Carlos Alberto Adrianzén
De Soto y la (im)posible apuesta por un neoliberalismo popular
“Todo acto o voz genial viene del pueblo
y va hacia él”
Himno a los voluntarios de la República
España aparta de mi este caliz
César Vallejo
Desde hace casi tres décadas, Hernando De Soto se ha convertido en un importante
animador intelectual del neoliberalismo. En 1979, organizó un seminario en Lima al cual asistió el
filósofo austriaco Friederich Von Hayek, padre de la sociedad de Mont Pellerin y principal impulsor
de dicha corriente a nivel mundial. Junto con otros colegas, en 1981 formó una asociación civil sin
fines de lucro, el Instituto Libertad y Democracia (ILD) y dos años después, en 1983, llevó a cabo
el Seminario “Dependencia y Desarrollo en debate”, donde el invitado central fue nada menos que
el premio Nobel de economía Milton Friedman, el economista neoliberal más importante del
mundo.
En el año 1986, Hernando de Soto publica El otro sendero1, libro que recopila varios años
de investigaciones desarrolladas por el ILD en torno a temas como la economía informal, la
estructura administrativa del Estado y, en general, el desarrollo económico del Perú. Partiendo de
tres estudios de caso y con serias aspiraciones teóricas, el libro aborda
-desde un marco de
economía neoinstitucionalista- la crisis económica de los años ochenta y enjuicia el modelo de
Estado intervencionista que con altas y bajas se había desarrollado en el país. Además. el ILD editó
una serie de compendios estadísticos y reseñas del trabajo de campo que sustentaban sus
apreciaciones.
1
Con esta afirmación no pretendo desconocer la actual disputa legal entre Hernando De Soto, Enrique
Ghersi y Mario Ghibellini. Estos últimos buscan que se les reconozca como coautores del texto tal y como
apareció en las primeras ediciones de El otro sendero. Sin embargo, para todos los fines la obra en cuestión
quedó identificada tan sólo con el primer autor, por esta razón entonces y para hacer más fluida la lectura
del texto lo menciono sólo a él.
Si bien las tesis de Hernando de Soto son bastante conocidas, haré un rápido resumen de
ellas. De Soto llama la atención sobre la silenciosa transformación que se habría iniciado en el país
con las sucesivas olas migratorias a Lima a partir de la década de los treinta, las cuales superaron
con creces las posibilidades de ofrecer empleos, servicios y viviendas a una creciente población
urbana. Es por ello que, desde por lo menos los años cincuenta, la estructura económica del país
sufriría un paulatino e inexorable proceso de “informalización”, en desmedro de la llamada
economía formal. Este proceso estaría signado por una mayor eficiencia económica frente al sector
formal, pues este tenía que enfrentarse no sólo a la excesiva reglamentación estatal, sino al llamado
“derecho distributivo”. Dicho en otros términos: según De Soto, la ley ha servido históricamente en
el Perú como un medio para eliminar la competencia y someter a los actores económicos al poder
político. Este sistema, denominado “mercantilista”, habría impulsado a los empresarios, a los
trabajadores y en general a todos los actores de la sociedad civil, a procurar no la eficiencia y la
innovación sino la cercanía al poder político para recoger dádivas y diversos beneficios. Debido a
estos factores, el “natural” funcionamiento de la economía se habría “distorsionado”.
Partiendo de esta descripción, De Soto coloca a “los informales” como piezas claves en la
superación del cuadro de descomposición en el que hallaba el país. Verdaderos capitanes de
empresa schumpeterianos, agentes sociales altamente competitivos e innovadores, estos actores
dejan de ser considerados como un problema social para convertirse en el centro de la solución de
un nuevo programa de desarrollo en el país..
A la publicación de El otro sendero, siguieron un importante número de artículos e
investigaciones que discutían sus propuestas. La mayor parte de ellos se centró en analizar la obra
en tanto producto académico, es decir, a partir de lo correcto o incorrecto de sus hipótesis y miradas
respecto a la sociedad peruana de aquellos años. Desde diversas disciplinas como la sociología, la
economía y la antropología, se alzaron voces que señalaban, primero, las incongruencias en la
descripción que De Soto hacía de la realidad peruana y, segundo, la insuficiencia de sus propuestas
para la superación de la pobreza2.
Luego de 22 años de escrito y de un amplio debate me interesa retomar la discusión pero
desde otro punto de vista. Existen por lo menos dos razones por las cuales creo importante este
análisis hoy en día. En primer lugar, no me serviré de la antropología, la economía o la sociología
ni me detendré a analizar si fue correcto o no el análisis y la caracterización que Hernando de Soto
hizo de la sociedad peruana, de su Estado y de su sociedad civil. Más bien, me interesa observar,
desde la teoría política actual, cómo emergen las identidades políticas en este texto. Pues, antes que
nada, yo sostengo que El otro sendero fue fundamentalmente un acto político que constituyó “un
pueblo”, es decir, que el libro se propuso crear un nuevo sujeto político encargado de llevar adelante
la reestructuración de un orden social caduco. En mi opinión, El otro sendero recoge los principales
elementos del discurso populista, tal y como lo entiende Ernesto Laclau en su libro La razón
populista.
Ahora bien, dado que la visión de De Soto terminó impregnando a una gran parte del arco
político nacional, hoy resulta necesario deconstruir esta visión y revelar sus profundas aristas
antipolíticas (Mouffe 2007). Esta es la segunda razón que justifica este revival académico. Como se
verá hacia el final del presente texto, la antipolítica de De Soto se manifiesta sobre todo en la
negación de que la realidad social es siempre fruto de una lucha política y en la aceptación de un
“orden pospolítico” (es decir, libre de antagonismos) basado en una sociedad de mercado
naturalizada.
I.
2
EL POPULISMO DE DE SOTO.
A manera de ejemplo pueden señalarse algunas discusiones que giraron en torno a los elementos que
permitirían un aumento sostenido de la productividad de las micro-empresas: mientras la tesis de De Soto
se inclina por la reducción de los costes salariales y no salariales, otros economistas pondrán el énfasis en
el cambio tecnológico como motor del aumento de la productividad (Iguiñiz 2001).
Otro debate se da en torno a la producción de la llamada ciudad popular y la importancia capital que le
adjudica De Soto al otorgamiento de los títulos de propiedad. ¿Cuántos de los nuevos propietarios formales
hipotecarían su casa para emprender la aventura empresarial? La hipótesis de algunos investigadores
discutirá el mayor valor de uso sobre el potencial valor de cambio que le otorgan los propietarios a sus
viviendas y, por lo tanto, la alta posibilidad de que gran parte de estos se niegue a hipotecar su vivienda
(Riofrío 1991).
Finalmente, otros autores critican el excesivo peso que la narración de De Soto le otorga al individuo como
actor y único motor del progreso que habrían alcanzado los migrantes-informales. En El otro sendero, las
redes de parentesco y otras formas de solidaridad social tienen un papel absolutamente secundario. Las
invasiones, las viviendas y los mercados informales son portentosos eventos, en la epopeya desotiana,
realizados por individuos racionales y ejecutados luego de un complejo cálculo económico, y en ningún caso
producto de la acción colectiva de grupos con fuertes lazos de solidaridad.
Sostengo que el valor principal de El otro sendero radica en la articulación de un “nuevo
relato” que, al dotar a viejos actores sociales de nuevas identidades políticas, proveyó a la derecha
nacional de un nuevo programa de acción. Como acertadamente lo señaló Grompone, De Soto
presenta una serie de imágenes y personajes arquetípicos que se engarzan en epopeyas de
transformación social (1990: 35). Este es justamente mi argumento central: El otro sendero es antes
que nada la epopeya del llamado capitalismo popular. Sin embargo, donde Grompone ve su mayor
debilidad3, yo veo mayor fortaleza. Mientras que Grompone critica a De Soto por su equivocada
descripción de la realidad nacional y por las conclusiones que a partir de ella extrae, yo prefiero
rescatar la eficacia del relato en tanto que permite un reordenamiento de la realidad nacional en
línea con los principales postulados de la derecha neoliberal. Pronto veremos que De Soto se sirve
del populismo para otorgarle una nueva identidad al pueblo. Pero antes de ello, debo explicar qué
quiero decir por populismo.
En su libro La razón populista, Ernesto Laclau propone una nueva forma de acercarse a un
fenómeno tan debatido en nuestra región como lo es el populismo. Para Laclau, el populismo no
debe ser entendido como un fenómeno determinado por una serie de características positivas. Este
ha sido, según Laclau, un error permanente en el que han incurrido la mayor parte de los
especialistas en el tema. Lo cual los ha llevado a ofrecer, por un lado, un sin fin de características
que definirían el populismo, y por el otro, una interminable lista de excepciones a la regla.
Por ello, Laclau prefiere entender el populismo no como un fenómeno social positivo, sino
como una lógica de acción y construcción política (Laclau 2005: 11), entendida esta última como el
núcleo fundacional donde se asienta la formación del orden social, vale decir, el momento cero de
producción de un nuevo orden social. Por lo tanto, al ser una lógica y no un fenómeno, el populismo
puede ser percibido en regímenes políticos de signos ideológicos diversos. En última instancia, en
este esquema, el populismo es una forma de construcción de identidades políticas 4.
3
Grompone reconoce por supuesto una serie de méritos a El Otro Sendero tales como “…identificar las
articulaciones entre régimen jurídico y sociedad…” o “…reconocer capacidad de iniciativa en los pobladores
y en el conjunto de los informales.” (Grompone 1990: 53)
4
Existe para Laclau además de la identidad populista, una identidad institucionalista, la cuál tiene como
único eje equivalencial la diferencia. La diferencia se constituye en la única equivalencia aceptable a nivel
de la sociedad. Se podría decir entonces siguiendo lo anterior que lo único que nos une es que somos
diferentes. La equivalencia no tiene, en la identidad institucionalista ninguna expresión positiva.
Para Laclau, existe una primera condición ineludible para que se establezca la lógica
populista: la aparición de una serie de demandas insatisfechas. Pensemos en una ciudad donde un
grupo X tiene una demanda puntual. Esta demanda, dirigida a uno o varios actores se enfrenta a dos
posibilidades: la primera, que la demanda sea solucionada y por lo tanto se extinga; la otra es que
no lo sea y que se convierta en una demanda insatisfecha. Al cabo de un tiempo, aparece otra
demanda que se enfrenta a la misma encrucijada: ser o no solucionada, ser o no satisfecha. Si las
demandas no son solucionadas por el sistema, se van acumulando y, pese a que inicialmente no
estaban relacionadas, todas adquieren el carácter de insatisfechas, estableciendo así el primer paso
para una relación equivalencial (Laclau 2005: 98).
Ahora bien, exploremos la suerte de las demandas de la nueva población limeña en El otro
sendero. El relato de De Soto se inicia alrededor de la década del cuarenta del siglo pasado cuando
el proceso de migración y urbanización del país crece exponencialmente. Ya no se trata de las
migraciones de familias provincianas adineradas, ni tampoco de sus sectores medios, sino de una
nueva ola migratoria que terminaría por transformar las estructuras del Perú así como las ciudades,
sus formas de ocupación, sus empleos, sus patrones de consumo y su cultura. Este proceso estuvo
acompañado de una progresiva descomposición del mundo señorial limeño y un proceso de
democratización que abarcó casi todos los aspectos de la vida social. Esta transformación/
descomposición del viejo orden trae consigo demandas que no podrán ser absorbidas por el sistema
social que entraba en crisis.
A medida que el proceso de migración y urbanización se acentuaba, se fueron acumulando
las demandas insatisfechas de los nuevos habitantes de Lima. El “sistema” no proveía en la cantidad
suficiente viviendas, puestos de trabajo, medios de transporte, etc. Ante este escenario, se abre la
puerta para que estas “demandas democráticas” (es decir, demandas aisladas, sin ninguna relación
entre ellas, pero que tienen la igualdad como horizonte) se transformen en “demandas
populares” (demandas “en paquete”, por decirlo de algún modo).
“Los migrantes descubrieron que eran numerosos, que el sistema no estaba dispuesto
a admitirlos, que las barreras se multiplicaban, que había que arrancar cada derecho a
un renuente status quo, que estaban al margen de las facilidades y beneficios de la
ley, y que la única garantía para su libertad y prosperidad estaba, finalmente, en sus
propias manos. Descubrieron, en suma, que tenían que competir; pero no sólo contra
personas sino también contra el sistema.” (De Soto 1986: 12)
En esta cita, la acumulación de demandas insatisfechas enfrentan al “sistema”. Ellas lo
socavan, lo debilitan y van planteando un escenario donde aparece “un abismo cada vez mayor que
separ[a] al sistema institucional de la población.” (De Soto 1986: 98-99)
Para Laclau existen dos lógicas, la diferencial y la equivalencial, ambas se plantean como
formas de construcción de lo social. La primera privilegia la afirmación particular de la demanda,
cuyo lazo con otras demandas es nulo dado su carácter particular; mientras que la segunda
privilegia la equivalencia entre demandas que son particulares pero que “ceden” una porción de su
particularidad para subrayar su equivalencia (su similitud). Esta es la segunda condición, según
Laclau, para la aparición del discurso populista. Así, una vez planteadas las demandas democráticas
insatisfechas, El otro sendero procede a convertirlas en “demandas populares”, privilegiando en el
análisis su dimensión equivalencial.
La lógica equivalencial aparece en el El otro sendero a través de los estudios de caso que se
utilizan para fundamentar una teoría sobre la informalidad. Así, los capítulos 2, 3 y 4 abordan tres
temáticas completamente diferentes: el problema de la vivienda informal, el comercio informal y el
transporte informal. Estas temáticas podrían ser planteadas bajo la “lógica de la diferencia”; sin
embargo, De Soto las coloca estratégicamente bajo la “lógica de la equivalencia”.
El problema de la vivienda es retratado a través de los procesos de urbanización desarrollados
por los migrantes que llegaron a Lima. Las invasiones se transforman en el mecanismo a través del
cual los nuevos habitantes obtienen lo que el Estado es incapaz de proveerles: una vivienda propia.
Así, mientras el Estado se esforzaba por normar esta ola de nuevos habitantes, prohibiendo las
invasiones a través de leyes o directamente reprimiéndolas, los “informales” desarrollaban una serie
de estrategias para promover las ocupaciones de terrenos y la posterior edificación de sus viviendas.
En segundo lugar, el problema del comercio informal se vincula a la necesidad de nuevos
puestos de trabajo ante el crecimiento explosivo de las ciudades (en particular Lima). Nuevamente,
la demanda de trabajo no es satisfecha por el Estado, el cual además intenta prohibir y reprimir la
consecuente masiva aparición de ambulantes y talleres clandestinos. Peor aún, estos “nuevos
empresarios” son obstaculizados por los empresarios formales o son víctimas de un proceso de
cooptación política por parte de los gremios, partidos y finalmente del propio Estado.
Por último, como es obvio, el crecimiento explosivo de la población y de las zonas urbanas da
lugar a la necesidad de un mayor sistema de transporte. Aquí también las respuestas del Estado son
progresivamente insuficientes. Aparecen entonces los primeros transportistas informales, los cuales
terminan produciendo un orden alternativo ante la imposibilidad de los transportistas formales y del
Estado por solucionar la demanda.
Me interesa sostener que Hernando De Soto teje la equivalencia entre estas temáticas en torno
a dos ejes. El primero es la propiedad privada, el cual se convierte en el punto culminante de los
sueños y anhelos de los habitantes de los “pueblos jóvenes”, de los comerciantes de los “mercados
populares” y de los “microbuseros” del transporte informal. El segundo eje es la permanente
interacción perniciosa del Estado con los tres actores ya mencionados. Una y otra vez De Soto
señala cómo el sistema estatal de producción de leyes existente en el país privilegia el acercamiento
político antes que la eficiencia económica como factor de superación.
A modo de ejemplo pueden citarse algunos fragmentos:
“Las evidencias demostraron que lo que la gente deseaba era una propiedad privada
[refiriéndose a la vivienda] y que su interés por modelos socializados de comunidad
era más bien retórico.” (De Soto 1986: 55)
“La historia del comercio informal es la historia de un largo camino -entorpecido por
una excesiva politización- hacia los mercados, que representa las aspiración popular
por obtener una propiedad privada segura para poder desarrollar sus actividades
comerciales en un ambiente propicio.” (De Soto 1986: 100)
Todos los casos estudiados privilegian su momento equivalencial en tanto todos se ubican en
una misma línea: el combate con una legalidad intervencionista y mercantilista, y la búsqueda por la
propiedad privada. Es por el privilegio de este momento que sostengo que el discurso de El otro
sendero es un discurso populista. Como señala Laclau, mientras que el institucionalismo privilegia
el momento diferencial (el Estado, por ejemplo, puede tolerar las demandas aisladas, mas no si está
viene “en paquete”), el populismo privilegia el momento equivalencial (para los proyectos de
emancipación política, por ejemplo, todas las demandas son una sola).
Íntimamente vinculada a la segunda, la tercera condición para la emergencia de un discurso
populista es la construcción de una cadena equivalencial. Esta última hace referencia al
entrelazamiento que se produce entre las diversas demandas, una vez que la lógica de la
equivalencia adquiere predominancia en cada una de ellas. Así, en el El otro sendero, las
problemáticas de la vivienda, del comercio y del transporte serán los eslabones de la cadena, las
expresiones concretas de una misma categoría fundamental: la informalidad. Dicho de otra manera,
lo concreto y particular de cada uno de los eslabones se difumina en el conjunto producido por la
cadena equivalencial. Los eslabones dejan de ser “habitantes”, “comerciantes” o “transportistas”
para convertirse simplemente en “informales”. Como lo señala el mismo De Soto, la informalidad
no es un sector preciso ni estático de la sociedad, sino una “zona de penumbra”. No son informales
los individuos, sino sus hechos y actividades (1986: 14).
Ahora bien, la cadena equivalencial ha permitido la articulación de una serie de demandas,
pero al mismo tiempo ha supuesto la paulatina disolución de cada una de ellas (ya que han perdido
su particularidad o concreción). Es por ello que, para que la cadena adquiera consistencia, es
necesario la emergencia de un “denominador común” a partir de un elemento de la misma cadena.
Debido a razones contingentes correspondientes a cada coyuntura, este elemento o eslabón adquiere
una preeminencia frente a todos los otros eslabones. El denominador común que comparten las
demandas particulares no hace referencia a un elemento positivo que compartan todas ellas, no se
trata de una especie de promedio; se trata más bien de un “significante vacío”, de un significante al
cual cada una de las demandas le otorga un significado concreto. Es así como una demanda
democrática particular se convierte en una demanda popular, es decir, en una demanda
representativa de todas las otras demandas.
En El otro sendero, este significante que da consistencia a la cadena equivalencial, diluyendo
sus diversas especificidades, y fortaleciendo al mismo tiempo sus rasgos comunes, es sin lugar a
duda la informalidad. Es a partir de la informalidad que se produce en este libro una totalización
populista, esa operación mediante la cual una parte asume no sólo la representación sino la
integralidad del todo.
Para entender mejor esto último, regresemos nuevamente a La razón populista. Según Laclau,
la categoría “pueblo” reúne dos palabras latinas: populus y plebs. Mientras que la primera hace
referencia al conjunto de ciudadanos, la segunda alude a los más pobres entre ellos. En otras
palabras, mientras que populus se refiere a la totalidad de la comunidad, plebs designa a una parte
del todo que se asume como el “pueblo auténtico”, como el todo ausente de la comunidad. En El
otro sendero, los informales son esa plebs, esa parte que se asume como el todo ausente de la
sociedad peruana. Son ellos los verdaderos protagonistas de una nueva epopeya, en tanto que los
empresarios formales, los trabajadores sindicalizados resultan una especie de figura parasitaria,
ilegítima, insustancial. Esto último nos lleva al segundo gran tema del discurso populista de El otro
sendero: la frontera política y del enemigo.
II.
HACIA UNA NUEVA LUCHA DE CLASES.
El marxismo (y sus variantes) había logrado estructurar el espacio social en torno a la
propiedad de los medios de producción. Así, la burguesía y el proletariado eran los dos polos en
torno a los cuales se estructuraban el resto de las fuerzas sociales. La relación entre ambos estaba
atravesada por la explotación, por la apropiación de la plusvalía que realizaba el primero y que era
generada por el segundo. Trazado de esta manera el conflicto, el sujeto político nominado para el
proyecto de emancipación de la izquierda era el proletariado y el enemigo era el capitalismo. Como
señala Laclau, el discurso clasista del marxismo es, en última instancia, la forma más aguda del
discurso populista, no solamente porque produce una dicotomización del espacio social, sino
también porque todas las demandas están vinculadas a problemas derivados del régimen capitalista.
Durante el docenio del gobierno revolucionario de las FF.AA. (y sobre todo en su primera
fase), el campo político fue dividido desde lo más alto del poder estatal en dos entidades polares: la
primera integrada por la oligarquía y el imperialismo, la segunda encabezada por el “binomio
pueblo - Fuerza Armada”, sujeto político que le otorgaba sustento al proyecto militar,
independientemente del real grado de participación del pueblo en el proyecto. Por otro lado, existía
una pujante izquierda que, a pesar de hallarse enfrentada al gobierno del general Velasco Alvarado,
proponía una división del campo social en clases sociales de acuerdo a los principios del marxismo
y sus variantes.
Si bien el clasismo y los sindicatos5 fueron perdiendo fuerza hacia finales de la década de los
setenta, la oligarquía nacional y el imperialismo permanecieron en las narrativas políticas
hegemónicas los adversarios principales frente a los cuáles se construía el sujeto político de los
diversos proyectos de transformación. No debe olvidarse, aunque cueste dado su rol en la
actualidad, que, en la década de los ochenta, un joven presidente, Alan García, desempolvó la
retórica antiimperialista y marxista de los inicios del aprismo.
Es evidente que un proyecto político de derecha (ya fuese conservador o liberal) requería
reestructurar el campo político, debilitando algunas tensiones y fortaleciendo otras. Creo que este
es, justamente, otro gran mérito de El otro sendero: en un escenario de creciente crisis, De Soto
consigue desarrollar un nuevo trazado de la frontera política, y por ende del espacio social, que a la
larga se volvería hegemónico. De Soto descarta la dicotomización hegemónica del espacio social
entre explotadores y explotados para proponer una nueva frontera en torno a la ley y a la exclusión/
inclusión de los nuevos actores con respecto a ella. Proletarios y burgueses, o si se quiere
trabajadores y empresarios, dejen de ser, para de Soto, actores necesariamente antagónicos para
convertirse en aliados que combaten codo a codo por ingresar a la campana de cristal de la legalidad
(metáfora usada por De Soto en El misterio del capital).
Sin embargo, no basta constituir, para la redefinición del espacio social, el nuevo “pueblo” a
quien va dirigido dicho discurso, a saber, los informales. Es además absolutamente necesaria la
constitución de “un enemigo” a la medida de la nueva dictomización. Ubicándose claramente en la
corriente neoliberal, De Soto reserva este papel para el Estado y desarrolla al máximo su crítica
hacia él. Luego, un segundo enemigo son las coaliciones redistributivas (integradas por trabajadores
y empresarios formales agremiados), las cuales se convierten en agentes que establecen una
relación de explotación frente a los informales a través de las diversas protecciones estatales y leyes
“deficientes”, las ganancias de los primeros perjudican directamente a los segundos.6 Esta nueva
5
Durante los años 87 y 89 se produjo una caída en los sueldos y salarios reales a causa de las políticas
implementadas por el gobierno aprista, que a través de políticas macroeconómicas aumentaron los costos
de los servicios básicos, al mismo tiempo que bloqueaba el aumento de los salarios. Se produjo en suma un
cambio en la distribución del ingreso nacional que perjudicó claramente a los sectores obreros (Verdera
2000: 29).
6
A partir de este punto podrían rastrearse discursos más actuales que pretenden señalar a los trabajadores
sindicalizado o con derechos sociales como privilegiados, culpables de la falta de derechos del resto de
trabajadores y del atraso del país.
división del campo social permite que uno y otro polo estén integrados tanto por trabajadores como
por empresarios, desdibujando la frontera establecida por el discurso clasista.
Aceptando lo anterior, ¿cuál es la importancia de todo esto? ¿Por qué interesa subrayar la
reestructuración del espacio social y la redefinición de la frontera política? Para responder a esta
pregunta, debemos regresar a La razón populista. Si en la parte anterior se vio la importancia de la
formación de una cadena de equivalencias como pre-requisito para el establecimiento de un
discurso populista, ahora se verá la importancia del establecimiento de una frontera para la
dicotomización del espacio social.
Como señala Laclau,
“…el destino del populismo está ligado estrictamente al destino de la frontera
política: si esta última desaparece, el ‘pueblo’ como actor histórico se
desintegra.” (Laclau 2005: 117).
Es decir, para Laclau, el éxito o el fracaso de una experiencia populista está signado por su
capacidad para sostener la frontera política que produce el pueblo, protagonista y sujeto político de
la narración. En la medida en que la frontera y por lo tanto el antagonismo se vuelven borrosos, el
proyecto político que los sostenía también tambalea.
La redefinición de la frontera es un momento central en la construcción política, pues no sólo
establece al adversario político, sino que define aquello que podríamos llamar el trazado del espacio
social es decir sus límites y contornos, así como una serie de parámetros básicos. A diferencia de lo
que suponen algunos teóricos liberales, el campo donde se desarrolla la disputa política, en este
caso democrática, nunca es neutral. Este más bien ha sido edificado sobre una serie de
sedimentaciones las cuales hacen más viables algunas opciones políticas. Desde este punto de vista,
el establecimiento de la frontera es una parte esencial de la lucha política, pues si se es capaz de
convertir dicha frontera en hegemónica, el adversario adquiere la forma que dicha frontera propone,
así como también asume el trazado del espacio propuesto.
Regresemos nuevamente al Perú de mediados de los ochenta. Como señala Grompone:
“Por su parte, sectores de izquierda cuando comprenden que su discurso se va
quedando sin interlocutores, quieren escapar del vacío recurriendo a un expediente
consustantivo a su lógica como es afirmar un supuesto protagonismo popular. […]
Simplificando sólo un poco el razonamiento, se puede decir que despiden a los
obreros y le dan la bienvenida a las organizaciones de supervivencia y a los
informales.” (1990: 63)
Como bien señala Grompone, el proyecto izquierdista estaba pasando por un problema
fundamental: la disolución de su sujeto político, y por lo tanto de su frontera política. Ante dicha
situación, la izquierda (o por lo menos un sector importante) optó por acoger una serie de nuevos
planteamientos virando hacia un trabajo con nuevos actores y elevándolos a la categoría de nuevo
sujeto político. Esta fuga hacia adelante tuvo que ver no sólo con modificaciones a nivel teórico,
sino también con la nueva composición de la izquierda. El frente de Izquierda Unida no estaba
integrado mayoritariamente por obreros7. Se daban así las condiciones para el nuevo sujeto político
de la izquierda fuera el informal.
Es aquí donde las ideas de Hernando De Soto se vuelve fundamentales pues apareció en un
momento de crisis del discurso hegemónico existente y se colocó como un discurso alternativo que,
debido a una serie de circunstancias que escapan a los alcances de la presente investigación,
desplazarán a su predecesor.
El escenario que intento presentar es uno donde está produciéndose una paulatina pugna entre
proyectos con aspiraciones hegemónicas distintas y quizás opuestas. En medio de esta
confrontación, ambos proyectos hegemónicos opuestos empiezan a compartir un mismo sujeto
político: los informales. Esto va a dar lugar una disputa por el significado de “informales” en tanto
“significante flotante”. Por este término, Laclau se refiere a un significante cuyo significado se
halla siempre en contención. Por ejemplo, el significante democracia es el horizonte de sentido de la
política contemporánea. Pero esto no quiere decir lo mismo para todos los grupos que se reconocen
en él: democracia significa una cosa para los derechistas, otra para los marxistas y todavía otra para
los militantes de Sendero Luminoso. No hay que ver en esto una falla del sistema político peruano.
7
Para graficar el espíritu de la época, se puede traer a colación una canción de Los Shapis que lleva por
título “Ambulante soy, proletario soy”. La identificación del ambulante como miembro del proletariado resulta
hoy imposible. En la actualidad, luego de la desaparición del proyecto nacional-popular que construyó la
izquierda los ambulantes son percibidos más bien como microempresarios, pequeños hermanos de las
grandes empresas.
Dada la capacidad polisémica de las palabras, esta lucha por el significado de un significante es una
estrategia comúnmente utilizada en la disputa política. Así, lo que ocurre en un momento de crisis
del régimen político del Perú, del modelo de desarrollo y de violencia política, es que el proyecto
político de la derecha secuestra a los sectores populares a través de su “informalización”
constituyéndolos en su sujeto político a la vez que trazan una nueva frontera política.
Con la categoría de “significante flotante” podemos ver también cómo demandas que antes
pertenecían al populismo de izquierda, terminan articulándose al populismo de derecha. Esta vez
observemos que afirma sobre el concepto de igualdad El Otro Sendero. Como afirmó Norberto
Bobbio la igualdad es el eje sobre el cual se articula los discursos de la izquierda.
“…no es cierto que en el Perú todos seamos iguales ante la ley, pues dos personas no
pagan el mismo impuesto, dos importaciones no están gravadas de la misma manera,
dos exportaciones no están subsidiadas del mismo modo, y dos individuos no tienen
el mismo derecho de crédito.” (De Soto 1986: 246).
Aquí la categoría de igualdad está vinculada a una matriz liberal de pensamiento, De Soto
hace referencia a individuos abstractos en condiciones igualmente abstractas. La igualdad en su
texto consiste en que se cobren los mismos impuestos, los mismos aranceles o que se otorguen
iguales subsidios; en resumen, en un tratamiento igual para todos los individuos-empresarios. La
igualdad no está relacionada, por supuesto, con un proceso de igualación de ingresos o de derechos
ciudadanos entre los individuos, los grupos o las familias frente a la constatación de una realidad
desigual. Esta segunda visión está más vinculada a un pensamiento de izquierda y más alejada del
liberalismo.
Es por estas razones que aceptar los diagnósticos y propuestas de El otro sendero no supone
solamente aceptar su definición de informalidad y sus causas, sino también aceptar la nueva
frontera política, donde no hay mas lugar para proletarios y burgueses sino para informales y
formales.
III. A MODO
DE CONCLUSIÓN: POR EL SENDERO DE LA ANTIPOLÍTICA.
A lo largo de este texto, me he concentrado en la importancia de El otro sendero en el terreno
de la política, más que en el terreno “académico” de las Ciencias Sociales. Esto no debe conducir a
una subestimación del libro sino a colocarlo en su justa perspectiva a fin de emprender una crítica
más eficaz.
Creo que un error común entre quienes en su momento buscaron discutir con El otro sendero
(y también con El misterio del capital) fue el de minimizar su importancia a través del desmontaje
de cada una de las propuestas que consideraban erróneas. Por lo tanto, una tarea ineludible e
impostergable es proceder al desmontaje de este discurso haciendo visible el sentido de las
categorías que utiliza y llevándolas hasta sus últimas consecuencias. En otras palabras, la crítica
sustancial a El otro sendero no pasa por desacreditarlo “académicamente”, sino, por el contrario,
por revelar los lados más conservadores de su proyecto hegemónico.
Desde este punto de vista, he tratado de demostrar cómo este libro construye un discurso
político atravesado por la lógica populista. El otro sendero es un texto básicamente político porque
establece las condiciones sobre las cuales se desarrolla lo social y la política. “La política”, como
afirma Mouffe, está referida al conjunto de prácticas e instituciones que emergen producto de un
orden social y que organizan la coexistencia entre personas (Mouffe, 2007: 16). Pero “lo político”
es el momento de institución de lo social, el conflicto resuelto transitoriamente a partir del cual se
instituye lo social, la política y sus instituciones.
Sin embargo, y a riesgo de sonar contradictorio, considero que uno de los rasgos más
importantes del proyecto hegemónico de De Soto es su carácter “antipolítico”. Lo que quiero decir
es que su argumentación sitúa la “solución” de los problemas de la informalidad tanto en el terreno
del Derecho, es decir, en la elaboración de “mejores leyes”, como en el de la simple acción
administrativa del Estado. Ambos terrenos son profundamente antipolíticos y están directamente
vinculados a una de las obsesiones de la corriente neoliberal: erradicar la política de la economía e
intercambiarla por la simple “administración” de las cosas. De Soto desconfía de los partidos
políticos, los sindicatos, los gremios empresariales y en última instancia del Estado8. En El otro
sendero, los problemas y sus soluciones están colocados al margen del poder político y de la
política en general. Se trata simplemente de aplicar leyes que permitan el buen funcionamiento del
mercado, única institución capaz de organizar de manera justa la sociedad. La justicia en este caso
pasa por alejar de los apetitos humanos aquello que las leyes del mercado pueden ordenar. En tanto
los objetivos de transformación son las buenas leyes y la buena administración, no hay lucha
política necesaria.
Es por esta razón que el discurso político de De Soto es profundamente antipolítico y anticipa
aquello que se convertirá en una especie de mantra hegemónico en el país durante los últimos
lustros. Lo que su propuesta deja de lado es esa dimensión donde las decisiones sobre la cosa
pública deben estar sujetas a la participación de amplios sectores de la sociedad, donde diversos
grupos sociales deben negociar la apropiación de los ingresos que genera la economía nacional y
donde la política, no puede reducirse a la simple gestión administrativa. En última instancia, las
propuestas de El otro sendero convierten a la política en tecnoburocracia, en decisiones asépticas y
en una supuesta ausencia de intereses.
El problema con esta perspectiva es que al expulsar la política y abrazar la técnica como
herramienta para la construcción del orden social, se desecha la idea del orden social como una
construcción hegemónica contingente, vale decir, como una construcción que es siempre fruto de
una lucha política. De esta manera, lo “correcto” se convierte un subproducto de la técnica, y el
orden social “correcto” en el modelo elaborado por tecnócratas.
Por ello, es también un error de algunos sectores de la izquierda coincidir con la narración
propuesta por El otro sendero situando en el centro de su debate político temas como la ineficiencia
administrativa del Estado, la corrupción o los programas sociales. Es decir, es un error enfocar estas
diversas problemáticas desde una mirada técnoburocrática que automáticamente desplaza la
discusión hacia cómo mejorar los trámites administrativos o cómo implementar medidas
8
Es bueno recordar que luego del autogolpe del 5 de abril, durante la asamblea de cancilleres de la OEA en
Bahamas, el Presidente Fujimori señaló que más que sofocar a la democracia, el autogolpe la había
salvado de la dictadura de las cúpulas partidarias, o como él la llamó, de la partidocracia. Como señala
Kenney, según algunas versiones dicho discurso tuvo como autor principal a Hernando de Soto, quien a su
vez había copiado el discurso y los conceptos ahí señalados de la tesis doctoral de Michael Coppedge
elaborada para el caso....venezolano. Si bien Fujimori y De Soto se distanciarían luego, la tesis de la
partidocracia acompañaría al régimen fujimorista durante toda la década (Kenney, 1997).
anticorrupción o finalmente qué mecanismos son los mejores para potenciar los programas de ayuda
social.
Obviamente no se trata de desatender estos asuntos o dejarlos de lado de la discusión. El
error, a mi juicio, se encuentra en creer que estos debates reemplazan a aquellos que son propios a
la esfera política y que tratan más bien de ocultar los orígenes contingentes del orden social. Llevar
a la izquierda por el sendero de la antipolítica ha demostrado ser nefasto para ella, como lo prueba
su fracaso en la última década.
Bibliografía:
DE SOTO, Hernando
1987 El Otro Sendero. 6ta ed. Bogotá: Instituto Libertad y Democracia.
GROMPONE, Romeo
1990 Las lecturas políticas de la informalidad, en BUSTAMANTE, Alberto et al. (ed.). De
Marginales a informales. DESCO.
IGUIÑIZ, Javier
2001 El misterio de De Soto. En: Revista Cuestión de Estado, No 27-28. Lima: IDS
KENNEY, CHARLES
1997 ¿Por qué el autogolpe? en: TUESTA, Fernando (ed.) Los enigmas del poder. Fujimori
1990-1996. Lima: Fundación Frederich Ebert.
LACLAU, Ernesto
2005 La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
MOUFFE, Chantal
2007 En torno de lo político. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
RIOFRÍO, Gustavo
1991 Producir la ciudad (popular) de los ’90. Entre el mercado y el Estado. Lima: DESCO.
VERDERA, Francisco
2000 Cambio en el modelo de relaciones laborales en el Perú, 1970 – 1996. Lima: CAS – IEP.