a 60 chelines, era los 60 chelines que habían pagado de más, y el correspondiente crédito por esa suma en adelan­ tos prendarios sobre el cereal. No era en absoluto la falta de billetes de banco lo que les impedía convertir sus ce­ reales en dinero al precio viejo de 120 chelines. Otro tanto ocurrió con quienes habían importado azúcar en exceso, tornándose luego éste casi invendible. Lo mismo sucedió con los señores que habían fijado su capital de circulación (floating capital) en ferrocarriles, confiando en el crédito para la reposición del mismo en su negocio “legítimo” . Para Overstone, todo esto se expresa en una “percepción moral del valor aumentado de su dinero (a moral sense of the enhanced valué of his m oney)” . Pero a este valor aumen­ tado del capital dinerario le correspondía directamente, por el otro lado, el valor dinerario disminuido del capital real (del capital mercantil y del capital productivo). El valor del capital en una forma aumentaba porque dismi­ nuía el valor del Capital en la otra. Pero Overstone trata de identificar estos dos valores de diferentes variedades de capital en un valor único del capital en general, y lo hace oponiendo ambos a una falta de medios de circulación, de dinero existente. Sin embargo, el mismo monto de capital dinerario puede prestarse habiendo muy diferentes masas de medios de circulación. Tomemos entonces su ejemplo de 1847. El tipo oficial de interés bancario era: enero, 3 - 3 Vi % . Febrero: 4 - 4 * / ¿ % . M arzo: en general 4 % . Abril • (p á n ic o ): 542 4 - 7 Vi % . Mayo: 5 - 5 Vi % . Junio: en promedio 5 % . Julio: 5 % . Agosto: 5 j 5 Vi % . Setiembre: 5 % , con pe­ queñas variaciones de 5 Va, 5 Vi, 6 % . Octubre: 5, 5 Vi, 7 % . Noviembre: 7 - 10 % . Diciembre: 7 - 5 % . En este caso el interés aumentó porque disminuyeron las ganancias y los valores dinerarios de las mercancías se redujeron enormemente. Por lo tanto, cuando Overstone dice en este caso que el tipo de interés aumentó en 1847 porque aumentó el valor del capital, sólo puede entender aqui por valor del capital el valor del capital dinerario, y el valor del capital dinerario es precisamente el tipo de interés y no otra cosa. Pero luego se descubre la hilaza, y se iden­ tifica el valor del capital con la tasa de ganancia. E n lo que respecta al elevado tipo de interés que se pagaba en 1856, de hecho no sabía Overstone que, en parte, éste era sólo un síntoma de que cobraba supremacía la clase de caballeros del crédito que pagaban el interés no con parte de la ganancia, sino con capital ajeno; apenas un par de meses antes de la crisis de 1857 nuestro banquero afirmaba que “los negocios gozaban de perfecta salud” . Más adelante declara: 3.722. “La idea de que la ganan­ cia de los negocios se destruye por aumento en la tasa de interés es sumamente errónea. E n primer lugar, una elevación en la tasa de interés raramente es de larga duración; segundo, si es de larga duración y de importancia, es, de hecho, un aumento en el valor del capital, y ¿por qué aumenta el valor del capital? Porque ha aumentado la tasa de ganancia” . Por fin nos enteramos aquí del sentido que tiene el “valor del capital” . Por lo demás, la tasa de ganancia puede permanecer elevada por un lapso más prolongado, pero la ganancia empresarial puede disminuir y aum entar el tipo de interés, de manera que el interés devore la mayor parte de la ganancia. 3.724. “El aumento en la tasa de interés fue una conse­ cuencia de la enorme expansión de los negocios en nuestro país y de la gran elevación en la tasa de ganancia; y si hay quejas en el sentido de que el aumento en la tasa de interés destruye las mismas dos cosas que constituyeron su propia causa, esas afirmaciones constituyen un absurdo lógico del cual no se sabe qué decir.” Esto es exactamente tan lógico como si dijese que la elevación de la tasa de ganancia fue la consecuencia del aumento de los precios de las mercancías por especulación, y que si hubiese quejas 543 en el sentido de que el aumento de precios destruye su propia causa — es decir, la especulación— esas quejas constituyen un absurdo lógico, etc. El hecho de que algo pueda destruir finalmente su propia causa sólo constituye un absurdo lógico para el usurero enamorado del elevado tipo de interés. La grandeza de los romanos fue la causa de sus conquistas, y sus conquistas destruyeron su grandeza. La riqueza es la causa del lujo, y el lujo opera destructi­ vamente sobre la riqueza. ¡Viejo camandulero! La idiotez del actual mundo burgués no puede caracterizarse mejor que por el respeto que infundiera a toda Inglaterra la “lógica” del millonario, de este dunghill aristocrat [advene­ dizo; aristócrata de muladar]. Por lo demás, si una elevada tasa de ganancia y la expansión de los negocios pueden ser causas de un elevado tipo de interés, no por ello un elevado tipo de interés es, en modo alguno, causa de eleva­ das ganancias. Y lo que cabe preguntarse precisamente es si este elevado interés (tal como resultó realmente durante la crisis) no se mantuvo o, más aun, si no ascendió sólo entonces al cénit, luego de que la elevada tasa de ganancia hubiera seguido, desde mucho tiempo atrás, el camino de toda carne .11361 3.718. “En lo que a una gran elevación de la tasa de descuento respecta, ello es una circunstancia emanada por completo del valor acrecentado del capital, y creo que cualquiera puede descubrir con total claridad la causa de este valor acrecentado del capital. Ya he mencionado el hecho de que durante los 13 años en cuyo transcurso estuvo en vigencia esta ley bancaria, el comercio de Ingla­ terra aumentó de 45 a 120 millones de libras esterlinas. Reflexiónese acerca de todos los acontecimientos que implican estos escuetos datos numéricos; piénsese en la enorme demanda de capital que trae aparejada un acre­ centamiento tan gigantesco del comercio, y medítese a la vez en que la fuente natural de suministro para esta gran demanda — vale decir, los ahorros anuales del país— fue consumida durante los últimos tres o cuatro años en desem­ bolsos no lucrativos destinados a la guerra. Confieso que lo que me sorprende es que la tasa de interés no sea mucho más alta aun; o, en otras palabras, me sorprende que la estrechez de capitales producida como consecuencia de estas gigantescas operaciones no sea mucho más aguda aun de lo que ustedes ya han descubierto.” 544 ¡Qué hermosa mezcolanza de palabras por parte de nuestro lógico de la usura! ¡Helo aquí nuevamente con su valor acrecentado del capital! Pareciera imaginarse que por un lado se producía esta enorme expansión del proceso de reproducción, es decir una acumulación de capital real, mientras que por el otro había un “capital” por el cual se originó una “enorme demanda” para producir este gi­ gantesco incremento del comercio. ¿No fue acaso este gigantesco acrecentamiento de la producción el propio acrecentamiento del capital, y si creó la demanda, no creó acaso también al mismo tiempo la oferta, así como inclusive, al mismo tiempo, una oferta aum entada de capital dinerario? Si el tipo de interés se elevó mucho, ello sólo ocurrió porque la demanda de capital dinerario aumentó con mayor rapidez que la oferta, lo cual en otras palabras se reduce a que al expandirse la producción industrial se expandió su conducción sobre la base del sistema crediticio. En otros términos, la expansión industrial real ocasionó un aumento en la demanda de “crédito”, y esta última demanda es, evidentemente, lo que nuestro banquero entiende por la “enorme demanda de capital”. Con certeza que no fue la expansión de la mera demanda de capital lo que elevó el comercio exportador de 45 a 120 millones. Y además, ¿qué entiende Overstone cuando dice que los ahorros anuales del país devorados por la Guerra de Crimea cons­ tituyen la fuente natural de oferta para esta gran demanda? En primer lugar, ¿con qué acumuló entonces Inglaterra entre 1792 y 1815, período en que se libró una guerra muy diferente a la pequeña G uerra de Crimea? Segundo, si se agotó la fuente natural, ¿de qué fuente manó entonces el capital? Como se sabe, Inglaterra no percibió adelantos de naciones extranjeras. Pero si además de la fuente natural existe también una fuente artificial, constituiría un método gratísimo para una nación el de emplear la fuente natural en la guerra y la fuente artificial en los negocios. Sin embargo, si sólo existía el antiguo capital dinerario, ¿podía éste duplicar su eficacia mediante un elevado tipo de interés? Evidentemente, el señor Overstone cree que los ahorros anuales del país (que, sin embargo, en este caso presuntamente se habrían consum ido) sólo se transform an en capital dinerario. Pero si no se efectuase una acumulación real, es decir un aumento de la producción y un incremento en los medios de producción, ¿de qué 545 serviría la acumulación, en forma dineraria, de títulos de deuda sobre esta producción? Overstone mezcla la elevación del “valor del capital” que se desprende de una alta tasa de ganancia, con la elevación que surge de un aumento en la demanda de capi­ tal dinerario. Esta demanda puede ascender por causas totalmente independientes de la tasa de ganancia. Él mismo aduce como ejemplo que en 1847 esa demanda aumentó a consecuencia de la desvalorización del capital real. Según le convenga refiere el valor del capital al capital real o bien al capital dinerario. La deshonestidad de nuestro lord banquero, junto con su estrecho punto de vista de banquero, que él lleva didác­ ticamente al extremo, se muestra además en lo siguiente: 3.728. (Pregunta.) “H a dicho usted que, en su opinión, la tasa de descuento no reviste significación esencial para el comerciante; ¿tendría usted la bondad de decir qué entiende usted por tasa habitual de ganancia?” El señor Overstone declara “imposible” responder a esta pregunta. 3.729. “Suponiendo que la tasa media de ganancia sea del 7 - 10 % , una variación en la tasa de descuento del 2 % al 7 u 8 % tendría que afectar esencialmente la tasa de ganancia, ¿no es verdad?” (La propia pregunta confunde la tasa de la ganancia empresarial con la tasa de ganancia, pasando por alto que la tasa de ganancia es la fuente común del interés y de la ganancia empresarial. La tasa de interés puede dejar intacta la tasa de ganancia, pero no la ganancia empresarial. He aquí la respuesta de Over­ stone:) “En prim er lugar, los hombres de negocios no pagarían una tasa de descuento que redujera esencialmente su ganancia; preferirían paralizar sus actividades.” (Desde luego, si pueden hacerlo sin arruinarse. M ientras su ganan­ cia sea elevada pagan descuento porque quieren, y cuando es baja, lo hacen porque se ven obligados a hacerlo.) “¿Qué significa descuento? ¿Por qué descuenta alguien una letra de cambio?. . . Porque desea obtener un capital m ayor” ; (halte-la! [¡alto ahí!], porque desea anticipar el reflujo dinerario de su capital inmovilizado y evitar la paralización de su negocio. Porque debe cubrir pagos vencidos. Sólo reclama un incremento de capital cuando sus negocios marchan bien o cuando especula con capital ajeno, inclu­ sive cuando le va mal. El descuento no es, en modo alguno, exclusivamente un medio para expandir el nego­ 546 ció.) “¿Y por qué quiere obtener la disposición sobre un capital mayor? Porque quiere emplear ese capital; ¿y por qué quiere emplear ese capital? Porque hacerlo le resulta lucrativo; pero no le resultaría lucrativo si el descuento devorase sus ganancias.” Este lógico pagado de sí mismo supone que las letras sólo se descuentan para expandir el negocio, y que el negocio se expande porque ello es lucrativo. El primer supuesto es falso. El comerciante común descuenta para anticipar la forma dineraria de su capital, y de esa manera mantener la fluencia del proceso de reproducción; no para expandir el negocio ni para obtener capital adicional, sino para equilibrar el crédito que da con el crédito que recibe. Y si pretende expandir su negocio sobre la base del crédito, de poco le servirá el descuento de letras, que es meramente la conversión de una forma de capital dine­ rario, que ya se encuentra en sus manos, en otra forma; en ese caso, optará por obtener un préstamo directo, a plazo más largo. El especulador crediticio, con todo, hará descontar sus letras de colusión para expandir su negocio, para cubrir un negocio turbio con otro; no para obtener ganancias, sino para entrar en posesión de capital ajeno. Una vez que el señor Overstone ha identificado de esta manera el descuento con el empréstito de capital adi­ cional (en lugar de hacerlo con la transformación de letras, que representan capital, en dinero en efectivo), emprende la retirada no bien le aprietan las clavijas. 3.730. (Pre­ gunta: ) “Una vez comprometidos en el negocio, ¿no deben proseguir los comerciantes sus operaciones durante cierto lapso a pesar de un aumento temporario del tipo de interés? — (O verstone:) “No cabe duda de que, en alguna transacción aislada, si alguien puede obtener la posibilidad de disponer de capital a una tasa de interés más baja en lugar de un interés elevado, considerando las cosas desde ese limitado punto de vista, ello le resultará agradable.” En cambio no es un punto de vista limitado el que el señor Overstone súbitamente sólo entienda por “capital” su capital de banquero, por lo cual considera como hombre carente de capital a aquel que descuenta letras de cambio en el banco de Overstone, por el hecho de que el capital de ese cliente existe bajo la forma mer­ cantil o porque la forma dineraria de su capital es una 547 letra de cambio que el señor Overstone convierte en otra forma dineraria. 3.732. “Con referencia a la ley bancaria de 1844, ¿puede usted indicar cuál era la relación aproximada entre la tasa de interés y la reserva áurea del banco; si es correcto que cuando el oro en el banco ascendía a 9 ó 10 millones, la tasa era del 6 ó 7 % , y que cuando el oro ascendía a 16 millones, la tasa de interés se hallaba aproximadamente en 3 a 4 % ? ” (E l interrogador quiere obligarlo a explicar la tasa de interés, en la medida en que se halla influida por la cantidad de oro existente en el banco, a partir de la tasa de interés, en la medida en que se halla influida por el valor del capital.) “No digo que sea éste el caso . . . pero si lo fuera, en mi opinión tendríamos que tom ar medidas más severas aun que las de 1844; pues si fuese cierto que cuanto mayor sea la reserva áurea tanto menor es la tasa del interés, entonces tendríamos que poner manos a la obra, según este enfoque de las cosas, y elevar las reservas áureas hasta un monto ilimitado, con lo cual haríamos descender el interés a cero.” El interpelante Cayley, sin inmutarse ante esta broma de mal gusto, prosigue: 3.733. “Si así fuese, suponiendo que se devolviesen 5 millo­ nes en oro al banco, en el curso de los próximos seis meses las reservas áureas ascenderían a unos 16 millones, y supo­ niendo que de ese modo la tasa de interés descendiese a 3 ó 4 % , ¿cómo podría afirmarse entonces que la baja en la tasa de interés haya provenido de una gran disminu­ ción en los negocios? — He dicho que la reciente gran alza de la tasa de interés y no la baja de la misma está estre­ chamente vinculada con la gran expansión de los negocios.” Pero lo que dice Cayley es lo siguiente: si el aumento en la tasa del interés, junto con la contracción de las reservas áureas, es un signo de la expansión de los negocios, entonces la baja en la tasa de interés, junto con la expansión de la reserva áurea, debe ser un signo de declinación de los nego­ cios. Overstone no posee respuesta alguna a esto. 3.736. (Pregunta:} “Observo que usted” (en el texto siempre dice Your Lordship [Su Señoría]) “ha dicho que el dinero es el instrumento para obtener capital.” (Y éste es precisa­ mente el error, el de concebirlo como un instrumento, ya que es una forma del capital.) “Al disminuir las reservas áureas” (del Banco de Inglaterra} “¿no consiste, por el contrario, la gran dificultad en que los capitalistas no pue­ 548 den obtener dinero?” — (O verstone:) “No; no son los ca­ pitalistas quienes tratan de obtener dinero, sino los no capitalistas; ¿y por qué tratan de obtener d in ero ?. . . Porque por medio del dinero obtienen el poder de disponer del capital del capitalista, para m anejar los negocios de personas que no son capitalistas.” Aquí declara rotunda­ mente que los fabricantes y comerciantes no son capitalistas, y que el capital del capitalista es sólo capital dinerario. 3.737. “¿Acaso las personas que libran letras de cambio no son capitalistas? — Es posible que las personas que libran letras sean capitalistas, y también es posible que no lo sean.” Aquí cayó el chivo en el lazo. Se le pregunta si acaso las letras de cambio de los comerciantes no representan las mercancías que estos han vendido o embarcado. Niega que estas letras representen el valor de las mercancías al mismo punto que como el billete de banco representa el oro. (3.740, 3.741.) Esto es un tanto descarado. 3.742. “¿No es la finalidad del comerciante la de obtener dinero? — No, obtener dinero no es la finalidad que se persigue al librar la letra de cambio; obtener dinero es la finalidad al descontar la letra de cambio.” Librar letras de cambio es transform ar mercancía en una forma de dinero crediticio, así como descontar letras es transform ar ese dinero crediticio en otro dinero, más exactamente en billetes de banco. De cualquier manera, aquí el señor Overstone admite que la finalidad del descuento es la de obtener dinero. Anteriormente sólo hacía descontar no para trasm utar capital de una forma en otra, sino para obtener capital adicional. 3.743. “¿Cuál es el gran deseo que expe­ rimenta el mundo de los negocios bajo la presión de un pánico como el ocurrido, según sus declaraciones, en 1825, 1837 y 1839? ¿Tratan de obtener capital, o dinero de curso legal? — Su objetivo es el de poder disponer de capital a fin de proseguir sus negocios.” Como el crédito escasea, su objetivo consiste en obtener medios para pagar letras vencidas, libradas contra ellos mismos, y para no tener que malvender sus mercancías por debajo de sus precios. Si ellos mismos no poseen capital alguno, desde luego que con los medios de pago obtienen capital, simultáneamente, porque reciben dinero sin equivalente. L a dem anda de dinero en cuanto tal siempre consiste sólo en el deseo de convertir valor de la forma de mercancía o de títulos de 549 deuda en la forma de dinero. De ahí también, al margen de las crisis, la gran diferencia entre toma de capital en préstamo y descuento, el cual sólo efectúa la mera conver­ sión de obligaciones dinerarias de una forma en otra, o en dinero real. {F. E. — Yo, el editor, me permito interpolar aquí una observación. Tanto Norm an como Loyd-Overstone siempre presen­ tan al banquero como alguien que “adelanta capital”, y a su cliente como quien le pide “capital” . Así dice Overstone que alguien descuenta letras de cambio en su institución “porque desea obtener [. ..] capital” (3.729), y que a ese mismo hombre le resulta agradable que “pueda obtener la posibilidad de disponer de capital a una baja tasa de interés” (3 .7 3 0 ).11371 “El dinero es el instrumento para obtener capitar (3 .7 3 6 ), y en caso de pánico el gran deseo que experimenta el mundo de los negocios es el de “poder disponer de capital” (3 .7 4 3 ). Pese a toda la con­ fusión de Loyd-Overstone acerca de qué es capital, surge no obstante con claridad que califica de capital a aquello que le da el banquero a su cliente comercial, en cuanto capital que el cliente no posee anteriormente y que le adelanta, que se adiciona al capital del cual el cliente dis­ ponía hasta ese momento. El banquero se ha habituado a tal punto a figurar como distribuidor — en la forma del préstamo— del capital social disponible en la forma dineraria, que cualquier función en la cual entrega dinero se le antoja un préstamo. Todo dinero que desembolsa se le antoja un adelanto. Si el dinero se desembolsa directamente en un préstamo, ello es literalmente exacto. Si está invertido en el descuento de una letra, representa para él mismo, de hecho, un ade­ lanto hasta el vencimiento de la letra. Se consolida así en su mente la idea de que no puede efectuar pagos que no sean adelantos. Y más exactamente adelantos no sólo en el sentido de que cualquier inversión de dinero con el fin de obtener un interés o una ganancia se considera en eco­ nomía como un adelanto que el respectivo poseedor del dinero, en su carácter de particular, se efectúa a sí mismo en su carácter de empresario; sino adelantos en el sentido determinado de que el banquero le entrega al cliente, en préstamo, una suma que incrementa en dicha 550 proporción el capital que se halla a disposición de este último. Es esta idea la que, trasladada de la oficina del banco a la economía política, ha creado la enm arañada contro­ versia acerca de si lo que el banquero pone a disposición de su cliente en dinero contante y sonante es capital, o si es simplemente dinero, medio de circulación, currency. Para dirimir esta controversia — simple en el fondo— debemos situarnos en el punto de vista del cliente bancario. Todo depende de lo que éste solicita y obtiene. Si el banco le concede al cliente un préstamo simple­ mente sobre su crédito personal, sin recaudos de garantía por su parte, la cuestión es clara. En tal caso, el cliente obtiene, sin condiciones, un adelanto de determinada mag­ nitud de valor como adición al capital suyo empleado hasta ese momento. Lo obtiene en forma dineraria; es decir, que obtiene no sólo dinero, sino también capital dinerario. Si obtiene el adelanto prestado a cambio de la prenda de títulos y obligaciones, etc., ello es un adelanto en el sentido de que se le ha abonado dinero a condición de que lo reintegre. Pero no es un adelanto de capital. Pues los títulos y obligaciones también representan capital, y por cierto que un importe más elevado que el adelanto. Por consiguiente, el receptor obtiene menos valor de capital de lo que da en caución; ésta no es, en modo alguno para él, una adquisición de capital adicional. No hace el negocio porque necesite capital — cosa que tiene en sus títulos y valores— , sino porque necesita dinero. Por lo tanto, en este caso hay un adelanto de dinero, pero no de capital. Si el adelanto se efectúa a cambio del descuento de letras de cambio, desaparece asimismo la forma del ade­ lanto. Nos hallamos en presencia de una compra y venta pura. M ediante el endoso, la letra de cambio pasa a pro­ piedad del banco, mientras que el dinero pasa a propiedad del cliente; en este caso no hay necesidad de que el cliente reintegre nada. Si el cliente compra dinero en efectivo con una letra de cambio o con algún instrumento de crédito similar, esa operación tiene tanto o tan poco de adelanto como si hubiese comprado dinero en efectivo con su mer­ cancía habitual, sea ésta algodón, hierro o cereales. Y menos que nada puede hablarse aquí de un adelanto de capital. Cualquier compra y venta entre dos comerciantes es una transferencia de capital. Pero un adelanto sólo tiene lugar 551 cuando la transferencia de capital no es recíproca, sino unilateral y a un plazo determinado. Por lo tanto, el ade­ lanto de capital en virtud del descuento de letras de cambio sólo puede producirse si se trata de una letra de colusión, que no representa mercancía vendida alguna, y que no acepta ningún banquero en cuanto la reconoce como lo que es. Por consiguiente, en el negocio regular de los descuentos, el cliente bancario no obtiene adelanto alguno, ni en capital ni en dinero, sino que obtiene dinero a cambio de mercancía vendida. Los casos en los que el cliente del banco solicita y obtiene capital se distinguen de manera neta, por ende, de aquellos en los que meramente obtiene un adelanto de dinero o en los que le com pra dinero al banco. Y puesto que especialmente el señor Loyd-Overstone sólo en casos rarísimos solía adelantar sus fondos sin cobertura alguna (fue banquero de mi firma en M anchester), resulta igual­ mente claro que sus bellas descripciones de las masas de capital que los generosos banqueros adelantan a los fabri­ cantes carentes de capital, son un tremendo embuste. P or lo demás, en el capítulo x x x ii Marx dice, en lo esencial, lo mismo: “La demanda de medios de pago es mera demanda de convertibilidad en dinero, en la medida en que los comerciantes y productores puedan ofrecer buenas garantías; es demanda de capital dinerario, en tanto no sea éste el caso, es decir en la medida en que un ade­ lanto de medios de pago no sólo les confiera la forma dineraria, sino también el equivalente del que carecen, cualquiera que sea su forma, para pagar.”3 Dice luego en el capítulo x x x n i: “En un sistema crediticio desarrollado, en el cual el dinero se concentra en manos de los bancos, son estos, cuando menos nominalmente, los que lo adelan­ tan. Este adelanto sólo b se refiere al dinero que se halla en circulación. Es adelanto de circulación, y no adelanto de los capitales que ésta hace circular”.c También el señor Chapman, quien bien debe saberlo, confirma la concepción anterior de las operaciones de descuento, B. C., 1857: “El banquero tiene la letra de cambio, el banquero ha com ­ prado la letra”. Evidence, pregunta 5.139. * V éase b E n la c V éase 552 en el presente volum en, 1? edición, “ n o ” en vez en el presente volum en, p. 6 6 4 .113®1 de “sólo” . pp. 6 8 4 -6 8 5 .1'139! Por lo demás, en el capítulo xxvm a volveremos sobre este tema.} 3.744. “¿Tendría usted la bondad de describir qué entiende usted, realmente, por el término «capital»?” — {Respuesta de Overstone':} “El capital consiste en di­ versas mercancías mediante las cuales se lleva adelante el negocio (capital consists of various commodities, by the means of which trade is carried o n ); existe capital fijo, y capital circulante. Sus barcos, sus depósitos, sus astille­ ros [. ..] son capital fijo; sus alimentos, sus vestimentas, etc., son capital circulante” . 3.745. “¿Tiene el drenaje de oro hacia el extranjero consecuencias nocivas para Inglaterra? — No, mientras se asigne a esta palabra un sentido racional.” (A hora viene la antigua teoría ricardiana del dinero.) “ . . . En el estado natural de las cosas, el dinero del mundo se distribuye entre los diversos países del globo en determinadas propor­ ciones; esas proporciones son tales, que en semejante distri­ bución” {del dinero} “el tráfico entre cualquier país, por un lado, y todos los demás países del mundo, por el otro, es un mero tráfico de trueque; pero hay influencias pertur­ badoras que de tanto en tanto afectan esta distribución, y cuando surgen estas influencias, una parte del dinero de un país dado fluye hacia otros países”. 3.746. “Emplea usted la palabra «dinero». Si le he comprendido bien ante­ riormente, usted lo calificó de una pérdida de capital. — ¿A qué califiqué de una pérdida de capital?” 3.747. “Al drenaje de oro. — No, no he dicho tal cosa. Si usted trata al oro como capital, entonces constituye indudablemente una pérdida de capital; es la cesión de cierta proporción del metal precioso que constituye el dinero mundial” . 3.748. “¿No dijo usted anteriormente que una alteración en la tasa de descuento es un mero signo de una altera­ ción en el valor del capital? — Sí.” 3.749. “¿Y que la tasa de descuento varía, en general, con la reserva áurea del Banco de Inglaterra? — Sí; pero ya he dicho que las fluc­ tuaciones en la tasa de interés que se originan en un país a causa de un cambio en la cantidad del dinero” (es decir que en este caso entiende por esta cantidad la del oro real) “son de muy poca m o n ta. . . ” " V éase en el p resente volum en, pp. 587-589. 553 3.750. “¿Quiere decir usted entonces que se ha operado una disminución de capital cuando se ha producido un aumento prolongado, aunque solamente temporario, del descuento por encima de la tasa habitual? — Una disminu­ ción en cierto sentido de la palabra. La proporción entre el capital y la demanda del mismo ha cambiado; pero posiblemente por un aumento de la demanda, y no por una disminución en la cantidad del capital.” (Pero acaba de ser capital = dinero u oro, y algo antes aún se explicaba el aumento del tipo de interés por la elevada tasa de ganancia, resultante a su vez de la expansión del negocio o del capital, y no de su restricción.) 3.751. “¿A qué capital se refiere usted aquí en espe­ cial? — Eso depende por completo de qué tipo de capital sea el que necesite cada persona. Es el capital que la nación tiene a su disposición para proseguir sus negocios, y si esa actividad se duplica, debe darse un gran aumento en la demanda del capital con el cual debe proseguírsela.” (Este astuto banquero duplica primeramente la actividad comercial, y de inmediato la dem anda del capital con el cual se la ha de duplicar. Siempre ve solamente a su cliente, quien le reclama al señor Loyd un capital mayor para duplicar sus negocios.) “El capital es como cualquier otra mercancía” ; (pero el capital no es, según el señor Loyd, otra cosa que la totalidad de las mercancías) “cambia de precio” (por consiguiente, las mercancías cambian de precio dos veces: una vez qua [como] mercancías, y otra qua capital) “según la oferta y la demanda.” 3.752. “Las fluctuaciones en la tasa de descuento se hallan vinculadas, en general, con las fluctuaciones en la cantidad de oro que hay en el tesoro del banco. ¿Es éste el capital al que usted se refiere? — N o.” 3.753. “¿Puede indicar usted un ejemplo en que había acumulada una gran reserva de capital en el Banco de Inglaterra, y que al mismo tiempo fuese elevada la tasa de descuento? — E n el Banco de Inglaterra no se acumula capital, sino dinero.” 3.754. “H a declarado usted que la tasa de interés depende de la cantidad del capital; ¿tendría usted la bondad de indicar a qué capital se refiere, y si puede citar algún ejemplo en que haya habido una gran reserva áurea en el banco, y que al mismo tiempo la tasa de interés haya sido elevada? — Es muy probable ” (¡ajá!) “que la acumulación de oro en el banco pueda coincidir con una baja tasa de 554 interés, porque un período de escasa demanda de capital” (m ás exactamente, de capital dinerario; la época de la que se trata aquí — 1844 y 1845— fue una era de prosperidad) “es un período durante el cual, naturalmente, puede acu­ mularse el medio o instrumento en virtud del cual se puede disponer de capital.” 3.755. “¿Cree usted, entonces, que no hay una conexión entre la tasa de descuento y la masa de oro que hay en el tesoro del banco? — Es posible que sí haya una conexión, pero no se trata de una vinculación de principio” ; (pero su ley bancaria de 1844 precisamente convierte esa conexión en el principio del Banco de Ingla­ terra: el de regular el tipo de interés según la cantidad de oro que se halla en su poder) “pueden ocurrir simultá­ neamente (there may be a coincidence of tim e).” 3.758. “¿Intenta decir usted, entonces, que la dificultad para los comerciantes locales, en tiempos de escasez de dinero y como consecuencia de la elevada tasa de descuento, con­ siste en conseguir capital, y no en conseguir dinero? — Está mezclando usted dos cosas que yo no vinculo en esta forma; la dificultad consiste en conseguir capital, y la dificultad es asimismo la de conseguir d in e ro . . . La dificultad de con­ seguir dinero y la dificultad de conseguir capital es la misma dificultad, considerada en dos etapas diferentes de su transcurso.” Una vez más el pez ha caído en la red. La primera dificultad consiste en descontar una letra de cambio u obtener un adelanto con garantía sobre mercan­ cías. Es la dificultad de transform ar en dinero un capital o un signo de valor comercial correspondiente a un capi­ tal. Y esta dificultad se expresa, entre otras cosas, en un elevado tipo de interés. Pero una vez que se ha obtenido el dinero, ¿en qué consiste entonces la segunda dificultad? Si sólo se trata de pagar, ¿halla alguien dificultades en desembarazarse de su dinero? Y si se trata de comprar, ¿cuándo ha tenido nadie dificultades para copiprar en tiem­ pos de crisis? Y suponiendo asimismo que esto se refiriese al caso particular de un encarecimiento de los cereales, del algodón, etc., entonces esta dificultad sólo podría mani­ festarse no en el valor del capital dinerario — es decir, en el tipo de interés— sino en el precio de la mercancía; y esta dificultad se halla superada, ciertamente, por el hecho de que nuestro hombre posee ahora el dinero para com­ prarla. 555 3.760. “¿Pero una tasa más elevada de descuento es una dificultad mayor para obtener dinero? — Es una mayor dificultad para obtener dinero, pero lo que importa no es la posesión del dinero; se trata sólo de la forma” (y esta forma lleva ganancias a los bolsillos del banquero) “en que se presenta la dificultad mayor de obtener capital en las complejas ¡relaciones de un estado civilizado.” 3.763. {Respuesta de Overstone:} “El banquero es el intermediario que por un lado recibe depósitos y por el otro emplea esos depósitos al confiarlos, en forma de capital, a manos de personas que, etc.” Aquí tenemos, por fin, qué es lo que él entiende por capital. Transform a el dinero en capital al “confiarlo” o, menos eufemísticamente, al prestarlo a intereses. Luego de que el señor Overstone dijese anteriormente que la modificación en la tasa del descuento no guardaría una relación fundamental con la variación en el monto de las reservas áureas del banco o con la cantidad del dinero existente, sino que a lo sumo estaría en conexión con la simultaneidad, repite: 3.805. “Si el dinero que hay en el país disminuye en virtud de su drenaje, aumenta su valor, y el Banco de Inglaterra debe ajustarse a esta alternación en el valor del dinero.” (Es decir, en el valor del dinero como capital, o en otras palabras, en el tipo de interés, pues el valor del dinero com o dinero, com parado con las mercancías, sigue siendo el mismo.) “Lo cual se expresa técnicamente diciendo que aquélla eleva la tasa de interés.” 3.819. “Jam ás confundo ambas cosas.” A saber, el di­ nero y el capital, y ello por la sencilla razón de que jamás las diferencia. 3.834. “La enorme suma que debió pagarse” (por cereales en 1847) “para el mantenimiento vital necesario del país, y que de hecho era capitaF'. 3.841. “Las fluctuaciones en la tasa de descuento tienen, indudablemente, Una estrechísima relación con el estado de la reserva áurea” {del Banco de Inglaterra), “pues el estado de la reserva es el índi</e del aumento o de la disminución en la cantidad de dinero existente en el país; en la proporción en que aumente o disminuya el dinero que hay en el país, aum entará o disminuirá el valor del dinero, y la tasa bancaria de descuento se ajustará a éllo.” Por 556 consiguiente, aquí admite lo que negaba de una vez por todas en el n? 3.755. 3.842. “Hay una estrecha conexión entre ambas.” Es decir, entre la cantidad de oro que hay en el issue department [departamento de emisión] y la reserva de billetes en el banking department [departamento bancario]. Aquí explica la modificación en el tipo de interés a partir de la modificación en la cantidad del dinero. Sin embargo, lo que dice es erróneo. Las reservas pueden disminuir porque aumenta el dinero circulante en el país. Tal es el caso cuando el público retira más billetes y no disminuyen las reservas en metálico. Pero en ese caso aumenta el tipo de interés, pues entonces el capital ban­ cario del Banco de Inglaterra está limitado según la ley de 1844. Pero de esto no debe hablar, ya que a causa de esta ley los dos departamentos del banco no tienen nada en común. 3.859. “Una elevada tasa de ganancia siempre ocasio­ nará una gran demanda de capital; una gran demanda de capital siempre acrecentará su valor.” Aquí tenemos final­ mente la conexión entre una elevada tasa de ganancia y la demanda de capital, tal como se la imagina Overstone. Así, por ejemplo, en 1844-45 imperaba en la industria algo­ donera una elevada tasa de ganancia, porque a pesar de una fuerte demanda de mercancías de algodón, el algodón en ram a era barato y siguió siéndolo. El valor del capital (y según un pasaje anterior Overstone denomina capital a lo que cada cual necesita en su negocio), es decir en este caso el valor del algodón en rama, no se aumentó para el fabri­ cante. Ahora bien, es posible que la elevada tasa de ganan­ cia haya inducido a más de un fabricante de algodón a tom ar dinero prestado para ampliar sus actividades. A con­ secuencia de ello aumentó su demanda de capital dinerario, y no de otra cosa alguna. 3.889. “El oro puede ser dinero o no, exactamente lo mismo que como el papel puede ser un billete de banco o no.” 3.896. “¿He entendido bien a usted, entonces, cuando interpreto que abandona el principio que aplicara en 1840, el de que las fluctuaciones en los billetes del Banco de Inglaterra en circulación deberían ajustarse a las fluctua­ ciones en el monto de las reservas áureas? — Lo abandono en la medida en que . . . con arreglo al estado actual de nuestros conocimientos, a los billetes circulantes aun debe­ 557 mos agregarles los billetes depositados en la reserva ban­ cad a del Banco de Inglaterra.” Esto es superlativo. L a determinación arbitraria de que el banco confeccione tantos billetes de papel como oro haya en su tesoro y 14 millones más, hace naturalmente que su emisión de billetes fluctúe con las fluctuaciones del tesoro áureo. Pero puesto, que “el estado actual de nuestros conocimientos” demostró cla­ ramente que la masa de billetes que puede fabricar el banco conforme a ello (y que el issue department transfiere al banking departm ent), que esa circulación entre los dos departamentos del Banco de Inglaterra, fluctuante con las fluctuaciones de las reservas áureas, no determina las fluc­ tuaciones en la circulación de los billetes de banco fuera de las paredes del Banco de Inglaterra, entonces esta última circulación, la circulación real, resulta indiferente ahora para la administración bancaria, y sólo será decisiva la circulación entre los dos departamentos del banco, cuya diferencia con respecto a la circulación real se manifiesta en la reserva. Para el mundo exterior sólo tiene importancia en la medida en que es índice de la reserva, hasta dónde se aproxima el banco al máximo legal de su emisión de billetes, y cuánto podrán obtener aún del banking depart­ m ent los clientes del banco. He aquí el siguiente y brillante ejemplo de la mala fides [mala fe] de Overstone: 4.243. “En su opinión, ¿oscila la cantidad del capital, de un mes al otro, en grado tal que ello altera su valor de la manera en que lo hemos visto durante los últimos años en las fluctuaciones de la tasa de descuento? — L a relación entre oferta y dem anda de capital puede fluctuar, induda­ blemente, inclusive en lapsos breves . . . Si m añana anuncia Francia que está dispuesta a recibir un empréstito muy con­ siderable, es indudable que ello ocasionará de inmediato una gran alteración en el valor del dinero, es decir en el valor del capital en Inglaterra.” 4.245. “Si Francia anuncia que necesita súbitamente 30 millones en mercancías para algún fin, se producirá una gran dem anda de capital, para emplear la expresión más científica y más sencilla.” 4.246. “El capital que Francia quisiera comprar con su empréstito es una cosa; el dinero con el cual lo com pra Francia, es otra', ¿es el dinero lo que modifica Su valor, o 558 no? — Volvemos aquí al antiguo problema, y creo que éste es más apropiado para el gabinete de un estudioso que para este recinto de comisión.” Y con ello se retira, pero no a su gabinete.84 84 {F . E . — M ás p o rm en o re s a ce rca d e la co n fu sió n co n cep tu al d e O verstone en c u estio n es q u e a ta ñ e n al cap ital se b rin d a n a l fin al del c ap ítu lo x x x ii .) 559 CAPÍTULO XXVII E L PA PEL D EL C R ÉD ITO EN LA PRODUCCIÓN CAPITALISTA Las observaciones generales que hemos tenido ocasión de efectuar hasta el presente acerca del sistema crediticio fueron las siguientes: I) Necesaria formación del mismo para mediar la nive­ lación de la tasa de ganancia o el movimiento de dicha nivelación, en la cual se basa toda la producción capitalista. II) Reducción de los costos de circulación. 1) Un costo de circulación fundamental lo constituye el propio dinero, en tanto éste tiene valor de por sí. Se lo economiza de tres maneras mediante el crédito. A ) Al omitírselo por completo en gran parte de las transacciones. B ) Al acelerarse la circulación del medio circulante.85 Esto coincide en parte con lo que debemos decir bajo 2 ). Pues por una parte, la aceleración es técnica; es decir, si en lo demás permanecen constantes la magnitud y la canti­ dad de transacciones mercantiles mediadoras del consumo, una menor cantidad de dinero o de signos dinerarios cum­ ple los mismos servicios. Esto se vincula con la técnica del sistema bancario. Por otra parte, el crédito acelera la velocidad de la metamorfosis mercantil, y por consiguiente la velocidad de la circulación dineraria. C ) Sustitución de dinero áureo por papel. 85 “L a circu lació n m ed ia d e billetes d el B anco d e F ra n c ia fue, e n 1812, d e 106.538.000 fran c o s; en 1818, d e 101.205.000 fran c o s, m ie n tras que la circ u la c ió n d e d in ero , el volum en global [...1 de to d o s los ingresos y pagos, fue en 1812 d e 2.837.712.000 fran co s, 561 2) Aceleración, por medio del crédito, de las diversas fases de la circulación o de la metamorfosis mercantil; además, de la metamorfosis del capital, y consiguientemente aceleración del proceso de reproducción en general. (De otra parte, el crédito permite mantener separados por más tiempo los actos de la com pra y de la venta, y de ahí que sirva de base a la especulación.) Contracción del fondo de reserva, lo cual puede considerarse de dos maneras: por un lado como disminución del medio circulante, y por el otro como restricción de la parte del capital que siempre debe existir en form a de dinero.86 III) Form ación de sociedades por acciones. En virtud de ello: 1) Descomunal expansión de la escala de la producción y empresas que resultarían imposibles para capitales indi­ viduales. Al mismo tiempo, empresas que antes eran guber­ namentales, ahora se convierten en sociales)1401 2 ) El capital, que de por sí se basa en el modo de producción social y que presupone una concentración social de medios de producción y de fuerzas de trabajo, adquiere aquí directamente la forma de capital social (capital de indi­ viduos directamente asociados) por oposición con el capital privado, y sus empresas aparecen como empresas sociales en contraposición a las empresas privadas. Es la abolición [Aufhebung] del capital como propiedad privada dentro de los límites del propio modo capitalista de producción. y en 1818 d e 9.665.030.000 fran co s. P o r lo tan to , la actividad de la c irculación en F ra n c ia en 1818 g u a rd a b a con la d e 1812 u n a relación d e 3:1. E l g ran re g u la d o r d e la velocidad d e la circulación es el c r é d ito . . . D e a h í puede explicarse p o r q u é u n a in ten sa p re sió n sobre el m e rc a d o d in era rio h a b itu a lm en te coincide con una circu lació n p len a.” (The Currency Theory Reviewed, etc., p. 65.) “E n tre setiem bre d e 1833 y setiem bre de 1843 se fu n d a ro n e n G ra n B re ta ñ a c erc a d e 300 bancos que e m itían billetes de b an co propios; la co nsecuencia fu e u n a restricció n de 2 'A m illones e n la c irc u la ­ ción d e billetes; a fines de setiem bre d e 1833 e ra d e £ 36.035.244, m ie n tras que a fines d e setiem bre d e 1843 e ra de £ 33.518.544” (l.c., p. 53). “L a pro d ig io sa actividad d e la circulación escocesa le p erm ite liquidar con £ 100 la m ism a c an tid ad de tran saccio n es d in era ria s que en In g la te rra req u iere £ 4 20.” (L.c., p. 55. E sto ú ltim o se refiere solam ente al aspecto técnico d e la operación.) 86 “A n tes d e la in stau ra ció n d e los b an co s [...], el m o n to de c ap ital q u e se e m p le ab a p a ra la fu nción de m edio c ircu lan te e ra m ay o r en to d o m o m e n to d e lo que exigía la circulación real de las m erc an c ías.” (The Economist, 1845, p. 238.) 562 3) Transformación del capitalista realmente activo en un mero director, administrador a de capital ajeno, y de los propietarios de capital en meros propietarios, en capitalistas dinerarios. Incluso si los dividendos que obtienen engloban el interés y la ganancia empresarial, es decir la ganancia total (pues la retribución del d irecto rb es, o debe ser, mero salario de cierto tipo de trabajo calificado, cuyo precio se regula en el mercado laboral, al igual que el de cualquier otro trabajo), esa ganancia total sólo se percibe en la forma del interés, es decir como mera recompensa por la propiedad del capital, que entonces se separa por completo de la función en el proceso real de reproducción, así como esa función se separa, en la persona del director, de la propiedad del capital. Así, la ganancia (y no ya sólo una parte de la misma, el interés, que obtiene su justifica­ ción a partir de la ganancia del prestamista) se presenta como mera apropiación de plustrabajo ajeno, resultante de la transformación de los medios de producción en capital, es decir de la enajenación de éstos con respecto al pro­ ductor real, de su oposición, en cuanto propiedad ajena, a todos los individuos realmente activos en la producción desde el director c hasta el último jornalero. En las socie­ dades por acciones, la función está separada de la propiedad del capital, y en consecuencia también el trabajo está totalmente separado de la propiedad de los medios de pro­ ducción y del plustrabajo. Este resultado del desarrollo supremo de la producción capitalista es un punto de transi­ ción necesario para la reconversión del capital en propiedad de los productores, pero ya no como la propiedad pri­ vada de productores aislados, sino como propiedad de ellos en cuanto asociados, como propiedad directa de la sociedad. Por otra parte es un punto de transición para la transfor­ mación de todas las funciones que en el proceso de repro­ ducción han estado vinculadas hasta el presente con la propiedad del capital, en meras funciones de los productores asociados, en funciones sociales. Antes de seguir adelante, aún cabe observar este punto de importancia económica. Puesto que, en este caso, la ganancia asume la forma del interés, esta clase de empresas * C o n las p a la b ra s “d irec to r, a d m in istrad o r” , E ngels trad u c e el “m an a g e r” del original. (C fr. R 1175/3.) b “ M a n a g er” en el m an u scrito . (V éase R 1175.) c E n el m an u scrito , “ m an a g er” (R 1176). aún son posibles cuando arrojan un mero interés, y ésta es una de las razones que detienen la baja de la tasa general de ganancia, porque estas empresas, en las que el capital constante guarda una relación tan descomunal con el capital variable, no entran necesariamente en la nivelación de la tasa general de ganancia. {F. E. — Desde que M arx escribiera lo anterior, se han desarrollado, como es sabido, nuevas formas de la actividad industrial que constituyen la segunda y tercera potencias de la sociedad por acciones. La celeridad, diariamente cre­ ciente, con la que puede acrecentarse hoy en día la produc­ ción en todos los dominios de la gran industria, se enfrenta a la lentitud constantemente creciente de la expansión del mercado para estos productos multiplicados. Lo que la primera produce en meses, éste apenas si puede absorberlo en años. A ello se suma la política de proteccionismo aduanero, en virtud de lo cual todos los países industriales se cierran con respecto a los otros, y en especial con res­ pecto a Inglaterra, acrecentando artificialmente, también, la capacidad local de producción. Las consecuencias son una sobreproducción general crónica, una depresión de precios, un descenso de las ganancias y hasta su total elimi­ nación; en suma, que la libertad de competencia, tan ensal­ zada desde antiguo, ya agotó sus argumentos y debe anun­ ciar ella misma su manifiesta y escandalosa bancarrota. Y lo hace por el procedimiento de que en todos los países, los grandes industriales de un ramo determinado se juntan en un cártel destinado a regular la producción. Una comi­ sión establece la cantidad que ha de ser producida por cada establecimiento, y distribuye en última instancia los encar­ gos que surgen. En algunos casos aislados hasta llegaron a formarse, por momentos, cárteles internacionales, como por ejemplo entre las producciones siderúrgicas inglesa y alemana. Pero tampoco esta forma de socialización de la producción bastaba ya. El antagonismo entre los intereses de las diversas firmas comerciales la quebrantaba con harta frecuencia, restableciendo nuevamente la competencia. En­ tonces se llegó a concentrar la producción total de un ramo determinado de la actividad — en aquellos ramos en los que la escala de la producción así lo permitía— en una sola gran sociedad por acciones, de dirección unitaria. En Norteamérica ello ya se efectuó en muchos casos, mientras que en Europa el mayor ejemplo hasta ahora lo constituye 564 el United Alkali Trust, que ha puesto toda la producción británica de álcalis en manos de una única firma comercial. Los antiguos propietarios de las más de treinta fábricas individuales obtuvieron a cambio del conjunto de sus insta­ laciones su valor estimativo en acciones; en total, a cambio de 5 millones de libras esterlinas, que constituyen el capital fijo del consorcio. La dirección técnica permanece en las mismas manos en que estuvo hasta el presente, pero la dirección comercial se halla concentrada en manos de la dirección general. El capital de circulación (floating capital) por un importe de aproximadamente un millón de libras esterlinas le fue ofrecido al público en suscripción. Por consiguiente, el capital global es de 6 millones de libras esterlinas. De este modo, en este ramo, que constituye el fundamento de toda la industria química, se ha sustituido en Inglaterra la competencia por el monopolio, adelantando en el sentido más satisfactorio posible los trabajos tendien­ tes a una futura expropiación por parte de la sociedad global, por parte de la nación.} Esto constituye la abolición del modo capitalista de producción dentro del propio modo capitalista de pro­ ducción, y por consiguiente una contradicción que se anula a sí misma, que prima facie se presenta como mero punto de transición hacia una nueva forma de producción. Se presenta3 luego en la manifestación, también, como tal contradicción. En determinadas esferas establece 3 el mono­ polio, por lo cual provoca la intromisión estatal. Repro­ duce 3 una nueva aristocracia financiera, un nuevo tipo de parásitos en la forma de proyectistas, fundadores y direc­ tores b meramente nominales; todo un sistema de fraude y engaño con relación a fundaciones, emisión de acciones y negociación de éstas. Es una producción privada sin el control de la propiedad privada. IV ) Al margen del sistema accionario — que es una abolición de la industria capitalista privada sobre la base del propio sistema capitalista, y que aniquila la industria " E n los tres lugares d e este p á rra fo indicados con la lla m ad a a, R ubel, en vez d e leer c o m o E ngels el p ro n o m b re “e r” (que se re fe riría a “der W id e rsp ru c h ”, la c o n tradicción), lee el p ro n o m b re n e u tro “es”, que, a su juicio, “designa ev identem ente el sistem a de sociedades p o r acciones (com o lo m u estra p o r o tra p a rte todo el c o n te x to )”. (V éase R 1176/3.) b E n el original d e M arx, “ m an ag ers” (R 1176). 565 privada en la misma medida en que se expande y se apodera de nuevas esferas de la producción— , el crédito ofrece al capitalista individual, o a quien se considera un capitalista, una disposición absoluta, dentro de ciertos límites, de capi­ tal y propiedad ajenas, y por ende de trabajo ajeno.87 El hecho de disponer de capital social, no propio, le permite disponer de trabajo social. El propio capital, que se posee realmente o en opinión del público, se convierte ya sólo en la base de la superestructura crediticia. Esto vale especial­ mente para el comercio mayorista, a través de cuyas manos pasa la mayor parte del producto social. Aquí desaparecen todas las pautas de medida, todas las razones y explica­ ciones más o menos justificadas aun dentro del modo capitalista de producción. Lo que arriesga el gran comer­ ciante que especula es propiedad social, no su propiedad. Igualmente absurda se torna la frase acerca del origen del capital a partir del ahorro, ya que aquél exige precisamente que otros ahorren para él. {F . E. — Es así como última­ mente toda Francia ahorró mil quinientos millones de francos para los estafadores de Panamá. Aquí, en efecto, se halla exactamente descrita toda la estafa de Panamá, 20 años largos antes de haberse producido.}11411 L a otra frase, la del renunciamiento, se da directamente de bofeta­ das con su lujo, que ahora también se convierte en medio de crédito. Ideas que aún poseen algún sentido en una etapa menos desarrollada de la producción capitalista, lo pierden aquí por completo. El éxito y el fracaso llevan ahora simultáneamente a la centralización de los capitales, 87 V éanse, p o r ejem plo, e n el Times las listas de q u e b ran to s d e un a ñ o d e crisis co m o el d e 1857, y com párese el p a trim o n io p ro p io d e los q u e b ra d o s con el im porte d e sus deudas. “E n realid ad , el p o d e r adquisitivo d e p e rso n as q u e poseen c ap ital y c réd ito excede e n m u ch o c u a n to p u e d an su p o n e r quienes no tengan u n conoci­ m ien to p rá ctic o d e los m erc ad o s especulativos.” (T ooke, Inquiry into the Currency Principie, p. 79.) “U n h o m b re que d isfru te d e la re p u ta ció n de p o seer suficiente cap ital p a ra su negocio re g u la r, y que goce d e buen c réd ito en su ram o , si tiene firm e c o n fia n za en q u e la c o y u n tu ra es p ro p icia p a ra el a rtícu lo q u e tra b a ja y si las circu n stan cias lo fav o recen e n el com ienzo y tran scu rso de su especu­ lación, p o d rá e fec tu a r c o m p ra s d e u n a m ag n itu d p ositivam ente en o rm e e n c o m p a ra c ió n c o n su c a p ita l” (ibídem, p. 136). “L os fa b rican tes, com erciantes, etc., h acen, to d o s ellos, negocios m uy p o r e n cim a d e su c a p i t a l . . . H o y en d ía, el cap ital es m u ch o m ás la base sobre la c u al se e stru c tu ra u n buen crédito, q u e el lím ite o p u esto a las tran saccio n es d e cu alq u ier actividad co m e rcia l.” (Economist, 1847, p. 1333.) 566 y por consiguiente a la expropiación en la escala más enorme. L a expropiación se extiende aquí del productor directo hacia los propios pequeños y.medianos capitalistas. Esta expropiación es el punto de partida del m odo capita­ lista de producción; su ejecución es el objetivo de éste, y más exactamente y en última instancia, lo es la expropia­ ción de cada uno de los medios de producción, que con el desarrollo de la producción social dejan de ser medios de la producción privada y productos de la producción privada y que sólo pueden ser ya medios de producción en manos de los productores asociados, y que por ello pueden ser su propiedad social así como son su producto social. Pero esta expropiación misma se presenta,, dentro del sis­ tema capitalista, en una figura antagónica, como la apropia­ ción de la propiedad social por parte de unos pocos; y el crédito les confiere cada vez más a esos pocos el carácter de meros caballeros de industria. Puesto que la propiedad existe aquí en la forma de las acciones, su movimiento y transferencia se convierten en resultado puro del juego bursátil, en el que los tiburones devoran a los peces pe­ queños y los lobos de la bolsa a las ovejas. En el sistema accionario ya existe el antagonismo con la antigua forma en la cual el medio social de producción se manifiesta como propiedad individual; pero la trasmutación en la forma de la acción aún queda prisionera, ella misma, dentro de las barreras capitalistas; por ello, en lugar de superar el antagonismo entre el carácter de la riqueza en cuanto riqueza social y en cuanto riqueza privada, sólo lo perfec­ ciona en una figura nueva. Las fábricas cooperativas de los trabajadores son, dentro de las viejas formas, la primera fractura de éstas, aunque es natural que por doquier reproduzcan y deban reproducir, en su organización real, todos los defectos del sistema imperante. Pero en su seno está suprimido el anta­ gonismo entre capital y trabajo, aunque por ahora sólo lo esté en la forma de que los trabajadores, en cuanto aso­ ciación, constituyen su propio capitalista, es decir que emplean los medios de producción para valorizar su propio trabajo. Las mismas demuestran cómo, alcanzada cierta fase en el desarrollo de las fuerzas productivas materiales y de las formas sociales de producción que les correspon­ den, se desarrolla y forma, de m anera natural, un nuevo modo de producción a partir de otro modo de producción. 567 Sin el sistema fabril emanado del modo capitalista de producción no podría desarrollarse la fábrica cooperativa, y tampoco podría hacerlo sin el sistema crediticio que surge del mismo modo de producción. Este último, así como constituye la base principal para la paulatina trans­ formación de las empresas capitalistas privadas en socie­ dades capitalistas por acciones, ofrece asimismo los medios para la paulatina expansión de las empresas cooperativas en una escala más o menos nacional. Las empresas capita­ listas por acciones deben considerarse, al igual que las fábricas cooperativas, como formas de transición del modo capitalista de producción hacia el modo de producción asociado, sólo que en uno de ellos el antagonismo se ha suprimido de una manera negativa, mientras que en el otro se lo ha hecho positivamente. Hasta aquí hemos considerado el desarrollo del sistema crediticio — y la abolición de la propiedad del capital, latente en él— principalmente con referencia al capital in­ dustrial. En los capítulos siguientes consideraremos el crédito con relación al capital que devenga interés en cuanto tal, tanto sus efectos sobre éste como la forma que en tal ocasión adopta aquél; y para ello aún deben formu­ larse algunas observaciones específicamente económicas. Pero antes hemos de señalar aún lo siguiente: Si el sistema crediticio aparece como palanca principal de la sobreproducción y de la superespeculación en el comercio, ello sólo ocurre porque en este caso se fuerza hasta su límite extremo el proceso de la reproducción, elástico por su naturaleza, y porque se lo fuerza a causa de que una gran parte del capital social resulta empleado por los no propietarios del mismo, quienes en consecuencia ponen manos a la obra de una manera totalmente diferente a como lo hace el propietario que evalúa temerosamente los límites de su capital privado, en la medida en que actúa personalmente. De esto sólo se desprende que la valori­ zación del capital fundada en el carácter antagónico de la producción capitalista no permite el libre y real desarrollo más que hasta cierto punto, es decir que de hecho configura una traba y una barrera inmanentes de la producción, cons­ tantemente quebrantadas por el sistema crediticio.88 Por ello, el sistema de crédito acelera el desarrollo material de las fuerzas productivas y el establecimiento del mercado mundial, cuya instauración hasta cierto nivel en cuanto fundamentos materiales de la nueva forma de producción constituye la misión histórica del modo capitalista de pro­ ducción. Al mismo tiempo, el crédito acelera los estallidos violentos de esta contradicción, las crisis, y con ello los elementos de disolución del antiguo modo de producción. Las características bifacéticas inmanentes al sistema crediticio — que por una parte es fuerza impulsora de la producción capitalista, del enriquecimiento por explotación de trabajo ajeno, hasta convertirlo en el más puro y colosal sistema de juego y fraude, restringiendo cada vez más el número de los pocos individuos que explotan la riqueza social, mientras que por la otra constituye la forma de transición hacia un nuevo m odo de producción— , tal ambi­ güedad es la que confiere a los principales pregoneros del crédito, desde Law hasta Isaac Pereire, su agradable carác­ ter híbrido de timadores y profetas.11421 88 T h o m a s C h atm ers. 568 569 CAPÍTULO XXVIII MEDIOS DE CIRCULACIÓN Y CAPITAL. CONCEPCIÓN D E TOOK E Y D E FU LLA R TO N a El distingo entre circulación y capital, tal como lo efectúan Tooke,89 Wilson y otros, y en el cual se mezclan abigarradamente las diferencias entre medio de circulación en cuanto dinero, en cuanto capital dinerario en general y en cuanto capital que devenga interés (m oneyed capital en el sentido inglés), desemboca en dos resultados dife­ rentes. 89 R epro d u cim o s a q u í e n la versión orig in al el p asaje d e T ooke, c ita d o d e m a n e ra re su m id a e n a le m án en la p. 3 9 0 :b “T h e business o f bankers, setting aside th e issue o f prom issory n o tes p ay ab le on d e m an d , m ay b e divided in to tw o branches, co rre sp o n d in g w ith the d istin ctio n p ointed o u t b y D r. (A dam ) S m ith o f th e tran sactio n s b etw een d e alers a n d d ealers, a n d betw een d e alers a n d consum ers. O ne b ra n c h o f th e b a n k ers’ business is to collect capital fro m those w ho have n o t im m ediate em p lo y m en t f o r it, a n d to d istrib u te o r tra n s fe r it to those w h o have. T h e o th er b ra n c h is to receive deposits o f the incomes o f th e ir custom ers, a n d to pay o u t the a m o u n t, as it is w a n ted fo r e x p en d itu re by th e la tte r in objects o f th e ir co n su m p ­ tio n . . . the fo rm e r being a circ u la tio n o f capital, the latter o f currency." * (‘T o o k e , Inquiry into the Currency Priqciple, p. 36.) L a p rim e ra es “th e c o n ce n tra tio n o f c a p ita l o n th e one h a n d a n d the d istrib u tio n o f it o n the o th e r”, d, y la segunda, “adm inistering the circ u la tio n fo r local p u rposes o f th e d istric t” ' (ibidem , p. 37). K in n e ar se a ce rca m ucho m ás a la c oncepción c o rre c ta en el siguiente pasaje: “ E l d in e ro [ . . . ] se u tiliza p a ra lle v a r a c a b o dos o p eracio n es esencialm ente d ifere n te s [ . . . ] . E n c u a n to m edio d e in te r­ c am b io e n tre c o m e rcia n te s y c o m ercian tes es e l in stru m e n to m e ­ d ian te el c u al se e fe c tú a n tran sfere n cias de c ap ital; es decir, el in te r­ cam bio d e u n m o n to d e te rm in a d o d e c a p ita l e n d in ero a cam bio de * T ítu lo s de E ngels. (V éase R 1180/2.) 571 El medio de circulación, por una parte, circula como moneda (dinero), en la medida en que promueve el gasto de rédito, es decir en que media el tráfico entre el consu­ midor individual y los comerciantes minoristas, categoría bajo la cual deben incluirse todos los comerciantes que venden a los consumidores (a los consumidores indivi­ duales, a diferencia de los consumidores productivos o pro­ ductores). Aquí el dinero circula en la función de la moneda, pese a que repone capital constantemente. Deter­ minada parte del dinero de un país está permanentemente dedicada a esta función, a pesar de que esa parte consta de piezas dinerarias individuales que cambian constante­ mente. En cambio, en tanto el dinero produzca transferen­ cia de capital, sea como medio de com pra (m edio de circu­ lación) o como medio d e pago, es capital. Por consiguiente no es ni su función en cuanto medio de compra, ni su función en cuanto medio de pago lo que lo diferencia de la moneda, ya que tam bién entre comerciante y comerciante igual m o n to de c a p ita l en m ercancías. P e ro el d in ero d esem bolsado en el p ag o d e salario s y en la c o m p ra y v en ta e n tre co m e rcia n te y c o n su m id o r n o es c ap ital, sino réd ito ; la p a rte d el ré d ito de la colectividad q u e se em plea en los gastos diarios. E l d in ero circu la en el uso d iario co n tin u o , y sólo a él puede calificárselo de m edio de circu lació n (currency) en un sentido estricto . L os ad elan to s de c ap ita l dependen exclusivam ente de la volu n tad d el b an co o de o tro s posee­ dores de capital, y a q u e siem pre se e n cu e n tra n p re statario s; p e ro el m o n to d el m edio de c irculación d epende de las necesidades de la colectividad en cuyo seno c irc u la el d in ero a los fines d e su desem bolso d iario .” (J. G . K in n e ar, The Crisis and the Currency, L ondres, 1847 [, PP- 3, 4].) b V éase en el p resente volum en, p. 517. c “L a actividad de los b an q u ero s —d e ja n d o de la d o la em isión d e billetes d e b an co pag ad ero s c o n tra su exigencia— puede dividirse en dos p a rte s c o rresp o n d ien tes con el distingo se ñ alad o p o r el d o c to r (A dam ) S m ith resp ecto a las transacciones en tre c o m ercian tes y c o ­ m erciantes, y e n tre c o m ercian tes y consum idores. U n a p a rte de la actividad del b a n q u e ro consiste en re u n ir capital d e quienes no tienen u n a aplicación in m e d iata p a ra e l m ism o y d istrib u irlo o tra n sfe rirlo a quienes sí la tienen. L a o tr a p a rte es la d e recib ir depósitos de ingresos de sus clientes, y pagarles a éstos el im p o rte a m edida que necesiten g a starlo en objeto s d estinados a su c o n s u m o . . . L a p ri­ m e ra es circu lació n d e capital, m ie n tras que la seg u n d a lo e s de dinero (currency)." * “L a c o n ce n tra c ió n de c ap ital, p o r un lado, y su d istribución, p o r e l o tro .” ' “A d m in istra c ió n de la circulación p a ra los fines locales del d istrito ” . 572 puede actuar como medio de compra, en tanto éstos se com pren recíprocamente al contado, y también entre comer­ ciante y consumidor puede fu n cio n ara como medio de pago, en la medida en que se concede crédito, consumién­ dose primeramente el rédito y pagándoselo después. En consecuencia, la diferencia consiste en que, en el segundo caso, ese dinero no sólo repone capital para una parte, para el vendedor, sino que también resulta gastado o adelantado como capital por la otra parte, por el comprador. L a dife­ rencia es, pues, de hecho, la diferencia entre forma dineraria del rédito y forma dineraria del capital, pero no la dife­ rencia entre circulante y capital, pues en cuanto mediador entre los comerciantes, así como en cuanto mediador entre consumidores y comerciantes, circula una parte del dinero determinada según su cantidad, y en consecuencia ello constituye igualmente circulación en ambas funciones. En la concepción de Tooke se introducen confusiones de diversa índole: 1 ) por la confusión de las determinaciones funcionales; 2 ) por la intromisión del problema relativo a la can­ tidad del dinero que circula conjuntamente en ambas fun­ ciones; 3 ) por la intromisión del problem a acerca de las pro­ porciones relativas y recíprocas de las cantidades de medios de circulación que circulan en ambas funciones, y por ende en ambas esferas del proceso de reproducción. A d 1 ): L a confusión de las determinaciones funcio­ nales, en el sentido de que el dinero es, en una forma, circu­ lante (currency), y en la otra, capital. En tanto el dinero sirve en una u otra función, sea para realizar réditos o para transferir capital, funciona en la com pra y venta o en el pago como medio de com pra o medio de pago y, en el sen­ tido más amplio de la palabra, como medio de circula­ ción. L a determinación ulterior que tiene en los cálculos de su emisor o receptor, en el sentido de que representa capital o rédito para él, no cambia aquí nada en absoluto, y esto también se revela de dos maneras. A pesar de que las clases de dinero que circulan en ambas esferas son diferentes, la misma pieza dineraria — por ejemplo, un billete de cinco libras esterlinas— pasa de una esfera a la * E n la edición y Werke, “fig u rie ren ” (“ fig u ra r” ). C o rre g id o según el m an u scrito de M arx. 573 otra y desempeña alternativamente ambas funciones; cosa que resulta inevitable ya por el hecho de que el comer­ ciante minorista sólo puede dar a su capital la forma dineraria en la forma de la moneda que recibe de sus com­ pradores. Puede suponerse que la moneda fraccionaria propiam ente dicha tiene el centro de gravedad de su circulación en el terreno del comercio minorista; el comer­ ciante minorista la necesita constantemente para cambiar, y la obtiene constantemente de retorno, en pago, de manos de sus clientes. Pero también recibe dinero, es decir moneda en el metal que constituye el patrón de medida del valor, vale decir en Inglaterra piezas de una libra e inclusive billetes de banco, en especial billetes de baja denomina­ ción, por ejemplo de 5 y 10 libras. Estas piezas de oro y billetes, además de un eventual excedente de moneda frac­ cionaria, los deposita a diario o semanalmente en su banco, y paga con ellos sus compras, mediante libranzas sobre su depósito bancario. Pero esas mismas piezas de oro y billetes son retirados de los bancos de una manera igualmente constante y en forma directa o indirecta por todo el público en su carácter de consumidor, como forma dineraria de su rédito (por ejemplo, retiro de dinero menudo por parte de los fabricantes para el pago de salarios), y refluyen constantemente hacia los comerciantes minoristas, para quienes realizan así una parte de su capital, pero al mismo tiempo también nuevamente su rédito. Esta última circuns­ tancia es importante, y Tooke la pasa completamente por alto. Sólo en cuanto se desembolsa el dinero como capital dinerario, al comienzo del proceso de reproducción (libro ii, sección i), el valor de capital existe en forma pura como tal. Pues en la mercancía producida no sólo reside capital, sino ya también el plusvalor; aquélla no sólo es capital en sí, sino capital ya devenido, capital con la fuente de rédito incorporada a él. Por consiguiente, lo que entrega el comerciante minorista a cambio del dinero que refluye hacia él — su mercancía— , es para él capital más ganancia, capital más rédito. Pero más adelante, cuando el dinero circulante refluye al comerciante minorista, restablece la forma dineraria de su capital. Transform ar la diferencia entre la circulación en cuanto circulación de rédito y en cuanto circulación de capital en una diferencia entre circulación y capital es, por consi­ 574 guiente, totalmente erróneo. E n Tooke, esta expresión surge del hecho de que se sitúa simplemente en el punto de vista del banquero que emite billetes de banco propios. El total de los billetes suyos que se halla constantemente en manos del público (aunque ese total conste siempre de otros billetes) y que funciona como medio de circulación, no le cuesta más que el papel y la impresión. Son certifi­ cados de deuda (letras de cam bio) libradas sobre sí mismo, pero que le reportan dinero y que de este modo sirven como medio para valorizar su capital. Pero difieren de su capital, sea éste propio o tomado en préstamo. De ahí que se origine para él una diferencia especial entre circulación y capital, pero que sin embargo nada tiene que ver con las definiciones de esos términos en cuanto tales, y menos aun con las que acaba de formular Tooke. La diferente determinación — la de si actúa como forma dineraria del rédito o del capital— en nada modifica, en principio, el carácter del dinero en cuanto medio de cir­ culación; carácter éste que conserva cualquiera que sea, una u otra, la función que desempeñe. De todos modos, cuando se presenta como forma dineraria del rédito, el dinero funciona más como medio de circulación pro­ piamente dicho (moneda, medio de com pra) a causa de la fragmentación de esas compras y ventas, y porque la mayor parte de quienes gastan rédito, los obreros, pueden comprar relativamente poco a crédito; mientras que en el tráfico del mundo comercial, en el cual el medio de circulación es forma dineraria del capital, el dinero funciona principal­ mente como medio de pago, en parte por la concentración y en parte por el predominante sistema crediticio. Pero la diferencia entre el dinero en cuanto medio de pago y el dine­ ro en cuanto medio de com pra (medio de circulación) es un distingo que le cabe al propio dinero; no es una dife­ rencia entre dinero y capital. Puesto que en el comercio m inorista circula más cobre y plata, y en el comercio mayo­ rista circula más oro, la diferencia lo es ente plata y cobre por un lado y oro por el otro, y no entre circulación y capital. A d 2 ): Intromisión del problema acerca de la cantidad del dinero que circula conjuntamente en ambas funciones. En la medida en que el dinero circula, sea como medio de compra, sea como medio de pago — sin que tenga impor­ tancia en cuál de ambas esferas, e independientemente de 575 su función de realizar rédito o capital— , valen para la cantidad de su masa circulante las leyes anteriormente desarrolladas, al considerar la circulación mercantil simple, libro i, cap. m , 2 b.a El grado de velocidad de circulación, vale decir el núm ero de repeticiones de la misma función como medio de compra y de pago mediante las mismas piezas dinerarias en un lapso dado, el volumen de las compras y ventas simultáneas o de los pagos, respectiva­ mente, la suma de los precios de las m ercandas circulantes, y finalmente los balances de pagos que deben saldarse en ese mismo lapso, determinan en ambos casos la masa del dinero circulante, de la currency. Que el dinero que así funciona represente para pagadores o receptores capital o rédito, es algo irrelevante, que en nada modifica las cosas. Su masa resulta simplemente determinada por su función en cuanto medio de compra y de pago. A d 3 ): Acerca del problema de las proporciones rela­ tivas de las cantidades de medios de circulación que circulan en ambas funciones, y por ende en ambas esferas del pro­ ceso de la reproducción. Ambas esferas de la circulación se hallan en una conexión interna, puesto que por una parte la masa de los réditos que hay que gastar expresa el volumen del consumo, y por la otra la magnitud de las masas de capital que circulan en la producción y el comer­ cio expresan el volumen y la velocidad del proceso de la reproducción. Sin embargo, las mismas circunstancias actúan de manera diferente, e incluso en sentido opuesto, sobre las cantidades de las masas de dinero circulantes en ambas funciones o esferas o sobre las cantidades de la circulación, tal como lo expresan los ingleses en términos bancarios. Y ello da origen nuevamente al absurdo distingo de Tooke entre circulación y capital. L a circunstancia de que los señores de la teoría de la currency'1*®' confundan dos cosas dispares no constituye, en modo alguno, razón para presentarlas como diferencias conceptuales. En tiempos de prosperidad, de gran expansión, de acele­ ración y vigorización del proceso de reproducción, los obre­ ros se hallan plenamente ocupados. Mayormente se produce asimismo un aumento del salario, equilibrando hasta cierto punto el descenso del mismo por debajo del nivel medio en los restantes períodos del ciclo comercial. Al mismo * V éase, en la presen te edición, t. i, vol. 1, pp. 139 y ss. 576 tiempo aumentan significativamente los réditos de los capi­ talistas. El consumo crece en forma generalizada. Los pre­ cios de las mercancías también aumentan regularmente, por lo menos en diversos ramos decisivos de los negocios. En consecuencia aumenta la cantidad del dinero circulante cuando menos dentro de ciertos límites, puesto que la mayor velocidad de circulación pone, por su parte, límites al crecimiento de la masa del medio circulante. Puesto que la parte del rédito social que consiste en salarios resulta originariamente adelantada por el capitalista industrial en la forma de capital variable y siempre en forma dineraria, en tiempos de prosperidad éste necesita más dinero para su circulación. Pero no debemos contarlo dos veces: una vez como dinero necesario para la circulación del capital varia­ ble, y otra vez como dinero necesario para la circulación del rédito de los obreros. El dinero abonado a los obreros como salario se gasta en el comercio minorista, y de este modo retom a en forma casi semanal a los bancos en la form a de depósito de los comerciantes minoristas, luego de haber servido aun para mediar, en ciclos más pequeños, toda suerte de negocios intermedios. En tiempos de prospe­ ridad, el reflujo del dinero para los capitalistas industriales transcurre sin inconvenientes, y de ese modo no aumenta su necesidad de crédito dinerario por el hecho de tener que pagar más salarios, de que necesiten más dinero para la circulación de su capital variable. El resultado global es que, en períodos de prosperidad, la masa de los medios de circulación que sirve para el gasto del rédito aum enta decididamente. En lo que atañe a la circulación necesaria para la trans­ ferencia de capital, es decir solamente entre los propios capitalistas, esta época de negocios animados es, al mismo tiempo, el período del crédito más elástico y más fácil. La velocidad de la circulación entre capitalista y capitalista está directamente regulada por el crédito, y la masa del medio de circulación que se requiere para saldar los pagos, e incluso para com pras en efectivo, disminuye en términos relativos. Puede expandirse en valores absolutos, pero en todas las circunstancias disminuye relativamente, en com­ paración con la expansión del proceso de reproducción. Por un lado se liquidan grandes pagos masivos sin intervención alguna de dinero; por el otro, dada la gran vivacidad del proceso, impera un movimiento más veloz de las mismas 577 cantidades de dinero, tanto en calidad de medios de compra como en cuanto medios de pago. L a misma masa de dinero media el reflujo de un mayor número de capitales indivi­ duales. E n general, en esta clase de períodos la circulación de dinero aparece colmada (fu ll), pese a que la parte n (transferencia de capital) se contrae por lo menos relativa­ mente, mientras que la parte i (gasto de rédito) se expande de manera absoluta. Los reflujos expresan la reconversión del capital mer­ cantil en dinero, D - M - D ', tal como hemos visto al con­ siderar el proceso de reproducción en la sección i del libro ii. El crédito hace que el reflujo en forma dineraria se independice del momento del reflujo real, tanto para el capitalista industrial como para el comerciante. Cada uno de los dos vende a crédito; por lo tanto, su mercancía se halla enajenada antes de haberse reconvertido para él en dinero, es decir antes de haber refluido hacia él mismo en forma dineraria. Por otra parte compra a crédito, y de este m odo el valor de su mercancía se ha reconvertido paria él, sea en capital productivo o en capital mercantil, antes aun de que ese valor se haya transform ado realmente en dinero, antes de que el precio de la mercancía esté vencido y pagado. En tales tiempos de prosperidad, el reflujo se desarrolla fácilmente, como sobre rieles. El co­ merciante minorista paga con solvencia al mayorista, éste al fabricante, éste a su vez al im portador de la materia prima, etc. L a apariencia de reflujos rápidos y seguros siempre se mantiene durante prolongado lapso después de haber pasado su realidad, en virtud del crédito que ya se halla en marcha, puesto que los reflujos crediticios susti­ tuyen a los reflujos reales. Los bancos comienzan a tomarle mal olor a la cosa en cuanto sus clientes depositan mayor cantidad de letras de cambio que de dinero. Véanse las declaraciones anteriores del director del Banco de Liver­ pool, p. 398.a Aquí cabe interpolar aún lo que he observado anterior­ mente: “En épocas de predominio del crédito, la velocidad de la circulación del dinero se acrecienta con mayor rapidez que los precios de las mercancías; mientras que al disminuir el crédito los precios de las mercancías disminuyen más " V éase, en el p resente volum en, pp. 530-531. 578 lentamente que la velocidad de la circulación. (Zur Kritik der Politischen Ökonomie, 1859, pp. 83, 84.) En el período de crisisa la situación es inversa. La circulación n? 1 se‘contrae, los precios caen, y otro tanto ocurre con los salarios; el número de obreros ocupados se restringe, el volumen de las operaciones disminuye. En cambio en la circulación n? 2, al disminuir el crédito, aumenta la necesidad de préstamos de dinero, punto éste sobre el cual entraremos en detalles de inmediato. No cabe duda alguna de que, al disminuir el crédito, lo cual coincide con el estancamiento del proceso de repro­ ducción, decrece el volumen de la circulación necesario para el n? 1, el gasto de rédito, mientras aum enta el requerido para el n? 2, la transferencia de capital. Pero hemos de examinar hasta dónde este principio es idéntico a este otro establecido por Fullarton: “U na demanda de capital a prés­ tam o y una demanda de medios de circulación adicionales son cosas totalmente diferentes y no se las halla juntas con frecuencia” .90 90 “A d e m a n d fo r c ap ita l o n lo an a n d a d e m a n d fo r aditio n al c irc u la tio n a re q u ite d istin c t things, a n d n o t o ften fo u n d associated.” (F u llarto n , l.c. p. 82, ep íg rafe del c ap ítu lo 5.) “E s un gran e rro r, por c ierto , im aginar que la d e m a n d a d e p ré stam o s p e cu n iario s (es decir, d e p ré stam o s d e capital) sea idéntica a la d e m a n d a d e m edios a d i­ cionales d e c irculación, o incluso q u e am b a s se h allen frec u e n te ­ m en te asociadas. T o d a d e m a n d a se o rig in a e n c ircu n stan cias q u e la a fec ta n p a rticu la rm e n te, y m uy d istin ta s en tre sí. C u a n d o to d o tiene un aspecto pró sp ero , cuan d o lo s salarios son elevados, los precios se h a lla n en ascenso y las fáb ricas e stán o c u p ad a s, se necesita h a b itu a lm en te u n sum inistro ad icio n al d e medios de circulación p a ra llev ar a cabo las funciones adicionales in sep arab les de la necesidad de e fec tu a r pag o s m ay o res y m ás num erosos; m ie n tras qu e e specialm ente en u n a e ta p a m ás av an z ad a d e l c iclo com ercial, c u an d o co m ien zan a p resen tarse las dificu ltad es, c u an d o los m e r­ cados e stán a b a rro ta d o s y se d e m o ra n los reflujos, el interés au m e n ta y el ban co recibe u n a p resión solicitando ad elan to s de capital. Es v e rd ad q u e no h a y n in g ú n m edio a trav é s d e l cu al el b a n co suela a d e la n ta r c ap ita l excepto el d e sus billetes b an cario s y que, p o r consiguiente, negar los billetes es neg ar el crédito. P e ro u n a vez c o n ced id o éste, to d o se aju sta d e c o n fo rm id ad c o n las necesidades d e l m ercado; el p ré stam o se m an tien e en p ie y los m edios de circulación, si n o se los desea, h a lla n su cam ino d e re to rn o h a c ia el em isor. E n consecuencia, u n m uy som ero e x am en de los in­ form es p a rla m e n tario s puede con v en cer a c u a lq u ie ra d e q u e los títu lo s e n m an o s del B anco d e In g la te rra flu c tú a n c o n m ay o r fre* “K rise” ; e n el m an u scrito d e R 1183.) M arx , “adversity” . (V éase 579 P or de pronto, resulta claro que en el primero de los dos casos anteriores, en tiempos de prosperidad, cuando debe crecer la masa del medio circulante, crece la demanda cuencia en d irecció n o p u esta a la circ u la c ió n d e aquellos m edios q u e en c o n c o rd a n c ia con ella, y que, e n consecuencia, el ejem plo d e ese g ra n estab lecim ien to n o c onstituye excepción alg u n a a la d o c trin a tan e n fátic a m e n te sostenida p o r los b a n q u ero s d e p rovincia, en e l sen tid o d e q u e ningún b a n co puede e x p an d ir su circulación si ta l circu lació n y a es a d ec u ad a a los fines a los cuales se aplica co m ú n m en te u n a circu lació n de b illetes ban cario s; p e ro q u e cu al­ q u ie r a gregado a sus adelan to s, luego d e so b re p asad o ese lím ite, debe ha ce rse a p a rtir d e su c ap ital, y proveerse m ediante la v en ta de a lgunos d e sus títu lo s e n reserva, o p o r a bstención d e u n a u lte rio r inversión en esa clase d e valores. L a ta b la c o m p ilad a a p a rtir de los in fo rm es p a rla m e n tario s p a ra el lapso q u e m ed ia e n tre 1833 y 1840, a la c u al m e he re fe rid o en u n a p á g in a a n te rio r, b rin d a continuos e jem plos de e sta v e rd ad ; p e ro dos d e ellos son ta n no tab les que será p rá ctic a m e n te in necesario q u e m e e x tie n d a m ás a llá d e los m ism os. E l 3 d e e n ero de 1837, c u an d o el b an co ech ó m a n o de to d o s sus recu rso s p a ra sostener e l c réd ito y e n fre n ta r las d ific u lta d es del m erc ad o d in e ra rio , h a lla m o s q u e sus ad elan to s en p ré stam o s y des­ c u en to s h a b ía n alc an z a d o la e n o rm e su m a d e £ 17.022.000, m o n to éste p rá ctic a m e n te d esconocido desde la g u e rra , y casi igual a la sum a to ta l de b illetes em itidos, que, e n el ín terin , ¡perm aneció inm óvil en un p u n to tan b a jo co m o lo e s e l de £ 17.076.000! T en e ­ m os, p o r o tra p a rte , el 4 d e ju n io d e 1833, u n a circulación de £ 18.892.000 con u n a c a rte ra de d o c u m e n to s priv ad o s en sus m anos cerc a n a a la m ás b a ja — si n o la m á s b a ja de todas— que se registre en to d o el ú ltim o m ed io siglo, y q u e llegó a ¡n o m ás de £ 9 7 2 .0 0 0 ! (F u llarto n , l.c., pp. 97, 98.) E l que u n a demand for pecuniary accomodation [d em an d a de p ré stam o s pecuniarios] n o tiene p o r q u é ser, e n m o d o a lguno, id éntica a u n a demand for gold [d em an d a de o ro ] (que W ilson, T o o k e y o tro s d e n o m in a n capital), es cosa que se ve a p a rtir d e las siguientes d e clara c io n e s d el se ñ o r W eguelin, g o b e rn a d o r d el B an co de In g laterra ; “E l descu en to de letras de c am b io h a sta ese m o n to ” (un m illón d ia rio d u ra n te tres d ías conse­ cutivos) “ n o re d u ciría la re serv a ” (de b illetes de banco) “ salvo que el púb lico reclam ase u n m o n to m ay o r de circu lació n activa. L os billetes em itid o s a l d e sc o n ta r las letras re flu iría n p o r m ediación de los b a n q u ero s y m ediante depósitos. S alvo q u e esas tra n sa c ­ ciones tu v ie ran co m o fin alid ad la ex p o rta ció n d e o ro o q u e e n el in te rio r reinase un p á n ic o de tal suerte q u e el p ú b lico se a fe rra ra a sus b illetes d e b a n co en lu g ar de d e p o sita rlo s en los b an co s [...], la reserva n o re su lta ría a fec ta d a p o r operacio n es d e sem ejante m agnitud.” “ E l b a n c o puede d e sc o n ta r d ia ria m e n te un m illón y m edio, y ello o c u rre de c o n tin u o sin q u e esto afecte ni en lo m ín im o su reserva. L os billetes re to rn a n c o m o depósitos, y la ú n ica m odificación q u e tiene lu g ar es la m era tran sfere n cia de u n a c u en ta a la o tr a .” (Report on Bank Acts, 1857, E vidence n 9 241, 500.) P o r consiguiente, en este caso los billetes sólo sirven co m o m edios p a ra tra n s fe rir los créditos. 580 por el mismo. Pero resulta igualmente claro que si un fabri­ cante retira más en oro o en billetes de sus haberes deposi­ tados en un banco porque debe gastar más capital en forma de dinero, no por ello crece su demanda de capital, sino sólo su demanda de esa forma particular en la cual gasta su capital. La demanda sólo se refiere a la forma técnica en la cual lanza su capital a la circulación. Del mismo modo que, con un desarrollo diferente del sistema crediticio, por ejemplo el mismo capital variable, la misma cantidad de salario, exige en un país una masa de medios circulantes mayor que en otro; por ejemplo, en Inglaterra más que en Escocia, o en Alemania más que en Inglaterra. De la misma manera, en la agricultura el mismo capital activo en el proceso de reproducción requiere, en diversas esta­ ciones, diferentes cantidades de dinero para el desempeño de sus funciones. Pero la antítesis, tal como la plantea Fullarton, no es correcta. De ninguna m anera es la fuerte demanda de prés­ tamos la que distingue el período d e estancamiento del de prosperidad, como dice él, sino la facilidad con que se satisface esta demanda en tiempos de prosperidad y la difi­ cultad con la que se la satisface una vez producido el estan­ camiento. Pues es precisamente el monstruoso desarrollo del sistema crediticio durante la época de prosperidad, vale decir también el enorme incremento en la demanda de capital en préstamo y la facilidad con que la oferta se pone a su disposición en tales períodos, lo que produce la escasez de crédito durante el período de estancamiento. Por consiguiente no es la diferencia en la magnitud de la demanda de préstamos lo que caracteriza ambos períodos. Tal como ya se ha señalado con anterioridad, ambos períodos se diferencian, por lo pronto, en que en tiempos de prosperidad predomina la dem anda de medios de circu­ lación entre consumidores y comerciantes, mientras que en períodos de recesión predomina la demanda de medios de circulación entre capitalistas. En el período de parali­ zación de los negocios disminuye la prim era y aumenta la segunda. Ahora bien, lo que les llama la atención a Fullarton y a otros como de importancia decisiva es el fenómeno de que en épocas en las que las securities — las garantías prendarias y las letras de cambio— aumentan en manos del Banco de Inglaterra, disminuye su circulación de billetes 581 y viceversa. Pero el monto de las securities expresa el volumen del crédito dinerario, de las letras de cambio descontadas y de los anticipos sobre títulos y valores en circulación. Así dice Fullarton en el pasaje anteriormente citado, nota 90, p. 436: a Los títulos y obligaciones (secu­ rities) que se hallan en poder del Banco de Inglaterra varían por lo general en sentido inverso que su circulación de billetes, y esto confirma el principio, acreditado de antiguo en los bancos privados, de que ningún banco puede elevar su emisión de billetes por encima de cierto monto, determinado por las necesidades de su público; pero si quiere efectuar adelantos por encima de ese monto, debe efectuarlos a partir de su capital, es decir liquidando títulos y obligaciones o empleando para ello ingresos en dinero que de otro modo hubiese invertido en títulos y obli­ gaciones. Pero aquí también se revela qué entiende Fullarton por capital. ¿Qué significa aquí capital? Que el banco no puede seguir efectuando los adelantos con sus propios bille­ tes de banco, compromisos de pago que, naturalmente, nada le cuestan. Pero ¿con qué efectúa entonces los adelantos? Con el producido de la venta de securities in reserve [títulos y obligaciones en reserva], es decir de títulos de deuda pública, acciones y otros títulos que devengan inte­ rés. Pero, ¿a cambio de qué vende esos valores? A cambio de dinero, oro o billetes de banco, en tanto estos últimos sean medios de pago legales, como los.-del Banco de Ingla­ terra. E n consecuencia, lo que adelanta es, bajo todas las circunstancias, dinero. Pero este dinero constituye ahora una parte de su capital. Si adelanta oro, ello es evidente. Si adelanta billetes, ahora esos billetes representan capital porque ha enajenado un valor real, los títulos que devengan interés. En los bancos privados, los billetes que les llegan por venta de los títulos sólo pueden ser, con arreglo a su volumen, billetes del Banco de Inglaterra o sus propios billetes, ya que es difícil que se acepten otros en pago por títulos u obligaciones. Pero si se trata del propio Banco de Inglaterra, entonces los propios billetes suyos que recibe de retorno le cuestan capital, es decir títulos que devengan interés. Además, de ese modo sustrae sus propios billetes a la circulación. Si vuelve a emitir esos billetes, o en su * V éase en este volum en, pp. 579-580. 582 lugar nuevos billetes por el mismo monto, los mismos repre­ sentan ahora capital. Y lo hacen tanto si se los emplea para efectuar adelantos a capitalistas como si se los utiliza más adelante, cuando disminuye la dem anda de esta clase de crédito dinerario, para su reinversíón en títulos y obli­ gaciones. En cualquiera de estas circunstancias, aquí la palabra capital sólo se emplea en el sentido que le dan los banqueros, sentido en el cual significa que el banquero está obligado a conceder más que su mero crédito. Como es sabido, el Banco de Inglaterra efectúa todos sus adelantos en sus propios billetes. Ahora, si a pesar de ello la circulación de billetes del banco disminuye por regla general en la misma proporción en que aumentan las letras de cambio y garantías prendarias que se hallan en sus manos, es decir los adelantos efectuados por él, ¿qué ocurre con los billetes puestos en circulación, cómo refluyen éstos al banco? En primer lugar, si la demanda de préstamos dinerarios se origina en una balanza nacional de pagos desfavo­ rable, que por tanto ocasiona un drenaje de oro, la cuestión es sumamente sencilla. Las letras de cambio se descuentan en billetes de banco. En el issue department [departamento de emisión] del propio banco, esos billetes se cambian por oro, y el oro se exporta. Es lo mismo que si el banco pagase directamente en oro, sin la intermediación de bille­ tes, inmediatamente al descontar las letras de cambio. Una dem anda creciente de esta índole — que en ciertos casos alcanza de 7 a 10 millones de libras esterlinas— no le agrega, naturalmente, ni un solo billete de cinco libras a la circulación interna del país. Si se dice entonces que en este caso el banco adelanta capital y no medios de circulación, ello tiene un doble sentido. E n primer término, que no anticipa crédito sino valor real, una parte de su capital propio o del capital depositado en sus arcas. En segundo lugar, que no adelanta dinero para la circulación interna, sino para la circulación internacional, dinero mundial; y para esa finalidad, el dinero siempre debe existir en su forma de tesoro, en su corporeidad metálica, en la forma en que no es sólo forma del valor, sino inclusive igual al valor cuya forma dineraria constituye. Pese a que este oro representa capital tanto para el banco como para el comer­ ciante exportador de oro, capital bancario o capital co­ mercial, la demanda por él no se produce en cuanto capital, 583 sino como la forma absoluta del capital dinerario. La misma se origina precisamente en el instante en que los mercados extranjeros están saturados de capital mercantil inglés irrealizable. En consecuencia, lo que se solicita no es capi­ tal como capital, sino capital como dinero, en la forma en que el dinero es mercancía universal en el mercado mun­ dial; y ésa es su forma originaria como metal precioso. Por consiguiente, el drenaje de oro no es, como dicen Fullarton, Tooke, etc., a mere question of capital [una mera cuestión de capital], sino a question of money [una cues­ tión de dinero], si bien en una función específica. El hecho de que no sea una cuestión de circulación interna, como lo afirman los partidarios de la teoría de la currency, no de­ muestra en absoluto, como piensan Fullarton y otros, que sea una mera question o f capital. Es una question of money en la forma en la cual el dinero es medio de pago inter­ nacional. “Si ese capital” (el precio de compra de los millones de quarters de trigo extranjero luego de una mala cosecha interna) “se transfiere en mercancías o en dinero en efec­ tivo es una cuestión que no afecta en modo alguno la naturaleza de la transacción” . (Fullarton, l.c ., p. 131.) Pero afecta muy significativamente la cuestión de si se opera o no un drenaje de oro. El capital se transfiere en la forma de metal precioso porque no se lo puede transferir en absoluto en la forma de mercancías, o sólo se lo puede hacer con enormes pérdidas. El tem or que experimenta el moderno sistema bancario por el drenaje de oro supera todo cuanto haya soñado jamás el sistema monetarista, para el cual el metal precioso es la única riqueza real. Tomemos, por ejemplo, las siguientes decla­ raciones del gobernador del Banco de Inglaterra, Morris, ante la comisión parlam entaria que investigaba la crisis de 1847-48: 3.846. (P regunta:) “Cuando hablo de la desva­ lorización de existencias (stocks) y de capital fijo, ¿no sabe usted que todo el capital invertido en existencias y produc­ tos de toda índole estaba desvalorizado de la misma manera, que el algodón en rama, la seda cruda y la lana sucia fueron enviados al continente a los mismos viles precios, y que el azúcar, el café y el té fueron vendidos con grandes sacrificios, como en las ventas judiciales?!1431 Era inevitable que el país realizase un considerable sacri­ ficio para hacer frente al drenaje de oro que se había 584 producido como consecuencia de la importación masiva de víveres.” — 3.848. “¿No opina usted que hubiese sido mejor echar mano a los 8 millones de libras esterlinas que yacían en las arcas del banco, que tratar de recuperar el oro con semejante sacrificio? — No, no soy de esa opinión.” En este caso se considera al oro como la única riqueza real. El descubrimiento de Tooke citado por Fullarton, en el sentido de que “con solamente una o dos excepciones y las que admitan una explicación satisfactoria, cualquier disminución notable del tipo de cambio seguida por un drenaje de oro y ocurrida .durante el último medio siglo, ha coincidido por completo con un nivel comparativamente bajo del medio circulante, y viceversa” (Fullarton, p. 121), demuestra que esos drenajes de oro se producen mayor­ mente en un período de excitación y especulación como “señal de un colapso ya comenzado . . . un indicio de mer­ cados abarrotados, de cesación de la dem anda extranjera por nuestros productos, de retardo en los reflujos y, como secuela necesaria de todo ello, de descrédito comercial, con cierre de fábricas, trabajadores que se mueren de ham bre y un estancamiento general de la industria y de la empresa.” (p. 129.) Ésta es, al mismo tiempo, natural­ mente, la mejor refutación de la tesis sostenida por los par­ tidarios de la teoría de la currency, en el sentido de que “una circulación plena aleja el oro, y una baja circulación lo atrae”. Por el contrario, a pesar de que una fuerte reserva áurea del Banco de Inglaterra existe mayormente en tiempos de prosperidad, ese tesoro siempre se forma sólo en la época desanimada y de estancamiento que sigue a la tempestad. En consecuencia, toda la sabiduría relativa al drenaje del oro se reduce a que la demanda de medios internacio­ nales de circulación y de pago difiere de la demanda de medios internos de circulación y de pago (de lo cual tam ­ bién surge por sí solo que “ la existencia de un drenaje no implica necesariamente disminución alguna de la demanda interna de circulación”, como dice Fullarton, p. 112); y que el envío de los metales preciosos fuera del país, su lanzamiento a la circulación internacional, no es idéntico al lanzamiento de billetes o moneda a la circulación interna. Por lo demás, ya he señalado anteriorm entea que el movimiento del tesoro que se halla concentrado como fondo • V éase, e n nu e stra edición, t. i, vol. 1, pp. 176-177. 585 de reserva destinado a pagos internacionales, nada tiene que ver, de por sí, con el movimiento del dinero como medio de circulación. Sin embargo se produce una compli­ cación en virtud del hecho de que las diversas funciones del tesoro que he desarrollado a partir de la naturaleza del dinero — su función como fondo de reserva para medios de pago, para pagos vencidos en el interior, como fondo de reserva de los medios de circulación, y finalmente como fondo de reserva del dinero mundial— se atribuyen a un único fondo de reserva; de lo cual se desprende asimismo que, bajo determinadas circunstancias, un drenaje de oro desde el banco hacia el interior puede combinarse con un drenaje hacia el exterior. Pero aun se suma una nueva complicación en virtud de la función ulterior — atribuida a este tesoro en forma totalmente arbitraria— de servir como fondo de garantía para la convertibilidad de billetes de banco en países en los que está desarrollado el sistema de crédito y el dinero crediticio. A todo eso se suma finalmente 1) la concentración del fondo nacional de re­ serva en un único banco principal, 2 ) su reducción al mínimo posible. De ahí también la lamentación de Fullarton (p. 143): “No es posible contemplar el perfecto silen­ cio y facilidad con que las variaciones del tipo de cambio pasan habitualmente en los países continentales, en compa­ ración con el estado de febril desasosiego y alarma que siempre se producen en Inglaterra toda vez que el tesoro del banco parece estar aproximándose al agotamiento, sin que no nos impresione la gran ventaja que en este aspecto posee una circulación metálica.” Pero si hacemos abstracción del drenaje áureo, ¿cómo puede entonces un banco que emite billetes, por ejemplo el Banco de Inglaterra, aumentar el monto del crédito dinerario que concede sin aumentar su emisión de billetes? Todos los billetes que se encuentran fuera de las pare­ des del banco, circulen o dormiten en tesoros privados, se hallan en circulación en lo que al propio banco respecta, es decir, fuera de su posesión. Por lo tanto, si el banco amplía sus descuentos y préstamos sobre mercancías, sus adelantos sobre securities [títulos y obligaciones] los billetes de banco desembolsados a cambio de ellos deben refluir hacia él, pues de lo contrario agrandan el monto de la circulación, que es precisamente lo que no debe ocurrir. Este reflujo puede acontecer de dos maneras. * 586 Primera: El banco le paga a A billetes a cambio de títulos y obligaciones; con aquéllos, A le paga letras de cambio vencidas a B, y éste vuelve a depositar los billetes en el banco. Con ello llega a su término la circu­ lación de estos billetes, pero el préstamo subsiste. (“El préstamo se mantiene en pie y los medios de circulación, si no se los desea, hallan su camino de retorno hacia el emisor.” Fullarton, p. 97.) Los billetes adelantados por el banco a A han retornado ahora al banco; en cambio éste es acreedor de A o de lo obtenido por la letra descon­ tada por A, y deudor de B por la suma de valor expresada en esos billetes, y B dispone de esa manera de una parte correspondiente del capital del banco. Segunda: A le paga a B, y el propio B o C, a quien B le ha dado a su vez los billetes en pago, con dichos billetes paga letras vencidas al banco, directa o indirecta­ mente. En este caso se le ha pagado al banco con sus propios billetes. De ese modo queda concluida la tran­ sacción (excepto el reintegro de A al banco). ¿En qué medida cabe considerar entonces el adelanto del banco a A como un adelanto de capital, o como un mero adelanto de medios de pago?91 {F. E. — Esto depende de la naturaleza del propio ade­ lanto. En esta situación se debe distinguir tres casos. Primer caso. A recibe del banco las sumas de adelanto sobre su crédito personal, sin dar cobertura alguna a cambio de ellas. En este caso no sólo ha obtenido un adelanto de medios de pago, sino también indudablemente un capital nuevo, que puede emplear y valorizar en su negocio como capital adicional hasta el momento de su reintegro. Segundo caso. A ha pignorado en el banco títulos, obli­ gaciones, certificados de deuda pública o acciones, obte­ niendo sobre ellos un adelanto en efectivo, digamos que hasta los dos tercios del valor que tenían en ese momento. En este caso ha obtenido los medios de pago que necesi­ taba, pero no un capital adicional, pues le ha entregado al banco un valor de capital mayor que el recibido de él. 91 [F. E. -— E l pasaje q u e a p arece a contin u ació n en el o riginal re su lta incom prensible en el con tex to y ha sido re elab o ra d o p o r el e d ito r h asta el cierre d el corchete." E n otro contexto, este p u n to ya ha sido to cad o en el cap ítu lo xxvi.}b " L lave e n la p resente edición. Véase., en el p resente volum en, pp. 549-552. 587 Pero ese valor mayor de capital no era utilizable, por una parte, para sus necesidades momentáneas — medios de pago— por hallarse invertido en una forma determinada que devenga interés; por otra parte, A tenía sus motivos para no transformarlo directamente en medios de pago mediante su venta. Sus títulos y obligaciones tenían, entre otras cosas, el destino de actuar como capital de reserva, y como tal los hizo entrar en funciones. Por consiguiente, entre A y el banco se ha operado una transferencia tempo­ raria y recíproca de capital, de manera que A no recibió ningún capital adicional (¡por el contrario!), pero sí los medios de pago que necesitaba. En cambio para el banco el negocio consistió en una inmovilización tem poraria de capital dinerario en la forma de un préstamo, en una tras­ mutación de capital dinerario de una forma en otra, y esa transformación es precisamente la función esencial del negocio bancario. Tercer caso. A ha descontado una letra en el banco, a cambio de la cual ha recibido el importe en efectivo, una vez deducido el descuento. En este caso ha vendido una forma no convertible de capital dinerario al banco a cambio del importe de su valor en forma convertible: la letra de cambio aún en curso por dinero en efectivo. L a letra es ahora propiedad del banco. En nada modifica la situación el hecho de que, en caso de falta [de] pago, el último endosante, A, sea responsable ante el banco por el importe; dicha responsabilidad la comparte con los demás endosantes y con el librador, ante quienes puede presentar recurso llegado el momento. En consecuencia, aquí no tenemos un adelanto, sino una com pra y venta común y corriente. Por ello, A tampoco debe reintegrarle nada al banco, el cual se cubre por cobranza de la letra a su vencimiento. También en este caso se ha verificado una transferencia mutua de capital entre A y el banco, exactamente igual que en el caso de la compra y venta de cualquier otra mercancía, y precisamente por ello A no ha recibido capital adicional alguno. Lo que necesitaba y obtuvo fueron medios de pago, y los obtuvo por el hecho de que el banco le trasmutó la forma de su capital dinerario (la letra de cam bio) en otra (el dinero). Por consiguiente, sólo puede hablarse de un adelanto real de capital en el primer caso. En el segundo y tercer casos ello puede hacerse, a lo sumo, sólo en el sentido de 588 que en toda inversión de capital se “adelanta capital”. En este sentido, el banco le adelanta capital dinerario a A; pero para A es capital dinerario, cuando más, en el sentido de que es una parte de su capital en general. Y lo solicita y lo emplea no especialmente como capital, sino especial­ mente como medio de pago. De otro modo, también habría que considerar como un adelanto de capital recibido a cualquier venta común de mercancías, en virtud de la cual alguien se procura medios de pago.} En el caso del banco privado que emite sus propios billetes subsiste la diferencia de que, caso que sus billetes no permanezcan en la circulación local ni regresen a él mismo en la forma de depósitos o en pago de letras de cambio vencidas, tales billetes caen en manos de personas a quienes debe pagarles oro o billetes del Banco de Ingla­ terra a cambio de aquéllos. Así, en este caso el adelanto de sus billetes representa efectivamente un anticipo de billetes del Banco de Inglaterra, o lo que es lo mismo para el banco, de oro, es decir de una parte de su capital bancario. O tro tanto vale para el caso en el que el Banco de Ingla­ terra mismo o cualquier otro banco sometido a un máximo legal en su emisión de billetes deba vender títulos y obliga­ ciones para retirar de circulación sus propios billetes, y volver a desembolsarlos luego en adelantos; en este caso, sus propios billetes representan una parte de su capital bancario movilizado. Incluso si la circulación fuese puramente metálica, podría ocurrir simultáneamente: 1) que un drenaje de oro {F. E . : aquí se alude evidentemente a un drenaje de oro que vaya cuando menos en parte al extranjero} vaciara el tesoro y 2 ) puesto que el banco sólo exigiría el oro principalmente para saldar pagos (liquidación de tran­ sacciones anteriores), su adelanto sobre títulos y obliga­ ciones podría aumentar mucho, pero retornaría al banco en la forma de depósitos o en el pago de letras vencidas; de modo, por una parte, que al aumentar los títulos y obligaciones que se hallan en cartera en el banco dismi­ nuiría su tesoro total, y por otra parte tendría la misma suma que tenía anteriormente como propietario, ahora como deudor de sus depositarios, y finalmente disminuiría la masa global del medio circulante. H asta aquí hemos supuesto que los adelantos se efec­ túan en billetes, y que traen aparejado cuando menos un 589 aumento momentáneo de la emisión de billetes, aunque el mismo desaparezca inmediatamente después. Pero esto no es necesario. En lugar de los billetes de papel, el banco puede abrirle a A un crédito en sus libros, según el cual éste, su deudor, se convierte en depositante imaginario en el banco. A les paga a sus acreedores con cheques contra el banco, y el receptor de esos cheques se los pasa a su vez a su banquero, quien los intercambia por los cheques girados contra él en la clearing house. En este caso no tiene lugar intervención alguna de billetes, y toda la transacción se limita a que el banco salda con un cheque contra sí mismo una exigencia que debe formular, consistiendo su recompensa real en la exigencia de crédito sobre A. En tal caso le habrá adelantado una parte de su capital bancario, por haberle anticipado sus propias exigencias de deuda. En la medida en que esta demanda de crédito dinerario es demanda de capital, sólo lo es para capital dinerario; capital desde el punto de vista del banquero, es decir de oro — en el caso de drenaje áureo al exterior— o de billetes del banco nacional, que la banca privada sólo puede obtener por compra a cambio de un equivalente, y que por ende representan capital para ella. O por último se trataba de títulos y obligaciones que devengan interés, títulos del estado, acciones, etc., que deben venderse para obtener oro o billetes. Pero aquéllos, en el caso de ser títulos estatales, sólo son capital para quien los compró, es decir para quien representan su precio de compra, el capital que invirtió en ellos; en sí no son capital, sino solamente exigencias de deudas; en el caso de ser hipotecas, son meras asignaciones sobre una futura renta del suelo, y de ser otro tipo de acciones son meros títulos de propiedad que autorizan la recepción de plusvalor futuro. Todas estas cosas no son capital real, no configuran partes constitutivas del capital, y de por sí tampoco son valores. También es posible que mediante transacciones similares pueda trans­ formarse en depósito un dinero perteneciente al banco, de modo que éste, en lugar de ser propietario de ese dinero, se convierta en deudor del mismo, lo.tenga bajo otros títulos de propiedad. Por muy im portante que esto sea para el propio banco, en nada modifica la masa del capital existente en el país, e inclusive el del capital dinerario. En conse­ cuencia, el capital sólo figura aquí como capital dinerario 590 y, cuando no existe en forma dineraria real, como mero título de capital. Esto es sumamente importante, pues se confunde la escasez y la demanda urgente de capital bancario con una reducción del capital real que, en tales casos y por el contrario, existe en superabundancia y oprime los mercados en la forma de medios de producción y de productos. Por lo tanto, se explica muy simplemente cómo puede aum entar la masa de los títulos y obligaciones mantenidos por el banco como cobertura, es decir, cómo puede satis­ facer el banco la demanda cada vez más apremiante de crédito dinerario cuando permanece constante o disminu­ ye el volumen global de los medios de circulación. En esos tiempos de escasez de dinero, esta masa global se mantiene dentro de ciertos límites de dos maneras: 1) por drenaje de oro; 2) por demanda de dinero como mero medio de pago, caso en el cual los billetes emitidos refluyen de inme­ diato o en que, mediante el crédito contable, la transacción se desenvuelve sin emisión alguna de billetes; es decir, en que una mera transacción crediticia media los pagos, cuya liquidación constituía la única finalidad de la operación. Lo peculiar del dinero es que, cuando funciona solamente para saldar pagos (y en tiempos de crisis se toman adelan­ tos para pagar, no para comprar; para finiquitar opera­ ciones pasadas, no para iniciar otras nuevas), su circula­ ción no es más que evanescente, inclusive cuando el saldamiento no se opera en virtud de una mera operación crediticia, sin intervención alguna de dinero; es decir, que en caso de gran demanda de crédito dinerario puede efec­ tuarse una masa inmensa de esta clase de transacciones sin expandir la circulación. Pero el mero hecho de que la circulación del Banco de Inglaterra permanezca estable o incluso disminuya, simultáneamente con un muy conside­ rable crédito dinerario a su cargo, no demuestra en abso­ luto, prima facie, tal como lo suponen Fullarton, Tooke y otros (a consecuencia de su error, según el cual el crédito dinerario sería una misma cosa que la obtención de capital on loan [capital prestado], de capital adicional), que la circulación del dinero (de los billetes de banco) en su función de medios de pago no aumente y se expanda. Puesto que la circulación de los billetes como medios de compra disminuye en tiempos de paralización de los negocios, cuando se hace necesario un crédito de semejante volumen, 591 puede aumentar su circulación como medios de pago y la suma global de la circulación, la suma de los billetes que funcionan como medios de compra y como medios de pago, puede no obstante permanecer estable o incluso disminuir. La circulación, en cuanto medios de pago, de billetes de banco que refluyen de inmediato al banco emisor, no es precisamente circulación alguna a los ojos de esos eco­ nomistas. Si la circulación como medios de pago aumentase en grado mayor de lo que disminuye como medios de compra, crecería la circulación global, a pesar de haber disminuido considerablemente en cuanto a su masa el dinero actuante como medios de compra. Y esto ocurre realmente en ciertos momentos de la crisis, a saber en ocasión del colapso total del crédito, cuando no sólo las mercancías y los títulos y obligaciones se han vuelto invendibles, sino que también se ha tornado imposible descontar las letras, y ya nada vale salvo el pago en efectivo o, como dice el comerciante, al contado. Puesto que Fullarton y otros no comprenden que la circulación de los billetes como medios de pago es lo característico de estos tiempos de escasez de dinero, consideran a este fenómeno como casual. “Con respecto nuevamente a aquellos ejemplos de competencia encarni­ zada por la posesión de billetes de banco, que caracteriza las épocas de pánico y que a veces, como a fines de 1825, puede llevar a una expansión súbita, aunque solamente temporaria, de las emisiones, incluso mientras persiste aún el drenaje de oro, entiendo que no debe considerárselos como circunstancias concomitantes naturales o necesarias de un bajo tipo de cambio; en tales casos, la demanda no es de circulación” (debiera decir de circulación como medios de com pra) “sino con vistas al atesoramiento, siendo una demanda por parte de los alarmados banqueros y capitalistas que surge generalmente durante el último acto de la crisis” (es decir, como reserva para medios de pago) “luego de continuar por prolongado lapso el drenaje, y es el precursor de su terminación.” (Fullarton, p. 130.) Al considerar el dinero como medio de pago (libro i, capítulo iii , 3, b ) a ya hemos explicado como, en caso de una violenta interrupción de la cadena de pagos, el dinero se trastrueca de forma meramente ideal en forma material * V éase, en la p resente edición, t. i, vol. 1, pp. 168 y s. 592 y al mismo tiempo absoluta del valor con respecto a las mercancías. Allí mismo se dieron algunos ejemplos de ello, en las notas 100 y 1 0 1 .a E sta propia interrupción es en parte efecto y en parte causa de la conmoción del crédito y de las circunstancias que acompañan a esta última: satu­ ración de los mercados, desvalorización de las mercancías, interrupción de la producción, etc. Mas resulta claro que Fullarton transforma la dife­ rencia entre dinero como medios de compra y dinero como medios de pago en la falsa diferencia entre currency y capital. Pero una vez más se basa en la estrecha concepción que, como banquero, tiene de la circulación. Podría preguntarse aún: ¿qué es lo que falta en esos tiempos de estrechez, capital o dinero en su determinación de medio de pago? Y, como se sabe, esto constituye una controversia. En primera instancia, mientras la estrechez se revela en el drenaje de oro, resulta claro que lo que se solicita es el medio de pago internacional. Pero el dinero en su deter­ minación en cuanto medio de pago internacional es oro en su realidad metálica, como sustancia valiosa en sí misma, como masa de valor. Es al mismo tiempo capital, pero capital no como capital mercantil, sino como capital dinerario, capital no en la forma de la mercancía, sino en la forma del dinero ( y más exactamente del dinero en el sentido eminente de la palabra, en el cual existe en la mer­ cancía general del mercado m undial). No nos hallamos aquí en presencia de una antítesis entre la demanda de dinero como medio de pago y la demanda de capital. La antítesis existe entre el capital en su forma de dinero y en su forma de mercancía; y la forma en la cual se lo exige en este caso, y única forma en la cual puede funcionar, es su forma dineraria. Con prescindencia de esta demanda de oro (o plata) no puede decirse que en tales tiempos de crisis se produzca de alguna manera una escasez de capital. Bajo circunstan­ cias extraordinarias, tales como encarecimiento de los cereales, escasez de algodón, etc., ése puede ser el caso; pero esas circunstancias no son, en modo alguno, acom­ pañantes necesarias o regulares de esos tiempos; y la exis­ tencia de semejante escasez de capital no puede por ello " V éase en la presente edición, t. i, vol. 1, p. 169. 593 deducirse, de antemano, del hecho de la existencia de una fuerte demanda de crédito dinerario. Por el contrario. Los mercados se hallan saturados, inundados de capital mercan­ til. En todo caso, no es la escasez de capital mercantil lo que ocasiona la situación de estrechez. Más adelante volveremos sobre esta cuestión. Libro tercero EL PROCESO GLOBAL LA PRODUCCIÓN C APITALISTA P A R T E SEG U N D A 594 S E C C IÓ N Q U I N T A ESCISIÓN DE LA GANANCIA EN INTERÉS Y GANANCIA EMPRESARIAL EL CAPITAL QUE DEVENGA INTERÉS ( c o n t in u a c ió n ) CAPÍTULO XXIX PARTES CONSTITUTIVAS D EL CA PITA L BANCARIO a Ahora es necesario considerar con mayor detenimiento en qué consiste el capital bancario. Acabamos de ver que Fullarton y otros convierten la diferencia entre dinero en cuanto medio de circulación y dinero en cuanto medio de pago (tam bién en cuanto dinero mundial, en la medida en que entre en consideración el drenaje de oro) en una diferencia entre circulación (currency) y capital. El papel peculiar que desempeña el capital en este caso trae aparejado el hecho de que, así como la economía ilustrada trataba de inculcar la noción de que el dinero no es capital, esta economía de banqueros trata de inculcar, en forma igualmente cuidadosa, que, de hecho, el dinero es el capital par excellence. En las investigaciones posteriores demostraremos, em­ pero, que en este caso se confunde el capital dinerario con moneyed capital en el sentido de capital que devenga interés, mientras que en el primer sentido el capital dine­ rario siempre es nada más que una forma de transición del capital, a diferencia de las otras formas del capital, del capi­ tal mercantil y del capital productivo. El capital bancario consta 1) de dinero en efectivo, oro o billetes, y 2) de títulos y obligaciones. A su vez, estos pueden dividirse en dos partes: valores comerciales, letras de cambio pendientes y que expiran de tanto en " T ítu lo de E ngels. (V éase R 1190/2.) 597 tanto, y en cuyo descuento se centra el negocio propiamen­ te dicho del banquero; y títulos y obligaciones públicos, como títulos nacionales, certificados del tesoro, acciones de toda suerte y, en suma, títulos que devengan interés, pero que difieren esencialmente de las letras. En este grupo pueden incluirse también las hipotecas. El capital que se compone de estas partes constitutivas materiales se divide, a su vez, en el capital invertido del propio banquero y en los depósitos que constituyen su banking capital o capital prestado. En el caso de los bancos autorizados a emitir billetes todavía se suman estos últimos. Por ahora no entraremos a considerar los depósitos y billetes. Resulta claro que en nada se modifican los componentes reales del capital del banquero — dinero, letras de cambio, títulos depositados— si esos diferentes elementos representan su propio capital o depósitos, es decir el capital de otras personas. La misma división se mantendría tanto si sólo desarrollase sus negocios con capital propio como si lo hiciese únicamente con capital depositado en su institución. L a forma del capital que devenga interés trae aparejada la circunstancia de que cualquier rédito dinerario determi­ nado y regular aparezca como interés de un capital, pro­ venga o no de un capital. Primeramente se transform a el ingreso de dinero en interés, y con el interés también se puede determ inar luego el capital del cual proviene. Del mismo modo, con el capital que devenga interés cualquier suma de valor aparece como capital, en cuanto no se la gaste como rédito; más exactamente, como suma principal (principal), en contraposición al interés potencial o real que pueda devengar. La cuestión es sencilla: supongamos que el tipo medio de interés sea del 5 % anual. Por consiguiente, una suma de £ 500, de transformársela en capital que devenga interés, rendiría £ 25 anuales. Por eso se considera a cualquier ingreso fijo anual de £ 25 como el interés de un capital de £ 500. Sin embargo, ésta es y sigue siendo una representación puramente ilusoria, salvo en el caso de que la fuente de las £ 25, consista ésta en un mero título de propiedad o una exigencia de deuda, o bien en un elemento real de producción, como por ejemplo una pro­ piedad inmueble, sea directamente transferidle o adopte una forma en la cual lo sea. Tomemos como ejemplos la deuda pública y el salario. 598 El estado debe pagarle anualmente a sus acreedores cierta cantidad de intereses por el capital prestado. E n este caso, el acreedor no puede reclamar el pago de la deuda a su deudor, sino solamente vender la exigencia, su título de propiedad de la misma. El propio capital ha sido consu­ mido, gastado por el estado. Ya no existe. Lo que posee el acreedor del estado es 1) un certificado de deuda contra el estado, digamos que de £ 100; 2) este certificado de deuda le otorga el derecho a participar en cierto importe de los ingresos anuales del estado, es decir del producto anual de los impuestos, digamos £ 5 o u n 5 % ; 3 ) puede vender a su antojo ese certificado de deuda de £ 100 a otras personas. Presuponiendo un tipo de interés del 5 % y además la garantía del estado, entonces el poseedor A puede, por regla general, vender el certificado de deuda a B por £ 100, pues para B es lo mismo si presta £ 100 al 5 % anual, o si mediante el pago de £ 100 se asegura un tributo anual de parte del estado por el monto de £ 5. Pero en todos estos casos, el capital como cuyo vástago (interés) se considera al pago estatal, es ilusorio, capital ficticio. No sólo porque la suma que se prestó al estado ya no exista en absoluto. Pues esa suma nunca estuvo destinada, en general, a ser gastada, invertida como capital, y sólo en virtud de su inversión como capital se la hubiese podido transform ar en un valor que se conserva a sí mismo. Para el acreedor originario A, la parte de los impuestos anuales que le corresponde representa el interés de su capital, así como para el usurero lo representa aquella parte del patrimonio del dilapidador que le corresponde, aunque en ambos casos la suma de dinero prestada no se haya gastado como capital. La posibilidad de vender el cer­ tificado de deuda sobre el estado representa para A el posible reflujo de la suma principal. En lo que respecta a B, desde su punto de vista privado su capital ha sido invertido como capital que devenga interés. De hecho, sólo ha asumido el lugar de A, comprando las exigencias de deuda de éste para con el estado. Por mucho que se multipliquen estas transacciones, el capital de la deuda pública sigue siendo puramente ficticio, y a partir del momento en que estos certificados de deuda se tornasen Invendibles, se desvanecería la apariencia de este capital. No obstante, como veremos de inmediato, este capital fic­ ticio tiene su propio movimiento. 599 Ahora bien, por oposición al capital de la deuda pública, en el cual un déficit aparece como capital — así como el capital que devenga interés es, en general, la madre de todas las formas absurdas, de modo que, por ejemplo, en la imaginación del banquero las deudas pueden aparecer como mercancías— , consideremos ahora la fuerza de trabajo. Aquí se concibe al salario como un interés, y por ello a la fuerza de trabajo como el capital que arroja dicho interés. Por ejemplo, si el salario de un año es = £ 50, y el tipo de interés es del 5 % , se consideraba la fuerza de trabajo anual como igual a un capital de £ 1.000. Lo desatinado de la concepción capitalista llega aquí a su pináculo cuando, en lugar de explicar la valori­ zación del capital a partir de la explotación de la fuerza de trabajo, explica, a la inversa, la productividad de la fuerza de trabajo a partir de la circunstancia de que la propia fuerza de trabajo es esa cosa mística, el capital que devenga interés. En la segunda mitad del siglo x v i i (por ejemplo para Petty), ésta constituía una concepción predilecta, pero actualmente la sostienen también, y con total seriedad, en parte los economistas vulgares, en parte y principalmente los estadísticos alemanes.1 Lamentable­ mente entran aquí dos circunstancias que contrarían desa­ gradablemente esa idea inconsistente: en primer lugar, que el obrero debe trabajar para obtener este interés, y en segundo término que no puede convertir en dinero el valor de capital de su fuerza de trabajo por medio de una transferencia. Por el contrario, el valor anual de su fuerza de trabajo es igual a su salario anual medio, y lo que debe reponerle a su comprador mediante su trabajo es ese mismo valor más el plusvalor, la valorización del mismo. En el sistema esclavista el trabajador tiene un valor de capital, a saber su precio de compra. Y cuando se lo alquila, el arrendatario debe pagar, en primer término, el interés del precio de compra, y por añadidura reponer el desgaste anual del capital. 1 “ El o b re ro tiene un v a lo r de cap ital, q u e se d e te rm in a consi­ d e ran d o com o p ro d u cid o de intereses el v a lo r d in era rio de lo que g ana en el a ñ o . . . Si se . . . cap italizan los jo rn ales m edios al 4 % , se obtiene el v alor m edio de u n tra b a ja d o r ag ríco la del sexo m ascu ­ lino: en la p a rte a le m a n a de A u stria 1.500 táleros, en P ru sia 1.500, en In g la te rra 3.750, e n F ra n c ia 2.000, en la R u sia c en tral, 750 tále ro s.” (V on R eden, Vergleichende Kulturstatistik, Berlín, 1848, p. 434. 600 A la formación del capital ficticio se la denomina capitalización. Se capitaliza cualquier entrada que se repita en forma regular, calculándola según el tipo medio de interés, como el producido que arrojaría un capital pres­ tado a esa tasa de interés; por ejemplo, si la entrada anual es = £ 100 y el tipo de interés = 5 % , las £ 100 serían el interés anual de £ 2.000, y a estas £ 2.000 se las considera ahora como el valor de capital del título jurídico de propiedad sobre las £ 100 anuales. Para quien compre este título de propiedad, las £ 100 de entrada anual repre­ sentan entonces, de hecho, los intereses de su capital inver­ tido al 5 % . De este m odo se pierde, hasta sus últimos rastros, toda conexión con el proceso real de valorización del capital, consolidándose la idea del capital como un autóm ata que se valoriza por sí solo. Aun en el caso de que el certificado de deuda — el título u obligación— no represente un capital meramente ilusorio, como en el caso de las deudas públicas, el valor de capital de ese título es puramente ficticio. Hemos visto anteriormente cómo el sistema crediticio genera capital asociado. Los documentos se consideran títulos de pro­ piedad que representan este capital. Las acciones de com­ pañías ferroviarias, mineras, de navegación, etc., represen­ tan capital real, a saber el capital invertido y operante en esas empresas, o la suma de dinero adelantada por los parti­ cipantes para ser gastada como capital en tales empresas. Con lo cual no se descarta en absoluto que no representen asimismo una mera estafa. Pero este capital no existe de dos maneras, una vez como valor de capital de los títulos de propiedad, de las acciones, y la otra como el capital realmente invertido o a invertir en esas empresas. Sólo existe en esta última forma, y la acción no es otra cosa que un título de propiedad, pro rata, sobre el plusvalor que se ha de realizar por intermedio de ese capital. Podrá A venderle ese título a B, y éste a C. Pero estas transac­ ciones en nada alteran la naturaleza del asunto. A o B habrán transformado entonces su título en capital, pero C habrá convertido su capital en un mero título de propiedad sobre el plusvalor que cabe esperar del capital accionario. El movimiento autónomo del valor de estos títulos de propiedad, no sólo de los títulos estatales, sino tam ­ bién de las acciones, confirma la apariencia de que cons­ tituirían un capital real junto al capital o al derecho a ese 601 capital, derecho del que posiblemente sean títulos. Pues se convierten en mercancías, cuyo precio tiene un movimiento y una estabilidad peculiares. Su valor de mercado adquiere una determinación diferente de su valor nominal, sin que varíe el valor (aunque sí la valorización) del capital real. Por una parte, su valor de mercado fluctúa con el nivel y la seguridad de los producidos sobre los cuales confieren títulos jurídicos. Si el valor nominal de una acción, es decir la suma invertida que representa originariamente la acción, es de £ 100, y si la empresa arroja un 10 % en lugar de arrojar un 5 % , su valor de mercado — bajo circunstancias en lo demás iguales y con un tipo de interés del 5 % — se elevará a £ 200, pues capitalizada al 5 % representa ahora un capital ficticio de £ 200. Quien la compre a £ 200, obtendrá un rédito del 5 % de esta inversión de capital. A la inversa sucede cuando disminuye el rendi­ miento de la empresa. El valor de mercado de estos títulos es en parte especulativo, ya que está determinado no sólo por las entradas reales, sino también por las entradas esperadas, calculadas por anticipado. Pero suponiendo constante la valorización del capital real — o cuando no existe capital alguno, como en el caso de las deudas públicas, fijando legalmente el producido anual y presu­ poniéndolo también con suficiente certeza— , el precio de esos títulos y obligaciones aumenta y disminuye en forma inversa al tipo de interés. Si el tipo de interés aumenta del 5 al 1 0 % , un título que asegure un rendimiento de £ 5 sólo representará ya un capital de £ 50. Si la tasa del interés disminuye al 2 Vi % , el mismo título repre­ sentará un capital de £ 200. Su valor es siempre sólo el rendimiento capitalizado, es decir el rendimiento calculado sobre un capital ilusorio conforme al tipo de interés impe­ rante. En tiempos de estrechez en el mercado dinerario, estos títulos y obligaciones bajarán doblemente de precio: en primer lugar, porque aum enta el tipo de interés, y en segundo término porque se los lanza masivamente al mer­ cado para realizarlos en dinero. Esta caída de precio tiene lugar independientemente de si el producido que aseguran estos papeles a su poseedor es constante, como en el caso de los títulos del estado, o de si la valorización del capital real que representan, como ocurre en las empresas indus­ triales, también resulta afectada posiblemente por las per­ turbaciones del proceso de reproducción. En este último 602 caso sólo se suma a la desvalorización mencionada otra desvalorización. Una vez pasada la tempestad, estos títulos vuelven a ascender a su nivel anterior, en tanto no repre­ senten empresas fracasadas o fraudulentas. Su depreciación durante la crisis obra como un poderoso medio para cen­ tralizar el patrimonio dinerario.2 En la medida en que esta desvalorización o aumento de valor de estos títulos sea independiente del movi­ miento de valor del capital real que representan, la riqueza de una nación es exactamente de la misma magnitud tanto antes como después de la desvalorización o del aumento de su valor. “El 23 de octubre de 1847, los fondos públicos y las acciones de canales y ferrocarriles ya se hallaban depreciadas en £ 114.752.225.” (M orris, gobernador del Banco de Inglaterra, declaración en el informe acerca de Commercial Distress, 1847-48 [n? 3.800].) En la medida en que su desvalorización no expresaba una detención real de la producción y del tráfico en ferrocarriles y canales, o un abandono de empresas iniciadas, o el derroche de capital en empresas positivamente carentes de valor, la nación no se empobreció ni en un centavo por el estallido de estas pompas de jabón de capital dinerario nominal. Todos esos documentos no representaban, en los he­ chos, otra cosa que exigenciás y títulos jurídicos acumulados sobre la producción futura, cuyo valor dinerario o de capital o bien no representa capital alguno, como en el caso de la deuda pública, o bien resulta independientemente regulada por el valor del capital real que representan. En todos los países de producción capitalista existe un volumen ingente de lo que ha dado en llamarse el capital que devenga interés, o moneyed capital, en esta forma. Y por acumulación del capital dinerario no debe entenderse, en gran parte, otra cosa que la acumulación de 2 { F .E . — In m ed iata m e n te después de la R evolución de F e ­ b rero, c u an d o en P a rís las m ercan cías y los títulos y obligaciones se h a b ía n desv alo rizad o a l m áxim o y e ra n to ta lm e n te invendibles, un com erciante suizo de L iverpool, el señor R. Z w ilc h en b a rt (quien le c o n tó esto a m i p ad re) co n v irtió en d in ero c u a n to pudo, viajó c o n el d in ero e n efectivo a P arís, y fue a ver a R othschild, a qu ien le pro p u so h a ce r u n negocio e n com ún. R othschild lo m iró fija­ m ente, se a b alan z ó sobre él y le preguntó, a siéndolo p o r los h o m ­ bros: "A vez-vous de l’argent sur vous?" — “ Oui, M . le barón." — "A lors vous étes mon h o m m ef [“¿Tiene u sted d inero consigo?” — “Sí, señor b a ró n .” — “ ¡E ntonces usted es m i hom b re!”] Y am bos h icieron u n brillan te negocio. 603 estos derechos sobre la producción, acumulación del precio de mercado, del ilusorio valor de capital de estos derechos. Una parte del capital de los banqueros se halla inver­ tida entonces en los así llamados documentos que devengan interés. Se trata de una parte del capital de reserva, que no participa activamente en el negocio bancario real. Su parte más importante consta de letras de cambio, es decir de compromisos de pago de capitalistas industriales o de comerciantes. Para el prestamista de dinero, estas letras de cambio son documentos que devengan interés; es decir, cuando los compra deduce el interés por el tiempo que aún deben estar pendientes. A esto se lo llama descontar. P or consiguiente, depende del tipo de interés vigente en cada caso la magnitud de la deducción practicada a la suma que representa la letra de cambio. Finalmente, la última parte del capital del banquero consiste en su reserva dineraria de oro o billetes. Los depósitos, si no se han estipulado contractualmente a largo plazo, se hallan siempre a disposición de los depositantes. Se encuentran en permanente fluctuación. Pero cuando unos lo retiran, otros lo reponen, de modo que el monto medio general fluctúa poco en tiempos de curso normal de los negocios. Los fondos de reserva de los bancos, en países de producción capitalista desarrollada, siempre expresan en promedio la magnitud del dinero existente como tesoro, y una parte de dicho tesoro consiste, a su vez, en papeles, en meras asignaciones sobre oro que no constituyen un valor de por sí. Por ello, la mayor parte del capital del banquero es puramente ficticio, y consta de exigencias de deudas (letras de cam bio), títulos y obligaciones del estado (que representan capital pretérito) y acciones (asig­ naciones sobre rendimientos futuros). A todo lo cual no hay que olvidar que el valor dinerario del capital que repre­ sentan estos títulos y obligaciones que se hallan en las cajas fuertes de los banqueros es, a su vez, totalmente ficticio — incluso cuando son asignaciones sobre rendi­ mientos garantidos (como en el caso de los títulos estata­ les) o títulos de propiedad sobre capital real (com o en el caso de las acciones)— y que es regulado de otra manera que en el caso del valor del capital real que representan cuando menos en parte; o bien, que cuando re­ presentan una mera exigencia sobre rendimientos pero 604 no un capital, la exigencia sobre ese mismo rendimiento se expresa en un capital dinerario ficticio constantemente cam­ biante. A ello se suma aun que ese capital ficticio del ban­ quero mayormente no representa su capital, sino el del público que deposita en su institución, lo haga con o sin intereses. Los depósitos siempre se efectúan en dinero, oro o billetes, o en asignaciones sobre aquél. Con excepción del fondo de reserva, que según las necesidades de la cir­ culación real se comprime o se expande, estos depósitos se encuentran, en realidad, siempre en las manos, por una parte, de los capitalistas industriales y de los comerciantes cuyas letras de cambio se descuentan con ellos y a quienes se les efectúan adelantos con ellos; por otra parte, se hallan en manos de los comerciantes en títulos y obliga­ ciones (corredores de bolsa) o en poder de particulares que han vendido sus títulos y obligaciones, o bien en manos del gobierno (en el caso de títulos del tesoro y de nuevos em préstitos). Los propios depósitos desempeñan un doble papel. Por una parte, como ya lo mencionáramos, se los presta como capital que devenga interés, y por consiguiente no se hallan en las arcas de los bancos, sino que figuran solamente en sus libros como saldo activo de los deposi­ tantes. Por otra parte funcionan como esta clase de meras partidas en los libros en la medida en que los saldos recí­ procos de los depositantes se compensan y se transfieren mutuamente mediante cheques sobre sus depósitos; para lo cual es totalmente indiferente que los depósitos se hallen en el mismo tanco , de modo que éste acredite y debite recíprocamente las sumas en las diferentes cuentas, o que ello ocurra a través de diferentes bancos que intercambian sus cheques entre sí, pagándose solamente las diferencias. Con el desarrollo del capital que devenga interés y del sistema de crédito, cualquier capital parece duplicarse, y por momentos triplicarse en virtud de la diferente manera en que ese mismo capital, o incluso la misma exigencia de deuda aparece en diferentes manos bajo formas diferentes.3 * { F .E . — E sta d u plicación y triplicación de c a p ita l se h a Mguido d e sa rro lla n d o considerablem ente d u ra n te los últim os años, por e jem plo m ediante los financial trusts q u e y a o c u p an u n ru b ro separado e n e l inform e b u rsátil londinense. Se fo rm a u n a sociedad ira la c o m p ra de d e te rm in a d a clase d e d o cu m en to s q u e devengan terés, p o r ejem plo títu lo s e statale s ex tra n je ro s, certificad o s d e la deuda m u nicipal inglesa o de la d e u d a pública n o rtea m e rica n a, K 605 L a mayor parte de este “capital dinerario” es puramente ficticio. Todos los depósitos, con excepción del fondo de reserva, no son otra cosa que créditos concedidos al ban­ quero, pero que jamás existen en depósito. E n la medida en que sirvan para las transferencias de compensación actúan como capital para los banqueros, luego de que estos lo han prestado. Los banqueros se pagan entre sí las mutuas asignaciones sobre los depósitos inexistentes mediante la liquidación recíproca de esos saldos activos. Con respecto al papel que desempeña el capital en el préstamo de dinero, dice Adam Smith: “Incluso en el nego­ cio dinerario, el dinero es solamente, no obstante y por así decirlo, la asignación que transfiere de unas manos a otras los capitales que no tienen aplicación para sus propie­ tarios. Estos capitales pueden ser casi cuanto se quiera mayores que el monto de dinero que sirve com o instru­ mento de su transferencia; las mismas piezas dinerarias sirven sucesivamente en muchos préstamos diferentes, al igual que en muchas compras diferentes. Por ejemplo, A presta £ 1.000 a W, con las cuales W compra de inmediato mercancías a B por valor de £ 1.000. Puesto que el propio B no tiene aplicación para ese dinero, le presta idénticas piezas dinerarias a X, con las cuales X adquiere de inme­ diato mercancías por valor de £ 1.000 a C. De la misma manera y por la misma razón C presta el dinero a Y, quien a su vez compra mercancías a D. De esta manera, las acciones ferro v iarias, etc. E l capital, digam os de que de dos m illones de lib ras esterlinas, se reúne p o r suscripción d e acciones; la dirección c o m p ra los valores en cuestión o especula en fo rm a m ás o m enos activa c o n ellos, y distrib u y e los intereses obtenidos an u alm en te, luego de deducidos los costos, co m o dividendos e n tre los accionistas. A dem ás, en tre d iversas sociedades por acciones se h a im puesto la c ostum bre de d iv id ir las acciones o rd in arias en dos clases, preferred [preferentes] y deferred [diferidas]. L as preferred reciben u n interés fijo, supongam os que del 5 % , siem pre que la g anancia global así lo p e rm ita; si q u e d a algún rem an en te, lo percib en las deferred. D e esta m a n e ra se separa la inversión de cap ital “juiciosa” e n la s acciones preferred , en m a y o r o m en o r grado, de la especulación p ro p iam en te d ich a en las acciones deferred. P uesto que algunas grandes em presas no quieren plegarse a esta nueva m oda, h a o c u rrid o que se h a n fo r­ m ad o sociedades q u e invierten u n o o algunos m illones de libras e ster­ linas en las acciones de aquéllas, y que a co ntin u ació n em iten nuevas acciones p o r el v alor no m in al de las acciones p rim itivas, p e ro u n a m itad de ellas son preferred, y la o tra m itad , deferred. E n estos casos se d u p lic a n las acciones o rig in a rias, al servir de fu n d a m e n to p a ra u n a nueva em isión de acciones.) 606 mismas piezas de oro o papel pueden servir, en el lapso de pocos días, como m¿diación de tres préstamos diferentes y de tres compras diferentes, cada una de las cuales es igual, por su valor, al importe total de esas piezas. Lo que les han transferido los tres hombres adinerados A, B y C, a los tres prestatarios W, X e Y, es el poder de efectuar estas compras. En ese poder consiste tanto el valor como la utilidad de estos préstamos. El capital prestado por las tres personas adineradas es igual al valor de las mercancías que pueden comprarse con él, y tres veces mayor que el valor del dinero con el cual se efectúan las compras. A pesar de ello, todos estos préstamos pueden ser totalmente seguros, puesto que las mercancías com pradas con ellos por los diversos deudores se emplean de tal manera que, en su momento, permiten recuperar un valor dinerario igual en oro o papel, más una ganancia. Y así como las mismas piezas dinerarias pueden servir para mediar diferentes préstamos hasta el triple de su valor o incluso hasta treinta veces más de su valor, de la misma m anera pueden volver a servir sucesivamente como medios de rembolso.” (Libro ii , cap. iv.i144') Puesto que la misma pieza dineraria puede efectuar diversas compras según la velocidad de su circulación, de la misma manera puede llevar a cabo diversos présta­ mos, ya que las compras la llevan de unas manos a otras, y el préstamo es sólo una transferencia de unas manos a otras que no se efectúa por intermedio de com pra alguna. Para cada uno de los vendedores, el dinero repre­ senta la forma trasm utada de su mercancía; hoy en día, cuando todo valor se expresa como valor de capital, representa sucesivamente diversos capitales en los dife­ rentes préstamos, lo cual es sólo otra expresión del principio anterior, según el cual el dinero puede realizar sucesiva­ mente diferentes valores mercantiles. Al mismo tiempo sirve como medio de circulación para transferir los capi­ tales materiales de unas manos a otras. En los préstamos no pasa de m ano en m ano como medio de circulación. Mientras permanezca en manos del prestamista, no es en ellas medio de circulación, sino existencia de valor de su capital. Y en esa forma se lo transfiere a un tercero en el préstamo. Si A le hubiese prestado el dinero a B, y éste a C, sin la intermediación de las compras, el mismo dinero no representaría tres capitales sino uno solo, sólo un valor 607 de capital. De la frecuencia con que funcione como la forma de valor de diversos capitales mercantiles depende la cantidad de capitales que represente realmente. Lo mismo que dice Adam Smith con respecto a los préstamos en general vale para los depósitos, que después de todo son sólo un nom bre particular para los préstamos que le efectúa el público a los banqueros. Las mismas piezas dinerarias pueden servir como instrumento para el núm ero de depósitos que se quiera. “Es indiscutiblemente cierto que las £ 1.000 que alguien deposita hoy en A, m añana volverán a desembol­ sarse y constituirán un depósito en B. Al día siguiente, desembolsadas por B, pueden constituir un depósito en C [ ...] , y así sucesivamente hasta el infinito. Por ello, las mismas £ 1.000 en dinero pueden multiplicarse, en virtud de una serie de transferencias, para constituir una suma absolutamente indeterminable de depósitos. De ahí que sea posible que las 9/ i o partes de todos los depósitos del Reino Unido no tengan existencia alguna fuera de los asientos contables que los acreditan en los libros de los banqueros, quienes, a su vez, deben saldarlos entre s í . . . Así, por ejemplo, en Escocia, donde la circulación de dinero jamás superó los 3 millones de libras esterlinas, los depósitos ascienden empero a 27 millones [ . .. ] . Por consiguiente, si no se produjese una corrida general a los bancos en de­ m anda de los depósitos, las mismas £ 1.000, recorriendo su camino a la inversa, podrían compensar nuevamente, con la misma facilidad, una suma igualmente indetermi­ nable. Puesto que las mismas £ 1.000 con las que hoy alguien salda una deuda con un comerciante, m añana pue­ den saldar la deuda de éste con el comerciante mayorista, al día siguiente podrán saldar la deuda de este último con el banco, y así sucesivamente y sin término; de esta manera, las mismas £ 1.000 pueden deambular de mano en mano y de banco en banco, saldando cualquier suma de depósi­ tos concebible.”11451 ( The Currency Theory Reviewed, pp. 62, 63.) Así como en este sistema crediticio todo se duplica y se triplica y se convierte en simple quimera, así esto también rige para el “fondo de reserva” , en el cual se pensaría asir, finalmente, algo sólido. Veamos qué dice el señor Morris, gobernador del Banco de Inglaterra: “Las reservas de los bancos privados 608 se hallan en manos del Banco de Inglaterra bajo la forma de depósitos [. ..] Los primeros efectos de un drenaje de oro sólo parecen afectar al Banco de Inglaterra, pero ese drenaje influiría igualmente sobre las reservas de los demás bancos, ya que es el drenaje de una parte de la reserva que poseen en nuestro banco. Exactam ente de la misma manera influiría sobre las reservas de todos los bancos de provincia” . (Commercial Distress, 1847-48 [n? 3.639, 3.642].) Por consiguiente, en última instancia los fondos de reserva se reducen al fondo de reserva del Banco de Inglaterra.4 Pero también este fondo de reserva tiene, a su vez, una doble existencia. El fondo de reserva del banking department es igual al excedente de los billetes que el banco está autorizado a emitir por encima de los billetes que se hallan en circulación. El máximo legal de los billetes a emitir es = 14 millones (para lo cual no se requiere ninguna reserva metálica; es el importe aproxi4 (F . E . — E l siguiente c u a d ro de las reserv as b an ca ria s d e los q uince bancos m ás g ran d es d e L o n d res en nov iem b re d e 1892, to m a d o del Daily News d e l 15 de d iciem bre de 1892, d em u estra h a sta d ó n d e se h a ido a g u d izan d o a u n este fen ó m en o desde entonces: Nombra del banco C ity ............................................ C a p ita l a n d C ounties . . . . Im p erial .................................... L loyds ....................................... L o n d o n a n d W estm in ster . . L o n d o n a n d S. W este rn . . . L o n d o n Jo in t S t o c k ............... L o n d o n and M i d l a n d .......... L o n d o n a n d C o u n t y ............ N a tio n a l .................................. N a tio n a l P ro v in cial ............ P a rrs a n d th e A llian ce . . . P re sc o tt a n d C o ...................... U n io n o f L o n d o n ............... W illiam , D e ac o n , a n d M an ch ester & C o. . . . T o ta l ................................ Pasivo en £ Reservas en efectivo en £ En porcen­ taje 9.317.629 11.392.744 3.987.400 23.800.937 24.671.559 5.570.268 12.127.993 8.814.499 37.111.035 11.163.829 41.907.384 12.794.489 4.041.058 15.502.618 764.551 1.307.483 447.157 2.966.806 3.818.885 812.353 1.288.977 1.127.280 3.600.374 1.426.225 4 .614.780 1.532.707 538.517 2.300.084 8,01 11,47 11,22 12,46 15,50 14,58 10,62 12,79 9,70 12,77 11,01 11,98 13,07 14,84 10.452.381 232.655.823 1.317.628 27.845.807 12,60 11,97 D e estos casi 28 m illones de reserva, h a y c o m o m ínim o 25 m i­ llones d ep o sitad o s e n el B anco de In g la te rra , y a lo sum o 3 m illones en efectiv o e n las cajas fu e rte s de los p ro p io s 15 bancos. ¡P ero la reserv a e n efectiv o d e l d e p a rta m e n to b a n ca rio d el B anco de In g la te rra jam á s llegó a ascender, e n el m ism o m es d e n oviem bre de 1892, a 16 m illones com pletos!} 609 mado de la deuda del estado para con el banco) más el importe de la reserva de metales preciosos del banco. Por lo tanto, si esa reserva es = 14 millones de libras esterlinas, el banco puede emitir billetes por 28 millones de libras esterlinas, y si de ellos circulan 20 millones, el fondo de reserva del banking deparíment será = 8 millones. Esos 8 millones en billetes son, entonces, legalmente, el capital bancario del que dispone el banco, y al mismo tiempo el fondo de reserva para sus depósitos. Ahora bien, si se produce un drenaje de oro que reduce las reservas de metal en 6 millones — en cuyo caso deben destruirse billetes por igual cantidad— , la reserva del banking deparíment dismi­ nuiría de 8 a 2 millones. Por una parte, el banco elevaría considerablemente su tipo de interés; por la otra, los bancos que han depositado en él y los otros depositantes verían reducirse mucho el fondo de reserva para su propio saldo en el banco. En 1857, los cuatro más grandes bancos por acciones de Londres amenazaron con que, si el Banco de Inglaterra no lograba una “carta gubernamental” para la suspensión de la ley bancaria de 1844,5 reclamarían la devolución de sus depósitos, con lo cual el banking deparí­ ment se hubiese declarado en quiebra. Es así como el banking deparíment podría quebrar, como en 1847, aunque en el issue deparíment se halle depositada la cantidad de millones que se quiera (por ejemplo 8 millones en 1847) como garantía de la convertibilidad de los billetes circu­ lantes. Pero esto, una vez más, es ilusorio. “El grueso de los depósitos para los cuales los propios banqueros no tienen una demanda inmediata, va a manos de los bill-brokers” (literalmente corredores de letras de cambio, pero de hecho sem ibanqueros), “quienes dan a cambio de ellos al banquero, como garantía por su ade­ lanto, letras de cambio comerciales que ya han descontado para personas de Londres y de las provincias. El bill-broker es responsable ante el banquero por el rembolso de eáte money at cali'' {dinero rembolsable apenas se lo solicite}; “y estos negocios son de tan enorme volumen que el señor Neave, actual gobernador del banco {de Inglaterra}, "dice en su testimonio: «Sabemos que un broker tenía 5 millones, y tenemos motivos para suponer que otro tenía entre 8 y 10 millones; uno tenía 4, otro 3 V2 , un tercero más de 8. Hablo de los depósitos en poder de los brokers»''. (Report of Committee on B ank Acts, 1857-58, p. V, parágrafo n? 8.) “Los bill-brokers de Londres . . . desarrollaban sus enormes transacciones sin reserva alguna en efectivo; se fia­ ban en la entrada de sus letras de cambio que iban ven­ ciendo una tras otra, o en caso de emergencia en su capa­ cidad de obtener adelantos del Banco de Inglaterra a cambio del depósito de las letras que habían descontado.” [ibidem, p. vm, parágrafo n? 17.] “Dos firmas de billbrokers de Londres suspendieron sus pagos en 1847; más adelante, ambas remprendieron las operaciones. En 1857 volvieron a suspenderlos. El pasivo de una casa era, en 1847, en números redondos, de £ 2.683.000 con un capi­ tal de £ 180.000; en 1857, su pasivo era = £ 5.300.000, mientras que el capital presumiblemente no ascendiera a más de una cuarta parte de lo que había sido en 1847. El pasivo de la otra firma fue, en uno y otro caso, de entre 3 y 4 millones, con un capital de no más de £ 45.000.” (Ibidem , p. xxi, parágrafo n? 52.) 5{F. E. — L a suspensión d e la ley b a n ca ria d e 1844 p e rm ite al b an co e m itir las c an tid ad es d e billetes de ban co que desee, sin necesidad d e ten er e n c u e n ta su c o b e rtu ra c o n el teso ro á u reo que se h a lla en sus m anos; es d e cir, le p erm ite c re a r a v o lu n ta d c a n ti­ d a d es d e c a p ita l d in e ra rio ficticio d e papel, y c o n ellas e fec tu a r a d elan to s a lo s b a n co s y co rre d o re s d e letras de cam bio, y p o r su interm ed io al c o m e rcio .) 610 611 CAPÍTULO XXX CA PITA L D IN ER A R IO Y C A PITA L R E A L - 1 Los únicos problemas difíciles a los que nos aproxima­ mos ahora, con relación al sistema de crédito, son los siguientes: Primero: La acumulación del capital dinerario propia­ mente dicho. ¿En qué medida es un indicio de acumulación real del capital, es decir de reproducción en escala am­ pliada, y en qué medida no lo es? Lo que ha dado en denominarse la plétora del capital — expresión ésta que Siempre se aplica solamente al capital que devenga interés, vale decir al capital dinerario— ¿es sólo una manera peculiar de expresar la sobreproducción industrial, o cons­ tituye un fenómeno particular al lado de ella? ¿Coincide esta plétora, esta sobreoferta de capital dinerario, con la existencia de masas de dinero estancadas (lingotes, dinero áureo y billetes de banco), de modo que este excedente de dinero real es expresión y forma de manifestación de aquella plétora de capital en préstamo? Y segundo: ¿en qué medida expresa la estrechez de dinero, vale decir la escasez de capital de préstamo, una •scasez de capital real (capital mercantil y capital produc­ tivo)? ¿En qué medida coincide, por otra parte, con la •Scasez de dinero en cuanto tal, con una escasez de medios de circulación? E n la medida en que hemos considerado hasta ahora la forma peculiar de la acumulación del capital dinerario 1 T itu lo d e E ngels. E n el m an u scrito (i, p. 340) sólo figura •q u i el gu arism o “III”. (V éase R 1199/ 1.) 613 y del patrimonio dinerario en general, la misma se redujo a la acumulación de títulos de propiedad sobre el trabajo. L a acumulación del capital de la deuda pública no significa otra cosa, como ya se demostrara, que el incremento de una clase de acreedores del estado, autorizados a reservarse para sí ciertas sumas sobre el monto de los impuestos.6 E n este hecho de que incluso una acumulación de deudas pueda presentarse com o una acumulación de capital, se revela la consumación de la distorsión que se opera en el sistema crediticio. Estos títulos de deuda, extendidos a cambio del capital originariamente prestado y gastado mucho tiempo atrás, estas réplicas de papel del capital aniquilado, funcionan para sus poseedores como capital en tanto constituyen mercancías vendibles, por lo cual pueden ser reconvertidas en capital. Los títulos de propiedad sobre obras públicas, ferroca­ rriles, minas, etc., son por cierto, como también acabamos de ver, efectivamente títulos sobre capital real. Sin em­ bargo, no otorgan el poder de disponer de tal capital. Ese capital no puede ser retirado. Sólo otorgan títulos jurí­ dicos sobre una parte del plusvalor que el mismo h a de obtener. Pero estos títulos se convierten asimismo en réplicas de papel del capital real, como si el conocimiento de carga adquiriese un valor además de la propia carga y simultáneamente con ella. Se convierten en representantes nominales de capitales inexistentes. Pues el capital real coexiste con ellos y no cambia de manos en absoluto por el hecho de que lo hagan dichas réplicas. Se convierten en formas del capital que devenga interés porque no sólo aseguran ciertos rendimientos, sino también porque me­ diante la venta puede obtenerse su rembolso como valores de capital. En la medida en que la acumulación de estos 6 “L os títulos estatales n o son o tra cosa que el c a p ita l im a­ g in ario que re p re se n ta la p a rte d e l ingreso an u al d e stin a d a al pago d e las d eu d as. Se h a d ila p id ad o un c ap ital equivalente; éste sirve co m o d e n o m in a d o r p a ra el em préstito, p e ro n o es lo que representa el títu lo e statal, pues e l c a p ita l ya n o existe en a bsoluto. E n tre ta n to deben orig in arse nuevas riquezas a p a rtir d e l trab a jo d e la in dustria; u n a p o rción a n u al d e esas riquezas se les asigna p o r a n ticip ad o a quienes h a b ía n p re stad o la s riq u ezas d ilap id ad as. E sa p o rc ió n se les qu ita, m ed ian te los im puestos, a quienes p roducen las riquezas, p a ra d á rsela a los a creedores d e l estado, y según la p ro p o rció n usual en el país e n tre c ap ita l e in terés se supone la ex istencia de un cap ital im aginario e quivalente al c ap ital a p a rtir del. c u al p o d ría orig in arse la re n ta a n u a l q u e d eb an re cib ir lo s a creed o res.” (Sism ondi, Nouveaux principes, 11, pp. 229, 230.) 614 títulos expresa la acumulación de ferrocarriles, minas, barcos de vapor, etc., expresa la ampliación del proceso real de reproducción, exactamente de la misma manera como la ampliación de una nómina de impuestos — por ejemplo sobre la propiedad mueble — indica la expansión de dicha propiedad mueble. Pero en cuanto réplicas, nego­ ciables ellas mismas como mercancías, y que por ello circulan como valores de capital en sí mismos, son ilusorias, y el monto de su valor puede disminuir y aumentar en forma totalmente independiente del movimiento de valor del capital real sobre el cual constituyen títulos. Su monto de valor, vale decir su cotización en la bolsa, tiene nece­ sariamente la tendencia a aum entar con la baja del tipo de interés — en la medida en que ésta, independientemente de los movimientos peculiares del capital dinerario, cons­ tituye una simple consecuencia de la baja tendencial de la tasa de ganancia— de modo que esta riqueza imaginaria, que por la expresión de su valor es de un valor nominal originario determinado para cada una de sus partes alí­ cuotas, se expande ya, por esa sola razón, en el curso del desarrollo de la producción capitalista.7 El ganar o perder en virtud de oscilaciones de los precios de estos títulos de propiedad, así como de su cen­ tralización en manos de los reyes de los ferrocarriles, etc., le convierte, conforme a la naturaleza de las cosas, cada vez más en resultado del juego que aparece sustituyendo al trabajo en cuanto manera original de adquirir propiedad de capital, y que sustituye asimismo a la violencia directa. Esta especie de patrimonio imaginario de dinero no sólo constituye una parte muy significativa del patrimonio dine­ rario de los particulares, sino también del capital de los banqueros, com o ya se mencionara. También podría entenderse por acumulación del capital dinerario — y sólo mencionamos este punto a fin de tratarlo T U n a p a rte d e l c ap ita l d in e ra rio a cu m u lad o prestable sólo es, d e hecho, m e ra e x p resió n d e l c ap ita l industrial. P o r ejem plo, c u an d o tn 1857 In g la te rra h a b ía invertido 80 m illones d e lib ras esterlinas en fe rro c a rriles y o tra s em presas n o rteam erican as, esa inversión se efectuó en fo rm a casi c o n tin u a p o r interm edio d e la expo rtació n de m ercan cías inglesas, p o r las cuales los n o rtea m e rica n o s n o d ebían efectuar rem bolsos. A c am b io d e esas m ercancías, e l e x p o rta d o r Inglés lib ra b a letras sobre N o rte am éric a, q u e los suscriptores in­ fieles d e acciones c o m p ra b an y env iab an a N o rte am éric a p a ra pera p a g a r con ellas los im p o rtes de las acciones. 615 rápidamente— la acumulación de la riqueza en manos del banquero (prestam ista de dinero por profesión) en cuanto mediador entre los capitalistas dinerarios particulares por una parte, y el estado, los municipios y los prestatarios reproductores por la otra; puesto que los banqueros explo­ tan, como si fuese su capital privado, toda la monstruosa expansión del sistema crediticio, y en general el crédito todo. Estos alegres camaradas poseen siempre el capital y los ingresos en la forma dineraria o en exigencias directas sobre dinero. La acumulación del patrimonio de esta clase puede producirse en muy diferente sentido que la acumulación real, pero de cualquier manera demuestra que esta clase embolsa buena parte de esta última. Para reducir a límites más estrechos el problema que nos ocupa: los títulos estatales, así como las acciones y otros títulos y obligaciones de toda índole constituyen esferas de inversión para capital prestable, para capital destinado a devengar interés. Son formas de prestarlo. Pero ellos mismos no son el capital de préstamo que se invierte en ellos. Por otra parte, y en la medida en que el crédito desempeña, un papel directo en el proceso de repro­ ducción: lo que necesita el industrial o el comerciante cuando quiere descontar letras de cambio o tom ar un préstamo, no son acciones ni títulos del estado. Lo que precisa es dinero. Entonces pignora o vende esos títulos y obligaciones cuando ño puede procurarse el dinero de otro modo. De lo que tenemos que tratar aquí es de la acumulación de este capital de préstamo, y más especial­ mente de la acumulación del capital dinerario prestable. No se trata aquí del préstamo de edificios, máquinas o de otro capital fijo. Tampoco se trata de los adelantos que se efectúan mutuamente los industriales y comerciantes en mercancías y dentro del círculo del proceso de repro­ ducción; aunque previamente debemos investigar más .en detalle aun este punto. Se trata, exclusivamente, de los prés­ tamos en dinero que se efectúan a industriales y comer­ ciantes a través de los banqueros, en su carácter de intermediarios. Analicemos entonces, en prim er término, el crédito comercial, es decir el crédito que se concedén mutuamente 616 los capitalistas ocupados en la reproducción. Este crédito constituye la base del sistema crediticio. Su representante es la letra de cambio, certificado de deuda con un plazo de pago determinado, document o f deferred payment [documento de pago diferido]. Cada cual concede crédito con una mano y lo recibe con la otra. Prescindamos por completo, en primera instancia, del crédito bancario, que oonstituye un factor totalmente distinto, esencialmente dife­ rente. En tanto estas letras de cambio circulan a su vez entre los propios comerciantes como medios de pago, por endoso de uno al otro, pero sin intervención del descuento, esto no es otra cosa que una transferencia de la exigencia de deuda de A a B, y no altera absolutamente nada en le relación. Solamente sitúa a una persona en el lugar de Otra. E incluso en ese caso puede tener lugar la liquidación Sin la intervención del dinero. Por ejemplo, A, propietario de una hilandería, debe pagarle una letra de cambio al Corredor de algodón B, y éste a su vez al im portador C. 81 C exporta asimismo hilados — cosa que ocurre con harta frecuencia— podrá com prar el hilado de A a cambio de letras, y el hilandero A podrá cubrir el pago al corredor B con su propia letra de cambio, obtenida en pago de C, operación ésta en la cual, a lo sumo, habrá que pagar un saldo en dinero. T oda la transacción sólo media, enton­ ces, el intercambio de algodón e hilado. El exportador sólo representa al hilandero, y el corredor de algodón al plan­ tador algodonero. Frente al ciclo de este crédito puramente comercial se debe observar dos cosas: Primero: el saldamiento de estas exigencias recíprocas de deuda depende del reflujo del capital, vale decir de M - D , que sólo está diferido. Si el hilandero ha recibido una letra del fabricante de algodón, éste podrá pagar cuando el algodón que tiene en el mercado haya sido vendido en el ínterin. Si el especulador en granos ha girado una letra de cambio sobre su agente, éste podrá abonar el dinero si entretanto se ha vendido el grano l l precio esperado. Por consiguiente, estos pagos dependen de la fluidez de la reproducción, es decir del proceso de producción y consumo. Pero puesto que los créditos son recíprocos, la solvencia de cada cual depende a la vez de U lolvencia de algún otro; pues al librar su letra de cambio, el primero podrá haber contado o bien con el reflujo del 617 capital en su propio negocio o bien con el reflujo en los negocios de un tercero que debe abonarle una letra en el ínterin. Al margen de la perspectiva de reflujos, el pago sólo puede tornarse posible en virtud del capital de reserva del cual dispone el librador de la letra para atender a sus obligaciones en el caso de demora en los reflujos. Segundo: El sistema crediticio no elimina la necesidad de pagos dinerarios en efectivo. E n primer término debe pagarse siempre en efectivo una gran parte de los desem­ bolsos, como salarios, impuestos, etc. Pero en segundo lugar, B, por ejemplo, quien ha recibido una letra de cambio de C a guisa de pago, debe abonarle a su vez una letra de cambio vencida a D antes de vencer la letra que recibiera, y a tal fin ha de disponer de dinero en efectivo. Un ciclo tan perfecto de la reproducción como el que hemos supuesto anteriormente en el caso que iba desde el plantador del algodón hasta el hilandero de ese textil y viceversa, sólo puede constituir una excepción, y siempre debe ser interrumpido en numerosos puntos. Hemos visto al tratar el proceso de reproducción (libro n, sección m ) a que los productores del capital constante intercambian recíprocamente, en parte, capital constante. E n tal sentido pueden compensarse las letras de cambio en mayor o menor grado. Otro tanto ocurre en línea ascendente en la produc­ ción, en la cual el corredor de algodón debe girar sobre el hilandero, éste sobre el fabricante de algodón, éste a su vez sobre el exportador, éste sobre el importador (acaso nuevamente de algodón). Pero no tiene lugar al mismo tiempo el ciclo de las transacciones, y por ende la reversión de la cadena de las exigencias. La exigencia del hilandero al tejedor, por ejemplo, no se salda en virtud de la exi­ gencia del proveedor de carbón al constructor de máquinas; en su negocio, el hilandero jamás tiene contraexigencias que formularle al fabricante de máquinas, porque su producto — el hilado— jamás entra como elemento en el proceso de reproducción de aquél. Por ello, tales exigencias deben saldarse mediante dinero. Los límites de este crédito comercial, considerados de por sí, son 1) la riqueza de los industriales y comerciantes, es decir su disposición de capital de reserva en caso de * V éase, en la p resente edición, 1. 618 11, vol. 5, p£>. 515-519. demora en los reflujos; 2) esos propios reflujos. Éstos pueden demorarse en el tiempo, o los precios de las mer­ cancías pueden bajar en el ínterin, o bien la mercancía iuede tornarse momentáneamente invendible al producirse B paralización de los mercados. Cuanto más largo sea el plazo al que hayan sido extendidas las letras de cambio, tanto mayor deberá ser, en primer lugar, el capital de raierva, y tanto mayor será la posibilidad de una reducción 0 dem ora del reflujo por baja del precio o saturación de loa mercados. Y además, los reflujos son tanto más inciertos cuanto más haya estado condicionada la transacción origi­ naria por una especulación sobre el ascenso o descenso da los precios de las mercancías. Pero resulta claro que, OOn el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, y por M de de la producción en gran escala, 1) los mercados M expanden y se alejan del lugar de producción, 2) por •lio los créditos deben prolongarse y, por lo tanto 3) el •lam ento especulativo debe dominar cada vez más las transacciones. La producción en gran escala y para mer­ cados distantes arroja el producto global en manos del oomercio; pero sería imposible que el capital de la nación SC duplicara, de tal modo que el comercio fuese capaz, por SÍ solo, de comprar con capital propio el producto global nacional, y de volver a venderlo. Por consiguiente, •1 crédito es imprescindible aquí; un crédito que crezca •n su volumen con el crecimiento del monto de valor de la producción, y en su duración con el alejamiento creciente da los mercados. En este caso se produce un efecto recí­ proco. El desarrollo del proceso de reproducción amplía 01 crédito, y el crédito contribuye a la expansión de las Operaciones industriales y comerciales. Si consideramos este crédito en forma separada del crédito bancario, resulta claro que aumenta con el volumen dal propio capital industrial. E n este caso, el capital de préstamo y el capital industrial son idénticos; los capitales [»restados son capitales mercantiles, destinados al consumo ndivldual final o bien a la reposición de los elementos OOnstantes de capital productivo. E n consecuencia, lo que •parece aquí como capital prestado, es siempre capital Ua se halla en una fase determinada del proceso de reproUCClón, pero que por compra y venta pasa de unas manos a otras, mientras que el com prador sólo paga posteriormente, en el plazo convenido, el equivalente que f 3 619 corresponde.3 Por ejemplo, el algodón pasa a manos del hilandero a cambio de una letra, el hilado pasa a manos del fabricante de telas estampadas a cambio de otra letra, la tela pasa, a cambio de una nueva letra, a manos del comercinnte, de cuyas manos pasa, a cambio de otra letra, a las del exportador; éste la vende, a cambio de una nueva letra, a un comerciante de la India, quien la vende y compra a cambio índigo, etc. Durante este traslado de una mano a otra, el algodón efectúa su transformación en tela, la cual resulta finalmente transportada a la India e inter­ cambiada por índigo; se embarca éste hacia Europa, donde ingresa a la reproducción. En este caso, las diversas fases del proceso de reproducción se efectúan por mediación del crédito, sin que el hilandero haya pagado el algodón, ni el fabricante de la tela estampada el hilado, ni el comer­ ciante la tela, etc. Durante los primeros actos del proceso, la mercancía — el algodón— recorre las diferentes fases de su producción, y esa transición se efectúa por mediación del crédito. Pero en cuanto el algodón ha adquirido en la producción su forma última como mercancía, el mismo capital mercantil sólo recorre ya las manos de diversos comerciantes encargados de su transporte hacia un mercado distante, y el último de ellos la vende finalmente a los consumidores, comprando con el dinero obtenido otras mercancías, que a su vez entran en el consumo o bien en el proceso de reproducción. En consecuencia, cabe distinguir aquí dos etapas: en la primera, el crédito media las fases sucesivas reales de la producción del mismo artículo; en la segunda, sólo media el traspaso de las manos de un comerciante a las de otro, traspaso que incluye el transporte, es decir el acto M - D. También en este caso la mercancía siempre se encuentra, por lo menos, en el acto de la circulación, es decir en una fase del proceso de reproducción. Por consiguiente, lo que se presta en este caso nunca es capital ocioso, sino un capital que debe modificar su forma en manos de su poseedor, un capital que existe * L ite ralm e n te, ta l c o m o fig u rab a e sta p a rte d e la frase en la 1? edición, la m ism a dice: “m ien tras q u e e l eq u ivalente q u e co rre s­ p o n d e ”, etc., “só lo es p a g ad o al c o m p ra d o r” (“dem K ä u fe r”). Seguim os la lec tu ra que se pro p o n e en Werke : “ [von] dem K ä u fe r” (“p o r el c o m p ra d o r”), d a n d o a la frase, n a tu ra lm e n te , la c o n stru c ­ ció n activa n o rm a l e n castellano. 620 en una forma en la cual sólo es para él mero capital mer­ cantil, es decir capital que debe ser reconvertido en dinero, o, más exactamente, que por lo menos debe ser convertido, en primera instancia, en dinero. De este modo es la metamorfosis de la mercancía lo que se media aquí en virtud del crédito; no sólo M - D, sino también D - M y el proceso real de producción. Mucho crédito dentro del ciclo reproductivo — con prescindencia del crédito bancario— no significa mucho capital ocioso ofrecido en prés­ tamo y que busca una inversión lucrativa, sino una gran ocupación de capital en el proceso de reproducción. En consecuencia, en este caso el crédito media: 1) en la medida en que entran en consideración los capitalistas industriales, la transición del capital industrial de una fase a otra, la conexión entre las esferas de producción concomitantes y ensambladas, y 2 ) en la medida en que entran en consideración los comerciantes, el transporte y el pasaje de las mercancías de unas manos a otras hasta su venta definitiva a cambio de dinero o su trueque por otra mercancía. El máximo del crédito equivale aquí a la ocupación más plena del capital industrial, es decir, al despliegue máximo de su fuerza reproductiva sin tener en cuenta los límites del consumo. Estos límites del consumo resultan ampliados por la mayor tensión del propio proceso de reproducción; por una parte, esa tensión acrecienta el consumo de rédito por parte de obreros y capitalistas, mientras que por el otro lado es idéntica a una mayor tensión del consumo productivo. M ientras el proceso de reproducción se mantiene fluido, con lo cual permanece asegurado el reflujo, este crédito persiste y se expande, y su expansión se basa en la expan­ sión del propio proceso de reproducción. En cuanto se produce una paralización a causa de dem ora en los reflujos, mercados saturados, baja de precios, hay un excedente de capital industrial, pero en una forma en la cual no puede llevar a cabo su función. Hay una masa de capital mercantil, pero es invendible. Hay una masa de ca­ pital fijo, pero desocupado en gran parte por estar parali­ zada la reproducción. El crédito se contrae: 1) porque este capital está desocupado, es decir que está atascado en una de sus fases reproductivas, porque no puede llevar a cabo su metamorfosis; 2 ) porque se ha quebrantado la con­ 621 fianza en la fluidez del proceso de reproducción; 3) porque disminuye la demanda de este crédito comercial. El hilan­ dero que restringe su producción y tiene en sus depósitos una masa de hilado sin vender, no necesita comprar algodón a crédito; el comerciante no necesita comprar mercancías a crédito, porque ya tiene mercancías en cantidad más que suficiente. Por consiguiente, si aparecen perturbaciones en esta expansión o incluso solamente en la intensidad normal del proceso de reproducción, también se produce con ello una escasez de crédito; resulta difícil obtener mercancías a crédito. Pero la exigencia de pago al contado y la cautela en la venta a crédito son especialmente características de la fase del ciclo industrial que sigue al colapso [Krach]. Durante la propia crisis — puesto que cada cual tiene para vender y no puede hacerlo, a pesar de que tiene que vender para pagar— la masa no del capital ocioso y que debe ser colocado, sino del capital inhibido en su proceso reproduc­ tivo es precisamente máxima, aun cuando sea máxima asimismo la escasez de crédito (por lo cual la tasa de descuento es máxima en el crédito bancario). E n tal caso, el capital ya desembolsado se halla, en efecto, ocioso en grandes cantidades porque el proceso de reproducción se halla paralizado. Las fábricas están detenidas, las materias primas se acumulan, los productos terminados abarrotan el mercado en calidad de mercancías. Por consiguiente, nada más erróneo que atribuir semejante situación a una escasez de capital productivo. E n ese caso hay precisamente un exceso de capital productivo, en parte con respecto a la escala normal, pero momentáneamente contraída de la re­ producción, en parte con respecto a la paralización del consumo. Imaginemos que toda la sociedad se hallase exclusiva­ mente compuesta por capitalistas industriales y obreros asalariados. Hagamos abstracción, además, de los cambios de precios que impiden que grandes porciones del capital global se repongan en sus proporciones medias, y que, dada la conexión general de todo el proceso de reproducción, tal como lo desarrolla especialmente el crédito, deben producir siempre paralizaciones generales temporarias. Prescindamos asimismo de los negocios aparentes y transacciones especu­ lativas que alienta el sistema crediticio. E n tal caso, una crisis sólo resultaría explicable como consecuencia de una 622 desproporción de la producción entre los diversos ramos y a partir de una desproporción entre el consumo de los propios- capitalistas y su acumulación. Pero tal como están dadas las cosas, la reposición de los capitales invertidos en la producción depende en gran parte de la capacidad de consumo de las clases no productivas; mientras que la capa­ cidad de consumo de los obreros se halla limitada en parte por las leyes del salario, en parte por el hecho de que sólo se los emplea mientras pueda hacérselo con ganancia para la clase de los capitalistas. La razón última de todas las crisis reales siempre sigue siendo la pobreza y la restricción del consumo de las masas en contraste con la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas pro­ ductivas como si solamente la capacidad absoluta de consumo de la sociedad constituyese su límite. De una escasez real de capital productivo sólo puede hablarse — cuando menos en el caso de naciones desarrolla­ das de manera capitalista— cuando se dan malas cosechas generalizadas, sea de los principales alimentos o de las materias primas industriales fundamentales. Pero a este crédito comercial se suma ahora el crédito dinerario propiamente dicho. Los adelantos que se efectúan industriales y comerciantes entre sí se amalgaman con los anticipos de dinero que les efectúan los banqueros y pres­ tamistas de dinero. Al descontar las letras de cambio, el adelanto es solamente nominal. Un fabricante vende su producto por letras y las descuenta con un bill-broker. De hecho, éste sólo adelanta el crédito de su banquero, quien a su vez vuelve a adelantarle el capital dinerario de sus depósitos,[' 46' formados por los propios industriales y comerciantes, pero también por obreros (por intermedio de las cajas de ahorros), por los rentistas sobre propiedad inmueble y por las restantes clases improductivas. De esta manera, todos los fabricantes o comerciantes individuales eluden tanto la necesidad de disponer de un poderoso capital de reserva como la dependencia con respecto a los reflujos reales. Pero por otra parte, todo el proceso se com­ plica a tal punto — en parte por la simple libranza de letras de colusión, en parte por operaciones mercantiles efectua­ das con el objeto de la mera fabricación de letras— , que la apariencia de un negocio de gran solidez y de reflujos ágiles aún puede subsistir tranquilamente luego de que, en los hechos, los reflujos hace mucho que ya sólo se efectúan 623 a expensas de prestamistas de dinero engañados, en parte, y en parte de productores igualmente estafados. Es por ello que los negocios siempre parecen casi exageradamente sólidos justo en los momentos que preceden en forma inmediata al colapso [Krach]. La mejor prueba la ofrecen, por ejemplo, los Reports on Bank A cts de 1857 y 1858, en los que todos los directores de bancos, comerciantes, y en suma todos los peritos invitados, con lord Overstone a la cabeza, se congratulaban mutuamente por el florecimiento y la solidez de los negocios . . . exactamente un mes antes de que estallara la crisis, en agosto de 1857. Y, curiosamente, en su History of Prices, Tooke vuelve a sufrir una vez más esta ilusión, como historiador de todas las crisis. Para él, los negocios son siempre sólidos y el campo prospera y florece, hasta que, súbitamente, se produce el derrumbe. Volvamos ahora a la acumulación del capital dinerario. No cualquier incremento de capital dinerario prestable indica una acumulación de capital o una ampliación del proceso de reproducción verdaderas. Esto se manifiesta con la mayor claridad en la fase del ciclo industrial inme­ diatamente después de superada la crisis, cuando el capital de préstamo se halla inactivo en grandes cantidades. En tales momentos, cuando el proceso de la producción se halla restringido (después de la crisis de 1847, la produc­ ción se hallaba reducida en un tercio en los distritos indus­ triales ingleses), cuando los precios de las mercancías se encuentran en su punto más bajo, cuando el espíritu de em­ presa se halla paralizado, impera un bajo nivel del tipo de interés, que en este caso no indica otra cosa que el aumento del capital prestable, precisamente por contrac­ ción y paralización del capital industrial. Es evidente que se requieren menos medios de circulación al haber dismi­ nuido los precios de las mercancías, con la reducción de las transacciones y la contracción del capital desembolsado en salarios; que, por otra parte, luego de la liquidación de las deudas al extranjero — en parte por drenaje de oro y en parte por bancarrotas— no se requiere dinero suplemen­ tario para su función como dinero mundial; que, por último, el volumen alcanzado por el negocio del descuento de letras disminuye con el número y con los importes de esas 624 propias letras. La dem anda de capital dinerario prestable — tanto para medios de circulación como para medios de pago (ni que hablar aun de nuevas inversiones de capi­ ta l)— disminuye por ende, y con ello se torna relativa­ mente abundante. Pero también la oferta del capital dine­ rario prestable aumenta positivamente bajo tales circunstan­ cias, como se dem ostrará más adelante. Así, después de la crisis de 1847 reinaba “una restric­ ción de las transacciones y una gran abundancia de dine­ ro” . ( Commercial Distress, 1847-48, testimonio n? 1664.) El tipo de interés era muy bajo a causa de “ una destruc­ ción casi perfecta del comercio y una ausencia casi total de la posibilidad de invertir dinero” (loe. cit., p. 45, decla­ ración de Hodgson, director del Royal Bank of Liverpool.) En la frase siguiente pueden verse los absurdos que fabulan estos señores (y Hodgson es aun uno de los m ejores) para explicarse esto: “Los apuros” (de 1847) “se originaron en una disminución real del capital dinerario que había en el país, ocasionada en parte por la necesidad de pagar en oro las importaciones de todas las partes del mundo, y en parte por la transformación de capital de circulación (floating capital) en capital fijo” [loe. cit., p. 63], No se comprende cómo ha de reducir el capital dinerario del país la trans­ formación del capital de circulación en capital fijo, ya que, por ejemplo, en los ferrocarriles — en los que se inmovilizaba principalmente el capital por aquel entonces— no se emplea oro o papel en los viaductos y rieles, y el dinero destinado a las acciones ferroviarias, en la medida en que sólo se lo depositaba para efectuar pagos, funcionaba exactamente igual que cualquier otro dinero depositado en los bancos, e incluso incrementaba momentáneamente el capital dinerario prestable, como ya hemos demostrado anteriormente; pero en tanto se lo gastaba realmente en la construcción, circu­ laba en el país como medio de compras y de pagos. El capital dinerario sólo podía resultar afectado en la medida en que el capital fijo no es un artículo exportable, es decir ique con la imposibilidad de la exportación también desapa­ rece el capital disponible que se obtiene con los retornos a cambio de los artículos exportados, vale decir los retornos en efectivo o en lingotes. Pero también los artículos ingleses de exportación se hallaban almacenados masivamente por aquel entonces, sin poder ser vendidos, en los mercados extranjeros. Para los comerciantes y fabricantes de Man625 chester, etc., que habían inmovilizado una parte de su capi­ tal comercial normal en acciones ferroviarias, por lo cual dependían de capital prestado para la conducción de sus negocios, de hecho su floating capital se había fijado, y ellos debían soportar las consecuencias de ese hecho. Pero habría sido lo mismo si en lugar de invertir en ferrocarriles el capital perteneciente a su negocio pero retirado del mismo, lo hubiesen invertido en minas, por ejemplo, cuyo producto es, a su vez, floating capital, hierro, carbón, cobre, etc. La disminución real del capital dinerario dispo­ nible a causa de una mala cosecha, de la importación de cereales y la exportación de oro era, naturalmente, un suceso que nada tenía que ver con la especulación ferro­ viaria. “Casi todas las casas comerciales habían comenzado a ham brear su negocio, en mayor o menor medida [. . .], para invertir el dinero en ferrocarriles.” [Loe. cit., p. 42.] “Los adelantos tan dilatados que las casas comerciales efectuaron a los ferrocarriles, indujeron a aquéllas a basarse demasiado en [. ..] los bancos mediante el descuento cam­ biado, y de esa manera proseguir sus operaciones comer­ ciales.” (D el mismo Hodgson, loe. cit., p. 67.) “En Manchester se produjeron inmensas pérdidas por la especu­ lación con los ferrocarriles,” (R obert Gardner, citado en el libro i, cap. xln, 3, c,a y en varios otros lugares; testi­ monio n? 4.884, loe. cit.). U na de las principales causas de la crisis de 1847 fue la trem enda saturación de los mercados y las ilimitadas estafas que se produjeron en los negocios con las mercan­ cías de las Indias Orientales. Pero también hubo otras circunstancias que produjeron la bancarrota de riquísimas casas de este ramo: “Tenían recursos abundantes, pero no podían movili­ zarlos. Todo su capital se hallaba fijo en fincas en la isla Mauricio o en fábricas de índigo e ingenios azucareros. Luego, si habían contraído obligaciones que llegaban hasta las £ 500.000 - 600.000, carecían de recursos líquidos para pagar sus letras de cambio, y finalmente se descubrió que para abonar sus letras debían confiar por entero en su crédito”.11471 (Charles Turner, gran comerciante de Liver­ pool que operaba con las Indias Orientales, n? 730, loe. " V éase, e n la presen te edición, t. i, vol. 2, pp. 501-502, 505. 626 cit.) Otra vez Gardner (n? 4.872, loe. cit.): “Inmediata­ mente después del tratado con China, se abrieron en nues­ tro país perspectivas tan grandes de una enorme expansión de nuestro comercio con China que se construyeron muchas grandes fábricas exclusivamente para este negocio, para elaborar los tejidos de algodón que encuentran más salida en el mercado chino, fábricas que se sum aron a todas aqué­ llas de las que ya disponíamos” . 4.874. “¿Cuál fue el resul­ tado de ese negocio? — Extremadamente ruinoso, a tal punto que casi desafía cualquier descripción; no creo que de todos los embarques efectuados hacia la China en 1844 y 1845 hayan retornado nunca más que los % del importe; puesto que el té es el artículo principal de [ .. .] la expor­ tación china, y puesto que se nos habían creado expecta­ tivas tan grandes, los fabricantes contábamos con certeza con una gran reducción del arancel aduanero sobre el té.” Y aquí viene, ingenuamente expresado, el credo caracte­ rístico del fabricante inglés: “Nuestro comercio con un mercado extranjero no está limitado por la capacidad de éste de com prar mercancías, pero sí lo está aquí, en nuestro país, por nuestra capacidad de consumir los productos que obtenemos a cambio de nuestros productos industriales” . (Los países relativamente pobres con los cuales comercia Inglaterra pueden pagar y consumir, naturalmente, cual­ quier cantidad posible de productos de fabricación inglesa, pero lamentablemente la rica Inglaterra no puede digerir los productos obtenidos a cam bio.) 4.876. “Al principio ex­ porté algunas mercancías, las cuales se vendieron con una pérdida aproximada del 15 % , en la plena convicción de que el precio al cual podrían comprar té mis agentes daría, al revenderlo aquí, una ganancia tan grande que se cubriría esa pérdida [. . .], pero en lugar de obtener bene­ ficios, más de una vez perdí entre un 25 y un 50 % .” 4.877. “¿Exportaban los fabricantes por cuenta propia? — Principalmente; al parecer, los comerciantes vieron muy pronto que la cosa no arrojaba resultados, y alentaban más a los fabricantes a las consignaciones de lo que participaban ellos mismos en el negocio.” E n cambio, en 1857 las bancarrotas y pérdidas les correspondieron preferentemente a los comerciantes, puesto que en esa ocasión los fabri­ cantes les dejaron a su cargo que saturaran los mercados extranjeros “por cuenta propia” . 627 Una expansión del capital dinerario resultante de que, como consecuencia de la difusión del sistema bancario (véase más adelante el ejemplo de Ipswich, donde en el curso de pocos años inmediatamente antes de 1857 se cuadruplicaron los depósitos de los arrendatarios), lo que anteriormente era tesoro particular o reserva monetaria se transforma siempre en capital prestable por un tiempo determinado, no expresa un crecimiento del capital produc­ tivo, como tampoco lo expresa el crecimiento de los depó­ sitos en los bancos londinenses por acciones, en cuanto éstos comenzaron a pagar intereses sobre depósitos. Mien­ tras la escala de la producción siga siendo la misma, esta expansión sólo provoca la abundancia del capital dinerario prestable en relación con el capital productivo. De ahí el bajo tipo de interés. Si el proceso de reproducción ha vuelto a alcanzar la situación de florecimiento que precede a la etapa de tensión excesiva, el crédito comercial alcanza una expansión suma­ mente grande, que luego vuelve a tener, en los hechos, la base “sana” de reflujos que ingresan con facilidad y de una extensa producción. En esta etapa, el tipo de interés aún sigue siendo bajo, aunque asciende por encima de su míni­ mo. De hecho, éste es el único momento en el cual puede decirse que un bajo tipo de interés, y por ende una relativa abundancia del capital prestable, coinciden con una expan­ sión real del capital industrial. La facilidad y regularidad de los reflujos, unida a un dilatado crédito comercial, asegura la oferta de capital de préstamo a pesar del incre­ mento de la demanda, e impide que ascienda el nivel del tipo de interés. Por otra parte, sólo ahora comienzan a intervenir, en grado perceptible, los caballeros de industria que trabajan sin capital de reserva, o sin capital en abso­ luto, y que por ende operan basándose por completo en el crédito dinerario. A hora se suma también la gran expansión del capital fijo en todas sus formas y la apertura masiva de nuevas empresas de vastos alcances. El interés asciende ahora a su nivel medio. Y vuelve a alcanzar su máximo apenas estalla la nueva crisis, el crédito cesa súbitamente, los pagos se atascan, el proceso de reproducción se detiene y, con las excepciones anteriormente mencionadas, se pro­ duce un exceso de capital industrial ocioso además de una escasez casi absoluta de capital prestable. 628 Por consiguiente, en general el movimiento del capital prestable, tal como se expresa en el tipo de interés, trans­ curre en sentido inverso al del capital industrial. La fase en la cual el tipo de interés, bajo pero situado por encima del mínimo, coincide con la “ mejoría” y con el crecimiento de la confianza después de la crisis, y en especial la fase en la cual alcanza su nivel promedio, el término medio igualmente alejado de su mínimo y de su máximo, son los únicos dos momentos que expresan la coincidencia de un capital prestable abundante con una gran expansión del ca­ pital industrial. Pero al comienzo del ciclo industrial, el bajo tipo de interés coincide con una contracción, y al término del ciclo un tipo de interés alto coincide con una sobreabundancia de capital industrial. El bajo tipo de inte­ rés que acompaña la “mejoría” expresa que el crédito comercial sólo requiere el crédito bancario en escasa medi­ da, porque aún puede valerse por sí mismo. E n este ciclo industrial la situación es tal, que el mismo ciclo, una vez dado el impulso inicial, debe reproducirse periódicamente.8 En la etapa de distensión, la producción desciende por debajo del nivel que había alcanzado en el ciclo precedente, nivel para el cual se hallan sentadas 8 {F . E. — T a l co m o ya lo he o b serv ad o en o tro lu g ar," desde la ú ltim a gran crisis general se h a p ro d u cid o a q u í una variante. L a fo rm a aguda del p roceso periódico, con su ciclo h asta el presente d ecenal, p arece haberse tran sfo rm a d o en una a lte rn a n c ia m ás bien c ró n ic a — de m ay o r d u ra c ió n , y que se d istribuye en tiem pos d ife­ ren tes según los diversos países industriales— de una m ejoría re lativ am en te breve y ten u e de los negocios con una presión re la ti­ v am ente p ro lo n g ad a y sin definición. P ero quizás se tra te sólo de u n a extensión en la d u ra ció n d el ciclo. E n la infancia del com ercio m undial, en 1815-1847, puede d e m o stra rse la existencia de c ic lo s8 a p ro x im ad a m en te quin q u en ales; a p a rtir d e 1847-67, e l ciclo es d ecid id am en te d ecenal; ¿nos e n co n trare m o s acaso en el p e ríodo de p re p ara ció n d e una nueva c atástro fe [K rach] m u n d ia l de vehe­ m encia in au d ita? H a y varios indicios que parecen a p u n ta r en ta l sentido. D esde la ú ltim a crisis general d e 1867 se h a n pro d u cid o grandes m odificaciones. La colosal expansión de los m edios de tra n sp o rte — vapores oceánicos, ferro carriles, telégrafos, el can al d e Suez— h a establecido re alm en te el m erc ad o m undial. A In g la ­ te rra , que m ono p o lizab a an te rio rm e n te la in d u stria, se le han su m a d o una serie de países industriales c om petidores; a la inversión del c ap ital e x ced en tario eu ro p eo le e stán a b iertos, en to d o s, los " V éase, e n la presen te edición, t. i, vol. 1, p. 39. 8 E n la 1? edición, “crisis” en vez de “ciclos” . 629 ahora las bases técnicas. En la etapa de prosperidad — el período central— sigue desarrollándose sobre estas bases. En el período de la sobreproducción y las estafas despliega al máximo las fuerzas productivas, hasta más allá de los límites capitalistas del proceso de la producción. Resulta obvio que en el período de crisis escaseen los medios de pago. La convertibilidad de las letras ha susti­ tuido a la metamorfosis de las propias mercancías, y en una época semejante tanto más cuanto más trabaja una parte de las casas comerciales basándose exclusivamente en el crédito. Una legislación bancaria ignorante y errada, como la de 1844-45, puede agravar aun esta crisis de dinero. Pero no hay legislación bancaria de ninguna índole que pueda eliminar la crisis. E n un sistema de producción en el cual toda la conexión del sistema de reproducción se basa en el crédito, si el crédito cesa súbitamente y sólo vale ya el pago en efectivo, debe producirse evidentemente una crisis, una violenta co­ rrida en procura de medios de pago. Por ello, a primera vista toda la crisis sólo se presenta como una crisis de crédito y de dinero. Y de hecho sólo se trata de la conver­ tibilidad de las letras en dinero. Pero estas letras represen­ tan, en su mayor parte, compras y ventas reales, cuya amplitud, que supera en mucho las necesidades sociales, concluye por constituir el fundamento de toda la crisis. Pero además de ello, hay también una masa ingente de estas letras que sólo representan negocios fraudulentos, que ahora surgen a la luz del día y estallan; asimismo hay espe­ culaciones llevadas a cabo con capital ajeno, pero fracasa- continentes, territo rio s infinitam ente m ay o res y m ás variados, de m odo que se d istrib u y e m uchísim o m ás, y así se su p era c o n m ayor facilidad la sobreespeculación local. E n virtu d de to d o ello, la m ay o r p a rte de los antig u o s focos d e crisis y d e ocasiones p a ra la fo rm ac ió n d e crisis han sido elim inados o p o d e ro sam e n te d e b ili­ tados. A d em ás d e ello, la com petencia en el m erc ad o interno re tro c ed e a n te los cárteles y trusts, m ie n tras que en el m ercad o ex terio r re su lta restringida p o r los a ran celes ad u an e ro s p ro tec to re s de los que se ro d e a n todos los g ran d es países industriales, salvo In g laterra . P ero estos p ropios a ran celes pro tecto res no son o tra cosa que las a rm a s p a ra la c am p añ a in d u strial general d efinitiva que há de decidir acerca de la su prem acía sobre el m erc ad o m undial. D e esta m an e ra, cada uno de los elem entos que tiende a oponerse a u n a rep etició n d e las an tig u as crisis, alberga en su seno el germ en de una crisis fu tu ra m u ch o m ás form idable.} 630 das; y por último capitales mercantiles desvalorizados o incluso invendibles, o bien reflujos que ya nunca podrán producirse. Todo el sistema artificial de expansión violenta del proceso de reproducción no puede remediarse, natu­ ralmente, por el hecho de que un banco — por ejemplo el Banco de Inglaterra— otorgue en sus papeles a todos los estafadores el capital faltante y compre a sus antiguos valo­ res nominales todas las mercancías desvalorizadas. Por lo demás, aquí todo aparece revertido, ya que en este mundo de papel en ninguna parte aparecen el precio real y sus factores reales, sino solamente lingotes, dinero metálico, billetes, letras de cambio, títulos y obligaciones. Especial­ mente en los centros en los que se aglomera toda la activi­ dad dineraria del país, como en Londres, se manifiesta esta reversión; todo el proceso se torna incomprensible; lo es menos en los centros de la producción. Por lo demás, con relación a la sobreabundancia del capital industrial que se manifiesta durante las crisis, cabe observar lo siguiente. El capital mercantil es, en sí y al mismo tiempo, capital dinerario, es decir una suma de valor determinada, expresada en el precio de la mercancía. E n cuanto valor de uso es una cantidad determinada de deter­ minados objetos de uso, y en el momento de la crisis esa cantidad existe en exceso. Pero en cuanto capital dinerario en sí, como capital dinerario en potencia, se halla sometido a una constante expansión y contracción. En vísperas de la crisis y dentro de la misma, el capital mercantil se halla contraído en su condición de capital dinerario en potencia. Para su poseedor y para los acreedores de éste (al igual que como garantía por letras y préstamos) representa menos capital dinerario que en la época en que fuera com prado y en que se convinieron los descuentos y opera­ ciones prendarias fundados en él. Si tal ha de ser el sentido de la afirmación según la cual el capital dinerario de un país está disminuido en tiempos de estrechez, aquélla es idéntica a la aseveración de que los precios de las mercan­ cías han bajado. Por lo demás, semejante derrumbe de los precios sólo nivela su anterior inflación. Las entradas de las clases improductivas y las de quie­ nes viven de ingresos fijos permanecen estacionarias en su m ayor parte durante la inflación de precios que se produce conjuntamente con la sobreproducción y la sobreespecula­ ción. De ahí que su capacidad de consumo disminuya rela­ 631 tivamente, y con ello su capacidad de reponer la parte de la reproducción global que debiera entrar normaliter [normal­ mente] en su consumo. Inclusive si su demanda permanece nominalmente constante, disminuye en realidad. Con referencia a la importación y exportación cabe consignar que todos los países resultan envueltos sucesiva­ mente en la crisis, y que entonces se revela que todos ellos, con escasas excepciones, han exportado e importado dema­ siado, es decir que la balanza de pagos está en contra de todos, o sea que, de hecho, la cuestión no radica en la balanza de pagos. Por ejemplo, Inglaterra padece un drenaje de oro. El país ha sobreimportado. Pero al mismo tiempo, todos los demás países están sobrecargados de mercancías inglesas. En consecuencia, también ellos han sobreimpor­ tado o han sido sobreimportados. (D e todos modos, se produce una diferencia entre el país que exporta a crédito, y aquéllos que no lo hacen o que sólo exportan muy poco a crédito. Pero estos últimos importan luego a crédito, y este caso no se da únicamente cuando se envía allí la mercancía en consignación.) Es posible que la crisis estalle primeramente en Inglaterra, el país que da la mayor parte del crédito y que menos crédito toma, porque la balanza de pagos, el balance de los pagos vencidos, que debe ser liquidada de inmediato, le es desfavorable, a pesar de que su balanza comercial general sea favorable. Esto último se explica en parte a partir del crédito que da, en parte como consecuencia de la masa de capitales prestados en el exte­ rior, de m odo que afluyen hacia ella una gran cantidad de reflujos en mercancías, además de los retornos comer­ ciales propiamente dichos. (Pero la crisis a veces también estalló primeramente en Norteamérica, el país que más crédito comercial y de capital toma de Inglaterra.) La catástrofe en Inglaterra, iniciada y acompañada por un drenaje de oro, salda la balanza de pagos de Inglaterra en parte mediante la bancarrota de sus importadores (acer­ ca de lo cual nos extenderemos más adelante), en parte por dispersión de una porción de su capital mercantil a precios baratos en el exterior, en parte por venta de títulos y obligaciones extranjeros, compra de títulos y obligaciones ingleses, etc. Entonces le toca el turno a otro país. La balanza de pagos estaba momentáneamente a su favor; pero ahora ha desaparecido, o por lo menos se ha redu­ cido a causa de la crisis, el plazo vigente en tiempos norma­ 632 les entre la balanza de pagos y la balanza comercial; se pretende que todos los pagos se liquiden de una vez. La misma cuestión se repite en este caso. Inglaterra tiene ahora un reflujo de oro, mientras que el otro país un drenaje de oro. Lo que aparece en un país como sobreimportación, aparece en el otro como sobreexportación y viceversa. Pero se han verificado una sobreimportación y una sobreexportación en todos los países (no hablamos aquí de malas cosechas, sino de una crisis general); es decir, una sobreproducción, favorecida por el crédito y la inflación general que la acompaña. En 1857 estalló la crisis en los Estados Unidos. A ella la siguió un drenaje de oro desde Inglaterra hacia Norte­ américa. Pero en cuanto se desencadenó la inflación en Norteamérica, se produjo la crisis en Inglaterra y un drenaje áureo desde Norteamérica hacia Inglaterra. O tro tanto ocurrió entre Inglaterra y el continente. E n tiempos de crisis general, la balanza de pagos es desfavorable en todas las naciones, por lo menos en todas las naciones comercial­ m ente desarrolladas, pero siempre en forma sucesiva, una tras otra, como un fuego que efectúa por turno una hilera de soldados, en cuanto les llega el momento de pagar; y la crisis, una vez estallada — en Inglaterra, por ejemplo— , comprime entonces la serie de estos plazos en un período sumamente breve. Se revela entonces que todas estas na­ ciones han sobreexportado (vale decir, sobreproducido) y sobreimportado (es decir, sobrecomerciado) al mismo tiempo, que en todas ellas los precios habían sido inflados y el crédito se había estirado exageradamente. Y en todas ellas se produce el mismo colapso. El fenómeno del drenaje de oro se produce entonces en todas ellas en forma suce­ siva, y demuestra, precisamente a causa de su generalidad, 1) que el drenaje áureo es un mero fenómeno de la crisis, pero no su causa; 2) que la secuencia en la cual se produce en las diversas naciones sólo indica cuándo les ha llegado el turno de ajustar cuentas con el cielo, cuándo les ha llegado el plazo de la crisis, y cuándo estallan en ellas los elementos latentes de la misma. Es una característica de los tratadistas ingleses de economía — y la literatura económica digna de mención desde 1830 se reduce, en general, a obras acerca de la currency, el crédito y las crisis— que los mismos, a pesar del viraje de los tipos cambiarios, sólo consideran la expor­ 633 tación de los metales preciosos en tiempo de crisis desde el punto de vista de Inglaterra, como un fenómeno pura­ mente nacional, cerrando resueltamente sus ojos frente a! hecho de que, si el Banco de Inglaterra eleva el tipo de interés en tiempos de crisis, todos los demás bancos euro­ peos harán otro tanto, y que si hoy resuenan en la isla los gritos de auxilio a causa del drenaje áureo, ese mismo clamor resonará mañana en Norteamérica, y pasado ma­ ñana en Alemania y Francia. E n 1847 “había que atender las obligaciones en curso contra Inglaterra” (en muy gran parte relativas a granos). “Desdichadamente, en gran proporción sólo pudo hacér­ seles frente mediante bancarrotas.” (L a rica Inglaterra se procuraba un respiro mediante la bancarrota frente al Continente y a Norteam érica.) “Pero en la medida en que no se las liquidaba mediante la bancarrota, se les hacía frente con la exportación de metales preciosos.” (Report o f Committee on Bank Acts, 1857.) Es decir, en la medida en que la crisis en Inglaterra resulta acentuada en virtud de la legislación bancaria, tal legislación es un medio para estafar, en tiempos de hambruna, a las naciones exporta­ doras de granos, primeramente estafándoles el grano y luego el dinero correspondiente al mismo. Por consiguiente, una prohibición de exportación cerealera en tales épocas para países que padecen, ellos mismos, en mayor o menor medida la carestía, es un medio sumamente racional contra ese plan del Banco de Inglaterra de “hacer frente a las obligaciones” emergentes de la importación de granos “mediante bancarrotas” . En tal caso es mucho mejor que los productores y especuladores cerealeros pierdan una parte de sus ganancias en beneficio del país, que el que pierdan su capital en beneficio de Inglaterra. De lo dicho se desprende que el capital mercantil, durante las crisis y en general durante las épocas de parali­ zación de los negocios, pierde en gran medida su atributo de representar capital dinerario en potencia. Otro tanto vale para el capital ficticio, para los títulos que devengan interés, en tanto ellos mismos circulan en la bolsa como capitales dinerarios. Con el aumento del interés disminuye el precio de esos títulos. Éste también disminuye a causa de la escasez general de crédito, la cual obliga a sus propie­ tarios a malvenderlos masivamente en el mercado para procurarse dinero. Por último, disminuye también el precio 634 de las acciones, en parte como consecuencia de la disminu­ ción de los réditos sobre los cuales constituyen asignaciones, en parte a causa del carácter fraudulento de las empresas que muy a menudo representan. Este capital dinerario ficticio se halla enormemente disminuido en las crisis, y con ello lo está la capacidad de sus propietarios de obte­ ner dinero a cambio de él en el mercado. Sin embargo, la disminución del precio nominal de estos títulos y valores en los boletines de cotizaciones nada tiene que ver con el capital real que representan, pero en cambio sí tiene que ver, y mucho, con la solvencia de sus propietarios. 635 CAPÍTULO XXXI C A PITA L D IN ER A R IO Y C A PITA L R E A L - II ( Continuación ) a Aún no hemos term inado de considerar el problema de en qué medida la acumulación del capital en form a de capi­ tal dinerario prestable coincide con la acumulación real, la ampliación del proceso de reproducción. L a transformación de dinero en capital dinerario pres­ table es una cuestión mucho más sencilla que la transfor­ mación de dinero en capital productivo. Pero en este caso debemos distinguir entre dos cosas: 1) la mera transformación de dinero en capital de préstamo; 2 ) la transformación de capital o rédito en dinero, que se transform a en capital de préstamo; Onicamente este último punto puede implicar una acumulación positiva del capital de préstamo, vinculada con la acumulación real del capital industrial. 1) Transformación de dinero en capital de préstamo b Ya hemos visto que puede producirse una acumulación, una sobreabundancia de capital de préstamo, que sólo se halla vinculada con la acumulación productiva en la medida en que guarda con ella una proporcionalidad inversa. Ese caso se da en dos fases del ciclo industrial, a saber, prime­ ramente en el momento en que el capital industrial, en sus * T ítu lo s d e E ngels. (V éase R 1215/ 2.) b S u b títu lo d e E ngels. E n el orig in al d e M a rx se lee aquí, sim plem ente, “ad I ” . (V éase R 1 2 1 5 /3 .) 637 dos formas de capital productivo y de capital mercantil, se halla contraído, es decir al comienzo del ciclo después de la crisis; y en segundo lugar, en el momento en que comienza la mejoría, pero en que el crédito comercial aún acude poco al crédito bancario. En el primer caso, el capital dinerario que anteriormente se hallaba empleado en la producción y en el comercio, aparece como capital ocioso de préstamo; en el segundo caso aparece empleado en medida creciente, pero a un muy bajo tipo de interés, porque ahora es el capitalista industrial y comercial quien dicta las condiciones al capitalista dinerario. El exceso de capital de préstamo expresa, en el primer caso, un estancamiento del capital industrial, y en el segundo una independencia relativa del crédito comercial con respecto al crédito bancario, basada en la fluidez del reflujo, los breves plazos del crédito y la circunstancia de que se trabaja preponderantemente con capital propio. Los espe­ culadores que cuentan con capital crediticio ajeno aún no han entrado en escena; la gente que trabaja con capital propio aún está muy distante de las operaciones crediticias aproximadamente puras. E n la primera fase, el excedente de capital de préstamo es exactamente lo contrario de una expresión de acumulación real. En la segunda fase coincide con una renovada expansión del proceso de reproducción, la acompaña, pero no es su causa. El excedente de capital de préstamo ya disminuye, y sólo es relativo, proporcional a la demanda. En ambos casos, la ampliación del proceso real de acumulación se favorece por la circunstancia de que el bajo interés que coincide en el primer caso con precios bajos, y en el segundo con precios que aumentan lenta­ mente, acrecienta la parte de la ganancia que se transforma en ganancia empresarial. Esto ocurre más aun cuando el interés aumenta promedialmente al culminar la época de prosperidad, durante la cual habrá crecido, pero no en pro­ porción con la ganancia. Hemos visto, por otra parte, que puede operarse una acumulación del capital de préstamo sin acumulación real alguna, por medios meramente técnicos, como expansión y concentración de la banca, ahorro de la reserva circulante o también del fondo de reserva de medios de pago en manos de los particulares, medios que de esa manera se convierten, siempre por breve lapso, en capital de préstamo. Pese a que ese capital de préstamo — que por- ello también 638 se denomina capital flotante (floating capital)— siempre conserva sólo por breves períodos la forma de capital de préstamo (del mismo modo que también sólo debe des­ contarse por períodos breves), el mismo fluye y refluye constantemente. Si uno se lo lleva, hay otro que lo trae. La masa del capital dinerario prestable (no hablamos aquí en absoluto de préstamos durante años, sino solamente de prés­ tamos a corto plazo, a cambio de letras de cambio y depó­ sitos) aumenta así, de hecho, en forma totalmente inde­ pendiente de la acumulación real. B . C . 1857. Pregunta 501. “¿Qué entiende usted por floating capital?” (E l señor Weguelin, gobernador del Banco de Inglaterra:) “Es capital utilizable para préstamos de dinero a corto plazo . . . (5 0 2 ). Billetes del Banco de In g laterra. . . de los bancos provinciales, y el monto del dinero existente en el país.” {Pregunta:} “Según los infor­ mes que se hallan a disposición de la comisión, ¿no parece que si usted entiende por floating capital la circulación activa” {es decir, de los billetes del Banco de Inglaterra) “en esta circulación activa se opera alguna fluctuación su­ mamente im portante?” (Pero hay una gran diferencia según quién adelante la circulación activa, si el prestamista de dinero o si el propio capitalista reproductivo. Respuesta de W eguelin:) “Incluyo en el floating capital las reser­ vas de los banqueros, en las cuales hay una considerable fluctuación.” Vale decir que se opera una considerable fluc­ tuación en aquella parte de los depósitos que los banqueros no han vuelto a prestar, sino que figura como su reserva, pero en gran parte también como la reserva del Banco de Inglaterra, en el cual se halla depositada. Por último, el mismo señor sostiene que floating capital es bullion, es decir lingotes y dinero metálico (5 0 3 ). E n general, resulta maravilloso como en este galimatías crediticio del mercado dinerario todas las categorías de la economía política adquieren un sentido y una forma diferentes. Allí floating capital es la expresión em pleada para denotar circulating ca­ pital [capital circulante], lo cual es, naturalmente, algo muy distinto, ¡y m oney es capital, y bullion [metales preciosos] es capital, y billetes de banco son circulation, y capital es a com m odity [una mercancía] y deudas son commodities [mercancías], y fixed capital [capital fijo] es dinero invertido en títulos y valores difícilmente vendibles! 639 “Los bancos londinenses por acciones. . . han in­ crementado sus depósitos de £, 8.850.774 en 1847 a £, 43.100.724 en 1857 . . . Las pruebas y testimonios presentados ante la comisión permiten inferir que gran parte de este ingente monto deriva de fuentes que antes no eran utilizables con ese fin; y que el hábito de abrir una cuenta en el banco y de depositar dinero en él se ha extendido a numerosas clases que anteriormente no inver­ tían de esta manera su capital (!). El señor Rodwell, presidente de la Asociación de los Bancos Privados Pro­ vinciales” {a diferencia de los bancos por acciones} “y delegado por ésta para declarar ante la comisión, indica que en la región de Ipswich esta práctica se ha cuadrupli­ cado recientemente entre los arrendatarios y comerciantes minoristas de ese distrito; que casi todos los arrendatarios, inclusive aquellos que sólo pagan £, 50 de arrendamiento anual, tienen ahora depósitos en los bancos. El grueso de estos depósitos halla naturalmente el camino de su empleo en los negocios, y gravita especialmente hacia Londres, el centro de la actividad comercial, donde en primer lugar halla aplicación en el descuento de letras y en otros adelan­ tos a los clientes de los banqueros londinenses. Sin em­ bargo, una gran parte, para la cual los propios banqueros no tienen demanda inmediata, va a manos de los billbrokers, quienes a cambio de ella dan a los banqueros letras de cambio comerciales, que ya han descontado en alguna ocasión para gentes de Londres y de las provincias.” (B . C. 1858, p. [v, parágrafo n?] 8.) Cuando el banquero efectúa adelantos al bill-broker sobre las letras de cambio que ese mismo bill-broker ya ha descontado en una oportunidad, de hecho las redescuenta una vez más; pero en realidad, el bill-broker ya ha redescontado muchísimas de estas letras, y con el mismo dinero con el cual el banquero redescuenta las letras del billbroker, éste redescuenta nuevas letras. Lo cual lleva a lo siguiente: “Se han creado extensos créditos ficticios me­ diante letras de favor y créditos en blanco, cosa que resultó sumamente facilitada en virtud del procedimiento de los bancos accionarios provinciales que descontaban tales letras, haciéndolas redescontar luego por los bill-brokers en el mercado londinense, y ello sólo basándose en el cré­ dito del banco, sin tom ar en cuenta la calidad que, en lo 640 demás, tenían las letras de cambio” , (loe. cit., [p. xxi, parágrafo rfí 54].) Acerca de este redescuento y respecto de cómo esta multiplicación meramente técnica del capital dinerario prestable favorece los fraudes crediticios, resulta intere­ sante el siguiente pasaje del Economist'. “Durante muchos años, en algunos distritos del país, el capital” (se refiere al capital dinerario prestable) “se acumulaba más rápida­ mente de lo que podía empleárselo, mientras que en otros los medios de su inversión crecían más rápidam ente que el propio capital. De esta manera, mientras que los banqueros de los distritos [.. .] agrícolas [.. .] no hallaban la oca­ sión de invertir sus depósitos en forma lucrativa y segura en su propia región, los de los distritos industriales [.. .] y de las ciudades comerciales tenían mayor dem anda de capital del que podían suministrar. El efecto de estas dife­ rentes situaciones en los diversos distritos provocó, durante los últimos años, el nacimiento y la rapidísima propagación de una nueva clase de firmas ocupadas en la distribución del capital, quienes, a pesar de ser calificados ordinaria­ mente de bill-brokers, son en realidad banqueros en la m ayor de las escalas. El negocio de estas casas consiste en hacerse cargo, por determinados períodos convenidos y a un interés determ inado convenido, del pluscapital depositado en bancos de los distritos donde no se lo podía utilizar, al igual que los recursos de las sociedades por acciones y de las grandes casas comerciales que se hallan temporariamente ociosos, y en adelantar ese dinero, a un tipo de interés más elevado, a los bancos de aquellos distritos en los cuales hay mayor demanda de capital; por regla general, mediante el redescuento de las letras de cam­ bio de sus clientes . . . De este modo, Lom bard Street!'28' se convirtió en el gran centro en el que se opera la transfe­ rencia de capital ocioso de una parte del país, donde no se lo puede emplear lucrativamente, a otra en la cual hay demanda del mismo, y ello vale tanto para las diversas regiones del país como también para individuos de situa­ ción similar. Originariamente, estos negocios se limitaban casi exclusivamente a tom ar y conceder préstamos con garantías bancarias. Pero en la medida en que el capital del país creció rápidamente, economizándose cada vez más mediante la instauración de los bancos, los fondos que se hallaban a disposición de estas casas de descuento llegaron 641 a ser tan grandes, que éstas pasaron a efectuar adelantos primeramente sobre dock warrants (certificados por mer­ cancías depositadas en los docks) y luego también sobre conocimientos de carga, los cuales representan productos que ni siquiera han llegado aún, aunque en algunas ocasio­ nes — si bien no en forma regular— ya se habían girado sobre ellas letras de cambio contra el corredor de mer­ cancías. Esta práctica pronto modificó todo el carácter de los negocios ingleses. Las facilidades así ofrecidas en Lom bard Street fortalecieron mucho la posición de los corredores de mercancías de Mincing L añe;1' 291 estos, por su parte [. ..], daban todas las ventajas a los comerciantes importadores, quienes, a su vez, las aprovecharon en tal medida que, mientras que 25 años antes el tom ar un crédito sobre sus conocimientos de carga o inclusive sobre sus dock warrants hubiese arruinado el crédito de un co­ merciante, durante los últimos años esta práctica se genera­ lizó a tal extremo que puede considerársela como la regla, y no ya como una rara excepción, cual ocurría 25 años atrás. Más aun, este sistema se extendió a tal punto, que en Lom bard Street se tomaban grandes sumas sobre letras de cambio giradas contra las cosechas aún en crecimiento en distantes colonias. La consecuencia de estas facilidades fue que los comerciantes importadores ampliaron sus nego­ cios externos y a su capital flotante (floating), con el cual habían desarrollado su negocio hasta ese momento, lo esta­ blecieron firmemente en la más objetable de todas las inversiones, en las plantaciones coloniales, sobre las cuales poco o ningún control podían ejercer. Vemos así la conca­ tenación directa de los créditos. El capital del agro que se acumula en los distritos agrícolas, se deposita en peque­ ños montos en los bancos rurales y se centraliza para sú utilización en Lom bard Street. Pero la primera vez que se lo tornó útil para la expansión del negocio fue en nuestros distritos mineros e industriales, mediante el redes­ cuento de letras a los bancos locales; sin embargo, luego se lo empleó también para conceder mayores facilidades a importadores de productos extranjeros mediante adelan­ tos sobre dock warrants y conocimientos de carga, con lo cual quedaba liberado el «legítimo» capital comercial de las casas dedicadas a los negocios externos y coloniales, pu­ diéndoselo emplear así para los tipos más objetables de 642 inversión en plantaciones de ultram ar.” ( Economist, 1847, p. 1334.) a Y éste es el “hermoso” entrelazamiento de los créditos. El depositante rural se imagina que sólo deposita en su banco, y cree además que si el banquero presta dinero, lo hace a particulares a los que conoce. No tiene ni la más remota idea de que ese banquero pone su depósito a disposición de un bill-broker londinense, sobre cuyas opera­ ciones ninguno de los dos tiene el mínimo control. Y a hemos visto como grandes empresas públicas, como por ejemplo la construcción de ferrocarriles, pueden incre­ mentar momentáneamente el capital de préstamo haciendo que los importes abonados permanezcan siempre disponi­ bles, hasta su utilización real y durante un lapso determi­ nado, en manos de los bancos. Por lo demás, la masa del capital de préstamo es total­ mente diferente de la cantidad de la circulación. Enten­ demos aquí por cantidad de la circulación la suma de todos los billetes de banco circulantes y de todo el dinero metálico — inclusive los lingotes de metales preciosos— que se encuentra en un país. Una parte de esa cantidad la constituye la reserva de los bancos, reserva cuya magnitud varía constantemente. “El 12 de noviembre de 1857” (fecha de la suspen­ sión de la ley bancaria de 1844) “la reserva global del Banco de Inglaterra, incluidas todas sus filiales, sólo ascen­ día a £. 580.751; al mismo tiempo, la suma de los depó­ sitos se elevaba a 22 Vi millones de libras esterlinas, de los cuales aproximadamente unos 6 Vi millones pertene­ cían a los banqueros londinenses.” ( B . A . 1858, p. l v i i . ) Las variaciones del tipo de interés (haciendo abstrac­ ción de las que se producen en períodos más prolongados o de la diferencia del tipo de interés en diversos países; las primeras están condicionadas por variaciones en la tasa general de ganancia, y la segunda por diferencias en las tasas de ganancia y en el desarrollo del crédito) dependen " Según R ubel (1217/1), “ las páginas 348-351 del m an u scrito están com puestas casi exclusivam ente de e x tracto s sim ilares [a los precedentes], de los que E ngels ha e lim in a d o una gran p a rte ”. 643 de la oferta del capital de préstamo (suponiendo iguales todas las demás circunstancias, nivel de confianza, etc.), vale decir del capital que se presta en la form a de dinero, de dinero metálico y de billetes, por oposición al capital industrial, que se presta como tal, en forma de mercancías, mediante el crédito comercial, entre los propios agentes reproductivos. Pero no obstante, la masa de este capital dinerario prestable difiere y no depende de la masa del dinero circulante. Por ejemplo, si £ 20 se prestasen cinco veces por día, se prestaría un capital dinerario de £ 100, y ello implica­ ría a la vez que, además, esas £ 20 hubiesen actuado por lo menos cuatro veces como medios de compra o de pago; pues de no ser por la mediación de la compra y el pago, de modo que no hubiese representado por lo menos cuatro veces la forma trasm utada de capital (m er­ cancía, incluida asimismo la fuerza de trabajo), no consti­ tuiría un capital de £ 100, sino solamente cinco exigencias de £ 20 cada una. E n países de crédito desarrollado podemos suponer que todo el capital dinerario disponible para ser prestado existe en la forma de depósitos en bancos y prestamistas de dinero. Esto vale cuando menos para los negocios en su conjunto. Además de ello, en épocas de buenos negocios, antes de lanzarse la especulación propiamente dicha, cuando el crédito es fácil y la confianza aumenta, la mayor parte de las funciones de la circulación se cumple mediante la simpre transferencia del crédito, sin la intervención del dinero metálico o de papel. La mera posibilidad de grandes montos de los depósitos, con una cantidad relativamente exigua de medios de circu­ lación, depende exclusivamente: 1) del número de compras y pagos que efectúa la misma pieza dineraria; 2 ) del núm ero de sus retornos, en los cuales regresa a los bancos en la forma de depósito, de modo que su repetida función de medio de com pra y pago resulta media­ da por su renovada transformación en depósito. P or ejem­ plo, supongamos que un comerciante minorista deposita en su banco £ 100 semanales en dinero; con ellas, el banquero abona una parte del depósito del fabricante; éste se las abona a sus obreros; éstos pagan con ellas 644 al comerciante minorista, quien nuevamente deposita en el banco. Por consiguiente, las £ 100 depositadas por el co­ m erciante minorista han servido, eñ primer lugar, para pagarle un depósito al fabricante, segundo para pagar a los obreros, tercero para pagarle al propio comerciante minorista, y cuarto para depositar una nueva parte del capital dinerario de ese mismo comerciante minorista; pues al cabo de 20 semanas, si él mismo no tuviese que girar sobre ese dinero, habría depositado en el banco £ 2.000 con esas mismas £ 100. Sólo en el flujo y reflujo de los fondos de reserva bancarios se revela hasta dónde este capital dinerario se halla ocioso. De ahí que concluya el señor Weguelin, en 1857 gobernador del Banco de Inglaterra, que el oro del Banco de Inglaterra es el “único” capital de reserva: 1.258. “En mi opinión, la tasa de descuento resulta efectiva­ m ente determinada por el monto del capital ocioso existente en el país. El monto del capital ocioso se representa por la reserva del Banco de Inglaterra, que es efectivamente una reserva áurea. Por consiguiente, si hay un drenaje de oro, ello reduce el importe del capital ocioso que hay en el país, acrecentando en consecuencia el valor de la parte aún rem anente.” — 1.364. [Newmarch:] “La reserva áurea del Banco de Inglaterra es, en realidad, la reserva central o el tesoro en efectivo fundándose en el cual se efectúan todos los negocios del país . . . Es sobre este tesoro o sobre este fondo sobre lo que recae siempre la influencia de los tipos del cambio exterior” . (Report on Bank A cts, 1857.) Acerca de la acumulación del capital real, es decir del Capital productivo y mercantil, nos da una pauta la esta­ dística de la exportación y de la importación. Y en ella Éempre se revela que para el período de desarrollo de la idustria inglesa (1815-1 8 7 0 ),11481 que se desenvuelve en Ciclos decenales, en todos los casos el máximo de la última •tapa de prosperidad reaparece antes de la crisis como mínimo del período de prosperidad siguiente, para luego Mcender a un nuevo máximo muchísimo más elevado. El valor real o declarado de los productos exportados ¡UOr Gran Bretaña e Irlanda en el año de prosperidad de i) 824 fue de £ 40.396.300. Con la crisis de 1825, el monto 645 de la exportación cayó luego por debajo de esa suma, oscilando entre los 35 y los 39 millones anuales. Con el retorno de la prosperidad en 1834 ascendió por encima del anterior nivel máximo a £ 41.649.191, alcanzando en 1836 el nuevo máximo de £ 53.368.571. E n 1837 volvió a descender a 42 millones, de modo que el nuevo mínimo ya era más elevado que el máximo anterior, fluctuando entonces entre 50 y 53 millones. En 1844, el retorno de la prosperidad eleva el monto de las exportaciones a 58 Vi millones, con lo cual ha quedado ampliamente superado, una vez más, el máximo de 1836. En 1845 alcanzó a £ 60.111.082; descendió luego a más de 57 millones en 1846, fue de casi 59 millones en 1847 y de casi 53 millones en 1848, ascendió en 1849 a 63 Vi millones, a casi 99 millones en 1853, fue de 97 millones en 1854, de 94 Vi en 1855, ascendió a casi 116 millones en 1856, alcanzando el máximo en 1857 con 122 millones. En 1858 descendió a 116 millones, pero ya en 1859 ascendió a 130 millones, a casi 136 millones en 1860, sólo a 125 millones en 1861 (y en este caso el nuevo mínimo es otra vez más elevado que el máximo anterior), y en 1863 a 146 Vi millones. O tro tanto podría demostrarse también, naturalmente, para el caso de las importaciones, que indican la expansión del mercado; aquí sólo tenemos que vérnoslas con la escala de la producción. {F. E. — Obviamente, esto sólo vale para Inglaterra durante el período del monopolio industrial efectivo; pero también se aplica en general a la totalidad de los países que poseen una gran industria moderna, mientras el mercado mundial aún se halle en expansión.) 2 ) Transformación de capital o rédito en dinero que se transforma en capital de préstamo a Consideramos aquí la acumulación del capital dinerario en la medida en que no es la expresión ni de una deten­ ción en la fluencia del crédito comercial ni de una economización tanto del medio realmente circulante como del capital de reserva de los agentes ocupados en la repro­ ducción. Además de estos dos casos, puede producirse una acu­ mulación de capital dinerario en virtud de un aflujo extra­ ordinario de oro, como ocurrió en 1852 y 1853 debido " S u b títu lo de E ngels (R 1219/1.) 646 a las nuevas minas de oro australianas y californianas. Ese oro fue depositado en el Banco de Inglaterra. Los depositantes aceptaban billetes a cambio de él, los cuales no volvían a depositar directamente en los bancos. De ese modo, los medios circulantes se incrementaron extra­ ordinariamente. (Testimonio de Weguelin, B . C. 1857, n*? 1.329.) El banco intentó valorizar estos depósitos mediante una rebaja del descuento al 2 %. Durante seis meses de 1853, el volumen de oro acumulado en el banco ascendió a 22-23 millones. La acumulación de todos los capitalistas que prestan dinero ocurre siempre, como es obvio, directamente en la forma dineraria, mientras que hemos visto que la acumu­ lación real de lós capitalistas industriales se lleva a cabo, por regla general, por incremento de los elementos del propio capital reproductivo. Por consiguiente, el desarrollo del sistema crediticio y la ingente concentración del nego­ cio del préstamo dinerario en manos de los grandes bancos debe acelerar, ya de por sí, la acumulación del capital prestable en cuanto forma diferente de la acumulación real. Por ello, la rápida evolución del capital de préstamo es un resultado de la acumulación real, pues es conse­ cuencia del desarrollo del proceso de reproducción, y la ganancia, que constituye la fuente de la acumulación de estos capitalistas dinerarios, es sólo una deducción del plusvalor que extraen los capitalistas reproductivos (lo que es, al mismo tiempo, apropiación de una parte del interés de ahorros ajenos). El capital de préstamo acumula a costa de los capitalistas industriales y comerciales al mismo tiempo. Hemos visto como en las fases desfavorables del ciclo industrial el tipo de interés puede ascender a niveles tan elevados que, en algunos ramos aislados de los nego­ cios, de situación particularmente desventajosa, por mo­ mentos devora por completo las ganancias. Simultánea­ mente caen los precios de los títulos estatales y de otras obligaciones. Éste es el momento en el cual los capita­ listas dinerarios compran masivamente estos títulos desva­ lorizados, los cuales en las fases ulteriores pronto recobran su nivel normal y ascienden por encima de él. Entonces se desprenden de ellos, apropiándose de este m odo de una parte del capital dinerario del público. La parte que retie­ nen arroja intereses más altos, ya que ha sido comprada por debajo de su precio. Pero los capitalistas dinerarios 647 transforman por lo pronto en capital dinerario prestable todas las ganancias que obtienen y que reconvierten en capital. L a acumulación del capital dinerario prestable — en cuanto diferente de la acumulación real, a pesar de ser su vástago— , ya se produce entonces, cuando conside­ ramos solamente a los propios capitalistas dinerarios, ban­ queros, etc., como acumulación de esta clase particular de capitalistas. Y debe aum entar con cualquier expansión del sistema crediticio, tal como la que acompaña a la expansión real del proceso de reproducción. Si el tipo de interés es bajo, esta desvalorización del capital dinerario recae principalmente sobre los depositan­ tes, pero no sobre los bancos. Antes del desarrollo de los bancos por acciones, las 3á partes de todos los depósitos que se hallaban en los bancos de Inglaterra no estaban puestas a interés. Actualmente, cuando se paga un interés por ellos, el mismo es por lo menos de un 1 % menos que la tasa de interés corriente. E n lo que respecta a la acumulación dineraria de las restantes clases de capitalistas, hacemos abstracción de la parte que se invierte en títulos que devengan interés y acumulada en esa forma. Sólo tomamos en cuenta la parte que se vuelca en el mercado como capital dinerario prestable. Tenemos aquí en primer lugar la parte de la ganancia que no se gasta como rédito, sino que está destinada a la acumulación, y para la cual los capitalistas industriales no tienen aplicación, en primera instancia, en su propio nego­ cio. Esta ganancia existe en form a inmediata en el capital mercantil, de cuyo valor constituye una parte, y se realiza con éste en el dinero. Pero si no se la reconvierte en los elementos de producción del capital mercantil (hacemos abstracción, por ahora, del comerciante, de quien habla­ remos en particular), deberá permanecer por un tiempo en la forma de dinero. Esta masa se acrecienta con el volumen del propio capital, inclusive si disminuye la tasa de ganancia. L a parte destinada a ser gastada como rédito constituye, empero y en el ínterin, un capital de préstamo en cuanto depósito en el banco. Es decir que incluso el aumento de la parte de la ganancia desembolsada como rédito se expresa en una acumulación paulatina, y que se repite constantemente, de capital de préstamo. Y otro tanto ocurre con la otra parte, la destinada' a la acumu­ 648 lación. Por consiguiente, con el desarrollo del sistema crediticio y su organización se expresa incluso el aumento del rédito, vale decir del consumo de los capitalistas indus­ triales y comerciales, como acumulación de capital de préstamo. Y esto se aplica a todos los réditos, en tanto se los consume poco a poco, es decir, a la renta de la tierra, al salario en sus formas superiores, a las entradas de las clases improductivas, etc. Todos ellos asumen, por algún tiempo, la form a del rédito dinerario, por lo cual resultan transformables en depósitos, y por ende en capital de préstamo. Cualquier rédito, esté destinado al consumo o a la acumulación, en cuanto exista en alguna forma dineraria es una parte de valor del capital mercantil trans­ formada en dinero, y por ende expresión y resultado de la acumulación real, pero no es el propio capital productivo. Si un industrial hilandero ha cambiado su hilado por algo­ dón, pero trocando la parte que constituye el rédito por dinero, la existencia real de su capital industrial la consti­ tuirá el hilado que ha pasado a manos del fabricante de tejidos o también del consumidor privado; más exacta­ mente, el hilado es la existencia — tanto para la reproduc­ ción como para el consumo— tanto del valor del capital como del plusvalor que anida en él. L a magnitud del plusvalor transformado en dinero depende de la magnitud del plusvalor que se encierra en el hilado. Pero en cuanto se lo ha transformado en dinero, ese dinero es sólo la existencia de valor de ese plusvalor. Y en cuanto tal se convierte en un elemento del capital de préstamo. Para ello no se requiere otra cosa sino que se transforme en depósito, si es que su propietario mismo no lo ha prestado ya. En cambio, para reconvertirse en capital productivo, debe haber alcanzado ya un límite mínimo determinado. 649 CAPÍTULO XXXII C A PITAL D IN ERA RIO Y C A PITAL R E A L - I I I ( Conclusión) a La masa del dinero que debe reconvertirse de esta manera en capital es resultado del proceso masivo de reproducción, pero considerado para sí, como capital dinerario prestable, no es él mismo una masa de capital reproductivo. De lo expuesto hasta aquí, lo más importante es que la expansión de la parte del rédito destinada al consumo (para lo cual se prescinde del obrero, ya que su rédito es = al capital variable) se presenta en primera instancia como acumulación de capital dinerario. Por consiguiente, en la acumulación del capital dinerario entra un factor esencialmente diferente de la acumulación real del capital industrial; pues la parte del producto anual destinada al consumo no se convierte en modo alguno en capital. Una parte de ella repone capital, es decir el capital constante de quienes producen medios de consumo, pero en la medida en que se convierte realmente en capital, existe en la forma natural del rédito de quienes producen ese capital constante. El mismo dinero que representa el rédito, que sirve como mero intermediario del consumo, se transform a regular­ mente y por un tiempo en capital dinerario prestable. En tanto este dinero representa salario, es al mismo tiempo la forma dineraria del capital variable; y en tanto repone el capital constante de los productores de medios de con" T ítu lo s de E ngels. (R 1222/1.) 651 sumo, es la forma dineraria que adopta momentáneamente su capital constante, sirviendo para la adquisición de los elementos naturales del capital constante suyo que se debe reponer. Ni en una forma ni en la otra expresa en sí una acumulación, a pesar de que su masa aumenta con el volumen del proceso de reproducción. Pero por momentos desempeña la función de dinero prestable, es decir de capital dinerario. Por consiguiente, en ese aspecto la acu­ mulación del capital dinerario siempre debe reflejar una acumulación mayor de capital que la que realmente existe, puesto que la expansión del consumo individual — debido a estar mediada por el dinero— aparece como una acumu­ lación de capital dinerario, ya que suministra la forma dineraria para la acumulación real, para el dinero que inaugura nuevas inversiones de capital. E n consecuencia, la acumulación del capital dinerario prestable no expresa, en parte, sino el hecho de que todo el dinero en el cual se transform a el capital industrial en el proceso de su ciclo, adopta la form a no de dinero que ade­ lantan los capitalistas reproductivos, sino de dinero que estos toman prestado; de manera que, en los hechos, el adelanto de dinero que debe ocurrir en el proceso de repro­ ducción aparece como adelanto de dinero prestado. De hecho, y sobre la base del crédito comercial, el uno le presta al otro el dinero que necesita en el proceso de repro­ ducción. Pero esto adopta la forma de que el banquero — a quien se lo presta una parte de los capitalistas reproductivos-7— se lo presta a otra parte de los mismos, opera­ ción en la cual el banquero aparece como el dispensador de bendiciones; y, al mismo tiempo, que la disposición de ese capital recae por completo en manos de los banqueros en cuanto intermediarios. Cabe citar aún algunas formas particulares de la acumu­ lación de capital dinerario. Se libera capital, por ejemplo, en virtud de la baja del precio de los elementos de produc­ ción, materias primas, etc. Si el industrial no puede expandir de inmediato su proceso de reproducción, una parte de su capital dinerario resulta expulsada del ciclo por ser excedentaria y se transform a en capital dinerario prestable. Pero en segundo lugar se libera capital en forma de dinero, especialmente en el caso del comerciante, no bien se originan interrupciones en los negocios. Si el comerciante ha concluido una serie de negocios, y a causa de esta clase 652 de interrupciones sólo puede comenzar más tarde la nueva serie, el dinero realizado sólo representa para él un tesoro, un capital excedentario. Pero al mismo tiempo representa de m anera directa una acumulación de capital dinerario pres­ table. En el primer caso, la acumulación del capital dine­ rario expresa una repetición del proceso de reproducción bajo condiciones más favorables, una real liberación de una parte del capital anteriormente vinculado, es decir una capacitación para ampliar el proceso de reproducción con los mismos medios dinerarios. E n cambio, en el otro caso sólo expresa la mera interrupción de la fluencia de las transacciones. Pero en ambos casos se transform a en capital dinerario prestable, representa una acumulación del mismo, influye igualmente sobre el mercado dinerario y el tipo de interés, pese a que en un caso expresa un estímulo del proceso real de la acumulación, y en el otro una inhibición del mismo. Por último, la acumulación de capital dinerario se origina en virtud de la acción del número de personas que ya han hecho su agosto y que se retiran de la repro­ ducción. Cuanto mayores ganancias se hayan obtenido en el curso del ciclo industrial, tanto mayor será el núm ero de esas personas. En este caso, la acumulación del capital dinerario prestable expresa, por una parte, una acumulación real (de acuerdo con su magnitud relativa); pero por la otra sólo expresa la magnitud de la transformación de los capitalistas industriales en meros capitalistas dinerarios. En lo que respecta a la otra parte de la ganancia, que no está destinada a ser consumida como rédito, ésta sólo se transform a en capital dinerario cuando no resulta inmedia­ tamente utilizable para la ampliación de los negocios en la esfera de la producción en la cual se la ha obtenido. Ello puede provenir de dos motivos. Puede ocurrir porque esta esfera esté saturada de capital. O bien porque la acumu­ lación, para poder funcionar como capital, debe haber alcanzado primeramente cierto volumen, según las rela­ ciones de magnitud de la inversión de nuevo capital en esta actividad determinada. Por consiguiente, en primera instancia se transform a en capital dinerario prestable y sirve para la ampliación de la producción en otras esferas. Suponiendo constantes todas las restantes circunstancias, la masa de la ganancia destinada a reconvertirse en capital dependerá del volumen de la ganancia obtenida, y por ende de la ampliación del propio proceso de repro­ 653 ducción. Pero si esta nueva acumulación tropieza con dificultades en su aplicación, si choca contra la falta de esferas de inversión, es decir si se opera una saturación de los ramos de producción y una sobreoferta de capital en préstamo, esta plétora del capital dinerario prestable no demuestra otra cosa que las limitaciones de la producción capitalista. La estafa crediticia que sigue a ello demuestra que no hay ningún obstáculo positivo que se oponga a la utilización de este capital excedentario. Pero sí hay un obs­ táculo en virtud de sus leyes de valorización, en virtud de los límites dentro de los cuales el capital puede valorizarse como capital. Una plétora de capital dinerario en cuanto tal no expresa necesariamente una sobreproducción, y ni siquiera tampoco una escasez de esferas de aplicación para el capital. La acumulación del capital de préstamo consiste, sim­ plemente, en que el dinero se precipita como dinero pres­ table. Este proceso es muy diferente de la transformación real en capital; es sólo la acumulación de dinero en una forma en la cual puede ser transformado en capital. Pero, tal como se ha demostrado, esta acumulación puede expre­ sar factores sumamente diferentes de la acumulación real. En caso de una constante ampliación de la acumulación real, esta acumulación ampliada de capital dinerario puede ser, en parte, su resultado, y en parte el resultado de factores que la acompañan, pero que difieren por completo de ella, y por último también en parte pueden ser el resul­ tado, inclusive, de detenciones de la acumulación real. Ya por el hecho de que la acumulación de capital de préstamo resulta abultada por esta clase de factores independientes de la acumulación real, pero que no obstante la acompañan, debe producirse constantemente en determinadas fases del ciclo una plétora de capital dinerario, y esta plétora debe desarrollarse con el desarrollo del crédito. Por consiguiente, con ella debe desenvolverse al mismo tiempo la necesidad de impulsar el proceso de producción más allá de sus lími­ tes capitalistas: sobrecomercio, sobreproducción, sobrecrédito. Al mismo tiempo, ello debe ocurrir siempre en formas que provoquen una reacción. Lo tocante a la acumulación del capital dinerario a partir de la renta de la tierra, el salario, etc., resulta superfluo entrar a considerarlo aquí. Sólo se debe destacar la circunstancia de que el negocio del ahorro y del rcnuncia654 miento reales (a cargo de los atesoradores), en la medida en que suministra elementos de acumulación, queda librado, en virtud de la división del trabajo que se produce con el avance de la producción capitalista, a quienes obtienen el mínimo de esta clase de elementos, y que muy a menudo aun pierden sus ahorros, como es el caso de los obreros cuando quiebran los bancos. Por una parte, el capital del capitalista industrial no resulta “ ahorrado” por este mismo, sino que dicho capitalista dispone de ahorros ajenos en proporción a la magnitud de su capital; por otra parte, el capitalista dinerario convierte los ahorros ajenos en su pro­ pio capital, y transforma el crédito que se dan entre sí los capitalistas reproductivos y el que les concede el público, en su fuente privada de enriquecimiento. Con ello naufraga la última ilusión del sistema capitalista: la de que el capital sería el retoño del trabajo y del ahorro propios. L a ganancia no sólo consiste en la apropiación de trabajo ajeno, sino que el capital con el cual se pone en movimiento y se explota ese trabajo ajeno consiste en propiedad ajena que el capitalista dinerario pone a disposición del capitalista industrial, y por lo cual explota a éste a su turno. Aún corresponde observar algunas cosas acerca del capital crediticio. La frecuencia con que la misma pieza dineraria puede figurar como capital de préstamo depende por completo, tal como ya lo expusiéramos anteriormente, 1) de la frecuencia con que realiza valores mercantiles en la venta o en el pago, es decir con que transfiere capital, y además de la frecuencia con la que realiza réditos. Por consiguiente, la frecuencia con la que llega a otras manos como valor realizado, sea de capital o de rédito, depende obviamente de la amplitud y la masa de las operaciones reales; 2 ) esto depende de la economía de los pagos y del desarrollo y organización del sistema crediticio; 3) por último, depende de la concatenación y de la velocidad de acción de los créditos, de manera que, cuando se precipita en un punto como depósito, de inmediato vuelve a salir en otro como préstamo. Inclusive suponiendo que la forma en la cual existe el capital de préstamo fuese solamente la del dinero real, del oro o de la plata, de la mercancía cuyo material sirve como medida de los valores, siempre una gran parte de 655 este capital dinerario es sólo necesariamente ficticia, es decir, títulos sobre valor, exactamente igual que los signos de valor. En tanto el dinero funciona en el ciclo del capital, constituye no obstante, y durante un momento, capital dinerario; pero no se transforma en capital dinerario prestable, sino que se lo intercambia por los elementos del capital productivo, o en ocasión de la realización de los réditos se lo desembolsa como medio de circulación, y por consiguiente no puede transformarse para su poseedor en capital de préstamo. Pero en la medida en que se transforma en capital de préstamo y que el mismo dinero representa repetidamente capital de préstamo, resulta claro que sólo en un punto existe como dinero metálico; en todos los puntos restantes sólo existe en la forma de derecho al reclamo de capital. La acumulación de estos derechos, con arreglo al supuesto, se origina en la acumulación real, es decir en la transformación del valor del capital mercantil, etc., en dinero; pero no obstante, la acumulación de estos derechos o títulos en cuanto tales es diferente, tanto de la acumulación real de la cual emana, como de la acumulación futura (del nuevo proceso de producción) que se media en virtud del préstamo del dinero. Prima facie, el capital de préstamo siempre existe en la forma del dinero,9 luego existe como derecho a reclamar 11 B . A . 1857, testim onios d e T w ells, banq u ero : 4.516. “ ¿C om o b an q u ero hace usted negocios con cap ital o con d in ero ? — C o m e r­ ciam os con d in e ro .” 4.517. “ ¿C óm o se efectú an los depósitos en su banco? — En d in ero .” 4.518. “ ¿C óm o se los rem bolsa? — En d in e ro .” [4.519.] “ ¿Puede decirse entonces q u e son o tra cosa que d in ero ? — N o .” O verstone (véase cap ítu lo x x v i) co n fu n d e c o n tin u a m e n te "ca­ p ila r y "ntoney” . P a ra él, “ valué of money" [valor del dinero] tam bién significa interés, p ero en la m edida en q u e está d e te rm in a d o por la m asa de] d in ero ; “ valué of capital” [valor del capital] sería el interés en la m edida en que resulta d ete rm in a d o por la d e m a n d a de capital pro d u ctiv o y p o r la g a n an cia que a rro ja. D ice lo siguiente: 4.140. “El em pleo d e la p a la b ra cap ital es su m am ente peligroso.” 4.148. “L a ex p o rtació n d e o ro desde In g la te rra es una dism inución d e la c an tid ad de d in ero que hay en el país, y d ich a dism inución debe o c asio n a r gen eralm en te, com o es n a tu ra l, un in crem en to de la d e m a n d a en el m erc ad o del d in e ro ” (en consecuencia, y según esto, no en el m erc ad o d e capital). - 4.112. “ En la m edida en que el d in ero sale d el país, dism inuye la c an tid ad que queda en el m ism o. E sta dism inución d e la c an tid ad que perm anece en el país o rig in a un a cre ce n tam ie n to del v alor d e ese d in ero .” (E sto significa o rig in a ­ riam ente, en su teo ría, una am pliación del valor del d in e ro en cu an to d in ero ocasionada por la con tracció n d e . la circulación, 656 dinero, puesto que el dinero en el que existe originaria­ mente se encuentra ahora en manos del prestatario en forma dineraria real. Para el prestamista se ha convertido en un derecho a reclamar dinero, en un título de propiedad. Por eso, la misma masa de dinero real puede representar masas muy diferentes de capital dinerario. El mero dinero, represente capital realizado o rédito realizado, se convierte en capital de préstamo por el mero acto del préstamo, por su conversión en depósito, si consideramos la forma general en el sistema crediticio desarrollado. El depósito es capital dinerario para el depositante. Pero en manos del banquero sólo podrá ser capital dinerario potencial, que se halla ocioso en sus arcas en lugar de estarlo en las de su pro­ pietario.10 Con el crecimiento de la riqueza material crece la clase de los capitalistas dinerarios; por una parte aumenta el número y la riqueza de los capitalistas que se retiran, los en c o m p aració n con los valores d e las m ercancías; d e do n d e, por lo tan to , este a cre ce n tam ie n to del v a lo r del d in e ro es = a la dism i­ nución del v alor d e la s m ercancías. P e ro co m o en el ínterin se d e m o stró irrefu tab lem en te, inclusive p a ra él, q u e la m asa del d in ero c irc u la n te no d e te rm in a los precios, a h o ra es la dism inución del d in ero com o m edio d e circu lació n lo q u e a cre ce n taría su valor c o m o capital que dev en g a interés, y p o r ende el tipo d e interés.) “Y este acre ce n tam ie n to del v alo r del d in e ro aún re m a n en te d e tie n e el d re n a je y prosigue h a sta h a b er p ro d u c id o el re to rn o de ta n to d in e ro c o m o sea necesario p a ra restab lecer el eq u ilib rio .” M ás a d elan te proseguirem os co n sid eran d o las c ontradicciones de O verstone. 10 A h o ra se p resenta entonces la confusión d e q u e am b a s cosas son “d in e ro ”, tan to el d e p ó sito en c u a n to d e rec h o a la reclam ación de pago por pa rte d el b a n q u ero com o el d in e ro dep o sitad o en m anos de éste. A nte la com isión b a n c a ria d e 1857, el b a n q u ero T w ells to m a el siguiente ejem plo: “ Inicio m is negocios con £ 10.000. C on £ 5.000 c om pro m ercancías y las alm acen o en m is depósitos. L as o tra s £ 5.000 las dep o sito en un banco, p a ra g irar sobre ellas según m is necesidades. P e ro sigo co n sid eran d o al c o n ju n to com o m i capital, a p esar de q u e £ 5.000 d e éste se e n cu e n tra n en la fo rm a d e d epósito o d e d in e ro .” (4.528.) A p a rtir d e aq u í se d e sa rro lla el siguiente b o n ito deb ate: 4.53 í. “ ¿E ntonces usted le d io sus £ 5.000 en billetes d e b an co a algún o tro ? — Sí.” - 4.532. “ ¿E n­ tonces éste tiene £ 5.000 d e depósitos? — Sí.” - 4.533. “¿Y usted tiene £ 5.000 d e depósitos? — T o ta lm e n te exacto .” - 4.534. “ Él tiene £ 5.000 en d in ero , y usted tiene £ 5.000 en d in ero ? — Sí.” - 4.535. “ ¿P ero en ú ltim a instancia n o es sino d in ero ? — N o .” E n p a rte , la confusión proviene de lo siguiente: A , quien d epositó las £ 5.000, puede g ira r sobre ellas, dispone d e ellas co m o si aún 657 rentistas, y por la otra se fomenta el desarrollo del sistema crediticio, y con ello se incrementa el número de banqueros, prestamistas de dinero, financistas, etc. Con el desarrollo del capital dinerario disponible se desarrolla la masa de los documentos que devengan interés, de los títulos estatales, acciones, etc., tal como lo hemos expuesto anteriormente. Pero con ello se desarrolla al mismo tiempo la demanda de capital dinerario disponible, por el hecho de que los jobbers [corredores], quienes efectúan negocios de especu­ lación con esta clase de documentos, desempeñan un papel principal en el mercado del dinero. Si todas las compras y ventas de estos documentos sólo fuesen la expresión de la inversión real del capital, sería correcto decir que no pueden influir sobre la demanda de capital de préstamo, ya que cuando A vende su título, obtiene exactamente la misma cantidad de dinero que invierte B en el mismo. No obs­ tante, incluso en ese caso, puesto que el título existe, por cierto, pero no así el capital (cuando menos no como capital dinerario) que representa originariamente, siempre genera pro tanto una nueva demanda de esta clase de capi­ tal dinerario. Pero de cualquier manera es entonces capital dinerario, antes a disposición de B, y actualmente a dispo­ sición de A. B . A . 1857. N 9 4.886: “En su opinión, ¿estoy indi­ cando correctamente la causas que determinan la tasa de descuento, si digo que la misma es regulada por la cantidad del capital que se encuentra en el mercado y que es utililas tuviese. E n tal m edida fu n cio n an p a ra él co m o d in e ro potencial. P ero en todos los casos, c u an d o gira sobre ellas, an iquila pro tanto su depósito. Si re tira d in e ro real, y su d in e ro ya ha sido d a d o en p réstam o a algún o tro , no se le p a g a rá con su p ropio din ero , sino con el d in ero d e p o sita d o p o r algún o tro . Si a b o n a su deuda con B m ediante un cheque c o n tra su b a n q u ero , y si B d eposita este cheque en su banco, y si el b an q u ero de A tam bién tiene un cheque sobre el b a n q u ero de B, de m o d o que am bos ban q u ero s sólo se in te r­ cam b ian sus cheques, entonces el d in ero d epositado p o r A h a b rá d esem peñado dos veces funciones de dinero: en prim er térm in o , en m anos de qu ien h a recibido el d in e ro d ep o sitad o p o r A , y en segundo lugar, en m anos del p ropio A . E n la segunda función se tr a ta de una com pensación de exigencias de deuda (la exigencia de d eu d a de A fo rm u la d a a su ban q u ero , y la exigencia de d e u d a de este últim o fo rm u la d a al b an q u ero de B) sin la intervención de dinero. E n este caso, el dep ó sito o p e ra dos veces co m o dinero, a saber, com o d in ero real y de inm ed iato co m o d erec h o al reclam o de din ero . L as exigencias de d in ero sólo pueden sustituir al p ro p io d in ero por com p en sació n de las exigencias de deuda. 658 zable para el descuento de letras comerciales, a diferencia de otras clases de títulos y obligaciones?” — {C hapm an:} “No; considero que el tipo de interés resulta afectado por todos los títulos y obligaciones de fácil convertibilidad (all convertible securities of a current character); sería inco­ rrecto limitar simplemente la pregunta al descuento de letras; pues cuando existe una gran dem anda de dinero sobre” {el depósito de} “consolidados, o inclusive bonos del tesoro, como ocurrió últimamente con gran intensidad, y a un tipo de interés mucho más elevado que el comercial, sería absurdo decir que nuestro mundo comercial no resultaría afectado por ello; sí resulta afectado, y en forma muy esencial.” — 4.890. “Si hay en el mercado títulos y obligaciones buenos y realizables, tal como los que los banqueros reconocen como tales, y sus propietarios desean tom ar dinero sobre ellos, ello con toda seguridad ejerce su influjo sobre las letras comerciales; no puedo esperar, por ejemplo, que una persona me dé su dinero al 5 % sobre letras comerciales si en el mismo momento puede prestar su dinero al 6 'Vo sobre consolidados, etc.; nos afecta de la misma manera; nadie puede exigirme que le descuente sus letras de cambio al 5 lA % , si puedo prestar mi dinero al 6 % .” 4.892. “De personas que compran títulos y obli­ gaciones por £ 2.000, £ 5 .0 0 0 ó £ 10.000 como inver­ siones fijas de capital, no hablamos como si influyeran sobre el mercado dinerario en forma decisiva. Si me pre­ guntan ustedes acerca de la tasa de interés sobre” {el depó­ sito de} “consolidados, hablaré de personas que efectúan negocios de montos de centenares de miles de libras esterlinas, de los que han dado en denominarse los jobbers, quienes suscriben grandes importes de empréstitos públicos, o que compran en el mercado esos títulos y luego deben mantenerlos hasta que puedan desprenderse de ellos con alguna ganancia; esas personas deben tom ar dinero en prés­ tamo con ese fin” . Con el desarrollo del sistema crediticio se crean grandes mercados dinerarios concentrados, como Londres, que son al mismo tiempo sedes principales del comercio con dichos títulos. Los banqueros ponen masivamente a disposición de esta ralea de traficantes el capital dinerario del público, y de este modo se multiplica esa laya de jugadores. “Habi­ tualmente, en la bolsa de valores el dinero es más barato que en cualquier otra parte” , dice en 1848 el entonces 659 gobernador del Banco de In g laterraa ante la comisión secreta de los lores. (C. D. 1848, printed 1857, n? 219.) Al considerar el capital que devenga interés ya hemos expuesto que el interés medio para una larga serie de años, bajo circunstancias en lo demás iguales, resulta determinado por la tasa media de la ganancia, y no de la ganancia em­ presarial, que no es, de por sí, otra cosa que la ganancia menos el interés.6 De igual modo se ha mencionado ya — y se lo seguirá investigando en lo sucesivo— el hecho de que también en el caso de las variaciones del interés comercial — del interés que cobran los prestamistas de dinero, dentro de los círculos del mundo comercial, por descuentos y emprés­ titos— se produce, en el curso del ciclo industrial, una fase en la cual el tipo de interés supera su mínimo y alcanza el nivel medio (que supera más adelante), y en la cual ese movimiento es consecuencia del aumento de la ganancia. Sin embargo, cabe observar aquí dos cosas: Primero: Si el tipo de interés se mantiene alto por un período prolongado (hablamos aquí del tipo de interés en un país dado como Inglaterra, donde la tasa media de interés está dada por un período prolongado y también se manifiesta en el interés pagado por préstamos a largo plazo, cosa que puede denominarse interés privado), ello constituye, prima facie, una prueba de que durante ese período la tasa de la ganancia es elevada, pero no demues­ tra necesariamente que lo es la tasa de la ganancia empresarial. Esta última diferencia desaparece en mayor o m enor grado en el caso de aquellos capitalistas que trabajan predominantemente con capital propio; estos realizan la tasa elevada de la ganancia, ya que se pagan el interés a sí mismos. La posibilidad de un tipo elevado de interés de larga duración — no hablamos aquí de la fase de la estrechez propiamente dicha— está dada con una elevada tasa de ganancia. Pero es posible que esa elevada tasa de ganancia, una vez deducido el alto tipo de interés, sólo deje remanente una baja tasa de ganancia empresarial. Esta última podrá encogerse mientras per­ sista la elevada tasa de ganancia. Esto es posible porque las empresas que ya se han iniciado deben proseguirse. " Ja m es M orris. h V éase, en el presente volum en, pp. 458 y ss: 660 En esta fase se trabaja intensamente con mero capital crediticio (capital ajeno); y la elevada tasa de ganancia puede ser por momentos especulativa, prospectiva. Una elevada tasa de interés puede pagarse con una elevada tasa de ganancia, pero con una ganancia empresarial en disminución. Se la puede pagar — y éste es el caso, en parte, en tiempos de especulación— no a partir de la ga­ nancia, sino del propio capital ajeno tomado en préstamo, cosa que puede proseguir durante algún tiempo. Segundo: L a afirmación de que la demanda de capital dinerario, y por ende la tasa de interés, aumenta porque la tasa de ganancia es elevada, no es idéntica a la afirma­ ción de que la dem anda de capital industrial aumenta, y por ello la tasa de interés es elevada. E n tiempos de crisis, la demanda de capital de prés­ tamo, y por ende la tasa de interés, alcanza su máximo; la tasa de ganancia, y con ella la demanda de capital industrial, ha desaparecido prácticamente. E n esos tiempos, cada cual sólo pide prestado para pagar, para cubrir com­ promisos ya contraídos. En cambio, en tiempos de reani­ mación posteriores a la crisis, se demanda capital de préstamo para com prar y para transform ar el capital dinerario en capital productivo o comercial. Y en tal caso lo dem andan o bien el capitalista industrial o bien el comerciante. El capitalista industrial lo desembolsa en me­ dios de producción y en fuerza de trabajo. E n sí, la creciente demanda de fuerza de trabajo jamás puede ser la razón de un aumento del tipo de interés, en la medida en que éste se halla determinado por la tasa de ganancia. Un salario más elevado nunca constituye el motivo de una ganancia más elevada, aunque, conside­ rando fases particulares del ciclo industrial, puede ser una de sus consecuencias. L a demanda de fuerza de trabajo puede aum entar por­ que la explotación del trabajo transcurre bajo circunstancias S»articularmente favorables, pero la creciente demanda de uerza de trabajo, y por ende de capital variable, no incre­ menta en sí y para sí la ganancia, sino que la reduce pro tanto. Sin embargo, con ella puede aumentar la dem anda de capital variable, y en consecuencia también la dem anda de capital dinerario, y ello puede elevar el tipo de interés. El precio de mercado de la fuerza de trabajo se eleva entonces por encima de su promedio, 661 se ocupa un número mayor de obreros que el término medio, y al mismo tiempo aumenta el tipo de interés, pues con esas circunstancias aumenta la demanda de capital dinerario. La creciente demanda de fuerza de trabajo encarece esta mercancía como cualquier otra, eleva su precio, pero no la ganancia, que se basa ante todo en el precio relativamente barato precisamente de esa mercancía. Pero al mismo tiempo eleva — bajo las circunstancias supuestas— la tasa de interés, porque eleva la demanda de capital dinerario. Si el capitalista dinerario, en lugar de prestar el dinero, se convirtiese en industrial, la circuns­ tancia de que debe pagar más caro el trabajo no elevaría, en sí y para sí, su ganancia, sino que la disminuiría pro tanto. La coyuntura de las circunstancias puede ser tal que a pesar de ello aumente su ganancia, pero nunca porque pague más caro el trabajo. Sin embargo, esta última circunstancia, en la medida en que incrementa la demanda de capital dinerario, es suficiente para elevar la tasa de interés. Si por cualquier causa aumentase el salario en caso de coyunturas en lo demás desfavorables, el aumento del salario reduciría la tasa de ganancia, pero la tasa de interés se elevaría en la medida en que elevaría la demanda de capital dinerario. Haciendo abstracción del trabajo, lo que Overstone denomina la “demanda de capital” sólo consiste en demanda de mercancías. La demanda de mercancías eleva el precio de éstas, tanto si la misma asciende por encima del término medio o si la oferta disminuye por debajo del promedio. Si el capitalista industrial o el comerciante tuviese que pagar ahora, por ejemplo, £. 150 por la misma cantidad de mercancías por la que antes pagaba £. 100, debería pedir prestadas £ 150 en lugar de las anteriores £. 100, por lo cual, con una tasa del interés del 5 % , tendría que pagar un interés de £. 7 Vz cuando habitualmente pagaba £. 5. El volumen del interés que debe pagar aumentaría, porque lo haría la masa del capital tomado en préstamo. Toda la tentativa del señor Overstone consiste en pre­ sentar como idénticos los intereses del capital de préstamo y del capital industrial, mientras que su ley bancaria está calculada justamente para explotar la diferencia entre esos intereses en beneficio del capital dinerario. Es posible que la demanda de mercancías, en el caso de que su oferta haya descendido por debájo del término 662 medio, no absorba más capital dinerario que antes. Debe pagarse la misma suma — o una suma acaso menor— por su valor global, pero a cambio de la misma suma se obtiene una cantidad menor de valores de uso. En ese caso, la demanda de capital dinerario prestable seguirá siendo la misma, es decir que el tipo de interés no aumentará, aunque hubiese aumentado la demanda de la mercancía con res­ pecto a su oferta, y por consiguiente el precio de la mercancía. El tipo de interés sólo puede resultar afectado en cuanto aumente la dem anda global de capital de présta­ mo, y ése no es el caso bajo los supuestos anteriormente establecidos. Pero la oferta de un artículo también puede descender por debajo del término medio, como en el caso de una mala cosecha de cereales, algodón, etc., y la dem anda de capital de préstamo -puede aum entar porque se especula con que los precios aum entarán más aun, y que la manera más directa de hacerlos aum entar consiste en sustraerle tempo­ rariamente al mercado una parte de la oferta. Pero para pagar la mercancía com prada sin venderla, es posible obtener dinero por medio del “ sistema de letras” comer­ ciales. En este caso aum enta la dem anda de capital de préstamo, y el tipo de interés puede aum entar como consecuencia de esta tentativa de impedir artificialmente la oferta de la mercancía en el mercado. Un tipo de interés más elevado expresa entonces una disminución artificial de la oferta del capital mercantil. Por otra parte, la demanda de un artículo puede aum entar porque ha aum entado su oferta, y el artículo se halla por debajo de su precio medio. En ese caso, la demanda de capital de préstamo puede seguir siendo la misma o inclusive puede disminuir, ya que con la misma suma de dinero pueden obtenerse más mercancías. Pero también podría producirse una formación especulativa de acopios, en parte para el aprovechamiento del momento favorable con fines de producción, en parte a la espera de una ulterior elevación de los precios. En ese caso podría aumentar la dem anda de capital de préstamo, y la elevación del tipo de interés sería así la expresión de una inversión de capital en la formación de acopios excedentarios de elementos del capital productivo. Sólo consi­ deramos aquí la demanda de capital de préstamo, tal como sufre la influencia de la oferta y la demanda del capital 663 mercantil. Ya hemos considerado anteriormente cómo la cambiante situación del proceso de reproducción influye, en las fases del ciclo industrial, sobre la oferta de capital de préstamo. Overstone mezcla astutamente el principio trivial de que la tasa de mercado del interés a está deter­ minada por la oferta y la demanda de capital (de préstamo) con su propia hipótesis según la cual el capital de préstamo es idéntico al capital en general, tratando de esa manera de convertir al usurero en el único capitalista, y a su capital en el único capital existente. En tiempos de estrechez, la demanda de capital de prés­ tamo es una demanda de medios de pago, y absolutamente nada más; de ninguna manera es una demanda de dinero en cuanto medio de compra. El tipo de interés puede ele­ varse muchísimo, sin que importe si el capital real — capital productivo y capital mercantil— se halla disponible en exceso o si hay escasez del mismo. La demanda de medios de pago es mera demanda de convertibilidad en dinero, en la medida en que los comerciantes y productores puedan ofrecer buenas garantías; es demanda de capital dinerario en tanto no sea éste el caso, es decir en la medida en que un adelanto de medios de pago no sólo les confiera la forma de dinero, sino el equivalente del que carecen, cual­ quiera que sea su forma, para pagar. Éste es el punto en el cual aciertan y yerran ambos bandos de la teoría corriente al juzgar las crisis. Quienes dicen que sólo existe una escasez de medios de pago, sólo tienen en cuenta a los poseedores de garantías de bona fide o bien son tontos que creen que es deber y facultad de un banco el convertir a todos los estafadores quebrados, mediante recortes de papel, en sólidos y solventes capitalistas. Quienes dicen que sólo existe una escasez de capital, o bien no hacen más que meras sutilezas verbales — ya que en tales épocas el capital inconvertible existe masivamente como consecuencia de la sobreimportación y de la sobreproducción— o bien sólo hablan de esos caballeros que especulan con el crédito y que ahora, de hecho, se encuentran en circunstancias en las cuales ya no obtienen capital ajeno para operar con él, y que ahora solicitan que el banco no sólo les ayude a pagar " E n el orig in al, p leonàsticam ente, “ M a rk rate des Z insfusses” (“ tasa de m erc ad o del tipo de interés”). 664 el capital perdido, sino que por añadidura los ponga en condiciones de proseguir la estafa. Es fundamento de la producción capitalista el que el dinero enfrente, como forma autónoma del valor, a la mercancía, o sea que el valor de cambio deba adquirir una forma autónoma en el dinero, y esto sólo es posible al convertirse una mercancía determinada en el material con cuyo valor se miden todas las demás mercancías; el que precisamente en virtud de ello se convierta en la mercancía general, en la mercancía par excellence, en contraposición a todas las mercancías restantes. Esto debe revelarse en dos aspectos, y en especial en naciones desarrolladas de manera capitalista, las que en gran medida sustituyen el dinero, me­ diante operaciones de crédito por un lado, y por el otro mediante dinero crediticio. E n tiempos de estrechez, cuando el crédito se contrae o cesa del todo, el dinero se contra­ pone súbitamente a las mercancías como único medio de pago y verdadera existencia del valor. De ahí la desvalori­ zación general de las mercancías, la dificultad — más aun, la imposibilidad— de convertirlas en dinero, vale decir en su propia forma puramente fantástica. Pero, en segundo lugar, el propio dinero crediticio sólo es dinero en la medida en que represente absolutamente al dinero real en el importe de su valor nominal. Con el drenaje de oro, su convertibi­ lidad en dinero — es decir, su identidad con el oro verda­ dero— se torna problemática. De ahí las medidas coerci­ tivas, el aumento del tipo de interés, etc., para asegurar las condiciones de esa convertibilidad. Esto puede llevarse al extremo en mayor o menor grado mediante una legis­ lación errónea, basada en teorías falsas acerca del dinero e impuestas a la fuerza a la nación por el interés de los traficantes de dinero, de los Overstone y sus cofrades. Pero la base está dada con la base del propio modo de producción. Una desvalorización del dinero crediticio (para ni hablar siquiera de una desdinerarizacióp del mismo, solamente imaginaria, por lo demás) trastornaría todas las condiciones imperantes. Por ello se sacrifica el valor de las mercancías para asegurar la existencia fantástica y autó­ nom a de este valor en el dinero. En general, como valor dinerario sólo se halla garantizado mientras lo esté el propio dinero. Por ello, es menester sacrificar muchos millones en mercancías a cambio de unos pocos millones en dinero. Esto es inevitable en la producción capitalista 665 y constituye una de sus bellezas. En modos de producción anteriores esto no ocurre, porque dada la estrecha base sobre la cual se mueven, no llegan a desarrollarse el crédito ni el dinero crediticio. M ientras el carácter social del trabajo se presente como la existencia dineraria de la mercancía, y por consiguiente como una cosa situada fuera de la producción real, resultarán inevitables las crisis dineradas, independientes de las crisis reales o como agu­ dización de las mismas. Por otra parte, resulta claro que en tales casos, mientras no se halle conmocionado el crédito de un banco, éste mitiga el pánico mediante la incremen­ tación del dinero crediticio, pero lo agrava mediante su retiro. Toda la historia de la industria m oderna demuestra que si estuviera organizada la producción interna, en los hechos sólo se requeriría el metal para saldar el comercio internacional, toda vez que el equilibrio de éste se hallara momentáneamente alterado. El hecho de que el comercio interior ya no necesita actualmente el dinero metálico lo demuestra la suspensión de los pagos en metálico de los bancos llamados nacionales, suspensión a la que se acude en todos los casos extremos como único recurso. E n el caso de dos individuos sería ridículo decir que en su comercio recíproco la balanza de pagos de ambos es desfavorable. Si son m utuamente deudores y acreedores recíprocos, resulta claro que si sus exigencias no se com­ pensan, uno de ellos debe ser deudor del otro por el resto. E n el caso de las naciones, esto no es así en modo alguno. Y todos los economistas reconocen que no es ése el caso cuando admiten que la balanza de pagos puede estar a favor o en contra de una nación, pese a que su balanza comercial finalmente deba compensarse. L a balanza de pagos se diferencia de la balanza comercial en que es una balanza comercial que vence en un momento determinado. Lo que hacen las crisis es reducir a un breve lapso la diferencia entre la balanza de pagos y la balanza comercial; y las condiciones determinadas que se desarrollan en la nación en la cual reina la crisis, y en la cual expira por ende el plazo de pago, ya acarrean tal contracción del lapso de compensación. En primer lugar, el envío al exterior de metales preciosos; luego, la venta a vil precio de mer­ cancías consignadas; la exportación de mercancías para malvenderlas o para obtener a cambio de ellas adelantos de dinero en el interior; el aumento del tipo de interés, la 666 cancelación de los créditos, la baja de los títulos y obliga­ ciones, la venta a vil precio de títulos y obligaciones extran­ jeros, la atracción de capitales extranjeros para su inversión en estos títulos y obligaciones desvalorizados, y finalmente la bancarrota, que compensa una cantidad de exigencias. A menudo aún se envía metal al país en el cual estalló la crisis porque las letras de cambio giradas sobre él son inseguras, por lo cual la manera más segura de efectuar el pago es en metal. A ello se suma la circunstancia de que, con respecto al Asia, todas las naciones capitalistas, las más de las veces simultáneamente, son sus deudoras directa o indirectamente. En cuanto estas diferentes circunstancias ejercen su efecto pleno sobre la otra nación participante, también se produce en ésta la exportación de oro o plata, en suma, expiran sus plazos de pago, repitiéndose los mismos fenómenos. En el crédito comercial, el interés, en cuanto diferencia entre el precio a crédito y el precio al contado, sólo entra en el precio de la mercancía en la medida en que las letras de cambio tienen un plazo de vencimiento superior al habi­ tual. De otra manera, no. Y ello se explica a partir de la circunstancia de qu