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Vocalidades: la voz humana desde la interdisciplina / Nicolás Alessandroni, Begoña Torres
Gallardo y Camila Beltramone (Eds.) - 1a Ed. - La Plata: GITeV
506 p.; 6x9 inchs - 15,24 x 22,86 cm
ISBN: 9781099886768
Editorial del Grupo de Investigaciones en Técnica Vocal
Laboratorio para el Estudio de la Experiencia Musical
Facultad de Bellas Artes - Universidad Nacional de La Plata
Editores: Nicolás Alessandroni, Begoña Torres Gallardo, Camila Beltramone
Asistencia Editorial: Maximiliano Vietri y Florencia Ramírez
Diseño y diagramación: Verónica di Rago
Queda hecho el depósito que marca la ley 11723. Reservados todos los derechos. “Vocalidades: la
voz humana desde la interdisciplina” es propiedad de Nicolás Alessandroni, Begoña Torres Gallardo
y Camila Beltramone. No se permite la reproducción total o parcial, el alquiler, la transmisión o la
transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico,
mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del autor. Su
infracción está penada por las leyes 11723 y 25446.
Primera edición: mayo 2019
Esta publicación es posible gracias al apoyo de
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VOCALIDAD, ENTRE EL CUERPO Y EL SONIDO
Florencia Ramírez
Desde los comienzos mismos de la filosofía occidental, la voz se ha constituido como un fenómeno extremadamente rico e importante para la reflexión.
Dado que todos tenemos voz y la utilizamos constantemente para comunicarnos y expresarnos en las diversas situaciones de nuestra vida, ésta se revela
con un objeto de estudio particularmente importante. La voz se caracteriza
por poseer algo peculiar dentro del universo sonoro que nos rodea gracias a
que, si bien es sonido, reboza los límites de la mera sonoridad gracias a poseer una íntima relación con la significación. Como Aristóteles manifestaba
en De Anima, la voz es el sonido del animal y, a su vez, “debe ser acompañada
de una cierta imaginación ya que la voz sin duda es un sonido significativo”
(Aristóteles, 2010, p. 96). La relación entre la voz y la capacidad de significar
se encuentran entrelazadas desde la antigüedad y, sin embargo, siempre se ha
ubicado a todo lo que al oído y el sonido concierne en un escalón inferior
respecto de la vista, que tradicionalmente ha sido considerado como el sentido más específico y certero.
Bajo el poderío de una tradición que exalta lo visual, delimitar con claridad
qué es la voz y con ello encontrar sus notas esenciales, no es algo exento de
problemas. Volver hacia la voz es volver la mirada hacia el hombre, su cuerpo
y sus experiencias. Más aún, dada nuestra cercanía cotidiana con nuestra propia voz y las de aquellos a nuestro alrededor, el fenómeno vocal se hunde en
el flujo de nuestra experiencia. Aunque esta experiencia es sin duda directa
e inmediata, para poder examinarla y reflexionar sobre ella es fundamental
centrarnos en qué entendemos por ‘voz’ con el fin de poder reflexionar acerca
de cualidades.
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Vocalidad y corporalidad (Leib)
Con este contexto peculiar en mente, el caso del cantante puede ser considerado como un ejemplo paradigmático de la importancia y la aplicabilidad
en el campo práctico de estudios que tomen por objeto la vocalidad, dada la
relevancia de la técnica vocal en su praxis. Pocas cosas preocupan más a los
cantantes que la técnica vocal; conocerla y dominarla se convierte en uno de
los desafíos que cualquier individuo interesado en explorar sus posibilidades
vocales debe enfrentar. Ante la vasta producción académica que se centra en
la técnica vocal y la pedagogía vocal que brindan herramientas de diversa
índole a estudiantes y profesionales de la voz por igual, consideramos que el
campo de la fenomenología podría sumar mucho al debate actual.
Los orígenes de la fenomenología se remontan a los estudios del filósofo y
matemático alemán Edmund Husserl (1859-1938), que influyó los trabajos
de destacados filósofos del s.XX y el s.XXI. En sus propias palabras: “(la)
fenomenología designa una ciencia, un nexo de disciplinas científicas. Pero,
a un tiempo y, ante todo, «fenomenología» designa un método y una actitud
intelectual: la actitud intelectual específicamente filosófica; el método específicamente filosófico” (Husserl, 2012, p. 33)
La fenomenología pretende llegar a las cosas mismas, lo cual significa que no
hay representaciones o mediaciones de las cosas: el mundo existe y es aquel
que percibo. Ahora bien, para lograr este objetivo es necesario distinguir
entre el conocimiento objetivo y los prejuicios y presupuestos comúnmente
aceptados en nuestra cotidianeidad. Para poder despojarnos de los últimos y
llegar al núcleo del objeto -aquello que hace que sea lo que es y no otra cosa, es necesario recurrir a un movimiento que recibe el nombre de epoché.
Epoché significa básicamente ‘poner entre paréntesis’ todo los que nosotros
creemos, lo cuál lleva a Husserl a poner en duda la idea de que hay una realidad independiente de la conciencia. Para la fenomenología esta separación
entre el mundo y el sujeto no existe, sino que hay una conexión entre ambos
y se retroalimentan.
El punto de partida de la fenomenología es nuestra propia experiencia, nuestra percepción. Ahora bien, si aceptamos que nada es más familiar para nosotros que nuestra propia experiencia, podemos afirmar que potencialmente
todos estamos en condiciones de hacer fenomenología (Idhe, 2007). Sin embargo, esta proximidad que nos acerca a la fenomenología es también una de
sus grandes complejidades: nuestra experiencia, si bien es directa e inmediata,
se nos escapa en nuestra vida diaria. Es allí dónde se torna necesario volver a
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Vocalidad, entre el cuerpo y el sonido
ella con una nueva perspectiva para poder examinarla, reflexionar sobre ella
y poder obtener conocimiento. Es ahí donde se cristaliza entonces la tarea de
cualquier fenomenólogo: volver a las cosas mismas, volver sobre nuestra propia experiencia para encontrar en ella no a las representaciones de las cosas,
sino las cosas tal como son. Debemos reemplazar entonces la inocencia de
la experiencia ordinaria, por una nueva inocencia que es propiamente fenomenológica. En última instancia, la fenomenología nos permite pertenecer a
nuestra experiencia desde un lugar mucho más profundo (Idhe, 2007).
En este contexto fenomenológico el estudio del fenómeno vocal se revela
ante nosotros como un caso particularmente interesante, no solo para la filosofía en general, sino para para el cantante en particular. El conocimiento de
nuestro instrumento comienza con la percepción, al igual que en la fenomenología, y despojarnos de todos los presupuestos heredados es una práctica
fructífera para cualquiera que desee estudiar y trabajar su vocalidad. Percibir
implica la existencia de aquello que es percibido y aquello que percibe; en
este caso, el cuerpo se encuentra en ambos lugares. Dada esta particularidad
podemos argumentar que la voz es cuerpo y que, por lo tanto, aprender a
cantar necesariamente significa un aprendizaje corporal.
En el siguiente capítulo, que constituye la ampliación de un trabajo anterior
(Ramirez, 2017), tomaremos el concepto de ‘esquema corporal’ presentado
por el fenomenólogo francés Maurice Merleau-Ponty, discípulo de Husserl,
para evidenciar la relación existente entre ambos -voz y cuerpo- remitiendo
al modo en que el esquema corporal se ve afectado directamente como consecuencia de la adquisición de la técnica vocal. Si bien esta relación no es
particularmente nueva dado que muchos estudios se centran en ella, consideramos que la perspectiva de Merleau-Ponty nos permite insertar la discusión respecto de la voz y la técnica vocal en un contexto mucho más amplio,
dentro del cual el caso del canto es un ejemplo concreto que no agota de
ningún modo lo que el autor plantea. Comenzar desde el cuerpo, tomando
una actitud fenomenológica, abre la puerta a la posibilidad de reflexionar
sobre cómo este funciona y cómo me relaciono como él, lo cual es vital para
el cantante.
Esquema corporal y fenomenología
Uno de los conceptos principales sobre los cuales trabaja Maurice Merleau-Ponty en Fenomenología de la Percepción (1993) es el mencionado conI 179
Vocalidad y corporalidad (Leib)
cepto de esquema corporal. Si bien Merleau-Ponty no acuñó el concepto, su
aporte marca un paso decisivo en su ampliación y complejización. En pos
de dar cuenta de la carga que este concepto acarrea consigo, el mismo autor
se encarga de brindar una reseña histórica para evidenciar cuáles fueron las
características principales que adoptó, los cambios que fue sufriendo, para,
finalmente, mostrarnos su concepción y el modo en que este concepto se
articula con los principales elementos de su filosofía.
El punto de partida que toma es la idea de que “(...) mi cuerpo no es para
mí un aglomerado de órganos yuxtapuestos en el espacio [sino que] lo mantengo en una posesión indivisa, y sé la posición de cada uno de mis miembros gracias a un ‘esqueleto corpóreo’” (Merleau-Ponty, 1993, p. 115). Por lo
tanto, mi cuerpo no es una mera recolección de partes desconectadas, sino
que presenta una cierta unidad que recibe el nombre de esqueleto corpóreo o
esquema corporal. El mencionado esquema entonces da cuenta de la existencia de una conexión entre las partes tal que éstas contribuyen de algún modo
a ese todo que es el cuerpo. Ahora bien, el modo en el cuál se dé cuenta de
esta particularidad va a variar de acuerdo con la corriente desde la cual se
esté respondiendo, y de ahí proviene la ambigüedad y complejidad que este
concepto trae consigo.
La primera visión de esquema corporal que presenta es la que se corresponde con la concepción fisiológica. Según esta, el esquema corpóreo es “(...) un
resumen de nuestra experiencia corpórea, capaz de dar un comentario y una
significación a la interoceptividad y a la propioceptividad del momento” (Merleau-Ponty, 1993, p. 115). Lo que vemos en esta posición es que se considera al
esquema corporal como un nombre que abarca un gran número de asociaciones de imágenes que se establecen paulatinamente durante la infancia a medida
que los contenidos táctiles, cinestésicos y articulares se va asociando entre sí,
o con los contenidos visuales que son evocados (Merleau-Ponty, 1993). Vemos
que hay una fuerte tendencia nominalista dónde todo se reúne bajo un mismo
nombre, pero no hay nada que unifique efectivamente a esas asociaciones de
modo necesario o esencial. La fuerza de la conexión que une a los elementos
mencionados es extremadamente débil dado que se sustenta únicamente sobre
una base lingüística que a su vez es contingente.
La segunda caracterización de esquema corporal que presenta es la de corte
psicologista, en la cual se agrega a la idea de asociación de la fisiología el
hecho de que es necesario que estas asociaciones se encuentren reguladas
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Vocalidad, entre el cuerpo y el sonido
por una ley única y que la espacialidad del cuerpo vaya del todo hacia las
partes. Esto quiere decir que, por ejemplo, la mano izquierda y su posición
está implicada en un designio global del cuerpo, del cual adquiere su origen
(Merleau-Ponty, 1993). La idea de una gestalt resuena con fuerza aquí, donde
el todo precede a las partes y estas partes responden a él. Por lo tanto, el esquema corporal no es reductible ni a un mero calco ni a la conciencia global
del cuerpo. Esta visión requiere de esa ley única que le dé sentido al todo
que es el cuerpo. Un elemento interesante que aparece en esta visión es el
dinamismo que el esqueleto corporal adquiere, ya que se me revela como una
postura en vistas de una tarea actual o posible. No es algo que una vez constituido se fije cuasi mecánicamente, sino que, muy por el contrario, permite
dar cuenta del devenir, del cambio que efectivamente ocurre.
Lo que podemos apreciar con claridad en la presentación merleauponteana de
estas visiones mencionadas es, principalmente, un pasaje de una noción estática
donde encontramos meras asociaciones de imágenes que se unifican bajo la etiqueta de ‘esquema corpóreo’, a una en la cual estas asociaciones son llevadas un
paso más adelante y se encuentran regidas por una ley única que lo organiza todo.
Sin embargo, el esquema corpóreo es algo un tanto más complejo y profundo
para Merleau-Ponty, quién lo entiende como “una manera de expresar que mi
cuerpo es-del-mundo” (Merleau-Ponty, 1993 p. 118). Esto significa que todas las categorías que aplico respecto del espacio parten de la relación de mi
cuerpo con los objetos; mi cuerpo marca el “aquí” desde el cual establezco los
diferentes “allá” de los objetos de mi alrededor. En última instancia, mi percepción de la espacialidad depende necesariamente de mi cuerpo. Con esto
comenzamos a comprender la relevancia que posee la relación entre el cuerpo y el espacio en la noción merleauponteana de esquema corporal. El cuerpo es entonces “nuestro modo general de poseer un mundo” (Merleau-Ponty,
1993, p. 119), y ahí vemos cristalizado el gran aporte que el pensamiento de
Merleau-Ponty imprime a este concepto particular. Como podemos apreciar,
la idea de esquema corporal desborda los límites que lo constreñían en las
visiones anteriores porque ya no se refiere al cuerpo aislado, cerrado sobre sí
mismo, sino que ahora éste es la génesis misma de las relaciones que el sujeto
entabla con el mundo. El esquema corporal se revela mucho más amplio y
fundamental de que lo que parecía al comienzo.
Dado que, como mencionamos recién, partimos de nuestros cuerpos para ubicar los objetos en el espacio podemos afirmar que hay una multiplicidad de
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Vocalidad y corporalidad (Leib)
‘aquíes’ que son determinados y, en cierto, sentido anclados en el propio cuerpo. Es a causa de ello que es posible la afirmación de que sin cuerpo no habría
para mi espacio posible. El cuerpo habita activamente este espacio que ya no
es el espacio objetivo, absoluto, completamente independiente del sujeto, sino
que es el espacio corporal, el espacio que se construye desde mi propio cuerpo.
El modo en el que se evidencia esta relación es por medio del movimiento.
Que nos movemos en el espacio es un hecho y eso demuestra que activamente
lo habitamos. Cuando decimos movimiento no nos referimos a pensar un movimiento sino que hablamos efectivamente del movimiento y, de igual modo,
el espacio corpóreo no es una mera representación sino efectivamente el espacio corpóreo. No hay representaciones de ninguna índole en este planteo, hay
efectivo espacio y efectivo movimiento; estamos frente al fenómeno, a lo que
ocurre y percibimos sin mediación ni instancias intermedias. Efectuamos los
movimientos en un espacio que, lejos de encontrarse vacío, se encuentra relacionado fuertemente con ellos: el movimiento y el espacio conforman un todo
único que encuentra su fundamento en nuestro cuerpo. Sin cuerpo no tenemos
forma de habitar el mundo y por eso la conexión entre ambos es fundamental:
la experiencia motriz de nuestro cuerpo no es un caso particular de conocimiento; nos proporciona una manera de acceder al mundo y al objeto, aquello
que Merleau-Ponty denomina practognosia y que debe reconocerse como original, e incluso, tal vez, como originaria (Merleau-Ponty, 1993).
El esquema corporal se enriquece, se complejiza y amplía profundamente. la
unidad de este esquema se entiende ahora en términos de arco intencional que
forma la unidad de los sentidos de la inteligencia, del sentido, de la motricidad y la sensibilidad. Éste se proyecta a nuestro alrededor, nuestro pasado y
nuestro futuro, nuestro medio contextual humano, nuestra situación física,
nuestra ideología, es decir, lo que hace que estemos ubicados bajo estas relaciones (Merleau-Ponty, 1993). Merleau-Ponty hace foco en el cuerpo y ese es
el origen, es el fundamento de su idea. Mi cuerpo es el modo que tengo de
habitar el mundo, sin cuerpo no hay experiencia posible, por lo tanto, centrarnos en el cuerpo es centrarnos en la clave misma de la comprensión del
rol del esquema corporal: el cuerpo es el comienzo de toda reflexión.
El fenómeno vocal no escapa de la lógica de este planteo y, por lo tanto, debe
ser concebida en estos términos. Partiremos entonces de la idea de que la voz
es el sonido mismo del cuerpo. Esto trae como consecuencia que la vocalidad
de cualquier individuo depende necesariamente de su cuerpo:
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Vocalidad, entre el cuerpo y el sonido
(...) nuestra voz, tanto hablada como cantada, se produce gracias a la acción
coordinada de casi todo nuestro cuerpo [dado que el aparato fonador mismo]
se halla formado por estructuras del aparato respiratorio, digestivo y por un
conjunto de músculos de distintas regiones. (Torres Gallardo, 2013, p. 41).
Nuestra voz es la que es como consecuencia directa de cómo somos, nos es
un accidente contingente en absoluto. La morfología y el funcionamiento de
nuestro cuerpo y su relación con nuestra voz pueden ser considerados de forma análoga a un instrumento musical: su sonoridad va a ser determinada por
el material, la forma física y el modo en que se toque. Por ejemplo, podemos
considerar el caso de un violoncelo donde distintas maderas van a producir
leves diferencias sonoras, pero si se mantiene la misma forma vamos a poder
reconocer en todos ellos un mismo instrumento y, a su vez, el mismo violonchelo en manos de distintos músicos puede producir ciertas singularidades
por sutiles que sean.
Nuestra vocalidad retiene rastros de nuestra materialidad (Idhe, 2007), de
nuestro cuerpo, por lo que siempre remite necesariamente a un quién que
es específico. Es por ello que lleva la marca de nuestra subjetividad y que,
gracias a su ligazón con la totalidad de la vida de un individuo particular, no
me oigo del mismo modo en que oigo a otro. La relación que se tiene con el
propio cuerpo es particular (Merleau-Ponty, 2010). Si bien siempre escucho
con mis oídos, cuando oigo mi propia voz la vibración de los huesos de
mi cuerpo me brindan una experiencia cualitativamente diferente a cuando
escucho una voz ajena (Idhe, 2016). Siempre estoy del mismo lado de mi
cuerpo, no tengo modo de ‘salirme’ de él, se me ofrece desde una perspectiva
invariable. Pensar la voz separada de todo aquello que mencionamos respecto del esquema corporal y la corporalidad en general sería no comprender el
fenómeno que estamos tratando comprehender.
Ahora bien, esta visión del esquema corporal no termina de agotar la relevancia de este concepto dado que hasta ahora hemos hablado en términos
generales, rozando la universalidad, y no alcanza para dar cuenta todavía
del modo en el cuál el planteo merleaupontyeano da cuenta de las diferencias posibles entre los diferentes individuos. En última instancia, el hecho
de que dos sujetos conscientes posean los mismos órganos y el mismo sistema nervioso no implica necesariamente que en ambos se den las mismas
emociones o los mismos signos. El uso que se haga del cuerpo y el modo en
cuál se ponga en juego dicha corporalidad en conjunción con el mundo de
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Vocalidad y corporalidad (Leib)
emociones es lo que nos acerca a la expresividad de un sujeto u otro. Poseer una misma base biológica no agota las posibilidades expresivas de un
cuerpo. No hay ninguna naturaleza dada de una vez y para siempre, no hay
ninguna prescripción biológica. En el hombre “todo es fabricado y todo es
natural” (Merleau-Ponty, 1993, p. 206), hay más de una respuesta posible,
más de una conducta posible. La biología presenta una base común para
todos, sin embargo, hay todavía más elementos que trascienden esta base y
nos permiten dar cuenta de las particularidades de cada individuo, siendo lo
que mencionamos del uso del cuerpo uno de ellos. Volviendo nuevamente
a la voz, cuando nos expresamos por medio de ella, esta expresividad no es
meramente material, biológica, sino que nos presenta quién habla y desde
dónde habla (Idhe, 2007). Identidad y espacio se unen y constituyen desde
el cuerpo que es el ancla de todo.
Cuerpo y aprendizaje
Una vez introducido el concepto de esquema corporal resulta interesante
pensar qué sucede con el aprendizaje en este contexto, para encontrar claves
que nos permitan reflexionar sobre el aprendizaje de la técnica vocal. Con
este objetivo partiremos de la afirmación de Merleau-Ponty que sostiene que:
(...) el aprendizaje es sistemático [por lo tanto] el sujeto no conecta unos movimientos individuales como unos estímulos individuales, sino que adquiere
el poder de responder, mediante cierto tipo de soluciones, a una cierta forma
de situaciones, las situaciones pudiendo variar ampliamente de un caso a otro
(Merleau-Ponty, 1993, p.159).
Para Merleau-Ponty es el cuerpo el que ‘comprende’ cuando adquirimos un
hábito o una habilidad. Es decir, entiende el comprender como experimentar
una concordancia entre intención y efecto, entre lo que intentamos y lo que
viene dado. Es a esta concepción de aprendizaje a la cuál referiremos cuando
hablemos más adelante respecto de la adquisición de la habilidad de cantar.
Un punto importante para destacar en este momento es el hecho de que
no hay en la actualidad un consenso definitivo sobre qué significa adquirir
una habilidad. Es por eso que nos interesa dejar en claro que si bien adherimos a lo tematizado por Merleau-Ponty, la discusión dista mucho de estar
concluida. A su vez, estimamos pertinente evidenciar que en la concepción
en cuestión no se recurre a una ‘función simbólica’ o a una representación
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en el proceso de aprendizaje: todo se fundamenta en esta dinámica entre
el cuerpo, el mundo y la intención. Esta característica no es menor ya que
muestra de qué modo Merleau-Ponty se aleja de la tradición heredada de la
antigüedad del pensamiento occidental que promueve la separación tajante
entre mente y cuerpo -lo cual elimina con el mismo movimiento la jerarquización implicada en la dualidad-. En este contexto, adquirir una habilidad es
la captación motriz de una significación que es motriz.
Hubert Dreyfus (2002), fenomenólogo contemporáneo, basándose en esta
noción de aprendizaje sin representación de Merleau-Ponty, propone descomponer este proceso en una serie estadios o fases que se dan durante el
aprendizaje de una habilidad para explicitar cómo esto sucede. La primera
etapa es la que se corresponde con el ‘novato’: la instrucción comienza con el
instructor deconstruyendo el contexto de la tarea en cuestión en elementos
descontextualizados que el novato puede reconocer aun cuando no posea
ningún tipo de experiencia previa. Se le dan al estudiante reglas que le ayudan a determinar las acciones que debe llevar a cabo. Como vemos esta primera etapa se centra en el hecho de brindarle al alumno los rudimentos básicos para que pueda comenzar a desarrollar la habilidad, incluso sin haberlo
hecho antes. Sin embargo, todavía no hay comprensión de todo lo que está
sucediendo detrás de esas reglas básicas con las que se empieza a familiarizar.
El segundo estadio es el de ‘principiante avanzado’. En el mismo, a medida
que el novato gana experiencia como consecuencia del haber lidiado con
situaciones reales, comienza a notar, con o sin auxilio de su maestro, ciertos
ejemplos curiosos de aspectos adicionales que son significativos para la situación a la que se enfrenta. Una vez que haya visto un número suficiente de
ejemplos, el alumno aprende a reconocer estos nuevos aspectos. Las reglas
que antes solo respondían a los aspectos nos contextualizados de la etapa
anterior, se vuelven útiles y aplicables a las nuevas características descubiertas en la experiencia. Empieza el alumno a tomar mayor conocimiento de la
actividad que está aprendiendo a hacer.
El siguiente momento corresponde entonces al ‘competente’. Aquí, luego de
enfrentarse a un mayor número de experiencias, las características que el
alumno observa y descubre en este tiempo lo sobrepasan, al punto que intentar realizar la actividad se torna complejo e incluso un foco de nerviosismo
y agotamiento. El alumno muchas veces se pregunta cómo es posible que el
resto pueda hacer lo que a él en esta instancia le resulta imposible. Aquí el
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Vocalidad y corporalidad (Leib)
alumno comienza a desarrollar la capacidad de elaborar un plan o una perspectiva que le ayuden a determinar a qué elementos de la situación dedicar
su atención y a cuáles ignorar. Aparece en este momento una sensación de
responsabilidad respecto del resultado que se obtiene cuando se realiza la
tarea en cuestión.
El anteúltimo momento es el del individuo ‘capaz’. En esta instancia ocurre
que el alumno transforma las reglas y principios que antes lo regían, en la posibilidad de discriminar las situaciones acompañado por una respuesta asociada. Eventualmente el alumno no solo verá qué debe hacer, sino que decide
cómo hacerlo. Sin embargo, el último estadio, el del ‘experto’, supera este
momento y no solo ve qué se debe lograr, sino que también ve cómo debe
hacerlo. Ya ha logrado, gracias a la práctica, ser capaz de realizar distinciones
más refinadas y sutiles que le permiten manejarse de este modo.
Como hemos visto, no hay representación de por medio en el proceso de
aprendizaje, sino que el foco está puesto en que aprendemos gracias a enfrentarnos con las situaciones y las cosas. Vemos en el planteo de Dreyfus cómo
se llega a esa noción de aprendizaje que Merleau-Ponty describe en la afirmación que inicia esta sección. Cuando aprendemos una habilidad, no estamos
frente a elementos sueltos o dispersos, sino que nos encontramos frente a un
modo de responder de una forma determinada a ciertas situaciones: cuerpo
y mundo vuelve a aparecer como presupuestos subyacentes en este planteo.
Cuando aprendemos una habilidad el conocimiento que adquirimos sedimenta en el cuerpo, es decir, deja su marca en nuestro esquema corporal. Nuestro
esquema corporal se enriquece y se expande, y por ello el modo de relacionarse
con el mundo se torna distinto una vez que he pasado por este proceso. Puedo
habituarme a muchas cosas, por lo tanto, siempre puedo añadir novedades a
mi esquema corporal. El aprendizaje nos cambia cualitativamente.
El caso de la técnica vocal
Como suele suceder en todos los ámbitos del conocimiento, existen diversos
abordajes respecto de la pedagogía vocal. Por un lado, tenemos a la pedagogía
vocal tradicional que tiene su fecha de nacimiento hacia 1795 con la fundación
del Conservatorio Nacional de París. La misma posee como notas distintivas
una fuerte relevancia de la figura del maestro como modelo a seguir, que debe
ser copiado por el alumno mediante la observación directa y, en caso de que
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Vocalidad, entre el cuerpo y el sonido
el último no sea capaz de reproducir una copia fiel del Maestro, se considera
que no es poseedor del don natural para cantar (Alessandroni, 2013). Como
respuesta a este modelo asociado con la institución Conservatorio, surge lo
que se denomina como pedagogía vocal contemporánea entre 1950 y 1970. A
diferencia de su predecesora, la pedagogía vocal contemporánea se caracteriza por ser un modelo fuertemente influenciado por la ciencia, por lo que
aquello que puede aprenderse es lo que ha sido empíricamente validado. El
foco está puesto en conocer funcionamiento fisiológico-orgánico de la fonación en profundidad, al mismo tiempo que se analizan las condiciones evolutivas del instrumento vocal (Alessandroni, 2014). El cambio de paradigma en
lo que respecta a la pedagogía vocal responde a cambios epistemológicos que
surgen como consecuencia de un contexto en el cual la ciencia se consolida
como modelo de conocimiento.
Lo que proponemos teniendo en cuenta el contexto esbozado y el desarrollo
que ofrecimos en los puntos anteriores, consiste en tomar lo trabajado por
Merleau-Ponty y Deyfus, para pensar de qué modo sus aportes pueden resultar fructíferos para los cantantes. La adquisición de la técnica vocal conlleva
una percepción particular del cuerpo, que se distingue de la que normalmente tenemos antes de comenzar nuestro entrenamiento. Éste es un proceso
complejo que requiere tiempo e involucra una gran cantidad de aspectos1
que se interrelacionan entre sí para producir los sonidos que llamamos canto. Aprender a cantar significa efectivamente ampliar y enriquecer nuestro
esquema corporal y, por lo tanto, nuestra relación con el Mundo.
Como hemos mencionado, es posible encontrar diversas escuelas de técnica
vocal que se han ido desarrollando a lo largo de los años en distintas partes
del mundo. Cada una de ellas tiene sus características particulares que las
distinguen unas de otras, debido a que proponen diversos modos de transitar
el camino, aun cuando el punto de llegada que se busque sea el mismo. La
elección de una u otra técnica es, en última instancia, la elección individual
de cada uno. Es por ello por lo que lejos de centrarnos en estas divergencias,
tomaremos para el análisis aquel elemento que es considerado fundamental
por todas ellas: la respiración. Sin un manejo eficiente del aire sería imposible
1. Para más información respecto de esta temática particular consultar: ALESSANDRONI, N. (2014) Vocalidad
Humana, Desarrollo y Enacción. Un análisis interdisciplinario de cuatro formas de expresión vocal en Argentina.
European Review of Artistic Studies, Vol. 5 (1), 1-16. Y Nicolás Alessandroni y Favio Shifres (Septiembre, 2014).
Aportes de la cognición musical a la construcción epistemológica de la pedagogía vocal: Pensamiento metafórico y
significación. III Jornadas de la Escuela de Música 2014: “Música Latinoamericana, tradición e innovación”. Escuela de
Música - Facultad de Humanidades y Artes - Universidad Nacional de Rosario, Rosario.
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Vocalidad y corporalidad (Leib)
poder afrontar una obra musical, en especial si consideramos al repertorio
operístico. Sin aire es imposible la fonación porque es el encargado de sostener el sonido que el cantante emite. Ahora bien, dominar la respiración es un
proceso complejo que requiere mucho tiempo, y que debe desarrollarse no
sólo en clase, sino también en ensayos, conciertos y audiciones.
Se suele comenzar prestando cuidadosa atención al funcionamiento natural
del cuerpo al momento de respirar normalmente. Recurrimos, en muchos
casos, a cerrar los ojos a fin de poder ‘bloquear’ los estímulos visuales que
puedan desconcentrarnos para lograr así una propiocepción más profunda
de nuestro cuerpo. En esta instancia observamos los distintos movimientos
que realizamos al respirar normalmente, e intentamos comenzar a distinguir
los distintos elementos que hacen a la respiración, como por ejemplo el accionar del diafragma en la salida del aire o la expansión de la caja toráxica
para poder adquirir mayor capacidad respiratoria. En este momento, que
podríamos ubicarlo en la primera etapa que menciona Dreyfus, el maestro le
brinda al alumno información o reglas que rigen la respiración para que éste
tenga una guía al comenzar a transitar este camino. Así es cómo comenzamos
a expandir nuestro esquema corporal.
El estadio siguiente, una vez que ya hemos tenido experiencia perceptiva
consciente del cuerpo en la situación de la respiración normal, consiste en
intentar dominar el movimiento y ser capaces de utilizarlo al momento de
cantar. Dado que cada cuerpo es distinto, cada alumno debe realizar su propio trabajo perceptivo para efectivamente aprender a manejar el aire al cantar.
Se puede recurrir, como herramienta pedagógica, a que el maestro ejemplifique con su propio cuerpo qué es lo que se está buscando y el alumno imite
aquello que percibe. Por ejemplo, le puede pedir a su alumno que tome con
sus manos la caja toráxica del maestro para mostrar cómo esta queda expandida durante la emisión del sonido. Sin embargo, comprender el movimiento
corporalmente es menester en esta instancia, lo cual implica encontrar en
la misma praxis el manejo exacto del sistema: si se envía, por medio de la
acción del diafragma, mucha presión de aire vamos a cansarnos con mayor
facilidad y el sonido corre el riesgo de sonar desafinado y extremadamente
invasivo. A su vez, si se envía poca presión de aire, lo que se va a percibir es
que el aire sale de forma irregular, lo que se traduce en un sonido que hereda
esa característica. El punto que se busca, entonces, se encuentra entre ambos
extremos. A lo largo de las clases el alumno va logrando conocer su propio
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Vocalidad, entre el cuerpo y el sonido
cuerpo en forma profunda y con ello adquiere la posibilidad de controlar, en
cierta medida y bajo ciertas circunstancias específicas del contexto de la clase,
el resultado que logra al momento de cantar. Nada puede suplantar la experiencia propia con el cuerpo en la situación particular del cantar, y es este el
momento que mayor cantidad de tiempo demanda en el tiempo de aprendizaje. En ese momento, la idea de responsabilidad que menciona Dreyfus
se empieza a hacer presente en el alumno dado que ya tiene un manejo más
consciente de la técnica que está adquiriendo.
Cuando el alumno empieza a asentarse en el manejo de la respiración en la
clase de canto, lo que suele suceder es que al intentar trasladar lo aprendido
respecto de la respiración a una obra musical concreta se vea sobrepasado por
la cantidad de nuevas variables que aparecen. Ante esto, el manejo que venía
demostrando respecto de la respiración se desajusta y no logra mantener el
nivel alcanzado. Es necesario que el alumno aprenda a qué elementos debe
prestar mayor atención y a cuáles dejar en un segundo plano. Cuanto más se
practique y se sedimente lo aprendido por el cuerpo, la tarea de manejar las
distintas variables se vuelve posible. El alumno eventualmente se habitúa a
respirar de la forma que ha aprendido cuando canta y puede concentrarse en
aspectos interpretativos o específicamente sonoros.
Lo que pretendemos con este ejemplo práctico que hemos descripto es evidenciar cómo el concepto de esquema corporal se torna relevante para aproximarnos a qué es lo que sucede cuando aprendemos una habilidad como
puede ser cantar. Nuestro esquema corporal se desarrolla porque tenemos
una percepción de nuestro sistema respiratorio que antes no poseíamos: el
cantante puede con facilidad percibir el accionar de su diafragma o sentir el
movimiento de los músculos intercostales que expanden la caja toráxica al
respirar, sin inconvenientes. Y ni mencionar todo lo que respecta al aparato
fonador al cual no hemos hecho referencia aquí.
El cantante, al tener que desarrollar una serie de competencias específicas
que exceden a la respiratoria, no percibe del mismo modo el mundo circundante. Suele ocurrir que un cantante, al escuchar a otro cantante, ‘sienta’ en
su propio cuerpo lo que el otro hace. Aprender a respirar necesariamente
expande el esquema corporal merleaupontenamente comprendido, dado que
se produce un cambio cualitativo en el modo en el cuál el cantante se relaciona con el mundo circundante. Cuando un cantante ha comprehendido el
funcionamiento de su propio instrumento percibe de otro modo los sonidos
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Vocalidad y corporalidad (Leib)
producidos por los otros que lo rodean dado que el esquema corporal de
Merleau-Ponty tiene la característica de funcionar, en un nivel biológico si se
quiere, como un ‘sistema de equivalencias’ que nos permiten esta dinámica.
Más allá de la técnica vocal: voz y significado
Con los elementos que hemos presentado hasta ahora disponemos de una
base conceptual que nos permite ir más allá del estudio de la técnica vocal, para poder seguir indagando aún más en el complejo entramado que es
nuestro objeto de estudio actual. Con esa idea como guía vamos a encontrar
los trabajos del fenomenólogo Don Idhe (2007). Siguiendo la línea de pensamiento abierta por la fenomenología de Merleau-Ponty, Idhe, dedica la cuarta
parte de su libro Listening and Voice. On The Phenomenology of Sound (2007) a
trabajar con profundidad a el fenómeno vocal. Su extenso análisis evidencia
con claridad la riqueza y complejidad propia de la voz como fenómeno. Sin
embargo, Idhe va unos pasos más allá del planteo merleaupontyeano y se
dirige hacia una concepción que involucra nuevas dimensiones en lo que a
las posibilidades de la voz respecta.
El autor parte de la noción de que la voz ocupa un lugar importante dentro
del rango de fenómenos auditivos gracias a la relación cercana que posee
con la significación. La voz se presenta entonces como un sonido significativo: “en un sentido amplio uno podría hablar de voces de sonidos significativos como las ‘voces del lenguaje’ ” (Idhe, 2012, p. 147). Este movimiento,
que permite el pasaje de meras voces significativas a voces del lenguaje, le
permite a Idhe alejarse de aquellas tradiciones filosóficas que se limitan a
reducir el sonido su aspecto meramente acústico y establecen una jerarquía
en la cual la voz triunfa allí donde el mero sonido falla: revelar la otredad. Si
bien las cualidades acústicas constituyen un aspecto esencia de la voz, Idhe
pretende elevarse por sobre ellas para poder de ese modo resaltar aquellos
aspectos a los cuales no se suele prestar tan detenida atención. Una fenomenología del sonido y la voz debe moverse, entonces, hacia “(…) un significado completo, hacia una escucha del carácter vocal de los sonidos del
Mundo” (Idhe, 2012, p. 147).
Sin embargo, como el mismo autor advierte, es necesario que estemos alertas
para no extender esta idea de voz como lenguaje ilimitadamente sin antes
hacer una debida calificación, dado que de lo contrario todo sería lenguaje
y, a su vez, nada lo sería. Es para evitar estos equívocos que realiza una dis190 I
Vocalidad, entre el cuerpo y el sonido
tinción entre el lenguaje lingüístico y el mero lenguaje: mientras este último
es el significante, el primero es el lenguaje-como-palabra que constituye el
centro mismo del lenguaje. Sin embargo, éste no está solo en el centro, sino
que está presente en el campo que el significado despliega en el cuál se encuentra situado.
La mencionada distinción tiene precedentes fenomenológicos según los cuáles hablar, percibir y comprender constituyen los denominados actos de lenguaje donde la estructura intencional de la correlación entre hombre-mundo
presenta ya un cierto isomorfismo en todos ellos y, por lo tanto, significación
es ya percepción y palabra. Las actividades significativas que en sentido amplio pueden llamarse lenguajes, gravitan cerca del centro significativo de la
palabra , pero no poseen las mismas características que la forma lingüística
del lenguaje presentan. Lenguajes como el gesto y el tacto son los que Idhe
considera como ejemplos paradigmáticos de estos actos significativos o lenguajes que, si bien pueden convertirse en el centro durante ciertos momentos
en el fluir de la experiencia, se encuentran co-presentes junto con la palabra:
lo dicho está siempre acompañado por lo no-dicho, es decir, por todos esos
actos significativos que si bien no lingüísticos, son lenguajes.
Ahora bien, dentro del vastedad del campo auditivo el problema dominante
es el de la voz, dado que es allí donde el lenguaje cobra vida. Si bien la voz
no es la única encarnación posible del lenguaje es la principal, dado que la
palabra hablada da un grado contextual al Mundo que no se obtiene de otro
modo. Esto sucede como consecuencia de la capacidad de estar co-presente
con todos los lenguajes no lingüísticos que componen el horizonte de lo
no-dicho. Este horizonte está constituido en alto grado por el silencio que
rodea a la palabra, por lo tanto, en todo lo dicho es traído a la presencia este
horizonte latente que lo sitúa y lo contextualiza. En este contexto ampliado,
la palabra hablada se presenta muy cerca de la música, lo que se evidencia en
la atracción que posee. Es allí donde reside, al menos en parte, su tendencia
hacia el centro.
El sonido entonces no es algo contingente en el análisis que propone Idhe,
sino que se constituye como algo esencial y necesario: en la palabra hablada
hay una dramaturgia de la voz que es esencialmente musical. En esta voz
dramatúrgica la sonoridad propia de la voz se amplifica evidenciando gracias
a ello la tensión que le es propia dado que se encuentra entre el encanto característico de la música que mencionamos, y la cotidianeidad de la converI 191
Vocalidad y corporalidad (Leib)
sación. La voz dramatúrgica es un evento significativo que se eleva muy por
encima de lo cotidiano, y son claros ejemplos de este fenómeno el teatro, la
liturgia y la poesía cuando está siendo recitada.
La voz dramatúrgica
En la voz dramatúrgica se produce una amplificación de la dimensión de la
voz, pero particularmente lo que se amplifica es el efecto musical del discurso lo cual revela las posibilidades mismas de la voz. Ésta tiene el poder
de persuadir, transformar y excitar al hombre, y es precisamente la voz de
la dramaturgia la que se mantiene en el centro del lenguaje-como-palabra
hablado. La voz del significado encarnado revela lo que es dicho, el quién de
lo dicho, y el yo a quien algo es dicho y quien tiene la posibilidad también de
constituirse en el quién de lo dicho (Idhe, 2012). Esta polifonía que el autor
menciona no es anecdótica dado que es una Gestalt que puede ser armoniosa
o disonante de acuerdo con la relación que se establezca entre lo que es dicho
y el cómo eso es dicho, en otras palabras, la articulación entre el centro y el
horizonte que lo rodea.
Uno de los casos sobre los que Idhe trabaja con gran detenimiento es el del
actor. Allí tanto las escucha como el habla son completamente dramatúrgicos
precisamente por el contexto mismo de la situación dramática del teatro. El
actor con su voz llena el escenario con una sonoridad significante que se amplifica, lo cual le permite traer a la presencia un contexto significativo mucho
más amplio que es el que le da vida al drama. Es aquí donde las posibilidades
transformadas y amplificadas del significado sonoro se ponen en evidencia, y
las cualidades musicales de la voz resaltan con más fuerza. El caso del drama
es paradigmático entonces porque lo dicho -el discurso- nunca se presenta en
soledad, sino que, por el contrario, se amplifica dentro de las posibilidades
que tiene la voz del actor de decir, el cómo al cuál referíamos anteriormente. El
contexto teatral pone en primer plano, y por lo tanto amplifica, las cualidades
de la voz y su poder con un vigor imposible de replicar en la cotidianeidad.
Del mismo modo, siguiendo estos lineamientos, el horizonte de lo no-dicho
se amplifica también. Llanto, gemidos, ciertos tipos de canto, o la presencia invisible de una amenaza se entrecruza con la amplificación de la voz
dramatúrgica y permiten incluso que diversas comunidades humanas que
no comparten una misma lengua puedan entender lo que está sucediendo
en escena. Existe entonces la posibilidad de una comunicación que puede
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Vocalidad, entre el cuerpo y el sonido
prescindir de una lengua común y puede, por el contrario, construirse sobre
lo que tradicionalmente constituye el horizonte de lo no-dicho que envuelve
al lenguaje-como-palabra, al menos en este contexto peculiar dónde la voz
dramatúrgica aparece.
Lo interesante de este caso se encuentra en la complejidad que presenta la
voz dramatúrgica en el contexto del teatro. Existe allí una duplicidad que
no es menor: tenemos al actor y tenemos al personaje, su voz es en cierto
sentido la voz propia y la voz de otro que conviven en un mismo cuerpo. Sin
embargo, algo del actor se mantiene presente aun cuando habla su personaje,
hay un cierto estilo en su voz que se mantiene idéntico. Como menciona Bert
States cuando trabaja sobre la figura del actor: “su ego es profundamente
‘lavado’ (…) por su proyecto: la toma de otro ego. Si el rol está en constante
peligro, es también un escudo perfecto detrás del cual él desaparece” (States,
1985, p. 120). Hay una tensión entre el actor y el personaje, entre el ‘yo’ y el
‘otro’ que conviven momentáneamente. El actor puede ‘lavar’ su ego, su yo,
solo hasta cierto punto porque su cuerpo, y su voz, son esa base ineludible
que necesariamente se va a hacer presente incluso en el personaje. Cuando el
actor habla y su voz suena, ésta revela algo acerca de su origen, su cuerpo y
sus experiencias dado que “presta su voz, y también en consecuencia todo su
cuerpo, porque la voz debe ser apuntalada por el cuerpo” (Dufrenne, 1982,
p. 50). La vocalidad particular de cada actor va a determinar, en cierto grado,
el abanico de roles que podrá interpretar, de lo cual podemos deducir que su
corporalidad en conjunción con sus experiencias las que determinan en cierto modo sus opciones. Hay variaciones posibles, pero dentro de un campo
limitado. Si bien este planteo no pretende erguirse como un criterio rígido y
universal, es por lo menos interesante para el análisis que proponemos.
Cuando el actor proyecta su voz en escena, im-presiona al espectador y
no solo metafóricamente, el teatro como espacio físico con sus cualidades
acústicas propicia la amplificación de las cualidades vocales de la voz dramatúrgica que hemos mencionado. No es contingente en absoluto que una
obra dramática sea llevada a cabo en un auditorio que cumple con ciertos
requerimientos, si no fuera así no iríamos al teatro a ver y escuchar una
obra. La voz dramatúrgica entonces se hace presente en contextos particulares que la propician: cuerpo, voz y auditorio se entrelazan para producir
este fenómeno.
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Vocalidad y corporalidad (Leib)
Conclusiones
Reflexionar acerca de la voz y sus cualidades intrínsecas no es una tarea sencilla. Sin embargo, consideramos que hacerlo a la luz de la fenomenología
nos proporciona una serie de herramientas invaluables para emprender la
tarea. Pensar la voz desde el cuerpo como nos propone Merleau-Ponty nos
abre la puerta a una concepción de la vocalidad mucho más dinámica que
permite dar cuenta de la complejidad del fenómeno vocal. Esto resulta particularmente útil para empezar a rastrear aquellos elementos que son propios de la voz -incluso necesarios- y cuales son contingentes. Consideramos
que ubicarnos en el punto dónde se encuentran lo universal -la voz como
fenómeno común- y lo particular -mi propia vocalidad- nos posibilita una
reflexión mucho más rica.
La relación entre la base biológica común y los usos particulares nos dan
la oportunidad de concebir a la técnica vocal como aquello que sirve como
puente, como medio, entre ambos elementos. Si la voz es lo dado, la técnica
es lo que hago con ello. Como consecuencia, podemos capitalizar los conocimientos producidos por las distintas áreas del pensamiento que tengan como
objeto la voz -lo dado- y, al mismo tiempo, es posible abrir el espacio para ver
de qué modo ese conocimiento se aplica a cada individuo.
Esta ligazón entre lo general y lo particular que habíamos comenzado a explorar con el planteo de Merleau-Ponty se torna fundamental para explorar el
extremo de la voz dramatúrgica con el fin de comprender la profundidad de
esta relación. La idea de la voz dramatúrgica lleva un paso más hacia adelante
aquello que Merleau-Ponty plantea respecto de las posibilidades expresivas
de la voz de acuerdo con uso que se hace del cuerpo biológico. Este planteo
no anula lo anterior, sino que lo presupone, y propone concebir no solo el
uso, sino también el contexto que incluye no solo lo dicho (o hecho), sino
todo aquello que no se dice o hace. El camino que propone Idhe se muestra
entonces como un regreso, no solo al centro del significado encarnado en el
sonido, sino, principalmente, a la voz existencial, a saber, el habla y escucha
propios del hombre. Una fenomenología de la voz significa en última instancia la posibilidad del hombre de reclamar algo que le es propio, su voz y
todas las posibilidades que trae consigo.
La línea trazada entre los autores resulta interesante porque el caso particular
del cantante -como sucede con las artes performáticas en general- presenta
múltiples estratos que interactúan entre sí de diversos modos. La situación
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Vocalidad, entre el cuerpo y el sonido
teatral -en cualquiera de sus variantes- presenta esta dualidad de la que hablábamos antes. Por lo tanto, el cantante cuando se encuentra en una situación performativa -concierto, representación de una ópera, etc.- se torna
multidimensional: no es solo el cantante, la persona real, el que aparece en
escena. Esta relación afecta entonces el modo en que la vocalidad del cantante es concebida y recibida por el público: el cantante nuevamente debe trabajar con la base biológica que posee para de ese modo explorar sus propias
posibilidades expresivas con el fin de beneficiar la aparición de un personaje
en especial. Cuerpo, técnica vocal y expresividad nuevamente trabajan en
conjunto y se nutren mutuamente.
Consideramos por todo lo mencionado que investigaciones de esta índole
que aportan a una concepción amplia del fenómeno vocal, son importantes
si consideramos a su vez la deriva didáctica que presenta. Observar cómo
aprendemos nos ayuda a aprender cómo enseñar y transmitir de la manera
más efectiva los conocimientos al alumno, considerando la mayor cantidad
de variables posibles. Vemos entonces en la fenomenología una serie de herramientas que pueden resultar extremadamente provechosas. La posibilidad de recurrir a la epoché y la reflexión fenomenológica en el canto podría
desembocar en el entrenamiento de cantantes mucho más conscientes de
sus cuerpos, y por lo tanto, más atentos a las posibilidades que éste tiene.
La fenomenología nos permite volver a nuestra experiencia y convertirla en
una fuente de conocimiento de nuestro instrumento, y con ello de nuestra
vocalidad. Volver al cuerpo es aquí reclamarlo, conocerlo y establecerlo como
el punto de partida de toda mi experiencia.
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