UNIVERSIDAD DE CHILE
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES
ESCUELA DE POSTGRADO
LA RENOVACIÓN FOLCLÓRICA LATINOAMERICANA Y LA NUEVA
CANCIÓN PERUANA. FOLCLOR, MÚSICA POPULAR Y POLÍTICA ENTRE
LAS DÉCADAS DE 1950 Y 1980
TESIS PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR EN ESTUDIOS LATINOAMERICANOS
IGNACIO ALEJANDRO RAMOS RODILLO
PROFESOR GUÍA:
DR. JOSÉ LUIS MARTÍNEZ CERECEDA
SANTIAGO DE CHILE
2019
En memoria de don Jaime Moreno Garrido (1934 - 2017)
Para Clarita, “vamos por ancho camino”
AGRADECIMIENTOS
Esta investigación contó con el apoyo del Programa de Formación de Capital
Humano Avanzado de la Comisión Nacional de Investigación Científica y
Tecnológica, Gobierno de Chile, específicamente de su programa de Becas de
Doctorado Nacional, año académico 2013. Contó, asimismo, con el apoyo
brindado del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad
de Chile, en particular de Marieta Alarcón, Alejandra Vega y especialmente de
José Luis Martínez, mi profesor guía, quien juiciosa y generosamente orientó el
proceso resultante en este volumen.
Doy las gracias al Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín, en cuyas
dependencias pude consultar una enorme cantidad de materiales cuya incidencia
fue decisiva. Quisiera expresar mi gratitud especialmente a su directora, Barbara
Göbel, y a su jefa de servicios al público, Ulrike Mühlschlegel. Del mismo modo,
esta investigación contó con el auspicio del Instituto de Etnomusicología de la
Pontificia Universidad Católica del Perú, institución desde la cual pude coordinar
mi pasantía de investigación en la ciudad de Lima, Perú. Agradezco
especialmente a quien fuera su director, Raúl Renato Romero.
Deseo expresar mi gratitud a Nicolás Ocaranza, de la Dirección de Investigación
y Creación Artística de la Universidad Mayor, por las facilidades prestadas para
la redacción de este documento. Doy las gracias sobre todo al Centro de
Investigación en Artes y Humanidades de la mencionada casa de estudios, en
especial a Christian Spencer, su director, a Josefina de la Maza, Catherine
Burdick y a Juan Pablo Silva, por la ayuda y el apoyo brindados.
Esta tesis debe muchísimo al espíritu colaborativo de los usuarios de la red de
intercambio Soulseek y de la enciclopedia discogs.com, y al altruismo de
Alexandra Elbakyan.
Los largos años de los que esta tesis doctoral da cuenta fueron más gratos y
llevaderos gracias al cariño de amigos, parientes y colegas a quienes, por cierto,
quisiera reconocer: a Rubí Carreño Bolívar, por el aliento y la confianza
constantes. A mis entrañables Pablo Berríos González y Alejandro Viveros
Espinosa, por su solidaridad a toda prueba. A Simón Palominos Mandiola,
Gerardo Figueroa Rodríguez, Karen Donoso Fritz, Renzo Filinich, Javiera Manzi,
i
Ariel Mamani, Fred Rohner, Juan Pablo González, Nora Fuentealba Rivas, Víctor
Rondón, Aníbal Fuentealba Acuña, Soledad Chávez Fajardo, Julio Mendívil,
Celso Garrido-Lecca, Fernando García Arancibia, Antoine Sextier, Luis Briceño,
Camila Salinas Celedón, Víctor Tapia y tantos otros, por el interés en este trabajo
y la ayuda brindada tanto en lo personal como en lo investigativo.
A Héctor, Adriana y Angélica, por el soporte familiar fundamental brindado a este
trabajo.
A los distintos amigos y colegas de la ciudad de Berlín, con los mejores
recuerdos: Claudia Maldonado Gauss, Víctor Álvarez Ponce, Andrea Speer,
Luciana Ramos Parada, Krista Lillemets, Cecilia Maas, Hiram Villalobos y Mayte
Dongo Sueiro. A los amigos, colegas y entrevistados de la ciudad de Lima, con
el anhelo de seguir colaborando: Raúl Álvarez Espinoza, Pablo Molina Palomino,
Leonor Lamas, Camila Sastre Díaz, Juan Aedo Guzmán, Aurelio Tello, Luis
Alvarado Manrique, Aída García Naranjo, Marco Iriarte, Hugo Lévano, Jorge
Luján, Pilar Zúñiga, José Antonio Catter, Manuel Lizárraga Ibáñez, Juan Melgar
Russo Herrera, Mapi Ego-Aguirre, Alberto Chávez Noriega, Giovanna Arias
Carbone, Juan Luis Dammert.
Y muy especialmente a ti, Nachita, MUCHAS GRACIAS. Sin ti nada de esto
hubiera sido posible.
ii
TABLA DE CONTENIDO
Página
RESUMEN...………………………………………………………………………
V
INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………
1
CAPÍTULO 1 EL FOLCLOR COMO CIENCIA EN EUROPA Y AMÉRICA
LATINA…………………………………………………………………………….
9
1.1 La cultura popular según el movimiento romántico……………….
9
1.2 El concepto de folklore……………………………………………….
18
1.3 El folk y el problema étnico...………………………………………...
37
1.4 La utilidad del folclor como ciencia...………………………………..
44
CAPÍTULO 2 EL FOLCLOR MUSICAL EN AMÉRICA LATINA……………....
50
2.1 Nación, identidad y representación...……………………………….
52
2.2 Hegemonía y tradición...………………………………………………
63
2.3 Pueblo, “popular” y cultura popular...………………………………..
77
2.4 La industria cultural, lo massmediático y la autenticidad...………… 89
2.5 Algunos casos...……………………………………………………….. 103
CAPÍTULO 3 LA RENOVACIÓN FOLCLÓRICA LATINOAMERICANA……
115
3.1 Lo nacional, lo internacional y el imperialismo cultural…………… 119
3.2 Cultura popular, industria y masividad...……………………………. 136
3.3 La canción renovada…………………………………………………. 146
3.4 El compromiso y la política...………………………………………… 167
iii
CAPÍTULO 4 EL GOBIERNO REVOLUCIONARIO DE LAS FUERZAS
ARMADAS Y EL CONTEXTO GENERAL DE LA MÚSICA POPULAR
PERUANA………………………………………………………………………
173
4.1 El GRFA y la vida política...………………………………………
175
4.2 Criollismo, migración y folclor en Lima…...……………………..
188
4.3 Música popular y política cultural...………………………………
201
CAPÍTULO 5 LA NUEVA CANCIÓN PERUANA...…………………………
216
5.1 Celso Garrido-Lecca y la Nueva Canción en Chile……………
218
5.2 La Escuela Nacional de Música y el Taller de la Canción Popular 226
5.3 Tiempo Nuevo, la izquierda y el Velascato…………………….
237
5.4 La segunda fase del GRFA y la organización política de la NCP
246
5.5 Lo chileno, lo latinoamericano y lo peruano en Tiempo Nuevo
255
5.6 La cantata Kuntur Wachana y la canción testimonial...……….
264
5.7 Derivaciones de la NCP y su destino durante la década de 1980
272
CONCLUSIONES...………………………………………………………….
279
BIBLIOGRAFÍA, DISCOGRAFÍA Y ENTREVISTAS...……………………
289
iv
RESUMEN
Esta tesis tiene por objetivo describir analíticamente la constitución
histórica y conceptual tanto del folclor en general como de la Renovación
Folclórica latinoamericana en particular, entre las décadas de 1950 y 1980, con
atención especial al movimiento de la Nueva Canción Peruana. Combina
perspectivas teóricas y metodológicas provenientes de la historia cultural y los
estudios culturales -anglosajones y latinoamericanos-, su enfoque es cualitativo
y es desplegada en base a una amplia revisión bibliográfica y al análisis de
diversas fuentes discográficas, orales y documentales. Los resultados de la
misma son múltiples y comprometen, a grandes rasgos, una definición de folclor
como mediación estética y políticamente intencionada entre tradición y
modernidad -que contribuyó tanto a la definición de las políticas culturales, de las
formas de la industria cultural y de las identidades latinoamericanas-, una
caracterización crítica del movimiento renovado, en tanto una de las escenas más
trascendentales de la música latinoamericana del siglo XX y, como su aporte más
importante, una reconstrucción histórica de su expresión peruana, entre
mediados de la década de 1970 e inicios de la de 1980.
INTRODUCCIÓN
Esta tesis doctoral aborda el desarrollo histórico y conceptual del folclor
musical en América Latina, puntualmente en lo que llamo la Renovación
Folclórica latinoamericana, entre las décadas de 1950 y 1980, con especialísima
atención a la escena de la Nueva Canción Peruana. Las razones principales que
motivan esta investigación pueden parecer contradictorias y, sin embargo, me
parece que responden a un mismo espíritu: el deseo de contribuir a una
caracterización y problematización sinóptica del movimiento latinoamericano pues este, en general, ha sido estudiado en torno a casos nacionales- y, en
segundo lugar, el deseo de estudiar el fenómeno peruano, debido a que éste es
uno de los menos conocidos dentro de la generalidad latinoamericana, uno de
los más tardíos cronológicamente y, coincidentemente, uno de los menos
cubiertos por investigaciones académicas.
El fundamento principal de esta tesis consiste en que el folclor es un
fenómeno musical situado en la América Latina del siglo XX que ha
predeterminado
gran
parte
de
las
expresiones
culturales
populares
latinoamericanas. A grandes rasgos, sostengo que el folclor ha designado tanto
los fenómenos de la cultural tradicional como los marcos conceptuales que lo
contienen, las actividades investigativas que se ocupan de los mismos y un
sinnúmero de otras prácticas y ámbitos, dando forma a un campo en que
confluyen disciplinas académicas, cierta productividad industrial cultural y las
políticas culturales institucionales. Sostengo, asimismo, que el folclor ha operado
como una representación de la tradición y de lo popular, ideada -al menos en un
primer momento de su historia- para preservar y refuncionalizar una menguante
1
cultura tradicional amenazada por intensos procesos de modernización. Esta
dimensión representacional implica, obviamente, una mediación estética, una
traducción de los rasgos propios de la cultura tradicional a los hábitos y
preferencias del público moderno, urbano y masivo, llevada a cabo siguiendo los
códigos propios de las músicas doctas y populares presentes en América Latina
durante, principalmente, fines del siglo XIX y mediados del siguiente.
En consecuencia, parte importante de esta tesis está dedicada a
desentrañar las causas y reconocer los modos en que el folclor experimentó una
notable mutación desde la exaltación de lo tradicional -función resonante en los
ámbitos simbólico e institucional- hacia su dinamización radical, a partir de los
años 1950, manifestada en el quiebre del sesgo nacionalista y el nacimiento de
uno latinoamericano e internacionalista, la superación del pintoresquismo
ruralista, la audacia de sus innovaciones estilísticas y, entre otros aspectos, su
compromiso con proyectos sociales y políticos de nuevo cuño. Por cierto, esta
investigación acota la enorme diversidad política del folclor continental a aquellas
propuestas identificables con la izquierda, bruñida al alero del desarrollismo
midisecular y determinada tanto por la Revolución Cubana como por una amplia
gama de procesos de largo alcance desencadenados a lo largo de la década del
sesenta.
En tal sentido, el período escogido -las décadas de 1950 y 1980- impone
su peso histórico absoluto pues encuentra al folclor estimulado por nuevas
discusiones y posiciones críticas que darán un giro a su matriz hasta hacer de
éste, en primer lugar, un marco operante también en la esfera eminentemente
cultural –no ya sólo en los ámbitos académicos- y, en segundo lugar, un campo
de enunciación crítica respecto a las desproporciones estructurales que
afectaban a las sociedades latinoamericanas. En este sentido, y más allá de las
diferencias específicas entre casos nacionales y regionales, el folclor
continentalmente demostró, desde las postrimerías del siglo XIX, su tendencia a
2
instrumentalizar determinadas constelaciones culturales como parte de una
estrategia orientada a la formación de un repertorio de prácticas, objetos y valores
a los que se les imprimía el sello de lo consuetudinario y lo atemporal. Lo anterior
ulteriormente apuntaba a la fijación de identidades nacionales, étnicas, locales
y/o regionales cuyo grueso era coincidente con proyectos sociopolíticos
identificados con el liberalismo decimonónico, en su transición hacia el nacionaldesarrollismo del primer tercio del siglo XX. En pocas palabras, la época asistió
a la emergencia social, política y cultural de lo popular, categoría cada vez más
relevante según una redefinición en curso de lo político y una modernización
acelerada del campo cultural latinoamericano. Lo popular será, en lo inmediato,
una noción crecientemente problemática para las artes y la cultura, que halla su
primer antecedente general, en sintonía con un proceso de alcances globales,
justamente en la categoría de folclor. Sinópticamente, el objeto de investigación
se manifiesta como un proceso que movilizó diversas posiciones políticas y
sociales, que abarcó instancias de organización y administración de prácticas y
representaciones, expresándose también como una índole específica de política
cultural. Dicho de otro modo, bajo la categoría de folclor lo popular fue puesto al
servicio de diversos intereses sociales y políticos, según la agencia de diversos
sectores culturales y sociales, predeterminando los conceptos respectivos de lo
nacional y de ciudadanía. En la misma línea, una evolución de las músicas
tradicionales, folclor mediante, puede ser seguida hacia un gran concepto de
música popular, desde el despegue del proceso global de modernización que el
continente experimenta desde fines del siglo XIX, sobre todo gracias al desarrollo
de la industria cultural, de una cultura del espectáculo y al fortalecimiento de los
Estados nacionales.
La fase reconocida como Renovación Folclórica fue articulándose
continentalmente a partir de los años cincuenta y desarrollándose entre la década
del sesenta y del ochenta. Entre mucho aspectos de índole musical y
extramusical, el proceso fue desplegándose según una sucesión de cambios en
3
la estructura armónica y la performance del folclor musical de viejo cuño,
obedeciendo principios y asumiendo elementos adoptados desde distintos
géneros populares cosmopolitas -como el jazz, el bolero o la música vocal,
etcétera-, cambios a los que se sumaron la superación temática y estilística de la
lírica convencional y la emergencia de una cancionística centrada en problemas
intrínsecos a las sociedades latinoamericanas, como la explotación y la
dependencia económicas o la marginación social y política. La corriente en
cuestión se tradujo en una transición hacia un tipo de canción social y política
tradicionalmente arraigada, hito trascendental para la cultura latinoamericana que
zanjó una distancia definitiva frente a la canción folclórica clásica de décadas
previas. No obstante, esta transición o superación del modelo precedente no
implicó un corte radical entre uno y otro, pues la evidente politización de la
canción folclórica sudamericana se fundió con el proceso histórico completo de
la canción folclórica latinoamericana. Con lo anterior, el folclor renovado jugó un
papel de relieve en la construcción y el fortalecimiento de la izquierda
latinoamericana posterior a la Revolución Cubana, ya fuera desde una
sensibilidad o compromiso social y estético, ya como parte de la militancia en
estructuras orgánicas o a través de políticas culturales oficiales.
Esta investigación recoge toda una serie de postulados generales, como
los enumerados, para concentrarse en el desenvolvimiento de la renovación en
el Perú, entre mediados de los setenta e inicios de los ochenta, lo anterior
precedido, por cierto, por una correspondiente contextualización de sus
antecedentes tanto en relación con el movimiento latinoamericano como con el
trasfondo sociopolítico provisto por el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas
Armadas. En directa relación con los objetos escogidos, es crucial aclarar que
este proyecto de investigación perseguía, en un inicio, fines un tanto distintos: la
tesis doctoral en su primera formulación asumiría comparativamente los casos
de la Nueva Canción Chilena y de su homónima peruana, a la luz,
paradigmáticamente, de la regularidad latinoamericana. El estado intelectual que
4
fue develándoseme a medida que la lectura y el recabamiento de fuentes
avanzaban, llevó a la decisión de descartar el estudio chileno, en primer lugar,
por estar más extensamente trabajado y, en segundo lugar, por la urgencia de
limitar los plazos de la investigación y de optimizar sus recursos. La novedad y el
atractivo de los resultados que fueron paulatinamente surgiendo me
convencieron de la necesidad tanto de aportar a una descripción general y
problemática de la generalidad continental, como de dar énfasis al caso peruano,
lo cual, sin caer en exageraciones, constituye una verdadera primicia tanto en el
contexto de la historiografía cultural latinoamericana como política y relativa,
asimismo, a la música popular latinoamericana. Es este claramente el máximo
aporte de este trabajo.
En tal sentido, la investigación pudo alcanzar una premisa general
difícilmente anticipable de no haber tomado las decisiones ya planteadas: la
preeminencia de los casos paradigmáticos de la Renovación Folclórica
latinoamericana -Argentina, Chile, Cuba y Uruguay- establece diferencias
notables y significativas en contraste con otros casos menos hegemónicos, como
fueron el mexicano, el nicaragüense, costarricense, puertorriqueño, venezolano,
peruano, colombiano o el ecuatoriano, escenas menores, finalmente, que
nacieron bajo el influjo de las más emblemáticas, a imitación de aquellas, y que
paulatinamente fueron conquistando mayor autonomía. Bajo este ascendente, la
Nueva Canción Peruana no respondió necesariamente a una revisión activa local
del folclor y de las músicas tradicionales al interior del Perú, más bien se trató de
una importación de modelos extranjeros, especialmente del chileno, lo que a
medida que se acercaban los años ochenta fue derivando en un abordaje de las
músicas tradicionales andina y costeña, respondiendo a la necesidad de dotar a
la Nueva Canción local de un carácter más nacional. La Nueva Canción en el
Perú fue una corriente tardía en comparación sobre todo con las escenas
consolidadas. Sus principales agentes fueron jóvenes mesocráticos que
militaban en algunos de los muchos partidos o movimientos políticos de los
5
setenta, a quienes les movía un interés por la música popular latinoamericana y
que asimismo se caracterizaban generacionalmente por un desinterés relativo
hacia la música folclórica nacional. Dicho desinterés fue advertido y críticamente
asumido a fines de la década a través de un proceso que un informante describió
como de “deschilenización”. Políticamente, la Nueva Canción Peruana se insertó
dentro de la enorme gama de organizaciones de izquierda que abarcan
posiciones
marxistas-leninistas,
socialdemócratas,
castrista-guevaristas
o
maoístas, entre otras, y respondió asimismo a la ambigua relación existente entre
la izquierda y el mentado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas. Este
movimiento incidió en la formación de Izquierda Unida, conglomerado que reunió
a buena parte de la izquierda legal hasta fines de los años ochenta, y como parte
de esta gran unidad, tendió a debilitarse con la aparición del Partido Comunista
del Perú-Sendero Luminoso.
El objetivo general de esta tesis es caracterizar histórica y conceptualmente
la Renovación Folclórica latinoamericana, afrontando previamente una reflexión
crítica sobre el concepto general de folclor musical en Europa y América Latina,
y revisando especialmente el caso de la Nueva Canción Peruana. Sus objetivos
específicos son:
-
Elaborar las categorías, conceptos y nociones implicados en las
problemáticas de lo político, lo popular y lo tradicional, en torno al folclor
musical en Europa, originalmente, y luego en América Latina.
-
Identificar los modos en que el folclor se ha desarrollado en tanto ámbito
de estudios académicos, área de la industria cultural e instancia de diseño
e implementación de política culturales públicas durante el siglo XX
latinoamericano.
-
Recrear y analizar, histórica y categorialmente, las escenas de la
Renovación Folclórica latinoamericana en general y de la Nueva Canción
Peruana en particular.
6
La hipótesis que soporta a esta tesis doctoral consiste en que la Renovación
Folclórica representa una readecuación categorial y estética de las nociones y
prácticas pertenecientes al folclor musical vigente en América Latina entre fines
del siglo XIX y mediados del siglo XX. El surgimiento de dicha escena motivó la
orientación del folclor musical a los intereses sociales, culturales y políticos según nociones ad hoc de lo popular, lo político y de lo tradición- en un contexto
continental de ascenso de la izquierda, lo que a la larga implicó una identificación
de estos marcos estéticos con dicho sector político y la derivación final del folclor
latinoamericano renovado como una serie de géneros más dentro del enorme
espectro de las músicas populares del continente.
Metodológicamente, y debido a mi formación inicial como historiador, esta es
una investigación simultáneamente inserta en los estudios culturales y la historia
cultural, que centra su atención en cómo la cultura contribuye a la constitución de
la realidad social, reconociendo por supuesto la pertinencia del bagaje crítico y
teórico de la multidisciplina humanística, científico social y estética. En términos
operativos, esta tesis doctoral ha contemplado una fase de revisión bibliográfica
orientada al establecimiento de un estado del arte, tanto en lo teórico como en lo
historiográfico, llevada a cabo principalmente durante mi estadía de investigación
en el Ibero-Amerikanisches Institut de Berlín, donde tuve ocasión de revisar
materiales que abordan la cuestión a nivel continental. La fase de revisión y
producción de fuentes fue desarrollada sobre todo en el Instituto de
Etnomusicología de la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde pude
revisar bibliografía puntual, conseguir discografía, trabar contacto con otros
investigadores y realizar las entrevistas a exponentes de la Nueva Canción
Peruana, las que representan la base documental de buena parte de esta
investigación.
Los resultados se organizan a lo largo de cinco capítulos. El primero, “El folclor
como ciencia en Europa y América Latina”, corresponde a una introducción
7
histórica y conceptual, haciendo las veces, por cierto, de marco teórico. Dice
relación principalmente con las causas primordiales y el contexto intelectual que
dieron vida al folclor durante la crisis del Antiguo Régimen en Europa, su
transformación en disciplina académica durante el siglo XIX y su arribo,
finalmente, a América Latina durante en las postrimerías del mismo. El segundo
apartado, “El folclor musical en América Latina”, íntimamente ligado al anterior,
aborda las definiciones y dilemas propios del folclor en nuestro continente hasta
aproximadamente mediados del siglo pasado, centrándose en su faceta
académica para volcarse luego a su rasgos y funciones en tanto género de la
música popular, apuntando sobre todo a las nociones de identidad,
representación, pueblo y lo popular, autenticidad, etcétera, nociones todas
especialmente sensibles al problema tratado.
El tercer capítulo sin duda constituye el núcleo de la investigación y uno de
sus aportes fundamentales a la producción de conocimiento sobre la materia. En
“La Renovación Folclórica latinoamericana” hay una caracterización crítica del
movimiento general latinoamericano, complementada globalmente con otros
movimientos -situados sobre todo en Norteamérica y Europa Occidental-, siendo
desplegada básicamente en torno a los problemas de lo nacional y lo popular en
el seno de posiciones políticas reivindicatorias, el imperialismo cultural y el
anticolonialismo, la masividad y el carácter mercantil de los bienes de la industria
cultural, la aspiración a una canción crítica y comprometida y, finalmente, a la
subjetividad e institucionalidad política de la misma. Las categorizaciones
expuestas en este apartado son aplicadas al caso peruano a través de los
capítulos cuarto, “El Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas y el
contexto general de la música popular peruana”, y quinto, “La Nueva Canción
Peruana”.
8
CAPÍTULO 1
EL FOLCLOR COMO CIENCIA EN EUROPA Y AMÉRICA LATINA
1.1 La cultura popular según el movimiento romántico
La fase modernizadora que afectó a Europa Occidental a partir de
mediados del siglo XVIII trajo consigo una gama de fenómenos que alteraron
significativamente la historia: el comienzo del desarrollo industrial; una
redefinición de las instituciones y los espacios de lo político; un reordenamiento
de las relaciones entre lo público y lo privado; la paulatina laicización de la vida;
una nueva experiencia de lo social, marcada por el auge de lo urbano y el
repliegue de lo rural, entre otras tendencias y procesos. Principalmente, en lo que
es actualmente Alemania, el movimiento romántico acusó recibo de estos
profundos cambios epocales, resintiendo, por ejemplo, la velocidad que ganaba
el tiempo histórico, pocas décadas más tarde celebrada a través de la retórica
del progreso, levantada por el liberalismo decimonónico. La innovación y el
avance, junto a sus valores estéticos, políticos y científicos, si bien por una parte
eran acogidos por los románticos alemanes, contradecían, de otro modo,
referencias y atributos del movimiento que eran exaltados como un antídoto a
esta modernidad rampante: una subjetividad que se oponía a una concepción
racionalista y mecanicista del mundo, por medio de la celebración de las fuerzas
de la naturaleza, de la ensoñación, la germanidad y de la medievalidad. El
romanticismo, dentro de sus amplios temas, defendía un vínculo positivo con el
pasado, vínculo que abría perspectivas hacia toda una porción del presente
histórico, sobre el que la modernidad representaba una cierta amenaza de
extinción.
9
El inicio de los abordajes modernos a la cultura popular se define con el
romanticismo alemán, cuya problematización y conceptualización primaria se
constituye entre fines del siglo XVIII y la primera mitad del XIX. Esta época,
marcada, entre otros procesos, por la crisis del Antiguo Régimen y el auge del
nacionalismo, acoge un amplio debate en torno a la constitución de un sujeto
político y cultural, el pueblo, entidad colectiva cuya definición persiste aún, según
una diversidad de registros y contenidos. Durante la época señalada, la discusión
se dio principalmente en un plano filosófico, para luego derivar en el diseño
paulatino de una política cultural, con su respectivo repertorio de prácticas y
representaciones,
determinada
por
los
conceptos
de
Volkskunde
y,
posteriormente, Folklore, a lo largo y ancho de Europa. A este respecto, primaron
dos posiciones principales: una reconociblemente ilustrada, más política, y una
romántica, más interesada en lo cultural. Simplificando el contraste entre ambas,
se puede afirmar que la fuerza de los argumentos se aplicó parcialmente al
potencial que el pueblo ofrecía a las novísimas experiencias de la república, la
democracia y la nación, en torno a los cambios que experimentaba la realidad
centroeuropea con la Revolución Francesa, la crisis del Antiguo Régimen y la
articulación de los primeros nacionalismos. En la discusión eran tratados
implícitamente algunos tópicos como el de la clase social -un factor determinante
para la implementación del ideario republicano y democrático- o el de la
instrumentalización del pueblo y su patrimonio cultural -sobre el entendido de que
la burguesía, aunque se confundiera con el pueblo al interior del Tercer Estado
francés, constituía una entidad aparte-. Da cuenta de la diferencia entre las
mencionadas posiciones el hecho de que el iluminismo situó al pueblo como
principal legitimador de la nueva hegemonía, separando radicalmente lo culto de
lo popular -en lo cultural, sobre todo-, mientras que el romanticismo sostenía un
argumento similar, con la salvedad que abrazaba la cultura popular como un
aspecto positivo y provechoso para la constitución, particularmente, de una
nacionalidad alemana.
10
Así, el romanticismo se aproximaba positivamente a lo popular a través de
tres actitudes. En primer lugar, una de exaltación revolucionaria, según la que el
pueblo dejaba de ser mero “populacho” para, en adelante, constituir una
subjetividad por derecho propio. En segundo lugar, una actitud de exaltación
nacionalista, por medio de la cual el romanticismo reivindicaba su densidad
cultural apelando a un estatus espiritual, garante único de su constitución y
destino político, y origen telúrico de la nación. Y, en tercer lugar, una actitud que
expresaba magistralmente la oposición romántica a la Ilustración, en los frentes
político y estético, que mistificaba o idealizaba el pasado histórico de la
germanidad, brindándole valor a lo primitivo y lo irracional.1
A fin de cuentas, el romanticismo establecía una relación entre pueblo y
nación diferente a aquella fijada por la Ilustración, que se dejó ver especialmente
durante la Revolución Francesa: una adscripción basada en afinidades políticas,
en el apoyo prestado a la construcción de un nuevo Estado republicano,
independientemente de lazos sanguíneos o étnicos. La Revolución, de ese modo,
sostenía una noción contractual eminentemente iluminista, según la cual la
ciudadanía y la soberanía nacionales necesitaban del pueblo como su garante
material y discursivo. Tal se basaba en el principio rousseauniano de que cada
ciudadano, representativamente, cedía su soberanía en beneficio del interés
común, para sostener el proyecto político nacional, sin prestar demasiada
atención a las diferencias culturales. Esta comprensión contractualista
contrastaba abiertamente con la matriz romántica que concebía al pueblo y la
nación desde un punto de vista orgánico: ambas constituyen comunidades que
ganan consistencia política en las dimensiones sanguínea, espiritual y territorial,
apuntando a un principio sobre todo étnico para la construcción de la nación,
donde lo cultural es preexistente a lo político.2
MARTÍN BARBERO, J. 1987. De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y
hegemonía. México, Editorial Gustavo Gili. P. 17.
2 MARTÍN BARBERO, Ibid., p. 20.
1
11
El romanticismo contribuía a la articulación de un nuevo imaginario social,
en cuyo contexto el patrimonio y las prácticas culturales del pueblo alcanzaban
un estatus inédito. Tal principio representaba la base material y espiritual del
pueblo, así entendido, como nación. A Johann Gottfried von Herder, teólogo,
filósofo y crítico literario, se debe no sólo el impulso inicial del movimiento
romántico durante la segunda mitad del siglo XVIII, junto a otras figuras de
renombre, como Johann Wolfgang von Goethe o Friedrich W. J. Schilling. Se le
debe la primera definición conceptual de lo expuesto. Herder tuvo ocasión de leer
los Fragments of ancient poetry collected in the Highlands of Scotland and
translated from the gaelic or else language (1760), obra que sobre todo en las
Islas Británicas y Alemania, estimuló un interés renovado por las tradiciones
populares, y persiste como uno de los antecedentes del movimiento folclórico del
siglo XIX.3 En este ambiente cultural, Herder proponía una solución a una serie
de inquietudes que movían al movimiento romántico, en pos de la constitución de
una nación soberana.4 A lo largo de varias obras5, Herder reflexionó en torno a
la categoría de “pueblo” -Volk-, en la que enlaza las nociones de cultura,
comunidad, lengua y territorio, bajo la idea de una identidad común y
preexistente, cuya naturaleza es eminentemente espiritual.
Herder desarrolló originalmente este proyecto, cultural y científico, sobre
una valoración de la “poesía natural” -Naturpoesie- que emanaba de la voz del
La obra, que Herder reelaboró en la década siguiente, era atribuida apócrifamente a Ossian,
suerte de bardo celta, cuando en realidad fue escrita por James Macpherson, precursor del
romanticismo en Escocia. Es irónico pensar que una matriz cultural preocupada intensamente por
la autenticidad, como la folclórica, tenga por uno de sus primeros antecedentes a una falsificación.
BELMONT, N. 2005. Folklore. En: BONTE, P. e IZARD, M. (Eds.). Diccionario Akal de etnología
y antropología. Madrid, Ediciones Akal. P. 297.
4 OCHOA, A. M. 2003. Músicas locales en tiempos de globalización. Buenos Aires, Grupo Editorial
Norma. Pp. 92-93.
5 Algunas de estas obras son Abhandlung über den Ursprung der Sprache (1772), Auszug aus
einem Briefwechsel über Ossian und die Lieder alter Völker (1773), Stimmen del Völker in Liedern
(1774), Volkslieder nebst untermischten anderen Stücken (1778-1779), Vom Geist der Ebräischen
Poesie (1782-1783).
3
12
pueblo, en su imagen más bucólica.6 De ahí, justamente, el concepto de “espíritu
del pueblo”, Volkgeist,7 donde prima una relación de determinación entre el
ambiente o hábitat -Natür-, el carácter o alma nacional -Geist- y finalmente la
lengua -Sprache. El espíritu del pueblo es inherente a la comunidad nacional
referida, está estrechamente unido a las peculiaridades del territorio en que los
germanoparlantes habían habitado y forjado su cultura, desde la Antigüedad
Tardía y atravesando toda la Edad Media. Puesto que la naturaleza es la entidad
distributiva de la humanidad en distintas naciones, otorgándoles a cada una y
según su ubicación, sellos espirituales característicos8, la idea de Volksgeist es
profundamente territorial. Esta red conceptual, de hecho, prefigura al movimiento
romántico en su totalidad, según el cual cada pueblo viene dotado de un espíritu
distintivo y transhistórico, constitutivo de un conjunto orgánico que puede ser
comprendido solo desde sí mismo. El interés filológico y literario que caracterizó
al romanticismo en su primer desarrollo responde a esta concepción del lenguaje,
no solamente como un puro instrumento de la comunicación humana, sino que,
como la expresión de una determinada naturaleza, de la condición emocional e
idiosincrática que define un carácter colectivo. De ahí, por ejemplo, que cuando
Herder instaba al estudio de lo popular, esto debía ser abordado en su
singularidad, puesto que la humanidad entera se conformaba sobre la suma de
estas particularidades, obedeciendo al principio idealista de que la historia no
acontecía de manera universal, sino solo en ciertas entidades sociales
específicas que marcaban la dirección y la intensidad en la marcha de la historia.9
Esta dialéctica de universalidad y particularidad, como expresión parcial
de la humanidad, integra un componente psicológico que concita el interés
BENDIX, R. 1997. In search of authenticity. The formation of Folklore Studies. Madison, The
University of Wisconsin Press. P. 36.
7 OCHOA, Op. cit., pp. 92-93.
8 KALIMAN, R. 2004. Alhajita es tu canto. El capital simbólico de Atahualpa Yupanqui. Córdoba,
Comunic-arte Editorial. P. 24.
9 PAVEZ OJEDA, J. 2015. Laboratorios etnográficos. Los archivos de la antropología en Chile
(1880-1980). Santiago, Ediciones Universidad Alberto Hurtado. P. 78.
6
13
lingüístico y literario del romanticismo: el estudio de las expresiones culturales de
un pueblo abre el acceso a su psicología profunda, a su “carácter”. Es por esto
que uno de los desafíos que se planteaban los primeros especialistas en lo
popular era, precisamente, el de dar cuenta en sus investigaciones de la
singularidad de cada pueblo para, ulteriormente, contribuir a una mirada
comparativa que abarcase la universalidad de la experiencia humana y de las
leyes que rigen su naturaleza.10 Sin embargo, el desarrollo posterior de esta
matriz, entrando ya en el siglo XIX, se interesaría más por la particularidad de lo
nacional y lo regional que en los elementos universales de la cultura popular.
El concepto de Volkskunde -cuya traducción es “cultura” o “conocimiento”
de lo popular-, coopera para que esta episteme redunde en una disciplina
operativa, a través de una comprensión de lo popular como una suma de saberes
y patrimonios dignos de ser estudiados. El concepto situaba a la literatura popular
u oral en un estatus similar al de la literatura culta y escrita, esto es, como fuente
de un goce estético genuino11 y como receptáculo de una “verdad”, por así
decirlo. De esta manera, lo que antes pudo ser despreciado como “incultura”
ahora correspondía a un área de estudio legítima, cuyos métodos eran
básicamente los de la recopilación de todo tipo de patrimonio oral. Para cumplir
con este cometido, el movimiento romántico debió partir por identificar lo popular
con una noción de autenticidad particularmente sensible, elevando un ideal de
“pueblo auténtico” que, según Herder, estaba encarnado en la vida rural y
comunitaria de los campesinos, artesanos, leñadores, mineros y pescadores de
lengua alemana. El criterio herderiano no era eminentemente clasista y, sin
embargo, las actividades manuales son las más comunes en esta enumeración.
Antes bien, su criterio era territorial: lo popular, así entendido, se apartaba
radicalmente de la inautenticidad de los sectores urbanos de las sociedades
PAVEZ OJEDA, Ibid., pp. 82-83.
CALAME-GRIAULE, G. 2005. Literatura oral. En: BONTE, P. e IZARD, M. (Eds.). Diccionario
Akal de etnología y antropología. Madrid, Ediciones Akal. P. 440.
10
11
14
alemanas, conformados por nobles, intelectuales, terratenientes absentistas,
burgueses, trabajadores industriales y proletarios urbanos, quienes cultivaban un
estilo de vida cada vez menos expresivo del espíritu nacional. A propósito, y como
el observador que fue de la Revolución Francesa y de las posteriores invasiones
napoleónicas, pero sobre todo por considerarla una cuestión hegemónica propia
de la Alemania dieciochesca, Herder se inquietaba a causa del afrancesamiento
tanto de su medio intelectual como de la nobleza alemana -que, por ejemplo, en
Prusia estaba obligada a comunicarse exclusivamente en francés, por órdenes
de Federico II-. Esta situación constituía una amenaza concreta a la identidad
germánica, pues atentaba contra la eventual gestación de un pensamiento y de
un espíritu alemanes, en vista, probablemente, a una unificación política que
llegaría sólo durante la segunda mitad del siglo XIX.
En este encadenamiento de territorialidad y clasismo, y en un mismo
sentido, el rechazo que en parte el romanticismo sentía hacia a la Ilustración se
expresaba como un rechazo a su cosmopolitismo, actitud de la que resulta
también esta significativa distinción de campo y ciudad. Asimismo, el
romanticismo cuestionaba el “urbanicismo” de la cultura occidental, que desde la
óptica ilustrada -y luego liberal- situaba a la gran ciudad como el ámbito
ontológico de lo humano, como una suerte de sustitución espacial del Caos por
el Orden, de la Barbarie por la Civilización.12 Dicha concepción opera como la
legitimación cultural de la construcción de una nación, contemplando un eventual
horizonte institucional, basado en la unidad espiritual de la misma y de sus lazos
atávicos con el territorio, en sintonía con una concepción holística por la cual lo
espiritual y cultural forman un todo indisoluble con lo cívico y lo telúrico13.
Otro aspecto de lo anterior es la noción de Volkskunde, interesada por un
“pasado presente” que es, desde esta perspectiva, la temporalidad propia de los
ECHEVERRÍA, B. 2011. Modernidad y capitalismo (15 tesis). En: Ensayos Políticos. Quito,
Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados. Pp. 123-124.
13 KALIMAN, Op. cit., pp. 25-26.
12
15
sectores rurales. Se trata de un presente que queda irremisiblemente atrás, como
el residuo del progreso, aún perceptible pero irremediablemente amenazado por
los procesos modernizadores, entre ellos, el cosmopolitismo, la industrialización
y la urbanización. El concepto de Volkskunde, de este modo, tematiza un
fenómeno característico de la modernidad desde el siglo XVIII, que es la crisis de
las sociedades tradicionales a causa de la modernización. Mientras la revolución
industrial y otros procesos como el enclosure -o cercamiento de antiguas tierras
comunales, fenómeno especialmente sensible en la Inglaterra georgiana y
victoriana- condenaban a muerte a sistemas ancestrales de vida, rurales y
comunitarias, sometiendo a sus miembros a la proletarización, conceptos como
el de Volkskunde y posteriormente el de Folklore exaltaban las mismas formas
de vida y comunidades, como encarnaciones del carácter popular y nacional. Se
le otorgaba, por ende, un determinado valor cultural a sectores sociales
preindustriales y orales, comunidades y estamentos que, desde aquí y en
oposición a los sectores de avanzada de su tiempo, urbanos y letrados, estarán
sometidas a la arcaica y pintoresca dinámica de la costumbre, antes que al
cambio y al avance14. Así, la cultura popular de la que se hace cargo el
romanticismo es la sobrevivencia de una época en desaparición.
Por lo mismo, el recurso disciplinar de Volkskunde, cuya finalidad es la de
categorizar y preservar la cultura popular rural de carácter eminentemente oral,
supone no obstante el riesgo de restarle historicidad,15 al connotar la idea de que
dichas expresiones culturales, tradicionales, se hallaban en estado de agonía
sobre todo porque no podían ser objeto de una reelaboración creativa ni de una
adaptación a los cambios en curso. De este modo, lo popular romántico encierra
un concepto de tradición que, si de una parte refuerza su opuesto
complementario, que es lo culto, de otra determina una idea de transmisión
THOMPSON, E. P. 2000. Historia y antropología. En: Agenda para una historia radical.
Barcelona, Editorial Crítica. P. 19.
15 OCHOA, Op. cit., p. 92.
14
16
cultural, material e inmaterial, que vuelve a la cultura popular en sí la suma de
supervivencias a la desaparición.16
En resumen, al romanticismo le urgía la celebración de una cruzada de
rescate de dicho patrimonio, como parte de una política cultural17 tendiente a
resguardar estas “concreciones” del espíritu nacional, tal como si aquellas se
hallaran en un estado definitivo. La conservación de dicho patrimonio revestía un
carácter ciertamente museal, debido a este halo de inmovilidad que la cultura
popular, así entendida, otorgaba a sus objetos, como un contraste de la cultura
urbana y burguesa, y en tanto testimonio de su propia evanescencia y
ahistoricidad. La concepción romántica de la cultura popular, asimismo, asimilaba
el quiebre entre los mundos urbano y rural, al brindarle al campo un contenido
positivo: en base a su oralidad, a una cultura material de tipo artesanal y a una
mentalidad considerada premoderna, el tipo de cultura particular de los sectores
campesinos alemanes se elevaba como una fuente de la autenticidad
trascendental por la nación alemana, argumento que apuntaba a una
MARTÍ, J. 2000. Más allá del arte. La música como generadora de realidades sociales. Sant
Cugat del Valles, Editorial Deriva. Pp. 38-39.
17 La definición de política cultural, desde un punto de vista empírico, supone una organización
metódica de las estructuras afines, generalmente entendida como el conjunto de gestiones
desarrolladas por el Estado, las instituciones civiles, entidades privadas o grupos comunitarios en pocas palabras, desarrolladas por los “agentes” culturales-, con el fin de satisfacer los
requerimientos de las comunidades y estimular un tipo específico de representación simbólica.
La idea de política, en este sentido, se presenta como un conjunto de iniciativas que responden
a un diseño, y que se orientan a regular la producción, la distribución y el consumo del patrimonio,
y el aparato burocrático desplegado para aquello. TEIXEIRA COELHO. 2009. Política cultural.
En: Diccionario crítico de política cultural. Barcelona, Editorial Gedisa. P. 241. Esta noción más
ajustada a la planificación y la gestión, debe ser ampliada para acoger experiencias más volitivas
o “espontáneas”, como las que pueden expresarse en el quehacer de individuos y colectivos,
muchos de aquellos relativos a movimiento sociales y políticos de base, implementados y
efectuados más sobre la marcha que obedeciendo a agendas constituidas. Ya sea en uno u otro
registro, “política cultural” implica una definición basal de cultura que es operativa en todos estos
casos, que responde a una comprensión de la misma tanto en un sentido antropológico –
estructura civilizatoria o proceso global- como en un sentido estético -creación o producción,
prácticas, objetos y crítica. Consiste, finalmente, en la conceptualización práctica de la cultura
como una instancia, dicho de este modo, “más allá de sí misma”, es decir, según los modos en
que la cultura aporta a la configuración social, económica, política y religiosa, y de cómo esta
debe ser orientada y planificada. MILLER, T. y YÚDICE, G. 2004. Política cultural. Barcelona,
Editorial Gedisa. Pp. 11-12.
16
17
incorporación nacional del pueblo alemán a través de su cultura. Volkskunde,
como disciplina de conocimientos, contribuía a resaltar el contraste entre dichos
mundos, prestando su atención a la estabilidad histórica y la unidad orgánica de
la etnia, por medio de la superposición de los criterios geográficos de la ruralidad
y temporal de la antigüedad, constituyendo una serie de testimonios y
documentos en torno a la crisis de las sociedades tradicionales.18
1.2 El concepto de folklore
La trama ideológica descrita anteriormente derivó en el concepto de FolkLore, acuñado por el inglés William Johns Thoms en 1846. El término ganó una
enorme proyección internacional, reemplazando casi totalmente a su predecesor
salvo en los países de habla alemana. La impronta emocional de Volkskunde, no
obstante su carga intensamente política, al calor del desarrollo de metodologías
particulares de su quehacer -filológicas, musicológicas, anticuarias, etcétera-, fue
transitando durante el siglo XIX hacia la constitución de una nueva ciencia
positiva, supeditada a la separación en diferentes disciplinas y saberes,
consagrada académicamente, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, hacia
fines de ese siglo e inicios del siguiente.19
Su documento fundacional es una carta que William J. Thoms publicó en
la revista Athenaeum de Londres en agosto de 1846.20 El anticuario británico
intentaba afinar el marco conceptual de las “antigüedades” o “literatura”
populares -popular antiquities y popular literature-, objeto de cuidado en la
MARTÍN BARBERO, Op. cit., p. 19.
OCHOA, Op. cit., pp. 94-95.
20 Carta que, a la larga, se extendió en un grueso de columnas periódicas, redactadas por Thoms
y otros autores, entre 1846 y 1849. La tenacidad con que estos autores enfatizan el término
hablaría del carácter orgánico del movimiento británico de anticuarios y recopiladores. Llama la
atención, asimismo, el que ciertos autores refieran al folclor como el patrimonio de la “gente
pequeña” o humilde -small people-, quizás refiriendo a su condición plebeya y, sobre todo,
sencilla. MILLER, S. 2011. The Athenaeum: The Folklore Columns (1846-9). Folklore 122(3): 328.
18
19
18
Inglaterra de ese entonces, y que se consideraban bajo seria amenaza, tal como
en la Alemania romántica, por distintos procesos de modernización. Es probable
que, en dicha época, la idea de “antigüedades populares”, que también era
interés de expertos en Francia y otras regiones célticas,21 se constituyera en
contraste con otras antigüedades correspondientes, sea el caso, al legado
grecolatino y al arte religioso medieval, cuyo carácter es más “culto” y letrado.
Como fuera, Thoms acuñaba este neologismo en base a dos palabras tomadas
del anglosajón, folk y lore. La raíz teutónica folc, común a muchas lenguas
germánicas,22 refiere tanto a gentes en el sentido general -“naciones”- como en
el particular “personas”, gente común y corriente-, y así mismo ocurre en el inglés
antiguo con folk -en el inglés moderno, de hecho, el uso plural y común de esta
palabra, folks, rescata este último sentido, amistoso e informal-. Por su lado, lore
alude a “saber” y “cultura”, en un sentido genérico, material e inmaterialmente, y
apunta a una serie de significados que incluyen nociones generales de
educación, aprendizaje y erudición, específicamente -al menos en la acepción
folclórica- en el sentido de lo pretérito, lo tradicional y lo legendario.23 Juntas
equivalen a “sabiduría popular” o “cultura popular”.24 La acuñación del término
pretendía nombrar y legitimar las actividades de recopilación y puesta en valor
llevadas adelante tanto por Thoms como por otros especialistas británicos, sobre
BELMONT, Op. cit., p. 297.
No sólo germánicas: se trata, sobre todo, de una raíz indoeuropea que, de hecho, desde el
latín y en el castellano moderno deriva en “vulgo” y “vulgar”, por ejemplo.
23 WILLIAMS, R. 2003. Folk-Folklore. En: Palabras clave. Un vocabulario de la cultura y la
sociedad. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión. P. 149.
24 En algún momento del siglo XIX el término comienza a ser escrito como si se tratara de una
sola palabra: folklore. Es de notar que su acuñación en base al antiguo idioma anglosajón se
acoge a una suerte de revival en la Inglaterra de ese entonces, que buscaba contraponer la
mencionada lengua al griego clásico como repertorio de nomenclaturas científicas. Thoms
sugiere este neologismo en vez de, por ejemplo, “demología” o “piscodemología”, que pueden
remitir también al estudio del “alma” o mentalidad populares. Es igualmente notable que el
Diccionario de la Lengua Española incorpora folklore en su edición de 1925, y oficializa su
castellanización en “folclore” y “folclor” en la de 1970. De este modo, preferiré en lo que sigue el
vocablo “folclor” para referirme a todos estos tópicos. Agradezco a la académica del
Departamento de Lingüística de la Universidad de Chile, Soledad Chávez Fajardo, su ayuda con
estas definiciones lexicográficas.
21
22
19
aquellas formas antiguas de la poesía, la narrativa, las creencias, las costumbres,
las canciones, las danzas y la artesanía.
El aporte de Thoms, quien en la década de 1870 lideraba la Folk-Lore
Society inglesa,25 reaccionaba directamente al desarrollo previo de la disciplina
en Alemania, particularmente al trabajo de los hermanos Wilhelm y Jacob Grimm,
llevado a cabo al alero de las Universidades de Gotinga y Berlín hacia la década
de 1840. Sus obras26 concitaron la atención tanto de especialistas como del gran
público europeo, y ayudaron a definir un cierto imaginario occidental en torno a
la infancia, cuya relevancia es considerable en el hecho de que Walt Disney, en
los Estados Unidos del siglo XX, recurriera constantemente a sus recopilaciones
para desarrollar las tramas de sus filmes. Además, las labores académicas y
recopilatorias de los hermanos impulsaron aún más al Volkskunde como una
disciplina académica por derecho propio, estableciendo una diferencia más
marcada entre folcloristas profesionales y aficionados, contribuyendo, asimismo,
a la formación de un movimiento folclórico internacional que se erigiría como un
modelo intelectual crucial para los distintos procesos de construcción nacional
que cruzaban la Europa decimonónica.
Inspirado en el trabajo de los Grimm, Thoms acuñaba un término que en
lo sucesivo sería sistematizado como una teoría y una metodología precisas,
mediante la regulación general de las pesquisas, de la clasificación de sus
elementos y resultados, pero, sobre todo, de una mirada comparativa que fue
peculiarmente importante para la disciplina en Europa. En esta fase, por ejemplo,
jugó un papel crucial el investigador finés Julius Krohn, quien lo dotó de un
WILLIAMS, Ibid., p. 149.
Las más destacadas pueden ser Kinder und Haus-Märchen (1812-1815), Deutsche Sagen
(1816-1818), Deutsche Mythologie (1835) y el Deutsches Wörterbuch (1854-1960), obra
centenaria que recibió el impulso inicial de la dupla. Los hermanos, en conjunto o por separado,
produjeron otros textos sobre gramática o cuestiones fonéticas del idioma alemán. La magnitud
del trabajo estrictamente literario es comprobable en el hecho de que la mayor parte de sus
ediciones comerciales enfatizan, en su título, que se trata de “los cuentos” de los Grimm, casi
como si fueran de su autoría.
25
26
20
método científico ampliamente aceptado, tomado del paradigma positivista y de
la literatura comparada.27 Durante la segunda mitad del siglo XIX, se consolidó
como un área de estudios académicos y una categoría cultural de alta resonancia
pública que promovía la creación de grandes acervos orales, tanto literarios como
musicales, orientados según una matriz comparativa sobre las tradiciones,
nacionales y regionales.28 Precisamente, la celebración del Primer Congreso
Internacional de Folklore en París, en 1889, sitúa a esta materia como una
disciplina científica en regla,29 la que paulatinamente fue reemplazada por la
etnología europea que, entre otros aspectos que el folclor ignoraba, incorporaba
la metodología etnográfica y una perspectiva que abarcaba todo el contexto
social y cultural de sus objetos de estudios.30
Su historia decimonónica es la de su tránsito desde un paradigma
romántico hacia uno positivista.31 Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando
el folclor terminó por asegurarse un estatus científico al adoptar determinadas
categorías de las ciencias naturales, con las cuales esperaba descubrir y
clasificar “especímenes” recogidos en los ámbitos de la auténtica cultura popular.
Sus objetos predilectos eran, entonces, las “supervivencias” que yacían en
sectores socialmente aislados, como si se tratara de evidencia yaciente en
estratos geológicos. Es decir, dichos especímenes eran entendidos en un modo
similar a como los científicos entendían los vestigios del pasado en la historia
natural32. Se trata de un elemento epistemológico, finalmente, que en lo cultural
La obra que representa mejor este momento es, en cuestión, un hito en la historia del folclor
literario como ciencia, Metodología del Folclor, redactado por Kaarle L. Krohn en base al trabajo
hecho por su padre, cuya primera edición es noruega y es relativamente tardía, pues data de la
década de 1920.
28 CALAME-GRIAULE, Op. cit. p. 441. AROM, S. y ALVAREZ-PEREYRE, F. 2005.
Etnomusicología. En: BONTE, P. e IZARD, M. (Eds.). Diccionario Akal de etnología y
antropología. Madrid, Ediciones Akal. P. 266.
29 PEREIRA SALAS, E. 1952. Guía bibliográfica para el estudio del folklore chileno. Santiago,
Instituto de Investigaciones Musicales de la Universidad de Chile. P. 10.
30 BELMONT, Op. cit. p. 297.
31 OCHOA, Op. cit. pp. 94-95.
32 CHAMOSA, O. 2012. Breve historia del folclore argentino (1920-1970): identidad, política y
nación. Buenos Aires, Edhasa. Pp. 24-25.
27
21
y lo social veía la cultura popular como el producto no tanto de la actualidad activa
de los sectores subalternos o “incultos”, sino, antes bien, como el producto de
una potencia suya para resistir el intenso cambio cultural y, de este modo,
persistir intactos en una nueva situación de la sociedad en general. Según
Raymond Williams, de hecho, el único aporte verdaderamente novedoso del
folclor al estudio de la cultura popular rural es esta idea de la cultura tradicional
como una “supervivencia”.33 Este aspecto arcaizante fortalece ese principio de la
antigüedad contemporánea versus la modernidad en curso, por así decirlo, lo que
hace que sus objetos sean existentes en el tiempo presente pero no del tiempo
presente, o que, desde un punto de vista más evolucionista, sean apreciados en
tanto restos de civilizaciones que mueren en medio de civilizaciones que viven,
pues son incapaces de adaptarse a un medio en transformación.34
La aparición del término estimularía un debate más o menos intenso, hasta
entrado el siglo XX, en torno a las características del pueblo en cuestión -folk- y
la naturaleza de su cultura -lore-. Este debate haría del folclor un campo de
disputas, fundamentalmente sobre la orientación y la relevancia de los usos
académicos, artísticos y políticos de estos conceptos. El carácter de esta
discusión podría resumirse de la siguiente manera. “Folclor” dice relación
indistintamente con una concepción de lo social -folk- y con una concepción de
cultura -lore-, cuyo contenido específico es variable. Sobre esta distinción
complementaria y su variabilidad, es lógico afirmar que los estudios folclóricos,
tanto en Europa como en Latinoamérica, ya entrando en el siglo XX, y en
contraste con su contraparte norteamericana,35 identifican folk con los sectores
WILLIAMS, Op. cit. p. 149.
BELMONT, Op. cit., p. 297.
35 Los estudios norteamericanos del folclor ofrecen una versión muy distinta sobre estas
cuestiones y problemas porque, entre otras cosas, han superado el principio ruralista. Ya en la
década de 1960, la disciplina integró la idea de que la tradición no es ese bastión inamovible que
se ofrece a la “folclorística” tradicional. Que la autenticidad, del mismo modo, depende de la
transitividad de los procesos históricos y de diferentes intereses sociales. Que los valores
asociados al folclor también varían, y que una perspectiva de clase hace definitivamente la
diferencia en las investigaciones. Integró, asimismo, una mirada transdiciplinar que valora los
33
34
22
sociales rurales, a salvo -aparentemente- de los embates de la modernidad.
Asumen, en pocas palabras, que lore nombra una forma de vida global propia de
las sociedades tradicionales, que da su tono a la cultura popular en este sentido,
como una realidad premoderna, carente de historicidad y, por lo mismo, “pura”, a
resguardo de las desnaturalizaciones y trastornos perpetrados por la
modernidad. Esta gran categoría de folclor, cuyos contenidos específicos, insisto,
toman por lo general este aspecto, debió su popularidad a la implementación
académica e investigativa auspiciada o implementada, en mayor o menos
medida, tanto por los movimientos nacionalistas como por los Estados
nacionales, y a su uso extensivo en los campos artísticos, en los medios masivos
de comunicación y a través de las distintas instancias de la industria cultural,
fundamentalmente a través de la así llamada música folclórica, o folk, ya en plena
forma a mediados del siglo XX, tanto en Europa como la América Latina y el resto
del continente.
Su trama conceptual está basada en una idea de tradición determinada por
las experiencias de una sociedad tradicional menguante y sus “supervivencias”,
y que en la práctica se componen de una valoración de la oralidad, por una noción
esencialista de la identidad -fundida, precisamente, con lo territorial y lo étnico-,
por una visión purista y estática sobre la cultura, y por un criterio ruralista que
tiende a dar la espalda a los fenómenos contemporáneos, que marcan y a su vez
expresan la cultura popular en contextos urbanos. En palabras de Alicia Martín,
folcloróloga argentina:
aspectos paralingüísticos y paramusicales -como la performance-, que asume la importancia de
la significación y la recepción, según la comunicología, por ejemplo, y que sus elementos deben
ser asumidos como textos culturales en diálogo con un contexto determinado. Las continuidades
y discontinuidades que afectan esta dimensión de la vida social dan cuenta de la vitalidad de
todas las culturas, y de las tensiones, por ejemplo, entre tradición e innovación. Conceptos o
nociones como folklife, fakelore -este último refiere irónicamente a la invención premeditada de
tradiciones- citylore o urban folklore, dan cuenta de este giro paradigmático que se asocia,
asimismo, al folk revival que surge en los Estados Unidos hacia los cuarenta, y que se consolida
como una escena crucial para la historia de la música popular mundial, en los sesenta. BLACHE,
M. 1999. Introducción. En: Folklore urbano. Vigencia de la leyenda y los relatos tradicionales.
Buenos Aires, Ediciones Colihue. Pp. 7-8.
23
“La visión racionalista y evolucionista de estos fundadores europeos
colocaba en un único eje temporal formas de vida y de sociedad que
eran contemporáneas y sincrónicas. Europa iba a ordenar toda la vida
humana del planeta –presente, pasada y por venir- en una escala
única y ascendente, colocándose ella misma en la cúspide de la
civilización. Toda la historia de la humanidad se reducía al
desenvolvimiento, lento pero inexorable, de la razón y sus productos
excelsos; la ciencia, la técnica y la industria. Desde esta visión, al
Folclore [sic] le tocará recolectar, clasificar y conocer aquellos saberes
que cultivan y mantienen quienes no han arribado aún al saber
racional-científico dentro de las propias sociedades europeas”.36
Este criterio espacial es particularmente sensible pues sitúa, en lo popular
urbano, el polo inestable y volátil de la identificación, básicamente a causa del
cosmopolitismo propiciado por los medios modernos de producción y distribución
cultural, y reconoce los tan necesarios enclaves de identidades fijas y
atemporales en unas culturas rurales pretendidamente estáticas e invariables,
toda vez que tales se hallan, finalmente, inmersas en procesos de transformación
estructural y de resignificación simbólica constantes. La relación entre la nación
moderna y la cultura popular se ha establecido desde el siglo XVIII europeo, e
inicia como inquietud propia del romanticismo alemán. Estas cuestiones tuvieron
un desarrollo tal que, para los efectos de esta investigación, son relevantes en
tanto impactan en la América Latina, donde gozaron de protagonismo en la
cuestión identitaria y las distintas políticas culturales, especialmente gracias a la
hegemonía conquistada por los regímenes nacional-populares que fueron
instalándose en la región desde la década de 1920. Dicho de otro modo, desde
fines del siglo XIX, pero más decididamente a partir de la década de 1940 y hasta
36 MARTÍN, A. 2005. Introducción. En: Folclore en las grandes ciudades. Arte popular, identidad
y cultura. Buenos Aires, Libros del Zorzal. P. 9.
24
los años 1960, la conceptualización casi exclusiva de la cultura popular
latinoamericana se llevó a cabo bajo esta categoría.
La gestión de los organismos del Estado hizo del folclor, en un amplio
sentido, una política cultural crucial para la agenda pública, ya fuera a través de
instituciones académicas o de organismos volcados a la extensión. Esto se
tradujo en el establecimiento de programas de formación académica, recursos
destinados al trabajo de campo y a la publicación, en la formación de
investigadores y docentes; en instancias de extensión que llevaban estos
resultados a un público general y en su aplicación a los programas de estudio en
la enseñanza escolar; como la configuración de escenas de proyección folclórica
que involucraban artes doctas como la música, la danza y otras disciplinas
escénicas; asimismo, en los medios masivos, que contaron con un grado de
participación y regulación estatal y académica. El proceso de institucionalización
y masificación de lo folclórico, ininterrumpido hasta la década de los setenta,
implicó en consecuencia, la triangulación del aparato estatal centrado en la
cultura y la educación, de instituciones académicas, de los medios masivos de
comunicación y de la compleja red de producción y distribución de la industria
cultural,
en
esta
última,
especialmente
las
industrias
discográficas,
cinematográfica y la radiofonía. Los usos públicos del concepto, mayormente
definido por su tratamiento académico, incluso hasta el día de hoy, están
determinados por su circulación en la gestión cultural y educativa pública, en los
ámbitos de la cultura popular y en la comunicación masiva, y en relación a la
cultura tradicional, toda vez que a esta se le designe con el apelativo de
“folclórica”.
El folclor hace eco de las transformaciones estructurales que agudizan el
quiebre de la dialéctica urbano/rural en América Latina, a inicios del siglo XX,
expresado en la industrialización de las actividades productivas, la potenciación
comercial y financiera de la circulación mercantil, en la estatización nacionalista
de la actividad política, y principalmente en la crisis y refuncionalización de las
25
culturas y sociedades tradicionales del continente.37 Sobre este último aspecto,
el historiador José Luis Romero asegura que el campo latinoamericano sufrió una
serie de transformaciones resultantes de la inserción de la economía
agroexportadora en un capitalismo global, determinado por una segunda
revolución industrial cuyo despegue se dio hacia los años 1870. Dichas
transformaciones se expresaron en la tecnificación de algunas actividades
agrícolas, en el desarrollo de tecnologías de refrigeración y transporte, en una
mejora sustantiva de la conectividad tanto al interior de los países como con los
principales mercados -básicamente gracias al tendido de líneas férreas y la
introducción del vapor en la navegación-, y en el desarrollo de instrumentos de
crédito que incrementaron el dominio económico de la ciudad por sobre el
campo.38 Íntimamente relacionado a lo anterior, Romero explica cómo este
proceso estructural -que va desde las independencias nacionales, desde 1810
en adelante, a la consolidación de los gobiernos republicanos y del modelo
liberal-oligárquico de desarrollo, hacia 1880- se expresa igualmente como la no
tan lenta transición de una cultura y una visión de mundo aún muy colonial,
sometida a la herencia ibérica y colonial, a una liberal y cosmopolita, estimulada
por la apertura del continente a la influencia sociocultural, y a la impronta
económica de países centrales como Inglaterra, Francia o los Estados Unidos.
Lo que el autor describe inicialmente como el dominio del campo por sobre la
ciudad -zanjada, por ejemplo, en el cacicazgo y el patrimonialismo de los
hombres fuertes, de a caballo, que gobernaban las nacientes repúblicas-, se
transforma en un dominio de la ciudad por sobre el campo mediante, por ejemplo,
la validación de las formas liberales y republicanas de la política, la aplicación al
ECHEVERRÍA, B. 2011. Modernidad y capitalismo (15 tesis). En: Ensayos Políticos. Quito,
Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados. P. 124.
38 ROMERO, J. L. 2001. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Buenos Aires, Siglo Veintiuno
Editores. P. 176.
37
26
agro de formas capitalistas y comerciales de explotación y, sobre todo, la
domesticación tanto de los grandes señores criollos como de la plebe rural.39
El concepto de folclor, precisamente, coopera activamente con esta
refuncionalización
del
campo
latinoamericano,
proceso
que
acaba
transformándolo -y con él a sus aplicaciones- en el medio para un debate que se
llevó a cabo durante todo el siglo pasado, en torno a una idea trascendental de
autenticidad en la cultura popular. El proceso por el cual los especialistas
europeos hacían su esfuerzo por construir una ciencia folclórica, resulta
asimismo en su arribo a Latinoamérica, difundiéndose el término en los medios
académicos locales, posibilitando además el sometimiento de la cultura popular
rural del continente a una suerte de proyecto de categorización global de la
oralidad.40 Igualmente, funcionó como una suerte de complemento a las
campañas de alfabetización que cada Estado nacional implementaría desde fines
del siglo XIX, en su deseo de dotarse de una ciudadanía que fuera fuerza
económica y cuerpo social de legitimación para el proyecto liberal41.
Desde una posición más crítica, el historiador argentino Oscar Chamosa
asegura que el folclor fue un dispositivo de control y representación social
predilecto para las elites latinoamericanas de fin de siglo. Chamosa apunta a que
ROMERO, Ibid., pp. 226-227.
En relación con esta tendencia mundial de registro y catalogación, cabe mencionar el enorme
impacto generado por las invenciones sucesivas del gramófono y de otros formatos de grabación
de audio, desde la década de 1880 en adelante. La nueva tecnología permitió a investigadores
inicialmente rusos, húngaros y norteamericanos, llevar adelante los primeros registros de campo
que dieron pie a la formación de la musicología comparada o etnomusicología. Con el cambio de
siglo, se establecieron los primeros archivos sonoros en las ciudades de Viena, París y Berlín, y
fue en entreguerras cuando las labores de registro y recopilación se extendieron por todo el globo.
Esta etapa destaca por la preeminencia de la Escuela de Berlín, cuyo grueso de investigaciones
se basaron en material de segunda mano que era enviado a la capital alemana por comisionados
y colaboradores, y que contribuyó notablemente al desarrollo del sistema de clasificación de
instrumentos musicales de Erich M. von Hornbostel y Curt Sachs, a inicios de la I Guerra Mundial.
LECHLEITNER, G. 2002. Much more tan sound and fury! Early relations between the Phonograph
Archives of Berlin and Viena. En: BERLIN, G. y SIMON, A. (Eds.). Music archiving in the world.
Papers presented at the Conference on the occasion of the 100th Anniversary of the Berlin
Phonogramm-Archiv. Berlín, Verlag für Wissenschaft und Bildung. Pp. 173-176.
41 RAMA, Á. 2004. La ciudad letrada. Santiago, Tajamar Editores. P. 115.
39
40
27
las labores de recolección folclórica de la época se aplicaron en pleno proceso
de unificación de las distintas comunidades tradicionales, al interior de Estados
que atravesaban procesos de expansión burocrática y territorial. Dicha expansión
causó una reducción de su autonomía política y económica, a un tiempo que
estimuló la emigración hacia las ciudades y la consecuente proletarización de la
antigua población rural. Como el folclor obedecía a los principios positivistas
presentes en otras ciencias, agrega Chamosa, éste funcionaba según un sentido
similar al del naturalismo -emprendiendo el inventariado de la flora y fauna
nacionales-, de la historiografía -articulando el archivo de la historia patria- y de
la geografía -trazando el mapa del territorio nacional-. De este modo, los
folcloristas salían al campo en busca de las tradiciones que acreditaban la
antigüedad de la nación, aspecto que necesitaba ser cubierto en vista a los
reclamos de soberanía que urgían a los Estados en expansión. Chamosa
concluye que el folclor participa de la construcción del Estado moderno y
capitalista, pero obedeciendo, aún, a un criterio romántico que situaba a las
clases populares rurales como las más auténticamente nacionales. Los
folcloristas positivistas parecieron no percatarse de esta incongruencia, esto, en
un contexto europeo y americano, durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando
los esfuerzos por la formación de los Estados naciones demandaban de las elites
transnacionales la uniformización de las sociedades y economías locales,
subordinadas
desde
ahora
al
centralismo
estatal.
Esto
implicaba
la
homogeneización de las culturas locales según un estándar nacional,
generalmente pauteado por la sociedad y la región dominantes, en donde hasta
las comunidades más aisladas debían someterse a la vez que resultaban
privadas de sus recursos naturales. La reorganización de los mercados
nacionales según políticas productivistas, potenciados por los avances en
transportes y comunicaciones, por ejemplo, terminó por arruinar a gran parte de
las pequeñas economías locales, transformando su fuerza laboral en mano de
obra poco calificada y migrante. Dado este trasfondo, para Chamosa el folclor
28
latinoamericano resulta ser una estrategia de apropiación del capital cultural
tradicional,
condicionada
ideológicamente
por
posiciones
que
juzga
reaccionarias, para un enaltecimiento de la nación que no toma en cuenta la
realidad política y material de las comunidades simbólicamente referidas.42
El espíritu categorial que el folclor adopta, y que lo transforma en una
expresión del método como dogma epistémico, en palabras de la musicóloga
colombiana Ana María Ochoa, marcó el ocaso de éste como un medio de
búsqueda existencial basada en las expresiones culturales del pueblo, según su
primer impulso romántico.43 Este nuevo paradigma, llamativamente descriptivo,
determinó desde el folclor que en general no fueran elaboradas preguntas sobre
el cambio cultural -cómo la modernización afecta las “supervivencias” o
adaptaciones, dado el caso-, o sobre las condiciones estructurales de la cultura
popular rural -cómo el folclor es, en mayor o menos medida, la manifestación
cultural de la pobreza, la marginalidad y la explotación, asunto al que aludía
anteriormente Chamosa-. El folclor en su fase positivista, en mayor o menor
medida, encuentra en la cultura tradicional ese “hecho positivo”, dado,
incuestionable, que es la evidencia de la cultura popular como un fenómeno
estático y arcaico.
Este viraje positivista en América Latina es constatable en la categorización
y elevación de ciertos géneros tradicionales, arraigados en regiones puntuales
del continente, al estatus de nacionales, desde fines del siglo XIX. El interés por
tales coincidió, asimismo, con una serie de cambios que afectaban a las
aristocracias latinoamericanas, puntualmente a sus prácticas musicales, influidas
notoriamente por el Bel Canto italiano, que apuntaban a la obtención de una
identidad de clase más nacional.44 El desarrollo de este nacionalismo musical
CHAMOSA, Op. cit., pp. 26-25.
OCHOA, Op. cit., p. 94.
44 Rodolfo Lenz, por ejemplo, describe y critica el desarraigo aristocrático que observa, en
Santiago de Chile, a mediados de la década de 1890. El académico afirma que, a una suerte de
transformación o decadencia de las formas clásicas de la música y poesía popular santiaguina,
42
43
29
americano quiso satisfacer en lo sucesivo esta creciente necesidad de distinción
entre una música docta latinoamericana y la gran tradición académica occidental.
En una primera fase, esta escuela se caracterizó por la creación de “aires” criollos
y la armonización de materiales recopilados, formando una escena internacional
de compositores profesionales y aficionados que publicaban y estrenaban sus
obras en América Latina, el Caribe y el Viejo Mundo. Se trató de una tendencia
nativista o criollista aparentemente espontánea -es decir, que no obedeció a una
política cultural o a un programa estético específicos- y que no fue fruto del
trabajo mancomunado de sus principales exponentes, entre quienes se cuentan
el mexicano Manuel M. Ponce, los argentinos Alberto Williams y Julián Aguirre,
el boliviano Simeón Roncal, el peruano Luis Duncker Lavalle y el costarricense
Julio Fonseca, entre otros.45 Fue en la vuelta de siglo que, como afirma el
musicólogo mexicano Alejandro L. Madrid, estas diversas escenas nacionales
coincidieron con la formación de las escuelas musicológicas nacionales.46 La
segunda fase del nacionalismo, más institucional y programática, se desarrolló a
mediados del siglo XX,47 y en ella destacaron compositores como Carlos Chávez
y José Revueltas en México, Carlos Isamitt y Pedro Humberto Allende en Chile,
en el seno del bajo pueblo, se suma un desprecio aristocrático creciente por las formas poéticas
y musicales hispánicas. Lenz observa que el piano ha desterrado al arpa y a la guitarra del salón
decimonónico. Que ha introducido prácticas y repertorios europeos, los que, además de
desplazar el acervo de origen colonial, imponen una suerte de desdén hacia la lengua castellana.
Esto se ha expresado en la negativa, tanto en el salón como en el gran escenario, a cantar en la
lengua “vulgar” o a traducir las óperas internacionales -italianas, en su mayoría- al castellano, a
contrapelo de la actitud asumida por distintas naciones europeas que las han llevado al sueco, al
danés, al serbo o al croata. Lenz condena el que, para la elite chilena, el castellano no sea una
lengua comparable a la de Dante. LENZ, R. 2003. Sobre la poesía popular impresa de Santiago
de Chile. Contribución al folklore chileno. En: ELLENA, E. (Ed.). Grabado popular chileno.
Santiago, Archivo de Literatura Oral y Tradiciones Populares de la Biblioteca Nacional / Centro
Cultural de España. Pp. 20-21.
45 TELLO, A. 2004. Aires nacionales en la música de América como respuesta a la búsqueda de
identidad. Hueso Húmero 44: 214-215.
46 MADRID, A. L. 2010. Música y nacionalismos en Latinoamérica. En: SPENCER E., C. y
RECASENS B., A. (Eds.). A tres bandas: mestizaje, sincretismo e hibridación en el espacio sonoro
iberoamericano. Madrid, Akal Ediciones. P. 233.
47 ARETZ, I. 1991. Historia de la etnomusicología en América Latina. Desde la época
precolombina hasta nuestros días. Caracas, Instituto Interamericano de Etnomusicología y
Folklore de la Organización de Estados Americanos. Pp. 156-157.
30
Heitor Villa-Lobos en Brasil o Theodoro Valcárcel en el Perú. Con sus
particularidades estilísticas y sus posicionamientos de campo y políticos
específicos, a estos compositores los une el hecho de haber aportado al
desarrollo de músicas académicas con pretensión nacional y de inspiración
popular, en medio de procesos de hondos cambios políticos y de gran inquietud
social y económica, como fueron la Revolución Mexicana, la fundación del Estado
Novo brasilero, o la instalación de gobiernos nacional populistas en casi todo el
continente.
A grandes rasgos, el nacionalismo musical latinoamericano inauguró la
empresa de construcción de un complejo imaginario sonoro continental,
estimulado por la necesidad de pertenencia cosmopolita de las elites al ámbito
mundial de la música de arte, con la correspondiente distinción local, e inspirado
en la presencia de comunidades mestizas, afrodescendientes e indígenas que
serían valoradas como fuentes de autenticidad.48 Como adelanté, la composición
de obras criollistas o nativistas comparte un campo y un tiempo con la incipiente
institucionalización de las disciplinas del folclor y de la musicología en el
continente. Su convergencia exaltará a diversos géneros locales en su pretendida
representatividad nacional, a saber: el danzón en Cuba; el bambuco para
Colombia; la cueca y la tonada chilenas; la zamba argentina, el huayno o el yaraví
en el Perú, etcétera. Alejandro L. Madrid lo describe como una operación
compositiva que motivó la construcción de estos géneros o “aires nacionales”
para introducirlos en obras basadas en técnicas europeas. Una estrategia
estética, a fin de cuentas, para la proyección de una serie de identidades locales
que lograrían hacer frente a la oferta de músicas foráneas, en el mercado cultural
regional, estimulando tanto la formación de una academia musical como de los
estudios en música tradicional y popular. Se trataría, a fin de cuentas, de un
proyecto neocolonial a cuyo medio las burguesías del continente se apropiaban
48
MADRID, Op. cit., p. 229.
31
del patrimonio cultural de los sectores populares, recreando la exclusión
estructural en la representación simbólica.49
La expansión y consolidación del folclor científico en América Latina
presenta las siguientes características generales. Según el lingüista español
Juan José Prat Ferrer, la historia de la “folclorística” puede ser divida en tres
fases. La primera, “pre-folclórica”, se constituye documentalmente a partir de
crónicas de conquistas, relatos de viajes, informes y tratados etnográficos,
etcétera, producidos durante los siglos XVI y XIX, documentos todos que si bien
no responden a los criterios básicos de los estudios en cuestión, si figuran como
fuentes de información para la reconstrucción de la cultura popular del pasado
remoto. La segunda, la fase de los “precursores”, de investigadores que recopilan
y catalogan las costumbres populares, de un material, en general manipulado por razones artísticas o escrupulosas-, conseguido sin métodos ni objetivos
claros, según el autor, época que antecede a la instalación de la folclorística como
disciplina científica. Esta fase cubre la segunda mitad del siglo XIX y se extiende
hasta aproximadamente la década de 1920. La tercera fase, que representa la
formación y sistematización de la disciplina como tal, es dividida por Prat Ferrer
en décadas: los veinte inauguran la metodología de trabajo de campo; los treinta
sientan los métodos científicos; los cuarenta y cincuenta asisten a la confección
de tratados y a la aparición de trabajos panorámicos, de alcance regional. Los
años sesenta, finalmente, suponen la consolidación del folclor como ciencia,
gracias a la publicación de trabajos comparativos e interpretativos y al desarrollo
de cierta perspectiva interdisciplinaria,50 que continuará hasta más o menos la
década de 1980, cuando el folclor tiende a ser reemplazado por la
etnomusicología, la musicología popular y conceptos operativos como el de
patrimonio o el de diversidad cultural.
MADRID, Ibid., p. 229.
PRAT FERRER, J. J. 2008. Bajo el árbol del paraíso. Historia de los estudios sobre el folclore
y sus paradigmas. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Pp. 247-249.
49
50
32
Por su parte, Isabel Aretz, una de las especialistas más destacadas del
continente, traza la trayectoria del folclor prestando atención al progreso y la
disponibilidad
de
distintas
materialidades
y
formatos
audiovisuales,
importantísimos para el registro tanto de las músicas tradicionales como de
distintas experiencias de la oralidad. Se trata de cinco etapas consecutivas:
cilindros de cera, parafina u otros materiales, entre las décadas de 1900 y 1930;
discos de metal y distintos tipos de plásticos, de 1930 a 1950; cintas
magnetofónicas, entre los años 1950 y 1970, aproximadamente; cassettes y
videocassettes, a mediados de los años setenta; y, finalmente, formatos digitales,
a partir de los ochenta. Cada una de estas etapas corresponde respectivamente
al trabajo de antropólogos, lingüistas y musicólogos europeos, ajustado a los
parámetros propios de la musicología comparada; a la labor de musicólogos
aficionados, folcloristas regionales y musicólogos; al de etnomusicólogos,
sociólogos, etnomusicólogos y folclorólogos, quienes se orientan a un estudio
general de la música como cultura; y de antropólogos y cineastas con
inclinaciones musicales, siguiendo un enfoque crecientemente interdisciplinario.
Isabel Aretz, finalmente, asegura que las tecnologías más recientes concitan el
trabajo de todos los enfoques anteriores y sus distintas aplicaciones, entre otras,
comerciales, que integran un estudio social de la música así llamada folclórica.51
Esta doble periodización se basa, igualmente, en aspectos institucionales,
investigativos y teóricos que pueden ser analizados desde una perspectiva
regional, y que representan tanto antecedentes como iniciativas y tendencias
generales del proceso latinoamericano. La figura de Ramón Menéndez Pidal, por
ejemplo, uno de los fundadores de la folclorología hispánica, ejerció una
influencia crucial en el continente americano, puntualmente en distintos proyectos
sistemáticos de recopilación de la poesía tradicional, contribuyendo, de este
modo, a impulsar un proyecto continental que acusara recibo tanto de la
51
ARETZ, Op. cit., p. 173.
33
profesionalización de la disciplina como de una condición institucional cada vez
más relevante. A contrapelo de la tendencia general en los estudios de la época,
que se regirían hasta bien entrado el siglo XX por un criterio nacional, el erudito
español publicó en 1906 Los romances tradicionales en América, breve trabajo
cuya recepción americana estimuló a no pocos investigadores criollos a hacer lo
propio en sus respectivos países. Entre ellos se cuentan a Julio Vicuña Cifuentes,
uno de los primeros grandes especialistas chilenos, y a Carlos Vega, experto
argentino a quien le cabrá un rol protagónico en la futura folclorología
sudamericana. Menédez Pidal supo capitalizar esta influencia, logró reunir a
distintos investigadores nacionales en torno suyo y, gracias a una colaboración a
distancia con sus allegados, publicó, finalmente, en 1939, Los romances de
América y otros estudios, un clásico en la materia.52
La publicación de esta obra coincide con el momento en que las nuevas
elites culturales, de orígenes mesocráticos, preocupadas de asignarle un nuevo
y legítimo lugar a la cultura popular, logran que distintas instituciones públicas y
privadas se hagan cargo de ésta. Los años treinta y cuarenta están cruzados por
la formación y consolidación de diversas instituciones del tipo. En este sentido,
el etnomusicólogo peruano Julio Mendívil afirma que el interés por venir de los
investigadores latinoamericanos -y no sólo latinoamericanos- no respondía
exclusivamente a una atención espontánea y altruista por productos culturales
antes ignorados. Dicha atención sintonizaba con la voluntad creciente de los
Estados nacionales para apropiarse de dicho patrimonio, mediante proyectos
oficiales de sistematización y representación, cultural y política, tarea que llenó
al folclor de una definición central, posteriormente disputada por distintos
sectores de interés al interior de cada sociedad nacional, y a nivel continental.53
GONZÁLEZ, A. 2016. La edición de un Romancero americano. Abenámar 1: 217.
MENDÍVIL, J. 2016. En contra de la música. Herramientas para pensar, comprender y vivir las
músicas. Buenos Aires, Gourmet Musical Ediciones. P. 55.
52
53
34
Esta iniciativa continental puede advertirse en una serie de hitos que
tensionan lo nacional y lo regional. Por ejemplo, en 1938, el presidente Lázaro
Cárdenas ordenó la fundación de la Sociedad Folklórica de México y del Instituto
Mexicano de Musicología y Folklore, este último por sugerencia del compositor
Luis Sandi. A inicios de la década siguiente, otro gran exponente del nacionalismo
musical mexicano, Carlos Chávez, establecía un proyecto de investigación
folclórica y se creaba, asimismo, una comisión ad hoc al interior del
Departamento de Música de la Dirección General de Educación Estética. Y,
finalmente, en 1946 se establecía el Instituto Nacional de Bellas Artes, donde se
inició una recopilación con tecnología de registro y la edición de materiales
recopilados por distintos investigadores desde la década anterior. Parte
importante del desarrollo primario del folclor científico mexicano se debe a
Vicente Teódulo Mendoza, compositor, recopilador, folclorista, etnomusicólogo e
historiador. De hecho, él asumió la investigación en el área como un recurso para
la creación musical nacionalista,54 en un primer momento, y con esa experiencia
paulatinamente derivó en una vocación folclórica por sí misma, autónoma que,
marcando su caso como una notable excepción, se desarrolló en una extensa
obra compuesta por trabajos extrapolables o comparativos sobre la música
tradicional mexicana y latinoamericana -mestiza e indígena-, la música
precolombina, la oralidad y la música criolla hispánica en los Estados Unidos,
principalmente.55
El de Mendoza es un caso paradigmático, aunque no el único. En él
confluyen el interés personal, genuino, por las tradiciones populares, y una
dimensión histórica o estructural que se expresa en el deseo político -estatal, en
buena parte de los casos- por refuncionalizar la cultura popular con el fin de
configurar una legitimación discursiva y un repertorio simbólico para distintos
regímenes nacional-populares. Es el caso también de otras figuras pioneras en
54
55
ARETZ, Op. cit., pp. 137-138.
PRAT FERRER, Op. cit., p. 248.
35
Sudamérica, puntualmente la de Carlos Vega, quien inaugura el estudio de la
música folclórica en la Argentina. Gracias a actividades investigativas y
formativas que desarrolló en dos instituciones porteñas, el Museo de Ciencias
Naturales y el Instituto Nacional de Musicología, contribuyó a la formación de una
primera generación de musicólogos argentinos -dentro de la que se cuenta a la
propia Isabel Aretz- y a la exportación de las bases científicas de la materia a
otras regiones del subcontinente, debido, por ejemplo, a la enseñanza que
entregó a investigadores extranjeros -Lauro Ayestarán, del Uruguay, y Luis Felipe
Ramón y Rivera, de Venezuela, entre otros-, y a pioneras investigaciones de
campo que llevó a cabo en el Perú, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay, hasta los
años cincuenta.56
Volviendo a la periodización propuesta por Prat Ferrer, los cincuenta
precisamente asisten a la emergencia de una perspectiva americanista que se
expresó en los estudios panorámicos de Paulo de Carvalho-Neto, célebre
investigador brasilero. De Carvalho-Neto es, quizás, el investigador más
internacionalista de su época. Sus trabajos abordan la música, la danza y la
organología, obedeciendo a una definición de la folclorística como el estudio que
intenta descubrir las reglas de la formación, organización y mutación de los
hechos culturales,57 integrando elementos del psicoanálisis, la educación, la
teoría culturalista en general y la historia. Dedicó trabajos a la cultura tradicional
brasileña, uruguaya, chilena y ecuatoriana, puntualmente, y a la cultura
latinoamericana en general. Además de esta inclinación regional, el investigador
brasileño destaca por ser uno de los pocos expertos de la época en abordar la
cuestión de la diferencia clasista y racial como aspectos fundamentales del
folclor, en su caso, asumido como dispositivo analítico de las sociedades
latinoamericanas. Aunque el autor adolece del esquematismo propio del análisis
cultural izquierdista de los sesenta y setenta comprobable, por ejemplo, en una
56
57
ARETZ, Op. cit., p. 201.
PRAT FERRER, Op. cit., p. 282.
36
concepción maniquea de las relaciones sociales y en una compresión
homológica de las relaciones sociales en cultura, su trabajo integra la idea del
folclor y la cultura popular como experiencias de defensa sociopolítica y de
diferenciación de clase, al mismo tiempo que rompen con un principio fundante
del folclor latinoamericano: la cultura tradicional como ámbito de encuentro e
indiferenciación de las clases nacionales, de suspensión de los conflictos que
subyacen a cada sociedad.58
1.3 El folk y el problema étnico
La dimensión crítica expuesta por De Carvalho-Neto, rara, por cierto,
debido a su ausencia casi total en el panorama teórico del folclor antes de los
setenta, permite precisamente detectar un contraste que ayudaría a una
caracterización previa del folclor científico de la región. En lo estrictamente
teórico, y como buen heredero tanto de la definición romántica como positivista
del antecedente europeo, el concepto concita una reflexión sobre el problema del
cambio cultural y, sobre lo mismo, en torno a las tensiones entre lo viejo y lo
nuevo que inciden en una serie de opciones teóricas y metodológicas por las que
son definidos tanto lo popular como lo cultural.
La institucionalización del concepto se desenvolvió como un debate más
o menos tácito sobre las nociones territorializadas de folk y lore, y sobre cómo
debían ser abordadas disciplinarmente. Desde un punto de vista epistemológico,
la definición de dichas nociones se vio influida por el devenir histórico del
continente, en el entendido de que la integración de la América Latina al
“Occidente” moderno, a partir del siglo XIX, contrajo la necesidad de administrar
correctamente las diversas identidades sociales y culturales que databan de la
época colonial, ahora enmarcadas en un intenso proceso de transformación.
DE CARVALHO-NETO, P. 1973. El folklore de las luchas sociales. Un ensayo de folklore y
marxismo. México, Siglo Veintiuno Editores. Pp. 8-9.
58
37
Esto, que equivalía en buena medida a la subalternización del “Otro” bajo las
estructuras del mercado, del Estado y de una cultura hegemónica modernos,
precisaba de un instrumento de conocimiento y de un imaginario. La diferencia
fue recreada por este concepto ad-hoc, que vino a reforzar una suerte “alteridad
interna”59 organizada en torno a un sujeto moderno centrado, según el modelo
ilustrado y encarnado por esta nueva clase social compuesta de criollos e
inmigrantes europeos, que habitaba las ciudades y se hacía cargo del destino de
las naciones.
En vista a esta renovada alteridad, el folclor científico latinoamericano se
vio profundamente determinado por la persistencia de estructuras y condiciones
socioeconómicas que dejaban de existir en Europa y Norteamérica -más aún
después del fin de la II Guerra Mundial y la aceleración de la modernización-, que
se manifestaba en enormes territorios aún explorables y colonizables, habitados
por grupos indígenas; en grandes latifundios enmarcados en economías
orientadas a la extracción y exportación de materias primas; en procesos de
industrialización incipientes; en desigualdades sociales asociadas a distinciones
étnicas o raciales; y a clases medias aún en ciernes. En dicho sentido, y aunque
el folclor se instala y se estructura históricamente en la transición de un modelo
de desarrollo -el liberal oligárquico decimonónico- a otro -el denominado
desarrollista o nacional-popular-, es plausible afirmar que éste, como ciencia y
cultura, se encarga de representar las últimas manifestaciones de lo estructural
que tiende a desaparecer a medida que avanza el siglo XX. Volviendo a lo
anterior, la heterogeneidad social y cultural latinoamericana contrastaba con la
aparente homogeneidad en los mismos términos que caracterizaba a
Norteamérica, por ejemplo, donde la presencia de una industria cultural potente
había mitigado las diferencias sociales y raciales, no obstante la persistencia de
GONZÁLEZ, J. P. 2013. Pensar la música desde América Latina. Problemas e interrogantes.
Santiago, Ediciones Universidad Alberto Hurtado. Pp. 84-85.
59
38
importantes bolsones de marginación entre las poblaciones negras, nativas
americanas e hispanas.60
En contraste, el folclor administraba la alteridad latinoamericana no en
base a la presencia o ausencia de los medios de producción y circulación
simbólica modernos -no en esta etapa, al menos-. Aquí, lo que es
verdaderamente crucial es la marcación de diferencias en torno al mestizaje.
Obedeciendo a la prerrogativa nacionalista del folclor científico en su primera
etapa, se entiende que cada caso, cada nación, deviene de un crisol étnico que
es el producto de sucesivas oleadas de conquista, colonización y apropiaciones
territoriales,61 cuya naturaleza es “histórica” en un doble sentido: sus
representaciones se basan en evidencia documental -fuentes escritas del pasado
o aquellas conseguibles, en su defecto, por medios de la investigación y sus
registros- y su horizonte no va más allá de la imposición del dominio lusohispánico.
A partir de la primigenia y, sin embargo, vigente reflexión herderiana, el
folclor debe entenderse como algo en sí mismo, como la manifestación del ser
de la comunidad, en sus propios términos y representada por su porción más
prístina. Siguiendo esta lógica, y considerando al folclor como una regularidad de
casos estudiados, la tendencia general es a considerar lo aborigen al margen, si
no de la nación, sí al menos de lo folclórico. La cultura étnica o aborigen se
caracterizaría por resultar de una expresión “natural” del aborigen, quien vive en
su propio territorio, está en posesión de una cultura de origen precolombino, y
que sobre todo no participa normalmente de la vida cultural de la población
mestiza.62 De lo mismo, y si bien las músicas precolombinas e indígenas
posthispánicas conforman tanto un antecedente como una fuente para las
músicas folclóricas, el paradigma clásico supone que las primeras no son el
PRAT FERRER, Op. cit., p. 281.
CHAMOSA, Op. cit., p. 28.
62 ARETZ, Op. cit., p. 25.
60
61
39
resultado de mezclas disímiles, como sí lo es el folclor, y que -lo que es más
relevante- las músicas indígenas carecen del alto poder identificador que sí
ostentan las mestizas.63
Para explicarlo siguiendo el esquema básico, nuevamente, lo indígena
queda al margen del folk pero puede formar parte del lore, en la medida que entre
en fusión con la cultura mestiza. En palabras de Prat Ferrer, esta cuestión se
debe a las desventajas teóricas de la folclorística latinoamericana, que
provocaron que en la disciplina no se impusieran decididamente los dilemas de
la dinámica del cambio y la mezcla culturales.64 Es decir, lo que prevalece en tal
desarrollo epistémico es la desvinculación metodológica entre unos hechos que
no son examinados a fondo, y un entramado teórico que, a su vez, está blindado
por la actitud escolástica de los especialistas regionales: su obediencia a las
reflexiones y planteamientos de figuras fundamentales de la materia que, sin
embargo, no necesariamente referían a los casos y a los problemas contingentes
de las investigaciones. La praxis carecía de una circularidad que nutriera
virtuosamente el desarrollo teórico, por una parte, y enriqueciera analíticamente
los hechos y datos, por la otra. Con respecto a lo anterior, Julio Mendívil radicaliza
el argumento al afirmar que posiblemente el folclor científico se construyó sobre
la inexistencia de algo así como un “hecho folclórico” -la espectralidad de esas
sociedades tradicionales, puras y ancestrales-, pero sí sobre posibilidades ciertas
de imaginarlo y reificarlo,65 es decir, formando parte de un esencialismo
estratégico o una ficción teórica con contenidos conceptuales altamente volubles
y variables.
Volviendo a esta problemática relación de lo indígena y lo folclórico, la
disciplina definió sus contenidos al ser contrastada con otras áreas colindantes
ARETZ, I. 1980. Síntesis de la etnomúsica en América Latina. Caracas, Monte Ávila Editores.
P. 11.
64 PRAT FERRER, Op. cit., p. 280.
65 MENDÍVIL, Op. cit., p. 56.
63
40
de especialización, como la etnografía, la etnología y la antropología en general,
con su derivado estrictamente musical, dígase musicología comparada o
etnomusicología. Isabel Aretz, defensora de la identidad científica del folclor en
América Latina, arribó a una definición adecuada a la regularidad casuística del
continente y a las mentadas discriminaciones disciplinares. El folclor es una
ciencia en forma que se hace cargo de la “cultura no erudita del folk”, cuyos
orígenes se hallan en una o varias “tradiciones”, que participa de las grandes
instituciones -o sea, que es del interés de los Estados nacionales y de
organizaciones intergubernamentales, como las que la autora llegó a presidir-,
que cumple funciones importantísimas en la vida tanto individual y como colectiva
de las sociedades, y que se manifiesta en una enorme variedad de expresiones
tangibles e intangibles. En lo que atañe puntualmente a la música folclórica, acota
Aretz, ésta es de naturaleza tradicional, anónima y oral, y así es aprendida,
recreada y transmitida. Es, asimismo, patrimonio del “pueblo de nuestras
naciones civilizadas”, y por lo mismo debe ser identificada y clasificada sobre la
fijación de estrictas diferencias culturales, para que así -y sobre esto me gustaría
poner atención- su concepto pueda ajustarse a la experiencia europea de la
música folclórica: un patrimonio homogéneo, indiferenciado, fruto de un pueblo
en cuyo seno no persisten marcaciones étnicas importantes.66
Naturalmente, hay excepciones. Las investigaciones folclóricas en el Perú,
por ejemplo, comenzaron profesionalmente con los viajes y los registros del
matrimonio de Marguerite y Raoul D’Harcourt, en la década de 1920, quienes
destacaron no sólo como pioneros en la materia, si no como los principales
impulsores de la investigación en música andina. Quien inauguró la folclorística
en la Argentina, por su parte, el etnólogo Roberto Lehmann-Nitsche, a fines del
siglo XIX, destacó por su interés comparable por la cultura criolla y la cultura de
los indígenas de la pampa y la Patagonia. En Chile, Rodolfo Lenz, quien incorpora
66
ARETZ, Historia, p. 16 y 25.
41
la folclorística al país en los años 1890, desarrolló un imprescindible trabajo sobre
el habla chilena criolla y el mapudungun, apuntando, en último término, a la
constitución de una mirada etnológica sobre el pueblo mapuche; y, por último, el
destacado pintor, compositor y estudioso Carlos Isamitt, fundador de la
institucionalidad folclorística en la Universidad de Chile, quien vivió entre los
mapuche durante varios años en la década de 1930, y con cuyas investigaciones
colaboró importantemente con el nacionalismo musical chileno -componiendo
obras fundamentales para el catálogo del siglo XX- y redactó algunos de las
primeros trabajos sobre música mapuche.
En relación con posiciones más críticas o complementarias en el folclor de
mediados del siglo XX, los planteamientos de Fernando Ortiz, en Cuba, y de José
María Arguedas en el Perú, no sólo abordan críticamente el problema de la
diferencia étnica, sino que además plantean innovaciones teóricas que
parecieran superar, por así decirlo, la matriz folclórica. Fernando Ortiz, figura
señera en el folclor científico en Cuba, insistía en que antes que la diferencia
étnica, lo que condicionaba el carácter popular y tradicional de determinada
expresión era el hecho de pertenecer o estar en uso de los sectores sociales más
bajos, urbanos o rurales. Ortiz ostenta el aún raro mérito de poner en diálogo al
folclor, en su concepto hegemónico -rural, oral, mestizo-, con la cultura popular
en general, sosteniendo, además, que se trata de un ámbito cultural en
expansión, que terminaría por superar las barreras étnicas y clasistas y que,
debido a su naturaleza transitoria y dinámica, debía ser tratado teóricamente con
una actitud más heterodoxa. Su concepto de transculturación, cabe mencionar,
es tematizado y aplicado en su obra La africana de la música folklórica de Cuba,
de 1950, que contribuye, además, con la inclusión de los afrodescendiente dentro
del folclor cubano.
Por su parte, José María Arguedas, quien en la década del cincuenta ya
descollaba por instrumentalizar el folclor como una herramienta práctica de la
42
antropología, se propuso la tarea de superar una tendencia fortísima en la
disciplina, determinada por conceptos como el de aculturación o una matriz
desarrollista-evolucionista. Su trabajo se vuelca indistintamente al estudio de la
cultura de las comunidades andinas del Perú, y la regulación y documentación
del quehacer de los músicos serranos en la ciudad de Lima, dimensiones que es
capaz de asimilar teóricamente como encarnaciones de una misma cultura
andina, que además de diversa, es sumamente dinámica y adaptativa. En su
tránsito de la comunidad agraria a la barriada costeña, la cultura andina, lejos de
perder su identidad, la refuerza en la asimilación de lo moderno y en la recreación
urbana de las tradiciones de origen.67 El trabajo de Arguedas es especialmente
interesante por incorporar variables como la colonialidad, los regímenes de
propiedad y laborales que rigen el agro peruano, el desarrollo infraestructural del
país, y asumir, ulteriormente, que la cultura andina, de base indígena y sumida
en un constante proceso de cambio y mestizaje, representa la fase cultural más
importante de la nación.
La convivencia de tan distintas propuestas da cuenta del folclor como un
amplio campo de disputas teóricas -y políticas, ulteriormente- donde predomina
el hegemónico criterio criollo y mestizo. Con la identificación de esta idea de
folclor y el eventual origen europeo de la música folclórica, Isabel Aretz apunta a
la necesidad de distinguir lo auténtico y lo apropiado como principios teóricos de
esta ciencia. Desde esta perspectiva, lo indígena queda descartado en tanto folk
por representar los sectores más “atrasados” o “incivilizados” de las comunidades
nacionales. Salvando el ideologema de la diferencia cultural, Aretz asume que la
cultura indígena no puede ser abordada más que como el folclor del aborigen en
sí mismo, y que, por ende, sólo puede ser estudiado por el indígena y para su
propio y exclusivo provecho.68 Por otra parte, y en función del lore, Aretz asume
ARGUEDAS, J. M. 2012. Folklore del valle del Mantaro. En: Obras completas tomo VIII. Obra
antropológica y cultural 3. Lima, Editorial Horizonte. Pp. 15-236.
68 ARETZ, Historia, p. 25.
67
43
que la mestización de lo indígena puede integrar músicas y bailes aborígenes en
los distintos repertorios folclóricos que, sin embargo, han resultado de la actividad
de un mestizo prevaleciente, quien ha absorbido étnicamente al indio. La
centralidad del mestizaje en la exposición de la autora se comprende en la
preocupación particular suya, y general del folclor como práctica académica y
sector cultural, por integrar la cultura tradicional al desarrollo de la nación
moderna.69
1.4 La utilidad del folclor como ciencia
La marginación, hegemónica pero no absoluta -insisto-, de lo indígena y el
enaltecimiento del mestizo como sujeto folclórico predilecto genera, a su vez,
otros dilemas al interior de la disciplina. La mayoría de los problemas que
complican el uso de la categoría en América Latina, sentencia la folcloróloga
argentina Martha Blache, derivan de la ausencia de una concepción estable,
social y culturalmente, de “pueblo”, en este contexto, la entidad social que es
portadora del hecho folclórico, del lore. La autora ha identificado algunas de las
posiciones fundamentales al respecto. Destaca, sobre todas, la de aquellos
especialistas que asocian folk a un sector social específico, en la abrumadora
mayoría de los casos a comunidades campesinas homogéneas, pequeñas,
aisladas y autárquicas; aferradas a tradiciones ancestrales donde la familia juega
un rol protagónico; premunidas de una tecnología rústica, con una casi
imperceptible división del trabajo, condicionadas por una cosmovisión
hondamente religiosa y enmarcadas en economías de supervivencia,
desmonetarizadas. La autora, sin embargo, desestima esta concepción del folk
apuntando a que tal pureza o aislamiento de dichas comunidades no puede ser
efectiva bajo el avance de la modernización: no existe, pues, una sociedad ideal
69
ARETZ, Síntesis, p. 247.
44
que, en los tiempos presentes, no haya sido tocada por la cultura de masas y los
medios de transporte y comunicación.70
El problema ha sido tangencialmente tratado por algunos especialistas. En
relación al desenvolvimiento del folclor en Chile, el mentado Carlos Vega, quien
recorrió el centro y sur del país a inicios de la década de 1940, advirtió las
dificultades que enfrentaba la recopilación de música tradicional en un medio,
aunque rural, donde se hallaban presentes la radio y la victrola.71 Asimismo, Juan
Uribe Echeverría, quien a fines de la década siguiente se hallaba investigando
sobre los bailes chinos del Chile Central, ponderaba la genuinidad de las
tradiciones que podían encontrarse en localidades alejadas del ferrocarril, según
el autor, “[…] el gran enemigo del folklore auténtico”.72
A la luz de estos casos, la cuestión que aquí Martha Blache desmonta
teóricamente tiene que ver ya no con la diferencia étnica, ya zanjada, sino con la
diferencia social y territorial que emerge al momento de identificar al folk. En tal
sentido, puede agregarse, el folclor latinoamericano del siglo XX responde aún a
la matriz romántico-positivista de su antecedente europeo, al basarse en un valor
de autenticidad, puede pensarse, aún más relevante que el dispositivo científico
mismo. Del mismo modo, la categoría pone en movimiento una serie de binarismo
fundamentales para la definición del marco conceptual. Se trata, a saber, de la
oposición de lo popular y lo culto; de lo colectivo-anónimo y lo individual-autoral,
en el entendido de que la cultura opera como un acervo canónico de “obras”; de
lo empírico como algo opuesto a lo formal y lo sistemático. Asimismo, de lo
tradicional versus lo moderno, lo nuevo y lo cambiante; de lo regional-local en
oposición a lo universal-cosmopolita, o de lo artesanal o rústico, finalmente, como
lo contrario de lo científico y lo industrial. El derivado analítico de estas
BLACHE, M. 1983. El concepto de folklore en Hispanoamérica. Latin American Research
Review XVIII(3): 135-136.
71 VEGA, C. 1959. Música folklórica de Chile. Revista Musical Chilena 13(68): 4.
72 URIBE ECHEVARRÍA, J. 1958. Contrapunto de alféreces en la Provincia de Valparaíso.
Santiago, Ediciones de los Anales de la Universidad de Chile. P. 50.
70
45
oposiciones binarias describe modélicamente la cultura propia de los medios
rurales, la cultura de los campesinos, con lo cual, el paradigma aporta a la
constitución de un “modelo campesino del folclor”73 que se sustenta en una idea
del folk atemporal y armónica, situada lejos de la influencia letrada y urbana.
En consecuencia, la complexión étnica de una sociedad asigna un
determinado estatus cultural a aquel sector que conserva y practica tradiciones y
costumbres arcaicas, el lore, elemento que, al menos teóricamente, caracteriza
indistintamente a las sociedades “civilizadas” -criollas- y a las que no lo son indígenas-. Para el primer caso, la transmisión y conservación de tales
tradiciones y costumbres se da oralmente, a través de un proceso que brinda
forma y carácter a un acervo de prácticas, objetos y valores que han perdido o
están en trance de perder su uso social y, por ende, su vigencia como cultura
viva.74 El lore, el “saber” del pueblo campesino es, a fin de cuentas, un cúmulo
de remembranzas, antigüedades y sobrevivencias. Es el resultado, observado
desde una ancha perspectiva histórica y social, de la aclimatación de materiales
provenientes de Europa, la asimilación de lo negro y lo indígena, la maduración
de lo criollo. Pero, sobre todo, es el fruto de un concepto, fundado en el
evolucionismo decimonónico, según el cual el avance desde lo primitivo -inferiora lo civilizado -superior-, deja a medio camino, precisamente, a los campesinos.75
El lore es un tipo de patrimonio degradado, deteriorado, anacrónico, que
carece de valor de uso.76 Esta visión, refrendada principalmente por Carlos Vega,
supone que el folk es un conglomerado social que tiene la capacidad de asimilar
elementos ajenos -de origen europeo, por ejemplo, o consistentes en prácticas
aristocráticas que “han caído” al pueblo-, de conservarlos, de transmitirlos y que,
no obstante, carece de la facultad para transformarlos o actualizarlos. La
MARTÍN, Op. cit., p. 11.
MERINO DE ZELA, E. M. 1986. ¿Qué es el folklore? Pueblos y costumbres del Perú. Lima,
Secretaría de Educación y Cultura de la Municipalidad de Lima Metropolitana. P. 10.
75 PRAT FERRER, Op. cit., p. 281.
76 BLACHE, El concepto de folklore, p. 136.
73
74
46
aparente incapacidad de los sectores populares para adaptarse creativamente a
un mundo cambiante, según lo expuesto, refuerza la idea de una cultura
campesina arcaica que sólo puede circular al margen de los ámbitos oficiales de
generación de saberes, del espacio simbólico e institucional de las bellas artes,
de la producción destinada a los medios masivos y la industria cultural.77 Pero, al
mismo tiempo, esta aparente incapacidad brinda valor a la extraña
espontaneidad atribuida a la oralidad que no está presente, por ejemplo, en las
instituciones formativas y de esparcimiento de la vida moderna. En otras
palabras, siguiendo nuevamente a Blache, el folclor latinoamericano compensa
su desinterés teórico por las dinámicas de la transmisión y la conservación orales,
con una exaltación de las mismas en tanto que refugio para una cultura
alternativa o complementaria de lo moderno y lo cosmopolita.78
Algunos de estos contenidos están presentes en la definición de folclor
propuesta por Augusto Raúl Cortazar, una de las autoridades más importantes
en el Cono Sur. Considera que lo que llamamos folclórico es, en definitiva, un
gran proceso de transmisión de elementos culturales, en cuya transformación no
se ve comprometida la esencia última de estos objetos, esencia que es,
asimismo, el carácter o el alma del grupo social que sostiene dicho proceso.
Cortazar asume que el folclor no es otra cosa que “folclorización”, es decir, la
noción acuñada para nombrar este gran proceso a través del cual prácticamente
cualquier elemento de la cultura puede ser llenado con un contenido identitario y
esencial. En este sentido, folclorización equivale a “tradicionalización”, idea que
se vincula con el problema del uso o desuso de las costumbres y tradiciones
arcaicas. Para el autor, el folclor cumple con satisfacer ciertas necesidades de
índole biológica, económica o estéticas. Dicha satisfacción se orienta, finalmente,
a fortalecer el arraigo y la compenetración del folk, es decir, a brindarle una
identidad. El folclor es un sistema global, afirma Cortazar, diseñado y encarnado
77
78
MARTÍN, Op. cit., pp. 7-8.
BLACHE, Op. cit., p. 140.
47
tradicionalmente por el pueblo, que puede ser distinguido, al mismo tiempo,
dentro del ámbito de la sociedad civilizada contemporánea.79
Así, el folclor integra una clave interpersonal: la transmisión es directa, no
contempla
medios
tecnológicos
modernos
y
cumple
con
vincular
indisolublemente a las comunidades con sí mismas y su entorno. El folclor
científico debe encargarse de recoger esta información, dice Cortazar, y de
proyectar este cúmulo de saberes al conjunto de la sociedad civilizada y nacional.
Con lo anterior, el desahucio o la obsolescencia de la cultura campesina puede
adquirir un nuevo uso, una utilidad contemporánea que, de hecho, representa la
finalidad teleológica de la disciplina: el conocimiento de los sectores de la
población que, a ojos de los compatriotas urbanizados e ilustrados, son exóticos,
atrasados y rústicos. En un sentido hondamente romántico, Cortazar concibe al
folclor como la expresión parcial, nacional, de lo humano,80 pero desde un punto
de vista abiertamente utilitario.
El argumento es complementado, entre otros, por Mildred Merino de Zela,
folcloróloga peruana, para quien el folclor representa el interés de la comunidad,
sus aspiraciones, valores y objetivos, las directrices generales que norman su
comportamiento, ya no sólo el acervo de prácticas y objetos de la tradición rural.
Allí reside el interés por su estudio, afirma: en su potencial ciudadano. La
tradición, en el mismo sentido, constituye el elemento de cohesión del grupo, esa
es su función, la de garantizar la perennidad esencial de un pueblo. El folclor,
entonces, revela las particulares creencias, costumbres y modos de ser del grupo
en cuestión, es la condensación de su “filosofía” y de su estructura emocional.81
Es en este punto de la argumentación en que se entiende el particular carácter
institucional del folclor en América Latina. La espontaneidad del hecho folclórico,
CORTAZAR, A. R. 1949. Naturaleza de los fenómenos folklóricos. Revista Musical Chilena
5(35-36): 23-24.
80 CORTAZAR, Op. cit., pp. 24-25.
81 MERINO DE ZELA, Op. cit., pp. 10-11.
79
48
la autenticidad del folk y la funcionalidad del lore, son organizados de tal forma
que, a través del quehacer de investigadores e instituciones comprometidas, las
tradiciones rurales brinden determinados recursos de identificación colectiva, a
través, mayormente, de la exaltación patriótica. Este aspecto revela una
dimensión comparable: con la novedad de los medios modernos, disciplinares y
tecnológicos, el folclor se tradujo en una cruzada por el rescate, por la
conservación de lo efímero y lo crepuscular, gracias a medios técnicos contra los
que el folclor, al menos en espíritu, protestaba. Con lo anterior, vale la pena
considerar otra definición de folclor: un ámbito en donde se encuentra lo arcaico
y lo moderno para desarrollar vertientes académicas, formas sensibles e
imaginarios.
49
CAPÍTULO 2
EL FOLCLOR MUSICAL EN AMÉRICA LATINA
Según lo expuesto en el capítulo previo, el folclor constituye una compleja
trama conceptual, algunos de cuyos elementos más relevantes son las nociones
de “pueblo” y “cultura” -folk y lore, respectivamente-, cuyos contenidos, a su vez,
son variables y discutidos. Esta tesis, como ya adelanté, lo aborda desde una
perspectiva histórica y conceptual general, aunque en particular está dedicada a
los géneros y estilos musicales agrupados en torno a la categoría de “nueva
canción”, o a la más operativa -desde este punto de vista- de “Renovación
Folclórica”. Así, considero necesario ahondar en algunas ideas fundamentales
que, en su exposición, pueden ayudar a comprender mejor el desarrollo del folclor
como tal, de sus renovaciones en lo estrictamente musical, de sus implicaciones
estéticas, políticas y sociales, que lo instalan, ulteriormente, como un metagénero
crucial para el desarrollo histórico de la música popular latinoamericana y, del
mismo modo, como un capítulo particular de las relaciones entabladas entre
música y política.1
Es la modernidad la realidad histórica y el marco ideológico que rodea
todas estas cuestiones y problemas. Consiste, según los planteamientos de
Marshall Berman, más que nada en una experiencia universal, una vorágine de
Si por “política” nos referimos a las instancias convencionales de lo estatal, lo gubernamental y
lo partidístico, “lo político” refiere al modo en que la sociedad se constituye en relación con el
despliegue del poder. Es decir, lo político trasciende la sola esfera de lo convencional, según la
fórmula “todo es político”, por ejemplo. Se manifiesta que actitudes y acciones cotidianas, tanto
como maneras alternativas de ejercer el poder, que pueden provocar un efecto sobre la
estructuración y la concepción misma de lo social. MOUFFE, C. 2007. En torno a lo político.
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. 144 p.
1
50
promesas y expansiones, luchas y desintegraciones, de creación y destrucción,
de ambigüedad y angustia, de retrocesos y crecimientos. La experiencia de la
modernidad ha sido moldeada históricamente por fenómenos y procesos
concretos, como son la tecnificación de la vida, la aceleración de la historicidad,
la dispersión y masificación de la sociedad, la aparente perdida de un sentido
comunitario, etcétera. La “unidad de la desunión” que ha resultado ser la
experiencia de lo moderno, según Berman, ha estimulado la aparición en una
gran variedad de discursos culturales, llamados “modernismos” que son, a
grandes rasgos, propuestas más o menos deliberadas que aspiran a una mayor
y mejor asimilación de la modernidad como época de la historia, tanto en sus
aspectos objetivos como los existenciales, individuales o colectivos. Sus efectos,
a fin de cuentas, han transformado a los seres humanos simultáneamente en
sujetos y objetos de la modernidad, brindándoles, asimismo, herramientas de
concientización y emancipación, y a la par sometiéndolos a condiciones de
opresión y alienación. Los modernismos, articulaciones de este tipo de recursos
culturales, de este modo pretenden hacer frente a un mundo en constante
cambio, bajo relaciones productivas y de poder que reifican desproporciones
sociales, en la contradictoria y simultánea promesa y concreción parcial de
desarrollo e igualdad2.
Dicha promesa, anunciada por la modernidad metropolitana con toda su
“novedad radical”,3 arriba a inicios del siglo XIX a la América Latina, y comienza
a desenvolverse con la independencia y la apertura al influjo de las potencias del
Atlántico Norte. El Nuevo Mundo, de este modo, se vuelve un campo de nuevas
disputas donde diversos actores sociales negocian y pugnan por gozar de los
beneficios de la modernidad y sustraerse a sus efectos negativos. La
incompletitud de la modernidad latinoamericana –su incapacidad para reproducir
BERMAN, M. 2006. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad.
México, Siglo Veintiuno Editores. Pp.1-2.
3 KOSELLECK, R. 1993. Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos modernos.
Barcelona, Ediciones Paidós. P. 297.
2
51
totalmente el modelo septentrional-4 es el marco económico, político y cultural
para la formación de identidades sociales, en primera instancia, que habrían de
ser ordenadas según esta rearticulación del binomio dominación/subalternidad,
ahora bajo regímenes republicanos.
2.1 Nación, identidad y representación
Esta fase de la historia americana implica la superposición de
modernización y nacionalismo, experimentada en el continente hasta bien
entrado el siglo XX, ya fuera a través de proyectos promovidos por diversos
actores de la sociedad civil, o bien como el gran proceso de construcción de
aparatos estatales y de delimitación de fronteras políticas que se vino
desarrollando desde fines del siglo XVIII. Ahora, es precisamente a partir de dicho
siglo que la formación global de los Estados nacionales se vio fortalecida en gran
medida con el empoderamiento de las burguesías nacionales, las que, gracias a
los bloques hegemónicos que fueron capaces de configurar, condujeron
proyectos políticos de autodeterminación relativamente exitosos, tanto con el
derrocamiento del Antiguo Régimen europeo como con la independencia de las
antiguas colonias iberoamericanas.
Para el éxito del proyecto nacional y republicano, dichas burguesías
comprendieron que la construcción de una ciudadanía ad hoc requería de una
serie de estrategias, entre las que figura una poderosa apelación discursiva, que
apuntara tanto a un origen mítico como a un bienestar futuro y universal a la
comunidad encargada de solventar a dicho Estado. La doble dialéctica histórica
-de pasado y presente- y sociopolítica -de clases dirigentes y clases dirigidasencierra la promesa de un bienestar social solventado en la existencia de un
aparato estatal que, entre otras funciones, se encarga de regular las dinámicas
4
LARRAÍN, J. 1994. La identidad latinoamericana. Teoría e historia. Estudios Públicos 55: 57-58.
52
locales del capitalismo.5 Es así cómo, etimológicamente hablando, “nación” en
castellano moderno deriva de los equivalentes latinos de “nacer” y “nacimiento” nascere, natio-, fruto de un reacomodo conceptual de sus usos medievales, para,
en lo sucesivo, denominar los lazos primordiales, étnicos, que configuran una
unidad cultural específica.
La nación puede ser entendida -transitivamente, está claro- como un
discurso articulado para el agrupamiento de los individuos que componen una
sociedad, en una “comunidad política imaginada”, según la definición de Benedict
Anderson,6 agrupamiento que, en el mejor de los casos, aspira a algún tipo de
institucionalidad, y cuyos contenidos históricamente han variado. El nacionalismo
clásico baraja tanto cuestiones operativas o empíricas -la mutación de una nación
en un Estado-nación- como aquellas más ideales o esencialistas -la nación como
una entidad espiritual-, de modo que una de aquellas puede ser analizada
partiendo por el vínculo de población y territorio que, en este caso, es similar al
modo en que una persona está vinculada a un cuerpo. Nación y territorio se
pertenecen uno al otro, es ese el punto, y ese mismo sentido biológico se repite
en la consideración de la primera como una gran estructura de parentesco, una
especie de enorme familia extendida y entramada por estirpe y lazos de
solidaridad. Con lo anterior, los connacionales tienen consciencia de quiénes son,
de sus orígenes y de cómo ha devenido su historia, convenciones y
comprensiones todas que aseguran una sólida cohesión colectiva. Desde esta
óptica, la nación es una comunidad esencial e instintiva, volitiva, además, en su
deseo de vivir unida y diferenciada de otras, sabiendo a cabalidad cuáles son sus
miembros y reconociendo asimismo la otredad.
SEYDEL, U. 2009. Nación. En: SZURMUK, M. y IRWIN, R. (Eds.). Diccionario de Estudios
Culturales Latinoamericanos. México, Siglo XXI Editores. P. 190.
6 ANDERSON, B. 1993. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del
nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica. P. 23.
5
53
El nacionalismo clásico describe la nación tanto desde un paradigma
natural u ontológico -la personalidad colectiva adjunta a un cuerpo colectivo, que
a su vez controla un territorio en el que tiene su arraigo y opera como sobre una
red de parentescos- como desde un paradigma cultural -como una unidad de
contenidos, lingüística y emocionalmente homogénea, un conglomerado social
fácilmente distinguible y conscientemente solidario, con su conveniente repertorio
simbólico-. Con todo lo anterior, una nación existe gracias a preexistencias
históricas, una determinada territorialidad, o su diáspora, una cierta coherencia
cultural, pero sobre todo gracias a una “comunidad de intereses”7 que permite la
proyección de la colectividad al futuro. La clave conceptual de este entramado es
el de identidad, que permite designar el alto grado de autoconciencia, cuyo
carácter es al menos en primera instancia, constructivo, 8 y que activa una
definición del “nosotros” en relación con un “ellos”.9
El nacionalismo clásico, dado el caso, debe dejar paso a una
consideración
constructivista
que
permita
abordar
la
nación
en
el
desentrañamiento de sus componentes históricas e ideológicas. Es desde esta
óptica que, antes que operar como un instrumento de gobierno -que es,
finalmente, la aspiración última del nacionalismo paradigmático-, la nación es
ante todo un sistema de significación y representación de la vida social. En otras
palabras, la nación es antes una entidad cultural que un dispositivo político, como
expuse en el capítulo anterior, y es esta, precisamente, una de las ideas que
estimula la formación del concepto de Volkskunde. En su fase preestatal, por así
decirlo, un proceso nacionalista se expresa en la transmisión de sus discursos
RENAN, E. 2000. ¿Qué es una nación? En: FERNÁNDEZ BRAVO, A. (Ed.). La invención de la
nación. Lecturas de la identidad de Herder a Homi Bhabha. Buenos Aires, Ediciones Manantial.
P. 64.
8 PAREKH, B. 2000. El etnocentrismo del discurso nacionalista. En: FERNÁNDEZ BRAVO, A.
(Ed.). La invención de la nación. Lecturas de la identidad de Herder a Homi Bhabha. Buenos
Aires, Ediciones Manantial. P. 100.
9 GRIMSON, A. 2012. Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad. Buenos
Aires, Siglo Veintiuno Editores. P. 71.
7
54
totalizantes, en el montaje de su historicidad y su imaginario, en generar una
cultura pública y hacer visible una relativa voluntad de poder -la futura razón de
Estado-, precisamente para destacar las características diferenciadoras de una
nación y, ulteriormente, contrarrestar la naturaleza inestable y transitiva de las
identidades y de los procesos de identificación10.
La cuestión, como adelanté, tiene en el concepto de identidad una de sus
bases teóricas centrales. Su concepción culturalista la asocia con una serie de
representaciones que, en último término, permiten a la individualidad constituirse
en una colectividad concreta, de un modo interpersonal, intercomunicativo e
histórico11, al alero de determinados procesos sociales, políticos, económicos y
culturales. La identidad se traduce empíricamente en estrategias de identificación
a través de las cuales se busca persuadir a la potencial comunidad de la bondad,
naturalidad y necesidad de constituirse, definiéndose asimismo en relación con
una otredad. Esto, pues todo proceso de identificación es, simultáneamente, un
proceso de diferenciación e individuación. Una definición apropiada de identidad,
por ende, debería reconocer el sentido de distancia/cercanía que determina su
devenir, lo que puede expresarse tanto social –“nosotros” distintos de “otros”como territorialmente –“nosotros aquí” distintos de “otros allá”-. Este es uno de
los aspectos centrales para la construcción del sentido común asociado a las
identidades colectivas.
Uno de los aspectos más problemáticos para el concepto en cuestión tiene
que ver justamente con la diferencia y la heterogeneidad, discontinuidades que
suponen un desafío para las representaciones resultantes de los distintos
procesos de identificación. A propósito, Stuart Hall propone su concepto de
identidad enfatizando la historicidad de las identidades modernas, sindicándolas
como un fenómeno social que tiende, precisamente, a la fragmentación. La
SEYDEL, Op. cit., p. 190.
ROJO, G. 2006. Globalización e identidades nacionales y postnacionales... ¿de qué estamos
hablando? Santiago, LOM Ediciones. Pp. 34-35.
10
11
55
fragmentariedad de la identidad es, de hecho, un asunto teórico que antecedente
al problema de la heterogeneidad. Los planteamientos de Hall se dan sobre el
entendido de que la modernidad es, a grandes rasgos, la suma procesal de las
discontinuidades y fragmentaciones que han dado forma a la subjetividad
contemporánea, sobre la base material de las profundas transformaciones que
ha experimentado el mundo desde, al menos, el despegue de procesos como la
Revolución Industrial, y sobre las tradiciones intelectuales de Occidente digamos, desde René Descartes en adelante-. La más relevante de dichas
transformaciones es la que paulatinamente fue apartando las formas de vida
modernas de las formas de vida tradicionales, experiencia de la que se hace
cargo el concepto de folclor. Como sea, Stuart Hall sostiene que la experiencia
individual y colectiva de los sujetos modernos ha venido cruzando, desde
entonces, por un cuestionamiento extremo y constante de los “paisajes
culturales” que son conformados en el entrecruzamiento de variables como clase,
género, sexualidad, etnicidad, raza o nacionalidad. Dichas variables o nociones,
por sí mismas y entramadas, cumplen con la función de brindarnos posiciones
estables al interior de distintos contextos sociales, y al ir transformándose hacen
lo propio con nuestras identidades personales, alterando el sentido mismo del
nosotros como “sujetos integrados”. La fragmentación de la que habla Hall
consiste someramente en la pérdida de un sentido de unicidad -individual y
colectiva- según el avance de la modernización, cuya historia no ha hecho más
confirmar esta imagen del sujeto moderno como dislocado y descentrado.12
Las identidades, finalmente, hacen las veces de un puente entre el yo
exterior y el yo interior, entre los ámbitos personales y públicos, y, por lo mismo,
puede ser representada como una suerte de sutura que ha sido punteada para
asegurar la unión -motivada, obviamente- de sujetos y estructuras.13 Una de los
HALL, S. 2014. La cuestión de la identidad cultural. En: RESTREPO, E., VICH, V. y WALSH,
C. (Eds.). Stuart Hall. Sin garantías. Trayectorias y problemáticas en estudios culturales.
Popayán, Editorial Universitaria del Cauca / Editorial Envión. Pp. 364 y 367.
13 HALL, Op. cit., p. 365.
12
56
atributos fundamentales de la misma, por ende, es su capacidad relativa para
solventar y estabilizar una determinada configuración cultural como coherente y
hegemónica, en relación a las estructuras sociales, políticas y económicas. Es
así como toda identidad colectiva debe lidiar con la heterogeneidad y la diferencia
social, tanto al interior del colectivo -en relación con las particularidades de cada
uno de los individuos y sectores de interés- como en el exterior, es decir, en
relación a una potencial pluralidad de identidades colectivas de algún modo
relacionadas.
Sobre este punto, el antropólogo argentino Alejandro Grimson atribuye una
importancia central a las “espacialidades simbólicas” que enmarcan, sea el caso,
la definición y viabilidad de determinada identidad nacional. Su exposición se
sostiene sobre el principio de que, dentro de un grupo social con un alto sentido
de pertenencia, no necesariamente existe la homogeneidad cultural invocada,
paradojalmente, por el nacionalismo. Una nación, en otras palabras,
regularmente se constituye en oposición a su propia diferencia interna. En este
sentido, plantea Grimson, una revisión crítica de las identidades culturales
necesita centrar su atención en las categorías de pertenencia en juego, tanto
como en las tramas de prácticas y significados en acción. Esto supone que las
prácticas idiosincrática y semióticamente densas que, por ejemplo, son exaltadas
por el folclor desde el siglo XIX -prácticas que vuelven a los connacionales más
patriotas, según esta lógica-, no revelan necesariamente los sentidos de
pertenencia reales de quienes las practican. Para explicarlo, Grimson propone el
siguiente ejemplo: preparar y comer carne asada, disfrutar del tango o utilizar el
vocativo “che” no son nunca índices absolutos de argentinidad o porteñidad, 14
pues existen muchas otras formas de vivir y encarnar identidades argentinas y
porteñas. De ahí, lo expresa el autor, el carácter inestable y transitivo de las
identidades culturales.
14
GRIMSON, Op. cit., pp. 136-139.
57
Retornando al concepto de nación, esta opera como un dispositivo de
formación social que no sólo se enfoca en lo identitario, sino que tiende a
transformar, asimismo, lo territorial, adquiriendo una dimensión geopolítica que
favorece tanto la constitución de un imaginario nacionalista como la
institucionalización de la comunidad imaginada en una entidad política. Esto,
porque la población que ocupa determinado territorio no sólo comparte con él una
esencia que determina fundamentalmente su idiosincrasia: el hecho de que
habite ese territorio, de sea uno con ese territorio, justifica la jurisdicción propia
de las instituciones de las que emana la ley, el alma del Estado. Es decir, el
territorio constituye la base material que separa y diferencia, empírica y
simbólicamente, una nación de otra. Así vamos completando un concepto denso
y operativo de identidad nacional: el requerimiento insoslayable de fijar referentes
estables y duraderos por sobre la desigualdad social, la heterogeneidad cultural
y la multiplicidad de identidades que se hallan al interior de un conglomerado
social disperso en un espacio que, de este modo, termina por constituir, además,
un determinado territorio.
La primera fase de construcción nacion0061l latinoamericana, inaugurada
en la emancipación de las antiguas colonias, fue un proceso en el que las
identidades nacionales se definieron en relación con la heterogeneidad y la
diferencia. La historia de las jóvenes repúblicas se caracterizó por tratar
hegemónicamente las particularidades y diferencias culturales al interior del
territorio nacional, como atavismos que conspiraba contra la tan ansiada
modernización y contra una imagen de sí, aristocrática, civilizada y
eurocentrada.15 Esto explicaría que el liberalismo decimonónico se haya
desenvuelto, en dicho sentido, tanto en una política de aniquilación, marginación
y asimilación forzada de las clases racializadas o étnicamente marcadas, como
WALLERSTEIN, I. 2001. El eurocentrismo y sus avatares: los dilemas de las ciencias sociales.
Revista de Sociología 15: 30-31.
15
58
en empresas de colonización con población europea inmigrada.16 De este modo,
la diferencia así entendida se presentaba como una desventaja para superar los
desafíos que la modernidad imponía al continente americano. Pero, por su parte,
la siguiente fase modernizadora, ya iniciando el siglo XX, y que indudablemente
venía a consolidar la construcción de los Estados nacionales, integraría, por su
parte, una serie de transformaciones estructurales que ponían en crisis la
configuración identitaria anterior.
La nueva época, dicho de otro modo, entrañaba una amenaza a la
pretendida coherencia identitaria, pero, en términos prácticos, desembocaría en
una revaloración y refuncionalización programática de la diferencia y la
marcación étnica. Procesos como la modernización socialmente transversal de
la vida cotidiana, y la cosmopolitización de la cultura popular, que comienzan a
darse durante el primer tercio del nuevo siglo, perpetrarían una suerte de
borramiento de aquellos rasgos únicos y característicos de las comunidades
regionales y nacionales, para homologar la idiosincrasia y las prácticas culturales
a una suerte de rasero internacional que desnaturalizaría, a la larga, el lugar que
ocupaba América Latina en el Occidente. Los regímenes políticos que se hicieron
cargo de la transición del régimen liberal-oligárquico al régimen nacional y
popular desarrollista, comprendieron la necesidad de superar o complementar el
imaginario eurocentrado decimonónico, e integrar la diferencia social y la
homogeneidad cultural presentes en los territorios nacionales. Desde esta
perspectiva, se levantaría un nuevo consenso en donde destacaba la proyección
de distintas y nuevas identidades nacionales, montadas sobre nuevas maneras
de
representar
la
cultura
popular,
desde
posiciones
nacionalistas,
antiimperialistas y antioligárquicas.
SOLÓRZANO-THOMPSON, N. y RIVERA-GARZA, C. 2009. Identidad. En: SZURMUK, M. y
IRWIN, R. (Eds.). Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos. México, Siglo XXI
Editores. P. 142.
16
59
Precisamente, el pacto social que se instalaba bajo los mencionados
gobiernos se sostenía en el apoyo brindado por los sectores populares con el fin
de lograr el fortalecimiento de la economía en su proceso de industrialización,
guiada por un modelo de desarrollo hacia adentro, y la transformación de una
institucionalidad política en base a los nuevos intereses nacionales.17 En una
perspectiva general, siguiendo lo planteado por el postcolonialista indio Partha
Chatterjee, lo que aquí está siendo analizado es una experiencia nacionalista
periférica, caracterizada por lo que él llama un “gesto oriental”, 18 que es, en
definitiva, la adopción del programa civilizatorio de Occidente por parte de un
Estado no central, para ser realizado junto con la preservación de las
peculiaridades autóctonas locales. Esta actitud “oriental” no acepta el modelo
modernizador central -blanco, cristiano, europeo y ecuménico- como cosa dada,
sino que emprende su adaptación para lograr integrar las raíces culturales de la
nación a una modernidad de nuevo tipo. Con esto, lo que anteriormente pudo ser
asumido como una serie de atavismos que conspiraban contra la realización del
progreso, ahora puede ser valorado como la materia prima de una identidad
colectiva crucial para la realización del proyecto nacionalista y modernizador.
La lógica interna de este modelo de análisis permite ver cómo los
regímenes nacional-populares latinoamericanos, con actitud ambigua, describen
una trayectoria en donde la identidad nacional se vislumbra como un capítulo
fundamental en la historia cultural de sus sociedades. Dicha ambigüedad se
manifiesta en una tensión de atracción y repulsión respecto a las tendencias
principales de la modernización -la norteamericana por sobre la europea
occidental- e internamente, asimismo. Es decir, en relación a la heterogeneidad
representada por las comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes,
LARRAÍN, J. 1997. La trayectoria latinoamericana a la modernidad. Estudios Públicos 66: 320321.
18 CHATTERJEE, P. 2000. El nacionalismo como problema en la historia de las ideas políticas.
En: FERNÁNDEZ BRAVO, A. (Ed.). La invención de la nación. Lecturas de la identidad de Herder
a Homi Bhabha. Buenos Aires, Ediciones Manantial. Pp. 124-125.
17
60
las culturas de las sociedades latinoamericanas mostraban una inquietud y una
ansiedad muy marcadas. Si bien las nuevas identidades nacionales lograron
desplazar la antigua oficialidad cultural, que negaba un lugar a dicha diferencia,
las ideologías nacionales del mestizaje tendieron a una aceptación gradual,
mediada y conflictuada de lo heterogéneo. El folclor, precisamente, fue uno de
los dispositivos orientados a refuncionalizar la heterogeneidad y la diferencia. En
una fase de ajuste y perfeccionamiento del capitalismo regional, la disciplina, en
la multiplicidad de sus aplicaciones, se ofreció como un recurso para la
preservación cultural de las sociedades tradicionales, las que, otrora vistas como
un resabio del pasado colonial y un enclave interno del subdesarrollo, suponían
ahora el reservorio simbólico de los distintos procesos de identificación
nacionalista.
Volviendo a Chattarjee, dicho gesto oriental responde, no obstante, a una
cultura “alta” u “oficial” -modernizadora, local, cosmopolita, dominante y activacuya formación es realizada a partir de una selección de determinados elementos
identitarios, que son el resultado, a su vez, de una homogeneización previa del
campo cultural que ha afectado, obviamente, el lugar y la significación de las
culturas tradicionales.19 Para el postcolonialista, ante un panorama de este tipo
surge el supuesto teórico de que, en toda representación cultural enmarcada en
fases modernizadoras no-occidentales, se imponen fines y proyectos políticos
puntuales, determinados por las manifestaciones y dinámicas culturales de lo
local en paralelo a la asimilación de los parámetros metropolitanos o
eurocentrados. En tal sentido, es útil apuntar a lo planteado por la intelectual india
Gayatri Chakravorty Spivak, quien, a través del prisma del subalternismo, sitúa
este problema en relación a la doble acepción de representación: el “hablar a
favor de/en vez de”, y aquellas enunciaciones relativas a una “re-presentación”,
19
CHATTERJEE, Ibid., p. 128.
61
a la escenificación de algo que puede estar o no estar presente.20 Spivak coopera
con dar a entender el problema de la representación como uno que es
simultáneamente político y cultural, es decir, que se expresa tanto como la
agencia de determinados poderes particulares, que se arrogan una delegación
de la soberanía popular -como en el caso de la democracia representativa, sin ir
más lejos, o en el de gobiernos del tipo populista-, y que se manifiesta, asimismo,
como el levantamiento de determinadas “imágenes” o encarnaciones simbólicas
de la identidad hegemónica, por así decirlo, que cumplen con la tarea de apelar
a la unidad de determinados cuerpos sociales.
Asumiendo esta doble acepción, podrá sostenerse que procesos de
identificación como los descritos constituyen constelaciones culturales que conviniendo en que la cultura es siempre intrínsecamente política- adquieren un
carácter político especial: no garantizan, por ejemplo, la participación de todos
los sectores sociales de la esfera ciudadana, pero sí garantizan su presencia
como manifestaciones esencializadas de la nacionalidad. Siguiendo esta línea,
la gran experiencia latinoamericana del siglo XX puede ser entendida, también,
como la articulación de nuevas estrategias de representación que buscaron
establecer alianzas entre distintos sectores sociales, para un eventual desarrollo
económico fundado en la paz social y la gobernabilidad. En buena parte de los
casos nacionales, se le ha dado el nombre de desarrollismo al gran marco
estructural de mediados del siglo pasado que se caracterizó por promover la
instalación de un Estado de compromiso -un pacto social que aunaba los
intereses de capital y trabajo- como su garantía sociopolítica, junto con una
planificación estatal relativa de la economía, expresadas comúnmente en el
modelo de Industrialización para la Sustitución de Importaciones -ISI-. El
panorama regional que acoge dicho modelo respondió a una desconexión entre
SPIVAK, G. C. 2003 ¿Puede hablar el subalterno? Revista Colombiana de Antropología 39:
308. Recordemos que Spivak remite su digresión a dos verbos presentes en el alemán moderno,
que expresan su noción crítica de representación: vertreten y darstellen. Lo anterior, a propósito
de su lectura de El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), por Karl Marx.
20
62
el mercado metropolitano y América Latina, a causa del estallido de las Primera
y Segunda Guerras Mundiales, que resultó en una crisis económica y en la
consecuente obligatoriedad de fortalecer el mercado interno por medio de la
industrialización. El desarrollismo, por ende, enmarca un orden hegemónico en
donde los instrumentos de mando y legitimidad estaban dados por la
concentración de poder y recursos en los sectores altos de la sociedad, bajo el
orden liberal-oligárquico, dando paso en los años 1930 a un nuevo modelo para
el cual el Estado se levantaba como el único agente capaz de brindar orden y
bienestar a la nación.
2.2 Hegemonía y tradición
La implementación del modelo desarrollista implicó una mayor presencia
del Estado en la vida pública, y supuso, al mismo tiempo, una mejora relativa en
las condiciones de vida de los sectores populares, y en las relaciones y conflictos
entre las distintas clases. Esto, sin embargo, no satisfacía totalmente el deseo de
extensos sectores, quienes pugnaban por un mayor reconocimiento político y una
mejor participación en la distribución nacional de la riqueza. Pugnaban,
ulteriormente, por el cumplimiento de la promesa fundamental entrañada por el
discurso político oficial: la elevación del nivel de vida y del estatus ciudadano,
contemplado
como
una
consecuencia
de
los
cambios
estructurales
implementados. El problema, finalmente, consistió en que este modelo de
desarrollo, a la vez que derribaba una serie de barreras sociales, levantaba otras
nuevas, volviendo también visibles condiciones estructurales de inequidad que
se arrastraban desde la época colonial, y que tenderían a eclosionar, a nivel
continental, entre las décadas de 1960 y 1970.
La cuestión redunda, en un sentido más general y, sobre todo más
abstracto, en la configuración histórica que dio forma a las relaciones sociales y
de poder experimentadas bajo dicho régimen de desarrollo. Estructuralmente
63
hablando, la transición entre modelos de desarrollo llevó aparejada una gran
transformación de los actores sociales, de la organización de la economía, de las
correlaciones políticas, y de los valores, prácticas y símbolos relativos a la cultura.
Precisamente, el concepto de hegemonía permite escudriñar procesos históricos
de este tipo, dándoles a la cultura un papel protagónico. El intelectual y militante
comunista italiano Antonio Gramsci la definió destacando la ventaja que ofrece:
la de vincular los elementos estructurales, objetivos, con aquellos de índole
subjetiva. Más claramente, Gramsci centra su interés analítico en la
comprobación de una “concepción de mundo” subyacente a toda dinámica social,
gestada en la experiencia histórica colectiva, y orientada hacia su proyección
política en el espacio público.21
En términos operativos, apunta Raymond Williams, el concepto de
hegemonía traza una descripción del poder ejercido por las fuerzas políticas, en
alianza con las fuerzas sociales y culturales, en el contexto de una sociedad
organizada en clases. Inserto en una trama teórica densa, por ende, el concepto
en cuestión engloba a los de cultura, cuya definición puntual es la de proceso
social total en donde sociedades e individuos configuran sus existencias, y de
ideología, que consiste, a grandes rasgos, en el sistema de significados y valores
que expresan un particular interés de clase.22 De esta manera, la noción de
cultura aquí trasciende largamente el sólo ámbito de producción, distribución y
consumo de formas sensibles y simbólicas. Con el aval del concepto de
hegemonía, la cultura puede concebirse como proceso englobante de todos los
aspectos de la existencia social, constituyendo un amplio espacio de acción en
el que se desenvuelven las dinámicas del poder propiciadas por divisiones de
clase, por diversos regímenes económicos, órdenes políticos, por aspectos
GRAMSCI, A. 2004. La formación de los intelectuales. En: Antología. Buenos Aires, Siglo
Veintiuno Editores. P. 392.
22 WILLIAMS, R. 2000. Marxismo y Literatura. Barcelona, Ediciones Península. P. 129.
21
64
experienciales como deseos, proyectos, configuraciones emocionales, valores,
prácticas, o repertorios simbólicos e identitarios.
En tal sentido, hegemonía -el gobierno por el consenso- y dominación –el
ejercicio del poder efectivo, o sea, de la facticidad o de la violencia físicaconforman una díada conceptual que ilumina el funcionamiento de dinámicas
sociales de este tipo. Para las sociedades contemporáneas, Gramsci ofrece un
esquema analítico basado en esta tensión de dominación y hegemonía, donde,
además, una “sociedad civil”, representativa del ámbito y de los intereses
privados, se desenvuelve en constante tensión con un aparato estatal -sociedad
política o Estado, diría el autor- cuya operatividad pone en acción la función
hegemónica. La producción de subjetividad, en consecuencia, más que
expresarse en identidades sociales esenciales o fijas, se va constituyendo y
transformando en función de relaciones de poder que fijan identidades
específicas, entre grupos que ejercen las funciones dominantes, y sectores que,
bajo aquellas, ocupan roles subalternos o ejercen funciones derechamente
contrahegemónicas.23
La gestión de las funciones subalternizantes requeridas por las clases
dominantes, se manifiestan a través de la producción y reproducción del prestigio
social y de confianza en los sectores aristocráticos, para la instalación de un
“consenso” social. En caso de disenso, la función legal y disciplinante que la fase
coercitiva del Estado dispone para aquellos sectores de la sociedad civil que no
dan su consentimiento, una serie de dispositivos legales y coercitivos que
aplican, eventualmente, algún tipo de disciplinamiento. Lo anterior, dando por
descontada la constante prevención del ejercicio de la violencia, lo que hace que
las relaciones básicas entre sectores sociales, regularmente, se expresen en
instancias y estrategias de disputa y negociación. Este consenso podría ser
confundido con ideología, concepto que se expresa como discursos activos
23
GRAMSCI, Op. cit., pp. 394-395.
65
desarrollados por las capas dominantes -para su propio beneficio-, que indica a
las restantes que la estructuración global de la realidad no sólo es buena, sino
que, además, es necesaria por ser la única posible.
Pero, antes bien, y teniendo en cuenta la subjetividad constitutiva de lo
hegemónico, dicho consenso nunca es estable. Éste se sostiene procesualmente
en constantes movimientos de negociación y negación, respondiendo a
voluntades políticas y orientaciones “espirituales”, por decirlo así, propias, cada
una, de los sectores que componen una sociedad específica. Con tal de
perpetuar un determinado statu quo, el sistema hegemónico dispone de una serie
de funciones que han sido previstas, teóricamente, por la crítica. Dentro de dichas
funciones se halla la de reproducción, ejercida según la voluntad de los sectores
dominantes para asegurar la continuidad de sus instituciones políticas, de sus
regímenes jurídicos y de sus flujos económicos. Si lo hegemónico puede
definirse, asimismo, como las acciones concretas de la persuasión en torno al
orden social y su naturalización, en relación con las aseveraciones previas, dicha
orientación teórica indica que cada proceso político será, al mismo tiempo, una
lucha por el sentido ulterior de lo social que se desenvuelve en el plano cultural.
Es decir, la reproducción, como función hegemónica tanto de lo institucional
como de los contenidos simbólicos, sensibles e ideológicos, se halla orientada a
la perpetuación de esta o aquella configuración social, en ámbitos tan concretos
como la educación convencional o las tradiciones. Lo tradicional, desde dicha
perspectiva, es un elemento hegemónico crucial porque fija, en términos de la
representación historiográfica y artística, entre otras, la preexistencia en un
pasado ontológicamente idéntico a un presente, al que brinda respaldo y
legitimación.
En otras palabras, con la tradición, la hegemonía logra instalar una
continuidad
predispuesta
que
erige
un
pasado
significativo
para
la
contemporaneidad. Una de las funciones que ha cumplido el folclor ha sido
66
justamente la de orientar el acervo cultural de las sociedades tradicionales hacia
la constitución de un tradicionalismo que, en buena parte de los casos, busca
fortalecer determinadas identidades locales, regionales y nacionales. La noción
básica que subyace a la experiencia histórica del folclor, en tanto que disciplina
científica y prácticas culturales, es, en efecto, la de continuidad, en este sentido,
siendo la tradición uno de sus valores más preclaros y, por supuesto, su principio
operativo. Etimológicamente hablando, la raíz latina de “tradición”, tradere, ilustra
dicha acepción aludiendo a la idea de “transmisión” en tanto que encadenamiento
semiótico -asociación significativa constante- pero en un punto específico: la
movilización de una experiencia histórica peculiar que vincula un pasado
ancestral con el presente, unidos por una misma entidad emocional. La idea es
expuesta por Carlos Vega, el afamado folclorólogo argentino, quien plantea que
“la tradición” consiste en la “transmisión de cosas culturales” de una generación
a la siguiente, y sucesivamente, dando forma a un proceso que vuelve
“tradicionales” los objetos que moviliza,24 en un circuito tautológico que homologa
la dinámica a sus elementos. Con la convicción de que toda cultura es
eminentemente tradicional -que toda cultura, en tanto que proceso social global,
se arroga las funciones propias de su reproducción y continuidad-, y dado el
quiebre provocado, además, por la modernización dieciochesca, se entiende a la
luz del folclor que existen culturas “tradicionales” en un sentido superlativo,
puntualmente aquellas que sobreviven bajo un régimen tradicional -es decir, no
moderno-, sujeto a la perpetuación de lo arcaico, y ajeno, sobre todo, a los
cambios efectuados por la modernidad y sus procesos materiales.
Carlos Vega hace hincapié en la plataforma emocional que soporta esta
dinámica. Algo de primera importancia para la tradición es el afecto que los
hombres depositan en los bienes culturales, afecto que el argentino defiende en
tanto que atributo que el romanticismo europeo ha dejado como una preciosa
VEGA, C. 1988. Apuntes para la historia del movimiento tradicionalista argentino. Buenos Aires,
Instituto Nacional de Musicología ‘Carlos Vega’. P. 7.
24
67
herencia al concepto americano de folclor. Esta sensibilidad tiene su mejor
expresión en la “exaltación” que los tradicionalistas hacen de aquellos objetos,
que el folclorólogo ha interpretado bajo el modelo de la reacción romántica, en
ese entonces, al extremo racionalismo de la Ilustración, por ejemplo, o al de otras
corrientes artísticas contemporáneas, como el clasicismo. Para Vega, lo
importante aquí no consiste en hacer ver en el folclor una época y un concepto
de la historia cultural que se ha encargado de elaborar objetos y estrategias para
solventar esta mirada: consiste, antes bien, en aclarar que el folclor es un
producto de “el tradicionalismo”, una tendencia o movimiento artístico e
intelectual, de base romántica, que definió sus perfiles y contenidos básicos. Con
todo lo anterior, el tradicionalismo defendido por Vega descansa sobre dos
rasgos estructurantes. El primero consiste en esa alerta constante ante el peligro
de extinción que amenaza a los objetos afectivos, amenaza representada por
“tendencias opuestas” a la vida tradicional que han resultado de la
modernización. El segundo elemento es la devoción con la que el tradicionalismo
exalta los contextos geoculturales en que se desenvuelve originalmente la
tradición, devoción que, en tal sentido, colabora con esa asimilación que se da
en el folclor, por lo común, de tradicionalismo y patriotismo o nacionalismo.
Específicamente, este segundo elemento redunda en la ponderación de estas
sobrevivencias de lo tradicional como los elementos que constituyen, de la mano
del tradicionalismo, un modelo de virtudes que debe ser exaltado como el mejor
para la comunidad nacional.25
Vega presta atención a un pasado que lucha por sobrevivir por medio de
determinadas antigüedades materiales y prácticas. Estos objetos en sí mismos,
como si se tratara de recipientes, conservan un pasado que representa valores y
comportamientos de gran importancia dado su alto potencial identificador, en un
contexto, recordemos, de cosmopolitización de la vida. Estos objetos, al ser
25
VEGA, Ibid., pp. 7-10.
68
representados en su conjunto, establecen una suerte de alegoría identitaria y, al
mismo tiempo, esencialista, que traza los aspectos fundamentales de una
identidad cultural, que integra los elementos aparentemente inamovibles del ser
regional o nacional. Desde una posición principalmente emocional, los
planteamientos de Vega tienden a valor aquel pasado encarnado por las
tradiciones en su estado decadente, sobreviviente, como un testimonio vivo de
una naturaleza caduca en tiempos de aceleración y cambios. A la vez, dichas
tradiciones son representativas de un mundo que, no obstante, paulatinamente
adquiere un aspecto espectral, encierra un saber comunitario para la
conformación de una identidad social robusta, respondiendo aparentemente a un
substrato emocional desinteresado.
Lo planteado por Vega permite entender la cuestión valórica y sentimental
tras las iniciativas tradicionalistas en general y el folclor en particular. Ahora, y en
función del concepto de hegemonía, vale la pena revisar qué plantea la teoría
culturalista en relación con la tradición como función hegemónica. En tal línea,
Raymond Williams justamente llama “reproducción en acción” a la tradición. La
describe como “[…] un proceso de continuidad deliberada […] una selección y
reselección de aquellos elementos significativos del pasado, recibidos y
recuperados, que representan no una continuidad necesaria sino ‘deseada’”,
cuyo deseo está determinado directamente por las distintas posiciones sociales
y políticas contingentes, funcional, asimismo, al prestigio y la operatividad de la
educación y de la autoridad. Williams casuísticamente quiere decir que las
iniciativas que movilizan determinadas tradiciones se someten a distintas
voluntades de poder que, a su vez, intentan imponer sus propias selecciones de
los pasados en cuestión. Se trata, a fin de cuentas, de una dinámica de
competencias tradicionales a través de las cual se va dirimiendo sobre cuál
propuesta de tradición es más efectiva y consensual.26 En otras palabras, la
26
WILLIAMS, R. 1994. Sociología de la cultura. Barcelona, Ediciones Paidós. Pp. 174-175.
69
tradición y los tradicionalismos participan activamente de las dinámicas de
construcción hegemónica, surtiendo de sentidos y contenidos a visiones del
pasado adecuadas a las representaciones e identificaciones sociales, políticas y
culturales del presente, dando cuenta, asimismo, de las presiones y límites que
definen a sectores dominantes y subalternos.27
Otro aporte considerable al tratamiento académico de estas cuestiones ha
sido desarrollado por el británico Eric Hobsbawm. El historiador aborda el
problema político y cultural de la tradición desde una óptica constructivista, y llega
a la conclusión de que ésta consiste fundamentalmente en una selección
interesada de elementos pretéritos que reviste un carácter ficticio. La posición de
Hobsbawm peca, al menos en parte, del cinismo propio de ciertas posiciones
académicas que gozan declarando la muerte o la falsedad de este o aquel
fenómeno social, a veces como resultado de una cierta actitud o inclinación
ideológica, o como fruto de un desconocimiento sobre las dinámicas que rigen lo
estudiado. Como sea, personalmente considero que hay tradiciones reales y
desinteresadas, es decir, que no responden necesariamente a constructivismos
basados
en
intereses
políticos
particulares
y que,
además,
revisten
características emocionales y de sentido que rebasan el mero plano del poder.28
Aclarando esto, no obstante, las ideas organizadas por Hobsbawm permiten
echar luz a las problemáticas abordadas en esta investigación. El británico
coincide con Gramsci y Williams en la importancia política de las estrategias
WILLIAMS, Marxismo y Literatura, p. 137.
El historiador español Javier Campos Calvo-Sotelo también cuestiona el excesivo
constructivismo con que Hobsbawm y Ranger, en el volumen recién citado, abordan el tema.
Cuestiona, asimismo, el cómo, a partir de este trabajo pionero, se ha constituido una tendencia
muy fuerte que asume la “historia cultural de la sociedad”, en vez de la “historia social de la
cultura”. La cuestión, en su opinión, se relaciona con entender la real incidencia de las tradiciones,
no ya solo como ámbitos o estrategias discursivas -en el sentido de la artificiosidad planteada por
Hobsbawm y sus seguidores-, sino como fenómenos sociales reales que, como fueron definidos
por el folclor en el siglo XIX, hunden, en no pocos casos, sus raíces en tiempos antiquísimos y
representan una alternativa a las dinámicas culturales moderna. CAMPOS CALVO-SOTELO, J.
2012. Comunidades reales, tradiciones no inventadas: detracción del folklore (musical) en la era
de la deconstrucción. Revista de Musicología 35(2): 328-329.
27
28
70
culturales encarnadas por la tradición y el tradicionalismo, destacando asimismo
lo siguiente: una determinada tradición -su “invención”- provee básicamente una
respuesta a “nuevas situaciones”, haciendo referencia a “viejas situaciones”, o
sea, a la recreación de un tiempo pasado que tenderá a repetirse para, de esta
manera, crear la sensación de inalterabilidad de alguna mínima porción de la vida
social, en contextos de brusco cambio que, inevitablemente, amenazan la
identificación de los conglomerados sociales a los que aluden.29
Hobsbawm sitúa temática y cronológicamente su investigación en el auge
tradicionalista que suele manifestarse junto a alzas y a movimiento nacionalistas,
puntualmente en Europa occidental. El autor va encadenando tradición y
nacionalismos en sus fines comunes, que son la instauración y legitimación de
Estados nacionales, y la neutralización de eventuales trastornos en el
aparentemente natural orden social que es la plataforma de dichas
construcciones hegemónicas. Hobsbawm apunta a que aquí, en la exaltación de
las tradiciones, existe un reclamo implícito contra el cambio que desnaturaliza
identidades y relaciones sociales. De ahí el llamado a lo antiguo, a lo inmemorial,
a lo telúrico, en definitiva, a un sentido de lo natural como algo invariable y
virtuoso.30
Con todo lo anterior, lo que aquí teóricamente contemplamos es la
manifestación de dos ámbitos, la representación y lo representado: del folclor,
como campo de actividades de investigación y producción simbólica -urbano,
moderno,
institucional
y
mediatizado-,
y
de
un
ámbito
conformado
sistémicamente por las sociedades tradicionales -donde lo tradicional es “real”,
no “imaginado” ni “inventado”-, a partir del cual los folcloristas y folclorólogos
llevan a cabo su trabajo. Esta doble definición, no está demás decirlo, hace
justicia a las cuestiones teóricas que he venido trabajando, pero, en el dominio
HOBSBAWM, E. 2002. Introducción: la invención de la tradición. En: HOBSBAWM, E. y
RANGER, T. (Eds.). La invención de la tradición. Barcelona, Editorial Crítica. P. 8.
30 HOBSBAWM, Ibid., p. 21.
29
71
de la casuística y de la historicidad, las vinculaciones y contrastes entre folclor y
tradición o cultura tradicional son mucho más complejos, hasta contradictorios.
Para apuntar con más atención al problema del folclor en tanto representación
de lo tradicional, el etnomusicólogo y antropólogo catalán Josep Martí asume las
diferencias y relaciones como elementos categoriales de suma importancia. El
folclor es básicamente un gran dispositivo de representación cultural, en un
sentido muy similar a como la cuestión es explicada por Spivak. En tanto que
representación, se construye sobre una serie de “elementos accidentales”, dados
y comúnmente indiscutidos, propios de las sociedades tradicionales, como son
el anonimato de la producción sensible, su inserción en una trasmisión
eminentemente oral, la existencia de variantes regionales o en su pertenencia a
un determinado ámbito geográfico, y en cierta funcionalidad, expresada en lo
productivo, lo religioso o lo festivo.31
Lo propuesto por Josep Martí apunta a que la ligazón de músicas
“folclóricas” y “tradicionales” no obedece al carácter “accidental” de la cultura
tradicional, atributo que él achaca a una visión esencialista, predeterminada, por
ejemplo, por la matriz romántica. Antes bien, las relaciones y contrastes entre
unas músicas y otras son el resultado de experiencias de producción, circulación
y consumo cultural concretas, condicionadas por un mayor o menor acceso a la
información, entendida ésta última como la disponibilidad total de los
intercambios semióticos, en relación a factores geográficos, políticos,
económicos, tecnológicos, etcétera. Martí instala la tesis de que el acceso y el
31 El último elemento es especialmente importante. La funcionalidad de una pieza folclórica o
popular, al estar supeditada al uso -un objeto de estas características debe ser necesariamente
funcional-, contradice la ideológica del arte moderno, puntualmente la idea-fuerza de la autonomía
del arte. Debido a que una pieza popular no es “autodeterminada”, es decir, no se orienta a
provocar una experiencia estética según el modelo artístico moderno y occidental, es catalogada
de artesanal, siendo la artesanía, por cierto, una de las nociones que forman parte de la gran
trama conceptual de lo popular, conformada, también, por el folclor y la tradición. ESCOBAR, T.
2008. El mito del arte y el mito del pueblo. Cuestiones de arte popular. Santiago, Ediciones
Metales Pesados. Pp. 28-29.
72
intercambio de información es directamente proporcional a las capacidades
creativas e innovadoras de distintos agentes culturales,32 y, en coherencia, una
comunidad más aislada, menos intervenida por los medios y productos de la
sociedad de masas -menos estimulada, finalmente- tiende a ser menos creativa
y, por ende, a conservar su patrimonio cultural sin variaciones notables. Tradición
e información, por ende, son para Martí inversamente proporcionales.
Lo anterior incide en que el problema de lo tradicional sea abordado en
referencia a determinadas experiencias y contextos culturales que intervienen en
su constitución, y que, en el caso específico de esta tesis doctoral, se expresan,
por ejemplo, en la categorización general con que es organizado nuestro universo
musical. Con la intención de operativizar estas ideas, pero, sobre todo, de no
establecer prescripciones rígidas al quehacer musical, Martí refuerza la clásica
tripartición del universo musical en culta, tradicional y popular. Esta tríada se guía
por códigos que van más allá de lo estrictamente sonoro, obedeciendo
básicamente a valores otorgados a la música como una entidad densa. Las
fronteras que se establecen entre estas tres categorías -culto, tradicional,
popular- reflejan una gama enorme de prácticas culturales, constituyendo, a su
vez, una serie de apriorismos muy arraigados, cuya funcionalidad, no obstante,
en lo personal -y Martí mediante- no subestimo. En esta tríada, lo folclórico se
enmarca en una apabullantemente enorme variedad de géneros y metagéneros
populares, configurándose en una relación de contrastes y representaciones con
la música tradicional. Con estos antecedentes, lo tradicional se presenta como
un ámbito “prefolclórico” donde hipotéticamente las músicas tradicionales son
practicadas y conservadas sin mayores variaciones, para ser puestas, con la
intervención del folclor, en una perspectiva representacional y en el contexto,
ulteriormente, de las músicas populares o, incluso, doctas.33 Esta dinámica queda
reflejada en la América Latina del siglo XX en, por ejemplo, una gran escena
32
33
MARTÍ, J. 1996. El folklorismo. Uso y abuso de la tradición. Barcelona, Ronsel Editorial. P. 44.
MARTÍ, Más allá del arte, pp. 221-222.
73
regional de músicas folclóricas o “de raíz” y en la escena del nacionalismo
musical y de ciertas escuelas de inspiración indigenista, como expuse en el
capítulo anterior.
Aquí es importante enfatizar la doble acepción del concepto de tradición.
Con Gramsci y Williams, ésta figura como una función hegemónica reproductiva
que se orienta a reforzar el statu quo o a dotar de contenidos activos a cierta
pulsión contrahegemónica, a partir de una determinada reordenación significativa
del pasado -de lo residual, como diría el culturalista británico- con sus respectivos
cánones, valores y prácticas. Con Vega y Martí, por su parte, la tradición es una
tendencia cultural moderna, uno de cuyos rasgos más sobresalientes es una idea
fuerte de la identidad cultural -regional, nacional, etcétera-, que predetermina al
folclor como ámbito de la música moderna, que también colabora con definir y
llenar de contenidos las restantes dimensiones de lo popular y lo docto, y que,
finalmente, dota de nuevos sentidos y funciones a las culturas tradicionales, en
contextos de modernización. Martí operativiza esta doble acepción en conjunto,
sirviéndose de un criterio semiótico basado en los procesos modernos de
producción y circulación de información, sobre lo cual establece que el carácter
tradicional de las “músicas tradicionales”, valga la redundancia, es su existencia
esquemáticamente al margen de los medios de comunicación masiva y de la
cultura letrada, es decir, como fruto de su preservación en comunidades aisladas
cuya costumbre tendería a la repetición de formas y contenidos, más que a su
innovación.
Con lo anterior no pretendo afirmar que el contraste entre tradición y folclor
se traduzca, respectivamente, en una diferencia absoluta entre conservación e
innovación. La categoría de folclor se ha montado históricamente sobre una
negación relativa de la creatividad del folk con el fin de satisfacer el doble
propósito de resaltar por contraste ciertas categorías fundantes del moderno
concepto de arte -genialidad, desinterés, autonomía, irreproductibilidad de la
74
obra, etcétera-, y de contrarrestar lo efímero de la producción simbólica de la
industria cultural y los medios masivos de comunicación, mediante la constitución
de un canon perenne e identitariamente estable. La lógica en cuestión es
fundamental, por cierto, para entender la funcionalidad de la tripartición de
músicas tradicionales, populares y doctas.
La creatividad y la innovación, no obstante, son atributos universales que
lidian, bajo cada constelación hegemónica, con tendencias y sensibilidades
orientadas a la conservación, en esos contextos específicos. Y es en este sentido
que debe ser comprendida la relación, complementaria, diferenciadora y
representacional, de lo folclórico y lo tradicional. Tradición y folclor definen la
transición y la convivencia histórica de las sociedades tradicionales y modernas
en fases de acelerada modernización, insertas, asimismo, en la mayoría de los
casos, en territorios dominados por Estados nacionales, en contextos históricos
que, para perpetuarse, necesitan de la conformación de identidades colectivas
que logren establecer una nueva -y sobre todo positiva- concepción de lo popular
y de lo propio, estableciendo, al mismo tiempo, una suerte de antídoto contra una
cultura dominante, principalmente cosmopolita,34 transitiva y tecnificada. El folclor
cumplió esta función magistralmente durante el siglo XX, se podría decir que, a
cabalidad, hasta los años 1980. Y cumplió esta función estableciendo esta
diferencia funcional con lo tradicional, basada en el criterio de conservación e
innovación, y, cuando esta distinción dejó de tener sentido, y esas mismas
identidades colectivas cayeron en crisis, el folclor sufrió una merma en su
operatividad y dio paso a la constitución de nuevos paradigmas -como los del
Ulf Hannerz, antropólogo sueco, define cosmopolitanismo, en el marco de una cultura
crecientemente mundializada, como la estructuración de la vida -como una cosmovisión, inclusosobre la cual inciden poderosamente parámetros y elementos ajenos, originalmente, a la localidad
en donde el o los sujetos se sitúan. Así, el cosmopolitanismo se entiende necesariamente en una
relación tensionada con el localismo, lo cual supone, ulteriormente, que toda perspectiva
cosmopolita tiene un origen local. Es, finalmente, un problema de proporciones y alcances de lo
segundo, de cuan hegemónico puede llegar a ser en espacios originalmente otros. HANNERZ,
U. 1990. Cosmopolitans and locals in world culture. Theory Culture Society 7: 249.
34
75
patrimonio cultural o de multiculturalidad- que reelaboraron conceptual y
temáticamente la cultura popular.
En efecto, lo tradicional y lo folclórico satisfacen necesidades puntuales de
la hegemonía, la que es un proceso continuo de definición de las estructuras y
de los sentidos de lo social. Entonces, de lo mismo, la relación complementaria
de lo folclórico y lo tradicional constituye un proceso histórico en sí mismo, de
tradicionalización o “folclorización”, a través de los cuales se va determinando
tanto el carácter tradicional de tal o cual acervo -en el sentido del tradicionalismo,
por cierto-, como un sistema de recursos y símbolos que dan forma,
ulteriormente, a un determinado repertorio. El proceso realiza la tradicionalización
o folclorización y, en consecuencia, conlleva una valoración tácita de la pureza e
inalterabilidad de la tradición como uno de los valores más importantes del
concepto de folclor, al mismo tiempo que perpetra una alteración de la tradición
en representaciones folclóricas que son producidas y proyectadas en contextos
modernos, cambiantes y cosmopolitas.
Una buena manera de abordar las relaciones entre lo tradicional y lo
folclórico es volviendo a revisar la noción de representación. En tal sentido, a
partir de una consideración principalmente filosófica, Henri Lefebvre reconoce
dos acepciones que aluden a su estructura espectral. Se trata, en primer lugar,
de un fenómeno de la conciencia, social e individual, que toma forma en
determinada sociedad o por medio de determinada lengua, asociada a sí misma,
a una o varias palabras, como en los casos de una metáfora, de una idea, una
imagen poética, una noción o un concepto. Se trata, en segundo lugar, de una
“cosa” o de un conjunto de cosas que refieren, paradojalmente, a relaciones
establecidas entre aquellas mismas, siguiendo un doble juego de presentación y
ocultamiento de dichas relaciones.35 Lefebvre formula, entonces, una aporía de
LEFEBVRE, H. 1983. La presencia y la ausencia. Contribución a la teoría de las
representaciones. México, Fondo de Cultura Económica. Pp. 23-24.
35
76
la representación: las formas y prácticas originales no quedan conservadas en el
proceso o sus productos. Aquellas sufren una mutación al ser colocadas en
nuevos contextos. En otras palabras, lo original se vuelve “intratable” para la
representación, no puede ser contenido totalmente.36 Toda representación es
una abstracción de lo representado e, incluso, llevando el argumento más allá,
una representación en sí misma es poco más que una escenificación sostenida
por perspectivas y discursividades, no por la relación sólida de objetos y sujetos,
siguiendo a Corinne Enaudeau.37
El folclor, en este sentido, constituye una abstracción de la tradición. Lo
folclórico supone una descontextualización de lo tradicional en términos
estéticos, sociales, culturales, geográficos, etcétera, y su proyección hacia
ámbitos donde su aparente originalidad o autenticidad se verá irremediablemente
desdibujada en beneficio de discursos que darán una orientación distinta a estos
repertorios. El folclor, asimismo, es un metadiscurso, un entramado de juicios de
valor, una historia institucional y práctica, política y cultural, un dispositivo de
adecuación de sentidos, significaciones, imaginarios, actitudes, en este caso,
aplicados a lo musical, etcétera, cruzado en todo momento por dicha aporía de
la representación.
2.3 Pueblo, “popular” y cultura popular
Este problema remite a una serie de cuestiones que cruzan, también, por
la diferenciación complementaria de folclor y tradición, pero que impactan tanto
en la concepción de lo popular, ya sea como un adjetivo o atributo, como de
cultura popular en particular. La etimología indica que la raíz latina populus
RODRÍGUEZ, I. 2009. Subalternismo. En: SZURMUK, M. y IRWIN, R. (Eds.). Diccionario de
Estudios Culturales Latinoamericanos. México, Siglo XXI Editores. P. 256.
37 ENAUDEAU, C. 1999. La paradoja de la representación. Buenos Aires, Ediciones Paidós. P.
21.
36
77
designó al conjunto de ciudadanos que brindaban soporte y legitimidad a
determinado régimen político durante la Antigüedad, y que durante la Edad Media
sumó el valor de una “[…] congregación numerosa de gente afectada por una
común condición política […]”, según indica Joan Corominas. A este
desplazamiento semántico se superpuso, en distintas lenguas romances, hacia
el siglo XIII d.C., la noción de gente común y corriente, acepción que ha pasado
a las palabras people y peuple, en inglés y francés modernos.38 En su conjunto,
este campo semántico encarna un profundo sentido de la subordinación. Así me
lo explicó alguna vez don Jaime Moreno Garrido, docente del Centro de Estudios
Judaicos y de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
La raíz indoeuropea de populus está contenida también en pubis, zona anatómica
importante para la cosmovisión latina pues connota la madurez o inmadurez
sexual -y política, por ende- del ciudadano romano. La antigua institucionalidad
latina oponía populus a senatus, la asamblea conformada por la población
patricia más adulta, los senes. El profesor Moreno quería explicarme que “pueblo”
no sólo designa una abigarrada población marcada por una naturaleza política
específica. Dicha naturaleza está construida por su contraste con la experiencia
y la autoridad de los mayores, de aquellos sexual y políticamente maduros, con
lo cual, el pueblo se entiende como una entidad pueril, inexperimentada, incapaz
de cultivar el arte de la política. Etimológicamente, el pueblo está definido por su
subordinación.
Este aspecto etimológico preexiste a un importante desplazamiento
semántico que los términos “pueblo” y “popular” experimentaron gracias al
despegue de la modernidad tardía, desde la segunda mitad del siglo XVIII,
desplazamiento que implicó una visión más crítica y, a la vez, positiva y activa.
Dicho aspecto nuevamente alude a la doble noción de representación
contemplada por el subalternismo: el “hablar por” propio de distintos regímenes
COROMINAS, J. 1985. Pueblo. En: Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico. MeRe. Madrid, Editorial Gredos. P. 673.
38
78
políticos, que en las artes y el pensamiento sistemático se entiende, asimismo,
como predicación o re-presentación. Esta doble noción se caracteriza por una
discontinuidad intrínseca a la relación entre la representación y lo representado,
lo que, sobre todo en política, obedece a la diferencia de intereses existente entre
la agencia colectiva y la agencia individual tanto de representantes como de
representados. Este asunto llama a una crítica radical de la subjetividad política
moderna, debido a que los sentimientos de comunidad, los lazos interpersonales
o su complexión institucional -la vida política en general- se hallan en constante
desplazamiento.39 Lo anterior puede explicarse en la paradoja que representa el
hecho de que, al compartir determinadas características estructurales, un grupo
de individuos conformarían efectivamente una clase social, aunque ésta no
llegara a conformarse porque dichas personas no serían siempre capaces de
aunar sus intereses. La estructura social no coincide plenamente con una
conciencia política, por cierto, y allí estriba el desplazamiento al que hago
mención. Debido básicamente a esto es que “pueblo” y “popular” son muy difíciles
de utilizar como categorías objetivas: no designan una entidad social concreta o
una serie de rasgos objetivos, si no, más bien, un horizonte de expectativas, un
campo de discontinuidades y desplazamientos en lo social, lo político y lo cultural.
Desde este punto de vista, “pueblo” no refiere operativamente a la sinergia
de intereses y posiciones sociales coincidentes, enmarcados en determinada
configuración hegemónica, sino que, más bien, a un potencial político y social,
que puede darse en una relación alternativa o contraria a la hegemonía. La
misma cuestión es planteada por Enrique Dussel, para quién “pueblo” refiere a la
comunidad que es fuente y a la vez destinatario de la voluntad de poder,
voluntaria y positiva, que anima a los individuos a unirse para satisfacer sus
necesidades básicas -subsistencia y reproducción, inicialmente-, y proyectar una
mejor experiencia de lo social, para lo cual esta suma de individuos e intereses
39
SPIVAK, Op. cit., pp. 302 y 311.
79
se constituye en comunidad y se da a sí las instituciones capaces de normar y
llevar a cabo las funciones adecuadas. Es éste el origen histórico-ontológico de
la política, según el teórico argentino, cuya prerrogativa primaria es la potentia,
esto es, la capacidad de constituir comunidad y brindarle una institucionalidad.
Asimismo, para Dussel, “pueblo” es el objeto de la instrumentalización de la
comunidad que se produce cuando dicha institucionalidad, creada por la potentia,
es vaciada de su contenido primigenio -el deseo constitutivo colectivo- y es
guiada, desde aquí, por el interés particular de los gobernantes, representando,
para el autor, la “corrupción” de la política como un principio rector de la vida
humana. El descarte funcional del interés público en beneficio del interés privado
recurre tanto a la burocratización de las instituciones políticas como a la coerción,
y esta facultad es lo que Dussel llama potestas: la potencia que instrumentaliza
instituciones políticas y comunidades.40 Con Dussel, por ende, la dimensión
política expuesta -y la dimensión cultural, como veremos más adelante- pone en
diálogo constantemente unas visiones y condiciones subjetivas y objetivas,
activas y pasivas, heurística y estructurales, que otorgan gran plasticidad a las
categorías de pueblo y popular, que dificultan su uso y que obligan a hacer un
esfuerzo, sobre todo, por describir su organización y sus contenidos.
En sintonía con lo planteado por Dussel, el crítico norteamericano John
Beverley destaca el atractivo teórico de “pueblo” y “popular” como instancias
sociales y discursivas que encarnan, indistintamente, nociones objetiva y
heurística de sí, muchas veces bifurcadas y hasta opuestas. El problema puede
ser expuesto de este modo: hipotéticamente, puede que los rasgos constitutivos
de un determinado individuo o colectivo correspondan con los parámetros de lo
popular, en la medida que éste viva bajo condiciones concretas de subalternidad,
de privación, de marginación, que compartan un determinado imaginario, una
determinada cultura, etcétera. Ahora, esta correspondencia objetiva, estos
DUSSEL, E. 2006. 20 tesis de política. México, Siglo XXI Editores / Centro de Cooperación
Regional para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe. Pp.23-33.
40
80
distintos grados de subordinación, sin embargo, no garantizan que este individuo
o esta colectividad entren en sintonía con una conciencia de dicha condición
subalterna, la que se traduce, al menos teóricamente, en unas respectivas
conciencias étnica o clasista y en un ulterior deseo por superar dicha
subordinación. He aquí el desplazamiento entre lo objetivo y lo heurístico que se
produce regularmente en lo popular. Esto, que es y ha sido una realidad
indesmentible en la vida política moderna, ha representado una chance para, por
ejemplo, el levantamiento de determinadas alianzas de clase durante el siglo XX,
representadas en América Latina por el Estado de Compromiso, en general, o
por el frentepopulismo, específicamente. Para estos casos, este desplazamiento
o discontinuidad ha permitido que sectores y agentes venidos de las clases
burguesas y pequeñoburguesas, dado el último caso, puedan entrar en sintonía
con los intereses populares, sin pertenecer estructuralmente a las clases
populares.41 El fenómeno ha beneficiado, hasta los tiempos presentes, a
proyectos políticos de izquierda y de derecha, igualmente, que han explotado
dicha discontinuidad tanto en un sentido interclasista, de compromiso, como en
la mera demagogia y el clientelismo.42 Todos estos elementos contribuyen a
La conformación de los Frentes Populares fue una estrategia levantada por la Komintern puntualmente por su Secretario General, el búlgaro Georgi Dimitrov- para orientar al comunismo
internacional en la lucha contra el fascismo, durante la década de 1930. La doctrina concebía al
pueblo de dos formas: “como heterogéneo en su composición, pero potencialmente unificado en
una relación antagónica con la elite o ‘bloque de poder’, y […] como un sujeto social activo, en
cambio que pasivo, con sus propios recursos culturales y agendas”. Lo popular, siguiendo esta
línea, se constituye en la eventual unidad de sectores urbanos y campesinos, obreros, de
empleados e intelectuales, dando chance teórica y contingente al establecimiento de alianzas con
sectores mesocráticos progresistas, y para la participación de militantes y simpatizantes de
extracción burguesa. A la vez, constituye una subjetividad en propiedad, cuya operatividad deberá
jugarse en la vinculación con otros sectores democráticos y progresistas, y en términos generales,
en su aporte a la lucha contra aquellas concepciones y prácticas que habían perpetuado modelos
de desarrollo elitistas, que propiciaban el atraso cultural de la nación, la privación de los sectores
trabajadores, y la dependencia respecto de las metrópolis. BEVERLEY, J. 2004. Subalternidad y
representación. Debates en teoría cultural. Madrid / Frankfurt del Meno, Iberoamericana /
Vervuert. P. 150. Esta nota es relevante en la medida que el frentepopulismo, también como
expresión de un interés del comunismo por la cultura, ulteriormente impactará en la formación de
un folclor izquierdista en países tan diversos como Chile y los Estados Unidos.
42 La vaguedad conceptual de “pueblo” y “popular” supone, por lo mismo, que éstos operen tanto
normativa como descriptivamente, pero sobre todo que sean altamente funcionales,
independientemente de la opacidad o claridad de sus contenidos. Este atributo es algo que
41
81
pensar al pueblo y lo popular como realidades socialmente heterogéneas que
pueden llegar a operar homogéneamente en una eventual oposición a, y en sus
capacidades de negociación con, el bloque contingente de poder. 43 Esta
concepción positiva de ambas nociones representa un complemento moderno a
la etimología expuesta más arriba, aunque sin desechar la representatividad
como uno de sus rasgos políticos y culturales más relevantes.
Por su parte, Néstor García Canclini repara en la popularidad de la
expresión “popular” -valga la redundancia-, pues el término, en su uso público
genérico, permite abarcar la heterogeneidad de grupos determinados por la
subalternidad, distintos entre sí, llevando a cabo una supresión tácita de sus
diferencias. Esto mismo ha implicado que las representaciones asociadas al
pueblo puedan comúnmente sacar de contexto o derechamente obviar, más aún,
culturalmente, a los sujetos sociales representados. En este sentido, la economía
del término es su gracia y su condena, y se expresa, por ejemplo, en que, si el
folclor puede entronizar como epítome de lo popular el patrimonio cultural de los
campesinos, la izquierda política puede entronizar como lo mismo al obrero
urbano. Con lo anterior quiero decir que difícilmente los predicamentos “pueblo”
y “popular” representen un todo. Antes bien, una representación de lo mismo
levanta o visibiliza un aspecto de la heterogeneidad mientras oculta otros.
Nuevamente, la aporía: lo representado es irreductible a la representación. Y sin
embargo, lo popular es popular, sostiene García Canclini, porque “[…] permite
abarcar sintéticamente todas estas situaciones de subordinación y dar una
identidad compartida a los grupos que coinciden en ese proyecto solidario […]”,
Ernesto Laclau ha destacado como un aspecto central de los gobiernos populistas, de su relativo
éxito y de su tradición histórica latinoamericana. En este contexto, lo popular se inserta en el
campo de las intuiciones y gestualidades políticas y culturales -que redundan, por ejemplo, en los
rasgos carismáticos populistas-, hecho que contradice tanto la teoría política convencional como
ciertas construcciones del gusto, de la autenticidad y otros valores claves para la cultura, en tanto
que derivado sensible y simbólico de la subalternidad. LACLAU, E. 2006. La razón populista.
México, Fondo de Cultura Económica. Pp. 15-16.
43 BEVERLEY, Op. cit., pp. 127-162.
82
y es por eso que “[…] se ha extendido como nombre de partidos políticos,
revoluciones y movimientos sociales”.44 Para el antropólogo argentino, “pueblo”
y “lo popular”, antes que conceptos normativos, representan una situación
particular respecto a los procesos de configuración hegemónica.
Sobre lo mismo, el filósofo francés Alain Badiou propone el siguiente
esquema. “Pueblo” constituye un sustantivo neutro, mientras que el adjetivo
“popular” goza de mayores connotaciones y se muestra más activo. En su lógica,
el adjetivo tiende a politizar al sustantivo, “[…] a conferirle un aura que combina
la ruptura con la opresión, y la luz de una nueva vida colectiva”, plantea el autor45.
Con lo anterior, en términos estrictamente políticos “lo popular”, como un
movimiento o una insurrección, se orienta hacia la emancipación, mientras
“pueblo” no necesariamente. Dicha distinción obedece a la oposición tácita entre
el uso de “pueblo” desde el statu quo, propiciado por un Estado nacional -que
confiere a su población la posibilidad de asumirse como tal-, y el uso que se le
da por parte de una comunidad políticamente movilizada que, la mayor parte del
tiempo, en contextos postcoloniales y antiimperialistas, se propone la
construcción de un Estado, nuevo e inmanente. En este segundo caso, “pueblo”
es un término positivo que viene a reemplazar a otros términos como “etnia”,
“tribu”, “raza” o “barbarie”, impuestos a lo largo de la dominación colonial o
imperialista. De este modo, “pueblo” sólo se constituye en una categoría política
activa en oposición a un Estado entendido sólo territorial y jurídicamente. Aquí,
entonces, es una masa pasiva, moldeada estatalmente, que sólo puede recobrar
su espesor conceptual, político y subjetivo en momentos de alza que implican
una apertura crítica de la institución estatal: huelgas generales, rebeliones,
guerras civiles, revoluciones, etcétera. Badiou propone una distinción radical
entre esta primera instancia, que denomina “pueblo + adjetivo” –por lo general,
GARCÍA CANCLINI, N. 1987. Ni masivo ni folklórico ¿qué es lo popular? Diálogos de la
comunicación 17:
45 BADIOU, A. 2014. Veinticuatro notas sobre los usos de la palabra ‘pueblo’. En: ¿Qué es un
pueblo? Buenos Aires, Eterna Cadencia Editora. P. 10.
44
83
consiste en un gentilicio, como en las fórmulas “pueblo palestino”, “pueblo kurdo”,
“pueblo venezolano”, etcétera-, y la segunda, representada por el adjetivo de
“popular”, en base principalmente a la idea de una “nación por venir” que dé paso
a la fundación de un nuevo Estado, o a la reforma radical de éste, por ejemplo,
mediante una revolución.
Badiou coopera con afinar los sentidos de lo activo y lo pasivo en “pueblo”
y “lo popular”, en el ámbito político. Ahora, como fruto del mismo proceso
modernizador y cosmopolita, la cultura popular constituye un entramado
conceptual igualmente complejo que integra, a su manera, este doble sentido de
lo activo y lo pasivo. En tanto objeto de interés académico, artístico y de políticas
culturales, dicha noción despuntó hacia fines del siglo XVIII cuando, en Europa,
el despegue del capitalismo industrial dio inicio a una inquietud, crecientemente
activa y sistemática, en torno a la cultura de las modernas clases populares y de
los pobres en general,46 dando pie a la formación de los conceptos de Volkskunde
y Folklore. Quizás sea beneficioso intentar explicar en qué consiste la cultura
popular partiendo por uno de sus elementos teóricos más básicos, que es una
separación arbitraria de las dimensiones política y cultural. El panorama es el
siguiente. La cultura popular se levanta sobre ciertos verticalismos y oposiciones
binarias que la definen, y que definen, asimismo, sus nociones contrapuestas.
Para una comprensión pasiva de lo popular, como en el populismo, por ejemplo,
este binarismo puede apreciarse en la existencia de un liderazgo caudillista cuya
contraparte es la masa, pasiva y carente de atributos, a la que se apela simbólica
y representativamente, como parte de una estrategia de legitimación e
instrumentalización. Algo similar ocurre cuando dicha masa persiste como un
efecto de la industria cultural y de los medios masivos de comunicación, en
oposición a unas ideas elitistas de alta cultura y de arte, cuyos patrimonios y
prácticas pertenecen, regularmente, a las clases más acomodadas cuyo capital
HALL, S. 1984. Notas sobre la deconstrucción de ‘lo popular’. En: SAMUEL, R. (Ed.). Historia
popular y teoría socialista. Barcelona, Editorial Crítica. P. 93.
46
84
cultural las hace activas y dominantes. Este aspecto queda de manifiesto en las
nociones de lo popular que Raymond Williams asocia tanto a lo bajo y lo vulgar,
como a lo ampliamente favorecido y preferido, que prefiguran el sentido de lo pop
y de la popularidad, aspectos esenciales al desarrollo de la cultura popular como
un efecto de lo industrial y lo massmediático. 47
Hasta este punto, entonces, “pueblo” y “popular” son nociones
conceptualmente espesas, cruzadas simultáneamente por un hondo sentido de
la subordinación y de la emancipación. Responden, igualmente, a componentes
estructurales y objetivos, y a posiciones heurísticas y subjetivas. Se debaten, a
su vez, entre la homogeneidad y la heterogeneidad, ya sea social, cultural o
política. Y responden, finalmente, a definiciones dicotómicas y relacionales, cuya
historia, en términos generales, se remite a una serie de experiencias y contextos
que se han desenvuelto desde el siglo XVIII en adelante, expresados en
categorías como las de cultura popular y folclor. Cultural y políticamente, la
simultáneamente compleja y esquemática polisemia de los términos “pueblo” y
“popular”, ha transitado históricamente como la superación del principio de que
los sectores así llamados populares carecen de la subjetividad necesaria para
hacer valer sus propios intereses, lo cual ha repercutido, coherentemente, en una
idea de cultura popular pasiva, vulgar y conservadora. Es este el modelo de
cultura popular, desde una mirada amplia, que acogió la formación histórica e
ideológica del folclor, disciplina que, según fue avanzando el siglo XX en América
Latina, experimentó un gran cambio paradigmático, a través del cual “pueblo” y
“popular” se sostendrían, en adelante, sobre una valoración positiva de los
sectores populares, como representantes de una alternativa al statu quo,
simbólica y estructuralmente, y, asimismo, como fuente de creatividad y
autenticidad para una reordenación general del campo cultural continental. Dicho
proceso aconteció principalmente entre las décadas de 1950 y 1970, ayudando
WILLIAMS, R. 2003. Popular. En: Palabras clave. Un vocabulario de la cultura y la sociedad.
Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión. P. 253.
47
85
a definir al interior del campo musical en particular, posiciones conservadoras y
progresistas en lo cultural y en lo político.
Una de las claves para describir críticamente este panorama consiste, en
primer lugar, en evitar el esencialismo en el que caemos fácilmente al tratar la
cultura popular. El folclor echa a andar buena parte de estas pretendidas
características exclusivas, que otorgan un carácter específico y distintivo a las
clases y grupos referidos,48 que impactan en una identidad, nacional y
latinoamericana, cuya rigidez de contenidos riñe con procesos evidentes, como
la integración de lo cosmopolita a formas de representación de lo regional, lo
nacional y lo continental. Otra clave, en segundo lugar, reside justamente en
desentrañar el esencialismo recién descrito y exponerlo como un elemento
operativo, uno pleno de sentido histórico. Siguiendo este objetivo, una buena
definición de “cultura popular” debería ajustarse no sólo a lo que indique una
correcta teorización, sino que a las características que exhibe el período histórico
particular en que se da una determinada formación hegemónica, en cuya
definición se agrupan, asimismo, formas y actividades cuyo origen está en
condiciones sociales y materiales de ciertas clases sociales, y que han quedado
incorporadas en determinadas tradiciones y prácticas culturales. Desde ese
punto de vista, la cultura popular es un modelo teórico y, al mismo tiempo, una
constelación o un paradigma histórico específico, cuya existencia es
constantemente una negociación entre distintos sectores sociales y de interés.
Tal definición retiene lo valioso de una concepción descriptiva de lo popular –
aquello producido por las clases populares- sin dejar de apuntar a que lo
importante para el reconocimiento de la cultura popular son sus diálogos en
tensión, en relación, influencia y antagonismo con lo dominante, es decir, según
un concepto de cultura que está polarizado alrededor de esta dialéctica. Como lo
planteara Stuart Hall, es necesario superar esta concepción purista de lo popular
CASHMORE, E. 2004. Essentialism. En: Encyclopedia of race and ethnic studies. Londres /
Nueva York, Routledge. Pp. 133-134.
48
86
como el ámbito de las puras tradiciones -en el sentido del tradicionalismo- para
comprenderla como uno de los ámbitos en donde se producen y se asimilan las
transformaciones sociales, teniendo en cuenta que el pueblo, culturalmente
hablando, representa ese espacio en donde se experimentan la dominación y la
resistencia política, y donde se expresan la conservación y la mutación.49
Para su correcta caracterización modélica, entonces, la cultura popular
latinoamericana puede ser pensada siguiendo dos tendencias claras, una
deductiva y otra inductiva. Deductivamente, no existe autonomía en la cultura
popular. Ésta está permanentemente subordinada a una cultura dominante, que
rige sobre la producción, circulación y recepción de los objetos culturales. En esta
línea, la dialéctica dominación/subordinación es absoluta y, por lo tanto, se
desconocen las particularidades del campo cultural subalterno. Buen ejemplo de
esto es la ortodoxa concepción de industria cultural asumida por la izquierda
latinoamericana midisecular, anclada a una concepción de “pueblo” que carece,
contradictoriamente, de atributos y subjetividad -o sea, que no se diferencia de la
masa populista-, y que, asimismo, no ve herramientas eventualmente favorables
en los recursos industriales y masivos, sino que meros dispositivos de
manipulación que favorecen tanto al poder oligárquico local como al imperialismo.
En contraste, inductivamente puede asumirse que la cultura popular posee
rasgos propios, inherentes y originales, cuya creatividad particular y potencia de
impugnación de las formas culturales prevalecientes, da forma a su resistencia
particular50, y en donde las problemáticas de la recepción, los préstamos e
intercambios culturales superan el esquematismo de la posición anterior para
suponer, desde esta perspectiva, un modo latinoamericano de modernidad
determinada por la hibridez, es decir, la interconexión activa de lo tradicional, lo
HALL, Notas, pp. 95 y 103.
TEIXEIRA COELHO. 2009. Cultura popular. En: Diccionario crítico de política cultural.
Barcelona, Editorial Gedisa. P. 97.
49
50
87
masivo, lo local, lo cosmopolita, etcétera. Desde aquí, los sectores subalternos
adquieren subjetividad y atributos afirmativos.
Lo que prevalece en lo popular, hasta antes del quiebre del paradigma, es
un profundo sentido de la exclusión. Esta afirmación apunta a considerar a
aquellos conglomerados sociales que se ven representados, simbólicamente,
como la expresión cabal de sus propias privaciones: clases que no poseen
patrimonio cultural por sí mismas, que no logran conservarlo o que no consiguen
un justo reconocimiento para éste. Individuos y comunidades que, al fragor de los
procesos que se irán desenvolviendo a partir del primer tercio del siglo XX, son
meros espectadores de los medios masivos, que no acceden a la educación
superior o a las instituciones del arte y la cultura, a no ser más que como meros
objetos de interés. Así, “lo popular” ha sido tradicionalmente claro en el uso
aristocrático, símil de lo premoderno y de lo subsidiario: la actitud de las clases
bajas e iletradas frente al desarrollo es pasiva; sus expresiones culturales y sus
formas de recreación no se ajustan al cosmopolitismo y a la sofisticación
aristócratas; son exclusivamente receptivos en lo que al consumo toca y, así,
parecieran estar condenados a reproducir la ideología moldeada por los sectores
dominantes51. Bajo este modelo, el folclor es una noción utilizada básicamente
como captura y esquematización social de referentes populares, por agentes
mesocráticos y en un proyecto contrahegemónico, social y culturalmente
privilegiado y antioligárquico, en un momento en que estos mismos sectores
populares gozan de una proyección política inusitada.52
El gran cambio que experimenta el concepto latinoamericano de cultura
popular epistémica y metodológicamente operó en torno a dos ejes principales.
El primero, gira en torno al problema de la identidad nacional y latinoamericana,
GARCÍA CANCLINI, N. 1990. Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad. México, Editorial Grijalbo. P. 191.
52 PALOMINOS MANDIOLA, S. 2009-2010. Notas sobre la construcción de lo popular en Chile:
clases medias y el desarrollo del campo cultural a través del folklore musical durante el período
del Estado de Compromiso. Anuario de Postgrado 9: 368.
51
88
en torno al supuesto particular, más o menos explícito, de que las oligarquías o
clases dominantes del continente han sido históricamente dependientes de
modelos y patrones culturales extranjeros -metropolitanos, eurocentrados-, en los
ámbitos económico, político y cultural, según distintos momentos históricos
caracterizados por la prevalencia de los referentes inglés, francés o
norteamericano, desde el siglo XIX. Este principio enlaza distintas dimensiones
de lo social en grandes ideas del latinoamericanismo del siglo XX, como son la
dependencia, la idea de una “segunda independencia”, la aparición socialista del
“hombre nuevo”, etcétera. El uso de este renovado concepto de lo popular se
hizo extensivo desde inicios de la década de 1960 como un locus preferente para
la ascensión de un proyecto cultural que apuntaría a la construcción de una
identidad nacional y latinoamericana, autónoma, estimulada por procesos como
la Revolución Cubana, entre otros. Esta visión cautivó a enormes sectores
sociales y políticos movilizados por la izquierda, principalmente. El segundo eje,
complementario en gran medida del anterior, gira en torno al vínculo entre la
cultura de los sectores subalternos y el acelerado desarrollo de los medios
masivos de comunicación y de la industria cultural, áreas de la economía que, en
general, son consideradas como cabezas de puente de penetraciones
neocolonialistas, en un claro sentido imperialista.53 Paradojalmente, los
productos y medios provistos por dichas áreas productivas son asumidas, en la
práctica, como un acceso a la modernidad para vastos sectores de la población
regional, que no se ven beneficiados, contradictoriamente, con el desarrollo
propiciado desde los Estados nacionales.
2.4 La industria cultural, lo massmediático y la autenticidad
SANTA CRUZ A., E. 2005. Cultura popular. En: SALAS ASTRAIN, R. (Ed.). Pensamiento crítico
latinoamericano. Santiago, Ediciones Universidad Católica Silva Henríquez. Pp. 101-102.
53
89
El concepto de industria cultural alude a una fase de la mecanización de
los bienes de producción que tiene su fundación simbólica en la invención de los
tipos móviles de prensa por Johannes Gutenberg, hacia medios del siglo XV,
aunque su constitución en forma, no obstante, sólo se dio con la primera
Revolución Industrial. Su cualidad teórica más problemática, que incide
fuertemente en las posiciones políticas y estéticas que el concepto ayuda a
movilizar, es la de concebir la cultura como su materia prima y simultáneamente
como su producto. La cultura, vista a través de la experiencia del industrialismo,
es provista de un valor de cambio, es transformada en una mercancía,
contradiciendo una concepción de lo cultural que la sitúa como, originalmente, el
medio ideal para la libre expresión y el conocimiento, más allá de cualquier
incidencia política o económica. La mercantilización que la industrialización
perpetra, desde una perspectiva crítica, es una más de las expresiones de la
división social del trabajo y de la fetichización propiciadas por el capitalismo
industrial.54
Sobre lo mismo, el comunicólogo Jesús Martín Barbero define su concepto
de industria cultural, más neutral, como “[…] el conjunto de mecanismos y
operaciones a través de los cuales la ‘creación’ cultural se transforma en
‘producción’”.55 Aspirando a una conciliación de las faces creativa y productiva
que estructuran los diversos campos culturales, concibiendo la cultura, del mismo
modo, como un sistema integrado y determinado por lo económico, Martín
Barbero se aleja del planteamiento en exceso esquemático y pesimista que
caracteriza a la primera formulación conceptual –debida inicialmente a Theodor
W. Adorno y Max Horkheimer- para afrontar contextualmente la relación de
cultura y economía y así analizar las particularidades de su implementación
latinoamericana,
marcadamente
diferente
tanto
de
las
experiencias
TEIXEIRA COELHO. 2009. Industria cultural. En: Diccionario crítico de política cultural.
Barcelona, Editorial Gedisa. P. 180.
55 MARTÍN BARBERO, Op. cit., p. 64.
54
90
norteamericana como del europea.56 Justamente, una de las particularidades de
la industria cultural latinoamericana estriba en que, en el contexto de una
modernización delimitada por el modelo nacional-desarrollista, la modernidad,
según el comunicólogo chileno Eduardo Santa Cruz Achurra, es experimentada
primordialmente por las sociedades en sus contextos cotidianos, no
necesariamente a través de reformas estructurales o de determinado haces de
ideas, difundidas por distintas instituciones educativas, gubernamentales o
educativas. La industria cultural, de hecho, es crucial para las clases populares
latinoamericanas, plantea el académico, porque opera como un medio esencial
para la adquisición de bienes y beneficios, que ayuda a incorporar a estos
sectores al proyecto moderno, haciendo en parte realidad las promesas del
desarrollo y del progreso.57 Este planteamiento integra una dimensión
económica,
comercial,
a
una
arista
cultural
y
comunicacional,
que
automáticamente desconoce una noción enteramente negativa de industria
cultural. Precisamente, la experiencia de formación de la nacionalidad moderna
del siglo XX, con sus respectivas identidades sociales, se benefició enormemente
de la implementación de una industria con vocación nativista, y de los medios de
comunicación
masiva
-radiofonía,
cinematografía,
prensa
y
televisión,
posteriormente- cuya infraestructura aportó a la definición de estereotipos
sociales y a la coronación de referentes populares y masivos de lo nacional.58 La
industria ha sido parte crucial de la historia cultural latinoamericana, desde su
inicio con la aparición de un mercado editorial moderno, a mediados del siglo XIX,
protagonizando, en parte, dicho proceso, pero, más aún, determinándolo debido
al control que la industria y los medios han logrado establecer sobre el campo
cultural, con total vigencia.
MARTÍN BARBERO, Ibid., p. 64.
SANTA CRUZ A., E. y SANTA CRUZ G., L. E. 2005. Las escuelas de la identidad. La cultura y
el deporte en el Chile desarrollista. Santiago, LOM Ediciones. P. 19.
58 MADRID, Op. cit., pp. 230-231.
56
57
91
Las políticas culturales estatales, por su parte, intentaban orientar el
campo cultural hacia la definición y fortalecimiento de identidades nacionales
que, recordemos, apoyasen desde el imaginario el establecimiento de un
complejo productivo que brindase, a su vez, mayor autonomía política y
económica y mayor cohesión social a las naciones en desarrollo. Junto con la
expansión del industrialismo, del Estado y de distintas instituciones sociales y
políticas -sindicatos, partidos políticos, etcétera-, se dio la expansión de un
complejo industrial-cultural y medial cuya presencia, en este contexto histórico,
puede suponer una cierta contradicción. Los distintos discursos nacionalistas que
surgieron hacia esa época -justicialista en la Argentina, frentepopulista en Chile,
varguista en Brasil, cardenista en México, etcétera- compartían una demanda
hacia el Estado nacional, para que éste se encargara jurídica, geopolítica,
económica y simbólicamente, de comprobar y realizar la especificidad natural de
la nación, para con esto implementar la serie de reformas estructurales que
podrían llegar a elevarlas como naciones modernas y soberanas. Estos
esfuerzos debían dirigirse, asimismo, a asegurar la fortaleza nacional de modo
tal que, en todo sentido, pudiera hacer frente a la desigual situación geopolítica y
económica que afectaba a los países del continente -en el sobreentendido de que
el modelo ISI, justamente, fue diseñado para doblarle la mano a la dependencia. Del mismo modo, el crecimiento paulatino de las respectivas burocracias
estatales, las más grandes en Brasil, México y la Argentina -acompañadas
coincidentemente de los casos más exitosos de industrialización-, burocracias
que en lo cultural y en lo educacional se encargarían de construir y proyectar
socialmente cada uno de estos proyectos nacionales, contrariamente a lo que la
lógica desarrollista demandaba, no tuvieron por contraparte una industria cultural
y unos medios masivos públicos. En tal sentido, a lo más los Estados aspiraron
a normar algunas aristas de la producción cultural, sobre todo en lo que respecta
a cuotas de programación en medios y presencia proporcional de bienes de
factura nacional.
92
No obstante, desde la década de 1920 y hasta los años setenta,
principalmente, el complejo industrial-medial latinoamericano logró adquirir un
carácter distintivo, local. Lo anterior en base, en primer lugar, a las medidas
regulatorias establecidas estatalmente sobre el mismo y, en segundo lugar,
gracias a que la industria y los medios explotaron con gran éxito una cultura
regional, entrando en sintonía con los proyectos de identidad nacional
movilizados bajo el modelo desarrollista, tanto en su modelo productivo como en
sus representaciones. Los principales ámbitos de formación y difusión de estas
nuevas representaciones de lo nacional y lo popular fueron la industria
cinematográfica, discográfica, la radiofonía y la televisión, y, en menor medida,
los establecimientos de entretención y la prensa. Por nombrar sólo una arista de
este fenómeno, la invención del cine sonoro, en 1927, instalaría el problema de
la lengua en la producción cinematográfica mundial, el que, en adelante, fuera
desde Hollywood o desde las productoras instaladas en suelo latinoamericano,
supondrá una ventaja de enormes repercusiones dada la contingencia de la II
Guerra Mundial. La cinematografía, sumada a la presencia de una radiofonía que
lanzaba estrellas locales y proveía de un espacio de circulación a las músicas
locales, fortalecieron los enclaves cinematográficos más importantes, situados en
Brasil, México y la Argentina, los dos últimos, además, exportadores de filmes al
resto de los mercados hispanohablantes. El modelo de producción y de negocios
del cine latinoamericano, desde los años treinta, se basaba en las estrellas
radiales y en la importancia de la música como un medio atractivo y lucrativo.
Para mediados de la década siguiente, estos tres mercados serían capaces de
sostener una enorme industria cultural de un cariz fuertemente nacionalista.59
En cuanto a la relación de Estado e industria y medios, son tres las
instancias más importantes. Primeramente, la puntual participación pública en la
industria, por ejemplo, en el caso de la fundación y refundación de Chilefilms en
RUÉTALO, V. 2009. Industria cultural. En: SZURMUK, M. y IRWIN, R. (Eds.). Diccionario de
Estudios Culturales Latinoamericanos. México, Siglo XXI Editores. Pp. 155-156.
59
93
Chile, en las décadas del treinta y del sesenta respectivamente -suerte de
implementación del Estado empresario en los rubros de la cultura y la
comunicación-, cuyas películas y documentales tematizaron extensamente
motivos y temas de la cultura popular y nacional. En segundo lugar, grandes
corporaciones nacionales, como O Globo en Brasil o Televisa en México, las que,
a través de distintas plataformas –radio, disco, prensa, cine, televisión-, actuaron
en connivencia con los gobiernos y explotaron intensamente los imaginarios
nacional-populares en boga. Y, en tercer lugar, las medidas de intervención y
regulación expresadas, en la mayor parte de los casos, en la fijación de cuotas
de programación de músicas nacionales para las estaciones de radio -como en
los casos de la Argentina justicialista, hacia 1949, el Brasil de Vargas, en la
década de 1930, Chile durante la Unidad Popular y el Perú revolucionario en los
años setenta, por ejemplo-, y en medidas proteccionistas orientadas a resguardar
las industrias nacionales del disco mediante el prensado local del vinilo.
El criterio que subyace a esta política pública -que coincide, por cierto, con
la proactividad de algunos agentes privados- es el de la ciudadanía cultural,60 que
predetermina la identidad social a través de un amplio marco donde los sentidos
colectivos del sí mismo son más importantes que los individuales, y donde los
derechos y responsabilidades ciudadanas son fijadas de acuerdo con una
afiliación cultural a nivel colectivo. La unión, entonces, de soportes y mensajes
industrial-mediales y de la masividad social así afrontada, le facilitó al Estado un
control relativo del gusto, socialmente entendido, orientando valores y prácticas
culturales a la constitución de un imaginario social en el que, convenientemente,
el pasado de la nación –representado en parte por una cultura tradicional
escenificada-, su presente –los estereotipos y personajes populares- y su futuro
–la modernización global de la sociedad- trazaban un arco teleológico coherente
y sobre todo donde los intereses del público coincidían con el patrimonio cultural
60
MILLER y YÚDICE, Op. cit., pp. 35-36.
94
de la nación. Dicha redefinición del gusto operó dentro de una mayor dilucidación
de ciertas nociones estéticas, asociadas al espectáculo público y al arte en
general, que dejaban atrás una concepción decimonónica, letrada y racional,
para asumir una concepción mediatizada, cruzada por la empatía, la fascinación,
por el aura que irradiaban las figuras públicas sobre unas audiencias
paulatinamente más masivas.61
Iba así definiéndose una noción amplia y elástica de cultura popular,
determinada por su condición crecientemente urbana, masiva y tecnificada, que
reunía tendencias contemporáneas e internacionales con recreaciones y
recontextualizaciones de lo tradicional, dentro de cuyos usos se integra la
categoría de folclor, casi exclusivamente en el ámbito musical. El proceso, en
cierta medida, representa un intento relativamente exitoso para los medios
mecánicos de producción y distribución cultural, al haber alcanzado un estatus
cultural oficial -casi comparables con las formas convencionales del arte- y, a
través de los mismos, al haber consagrado determinados aspectos de la cultura
popular, al menos, como “culturalmente” relevantes. Este punto es refrendado
por Terry Eagleton, quien afirma que han sido los medios tecnificados de
producción y distribución los que han situado prácticamente todas las formas de
cultura -modernas, tradicionales, cultas, populares- al centro de las sociedades
contemporánea, incluso desafiando el pesimismo que embargó, en un primer
momento, a los primeros comunicólogos y críticos de la industria.62 El asunto es
tratado de manera similar por Jacques Ranciere, para quien la industria cultural,
lejos de perpetrar exclusivamente la alienación de los sectores populares, puede
operar incluso como un medio de legitimación de los mismos, al elaborar y
OSSANDÓN BULJEVIC, C. 2007. La sociedad de los artistas. Nuevas figuras y espacios
públicos en Chile. Santiago, Palinodia / Dibam. P. 15-17.
62 EAGLETON, T. 2001. La idea de cultura. Una mirada política sobre los conflictos culturales.
Barcelona, Ediciones Paidós. Pp. 183-185.
61
95
reelaborar elementos de la cultura popular que contribuyen a dotar al pueblo de
un cierto estatus oficial y legítimo.63
La serie de problemas ya expuestos, sobre todo aquellos relativos a la
cultura popular y a los fenómenos de tecnificación y masificación de la cultura,
imprimen un carácter particular a las músicas folclóricas o de raíz tradicional.
Dicho carácter se debe a algunos elementos objetivos, como puede ser el hecho
de que aquellas existan en un medio moderno y urbano, y de otros más bien
subjetivos, que se relacionan, en buena parte, con la paradoja representacional:
la descontextualización, la refuncionalización, el desplazamiento de los sentidos
y significados que contienen y movilizan determinadas tradiciones, el folclor y
ciertas perspectivas en torno a la cultura popular, en contextos de cambios
históricos acelerados y profundos. Con lo anterior, el concepto de autenticidad
cobra una relevancia especial y debería ser entendido no sólo como lo que es,
un valor elemental para el tradicionalismo, tanto desde el punto de vista de la
mera exaltación como desde un criterio cientificista y academicista; sino que,
también, para estructurar y entender el trabajo, principalmente, de los folcloristas
inserto en la industria y los medios.
La autenticidad es un atributo no estrictamente sonoro, se expresa en la
articulación de aquellos discursos y performances que contribuyen a enmarcar la
gama de prácticas que componen este o aquel género o estilo musical, dotando
a aquellas músicas de una densidad simbólica específica. La autenticidad, de
este modo, es simultáneamente un recurso discursivo, una suerte de puesta en
escena y un criterio evaluativo sumamente relevante para la estructuración de
toda clase de músicas que, en cada caso, opera en sentidos específicos. Las
músicas populares, siguiendo esta argumentación, se componen sobre una
variedad discursiva en torno de la cual destaca la autenticidad como valor criterio
sobresaliente. A través de ella, de sus enunciados en frío y de los procesos a
RANCIERE, J. 2009. El reparto de lo sensible. Estética y política. Santiago, LOM Ediciones. P.
38.
63
96
través de los que se va constituyendo, pueden identificarse los horizontes de
expectativas, los juicios de valor y los parámetros estéticos que permiten, a su
vez, comprender la densidad cultural y conceptual de la música popular.
Uno de los asuntos centrales de la autenticidad folclórica y tradicionalista,
tanto entre las audiencias como entre los artistas y la crítica, es la incomodidad
o el rechazo relativo que despiertan los aspectos técnicos y comerciales de las
músicas populares en general. Dentro de esta enorme gama, el problema es
bastante más evidente en los casos de músicas folclóricas con una orientación
marcadamente más comercial, las que son percibidas por las comunidades
mencionadas como menos auténticas que aquellas formas aparentemente
menos comerciales. Este se debe a que la incidencia de la industria y el mercado
culturales es percibida como un contrasentido para músicas reconocidas por su
carácter premoderno o, incluso, antimoderno.64 Lo anterior, asimismo, se debe a
que los agentes implicados -artistas, investigadores, productores, intelectuales,
públicos, etcétera- han valorado sobremanera el arraigo, real o imaginario, de
estas músicas en localidades y comunidades rurales y populares específicas.
Isabel Aretz, por ejemplo, en un texto publicado en 1977, resume
magistralmente estos argumentos en referencia a la realidad mexicana. En dicho
país, mientras la música académica arraiga más y más en lo tradicional -la
experta alude aquí al trabajo compositivo de Carlos Chávez y la escuela
nacionalista-, la música comercial paulatinamente “abandona las fuentes
auténticas” y absorbe una enorme oferta de géneros extranjeros. Este
desbalance lo achaca al desarrollo de medios masivos cuya estética ha sido
demarcada por criterios comerciales que perpetran una desnaturalización de la
identidad cultural. El problema redunda en una deformación del folclor al dar
forma a una música de dudoso gusto -puede que la autora piense aquí en la
música de charros y mariachis-, que resulta en una imagen distorsionada de la
SHUKER, R. 1998. Authenticity. En: Popular music. The key concepts. Londres y Nueva York:
Routledge. P. 17.
64
97
cultura musical del pueblo mexicano. Para la investigadora, el hecho es agravado
por la comercialización en que se incurre con músicas que revisten carácter
patrimonial, las que, en países como Bolivia, según indica, gozan de protección
al estar sujetas al control estatal y al pago de derechos. Desde su punto de vista,
y considerando el caso mexicano como el paradigma de este descalabro, Aretz
considera que debería ser responsabilidad de los Estados latinoamericanos la
protección de estas músicas, con tal de mitigar su lamentable situación. Esto,
porque la mercantilización general de la música infringe daños concretos a la
música tradicional o folclórica misma y a sus cultores, a saber: la difusión de un
“falso folklore” y de “autores de folklore” que, en su caso, representan una
paradoja en sí, pues el folclor ya está hecho, no se hace; la presencia
inexpugnable de un sistema sonoro urbano, ensordecedor, compuesto por
aparatos de uso casero y los dispuestos en lugares de esparcimiento, los que
satura auralmente a las sociedades y que ligan la música exclusivamente con la
disipación, impidiéndoles a los pueblos la elaboración de una música propia sin
la interferencia de lo ajeno; la invasión de las localidades y festividades
provinciales por parte de conjuntos urbanos comerciales; la invasión de la música
nacional por parte de conjuntos comerciales extranjeros; el desdén por parte de
la juventud -no de toda la juventud, Aretz aclara- hacia el folclor; el desdén por
parte de ciertos agentes culturales -profesores, en este caso- hacia el folclor, por
considerarlo anticuado; y, finalmente, el desdén por parte de los burócratas,
quienes prefieren y promueven músicas doctas o cultas en desmedro de las
tradicionales y folclóricas.65
El valor argumental de estas citas es altísimo, pues reflejan, a grandes
trazos, a un sector conservador de los folcloristas latinoamericanos del siglo
pasado, quienes consideraban la existencia de los medios y de la producción
cultural modernos como una amenaza para la integridad de la tradición. En este
65 ARETZ, I. 1993. La música como tradición. En: América Latina en su música. México, Siglo
Veintiuno Editores / UNESCO. P. 260-262.
98
sentido, a la excesiva tecnificación se suman la llegada de músicas extranjeras y
la inculcación de un cierto sentido de inferioridad que dislocan, tanto estética
como geocultural y socialmente, el lugar específico que deberían ocupar las
músicas de tipo verdaderamente popular y nacional. De este modo, podría
decirse, más que afectar a las músicas en cuestión, afectan una determinada
versión de su autenticidad, porque posiciones de este tipo han sido prácticamente
universales y, de lo mismo, han disputado las distintas escenas del folclor con
posiciones menos ortodoxas y mejor adaptadas a los cambios tanto del gusto
como de la estética y la tecnología del sonido. Estos sectores, mucho más
“modernos”, en su momento ponderaron igualmente las formas más primarias de
muchos géneros populares, rubricando con tal fin el concepto de músicas “de
raíz” -que cobra completa vigencia, tanto en Latinoamérica como en los Estados
Unidos, en la década de 1960-, para hacer notar el carácter más o menos
folclórico y tradicional de composiciones, géneros y estilos que participaban
abiertamente de la amplia experiencia de la música popular.
Por lado y lado, la autenticidad folclórica resalta positivamente el vínculo
de rasgos sonoros y dinámicas sociales, generalmente rurales y orales.
Asimismo, bajo su luz, la música folclórica es entendida como directa, simple,
fundamentalmente acústica, nutrida por la experiencia, preocupaciones y
costumbres de la gente común y sus comunidades.66 Sin embargo, como puede
observarse en su desarrollo histórico, las actividades musicales y los estudios
folclóricos echan mano, recurrente y eficazmente, de los recursos mediales y
reproductivos ofrecidos por las tecnologías modernas, participando así de un
mercado moderno e industrial, sosteniéndose, además, en instituciones y
escenas urbanas, e introduciendo la innovación y otros valores modernos y
cosmopolitas, al desarrollo global de estos géneros. Lo anterior no altera, sin
embargo, la contextura de la autenticidad folclórica. Ésta, justamente, pretende
SHUKER, R. 1998. Folk culture; folk music; folk rock. En: Popular music. The key concepts.
Londres y Nueva York: Routledge. P. 112.
66
99
facilitar la experiencia de un imaginario cultural común, identificada con la nación
en su conjunto, cuya mejor esencia persistiría en las culturas rurales, y a pesar
de sus contradicciones. Una exaltación así de la ruralidad demarca una
heterotopía muy adecuada para los rasgos colectivos y arcaizantes que
componen dicho imaginario, situándose como una suerte de antípoda de la
sociedad moderna e ilustrada, individualista, hiperracionalista e hipertecnificada.
El folclor se concibe, de este modo, sobre la base de una espontaneidad y una
emotividad propias de determinado tipo de cultura popular que, al menos
categorialmente, pretende distanciarse de “lo popular”, entendido éste con el
prisma de lo mediático, lo industrial y lo masivo. Los discursos que componen la
autenticidad, finalmente, repercuten en una concepción de la tradición como algo
relativamente reñido con la modernidad, encarnada en casos puntuales internacionales, nacionales, locales, biográficos- donde pronto se dejan ver los
matices y, por supuesto, las paradojas.67
Sin pretender entrar de lleno en una caracterización crítica del concepto
de música popular, creo necesario explicar algunos de sus componentes para
brindarle mayor espesor al concepto de autenticidad en folclor. En términos
operativos, la música popular puede ser entendida como urbana o urbanizada,
masiva, mediatizada y moderna, en el amplio sentido del término. A estos rasgos
debe incluírseles necesariamente algunas cuestiones que derivan de la
experiencia latinoamericana, que denota todo lo anterior más las nociones de
oralidad, tradición y comunidad, según el devenir particular de la modernidad
latinoamericana y en Latinoamérica. Así, un concepto adecuado de música
popular para América Latina debe acoger los problemas y elementos del folclor y
la tradición, más la medialidad, la innovación y la masividad, para apuntar tanto
a la cuestión de la raíz y la tradición, como para resaltar su innegable talante
OCHOA, A. M. 2002, El desplazamiento de los discursos de autenticidad: una mirada desde la
música.
[En
línea]
Revista
Transcultural
de
Música
2
<http://www.sibetrans.com/trans/trans6/ochoa.htm> [consulta: 30 de agosto de 2010].
67
100
global, comercial y tecnológico.68 De esta manera, la música popular alude
directa e indirectamente a los sectores medios y bajos, urbanos y rurales,
educados formalmente y semiletrados, “cultos” y no, aunque ha sido apropiada y
utilizada por gente de toda extracción. Sin embargo, como advirtió en su
momento Carlos Vega, lo “popular” en música popular se relaciona con lo
“plebeyo” o lo “vulgar”, refiere a la gente “común”69 y, debido a lo mismo, es
necesario, según él, incurrir en una nueva diferenciación. La música folclórica,
siguiendo a Vega, consiste en una sección conceptual y práctica de las músicas
populares, reservada exclusivamente a los sectores sociales rurales, de baja
extracción, clases menos ilustradas y en quienes persisten elementos
distinguibles de las antiguas sociedades tradicionales.
El hecho de que estas músicas participen de los medios modernos
provoca una serie de contradicciones que, como en los dilemas de la identidad y
la representación, deben ser subsanadas. Los discursos y prácticas de la
autenticidad se encargan precisamente de aquello. El antropólogo Luis Díaz G.
Viana indica que griegos y romanos, en la Antigüedad, otorgaban el valor de
“auténtico” a aquello hecho con autoridad, a lo “autorizado”. Desde este punto de
vista, el carácter auténtico de este o aquel objeto viene dado por quien lo adjudica
o lo moviliza. No se trata de un valor o una virtud intrínseca, esencial. Antes bien,
responde a una dialéctica, a una historicidad, y constituye una estrategia y un
horizonte de expectativas. En el caso que el académico español estudia, la
recopilación y categorización de la oralidad ibérica durante el siglo XX, la
autenticidad de los materiales tradicionales recopilados es fijada por el
recopilador, a través del acto mismo de la recopilación. Es dicho agente, por
cierto, quien controla el trasvasije de lo oral a lo escrito, de la manera más
adecuada, y quien cuida de que, en esta nueva contextualización, la tradición sea
GONZÁLEZ, Pensar la música, pp. 112-113.
VEGA, C. 1997. Mesomúsica, un ensayo sobre la música de todos. Revista Musical Chilena
51(188): 76-77.
68
69
101
simbólicamente reforzada. La autenticidad resulta de un proceso de
autentificación, de autorización, que se beneficia, en el gran contexto folclórico,
en el hecho de que el folclorista sabe lo que es lore, mientras que el folk -y el
público urbano, por cierto- no lo sabe. Desde este punto de vista, un folclorista
debe ser visto no sólo como un “guardián de la tradición” sino como un productor
de la misma.70
Esta visión de la autenticidad como un constructo motivado es refrendada
por Claudio F. Díaz a partir de su trabajo sobre la formación del folclor en la
Argentina. La constitución misma del campo ha dependido de diversas versiones
de la autenticidad, a causa sobre todo de la ambigua identidad social de los
artistas e investigadores implicados. Esto se explica en que, en el espacio de la
industria, los medios y los estudios académicos, quien representa al indio, al
arriero, al trabajador rural es un artista profesional que asume una identidad
distintiva, que lleva a cabo una apropiación, de una u otra manera, de las
tradiciones, para volverlas una propuesta particular dentro de un mercado cultural
específico. Un artista del folclor dice representar a una comunidad provinciana,
rural, criolla y/o indígena, dice encarnar tanto sus tradiciones como el espíritu de
lo nacional, o emprende, por otra parte, labores de recopilación y proyección
artística de las artes olvidadas, desde una situación medianamente ilustrada.
Distintas facetas de una misma autenticidad, finalmente, que Díaz atribuye
modélicamente a las trayectorias de agentes tan destacados como Atahualpa
Yupanqui, Buenaventura Luna o Andrés Chazarreta. En todos estos casos, se
produce una tensión entre los dos polos que definen el campo de los folcloristas:
el espacio tradicional, con sus sujetos, prácticas y elementos simbólicos -que en
la mayoría de los casos recibe un trato esencialista- y el espacio profesional y
comercial, de consumo y producción en el que se insertan. Es esta tensión la que
ha dado forma a uno de los componentes más característico no sólo del folclor
70 DÍAZ G. VIANA, L. 2002. Los guardianes de la tradición. El problema de la ‘autenticidad’ en las
recopilaciones de cantos populares. TRANS. Revista Transcultural de Música 6.
102
argentino, sino que de cualquier escena urbana e inserta en un circuito comercial:
la fidelidad a la tradición, más allá de cómo sea entendida esta, se constituye en
una actitud legitimadora, mientras que la inserción sin más, en los medios de
comunicación y en los ámbitos de la industria, puede transformarse en una actitud
descalificadora.71
2.5 Algunos casos
Recapitulando, como parte del proceso de modernización que atravesaba
América Latina desde mediados del siglo XIX, los medios de producción cultural
comenzaban a desarrollarse de manera potente, influyendo con mayor fuerza en
las vidas de los habitantes de la región, sobre todo en sus poblaciones urbanas,
desde los años 1920. Dado el contexto, a un tiempo que una cultura cosmopolita
hacía su aparición, bajo estas mismas condiciones comienza a definirse una
proyección de la cultura local y nacional: puesta al día respecto a las corrientes
tradicionalistas decimonónicas del Viejo Mundo, o bien como una reacción ante
unas culturas foráneas en auge y, en definitiva, ante un proceso modernizador
radical que ponía en peligro las formas de vida tradicionales de América Latina.
En el ámbito exclusivamente musical, una pléyade de géneros arraigados en los
espacios propios devendrá el soporte sonoro y performático por los cuales
determinados grupos de artistas y trabajadores del espectáculo, sujetos sociales,
grupos de interés y movimientos político-culturales, plasmarán sus diversos
idearios y aspiraciones, ante un espacio público donde dicha producción
simbólica era consumida por un público local, y asimismo, por uno internacional,
surgidos ambos al calor de una industria cada vez más global, y de un Estado
local que asume las tareas de construcción de cultura e identidad nacionales. En
tal sentido, es por medio de las industrias culturales que son definidos una serie
DÍAZ, C. 2009. Variaciones sobre el ser nacional. Una aproximación sociodiscursiva al folklore
argentino. Córdoba, Ediciones Recovecos. P. 71.
71
103
de repertorios simbólicos pretendidamente representativos de un sentir y de una
condición nacional, a la par que instituciones públicas de conocimiento
determinaban programas científicos para el rescate y la proyección social del
acervo tradicional. Tales proyectos, en la mayoría de sus manifestaciones,
tuvieron su aliciente en la recepción americana de las nociones de Folklore,
Volkskunde o “cultura popular” durante el siglo XIX, las cuales ya en la centuria
siguiente cobrarían gran presencia pública y política. Industria y Estado, a partir
del primer tercio del siglo pasado, reproducirán dichos repertorios representativos
por los medios de los cuales lograron premunirse, contribuyendo a la formación
de una música folclórica, representativa, si no del “pueblo”, al menos del
problema de lo popular desde la perspectiva del tradicionalismo.
En las próximas páginas, describiré algunos de los panoramas nacionales,
en los casos de Argentina, Brasil, México, Uruguay, Bolivia y Colombia, con el fin
de ilustrar las cuestiones ya planteadas. Chile y el Perú, por ser las escenas
nacionales que ocupan a esta tesis, serán revisados con la debida detención en
los capítulos respectivos.
En Brasil, el Estado Novo de Getulio Vargas se entendió a sí mismo como
una cruzada para la elevación de la cultura brasileña, en función de una
integración de la cultura popular a la cultura dominante. Dicha integración se
tradujo en una profunda reforma de la educación pública, y sobre todo en la
intervención estatal en la industria cultural y los medios de comunicación, para
introducir temáticas relativas a la cultura popular tradicionalista. Del mismo modo,
se tradujo en la fundación de una institucionalidad folclórica oficial, apoyada
activamente por el Estado Federal, antecedida en el trabajo de Mário de Andrade
y otros investigadores. Sobre esta plataforma, lo que se convino en nombrar
“música folclórica” -un cancionero rural, compuesto por géneros como congadas,
reisados, maracatus, etcétera- fue encauzado a nutrir una música erudita, siendo
despreciada, paradojalmente, en sus formas originales. De hecho, la figura del
hombre de campo -plasmada, por ejemplo, en el personaje Jeca Tatu de Monteiro
104
Lobato, o representada por dúos radiales caipira, como el de Jararaca y Ratinhofue despreciada hasta algunas décadas más tarde, cuando procesos de
renovación crítica de las tradiciones y del folclor lograrían reinstalar otras
representaciones populares.72
Un antecedente importantísimo para esta dimensión cívica que ganan el
folclor y la música tradicional, es el apoyo que determinadas actividades
musicales recibieron por parte del Estado Novo, puntualmente el trabajo de Heitor
Villa-Lobos y la campaña de elevación del samba como género nacional. Fue en
torno al último, más allá de la tremenda popularidad de la Velha Guarda, que se
dieron las polémicas y negociaciones más representativas de este período.
Durante los treinta, el mentado género fue materia de discusión entre los
especialistas, a causa del hibridismo que significaba el que fuera, a la vez, un
género urbano y rural. Sobre lo mismo, cierta oficialidad consideraba que la forma
más correcta de exaltar lo popular debía pasar por el filtro de lo culto, para, entre
otras cosas, custodiar debidamente la tradición y que ésta no decayera en
versiones vulgares y comerciales.73
Fue en la década de los cuarenta y cincuenta que hizo su aparición una
música folclórica urbana -que, por cierto, cooperó con legitimar al samba- y se
fue complementando, asimismo, un mapa tradicionalista gracias a la aparición de
destacados artistas como Luiz Gonzaga, nordestino, o Lupicinio Rodrigues,
proveniente del sur del país. La mayoría de los artistas y géneros regionales, por
cierto, tendieron a converger en Río de Janeiro, metrópolis cultural y mediática
consagrada por la presencia de Radio Nacional, la primera emisora en apoyar
activamente el desarrollo del folclor, para, desde allí, desarrollar una idea de la
música nacional tocada por la tensión entre regionalismo y centralismo. En
TURINO, T. 2003. Nationalism and Latin American music: selected case studies and theoretical
considerations. Latin American Music Review 24(2): 187.
73 GARCÍA, T. 2013. Refinindo o nação. Canção popular e folclore: um estudo comparativo entre
Chile, Argentina e Brasil no pós-Segunda Guerra Mundial. En: GARCÍA, T. y TOMÁS, L. (Eds.).
Música e política. Um olhar transdiciplinar. São Paulo, Alameda. Pp. 20-21.
72
105
definitiva, la instalación de la música popular nacional estuvo siempre asociada
a la vida urbana, puntualmente a tres procesos consecutivos: la antedicha
promoción del samba, durante la década del treinta, la irrupción del bossa nova,
hacia fines de los cincuenta, y la conformación del gran ámbito de la Música
Popular Brasileira -o de movimientos puntuales, como la Tropicália-, ya en los
sesenta. Estas etapas resumen y resuelven el intenso debate público en torno al
verdadero carácter folclórico que, durante esta última década, se volvió en un
exitosísimo movimiento de renovación y popularización de los géneros de raíz.74
En México, uno de los antecedentes para la formación del folclor musical
fue el debilitamiento de los poderes locales que sigue a la Revolución, el que
redundó posteriormente en una mayor centralización, expresada, por su puesto,
en la cuestión cultural y nacional. Esta cuestión repercutió en la formación de un
canon aparentemente representativo de la diversidad del país, y en una definición
del folclor consistente básicamente en la introducción de innovaciones y en la
urbanización de distintos géneros regionales, que pasaron de ser especies
recopiladas o interpretadas por tradición, a ser compuestas e interpretadas por
profesionales. Entre aquellos se contaron el huapango y el son huastecos, la
chilena guerrerense, el son jarocho, la canción ranchera, la jarana yucateca, en
un proceso global de transformación de aquellos en canciones convencionales,
proclives a la comercialización a través del disco y de los medios masivos.
El desarrollo de esta música estuvo precedido por un circuito de
espectáculos que ya se desplegaba bajo el porfiriato, principalmente en la Ciudad
de México, compuesto por compañías de revista y salas, que terminó de
consolidarse en la inmediata posrevolución, con la llegada del disco, la radio y,
posteriormente, el cine. A propósito, el primer cine sonoro mexicano, aparecido
hacia 1930, se enrieló activamente en el nacionalismo posrevolucionario y, bajo
dicho modelo, explotó los arquetipos del mariachi, del charro y de la china
74
WISNIK, J. M. 2010. Notas sobre música y política en el Brasil. Papel Máquina 2(4): 162-163.
106
poblana -que ya venían apareciendo en el teatro capitalino-, correlacionándolos
con el western hollywoodense. Algunos títulos destacables son Cielito Lindo o
Allá en el rancho grande, ambos estrenos de 1936, filmes que dan cuenta de un
aspecto central al género mexicano: el enorme éxito de este cine se debió
parcialmente al crucial soporte brindado por la canción popular, y al protagonismo
del charro cantor, su tipo característico. Su encarnación más entrañable estuvo
en Jorge Negrete, quien experimentó en carne propia la transposición del
protagonista de la comedia ranchera, además de la sempiterna asociación de
este género cinematográfico a la región cultural jalisciense, y la posterior
asociación de canción ranchera y bolero en el cine y el mariachi. Por su parte, la
radio inauguró la década del treinta con varias estaciones transmitiendo desde el
Distrito Federal, las que incluyeron desde temprano la programación,
principalmente, de rancheras. El éxito de la radio mexicana estimuló su repetición
en el Caribe y Sudamérica, por ejemplo, y la llegada a la Ciudad de México de
un sinnúmero de músicos provincianos que contribuyeron a la formación de una
escena de la música folclórica regional capitalina.75
Ninguna música regional, por cierto, ha sido tan importante para la música
mexicana como la jalisciense. El mariachi de Jalisco es reconocido como la
música nacional por excelencia, desde los treinta, que es cuando el conjunto
mariachi se consolidó como una expresión capitalina. El caso mexicano es
especialmente atractivo, desde el punto de vista de esta investigación, porque la
formación de un canon nacional ha sido una de las tareas principales de los
distintos movimientos nacionalistas, expresada mayormente en la incorporación
del regionalismo a una exhibición icónica de lo nacional. En dicho ícono sonoro
es normal que un estilo regional sea identificado como nacional, y que estilos
anteriormente inconexos desde ahora estén ligados bajo un criterio nacionalista.
Lo que prima, entonces, es una política de coexistencia desde la que se asume
MORENO RIVAS, Y. 1979. Historia de la música popular mexicana. México, Alianza Editorial
Mexicana / Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Pp. 80-89.
75
107
que determinado referente cultural -el son mexicano, en sus diferentes
variedades, por ejemplo- dice relación efectiva con un “pueblo”, lo cual supone
un cambio significativo, denotativa y connotativamente, en los mentados géneros
y estilos. Siguiendo esta lógica, la yuxtaposición de estos últimos en un marco
discursivo nacionalista, produce una suerte de alegoría sonora aún más compleja
que la mera suma de tales, por separado. Una abstracción como la de nación,
por medio de constructos sonoros de este tipo, gana cuerpo gracias a esta
especia de sinergia semiótica, densa y atractiva, basada -en el caso mexicanoen la idea de que el país se constituye en un regionalismo que, simbólicamente,
es la yuxtaposición de los significantes regionales.76
De lo mismo, entre los cuarenta y los cincuenta, el mariachi tradicional
sufrió
una
transformación
fundamental,
hasta
alcanzar
su
semblante
contemporáneo: reemplaza algunos instrumentos tradicionales, como el arpa y la
vihuela, por la guitarra sexta y la trompeta, en una transición que puede ser vista
en las películas de Negrete, por ejemplo. En tal mutación es evidente la fuerte
influencia que ha ejercido continuamente la música cubana, puntualmente por los
conjuntos típicos que giraban por el país -influjo que, sin ir más lejos, amenazó
la popularidad del género nacional con la irrupción de Dámaso Pérez Prado y del
mambo, hacia 1950-. El futuro del género ranchero quedaría sellado con la
presencia, originalmente, de cantores-actores como Negrete, y de las llamadas
“cantantes bravías”, como Lucha Reyes, y de cantautores como José Alfredo
Jiménez o Javier Solís, este último, el máximo exponente del híbrido bolero
ranchero.77
En la Argentina, el campo del folclor comenzó a desarrollarse con la mítica
presentación ofrecida por Andrés Chazarreta en la ciudad de Buenos Aires, en
1921. En adelante, sobre todo durante la década siguiente, la capital recibió a
76
77
TURINO, Op. cit., p. 197.
MORENO RIVAS, Op. cit., pp. 190-200.
108
numerosos artistas provincianos, entre ellos Atahualpa Yupanqui, Julio Argentino
Jerez, Buenaventura Luna, Samuel Aguayo, Mario del Tránsito Cocomarola,
Osvaldo Sosa Cordero, Ernesto Montiel, Hilario Cuadros, Los Trovadores de
Cuyo, Los Hermanos Abrodos y los Hermanos Ábalos, entre otros. Entre ellos,
se iban definiendo distintas estrategias de legitimación, como aún son el uso de
la vestimenta gauchesca, en el caso de los chamameceros, el cultivo de géneros
más aceptados por otros, o, como en el caso de Yupanqui, su pertinencia en la
música de raíz combinada con sus competencias en la interpretación docta. A
medida que avanzaban los treinta y cuarenta, iba definiéndose una jerarquía de
géneros musicales que instaban a un comportamiento estratégico en los
músicos, como pudo ser la formación de orquestas típicas por parte de músicos
correntinos, como forma de ampliar las posibilidades laborales, o bien, el hecho
de que Carlos Gardel y José Razzano, antes de engrosar la generación
fundadora del tango-canción, se dedicaran a interpretar el repertorio nativista.78
Otros saberes de relevancia fueron aquellos relacionados con el ámbito del
espectáculo en los medios masivos, que incluían tanto el manejo del lenguaje
periodístico, la manera de armar una presentación o de afrontar la grabación de
un disco, como la generación de contactos y relaciones sociales que permitieran
el acceso a las radios, lugares de presentación y a la industria discográfica.
Destacó, entonces, una actitud empresarial entre no pocos de los folcloristas partiendo por Chazarreta-, o periodísticas, como modo también de ganarse el
pan, destacando en este segundo lugar Buenaventura Luna y Atahualpa
Yupanqui.79
En relación con los aspectos sociales y económicos que influyeron en la
formación del campo, fueron cruciales diferentes reformas estructurales
implementadas por el primer gobierno de Juan Domingo Perón, las que
78 COLLIER, S. 2009. Carlos Gardel. Su vida, su música, su época. Santiago, Ariadna Ediciones.
P. 33.
79 DÍAZ, Op. cit., pp. 65-66.
109
respondieron, entre otros factores, a la enorme migración interna que
experimentó la Argentina en torno a la II Guerra Mundial, principalmente hacia
las principales ciudades: Córdoba, Rosario y el conurbano bonaerense. En vistas
a que la gran guerra ya tocaba a su fin, y a que la economía argentina de seguro
sufriría una baja en sus exportaciones, a causa de una esperable reactivación de
los mercados europeo y norteamericano, el líder político consideró necesario, a
toda costa, aumentar el consumo interno con tal de estimular la economía desde
dentro y, así, no afectar la industria ni el mercado del trabajo. Cuando en 1949
estas resoluciones alcanzaron estatus constitucional, junto con los derechos
laborales universales, la inclusión social justicialista se llevaría a cabo también
sobre la base del consumo, lo cual, entre otras muchas consecuencias, provocó
que los contingentes inmigrados fuesen ahora considerados consumidores
efectivos para, por ejemplo, la industria cultural, siendo el folclor uno de sus
mercados más importantes.80 De modo que las postrimerías de los cuarenta
asistieron a la triangulación de una industria cultural en formación, un campo del
folclor en forma, un público con mayor capacidad de adquisición e interesado en
ambos espacios, y una institucionalidad encargada de recoger las tradiciones
rurales y orales, para otorgarles una apropiada proyección en la sociedad urbana
-a través, por ejemplo, del Instituto Nacional de la Tradición, fortalecido gracias a
las políticas culturales justicialistas-.81 Asimismo, el Estado estimuló desde otro
frente la consolidación no sólo de estos géneros, sino del amplio mercado de la
música argentina, por ejemplo, mediante el apoyo que otorgó a las instituciones
científicas del caso, y a partir de medidas, como la Ley 33.711 de 1949, que
establecía la obligatoriedad de un 50% de música nacional en radiodifusión.82
PUJOL, S. 1999. Historia del baile. De la milonga a la disco. Buenos Aires, Emecé Editores. P.
215.
81 CATTARUZZA, A. 2009. Historia de la Argentina 1916-1955. Buenos Aires, Siglo Veintiuno
Editores. P. 235.
82 DÍAZ, Op. cit., pp. 86-87.
80
110
En Colombia, hacia los años veinte, el porro y la cumbia -géneros que dan
cuenta del mestizaje de lo negro, lo europeo y lo indígena- aparecieron en el
Caribe, gracias a la formación de una generación de músicos capaces de tomar
estos géneros tradicionales y adaptarlos a los criterios populares. En dicho
contexto, destaca el continentalmente afamado Lucho Bermúdez, quien fue un
paso más allá llevando estos ritmos, con su orquesta, a los escenarios y estudios
bogotanos. Es él uno de los responsables de transmutar dichos ritmos caribeños
en representativos no sólo de esa identidad regional, sino de la colombianidad, a
contrapelo de una identidad colombiana marcadamente eurocentrada, gracias
sobre todo al éxito que se granjeó entre la mesocracia urbana. Es curioso que no
obstante se le adosase a la cumbia el mencionado discurso tradicionalista y
nacionalista, en su transformación en género folclórico y ulteriormente popular,
fuera tan importante la influencia de músicos extranjeros, como el cubano
Ernesto Lecuona o el boricua Rafael Hernández, quienes hicieron un valorable
aporte a la creación de una música de alcance caribeño, transnacional más que
nacionalista. En un sentido ahora más social que geocultural, Lucho Bermúdez
mismo era alguien acostumbrado a departir tanto con las clases populares
rurales, de quien tomaba la mayor parte de su material, como con las elites
urbanas. Él constituye un buen ejemplo de esta situación liminal que caracteriza
a los folcloristas y músicos nacionalistas del siglo XX. 83
Tanto el porro como la cumbia chocaban con la autoimagen colombiana
de país blanco. Bermúdez colaboró con el blanqueamiento de los mencionados,
y su éxito se debió a la aceptación que ganó en las estaciones de radio,
fundamentalmente. Debido a la escasa intervención estatal en estas materias, en
torno a las músicas de raíz como materia de interés de los medios masivos
colombianos, ya entre los años cuarenta y sesenta, la agenda privada de
WADE, P. 2008. Identidad racial y nacionalismo: una visión teórica de Latinoamérica. En: DE
LA CADENA, M. (Ed.). Formaciones de indianidad. Articulaciones raciales, mestizaje y nación en
América Latina. Popayán: Envión Editores. Pp. 394-395.
83
111
productores, empresarios y artistas, fue causando que las músicas de talante afro
o indígena fueran relegadas a los ámbitos folclórico y tradicional -y, por ende, que
fueran discretamente marginadas de la programación-, y que, como el porro y la
cumbia, aquella de raíz afro e indígena que atravesaban favorablemente un
proceso de blanqueamiento, fueran exaltadas como “populares”, es decir, como
modernas y urbanas. La tropicalidad de estos ritmos, Bermúdez mediante, logró
cuestionar los estigmas de lo negro y lo indio, según la jerarquía racial
colombiana, para situarse en el espectro de los gustos urbanos y mesocráticos,
y para luego ser exportados, con un éxito inusitado, al resto de la América
Hispana.84
En Bolivia existió una escena folclórica, en la ciudad de La Paz, entre las
décadas de 1930 y 1940, que se benefició tanto de la instalación de la radio como
del influjo de eventos y movimientos indigenistas y nacionalistas. La división entre
los géneros folclóricos al interior de dicha escena -géneros que, no obstante,
tendían a confluir en los mismos escenarios paceños- obedecía a la división
étnica que se establecía entre una Bolivia criolla o mestiza, localizada en los
departamentos de Santa Cruz, Beni y Pando, y una Bolivia indígena,
representada por la mayoría de los departamentos del Oriente del país. 85 Lo
anterior no afectó el que la tarea de construcción de una identidad nacional, a
través del folclor, lograra incorporar la realidad tanto camba como colla a un
nuevo canon. Dicho movimiento ganó una enorme fuerza con el estallido de la
Guerra del Chaco y el auge de un patriotismo que dotaría a la cultura general de
un carácter político que estimularía, posteriormente, la Revolución de 1952. La
variedad de discursos y referentes de la modernidad identidad boliviana incluían
una impronta andinocéntrica y, al mismo tiempo, integracionista, orientada a
destacar la diversidad del país, independientemente de las diferencias. De esto
WADE, Ibid., p. 396.
RÍOS, F. 2017. Las Kantutas and Música Oriental: folkloric music, mass media, and state politics
in 1940s Bolivia. Resonancias 21(41): 57-58.
84
85
112
modo, la música popular y folclórica bolivianas estuvieron discursivamente
marcadas por un esencialismo telúrico y un multiregionalismo, donde coexistían,
no sin roces, lo serrano con lo selvático y lo llanero.86
Radio Illimani de La Paz, propiedad del Estado, fue la emisora más
influyente en este tipo de músicas durante el período señalado, en cuyas ondas
se fraguaron dúos o conjuntos sobresalientes como Aymara-Illimani, MurilloCatacora, Las Pampitas, Las Kantutas, entre otros. El repertorio de los conjuntos
mestizos se componía de huaynos, cuecas, bailecitos o carnavales, 87 los que,
durante la guerra, pasaron a denotar una nueva ideología del mestizaje,
representación étnica de una suerte de reconciliación histórica al calor del
enfrentamiento con el Paraguay. Dicho parámetro, entonces, se tradujo en el
énfasis ganado por las músicas criollas o mestizas, apoyadas indirectamente por
el Estado explotada por jóvenes empresas discográficas nacionales, como
Discos Méndez. La ideología del mestizaje musical perpetuó, sin embargo, un
desprecio más o menos velado por lo racialmente marcado.
Un aspecto por destacar, en dicha línea, es la sonoridad de las músicas
bolivianas de raíz tradicional. Los músicos bolivianos por lo general registraban
su material en estudios brasileros, haciéndose acompañar por orquestas o
pequeños ensambles de guitarra, intentando replicar el sonido bolerístico de, por
ejemplo, el trío Los Panchos. Este gesto implicó un sentido de inferioridad frente
a la música tradicional, sobre todo la andina, que debía ser mitigado mediante la
adaptación de este canon al sonido convencional de la moderna música popular
latinoamericana. Es recién en los sesenta que los conjuntos bolivianos enfrentan
este problema, reconociendo el enorme impacto de la Revolución del ’52 -que
elevó el estatus sociocultural de lo indígena- e inspirándose, curiosamente, en la
SÁNCHEZ PATZY, M. 2002. La música popular en Bolivia desde mediados del siglo XX y la
identidad social”. En: La música en Bolivia. De la prehistoria a la actualidad. Cochabamba,
Fundación Simón I. Patiño. Pp. 278-279.
87 RÍOS, Op. cit., p. 59.
86
113
enorme y atractiva oferta de músicas folclóricas argentinas. Así fue llevándose a
cabo una andinización del folclor boliviano, con la interpretación de instrumentos
autóctonos -charangos, quenas, zampoñas y wanqaras-, cierta inclinación
performática -la incorporación del poncho a la indumentaria sobre la escena- y la
utilización de nombres quechua-aymaras.88
En el Uruguay, finalmente, el folclor despunta sobre todo desde la década
del cincuenta, basándose en una nueva canción de raíz tradicional, definida
primordialmente por la artista Amelia de la Vega, quien, en su desempeño como
compositora e intérprete, da cuenta de la innegable influencia del tango
rioplatense en el estilo suyo y de otros grandes del folclor charrúa. Entre fines de
los cincuenta e inicio de los sesenta, apoyado sobre todo en el enorme éxito de
la música folclórica en la Argentina, comienza a crecer un movimiento similar en
la Banda Oriental. En esta escena destacaron Osiris Rodríguez Castillos, Los
Carreteros, Aníbal Sampayo, Anselmo Grau, y los compositores Víctor Lima y
Rubén Lena, interpretados, por ejemplo, por Los Olimareños. Destaca el que
todos estos artistas estuviesen en algún grado comprometidos con lo social y lo
político, con lo cual allanaron el camino para la posterior canción de raíz
politizada. Otro asunto destacable es que estos artistas, además de cultivar los
géneros y estilos tradicionales, se dieron a la tarea de crear otros nuevos, de
inspiración tradicional, como la litoraleña, la serrana o media serrana, y algunas
versiones cantadas de la milonga rioplatense.89
SÁNCHEZ PATZY, Op. cit., pp. 279-281.
AHARONIÁN C. 2010. Músicas populares del Uruguay. Montevideo, Ediciones Tacuabé. Pp.
31-32.
88
89
114
CAPÍTULO 3
LA RENOVACIÓN FOLCLÓRICA LATINOAMERICANA
Puede decirse que, en tanto representación, el folclor constituye una
abstracción de la tradición, lo que equivale a decir que el folclor es una
descontextualización operada sobre la cultura tradicional para que ésta sea
exhibida en nuevos contextos, para que sea refuncionalizada en vista a nuevos
intereses sociales, estéticos, políticos, etcétera. Este esquema conlleva una serie
de dilemas en torno a la idea de autenticidad folclórica, de las llamadas músicas
de raíz y de lo que pueda acontecer con aquellas en nuevos procesos de fusión
o reelaboración. Sobre lo mismo, y desde el punto de vista de la autenticidad, el
folclor es sobre todo un dispositivo de autentificación y de generación de
tradiciones.
Del mismo modo, el folclor representa un modo particular de afrontar la
modernidad. Integra inicialmente una inquietud ante la modernización general,
con todos sus subproductos, aunque posteriormente participa de ésta de forma
más cómoda, intentando ocultar su carácter moderno -paradojalmente-,
aduciendo al mundo premoderno. Como modernismo, el folclor tiende a ser
conservador, nostálgico, sentimentalista y contradictorio. En un mismo sentido,
connota un vínculo positivo con el pasado y con los sectores sociales que lo
encarnarían.
Asimismo, el folclor proyecta una visión positiva sobre lo popular. Es más:
éste, creación original del romanticismo dieciochesco, constituye la primera
conceptualización moderna de la cultura popular, a través primeramente del
concepto de Volkskunde y sus prácticas asociadas. Al haberse diferenciado de
115
la Ilustración, el romanticismo -particularmente el alemán- sugiere una relación
problemática entre cultura y política en el contexto de los agresivos cambios que
siguen a la crisis del Antiguo Régimen, la Revolución Francesa y el auge de los
primeros nacionalismos europeos. Mientras la noción ilustrada de lo popular -en
general, francesa- centra su interés en el problema de la ciudadanía, y por ende
antepone la política a la cultura, la noción romántica de lo popular, sostenida en
una aspiración más nacionalista y sublime, considera la cultura algo preexistente
a la política. Este antecedente podría explicar la ausencia más o menos general
de perspectivas socialmente críticas que caracterizó comúnmente al folclor
científico alrededor del mundo, aspecto que en América Latina fue intensamente
revisado desde la década de 1950.
Desde la matriz romántica, el folclor ha operado según una dialéctica de
particularismo y universalismo que se ha ido componiendo y recomponiendo
cada cierta época. Cuando surgió como tal en la Inglaterra de la década de 1840,
pero sobre todo después de su absorción categorial por parte del positivismo,
durante la segunda mitad del siglo XIX, la disciplina científica y la representación
de tipo más cultural se han enfocado mucho más en lo local o lo nacional que en
lo universal. Sin embargo, en los años 1960 el folclor en América Latina tendió a
apuntar nuevamente a una comprensión universalista, más continental, de la
cultura popular de raíz, reordenando el mapa sonoro continental en nuevas
constelaciones regionales, nacionales y continentales, y llevando a cabo, al
mismo tiempo, una desjerarquización tácita de lo latinoamericano -nacional o
regionalmente- con respecto a otras grandes matrices geoculturales.
Esta nueva época impone cambios similares desde otros abordajes. El
folclor, a partir de su paradigma clásico, se basa en una comprensión de la cultura
popular tradicional como un cúmulo de sobrevivencias o antigüedades -de ahí su
valor, por cierto- cuya naturaleza les impide ser reelaboradas creativamente,
pues quienes conservan este patrimonio, el pueblo, no está dotado con el don de
la creatividad. Los frutos de esta cultura representan un contraste material de la
116
alta cultura, y constituyen materiales que deben ser conservados como si de
antigüedades se tratara. Pero, del mismo modo, debido a su capacidad para
resistir el fuerte cambio cultural, estos elementos del folclor son valorados porque
que aluden a una identidad más permanente y estable que otras presentes
también en la cultura moderna. Lo que yo en esta tesis doctoral llamo
“Renovación Folclórica”, se relaciona con una actitud activa y crítica respecto a
estos y a otros aspectos, actitud que inaugura una nueva época sobre todo para
la historia de la música popular latinoamericana, que participa de una
reorientación estética general del continente entero, y que juega un nada
despreciable papel en la vida político-cultural latinoamericana hasta, al menos,
fines de la década de 1980. Dicho panorama estuvo constituido por distintas
escenas y movimientos, fundamentalmente el Nuevo Cancionero Argentino, el
Canto Popular Uruguayo, la Nueva Canción Chilena y la Nueva Trova Cubana.
La renovación es tal porque, entre otros asuntos, asume los elementos del
folclor no refiriendo estrictamente a los contextos tradicionales en que se halla
originalmente. La renovación constituye una noción distinta de folclor -o de raíz
folclórica-, según la cual el pueblo -folk- y sus repertorios, prácticas e imaginarios
-lore- son indistintamente rurales y urbanos, arcaicos y modernos y, por lo mismo,
son proclives a la innovación y a una representación artística menos ceñida a las
formas, normativas y contenidos prescritos por los paradigmas clásicos. La
afirmación anterior se relaciona con el hecho de que el folclor latinoamericano ha
dependido, para desarrollarse y difundirse, de tecnologías de registro y
reproducción audiovisual propias de la industria cultural y los medios masivos de
comunicación. Esto riñe obviamente con los enunciados orientados a legitimar la
autenticidad folclórica, los que por cierto han expresado parcialmente un
sentimiento de incomodidad ante las tecnologías modernas. Del mismo modo,
para la Renovación Folclórica un problema importante es justamente el de la
producción y distribución simbólica modernas, ya no asociado directamente con
la conservación o no de los acervos tradicionales, pero sí orientado a la cuestión
117
de la identidad y de la integridad cultural de los pueblos. Asimismo, destaca en
la renovación la superación de la idea de que el lore es el producto de unas clases
populares incapaces de actualizar creativamente lo que han asimilado. Desde mi
punto de vista, la Renovación Folclórica no sólo actualiza creativamente el folclor
-dándose a entender como una música de raíz folclórica- sino que lo fusiona con
tradiciones doctas y populares.
Uno de los fines de la Renovación Folclórica fue el de superar la
representación previa de lo popular, para llevar a cabo una representación
distinta y contrastante, centrada en aspectos de tipo más político y social. Del
mismo modo, la renovación, entre otras corrientes y movimientos, constituye una
crítica intrínseca del tipo de representación cultural de la marginación -social,
política, económica- del folclor, que empieza a ser levantada en la década de
1950, como ya se ha dicho. En este sentido, la ausencia de perspectivas críticas
que caracteriza comúnmente al folclor científico contrasta con la aparición de las
mismas en el seno de la renovación.
Esta renovación tematiza una amplia gama de problemas e ideas que, a
la larga, configuran un complejo marco conceptual, debido tanto a cuestiones
estrictamente musicales como a problemas de carácter estructural, insertas en
un gran escenario continental y mundial. La emergencia de “lo juvenil” y de la
juventud, por ejemplo, como una nueva subjetividad política y como un tipo
específico de agencia económica y cultural. La representación simbólica de
nuevos sujetos y sectores sociales, también, antes no acogidos por el folclor y la
música popular en general, desde el punto de vista de la subalternidad:
trabajadores urbanos, militantes y activistas, mujeres y jóvenes, indígenas y
afrodescendientes, etcétera. La necesidad, asimismo, de apelar a una identidad
latinoamericana y tercermundista, para así enfrentar tanto la dependencia
estructural como la subordinación cultural. La incidencia, teórica y pragmática, de
los medios masivos de comunicación y las industrias culturales, también, en
relación al consumo y a las identidades de clase, etarias, nacionales y
118
latinoamericana. Una profunda reconceptualización de la “canción” como
dispositivo sensible y discursivo, en relación con una reconceptualización similar
de categorías disciplinares –“música popular”, “música docta”, “folclor”,
“tradición”, etcétera-. Una solución global, finalmente, a las urgencias del
compromiso y la militancia, que apunta a un gran concepto, a veces absoluto, de
“lo nuevo”, en sintonía con un horizonte histórico de emancipación.
Este capítulo será organizado como una descripción muy general, y lo más
operativamente posible. Cada uno de los tópicos adquiere una validez general
cuya encarnación está determinada por una casuística diversa y hasta
contradictoria que, espero, quede clara según las descripciones y análisis a
continuación.
3.1 Lo nacional, lo internacional y el imperialismo cultural
En la Renovación Folclórica latinoamericana puede advertirse una relación
a la vez complementaria y conflictiva entre lo nacional y lo internacional, que a la
vez se superpone a la preexistente relación, en el folclor más convencional, entre
centralismo y regionalismo. Esta nueva vinculación, no obstante, y a medida que
avanzan las décadas del sesenta, setenta y ochenta, irá ingresando a una nueva
etapa donde la idea de lo latinoamericano irá cobrando una centralidad cada vez
mayor, zanjada en la gran categoría o metagénero musical de “Nueva Canción
Latinoamericana”.1
Ahora,
sin
desconocer
la
importancia
del
proceso
de
“latinoamericanización” de la canción de raíz folclórica, la renovación, al igual que
el folclor de más antiguo cuño, es un fenómeno inherentemente internacional que
involucra a Sudamérica, Norteamérica -México y los Estados Unidos,2
FAIRLEY, J. 1985. Annotated bibliography of Latin-American popular music with particular
reference to Chile and to ‘nueva canción’. Popular Music 5: 308.
2 SPENER, D. 2015. Un canto en movimiento: ‘No nos moverán en Estados Unidos, España y
Chile en los siglos XIX y XX. Historia Crítica 57: 56-61.
1
119
específicamente-, Centroamérica, el Caribe y Europa entera.3 La renovación no
sólo exhibe esta extensión global, antes bien, se trata de un gran movimiento
internacional que apunta tanto a los contenidos locales y nacionales como a un
internacionalismo que se expresa en diversas solidaridades, redes, préstamos,
adopciones e influencias. Algunas de estas escenas, puntualmente las que -en
algún momento de su historia- entraron en contracto con la renovación
latinoamericana- fueron la del folk revival norteamericano, sobre todo aquella
localizada en la ciudad de Nueva York, que contribuyó a dotar de espesor cultural
a la izquierda estadounidense y al movimiento de los Derechos Civiles. También
a la Nova Cançó Catalana y el Euskal Kantagintza Berria4 -“Nueva Canción
Vasca”-, las que apuntaban tanto a la reivindicación nacionalista como a un
antifranquismo de izquierda. Del mismo modo, los latinoamericanos trabaron
contacto con las escenas folk alemanas, a ambos lados del Muro de Berlín,
destacando sobre todo la presencia del colectivo Oktoberklub -hito cultural de la
República Democrática Alemana- y la celebración, desde 1970 a 1990, del
Festival des politischen Liedes, evento mundial en el que la presencia latina fue
constante.5 Y, en un mismo sentido, las relaciones trazadas con la diversa escena
del folclor comprometido italiano, donde se distingue el trabajo de organizaciones
como Cantacronache, Il Nuovo Canzoniere Italiano6 o Canzoniere delle Lame.
RÍOS, F. 2008. ’La flute indienne’: the early history of andean folkloric-popular music in France
and its impact on ‘Nueva Canción’. Latin American Music Review 29(2): 167-171.
4 AGOTE, G. 2010. El inicio de la Nueva Canción Vasca. Santiago, Vicerrectoría de Asuntos
Académicos de la Universidad de Chile. Pp. 1-2.
5 Cada una de las versiones anuales del Festival era registrada y parcialmente publicada en LPs
prensados por el sello Eterna de la RDA. Si bien la presencia de artistas europeos es la mayor
en dichas ediciones, desde 1971 prácticamente no hay un solo disco de esta serie en el que no
figure algún representante de la canción latinoamericana. Entre otros, participaron Isabel Parra,
Quilapayún, Silvio Rodríguez, Inti-Illimani, Viglietti, Quinteto Tiempo, Rubén Ortiz -México-,
Manguaré, Moncada -ambos cubanos-, Aparcoa –Chile-, hermanos Mejía Godoy y Norma Gadea
-Nicaragua-, Amparo Ochoa, Illapu, Mercedes Sosa, León Gieco y Cutumay Camones -El
Salvador-. LEYN, W. 2016. Volkes Lied und Vater Staat. Die DDR-Folkszene 1976-1990. Berlín,
Christoph Links Verlag. P. 278.
6 BERMANI, C. 2006. El Nuovo Canzoniere Italiano, la canción social y ‘el movimiento’”. En:
BALESTRINI, N. y MORONI, P. La horda de oro (1968-1977). La gran ola revolucionaria y
creativa, política y existencial. Madrid, Traficantes de Sueños. Pp. 102-121.
3
120
Fue sobre la base de redes tendidas como las descritas, y de una creciente
capacidad de concitar un interés global, que el movimiento de renovación
latinoamericano se fue articulando, hasta al menos la década de 1980, sobre la
base de una serie de cruces y alianzas localizadas, antes y después de los golpes
de Estado y exilios que afectaron a la región, en ciudades a ambos lados del
Atlántico: Santiago de Chile, Montevideo, Lima, La Habana, Ciudad de México,
Managua, París, Berlín -Oriental y Occidental-, Roma, Helsinki, entre otras.
A propósito, a mediados de los ochenta, el cantautor uruguayo Alfredo
Zitarrosa exponía una característica de la Nueva Canción Latinoamericana sobre
una de idea de la “desbalcanización” de las culturas vernáculas, de las tradiciones
folclóricas previas, proceso que, curiosamente, él atribuía a la ubicuidad y relativa
economía de los productos de la industria cultural -discos, puntualmente-, los que
habían permitido que, desde décadas previas, los creadores conocieran el
trabajo de sus colegas extranjeros. Todo lo anterior, no obstante, el carácter
monopólico y mercantil de los medios de producción y distribución cultural,
enfatizaba el cantautor. Esta interrelación, esta suerte de comunidad de gustos,
repertorios e influencias, se había beneficiado del intercambio directo dado entre
los artistas exiliados, y entre ellos y sus audiencias, con mayor intensidad desde
mediados de la década anterior.7 La cuestión se relacionaba, para Zitarrosa, con
la ampliación de los horizontes culturales de la izquierda latinoamericana y con
el desarrollo general de un lenguaje estético, adecuado para la comunicación con
grandes mayorías y sin menoscabo de los contenidos.8
Sin ir más lejos, el propio Zitarrosa, exiliado en México, entre 1980 y 1981 produjo y condujo el
programa Casi en privado, transmitido por Radio Educación del Distrito Federal. En el espacio, el
cantautor se dedicó a realizar entrevistas y registrar en vivo a artistas de toda América Latina que,
de paso por la capital mexicana, referían tanto al folclor nacional y a la importancia de interpretar
un repertorio de alcance continental, como a la urgencia de, desde la música, contribuir a la lucha
contra los autoritarismos que, para las fechas, afectaban con más fuerza a los países del Cono
Sur.
8 ZITARROSA, A. 1985. Para una definición de la Nueva Canción desde Uruguay (1). Boletín de
Música 106: 21.
7
121
Desde una óptica más institucional, el movimiento renovador fue tomando
forma gracias a una serie de eventos internacionales, siendo uno de los primeros
y más sobresalientes el Encuentro Internacional de la Canción Protesta,
organizado por Casa de las Américas en el balneario de Varadero en agosto de
1967. El evento contó con la participación de representantes de Chile, Australia,
Uruguay, los Estados Unidos, Italia, Cuba, Inglaterra, Portugal, México, Haití, la
República Democrática del Congo, Argentina, Vietnam del Sur y España. 9
Propició el establecimiento de alianzas al interior del movimiento latinoamericano,
puntualmente, y además con ciertos agentes similares del ámbito anglosajón,
siendo celebrado con el propósito explícito de que los “trabajadores de la canción
protesta” intercambiaran experiencias y pudieran cobrar consciencia de los
alcances territoriales, culturales y políticos de su labor.10
Otro evento que apuntó a la consolidación de la Renovación Folclórica fue
el Encuentro de Música Latinoamericana, celebrado nuevamente en Casa de las
Américas entre septiembre y octubre de 1972. Aquí me parece necesario indicar
que, hasta 1973, una porción importante de los eventos oficiales que reunieron a
las grandes figuras de la renovación latinoamericana, en suelo americano, fueron
celebrados en torno al eje La Habana-Santiago de Chile, como fruto no sólo de
la colaboración entre la Nueva Trova y la Nueva Canción Chilena, sino de los
esfuerzos coordinados entre las institucionalidades culturales cubana y chilena.
Dicho vínculo había quedado de manifiesto previamente en giras de
Parte importante de los asistentes quedaron registrados en el disco VV.AA. [1967]. Encuentro
Internacional de la Canción Protesta [disco]. La Habana, Casa de las Américas. 2 discos de larga
duración, 90 min. El álbum que contó con una reedición por Paredon Records: VV.AA. [1970].
Canción Protesta. Protest song of Latin America [disco]. Nueva York, Paredon Records. 2 discos
de larga duración, 90 min. Este sello fue fundado por Barbara Dane, cantautora norteamericana
asistente a dicho Encuentro, el que prensó una serie de álbumes de solistas y conjuntos
latinoamericanos. Esta reedición es prueba de que la solidaridad internacional, en el medio
internacional de la renovación, podía cruzar las barreras que, geográficamente, debían
corresponder a diferencias ideológicas irreconciliables. SHEA, D. 2003. Lo que queda del Frente
Popular estadounidense en voz de mujer. Dossiers Feministes 7: 149-153.
10 VVAA. 2017. Resolución final del Encuentro de la Canción Protesta. [En línea] Boletín de
Música 45 <http://www.casadelasamericas.org/boletinmusica.php#arr> [consulta: 1 abril 2019].
Pp. 1-3.
9
122
delegaciones de un país a otro, en el intercambio de ediciones discográficas, en
el especial interés de los músicos chilenos por el repertorio de los cubanos, pero
sobre todo en la experiencia del conjunto Manguaré, expresamente formado para
recrear la sonoridad andina de la Nueva Canción en la isla.11
El Encuentro puso de manifiesto uno de los aspectos más sensibles para
la Renovación Folclórica latinoamericana en adelante: la articulación y
consolidación de un sistema internacional de festivales y reuniones, dentro de
otros
esfuerzos
de
coordinación
e
institucionalización
internacional
e
intercontinental. Algunas otras grandes reuniones internacionales fueron el IV
Festival de la Canción Comprometida, durante enero de 1973 en Valparaíso, al
que asistieron Daniel Viglietti, Horacio Guarany, Noel Nicola, Pablo Milanés y
Silvio Rodríguez, Inti-Illimani, Quilapayún, los chilenos Tiemponuevo,12
Amerindios, Ángel Parra, Víctor Jara, Isabel Parra y otros.13 Asimismo, el Festival
Internacional de la Canción Popular, celebrado en Chile en junio de 1973, en
preparación de la participación latinoamericana en el X Festival Mundial de la
Juventud y los Estudiantes, a celebrarse en Berlín Este entre julio y agosto de
aquel mismo año. Contó con presentaciones de Zitarrosa, el Quinteto Vocal
Tiempo y César Isella. El grupo Agit-prop -grupo mucho menos ajustado a lo
La iniciativa surgió de un encuentro entre el grupo Quilapayún y Fidel Castro en La Habana, y
contó en Chile con el apoyo concreto de dicho conjunto y de Inti-Illimani. RODRÍGUEZ MUSSO,
O. 1988. La Nueva Canción Chilena. Continuidad y reflejo. La Habana, Casa de las Américas. P.
79. El esfuerzo de los conjuntos cubanos por asimilar activamente la sonoridad y el repertorio de
los grupos sudamericanos y de, especialmente, la música andina, persistió con la fundación de
otras agrupaciones como Moncada y Mayohuacán, los que posteriormente cubrieron, con la
aparición de escena de Nueva Canción en el Caribe y Centroamérica a medida que avanzaban
los setenta, la estética y las problemáticas de zonas mucho más cercanas a Cuba.
12 No debe ser confundido con Tiempo Nuevo, agrupación peruana cuya trayectoria será
analizada en el quinto capítulo de esta tesis.
13 ANÓNIMO. 2014. Daniel Viglietti y Horacio Guarany en el Festival de la Canción Comprometida.
En: CONTRERAS, G. y VASSALLO, E. (Eds.). La cultura con Allende. Tomo II 1972-’73. Santiago,
Alterables / Étnika. Pp. 371-372.
11
123
folclórico y más afín a ligereza de lo popular- hizo lo propio desde Finlandia,
compartiendo escenario con muchísimos artistas chilenos.14
Otro evento que me parece destacable por su convocatoria y ubicación,
se llevó a cabo en República Dominicana, entre el 25 de noviembre y el primero
de diciembre de 1974, bajo el título de “Siete Días Junto al Pueblo”. Contó con la
participación de Danny Rivera, Lucecita Benítez, Antonio Cabán Vale, Silverio y
Roxana desde Puerto Rico; Pi de la Serra, Ana Belén y Víctor Manuel desde
España; Silvio Rodríguez y Noel Nicola desde Cuba, Roberto Darvin, del
Uruguay, Mercedes Sosa, Guadalupe Trigo -desde México- y Los Guaraguaos,
venidos de Venezuela.15 El encuentro contribuyó a fortalecer al movimiento de la
Nueva Canción en República Dominicana, a estimular la organización de un
movimiento similar en Puerto Rico y a establecer la consolidar la influencia que,
en adelante, ejercería la Nueva Trova Cubana en diferentes escenas nacionales
de la cuenca del Caribe y de Centroamérica.16
De lo mismo, el exilio masivo de cantautores y conjuntos del Cono Sur y
el triunfo de la Revolución Sandinista,17 a fines de los setenta, ayudaron a
descentrar los focos originales de la Nueva Canción Latinoamericana, desde
Sudamérica y la isla de Cuba hacia otras capitales del continente, sobre todo la
Ciudad de México.18 Buenos ejemplos de lo anterior son la organización de
festivales como el Concierto por la Paz -Managua, abril de 1983-, que contó con
la presencia de los hermanos Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy -Nicaragua-;
Amparo Ochoa y Gabino Palomares, desde México, junto a Silvio Rodríguez,
ANÓNIMO. 2014. ANÓNIMO. 2014. César Isella al Festival Internacional de la Canción
Popular. En: CONTRERAS, G. y VASSALLO, E. (Eds.). La cultura con Allende. Tomo II 1972-’73.
Santiago, Alterables / Étnika. Pp. 501-502.
15 BRITO UREÑA, L. M. 1997. El merengue y la realidad existencial de los dominicanos. Bachata
y Nueva Canción. Santo Domingo, Unigraf. Pp. 228-229.
16 DÍAZ AYALA, C. 1981. Música cubana. Del areyto a la Nueva Trova. San Juan, Editorial
Cubanacán. P. 302.
17 STURMAN, J. L. 2012. Nostalgia for the future: the New Song movement in Nicaragua. En:
BEEZLEY, W. H. y CURCIO-NAGY, L. A. Latin American popular culture since Independence.
Lanham, Rowman & Littlefield Publishers. Pp. 258-262.
18 BERNETTI, J. L. 1977. Zitarrosa y la Nueva Canción Latinoamericana. Cambio 9: 75.
14
124
Sosa, Viglietti y el venezolano Alí Primera.19 Otros casos son las diferentes
versiones de los Festivales de la Nueva Canción Latinoamericana, organizados
en distintas ciudades del continente -Quito, México, Lima- lo largo de los ochenta,
reuniendo a gran parte de los artistas consagrados junto a representantes de las
escenas menos consolidadas. Esta serie de encuentros estuvo liderada por el
Comité Internacional de la Nueva Canción, instalado en México bajo la dirección
del antedicho Gabino Palomares.20
En relación a lo anterior, a la existencia de escenas centrales -Cuba,
Uruguay, Argentina y Chile- y escenas cronológicamente posteriores -o
sencillamente menos relevantes que las mencionadas-, se puede ahondar en la
caracterización de la renovación latinoamericana. Los casos que he podido
revisar lo largo de esta investigación resultan un cúmulo de relaciones de
complementariedad, negociación, adaptación y conflicto entre la fuerte presencia
de la canción comprometida argentina, el Canto Popular Uruguayo, la Nueva
Canción Chilena y la Nueva Trova Cubana, y otras escenas menores,
posteriormente articuladas y menos documentadas, surgidas en Sudamérica Ecuador, Panamá, Venezuela y Perú-, Centroamérica -Costa Rica y,
posteriormente, Nicaragua- y el Caribe -República Dominicana y Puerto Rico-.
Este aspecto merece ser resaltado porque puede constituirse en la pregunta
inicial de una investigación por venir, pero más que nada porque representa una
cuestión relevante para los casos que atañen a esta tesis doctoral: si la
Renovación Folclórica latinoamericana constituye una unificación de las músicas
de raíz tradicional ¿tal unificación se llevó a cabo equilibradamente? ¿O se trató
Una selección de registros se recopiló en el álbum VV.AA. [1984]. Abril en Managua [disco].
Managua, Enigrac. 1 disco de larga duración, 40 min.
20 Pablo Molina analiza el papel jugado por el Comité Internacional en la organización de la
Semana de Integración Cultural Latinoamericana (SICLA), Lima 1986, puntualmente sus tensas
relaciones con el movimiento de la Nueva Canción Peruana y con el gobierno de Alan García.
MOLINA PALOMINO, P. 2018. Los límites de lo latinoamericano. Distinción e identidad en la
configuración de un circuito de Nueva Canción en Lima. En: PALOMINOS MANDIOLA, S. y
RAMOS RODILLO, I. (Eds.). Vientos del pueblo. Representaciones, recepciones e
interpretaciones sobre la Nueva Canción Chilena. Santiago, LOM Ediciones. Pp. 351-358.
19
125
de un proceso donde se suscitaron conflictos y se establecieron ciertas
jerarquías?
En el caso ecuatoriano, se dio una primacía de lo andino liderada por
conjuntos como Jatari, Pueblo Nuevo e Illumán, sobre quienes pesó
grandemente el ejemplo de la Nueva Canción Chilena,21 asunto que habría
impedido la asimilación de las tradiciones afrodescendiente que existen en el
noroeste del país.22 Igualmente, el movimiento costarricense -con conjuntos y
solistas como Tayacán, Emilia Prieto, Viva Voz, Uxmal, Inti Huasi, Erome,
Centroamérica y Taller Acústico, entre otros- se caracterizó por cruzar toda la
década de 1970 recibiendo la influencia sudamericana23 para, paulatinamente, ir
desarrollando una sonoridad centroamericana y caribeña,24 especialmente
interesada en el calypso limonense. Si bien esta tensión entre modelos y
tendencias nacionales e internacionales no podría resolverse sin analizar
densamente los casos, el grado de profundidad de esta investigación permite
advertir la potencia de esta tensión como determinante para el destino histórico
y la complexión estética de la música de raíz latinoamericana.
Por lo visto, la cuestión de lo nacional y de lo internacional en la renovación
cobra distintas dimensiones. Crucial, desde esta perspectiva, es el problema
histórico-conceptual del imperialismo cultural. La noción surge durante el siglo
XIX para tematizar los efectos “blandos” del poder europeo sobre las colonias, el
conjunto tangencial de efectos de la dominación política, militar y económica,
puntualmente en la vida cultural colonial. Ya en el siglo XX, la noción se desplaza
PERALTA IDROVO, H. 2003. Nueva Canción: la crónica de las luchas del movimiento social
ecuatoriano. Tesis para optar al Grado de Maestro en Comunicación. Quito, Universidad Andina
Simón Bolívar. Pp. 55 y 67.
22 DÍAZ AYALA, Op. cit., p. 302.
23 Sin ir más lejos, algunos de los artistas destacados de la escena eran de origen sudamericano:
Adrián Goizueta, argentino, y el dúo Víctor y Alejandra y algunos miembros de Tayacán, chilenos,
y algunos integrantes venezolanos de Erome. En un mismo sentido, la larga estadía costarricense
de Luis Enrique Mejía Godoy reforzó el compromiso del movimiento local de la Nueva Canción
con el proceso musical y político nicaragüense. CORTÉS, M. L. 2000. Los primeros años de la
Nueva Canción en Costa Rica. Escena. Revista de las Artes 23(46): 31-34.
24 CARRASCO, E. 1982. La Nueva Canción en América Latina. Santiago, CENECA. P. 61.
21
126
para nombrar una serie de asuntos que componen la realidad colonial y
postcolonial del Tercer Mundo, puntualmente al tipo particular de hegemonía
ejercida por los Estados Unidos de América, potencia que ejerce su hegemonía,
en contraste con la época anterior, prácticamente sin poseer colonias. 25 A medida
que el siglo avanza, la noción absorbe contenidos y apunta a contextos
determinados tanto por la descolonización, la postcolonialidad como por la
Guerra Fría, adquiriendo una globalidad y un carácter ideológico, especialmente
en el Tercer Mundo, donde llegó a entenderse, a grandes rasgos, como una
articulación neoimperialista de relaciones de dependencia y hegemonía.26
La noción de imperialismo cultural apunta, con todo lo anterior, a las
representaciones y objetos sensibles emanados de dicha estructura de
dominación y dependencia, sostenida en democracias nominales, cooperaciones
militares, intervenciones políticas, gastos de inteligencia e inversiones de capital
ejercidos por las potencias metropolitanas. Este carácter representacional y
sensible del imperialismo se debió, al menos conceptualmente, a una industria
cultural de cuño estadounidense que, desde las primeras décadas del siglo XX,
se ha constituido en una plataforma crucial para la producción simbólica y el
desarrollo de la sociedad de la comunicación latinoamericana, a través del cine,
la industria musical, la radiofonía, la industria editorial, la televisión, etcétera.
Con el proceso de modernización general que atraviesan las sociedades
latinoamericanas desde el primer tercio del siglo XX, sobrevendrá un proceso
material de cambios evidentes, reconocidos a nivel mundial como la
“americanización” de la vida, cuyo mejor vehículo sería dicho sistema de
producción y distribución cultural. La consecuente naturalización de la cultura
norteamericana alcanzó, incluso, ribetes ideológicos al ser entendida como un
proceso de transformación inevitable para América Latina. La fuerte presencia de
GADDIS, J. L. 2011. Nueva Historia de la Guerra Fría. México, Fondo de Cultura Económica.
P. 150.
26 JUDT, T. 2011. Sobre el olvidado siglo XX. Madrid, Taurus. Pp. 359-360.
25
127
la cultura de masas estadounidense fue intensamente acogida por las audiencias
latinoamericanas y, al mismo tiempo, fuertemente rechazada tanto por sectores
conservadores -que se afanaban en levantar una versión hispanista de la
identidad continental- como por los sectores vinculados al progresismo de
izquierda, quienes denunciaban este imperialismo como a una amenaza que,
proyectándose sobre la idiosincrasia del pueblo, desnaturalizaba lo propio. De
ahí se entiende que, con más fuerza desde el triunfo rebelde en Cuba, en 1959,
la idea de un imperialismo cultural norteamericano fuera entronizada, desde la
orilla izquierdista, como la única relación posible entre América Latina y los
Estados Unidos. La posibilidad de extender hacia el resto del continente aquel
“territorio libre de América”, hacía imaginar una lucha que no sólo debía librarse
en lo militar, lo económico y lo político, sino que, además, debía operar en los
ámbitos del imaginario y de las políticas culturales. Debía consistir en una libertad
tanto política como espiritual, por así decirlo.
Uno de los aspectos más sensibles al concepto de imperialismo cultural
es el de la autoconsciencia garantizada por la liberación que los pueblos, por sí
mismo, conquistan. El concepto encarna no sólo la mención de causas, efectos
y estructuras de dominación y sumisión, sino que abarca, también, elementos
morales que, de hecho, hacen parte de una noción dialéctica. El imperialismo es
volitivo, es decir, se realiza por medio, también, de intenciones y deseos de
dominación, y desde la inconsciencia de ser dominado. Con lo anterior, una
buena definición del concepto lo describe como “[…] el ejercicio de la hegemonía
–por parte de las sociedades de dominación- a través de un proceso consciente
de manipulación, tergiversación, subestimación, destrucción y suplantación del
sistema de valores que es patrimonio de sociedades dominadas”.27 Siguiendo
dicho racionamiento, toda estrategia imperial está orientada al vaciamiento de los
ORTEGA SUÁREZ, J. y PEÑATE LÓPEZ, O. 2006. El imperialismo en lo cultural y los pueblos
de América Latina. En: AUSTIN, R. (Ed.). Imperialismo cultural en América Latina. Historiografía
y Praxis. Santiago, Ediciones CECATP. Pp. 3.
27
128
recursos culturales de los colonizados, a la disolución de la identidad colectiva de
los mismo y a su identificación con la dominación. Su poder se expresa en la
inculcación de un complejo de inferioridad que solventa el carácter ideológico del
discurso
colonialista:
hacer
de
la
dominación,
estructural
y
supraestructuralmente, una realidad no sólo buena, sino necesaria para el
porvenir de las sociedades colonizadas.28
El concepto de imperialismo cultural abre, para la época estudiada, un
marco semántico donde se hallan términos como “penetración”, “dominación”,
“colonialismo”, “neocolonialismo” o “neoimperialismo”. Dicho marco reviste un
carácter extremadamente economicista y unívoco -al menos en un inicio-, debido
más que nada a la mecánica de los sistemas de producción, distribución y
consumo cultural, antes que a sus contenidos y a las dinámicas de codificación y
decodificación de sus menajes -semióticamente hablando-. Si bien la lógica
intrínseca a la noción de imperialismo cultural contempla la necesidad de
preservar una identidad pertinente, por parte de quienes sufren esta dominación,
y, asimismo, la necesidad de construir una autoconciencia robusta, dicha noción
ha supuesto históricamente un concepto muy pobre de lo cultural que, por
ejemplo,
rechaza
préstamos,
cruces
y
soluciones
que
efectivamente
acontecieron. Desde esta conclusión, el concepto de imperialismo cultural es
teóricamente muy criticable, pero su enorme peso histórico, puntualmente para
la izquierda latinoamericana, lo vuelve imprescindible al momento de abordar la
dimensión cultural de la misma durante la segunda mitad del siglo pasado.
Con la intención de contrastar los argumentos implicados en dicha noción
y de ponerlos a la luz de la evidencia histórica, abordo ahora el problema del
imperialismo cultural puntualmente en relación a la Nueva Trova. La fundación
Algunos de estos elementos críticos también están presentes en el pensamiento anticolonial
que va formándose hacia mediados del siglo XX. El poeta martiniqués Aimé Césaire, por ejemplo,
postula que el colonialismo tiene por máximo objetivo la “descivilización” del colonizado.
CÉSAIRE, A. 2006. Discurso sobre el colonialismo. En: Discurso sobre el colonialismo. Madrid,
Ediciones Akal. P. 15.
28
129
del movimiento, como parte de una cultura juvenil adscrita al amplio panorama
de los sesenta globales,29 debió lidiar con el marcado personalismo que tiñó la
planificación cultural de la isla desde la segunda mitad de los sesenta, rasgo que
se expresó, por ejemplo, en la adopción del realismo socialista como estética
oficial revolucionaria, en episodios puntuales de la historia cultural cubana -como
el Caso Padilla- y en una exagerada definición de lo que debía ser considerado
ajeno e indeseable para una cultura cubana coherente con los nuevos tiempos.
En relación con lo último, la creación de las Unidades Militares de Apoyo a la
Producción, en 1965, reificaba parte esencial de dicho proyecto, al menos desde
los sectores más autoritarios y conservadores, al perseguir y normalizar a una
juventud que era, desde su perspectiva, pervertida por vicios burgueses y
extranjerizantes: la homosexualidad, el cultivo de un estilo demasiado americano
o el gusto por el rock. La inquietud que en la Revolución despertaba la cultura
anglosajona, complementaria a las doctrinas del imperialismo cultural, bien pudo
ser conceptualizada en una noción de diversionismo ideológico, rubricada por
Raúl Castro hacia 1972, que alude a la estrategia urdida por los enemigos
internos para introducir elementos culturales, de carácter burgués e imperialista,
que socavaran las bases sociales de la nación.30
Contradiciendo la moralidad revolucionaria así expresada, algunas de las
grabaciones iniciales de la Nueva Trova evidencian la influencia recibida por
parte de jóvenes artistas anglosajones como Los Beatles o Bob Dylan,31 hecho
que plantea el problema de la tolerancia, por parte de las autoridades
revolucionarias, hacia la música popular de origen inglés o norteamericano. Con
lo anterior, y partiendo de la convicción de que la Nueva Trova es, dentro del gran
espectro de la renovación latinoamericana, la tendencia más influida por la
ZOLOV, E. 2014. Introduction: Latin America in the Global Sixties. The Americas 70(3): 352353.
30 PUÑALES-ALPÍZAR, D. 2012. Escrito en cirílico: el ideal soviético en la cultura cubana
posnoventa. Santiago, Editorial Cuarto Propio. P. 81.
31 BENMAYOR, R. 1981. La ‘Nueva Trova’: New Cuban Song. Latin American Music Review 2(1):
15-17.
29
130
música popular cosmopolita -paradojalmente, por el rock y el folk anglosajón-, su
presencia y el tremendo atractivo que ejerció entre los jóvenes del continente
supusieron un desafío a los límites conceptuales de la noción de imperialismo
cultural. De hecho, y como testimoniara Osvaldo “Gitano” Rodríguez desde Chile,
“[…] las canciones de la Nueva Trova nos conmovieron desde un principio, no
sólo por su calidad de fondo y forma, sino también porque empleaban, ritmos,
instrumentos y formas musicales que, en cierto modo, nosotros combatíamos”.32
La contradicción no sólo cundía en relación con juicios de valor estéticos y
exámenes a la conveniencia de los contenidos de la canción. El mismo año del
lanzamiento del movimiento de la Nueva Trova, 1967 -mismo año, por cierto, del
Encuentro Internacional de la Canción Protesta-, Pablo Milanés fue internado en
las Unidades Militares de Apoyo a la Producción bajo sospecha de cultivar ciertos
hábitos reñidos con la corrección revolucionaria. Luego de ser rehabilitado o
ideológicamente reformado, pudo salir en libertad gracias a la intervención de
Haydeé Santamaría, heroína de la Revolución, quien desde Casa de las
Américas apoyó su integración al movimiento de la Nueva Trova.33
Más allá de contradicciones y ambigüedades como las descritas, en la
renovación cundió una sistematización de dichos problemas en discursos, textos
y soportes musicales, y resumible a grandes rasgos en los siguientes
argumentos. Como bien lo planteara el compositor y musicólogo uruguayo Coriún
Aharonián, desde una perspectiva general el panorama musical latinoamericano
del siglo pasado estuvo marcado por una tendencia elitista que dejaba atrás ese
primer impulso independentista que se diera entre fines del siglo XIX e inicios del
XX -expresado, por ejemplo, en las distintas escuelas nacionalistas-, para dar
paso a una actitud de imitación y consumo de las prácticas y hechos culturales
RODRÍGUEZ MUSSO, O. 2015. Cantores que reflexionan. Notas para una historia personal de
la Nueva Canción Chilena. Santiago, Editorial Hueders. Pp. 182-183.
33 MORALES, E. 2003. The latin beat. The rhythms and roots of latin music from bossa nova to
salsa and beyond. Cambridge, Da Capo Press. P. 141. Es de notar, sin embargo, que Pablo
Milanés desde entonces ha expresado un apoyo crítico a la Revolución.
32
131
metropolitanos, doctos y populares. Sobre lo mismo, el neocolonialismo ejercido
por los Estados Unidos, agrega, fue complementado regionalmente por una
ausencia relativa de modelos locales o “contramodelos”, situación que era
achacable a las clases dirigentes en, precisamente, la ausencia de un arte
latinoamericano de cuño local, responsabilidad histórica y aspecto que refuerza
la idea de la independencia estructural continental como mero formalismo político, económico, cultural-.34
Dicho vacío fue diagnosticado por la izquierda latinoamericana, la que
consecuentemente asumió el desafío de mitigarlo, proceso que, en el medio de
las músicas continentales, despega en la década de 1950, a través tanto del gran
movimiento de la Renovación Folclórica como de la generación de compositores
académicos comprometidos. Esta tendencia pudo consolidarse como una escena
coordinada gracias a distintas actividades organizadas por la institucionalidad
cubana, entre otras los antedichos Encuentro Internacional de la Canción
Protesta y Encuentro de Música Latinoamericana.
La Declaración, documento oficial que emanó de esta segunda reunión,35
que en mi opinión expresa magistralmente los criterios generales de la
renovación latinoamericana, es claro en develar las causas, efectos y soluciones
relativas al imperialismo cultural. Plantea que en América Latina coinciden, en su
lucha por la autodeterminación, procesos globales como la construcción del
socialismo en el Tercer Mundo y la descolonización. Aportes especialmente
AHARONIÁN, C. 1989. Música, revolución y dependencia en América Latina. En: CONGRESO
INTERNACIONAL 1789-1989: música, historia, democracia: 17 al de julio de 1989. París: IASPM
/ Vibrations. P. 4.
35 Fue firmada, entre otras grandes figuras de la música comprometida, por Coriún Aharonián,
Dahd Sfeir y Daniel Viglietti -Uruguay-; César Bolaños y Celso Garrido-Lecca -Perú-; Rafael
Somavilla, César Portillo de la Luz, Francisco Amat, Leo Brouwer, Algeliers León, Pura Ortiz,
Sergio Vitier y Jesús Ortega -Cuba-; Isabel Parra, Fernando García Arancibia, Gonzalo “Payo”
Grondona y Víctor Jara -Chile-, István Lang -Hungría-, Gerd Natschinski -República Democrática
Alemana-, Luigi Nono -Italia- y Dimitri Tapkoff -Bulgaria-. Se compiló un doble LP, que conmemora
el evento y está organizado en piezas populares y doctas: VV.AA. [1972]. Encuentro de Música
Latinoamericana [disco]. La Habana, Casa de las Américas / EGREM. 2 discos de larga duración,
90 mins.
34
132
regionales a esta gran tendencia global son la Revolución Cubana, el crecimiento
de los partidos políticos de masas, el surgimiento de guerrillas urbanas y rurales,
el tono de sus movimientos estudiantiles, la incorporación de los cristianos a la
lucha revolucionaria, el carácter nacionalista y popular de no pocos de los
gobiernos latinoamericanos, las luchas antiimperialistas en Puerto Rico,36 y la
Unidad Popular en Chile, entre otros. Esta gran ofensiva emancipadora es en
respuesta a toda una historia de sucesivas agresiones coloniales y neocoloniales,
perpetradas sobre todo por el imperialismo estadounidense, historia que
evidencia la penetración cultural “[…] subrepticia y paralela a toda conquista
militar y a toda dependencia económica”.37 El poder colonial intensifica sus
esfuerzos proporcionalmente a la intensidad ganada por la ofensiva libertadora,
revisando y perfeccionando sus métodos, llevando a cabo una importante
inversión económica y de inteligencia por medio de sus propios agentes, y
procurando reclutar otros nuevos, entre las filas enemigas, para que consagren
efectivamente esta penetración.38
Esto es válido tanto para toda la cultura popular como para el arte
académico y las ciencias. En lo estrictamente musical, dada la particularidad
comunicativa de este campo cultural, además de su carácter popular y de arraigo
nacional, la penetración imperialista no sólo persigue la destrucción de los
valores propios y la imposición de otros ajenos, sino además “[…] la sustracción
y distorsión de los primeros, para devolverlos reelaborados y cotizados al servicio
de esa penetración”, en una operación conjunta entre los Estados Unidos, los
poderes europeos y las “burguesías dependientes latinoamericanas”. La
penetración se sirve de métodos sumamente sutiles que van desde los más
obvios -los proporcionados por la industria cultural y los medios masivos de
SANTIAGO, J. 1994. Nueva Ola Portoricensis. La revolución musical que vivió Puerto Rico en
la década del 60. San Juan, Editorial del Patio. Pp. 297-319.
37 ANÓNIMO. 2014. Encuentro de música latinoamericana, avance en el canto del pueblo. En:
CONTRERAS, G. y VASSALLO, E. (Eds.). La cultura con Allende. Tomo II 1972-’73. Santiago:
Alterables / Étnika. P. 323.
38 ANÓNIMO, Encuentro de música latinoamericana, p. 323.
36
133
comunicación- hasta los más sofisticados -ejercidos por ciertas instituciones de
carácter filántropo y “filocultural”, es decir, a través de donaciones, becas y
estipendios varios-. La penetración asimismo se constituye como una política
cultural que ofrece oportunidades e incentivos como los descritos. “Hay que tener
en cuenta que el imperialismo […]”, sostiene la Declaración, “[…] se vale de
múltiples máscaras, variando sus instrumentos, sus nombres y sus métodos, de
acuerdo con la realidad de cada país y de cada momento”. Los métodos y
circunstancias son todos los que conforman un medio musical, local y
regionalmente, culto y popular.39
El citado manifiesto concluye como una proclama: la tarea fundamental de
los investigadores, creadores e intérpretes latinoamericanos es resistir
tenazmente a la penetración, denunciar sus métodos, rechazar la enajenación y
comprometerse activamente con las distintas luchas libradas. Las gestas
populares, precisamente, brindan su vitalidad al continuo conceptual de
“creatividad práctica” y teoría marxista, basadas históricamente en la lucha de
clases, de la cual los trabajadores son la vanguardia. La música popular -es decir,
a lo que debe aspirar una “nueva” música popular- tiene por fin último la
producción de obras cuyo valor también se mida en su compromiso social y
político.40
Algunas de las ideas más interesantes de la Declaración giran en torno a
la presencia de agentes locales que se ponen al servicio del poder neocolonial y
cooperan con éste. El tópico sugiere un ámbito de penetración cultural con sus
interioridades y exterioridades, las que problemáticamente urgen por una
distinción efectiva. Hablamos, en otras palabras, de una extensa zona gris
conformada por los productos de la industria cultural y del espectáculo, por los
39
40
ANÓNIMO, Ibid., p. 324.
ANÓNIMO, Ibid., p. 324.
134
medios masivos y sus mensajes, que moral y estratégicamente se alzan como
un desafío al discernimiento del militante.
En resumen, la Declaración explica que el imperialismo o neocolonialismo
económico y político, determina una fase cultural cuando el traspaso de ciertos
bienes, tendencias y estilos, desde las economías dominantes hacia las
dominadas, tiende a crear y reproducir determinados patrones de demanda y
consumo que son sostenidos por -y a la vez refuerzan- valores, ideales y
prácticas culturales de origen dominante. Desde esta perspectiva, las culturas de
las naciones dependientes y subdesarrolladas resultan dominadas, y, en algún
grado, invadidas, desplazadas e invalidadas por culturas extranjeras, a menudo,
occidentales. La lógica imperial o neocolonial es un flujo internacional
predominante, comúnmente desde los Estados Unidos hacia sistemas
“periféricos”. El fenómeno descrito ha favorecido el dominio de la cultura popular
angloamericana en los mercados criollos, estableciendo ciertas formas como las
“aceptables”, y dejando poco margen a posibles alternativas. El poder
internacional de estas corporaciones -traducido en estudios cinematográficos,
editoriales, sellos discográficos, holdings de televisión y radio, etcétera- posibilita
la aplicabilidad del concepto de imperialismo cultural en la América Latina de los
sesenta y setenta, en la medida que esta situación pueda ser vista, asimismo,
como invasión cultural y subyugación de las identidades culturales locales.41
Ahora, continuando con una crítica a las nociones aquí propuestas, los
avatares de la agenda cultural de distintos regímenes políticos contemporáneos,
como la Revolución Cubana y la Unidad Popular en Chile y de las diversas
escenas renovadoras, más que develar solamente la intervención perpetrada por
las potencias neocoloniales, trazan trayectorias que definen más los perfiles al
interior de cada proceso particular –si voluble o no ante potencias extranjeras,
por ejemplo, o qué tan conservador se es respecto a determinados valores
SHUKER, R. 1998. Cultural imperialism. En: Popular music. The key concepts. Londres y Nueva
York: Routledge. Pp. 65-66.
41
135
culturales- que las relaciones históricas entre Norte y Sur. Lo anterior no
desmiente, asimismo, la pulsión imperialista que los Estados Unidos han
demostrado hacia la región. La invasión de Santo Domingo en 1965, el bloqueo
contra Cuba y el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, sólo por nombrar
algunos hitos, son evidencia de lo anterior. Esta crítica sólo permite relativizar las
explicaciones que, a nivel continental, la cultura latinoamericana ofrece sobre la
presencia cultural estadounidense y, ulteriormente, sobre la casi atávica
infravaloración de sus acervos y prácticas culturales. De esa manera, planteo que
la noción de imperialismo cultural -situada en la América Latina de las décadas
de 1950 hasta, más o menos, la de 1990- consistió en la proyección de
responsabilidades históricas respecto a las desfavorables condiciones culturales
–y no sólo culturales- del continente, a la presencia norteamericana, antes que a
los agentes sociales y simbólicos locales, mucho más comprometidos que la
mencionada en tales situaciones. La lógica interna del imperialismo cultural,
como la red conceptual que es, y su aplicación, permiten que sea llenado con
elementos arbitrarios, respondiendo a una época, obviamente, donde lo cultural
es aún un derivado en bruto de las producciones económicas y las estructuras
políticas y sociales.
3.2 Cultura popular, industria y masividad
Otros de los rasgos cruciales para entender a cabalidad la Renovación
Folclórica latinoamericana son la industria cultural, el carácter masivo de los
medios y de las audiencias, y una conceptualización situada de la cultura popular.
Según lo planteado a propósito del imperialismo cultural, la época tiende a
entender la cultura -en tanto definición operativa- como un entrecruce de
prácticas, relaciones de producción y distribución simbólica, inserto en el ámbito
de la industria cultural, cuyo derivado social es un consumo acrítico de los
productos culturales por parte de las audiencias, en cuyo contexto los individuos
136
reproducen
e
internalizan
automáticamente
los
significados y valores
transmitidos. Este esquema supone una problematización de la idea tanto de
cultura en América Latina como de las condiciones culturales, precisamente, que
afectan al pueblo.
Parte de esta tesis ha intentado explicar las implicancias sociales, étnicas
y políticas del folclor, y el modo en que éste ha aportado, centenariamente, a una
definición de los problemas encarados por las nociones y concepto modernos de
cultura popular. Pues bien, una nueva etapa en la trayectoria intelectual y
contingente, así descrita, despega en la década de 1950 y se hace extensiva a
inicios de los años sesenta, en la medida en que la ascensión de un gran proyecto
cultural continental apuntó a la construcción de una identidad nacional y
latinoamericana, autónoma e independiente, estimulada tanto por determinados
proyectos políticos como por movimientos juveniles y reivindicativos. El
reacomodo crítico paulatinamente experimentado por las nociones de cultura
popular interesó sobre todo a los sectores sociales y políticos movilizados por la
izquierda, manifestándose en movimientos culturales y artísticos que tienen a la
Renovación Folclórica como una de sus expresiones más preclaras y
trascendentes.
“Cultura popular” atañe aquí a los procesos históricos, las manifestaciones
sensibles y los condicionamientos socioeconómicos y políticos que enmarcan la
vida, individual y colectiva, de los sectores más empobrecidos y masivos del
continente. Epistémica y metodológicamente, desde mediados del siglo pasado,
el concepto ha girado en torno a dos ejes. El primero, la cuestión de la identidad
nacional y latinoamericana: ha partido del supuesto, más o menos explícito, que
existe una oposición inmanente entre clases populares y clases dominantes,
formadas ambas en la mezcla -o no- de los componentes étnicos más
importantes -criollos, indígenas, afrodescendientes e inmigrantes europeos-,
lidiando entre el legado colonial y la modernidad cosmopolita. Su tesis
fundamental apuntaría a que las clases dominantes son irremediablemente
137
dependientes o tributarias de modelos y patrones culturales foráneos,
metropolitanos, en lo económico, lo político y lo cultural, según distintos
momentos históricos caracterizados por la prevalencia de los referentes inglés,
francés o norteamericano, a lo largo de la era republicana. Este diagnóstico nutrió
la idea de que la cultura popular podía respaldar, con sus contenidos, alternativas
a concepciones tradicionales sobre ciudadanía y nación, propias de los proyectos
conservadores, liberales y populistas de los siglos XIX y XX.
Un segundo eje epistémico y metodológico, complementario en gran
medida del anterior, ha operado en torno a la relación de lo popular con el
crecimiento acelerado experimentado por los medios masivos y de la industria
cultural desde hace más o menos un siglo, ámbitos que en general se perciben,
al interior de este marco conceptual, como “incrustaciones foráneas”. El
comunicólogo Eduardo Santa Cruz asimila, en este paradigma, “cultura popular”
a “cultura de resistencia”, o sea, a la expresión de una subjetividad histórica que
se opone al bloque formado por la burguesía, la oligarquía y neocolonialismo. Sin
ir más lejos, en la década del setenta, y a causa en gran medida de la ola de
golpes de Estado y dictaduras militares basadas en la agenda de la seguridad
nacional, este binomio popular/resistencia fue reforzado en la idea de que la
resistencia popular a la tiranía era el único modo posible de experimentar lo
popular.
Esta concepción fue moldeada, según Eduardo Santa Cruz, por procesos
estructurales de larga data: la urbanización paulatina de América Latina y los
procesos de migración; los efectos simultáneos de integración y marginación
social, cultural y económica; la expansión de todo tipo de mercados y la inclusión
de las masas en el consumo, con el trasfondo de Latinoamérica enmarcada en
un capitalismo cada vez más globalizado; la agudización y complejización de los
138
conflictos entre clases sociales y entre campo y ciudad; el fracaso del Estado en
su intensión de orientar o manipular movimientos sociales y políticos, etcétera.42
Con todo lo anterior, es plausible afirmar que lo popular se ofreció como
una estrategia discursiva útil a la implementación de un proyecto alternativo y de
un campo de resistencia ante una dominación interna y una dependencia externa.
El carácter de este concepto de lo popular es más ideal que fáctico, por cierto.
Aquí resaltan sentidos profundos de autenticidad y autonomía. Esta concepción
roza el esencialismo, describe un ámbito aparentemente puro e incontaminado
por la ideología que, desde un hondo optimismo, asegura una necesaria cuota
de ingenuidad para imaginar la utopía de una nueva sociedad y una nueva
cultura. Es, por definición, un reservorio moral a un tiempo que un repertorio
simbólico y, en lo estrictamente operativo, encarna la imagen de un pueblo
destinado a realizar los proyectos emancipatorios e igualitarios de la izquierda,
en oposición a unas clases dominantes intrínsecamente dependiente de las
potencias imperialistas.43
Aquí se funden un criterio economicista con un criterio culturalista: la
propiedad de los medios de producción simbólica en América Latina, u orientados
al mercado latinoamericano, en manos de capitales estadounidenses y europeos,
determina la manufactura de bienes culturales que son, económica y
semióticamente, el “reflejo” de tales medios. En torno a tal homología orbitan no
pocos elementos críticos -es, de hecho, el nudo conceptual que enlaza las
nociones que sostienen, por ejemplo, el ya visto concepto de imperialismo
cultural- y la misma antecede la premisa de que la propiedad de los medios
culturales, en manos de la burguesía, le asegura a ésta el dominio sobre la esfera
espiritual. Asimismo, dicho apriorismo fija el principio de una base determinante
y una estructura determinada que preexiste y soporta lógicamente la cuestión de
un ser social que determina ontológicamente, a su vez, la conciencia de los
42
43
SANTA CRUZ A., Op. cit., p. 102.
SANTA CRUZ A., Ibid., p. 105.
139
sujetos.44 El condicionamiento clasista de la cultura, a la larga, supone la
dicotomía de lo burgués y lo popular, de lo dominante y lo resistente, en un
sentido puro que obviamente perjudica y empobrece los análisis retrospectivos,
pero que, al mismo tiempo, permite enmarcar y localizar ciertos elementos
propios de las agencias de los movimiento culturales de la época, además de
actitudes y contenidos expresados en el arte y la cultura comprometidos.
Lo anterior, desde una perspectiva amplia y según motivaciones
explicativas y operativas, constituye algunos de los aspectos teóricos más
relevantes de la cultura popular concebida, sobre todo desde la izquierda política
y culturalista, en América Latina desde la década de 1950 y hasta
aproximadamente los años ochenta. Esta concepción apunta fundamentalmente
a un cúmulo de tradiciones, prácticas y valores considerados como resistentes a
los procesos de transformación capitalista y, por decirlo así, a los sistemas de
supresión de la diferencia identitaria. Aspirando a un estudio más acabado que
incluya, por cierto, esta tesis y otras investigaciones futuras, el objetivo central de
una crítica tanto del imperialismo cultural como de la cultura popular, así
contextualizados, consiste en evaluar hasta qué punto la agencia popular es pura
resistencia, o hasta qué punto tal resistencia depende también de instancias de
negociación y de adaptación -las que justamente contradicen la pureza y
robustez de lo popular, así entendido-. Con esto, la afirmación de Stuart Hall de
que la cultura popular, en este doble e incesante movimiento de contención y
resistencia, es básicamente el campo donde se dan las transformaciones que
caracterizan la historicidad de toda sociedad,45 asume el lugar de tesis central del
análisis. Esto último, más aún, porque la evidencia histórica y las interpretaciones
a las que se ha llegado, a lo largo de esta investigación, señalan que los agentes
de la Renovación Folclórica eran capaces de adaptar sus valores y principios a
WILLIAMS, R. 2012. Base y superestructura en la teoría cultural marxista. En: Cultura y
materialismo. Buenos Aires, La Marca Editora. Pp. 50-51.
45 HALL, Notas, p. 95.
44
140
un cierto pragmatismo -la utilización de los medios masivos y de las instancias
industriales a su favor, por ejemplo- y de desesencializar sus nociones y
conceptos de lo popular para, precisamente, conseguir un margen más amplio
de negociación en el campo de la cultura y la política.
Para decirlo derechamente: no hay ni folclor musical ni Renovación
Folclórica en la América Latina del siglo XX sin los medios dispuestos por la
industria y la comunicación, de propiedad de capitales privados y cuya
orientación fue mayormente comercial. Esta condición, que fue adelantada en el
capítulo anterior, fue agudizándose a medida que, ya en la década de 1950,
ciertas escenas nacionales cobraron una inmensa popularidad y, claramente, el
favor del público. Es el caso, por ejemplo, de la gran escena del folclor argentino,
desplegada entre la ciudad de Buenos Aires y las provincias del Noroeste y el
Noreste, consagrada como la más popular e influyente en la Sudamérica hispana,
en lo que se ha dado en llamar Boom del folclor. Antecedido por el impulso inicial
de artistas como Antonio Tormo, Atahualpa Yupanqui o Buenaventura Luna,
desde los años 1930, el Boom traza sociológica y estéticamente la trayectoria del
folclor, partiendo como una práctica y un tipo de consumo propios de los
migrantes internos –los “cabecitas negras”, peronismo mediante-;46 pasando por
la conquista de los públicos urbanos y mesocráticos durante los cincuenta y
sesenta; su renovación y hasta su mutación en un tipo específico de canción
militante que se abre a un imaginario latinoamericano y reivindicativo, 47 más o
menos hasta 1976 -año fatídico para la historia argentina-, y representando,
hasta estos días, un género de la música popular nacional prestigioso y masivo.
A este complejo y largo proceso contribuyó una serie de aspectos técnicos,
culturales y económicos como, por ejemplo, una política consciente y consistente
GARCÍA, M. I. 2009. Tito Francia y la música en Mendoza. De la radio al Nuevo Cancionero.
Buenos Aires, Gourmet Musical Ediciones. P. 73.
47 ISELLA, C. 1985. Breve historia del Nuevo Cancionero en República Argentina. Boletín de
Música 106: 13.
46
141
de promoción del boom por parte de sellos multinacionales -Philips, RCA Victor
y EMI-Odeon-, casas discográficas que, de hecho, lograron controlar la totalidad
del mercado argentino y aumentar considerablemente sus ganancias gracias al
folclor.48 La consumación de este fenómeno económico se expresa, asimismo,
en el hecho de que la mayoría de las más grandes figuras de la canción folclórica
argentina, que demostraban algún grado de implicación con temáticas sociales y
políticas desde una posición crítica, a lo largo de la década de 1960 y la siguiente,
van ingresando a los grandes sellos y participan de los grandes festivales, como
el de Cosquín,49, y aparecen regularmente en los espacios especializados que
programan las emisoras y radio, las revistas y los canales de televisión.50 Hablo
específicamente de intérpretes y compositores como Jorge Cafrune, Horacio
Guarany, Armando Tejada Gómez, César Isella o Mercedes Sosa, entre muchos
otros.
Con la enorme contribución de la escena argentina de los sesenta y
setenta, a través básicamente de la fuerte influencia que ejerció en el resto de
las escenas sudamericanas, distintos elementos de la medialidad y la masividad
impactaron de tal manera en la renovación del Cono Sur -Chile, Uruguay y, por
supuesto, Argentina- que, en palabras del líder de Quilapayún, Eduardo Carrasco
Pirard, la música folclórica, por primera vez en el siglo XX, concitaba la atención
de los medios y públicos de la música popular en general.51 Panoramas similares
se advierten en contextos similares, como en Brasil, donde la generación que
afrontó la renovación del samba, del bossa y de distintas tradiciones sertanejas hablo de la Tropicália, de Edu Lobos o de Chico Buarque de Holanda, entre otros, y que incorporó en la canción de raíz elementos críticos, se sirvió del sistema
de festivales televisados que organizaban canales televisivos como Tupi y
CHAMOSA, Op. cit., p. 144.
MOLINERO, C. D. 2011. Militancia de la canción. Política en el canto folklórico de la Argentina
(1944-1975). Buenos Aires, Ediciones De Aquí a la Vuelta / Editorial Ross. P. 210.
50 PORTORRICO, E. P. 2004. Diccionario bibliográfico de la música argentina de raíz folklórica.
Buenos Aires, autoedición. Pp. 17-18.
51 CARRASCO, Op. cit., p. 33.
48
49
142
Record, en la ciudad de Sao Paulo. Hay también un caso -aunque europeo-, el
catalán, donde el compromiso de los músicos militantes intentó reivindicar
problemáticas nacionales y políticas a través del disco: me refiero a EDIGSA,
Editora General S.A., sello fundado en Barcelona en 1961. La iniciativa revela en
qué estado se encontraba la realidad musical catalana, y la manera en que ésta
asimilaba tendencias provenientes de los Estados Unidos, Francia, Italia o
Inglaterra. La idea tras su instalación era la de reivindicar la catalanidad bajo el
franquismo tardío, a través de la canción, y aportar a la renovación de la canción
misma, permitiendo además que el público hiciera eco del proceso. Quienes
dirigieron este esfuerzo eran sensibles a la causa nacionalista y pretendían, de
este modo, obtener resultados políticos. El doble propósito era el de recuperar
uno de los patrimonios más entrañables a cualquier lengua, sus canciones, y
ganar para la causa catalanista a una juventud educada en castellano, aspecto
que representaba una barrera idiomática cuya consecuencia era la marginación
tanto de los poetas nacionales como de las canciones compuestas en lengua
catalana. El funcionamiento de EDIGSA fue crucial para el futuro de la música
popular catalana, y sirvió, sobre todo, de plataforma para consolidar el
movimiento de la Nova Cançó, especialmente las trayectorias de Raimon y Joan
Manuel Serrat.52
Otros casos de relieve, ya sea por su peso paradigmático o por la
repercusión internacional de sus producciones, fueron los sellos Empresa de
Grabaciones y Ediciones Musicales, EGREM, fundado por las autoridades
cubanas en 1964,53 y la Discoteca del Cantar Popular, Dicap, implementado por
las Juventudes Comunistas de Chile, en 1967. Ambos sellos encarnaron
proyectos de producción musical bajo el socialismo -o hacia el mismo-
PUIG, F. 2010. Los 60 cantan en catalán. Discografía de música moderna 1960-1969. Lleida,
Editorial Milenio. Pp. 31-33.
53 MOORE, R. D. 2006. Music and revolution. Cultural change in socialist Cuba. Los Ángeles,
University of California Press. Pp. 73-74.
52
143
contraviniendo los modelos productivos enfocados en la mera ganancia,54 para
así legitimar parámetros basados en la calidad artística y en el tipo de contenidos
que, coherentemente con los problemas de la medialidad y la masividad, debían
lidiar, no obstante, con mercados internos e internacionales sostenidos aún en el
lucro. Ambos sellos respaldaron activamente la formación y consolidación de los
movimientos de la Nueva Canción Chilena y la Nueva Trova Cubana, sin ir más
lejos.
En términos generales, podría decirse que lo que esperaban los agentes
de la Renovación Folclórica, al sacar adelante sus agendas a través de los
medios masivos e industriales -ya fueran alternativos o convencionales-, era, en
los términos conceptuales de la época, torcer aquel gesto inherentemente
manipulador y sustraerse a la falsa consciencia que encarna esta concepción de
lo industrial y lo masivo. En medio de estas ambiguas y tensas relaciones
existentes entre la renovación, industria y los medios masivos, la renovación
pretendió alterar los medios de producción y distribución culturales y, sobre todo,
las relaciones entre artistas y audiencias,55 y las jerarquías establecidos al interior
del complejo sistema de géneros musicales populares. La renovación, desde esta
perspectiva, encarna las contradicciones dialécticas que se establecen entre una
“verdadera” cultura popular y el carácter mercantil y tecnificado de la cultura
popular. La introducción analítica de estos matices -algo sumamente necesario,
desde mi posición- permitiría tomar la historia de los movimientos renovadores y
observarla en medio de las tensiones tendidas entre los discursos referentes al
imperialismo y a lo popular -que integran, de hecho, una noción de cultura que
exagera la intencionalidad intrínseca a la producción simbólica, y vuelve pasivas,
por ende, la recepción y la decodificación de parte de las audiencias-, y las
actividades concretas, su sentido puntual de lo pragmático y lo hegemónico, y los
SCHMIEDECKE, N. 2014. La influencia de Dicap en la Nueva Canción Chilena. En: KARMY,
E. y FARÍAS, M. (Eds.). Palimpsestos sonoros. Reflexiones sobre la Nueva Canción Chilena.
Santiago, Ceibo Ediciones. Pp. 208-210.
55 ACOSTA, L. 1982. Música y descolonización. La Habana, Editorial Arte y Literatura. Pp. 65-69.
54
144
conflictos en relación a decisiones de conjunto y alternativas personales de cada
agente.
Afirmaciones como la anterior no desestiman el hecho de que exista
consuetudinariamente una pulsión manipuladora tras los bienes y mensajes
industriales y masivos, pero al mismo tiempo pueden introducir una sana
sospecha sobre si dicha pulsión no sólo está orientada a la penetración o la
intervención -sino también hacia la sociedad doméstica, la norteamericana o las
europeas de postguerra, por ejemplo-, o bien, si tal producción debe ser
forzosamente enfrentada con una cultura popular resistente o “alternativa”. Esa
misma afirmación tampoco desmiente que los medios de producción y
distribución cultural en general estén en manos de una burguesía nacional y del
capital extranjero, pero puede matizar esta relación tan problemática entre cultura
nacional e industria cultural nacionalista.56
Dicha lógica debería ser contrastada a la luz de una reflexión general sobre
la adaptación y la incorporación cultural durante los sesenta globales, es decir,
siendo considerada un gran fenómeno epocal y, para el fenómeno particular de
la Renovación Folclórica, sobre los vínculos específicos entre identidad y música
de raíz folclórica. Lo anterior, por ejemplo, porque la doctrina antiimperialista
supone una relación unívoca, conceptualmente, entre identidades nacionales y
latinoamericana y ciertos hábitos de escucha, creación e interpretación, relación
que deriva en el binomio “cultura local–auténtica” / “cultura importada–comercial”,
donde se confunden el poder económico con los efectos culturales. 57 En
definitiva, la época contempla una gran concepción de la música popular incluyendo la folclórica- como el reflejo de un “pueblo”, es decir, la reproducción
en lo musical de la homología de ser social y conciencia. En palabras de Simon
Frith, el concepto de imperialismo cultural, en última instancia, apunta a una
MATTELART, A. 1978. Notas al margen del imperialismo cultural. Comunicación y Cultura 6:
11-12.
57 SHUKER, Cultural imperialism, p. 66.
56
145
concepción de la música como representación abstracta de la organización
social.58
A casi medio siglo de los fenómenos analizados, los paradigmas y
modelos de análisis actuales prescriben que, en realidad, más que estar
determinadas por las relaciones sociales, la música y la cultura participan de la
producción de las relaciones sociales. Esta premisa hace posible una serie de
desplazamientos, sea el caso, entre prácticas y adscripción social. Esto implica,
por ejemplo, que la corrección/incorrección de una determinada musicalidad no
depende solamente de “lo musical”. Antes bien, tal carácter se debe a una
sociabilidad o a un acontecimiento, que es el caso de la mayoría de las músicas
populares, donde hay lugar para la disidencia y el error. Por lo mismo, los artistas
y oyentes son capaces de destrabar las músicas del sistema comercial,
estableciendo una suerte de sistema de intercambio en donde quienes consumen
son capaces de crear valores que incluso contradicen los mensajes más obvios
de la canción en general.59 Un acto musical crea tensión entre la intención de lo
que se transmite y lo que se entiende, siendo la música, por ende, un campo de
disputas entre intención e interpretación. Es el caso, sin lugar a duda, de la
Renovación Folclórica latinoamericana, cuyo ajuste relativo a la doctrina del
imperialismo cultural y la noción en curso de cultura popular, da cuenta de esta
gama de cuestionamiento, desplazamientos y negociaciones.
3.3 La canción renovada
A partir de una consideración exclusivamente musical, la Renovación
Folclórica constituye una profunda revisión de las culturas populares y
tradicionales latinoamericanas, a través de distintas iniciativas relativas tanto a la
58 FRITH, S. 2014. Hacia una estética popular. En: Ritos de la interpretación. Sobre el valor de la
música popular. Buenos Aires, Editorial Paidós. P. 466.
59 MENDÍVIL, Op. cit., p. 148.
146
adopción como a la adaptación de otras músicas populares, modernas y
cosmopolitas, a los criterios de esta escena continental. La Renovación Folclórica
asumió la tarea histórica de equiparar el folclor a otros géneros internacionales,
fusionándolos y contrastándolos, y de vincularlo creativamente con determinadas
tradiciones doctas -ulteriormente, y en casos más bien particulares-. Este
conjunto de fenómenos y problemas sin duda ofrece infinitud de aristas y puede
ser abordado desde múltiples entradas. Con el fin de agilizar la exposición de los
resultados de esta investigación, me remitiré solamente a tópicos como la
polémica en torno a la canción de raíz folclórica y comprometida, los dilemas de
la tradición y la renovación, y la situación de la canción bajo el esquema crítico
de cultura popular y neocolonialismo.
Respecto a esto último, problema que atañe a la música popular en su
amplísimo espectro, se ha afirmado que la canción puede ser instrumentalizada
como un “arma colonizadora”60 cuyo poder reside en que optimiza la eficacia de
modelos de negocio y formatos estéticos que, coherentemente, resultan ser lo
más exitosos y populares, en beneficio sobre todo de una estructura diseñada
para generar un incremento del capital. Este punto es particularmente delicado
pues, para críticos, cientistas sociales y músicos comprometidos -digamos,
desde Theodor W. Adorno en adelante-, el éxito y la popularidad de una canción
sola o de un género en general implican, más o menos irremisiblemente, su
mercantilización, su banalización y, ulteriormente, su proclividad a ser
transformados en insumos por parte del capital económico y de la reacción
política. Aquí se enfatiza lo trivial y lo efímero de ciertas expresiones de la cultura
popular, clasificables sobre todo bajo la categoría de pop, que obedecen, al
menos en parte, a una suerte de hedonismo orientado al consumo.61 Visto desde
otra perspectiva, lo que está en juego es la “canción”, objeto que, tomado desde
AHARONIÁN, Música, revolución y dependencia, p. 6.
FAIRLEY, J. 1984. La Nueva Canción Latinoamericana. Bulletin of Latin American Research
3(2): 114.
60
61
147
la historia y la conceptualización del folclor en Occidente, es una forma líricomusical definida por el romanticismo europeo entre fines del siglo XVIII e inicios
del XIX, altamente valorada por su potencial emotivo y movilizador, pero, más
aún, por encarnar un profundo sentido de lo auténtico y lo verdadero. 62 Su infinita
capacidad para concitar el interés de todo tipo de audiencias, según ha
transcurrido desde entonces la historia de la música popular globalizada, ha
permitido que en torno de ella se haya venido constituyendo un ubicuo e inmenso
sistema productivo -liderado por una industria multinacional- que la ha vuelto un
componente central de la vida de las personas bajo la modernidad. La delicada
relación establecida, bajo el régimen capitalista, entre arte y cultura, por una
parte, y ciencia-tecnología e industria, por la otra, provoca que cualquier cambio
o desarrollo en las técnicas y estrategias de registro, reproducción y difusión del
sonido, afecte inevitablemente a la canción, vaciándola de sus contenidos
románticos originales -estandarizándola, banalizándola- o tornándola un recurso
manipulable, entendido el fenómeno desde esta lógica. Una relación así sólo se
explica, coherentemente, por el hecho de que pocas formas artísticas han
encontrado en la industria cultural su forma de existencia material y, al mismo
tiempo, su “prisión”.63 Este marco conceptual permite entender que la canción,
ya como fenómeno estético, ya como bien comercial, puede ser fácilmente
instrumentalizada y puesta a operar como un agente enajenante, como un medio
para la introducción de ideas y hábitos que apartan al sujeto de sí mismo y de su
realidad.
La Renovación Folclórica reconoció críticamente estas condiciones y, en
consecuencia, la posición que asumen sus distintos movimientos debió
desenvolverse en dos frentes: uno externo, que se entendía como la lucha contra
la canción extranjera, comercial y enajenante, y uno interno, como oposición a
las músicas que, aunque nacionales, eran consideradas igualmente enajenantes
62
63
BENDIX, Op. cit., pp. 39-40.
CARRASCO, Op. cit., p. 3.
148
y extranjerizantes. Esta lógica partía del principio, antes descrito, de que el
neocolonialismo se despliega en una agresión externa que se sirve de agentes
en el interior.
La convergencia de ambos frentes imponía la necesidad de orientar las
nociones de lo nacional y lo popular a solventar la actividad política y musical de
la Renovación Folclórica. La canción, en tal sentido, debería reflejar la
importancia de lo nacional como el potencial de una “opción propia” que no fuera
interferida por decisiones políticas, estéticas y comerciales tomadas en las
metrópolis, aspiración que, en casos como el de la Nueva Canción
Puertorriqueña, connotaba una “reafirmación patria”, antiimperialista, fusionada
con un compromiso con las clases trabajadoras.64 Asimismo, la cuestión consistía
en una reconceptualización de lo popular, descrita más arriba, donde convergen
tópicos y problemas como la cultura de tradición oral, la cultura de las clases
subalternas, la “cultura emancipatoria”,65 una crítica de la alta cultura, de la
masividad y medialidad, etcétera. Un objetivo mayor era la organización de lo
popular como dispositivo capaz de producir antídotos culturales contra el
imperialismo y la cultura aristocrática y burguesa, capaz al mismo tiempo de
formar consciencias y de lidiar exitosamente con uno de los dilemas universales
de la música políticamente determinada: su operatividad sujeta a su capacidad
de entretener y divertir.66 Todo lo anterior, tanto desde una base nacional como
aspirando a una suerte de universalización de lo latinoamericano.
De ahí, entonces, la importancia estratégica del folclor y de la raíz
tradicional como materias primas para la construcción de una música
MALAVET VEGA, P. 1988. Del bolero a la nueva canción. La música popular en Puerto Rico:
de los años ’50 al presente. Ponce, Editorial Corripio. P. 123.
65 DONAS, E. y MILSTEIN, D. 2003. Cantando la ciudad. Lenguajes, imaginarios y mediaciones
en la canción popular montevideana (1962-1999). Montevideo, Editorial Nordan-Comunidad. P.
21.
66 AVERILL, G. 1998. Popular music: an introduction. En: OLSEN, D. A. y SHEEHY, D. E. (Eds.).
The Garland Encyclopedia of World Music Volume 2. South America, Mexico, Central America,
and the Caribbean. Nueva York, Garland Publishing. P. 93.
64
149
eminentemente popular y liberadora. Su contraparte era una canción popular
convencional, derivada de la sociedad de consumo, de carácter cada vez más
cosmopolita, cada vez más alejada de las “culturas originales”,67 crecientemente
más homogénea y a contrapelo de la aún importantísima ecuación de
folclor/identidad nacional. Según lo anterior, la canción popular convencional es,
a través de este prisma, ante todo una canción “impopular” pues contradice el
ideario emancipatorio encarnado por la renovación latinoamericana. La tarea del
movimiento, en contraste, fue la crear una canción genuinamente popular,68
representativa del “pueblo” y de sus aspiraciones, que además proyectara su
patrimonio cultural específico y que asimismo fuera capaz de politizar no sólo la
canción sino todo el ámbito de la música popular, un doble sentido: insuflar la
canción con elementos críticos, contemplando una concientización de las masas,
y desmontar una serie de valores y prejuicios en la esfera general de la cultura la sublimidad social del artista, la banalización y comercialización de los bienes
culturales, la confrontación concreta de la autonomía del arte, etcétera-.69
En palabras del cantautor Víctor Jara, la canción “revolucionaria” tenía la
obligación de cambiar al hombre para que éste cambiara al sistema. 70 Parte de
su fuerza derivaba no sólo del hecho de que el folclor correspondiera
ontológicamente a los sectores populares, si no, además, del hecho de que éste
constituyera un vínculo transhistórico entre un presente en transformación, un
pasado ancestral -recordemos que el folclor incluye la idea de sobrevivencia
arcaica- y una apertura radical hacia el futuro. Una genuina y definitiva
transformación de la esfera sensible latinoamericana no podía, si no, darse a
través de y en base a lo folclórico y a la cultura de los pueblos originarios y
CARRASCO, Op. cit., p. 7.
BARZUNA PÉREZ, G. 1982. La canción popular en América Latina. Pautas metodológicas y
perspectivas. Boletín de Música 94-95: 47-49.
69 GOEHR, L. 1994. Political music and the politics of music. The Journal of Aesthectics and
Criticism 52(1): 102.
70 CONTRERAS LOBOS, G. (Ed.). 1978. Víctor Jara habla y canta. La Habana, Casa de las
Américas. P. 24.
67
68
150
afrodescendientes. Ahora, simultáneamente, la renovación es novedosa -valga
la redundancia- porque toma como referente directo e inmediato a la primera
época del folclor, en tanto gran género en el concierto general de la música
popular latinoamericana, es decir, aquel marcado por su despunte y la paulatina
popularidad que fue ganando entre las décadas de 1920 y 1950.
Dicha “novedad” se da en distintos niveles. Uno de ellos es el de la
voluntad de revisar los valores intrínsecos a la canción popular convencional,71
según se ha descrito, para desde allí condensar toda una mirada y actitud crítica
al mundo circundante. En este nivel se produjeron ciertas polémicas en torno, por
ejemplo, al tópico amoroso como contenido válido de la canción comprometida72
o la pertinencia de una alta densidad poética en las letras versus líricas directas,
de carácter panfletario.73 Otro de sus niveles es el de una aspiración universalista
en torno a lo latinoamericano, expresado por ejemplo en la trascendencia de un
panandinismo,74 rubricado por la Nueva Canción del Cono Sur, por medio
fundamentalmente de una recreación de la sonoridad andina a través del icónico
ensamble de quena, charango, guitarra, zampoña y bombo legüero -adoptado
posteriormente en el norte de Sudamérica, la isla de Cuba, Centroamérica,
México y en distintas comunidades en el exilio europeo y norteamericano-.75 Un
tercer nivel sería el de la oposición complementaria de tradición y arcaísmo simbolizada, por ejemplo, en ciertas imágenes asociadas a lo folclórico, como las
MANNS, P. 1986. Los problemas del texto en la Nueva Canción. Boletín de Música 108: 16.
Mario Benedetti, quien siguió de cerca el desarrollo del Canto Popular Uruguayo, desestimaba
al amor como un tema conveniente para incluir en la canción renovada. BENEDETTI, M. 1982.
La canción como instrumento. En: HERNÁNDEZ C. (Ed.). Ensayos de música latinoamericana.
Selección del Boletín de Música de la Casa de las Américas. La Habana, Casa de las Américas.
Pp. 395-396.
73 Actitud representada, entre otros artistas, por Alí Primera -a quien disgustaban las letras de
compositores como Silvio Rodríguez o Pablo Milanés-, quien valoraba canciones directas, poco
elaboradas y que sacrificaban calidad a favor de mayor simpleza. MILLET, J. 2014. Alí Primera.
Biografía documentada y testimonial. Caracas, Fundación Editorial el perro y la rana. Pp. 62-65.
74 ARAVENA DECART, J. 2011. Représentations et fonctions socials des musiques d’inspiration
andine en France (1951-1973). Tesis para optar al Grado de Doctor en Sociología. Besancon:
Universidad de Franche Comte. Pp. 217-221.
75 LLORÉNS AMICO, J. A., y OLIART, P. 1984. La nueva canción en el Perú. Comunicación y
Cultura 12: 75.
71
72
151
que atañen a lo telúrico, la raíz y al alma de la nación y el pueblo, y representada
cabalmente por las diversas culturas tradicionales del continente-, por una parte,
y de modernidad y contemporaneidad, por otra parte; dualidad que
sintéticamente integra la conservación creativa de lo antiguo, en formas y
contenidos musicales que recogen la influencia de otras tendencias modernas,
en sintonía con sociedades que evolucionan y contemplando la conservación
adaptativa de las identidades populares, nacionales y latinoamericanas.76
La irrupción de la Renovación Folclórica en el medio musical
latinoamericano causó la separación, conceptualmente al menos, de la canción
latinoamericana en una “vieja” y una “nueva”, por medio de un proceso en el que
se respondió -no sin arbitrariedades- a la necesidad de reconocer aquellas voces
que habían accedido a la canción recientemente, voces cuya enunciación estuvo
más implicada con un sentido de la contingencia y contemporaneidad, y que
expresaban una nueva concepción crítica y estética respecto de la canción.77
Al respecto, los casos de Uruguay y México ofrecen algunas
características llamativas. El primero, reconocido genéricamente bajo la
categoría de Canto Popular Uruguayo,78 se va desarrollando a lo largo de las
décadas de 1960 y 1970, a partir del trabajo de precursores como Amalia de la
Vega y Osiris Rodríguez Castillos, muy influenciado por la escena folclórica
argentina de ese entonces. Proyectado hasta el día de hoy en un amplio
panorama caracterizado por un arraigo profundo en géneros como el candombe
y la milonga, el Canto Popular definió el carácter de la música popular uruguaya
por venir y afrontó, asimismo, los temas y dilemas de la renovación dividiéndose
en dos vertientes más o menos diferenciadas: una apegada al folclor y a la
música tradicional, representada magistralmente por Alfredo Zitarrosa, y otra más
ORREGO SALAS, J. 1980. La Nueva Canción Chilena. Tradición, espíritu y contenido de su
música. México, Casa de Chile. P. 8.
77 ZITARROSA, Op. cit., p. 21.
78 BONALDI, J. 1985. El canto popular uruguayo. Boletín de Música 106: 5-11.
76
152
moderna, más involucrada con la innovación formal, donde se aprecia la
influencia de una música y una poética más universales –no obstante siguiera
vinculada a lo tradicional, en alguna medida-, representada sobre todo por Daniel
Viglietti. Reducir la gran diversidad de propuestas y artistas de que gozó el Canto
Popular a la sola mención de los mentados, no debilita el argumento, al contrario,
permite observar las tendencias con mayor detención. Mientras Alfredo Zitarrosa
cultivó durante toda su carrera el repertorio oriental y rioplatense, formado por
géneros como la chamarrita, zamba, milonga o la cifra, por nombrar algunos -sin,
por cierto, dejar de interesarse genuinamente por el devenir de la renovación y
de las cuestiones estéticas que le atañían-, Viglietti comenzó insertándose en los
marcos impuestos por la música folclórica uruguaya -según las formas y
contenidos de los años cincuenta-, y desde allí transitó paulatinamente hacia una
reconsideración general de la canción, lírica y musicalmente, que lo situó como
una de las figuras más atractivas y sobresalientes del movimiento continental.79
Asimismo, el movimiento mexicano se bifurca en dos vertientes similares:
aquella ceñida al folclor que, como en los países del sur, pretendió hundirse en
las raíces del canto a través de una actitud investigativa y creativa, expresada en
una gran diversidad de estilos y géneros; y otra más influida por fenómenos
modernos, como el jazz y el pop, ya entrando en la década de 1980, claro que
con una pulsión igualmente nacionalista, que mantuvo lazos con la tradición. La
salvedad es que, en este caso, la escena mexicana permitió que ambas
vertientes fueran reconocidas como fases de una misma tendencia, finalmente,
Esta tendencia suya quedó de manifiesto en su LP Trópicos, obra que consagra tanto la
búsqueda estilística personal como su interés por integrar el trabajo de los distintos movimientos
regionales. Registrado en La Habana junto al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos-, el álbum destaca por su repertorio - letras
y músicas compuestas por Chico Buarque de Holanda, Edú Lobo, Bertolt Brecht, Noel Nicola,
Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, entre otros- y por la capacidad del uruguayo, desde mi
perspectiva, de adaptar su voz a la sonoridad brasilera que permeaba a Grupo de
Experimentación, y a los heterogéneos estilos propios de las canciones de la Nueva Trova.
VIGLIETTI, D. y GRUPO DE EXPERIMENTACIÓN SONORA DEL ICAIC. [1973]. Trópicos
[disco]. La Habana, Areito. 1 disco de larga duración, 40 min.
79
153
con iguales medios de difusión y extensión. Dichas tendencias y convergencias
de la renovación mexicana pueden advertirse, por ejemplo, en la trayectoria de
Amparo Ochoa. Su trabajo se enmarca inicialmente en la corriente que decidió
distanciarse tanto del folclor -es decir, de las expresiones definidas por la política
cultural pública posrevolucionaria, representada sobre todo por formatos como el
ballet folclórico- como de la música charra y de mariachis promovida por la época
de oro del cine mexicano. De ese modo, Amparo Ochoa, en la línea de Judith
Reyes, junto con Rubén Ortiz y el conjunto Los Folkloristas, asumieron una
actitud más investigativa y arcaizante que intentó reproducir elementos sonoros,
líricos y performáticos propios de la música tradicional. Tales aspectos han sido
incorporados, musical y paramusicalmente, en los álbumes Cancionero de la
Intervención Francesa (1973) y el primer volumen de El Cancionero Popular
(1975), y posteriormente en Corridos y canciones de la Revolución Mexicana
(1983), cuyo carácter más ajustado a tradición mexicana contrasta con otras
producciones como De la mano del viento (1975) -que coincide cronológicamente
con la etapa tradicionalista, curiosamente-, Vamos Juntos (1983) o Canta trova y
algo más de Yucatán (1983),80 donde Ochoa incorpora un repertorio internacional
y aún más renovado, que sintoniza sobre todo con las tendencias cubanas que
se despliegan en la década de 1980.81 No obstante esta evolución suya, uno de
los factores que refuerza la tesis de la continuidad en el trabajo de Ochoa, es su
OCHOA, A. [1971]. De la mano del viento [disco]. México, RCA Camden. 1 disco de larga
duración, 40 min. OCHOA, A. [1973]. Cancionero de la Intervención Francesa [disco]. México,
Museo Nacional de Antropología. 1 disco de larga duración, 40 min. OCHOA, A. [1983]. Corridos
y canciones de la Revolución Mexicana [disco]. México, Universidad Autónoma Metropolitana. 1
disco de larga duración, 40 min. OCHOA, A. [1983]. Vamos juntos [disco]. México, Discos Pueblo.
1 disco de larga duración, 40 min. OCHOA, A. y LOS FOLKLORISTAS. [1975] El Cancionero
Popular vol. I [disco]. México, Discos Pueblo. 1 disco de larga duración, 40 min. OCHOA, A. y
LOS HERMANOS MAGAÑA [1983]. Canta trova y algo más de Yucatán [disco]. México,
Universidad Autónoma Metropolitana. 1 disco de larga duración, 40 min.
81 KARAM, T. 2014. Notas para pensar la ‘Nueva Canción’ Mexicana. De ‘Los Folkloristas’ a
Alejandro Filio. Humania del Sur 9(16): 34-36.
80
154
vocalidad, que en ningún momento dejó de remitir a la nasalidad, sobre todo, de
las antiguas cantoras mexicanas del siglo XIX e inicios del siglo XX. 82
La continuidad y la ruptura simultáneas encarnadas por la renovación
latinoamericana han operado, siguiendo estos planteamientos, como la
bifurcación en dos tendencias paralelas, una tradicionalista o conservadora, y
otra más orientada a la búsqueda formal -según se podrá en los ejemplos a
continuación-, y al mismo tiempo como su ilación en procesos de ida y vuelta, por
así decirlo, donde se reestablece una suerte de diálogo entre música tradicional,
música folclórica y tendencias contemporáneas y cosmopolitas. Cualquiera sea
el caso, el lugar de la música de raíz dentro del amplio panorama renovado debía
alcanzar una cierta jerarquía, es decir, debía elevar al folclor al nivel estético y
productivo de la música popular contemporánea, a través de un cuidado respecto
de la canción, en tanto dispositivo sonoro, y en tanto vehículo de grandes temas
y de profundas preocupaciones, personales y colectivas. Por su peso específico
dentro de la historia de la música popular latinoamericana, y debido a su jerarquía
paradigmática dentro del movimiento continental, la Nueva Trova Cubana
presenta rasgos que pueden ilustrar mejor dichos procesos y relaciones.
El movimiento fue lanzado oficialmente en 1967, con el apoyo explícito de
Casa de las Américas, en cuyo seno se creó, al año siguiente, el Centro de la
Canción Protesta. El apoyo obedecía a una política cultural orientada al
fortalecimiento de la música cubana en distintas áreas, entre otras en el de la
música tradicional reunida en torno a la “vieja” Trova, por medio de la instalación
de la Casa de la Trova en Santiago de Cuba, en 1966. La antigua trova
decimonónica consistió en la obra de trovadores y bandistas, cultivada en
estrecha relación con la actividad musical hispana que, en su tránsito hacia el
BIELETTO B., N. 2019. La voz del pueblo y para el pueblo. Amparo Ochoa’s vocal trajectory.
From the Mexican Revolution to the Latin American Cold War. En: PALOMARES, C. (Ed.). The
snake, the roses, and the thorns: unfolding the Mexican New Song in the 60s-90s. Ann Arbor,
University of Michigan Press -en prensa-.
82
155
siglo XX, incorporó el elemento afrocubano. La trova como tal, por ende, surge a
comienzos del siglo pasado, con una primera generación compuesta por figuras
como Sindo Garay, Samuel Corona o Rosendo Ruiz, y una segunda
representada por Ignacio Piñeiro y Miguel Matamoros, entre otros. Esta última
destacó enfáticamente por el influjo del son cubano, en la década de 1930,
ganando mayor popularidad gracias al desarrollo de la radiodifusión y del disco.
El trío de Matamoros, de hecho, no sólo definió la estructura y la forma del son
sino que aportó poderosamente a la definición posterior del carácter nacional de
la música popular cubana. La década de 1940 asistió al encuentro de la trova,
así definida, con el bolero filin, subgénero que crecía bajo el influjo sobre todo del
jazz norteamericano. Destacan aquí, entre otros, César Portillo de la Luz o Tania
Castellanos, quienes luego se incorporaron a la política musical socialista, dando
cuenta además del impacto que, Revolución Cubana mediante, tuvo el filin sobre
la Nueva Trova.83
Volviendo al punto anterior, el proyecto tras la Casa de la Trova consistía
en la reunión de las viejas glorias troveras y en el diseño de una política
discográfica, resultando, final y aleatoriamente, en el rescate del término “trova”
como denominación de la novísima generación. Aunque la denotación aquí
apunta a esta unidad entre una y otra, mucho más transparente durante la etapa
fundacional del movimiento, la conexión entre Nueva y Vieja Trova se fue
rápidamente diluyendo en la medida que, por ejemplo, la presencia de Carlos
Puebla en el medio musical revolucionario marcaba la permanencia de la antigua
tradición sonera y los jóvenes impulsaban una profunda renovación del canon
musical isleño. Puebla, por cierto, al servicio del proceso revolucionario tendió
una suerte de puente entre las generaciones prerrevolucionaria y la nueva
hornada compuesta principalmente por Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel
Nicola.
83
CARRASCO, Op. cit., p. 52.
156
En relación con los antecesores inmediatos de la Nueva Trova, ésta ya se
hallaba prefigurada en canciones compuestas anteriormente por jóvenes tanto
en La Habana como en otras ciudades de la isla.84 Sin ir más lejos, sus miembros
ya habían desarrollado carreras incipientes como intérpretes y compositores. Es
el caso -nuevamente- de Pablo Milanés, quien durante la primera mitad de los
sesenta circulaba en torno al filin, formando parte de cuartetos vocales que
interpretaban R&B y otros géneros afronorteamericanos. Su primer gran éxito fue
la canción “Mis veintidós años”, registrada en 1965 por la diva del filin Elena
Burke. Desde entonces, la obra de Milanés orbitará en torno a una reelaboración
creativa del filin, ligada generalmente a un gusto selectivo por distintos géneros
y estilos norteamericanos, como el antedicho R&B, el rock, el beat y el jazz.85
Desde un punto de vista comparativo, el trabajo del cubano en torno al bolero
podría representar el equivalente -septentrional y comprometido- de un estilo
igualmente explotado en Sudamérica por conjuntos como Los Ángeles Negros.
Las innovaciones introducidas por Milanés al filin fueron plasmadas en todo tipo
de canciones, desde “Si el poeta eres tú” -semblanza de Ernesto “Che” Guevaraa “Yolanda”, una canción de corte amoroso. Las mencionadas, al menos hasta
fines de los setenta, representan en buena medida todas las posibilidades y
elementos presentes en su obra. Apartando sus matices temáticos y estilísticos,
debido a su tratamiento lírico, vocal y armónico, las canciones de Milanés en su
totalidad son proclives de ser inscritas dentro del género romántico relativo al
bolero.
Tras la oficialización de la Nueva Trova, Milanés quedó, junto a Nicola y
Rodríguez, bajo la tutela relativa del compositor Leo Brouwer, contribuyendo a
dotarla de un estilo intensamente marcado por el rock, el soul, la canción protesta
norteamericana, las renovaciones folclóricas chilena, argentina y uruguaya, 86 la
DÍAZ AYALA, Op. cit., p. 301.
MORALES, Op. cit., pp. 140-141.
86 DÍAZ AYALA, Op. cit., p. 301-302.
84
85
157
música brasileña -puntualmente, del bossa nova-, y determinadas técnicas
provenientes de la música docta. Desde el punto de vista político-cultural, la
Nueva Trova tuvo la buena fortuna de surgir cuando la Revolución Cubana
necesitaba premunirse de una “avanzada” en la música popular, con tal de
satisfacer las necesidades de las audiencias juveniles y de marcar presencia en
un panorama hemisférico caracterizado por una fuerte presencia de jóvenes
artistas, asimismo. El movimiento desarrolló una sonoridad “colérica” simultánea
a la acústica -de ahí el protagonismo de la guitarra española en dicha producciónque en los setenta tomaría un rumbo mucho más definido hacia el jazz eléctrico.
En un primer momento, esta especie de “doble militancia” fue expresada en la
primera edición colectiva del movimiento, el EP Canción Protesta, editado por el
Centro de la Canción Protesta en 1968.87 El álbum incluye una versión eléctrica
de “La era está pariendo un corazón”, por Rodríguez, tratamiento que en otras
ediciones recibirá “¡Cuba va!”, canción de tipo mucho más propagandístico. Esta
pulsión renovadora no impidió que la musicalidad de la Nueva Trova ostentara
un color profundamente cubano, incluso en sus momentos más experimentales,
como los plasmados en los diversos trabajos del Grupo de Experimentación
Sonora, cuya orientación apunta ya no tanto al folclor y la tradición, sino a la
implementación de una “orquesta moderna” basada en contenidos políticos y
sociales.88 Con todo lo anterior, y dentro del gran espectro continental, la Nueva
Trova es mucho más “popular” -es decir, menos folclórica- que la renovación
sudamericana y, en palabras de Alfredo Zitarrosa, su novedad radica en que es
fruto de una sociedad profundamente nueva, orientada al bien común.89
Las progresiones estéticas plasmadas en el movimiento renovador no sólo
se orientaron al gran espectro de la música popular cosmopolita. Otro de estos
MILANÉS, P., NICOLA, N, y RODRÍGUEZ, S. [1968]. Canción Protesta. Casa de las Américas
[disco]. La Habana, Centro de la Canción Protesta. 1 disco extended play, 20 min.
88 R., A. y D., Y. 2000. Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. En: ZONA DE OBRAS.
Diccionario del Rock Latino. Madrid, Sociedad General de Autores y Editores SGAE. P. 94.
89 ZITARROSA, Op. cit., p. 20.
87
158
aspectos dice relación con los vínculos tendidos entre intérpretes y creadores
clasificables dentro de lo folclórico-popular, y compositores de formación
académica, ambas tendencias sumidas en activos procesos de politización. 90 Tal
alianza conllevó, en la práctica, una adecuación de la canción a nuevos y más
grandes formatos, como cantatas populares y ciclos de canciones divulgadas a
través de presentaciones en vivo y del disco larga duración. Desde esta
perspectiva, cabe mencionar el estrecho trabajo desarrollado en Cuba entre Leo
Brouwer, la Nueva Trova y el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, el
que no se expresó directamente en el montaje de obras orquestales, sino que,
antes bien, en un tratamiento de la canción en obras de más largo aliento incidentales, como parte de las musicalizaciones de filmes producidos por el
Instituto Cubano-91 y en el propio trabajo de los cantautores solistas, sobre todo
desde mediados de la década de 1970. Asimismo, desde el sur, la Nueva
Canción Chilena aportó a dicha transposición de la canción folclórica a través,
sobre todo, de cantatas y misas compuestas tanto por agentes comprometidos
con el proyecto de la Unidad Popular, como por compositores no comprometidos.
Sin embargo, el ejemplo paradigmático es, sin duda, la Cantata Popular Santa
María de Iquique,92 escrita por Luis Advis y estrenada por Quilapayún y los
actores Marcelo Romo y Humberto Duvauchelle en 1970, obra que remite
directamente al formato cantata, género desarrollado originalmente en la Europa
contrarreformista.93 Colaboraciones similares pueden encontrarse en Perú, en
las actividades desarrolladas por Celso Garrido-Lecca y el Taller de la Canción
Popular, durante la segunda mitad de los setenta, traducido en la cantata Kuntur
CORREA DE AZEVEDO, L. H. 1993. La música de América Latina. En: ARETZ, I. (Ed.).
América Latina en su música. México y París, Siglo Veintiuno Editores / UNESCO. Pp. 67-69.
91 BROUWER, L, GRUPO DE EXPERIMENTACIÓN SONORA DEL ICAIC, MILANÉS, P. et al.
[1969] Lucía / La premiere charge a la machette [disco]. París, Saravah. 2 discos extended play.
40 min.
92 QUILAPAYÚN y DUVAUCHELLE, D. [1970]. Cantata Popular Santa María de Iquique [disco].
Santiago, Jota-Jota. 1 disco de larga duración, 40 min.
93 GUERRERO, J. 2013. La cantata: cruce entre lo culto y lo popular. Revista Musical Chilena
62(220): 95-96.
90
159
Wachana, interpretada por el conjunto Vientos del Pueblo,94 como expondré en
el capítulo V de esta tesis. Está también el trabajo del compositor uruguayo
Federico García Vigil en el Uruguay, específicamente en su Cantata del Pueblo,95
estrenada y registrada en Montevideo en 1972, con la participación de Alfredo
Zitarrosa, Yamandú Palacios y otros artistas renovadores.
La impronta docta adquirida por la canción también se expresó en la
incorporación de determinados estilos y técnicas propios de las músicas
académicas, y no sólo en la creación de obras puntuales. De este modo, si los
casos recién mencionados ilustran una tendencia, así dicha, que transita desde
lo popular hacia lo docto, hay también los que van de lo docto a lo popular. Uno
de los hitos fundacionales de la renovación latinoamericana, el Quinteto
Contrapunto, representaría precisamente la última.96 Formado en Venezuela
hacia 1960, bajo la dirección del maestro Rafael Suárez, la agrupación es
reconocida como el antecedente inmediato de la Renovación Folclórica
venezolana -que en los setenta incorporará a artistas como Alí Primera, Gloria
Martin, Soledad Bravo y Los Guaraguao, entre otros-, con el rasgo particular de
aplicar, como bien dice su nombre, técnicas contrapuntísticas a piezas de la
música vernácula. El enorme valor de su trabajo, comprobable en la calidad de
sus arreglos y en las excepcionales voces que lo conformaron, ofrece
semejanzas con otras propuestas contemporáneas, puntualmente con el
conjunto vocal franco-británico Swingle Singers, que en dicha época fusionaba
técnicas corales académicas con elementos del jazz para interpretar, sobre todo,
el canon barroco europeo. Todos estos elementos resuenan, a su vez, con la
corriente vocalista argentina, surgida también en torno a 1960 como parte del
VIENTOS DEL PUEBLO y ZAMBRANO, W. [1978 ca.]. Cantata Popular Donde Nacen los
Cóndores ‘Kuntur Wachana’ [disco]. Lima, CEPRODAR. 1 disco de larga duración, 40 min.
95 GARCÍA VIGIL, F. GUARDIA, M. ZITARROSA, A. et al. [1972]. Cantata del Pueblo [disco].
Montevideo, Cantares del Pueblo. 1 disco de larga duración, 40 min.
96 MENDOZA, E. 2014. Neofolklore (Venezuela). En: HORN, D. y SHEPHERD, J. (Eds.).
Bloomsbury Encyclopedia of Popular Music of the World: volume IX. Genres: Caribbean and Latin
America. Londres, Bloomsbury. Pp. 543-544.
94
160
Boom -representada por conjuntos como Los Huanca Huá-,97 corriente que se
caracterizó por un tratamiento polifónico y onomatopéyico de las voces, imitado
poquísimos años después por el neofolklore y la Nueva Canción chilenos.
Las interpretaciones anteriores apuntan, de manera indirecta, al hecho que
la renovación latinoamericana surgió en un ambiente cultural apolítico o
despolitizado, previo al triunfo de la Revolución Cubana y a la época formativa
de la nueva izquierda continental.98 El movimiento fue ingresando paulatinamente
en la órbita de la política cultural y la militancia izquierdista con el avance de la
década del sesenta, para encarnar una reconceptualización de la canción en
tanto universo sociopolítico crítico y contingente. Desde el punto de vista de lo
político, el movimiento renovador intenta resolver los dilemas del compromiso y
de la militancia a través de la canción en sí, en el trabajo concreto de los artistas
comprometidos en pro de determinadas aspiraciones, y a través de una crítica
activa al lugar y estatus tanto del arte como del artista en contextos como el
latinoamericano, sujetos a condiciones de dependencia, subdesarrollo y
neocolonialidad. En relación particular con la canción, la renovación
latinoamericana no sólo la aborda en sus aristas exclusivamente musicales, sino
también en función de sus contenidos líricos y en tanto dispositivo semiótico o
comunicacional,99 asumiendo como uno de sus problemas fundamentales el del
realismo: la canción debe dejar de ser el reflejo de una visión de mundo
CÁMARA DE LANDA, E. 2013. Folk music revival in Argentina: the arrangement of vocal
melodies. En: AHMEDAJA, A. (ed.). Local and global understanding of creativities. Multipart music
making and the construction of ideas, contexts and contents. Newcastle, Cambridge Scholars
Publishing. P. 254.
98 El asunto es tratado por la cantautora venezolana Gloria Martín, quien enumera un grupo de
destacados creadores latinoamericanos que se abocaron, en su opinión, a modernizar
determinados géneros folclóricos, en una época previa a la identificación de los movimientos
renovadores con posiciones de izquierda, o con la intensión consciente de no introducir
contenidos del tipo en sus canciones: Chabuca Granda, Piero, Vinicius de Moraes, María Elena
Walsh y -en sus inicios-, la mismísima autora, entre otros. MARTÍN, G. 1998. El perfume de una
época (la Nueva Canción en Venezuela). Caracas, Alfadil Ediciones. Pp. 20-21.
99 FIGUEREDO, M. L. 2014. The rhythm of the values: poetry and music in Uruguay, 1960-1985.
En: VILA, P. (Ed.). The militant song movement in Latin America. Lanham, Lexington Books. Pp.
143-144.
97
161
empobrecida o el producto de relaciones sociales y productivas capitalistas, para
constituir una interpretación de la realidad y un recurso eficaz en su
transformación. Con todo, la canción es entendida como una herramienta de
concientización, vehículo de la crítica y como expresión de inconformismo, en
relación, sobre todo, con la naturaleza alienada y dislocada de la música popular
convencional.
Estos rasgos y argumentos son transversales a toda la escena continental,
e involucran de igual modo a los movimientos hermanados de Norteamérica y
Europa. Por lo mismo, sus rasgos básicos pueden ser conocidos a partir de casos
puntuales, como el del Nuevo Cancionero. Estuvo integrado, entre otros, por los
poetas Armando Tejada Gómez y Pedro Horacio Tusoli, y los músicos Tito
Francia, Juan Carlos Sedero, Eduardo Aragón, Óscar Matus y Mercedes Sosa,
quien llegaría a ser sin duda la voz femenina más trascendente de toda la escena
hispanoamericana. Si bien el movimiento del Nuevo Cancionero no resume la
totalidad de la renovación argentina -ámbito musical que, junto con el brasileño
probablemente, han sido los más grandes y complejos de América Latina-, su
producción fue importantísima para la misma, al introducir innovaciones muy
influyentes tanto en lo poético como en lo musical.100 El Nuevo Cancionero
irrumpió en el gran movimiento folclórico argentino de inicios de los sesenta
criticando tanto su conservadurismo -su estricta separación por géneros y estilos,
su rechazo a la innovación, su proclividad a la comercialización, su inmovilismo
ante evidentes problemas sociopolíticos, etcétera- como su sitio particular dentro
de un gran panorama de la música popular nacional, en su opinión, acechada por
la invasión del pop internacional.101 Todas estas reivindicaciones, como ya he
dicho, propias de la renovación latinoamericana, en el Nuevo Cancionero logran
ser sistematizadas en torno a un reclamo contra el pintoresquismo de la canción
tradicionalista, rasgo que se expresa como la descripción entroncada 100
101
PORTORRICO, Op. cit., p. 18.
CHAMOSA, Op. cit., p. 174.
162
esencialista y sublimada- de elementos como patria, folclor, paisaje y esencia,
sin un cuestionamiento respecto a las relaciones sociales y de poder al interior
mismo del folclor -sistemas de propiedad de la tierra y laborales, nivel y calidad
de vida de los campesinos, servidumbre y clientelismo, etcétera-.
Probablemente el Nuevo Cancionero fue uno de los movimientos más
orgánico de la renovación latinoamericana, pues contó con un Manifiesto,102
lanzado en 1963 en la ciudad de Mendoza, donde fueron expuestos los anhelos
y aspiraciones sociales, estéticos y políticos que llevaron a estos poetas y
músicos a asociarse. Dicho documento aborda el problema de la popularidad y
la comercialización de la canción folclórica, y organiza las estrategias y márgenes
en que debía darse una suerte de “renovación de la renovación”, es decir, la
creación de canciones de raíz que no sólo se dejaran, legítimamente, influenciar
por la música popular cosmopolita, sino que brindaran a la canción folclórica una
calidad tal que la situara a la altura de los géneros populares más prestigiados.
Después de revisar dicho documento y escuchar algunos de sus temas más
emblemáticos, como “El cóndor vuelve”103, uno se convence de la enorme fe
puesta en la canción como instrumento para mejorar la vida de las personas, en
último término, por medio de una visión transhistórica y reivindicativa que supone
Ponderado por el historiador Óscar Chamosa como uno de los textos más importantes de la
historia cultural trasandina, es muy difícil de hallar en ediciones impresas. Puede ser leído en
algunos sitios electrónicos -entre otros, el del poeta Armando Tejada Gómez, caído al momento
de redactar esta nota-. Sin embargo, es profusamente analizado en los libros, ya citados, de
Chamosa, María Inés García y Carlos Molinero.
103 Escrita por Tejada Gómez y Aragón e inscrita en 1973 en la Sociedad Argentina de Autores y
Compositores de Música SADAIC, una de sus versiones más emblemáticas es la interpretada por
Mercedes Sosa en su álbum SOSA, M. [1983]. Mercedes Sosa [disco]. Buenos Aires, Philips. 1
disco de larga duración, 40 min. Líricamente, el tema enlaza el mito del Inkarrí con una serie de
gestas lideradas por revolucionarios -Augusto César Sandino, Luís Carlos Prestes, Ernesto
Guevara, Camilo Torres, Martín Güemes, Salvador Allende, Fidel Castro-, para desembocar en
la redención material y política de América y de sus habitantes más empobrecidos. Musicalmente,
la canción connota estilísticamente géneros como la zamba o la chacarera, pero su carácter
renovado, justamente, remite más a la canción como un metagénero de raíz que a los géneros
mencionados, rasgo que es, precisamente, general a las canciones del movimiento
latinoamericano.
102
163
una suerte de militancia musical que, a su vez, pone a la canción en la primera
línea de la política.
A propósito del mote de “tarjeta postal” que el Manifiesto achaca a la
canción folclórica convencional, se debe a que la última reproduce una serie de
estereotipos que, a la larga, constituyeron la base de un “criterio de aceptabilidad”
para la música folclórica. La metáfora es elocuente: la imagen estampada en la
tarjeta retrata una situación idealizada -un “paisaje”, dado el caso- distante de la
realidad representada, es decir, que no sólo no comprehende cabalmente dicha
realidad, como en toda paradoja de la representación, si no que aparta y oculta
los aspectos críticos, negativos e incómodos. Dichos estereotipos son los
vehículos con los cuales los folcloristas trasmiten al público y, en su lenguaje
particular, la esencia selectiva que han extraído del folk. De ahí, por ejemplo, la
resistencia que debió enfrentar la renovación -no sólo la argentina- al ser
entendida, en los medios folclóricos nacionales más antiguos, antes como una
tergiversación de la canción folclórica típica -y, ulteriormente, de la realidad
nacional- que como su elevación. Dichos estereotipos son ajenos a lo que los
miembros del Nuevo Cancionero consideraron las aspiraciones políticas y
sociales del pueblo argentino. De allí la importancia de la canción como aliciente
de un proceso de concientización y sensibilización a través tanto de formas
renovadas como de determinados asuntos que son planteados y puestos en
cuestión: pueblo, paisaje, contextos sociales, etcétera. En definitiva, lo que el
movimiento del Nuevo Cancionero buscaba era imponer un “criterio de realidad”
que echara luz sobre las condiciones reales de la Argentina y, ulteriormente, del
continente y, a un tiempo, fijar dicho realismo como un criterio estético sobre el
que el público fuera capaz de discriminar entre una canción de calidad y una
canción banalizada y complaciente. En tal sentido, las canciones del Nuevo
164
Cancionero se orientan a combatir esas últimas, que deforman la consciencia
nacional y popular.104
Los elementos discursivos presentes en el Manifiesto obedecen a una
reflexión situada en la Argentina, enfocada en problemas argentinos y, claro, en
la canción folclórica argentina, sin perjuicio de que tales reflexiones pudieran
aplicarse a otras realidades nacionales, por cierto. Lo que quiero destacar aquí
es la territorialidad de la política cultural tras el movimiento y, por extensión, tras
la gran escena latinoamericana, que cundió también en relación con la urgencia
de dotar a la canción renovada de contenidos y categorías igualmente
territorializados. Algo así es visible en torno a la idea de protest song o “canción
de protesta” en América Latina, título con el que fueron nombradas
temporalmente las canciones producidas por la renovación latinoamericana a
fines de los sesenta.
Protest song es una denominación estadounidense surgida durante la
Gran Depresión, basada inicialmente en las tradiciones folk, que fue
relacionándose fuertemente durante las siguientes décadas con la lucha por los
Derechos Civiles, la oposición a la Guerra de Vietnam, el feminismo, el
ecologismo y otras reivindicaciones propias de la tradicional izquierda
norteamericana y de la contracultura.105 Uno de sus logros más sobresalientes
fue el de inculcar, gracias al trabajo señero de organizaciones como Workers
Music League y Composer’s Collective -asociadas al Partido Comunista de los
EE.UU. en el contexto de los Frentes Populares-, la idea de que la canción es,
efectivamente, un “arma” en la lucha antifascista y de clases.106 La denominación
MOLINERO, Op. cit., pp. 188-189.
COHEN, R. D. y PETRUS, S. 2015. Folk city. New York and the American Folk Music Revival.
Nueva York, Museum of the City of New York / Oxford University Press. P. 35.
106 DUNAWAY, D. K. 1980. Charles Seeger and Carl Sands: the Composer’s Collective years.
Ethnomusicology 24(2): 159-160. La idea de la canción como arma quedó inmortalizada en la
legendaria frase que Woody Guthrie, cantautor norteamericano, solía garabatear, durante los
cuarenta, sobre la caja sus guitarras: this machine kills fascists –“esta máquina mata fascistas”-.
La frase parafraseaba las pintadas que los soldados norteamericanos solían hacer sobre su
104
105
165
se ajusta a la realidad norteamericana, en donde “protestar” equivaldría a
manifestarse, como en una movilización o una marcha, rasgo que apunta más
que nada a la utilidad de la música. La prevalencia del “uso” por sobre el “tipo”
en la noción de canción protesta, facilitó el que bajo ésta fueran incorporadas
canciones que, agrupadas por su temática y su lírica, divergen bastante de
aquella base folclórica, aspecto que, por cierto, resuena en el proceso atravesado
por la música folk norteamericana durante los sesenta y setenta: cada vez más
identificada con un sentido pragmático de lo acústico -en oposición a lo eléctrico
y lo amplificado- y menos con las raíces folclóricas y tradicionales.107
La primera y más llamativa identificación de lo que acontecía en América
Latina a mediados de los sesenta, con la canción de protesta, ocurrió con el
Encuentro de la Canción Protesta, celebrado en Cuba en 1967, y con una de las
primeras ediciones de la Nueva Trova -ambos tópicos reseñados más arriba-.
Antes de caer en desuso, la versión latinoamericana pudo obedecer a que los
temas abordados por la homónima estadunidense resonaban e incluso coincidían
con inquietudes propias de la renovación: relaciones asimétricas entre estructura
política y sociedad civil, la emergencia de una nueva conciencia, la necesidad de
un nuevo humanismo, entre otras. Con una mirada panorámica, la idea misma
de protesta en la canción latinoamericana ya estaba presente en los registros
decimonónicos, en la poesía tradicional y el canto improvisado,108 en géneros
urbanos más tradicionales -el vals criollo peruano109 o el corrido mexicano-,110 en
el repertorio del bando republicano durante la Guerra Civil Española,111 e incluso
armamento durante la Segunda Guerra Mundial. LYNSKEY, D. 2016. 33 revoluciones por
minutos. Historia de la canción protesta. Barcelona, Malpaso Ediciones. P. 57.
107 MYRUS, D. 1966. Ballads, blues and the big beat. Nueva York, The Macmillan Company. Pp.
73-91.
108 SANTA CRUZ G., N. 2004. América y sus juglares. En: Obras completas II. Investigación
(1958-1991). Buenos Aires, LibrosEnRed. Pp. 275 y ss.
109 BASADRE, J. 1977. Breve introducción a la antigua canción política popular. Un género
literario despreciado. Runa 5: 3-6.
110 HÉAU, C. 1984. El corrido y las luchas sociales en México. Comunicación y Cultura 12: 67-73.
111 DÍAZ G. VIANA, L. 1986. Canciones populares de la Guerra Civil. Madrid, Taurus. Pp. 68-72.
166
en el incipiente rock continental,112 por ende el carácter propio de la renovación medularmente folclórico, insisto- seguramente estimuló el uso de la categoría
fuera desestimado. La cuestión genérica es paralela a un parámetro contextual,
que radica en que la renovación latinoamericana supera la mera protesta -el
rezongo y la agitación- para aplicar sus esfuerzos a reforzar el vínculo existente
entre la canción de raíz y el pueblo del que ha emanado.113
3.4 El compromiso y la política
En respuesta a lo anterior, Daniel Viglietti rubricó el término “canción
propuesta” con el propósito de superar la mera protesta y representar, basado en
un compromiso artístico, una realidad más compleja, integrada y proactiva. 114
Con “propuesta”, la idea de canción alude a rupturas y continuidades entre
tradición e innovación, y a su utilización como medio de “contrainformación” en
el contexto de una cultura popular de masas que aliena y banaliza. 115 Por ende,
la intención de Viglietti y de la agenda de la renovación latinoamericana, como se
ha visto a lo largo de este capítulo, obedecen a un sentido del compromiso que
trasciende la mera esfera política, para abrazar una variedad de valores
humanistas expresados también en una atención particular hacia lo cotidiano,
una interpelación variopinta de las consciencias, una preocupación coherente por
la profundidad y calidad de los contenidos, y un interés por la estructura, objetiva
y experiencial, de la realidad. Dicha complejidad es la que está concentrada en
nociones como la de canción comprometida, canción política o de canción
militante, e igualmente representada por distintos tipos e intensidades de
imbricación entre política y música.
MOLINERO, Op. cit., p. 53.
CARRASCO, Op. cit., p. 43.
114 PRING-MILL, R. D. F. 1992 La toma de conciencia en la poesía de compromiso
hispanoamericana. En: VILANOVA, A. (Ed.). Actas del X Congreso de la Asociación Internacional
de Hispanistas. Barcelona, Promociones y Publicaciones Universitarias. P. 41.
115 BENEDETTI, M. 2007. Daniel Viglietti, desalambrando. Buenos Aires, Seix Barral. Pp. 82-87.
112
113
167
Como ya se ha mencionado, la renovación formó parte de los movimientos
juveniles que, desde la izquierda,116 hicieron eco tanto del alza que los sectores
populares y medios experimentaban desde al menos la década de 1930, y de la
gesta de la Revolución Cubana, como de otros procesos políticos posteriores entre otros, el Frente Amplio uruguayo, la Revolución Sandinista, la Unidad
Popular, el independentismo portorriqueño o la solidaridad internacional con
víctimas de las dictaduras y exiliados-. Del mismo modo, la renovación
latinoamericana fue hondamente determinada por una serie de procesos y
acontecimientos continentales, los que de algún modo u otro fueron moldeando
su carácter y sensibilidad: la caída del primer peronismo (1955), el golpe de
Estado en Brasil y la consecutiva dictadura militar (1964); el ascenso al poder de
la Democracia Cristiana en Chile (1964); la intervención norteamericana en Santo
Domingo (1964-1965), la guerrillas en el Perú, Colombia, Bolivia, Venezuela y
América Central; la muerte de Ernesto Guevara (1967); la matanza de Tlatelolco
(1968); el golpe de Estado en Bolivia (1971) y la guerra de Vietnam, entre muchos
otros. Experiencias como estas enmarcaron una cierta estructura de
sentimiento117 en donde aspectos de la individualidad, hechos y personajes de la
historia latinoamericana118 y problemas de la contingencia, son reorientados
hermenéuticamente de modo tal que rompan con la lógica pasatista del folclor
típico y con la vacuidad de la canción convencional para volcar el universo
significativo de la renovación hacia el futuro.
El imaginario que enhebran, en general, las canciones de la renovación,
es el de un futuro que se abre radicalmente. En lo personal, considero que
determinadas canciones del cantautor cubano Silvio Rodríguez, el referente vivo
GONZÁLEZ, Y. y FEIXAS, C. 2013. La juventud en el siglo XX: metáforas generacionales. En:
La construcción histórica de la juventud en América Latina. Bohemios, rockanroleros y
revolucionarios. Santiago, Editorial Cuarto Propio. Pp. 98-102.
117 WILLIAMS, R. 2012. Literatura y sociología. En: Cultura y materialismo. Buenos Aires, La
Marca Editora. Pp. 41-47.
118 MAMANI, A. 2017. Heroínas, mártires y cautivas. Renovación folklórica y usos políticos del
pasado en el LP ‘Mujeres Argentinas’ (1969). Revista Argentina de Musicología 18: 149 y ss.
116
168
más importante, seguramente, de la generación de los sesenta latinoamericanos,
son muy buenos ejemplos de aquello. Hacia 1970, Rodríguez compuso “Playa
Girón”, tema en el que es visible una orientación -propia y de la Nueva Trova, por
cierto- a producir una canción libre, en lo musical, de una identificación
estrictamente cubana, líricamente rica e interpelante. La canción recoge la
experiencia de Rodríguez como tripulante del Playa Girón, barco perteneciente a
la Flota Cubana de Pesca, y sus impresiones en torno a la vida abordo y los
servicios prestados por la nave a la Revolución Cubana y al internacionalismo
socialista. “Playa Girón” comprehende una serie de elementos esenciales a la
canción renovada, cubana y latinoamericana, esto es, en un contexto conceptual
e histórico como el analizado, la fusión significativa de contenidos líricos,
formalismo musical e implicancias históricas. De ahí, entonces, las inquietudes
que el hablante en “Playa Girón” plantea a los compañeros “poetas”, “de música”
y “de historia”: la pertinencia de una lírica manierista o propagandística ante la
urgencia de un lenguaje emanado de la realidad de la gente común; el valor en
sí de una musicalidad compleja y rupturista, enfrentada a la necesidad de una
búsqueda de formas nuevas pero, ante todo, capaces de cautivar a los sujetos
sociales que deben protagonizar la liberación de sí mismos; los límites de la
representación simbólica de dicha subjetividad -desde el punto de vista del artista
comprometido-, y la exigencia de que la canción colabore, veraz y
horizontalmente, con la integración real de las experiencias y aspiraciones del
pueblo.119
Un elemento que enriquece la letra de “Playa Girón” es la referencia, en su título, tanto al
mentado barco de altura como al lugar donde se produjo la invasión de Bahía de Cochinos, en
1961. La doble dimensión que aquí se levanta, por ende, refuerza la pertinencia de las preguntas
e inquietudes que Rodríguez baraja en torno de la canción comprometida, y a su capacidad
personal de resolver problemas igualmente estéticos y políticos. Algo muy similar está contenido
en “El Mayor”, surco siguiente del álbum Días y Flores. Se trata de un homenaje al héroe nacional
cubano Ignacio Agramonte, en el centenario de su muerte -acontecida en 1873- durante las
guerras de independencia. Desde un punto de vista muy general, Rodríguez enlaza
metonímicamente la gesta independentista en la figura de El Mayor, con su verdadera
consagración histórica que es, justamente, la Revolución Cubana. RODRÍGUEZ, S. [1975]. Días
y Flores [disco]. La Habana, EGREM. 1 disco de larga duración, 40 min. CASAUS, V. y
119
169
En el caso anterior, es plausible asegurar que, en el plano simbólico, opera
una identificación intrínseca entre creador-intérprete y las audiencias a las que
apela, por medio de las canciones. Tal identificación, en el plano de la política
cultural, debe interpelar las relaciones jerarquizadas y sublimadas entre aquel y
la sociedad en que se inserta. Más allá de los rasgos exclusivos que la renovación
adquirió en cada uno de sus movimientos nacionales, a todos son transversales
los problemas que afectaron el vínculo, concreto o anhelado, entre los artistas
comprometidos y los sectores populares a los que pretendió representar. Dicho
vínculo estuvo sujeto a un complejo entramado social, conformado por las
relaciones entre los artistas y los partidos políticos, y por los lazos tendidos entre
los últimos y las masas populares.120 En este plano, las tensiones entre música y
política se dieron en torno a la representación de determinados sujetos, procesos
y causas, ejercida por los movimientos renovadores particulares, y a los roles
instrumentales y de la militancia -tanto de los propios artistas como de sus
canciones-, según el propósito de llevar adelante las políticas culturales
diseñadas por partidos y otras instituciones políticas.121
La cuestión es más incidente en las múltiples relaciones establecidas entre
los artistas y determinados partidos políticos, sobre todo los comunistas. Casos
hay muchísimos, pero el que antecede a todos es el de Atahualpa Yupanqui,
quien entre los años cuarenta y cincuenta destacó como un militante del Partido
Comunista argentino de alto perfil público. La Nueva Canción Chilena, por su
parte, supone una especie de paradigma de organicidad en la medida en que el
movimiento pareció ser, desde el punto de vista institucional, una iniciativa de las
Juventudes Comunistas de Chile. Figura también la experiencia de Armando
Tejada Gómez, renombrado militante comunista argentino, quien, tendiendo
NOGUERAS, L. R. 1993. Silvio: que levante la mano la guitarra. La Habana, Editorial Letras
Cubanas. Pp. 27-28.
120 LLORÉNS AMICO y OLIART, Op. cit., p. 76.
121 ASENCIO LLAMAS, S. 2011. Introducción. Sobre la música en la política y la política en la
música. ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura 187(751): 812-813.
170
lazos permanentes con Casa de las Américas, cooperó así con acercar los
movimientos sudamericanos a Centroamérica y el Caribe.122 Alí Primera,
también, considerado el portavoz del Partido Comunista de Venezuela, en el
medio musical nacional y latinoamericano.123 Asimismo, la incidencia de la
Juventud Comunista costarricense en la Nueva Canción local, por medio de la
militancia de algunos de sus elementos, lo que facilitó que dicho movimiento
musical participara en las movilizaciones en contra de la concesión a ALCOA a
inicios de los setenta.124 Finalmente, la oficialización del movimiento de la Nueva
Trova Cubana, por cuenta de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba, en
1972.125
Simbólica y pragmáticamente, entonces, los movimientos renovadores
intentaban satisfacer una serie de expectativas -individuales, colectivas,
institucionales- y acusaban recibo de las preocupaciones básicas de las
izquierdas nacionales y latinoamericana. En estos términos, Alfredo Zitarrosa
afirmaba, a mediados de los años 1980, que la renovación se nutría
ideológicamente de una amplia gama de doctrinas y posiciones, desde el
anarquismo hasta -sorprendentemente- el liberalismo, pasando por todo tipo de
marxismos, estableciendo alianzas muy concretas con diversidad de actores
sociales y definiendo un estatuto estético para la canción comprometida en donde
primaba su vinculación con los sectores populares y progresistas, antes que su
elaboración formal y su popularidad.126 En un sentido similar, Patricio Manns
aclaraba que el compromiso primordial en la renovación no era de carácter
partidístico -sin perjuicio de que pudiera asumir tal- sino que, más bien, se guiaba
por una comprensión más humanista de lo político -ni estructural ni máximalista, cuya expresión más preclara era el intento por transmutar radicalmente el
CHAMOSA, Op. cit., p. 172.
MILLET, Op. cit., pp. 32-33.
124 CORTÉS, Op. cit., pp. 29-33.
125 BOLÍVAR CANO, J. F. 1994. Pedro Pablo Milanés. En: Entrevista a la nueva canción
latinoamericana. Medellín, Editorial Universitaria de Antioquia. P. 102
126 ZITARROSA, Op. cit., p. 22.
122
123
171
sentido de la canción folclórica y popular, y así, mediadamente, contribuir a una
transformación de las conciencias y, ulteriormente, de las estructuras políticas,
sociales y económicas.127
El compromiso en la renovación reviste este doble carácter. Por una parte,
plasma en sus canciones una serie de mensajes críticos que las sitúan en una
posición coherente con la militancia política, la simpatía y distintos grados de
activismo. Y, por la otra, pretende transformar el quehacer musical en un tipo de
militancia, cuyo fin es el de satisfacer, únicamente o en distintos grados de
combinación, necesidades de tipo cultural –una reivindicación valórica y práctica
de lo popular, de lo folclórico, de la tradición y de lo nacional-, y necesidad de tipo
político –reivindicaciones sociales, nacionales y continentales, en relación a la
utilidad concreta de la música como recurso de lo político-.128 En consecuencia,
la noción de política que subyace a la Renovación Folclórica latinoamericana,
coherente con la de compromiso, se expresa tanto en una dimensión simbólica encarnada por la canción, concebida y elaborada según las estéticas apropiadascomo en un plano pragmático -donde se dan homologías y autonomías entre
estos quehaceres artísticos y sociopolíticos, y la agenda de determinados
partidos, regímenes y asociaciones afines-, configurando un complejo
posicionamiento hegemónico. De este modo, los agentes de la renovación se
vieron a sí mismos como intelectuales orgánicos -en el sentido gramsciano-129 o
“artistas instituidos”,130 cumpliendo con tareas que -a través de la actividad
musical- contribuyeran a cohesionar sus grupos sociales y fortalecer sus
identidades.
PANCANI D., y CANALES, R. 1999. Patricio Manns: admirarlo es poco. En: Los necios.
Conversaciones con cantautores hispanoamericanos. Santiago, LOM Ediciones. Pp. 58-59.
128 CARRASCO, Op. cit., p. 44.
129 GRAMSCI, Op. cit., p. 389.
130 TEIXEIRA COELHO. 2009. Artista instituido. En: Diccionario crítico de política cultural.
Barcelona, Editorial Gedisa. P. 56.
127
172
CAPÍTULO 4
EL GOBIERNO REVOLUCIONARIO DE LAS FUERZAS ARMADAS Y EL
CONTEXTO GENERAL DE LA MÚSICA POPULAR PERUANA
Siguiendo
con
el
análisis
planteado,
la
Renovación
Folclórica
Latinoamericana constituye un fenómeno continental cuyas características y
tendencias son de carácter general y, sin embargo, el fenómeno en cuestión
adquiere una dimensión más problemática y densa una vez que nos enfocamos
en sus aspectos puntuales, ya sea en los casos particulares de artistas o
conjuntos, en corrientes político-estéticas específicas, o en la trayectoria y
composición de escenas regionales o nacionales. El objetivo principal de este
capítulo y el siguiente es el de entrar en esta densidad problemática presentado
una sinopsis crítica del movimiento de la Nueva Canción Peruana -en adelante,
NCP-, específicamente a partir de algunos hechos, testimonios y obras en
general relacionados con las actividades del Taller de la Canción Popular -en
adelante, TCP- de la Escuela Nacional de Música, existente en la ciudad de Lima
durante la segunda mitad de la década de 1970. El presente capítulo pretende
darle un contexto al movimiento y describir críticamente algunos de sus
antecedentes.
El movimiento de la NCP es una de las escenas renovadoras menos
reconocidas académicamente. Son poquísimos los autores que han presentado
algún tipo de trabajo investigativo en torno a este,1 de modo que situarlo como
Algunos de estos autores y sus escritos son: LLORÉNS AMICO, J. A. 1982. La Nueva Canción
Latinoamericana y la música popular nacional. Boletín de Música 93: 13-19. LLORÉNS AMICO,
J. A., y OLIART, P. 1984. La nueva canción en el Perú. Comunicación y Cultura 12: 3-83.
CARRASCO, E. 1982. La Nueva Canción en América Latina. Santiago, CENECA. 77p. BOLÍVAR
CANO, J. F. 1994. Entrevista a la nueva canción latinoamericana. Medellín, Editorial Universitaria
1
173
caso de esta tesis doctoral es, sin duda, un aporte sustancial al conocimiento
científico latinoamericano sobre la música popular y de raíz folclórica. La NCP es,
en relación con lo expuesto, un movimiento marginal de la escena renovada, y
operó, al principio, como una respuesta en la ciudad de Lima, puntualmente, al
desarrollo de las escenas principales: Chile, la Argentina, Uruguay y Cuba.
Posteriormente, la NCP asumió la problemática de lo nacional y lo popular e
intentó, en consecuencia, hacerse de un carácter propio y distintivo dentro del
gran contexto latinoamericano. Su origen y destino se hallan inextricablemente
unidos al desarrollo y caída del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas
(1968-1980) -en adelante GRFA- y, no obstante trascienda los límites temporales
de esta investigación, a la transición democrática de los años ochenta y al
estallido del conflicto armado (1980-2000). La historia de la NCP está
determinada, obviamente, por el tono y los temas propios de la cultura peruana,
por la situación global del país y de América Latina, pero sobre todo por el devenir
de la vida política y por las estructuras sociales nacionales. De este modo, el
contexto brindado por el GRFA otorga sentido e inteligibilidad tanto al desarrollo
de la música popular peruana de la década del setenta como, especialmente, al
movimiento de la NCP.
de Antioquia. 212p. SANTA CRUZ G., N. 2004. Nueva Canción. En: Obras completas II.
Investigación (1958-1991). Buenos Aires, LibrosEnRed. Pp. 231-243. HUAMÁN LÓPEZ, C. 2015.
Urpischallay. Transfiguraciones poéticas, memoria y cultura popular andina en el wayno. Lima,
Ediciones Altazor. 302p. ROMERO CEVALLOS, R. R. (Ed.). 2015. Música popular y sociedad en
el Perú contemporáneo. Lima, Instituto de Etnomusicología de la Pontificia Universidad Católica
del Perú. 456p. MOLINA PALOMINO, P. 2016. ¿Eso es ‘tradicional’? Procesos de construcción
e incorporación de nociones sobre lo ‘tradicional’ a través de las trayectorias musicales de los
integrantes del Trío de Música y Canto Popular ‘Los Cholos’ en Lima. Tesis para optar al Título
de Licenciado en Antropología. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, Facultad de
Ciencias Sociales. 148p. MOLINA PALOMINO, P. 2018. Los límites de lo latinoamericano.
Distinción e identidad en la configuración de un circuito de Nueva Canción en Lima. En:
PALOMINOS MANDIOLA, S. y RAMOS RODILLO, I. (Eds.). Vientos del pueblo.
Representaciones, recepciones e interpretaciones sobre la Nueva Canción Chilena. Santiago,
LOM Ediciones. Pp. 327-362.
174
4.1 El GRFA y la vida política
La época en cuestión se caracterizó por una emergencia progresista en lo
político, particularmente durante el gobierno del general Juan Velasco Alvarado
(1968-1975). De hecho, el largo camino de la democratización social que transitó
el Perú desde inicios del siglo XX, alcanzó su momento cúlmine durante dicho
régimen,2 aunque paradojalmente -y siendo la dictadura militar que fue- el GRFA
amplió derechos sociales al tiempo que restringía derechos civiles. 3 Dicha
contradicción, entre otras, le valió al régimen el mote de “experimento peruano”,
gracias además a su eclecticismo ideológico.4 Dirk Kruijt, latinoamericanista
holandés, a propósito señala que el gobierno de Velasco ofrece varios puntos en
común con los de Getulio Vargas, Juan Domingo Perón o Lázaro Cárdenas, en
Brasil, la Argentina y México, respectivamente,5 en el sentido de que las reformas
implementadas por el GRFA tuvieron por fin fundamental socavar las bases del
poder oligárquico, vigentes tanto en el Perú como a lo largo del continente desde
fines del siglo XIX. Para lograr lo anterior, tanto el Velascato como otros
regímenes similares se abocaron a la liquidación del modelo primario-exportador
mediante la industrialización y de una intensa intervención del Estado en la
economía nacional,6 contemplando la socialización de los recursos y el
fortalecimiento de la soberanía. El GRFA es excepcional dentro de este conjunto
de casos porque llevó a cabo en el Perú de los setenta una serie de reformas,
como las anteriores que, con menor rapidez, fueron implementadas previamente
ZAPATA, A. 2015 Las claves del período. En: CONTRERAS C., C. (Dir.) y ZAPATA, A. (Coord.).
Perú tomo 5 1960-2010. La búsqueda de la democracia. Madrid, Fundación Mapfre / Taurus. P.
23.
3 LÓPEZ J., S. 1995. Estado, régimen político e institucionalidad en el Perú 1950-1994”. En:
PORTOCARRERO, G., y VALCÁRCEL, M. (Eds.). El Perú frente al siglo XXI. Lima, Fondo
Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Pp. 556-557.
4 JAQUETTE, J.S. y LOWENTHAL, A.F. 1986. El experimento peruano en retrospectiva. Lima,
Instituto de Estudios Peruano. Pp. 4-10.
5 KRUIJT, D. 2008. La revolución por decreto. El Perú durante el gobierno militar. Lima, Instituto
de Defensa Legal. P. 126.
6 CAMPODÓNICO, H. 2015. En: El proceso económico. En: CONTRERAS C., C. (Dir.) y ZAPATA,
A. (Coord.). Perú tomo 5 1960-2010. La búsqueda de la democracia. Madrid, Fundación Mapfre
/ Taurus. P. 157.
2
175
en otros países latinoamericanos durante las décadas del treinta y cuarenta. Por
otra parte, desde una perspectiva global, Velasco fue un militar progresista, líder
además de una revolución autoritaria y verticalista, quien forma parte de un grupo
de caudillos militares del siglo XX entre quienes se cuentan a Atatürk en Turquía,
Gamal Abdel Nasser en Egipto, Omar Torrijos en Panamá o Thomas Sankara en
Burkina Faso, entre otros.7
El golpe de Estado asestado por las FF.AA. peruanas en 1968, siguiendo
con esta argumentación, obedeció en parte a nuevas tendencias del pensamiento
militar, elaborados y difundidos en el Centro de Altos Estudios Militares, cuyo
currículo inculcó sensibilidad social y desarrollismo entre la oficialidad.8 Este
rasgo, por ejemplo, marcó una muy acusada diferencia entre el GRFA -sobre todo
durante
el
Velascato-
y
otros
gobiernos
militares
latinoamericanos
contemporáneos, de orientación derechista y mucho más conservadores en lo
económico, como fueron los casos de las Juntas en Chile y Argentina, el de Hugo
Banzer en Bolivia, de Alfredo Stroessner en Paraguay, en incluso el del sucesor
de Velasco en el Perú: Francisco Morales Bermúdez.
En relación con dicho contraste, y luego de un cuarto de siglo de
crecimiento económico sostenido en el Perú, ciertos sectores políticos durante
los sesenta abogaban por una mayor distribución de la riqueza y una integración
social que demoraban en darse. Las clases medias y bajas anhelaban,
precisamente, la realización de esta idea, mientras que las clases superiores
pretendían más bien la supresión de los conflictos de raza y clase, y la
desaparición de la amenaza del comunismo, en un contexto de Guerra Fría.
Velasco lideró una iniciativa militar que intentó distribuir de mejor manera el
ingreso y movilizar a los sectores populares dentro de un esquema institucional
bastante rígido, que pretendió suprimir la democracia e imponer un profundo
KRUIJT, Ibid., p. 249.
TOCHE MEDRANO, E. 2008. Guerra y democracia. Los militares peruanos y la construcción
nacional. Lima, DESCO / CLACSO. P. 112.
7
8
176
sentido de la autoridad.9 Si bien el Velascato estableció mayor justicia y derechos
sociales, el país siguió padeciendo la separación relativa de sistema político y
ciudadanía, y las pocas instancias de organización popular que lograron
fortalecerse durante la dictadura, fueron barridas por la violencia política y la
hiperinflación de los años ochenta y noventa.
El reformismo militar identificó como problema nacional la presencia de
capitales extranjeros que amenazaban la soberanía. Mientras que el primer
gobierno de Fernando Belaúnde Terry (1963-1965) fortalecía la dependencia
económica con los Estados Unidos a través de ayuda financiera y estratégica,
obtenida por medio de la Alianza para el Progreso, los Cuerpos de Paz y otros
organismos,10 la oficialidad concluían que tan necesario como acabar con el
régimen oligárquico era zafar de la dominación imperialista.11 Es más: el hecho
puntual que llevó a los militares a asestar el golpe de octubre de 1968 fue la
reactivación, el año anterior, de una vieja contienda entre el Estado peruano y la
International Petroleum Company -subsidiaria de la norteamericana Standard Oilacerca de los yacimientos petrolíferos de La Brea y Pariñas, emplazados en la
costa norte del país. Años antes, los altos mandos habían llegado a la conclusión
de que tales recursos debían ser nacionalizados,12 y reaccionaron políticamente
ante la falta de claridad y la negligencia respecto a este asunto tan sensible por
parte del Ejecutivo y del partido oficialista, Acción Popular. Luego de un bullado
escándalo en torno a las negociaciones entre el gobierno y la mentada
corporación, aquel mismo octubre de 1968, sólo pocos días después de la
defenestración de Belaúnde, el acto inaugural de la así llamada Revolución
Peruana fue la toma de Talara -provincia donde se levantaban las instalaciones
PORTOCARRERO, G. 2003. Memorias del velasquismo. En: HAMANN, M., LÓPEZ MAGUIÑA,
S., PORTOCARRERO, G. y VICH, V. (Eds.). Batallas por la memoria. Antagonismo de la promesa
peruana. Lima, Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú. P. 231.
10 ZAPATA, A. 2015. La vida política. En: CONTRERAS C., C. (Dir.) y ZAPATA, A. (Coord.). Perú
tomo 5 1960-2010. La búsqueda de la democracia. Madrid, Fundación Mapfre / Taurus. P. 46.
11 CAMPODÓNICO, Op. cit., p. 168.
12 ZAPATA, Ibid., p. 47.
9
177
petrolíferas-, bautizado significativamente como el “Día de la Dignidad
Nacional”.13 El acto respondió, con un alto sentido escénico, a la voluntad militar
de limitar al máximo posible la dependencia con los Estados Unidos, no obstante
hubieran acuerdos activos, y de establecer en el futuro relaciones con países
ubicados fuera del orden capitalista.14
Como es de suponer, según el estado de la economía política bajo la
Guerra Fría, las tensiones estructurales entre los sistemas capitalistas y
socialistas tenían su correlato geopolítico en la existencia de un Primer Mundo capitalista-, un Segundo Mundo -socialista real- y un Tercer Mundo, conformado
por los países agrupados en torno al Movimiento de Países No Alineados. La así
llamada Tercera Posición ostenta como aspecto sobresaliente el apoyo tácito que
brindó a corrientes de pensamiento económico que se orientaban a la superación
de la eurocéntrica teoría del desarrollo, como la teoría ISI, acuñada por CEPAL,
y la posterior y más radical teoría de la dependencia. La segunda demandaba la
ruptura de los países emergentes con las metrópolis, y el modelo velasquista
puso énfasis precisamente en una política internacional más agresiva y
solidaria.15
Correspondiendo
a
esta
posición,
el
GRFA,
régimen
tercerposicionista,16 estableció relaciones diplomáticas y comerciales con la
Unión Soviética (1969), la República Popular China (1971), Cuba (1974) y otros
países de la órbita socialista.17 El Velascato se guio por el principio de que el
imperialismo también se expresa como una agresión económica,18 de modo que
CONTRERAS, C. y CUETO, M. 2014. Historia del Perú contemporáneo. Lima, Instituto de
Estudios Peruanos / Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú / Universidad
del Pacífico. P. 340.
14 KRUIJT, Op. cit., p. 198.
15 CAMPODÓNICO, Op. cit., pp. 158-159.
16 FITZGERALD, E.V.K. 1981. La economía política del Perú 1956-1978. Desarrollo económico y
reestructuración del capital. Lima, Instituto de Estudios Peruanos. P. 72.
17 MARTÍN SÁNCHEZ, J. 2002. La Revolución Peruana: ideología y práctica política de un
gobierno militar 1968-1975. Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas / Universidad
de Sevilla. Pp. 156-157.
18 SINAMOS. 1974. Ideología de la Revolución Peruana. Lima, Centro de Estudios de
Participación Popular. P. 154.
13
178
la
posición fuertemente nacionalista
del GRFA
debió
lidiar con
las
contradicciones de insertarse en un socialismo internacionalista, siendo además
Velasco mismo un líder particularmente autocrático y anticomunista-.19
El gobierno de Velasco contempló desde el principio amplias reformas
estructurales en economía y sociedad, puntualmente en el sistema de propiedad
de la tierra, política fiscal, banca y gestión pública, entre otros aspectos. Para el
GRFA, los males del Perú podían resumirse en dos: una excesiva dependencia
política y económica del extranjero, como ya se ha dicho, y la existencia una élite
escasamente interesada en el desarrollo del país. A la nacionalización de los
enclaves extranjeros se sumaban un viraje en el modelo de desarrollo, ahora
orientado al mercado interno y a la industrialización, esbozando así un proyecto
que implicaba la estatización de las materias primas -mineras, petrolíferas,
agrícolas-, y la reinversión de sus ganancias en el sector fabril, reforma agraria
mediante, construcción de obras públicas y otras medidas orientadas a la
ampliación del mercado interno. De este modo, al menos hasta mediados de los
setenta, el Estado se levantaba como el principal actor de la economía peruana.
Dado este contexto, y ponderando el enorme impacto que tuvo sobre la sociedad
peruana en su conjunto, el hito histórico central del GRFA fue la Reforma Agraria,
promulgada en 1969, la que liquidó las bases socioeconómicas de la clase
terrateniente peruana y eliminó a la agroindustria extranjera, aplicándose
efectivamente a poco más de la mitad de la tierra fértil del país, y beneficiando a
cerca de una cuarta parte de las familias campesinas.20 Si bien la Reforma
Agraria no consiguió, con lo años, transformar efectivamente la economía
nacional ni mejorar sustancialmente la vida material de los campesinos
peruanos,21 sus avances se dieron más bien en lo político y lo cultural. Por
ejemplo, se incorporó al campesinado a la sociedad moderna, pues la Ley de
KRUIJT, Op. cit., p. 148.
ZAPATA, La vida política, pp. 51-52.
21 CABALLERO, J. M. 1980. Agricultura, reforma agraria y pobreza campesina. Lima, Instituto de
Estudios Peruanos. Pp. 71 y ss.
19
20
179
Reforma Agraria y todo su aparataje político fue puesto al servicio de la inclusión
de los campesinos a la vida nacional, sobre todo en las regiones andinas. Por así
decirlo, la Reforma fue pensada para transformar a los pongos en ciudadanos.
De hecho, la Constitución para la República del Perú de 1979, aunque
promulgada por el gobierno siguiente, recogió el espíritu velasquista ampliando
radicalmente el derecho a sufragar, por ejemplo, con la inclusión de los
indígenas.22 Indesmentiblemente, el GRFA modernizó al Perú y contribuyó a
brindarle su rostro contemporáneo, apelando en parte a una versión renovada
del indigenismo, advertible por ejemplo en la transformación significativa del Día
del Indio, celebrado cada 24 de junio -fecha que, en 1969, fue escogida para
lanzar la Reforma con despliegue de tropas y tomas de grandes haciendas- en
el Día del Campesino.23
En sintonía con lo expuesto, el gobierno de Velasco reconoció al quechua
como lengua oficial del Perú, apoyando con esto un indigenismo sui generis cuya
política contemplaba, además de la exaltación icónica del líder indígena Túpac
Amaru II como precursor de la Revolución Peruana, la programación en radio y
televisión de noticieros y publicidad en dicha lengua. Asimismo, fue impulsada
otra gran transformación estructural, en este caso encargada a algunos
destacados intelectuales progresistas -entre ellos, a los hermanos Augusto y
Sebastián Salazar Bondy-, a través de la Ley General de Educación de 1972.24
Tal legislación buscaba la universalización de la educación, ampliarla a las
etapas iniciales y contribuir a la formación del “hombre nuevo”. La Ley incluía un
ZAPATA, La vida política, pp. 60-61.
MARTÍN SÁNCHEZ, J. 2011. Indigenismo bifronte en el gobierno peruano de Velasco Alvarado:
continuidad y alternativa, sierra y selva”. En: GIRAUDO, L. y MARTÍN SÁNCHEZ, J. (Eds.). La
ambivalente historia del indigenismo. Campo interamericano y trayectorias nacionales 19401970. Lima, Instituto de Estudios Peruanos. P. 216.
24 BIZOT, J. 1976. La reforma de la educación en Perú. París, Unesco. P. 18
22
23
180
uniforme escolar universal de uso obligatorio, medida que volvió aún más
impopular al GRFA entre los sectores acomodados.25
En relación con la radicalidad de las medidas descritas, el GRFA debió
enfrentar desde temprano problemas relativos a la legitimidad del régimen y a las
relaciones entre militares y ciudadanía. La urgencia de ganarse las bases
sociales obligó al Velascato a tentar formas de mando y organización que
neutralizaran los vicios de la democracia burguesa, desde su perspectiva, y que
suavizaran su acentuado autoritarismo. Es necesario enfatizar que el GRFA
redujo al mínimo la iniciativa de los partidos y, aunque nunca ilegalizó la actividad
política, si limitó algunas garantías constituciones, como el derecho de reunión,
y, lo más importante, cerró el Congreso de la República.26 Esta y otras actitudes
le valieron al régimen los adjetivos de “nasserista”, “bonapartista” o “corporativo”,
los que en esencia apuntaban a que, más que representar los intereses de alguna
clase social, el gobierno pretendía liderar un proyecto de modernización dirigida
que involucrara a todos los sectores sociales y de interés, mediando entre capital
y trabajo, Estado y sector privado, entre la nación y la comunidad internacional.27
El GRFA reunía dos características bien particulares: su carácter
tecnocrático y una abierta antipatía hacia formas convencionales de organización
democrática. Si bien uno de sus aspectos centrales fue que los militares en
general se rehusaban a la fundación de un partido que capitalizase su prestigio y
brindara apoyo a su programa, el Velascato, paradojalmente, se rodeó de
políticos profesionales capaces de optimizar el impulso del régimen, contrapesar
la falta de experiencia de los militares en determinadas materias, y desarrollar
mecanismos que involucraran a las masas en la revolución. El Comité de
Asesoramiento de la Presidencia fue formado con civiles provenientes del
OLIART, P. 2013. Education for social change. Peru 1972-1975. Journal of Social Education
12(3): 12.
26 KRUIJT, Op. cit., p. 209.
27 CONTRERAS y CUETO, Op. cit., p. 340.
25
181
Aprismo, la Democracia Cristiana y otros partidos,28 y se crearon además la
Dirección de Promoción y Difusión de Reforma Agraria y los Comités de Defensa
de la Revolución, estos últimos orientados a conseguir la adhesión de los
militantes de las distintas colectividades partidistas.
Finalmente, la experiencia ganada y la necesidad de reforzar el apoyo
popular llevaron al Velascato a fundar, en 1971, el Sistema Nacional de Apoyo a
la Movilización Social, SINAMOS, cuya sigla alude, obedeciendo al espíritu
agrarista, a la idea de una tierra sin amos.29 Lideró el Sistema el coronel Leónidas
Rodríguez Figueroa, quien posteriormente caería junto a Alvarado en 1975 y se
abocaría en adelante al fortalecimiento de la izquierda, junto a otros exmilitares.
Otras personalidades de renombre al interior de la estructura fueron Carlos
Delgado, destacadísima figura del Partido Aprista, Héctor Béjar, veterano del
Ejército de Liberación Nacional -asociación guerrillera basada en el foquismo y
derivada fundamentalmente del comunismo peruano- y Darcy Ribeiro, eminencia
de la antropología brasileña y un exiliado político. Presencias como las
mencionadas denotan el eclecticismo doctrinal propio del GRFA. Si bien la
Revolución Peruana no gozó de un apoyo absoluto de parte de la izquierda ni
mantuvo una política de buena convivencia con los jóvenes universitarios más
radicales,30 integró al proceso a muchísimos militantes de dicho sector, desde
comunistas más tradicionales hasta maoístas y guevaristas. 31 Las actividades
llevadas a cabo por el Sistema no se enfocaron ya solamente en los campesinos,
siendo sus orígenes precisamente las campañas destinadas a aplicar la Reforma
Agraria. En esta etapa, lo que el régimen demandaba era un gran aparato
propagandístico y un dispositivo que, en términos castrenses, ejecutara
ZAPATA, La vida política, p. 54.
ROCA-REY, C. 2016. La propaganda visual durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado
(1966-1975). Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos / Instituto de Estudios Peruanos. P. 71.
30 LYNCH, N. 1990. Los jóvenes rojos de San Marcos. El radicalismo universitario de los años
setenta. Lima, El Zorro de Abajo Ediciones / CONCYTEC. Pp. 46-47.
31 RÉNIQUE, J. L. 2015. Incendiar la pradera. Un ensayo sobre la ‘revolución’ en el Perú. Lima,
La Siniestra Ensayos. Pp. 114-115.
28
29
182
maniobras de apoyo popular a través de movilizaciones, manifestaciones
públicas, la organización de las barriadas y la fundación de organizaciones
gremiales y sindicales paralelas a las preexistentes.32 SINAMOS constituyó una
estructura verticalista y centralizada que cumplía funciones tecnocráticas,
propagandísticas, de organización e inteligencia, enfocada básicamente en
vincular autoritariamente al pueblo con las Fuerzas Armadas.
Por otra parte, la vida política peruana se vio determinada por coyunturas
y procesos que complementaban y problematizaban la dictadura militar. En
relación con el desarrollo del sistema peruano de partidos, en marcha desde la
década de 1920, éste atravesó grandes transformaciones gracias a las nuevas
direcciones tomadas por sus principales referentes y la aparición de otros
nuevos. Acción Popular, por ejemplo, ganó fuerza a medida que avanzaba la
década haciendo gala de un carácter moderadamente antioligárquico,
representando a los sectores medios y profesionales, orientada a modernizar el
Perú y democratizarlo.33 Gobernó entre 1963 y 1965, con la presidencia de
Fernando Belaúnde. Igualmente mesocrática fue la Democracia Cristiana,
inspirada en la doctrina social de la iglesia, de carácter más intelectual pero que
no llegó a ganarse el favor de la ciudadanía.34 Respecto a los referentes
progresistas más tradicionales, un hecho importante es el giro hacia la derecha
experimentado por el aprismo, como reacción a la Revolución Cubana,
desplazamiento que permitió la apertura de espacios, tanto entre los estudiantes
como en los sindicatos, que favorecieron luego el desarrollo de la nueva
izquierda.35 Asimismo, está el Partido Comunista Peruano, con un peso sindical
importantísimo, que cruzaría dicha década sufriendo cismas entre los sectores
prosoviéticos -que apoyaron oficialmente al GRFA, de hecho- y prochinos CONTRERAS y CUETO, Op. cit., p. 356.
BÉJAR RIVERA, H. 1983. Los movimientos sociales y los partidos políticos desde 1930 hasta
1968: su significado en términos de participación popular. En: FRANCO, C. y AMES, R. (Eds.).
El Perú de Velasco I. Lima, Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación. Pp. 182-183.
34 CONTRERAS y CUETO, Op. cit., pp. 326-327.
35 ZAPATA, La vida política, p. 38.
32
33
183
obedeciendo al paulatino quiebre entre Moscú y Pekín, por supuesto- y
posteriormente entre distintas facciones maoístas.36
El peso del APRA y de los comunistas se hizo sentir sobre todo en el
mundo del trabajo. Las organizaciones industriales más importantes fueron la
Confederación General de Trabajadores del Perú, bajo hegemonía “moscovita”,
y la Coordinadora Central de Unificación Sindical Clasista, liderada por los
“pekineses”. La segunda en general se mostraba más radical en sus
movilizaciones, despreciando la legalidad y la democracia burguesa, muy en
sintonía con la Revolución Cultural china. Se trataba de organizaciones clasistas,
cuya doctrina era abiertamente aceptada tanto en fábricas como en centros
mineros, organizaciones campesinas y entre estudiantes universitarios. 37 En el
ámbito rural, la Confederación Campesina del Perú, fundada en los años
cuarenta, tuvo sus bases en las comunidades indígenas y en los trabajadores de
las haciendas andinas, es decir, en los sectores más tradicionales del agro.
Estaba bajo hegemonía prosoviética, siempre disputándose su control con el
trotskismo y, posteriormente, con sectores de la nueva izquierda, tendencias
todas que, a su vez, confluyeron con los movimientos guerrilleros peruanos de
los sesenta y que, a la larga, impactaron en el posterior proceso de Reforma
Agraria.38 La robustez del sindicalismo peruano fue un aspecto de la vida
sociopolítica que, en contraste con el sistema partidista, el GRFA sí consideró
que podía ser intervenido. Para tal efecto, el Velascato se entregó, a través de
SINAMOS, a la tarea de crear centrales paralelas a las existentes, con tal de
controlar dichas actividades asociativas y sumarlas a las iniciativas del régimen.
Creó, por ejemplo, la Confederación Nacional Agraria, para contrapesar la
DORAIS, G. 2012. La crítica maoísta peruana frente a la reforma agraria de Velasco (19691980). Lima, Instituto de Estudios Peruanos. Pp. 10-12.
37 CONTRERAS y CUETO, Op. cit., p. 359.
38 KRUIJT, Op. cit., p. 222.
36
184
Confederación Campesina, y la Central de Trabajadores de la Revolución
Peruana, para conseguir lo propio en el sector fabril.39
Por su parte, nuevos sectores políticos surgían desde mediados de los
sesenta,
más
a
la
izquierda
del
comunismo
leninista,
compuestos
fundamentalmente por estudiantes universitarios e intelectuales. Su emergencia
alteró las expectativas sociales respecto a qué debía esperarse de un profesional
en formación, y llevó a cabo una suerte de revolución en torno a la familia y la
vida adulta. Este sector acusó recibo tanto de la heterogénea teoría marxista en
boga como de la Revolución Cubana, Mayo del ’68 y las guerrillas peruanas,
intentando aplicar estas tesis y experiencias a los problemas estructurales del
país. Las organizaciones neoizquierdistas se concentraron fundamentalmente en
liquidar la influencia aprista sobre el movimiento estudiantil, y en general se
mostraron muy entusiastas con nuevas vías de desarrollo para el Perú y nuevas
maneras de organizar la vida. En tal sentido, hubo una cierta convergencia entre
dichas propuestas políticas y aspectos de la contracultura, como el jipismo, la
vida comunitaria, la liberación sexual, etcétera, desarrollándose, en algunos
casos, una suerte de socialismo campesinista.40 Su posición por lo común se
sostenía en el diagnóstico de que el Perú no podía desarrollarse al hallarse a
merced de potencias extranjeras y de una oligarquía mezquina que se
perpetuaba en la injusticia social y se oponía a los urgentes cambios sociales y
políticos. La única manera de subvertir esta situación era mediante un proceso
revolucionario que no identificaron con el régimen de Velasco, al que juzgaron
demasiado mesurado y que describieron, en ciertos casos, con una versión criolla
del fascismo. De otro lado, este sector no se identificó con el patriotismo
promovido por el GRFA y se sintió mejor preparado y más legitimado para liderar
una eventual revolución de campesinos, estudiantes y obreros. Buena parte de
BÉJAR RIVERA, H. 1983. Reforma Agraria y participación popular. En: FRANCO, C. y AMES,
R. (Eds.). El Perú de Velasco I. Lima, Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación. P.
719.
40 CONTRERAS y CUETO, Op. cit., pp. 356-358.
39
185
sus líderes se formaron en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y en la
Pontificia Universidad Católica del Perú, siendo el núcleo de una nueva hornada
de
partidos
como
Vanguardia
Revolucionaria,
el
Partido
Comunista
Revolucionario, el Partido Socialista de los Trabajadores, etcétera.
Otra variable importantísima en la historia sociopolítica de los sesenta es
la imbricación entre el conflicto del agro en el Ande y la aparición de las mentadas
guerrillas. El conflicto social en las zonas rurales tuvo su origen en los años
cuarenta, con el antecedente directo de la legalización de la comunidad
campesina en los veinte. El conflicto se agudizó entre los años cincuenta y los
siguientes, cuando dichas comunidades habían iniciado acciones legales o
negociaciones de compra para recuperar tierras perdidas en manos de los
gamonales.41 La querella social fue escalando especialmente en los
departamentos de Cerro de Pasco, Junín y Cusco, donde el campesinado ocupó
tierras hacendales con el apoyo de universitarios maoístas y foquistas. Frente a
las movilizaciones, el Estado asumió dos estrategias: la represión policial para la
reinstauración del orden -sobre todo en Cerro de Pasco- y el enfrentamiento de
este problema en sus bases estructurales, para lo cual reactivó un proyecto de
reforma agraria pendiente desde los cincuenta. La Junta Militar que gobernó el
país de 1962 a 1963 tomó la iniciativa, creando el Instituto Nacional de
Planificación y promulgando una ley de reforma exclusiva para el valle de La
Convención, en Cusco, región en donde operaba un capítulo especialmente
radical de la Confederación Campesina del Perú. Al asumir la presidencia,
Belaúnde debió enfrentar una segunda ola de toma de tierras, debido a que parte
de los campesinos asumieron que, con su llegada al poder, se daba comienzo a
la transformación de la propiedad agraria. Ante tal urgencia, el presidente
presentó otro proyecto de reforma en septiembre de 1963, aprobado fríamente al
KLARÉN, P. F. 2012. Nación y sociedad en la historia del Perú. Lima, Instituto de Estudios
Peruanos. Pp. 394-395.
41
186
año siguiente.42 La urgencia con que Velasco y la oficialidad dio su golpe de
Estado, el segundo de la década del sesenta, se debió en gran parte a la desidia
con que el gobierno civil enfrentaba este y otros problemas de interés nacional.
La ya mencionada Revolución Cubana caló hondo en el Perú y aumentó
el entusiasmo despertado durante la década anterior por la Revolución China.43
Una de las evidencias más claras de su impacto fueron las antedichas guerrillas
que operaron entre 1962 y 1965, que además de pretender formar focos
revolucionarios -siguiendo el ejemplo de Ernesto “Che” Guevara-, de alguna u
otra manera coincidieron con los movimientos campesinos que reivindicaban la
propiedad comunitaria. Una de estas fue el Ejército de Liberación Nacional -ELN, una escisión marxista leninista, cuyo líder fue el mencionado Héctor Béjar,44 y
cuyo territorio de acción se dio en la Amazonía meridional. La segunda, a
propósito de la derechización del aprismo, fue una escisión del mismo bautizada
“APRA Rebelde”, dirigida por Luis de la Puente Uceda, que confluiría con otros
sectores marxistas para dar forma al Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR-, activo en distintas zonas de la Sierra Central.45
Tanto el ELN como el MIR representaban una amenaza a la débil
institucionalidad estatal en apartados confines andinos y selváticos, sacaban
provecho del desborde político y social que paulatinamente afectaba al gobierno
de Belaúnde, y su acción, aunque ineficaz en términos militares, generó una
presión política tal que terminó por acelerar los procesos de refoma agraria y,
posteriormente, de imposición del GRFA.46 Estos grupos irregulares fueron
aplastados por las Fuerzas Armadas peruanas en 1966, asistidas militarmente
por los Estados Unidos. Precisamente, la orientación social y desarrollista de las
ZAPATA, La vida política, p. 36 y 43.
CHAPLIN, D. 1968. Peru’s postponed revolution. World Politics 20(3): 411-412.
44 CONTRERAS y CUETO, Op. cit., pp. 329-330.
45 BÉJAR RIVERA, H. 1969. Perú 1965: apuntes sobre una experiencia guerrillera. Lima,
Campodónico Ediciones. P. 39.
46 RÉNIQUE, J. L. 2006. De la ‘traición aprista’ al ‘gesto heroico’: Luis de la Puente Uceda y la
guerrilla del MIR. Ecuador Debate 67: 77.
42
43
187
doctrinas de seguridad nacional que orientaron la contrainsurgencia, indicaban
que la “amenaza interna” estaba encarnada en estos grupos armados y, al mismo
tiempo,
aquella
amenaza
era
asimismo
la
estructural
injusticia
que,
precisamente, estimulaba la aparición de dichos grupos.47 Es más: las
operaciones contrainsurgente generaron gran impacto entre los oficiales, tanto
gracias al trato que tuvieron con las familias de los guerrilleros muertos y
desaparecidos, como sobre todo gracias al conocimiento obtenido sobre las
condiciones de explotación y marginación a las que estaban sometidos los
campesinos peruanos. Los militares cobraron consciencia de que la represión de
las guerrillas no eliminaba las condiciones y causas de las mismas, y que el
sistema político peruano fracasaba debido a factores que los grupos de izquierda
lograron identificar y atacar correctamente.48
4.2 Criollismo, migración y folclor en Lima
Determinadas transformaciones estructurales, experimentadas hasta los
años setenta, contribuyeron a hacer del Perú un país más urbano y modernizado.
Entre aquellas, la más determinante fue la migración interna que bajó desde el
Ande hacia las principales ciudades de la costa. Sus consecuencias más
evidentes fueron el desplazamiento de recursos económicos y simbólicos desde
un Perú hispanocéntrico y costeño hacia uno andino y mestizo, el desborde del
Estado en términos de organicidad social y cobertura de derechos, y una erosión
de la cultura oficial, trastornada ahora por la aparición de nuevas subjetividades
y formas de enfrentar el quehacer artístico.49
Las causas primeras de la migración son de larga data, hallándose
generalmente en la crisis sostenida que afectó tanto al gamonalismo como a la
CONTRERAS y CUETO, Op. cit., pp. 342-343.
KRUIJT, Op. cit., pp. 129-130.
49 VICH, V. 2015. La cultura. En: CONTRERAS C., C. (Dir.) y ZAPATA, A. (Coord.). Perú tomo 5
1960-2010. La búsqueda de la democracia. Madrid, Fundación Mapfre / Taurus. P. 291.
47
48
188
propiedad comunal en los valles andinos, desde fines del siglo XIX. La
imposibilidad de la economía agraria para satisfacer las necesidades básicas de
la población empujó a multitudes hacia las ciudades costeras, polos atractivos
gracias a las actividades agroindustriales, mineras y fabriles.50 Este desborde
económico fue una de las causas fundamentales, asimismo, del conflicto social
señalado, que redundó tanto en la aparición de las guerrillas como en la
aplicación de la Reforma Agraria.51 Por otra parte, ciertas dinámicas laborales
entre los habitantes del Ande, como el tradicional trabajo temporario en ciudades
y centros mineros, y la expansión paulatina del Estado a lo largo de las regiones
andinas -que se tradujo en el servicio militar obligatorio o el bilingüismo inculcado
por la instrucción pública, entre otros efectos-, antecederán dicha transformación
demográfica y sus consecuencias culturales.52 Décadas más tarde, el peak
demográfico de las migraciones fue alcanzado en la década del sesenta,
disminuyendo durante la década siguiente.53 La fuerte presencia andina puso en
evidencia la incapacidad del Estado para resolver problemas causados por el
sobrepoblamiento de ciudades como Lima, en donde los migrantes, devenidos
pobladores, dejaron simplemente de apelar al gobierno, ya en la década de 1950,
para ocupar y autoconstruir sus propias viviendas y barrios,54 dando pie a un
fenómeno urbanístico llamado “villas” o, eufemísticamente, “invasiones”,
“pueblos nuevos” o “asentamientos humanos”.
La consolidación urbanística de esta realidad fue punto de partida para
profundas transformaciones socioculturales y económicas, expresadas como una
informalización del mercado interno, el recrudecimiento de la intersección de
50 GOLTE, J. 1995. Nuevos actores y culturas antiguas. En: COTLER, J. (Ed.). Perú 1964-1994.
Economía, sociedad y política. Lima, Instituto de Estudios Peruano. Pp. 139-140.
51 REMY SIMATOVIC, M. I. 2015. Población y sociedad. En: CONTRERAS C., C. (Dir.) y
ZAPATA, A. (Coord.). Perú tomo 5 1960-2010. La búsqueda de la democracia. Madrid, Fundación
Mapfre / Taurus. P. 247.
52 REMY SIMATOVIC, Ibid., p. 230.
53 ZAPATA, Las claves del período, p. 21.
54 COLLIER, D. 1978. Barriadas y élites: de Odría a Velasco. Lima, Instituto de Estudios Peruano.
Pp. 78-93.
189
racismo y clasismo en los sectores urbanos, por ejemplo, o en fenómenos que
han sido analizados a la luz de conceptos como “andinización”,55 “cholificación”,56
“ruralización”57 o “provincialización”. El último fue acuñado por el antropólogo y
músico ayacuchano Alejandro Vivanco Guerra, a partir de su propia experiencia
como folclorista y provinciano en la capital y de sus investigaciones académicas.
Según Vivanco, a las taras psicológicas y culturales que afectaban a los
migrantes andinos -un potente complejo de inferioridad o acomplejamiento que
José María Arguedas describió como aculturación-58, venía desde temprano
imponiéndose un proceso de valoración de las identidades andinas en el nuevo
territorio, en torno a la década de 1950, proceso que ulteriormente proveyó los
medios de adaptación, transmisión y transformación de la cultura tradicional
andina en, principalmente, la capital. Por decirlo así, el reforzamiento que los
migrantes -aferrados a sus comunidades de origen, paisanos y a sus símbolos
identitarios- que llevaron a cabo de su propia cultura en su condición migrante y
marginal, contribuyó finalmente a transformar el temperamento de las ciudades
costeñas, las que tendieron a ser identificadas, en adelante, con la cultura andina
en mutación. La provincialización, por ende, se desplegó a través de instancias
asociativas, como clubes de provincianos y sitios de esparcimiento, en donde el
cultivo de músicas vernáculas y danzas, bajo la categoría de folclor, permitió
KLARÉN, Nación y sociedad, p. 425.
QUIJANO, A. 2014. El ‘movimiento indígena’ y las cuestiones pendientes en América Latina.
En: Cuestiones y horizontes. Antología esencial. Buenos Aires: CLACSO. Pp. 652 y ss.
57 LLORÉNS AMICO, J. A. 1983. Música popular en Lima: criollos y andinos. Lima, Instituto de
Estudios Peruano / Instituto Indigenista Interamericano. Pp. 118-119.
58 Palabras de Arguedas con ocasión del acto de entrega del premio Inca Garcilaso de la Vega,
ciudad de Lima, en octubre de 1968: “[…] el caudal de las dos naciones [la quechua y la mestiza]
se podía y debía unir. Y el camino no tenía por qué ser, ni era posible que fuera únicamente el
que exigía con imperio de vencedores expoliadores, o sea: que la nación vencida renuncie a su
alma, aunque no sea sino en la apariencia, formalmente, y tome la de los vencedores, es decir,
se aculture. Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio
feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua. Deseaba conseguir esa realidad en
lenguaje artístico y tal parece, según cierto consenso más o menos general, que lo he
conseguido”. ARGUEDAS, J. M. 2003. No soy un aculturado… El zorro de arriba y el zorro de
abajo. Santiago de Chile, Editorial Sudamericana. P. 12.
55
56
190
desestimar, geográfica y culturalmente, la separación de sierra y costa. 59 De
hecho, según Vivanco, el folclor permitió al migrante conquistar la capital y, al
mismo tiempo, conservar una imagen del terruño que se expresaba, por ejemplo,
en pseudónimos artísticos y vestimentas, en una “conducta regionalista”,
finalmente, cuya importancia estuvo en directa relación con el grueso de la
migración hacia la metrópolis y la modernización del folclor serrano.60
Esta serie de dramáticas transformaciones afectó sensiblemente la
antigua identidad musical limeña, encarnada por el criollismo. Alrededor de un
siglo antes, tras la Guerra del Pacífico, fue acumulándose un canon de géneros
populares, reunidos la mayoría en torno a la herencia hispánica, cuya apropiación
se dio a través del teatro y la zarzuela, y en base al consumo y práctica musicales
de las clases populares. A dicho repertorio -a la polca, la marinera y
especialmente al vals- le fue atribuido un temperamento local, sumamente
relevante sobre todo durante el primer tercio del siglo XX. 61 Precisamente,
durante el gobierno de Augusto B. Leguía (1919-1930) la ciudad de Lima asistió
a la aparición de una variedad de innovaciones técnicas y de consumo, que
invadieron la cotidianidad de sus habitantes con medios como el fonógrafo, la
radio y el cine sonoro. Como es de suponer, la popularidad de dichos medios
contribuyó a que circulara por la ciudad una gama de géneros “extranjeros” -es
decir, ni criollos ni peninsulares- algunos de cuyos elementos estilísticos fueron
incorporados al repertorio local, modernizándolo aún más.62 Quien mejor
representa esta etapa del criollismo es Felipe Pinglo Alva, quien además de haber
GOLTE, J. 1990. Los caballos de troya de los invasores. Estrategias campesinas en la
conquista de la gran Lima. Lima, Instituto de Estudios Peruanos. Pp. 68 y ss.
60 VIVANCO GUERRA, A. 1973. El migrante de provincias como intérprete del folklore andino en
Lima. Tesis para optar al Grado Académico de Bachiller con especialidad en Antropología. Lima,
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. S.f.
61 ROMERO CEVALLOS, R. R. 1985. La música tradicional y popular. En: BOLAÑOS, C. et al.
La música en el Perú. Lima, Patronato Popular y Porvenir Pro Música Clásica. P. 257.
62 LLORÉNS AMICO, J. A. CHOCANO PAREDES, R. 2009. Celajes, florestas y secretos. Una
historia del vals popular limeño. Lima, Instituto Nacional de Cultura. Pp. 133-134.
59
191
elevado el nivel compositivo del vals criollo supuso un hito en la
profesionalización de su medio musical.
Una nueva etapa para el criollismo abre con la década de 1950, etapa
marcada fuertemente por la superación de su carácter popular al ser adoptado
por las clases medias y aristocráticas, para de este modo situarse como el
universal simbólico de la identidad limeña.63 Dicho proceso se debió en parte a
los mejoramientos en transporte que experimentó la capital, incrementándose la
comunicación entre los bastiones criollistas -los distritos de Lince, Breña,
Surquillo, Barrios Altos, La Victoria, Rímac o Callao, entre otros- y el resto de la
ciudad, en este caso, con los balnearios y barrios exclusivos. 64 La consolidación
social del medio vino aparejada por la asimilación de la raíz musical afroperuana,
ignorada por amplios sectores de la población capitalina, puntualmente en la
incorporación del cajón como instrumento distintivo. Dicha etapa del criollismo
estuvo representada por creadores e intérpretes como Luis Abelardo Núñez,
Lorenzo Humberto Sotomayor, Manuel Acosta Ojeda, Augusto Polo Campos,
Alicia Maguiña, Chabuca Granda, Óscar Avilés, Arturo “Zambo” Cavero y, ya a
fines de los sesenta, por Lucha Reyes.
Ahora bien, llama la atención que la época de mayor popularidad del
criollismo coincidiera con el auge de la migración interna, fenómeno que, como
ya expliqué, vino a trastornar la estructura demográfica y cultural de la capital.
Este desfase simbólico queda de manifiesto, por ejemplo, en la valiosísima obra
de Chabuca Granda, quien pareciera personificar mejor que nadie los valores y
paradojas de esta fase. La compositora e intérprete nació de entre las mejores
familias del país, en un tiempo en que las clases altas y medias aún rechazaban
BOLAÑOS, C. 1995. La música nacional en los medios de comunicación electrónicos de Lima
metropolitana. Lima, Universidad de Lima. Pp. 48-49.
64 MENDÍVIL, J. 2015. ’Lima es muchas Limas’. Primeras reflexiones para una cartografía musical
de Lima a principios del siglo veintiuno. En: ROMERO CEVALLOS, R. R. (Ed.). Música popular y
sociedad en el Perú contemporáneo. Lima, Instituto de Etnomusicología de la Pontificia
Universidad Católica del Perú. Pp. 27-28.
63
192
el criollismo por, precisamente, reflejar las condiciones sociales y preferencias
estéticas populares. Granda no sólo representa biográficamente este giro dado
por las clases acomodadas al asumir el criollismo como patrimonio, sí no que
además se aboca a plasmar en sus canciones –valses, la mayoría, casi siempre
en aquellos compuestos durante los cincuenta- una visión de mundo que trasunta
los privilegios de la rancia burguesía costeña y el esplendor de la Lima clásica.
Buenos ejemplos de este imaginario son, a gusto mío, “Fina estampa” y “José
Antonio”, canciones que enaltecen la vida de hombres de abolengo, que
transcurren en espacios bellos y libres de conflicto, y cuyas connotaciones
sociales contrastan palmariamente con otras inherentes a, por ejemplo, “El
plebeyo” de Pinglo Alva, clásico criollista que tematiza algunas de las
contradicciones sufridas por una sociedad estamental como la limeña. En
canciones como las antedichas, Granda exalta una ciudad sublimada y
crepuscular, muy diferente a la Lima concreta y contemporánea, que en la década
de 1950 se transformaba definitivamente al calor de la inmigración serrana y de
la formación de una cultura popular totalmente nueva.65
El auge del folclor y la declinación del criollismo, en términos de
popularidad, fueron procesos paralelos que convergieron en la crucial década de
1950. Respecto al primero, la provincialización provocó la transformación del
Aunque escapa a la investigación en curso, esta nueva cultura popular limeña merece ser
reseñada debido a las enormes consecuencias tendrá para la futura identidad peruana. Fue
desplegándose con fuerza desde los años sesenta sobre la base demográfica, económica y
urbanística de la migración andina, con las segunda y tercera generaciones de serranos, gracias
a un consumo cultural más amplio y a la propia práctica musical. Primó originalmente la fusión
del huayno con ritmos importados desde el Caribe -entre otros, la cumbia colombiana-, rindiendo
fruto al cabo de unos veinte años en lo que se conoció bajo el nombre de “chicha”, categoría que
nombra la mezcla de los antedichos géneros con elementos del pop y el rock, su escena
específica y determinados rasgos paramusicales, destacando sobre todo su gráfica. Con una
tradición de más de cuatro décadas, la cumbia serrana, amazónica o chicha -distintos nombres
para distintos contextos-, ha despertado interés mundial y se ha sido reconocida como una
expresión legítima de la peruanidad. En relación a sus orígenes y la consolidación de sus
subgéneros, cabe destacar la figura de Enrique Delgado Montes, líder de la banda Los Destellos,
cuya carrera abarcó las músicas criolla, andina, tropical y rockera. Enrique Delgado encarna, en
su biografía artística, el mestizaje cultural que cundió en la Ciudad de los Reyes a partir de los
años sesenta.
65
193
folclor como entramado de géneros musicales, desplazándose desde contextos
tradicionales hacia otros modernizados y urbanos, determinando asimismo su
crecimiento como escena, mercado y referente simbólico, en el marco general de
la música popular peruana. Cabe mencionar que, al hablar de folclor en el
ambiente limeño de la segunda mitad del siglo XX, se hace alusión casi
exclusivamente a la gama de géneros y estilos andinos, a no ser que se haga
hincapié en excepciones, como en los casos de las raíces afroperuanas o
amazónicas. Los antecedentes más tempranos pueden hallarse en el
nacionalismo musical,66 específicamente en la obra de compositores como Daniel
Alomía Robles o Theodoro Valcárcel, producida en torno a la década de 1920,
pero sobre todo en las celebraciones de la fiesta de San Juan en la Pampa de
Amancaes,67 ubicada en el actual distrito del Rímac. La tradicional fiesta cobró
un tenor particular durante los 1920, cuando fueron incorporados con gran éxito
números serranos que, con el correr de los años, generaron expectativas en
relación tanto al creciente número de músicos andinos en la ciudad como a la
pertinencia de estas músicas para la exaltación de lo patrio.68 Lo que siguió a la
formación de esta masa crítica fue la aparición y consolidación de los coliseos y
otros escenarios propios de la música folclórica, especialmente importantes
desde los cincuenta, y la transformación del folclor en un fenómeno discográfico
y radiofónico de gran relevancia.69
Fue con el gobierno del presidente José Luis Bustamante y Rivero que el
Estado por primera vez desplegó una política cultural sustancial en torno al
folclor, bajo la lógica de los desarrollismos latinoamericanos, poniendo especial
énfasis en la presencia de músicos migrantes en la capital. Su diseño dependió
RAYGADA, C. 1945. La música en el Perú. Las fuentes folklóricas. En: SAINTE MARIE, D.
(Ed.). Perú en cifras 1944-1945. Lima, Empresa Gráfica Scheuch. Pp. 914-915.
67 LLORÉNS AMICO, J. A., y NÚÑEZ REBAZA, L. 1981. La música tradicional andina en Lima
metropolitana. América Indígena 41(1): 56.
68 VIVANCO GUERRA, Op. cit., s/f.
69 BORRAS, G. 1998. ’Los de arriba y los de abajo’, espaces de musiques dans la capitale
péruvienne (1940-1990). Histoire et Sociétés de l’Amérique Latine 8: 192.
66
194
del destacado indigenista Luis Eduardo Valcárcel, Ministro de Educación entre
1945 y 1947, quien en su cartera creó la Sección de Folklore y de Artes
Populares, a cuya cabeza puso al renombrado antropólogo y escritor José María
Arguedas. Fue desde aquí que Arguedas produjo las primeras grabaciones
comerciales de música folclórica, hacia 1947,70 cuyo sorprendente volumen de
ventas supuso el antecedente del folclor como fenómeno discográfico. 71
Ulteriormente, el atractivo que estas músicas despertaron entre los consumidores
llevó a las principales casas locales, Odeón y RCA Victor, a abrir dicho mercado,
echando a andar una maquinaria en donde la producción fonográfica estimulaba
las carreras de solistas y conjuntos, con proyección nacional, la aparición de
programas radiales especializados, en la década del cincuenta, y la creciente
popularidad del género folclórico por antonomasia: el huayno.72 Arguedas,
asimismo, en obediencia a una noción bastante estricta de autenticidad, diseñó
un examen de calificación para los músicos que aspiraban a emplearse en, por
ejemplo, coliseos, estudios radiales y algunas pocas academias privadas
enfocadas en la formación,73 medida que marcó profundamente la manera en
que hasta el día de hoy se entiende el folclor en el Perú. Las iniciativas de
Arguedas permitieron que el número creciente de instancias formativas
emplearan a “representantes culturales” calificados, quienes transmitirían la
tradición auténtica, y que las audiencias urbanas accedieran al folclor vía discos.
Dichas medidas contribuirían, del mismo modo, tanto a hacer valer la enorme
diversidad regional de las músicas del país como a combatir la asimilación
ARGUEDAS, J. M. 2012. La difusión de la música folklórica andina. Clasificación de un catálogo
de discos. En: Obras completas tomo XII. Obra antropológica y cultural 7. Lima, Editorial
Horizonte. P. 466.
71 FELL, E. M. 1987. Du folklore rural au folklore commercial: une expérience dirigiste au Pérou.
Caravelle 48: 65-66.
72 ROMERO CEVALLOS, La música tradicional y popular, p. 267.
73 FELL, Op. cit., pp. 64-65.
70
195
exclusiva de lo indígena en el Perú con lo incásico,74 tendencia hegemónica
desde fines del siglo XIX.
El estímulo y control ejercidos por el Estado incidieron en la formación de
un circuito folclórico que revistió algunos rasgos generales. Uno de ellos es su
sociabilidad, la que transcurrió principalmente en los ya mencionados coliseos:
grandes carpas, teatros o centros deportivos en donde, durante los fines de
semana, se presentaban solistas y conjuntos serranos. Populares sobre todo
entre las décadas de 1950 y 1980, los coliseos contribuyeron a facilitar el
encuentro entre migrantes,75 curtir el carácter de los artistas, consolidar
audiencias y alimentar al disco y la radio con nuevos exponentes.76 Otro rasgo
general del folclor fue su definición categorial como metagénero, especialmente
popular y comercialmente exitoso durante las décadas del sesenta y setenta,77
en cuyo interior, por una parte, dominaron los géneros y estilos del Valle del
Mantaro, Ayacucho y Cusco, y por la otra se distinguió el huayno como un género
regionalmente transversal y el de mayor popularidad.78 Fue el huayno justamente
la especie musical que impulsó desde los años cuarenta la aparición de varias
camadas de artistas, solistas la mayoría, quienes intentaban tanto representar
orgullosamente sus orígenes provincianos como profesionalizar sus carreras.
Algunos de los más populares fueron Pastorita Huaracina, Flor Pucarina, Jilguero
del Huascarán, Picaflor de los Andes, Edwin Montoya, Melly Munguía, Florencio
Coronado, El Gavilán Negro, El Gorrión Andino, Gabriel Aragón, Kilko Waraka,
FELDMAN, H. C. 2009. Ritmos negros del Perú: reconstruyendo la herencia musical africana.
Lima, Instituto de Etnomusicología, Pontificia Universidad Católica del Perú / Instituto de Estudios
Peruanos. P. 35.
75 MAGNIN, W. P. 1964. Clubes de provincianos en Lima. En: VALCÁRCEL, L. E. et al. Estudios
sobre la cultura actual del Perú. Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Pp. 301-302.
76 VIVANCO GUERRA, A. 1988. La radio y los programas folklóricos. En: Cien temas del folklore
peruano. Lima, Bendezu. Pp. 304 y ss.
77 VÁSQUEZ RODRÍGUEZ, R. E. 1983. Las disqueras absorben los Andes. Boletín de Música
100: 22.
78 MENDÍVIL, J. 2014. Huayno. En: HORN, D. et al. (Eds.). Bloomsbury encyclopedia of popular
music of the world vol. IX. Genres: Caribbean and Latin America. Londres, Bloomsbury. P. 388.
74
196
Tiburcio Mallaupoma, Zenobio Daga, Princesita de Yungay, Juan Aguilar, Raúl
García Zárate, Jaime Guardia o Máximo Damián.
Otro rasgo general del folclor es su carácter geográfica y musicalmente
dialéctico. Según el comunicólogo José Antonio Lloréns Amico, la fuerte
presencia del huayno y de otros géneros afines en la industria cultural, impactó
en los hábitos de consumo de la población migrante y, de igual manera, penetró
en las comunidades de origen, alterando las formas tradicionales y sumando a la
modernización del mundo rural.79 En consecuencia, señala el autor, la
penetración del folclor limeño en el interior del país tuvo como contraparte lo que
él llama la “desfolklorización” de la música andina, esto es, su transposición
desde los ámbitos provinciales al medio urbano, y su mutación en un fenómeno
mediatizado y comercial, es decir, su tránsito desde el ámbito de la tradición al
de la modernidad. Dicho proceso queda de manifiesto en el hecho de que los
intérpretes y autores comenzaron a actuar en función de derechos autorales y
regalías, toda vez que se trataba de un patrimonio tradicional; a adaptar géneros
vernáculos según los parámetros de la canción popularmente convencional80 acortándolos y modificando sus textos para que cupieran en los formatos de
grabación y radiodifusión-, y a adecuar los trajes y la performatividad
tradicionales a los criterios y expectativas del espectáculo moderno. 81 La
desfolclorización también se dio en la aparición del compositor como un individuo
proclive de alcanzar la fama, aspecto que, en primer lugar, acercó a los artistas
migrantes a las prácticas autorales de la música popular y, en segundo lugar,
estableció una marcada distinción entre aquellos y sus audiencias, aspecto que,
justamente, riñe con uno de los rasgos claves de la cultura tradicional: la
LLORÉNS AMICO, Música popular en Lima, pp. 122-123.
FERRIER, C. 2010. El huayno con arpa. Estilos globales en la música popular andina. Lima,
Instituto de Etnomusicología de la Pontificia Universidad Católica del Perú / Instituto Francés de
Estudios Andinos. P. 30.
81 ROMERO CEVALLOS, R. R. 2007. Andinos y tropicales. La cumbia peruana en la ciudad
global. Lima: Instituto de Etnomusicología de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Pp. 1518.
79
80
197
individualidad de creadores e intérpretes que se confunde con la colectividad.82
Con todo, y no obstante la gama de transformaciones que bruñeron al folclor en
el Perú de la segunda mitad del siglo XX, para Alejandro Vivanco éste proceso
reviste un carácter muy positivo. En sus palabras, el folclor fue “[…] un medio
eficaz de prolongación de la comunidad y espíritu comunitario del provinciano,
[que fortalece] su confianza y seguridad en una metrópolis de más de tres
millones de habitantes, y que trasunta en la preocupación, búsqueda constante
del bienestar de su pueblo de origen, antes que del éxito personal”.83
El folclor es el resultado de los procesos migratorios y de mestizaje
acontecidos especialmente en torno a la ciudad de Lima, con más fuerza desde
la década de 1940. Desde una perspectiva más categorial, el folclor se ha
enmarcado en los siguientes criterios y desarrollos. Siguiendo al etnomusicólogo
Raúl Renato Romero, debido a su especificidad social y estética, éste se granjeó
la incomprensión de las clases medias y altas, principalmente las limeñas, debido
a que sus propuestas se han construido según principios y en ámbitos de
expresión muy distintos a los de la música de inspiración occidental 84 entiéndase, eurocéntricas-, insatisfaciendo las expectativas de dichos sectores y,
por lo mismo, debiendo librar una intensa lucha por ganarse un lugar dentro de
las representaciones musicales de la peruanidad. Además, la contemporaneidad
o modernidad del folclor no impiden considerarlo, histórica y conceptualmente,
en un alto grado de continuidad con la herencia indígena, pre y posthispánica, y
es precisamente en función de dicha persistencia que deben hacerse valer los
intensos cambios que, entre la tradición y el folclor, estas músicas han
experimentado. Con lo anterior, las clasificaciones genéricas y estilísticas que
han enmarcado el quehacer folclórico en el siglo XX, y probablemente también a
ROMERO CEVALLOS, La música tradicional y popular, p. 250.
VIVANCO GUERRA. El migrante de provincias, s.f.
84 ROMERO CEVALLOS, Op. cit., p. 220.
82
83
198
inicios del siglo XXI, obedecen tanto a cuestiones genealógicas como a las
diferencias étnicas y clasistas al interior de la sociedad peruana.
En este sentido, la música tradicional en el Perú se ajusta a los rasgos
culturales y los contextos globales de las poblaciones indígenas, cuyas
expresiones guardan una relación más directa con las raíces andinas
precolombinas y, por ende, son fácilmente más distinguibles en relación a los
modelos de factura occidental.85 Asimismo, lo tradicional refiere a expresiones
mestizas, es decir, a aquellas desarrolladas y cultivadas en contextos históricos
y geoculturales donde lo indígena, al calor de distintos procesos, cayó bajo el
influjo hispánico, y así representa una suerte de tránsito de lo andino hacia lo
occidental o un acercamiento entre ambos polos.
Hay dos criterios fundamentales para distinguir las músicas indígenas
tradicionales de las mestizas. El primer criterio es contextual, y consiste en la
adscripción de la primera a tales ámbitos e instancias –funerales, bodas,
ocasiones festivas diversas, jornadas de trabajo-, fuera de los cuales difícilmente
se manifiesta. Debido a esto, la música indígena por lo común no recibe
denominaciones específicas, sino que adquiere los nombres de las ocasiones
que las contextualizan, como en los casos de músicas de carnaval, de
marcaciones de ganado, de faenas comunales, etcétera. Responden, finalmente,
a las comunidades indígenas menos integradas al mercado urbano, cuyo acceso
a los medios masivos de comunicación es limitado, y que se han mantenido
relativamente al margen de los centros urbanos. Por su parte, la música mestiza
representa la opción por el cambio y por la adaptación a las condiciones
modernas, lo que implica contextualmente que las expresiones musicales se
desentienden de sus contextos y cobran independencia. De esto, buen ejemplo
son las formas y géneros andinos que reciben un nombre propio –huayno, muliza,
yaraví, etcétera-, desarrollándose lejos de instancias rituales y laborales,
85
ROMERO CEVALLOS, Ibid., pp. 230-231.
199
susceptibles de ser usados en cualquier lugar y ocasión. De este modo, las
músicas mestizas se predisponen a la difusión masiva, regional y nacionalmente,
al igual que sus creadores y públicos, coincidentes por lo común con poblaciones
mestizas integradas en mayor medida a la economía nacional.86
Debe tenerse en cuenta que éstas son sólo tendencias generales en la
música peruana del siglo XX, que tales categorías son útiles para reconocer y
valorar las relaciones particulares de música y cultura andinas, pero que en
ningún caso se trata de categorizaciones estrictas. Su valor, en tal sentido, es
fundamentalmente heurístico y operativo. Para explicar esto, Romero menciona
que dentro de los rasgos de estas nociones se encuentra, por ejemplo, la
asimilación de determinados géneros musicales con alguna danza tradicional, de
la que puede recibir su nombre, lo que indica paralelamente que tal denominación
apunta a una unidad musical-coreográfica, y que éstos se manifiestan
principalmente en un calendario festivo. De esto puede colegirse que las músicas
mestizas también refieren a tales o cuales contextos, de modo que los ajustes
requeridos por la categorización correcta se traducen en un análisis social de los
grupos en cuestión y de sus estructuras musicales.87
De este modo, es plausible plantear que, en el intrincado tramo que va
desde lo tradicional a lo popular, la relación entre lo indígena y lo mestizo
constituye un lapso intermedio sumamente relevante. Entre una fase y otra, hay
una tendencia marcada por la transformación y la novedad: mientras la música
tradicional se repliega sobre su ruralidad y tiende a conservar su aspecto, la
segunda es reelaborada en contextos urbanos provinciales. Esto pudo ser visto
a inicios del siglo XX en los géneros del yaraví y del huayno, por ejemplo, o más
avanzada la centuria en la transición que experimenta el huaylas a causa
86
87
ROMERO CEVALLOS, Ibid., pp. 231-232.
ROMERO CEVALLOS, Ibid., p. 232.
200
básicamente a la brusca modernización del valle del Mantaro.88 En casos como
el último, el carácter mestizo de determinado género consiste en que tal ha
ganado autonomía respecto del contexto original rural y, entre otros factores
generales, a la consecuente incorporación de rasgos culturales eurocentrados y
la consecuente adaptación de éstos a nuevas funciones y parámetros estéticos.89
Lo tradicional, de este modo, indígena pero principalmente mestizo, en la historia
del Perú del siglo XX, traza la misma trayectoria que las músicas folclóricas
latinoamericanas:
la
mediatización
de
sus
músicas,
su
mutación
y
comercialización a través de largos y complejos procesos de adaptación, que
responden tanto a intereses académicos y político-culturales como artísticos y
espectaculares, representando una opción identitaria en contextos de intenso
cambio y que, en el caso peruano con más fuerza, responde a un poderoso
proceso de migración interna y a sus consecuencias en distintos campos.
4.3 Música popular y política cultural
Desde los años sesenta y setenta, tendencias principales de la cultura
peruana han estado determinadas por una alianza tácita, aunque no siempre
próspera, entre los sectores sociales medios y populares. Dichas tendencias han
sido orientadas a alterar simbólicamente el carácter de la nación y a cuestionar
su estructura social. El gobierno de Velasco dio un enorme impulso a tales
tendencias, en el afán de cambiar la identidad nacional y así, junto con las
reformas en la economía y otras áreas de interés público, establecer la justicia
social y superar el racismo y otros atavismos. Con esto, el Velascato contribuyó
a una transformación cultural del país sobre la base de lo popular y lo folclórico.
La época se caracterizó por la proliferación en el campo cultural de distintos
DEGREGORI, C. I. 2013. El otro ‘ranking’: de música folclórica a música nacional. En: Del mito
de Inkarrí al mito del progreso. Migración y cambios culturales. Obras escogidas III. Lima: Instituto
de Estudios Peruanos. Pp. 138-139.
89 ROBLES MENDOZA, R. 1999. Economía campesina y arte musical. Investigaciones sociales
3(4): 11.
88
201
discursos que pretendieron romper con la antigua hegemonía conservadora,
inaugurando una época más contestataria.90 En relación a la incidencia del
Velascato en dicho proceso, podría decirse que donde falló el reformismo militar
-o sea, la alteración sustantiva de las condiciones productivas y sociales-, la
política cultural militar gozó de un éxito relativo. 91 Esquemáticamente hablando,
el Velascato intentó protagonizar la transformación efectiva de dicho campo
cultural en un ámbito de confrontaciones y disputas simbólicas, respaldado por
un ascenso relativo de los sectores populares y por una apertura, igualmente
relativa, de la política ciudadana y del Estado. Posiblemente, éste sea el gran
legado cultural del GRFA.
Entre tales tendencias, y sobre aquellas que interesan a esta investigación
doctoral, el criollismo y el folclor solieron mantener posiciones políticas neutras,
no obstante desde dichas escenas surgieron artistas que apoyaron tanto al
Velascato como a la izquierda -algunos de estos casos serán revisados en
adelante-. En contraste, el afroperuanismo, también desde la década de 1950,
se levantó como un movimiento cultural que cuestionó abiertamente las
estructuras del poder, conquistando una posición central bajo el GRFA y, hasta
cierto punto, antecediéndolo. Sus orígenes obedecen a un despertar de la
conciencia diaspórica al interior de la población afrodescendiente, despuntando
como una cruzada para la recreación de la música, danza y tradiciones orales
anuladas por la esclavitud y el asimilacionismo. En su aparición influyeron
acontecimientos internacionales como la descolonización que siguió a la II
Guerra Mundial, la reivindicación de derechos civiles y humanos por parte de
distintas poblaciones negras alrededor del mundo, la llegada hasta Lima de
agrupaciones de danzas africanas y afroamericanas, la apropiación de la cultura
negra llevada a cabo por el criollismo, entre otros.
90
91
ZAPATA, Las claves del período, p. 32.
PORTOCARRERO, Op. cit., p 254.
202
En relación al último punto, en su surgimiento le cupo un papel protagónico
al académico José Durand, criollo blanco quien en 1956 formó la compañía
Pancho Fierro, pionera en la escenificación de tradiciones afrodescendientes.92
La presencia de Durand y su vínculo con artistas negros apunta precisamente a
las antedichas alianzas interclasistas que animaron la vida cultural peruana
desde entonces. El llamado revival93 o “renacimiento” afroperuano fue liderado
posteriormente por los hermanos Nicomedes y Victoria Santa Cruz Gamarra,
quienes
sacaron
adelante
un
sinnúmero
de
actividades,
nacional
e
internacionalmente, en torno a la investigación, la creación poética, musical y
coreográfica, y su difusión en medios diversos como la radio, la televisión y
escenarios de distinto tipo.
Los hermanos Santa Cruz codirigieron la compañía musical y teatral
Cumanana, llenando el vacío dejado por la desaparecida Pancho Fierro. Los
hermanos optaron por superar la estética criollista y acentuar una cierta
africanidad, estrategia que con el tiempo se volvería la norma al interior del
movimiento.94 El nivel investigativo y creativo alcanzado por la agrupación queda
de manifiesto en su álbum Cumanäna, publicado en 1964, cuando la compañía
era dirigida ya solamente por Nicomedes Santa Cruz. La edición consta de dos
discos y un completísimo folleto donde se ofrece un compendio tanto de la
producción poética de su director como comentarios, información e imágenes que
documentan sus investigaciones y recreaciones en torno al patrimonio cultural
afrodescendiente.95 Cumanäna representa no sólo uno de los mayores aciertos
de la industria musical peruana de la década y, posiblemente, el mayor legado
FELDMAN., Op. cit., pp. 5-6.
ROMERO CEVALLOS, R. R. 1994. Black music and identity in Peru: reconstruction and revival
of afro-peruvian musical traditions. En: BÉHAGUE, G. H. (Ed.). Music and black ethnicity: the
Caribbean and South America. New Brunswick: Transaction Publishers. Pp. 314-323.
94 TOMPKINS, W. D. 2011. Las tradiciones musicales de los negros de la costa del Perú. Lima,
Centro de Música y Danza de la Pontificia Universidad Católica del Perú / Centro Universitario de
Folklore de la Universidad Mayor de San Marcos. P. 57.
95 SANTA CRUZ G., N. y CONJUNTO CUMANANA [1964]. Cumanäna. Poemas y canciones
[disco]. Lima: Philips. 2 discos de larga duración, 80 min.
92
93
203
discográfico de Nicomedes Santa Cruz. Cumanäna es, sobre todo, un manifiesto
del renacimiento afroperuano que testimonia la densidad cultural de la
afrodescendencia, su presencia histórica y su deseo de levantarse como un
referente cultural autónomo, capaz de contribuir por sí solo a la comunidad
nacional, latinoamericana y diaspórica africana.
Tras abandonar Cumanana, Victoria Santa Cruz partió a Francia en 1962,
donde estudió teatro y danza, trabando además contacto con la comunidad
africana residente. Regresó al país en 1966 y al año siguiente fundó Teatro y
Danzas Negros del Perú,96 compañía con la que cultivó las formas coreográficas
afroperuanas y perfeccionó un método que, en sintonía con el pensamiento
decolonial de la época, combinaba la exploración de la corporalidad con la
exaltación de la negritud. Dicho método se basaba en la idea de que la danza
representa una forma sistemática de autoconocimiento, incorporando así, dado
el contexto, una revisión práctica de las taras psicológicas y sociales impuestas
por la racialización. Conscientemente o no, Victoria Santa Cruz levantó la
autoconsciencia y el orgullo para enfrentar el racismo, a partir de las artes
escénicas.97
Una vez tomado el poder, el GRFA encargó a la Casa de la Cultura del
Perú, entidad nacional rectora, fundar la Escuela Nacional de Folklore, en 1969,
nombrando a Victoria Santa Cruz su directora. La oficialización del trabajo de la
compañía Teatro y Danzas Negros la transformó en el Conjunto Nacional de
Folklore, en 1973, bajo la autoridad del Instituto Nacional de Cultura,98 asumiendo
SANTA CRUZ G., V. y TEATRO Y DANZAS NEGROS DEL PERÚ [1971]. …Con Victoria Santa
Cruz [disco]. Lima, Odeón del Perú. 1 disco de larga duración, 40 min.
97 FELDMAN, Op. cit., p. 82. Eugenio Barba, eminencia mundial de la antropología teatral, se
trasladó hasta Lima en 1977 para producir Black & Woman, un corto documental sobre el trabajo
escénico de Victoria Santa Cruz. El filme resume algunos de los principios básicos del método
desarrollado, y registra una puesta en escena conmovedora de su poema “Me gritaron negra”, un
entrecruce de danza, música y poesía sonora. El documental puede ser visto en
https://www.youtube.com/watch?v=C2vnOa9isco
98 COLOMA PORCARI, C. 2001. El Instituto Nacional de Cultura del Perú. Organización y
funciones (1971-2001). Lima, Dirección General de Información Cultural del Instituto Nacional de
Cultura.
96
204
desde ese momento la forma de un gran ballet folclórico, a la usanza de los
homólogos soviéticos y mexicanos, que, en este caso, estaría dividido en un
cuerpo andino y otro afroperuano.99 Esta reorganización de la institucionalidad
folclórica, al alero del INC, debía insertarse en una política cultural revolucionaria
y anticapitalista, cuyo fin último era el de divulgar la música y danza nacionales
para, entre otras razones, contrarrestar la dominación extranjera sobre los
medios de comunicación peruanos.100 El gobierno de Velasco advirtió en el
renacimiento una reivindicación multicultural de lo popular y lo nacional,
coincidente con sus afanes reformistas, incorporándolo a la política cultural
pública y utilizándolo a su favor en la propaganda.101
Por su parte, Nicomedes Santa Cruz entró en la escena continental de la
Renovación Folclórica con su participación en el Encuentro Internacional de la
Canción Protesta, celebrado en Varadero en 1967.102 El evento fortaleció su
ánimo revolucionario, encendido con la Revolución Cubana y mantenido por el
estrecho contacto que sostuvo, hasta entrada la década de 1980, con conjuntos
y solistas renovadores tanto en el Perú como en el resto de Latinoamérica y en
Europa.103 Su participación en el Encuentro y, al año siguiente, la toma del poder
por parte de Velasco, lo llevaron a reforzar públicamente un ideal socialista,
nacional y al mismo tiempo internacionalista, en cuyo horizonte inmediato estaba
la unificación de las liberaciones negra e indígena.104 Santa Cruz reconocía que
el GRFA llegaba al poder sin un legítimo apoyo popular y, sin embargo, trabajó
para él dando giras artísticas por América Latina, en el periodismo y produciendo
TEXTUAL PREGUNTA a Victoria Santa Cruz. 1975. Textual 10, Lima, Perú, octubre, 80.
CONSEJO GENERAL DE CULTURA DEL INSTITUTO NACIONAL DE CULTURA. 1975.
Proyecto de bases de una política cultural de la Revolución Peruana. Lima, Instituto Nacional de
Cultura. Pp. 8-14.
101 MENDOZA, Z. 2006. Crear y sentir lo nuestro. Folclor, identidad regional y nacional en el
Cuzco, siglo XX. Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Pp. 207209.
102 VVAA, Resolución final del Encuentro de la Canción Protesta, p. 47.
103 SANTA CRUZ G., Nueva Canción, pp. 238-241.
104 AGUIRRE, C. 2013. Nicomedes Santa Cruz: la formación de un intelectual público
afroperuano. Histórica 37(2): 155-159.
99
100
205
discos propagandísticos. A propósito de lo último, contribuyó con el EP Cantares
de la tierra sin patrones, a cuyo medio, sobre la base de décimas y géneros
afroperuanos, denunciaba la alianza histórica de imperialismo y oligarquía,
clamaba por la necesidad de una reforma agraria, y llamaba a la unión política
de campesinos y obreros industriales,105 ajustándose a la doctrina de “Pueblo y
Fuerzas Armadas” propiciada por organismos como la Dirección de Promoción y
Difusión de Reforma Agraria y el SINAMOS. Asimismo, bajo la política
comunicacional del Velascato que ordenaba cuotas de programación nacional en
radio y televisión,106 Santa Cruz dirigió los programas radiales Así canta mi Perú,
orientado a las vertientes vernáculas, y América canta así,107 dedicado al folclor
latinoamericano y a las expresiones renovadas. Allí, por cierto, entrevistó a Víctor
Jara, a propósito de su presentación en el Teatro Municipal de Lima el 30 de junio
de 1973, inquiriendo al cantautor sobre el valor estético y político de la canción
comprometida, y el lugar que le cabía en los distintos procesos progresistas
latinoamericanos.108
Los casos de Victoria y Nicomedes Santa Cruz son elocuentes en
demostrar que la iniciativa particular de determinados artistas comprometidos
podía ser absorbida por el aparataje cultural y comunicacional levantado por el
GRFA. Éste, movido por su afán de asegurarse ciertas legitimidades y lealtades,
tanto entre las masas como entre la intelectualidad y los artistas, desarrolló
estrategias en ambas direcciones: el diseño de una política capaz de traducir la
visión de un nuevo Perú, multicultural y popular, y la instrumentalización de
determinados recursos de la cultura contemporánea, para asegurarse una
SANTA CRUZ G., N. y CONJUNTO CUMANANA [1971]. Cantares de la tierra sin patrones
[disco]. Lima, Dirección de Promoción y Difusión de Reforma Agraria. 1 disco extended play, 12
min.
106 BOLAÑOS, Op. cit., pp. 56-57.
107 FELDMAN, Op. cit., pp. 136-137.
108 La entrevista puede ser consultada en
http://www.nicomedessantacruz.com/espanol/entrevistas.htm
105
206
economía comunicacional y la adhesión de las masas.109 Dicho de otro modo,
tales estrategias se orientaron a fomentar e instrumentalizar iniciativas culturales
preexistentes al régimen, alternativas e, incluso, opuestas, y no necesariamente
a la creación de otras originales. Tales orientaciones fueron asumidas casi
completamente por la nueva institucionalidad pública, representada por el
Instituto Nacional de Cultura -INC-, y por organismos como SINAMOS o el
Sistema Nacional de Información -SINADI-.110
En relación al SINAMOS, a través suyo el régimen buscó resolver los
problemas relativos a las comunicaciones y la propaganda. Su relación con la
cultura era secundaria, implícita, y tal estaba subsumida a necesidades
tecnocráticas. De este modo, antes de concebir la cultura como un cúmulo de
prácticas y valores de importancia cívica y universal -como, de hecho, era
entendida por el INC-, el SINAMOS y sus organismos afines veían en ella
recursos que podían fortalecer la hegemonía militar. En el Sistema prevalecía la
medialidad mientras que los contenidos eran considerados de menor interés.
Estos criterios fueron evidentes una vez que, hacia 1975, el gobierno dispuso que
toda radioemisora programara un mínimo de 75% de música folclórica,
definiéndola como aquella que deriva de las tradiciones y costumbres populares,
y que en especial es creación colectiva surgida en zonas rurales. Medidas como
estas iban acompañadas, además, de restricciones aduaneras que gravaban la
importación de discos e instrumentos musicales, lo que a su vez benefició a la
industria nacional. Como en el caso de Nicomedes Santa Cruz y su trabajo
radiofónico, las cuotas de programación -no sin el rechazo de parte de los
intereses privados- consolidaron la presencia de los artistas peruanos en los
medios nacionales, sobre todo de aquellos dedicados a las músicas andinas y
MIRÓ QUESADA, R. 2016. Innovaciones en políticas culturales y transformaciones en el
campo cultural. El caso de Perú. En: TANAKA, M. (Coord.). Antología del pensamiento crítico
peruano contemporáneo. Buenos Aires, CLACSO. P. 308.
110 ANSIÓN, J. 1988. Anhelos y sinsabores. Dos décadas de políticas culturales del Estado
peruano. Lima: Gredes. Pp. 53-54.
109
207
afroperuanas. Pero, como puede colegirse, el interés de Velasco y los oficiales
no se centraba necesariamente en la densidad cultural de las músicas
vernáculas: éstas servían simbólicamente a la lucha revolucionaria en contra de
la oligarquía y el imperialismo.
Dentro de sus funciones, al SINAMOS y SINADI les correspondía la
organización de espectáculos y la producción discográfica. Uno de aquellos
eventos fue el Festival Inkari, organizado por el primero, cuya primera versión fue
celebrada entre octubre y noviembre de 1973.111 Siguiendo la política de
promoción de la cultura tradicional,112 el certamen concertó versiones
provinciales previas en donde músicos, danzantes y artesanos fueron
seleccionados para, posteriormente, ofrecer un gran espectáculo en la capital.113
Simultáneamente, y con el fin de darle un lugar a las expresiones más
convencionales de la música popular, Inkari también incorporó una competencia
de canciones a la usanza, seguramente, de los festivales que caracterizaron a la
época: San Remo, Benidorm, OTI, Eurovisión o Viña del Mar, entre otros.
El evento produjo, además, dos ediciones discográficas de interés para
esta investigación. La primera, Por causa del rebelde, EP editado a través de
Participación, sello creado por SINAMOS, contiene tres surcos: el discurso de
inauguración del festival en la voz del general Leónidas Rodríguez Figueroa como ya adelanté, líder del Sistema-, “Marcha del voluntario de la Revolución
Peruana” y el himno “Inkari”, de los autores Otoniel Díaz Barraza y Eduardo
Márquez Talledo, respectivamente. Sobre el discurso, no se trata de una toma en
vivo sino de una recreación en estudio, en la cual Rodríguez Figueroa invoca la
figura de Túpac Amaru II, oficializada por el GRFA, para enfatizar la idea de que
TURINO, T. 1993. Moving away from silence. Music of the peruvian altiplano and the
experience of urban migration. Chicago, The University of Chicago Press. P. 142.
112 ARRÓSPIDE DE LA FLOR, C. Cultura y liberación. Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1975.
P. 218.
113 MONTOYA ROJAS, R. 1987. La cultura quechua hoy. Lima, Hueso Húmero Ediciones. Pp. 31
y 44.
111
208
el gobierno de Velasco representaba la culminación de la gesta libertadora
llevada a cabo por el líder indígena hacía casi dos siglos. Esta referencia es
reforzada por el título mismo del festival, “Inkari”, mito que refiere a la
reconstitución del cuerpo del inca y del Tawantinsuyu, 114 y que supone una
metáfora de la liberación nacional imaginada por el Velascato. La voz del general
es matizada con una dramatización de bandos españoles emitidos durante la
Gran Rebelión de 1781, que condenaban vestimentas, idioma, iconografía e
instrumentos musicales indígenas considerados subversivos, dadas las
circunstancias. El general, sirviéndose de dichas fuentes, argumenta que el
imperialismo español pretendió infructuosamente borrar la identidad indígena, la
“personalidad” del pueblo peruano, y que tal operación fue repetida por “otros
dominadores” posteriores, quienes durante la república pretendieron colonizar la
“imaginación” nacional a través de los medios masivos de comunicación. Según
dicha argumentación, el control del imaginario, bajo la perspectiva del
imperialismo cultural, opera como contraparte inmaterial o una suerte de
complemento ideológico de la dominación económica y política que el Velascato
pretendió contrapesar. De este modo, la arremetida de la Revolución Militar en
contra de la oligarquía nacional y del capital extranjero estaría incompleta sin un
necesario reconocimiento de aquellos aspectos identitarios que han hecho del
Perú un continuo histórico desde tiempos precolombinos hasta el presente y que,
contemporáneamente, le otorgan a la nación sus rasgos distintivos en un
contexto internacional. Según reza el discurso pronunciado, Inkari se orientó a
hacer valer el principio de que “[…] no hay cultura nacional sin revolución popular
y que no hay revolución popular sin cultura popular”,115 a través de una gran fiesta
nacional protagonizada por artesanos, músicos y danzantes tradicionales. La
lectura
y
dramatización
incluyen
elementos
sonoros
que
refuerzan
incidentalmente sus contenidos: redoble de tambores, guitarras andinas -en el
INKARI. 1973. Textual, Lima, Perú, 8, diciembre, 104-105.
MORALES RODRÍGUEZ, L. et al. [1973]. Por causa del rebelde [disco]. Lima, Participación. 1
disco extended play, 20 min. La versión de este álbum que logré conseguir es incompleta.
114
115
209
estilo de artistas como Raúl García Zárate-, pututus, música de violín y otros
cordófonos andinos, y una grabación de 3 de Octubre, himno oficial del GRFA.
Esta edición da cuenta del SINAMOS como organismo orientado a generar
estéticas -gráficas, discográficas o cinematográficas-116 capaces de exaltar a los
líderes de la Revolución Peruana y de articular un imaginario en donde la técnica
y la política modernas coinciden significativamente con el patrimonio histórico y
popular del Perú. De manera similar, el segundo álbum mencionado, La juventud
canta en Inkari, prensado aquel mismo 1973, supone una suerte de complemento
del anterior. La solemnidad y el carácter documental de Por causa del rebel y de
otros discos publicados por la propaganda,117 es suavizado y contrapesado con
este álbum en específico, el que reúne algunas de las canciones presentadas en
la competencia popular del festival. Dichas canciones ofrecen un tratamiento
tímbrico y armónico que contradice las formas convencionales de la canción
política latinoamericana, identificada comúnmente con la Renovación Folclórica.
Sus letras apuntan a la liberación de los pobres del campo y la ciudad, al
derrocamiento de la oligarquía, a la emancipación nacional y a la prosperidad por
venir, garantizada por la propiedad social de la tierra y de los medios de
producción. Su discurso carece de un léxico revolucionario socialista, no expone
el tipo de problematización dialéctica presente en las vertientes renovadas, y es
plasmado sobre composiciones texturadas según el estilo reconocido como
chamber pop, es decir, aquel de la instrumentación eléctrica -órganos, guitarras
eléctricas, bajos- y percusión mínima enriquecida con arreglos orquestales en
CANT, A. 2012. ’Land for those who work it’: a visual analysis of Agrarian Reform posters in
Velasco’s Peru. Journal of Latin American Studies 44(1): 13-26.
117 Aunque no tuve ocasión de escucharlos, durante mi estadía de investigación en Lima, entre
febrero y marzo de 2017, pude revisar al menos dos álbumes que cumplían con divulgar distintos
discursos e intervenciones públicas de Velasco, con ocasión de la promulgación de la Ley de
Reforma Agraria, en 1969, o de la conmemoración del sesquicentenario de la batalla de
Ayacucho, en 1974, por ejemplo. Se trata de ediciones dobles o cuádruples, acompañadas de
profuso material gráfico y transcripción de las alocuciones, que se pueden encontrar regularmente
en las tiendas de discos usados que existen en el Cercado o en distritos como Jesús María o
Pueblo Libre.
116
210
cuerdas frotadas, bronces y voces.118 Esta especie de “balada política” destaca
como rasgo particular de la música popular bajo el Velascato, sólo comparable,
en el contexto de la canción comprometida de mediados de los setenta, al estilo
chamber cultivado por Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y otros miembros de la
Nueva Trova -notable rareza que respondía al impulso igualmente excepcional
del movimiento cubano-.
El entusiasmo que la Revolución Peruana despertó entre determinados
sectores de la música popular estimuló el surgimiento de un tipo de canción de
protesta enmarcada en una diversidad de géneros y estilos, que incluyen por
supuesto las propuestas plasmadas en el disco La juventud canta en Inkari. Un
caso previo es el del álbum Canciones de la patria nueva, de 1969, donde artistas
como Cecilia Bracamonte y los Ases del Perú interpretan ritmos criollos para
saludar al reformismo militar.119 En este grupo de artistas se cuenta también a
Ernesto Sánchez Fajardo, Jilguero del Huascarán, uno de los folcloristas más
nombrados durante la era dorada del huayno, quien se diferenció por incluir
contenidos críticos en sus canciones -por ejemplo, “Señor Presidente” y “Un
campesino feliz”, celebratorias de la expropiación petrolífera y de la Reforma
Agraria-120 y por participar en instancias gremiales y partidistas. Figuran también
Edwin Montoya y Juan de Dios Rojas, quienes con distintas agrupaciones
registraron una serie de canciones políticas en clave folclórica y criolla, a inicios
de los setenta, las que les valieron una invitación oficial del gobierno cubano a la
isla.121 Asimismo, Augusto Polo Campos, gran figura del criollismo, compuso “Y
se llama Perú”, vals con fuga de marinera que revistió carácter oficial y cuya
VV.AA. [1973]. La juventud canta en Inkari [disco]. Lima, Participación. 1 disco de larga
duración, 40 min. La versión de este álbum que logré conseguir es incompleta.
119 VV.AA. [1969]. Canciones de la patria nueva [disco]. Lima, Sono Radio. 1 disco de larga
duración, 40 min.
120 DEL HUASCARÁN, J. [s.a.]. Pensamiento y estilo de Ernesto Sánchez Fajardo. Lima, Odeón.
1 disco de larga duración, 40 min.
121 MONTOYA ROJAS, R. 2011. Encanto y celebración del wayno. Cusco, Dirección Regional de
Cultura Cusco. Pp. 82-87.
118
211
versión más conocida es debida al dúo de Óscar Avilés y Arturo “Zambo”
Cavero.122
Pero quienes suscribieron un compromiso más orgánico con el Velascato
fueron Manuel Acosta Ojeda y Chabuca Granda. Él, baluarte del criollismo,
desarrolló una carrera enfocada principalmente en la composición, centrándose
en tópicos convencionales como el amoroso, combinados con temáticas sociales
y en la tradición de Felipe Pinglo Alva y otros referentes de la vieja guardia. 123
Antes del golpe de Estado de 1968, Acosta Ojeda había publicado el álbum
Canción Protesta, donde incluye temas que, bajo tal categoría, expresan una
inquietud frente a las desigualdades sufridas por el pueblo peruano.124 Asimismo,
realizó al menos un viaje a Europa oriental, en donde logró registrar algunas de
sus canciones gentileza de sellos soviéticos.125 A pesar de su fama de
ultraizquierdista, fue encargado por la Casa de la Cultura para realizar una
embajada cultural por distintos países y, en adelante, se encargó de componer
canciones alusivas a las condiciones sociales, a los mártires de las guerrillas 126
y a las nuevas perspectivas ofrecidas por el Velascato. Parte de esas
composiciones quedaron registradas en el LP El nuevo día,127 de tono
celebratorio. Finalmente, estrechó lazos con Chabuca Granda, con quien
desarrolló ciertas discusiones políticas y organizó eventos musicales al alero de
distintas oficinas públicas.
Sin ir más lejos, Juan Velasco Alvarado, aficionado a la música criolla, durante su mandato
hizo amistad con Avilés y Cavero, a quienes invitaba a actos oficiales y a jaranas privadas, ya
fuera en el palacio de gobierno o en su residencia particular. SERRANO CASTRILLÓN, R. 1994.
Confesiones en tono menor. Óscar Avilés. Setenta años de peruanidad. Lima, Labor. Pp. 201 y
206.
123 BORRAS, G. 2012. Lima, el vals y la canción criolla (1900-1936). Lima, Instituto Francés de
Estudios Andinos / Instituto de Etnomusicología. Pp. 205 y ss.
124 ACOSTA OJEDA, M. et al. [1966]. Canción Protesta [disco]. Lima, Universidad Nacional de
Educación “La Cantuta”. 1 disco de larga duración, 40 min.
125 MARTÍNEZ ESPINOZA, M. 2008. Manuel Acosta Ojeda. Arte y sabiduría del criollismo. Lima,
Escuela Nacional Superior de Folklore José María Arguedas. Pp. 138-139.
126 MÚSICA. Héroes del Pueblo. 1980. El Caballo Rojo, 2 nov., 11.
127 VV.AA. [1974]. El nuevo día [disco]. Lima: sin datos. 1 disco de larga duración, 40 min.
122
212
Por su parte, durante los sesenta Granda sufrió una transformación que
afectó notoriamente sus canciones y, simultáneamente, la situó junto a los
artistas atraídos por el GRFA. En lo musical, dicha época supone una superación
del criollismo, bajo el influjo del bossa nova, y la emergencia de nuevos temas y
puntos de vista. Las nuevas canciones, si bien no elaboran un discurso político
concreto, sí son el testimonio de la apertura que vivió, puntualmente hacia
diferencias sociales que, anteriormente pasadas por alto, ahora constituían
desproporciones evidentes.128 Su quiebre con una visión de mundo aristocrática
fue definitiva, y, del mismo modo, Granda se acercó paulatinamente a las
tradiciones afroperuanas, que cultivó con más fuerza durante la década siguiente.
Este viraje queda de manifiesto en al menos dos ciclos de canciones: aquellas
dedicadas a Javier Heraud y al gobierno de Velasco. Las primeras son fruto del
tremendo impacto que tuvo en ella la muerte de Heraud, jovencísimo poeta
limeño que, tras recibir instrucción militar en Cuba e ingresar al antedicho Ejército
de Liberación Nacional,129 cayó en un enfrentamiento contra el Ejército del Perú
en la Amazonía, en 1963. La ambigüedad temática de estas canciones -“Las
flores buenas de Javier”, “El fusil del poeta es una rosa”, “Un cuento silencioso”,
“Un bosque armado”, “Desde el techo vecino”, “En la margen opuesta” y “Silencio
para ser cantado”-, reforzadas por el magistral talento lírico de Granda, hacen
suponer que estos homenajes constituyen un apoyo tácito a las guerrillas o bien,
que se trata de elaboraciones en torno a la dramática y épica muerte de un joven
bate. Para Raúl Renato Romero, la poética grandiana es lo suficientemente
tupida para ocultar las filiaciones políticas y los contextos puntuales que
enmarcan estas canciones suyas. En este ciclo no hay ninguna referencia a las
causas concretas, directas o no, de la muerte de Heraud: un país semifeudal
ROMERO CEVALLOS, R. R. 2015. Música y poder: aristocracia y revolución en la obra de
Chabuca Granda. En: ROMERO CEVALLOS, R. R. (Ed.). Música popular y sociedad en el Perú
contemporáneo. Lima, Instituto de Etnomusicología de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Pp. 112-113.
129 BÉJAR RIVERA, Perú 1965, p. 51.
128
213
cruzado por acusadas desigualdades, por el servilismo y la pobreza extrema,
etcétera, y el decido compromiso de las guerrillas peruanas y, en una perspectiva
amplia, de la nueva izquierda latinoamericana. Lo que enardece a Chabuca
Granda es el drama individual del guerrillero-poeta, y tal juicio subjetivo pone una
distancia enorme entre sus canciones y la de los movimientos renovadores, que
en contraste enfrentan la política y el poder de un modo mucho más patente, en
el intento, justamente, de inculcar cierta objetividad crítica a las músicas de raíz
folclórica y popular. La sucesión constante de metáforas en estas canciones las
vuelve objeto de múltiples interpretaciones, nunca concluyentes, que varían
desde una estimación meramente estética hasta consideraciones respecto al
vínculo de su creadora con el poder.130
El ascenso de Velasco coincidió con la transformación experimentada por
Granda, quien dio su apoyo al proceso. Como compositora, contribuyó al mismo
con una de sus canciones más conocidas, el vals “Paso de vencedores”, reflejo
de un giro aún más potente hacia lo social y lo político en un reconocimiento a
los militares, la dignidad nacional, los campesinos beneficiados por la Reforma
Agraria y “el guerrillero” -es decir, Javier Heraud-.131 Del mismo modo, Chabuca
Granda habría cumplido labores como asesora de los oficiales, organizando junto
a Manuel Acosta Ojeda y otros el Festival Internacional de la Canción del Agua
Dulce, celebrado en el homónimo balneario limeño en febrero de 1972.132 El
Festival contó con competencias nacional e internacional y con la participación
de músicos latinoamericanos como Alfredo Zitarrosa y Roberto Darvin, desde
Uruguay, Soledad Bravo de Venezuela, Patricio Manns e Isabel Parra de Chile,
y Pablo Milanés y Omara Portuondo desde Cuba.133 La competencia
internacional fue ganada por la canción “Yo soy la hormiga vecina”, escrita por
ROMERO CEVALLOS, Música y poder, pp. 101-102.
GRANDA, C. y GONZALES, L. [1974]. Paso de vencedores [disco]. Lima, Sono Radio. 1 disco
de larga duración, 40 min.
132 MONTOYA ROJAS, Encanto y celebración del wayno, pp. 82-86.
133 FESTIVAL de Agua Dulce. 1971. Textual, dic., 83.
130
131
214
Violeta Parra Sandoval y musicalizada por su hija Isabel.134 Televisado, el festival
permitió a un buen número de artistas peruanos presentar su trabajo ante
grandes audiencias, salvando la marginación de la que eran objeto por parte de
los medios principales.135 En la intención de sus organizadores, Agua Dulce
asimismo quiso llevar al Perú a algunos de los exponentes más reconocibles de
la renovación latinoamericana, contando con el auspicio de la Dirección General
de Turismo del Ministerio de Industria.136
VV.AA. [1972]. Festival Internacional de la Canción del Agua Dulce [disco]. Lima, Takisunchis.
1 disco de larga duración, 40 min.
135 LLORÉNS AMICO y OLIART, La nueva canción en el Perú, p. 77.
136 Según comunicación personal del investigador Raúl Álvarez Espinoza, 10 de enero de 2019.
134
215
CAPÍTULO 5
LA NUEVA CANCIÓN PERUANA
La organización del Festival de Agua Dulce pudo responder al interés que
la Renovación Folclórica latinoamericana despertaba en ciertos sectores
artísticos y políticos comprometidos con la Revolución Peruana. Tal interés cobró
un carácter oficial, como fue en el caso del auspicio que el INC brindó, 1 entre
1971 y 1976, al Programa de la Canción Latinoamericana,2 consistente en giras
por el país para destacadísimos artistas como Mercedes Sosa,3 Daniel Viglietti,
Alfredo Zitarrosa, Víctor Jara,4 Soledad Bravo, Piero, Víctor Heredia, Omara
Portuondo, Joan Manuel Serrat5 y Paco Ibáñez,6 entre otros. Dichos eventos
contribuyeron a que, durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado, las
propuestas renovadas ocuparan un lugar discreto en la programación radial y
televisiva, en el mercado nacional del disco y en el medio del espectáculo. 7 La
aceptación de estas músicas por parte del público ayudó a estimular el
surgimiento de un movimiento renovador local, cuyo nombre genérico fue el de
Nueva Canción Peruana -NCP-.
La NCP surgió durante el gobierno de Velasco en parte como una
respuesta al auge de la escena continental, bajo el influjo de los modelos
SANTA CRUZ G., N. 2004. Nueva Canción en el Perú (1982). En: Obras completas II.
Investigación (1958-1991). Buenos Aires, LibrosEnRed. P. 207.
2 INSTITUTO NACIONAL DE CULTURA. 1977. Cultural policy in Peru. París, UNESCO. P. 38.
3 TEXTUAL PREGUNTA a Mercedes Sosa. 1973. Textual 8, Lima, Perú, diciembre, 83.
4 TEXTUAL PREGUNTA a Víctor Jara. 1973. Textual 8, Lima, Perú, diciembre, 81-82.
5 TEXTUAL PREGUNTA a Serrat. 1973. Textual 7, Lima, Perú, junio, 70-71.
6 NOTAS. 1971. Textual 3, Lima, Perú, diciembre, 83.
7 LLORÉNS AMICO y OLIART, La nueva canción en el Perú, p. 77.
1
216
argentino, cubano, pero sobre todo del chileno,8 desarrollándose durante el
gobierno del general Francisco Morales Bermúdez, durante toda la década de
1980 y persistiendo hasta nuestros días. La escena se concentró casi totalmente
en la ciudad de Lima, compartiendo una serie de rasgos comunes con el
movimiento continental y presentado algunos exclusivos, fruto de las inquietudes
de sus agentes y de las condiciones específicas del medio local. En términos
generales, en base a los testimonios y las fuentes consultados, la NCP estuvo
conformada por un buen número de solistas y conjuntos, a los cuales se suman
quienes circularon en torno a la Nueva Canción, pero siguiendo trayectorias
alternativas. Hablo, entre otros, de los conjuntos Tiempo Nuevo, Cuestarriba,
Puka Soncco, Salqantay, Tarpuy, Vientos del Pueblo, Illaray, Alturas, Korillacta,
Haravicus, Tierra Firme, Huari, Amaru, Blanco y Negro, Aguacerito, Manantial,
N.E.P.E.R., Dúo Adagio, Sayari Llaqta o Perú Negro; y de los intérpretes y
compositores Daniel “Kiri” Escobar, Andrés Soto, Tania Libertad, Luis David
Aguilar, Miguel Flores, Celso Garrido-Lecca, Martina Portocarrero, Arturo Ruiz
del Pozo, Avelino Rodríguez, Boris Villegas o Richard Villalón.
La historia de la NCP no puede ser agotada por esta investigación
particular, a causa fundamentalmente del enorme y aún pendiente trabajo de
búsqueda de fuentes secundarias -prensa, más que nada-, registro de
testimonios orales y de recopilación discográfica, al que esta tesis doctoral
pretende contribuir, por supuesto. Por mi parte, para optimizar los recursos
personales y académicos comprometidos, decidí concentrar mi investigación en
los problemas, sujetos y fuentes relativos al Taller de la Canción Popular -en
adelante, TCP-, operativo entre 1974 y 1980, para así revisar en un solo caso los
aspectos generales de la Renovación Folclórica. En relación al TCP, a éste se le
ha reconocido el mérito de haber concertado y coordinado la iniciativa de muchos
músicos jóvenes peruanos que, interesados por las corrientes renovadoras
8
MENDÍVIL, Lima es muchas Limas, p. 36.
217
latinoamericanas, dieron forma tanto a la NCP como a trayectorias particulares,
contribuyendo al desarrollo de la música popular peruana durante la segunda
mitad de los setenta. En su fundación fue crucial la presencia del compositor
piurano Celso Garrido-Lecca Seminario, quien operó como el enlace entre la
experiencia de la Nueva Canción Chilena -en adelante, NCCh- y la NCP.
5.1 Celso Garrido-Lecca y la Nueva Canción en Chile
Se formó como compositor en el Conservatorio Nacional de Música del
Perú y fue allí, en 1949, que recibió una beca del compositor chileno Domingo
Santa Cruz Wilson para continuar sus estudios en Santiago, en la Facultad de
Ciencias y Artes Musicales de la Universidad de Chile -conocido también como
Conservatorio Nacional de Chile-. Llegó al país en mayo de 19509 y, para
sobrevivir, se empleó como sonidista en el Teatro Experimental de dicha casa de
estudios, entre 1954 y 1964,10 transformándose en el primer creador profesional
de música incidental en la historia de las tablas chilenas.11 El hecho de haber
descollado en el país y de haber proyectado una exitosa carrera internacional,
supuso su consideración como un compositor chileno en toda regla, al punto de
haber presidido la Asociación Nacional de Compositores de Chile.12 En lo
académico, Garrido-Lecca sumó a la formación recibida de los compositores
peruanos -puntualmente de Rodolfo Holzmann, cifrada en el nacionalismo de
inspiración
indigenista-
un
acercamiento
a
propuestas
cosmopolitas
representadas, en su caso, por el neoclasicismo de Santa Cruz y por las técnicas
atonales, seriales y dodecafónicas traídas al país por el holandés Frederick “Fre”
SANTA CRUZ W., D. 2008. Mi vida en la música: contribución al estudio de la vida musical
chilena durante el siglo XX. Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile / Consejo Nacional
de la Cultura y las Artes. P. 854.
10 NIÑO VÁSQUEZ, N. 2016. Celso Garrido-Lecca. Síntesis musical de dos pueblos. Valparaíso,
Ediciones Universitarias de Valparaíso. P. 18.
11 FARÍAS ZÚÑIGA, M. 2014. Reconstruyendo el sonido de la escena. Músicos de teatro en Chile
1947-1987. Santiago, Editorial Cuarto Propio. Pp. 61-63.
12 NIÑO VÁSQUEZ, Celso Garrido-Lecca, p. 21.
9
218
Focke.13 A lo largo de los cincuenta y de la década siguiente, Garrido-Lecca fue
definiendo un estilo significativamente ecléctico, compuesto por elementos
europeos de postguerra y de otros provenientes de la música tradicional andina,14
que tanto en Chile como en el Perú de los setenta incluirá el uso de
instrumentación tradicional y un acercamiento directo a determinados campos de
la música popular.
El compositor lo explica así:
“Siempre he tenido esta dualidad ¿no? Yo creo que un
compositor no puede ser tan exquisito… en nuestro medio
latinoamericano… en un inicio de desarrollo musical… tan
exquisito, de dedicarse a una especulación sonora dejando
de lado todo lo que es la tradición de la canción, del folclor.
Entonces, lo difícil y lo terrible para un compositor es cómo
puedes tender puentes entre ambos sentidos. Estas dos
fuentes ¿no? Porque no se trata de copiar una cosa ni otra.
Entonces, esa fue un poco mi orientación. Por eso a veces
hice música muy sencilla. Puede parecer tonta. Pero
también, por otro lado, ya había hecho obras orquestales.
Ya en 1964 […] me habían estrenado la Elegía a Machu
Picchu. [Esta y otras] ya eran obras de búsqueda sonora.
Como tengo esta dualidad… porque yo no me sentía ni
disminuido ni prejuiciado. Yo podía hacer una canción y
después una obra más elaborada, especulativa”. 15
A mediados de los sesenta, obtuvo una beca para estudiar en Nueva York
con Aaron Copland, y a su regreso fue contratado como profesor en la Facultad
de Ciencias y Artes Musicales, lugar donde enseñó hasta el golpe de Estado de
1973. Especialmente trascendente fue la amistad que le unió al cantautor y
director teatral Víctor Jara Martínez, a quien conoció como estudiante en la
PEDRAGLIO, S. 2014. Celso Garrido-Lecca. En: Conversaciones con ojos del siglo XX. Lima,
Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Pp. 124-125.
14 Sus obras orquestales y de cámara que mejor reflejan esta época son “Elegía a Machu Picchu”
(1965), “Intihuatana” (1967), “Antaras” (1968) y “Danzas populares andinas” (1979). Celso
Garrido-Lecca. Retrospectiva vols. I y II. Lima: Clásicos Peruanos [sin código], 2012.
15 ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario, 14 de enero de 2014, Santiago de Chile.
13
219
Universidad de Chile a fines de los cincuenta. Jara solía mostrarle sus canciones
y él, en el papel de consultor, daba su parecer y sugería soluciones.16 La primera
ocasión en que colaboraron oficialmente fue para el montaje de Antígona, según
la adaptación de Bertolt Brecht, para el Teatro de la Universidad Católica, en
1969.17 Fue a raíz del montaje de una obra posterior, Vietrock,18 que Jara
proyectó inicialmente el álbum El derecho de vivir en paz, para el que coescribió
junto a Garrido-Lecca dos canciones: “Vamos por ancho camino” y la marcha
“B.R.P.”. El proceso de creación y montaje de las mentadas, antecedidas por su
propio trabajo compositivo en torno a la fusión de la vanguardia occidental con
las tradiciones andinas, sumó a Garrido-Lecca al grupo de compositores doctos
que colaboraron con músicos populares en el contexto de la NCCh, junto a Sergio
Ortega y Luis Advis, principalmente.
En su caso, la experiencia de creación junto a Jara y de montaje de
“Vamos por ancho camino” con el conjunto Inti-Illimani -quienes, junto a Ángel
Parra, Patricio Castillo y Los Blops, acompañaron al cantautor en dicho álbum- le
permitieron entran en contacto con algunos creadores jóvenes y contribuir al
desarrollo del movimiento. En sus palabras:
“Al Inti-Illimani lo conocí por Víctor, al inicio, cuando eran
unos jóvenes que se reunían en un garaje para ensayar.
Estaban recién iniciándose, en sus primeras canciones.
Sobre todo, tenía mucha vinculación con Horacio Salinas y
Horacio Durán, quienes eran mis amigos más cercanos ahí.
Y posteriormente, cosas extrañas… se hizo talleres de
música popular en el Conservatorio, en una época de
cambio. Y yo les dije ‘¿por qué no entran? Para que tengan
una vinculación musical mayor’. Estuvieron poco, ellos ya
tenían cierta presión, de compromisos y cosas afuera. Pero
esa ya es posterior, cerca del ’69, ’70. Mi cercanía con IntiIllimani fue, pues, mayor cada vez, y permanente”.19
ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
FARÍAS ZÚÑIGA, Reconstruyendo el sonido de la escena, pp. 66-67.
18 SEPÚLVEDA CORRADINI, G. 2014. Víctor Jara. Su vida y el teatro. Santiago, Ventana Abierta
Editores. P. 123.
19 ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
16
17
220
Motivado institucionalmente por la Reforma Universitaria y movido por su
interés personal en las innovaciones estéticas, en el tipo de compromiso políticocultural representado por la NCCh y por su deseo de satisfacer las necesidades
técnicas de los jóvenes, Garrido-Lecca se entregó a la organización de un taller
especial del que participaron, entre otros, los mencionados Inti-Illimani, Eduardo
Carrasco de Quilapayún y Jaime Soto, futuro fundador del ensamble Barroco
Andino. Dicho taller permitió a los estudiantes tomar conciencia de una serie de
recursos avanzados que podían aplicar a sus creaciones, y, desde una
perspectiva más amplia, supuso una instancia más de encuentro de ciertas
tendencias populares con determinadas tradiciones doctas al alero de la NCCh. 20
Celso Garrido-Lecca participó activamente del proceso de la Unidad
Popular, bajo la lógica del compromiso más que en el ejercicio concreto de la
militancia, posición que lo diferenciaba de artistas como los mismo Jara e IntiIllimani, dirigente y cuadros, respectivamente, de las Juventudes Comunistas y
del Partido Comunista de Chile. El compositor se enfocaba, ante todo, en el
enorme valor político que cobraba el patrimonio cultural demarcado desde hacía
décadas por el folclor, y del protagonismo que debía tener en el horizonte
emancipatorio provisto por la vía chilena al socialismo. A propósito:
“[…] en el momento en que comienza el cambio de
pensamiento social, hay un interés por lo nuestro ¿no? […]
No había, en ese tiempo, prejuicio… éramos músicos
dedicados a elaborar, así como Gustavo Becerra [Schmidt],
que en un momento podía [componer] un cuarteto o una
obra muy elaborada musicalmente ¿no? Teníamos ese
criterio de que vivíamos un momento de vinculación, de
acercarnos hacia lo nuestro ¿no es cierto? Romper esa
dependencia demasiado grande de las voces últimas
europeas […] ¡Las cosas se vinculan! Entonces, el
20
NIÑO VÁSQUEZ, Op. cit., p. 78.
221
trasfondo social decanta, iba produciendo un cambio
estético, mental ¿no? De los artistas. ¡Eso sin duda!”.21
En 1971, en el contexto de la Operación Verdad organizada por el gobierno
de Salvador Allende, llegó a Chile el compositor italiano Luigi Nono,22 quien, junto
a otros creadores como Mikis Theodorakis, era reconocido en Europa como
modelo del artista comprometido al orientar la vanguardia musical de posguerra
hacia causas sociales y políticas, descartando así posiciones ideológicamente
tibias como la del arte autónomo. Garrido-Lecca entró en contacto con Nono,
forjando una amistad duradera y acusando recibo de su influencia, sobre todo
política. Se reencontró con el italiano aquel mismo año de 1971 en el Encuentro
de Música Latinoamericana celebrado en Casa de las Américas, en La Habana,
evento continental en el que, precisamente, se discutieron asuntos que
comprometían personalmente al peruano: la utilidad crítica y política de las
prácticas musicales y la necesidad de homologar las tradiciones doctas,
populares y tradicionales en la contemplación de un nuevo horizonte histórico.23
La colaboración entre Jara y Garrido-Lecca habría culminado con Los siete
estados, proyecto trunco que en algún grado hubiera consagrado el impulso de
la NCCh hacia la fusión de todas las tendencias presentes en el panorama
musical latinoamericano -doctas, populares, folclóricas o tradicionales- en una
sola gran propuesta coincidente con la lucha antiimperialista y la construcción del
socialismo. Las ideas originales fueron trabajadas a inicios de los sesenta por
Patricio Bunster, destacado bailarín chileno y militante comunista, quien invitó a
Jara a que las desarrollaran en conjunto, pensando en un ballet reforzado con
ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
ENTREVISTA. Vi a las masas en pie de lucha. 1971. Punto Final, Santiago de Chile, 11 mayo,
8-9.
23 DORIVAL GARCÍA, D. 2016. Notas al programa. En: Orquesta Sinfónica Nacional. El sueño y
lo divino. La sinfonía Dante. Lima, Ministerio de Cultura del Perú. S.f. Para el álbum
conmemorativo del evento, Garrido-Lecca contribuyó con una grabación de su obra “Intihuatana”.
VV.AA., Encuentro de Música Latinoamericana.
21
22
222
elementos narrativos y teatrales y un gran despliegue de medios técnicos y
musicales. Su argumento refiere al mito transcultural de la lucha del héroe por la
liberación de la amada, sirviéndose de elementos de la tradición oral para
articular un drama en torno a un joven campesino, una doncella cautiva y un
camaleón fabuloso. La batalla final se da entre el joven y la bestia, quien utiliza
muchas armas y rostros para confundir al adversario. La trama representa una
alegoría de la lucha librada por los pueblos latinoamericanos hacia su
autodeterminación -dividida en “siete estados” que simbolizan distintas épocas
de su historia-, inspirada en las guerrillas que Ernesto “Che” Guevara organizó
en África y América.24
Jara tempranamente compuso una canción para el ballet, “Doncella
encantada”,25 y aunque Bunster quiso en un principio que él se hiciera cargo de
toda la composición, con el fin de obtener un aire más folclórico, éste se negó y
encargó la dirección y el grueso de la obra a Garrido-Lecca, confiando en su
experiencia como creador escénico.26 En su testimonio, el compositor afirma que:
“Toda esta época culmina, obviamente, con este proyecto
más grande que se llama Los Siete Estados. El que me
habló primero fue Víctor. Me dijo ‘hay una idea, hay un
proyecto y yo he sugerido tu nombre, para que hagas la
música, y para ponerte en contacto con Patricio Bunster’
[…] Yo he sido siempre muy afecto al ballet, me gustó
mucho. Y yo de joven, de muy joven comencé a estudiar
danza, cosa que en ese tiempo era inusual. Y, sobre todo,
había todo un prejuicio. Entonces después de que hice con
Víctor Antígona, que fue una obra en la que experimenté
cosas, él seguramente consideró que yo era la persona
indicada para hacer la música de este ballet. Entonces, ya
con Patricio comenzamos a ver, a elucubrar cómo iba a ser,
de acuerdo a su planteamiento dramático, que eran ciertas
ALCAÍNO, G. y HURTADO, L. 2010. Patricio Bunster. En: Retrato de la danza independiente
en Chile. 1970 – 2000. Santiago, Ocho Libros Editores. P. 21.
25 NIÑO VÁSQUEZ, Op. cit., p. 158. Fue incluido en las distintas ediciones de un álbum publicado,
internacional y póstumamente, a partir de 1975, y cuya edición chilena data de 2001. JARA, V.
[2001]. Manifiesto [disco]. Santiago, Warner Music. 1 disco compacto, 55 min.
26 JARA, J. 2007. Víctor, un canto inconcluso. Santiago, LOM Ediciones. P. 175.
24
223
etapas que iba pasando un personaje, de ahí los “siete
estados”. Tomaba, obviamente, elementos chilenos, del
folclor… me parece que tomó la idea de una leyenda de
Antofagasta. Y comencé a trabajar con el conjunto con el
que había tenido vinculación anterior, que había sido IntiIllimani.27
El proyecto contemplaba la participación en escena de Víctor Jara, del
Ballet Nacional Chileno, de Los Blops -una de las bandas fundadoras del rock
chileno, unida amistosamente a Jara desde antes de la edición de El derecho de
vivir en paz- y de los consabidos Inti-Illimani, quienes fueron convocados por
Garrido-Lecca inmediatamente después de registrar su álbum Autores Chilenos,
fruto de la colaboración con Luis Advis.28 Además, Los siete estados incluiría la
participación de la Orquesta Sinfónica de Chile, de la cantautora Isabel Parra, del
ex Quilapayún Patricio Castillo y de los cubanos Manguaré,29 según distintos
testimonios que han sido difíciles de contrastar durante esta investigación. El
trabajo propiamente de creación y montaje habría partido hacia 1970, liderado
por Bunster y Jara, con la expectativa de estrenar la obra hacia 1974. Los
ensayos generales se celebraban en la Sala La Reforma y en el Teatro del
Instituto de Extensión Musical de la Universidad de Chile, mientras que IntiIllimani, Garrido-Lecca y Jara, recreando el taller organizado en el Conservatorio,
se reunían en casa del cantautor o en el garaje que el conjunto ocupaba, para
montar tanto las piezas compuestas por el peruano como las canciones escritas
por el chileno.30
Según el musicólogo Nelson Niño, su estreno habría afectado
decisivamente el proceso de transformación que vivía el ballet chileno, en modo
ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
GRANDÉ, C. 2014. Inti Illimani: conservar bienes culturales. En: CONTRERAS, G. y
VASSALLO, E. (Eds.). La cultura con Allende. Tomo I 1970-’71. Santiago, Alterables / Étnika. P.
91.
29 NIÑO VÁSQUEZ. Op. cit., p. 158.
30 COULON, J. 2009. La sonrisa de Víctor Jara. Santiago, Editorial Universidad de Santiago de
Chile. P. 59.
27
28
224
comparable a cómo la Cantata Popular Santa María de Iquique, compuesta por
Advis e interpretada por Quilapayún, marcaría un hito trascendental para la NCCh
y para la música chilena en general.31 Debido a que García-Lecca debió
abandonar las partituras al escapar de Chile, extraviándose estas para siempre,
la única fuente musical de la que disponemos es una grabación de media hora
aproximada de duración, que según he averiguado fue registrada para ser
reproducida durante los ensayos del cuerpo de baile.32 Una audición atenta de
este material revela que quienes participan son una orquesta de tamaño medio en donde destaca un siempre presente ensamble de percusiones-, el conjunto
Inti-Illimani, una voz femenina que abre la grabación y Víctor Jara, quien
interpreta “Las siete rejas”, canción de su autoría. Llama la atención el uso
protagónico de grabaciones en cintas que, según Garrido-Lecca, fueron
trabajadas en el laboratorio electroacústico de la Universidad de Chile con la
asistencia de Santiago Pacheco, sonidista que participó en varias producciones
del cine chileno de ese entonces.33 Dicho recurso, además de despertar
simpatías en el grueso de los compositores chilenos de la época,34 suponían una
novedad inusitada para la NCCh, escena que experimentó largamente en el
estudio de grabación pero que nunca entró de lleno en la acusmática.35
El compositor proyectó Los siete estados como una obra orquestal
organizada a partir -valga la redundancia- de una base orquestal sobre la que a
PEÑA QUERALT, P. 2014. ¿Doctos populares? Advis, Ortega y Becerra, trilogía de límites
confusos en el seno de la Nueva Canción Chilena. En: KARMY, E. y FARÍAS, M. Palimpsestos
sonoros. Reflexiones sobre la Nueva Canción Chilena. Santiago, Ceibo Ediciones. P. 127 y ss.
32 Agradezco especialmente a los coleccionistas e investigadores Aníbal Fuentealba y Víctor
Tapia por facilitarme copias de dicho material. El registro de la obra puede ser consultado en
https://discotecanacionalchile.blogspot.com/2012/06/celso-garrido-lecca-victor-jara-inti.html
33 ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
34 SCHUMACHER RATTI, F. 2007. 50 años de música electroacústica en Chile. Revista Musical
Chilena 61(208): 68.
35 FIGUEROA RODRÍGUEZ, G. y OSORIO FERNÁNDEZ, J. 2018. ’Ahora sí la historia tendrá
que contar…’. El pueblo en la imaginación fonográfica de la Nueva Canción Chilena, 1969-1972.
En: PALOMINOS MANDIOLA, S. y RAMOS RODILLO, I. (Eds.). Vientos del pueblo.
Representaciones, recepciones e interpretaciones sobre la Nueva Canción Chilena. Santiago,
LOM Ediciones. Pp. 163 y ss.
31
225
su vez van superponiéndose distintos movimientos,36 a cargo de los distintos
artistas convocados, los que representan los “estados” de la historia
latinoamericana sugeridos por su título. A los mencionados recursos
electroacústicos se van sumando la antedicha canción de Jara y, entre otros
pasajes, un arreglo, interpretado principalmente por Inti-Illimani, del “Zapateo”
registrado por el científico francés Amédée Frézier en Chile, a inicios del siglo
XVIII, que fuera grabado por Estela y Margot Loyola para el álbum Aires
tradicionales y folklóricos de Chile, coeditado en 1944 por la Universidad de Chile
y RCA Victor.37 Garrido-Lecca sostiene que la inclusión del “Zapateo” fue
solicitada por Bunster,38 respondiendo a necesidades incidentales y al hecho de
que, finalmente, el compositor estaba parcialmente sometido a la autoridad del
bailarín, quien inicialmente impulsó el proyecto. Debido al hecho de integrar
eclécticamente música de distintas tradiciones y artes escénicas, la obra Los
siete estados representaba un paso más allá para Celso Garrido-Lecca, en
términos de sus propios criterios estéticos y políticos y, al mismo tiempo, un tipo
de proyecto artístico integral que habría marcado -me atrevo a decir- el inicio de
una nueva época para las artes en Chile y, posiblemente, en América Latina. Su
estreno fue frustrado por el golpe de Estado que, el 11 de septiembre de 1973,
acabó con la Unidad Popular.
5.2 La Escuela Nacional de Música y el Taller de la Canción Popular
Su abierto compromiso y su amistad con Víctor Jara -quien, recordemos,
fue brutalmente asesinado pocos días después del golpe- hicieron imposible la
vida de Garrido-Lecca en Chile. Aunque Samuel Claro Valdés, decano de la
Facultad designado por la Junta Militar de Gobierno, estuvo de acuerdo con que
ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
VV.AA. [2005]. Aires folklóricos y tradicionales de Chile [disco y libro]. Santiago, Centro de
Documentación e Investigación Musical de la Universidad de Chile. 1 disco compacto, 60 min.
38 ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
36
37
226
él continuara como profesor, algunos colegas le recomendaron encarecidamente
que dejara el país:
“Yo llegué [a Santiago de Chile] en el ’50, y estuve hasta el
’73. O sea veintitrés… y no es que me fuera ¡es que tuve
que salir! […] Y en ese momento ya me enteré del asesinato
de Víctor, dos días después del golpe… entonces… y me
dijeron “a ti, van a llegar de todas maneras”. En la Facultad
misma nos pasaban las voces, así: “tienes que esconderte”.
Y claro…”39
Garrido-Lecca, a la sazón un compositor chileno, retornó al Perú el 4 de
noviembre de 197340 y, paradojalmente, terminó exiliándose en su país de origen.
Su dramática salida se vio aliviada en cierta medida por el buen recibimiento que
tuvo de parte de la oficialidad cultural del Velascato, la que valoró su preparación
y su experiencia. De hecho, a su llegada logró rápidamente trabar contacto con
la alta burocracia y arreglar la permanencia en el Perú del compositor e
investigador Fernando García y de su esposa, la coreógrafa Hilda Riveros. 41
García ingresó como profesor a la Escuela Nacional de Música42 -en adelante,
ENM- y como investigador a la Oficina de Música y Danza del INC, en donde,
junto al compositor y musicólogo César Bolaños, al folclorista Josafat Roel
Pineda y otros, escribieron una obra monumental y pionera en los estudios
etnomusicológicos de la región, el Mapa de los instrumentos musicales de uso
popular en el Perú.43 Por su parte, Hilda Riveros, ex bailarina del Ballet Nacional
Chileno y docente exonerada de la Universidad de Chile, fue contratada por el
ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
NIÑO VÁSQUEZ, Op. cit., p. 21.
41 ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
42 SÁNCHEZ MÁLAGA, A. 2003. Para mi amigo Fernando García desde el Perú. Revista Musical
Chilena 57(200): 86.
43 ROEL PINEDA, J., et al. 1978. Mapa de los instrumentos musicales de uso popular en el Perú.
Clasificación y ubicación geográfica. Lima, Oficina de Música y Danza del Instituto Nacional de
Cultura. 583p.
39
40
227
Instituto para formar y dirigir el Ballet Moderno de Cámara, aportando
sustancialmente al desarrollo de la danza peruana.44
La llegada de Garrido-Lecca al país coincidió con dos hechos que atañían
directamente al arte y la cultura peruanos. El primero, la implementación de una
política cultural y de propaganda que, en el mediano plazo, favoreció la existencia
de determinados movimientos y escenas. En tal sentido, mientras que SINAMOS
-centrado en la instrumentalización del talento artístico en beneficio del gobiernocumplía con objetivos contingentes, el INC, fundado en marzo de 1971, se
ocupaba de la cultura en términos cívicos y formativos, a largo plazo y
orientándose a fortalecer la identidad y el patrimonio culturales de la nación, bajo
la lógica revolucionaria. En sintonía con la reforma educacional, el gobierno
militar reorganizó las instituciones formativas, transformando así el Conservatorio
Nacional de Música en la ENM, bajo la política de socialización de la formación
artística, de la generación de una cultura nacional basada en las tradiciones
folclóricas y populares,45 y del aporte a una cultura peruana y latinoamericana
descolonizada
y
autónoma.46
En
opinión
de
Garrido-Lecca,
dicha
reestructuración coincidía con un “momento introspectivo”47 en la historia
peruana, una época en que cundía una reflexión en torno al quehacer cultural y
en relación a los problemas de la identidad nacional y de las vida material y
política de los peruanos. El compositor reparaba, asimismo, en la paradoja que
representaba el que un gobierno militar hubiera estimulado esta relación con la
cultura y las medidas correspondientes, a contrapelo de los gobiernos civiles
peruanos previos y, sobre todo, del resto de las dictaduras militares
latinoamericanas en curso.
SIMÓN, P. 1975. Hilda Riveros, desde el pueblo y hacia él. Cuba en el Ballet 6(3): 31.
COLOMA PORCARI, El Instituto Nacional de Cultura del Perú, p. 7.
46 INSTITUTO, Cultural policy in Peru, p. 63.
47 MARTÍNEZ ESPINOZA, M. 2002. La música como existencia real. Conversación con Celso
Garrido-Lecca. Lienzo 23: 94.
44
45
228
El segundo hecho con que coincidió el arribo de Garrido-Lecca fue la
participación de buena parte de la intelectualidad y de los artistas en los aparatos
de cultura y propaganda, ya como funcionarios o como colaboradores,
participación que, a la luz de la heterogeneidad ideológica del régimen, dio pie al
desarrollo de propuestas que, gozando de auspicio estatal tácito o explícito,
pudieron desplegarse con relativa autonomía. Lo anterior obviamente no libraba
a los agentes culturales de eventuales conflictos con los militares o con otros
civiles bajo la Revolución. Ambos hechos, sin embargo y puntualmente,
beneficiaron la adaptación de Garrido-Lecca al medio peruano y el posterior
surgimiento de la NCP.
El compositor ingresó a la ENM en 1974 como profesor de composición y
orquestación, llegó a ser su director entre 1976 y 1979 y, hasta fines de los
setenta, cumplió con distintas funciones en oficinas públicas.48 Garrido-Lecca
revisó el currículo e implementó un área de extensión en orden a conectar el
antiguo Conservatorio con la comunidad, e integrar lo folclórico y lo popular a la
formación y la creación. Estos cambios implicaban una renovación radical de la
música académica peruana, absolutamente coherente con los tiempos en curso,
y
respecto
a
sus
actividades
creativas,
siguió
componiendo
obras
comprometidas.49 Su evolución estética y política se vio tremendamente
favorecida con las condiciones brindadas por el GRFA, reafirmándose así su
convencimiento de que el futuro de la música radicaba en la eliminación de las
barreras entre las vertientes folclóricas, populares y académicas. Esta suerte de
“arte poética” quedó plasmada en su concepto de “nuevo tiempo”, acuñado para
TELLO, A. 1999. Semblanza de Celso Garrido-Lecca. Cuadernos 1: 40.
Un proyecto muy interesante fue la obra sinfónica “El movimiento y el sueño”, basada en un
poema del peruano Alejandro Romualdo que combina las figuras de Ernesto “Che” Guevara y del
cosmonauta Yuri Gagarin. La obra fue proyectada originalmente en Chile durante la Unidad
Popular, trabajada bajo las dictaduras militares en el Perú, y recién estrenada en 2016. DORIVAL
GARCÍA, Notas al programa, s.f.
48
49
229
referir a la nueva época de la música latinoamericana, animada por la fusión de
dichas tradiciones y por su contexto político progresista.50
Garrido-Lecca transitó un camino desde lo docto a lo popular y viceversa,
originalmente en Chile, sistematizándolo posteriormente bajo la Revolución
Peruana. Si bien su postura concordó con la sensibilidad del proceso, su ingreso
a la ENM no pasó inadvertida y, en algún modo, avivó ciertos conflictos
académicos. Una mirada amplia sobre el campo cultural velasquista devela que
la intención tras estos compromisos y medidas era la de propiciar una suerte de
mestizaje que, de hecho, al menos desde los sesenta, dominaba sobre el
imaginario de buena parte de la intelectualidad y de los artistas peruanos. En
términos puros, lo que el GRFA pretendió a través de SINAMOS, el INC e
instituciones similares, fue oficializar dicha sensibilidad, levantándola como
programa, y sobre aquella dar curso a una refundación nacional. Según esta
argumentación, no sería descabellado afirmar que el Velascato, culturalmente,
oficializó el afán de cierta intelectualidad por superar la dispersión de una
consciencia nacional en la fusión armónica de todas sus parcialidades,51 pulsión
que persiste actualmente y que, en mayor o menor medida, hacer parte del
legado velasquista.
Esta situación partió aguas al interior del antiguo Conservatorio,
agravando diferencias personales entre algunos de los principales compositores.
Mientras, por una parte, César Bolaños encarnaba la vanguardia musical en
clave socialista y Celso Garrido-Lecca la conciliación de todas las tradiciones a
partir de un compromiso similar, sobre Enrique Iturriaga, por la otra, dominaba
una estética neoclásica volcada sobre sí misma, descomprometida, contrastante
estilísticamente con el vanguardismo de Edgar Valcárcel, pero igualmente
desinteresada por lo político. Este apoliticismo fue sólo aparente, por supuesto,
pues ninguno de los mencionados escapó a la incidencia académica del
50
51
NIÑO VÁSQUEZ, Op. cit., p. 79.
ZAPATA, Las claves del período, p. 29.
230
Velascato o a eventuales pugnas por cargos y reconocimientos. Bolaños, por
ejemplo, regresó definitivamente al Perú en 1971 después de residir durante
varios años en la Argentina, país en donde experimentó un giro hacia la izquierda.
Se acercó a la Revolución Cubana y estrenó piezas como “Ñancahuazú”, de
1970,52 obra para pequeña orquesta, coro y cintas, que incorporaba una lectura
dramatizada del Diario del Che en Bolivia.53 Su concientización, asimismo, lo
acercó al GRFA, régimen que lo reclutó como director de la Oficina de Música y
Danza del INC. Bolaños se volcó con éxito a la investigación musicológica y al
trabajo burocrático en buena parte porque, paradojalmente, el Velascato no
sentía particular aprecio por su abstracción estética y no le proveería de los
sofisticados medios técnicos para realizar su obra.54
Un evento que ilustra igualmente los roces entre música docta y política
bajo el Velascato fue el concurso convocado por el régimen para conmemorar el
sesquicentenario de las batallas de Junín y Ayacucho, en 1974. El certamen fue
ganado por Enrique Iturriaga con su “Sinfonía Junín y Ayacucho: 1824”, 55 la que
-según el musicólogo, director coral y compositor Aurelio Tello- fue escogida
debido a que su estilo neoclásico56 satisfacía las expectativas de los militares:
contar con una pieza cuyo carácter fuera comparable a “La Marsellesa” o a la
“Obertura 1812” de Chaikovski.57 En contraste, Bolaños, fiel a su vanguardismo,
presentó
la
obra “Ayacucho”
-de
la
que
no
quedó
registro-,
cuyo
experimentalismo fue desestimado por el jurado. El contraste entre un caso y otro
FILINICH OROZCO, R. 2017. Ta[p]chas. References to indigenous traditions in peruvian
electroacoustic composition of the 1960s. Leonardo Music Journal 27: 95.
53 BOLAÑOS, C. [2009]. Peruvian electroacoustic and experimental music (1964-1970) [disco].
Nueva York, Pogus Productions. 2 discos compactos, 90 min.
54 ALVARADO MANRIQUE, L. 2009. Breve biografía e itinerario musical de César Bolaños”. En:
ALVARADO MANRIQUE, L. (Ed.). Tiempo y obra de César Bolaños. Lima, Centro Cultural de
España en Lima. Pp. 45-54.
55 ITURRIAGA, E. [1975]. Sinfonía Junín y Ayacucho: 1824 [disco]. Lima, Ministerio de Guerra. 1
disco de larga duración, 40 min.
56 PETROZZI, C. 2009. La música orquestal peruana de 1945 a 2005. Identidades en la
diversidad. Tesis para optar al grado de Doctora en Musicología. Helsinki, Universidad de
Helsinki. P. 150.
57 ENTREVISTA a Aurelio Tello, 9 y 12 de marzo de 2017, Lima, Perú.
52
231
es elocuente respecto al rechazo velado que existió en el sector más hegemónico
de la institucionalidad cultural frente a las estéticas de avanzada, y sobre la
preferencia, como ya he dicho, por formas más convencionales y, más
recientemente, por lo folclórico y lo popular. En palabras de Tello:
“[…] había varios problemas en el Perú en ese momento.
Uno de ellos fue el proceso revolucionario, que había
puesto en tela de juicio una serie de valores culturales y que
había traído a la escena una serie de músicas
invisibilizadas ¿no? La música indígena, la música
selvática, el folclor, la música popular, el canto nuevo…
esas cosas. Entonces, había una gran efervescencia por
eso. Y tocar Beethoven, tocar Haydn, tocar la música
clásica se veía como una especie de reacción, de actitud
reaccionaria, lo cual era una estupidez… pero era.
Entonces, a los compositores mismos los puso en un
predicamento ¿no? Se veía en la composición de música
de este tipo una especie de elitismo que, por ser eso,
elitista, era necesariamente malo ¿no? Era antipatriótico,
antirrevolucionario, antipopular, antiépoca [sic]. Y esas
controversias ya se habían dado antes, es decir, ya se
había dado en los treinta y en los cuarenta en Rusia, y en
el Perú estábamos haciendo eco de esas discusiones
absurdas.”58
Frente a estas disputas, Celso Garrido-Lecca optó por trabajar sobre la
vinculación de composición docta y canción popular legitimada por el movimiento
chileno. La aceptación tácita de la Renovación Folclórica como paradigma, según
mencioné a inicios de este capítulo, estuvo precedida por el apoyo brindado por
ciertas reparticiones públicas, especialmente el INC, a iniciáticas como el
Programa de la Canción Latinoamericana, con el fin de poner al día al Perú en
relación a las principales tendencias artísticas latinoamericanas. Por su parte,
con su presencia en el país, el compositor ofrecía al INC la chance de reformar
el campo docto peruano y, al mismo tiempo, estimular el ámbito popular sobre la
58
ENTREVISTA a Aurelio Tello.
232
base de lo vernáculo -entendido esto, por cierto, desde la experiencia chilena-.
Es necesario enfatizar que el TCP constituyó una instancia oficial organizada por
el GRFA, en línea tanto con la reforma educacional como con las políticas
estrictamente culturales,59 por cuyo medio se pretendía modernizar el viejo
Conservatorio, introducir la música popular a la formación académica y,
ulteriormente, democratizar la cultura. En opinión de Marco Iriarte, exestudiante
y miembro fundador del conjunto Tiempo Nuevo:
“el taller convocado por Celso representaba una revolución
en el Conservatorio, pues pasó de ser una entidad de
conservadurismo total […] a incorporar géneros en un
nuevo contexto social. Había una revolución militar y una
revolución en los conceptos ¿ves? Y conjugaba muy bien
con las ideas de Celso al interior del Conservatorio. Y llama
gente de escuela y llama a gente de fuera que tenían una
afición por la música popular, y forma el Taller de la Nueva
Canción allí”.60
A través del Taller, cuya fundación se produjo hacia junio de 1974,61
Garrido-Lecca esperaba replicar su experiencia con Inti-Illimani y otros agentes
de la escena chilena, creando a su vez un movimiento local de rasgos
comparables.62 La aparición del TCP es prueba de que el Velascato no impulsó
un movimiento renovador inicialmente nacionalista, es decir, proyectado sobre la
innovación a partir del folclor local, si no, más bien, aspiró indirectamente a la
fundación de un movimiento peruano de la Nueva Canción a imagen, sobre todo,
de su equivalente chileno.63
OLIART, P. 2018. Politizando la educación: la reforma del año 1972 en Perú. En: AGUIRRE,
C. y DRINOT, P. (Eds.). La revolución peculiar. Repensando el gobierno militar de Velasco. Lima:
Instituto de Estudios Peruano. Pp. 178-179.
60 ENTREVISTA a Marco Iriarte, 6 de marzo de 2017, Lima, Perú.
61 ENTREVISTA a Aurelio Tello.
62 ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
63 LLORÉNS AMICO, La Nueva Canción Latinoamericana, p. 16.
59
233
Su fundación, como era de esperar, halló resistencia entre algunos
docentes del ex Conservatorio, especialmente en Edgar Valcárcel, quien se
oponía enérgicamente a las reformas.64 No obstante, el Taller logró operar con
normalidad. Su funcionamiento respondía al currículo y contaba con profesores
regulares pero, debido a la mencionada oposición, no logró superar la etapa
“experimental”65 para constituirse en materia conducente a alguna mención o
grado académico.66 Aurelio Tello, quien cumplió un rol central en el
funcionamiento del TCP, complementa esto explicando que éste formaba parte,
más bien, de las actividades extraprogramáticas de la ENM, siendo diseñado
especialmente para aquellos estudiantes que mostraban interés por la música
popular asociada a la renovación, y aceptando además alumnos libres que no
ingresaron oficialmente a la Escuela.67 Sin embargo, el compromiso con que
tanto los profesores como los alumnos enfrentaban el trabajo al interior del
mismo, según Juan Antonio Catter68 -ex estudiante y miembro del conjunto
Vientos del Pueblo-, contrastaba con el hecho de que no fuera un ramo regular.
Coherentemente, el proyecto, aparte de obedecer a convicciones políticas y
estéticas, procuraba profesionalizar a los jóvenes músicos populares, no
necesariamente en un sentido financiero o sindical, si no, antes bien, en uno
académico: proveyéndoles de herramientas técnicas -bases teóricas, históricas,
de apreciación musical y poética- que elevaran el nivel de su trabajo. Era,
precisamente, lo que Garrido-Lecca quiso lograr en Santiago de Chile y era lo
que hacía el mencionado Leo Brouwer -a quien también tuvieron en el TCP como
referente- en La Habana con los jóvenes de la Nueva Trova.69
ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario. ENTREVISTA a Aurelio Tello.
TEXTUAL pregunta a Enrique Iturriaga. 1975. Textual 10, Lima, Perú, octubre, 70.
66 ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
67 ENTREVISTA a Aurelio Tello. El entrevistado, asimismo, apunta a que Chabuca Granda, en la
misma época, organizó un taller de composición con propósitos similares, del que participó
Andrés Soto, quien también asistía al TCP.
68 ENTREVISTA a Juan Antonio Catter, 25 de marzo de 2017, Lima, Perú.
69 ENTREVISTA a Aurelio Tello.
64
65
234
Acerca de la instrumentación y del repertorio, el TCP estimulaba la
creación a partir de elementos de la música popular, fundamentalmente con la
práctica de instrumentos autóctonos,70 específicamente del charango, quena,
zampoñas, bombo legüero, etcétera,71 reproduciéndose así el modelo de
ensamble andino tan popular en el medio renovado latinoamericano. Las
expectativas de Garrido-Lecca, esencialmente puestas en el metagénero
novocancionista, reducían lo que aquí podía entenderse por “música popular” al
modelo chileno, a determinados aspectos del vocalismo -primordialmente de las
escenas argentina y chilena- y posteriormente al tipo de canción desarrollada por
el movimiento cubano.
“Tampoco era para cualquier música popular […]”, afirma
Tello, “[…] nosotros recibíamos chicos que querían ingresar
y venir cantando baladas estilo Camilo Sesto. Y
simplemente se les decía que no. Y ellos se quedaban
preguntándose ‘pero si esto es música popular… por qué
no’. Porque no estábamos interesados en ese tipo de
repertorio”.72
Por otra parte, Catter señala que al interior del Taller en general se daba
un desprecio tácito hacia una serie de géneros masivos -entre otros, el rock y la
salsa- que no coincidían con las esencias nacionales y populares intrínsecas al
folclor, actitud en que seguramente repercutían las implicancias políticas de estas
prácticas musicales y sus contextos.73 Antes bien, el propósito final era el de dar
vida a un tipo de canción que contrastara, tanto en su contenido lírico como un
su forma musical, con la canción alienante descrita tanto por la crítica cultural
comprometida como por el sentido común izquierdista latinoamericano. GarridoLecca, fiel a su trayectoria y a la memoria de su amigo, inauguró el TCP con el
MARTÍNEZ ESPINOZA, La música como existencia real, p. 94.
BOLÍVAR CANO, J. F. 1994. Celso Garrido-Lecca. En: Entrevista a la nueva canción
latinoamericana. Medellín, Editorial Universitaria de Antioquia. Pp. 177-178.
72 ENTREVISTA a Aurelio Tello.
73 ENTREVISTA a Juan Antonio Catter.
70
71
235
arreglo y el montaje de piezas de Víctor Jara, 74, para posteriormente ir
incorporando otras canciones de Violeta Parra, Isabel Parra, Sergio Ortega,
César Isella y otros autores, e incluir finalmente canciones de creación propia y,
en algunos casos, colectiva.75
Según fui realizando las entrevistas citadas, llamó fuertemente mi atención
que los miembros del Taller poco o nada hablaran sobre la escena, los géneros
y los artistas tanto del folclor serrano como criollistas. No hubo menciones, por
ejemplo, para instrumentistas que, no obstante su cuidada interpretación -hablo
del guitarrista Raúl García Zárate, sobre todo- o al hecho de que dictaran clases
en la Escuela Nacional Superior de Folklore -hablo del charanguista Jaime
Guardia y del violinista Máximo Damián Huamaní-,76 no fueron invitados como
monitores al Taller, y que, en caso contrario, habría representado un vínculo
concreto con la escena local del folclor. Lo que en el Taller se entendió, al menos
en sus inicios, por “folclor”, no guardaba relación con las expresiones
tradicionales o con las prácticas musicales de los migrantes andinos o de los
criollos costeños.77 Sin embargo, quien pudo en algún modo matizar el poderoso
influjo novocancionista con elementos y sensibilidades propios de las tradiciones
locales, fue el quenista y concertista en flauta César Vivanco Sánchez, quien
sistematizó la enseñanza académica de la quena -un poco siguiendo a su padre,
el destacado investigador y músico Alejandro Vivanco Guerra- y fue miembro de
Tiempo Nuevo.78 Sin embargo, se trata de una excepción. Esta desconexión con
REVISTA MUSICAL CHILENA. 2001. Catálogo de las obras de Celso Garrido-Lecca. Revista
Musical Chilena 55(196): 27.
75 NIÑO VÁSQUEZ, Op. cit., p. 79.
76 TESTIMONIOS. 1977. Runa, julio, 10-12.
77 LLORÉNS AMICO, La Nueva Canción Latinoamericana, p. 17.
78 Entrevista al conjunto Vientos del Pueblo, 25 de marzo de 2017, Lima. En relación a esto último,
el antropólogo Pablo Molina Palomino plantea que un antecedente para la NCP -paralelo, por
cierto, al TCP- fue el Orfeón de Quenas de Vivanco Guerra, conjunto-escuela que se volcó al
arreglo e interpretación de repertorio folclórico y tradicional andino con un espíritu renovador sui
generis, aparentemente desconectado de los movimientos hegemónicos latinoamericanos.
Entrevista a Pablo Molina Palomino, 20 de marzo de 2017, Lima. Su fundación oficial se produjo
en 1974, obedeciendo a la vocación pedagógica de Alejandro Vivanco. VILCAPOMA, J. C. 1999.
74
236
el folclor local, con el pasar del tiempo, se volvería un problema para el desarrollo
de la NCP.
El TCP estuvo conformado regularmente por alrededor de quince
estudiantes79 y en total acogió alrededor de una cincuentena de músicos a lo
largo de sus cinco o seis años de funcionamiento.80 De acuerdo al testimonio
entregado por Aída “Mocha” García Naranjo, fundadora de Tiempo Nuevo y figura
pública peruana, el Taller contó originalmente con la supervisión directa e
indirecta de Garrido-Lecca, quien además dirigía, algunas veces de primera
mano, los conjuntos que se fueron formando.81 Una vez que el compositor asumió
la dirección de la ENM en 1976, la coordinación general del Taller recayó en
Ricardo Eyzaguirre García82 -músico ayacuchano quien posteriormente fue la
cabeza del conjunto Vientos del Pueblo-, hecho que marcó un alejamiento
paulatino entre, por una parte, Garrido-Lecca y los conjuntos, y por la otra entre
estos mismos y la Escuela.
5.3 Tiempo Nuevo, la izquierda y el Velascato
Conformado por Garrido-Lecca entre 1974 y 1975, el conjunto Tiempo
Nuevo tomó precisamente su nombre del concepto de “nuevo tiempo” que,
recordemos, apunta a los horizontes sociopolíticos y estéticos de la renovación
latinoamericana. Llegó a ser uno de los conjuntos de NCP más sobresalientes,
contando actualmente con más de cuarenta años de trayectoria. El conjunto fue
fruto del TCP, porque Garrido-Lecca, en su afán de recrear y perfeccionar el
sonido y la disciplina de la NCCh, y de transformarse en un creador de canciones
Alejandro Vivanco. La quena de todos los tiempos. Vida y obra. Lima, Nuevo Mundo Ediciones.
Pp. 68-69.
79 ENTREVISTA a Aurelio Tello.
80 ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario.
81 ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo, 14 de marzo de 2017, Lima, Perú.
82 ENTREVISTA a Juan Antonio Catter.
237
que aspiraban a una mayor popularidad,83 echó mano de aquellos alumnos del
Taller que podían comprometerse con un proyecto que exigía una atención
constante y una profesionalización rápida. Pero, asimismo, el conjunto respondía
a una solicitud hecha por el Estado, con la intensión propagandística de proveer
al régimen de un conjunto novocancionista y, por lo tanto, Tiempo Nuevo fue el
resultado indirecto de las políticas culturales y comunicacionales de la Revolución
Peruana. A causa de estos y otros motivos, la historia del conjunto refleja una
serie de problemas y desafíos comunes a todo el movimiento peruano: la
relevancia del modelo chileno y el anhelo de “peruanizar” la NCP, la diversidad y
fragmentación de la izquierda política, y las relaciones entre los conjuntos y
solistas y el GRFA, entre otros.
La formación inicial del conjunto se compuso de los mencionados Aída
García Naranjo y Marco Iriarte, del ex Conservatorio, quienes además cursaban
carreras en ciencias sociales en otras casas de estudio. Además, Iriarte era
músico de la compañía Cuatro Tablas, uno de los referentes más importantes del
teatro peruano comprometido de los setenta, en la cual Garrido-Lecca logró
reclutar también a Aurora Mendieta, cantante y actriz, y a Alberto “Chino” Chávez,
quien ha desarrollado una destacada carrera como solista y productor. Ingresó
igualmente Martina Portocarrero, conocida intérprete folclórica quien, en ese
entonces, era estudiante de canto en la ENM.84 Asimismo, fueron fundadores el
ya mencionado César Vivanco, quien llegó a ser uno de los principales vientistas
del Perú, y Danai Hohne, quien, como Garrido-Lecca, había escapado desde
Chile y, con el tiempo, se situó como una figura de renombre en la historia del
pop peruano de los ochenta. Entre los setenta e inicios de la década siguiente,
también formaron parte de Tiempo Nuevo Armando Becerra -quien llegó a ser su
83
84
ENTREVISTA a Aurelio Tello.
ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
238
director- y Dante Piaggio, quien vino del rock y luego siguió una carrera en otros
conjuntos renovadores.85
El resultado final fue, como se ve, bastante ecléctico: la agrupación se
formó con músicos provenientes de la escena rockera, con miembros de la
Orquesta Sinfónica y del Coro Nacionales, estudiantes de música, una joven
exiliada, tres actores y algunos estudiantes universitarios.86 A esta diversidad se
sumaba otro aspecto distintivo, su carácter mixto, pues el conjunto siempre ha
tenido entre sus filas a mujeres, lo que resulta ser muy contrastante en una
escena continental de una apabullante presencia masculina. Según el testimonio
de García Naranjo, la decisión de componer un grupo mixto:
“fue tomada a consciencia musical, más que a consciencia
de género […] porque se quería un grupo con soprano,
contralto, tenores y bajos. Es decir, a una estructura de
octeto vocal […] Todas teníamos registros amplios como
para pasar de contraltos a mezzos, o para pasar de mezzos
a sopranos. O las sopranos podían pasar de ligeras a
dramáticas ¿no? Entonces eso, efectivamente, abrió la
gama sonora de lo que puede ser una gama sonora
masculina […]”.87
En la fundación de Tiempo Nuevo, como ya indiqué, influyó la intención
del GRFA de contar con un conjunto de Nueva Canción. El hecho se dio en un
contexto de fuertes disputas, puntualmente al interior del SINAMOS, debido a la
importante presencia de militantes o simpatizantes izquierdistas que, siguiendo
la explicación del investigador Raúl Álvarez Espinoza, “copaban” dicha estructura
y amenazaban la autonomía programática del gobierno.88 Ante tal panorama,
Velasco y el Comité de Asesoramiento de la Presidencia tomaron la decisión emulando las estrategias aplicadas al mundo sindical- de levantar una
ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez, 11 de febrero de 2017, Lima, Perú.
LLORÉNS AMICO y OLIART, La nueva canción en el Perú, p. 77.
87 ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
88 Según comunicación personal del investigador Raúl Álvarez Espinoza, 10 de enero de 2019.
85
86
239
organización paralela,89 dependiente directamente de la Casa de Pizarro,
encargada exclusivamente de algunas actividades en cultura y, sobre todo, del
control de la prensa, radio y televisión que el Velascato mandaba a través de la
legislación y confiscaciones de medios de 1975.90 Así nació en 1974 el Sistema
Nacional de Información -SINADI-,91 organismo comunicacional que, mediante
su Oficina Central de Información -OCI-, tomó medidas tendientes a demostrar
que, más allá del desempeño del INC, el GRFA se preocupaba de dotar al Perú
de una cultura popular moderna y de nivel internacional.92
Fue justamente la OCI la entidad que comprometió apoyo a ciertos
proyectos culturales que, situados a la izquierda del Velascato, entraron en
ambiguo ámbito de colaboración con el régimen o de instrumentalización, pero
que sin duda constituyeron propuestas gravitantes por su valor en sí. La OCI, por
cierto, estuvo dirigida por Jorge Madueño Romero,93 músico que tuvo una
destacada participación en la producción y formación musical desde la década
del sesenta, y es muy posible que su dirección haya incidido en que la NCP
atrajera aún más al Velascato. La decisión de brindar dicho apoyo respondía,
asimismo, al interés de un sector de la intelectualidad peruana por acortar
distancias entre determinadas escenas culturales contemporáneas y la
Revolución Peruana.94 Como fuera, la Oficina habría contactado a Garrido-Lecca,
quien, gracias a su presencia central en la ENM y la influencia que podía ejercer
en el INC, tomó la iniciativa de formar Tiempo Nuevo para satisfacer esta solicitud
-además de sus propios intereses musicales-, sobre la base del incipiente trabajo
desarrollado por el TCP.95
BÉJAR RIVERA, H. [s.a]. Velasco. Lima, autoedición. Pp. 78 y 100.
CONTRERAS y CUETO, Op. cit., pp. 352-353.
91 ATWOOD, R. y MATTOS, S. 1982. Mass media reform and social change: the peruvian
experience. Journal of Communication 32(2): 39.
92 ENTREVISTA a Aurelio Tello.
93 ENTREVISTA a conjunto Vientos del Pueblo, 25 de marzo de 2017, Lima, Perú.
94 ENTREVISTA a Marco Iriarte.
95 ENTREVISTA a Aurelio Tello.
89
90
240
La OCI dispuso un local como residencia y sala de ensayo para tres
elencos, con el fin de articular un gran equipo de primer nivel: los ya mencionados
Cuatro Tablas, Perú Negro96 y los recientemente fundados Tiempo Nuevo. La
Oficina estableció, además, una remuneración97 -desmentida por algunos
testimonios- y dispuso la asistencia de asesores que apoyarían a los elencos en
cuestiones artísticas e ideológicas.98 Dichas medidas tuvieron un destino efímero
pues fueron anuladas una vez derrocado el gobierno de Velasco, en agosto de
1975.99 Como fuera, según el testimonio de Alberto Chávez:
“Se logró hacer el grupo Tiempo Nuevo, y era un proyecto
financiado por el gobierno de Velasco… se hizo una cosa
increíble, que es donde aprendo la música negra: se alquila
una casa. Esta casa tenía una planta baja, que era para
Tiempo Nuevo, y un segundo piso, que era para Perú Negro
y Cuatro Tablas. Entonces, se planeó que esto produjera un
espectáculo de teatro, música y nueva canción […] Y
vivíamos ahí, juntos. Entonces, claro, cuando te aburrías de
tu grupo, bajabas al otro piso, o subías, no sé, a hablar, y
terminabas tocando.”100
En la misma línea, SINAMOS continuó desempeñando funciones
similares, especialmente la organización de festivales musicales en distintas
regiones del Perú y la programación de grupos renovadores en la televisión
nacional.101 Asimismo, la estructura coordinaba las labores de otros conjuntos
independientes -es decir, al margen tanto del Sistema como de la ENM- que,
Formado a inicio de los setenta por antiguos discípulos de Victoria Santa Cruz, Perú Negro es
desde entonces uno de los exponentes más importantes, musical y dancísticamente, del
afroperuanismo. Su peso específico en términos artísticos es comparable al rol político que
cumplió durante sus primeros años, como emblema cultural, asimismo, del Velascato, como la
consolidación también del renacimiento afroperuano -en tanto movimiento de reivindicación
minoritaria- y como experiencia definitoria de rasgos fundamentales del turismo, un área cultural
y económicamente estratégica para el Perú contemporáneo.
97 ENTREVISTA a Aurelio Tello.
98 ENTREVISTA a Marco Iriarte.
99 ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
100 ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez.
101 ENTREVISTA al conjunto Vientos del Pueblo.
96
241
según
el
antropólogo
Pablo
Molina
Palomino,
se
presentaban
ante
organizaciones barriales y sindicales controladas por el organismo. 102 Según la
información amablemente entregada por Molina y otros entrevistados,
aparentemente buena parte de los conjuntos de NCP trabajaron, directamente o
no, con o para el GRFA. Esta impresión, no obstante, es rebatida, desde
posiciones más políticas que artísticas, como en el caso de Aída García Naranjo,
quien aclara que en Tiempo Nuevo hubo discrepancias respecto al carácter
genuinamente revolucionario del régimen -desde una perspectiva izquierdista,
está claro-, a partir tanto de la diversidad de militancias al interior del conjunto,
como del tipo de simpatías que el Velascato pudo despertar en cada uno de sus
miembros.103 Esta opinión, aunque personal, coincide plenamente con el dilema
que el GRFA representaba para amplios sectores de la izquierda peruana, según
el sociólogo Gonzalo Portocarrero: se trataba de un régimen que desafiaba su
cultura política, sus estrategias y su organicidad, que en algunas ocasiones se
mostraba abiertamente anti izquierdista, profundamente autoritario, y que, sin
embargo, sintonizaba con las demandas y aspiraciones de la izquierda en
general, abriendo incluso algunos espacios para la cooperación.104 Pudo ser que
la ambigüedad en el trato entre los conjuntos de NCP y el Velascato obedeciera
a esta relación de atracción y repulsión que el GRFA despertaba en la izquierda
peruana, y viceversa.
Probablemente, una de las características más destacada de la izquierda
peruana del período sea la diversidad, fragmentación y fugacidad de sus
organizaciones,105 causadas más que nada por sucesivos cismas que fueron
consecuencia de los quiebres entre los comunismos soviético y chino -y entre
leninistas y trotskistas, previamente-, entre la izquierda tradicional y la nueva
ENTREVISTA a Pablo Molina Palomino, 20 de marzo de 2017, Lima, Perú.
ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
104 PORTOCARRERO, Memorias del velasquismo, pp. 242-243.
105 LETTS, R. 1981. La izquierda peruana. Organizaciones y tendencias. Lima, Mosca Azul
Editores. P. 55.
102
103
242
izquierda latinoamericana -determinado por la Revolución Cubana-, así como al
interior del maoísmo106 y de otras tendencias de origen europeo occidental y
oriental presentes en el Perú. A pesar de dicha atomización, y salvo el Partido
Comunista Peruano-Unidad -moscovita, que ejerció un apoyo crítico al GRFA-,107
los partidos y facciones más radicales, conocidos con el mote ligeramente
peyorativo de “ultra”,108 se opusieron unánime y enérgicamente al Velascato y,
más aún, al posterior gobierno del general Morales Bermúdez, como mencioné,
optando por una radicalización paulatina que volvería muy difícil cualquier
acuerdo o alianza.
Dichas oposiciones, como he señalado, se debían a cierta confusión
respecto a un régimen ideológicamente heterogéneo que, dependiendo desde
cuál perspectiva se analizara, correspondía con las formas del corporativismo,
del fascismo o del capitalismo de Estado. Como fuera, la Revolución Peruana, no
obstante lo que pudieran llegar a declarar sus líderes, colaboradores y
simpatizantes, difícilmente ofrecía, para las organizaciones mencionadas, una
vía al socialismo. Lo anterior se sumaba al hecho de que, salvo el reclutamiento
de militantes izquierdistas como “sinamistas” -es decir, cuadros del SINAMOS-,
práctica que transitó políticamente entre la colaboración y la instrumentalización,
el GRFA atentó en alguna medida contra todos los partidos, incluyendo los de
izquierda, obviamente, con el cierre del Congreso de la República, la represión
selectiva del movimiento estudiantil, la proscripción y clandestinidad de algunas
organizaciones, y los límites impuestos a la libertad de expresión.109
Las antedichas diversidad, fragmentación y fugacidad fueron agudizadas
por los roces sociales y étnicos intrínsecos a la sociedad peruana,110 visibles en
el hecho de que, salvo sus experiencias guerrilleras en los sesentas y entre
DORAIS, La crítica maoísta, pp. 10-11.
ROCA-REY, La propaganda visual, p. 17.
108 INFORME FINAL [en línea] <http://www.cverdad.org.pe/ifinal/> [consulta: 20 junio 2019].
109 CONTRERAS y CUETO, Op. cit., pp. 343-347.
110 ENTREVISTA a Pablo Molina Palomino.
106
107
243
trabajadores rurales del Ande y la costa en la década siguiente, la izquierda
peruana fue mayoritariamente limeña, criolla y pequeñoburguesa, estableciendo
además relaciones con sus expresiones provinciales determinadas por un fuerte
centralismo. Incluso estructuras aparentemente orientadas por cierto indigenismo
y, por ende, contestatarias en relación a la estamentalidad clasista y racial del
país -me refiero puntualmente al Partido Comunista Peruano-Sendero Luminoso, contaban con una nomenclatura en general mestiza y blanca, provinciana, con
estudios superiores y hábitos mesocráticos. Si bien las agendas de distintas
militancias eran orientadas tanto por la tesis de clase contra clase como por la
alianza interclasista, obrero-campesina y un vanguardismo de inspiración
leninista, los problemas de clase, étnicos o pigmentocráticos incidían no tan
sutilmente en el desenvolvimiento cotidiano o micropolítico de las filiaciones y del
esfuerzo militante.
Todos estos rasgos y problemas definieron asimismo la trayectoria de los
conjuntos y solistas de la NCP, determinando sus agendas estético-políticas
adjuntas a las distintas militancias, pudiendo ser observados, por cierto, en la
formación y primeros años de Tiempo Nuevo. El conjunto, que ya para fines de
1975 dejó de contar con el apoyo del gobierno militar, pudo reforzar sus nexos
con distintas agrupaciones de izquierda, ya fueran partidos como tales u
organizaciones de carácter más bien gremial, como fue el Movimiento de
Trabajadores de la Cultura,111 conglomerado que antecedió la fundación de
Izquierda Unida, alianza interpartidista que jugó un papel importantísimo en la
vida política peruana durante la década de 1980. Paralelamente, Celso GarridoLecca, como consecuencia de su creciente desinterés por el proyecto y de sus
ansias por retomar una composición más especulativa, decidió dejar la dirección,
la que recayó consecutivamente en algunos de sus miembros. Con estos
cambios, la agrupación reforzó sus convicciones transversales en consignas
111
ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez.
244
como “el canto es un arma de lucha que ponemos al servicio del pueblo para su
revolución”, que, según García Naranjo, fue continuamente proclamada durante
los siguientes años.112
Por su parte, el testimonio de Marco Iriarte, él mismo un cuadro del PCPUnidad, repara en los avatares concretos del trabajo político al alero del
movimiento de la NCP:
“Una de las cosas, digamos, aleccionadoras que tuvo el
grupo, fue que militábamos hasta en cuatro organizaciones
distintas, y eso era un poco para ser reconocidos como
patrimonio de toda la izquierda ¿no? Porque había gente
maoísta, gente mirista y había gente del PC, los que
llamaban los moscovitas. Pero era tanta la amistad y el
común denominador dentro del concepto musical que
nunca tuvimos problemas en recurrir a las diferentes
organizaciones que tenía la izquierda”.113
Según su testimonio, Tiempo Nuevo debió enfrentar en alguna ocasión un
fraccionamiento interno debido, precisamente, al deseo de algunos elementos de
transformar al grupo en la expresión de un partido en exclusiva. Tal impasse fue
superado con la salida de dichos integrantes.114 Tiempo Nuevo se reconocía
oficialmente como un conjunto pluralista y que valoraba este rasgo como ejemplo
de la unidad que debía reinar sobre los diferentes partidos y posiciones. De
hecho,
fueron
miembros
del
conjunto
independientes,
comunistas
promoscovitas, militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria peruano,
del Partido Unificado Mariateguista, de alguna fracción de Vanguardia
ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
ENTREVISTA a Marco Iriarte.
114 ENTREVISTA a Marco Iriarte.
112
113
245
Revolucionaria, de alguno de los Partidos Socialistas peruanos, del Partido
Socialista de Chile,115 entre otras estructuras.116
5.4 La segunda fase del GRFA y la organización política de la NCP
La caída del Velascato (1968-1975) dio inicio a lo que se ha conocido
historiográficamente como la segunda fase del GRFA (1975-1980), encabezada
por el general Francisco Morales Bermúdez, caracterizada por posiciones
políticas, económicas y sociales mucho más conservadoras. Algunos de sus
antecedentes fueron, en primer lugar, la degradación física y mental de Juan
Velasco Alvarado,117 hecho que hacía eco de los problemas estructurales por los
que atravesaba el proceso y que afectaba, a su vez, el correcto funcionamiento
del gobierno. En segundo lugar, sensiblemente relacionado con lo anterior, el
recrudecimiento de una seria disputa en torno a una eventual sucesión y, al
mismo tiempo, la articulación de una disidencia derechista al interior de la
oficialidad, apoyada principalmente por la Marina de Guerra, sector de las
Fuerzas Armadas históricamente más aristocrático y conservador. El estado de
las cosas llevó a un ala del Velascato a considerar la posibilidad, desoyendo los
predicamentos de no capitalizar el prestigio político del régimen, de fundar un
partido que pudiera defender el proceso y garantizar su continuidad: la efímera
Organización Política de la Revolución Peruana.118
Lo inmediatamente anterior se vincula con un tercer antecedente, un alza
en la actividad política de los sectores populares, urbanos y rurales, los que, hacia
mediados de los setenta, tanto por los esfuerzos participativos desplegados por
Es el caso de le mencionada Danai Höhne Stratigopoulou, militante en la célula que el partido
había organizado en Lima, y que además era la esposa de Rodrigo Ramírez, chileno también,
quien formaba parte de su dirección. ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
116 ENTREVISTA a Pablo Molina Palomino.
117 FRANCO, C. 1983. Los significados de la experiencia velasquista: forma política y contenido
social”. En: FRANCO, C. (Ed.). El Perú de Velasco II. Lima, Centro de Estudios para el Desarrollo
y la Participación. Pp. 391-393.
118 KRUIJT, Op. cit., p. 217.
115
246
el gobierno militar como por la iniciativa particular de las organizaciones de
izquierda, fueron levantado un bloque más o menos cohesionado119 que se opuso
paulatinamente a Velasco y, sobre todo, a Morales. La fuerza acumulada dio
cuenta de que el control de masas y la gestión verticalista de las organizaciones,
proyectadas por SINAMOS, nunca se consolidaron, falla que llevó al gobierno a
experimentar tensiones también desde el interior, como ya se ha dicho. Un cuarto
antecedente que, de hecho, representa el acicate principal de estas
movilizaciones, fue una honda crisis económica causada básicamente por la
expansión del mercado interno -provocada, a su vez, por las reformas estatales,120 crisis que fue agudizándose durante la segunda fase y que repercutió, de
hecho, en la dramática situación económica peruana de la década del ochenta.
En relación a los altos mandos, se daba entonces una fuerte disputa entre
sectores militares en proceso de radicalización, liderados por los generales
Leónidas Rodríguez Figueroa -antiguo líder del SINAMOS- y Jorge Fernández
Maldonado, quienes aspiraban a la profundización del proceso hacia el
socialismo; y por aquellos que consideraban que se había incurrido en excesos
y que era el momento de echar marcha atrás,121 siendo el caso de Morales y de
otros oficiales, como Luis Cisneros Vizquerra, quien proponía, de hecho, un
modelo dictatorial más cercano al de la Junta Militar argentina 122 y quien, además,
lideró la intervención militar de la región ayacuchana a inicios del Conflicto
Armado Interno.
Por su parte, la mentada crisis económica detonó una revuelta popular
estimulada, a su vez, por una huelga policial el día 5 de febrero de 1975. La
consecuente represión contribuyó a minar aún más la legitimidad del gobierno,
que tendió a aislarse, y terminó por fortalecer a la oposición.123 Finalmente, los
LLORÉNS AMICO y OLIART, Op. cit., pp. 79-80.
CONTRERAS y CUETO, Op. cit., pp. 356 y 361.
121 CONTRERAS y CUETO, Ibid., p. 360.
122 ZAPATA, La vida política, p. 61.
123 ZAPATA, Ibid., p. 60.
119
120
247
militares conservadores dieron el golpe de Estado del 29 de agosto de 1975 que
desembocó en la salida de Juan Velasco Alvarado, en la purga de los
uniformados y civiles progresistas, y en la implementación de medidas que
echaban por el suelo el legado velasquista -que resultaron, a la larga,
profundamente impopulares-. Esta segunda fase se caracterizó por una marcada
prudencia en comparación con la fase anterior que, sin embargo, inicialmente
seguía el camino trazado por el Velascato -en ese contexto, Morales se
presentaba aún como un líder de izquierda-. En poco más de un año, el general
dio un giro hacia la derecha y, para 1977, era visto como un caudillo comparable
a otros dictadores contemporáneos del Cono Sur.124 En lo económico, Morales
abrió el país nuevamente a la inversión extranjera, cediendo a la presión de los
Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional,125 para lo cual debió, entre
otras cosas, moderar su actitud dentro del Grupo de los Países No Alineados,
suprimir el término “socialismo” del discurso oficial y saldar compensaciones a
empresas norteamericanas nacionalizadas durante los años previos. 126 Algunas
de sus medidas políticas más sobresalientes fueron, por una parte, la disolución
paulatina del SINAMOS, paladín del velasquismo,127 y, por otra, una ambigua
legalización de la actividad partidista que, sin embargo, vino aparejada de
persecución sistemática, tortura, encarcelamiento y el exilio de militantes de
izquierda,
además
de
la
deportación
y
desaparición
de
exiliados
latinoamericanos, en coordinación con la Operación o Plan Cóndor.128
KRUIJT, Op. cit., pp. 231-238.
KLARÉN, Op. cit., pp. 435-436.
126 ORREGO PENAGOS, J. L. 2015. El Perú en el mundo. En: CONTRERAS C., C. (Dir.) y
ZAPATA, A. (Coord.). Perú tomo 5 1960-2010. La búsqueda de la democracia. Madrid, Fundación
Mapfre / Taurus. P. 115.
127 REMY SIMATOVIC, Op. cit., pp. 271-272.
128 Sin ir más lejos, en años recientes, Francisco Morales Bermúdez y otros oficiales peruanos
han recibido condenas por parte de Estados europeos, a causa de la desaparición de, en su
mayoría, exiliados argentinos. En un mismo sentido, algunos entrevistados mencionaron que,
hacia 1977, ad portas del centenario de la Guerra del Pacífico, la futura conmemoración incluiría
una eventual visita de Augusto Pinochet Ugarte al Perú, por lo cual el gobierno consideró que era
necesario depurar la comunidad de expatriados chilenos -calculados en miles- para evitar
manifestaciones o atentados. Entrevista a Marco Iriarte, 6 de marzo de 2017, Lima. Esta habría
124
125
248
En medio de estos cambios, los conjuntos de NCP cumplieron con
múltiples actividades al interior de la oposición izquierdista, la que, levantada
durante las postrimerías del Velascato, se entregó a la tarea de fortalecer
organizaciones de base y de vanguardia, y principalmente a socavar la
legitimidad del gobierno de Morales. En su caso, el conjunto Tiempo Nuevo se
plegó de lleno a la oposición y continúo con su agenda asociada a la solidaridad
internacionalista. A propósito, Aída García Naranjo recuerda que
“[…] el grupo quería, política y artísticamente, hacer un
grupo de expresión latinoamericana, como era el
sentimiento de toda la América Latina […] y ese sentimiento
lo tenemos claro porque las fronteras han sido fronteras
administrativas, mas no fronteras culturales. Entonces esto
implicó nuestro interés por cantar, además, en solidaridad
con los pueblos. Porque fuimos parte de todos los grupos
de solidaridad. Estuvimos ligados al Comité de Solidaridad
con el Pueblo Uruguayo. Estuvimos vinculados al Comité
de Solidaridad con el Pueblo Chileno. Posteriormente se
crea el Comité de Solidaridad con Nicaragua, el Comité de
Solidaridad con Salvador, y Comité de Solidaridad con
todos los Pueblos de América Latina. Incluso en un breve
momento, en el año ’75, funcionó en Comité de Solidaridad
con el Pueblo Español, porque recordemos que Franco, el
’75, mata a patriotas españoles y luego viene el triunfo de
la transición democrática”.129
Tiempo Nuevo participó activamente de las actividades político-culturales
que derivaron en la formación de Izquierda Unida, coalición electoral consolidada
hacia 1980 que reunió a buena parte de los partidos legalistas -de carácter
marxista-leninista y trotskista, y de inspiración guevarista y maoísta moderada130
que incidiría poderosamente en la vida pública de la siguiente década. 131 En
sido una de las razones por las que, a fines de esa década, muchos chilenos debieron abandonar
el Perú, entre ellos Fernando García e Hilda Riveros, quienes se radicaron en Cuba.
129 ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
130 RÉNIQUE, Incendiar la pradera, pp. 129-130.
131 INFORME FINAL [en línea]. A propósito, Tiempo Nuevo, bajo el nombre de Comité
Permanente de la Nueva Canción, interpretó el himno oficial de Izquierda Unida, cuyo tratamiento
249
general, los conjuntos de Nueva Canción debían sortear algunas dificultades
derivadas de la atomización reinante. En el caso de Tiempo Nuevo, su
heterogeneidad política representaba una suerte de referente respecto de lo que
la izquierda debía lograr, esto es, un buen grado de coordinación entre facciones
y la superación del sectarismo. Según Marco Iriarte,
“[…] en este tiempo no existía Izquierda Unidad, todo
estaban separados, y se peleaban duro. No es que
existieran roces o enfrentamientos frontales… pero el grupo
[Tiempo Nuevo] sí se mantuvo. Cuando se juntó Izquierda
Unidad, efectivamente el grupo tuvo la razón ¿no? De no
rompernos, porque en ese tiempo […] cada partido quería
tener su conjunto ¿no? O sea, Patria Roja quería tener su
conjunto, el Partido Comunista como tal quería tener su
conjunto, o solistas o tríos, qué se yo… y que trabajaran
exclusivamente para ellos”.132
Esto fue, según su testimonio, lo que aconteció con Tarpuy -agrupación
ligada al TCP y antecedente directo del conjunto Vientos del Pueblo-, que sufrió
un cisma precisamente por el deseo de Unidad de contar con un grupo exclusivo.
Iriarte considera que la formación de conjuntos musicales por parte de distintas
estructuras -de los que no conseguí mayor información- caía en la reducción del
quehacer musical a mera propaganda. Es decir, lo que predominaba en los
grupos adjuntos al Partido Comunista Peruano-Patria Roja -una de las más
importantes organizaciones maoístas- o a Unidad, era el deseo de dotarse de un
grupo de Nueva Canción antes que el afán de desarrollar una música que,
además de ofrecer un mensaje ad hoc, ostentara cierto nivel compositivo e
interpretativo. Para el entrevistado, los conjuntos de partido representaban “una
sonoro coincide con la sonoridad novocancionista -guitarras, charango, quena y voces
redobladas-, aunque reforzada en este caso con teclados y bajo eléctrico. Su autor fue el poeta
Omar Aramayo y su compositor Arturo Ruiz del Pozo, quien pasó por el TCP. Comité Permanente
de la Nueva Canción, “Himno Izquierda Unida”. VV.AA. [1983]. Himno Izquierda Unida. Mensaje
del Dr. Alfonso Barrantes Lingán [disco]. Lima, Epocap. 1 disco single, 10 min.
132 ENTREVISTA a Marco Iriarte.
250
suma de mediocridades” que en nada ayudaban ni a la formación de la escena
novocancionista ni al fortalecimiento de la unidad de la izquierda.133
El dilema de la calidad enfrentada a la utilidad de la Renovación Folclórica
se relaciona al problema de su efectividad como expresión musical de la
izquierda. El comunicólogo José Antonio Lloréns Amico y la socióloga Patricia
Oliart -quien, por ese entonces, integró el grupo Amaru-134 han abordado estas
cuestiones en base a su experiencia como protagonistas de la época y como
cientistas sociales, planteando críticas muy acertadas a las implicancias políticas
y estéticas del movimiento. Una de estas, de naturaleza doctrinal, dice relación
con la perspectiva cultural de los partidos, que se caracterizaba por reproducir un
discurso culturalista, generalmente autorizado por el canon marxista, que
señalaba que el pueblo no contaba con verdaderos artistas. Según dicho
diagnóstico, era el partido el encargado de proporcionárselos con la ayuda de los
sectores pequeñoburgueses, quienes se encargarían de producir un arte popular
acorde a las necesidades populares. Esto, según los autores, acarreaba un
acusado desinterés por las capacidades creativas de campesinos y proletarios por las prácticas musicales de los migrantes serranos, por ejemplo, que daban
ENTREVISTA a Marco Iriarte.
Amaru fue uno de los conjuntos de Nueva Canción de mayor trascendencia en la escena
peruana. Entre sus integrantes se contaron a la mencionada Patricia Oliart, Dante Piaggio -quien,
recordemos, formó parte de Tiempo Nuevo-, el compositor chileno Andreas Bodenhofer -a la
sazón, exiliado en el Perú- y al cantautor Juan Luis Dammert. Hasta donde he logrado averiguar,
Amaru se formó y operó por fuera del TCP, circuló regularmente por el medio de la NCP,
desarrolló un trabajo menos político y más musical, y acusó recibo de diferentes tendencias de la
renovación latinoamericana, para desarrollar un estilo propio enfocado en distintos géneros del
folclor peruano y, asimismo, en un tipo de cancionística más idiosincrásica. Dentro de su
discografía me gustaría destacar dos trabajos. El primero es Porque mi patria es hermosa. Una
historia en diferentes canciones, álbum de 1979 que asume la forma de cantata popular -el
entrelazamiento de diferentes canciones según las intervenciones de un narrador- para relatar la
historia del Perú desde el incanato hasta el presente, a partir de géneros tradicionales andinos y
costeños. El segundo trabajo -aunque escapa cronológicamente a esta investigación- es Vallejo
para cantar, de 1987, consistente en la musicalización de poemas de César Vallejo. AMARU
[1979]. Porque mi patria es hermosa. Una historia en diferentes ritmos [disco]. Lima, Puka. 1 disco
de larga duración, 35 min. AMARU [1987]. Vallejo para cantar [disco]. Lima, DELPI. 30 min.
133
134
251
forma al folclor peruano de ese entonces-, lo que conllevaba a su vez la
suplantación de los genuinos artistas populares por artistas de partido.135
En relación a la Renovación Folclórica como recurso de la política cultural,
lo que parecía predominar en ciertos sectores era la convicción de que aquella
era la expresión cultural más efectiva del programa y la sensibilidad del
conglomerado y, por ende, la música que encarnaba su identidad colectiva. Los
conjuntos de Nueva Canción, en consecuencia, adquirieron una amplia
dimensión política con su presencia permanente en actos masivos, campañas
electorales y distintas movilizaciones. Por extensión, cundía una consideración
programática basado en el principio de que esta música era la más apropiada
para el pueblo peruano -ya no sólo para los partidos-, más que el resto de la
música producida en el país, llamada a coherentemente formar la base de un
“arte socialista nacional”.136
Lloréns y Oliart, con el fin de contrastar dicha posición, apuntan a la
conformación social de la NCP. En base al criterio de la “extracción sociocultural”,
los autores descartan que entre los miembros del movimiento existiera un artista
verdaderamente popular, es decir, que proviniera de las clases populares y con
quien -en términos muy esquemáticos- aquellas pudieran identificarse.137 Con
excepciones, afirman, los agentes y audiencias de la Nueva Canción provenían
principalmente de los sectores medios, universitarios y profesionales138 de la
ciudad de Lima, aunque asumían un esfuerzo importante por acercarse a los
públicos proletarios, campesinos, mineros y marginales,139 ya fuera en la misma
capital o en distintas regiones del país. En tales contextos, incidían los ya
mencionados problemas de la clase y la raza, sumados además al vanguardismo
LLORÉNS AMICO, La Nueva Canción Latinoamericana, p. 18.
LLORÉNS AMICO, Ibid., p. 13.
137 LLORÉNS AMICO, Ibid., pp. 14-15.
138 LLORÉNS AMICO y OLIART, Op. cit., p. 77.
139 ENTREVISTA a Marco Iriarte.
135
136
252
que en general cundía entre los partidos y que, muy posiblemente, permeaba
también el trabajo de los novocancionistas.
Siguiendo a Lloréns y Oliart, durante la segunda fase del GRFA, los
partidos interesados en levantar un gran referente electoral -como llegó a ser
Izquierda Unida- dieron un paso más allá en la utilización de la Nueva Canción al
considerar concretamente la posibilidad de consolidar orgánicamente el
movimiento y capitalizar su atractivo. Con ese fin -no obstante la relación entre
los conjuntos y partidos u organizaciones fuera, en muchos casos, nada más que
de cercanía o simpatía-, los agentes de la NCP se volcaron a la organización de
los Grupos de Acción Popular -GAP-, instancias que en un primer momento se
enfocaron en estrechar la distancia entre las cúpulas políticas y las bases,
manteniendo, según los autores, una actitud vanguardista. Los GAP
experimentaron un acercamiento concreto con los sectores populares que, en un
primer momento, estuvo mediado por los partidos, para posteriormente darse
inmediatamente entre sí y las organizaciones sindicales, barriales, estudiantiles
o parroquiales.140
Es posible que esta clase de experiencias se relacionasen con el ya
referido Movimiento de Trabajadores de la Cultura del que Tiempo Nuevo
formaba parte. Según Alberto Chávez, él estaba a la cabeza, encargándose de
establecer alianzas con grupos musicales y teatrales, contando, entre otros
LLORÉNS AMICO y OLIART, Ibid., pp. 78-80. En relación a la Iglesia Católica peruana, cabe
mencionar que el Concilio Vaticano II vino a reforzar sus convicciones sociales, una de cuyas
expresiones de mayor impacto fue la edición en 1971 de Teología de la liberación, perspectivas,
de Gustavo Gutiérrez. El libro sentó las bases doctrinales para un movimiento latinoamericano
orientado a transformar la fe católica en un medio para el cambio social, a través de una exégesis
que pretendía hacer valer la perspectiva de los pobres. La reforma del culto, además, llevó a
sacerdotes y laicos latinoamericanos a tentar la creación de formas musicales que exaltaran la fe
popular. Es el caso del cura peruano Juan Antonio Espinoza, quien con su quinteto BAU compuso
un LP de raíz folclórica cruzado por la prédica tercermundista y postconciliar. ESPINOZA, J. A. y
CONJUNTO QUINTETO BAU [1975]. La tierra grita [disco]. Lima, Centro de Estudios y
Publicaciones. 1 disco de larga duración, 39 min. Las letras del álbum fueron incluidas en un libro
homónimo. ESPINOZA, J. A. 1975. La tierra grita. Lima, Centro de Estudios y Publicaciones.
127p.
140
253
elencos, con la afamada compañía Yuyachkani.141 El Movimiento se encargó de
coordinar la actividad cultural enmarcada en las masivas movilizaciones en
contra del gobierno de Morales, las que al cabo de un par de años derivaron en
el paro nacional del 19 de julio de 1977, evento que aceleró tanto el proceso
constituyente celebrado el año siguiente como el retorno de la democracia para
1980.142 Chávez recuerda que
“[…] en esa época hubo una huelga famosa en Chimbote,
una huelga de pescadores, y nos llevamos cuarenta grupos,
coordinados para, en toda la ciudad, pues, apoyar la
huelga. Darles ánimo. Y ya eran varios días, tenían
problemas de salud, había huelga de hambre, el asunto
estaba muy represivo. Y eso los fortaleció y la huelga
finalmente triunfó. Y de pronto vino la solidaridad, y toda
esta alegría de grupos tocando en las calles, motivando a
la gente. Eso fue muy efectivo… entonces, la gente
aguantó”.143
Volviendo a Lloréns y Oliart, la cercanía entre el movimiento de la NCP y
las organizaciones tendía a desentonar por su falta de sistematicidad. Para
contrarrestarla, los GAP decidieron dar curso a trabajos de base que consistían
en instancias de formación para obreros y comunidades barriales y cristianas,
con tal de que desarrollaran sus propios grupos musicales y satisficiesen así sus
propias necesidades culturales. Estos fueron llamados Talleres de Arte Popular TAP-, que resultaron en interesantes instancias de retroalimentación, traducidas
tanto en aprendizaje técnico como en estímulo creativo. Las canciones
resultantes reflejaban el agitado ambiente político y social que atravesaba el Perú
Su fundación en 1971 fue uno de los grandes hitos en la historia teatral peruana y
latinoamericana. El elenco se propuso construir una propuesta dramática para representar la
historia política peruana demarcada por grandes atrevimientos formales e ideológicos, siendo
además una compañía muy ligada a la militancia política, a los distintos movimientos sociales y
particularmente preocupada de aprender constantemente de la cultura popular. VICH, La cultura,
p. 302.
142 ZAPATA, La vida política, p. 62.
143 ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez.
141
254
y, de otro lado, expresaban vivencias o perseguían una intención más didáctica.
Pero, sin embargo, en los TAP era más común la interpretación de repertorio
entregado por los monitores, compuesto por los mismos o tomado directamente
de las principales corrientes de la Renovación Folclórica, con énfasis en la
chilena. Los nombres con que estos fueron bautizados reflejan muy bien su
orientación política. Los hubo en quechua, normalmente, simbolizando algún
aspecto del ideario socialista: Qatariy Llacta -Levántate Pueblo-, Riqchariy Despierta-, Takiy Llacta -Canta Pueblo-, Illary -Alborada-, Karum Purina -Larga
Jornada-; o los que conmemoran algún hito o héroe popular, como La Gran
Marcha, Javier Heraud, José Carlos Mariátegui o César Vallejo.144
5.5 Lo chileno, lo latinoamericano y lo peruano en Tiempo Nuevo
Lo anterior da cuenta del esfuerzo invertido por los agentes del movimiento
para aportar al fortalecimiento de los partidos políticos y de las organizaciones
sociales, y elevar la Renovación Folclórica al sitial de representación musical del
proceso izquierdista peruano. Un aspecto que acompañó todo este proceso fue
el debate respecto a su carácter nacional, puntualmente en relación a la
trascendental influencia de la Nueva Canción Chilena y a la necesidad,
considerada por cierto sector de la escena local, de “peruanizarla” para que, en
opinión de ciertos sectores, no contradijera la idea de lo nacional encarnada por
la noción más convencional de folclor.145 El problema consistía en una
Renovación Folclórica peruana que debía estimular una experiencia musical local
no sólo capaz de digerir el influjo del movimiento latinoamericano, sino además
capaz de aportar con una reelaboración estilística y temática a partir de los
géneros tradicionales y folclóricos locales, en sintonía con los ideales políticos y
sociales latinoamericanistas.
144
145
LLORÉNS AMICO y OLIART, Op. cit., pp. 77-81.
LLORÉNS AMICO, La Nueva Canción Latinoamericana, p. 14.
255
Todo lo anterior se relaciona con la presencia señera de Celso GarridoLecca, quien desde la ENM y a través del TCP, contribuyó a difundir la
experiencia chilena y a inculcarla como “el” modelo que originalmente debía
predominar sobre la articulación de una escena peruana renovada, siguiendo
más que nada el estilo acuñado por los grupos Inti-Illimani y Quilapayún.146 Dicho
panorama es refrendado por el musicólogo Aurelio Tello:
“Quilapayún e Inti-Illimani crearon un paradigma, una
tipología sonora que era juntar instrumentos que en la
tradición folclórica nunca se habían juntado. Un bombo
legüero, de Argentina con un charango del Altiplano, con la
guitarra urbana. Y la quena, que es de ciertas regiones del
Ande, no de todas. Las zampoñas, que son de ciertas
regiones del Ande, no de todas. Y crear una tipología
sonora, específicamente urbana, donde eso era posible”.147
La adopción de dicha tipología fue uno de los elementos más distintivos
de los conjuntos asociados a la iniciativa de Garrido-Lecca, rasgo que, por cierto,
puede ser observado parcialmente en la trayectoria de Tiempo Nuevo. En
términos generales, según el testimonio de Aída García Naranjo, la historia del
grupo puede resumirse como el tránsito desde el modelo novocancionista chileno
y latinoamericano hacia un modelo que apuntó tanto a la peruanización de la NCP
-valga la redundancia- como al paradigma de la fusión que predominará hasta el
día de hoy. Ella resume brevemente la historia estilística del conjunto:
“[…] en el caso de la primera etapa, se producen muchas
críticas a Tiempo Nuevo a partir de que el grupo se venía
“chilenizando” ¿no? […] esa preocupación de no marcar un
grupo peruano con sonidos sólo chilenos hace
efectivamente que vayamos a la búsqueda de profundizar
muchísimo más el canto popular peruano. Y luego, el canto
latinoamericano abierto bastante más hacia Centroamérica,
después de un primer momento que fue básicamente una
apertura hacia el sur ¿no? Y en Centroamérica, donde tiene
146
147
LLORÉNS AMICO y OLIART, Ibid., p. 77.
ENTREVISTA a Aurelio Tello.
256
otro peso la canción campesina nicaragüense, la salsa
centroamericana, la fuerza de la Nueva Trova, inspirada por
la vieja trova y otras raíces culturales, que no tienen que ver
con la sonoridad del canto chileno”.148
En torno al peso original de la Nueva Canción Chilena sobre el grupo,
Iriarte asegura que escuchó a Inti-Illimani interpretar “El pueblo unido jamás será
vencido” durante el X Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes,
celebrado en Berlín Oriental durante el verano septentrional de 1973. Iriarte
asistió a este evento junto a la compañía teatral Cuatro Tablas y a una delegación
peruana conformada por artistas y dirigentes políticos. Declara que haber
escuchado esa canción fue una experiencia fundamental pues le indicó en qué
debía consistir la música comprometida.149 Ya de regreso en el Perú, “El pueblo
unido jamás será vencido” fue montado por el mentado grupo teatral, luego por
los estudiantes del TCP bajo la supervisión de Garrido-Lecca150 y, finalmente y
de manera más oficial, por Tiempo Nuevo.151 Respecto a la canción, verdadero
himno del movimiento chileno, García Naranjo destaca que su grupo fue el
primero en popularizarla con las adecuaciones del caso: arreglos que aprovechan
las voces femeninas de la agrupación y adaptaciones en su letra para hacerla
calzar mejor a la realidad peruana. La entrevistada enfatiza que Tiempo Nuevo
ha contribuido a que, en el país, la canción fuera levantada como himno de
marchas y movilizaciones, con gran éxito.152
Dicha transición desde el paradigma chileno hacia uno más original estuvo
marcada tanto por el ascenso al poder del gobierno de Morales Bermúdez como
ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
ENTREVISTA a Marco Iriarte.
150 ENTREVISTA a Juan Melgar Russo Herrera, 25 de marzo de 2017, Lima, Perú.
151 El tema fue registrado bajo el título de “El pueblo unido” en un LP durante la primera mitad de
los ochenta, e incluida en una recopilación publicada en años recientes. TIEMPO NUEVO [2015].
Antología de un canto testimonial 1974-2015 [disco]. Lima, autoedición. 8 discos compactos, 440
min.
152 ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
148
149
257
por el alejamiento de Garrido-Lecca. Alberto Chávez, quien quedó a la cabeza
de la agrupación, señala que en dicho contexto se acordó colectivamente asumir
una dirección más contingente, enfocada en la creación e interpretación de
canciones “panfletarias”, con el consecuente y consciente sacrificio del “vuelo
estético” con tal de apuntar mejor a la agitación demandada por el movimiento
social y político de oposición a la segunda fase del GRFA.153 Buena parte de
estos elementos y decisiones quedaron plasmado en Por tierra y liberación
nacional / Für Land und nationale Befreiung, primer álbum del conjunto. Fue
grabado en Lima en dependencias de la Pontificia Universidad Católica del Perú
gracias al auspicio de una agencia de cooperación cristiana154 con sede en la
República Federal de Alemania.155 El LP fue prensado y comercializado en 1977
por el sello alemán Neue Welt, que en su momento grabó a otros artistas
comprometidos156 de nacionalidades tan diversas como Portugal, Bolivia, Guinea
o Cabo Verde, y cuyas ganancias irían en apoyo de la Confederación Campesina
del Perú.157
Es un álbum en el que, siendo aún reconocible la dirección original de
Garrido-Lecca,158 quedan de manifiesto los cambios señalados. Se compone de
una docena de canciones debidas tanto a Alberto Chávez, a la compañía teatral
ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez.
ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez.
155 ENTREVISTA a Marco Iriarte.
156 MACPHEE, J. 2017. An encyclopedia of political records labels. Brooklyn, Pound the
Pavement. P. 35.
157 ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez, 11 de febrero de 2017, Lima. Dicha entidad sindical
había podido fortalecerse en los años previos al golpe de Estado de 1968, plegándose a la
doctrina clasista común a trotskistas, maoístas y prosoviéticos, claro que ésta se mostraba más
radical al estar dirigida por sectores a la izquierda del comunismo tradicional, como Vanguardia
Revolucionaria, emparentadas con las guerrillas de los sesenta. CONTRERAS y CUETO, Op.
cit., p. 361. En los años siguientes, la Confederación Campesina del Perú jugó un papel
protagónico durante las movilizaciones que actuaron paralela o contrariamente al proceso
velasquista de Reforma Agraria, debiendo hacerle frente a la ofensiva del SINAMOS que buscó
debilitarla con la fundación, en 1974, de la Confederación Nacional Agraria del Perú. Es posible
que el apoyo prestado por Tiempo Nuevo a la Confederación Campesina respondiera tanto a un
compromiso genuino con los sectores subalternos rurales como, estratégicamente, a un intento
por fortalecer la oposición contra la dictadura de Morales Bermúdez.
158 ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
153
154
258
Yuyachkani -a la usanza, colaboradores de Tiempo Nuevo- y al poeta Luis Nieto
Miranda, como a la música tradicional peruana y, asimismo, a algunos autores
extranjeros. Me gustaría destacar dentro de este repertorio “El payandé”, pieza
tradicional registrada anteriormente por Perú Negro, la legendaria cantante Lucha
Reyes y otros artistas,159 que refiere críticamente a la experiencia decimonónica
de la esclavitud y al horizonte emancipatorio que inspiró tanto al renacimiento
afroperuano de mediados del siglo XX como -en el contexto de este disco- a la
reivindicación de los trabajadores rurales contemporáneos. Del mismo modo, me
parece interesante la inclusión de “Cuando tenga la tierra”, originalmente
compuesta a inicios de los setenta por los argentinos Ángel Petrocelli y Daniel
Toro, algunas de cuyas versiones más connotadas son debidas a Mercedes
Sosa160 o al colectivo Oktoberklub de Alemania Oriental.161 En consonancia con
“El payandé” y, por cierto, con el carácter agrarista del álbum, “Cuando tenga la
tierra” reafirma un compromiso desde la canción con los trabajadores del campo
peruano, a quienes el conjunto hace un guiño en la adaptación de la letra: Tiempo
Nuevo reemplaza la mención original a Martín Fierro, el epítome del criollismo
argentino -quien simboliza la rebeldía de los explotados del campo- por la del
mítico Manco Cápac, fundador del Tahuantinsuyo.
La inclusión de una tercera canción se vuelve igualmente relevante porque
devela aspectos del compromiso político del conjunto. Se trata de “A la salida de
Casapalca”,162 huayno tradicional referente a la matanza de Cobriza, perpetrada
por el gobierno de Velasco en noviembre de 1971. El hecho se dio en torno a las
Por cierto, su primer registro conocido data de 1911 y se debe al dúo de Eduardo Montes y
César Augusto Manrique, los primeros exponentes del criollismo en llegar al disco. MONTES, E.
y MANRIQUE, C. A. [2010]. Montes y Manrique 1911-2011. Cien años de música peruana [disco].
Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos / Instituto de Etnomusicología de la Pontificia
Universidad Católica del Perú. 2 discos compactos y librillo, 73 min.
160 SOSA, M. [1973]. Traigo un pueblo en mi voz [disco]. Buenos Aires, Philips. 1 disco de larga
duración, 40 min.
161 OKTOBERKLUB [1978]. Politikirmes [disco]. Berlín Este, AMIGA, 1 disco de larga duración,
40 min.
162 TIEMPO NUEVO [1977]. Por tierra y liberación nacional / Für Land und nationale Befreiung.
República Federal de Alemania, Neue Welt Schallplatten. 1 disco de larga duración, 50 min.
159
259
crecientes tensiones entre la primera época de la Revolución Peruana y el
sindicalismo minero, tanto a reivindicaciones gremiales del sector, agrupado en
la tradicional Confederación General de Trabajadores del Perú, como al
consabido interés del Velascato por debilitar las organizaciones políticosindicales y subordinarlas al régimen. De hecho, parte de la disputa que derivó
en la muerte de al menos cinco dirigentes gremiales a manos del grupo de élite
de la Policía Nacional del Perú -apodado “Sinchis”-, en la localidad minera
huancavelicana, se debió a que el gobierno optó por militarizar un conflicto entre
los trabajadores y una empresa de capitales norteamericano,163 aspectos que, en
lo político, contradecían la vocación popular y antiimperialista del gobierno militar.
Aunque acontecida años antes de su fundación, la matanza fue
especialmente impactante para el conjunto Tiempo Nuevo, pues estimuló a
algunos de sus miembros a militar o a reforzar compromisos políticos ya
adquiridos.164 “A la salida de Casapalca” no devela ningún punto de vista
especialmente crítico respecto al panorama descrito, en el sentido de exponer
razones o alcanzar conclusiones sobre la naturaleza de los hechos. En cambio,
tan sólo menciona el hecho de sangre y da cuenta del costo humano que ha
acompañado la lucha sindical minera en el Perú, de manera clara y directa. Sin
embargo, la carga del hecho, la actitud políticamente desafiante del conjunto y
las connotaciones de la canción, conllevaron la censura del álbum por parte de
las autoridades y la inmediata declaración de Tiempo Nuevo como un conjunto
de oposición, con el consecuente peligro de persecución y encarcelamiento de
sus miembros.165
En un mismo sentido, cabe mencionar que otras canciones similares
tuvieron un impacto semejante a partir de contexto ajenos, tanto social como
ZAPATA, A. y GARFIAS, M. [s.a.]. Apuntes de una historia de organización y lucha. Lima,
Federación Nacional de Trabajadores Mineros Metalúrgicos y Siderúrgicos del Perú. Pp. 33-38 y
40-43.
164 ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
165 ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez.
163
260
musicalmente, al de la NCP. Hablo en específico de “Flor de retama”, huayno de
estilo ayacuchano cuyo estatus dentro del cancionero popular peruano es
difícilmente comparable. Retrata la rebelión de Huanta, movilización ocurrida en
junio de 1969 en el Departamento de Ayacucho, que si bien fue causada por
múltiples reivindicaciones resultó finalmente en un levantamiento ciudadano
contra medidas implementadas por el Velascato que amenazaban la gratuidad
de la educación.166 La aprehensión popular se debió a que en Ayacucho, gracias
a la refundación de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga y al
énfasis puesto en la instrucción pública, la educación era percibida como un único
medio de progreso social para una realidad socialmente empobrecida y
étnicamente determinada.167 En los hechos, la ciudad de Huanta fue tomada por
cerca de diez mil personas que atacaron a la policía y provocaron desmanes. El
resultado de la movilización y del actuar de los Sinchis fue de alrededor de
cincuenta muertos y treinta y siete detenidos -entre estudiantes, padres y
maestros primarios, secundarios y universitarios-, y la virtual obligación del
gobierno de derogar dichas medidas.168 Su impopularidad constituyó uno de los
primeros grandes traspiés sufridos por el GRFA.169
Ricardo Dolorier, de origen ayacuchano y a la usanza docente de la
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, en Lima, compuso
“Flor de retama” en diciembre de 1970. El huayno, para el año siguiente, comenzó
a ser grabado,170 siendo objeto de censura por parte del Velascato171 y, sin
embargo, iniciaba así un tránsito peculiar hasta transformarse en una de las
piezas más relevantes de la historia cultural reciente del Perú. Desde una visión
MONTOYA ROJAS, R. 1989. Lucha por la tierra, reformas agrarias y capitalismo en el Perú
del siglo XX. Lima, Mosca Azul Editores. Pp. 99-100.
167 ULFE, M. E. 2011. Cajones de la memoria. La historia reciente del Perú a través de los retablos
andinos. Lima, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. P. 194.
168 VICH, V. 2015. Poéticas del duelo. Ensayos sobre arte, memoria y violencia política en el Perú.
Lima, Instituto de Estudios Peruanos. P. 23.
169 ULFE, Cajones de la memoria, p. 194.
170 VICH, Poéticas del duelo, p. 23.
171 HUAMÁN LÓPEZ, Op. cit., p. 167.
166
261
personal, Dolorier quiso con “Flor de retama” reflejar la violencia desatada
durante los eventos que, en palabras de la antropóloga María Eugenia Ulfe, fue
fundamental para la conformación del Partido Comunista del Perú-Sendero
Luminoso172 y, por ende, para comprender el profundo conflicto que golpeó al
Perú desde 1980. Según fue avanzando la década del ochenta, la canción fue
identificándose como un himno senderista para, actualmente, haber zafado
parcialmente de dicha investidura y ser apreciada como un sentido huayno que
refleja la memoria de las víctimas. La pieza debe algunas de sus versiones más
populares a la cantante folclórica Martina Portocarrero173 -integrante del conjunto
Tiempo Nuevo en sus inicios-, quien ha sido públicamente reconocida como
partidaria de Sendero Luminoso.174
Entre las interpretaciones de “A la salida de Casapalca” y “Flor de retama”
hay, como es de suponer, diferencias significativas. Se trata de huaynos que
representan el tránsito de lo tradicional a lo folclórico, en el caso del primero, al
haber sido recogido y arreglado por Tiempo Nuevo en clave novocancionista; o
que nos hablan de un proceso tardío de folclorización, remecido por los avatares
de la violencia política, en el caso del segundo, donde una canción de autor
adquirió prestigio tal que participó tanto de los medios folclóricos como de la vida
cotidiana de determinadas comunidades, en este caso, las senderista y la de los
ciudadanos ayacuchanos. En relación a “Flor de retama” y los temas que
interesan a esta investigación, la presencia de Portocarrero en el conjunto
Tiempo Nuevo puede iluminar algunos de los dilemas sociales, políticos y
musicales intrínsecos a la NCP. Ella fue estudiante en la ENM, donde cursaba
ULFE, Op. cit., p. 195.
LOS HERALDOS DEL PERÚ y PORTOCARRERO, M. [197-]. Huaynos bien pegaditos. Lima,
Cosmo Productora y Distribuidora Fonográfica. 1 disco de larga duración, 35 min.
174 TUCKER, J. 2013. Gentleman troubadours and andean pop stars. Huayno music, media work,
and ethnic imaginaries in urban Peru. Chicago, The University of Chicago Press. Pp. 57, 62 y 200.
A propósito, el musicólogo Joshua Tucker hace notar que muchos huaynos que no explicitan
contenidos políticos, por acción del contexto histórico y de determinados usos sociales,
terminaron por ser identificados con determinadas posiciones en torno al Conflicto Armado
Interno.
172
173
262
canto y pedagogía, siendo convocada por Garrido-Lecca para formar parte del
proyecto.175 A diferencia del grueso de los miembros, sus orígenes se hallan en
las clases populares de provincia, específicamente en Nasca, desde donde
proyectó una carrera más ajustada a lo que era la escena folclórica,176
descollando sobre todo durante la década de 1980. Si bien desconozco las
razones de su salida de Tiempo Nuevo en 1975,177 a pocos meses de haber sido
fundado, el contraste entre ella y otros miembros es decidor. Ella, provinciana,
mestiza y de orígenes humildes, mientras los otros, criollos, capitalinos y
mesocráticos, optan, respectivamente, por una carrera en la escena del folclor
serrano y por un proyecto ajustado a los criterios de la Renovación
Latinoamericana; y, políticamente, por una fuerza popular, igualmente
provinciana, armada y al margen de la legalidad y, los otros, por construir un gran
referente electoral, legalista y reformista.
El contraste que puede establecerse entre el conjunto Tiempo Nuevo y
Martina Portocarrero se resumiría así: las diferencias sociales y pigmentocráticas
entre limeños criollos y provincianos mestizos determinaron las diferencias entre
la escena del folclor como tal y la NCP y, a su vez, condicionaron la
contraposición de sonoridades y repertorios folclóricos y renovados -no
necesariamente su complementariedad- lo que, al cabo de algunos años, resonó
con el lugar social y político tanto de Izquierda Unida como de Sendero Luminoso.
A pesar del esquematismo subyacente a esta afirmación, los rasgos descritos se
ajustan de manera general al modelo propuesto, y tienen un correlato
especialmente relevante en lo musical. A pesar de afirmaciones de expertos
como Eduardo Carrasco Pirard, la NCP en un principio no tomó su base de la
música indígena andina, como él señala,178 sino que abrevó directamente de las
corrientes renovadoras internacionales para, luego de un período de adaptación,
ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo.
ENTREVISTA a Aurelio Tello.
177 ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez.
178 CARRASCO, Op. cit., pp. 48-49.
175
176
263
albergar la posibilidad de emprender un proceso de reelaboración de la música
folclórica nacional enmarcada en la corriente latinoamericanista.179 Eso explica
tanto la relevancia del modelo chileno, Garrido-Lecca mediante, como la
inquietud que el movimiento peruano despertaba entre algunos contemporáneos
que, justamente, criticaban su cosmopolitismo.
Para el investigador Pablo Molina, la situación es elocuente: quienes se
hayan adscrito a la escena peruana de Nueva Canción de los setenta mediante,
por ejemplo, la interpretación del charango, lo habrían hecho a través de la
audición de álbumes de Inti-Illimani, Quilapayún o de otros exponentes
mayoritariamente chilenos y argentinos, y no en reconocimiento de figuras
señeras del charango ayacuchano como Los Brujos de Pampachiri o Jaime
Guardia. Tampoco lo habrían hecho, aclara Molina, en algún grado de
convivencia con los provincianos que resguardaban los repertorios y estilos
vernaculares, ya fuera en las localidades andinas como en las colectividades
migrantes de las ciudades costeñas.180
5.6 La cantata Kuntur Wachana y la canción testimonial
Una vez vacante la dirección de Tiempo Nuevo y asumida la jefatura de la
ENM, Garrido-Lecca decidió retornar, como mencioné, al trabajo con formatos de
la tradición escrita que contribuyeran, siguiendo sus propósitos, a conciliar las
corrientes doctas y populares. La cantata popular Donde nacen los cóndores
‘Kuntur Wachana’, estrenada en 1977, respondió justamente a este mandato, y
sería la última obra del compositor relacionada tan explícitamente con lo popular.
Reconociendo las trayectorias de su autor y del TCP, es difícil no ver en este
trabajo el influjo de la Nueva Canción Chilena.
179
180
ENTREVISTA a Marco Iriarte.
ENTREVISTA a Pablo Molina Palomino.
264
Aurelio Tello desarrolla esta idea. Para él, Kuntur Wachana, como la
Cantata Popular Santa María de Iquique de Luis Advis:
“está en un ámbito intermedio entre lo culto y lo popular.
Tampoco son ‘cancioncitas’, así ABA […] la Santa María es
más canciones, mientras que la de Celso es más cantata,
digamos, más cantata barroca, en el sentido de tener una
unidad arquitectónica, con los elementos que la conforman.
La cantata Santa María es, más bien, como una suite de
canciones”.181
Según Tello, Kuntur Wachana representa las ansias de Garrido-Lecca por
ofrecer una cantata popular genuinamente peruana, ajustada al modelo barroco,
donde la unidad musical difícilmente puede desprenderse modularmente -es
decir, en canciones- y su sentido, del mismo modo, depende del hilo conductor
provisto por la declamación de textos en prosa.182
Su origen se remonta a la producción de Kuntur Wachana, docudrama de
1977 realizado por el cusqueño Federico García Hurtado, quien, durante la
década del setenta, junto a un grupo de destacados directores peruanos, se
dedicó a la producción de películas de ficción y documentales que abarcaran
temas de interés revolucionario.183 El filme aborda el conflicto agrario del Ande
bajo la lógica político-cultural de la Reforma Agraria, en las personas de Saturnino
Huillca y Mariano Quispe, célebres dirigentes sindicales de Paucartambo,
Cusco.184 La censura impuesta por el Velascato tardío y el gobierno de Morales
recayó sobre el cineasta, quien no logró publicitar ésta y otras de sus películas no obstante estuvieran auspiciadas por el SINAMOS- bajo la acusación de que
exaltaban el conflicto entre trabajadores y patrones, contradiciendo así el
ENTREVISTA a Aurelio Tello.
ENTREVISTA a Aurelio Tello.
183 VICH, La cultura, p. 328.
184 NEIRA SAMANEZ, H. 1974. Huillca: habla un campesino peruano. La Habana, Casa de las
Américas. Pp. 7-8.
181
182
265
discurso corporativista del GRFA.185 Para ser más específico, lo que derivó en
cantata popular fue en un principio la banda sonora de la cinta, una obra
incidental supeditada a las necesidades audiovisuales de la trama. Una vez
adaptada a instrumentos folclóricos, coro, solistas y narrador, Kuntur Wachana,
tuvo su estreno en aquel mismo año de 1977 a cargo de los estudiantes del TPC,
sin distinción de conjuntos y bajo la batuta de Garrido-Lecca, siendo presentada
innumerables veces como parte de las actividades de extensión de la ENM.186
Al año siguiente, fue estrenada internacionalmente en el marco del XI
Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en la ciudad de La
Habana. Con tal motivo, los estudiantes que lograron viajar a Cuba, al calor del
evento y a propósito de la obra, formaron el conjunto Vientos del Pueblo,187 que
en cierta manera venía a satisfacer -al igual que Tiempo Nuevo en su momentola necesidad del compositor de contar con un ensamble que interpretara las obras
de su autoría e interés. De hecho, el conjunto registró Kuntur Wachana en la
versión discográfica popularizada tanto en el Perú y como en el resto de América
Latina.188 Así, como en el caso de Tiempo Nuevo, Vientos del Pueblo siguió un
camino propio una vez que Garrido-Lecca, tras el estreno de la obra, decidió
abocarse de lleno a la composición especulativa y dejar asimismo la dirección de
la ENM, y una vez también que su sucesor y rival, Edgar Valcárcel, cerrara
definitivamente el TCP en octubre de 1979.189 En el caso puntual del compositor,
su abandono del formato novocancionista y de la institucionalidad aparejada a
éste debió seguramente responder a la caída tanto del Velascato como a la
derechización paulatina del gobierno de Morales.
ROCA-REY, Op. cit., p. 100.
NIÑO VÁSQUEZ, Op. cit., p. 81.
187 VIENTOS DEL PUEBLO [1981]. Nuestro Canto 6 [disco]. Lima, Epocap. 1 disco de larga
duración, 35 min. El conjunto posteriormente intervino en las bandas sonoras de otras dos
películas de García Hurtado: Laulico (1979, bajo el nombre de Talleres de la Canción Popular de
la Escuela Nacional de Música) y Huayanay: testimonio de parte (1981).
188 VIENTOS DEL PUEBLO y ZAMBRANO, Cantata popular.
189 ENTREVISTA a Aurelio Tello.
185
186
266
A propósito del nombre de la agrupación, “Vientos del Pueblo” refiere
indistintamente al poema del vate español Miguel Hernández y a la canción
póstuma del cantautor chileno Víctor Jara. Juan Antonio Catter, uno de sus
fundadores, remarca que el nombre resuena con la honda implicancia política de
los conjuntos del TCP, con grados que iban desde la simpatía hacia el ideario
popular y antiimperialista hasta la militancia en partidos propiamente tales. 190 El
grupo, sin ir más lejos, participó activamente de las campañas organizadas por
Izquierda Unida y, además, contó con una suerte de dirección política ejercida
por Manolo Castillo, militante del PCP-Unidad, quien se encargaba de coordinar
las actividades militantes y las presentaciones en vivo, y de organizar su
participación en los GAP. El conjunto se movía con mucha facilidad dentro del
espectro político limeño y, como en el caso de Tiempo Nuevo, valoraba el no
pertenecer a ninguna orgánica exclusiva. 191
En lo musical, Vientos del Pueblo desarrolló un estilo que intentó adaptar
las formas tomadas de las tendencias más importantes de la renovación
latinoamericanas al criterio de tipo más nacionalista, es decir, en sintonía con las
músicas tradicionales del Ande y de la costa para, ulteriormente, fusionarse con
géneros centroamericanos y caribeños, bajo el influjo de la Revolución
Sandinista. En tal sentido, tanto la obra final de Garrido-Lecca, en el contexto de
la Renovación Folclórica, como las trayectorias de Tiempo Nuevo, Vientos del
Pueblo y de otros conjuntos192 se vieron enmarcadas por un proceso de
ENTREVISTA a Juan Antonio Catter.
ENTREVISTA al conjunto Vientos del Pueblo.
192 Por razones de tiempo y, fundamentalmente, obedeciendo al deseo de llevar a cabo una
investigación más acotada es que decidí dejar fuera de este capítulo a otros conjuntos igualmente
representativos de la NCP. Son los casos de Alturas, Blanco y Negro, N.E.P.E.R. y Puka Soncco,
entre otras agrupaciones, que surgieron y se desenvolvieron ajenas al TCP o en algún grado de
relación más lejano y sobre todo autónomo. Pude reunir alguna información sobre sus
experiencias, pero, más que nada, una discografía resumida que, al igual que en los casos de
Tiempo Nuevo y Vientos del Pueblo, da cuenta tanto del influjo de la Nueva Canción Chilena y de
la renovación argentina -principalmente- como de las tentativas del movimiento peruano para
dotarse de una identidad sonora más nacional. A continuación, señalo algunos de estos álbumes:
ALTURAS [1981]. Alturas [disco]. Lima, Discos Alborada. 1 disco de larga duración, 37 min.
BLANCO Y NEGRO [1982]. Blanco y Negro [disco]. Lima, Crearte. 1 disco de larga duración, 38
190
191
267
transformación de la música folclórica y de raíz folclórica peruanas,
especialmente relevante para la década de 1980.
Uno de los aspectos más relevantes de aquellas transformaciones, uno
que tocó directamente la ulterior evolución de la NCP, estuvo encarnado por la
categoría de “canción testimonial”, la que cobró importancia entre fines de los
setenta e inicios de los ochenta. Revela un giro en la idea misma de canción ya
no sólo en el contexto de la NCP, sino sobre todo en lo que fue en Lima la
recepción de la Renovación Folclórica latinoamericana y su trayectoria particular.
Según los ya citados José Antonio Lloréns Amico y Patricia Oliart, este tipo de
canción formó un bloque junto a otras etiquetas de uso común -como
“contestataria”, “política” o “de protesta”-, constituyendo el patrimonio musical de
la escena estudiantil y mesocrática limeña193 que fue el sostén tanto del
movimiento de la Nueva Canción como de las organizaciones y compromisos
propios de la izquierda parlamentaria.
Por cierto, las nociones de protesta y testimonio, como pudo leerse en el
tercer capítulo de esta tesis, son componentes fundamentales de la Renovación
Folclórica latinoamericana. Apuntan a toda pieza que, en el ámbito de la raíz
folclórica latinoamericana, aluda a alguna problemática social o política que
coincida con la agenda o la sensibilidad de su público objetivo y sus agentes.
Según los autores referidos, en la Lima de cambio de década tanto “de protesta”
como “testimonial” constituyeron categorías de uso genérico entre el público que,
por su parte, eran relativizadas por los mismos artistas.194 Fue el caso, por cierto,
de Tiempo Nuevo. En palabras de Marco Iriarte, si bien el conjunto demostró una
cercanía muy intensa con la raíz folclórica, no se consideró “folclórico” en sí
mismo, si no, antes bien, un grupo precisamente de canción testimonial y política
min. N.E.P.E.R. [1981]. ¡América Libertad! [disco]. Lima, I.M.P.A.C.T.O. 1 disco de larga duración,
38 min. PUKA SONCCO [1984]. Interpreta ritmos del folklore latinoamericano [disco]. Lima, Music
Shop. 1 disco de larga duración, 40 min.
193 LLORÉNS AMICO, La Nueva Canción Latinoamericana, p. 13.
194 LLORÉNS AMICO y OLIART, Op. cit., p. 74.
268
que hizo valer su verdadera naturaleza urbana por sobre la atmósfera andina que
era perseguida por otros conjuntos, tanto en el Perú mismo como en Chile y otros
países. En dicho sentido, los géneros interpretados por la agrupación no debían
ser determinantes, pues el verdadero valor de su música debía residir en sus
contenidos críticos, aclara el entrevistado. La preeminencia que, en este caso,
fueron ganando las ideas de testimonio y de lo político por sobre la fidelidad a la
raíz folclórica, le valieron a Tiempo Nuevo el mote de “ecléctico”, sobre todo
desde inicios de los ochenta, cuando el conjunto definitivamente sometió el
modelo novocancionista a la fusión de lo latinoamericano con las tradiciones
musicales peruanas.195
Quien ahonda conceptualmente en estos asuntos es Aurelio Tello. Para
él, la “canción testimonial” es
“[…] simplemente es una canción que, digamos, pretende
dar testimonio, que pretende hablar de las experiencias
cotidianas, de lo que puede pasar en una ciudad, en una
sociedad, en un pueblo, en una comunidad, a unos
individuos, mortales, corrientes y comunes como cualquiera
de nosotros. No pretende dar una versión edulcorada de las
cosas, ni una visión melodramática de las cosas, que ha
sido el tono de la canción popular durante la mitad del siglo
XIX… y el siglo XX”.196
El musicólogo apunta al protagonismo gozado por la versión romántica de
la canción, la que, en relación fundamentalmente a sus contenidos líricos, refiere
a la situación del individuo inserto en relaciones amorosas convencionales,
ulteriormente alimentando ideas sobre la canción como un instrumento de
alienación y de dominación cultural. En su lugar, afirma Tello, la canción
testimonial fue propuesta en su momento como una alternativa, como la
posibilidad en música popular de reflejar los acontecimientos y estructuras de una
195
196
ENTREVISTA a Marco Iriarte.
ENTREVISTA a Aurelio Tello.
269
sociedad específica. Son canciones, en resumen, que hablan de sujetos
individuales y colectivos concretos, existentes en sociedades concretas, sujetos
a roles concretos y afectados por problemas igualmente concretos. Son
canciones que pretenden imprimir realismo a la música popular, expresar una
cierta inconformidad en relación al estado “natural” de las cosas, cuidando que
sus formas y contenidos apuesten por cierta calidad para, finalmente, no
transformarse en meros panfletos.197 Entonces, retomando, el testimonio de
Aurelio Tello,
“[…] la canción testimonial pretendió, pues, ser una especia
de canción culta, también dentro de la cultura popular.
Cualquier canción de Pablo Milanés o de Silvio Rodríguez
son actos elaborados de textos poéticos. Son un poco lo
que Bob Dylan en inglés, o lo que Leonard Cohen… en ese
nivel de creación, donde el peso poético de la letra ayuda
al objetivo de decir lo que se quiere decir ¿no?”.198
Este giro hacia la canción como crónica constituye en cierta forma un
derivado de la NCP, desde posiciones abiertamente políticas hacia posiciones
más impresionistas. Se trataría de una derivación que dio forma a lo que en Lima
se conoció como “música urbana”, escena en la que confluyó una serie de artistas
que buscaban más que nada la expresión del sí mismo, superando la
representatividad social y política del período anterior, y matizando la
preocupación por la identidad cultural y el compromiso. En general, estos
cantautores, avalados tácitamente o patrocinados por Chabuca Granda, 199 se
volcaron a la fusión de estilos locales, particularmente criollos y afroperuanos,
con elementos del jazz y tomando como referente, además, a la Nueva Trova
Cubana, volcándose a la musicalización de textos propios y de material escrito
ENTREVISTA a Aurelio Tello.
ENTREVISTA a Aurelio Tello.
199 ENTREVISTA a Luis Alvarado Manrique, 5 de marzo de 2017, Lima, Perú.
197
198
270
por poetas como tales.200 Quienes mejor representaron esta nueva escena, a mi
juicio, fueron los cantautores e intérpretes Andrés Soto y Daniel “Kiri” Escobar.
Sobre el primero, mantuvo una cercanía con el TCP, aunque se formó
compositivamente en el círculo de Granda, siendo públicamente reconocido
como su discípulo. Su obra cantautoral, transversalmente valorada como una de
las mejores de la música popular de los ochenta, se nutre fundamentalmente de
la tradición afroperuana, centrándose casi siempre en la temática amorosa y en
las impresiones personales sobre temas sociales y contingentes. Su trabajo más
destacado fue Para El Carmen,201 LP de 1981 en que llama la atención,
precisamente, la ausencia de contenidos críticos tácitos, un rasgo a todas luces
contrario a la NCP. No obstante, años antes el cantautor había publicado un
sencillo titulado “La hora llegó”,202 aire de festejo prensado en 1979 por el Partido
Socialista Revolucionario con motivo de la Asamblea Constituyente que se
celebró aquel año.
La paulatina desaparición de la política en la canción urbana fue, como en
el recién citado caso, sólo aparente, pues no significó un alejamiento concreto de
parte de cantautores e intérpretes en relación a las problemáticas e intereses
propios de la izquierda peruana de la época. Este aspecto toca también a Daniel
“Kiri” Escobar, otro de los cantautores previamente señalados. Antiguo miembro
de Cuesta Arriba,203 uno de los conjuntos de los setenta que daban cuenta de la
influencia de la renovación latinoamericana entre la juventud limeña, logró la
consagración dentro del panorama nacional con su álbum Omnibus, donde
despliega un estilo compositivo nutrido del canon criollo -en valses y polcas,
sobre todo- y que apunta asimismo a la definición genérica de “canción”, o sea,
una pieza musical que no se ajusta a ningún género en específico. Como en el
LLORÉNS AMICO y OLIART, Op. cit., p. 82.
SOTO, A. [1981]. Para El Carmen [disco]. Lima, IEMPSA. 1 disco de larga duración, 34 min.
202 SOTO, A. [1979]. La hora llegó [disco]. Lima, Coladisa. 1 disco single, 6 min.
203 SANTA CRUZ G., Nueva Canción en el Perú, p. 208.
200
201
271
caso de Soto, y aunque Kiri Escobar declaraba su admiración por el Partido del
Trabajo de Albania,204 por el MIR del Perú205 y, además, participaba activamente
del debate y las movilizaciones políticas, las cuestiones abiertamente doctrinarias
y partidistas -al menos en este álbum- quedaron fuera, centrándose sus
canciones más bien en las implicancias subjetivas y cotidianas de la vida en la
capital peruana.
5.7 Derivaciones de la NCP y su destino durante la década de 1980
Andrés Soto y Kiri Escobar, entre otros cantautores, cada uno a su
manera, constituyeron casos representativos de cómo la música urbana
constituía una transición desde el modelo de conjuntos renovadores hacia la
cantautoría, relacionándose todo este proceso con el prestigio que la Nueva
Trova Cubana fue ganando en el medio peruano. Asimismo, la aparición de la
escena urbana aconteció en paralelo a otra importante transformación, atañendo
en este caso al paradigma folclórico serrano e igualmente a la creciente influencia
de la música de raíz folclórica boliviana.
Se produjo, entonces, una convergencia entre el folclor serrano, el influjo
novocancionista y las novedades bolivianas, configurando una música de
carácter “andino” cuya popularidad la llevó a trascender el mero ambiente de la
NCP, cruzando a la par un proceso simultáneo de despolitización y de fusión de
géneros en torno sobre todo al huayno. Según el etnomusicólogo Julio Mendívil,
todas estas tendencias moldearon finalmente una música “latinoamericana”,
superpuesta por cierto a dicha noción de lo andino, y cuya definición estilística se
debió sobre todo al atractivo despertado entre los músicos limeños por
consagradas agrupaciones bolivianas como Los Kjarkas o Savia Andina. La
música latinoamericana, además, constituía una nueva modernización del folclor
204
205
ENTREVISTA a Pablo Molina Palomino.
MÚSICA, 11.
272
en el Perú mediante la introducción de elementos provenientes de la balada
romántica, la saya afroboliviana206 y del vocalismo, cuya base instrumental fue
un tipo de ensamble hasta el momento poco conocido en el país, salvo en la
NCP: guitarra, charango, quena, zampoña y bombo legüero. No obstante la
preexistencia histórica del folclor serrano en las ciudades de la costa, este nuevo
estilo comenzó a ser tachado igualmente de “folclórico”, curiosamente, siendo
interpretado normalmente por músicos de extracción popular a través de un
circuito de peñas y otros establecimientos ubicados en el centro histórico de la
capital, en sindicatos y otros locales asociativos de las periferias, en pueblos
nuevos y algunos escenarios situados en balnearios capitalinos.207
El ya citado Julio Mendívil, en una pieza periodística de 1988, hacía
hincapié en que este arribo imaginario de la música peruana al Ande o al Altiplano
fue, consecutivamente un efecto de la adopción local de la Nueva Canción
Chilena y de la oleada boliviana, procesos que, en la práctica, se tradujeron en
la paulatina adaptación del repertorio folclórico local a dichos estilos. El
etnomusicólogo describía este panorama no desconociendo la importancia y
riqueza de estas transiciones, especialmente la derivada del modelo chileno, sin
embargo, no ocultaba su escepticismo ante quienes lo imitaban sin más, pues
adolecían, en su opinión, de una desconexión respecto a la realidad tradicional y
folclórica nacional. En tal sentido, concluía Mendívil, la antigua influencia chilena,
sobre la que se impuso el nuevo influjo boliviano, no pareció a la larga favorecer
ni la continuidad de las músicas tradicionales ni la sustancia del folclor serrano
en la ciudad.208
WARA CÉSPEDES, G. 1993. ’Huayño’, ‘saya’ and ‘chuntunqui’: bolivian identity in the music
of ‘Los Kjarkas’. Latin American Music Review 14(1): 84 y ss.
207 MENDÍVIL, Lima es muchas Limas, pp. 35-36.
208 MENDÍVIL, J. 2001. Músicos latinoamericanistas: en la imitación no está el buen gusto. En:
Todas las voces. Artículos sobre música popular. Lima, Biblioteca Nacional del Perú / Pontificia
Universidad Católica del Perú. Pp. 38-40.
206
273
La creciente popularidad de la música latinoamericana era una realidad
que preocupaba a los actores del folclor serrano más convencional. Jaime
Guardia, por ejemplo, destacado charanguista ayacuchano, declaraba a fines de
los ochenta que
“[…] en la actualidad proliferan los grupos de música
latinoamericana que desplazan a los auténticos intérpretes.
Ellos están imponiendo un tipo de música que no es
genuina; por ejemplo, para un huayno ancashino usan la
zampoña, el charango, la quena, etc., y en esta región no
se usa la zampoña y menos con la cadencia del estilo
boliviano. Por ahí notamos que todo está totalmente
despistado, no puede distinguirse de qué región del Perú
proviene ese huayno; la gente que no conoce a los estilos
regionales, simplemente se confunde. Un extranjero por
ejemplo cree que está escuchando la música de la zona, la
auténtica, y no es así. Lo mismo le puede pasar a un niño o
a un joven que no sabe lo suficiente de estilos musicales
propios de cada pueblo, de cada región del país”.209
Lo que ponía en alerta a Mendívil y a Guardia era la amenaza que la
música latinoamericana suponía para la autenticidad regionalista y la integridad
formal del folclor. Sobre esta misma materia, el mencionado cantautor Juan Luis
Dammert opinaba retrospectivamente que no era de esperarse que en el folclor
se conservaran intactas las formas tradicionales, debido sobre todo las
trayectorias modernas de los artistas y la cosmopolitización que podía llegar a
afectar estos géneros. Era el signo de los tiempos, sostenía, de modo que los
eventuales excesos o extravíos eran algo totalmente natural. Lo que no debía ser
transable, sin embargo, era la eventualidad de que la innovación se llevara a cabo
sin el adecuado conocimiento sobre los acervos tradicionales y folclóricos. Para
Dammert, quienes mejor realizaban este anhelo no parecían ser los conjuntos
ceñidos a los modelos chileno o boliviano, si no una avanzada de artistas
LARRÚ SALAZAR, M. 1988. Jaime Guardia charanguista. Lima, Instituto Nacional de Cultura.
P. 42.
209
274
ayacuchanos, puntualmente los hermanos Walter y Julio Humala, quienes se
presentaban bajo el elocuente nombre de Dúo José María Arguedas. Según el
autor, en los hermanos primó siempre un rechazo cerrado, político y estético, a
la NCP -que, en el caso de Walter Humala, se relacionaría con su apoyo más o
menos abierto a Sendero Luminoso-, rechazo que contrastaba con un gusto por
el folclor boliviano, a través de cuyo ascendente, justamente, emprendieron una
renovación del huayno ayacuchano que Dammert valoraba notoriamente.210 En
su opinión, el Dúo José María Arguedas era un ejemplo excepcional de cómo el
influjo extranjero podía aportar a resguardar integridad de la música vernácula.
Por su parte, en un mismo sentido, el antropólogo Rodrigo Montoya años
antes sentenciaba que los grupos formados a imagen de Quilapayún o IntiIllimani estaban condenados a desaparecer si no entraban, justamente, en
conjunción con la enorme diversidad regional de la música folclórica y tradicional
peruanas -cosa que, por otra parte, en su juicio, también afectaba la efectiva
integración del folclor peruano como una música de real carácter nacional-. En el
planteamiento de Montoya convergen la cuestión plenamente estética con
algunos de los problemas políticos que, como se lee más arriba, afectaron a la
NCP: sus agrupaciones, dado este panorama, acababan por reemplazar a los
músicos tradicionales, en un modo similar -y esta comparación no es inocente- a
como las vanguardias políticas, en el seno de la izquierda peruana, tendían a
copar a las bases sociales211 y a arrogarse una representatividad ilegítima.
Todo lo anterior apunta a que, una vez que la Renovación Folclórica en el
Perú despegó su ciclo ascendente, en torno a 1974, experimentó roces con la
escena preexistente del folclor y debió, además, aprender a convivir y fusionarse,
en la escena de la música latinoamericana de los ochenta -música urbana
mediante-, con el influjo boliviano. En relación a esta mutación sufrida por la
DAMMERT, J. L. 1997. La nueva ola del huayno. En: A.M.M. Folklore peruano. Danza y canto.
Lima, Centro Peruano de Folklore. Pp. 117-118.
211 MÚSICA POPULAR. Las raíces de la cultura nacional. 1980. El Caballo Rojo, 21 sept., 5.
210
275
renovación local, durante el primer lustro de los ochenta las críticas reseñadas
apuntaban tanto a un malestar que, en lo musical, inquietaba a determinada
audiencia -debido a que la NCP tendía a “desnaturalizar” los acervos
tradicionales-, como a un desgaste político. No era sólo, como en la crítica
planteada por Rodrigo Montoya, que la NCP incurriera en actitudes políticamente
vanguardistas, juzgadas por él como nocivas. Desde una perspectiva
comparable, para Pablo Molina, el conflicto en torno a lo político en la NCP hacia
la primera mitad de los ochenta no orbitaba necesariamente alrededor de
compromisos o militancias consolidados, sino a su despolitización. Desde un
punto de vista más general, continúa Molina, por aquella época se vivía una crisis
al interior de la escena limeña, causada por la oposición entre una defensa de la
calidad de la música como valor en sí, y una posición que prefería los contenidos
y actitudes políticos por sobre el parámetro anterior. De este modo, la música
latinoamericana iba organizándose sobre una dicotomía ética y estética, a la que
se superpuso la separación tácita entre los grupos “chilenos”, novocancionistas,
y los llamados “kjarkeros”, quienes, asegura el investigador, acabaron por
ganarse el favor del público.212 Con lo anterior, pareciera ser que los conjuntos
pertenecientes a la NCP o aquellos formados según el paradigma renovador
internacional, quedaron relegados a un segundo lugar,213 siendo su potencial
político-propagandístico el aspecto más afectado.
Este agotamiento político tuvo, por cierto, sus antecedentes, relacionados
en buena medida con la trayectoria de los partidos legalistas y sus
conglomerados electorales. Las protestas que se sucedieron hacia 1977, la crisis
económica y el declive de la propia dictadura, obligaron al gobierno de Morales a
convocar una Asamblea Constituyente para 1978, proceso en cuya elección de
delegados destacaron, por una parte, el Partido Aprista -resultando en una
rehabilitación pública de su líder histórico, Víctor Raúl Haya de la Torre-, y, por la
212
213
MOLINA PALOMINO, Los límites de lo latinoamericano, p. 342.
NIÑO VÁSQUEZ, Op. cit., p. 80.
276
otra, la izquierda. Hugo Blanco, por ejemplo, referente del trotskismo y veterano
de las guerrillas sesenteras, recibió el mayor apoyo preferente, incluso por sobre
el Partido Comunista Peruano-Unidad y la Unión Democrática Popular,
precedente directo de Izquierda Unida.214 La prevalencia conquistada por el
conglomerado, más allá de sus disputas intestinas, constituía un triunfo también
para los conjuntos de la NCP involucrados en la contienda -puntualmente,
Tiempo Nuevo y Vientos del Pueblo- y, no obstante, su posición política al interior
de la escena musical peruana en su conjunto no coincidía necesariamente con
una integración efectiva con artistas comprometidos provenientes de otros
sectores. En ese sentido, citando nuevamente a Pablo Molina, llama la atención
que las consignas y posiciones político-estéticas del movimiento no les hayan
acercado, finalmente, a figuras tan gravitantes en la intersección de música y
política -bajo el GRFA y lo que vino después-, como fue el caso Manuel Acosta
Ojeda, quien, de hecho, rechazaba públicamente a la NCP. Para el caso del
folclor, Ernesto Sánchez Fajardo, el Jilguero de Huascarán -cuya música, por
cierto, fue muy proclive a lo social y lo político-, fue electo para la Asamblea
Constituyente en representación del Frente Nacional de Trabajadores y
Campesinos, FENATRACA, hecho que Lloréns Amico aprecia como un efecto de
la popularidad y prestigio de la música serrana capitalizados en la esfera política,
mientras que Pablo Molina lo interpreta como una evidencia de las fracturas
estéticas, sociales y, sobre todo, políticas, acontecidas entre la NCP y, en este
caso, el folclor serrano.215
Juan Luis Dammert, nuevamente, observaba esta desconexión y clamaba
por un real involucramiento, al interior de las fuerzas de izquierda, entre las
tendencias “verdaderamente populares de la canción” -aquella que es creada y
practicada por los sectores populares- y las experiencias emanadas del trabajo
MONTOYA ROJAS, R. 2014. Tierra y política en Perú (1888-1980). En honor de Hugo Blanco.
Lima, Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco del Ministerio y Cultura. Pp. 96-99.
215 ENTREVISTA a Pablo Molina Palomino.
214
277
ligado al TCP, a SINAMOS y la OCI. 216 Dicha desvinculación tuvo un agravante
en la irrupción del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso, en 1980, el
mismo día en que se celebraban los primeros comicios presidenciales luego de
doce años de dictadura militar.217 El estadillo de la violencia política afectó
profundamente a la música peruana, puntualmente a la escena latinoamericana,
provocando, por ejemplo, que los consiguientes cismas políticos quebraran
agrupaciones, o que determinado repertorio dejara de ser interpretado porque
denotaría, en lo futuro, algún grado de compromiso insurgente -como en el caso
del mencionado huayno “Flor de retama”-.218 Al cabo de algunos años, la escena
no resistiría los bruscos cambios que afectaron al contexto peruano, y acabó por
implosionar. En el caso puntual de la NCP, su punto cúlmine pareció estar
marcado por la primera presidencia de Alan García (1985-1990), especialmente
por su intento por instrumentalizar a la renovación nacional e internacional, por
medio de la Semana de Integración Cultural Latinoamericana, evento oficial que
tuvo lugar en Lima en abril de 1986,219 y que acabó de resaltar los conflictos
internos a la escena y debilitarla políticamente. El Conflicto Armado impactó,
finalmente, en una desarticulación general de la izquierda peruana. La brutalidad
de los hechos causó que los matices al interior de la izquierda fueran
paulatinamente aplastados, bajo la acusación universal de terrorismo,220 mácula
que recayó sobre toda la música asociada a lo andino, incluyendo a los herederos
de la NCP.
MÚSICA POPULAR, 5.
ZAPATA, La vida política, p. 64.
218 Juan Melgar menciona que algo que antecedió al desarrollo de la Nueva Canción fue la
formación de tropas de sikuris, tanto al alero de las colectividades de migrantes aymaras en Lima
como en universidades, puntualmente en la UNMSM o en la PUCP. En relación al impacto de
Sendero Luminoso en la escena folclórica limeña, las sikuriadas, por cierto, se volvieron
fundamentales para la política expresiva de dicho partido. ENTREVISTA a Juan Melgar Russo
Herrera.
219 MOLINA PALOMINO, Los límites de lo latinoamericano, p. 328.
220 ENTREVISTA a Pablo Molina Palomino.
216
217
278
CONCLUSIONES
Concluyo que el folclor musical ha operado como una abstracción de la música
tradicional, es decir, históricamente ha resultado un desplazamiento o una
descontextualización de la cultura tradicional para que ésta sea resignificada o
refuncionalizada en vista a nuevos intereses sociales, estéticos, políticos,
etcétera, como los que primaron en América Latina entre fines del siglo XIX y
hasta más o menos la década de 1980. Este esquema histórico acarrea una serie
de problemas en torno a la noción de autenticidad, en torno a la pertinencia
socioestética de las músicas de raíz y sus subsecuentes reelaboraciones al alero
tanto de las músicas doctas como populares. Desde el punto de vista de la
autenticidad como valor, el folclor ha sido sobre todo un dispositivo de
autentificación y de generación de tradiciones, a partir de, valga la redundancia,
el patrimonio cultural de las sociedades tradicionales y los sectores subalternos.
Asimismo, ha constituido una suerte de estrategia para afrontar el avance de la
modernidad, involucrando una inquietud ante la misma, aunque, paradojalmente,
participe de ésta, sobre todo al constituirse en una disciplina académica y en una
categoría de la industria cultural y los medios masivos de comunicación. El folclor
ha tendido, no obstante, al conservadurismo y a la nostalgia, de modo que
encarna un contradictorio vínculo positivo con el pasado, con los sectores
sociales que lo encarnarían, y una relación de atracción y repulsión respecto de
los contextos y recursos provistos, justamente, por la modernidad.
Asimismo, proyecta una visión positiva sobre lo popular determinada por su
formulación primigenia durante las postrimerías del Antiguo Régimen. Su noción
de lo popular no es inmanente en el sentido ilustrado: no apunta a una ciudadanía
como sujeto colectivo y político, base material y jurídica de una soberanía
279
sostenida en la aspiración al bien común, independiente de los lazos históricos y
sanguíneos que la componen. Antes bien, el folclor comprende al pueblo como
una entidad gregaria, atávica, esencializada y telúrica, sublime en muchos casos,
de modo que su expresión, su cultura -algo eminentemente espiritual- preexiste
a la política. El folclor tiende a concebir al pueblo y a lo popular como objetos
dados, comprende la realidad sociohistórica como una emanación de esencias
que remiten a un pasado remoto persistente en el presente, y tal episteme bien
puede ser el antecedente para explicar, ya en el siglo XX, la ausencia habitual de
elementos críticos o perspectivas constructivistas en el folclor científico, sobre
todo en América Latina.
Dicha ausencia fue advertida y contrarrestada progresivamente en el continente
en la década de 1950, tanto dentro del ámbito académico como, con más fuerza,
en el contexto de la música popular de raíz folclórica, cuando con la Renovación
Folclórica latinoamericana cundieron nociones, aspectos estéticos y posiciones
estratégicas que transforman al folclor un ámbito de crítica y denuncia, ya no de
exaltación. Asimismo, dicha transformación vino acompañada de una nueva
perspectiva continental sobre la cultura popular de raíz, latinoamericana y ya no
exclusivamente nacional, reestructurando los esquemas sonoros en nuevas
constelaciones regionales y continentales, con la consecuente desjerarquización
de lo latinoamericano con respecto a otras grandes matrices geoculturales,
puntualmente en relación con el Occidente.
En torno a lo mismo, la Renovación demuestra una actitud activa y crítica hacia
los aspectos elementales del folclor convencional, entre otros, la concepción de
cultura popular como ahistórica, como relicto de sociedades tradicionales en
extinción. Este giro anuncia una nueva época para la historia de la música popular
latinoamericana, pues se amplía la definición del folk hacia los sectores urbanos,
modernos y cosmopolitas -no ya aludiendo exclusivamente a los sectores rurales
y tradicionales-, y por ende deriva en una comprensión del lore en donde cabe la
actualización de sus formas y contenidos. Esto permite que lo tradicional pueda
280
ser abiertamente confrontado y fusionado con las vertientes doctas y populares,
sobre todo cuando en la década de 1960 florecen las escenas principales. Dicha
ampliación estética resuena tanto con una crítica a los medios de producción y
comunicación como con una evidente ampliación cultural de la izquierda
latinoamericana a través, justamente, de la adhesión a ésta de buena parte del
movimiento continental. En el mismo sentido, la idea de política subyacente a la
Renovación se expresa tanto simbólicamente -la canción como artefacto estéticocomo pragmáticamente -homologías y autonomías estructurales entre el
quehacer artístico y la agenda política-, apuntando a una nueva hegemonía. De
este modo, los agentes renovados se vieron a sí mismos como intelectuales
orgánicos en el proceso de construcción del socialismo.
Tanto la caracterización crítica de la Renovación Folclórica general -desplegada
en el Capítulo 3- como la recreación y análisis de la escena de la NCP -expuestos
en los capítulos 4 y 5- dan por comprobada la hipótesis impuesta a esta
investigación: el movimiento continental operó como una readecuación categorial
y estética de las nociones y prácticas inherentes al folclor musical
latinoamericano. El surgimiento de la escena renovada motivó la orientación del
folclor musical a los intereses sociales, culturales y políticos contemplados en
general por la izquierda posteriormente al triunfo de la Revolución Cubana, cuya
máxima incidencia y popularidad acontecieron entre los años 1960 y 1980. A la
larga, el vínculo que fue estrechándose entre música folclórica renovada y
discursos y compromisos de izquierda, provocó una identificación de estos
marcos estéticos con dicho sector político, y la definición consecutiva del folclor
latinoamericano renovado como una serie de géneros más dentro del enorme
espectro de las músicas populares del continente.
La decisión de comprobar los rasgos fundamentales de la Renovación en el caso
específico de la NCP resultó en la manifestación de una serie de elementos
inadvertidos al inicio de la investigación, aunque ninguno alejado de la hipótesis
central. Dichos elementos derivan, en su mayoría, del hecho de que existieron,
281
como señalé en el Capítulo 3, unas escenas paradigmáticas o “mayores” chilena, uruguaya, argentina y cubana- que ejercieron una fuerte y decisiva
influencia en escenas “menores” o marginales, entre otras, aquella emplazada
puntualmente en la ciudad de Lima entre mediados de los setenta e inicios de la
década siguiente. Este aspecto merece ser resaltado porque, en la práctica, dio
pie a tres preguntas de investigación fundamentales. En primer lugar, y si la
Renovación Folclórica constituye un intento por unificar las músicas de raíz
tradicional nacionales y regionales en un gran conjunto de géneros de valor
estético-político y cobertura continental ¿tal unificación se llevó a cabo
equilibradamente o, por el contrario, se trató de un proceso conflictuado por el
cual fueron impuestas jerarquías entre géneros y escenas, nacional e
internacionalmente? En segundo lugar, si en las escenas mayores se emprendió
fundamentalmente una reelaboración crítica y creativa de los respectivos
folclores nacionales ¿se repitió este proceso originalmente en las escenas
menores o cundió, más bien, la imitación o adaptación de las primeras a los
contextos locales? Y, en tercer lugar, si cada una de las escenas mayores
respondió a casuísticas puntuales que determinaron relaciones específicas entre
música y política ¿cómo se dio la relación entre el movimiento renovado y los
regímenes y procesos políticos existentes el Perú bajo el período señalado?
Uno de los primeros alcances de esta investigación tuvo que ver con la tensión
existente entre modelos y tendencias nacionales e internacionales, aspecto que
no puede sostenerse como un rasgo estructural de la Renovación Folclórica
latinoamericana sin el conveniente análisis comparativo de otras escenas
menores, desafío pendiente para proyectos por venir. Sin embargo, el grado de
profundidad de esta investigación me permite concluir que la potencia y ubicuidad
de dicha tensión fue determinante para el destino histórico y la complexión
estética de la NCP, claro que los resultados específicos de esta investigación
doctoral sólo atañen a lo acontecido al interior del Perú y no a las eventuales
282
interacciones entre la NCP y el espectro general latinoamericano. Esta última
faceta deberá, también, ser abordada por nuevas averiguaciones.
Sinópticamente, algunos de los rasgos renovados advertibles en el caso peruano
atañen, por ejemplo, al uso de la canción como una herramienta crítica orientada
al cambio social y proclive de sumarse a las políticas culturales y
propagandísticas revolucionarias. Asimismo, atañen al hecho de constituir un
ámbito reflexivo en torno a la homología de música y estructura social, en donde
se entendía transversalmente que la canción comercial y convencional debía ser
superada en piezas de hondura crítica y determinados rasgos estilísticos, como
las provistas por la canción testimonial. A la adopción, también, del conjunto
instrumental y de la idea de lo andino imaginados e implementados por el
movimiento de la Nueva Canción Chilena, asunto que significó una orientación
latinoamericanista en el caso peruano. Y a la dualidad, finalmente, de
tradicionalismo e innovación, y de nativismo y cosmopolitismo, puntualmente en
relación con la antedicha tensión entre escenas mayores y menores, y a la
existencia de un medio folclórico local, sobre todo en Lima, con la cual la NCP
sostuvo débiles y conflictivas relaciones.
Lo anterior se vincula con los problemas del equilibrio o verticalismo entre
géneros internacionales y del carácter imitativo y la originalidad de las escenas
menores, contemplados en las primera y segunda preguntas. La NCP en sus
inicios no se cuestionó oficialmente la continuidad o discontinuidad entre sí y el
folclor peruano preexistente, el cual, recordemos, fue fruto de la provincialización
o cholificación de las ciudades de la costa. Los agentes renovadores parecieron
no interesarse inicialmente por que el repertorio y las prácticas del folclor serrano
dieran pie a una canción de raíz modernizada, bajo los criterios renovadores que
ulteriormente recogiera las aspiraciones de artistas militantes o inclinados hacia
la izquierda, y se alineara asimismo con las inquietudes de los sectores sociales
más precarizados y marginados del Perú.
283
El rol que le cupo a Celso Garrido-Lecca como organizador y principal promotor
del movimiento, al menos hasta 1978, definió un aspecto crucial para la NCP: su
agenda se orientó a la sincronización de las tradiciones docta, popular y folclórica
sobre el deseo ideológicamente sustentado de superar las diferencias entre
géneros musicales -y entre alta y baja cultura, por ende- como una especie de
equivalente estético de la supresión de las diferencias sociales contemplada por
el socialismo latinoamericano. Sin duda, esta visión fue fruto de su experiencia
como educador y creador al alero de la Nueva Canción Chilena, y es así como
Garrido-Lecca fue el eslabón entre los movimientos chileno y peruano, dando
cuenta él mismo de la vocación transnacional de la Renovación Folclórica
latinoamericana. La resultante preponderancia del modelo chileno fue respaldada
por la sintonía en que Garrido-Lecca y la cúpula velasquista entraron al fragor del
reformismo militar en educación y cultura. Dicha sintonía tuvo su expresión
concreta en los cargos ocupados por el compositor en la ENM y, más
puntualmente, en la apertura del TCP, hechos que consolidaron al referente
chileno como paradigma de la NCP.
A la larga, aquella desconexión entre la renovación peruana y el folclor serrano
se volvió un flanco débil y problemático, achacado sistemáticamente por algunos
de sus críticos y detractores una vez que, ya en los ochenta, tanto el surgimiento
de la música latinoamericana como el estallido del Conflicto Armado complicaran
la continuidad del movimiento. En esta línea, la separación tácita que la
Renovación Folclórica latinoamericana connotaba entre canciones “nuevas” y
“viejas”, siguiendo el ejemplo de las escenas mayores, cobró un cariz especial
pues, al tratarse la NCP originalmente de la implementación local del modelo
chileno con un grado nada despreciable de apoyo oficial, aquel vacío o
discontinuidad entre folclor serrano y renovación local seguramente afectó la
popularidad y efectividad política de la segunda.
Y, sin embargo, la NCP acabó por asumir el dilema de lo nacional y popular hacia
fines de los setenta, como una suerte de autocrítica y comparativamente en
284
relación al panorama renovado continental para, en consecuencia, dotarse de un
carácter propio y distintivo dentro del gran contexto latinoamericano. La
“deschilenización” o “peruanización” de la NCP fueron efectivamente afrontadas
con resultados musicalmente muy interesantes, como la cantata Kuntur Wachana
y el trabajo de Tiempo Nuevo en torno al acervo criollista, pero que, al parecer,
no lograron cuajar en una propuesta capaz de concitar el interés público, en parte
asimismo a las conmociones sufridas por la izquierda peruana entrados ya los
ochenta. Asimismo, la renovación que debió haber ocurrido -teóricamente, al
menos- en base al patrimonio folclórico efectivamente ocurrió, pero bajo el influjo
del folclor boliviano y formando parte de un proceso de despolitización de la
canción de raíz, determinando finalmente la marginación operativa de la NCP
dentro del contexto general de la música popular peruana.
Futuras investigaciones deberán ahondar en la relación conflictiva que existió
entre el folclor serrano y la NCP, por que, por ejemplo, el surgimiento de esta
última coincide, bajo el Velascato, con una época particularmente fructífera en
términos comerciales y de popularidad, favorecida tanto por las políticas
culturales orientadas al fortalecimiento de la música nacional como a la elevación
del nivel de vida de los sectores menos favorecidos, como efecto de las políticas
sociales emanadas de la primera fase del GRFA. La desconexión a la que he
referido, por cierto, apunta a que la NCP no logró capitalizar dicho auge a su
favor, asunto que estratégicamente pudo ser de importancia capital. En tal
sentido ¿podía esperarse de los novocancionistas una visión más hegemónica?
Es necesario afinar aún más los conceptos y nociones involucrados, así como las
contextualizaciones históricas, pues en la historia de la NCP cunde un debate
latente en torno a qué es el folclor, para qué y a quiénes sirve. Esta afinación
conceptual aportaría también al análisis general de los movimientos de
Renovación Folclórica internacionales a cuyo conocimiento, justamente, esta
tesis quiere contribuir. En este caso, ideal sería poder acoger otras iniciativas de
readecuación estilística y política del folclor y otras músicas vernáculas bajo la
285
misma época, sin necesariamente tener que someterlos a los parámetros
novocancionistas, pues, como expuse en el Capítulo 4, el Velascato impulsó una
politización selectiva de la música nacional e intentó darle carácter
propagandístico a determinados artistas y géneros -recordemos los casos de los
hermanos Santa Cruz-, efectos que, a la larga, exigen también que el GRFA sea
estudiado como un caso en sí, sin duda muy atractivo, en torno a las relaciones
históricas de música y política.
En íntima relación con la tercera pregunta planteada, por lo común los
movimientos renovadores nacieron a instancias de regímenes o procesos
políticos ad hoc, fueron acogidos e impulsados por los mismos, o fueron
convergiendo con aquellos. La Renovación Folclórica integró aspectos que en la
práctica resonaron con las agendas oficialistas, enriqueciendo así el despliegue
cultural de, sean los casos, la Revolución Cubana, la Unidad Popular o la
Revolución Sandinista, y en no pocas ocasiones llegando a ser instrumentalizada
como órganos de propaganda. El caso de la NCP es especial, pues se trata de
un movimiento que nació bajo un régimen revolucionario sui generis que entró en
la órbita de procesos latinoamericanos afines y en el ámbito de interés del
socialismo global y el tercermundismo. El origen y el destino de la renovación
peruana se hallan inextricablemente ligados al auge y la caída del GRFA y, de
este modo, el desenvolvimiento de la primera durante la transición democrática
de los años ochenta y al estallido del Conflicto Armado debe ser observado a la
luz de la descomposición tanto del régimen mismo como de la izquierda
postvelasquista. Ahora, y no obstante la causalidad ¿es justo ver en la NCP un
mero efecto del Velascato? O en su defecto ¿cuál es la justa proporción histórica
entre su autonomía o dependencia respecto a la Revolución Peruana? Sobre las
relaciones tendidas entre el movimiento y el mencionado gobierno, éstas
estuvieron sujetas a la diversidad y ambigüedad de posiciones al interior de la
izquierda en general, sin ir más lejos, y si bien algunos entrevistados aseguran
que la gran mayoría de los novocancionistas trabajaron en coordinación con el
286
régimen, hay quienes afirman que su aceptación o rechazo estuvieron sujetos a
la ilegitimidad que las distintas facciones achacaban al GRFA. Ilegitimidad, por
añadidura, comparable a una ambigüedad que el Velascato en específico
también demostró hacia su contraparte, a la que atacó e instrumentalizó en partes
iguales. Sin ir más lejos, tanto las gestiones de Garrido-Lecca, el TCP mismo y
los orígenes de Tiempo Nuevo son excelentes ejemplos de cómo el Velascato
intentó granjearse el prestigio y las capacidades operativas de la Renovación
Folclórica en el Perú. Con el fin de evitar futuras generalizaciones y definir mejor
la diversidad de posiciones políticas al interior de la NCP, nuevas investigaciones
deberán abordar en específico las trayectorias de otros solistas y conjuntos, y
asimismo detallar los aspectos ideológicos y estéticos que guiaron las políticas
culturales y la propaganda velasquistas, tanto en el INC como en SINAMOS,
SINADI y otros organismos afines.
Políticamente, la NCP debió enfrentar los problemas propios de la izquierda
peruana, ya fuera en su organización misma como en relación a las bases
sociales y a los sectores populares con los decidió trabajar. Estos problemas,
como señalé, fueron de índole étnica y clasista mayormente, y relativos al
carácter metropolitano y criollo de la renovación, impactando tanto en su esquiva
relación con la escena del folclor serrano como con ciertos posicionamientos más
radicales en su fervor revolucionario. Fue por esto que planteé la comparación
entre Martina Portocarrero y el conjunto Tiempo Nuevo, comparación de la cual
resultan conclusiones que bien pueden ligar a la conformación de la NCP con el
devenir de la izquierda peruana durante los ochenta -pues la oposición entre la
izquierda legal, representada por Izquierda Unida, y Sendero Luminoso,
obedecieron a aquellas mismas diferencias de composición-.
En una línea similar, si bien la NCP era acusada de paternalista y vanguardista,
su trabajo en torno a los GAP representó una opción por reconocer e interiorizar
los intereses populares. Sin embargo, acciones como éstas reñían con el
principio doctrinalmente establecido de que, a falta de genuinos artistas
287
populares, eran los partidos políticos los encargados de formarlos y conducirlos,
con tal de sustentar un verdadero arte socialista. Una idea de este tipo pudo
hipotéticamente respaldar el desinterés general de la izquierda hacia el folclor
local, por una parte, y por la otra el depósito en la NCP de las expectativas por
fundar un arte auténticamente popular y revolucionario en el Perú. La cuestión
apuntaba a un problema central a la Renovación Folclórica latinoamericana y a
sus vinculaciones con determinados regímenes políticos: su tensionado
despliegue estético entre una concepción propagandista de la cultura y el ideal
de una música comprometida que resguardara su calidad y su profundidad. En
el caso peruano, lo anterior dice relación con el deseo de algunas dirigencias de
agenciarse agrupaciones oficiales, grupos de partido que solían ser criticados por
los músicos comprometidos por su facilismo y mediocridad tanto en términos
estrictamente musicales como por la concepción de cultura que encarnaba.
Aspectos como los expuestos obligan a imaginar nuevas investigaciones que
ahonden en el carácter político, por ejemplo, de otros conjuntos y solistas no sólo
más allá del TCP, sino en los mismos márgenes de la izquierda legalista como,
por ejemplo, en ciertas experiencias de la música andina limeña de los ochenta
que, se sabe, estuvieron vinculadas a Sendero Luminoso y, de hecho, operaron
como su contraparte orgánica. Al mismo tiempo, una de las principales
conclusiones emanadas de esta tesis doctoral apunta a que el declive de la NCP
es no sólo comparable al declive de la izquierda legal peruana durante los años
ochenta, si no que ulteriormente hizo parte en la trayectoria general de la
Renovación
Folclórica
latinoamericana,
igualmente
menguante
debido
fundamentalmente al agotamiento relativo de sus propuestas estéticas y
posiciones políticas, y a la situación global de la izquierda mundial hacia inicio de
la década del noventa. En cualquier caso, esta tesis no es definitiva: el grueso
del trabajo en torno a la NCP queda pendiente y su buen destino puede que
dependa de las observaciones, datos y análisis que he pretendido plasmar a lo
largo de esta tesis.
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VV.AA. [1974]. El nuevo día [disco]. Lima: sin datos. 1 disco de larga duración,
40 min.
VV.AA. [1983]. Himno Izquierda Unida. Mensaje del Dr. Alfonso Barrantes Lingán
[disco]. Lima, Epocap. 1 disco single, 10 min.
VV.AA. [1984]. Abril en Managua [disco]. Managua, Enigrac. 1 disco de larga
duración, 40 min.
VV.AA. [2005]. Aires folklóricos y tradicionales de Chile [disco y libro]. Santiago,
Centro de Documentación e Investigación Musical de la Universidad de Chile. 1
disco compacto, 60 min.
Entrevistas
ENTREVISTA a Aída “Mocha” García Naranjo, 14 de marzo de 2017, Lima, Perú.
ENTREVISTA a Alberto “Chino” Chávez, 11 de febrero de 2017, Lima, Perú.
ENTREVISTA a Aurelio Tello, 9 y 12 de marzo de 2017, Lima, Perú.
ENTREVISTA a Celso Garrido-Lecca Seminario, 14 de enero de 2014, Santiago
de Chile.
ENTREVISTA a conjunto Vientos del Pueblo, 25 de marzo de 2017, Lima, Perú.
ENTREVISTA a Juan Antonio Catter, 25 de marzo de 2017, Lima, Perú.
ENTREVISTA a Juan Melgar Russo Herrera, 25 de marzo de 2017, Lima, Perú.
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ENTREVISTA a Luis Alvarado Manrique, 5 de marzo de 2017, Lima, Perú.
ENTREVISTA a Marco Iriarte, 6 de marzo de 2017, Lima, Perú.
ENTREVISTA a Pablo Molina Palomino, 20 de marzo de 2017, Lima, Perú.
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