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De Soto y la (im)posible apuesta por un neoliberalismo popular.

2010, Cultura Política en el Perú: Tradición autoritaria y democratización anómica

Desde hace casi tres décadas, Hernando De Soto se ha convertido en un importante animador intelectual del neoliberalismo. En 1979, organizó un seminario en Lima al cual asistió el filósofo austriaco Friederich Von Hayek, padre de la sociedad de Mont Pellerin y principal impulsor de dicha corriente a nivel mundial. Junto con otros colegas, en 1981 formó una asociación civil sin fines de lucro, el Instituto Libertad y Democracia (ILD) y dos años después, en 1983, llevó a cabo el Seminario "Dependencia y Desarrollo en debate", donde el invitado central fue nada menos que el premio Nobel de economía Milton Friedman, el economista neoliberal más importante del mundo. En el año 1986, Hernando de Soto publica El otro sendero 1 , libro que recopila varios años de investigaciones desarrolladas por el ILD en torno a temas como la economía informal, la estructura administrativa del Estado y, en general, el desarrollo económico del Perú. Partiendo de tres estudios de caso y con serias aspiraciones teóricas, el libro aborda-desde un marco de economía neoinstitucionalista-la crisis económica de los años ochenta y enjuicia el modelo de Estado intervencionista que con altas y bajas se había desarrollado en el país. Además. el ILD editó una serie de compendios estadísticos y reseñas del trabajo de campo que sustentaban sus apreciaciones.

Carlos Alberto Adrianzén De Soto y la (im)posible apuesta por un neoliberalismo popular “Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él” Himno a los voluntarios de la República España aparta de mi este caliz César Vallejo Desde hace casi tres décadas, Hernando De Soto se ha convertido en un importante animador intelectual del neoliberalismo. En 1979, organizó un seminario en Lima al cual asistió el filósofo austriaco Friederich Von Hayek, padre de la sociedad de Mont Pellerin y principal impulsor de dicha corriente a nivel mundial. Junto con otros colegas, en 1981 formó una asociación civil sin fines de lucro, el Instituto Libertad y Democracia (ILD) y dos años después, en 1983, llevó a cabo el Seminario “Dependencia y Desarrollo en debate”, donde el invitado central fue nada menos que el premio Nobel de economía Milton Friedman, el economista neoliberal más importante del mundo. En el año 1986, Hernando de Soto publica El otro sendero1, libro que recopila varios años de investigaciones desarrolladas por el ILD en torno a temas como la economía informal, la estructura administrativa del Estado y, en general, el desarrollo económico del Perú. Partiendo de tres estudios de caso y con serias aspiraciones teóricas, el libro aborda -desde un marco de economía neoinstitucionalista- la crisis económica de los años ochenta y enjuicia el modelo de Estado intervencionista que con altas y bajas se había desarrollado en el país. Además. el ILD editó una serie de compendios estadísticos y reseñas del trabajo de campo que sustentaban sus apreciaciones. 1 Con esta afirmación no pretendo desconocer la actual disputa legal entre Hernando De Soto, Enrique Ghersi y Mario Ghibellini. Estos últimos buscan que se les reconozca como coautores del texto tal y como apareció en las primeras ediciones de El otro sendero. Sin embargo, para todos los fines la obra en cuestión quedó identificada tan sólo con el primer autor, por esta razón entonces y para hacer más fluida la lectura del texto lo menciono sólo a él. Si bien las tesis de Hernando de Soto son bastante conocidas, haré un rápido resumen de ellas. De Soto llama la atención sobre la silenciosa transformación que se habría iniciado en el país con las sucesivas olas migratorias a Lima a partir de la década de los treinta, las cuales superaron con creces las posibilidades de ofrecer empleos, servicios y viviendas a una creciente población urbana. Es por ello que, desde por lo menos los años cincuenta, la estructura económica del país sufriría un paulatino e inexorable proceso de “informalización”, en desmedro de la llamada economía formal. Este proceso estaría signado por una mayor eficiencia económica frente al sector formal, pues este tenía que enfrentarse no sólo a la excesiva reglamentación estatal, sino al llamado “derecho distributivo”. Dicho en otros términos: según De Soto, la ley ha servido históricamente en el Perú como un medio para eliminar la competencia y someter a los actores económicos al poder político. Este sistema, denominado “mercantilista”, habría impulsado a los empresarios, a los trabajadores y en general a todos los actores de la sociedad civil, a procurar no la eficiencia y la innovación sino la cercanía al poder político para recoger dádivas y diversos beneficios. Debido a estos factores, el “natural” funcionamiento de la economía se habría “distorsionado”. Partiendo de esta descripción, De Soto coloca a “los informales” como piezas claves en la superación del cuadro de descomposición en el que hallaba el país. Verdaderos capitanes de empresa schumpeterianos, agentes sociales altamente competitivos e innovadores, estos actores dejan de ser considerados como un problema social para convertirse en el centro de la solución de un nuevo programa de desarrollo en el país.. A la publicación de El otro sendero, siguieron un importante número de artículos e investigaciones que discutían sus propuestas. La mayor parte de ellos se centró en analizar la obra en tanto producto académico, es decir, a partir de lo correcto o incorrecto de sus hipótesis y miradas respecto a la sociedad peruana de aquellos años. Desde diversas disciplinas como la sociología, la economía y la antropología, se alzaron voces que señalaban, primero, las incongruencias en la descripción que De Soto hacía de la realidad peruana y, segundo, la insuficiencia de sus propuestas para la superación de la pobreza2. Luego de 22 años de escrito y de un amplio debate me interesa retomar la discusión pero desde otro punto de vista. Existen por lo menos dos razones por las cuales creo importante este análisis hoy en día. En primer lugar, no me serviré de la antropología, la economía o la sociología ni me detendré a analizar si fue correcto o no el análisis y la caracterización que Hernando de Soto hizo de la sociedad peruana, de su Estado y de su sociedad civil. Más bien, me interesa observar, desde la teoría política actual, cómo emergen las identidades políticas en este texto. Pues, antes que nada, yo sostengo que El otro sendero fue fundamentalmente un acto político que constituyó “un pueblo”, es decir, que el libro se propuso crear un nuevo sujeto político encargado de llevar adelante la reestructuración de un orden social caduco. En mi opinión, El otro sendero recoge los principales elementos del discurso populista, tal y como lo entiende Ernesto Laclau en su libro La razón populista. Ahora bien, dado que la visión de De Soto terminó impregnando a una gran parte del arco político nacional, hoy resulta necesario deconstruir esta visión y revelar sus profundas aristas antipolíticas (Mouffe 2007). Esta es la segunda razón que justifica este revival académico. Como se verá hacia el final del presente texto, la antipolítica de De Soto se manifiesta sobre todo en la negación de que la realidad social es siempre fruto de una lucha política y en la aceptación de un “orden pospolítico” (es decir, libre de antagonismos) basado en una sociedad de mercado naturalizada. I. 2 EL POPULISMO DE DE SOTO. A manera de ejemplo pueden señalarse algunas discusiones que giraron en torno a los elementos que permitirían un aumento sostenido de la productividad de las micro-empresas: mientras la tesis de De Soto se inclina por la reducción de los costes salariales y no salariales, otros economistas pondrán el énfasis en el cambio tecnológico como motor del aumento de la productividad (Iguiñiz 2001). Otro debate se da en torno a la producción de la llamada ciudad popular y la importancia capital que le adjudica De Soto al otorgamiento de los títulos de propiedad. ¿Cuántos de los nuevos propietarios formales hipotecarían su casa para emprender la aventura empresarial? La hipótesis de algunos investigadores discutirá el mayor valor de uso sobre el potencial valor de cambio que le otorgan los propietarios a sus viviendas y, por lo tanto, la alta posibilidad de que gran parte de estos se niegue a hipotecar su vivienda (Riofrío 1991). Finalmente, otros autores critican el excesivo peso que la narración de De Soto le otorga al individuo como actor y único motor del progreso que habrían alcanzado los migrantes-informales. En El otro sendero, las redes de parentesco y otras formas de solidaridad social tienen un papel absolutamente secundario. Las invasiones, las viviendas y los mercados informales son portentosos eventos, en la epopeya desotiana, realizados por individuos racionales y ejecutados luego de un complejo cálculo económico, y en ningún caso producto de la acción colectiva de grupos con fuertes lazos de solidaridad. Sostengo que el valor principal de El otro sendero radica en la articulación de un “nuevo relato” que, al dotar a viejos actores sociales de nuevas identidades políticas, proveyó a la derecha nacional de un nuevo programa de acción. Como acertadamente lo señaló Grompone, De Soto presenta una serie de imágenes y personajes arquetípicos que se engarzan en epopeyas de transformación social (1990: 35). Este es justamente mi argumento central: El otro sendero es antes que nada la epopeya del llamado capitalismo popular. Sin embargo, donde Grompone ve su mayor debilidad3, yo veo mayor fortaleza. Mientras que Grompone critica a De Soto por su equivocada descripción de la realidad nacional y por las conclusiones que a partir de ella extrae, yo prefiero rescatar la eficacia del relato en tanto que permite un reordenamiento de la realidad nacional en línea con los principales postulados de la derecha neoliberal. Pronto veremos que De Soto se sirve del populismo para otorgarle una nueva identidad al pueblo. Pero antes de ello, debo explicar qué quiero decir por populismo. En su libro La razón populista, Ernesto Laclau propone una nueva forma de acercarse a un fenómeno tan debatido en nuestra región como lo es el populismo. Para Laclau, el populismo no debe ser entendido como un fenómeno determinado por una serie de características positivas. Este ha sido, según Laclau, un error permanente en el que han incurrido la mayor parte de los especialistas en el tema. Lo cual los ha llevado a ofrecer, por un lado, un sin fin de características que definirían el populismo, y por el otro, una interminable lista de excepciones a la regla. Por ello, Laclau prefiere entender el populismo no como un fenómeno social positivo, sino como una lógica de acción y construcción política (Laclau 2005: 11), entendida esta última como el núcleo fundacional donde se asienta la formación del orden social, vale decir, el momento cero de producción de un nuevo orden social. Por lo tanto, al ser una lógica y no un fenómeno, el populismo puede ser percibido en regímenes políticos de signos ideológicos diversos. En última instancia, en este esquema, el populismo es una forma de construcción de identidades políticas 4. 3 Grompone reconoce por supuesto una serie de méritos a El Otro Sendero tales como “…identificar las articulaciones entre régimen jurídico y sociedad…” o “…reconocer capacidad de iniciativa en los pobladores y en el conjunto de los informales.” (Grompone 1990: 53) 4 Existe para Laclau además de la identidad populista, una identidad institucionalista, la cuál tiene como único eje equivalencial la diferencia. La diferencia se constituye en la única equivalencia aceptable a nivel de la sociedad. Se podría decir entonces siguiendo lo anterior que lo único que nos une es que somos diferentes. La equivalencia no tiene, en la identidad institucionalista ninguna expresión positiva. Para Laclau, existe una primera condición ineludible para que se establezca la lógica populista: la aparición de una serie de demandas insatisfechas. Pensemos en una ciudad donde un grupo X tiene una demanda puntual. Esta demanda, dirigida a uno o varios actores se enfrenta a dos posibilidades: la primera, que la demanda sea solucionada y por lo tanto se extinga; la otra es que no lo sea y que se convierta en una demanda insatisfecha. Al cabo de un tiempo, aparece otra demanda que se enfrenta a la misma encrucijada: ser o no solucionada, ser o no satisfecha. Si las demandas no son solucionadas por el sistema, se van acumulando y, pese a que inicialmente no estaban relacionadas, todas adquieren el carácter de insatisfechas, estableciendo así el primer paso para una relación equivalencial (Laclau 2005: 98). Ahora bien, exploremos la suerte de las demandas de la nueva población limeña en El otro sendero. El relato de De Soto se inicia alrededor de la década del cuarenta del siglo pasado cuando el proceso de migración y urbanización del país crece exponencialmente. Ya no se trata de las migraciones de familias provincianas adineradas, ni tampoco de sus sectores medios, sino de una nueva ola migratoria que terminaría por transformar las estructuras del Perú así como las ciudades, sus formas de ocupación, sus empleos, sus patrones de consumo y su cultura. Este proceso estuvo acompañado de una progresiva descomposición del mundo señorial limeño y un proceso de democratización que abarcó casi todos los aspectos de la vida social. Esta transformación/ descomposición del viejo orden trae consigo demandas que no podrán ser absorbidas por el sistema social que entraba en crisis. A medida que el proceso de migración y urbanización se acentuaba, se fueron acumulando las demandas insatisfechas de los nuevos habitantes de Lima. El “sistema” no proveía en la cantidad suficiente viviendas, puestos de trabajo, medios de transporte, etc. Ante este escenario, se abre la puerta para que estas “demandas democráticas” (es decir, demandas aisladas, sin ninguna relación entre ellas, pero que tienen la igualdad como horizonte) se transformen en “demandas populares” (demandas “en paquete”, por decirlo de algún modo). “Los migrantes descubrieron que eran numerosos, que el sistema no estaba dispuesto a admitirlos, que las barreras se multiplicaban, que había que arrancar cada derecho a un renuente status quo, que estaban al margen de las facilidades y beneficios de la ley, y que la única garantía para su libertad y prosperidad estaba, finalmente, en sus propias manos. Descubrieron, en suma, que tenían que competir; pero no sólo contra personas sino también contra el sistema.” (De Soto 1986: 12) En esta cita, la acumulación de demandas insatisfechas enfrentan al “sistema”. Ellas lo socavan, lo debilitan y van planteando un escenario donde aparece “un abismo cada vez mayor que separ[a] al sistema institucional de la población.” (De Soto 1986: 98-99) Para Laclau existen dos lógicas, la diferencial y la equivalencial, ambas se plantean como formas de construcción de lo social. La primera privilegia la afirmación particular de la demanda, cuyo lazo con otras demandas es nulo dado su carácter particular; mientras que la segunda privilegia la equivalencia entre demandas que son particulares pero que “ceden” una porción de su particularidad para subrayar su equivalencia (su similitud). Esta es la segunda condición, según Laclau, para la aparición del discurso populista. Así, una vez planteadas las demandas democráticas insatisfechas, El otro sendero procede a convertirlas en “demandas populares”, privilegiando en el análisis su dimensión equivalencial. La lógica equivalencial aparece en el El otro sendero a través de los estudios de caso que se utilizan para fundamentar una teoría sobre la informalidad. Así, los capítulos 2, 3 y 4 abordan tres temáticas completamente diferentes: el problema de la vivienda informal, el comercio informal y el transporte informal. Estas temáticas podrían ser planteadas bajo la “lógica de la diferencia”; sin embargo, De Soto las coloca estratégicamente bajo la “lógica de la equivalencia”. El problema de la vivienda es retratado a través de los procesos de urbanización desarrollados por los migrantes que llegaron a Lima. Las invasiones se transforman en el mecanismo a través del cual los nuevos habitantes obtienen lo que el Estado es incapaz de proveerles: una vivienda propia. Así, mientras el Estado se esforzaba por normar esta ola de nuevos habitantes, prohibiendo las invasiones a través de leyes o directamente reprimiéndolas, los “informales” desarrollaban una serie de estrategias para promover las ocupaciones de terrenos y la posterior edificación de sus viviendas. En segundo lugar, el problema del comercio informal se vincula a la necesidad de nuevos puestos de trabajo ante el crecimiento explosivo de las ciudades (en particular Lima). Nuevamente, la demanda de trabajo no es satisfecha por el Estado, el cual además intenta prohibir y reprimir la consecuente masiva aparición de ambulantes y talleres clandestinos. Peor aún, estos “nuevos empresarios” son obstaculizados por los empresarios formales o son víctimas de un proceso de cooptación política por parte de los gremios, partidos y finalmente del propio Estado. Por último, como es obvio, el crecimiento explosivo de la población y de las zonas urbanas da lugar a la necesidad de un mayor sistema de transporte. Aquí también las respuestas del Estado son progresivamente insuficientes. Aparecen entonces los primeros transportistas informales, los cuales terminan produciendo un orden alternativo ante la imposibilidad de los transportistas formales y del Estado por solucionar la demanda. Me interesa sostener que Hernando De Soto teje la equivalencia entre estas temáticas en torno a dos ejes. El primero es la propiedad privada, el cual se convierte en el punto culminante de los sueños y anhelos de los habitantes de los “pueblos jóvenes”, de los comerciantes de los “mercados populares” y de los “microbuseros” del transporte informal. El segundo eje es la permanente interacción perniciosa del Estado con los tres actores ya mencionados. Una y otra vez De Soto señala cómo el sistema estatal de producción de leyes existente en el país privilegia el acercamiento político antes que la eficiencia económica como factor de superación. A modo de ejemplo pueden citarse algunos fragmentos: “Las evidencias demostraron que lo que la gente deseaba era una propiedad privada [refiriéndose a la vivienda] y que su interés por modelos socializados de comunidad era más bien retórico.” (De Soto 1986: 55) “La historia del comercio informal es la historia de un largo camino -entorpecido por una excesiva politización- hacia los mercados, que representa las aspiración popular por obtener una propiedad privada segura para poder desarrollar sus actividades comerciales en un ambiente propicio.” (De Soto 1986: 100) Todos los casos estudiados privilegian su momento equivalencial en tanto todos se ubican en una misma línea: el combate con una legalidad intervencionista y mercantilista, y la búsqueda por la propiedad privada. Es por el privilegio de este momento que sostengo que el discurso de El otro sendero es un discurso populista. Como señala Laclau, mientras que el institucionalismo privilegia el momento diferencial (el Estado, por ejemplo, puede tolerar las demandas aisladas, mas no si está viene “en paquete”), el populismo privilegia el momento equivalencial (para los proyectos de emancipación política, por ejemplo, todas las demandas son una sola). Íntimamente vinculada a la segunda, la tercera condición para la emergencia de un discurso populista es la construcción de una cadena equivalencial. Esta última hace referencia al entrelazamiento que se produce entre las diversas demandas, una vez que la lógica de la equivalencia adquiere predominancia en cada una de ellas. Así, en el El otro sendero, las problemáticas de la vivienda, del comercio y del transporte serán los eslabones de la cadena, las expresiones concretas de una misma categoría fundamental: la informalidad. Dicho de otra manera, lo concreto y particular de cada uno de los eslabones se difumina en el conjunto producido por la cadena equivalencial. Los eslabones dejan de ser “habitantes”, “comerciantes” o “transportistas” para convertirse simplemente en “informales”. Como lo señala el mismo De Soto, la informalidad no es un sector preciso ni estático de la sociedad, sino una “zona de penumbra”. No son informales los individuos, sino sus hechos y actividades (1986: 14). Ahora bien, la cadena equivalencial ha permitido la articulación de una serie de demandas, pero al mismo tiempo ha supuesto la paulatina disolución de cada una de ellas (ya que han perdido su particularidad o concreción). Es por ello que, para que la cadena adquiera consistencia, es necesario la emergencia de un “denominador común” a partir de un elemento de la misma cadena. Debido a razones contingentes correspondientes a cada coyuntura, este elemento o eslabón adquiere una preeminencia frente a todos los otros eslabones. El denominador común que comparten las demandas particulares no hace referencia a un elemento positivo que compartan todas ellas, no se trata de una especie de promedio; se trata más bien de un “significante vacío”, de un significante al cual cada una de las demandas le otorga un significado concreto. Es así como una demanda democrática particular se convierte en una demanda popular, es decir, en una demanda representativa de todas las otras demandas. En El otro sendero, este significante que da consistencia a la cadena equivalencial, diluyendo sus diversas especificidades, y fortaleciendo al mismo tiempo sus rasgos comunes, es sin lugar a duda la informalidad. Es a partir de la informalidad que se produce en este libro una totalización populista, esa operación mediante la cual una parte asume no sólo la representación sino la integralidad del todo. Para entender mejor esto último, regresemos nuevamente a La razón populista. Según Laclau, la categoría “pueblo” reúne dos palabras latinas: populus y plebs. Mientras que la primera hace referencia al conjunto de ciudadanos, la segunda alude a los más pobres entre ellos. En otras palabras, mientras que populus se refiere a la totalidad de la comunidad, plebs designa a una parte del todo que se asume como el “pueblo auténtico”, como el todo ausente de la comunidad. En El otro sendero, los informales son esa plebs, esa parte que se asume como el todo ausente de la sociedad peruana. Son ellos los verdaderos protagonistas de una nueva epopeya, en tanto que los empresarios formales, los trabajadores sindicalizados resultan una especie de figura parasitaria, ilegítima, insustancial. Esto último nos lleva al segundo gran tema del discurso populista de El otro sendero: la frontera política y del enemigo. II. HACIA UNA NUEVA LUCHA DE CLASES. El marxismo (y sus variantes) había logrado estructurar el espacio social en torno a la propiedad de los medios de producción. Así, la burguesía y el proletariado eran los dos polos en torno a los cuales se estructuraban el resto de las fuerzas sociales. La relación entre ambos estaba atravesada por la explotación, por la apropiación de la plusvalía que realizaba el primero y que era generada por el segundo. Trazado de esta manera el conflicto, el sujeto político nominado para el proyecto de emancipación de la izquierda era el proletariado y el enemigo era el capitalismo. Como señala Laclau, el discurso clasista del marxismo es, en última instancia, la forma más aguda del discurso populista, no solamente porque produce una dicotomización del espacio social, sino también porque todas las demandas están vinculadas a problemas derivados del régimen capitalista. Durante el docenio del gobierno revolucionario de las FF.AA. (y sobre todo en su primera fase), el campo político fue dividido desde lo más alto del poder estatal en dos entidades polares: la primera integrada por la oligarquía y el imperialismo, la segunda encabezada por el “binomio pueblo - Fuerza Armada”, sujeto político que le otorgaba sustento al proyecto militar, independientemente del real grado de participación del pueblo en el proyecto. Por otro lado, existía una pujante izquierda que, a pesar de hallarse enfrentada al gobierno del general Velasco Alvarado, proponía una división del campo social en clases sociales de acuerdo a los principios del marxismo y sus variantes. Si bien el clasismo y los sindicatos5 fueron perdiendo fuerza hacia finales de la década de los setenta, la oligarquía nacional y el imperialismo permanecieron en las narrativas políticas hegemónicas los adversarios principales frente a los cuáles se construía el sujeto político de los diversos proyectos de transformación. No debe olvidarse, aunque cueste dado su rol en la actualidad, que, en la década de los ochenta, un joven presidente, Alan García, desempolvó la retórica antiimperialista y marxista de los inicios del aprismo. Es evidente que un proyecto político de derecha (ya fuese conservador o liberal) requería reestructurar el campo político, debilitando algunas tensiones y fortaleciendo otras. Creo que este es, justamente, otro gran mérito de El otro sendero: en un escenario de creciente crisis, De Soto consigue desarrollar un nuevo trazado de la frontera política, y por ende del espacio social, que a la larga se volvería hegemónico. De Soto descarta la dicotomización hegemónica del espacio social entre explotadores y explotados para proponer una nueva frontera en torno a la ley y a la exclusión/ inclusión de los nuevos actores con respecto a ella. Proletarios y burgueses, o si se quiere trabajadores y empresarios, dejen de ser, para de Soto, actores necesariamente antagónicos para convertirse en aliados que combaten codo a codo por ingresar a la campana de cristal de la legalidad (metáfora usada por De Soto en El misterio del capital). Sin embargo, no basta constituir, para la redefinición del espacio social, el nuevo “pueblo” a quien va dirigido dicho discurso, a saber, los informales. Es además absolutamente necesaria la constitución de “un enemigo” a la medida de la nueva dictomización. Ubicándose claramente en la corriente neoliberal, De Soto reserva este papel para el Estado y desarrolla al máximo su crítica hacia él. Luego, un segundo enemigo son las coaliciones redistributivas (integradas por trabajadores y empresarios formales agremiados), las cuales se convierten en agentes que establecen una relación de explotación frente a los informales a través de las diversas protecciones estatales y leyes “deficientes”, las ganancias de los primeros perjudican directamente a los segundos.6 Esta nueva 5 Durante los años 87 y 89 se produjo una caída en los sueldos y salarios reales a causa de las políticas implementadas por el gobierno aprista, que a través de políticas macroeconómicas aumentaron los costos de los servicios básicos, al mismo tiempo que bloqueaba el aumento de los salarios. Se produjo en suma un cambio en la distribución del ingreso nacional que perjudicó claramente a los sectores obreros (Verdera 2000: 29). 6 A partir de este punto podrían rastrearse discursos más actuales que pretenden señalar a los trabajadores sindicalizado o con derechos sociales como privilegiados, culpables de la falta de derechos del resto de trabajadores y del atraso del país. división del campo social permite que uno y otro polo estén integrados tanto por trabajadores como por empresarios, desdibujando la frontera establecida por el discurso clasista. Aceptando lo anterior, ¿cuál es la importancia de todo esto? ¿Por qué interesa subrayar la reestructuración del espacio social y la redefinición de la frontera política? Para responder a esta pregunta, debemos regresar a La razón populista. Si en la parte anterior se vio la importancia de la formación de una cadena de equivalencias como pre-requisito para el establecimiento de un discurso populista, ahora se verá la importancia del establecimiento de una frontera para la dicotomización del espacio social. Como señala Laclau, “…el destino del populismo está ligado estrictamente al destino de la frontera política: si esta última desaparece, el ‘pueblo’ como actor histórico se desintegra.” (Laclau 2005: 117). Es decir, para Laclau, el éxito o el fracaso de una experiencia populista está signado por su capacidad para sostener la frontera política que produce el pueblo, protagonista y sujeto político de la narración. En la medida en que la frontera y por lo tanto el antagonismo se vuelven borrosos, el proyecto político que los sostenía también tambalea. La redefinición de la frontera es un momento central en la construcción política, pues no sólo establece al adversario político, sino que define aquello que podríamos llamar el trazado del espacio social es decir sus límites y contornos, así como una serie de parámetros básicos. A diferencia de lo que suponen algunos teóricos liberales, el campo donde se desarrolla la disputa política, en este caso democrática, nunca es neutral. Este más bien ha sido edificado sobre una serie de sedimentaciones las cuales hacen más viables algunas opciones políticas. Desde este punto de vista, el establecimiento de la frontera es una parte esencial de la lucha política, pues si se es capaz de convertir dicha frontera en hegemónica, el adversario adquiere la forma que dicha frontera propone, así como también asume el trazado del espacio propuesto. Regresemos nuevamente al Perú de mediados de los ochenta. Como señala Grompone: “Por su parte, sectores de izquierda cuando comprenden que su discurso se va quedando sin interlocutores, quieren escapar del vacío recurriendo a un expediente consustantivo a su lógica como es afirmar un supuesto protagonismo popular. […] Simplificando sólo un poco el razonamiento, se puede decir que despiden a los obreros y le dan la bienvenida a las organizaciones de supervivencia y a los informales.” (1990: 63) Como bien señala Grompone, el proyecto izquierdista estaba pasando por un problema fundamental: la disolución de su sujeto político, y por lo tanto de su frontera política. Ante dicha situación, la izquierda (o por lo menos un sector importante) optó por acoger una serie de nuevos planteamientos virando hacia un trabajo con nuevos actores y elevándolos a la categoría de nuevo sujeto político. Esta fuga hacia adelante tuvo que ver no sólo con modificaciones a nivel teórico, sino también con la nueva composición de la izquierda. El frente de Izquierda Unida no estaba integrado mayoritariamente por obreros7. Se daban así las condiciones para el nuevo sujeto político de la izquierda fuera el informal. Es aquí donde las ideas de Hernando De Soto se vuelve fundamentales pues apareció en un momento de crisis del discurso hegemónico existente y se colocó como un discurso alternativo que, debido a una serie de circunstancias que escapan a los alcances de la presente investigación, desplazarán a su predecesor. El escenario que intento presentar es uno donde está produciéndose una paulatina pugna entre proyectos con aspiraciones hegemónicas distintas y quizás opuestas. En medio de esta confrontación, ambos proyectos hegemónicos opuestos empiezan a compartir un mismo sujeto político: los informales. Esto va a dar lugar una disputa por el significado de “informales” en tanto “significante flotante”. Por este término, Laclau se refiere a un significante cuyo significado se halla siempre en contención. Por ejemplo, el significante democracia es el horizonte de sentido de la política contemporánea. Pero esto no quiere decir lo mismo para todos los grupos que se reconocen en él: democracia significa una cosa para los derechistas, otra para los marxistas y todavía otra para los militantes de Sendero Luminoso. No hay que ver en esto una falla del sistema político peruano. 7 Para graficar el espíritu de la época, se puede traer a colación una canción de Los Shapis que lleva por título “Ambulante soy, proletario soy”. La identificación del ambulante como miembro del proletariado resulta hoy imposible. En la actualidad, luego de la desaparición del proyecto nacional-popular que construyó la izquierda los ambulantes son percibidos más bien como microempresarios, pequeños hermanos de las grandes empresas. Dada la capacidad polisémica de las palabras, esta lucha por el significado de un significante es una estrategia comúnmente utilizada en la disputa política. Así, lo que ocurre en un momento de crisis del régimen político del Perú, del modelo de desarrollo y de violencia política, es que el proyecto político de la derecha secuestra a los sectores populares a través de su “informalización” constituyéndolos en su sujeto político a la vez que trazan una nueva frontera política. Con la categoría de “significante flotante” podemos ver también cómo demandas que antes pertenecían al populismo de izquierda, terminan articulándose al populismo de derecha. Esta vez observemos que afirma sobre el concepto de igualdad El Otro Sendero. Como afirmó Norberto Bobbio la igualdad es el eje sobre el cual se articula los discursos de la izquierda. “…no es cierto que en el Perú todos seamos iguales ante la ley, pues dos personas no pagan el mismo impuesto, dos importaciones no están gravadas de la misma manera, dos exportaciones no están subsidiadas del mismo modo, y dos individuos no tienen el mismo derecho de crédito.” (De Soto 1986: 246). Aquí la categoría de igualdad está vinculada a una matriz liberal de pensamiento, De Soto hace referencia a individuos abstractos en condiciones igualmente abstractas. La igualdad en su texto consiste en que se cobren los mismos impuestos, los mismos aranceles o que se otorguen iguales subsidios; en resumen, en un tratamiento igual para todos los individuos-empresarios. La igualdad no está relacionada, por supuesto, con un proceso de igualación de ingresos o de derechos ciudadanos entre los individuos, los grupos o las familias frente a la constatación de una realidad desigual. Esta segunda visión está más vinculada a un pensamiento de izquierda y más alejada del liberalismo. Es por estas razones que aceptar los diagnósticos y propuestas de El otro sendero no supone solamente aceptar su definición de informalidad y sus causas, sino también aceptar la nueva frontera política, donde no hay mas lugar para proletarios y burgueses sino para informales y formales. III. A MODO DE CONCLUSIÓN: POR EL SENDERO DE LA ANTIPOLÍTICA. A lo largo de este texto, me he concentrado en la importancia de El otro sendero en el terreno de la política, más que en el terreno “académico” de las Ciencias Sociales. Esto no debe conducir a una subestimación del libro sino a colocarlo en su justa perspectiva a fin de emprender una crítica más eficaz. Creo que un error común entre quienes en su momento buscaron discutir con El otro sendero (y también con El misterio del capital) fue el de minimizar su importancia a través del desmontaje de cada una de las propuestas que consideraban erróneas. Por lo tanto, una tarea ineludible e impostergable es proceder al desmontaje de este discurso haciendo visible el sentido de las categorías que utiliza y llevándolas hasta sus últimas consecuencias. En otras palabras, la crítica sustancial a El otro sendero no pasa por desacreditarlo “académicamente”, sino, por el contrario, por revelar los lados más conservadores de su proyecto hegemónico. Desde este punto de vista, he tratado de demostrar cómo este libro construye un discurso político atravesado por la lógica populista. El otro sendero es un texto básicamente político porque establece las condiciones sobre las cuales se desarrolla lo social y la política. “La política”, como afirma Mouffe, está referida al conjunto de prácticas e instituciones que emergen producto de un orden social y que organizan la coexistencia entre personas (Mouffe, 2007: 16). Pero “lo político” es el momento de institución de lo social, el conflicto resuelto transitoriamente a partir del cual se instituye lo social, la política y sus instituciones. Sin embargo, y a riesgo de sonar contradictorio, considero que uno de los rasgos más importantes del proyecto hegemónico de De Soto es su carácter “antipolítico”. Lo que quiero decir es que su argumentación sitúa la “solución” de los problemas de la informalidad tanto en el terreno del Derecho, es decir, en la elaboración de “mejores leyes”, como en el de la simple acción administrativa del Estado. Ambos terrenos son profundamente antipolíticos y están directamente vinculados a una de las obsesiones de la corriente neoliberal: erradicar la política de la economía e intercambiarla por la simple “administración” de las cosas. De Soto desconfía de los partidos políticos, los sindicatos, los gremios empresariales y en última instancia del Estado8. En El otro sendero, los problemas y sus soluciones están colocados al margen del poder político y de la política en general. Se trata simplemente de aplicar leyes que permitan el buen funcionamiento del mercado, única institución capaz de organizar de manera justa la sociedad. La justicia en este caso pasa por alejar de los apetitos humanos aquello que las leyes del mercado pueden ordenar. En tanto los objetivos de transformación son las buenas leyes y la buena administración, no hay lucha política necesaria. Es por esta razón que el discurso político de De Soto es profundamente antipolítico y anticipa aquello que se convertirá en una especie de mantra hegemónico en el país durante los últimos lustros. Lo que su propuesta deja de lado es esa dimensión donde las decisiones sobre la cosa pública deben estar sujetas a la participación de amplios sectores de la sociedad, donde diversos grupos sociales deben negociar la apropiación de los ingresos que genera la economía nacional y donde la política, no puede reducirse a la simple gestión administrativa. En última instancia, las propuestas de El otro sendero convierten a la política en tecnoburocracia, en decisiones asépticas y en una supuesta ausencia de intereses. El problema con esta perspectiva es que al expulsar la política y abrazar la técnica como herramienta para la construcción del orden social, se desecha la idea del orden social como una construcción hegemónica contingente, vale decir, como una construcción que es siempre fruto de una lucha política. De esta manera, lo “correcto” se convierte un subproducto de la técnica, y el orden social “correcto” en el modelo elaborado por tecnócratas. Por ello, es también un error de algunos sectores de la izquierda coincidir con la narración propuesta por El otro sendero situando en el centro de su debate político temas como la ineficiencia administrativa del Estado, la corrupción o los programas sociales. Es decir, es un error enfocar estas diversas problemáticas desde una mirada técnoburocrática que automáticamente desplaza la discusión hacia cómo mejorar los trámites administrativos o cómo implementar medidas 8 Es bueno recordar que luego del autogolpe del 5 de abril, durante la asamblea de cancilleres de la OEA en Bahamas, el Presidente Fujimori señaló que más que sofocar a la democracia, el autogolpe la había salvado de la dictadura de las cúpulas partidarias, o como él la llamó, de la partidocracia. Como señala Kenney, según algunas versiones dicho discurso tuvo como autor principal a Hernando de Soto, quien a su vez había copiado el discurso y los conceptos ahí señalados de la tesis doctoral de Michael Coppedge elaborada para el caso....venezolano. Si bien Fujimori y De Soto se distanciarían luego, la tesis de la partidocracia acompañaría al régimen fujimorista durante toda la década (Kenney, 1997). anticorrupción o finalmente qué mecanismos son los mejores para potenciar los programas de ayuda social. Obviamente no se trata de desatender estos asuntos o dejarlos de lado de la discusión. El error, a mi juicio, se encuentra en creer que estos debates reemplazan a aquellos que son propios a la esfera política y que tratan más bien de ocultar los orígenes contingentes del orden social. Llevar a la izquierda por el sendero de la antipolítica ha demostrado ser nefasto para ella, como lo prueba su fracaso en la última década. Bibliografía: DE SOTO, Hernando 1987 El Otro Sendero. 6ta ed. Bogotá: Instituto Libertad y Democracia. GROMPONE, Romeo 1990 Las lecturas políticas de la informalidad, en BUSTAMANTE, Alberto et al. (ed.). De Marginales a informales. DESCO. IGUIÑIZ, Javier 2001 El misterio de De Soto. En: Revista Cuestión de Estado, No 27-28. Lima: IDS KENNEY, CHARLES 1997 ¿Por qué el autogolpe? en: TUESTA, Fernando (ed.) Los enigmas del poder. Fujimori 1990-1996. Lima: Fundación Frederich Ebert. LACLAU, Ernesto 2005 La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. MOUFFE, Chantal 2007 En torno de lo político. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. RIOFRÍO, Gustavo 1991 Producir la ciudad (popular) de los ’90. Entre el mercado y el Estado. Lima: DESCO. VERDERA, Francisco 2000 Cambio en el modelo de relaciones laborales en el Perú, 1970 – 1996. Lima: CAS – IEP.