Modernidad y bienaventuranzas
Repensar la evangelización
Por André FOSSION s.j.
Conferencia dictada
- En la CCBC (conferencia Católica de bautizados/as
Francófonos), en París el 21 de septiembre de 2013 y en
Bruselas el 2 de octubre de 2013,
- Y en la asamblea General del CIF (Centro de Inteligencia de la
Fe), en París, el 4 de abril de 2014.
MODERNIDAD Y BIENAVENTURANZAS
Repensar la evangelización
Mi exposición estará dividida en dos partes. En primer lugar hablaré de las
bienaventuranzas evangélicas buscando que sean significativas para el presente. En una
segunda instancia, teniendo en cuenta estas bienaventuranzas, abordaré la cuestión de
la evangelización en el contexto de nuestra modernidad occidental.
1. Una lectura actual de las bienaventuranzas
1.1. Tres perspectivas
Podemos encarar las bienaventuranzas desde tres perspectivas específicas:
como una revelación de Dios, como el enunciado de una sabiduría o también como la
expresión de una promesa. Estos tres enfoques distintos conciernen sucesivamente a la
fe, la caridad y la esperanza. San Agustín decía a sus catequistas: “Cuanto digas dilo de
tal modo, que aquél a quien hables oyendo crea, creyendo espere, y esperando ame”.1
Esta frase de Agustín, retomada en la constitución conciliar Dei Verbum 2muestra la
estrecha articulación entre “fe, esperanza y caridad”. Las Escrituras están allí,
precisamente, para hacernos entrar en esta vida de “fe, esperanza y caridad”. Todo
1
2
De Catechizantis rudibus IV, §8.
Vaticano II, Dei Verbum, §1.
texto bíblico puede, por consiguiente, ser leído a través de las siguientes tres preguntas:
¿Qué nos dice de Dios y de Jesucristo? (interpelación de la fe); ¿qué nos invita a hacer
en respuesta a esta Revelación? (solicitud a la caridad); y si vivimos en esta caridad,
¿qué es lo que nos permite esperar? (invitación a la esperanza).
Consideremos, por tanto, el texto de las bienaventuranzas haciéndonos estas
tres preguntas.
Primera pregunta: ¿qué nos dicen las bienaventuranzas acerca de Dios? La
mayor parte de las veces se aborda espontáneamente a las bienaventuranzas como una
ética, una sabiduría, un arte de vivir. No es un error; ya retomaremos este punto de
vista. Pero es olvidar que las bienaventuranzas son primero y principalmente una
revelación de Dios mismo. Cuando Jesús dice: “Felices los pobres de corazón, los
misericordiosos, los mansos, ellos verán a Dios, el Reino de los cielos les pertenece” ello
significa que Dios es así. En otras palabras, podemos entender las bienaventuranzas de
la manera siguiente: “Felices nosotros porque Dios es pobre de corazón, manso,
misericordioso, artífice de la paz…” El texto evangélico cobra una fuerza extrema si de
entrada lo entendemos como una revelación de Dios.
Segunda pregunta: en respuesta a esta Revelación de Dios, ¿qué estamos
invitados a hacer? Acá las bienaventuranzas nos proponen un arte de vivir, una
sabiduría, una manera de ser según el Espíritu de Dios. Nosotros mismos estamos
invitados a ser, a semejanza de Dios, pobres de corazón, mansos, misericordiosos,
artífices de la paz, etc.
Tercera pregunta: si vivimos según el espíritu de las bienaventuranzas, ¿qué
podemos esperar? Hay aquí una promesa hecha a todas las personas que viven de
acuerdo con el espíritu de las bienaventuranzas. Verán a Dios y el Reino de los Cielos les
pertenecerá.
Resumiendo, según los tres puntos de vista adoptados, las bienaventuranzas
aparecen sucesivamente como una revelación de Dios, como una sabiduría (un arte de
vivir) en el Espíritu de Dios y, finalmente, como una promesa.
Tomemos cada una de las bienaventuranzas y tratemos de ver qué nos pueden decir
hoy.
1.2. Una interpretación de cada bienaventuranza.
- Felices los pobres de corazón
¿Qué significa “ser pobre de corazón? El pobre de corazón, podría decirse que
designa a quienes se sienten principalmente deudores del amor de los demás. Los
pobres de corazón saben que han sido amados, que los precede el amor de los demás,
el amor de Dios. En efecto, siempre ha habido Samaritanos que han sido los primeros
en amarnos, ayudarnos y que nos cuidaron cuando estuvimos en dificultades. Y el pobre
de corazón es precisamente cualquiera que puede decir “gracias” por todos los dones
recibidos y que lo han formado. El pobre de corazón presta servicio voluntariamente. El
pobre de corazón está siempre dispuesto a ofrecer. Como sabe que ha recibido, está
dispuesto a compartir. Esta disposición a compartir es lo inverso a la idolatría de las
cosas. Recuerden que entre los pecados capitales, están la envidia, la avaricia y la gula,
que son de hecho tres maneras idolátricas de relacionarse con las cosas. La envidia
consiste en experimentar tristeza y celos a causa de lo que el otro tiene y yo no, y yo
muero de envidia… El avaro retiene las cosas; no da nada a nadie, ni siquiera a sí mismo.
En cuanto a la persona entregada a la gula, nada le es suficiente; cuando tiene mucho,
le hace falta todavía más, llegando a comer del plato del otro o quitándole el pan de la
boca. La pobreza de corazón está en las antípodas de estas tres enfermedades del deseo.
El pobre de corazón sabe dónde están las verdaderas riquezas, sabe que “la felicidad no
es el tener, ni que nuestros armarios estén llenos” como dice la canción de Alain
Souchon. Por supuesto que el pobre de corazón desea un mínimo para sí y para los
demás, para vivir dignamente, pero está inclinado a la sobriedad y a la simplicidad, pues
no idolatra las cosas. Su deseo no está anclado en las cosas. Sabe que las verdaderas
riquezas son de otro orden. Sabe que lo más precioso no es una voluminosa cuenta
bancaria sino el afecto mutuo. Este tesoro no nos será quitado el día de nuestra muerte.
Que seamos hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas es el verdadero tesoro.
- Felices los mansos
La mansedumbre es la capacidad de moderación, de delicadeza, de ternura, de
atención al otro. El manso suaviza su propia potencia. Michel Serres en su obra “Le tiersinstruit3” lo señala: la humanidad es humana, nos dice, cuando inventa la debilidad,
cuando invierte una parte de su potencia en limitar esa energía. Y Dios, prosigue el autor,
es el primero que se ha contenido. Nosotros nacimos en las márgenes de esa mesura.
Ser manso es ser capaz de suavizar la propia potencia. La mansedumbre es “tener
debilidad” por el otro. La mansedumbre es una energía controlada, a la inversa de la
violencia, de la dominación, de toda forma de acoso. La mansedumbre puede designar
asimismo la virtud de la castidad, no en el sentido de la continencia, sino en el sentido
más amplio de respeto al otro por lo que es. La castidad se aleja de todos los abusos; de
los abusos sexuales sin duda, pero también de todos los abusos de poder.
- Felices los que lloran
Podemos entender esta bienaventuranza del siguiente modo: “Desdichados
aquellos que no lloran jamás”. Los que nunca lloran, a pesar del sufrimiento que se abate
sobre el mundo, son los que no se conmueven o ya no lo hacen más, puesto que tienen
el corazón cerrado, blindado, insensible. Los medios de comunicación, a este respecto,
corren el peligro de construir en nosotros un muro de indiferencia. Vemos personas que
mueren de hambre, de catástrofes, de guerras, de violencias de toda clase; entonces
nos protegemos, no nos conmovemos más. En la palabra “emoción” está el vocablo
“mover”; dejarse “emocionar” es dejarse “mover”, moverse, actuar, emprender una
acción. La constitución conciliar Gaudium et Spes invita a los cristianos a tener la
capacidad de vibrar con las alegrías y las penas del mundo. Comienza por estas palabras:
3
Michel Serres, Le tiers-instruit, François Bourin, 1991, pp. 178-182.
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro
tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que
no encuentre eco en su corazón”. Hace unos meses, el papa Francisco, en Lampedusa ha
dicho lo siguiente cuando unas pateras naufragaron provocando la muerte de
numerosos inmigrantes en busca de una tierra de acogida: “¿Quién ha llorado por la
muerte de estos hermanos y hermanas, quién ha llorado por todas estas personas que
estaban en el barco, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres
que deseaban encontrar cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una
sociedad que olvidó la experiencia del llanto, de sufrir con; la globalización de la
indiferencia nos ha arrebatado la capacidad de llorar”. ¡Sí, felices los que lloran!
- Felices los que tienen hambre y sed de justicia
“El hombre no vive solamente de pan”. En el relato de las tentaciones de Jesús
en el desierto, esta es la respuesta que Jesús le da al diablo quien lo invita a cambiar las
piedras en pan. Es cierto que el hombre vive de pan. Sin el pan, sobrevienen el hambre
y la muerte. No es cuestión de disminuir la importancia del pan. Pero habiendo dicho
esto, debemos también decir que sería inhumano, indigno del hombre considerar como
hambre -como fin- solamente el hambre de comer, de consumir. El hombre, en efecto,
no vive solamente de pan, vive de compartir, de hablar, de estar en relación. Qué es una
comida humana sino una comida donde se comparte, donde se pasan los platos. Una
comida convivial (del latín cum vivere que significa vivir juntos) es una comida donde
ciertamente nutrimos el cuerpo pero también se alimenta la relación y a la vez nos
nutrimos de esas relaciones que se establecen. Señalemos a este respecto que los
órganos que usamos para comer son los mismos que usamos para hablar. El alimento
entra en el cuerpo, pero la palabra, dirigiéndose al otro, que no es un objeto de
consumo, sale hacia él. Tener hambre y sed en una justa relación es lo que propone la
bienaventuranza como objeto de nuestro deseo: desear de todo corazón la solidaridad,
la paz, la cooperación. Que el hombre no sea un lobo para el hombre. Que la justicia no
sea venganza sino reparación, que ponga el bien allí donde hubo mal, tal es el deseo que
expresa esta bienaventuranza. ¡Felices, entonces, aquellos que tienen hambre y sed de
justicia!
- Felices los misericordiosos
Ser misericordioso es poder abandonar el orden del cálculo, de las equivalencias,
del principio “ojo por ojo, diente por diente”. “Hiciste esto, por lo tanto te mereces esto
para restablecer el equilibrio”. La misericordia supera la lógica del toma y daca. Si
pasáramos el tiempo calculando los méritos de unos y otros, la vida se tornaría
imposible. En algún momento, tal como nos invita el Evangelio, para vivir y hacer vivir,
es necesario abandonar el cálculo. Pensemos en la parábola del padre pródigo, la
parábola de la oveja perdida, la parábola de los viñadores. Los conceptos de gracia (del
latín gratia) o de caridad (del griego charis) están relacionados con el concepto de
misericordia. En francés existe toda una serie de palabras construidas sobre el radical
“gratia”: gratitud (gratitude), gracioso (gracieux), perdonar (gracier), gratis (gratuit),
grácil (gracile), agrado (agrément), agradable (agréable). La noción de gracia conlleva
así las dimensiones de la gratuidad (“gratis”), de perdón (“gracier”), de belleza
(“gracioso”), de fragilidad (“grácil”), de placer (“agradable”). La misericordia es, en este
sentido, la disposición a mantener con las demás personas una relación de gracia.
En el término “misericordia” están la palabra corazón y la palabra miseria. En
este sentido, ser misericordioso es tener un corazón sensible a la miseria; es tener
compasión por quienes conocen una cierta miseria, incluida la miseria moral. La
misericordia hace elevar al otro, lo endereza; no lo encierra en su falta o dentro de sus
límites sino que lo restaura en la estima de sí mismo para que vuelva a vivir. En este
sentido el misericordioso es lo opuesto al orgulloso que destruye o al justiciero que
castiga.
- Felices los puros de corazón
Un corazón puro es lo contrario a todo lo que es hipocresía, engaño, infidelidad
o mentira. En un corazón puro no existe diferencia entre lo que se dice y lo que se hace;
se hace lo que se dice y se dice lo que se hace. Es por ello que se puede contar con él. Es
confiable. Su sí es sí, su no es no. Con el corazón puro, estamos en la verdad. No hay
doble faz. No tiene un rostro escondido. No es manipulador. Por eso inspira confianza.
Al contrario de todo autoritarismo, el corazón puro ejerce autoridad ayudando con ello
al crecimiento de los demás. Él autoriza; literalmente hace que la otra persona sea
“autor” y “actor” de su propia vida. Por eso podemos acercarnos a un corazón puro sin
perder libertad ni autonomía. Podemos acercarnos a él sin alienarnos. Él es él mismo y
yo soy yo mismo delante de él. El mantiene su lugar sin ocupar todo el lugar.
- Felices los artífices de la paz
En la palabra “artífice” está la noción de arte y, por ende, de creación, inventiva,
imaginación. También está la idea de que este arte se ejerce con los medios limitados
que se dispone. Un artífice no debe ser un “experto” o un “profesional”. Él crea dentro
de las posibilidades limitadas que le son propias. Esto es lo que nos dice la
bienaventuranza: sean creativos, con los medios que tienen a su alcance, para que la
paz crezca a su alrededor, para que nazca la amistad, para que tenga lugar la
reconciliación. Pensemos en la parábola evangélica del “administrador sagaz”; el
ejemplo que nos ofrece no es precisamente el de su deshonestidad sino el de su
capacidad para hacerse de amigos. Notemos a este respecto, que el versículo 13 del
capítulo 15 de San Juan generalmente está mal traducido: “No hay amor más grande
que dar la vida por los amigos” (los que uno ama). El texto griego no usa el verbo διδωμι
(dar) sino el verbo τιθημι (poner, disponer). Se trata, en este sentido, de disponer de su
vida para que la amistad se dé, nazca y crezca. Lo que acá se pide es la capacidad de
hacer acontecer la amistad, la paz, la justicia. Es lo que, por ejemplo, comprendió muy
bien una escuela técnica al tomar como divisa: “El ingenio para un mundo más justo”.
- Felices los que son perseguidos (por la justicia) por mi causa
Quienes viven las bienaventuranzas, los pobres de corazón, los misericordiosos,
los mansos, los puros de corazón, los artífices de la paz, sabemos que se tornan
vulnerables. Pasan su vida desarmados. La bienaventuranza les dice: “Felices ustedes si,
perseguidos por la justicia, se mantienen firmes y permanecen contra viento y marea en
el espíritu de las bienaventuranzas”. Mantenerse firme es cuidar el buen fin; es
permanecer en la bondad sin importar lo que pase. Esto es lo que me parece que la
bienaventuranza nos dice: “No respondan al mal con el mal, no cedan al mal haciendo
ustedes el mal. Manténganse firmes en la bondad aunque los persigan”. Es, por otro
lado, lo que Jesús hizo en la cruz. Fue muerto injustamente, de manera atroz. “Cuando
era insultado, no devolvía el insulto y mientras padecía no profería amenazas; al
contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente” (1Pe, 2, 23). No es el sufrimiento
de Cristo lo que nos salva sino su constancia en el bien. Resistió al mal con más bondad.
“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20). Esta frase de Pablo
resume de manera maravillosa el misterio de la cruz. Felices los que se mantienen firmes
en la práctica de las bienaventuranzas a pesar de las persecuciones o de las adversidades
que sufrieren.
2. Repensar la evangelización en la modernidad a partir de las
bienaventuranzas
Hemos llegado a la segunda parte de mi exposición: ¿Cómo pensar la
evangelización en el espíritu de las bienaventuranzas? Propongo un desarrollo en tres
puntos:
2.1. Nuestro contexto
Consideremos primero la evolución socio-religiosa de nuestro tiempo.
Una doble secularización: de la vida pública, de la vida privada.
Nuestra sociedad ha conocido una doble secularización: de la vida pública y luego
de la vida privada. La secularización de la vida pública coincide con el surgimiento de
los estados modernos laicos que ya no poseen fundamentos religiosos. Es esencialmente
el fruto del siglo de las luces. Nuestras sociedades modernas están fundadas sobre
cuatro pilares: La capacidad de pensar por sí mismo (autonomía de la razón), las ciencias,
los derechos del hombre y la democracia. Estos son los cuatro grandes pilares de la
sociedad moderna en la que vivimos. Antes del advenimiento de la modernidad, la
sociedad estaba fundada sobre lo religioso. Lo religioso tenía una función de sustento y
encuadramiento de la sociedad. La fe, en este contexto, se daba por sentada. Era parte
de las evidencias culturales. Se mamaba la fe junto con la leche materna. La
secularización de la vida pública cambió todo esto. No suprimió la religión pero la corrió
de lugar. En la sociedad moderna, efectivamente, la religión no cumple ya el rol de
sostén y encuadramiento de la sociedad; ahora pasó al ámbito de la vida privada, de la
adhesión personal. Hoy no se concibe a la religión sino como perteneciente al espacio
de las convicciones personales. Como cristianos, nosotros integramos hoy esta
secularización de la vida pública. Notemos además que ello es lo que se desea para los
países de tradición musulmana. Nosotros queremos que ellos también entren en una
fase de secularización de la vida pública y que la religión no sea la base de los Estados.
Pero nosotros conocimos en nuestra sociedad una segunda secularización: la
secularización de la vida privada misma, especialmente desde hace unos cincuenta años
aproximadamente. Fijémonos en nuestras familias y en nuestro vecindario. Muchos hijos, hermanos, hermanas, primos, vecinos, compañeros de trabajo…- se alejaron de la
práctica y de la fe cristiana o de toda otra convicción religiosa. Muchos se separaron de
la fe cristiana porque sentían que no los dejaba vivir. Querían alcanzar en otros lados
una vida más humana, más autónoma, más libre, desprendida de la tutela religiosa. Este
alejamiento de la esfera religiosa no conduce ni a la inmoralidad ni al sinsentido. Se puede muy
bien vivir sin religión, de una manera sensata, responsable y feliz.
Las resistencias a la fe cristiana
Dentro de esta tendencia de secularización de la vida privada son múltiples las
resistencias a la fe cristiana. Podemos detectar al menos cinco:
-Dios indecidible: Es la posición agnóstica. No sabemos ni sabremos jamás si Dios existe.
La incertidumbre es nuestro destino.
- Dios increíble: Es la postura de una cierta concepción de la ciencia que reduce lo real a
aquello que es verificable. “Que Dios tenga un Hijo, que haya nacido de manera virginal,
que haya resucitado después de ser crucificado, que vayamos a resucitar al final de los
tiempos, … no, ni pensarlo, ¡es algo totalmente increíble!”
- Dios insoportable. Es lo que sienten todos los y las que se apartaron de su educación
cristiana porque les pesaba como si fuese un corsé dogmático y moralizante que no les
dejaba vivir y del que se liberaron para crecer en humanidad. La fe cristiana significa
para ellos un obstáculo a su humanidad.
- Dios indescifrable: La resistencia consiste en la dificultad de comprender, frente a la
extrañeza, la diversidad o la complejidad de los lenguajes que nos dejan perplejos. Los
medios no son de mucha ayuda; proveen información contradictoria. ¿Cómo
orientarse? O bien se permanece en un limbo sin saber dónde se está parado, o bien se
arman unas creencias personales.
- Dios inclasificable: Es la misma pregunta sobre Dios que se diluye, que cae en el nolugar. Se puede pasar de largo de la cuestión de Dios e instalarse tranquilamente en una
vida arreligiosa.
Estas cinco resistencias constituyen en mayor o menor grado el legado transmitido a las
jóvenes generaciones. Y, al igual que para nosotros mismos, estas resistencias son lo que
ellos deben atravesar y superar para acceder a la fe de una manera madura y personal.
Pues, si efectivamente el Evangelio conserva hoy toda su fuerza, es porque no se queda
detrás de estas resistencias sino que las atraviesa.
Nuevos surgimientos: El ascenso de las sabidurías, la búsqueda de
espiritualidades individuo-globales, las reafirmaciones identitarias.
En esta situación de doble secularización que describí, ¿qué es lo que está
naciendo? Me parece que hoy podemos discernir tres nuevas manifestaciones: En
primer lugar, como señala Chantal Delsol en su obra “L’âge du renoncement4”, asistimos
hoy día a un ascenso de las sabidurías paganas. Para estas sabidurías, se trata de habitar
el mundo y ordenarlo de la mejor manera sin referencia a una divinidad cualquiera, sin
esperanza alguna en una vida después de la muerte. Estas sabidurías retoman valores
promovidos por la tradición cristiana pero despojados de su sustrato religioso. Así, la
ética reemplaza a la religión y la sabiduría a la fe. En estas sabidurías, el mundo parece
mudo. Carece de un sentido dado de antemano. Somos nosotros quienes revestimos al
mundo de sentido, somos nosotros quienes lo habitamos persiguiendo en él nuestros
proyectos. Estas sabidurías manifiestan un sutil equilibrio de epicureísmo, de estoicismo
y de panteísmo. De epicureísmo porque conviene organizar el mundo para que la vida
de cada uno y de todos sea la mejor y la más placentera posible. De estoicismo, porque
no hay que esperar un más allá de nuestro mundo. Hay que esperar menos y amar más,
explica André Comte-Sponville, en su obra “L’esprit de l’atheisme5”. Finalmente del
panteísmo en el sentido de que no existe nada por detrás del mundo ni más allá de él,
ni alteridad que lo trascienda. El único mundo que nos fue dado es este que
experimentamos como una totalidad del que somos una parte.
Un segundo surgimiento que podemos detectar hoy es la búsqueda de
espiritualidades que Raphaël Liogier en su obra “Souci de soi, conscience du monde. Vers
une religion globale?6”, califica de “individuo-globales”. Para él, las religiones no
desaparecen sino que cambian. Todas están siendo atraídas hacia una religión global,
de la misma manera que los diversos ríos corren hacia el océano. En esta religión global
lo determinante es, a la vez, el individuo en su conciencia personal y el todo con el que
está conectado. Como el individuo busca el contacto con el todo, las pertenencias
particulares a tal o cual tradición pierden su importancia y sus fronteras se hacen
borrosas. De este modo, el individuo puede elegir acá y allá los elementos de
espiritualidad que le convienen transgrediendo las fronteras culturales y religiosas, en
el interior de una totalidad que nunca terminará de recorrer.
Finalmente, frente a este ascenso de sabidurías y este auge de las
espiritualidades individuoglobales, podemos señalar las presiones identitarias de las
Cerf, Paris, 2012.
Albin Michel, Paris, 2006, pp. 62-64.
6
Armand Colin, Paris, 2012.
4
5
diferentes religiones tradicionales, en particular del Islam y del Cristianismo. Puede
comprenderse que, en una época de cambios, busquen hacer valer su identidad, la
relevancia de su mensaje, el fundamento de su tradición, de sus ritos y de sus
costumbres. Pensemos, por ejemplo, dentro del catolicismo una tendencia a volver a
desplegar signos de identidad y devociones tradicionales. Estas afirmaciones de
identidad son, sin duda, comprensibles. Pueden permanecer abiertas al diálogo y al
encuentro con el otro sin anclarse en el conservadurismo. Pero sabemos también que
se pueden deformar en formas sectarias, fundamentalistas o integristas.
Luego de haber analizado nuestro contexto y los surgimientos que se manifiestan
en él, ¿cómo pensar la evangelización hoy? ¿Qué perspectivas teóricas y prácticas
asumir teniendo en cuenta la predicación evangélica de las bienaventuranzas?
2.2. La salvación comienza con la práctica de las bienaventuranzas. El anuncio
evangélico, como acto de caridad, se inserta en una salvación que está en desarrollo.
Subrayemos primero -es capital para nuestro propósito- que las
bienaventuranzas evangélicas se dirigen a todos y todas sin distinción de raza, de
cultura, de lengua, de confesión o de religión. Cuando Jesús dice: “Felices los pobres de
corazón, felices los mansos, felices los que lloran, felices los que tienen hambre y sed de
justicia, felices los misericordiosos, felices los puros de corazón, felices los artífices de la
paz, el Reino de los cielos les pertenece”, él no reserva sus palabras sólo para los
cristianos. En realidad, la salvación está en marcha en el mundo dondequiera que se
practiquen las bienaventuranzas. Adoptemos esta perspectiva como punto de inicio
para pensar la evangelización. Esta perspectiva nos descentra completamente. Nos
pone frente al hecho de que la salvación siempre nos precede. Ahí está, por delante de
nosotros, independientemente de la Iglesia, por la gracia de Dios actuante ya en la carne
del mundo.
Por salvación entendemos “la vida en abundancia” que Dios desea para todos,
para cada uno y cada una. Esta salvación abarca, todo junto, la salud, el bienestar, la
sanación, el perdón, la reconciliación, el atravesar las pruebas, la liberación del mal, la
superación de la muerte misma y finalmente la vida eterna en el Reino que ha de venir.
Así entendida, la salvación designa el proceso de humanización en el que
estamos inmersos hasta su culminación. La salvación es la obra de Dios en nosotros que
nos conduce, a todos y a cada uno, hacia la vida en abundancia.
No hace falta pertenecer a la comunidad cristiana para estar en esta dinámica de
la salvación. La práctica de las bienaventuranzas, o también el deseo de practicarlas, o
sea el deseo del deseo de verlas practicadas bastan para que la salvación tome cuerpo.
Oigamos la frase de Paulo VI en la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi: “No sería
inútil, dice, que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través
de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias
a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio7”. O esta otra
afirmación de Gaudium et Spes: “Cristo murió por todos, y la vocación suprema del
hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que
el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida,
se asocien a este misterio pascual 8“.
Estas perspectivas constituyen para los cristianos una seria lección de humildad
así como también de alegría y de esperanza. Pertenecer a la fe cristiana no es una
condición para la salvación. No es el camino único y obligado. En realidad, la salvación
actúa en la humanidad; forma parte de la condición humana en su diversidad, siempre
que se viva de acuerdo con las bienaventuranzas o al menos se lo desee. Es por eso,
como lo señala el papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium9, hay
frutos de salvación en todas las religiones así como también en el humanismo ateo.
¿Por qué entonces anunciar el Evangelio, si la salvación actúa aunque nosotros
no lo anunciemos? Es la caridad la que nos impulsa a anunciar la Buena Nueva. La Iglesia
no provee la salvación ya que ésta está en desarrollo en el mundo por la gracia de Dios.
Pero lo que nosotros aportamos es el reconocimiento de la salvación. Es por caridad y
por la felicidad que nosotros anunciamos el Evangelio. La fe cristiana no es el único y
obligatorio camino para nacer a la vida de Dios, pero es radicalmente preciosa y salvífica
por lo que ella nos permite reconocer, vivir y celebrar. Efectivamente, transforma la vida
reconocer que somos hijos e hijas de Dios, hermanas y hermanos en Jesucristo, amados
incondicionalmente y destinatarios de la promesa de la vida eterna en el Reino de Dios.
Un comparación puede ilustrar lo que acabo de decir. Se puede vivir bajo las
nubes sin ver el sol, se puede llevar una vida con sentido, alegre, dichosa, sin ver el sol
ni aprovechar sus beneficios. Pero, si en un momento dado, el cielo se abre y el sol
aparece dando un color nuevo a todas las cosas, entonces se descubre el mundo, bajo
un aspecto totalmente distinto, con dicha. Este reconocimiento cambia la vida y lleva a
aferrarse a él como a una perla preciosa. Lo mismo podríamos decir de la fe cristiana. Es
una gracia suplementaria que viene a agregarse a la gracia de la salvación que opera ya
en la carne del mundo y nos hace acceder al reconocimiento gozoso de esta salvación.
La salvación actuante en el mundo es una primera gracia. Reconocerla es una segunda
gracia que añade a la existencia un sabor nuevo. “De su plenitud, hemos recibido gracia
sobre gracia”, dice el prólogo del Evangelio de Juan. Este reconocimiento de la salvación
trae la alegría y también una comunión nueva con Dios y entre nosotros: “Lo que
contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida os lo anunciamos
para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en
comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro
gozo -vuestro gozo- sea completo”. Por lo tanto, es por el gozo y por una comunión
7
Paulo IV, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi sobre la evangelización del mundo moderno,
1975, §80.
8
GS 22; ver también LG 16; AG 7
9
Ver los parágrafos 147-254.
nueva que invitamos a reconocer la salvación que ya está en marcha. Y este anuncio es
en sí mismo, un acto de caridad, “la primera caridad10”.
¿Cómo pensar la evangelización dentro de las perspectivas que he enunciado?
Propongo considerar la evangelización en cuatro tiempos.
2.3. Los cuatro tiempos de la evangelización:
Primer tiempo: dejarse evangelizar por la práctica de las bienaventuranzas que vemos
en el mundo.
Cuando Jesús proclama las bienaventuranzas, ¿de dónde creen que las sacó?
Mirando a la gente, frecuentándola. Como subraya Christophe Theobald en su obra “Le
christianisme comme style11”, Jesús manifestaba una capacidad asombrosa de
aprendizaje en el contacto con las personas, a través de sus encuentros con ellas. Él las
aprendió viendo vivir a la gente. Él discierne la sabiduría, la santidad humana de las
personas que encuentra y ve vivir. Aún hoy como cristianos, debemos dejarnos instruir,
evangelizar por la práctica de las bienaventuranzas vividas en todo el mundo, a menudo
en esos lugares donde menos lo esperaríamos. Recordemos la palabra de Jesús: “Las
rameras y los publicanos llegan antes que vosotros al Reino de Dios” (Mt 21, 31). Es
efectivamente cierto que en el mundo considerado como de los marginales o de
aquellos que están fuera de los cánones de la moral establecida, podemos hallar
prácticas extraordinarias de las bienaventuranzas. Y decimos: “Sí, eso es el evangelio”.
Lo encontramos en todas partes, en todas las latitudes y en todas la religiones. Por lo
tanto, primera actitud: ponernos en situación de aprendizaje, dejarnos evangelizar por
el Espíritu de Cristo que nos precede “en la Galilea de las naciones”.
Segundo tiempo
bienaventuranzas.
de
la
evangelización:
Practicar
nosotros
mismos
las
El segundo tiempo de la evangelización consiste, para la comunidad de los
cristianos, en poner en práctica las bienaventuranzas. Esta puesta en práctica
comprende esencialmente dos formas: la diaconía (el servicio del mundo) y la koinonía
(la vida fraternal en Iglesia).
La diaconía, en primer lugar. “La idea de servicio, decía Paulo VI en su discurso
de clausura del concilio, ocupó un lugar central en el Concilio (…) La Iglesia, por así
decirlo, se ha proclamado servidora de la humanidad (…) Toda su riqueza doctrinal
apunta a una cosa: servir al hombre12”. La primera misión de los cristianos consiste, por
consiguiente, en favorecer el surgimiento y la diseminación de los valores del Reino en
el tejido social: la asistencia mutua, el sostenimiento de los débiles, la educación de los
Francisco, Evangelii Gaudium, §199. / Juan Pablo II, Novo Millenio ineunte, 2001, Nº 50.
Éditions du Cerf, 2007.
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Paulo VI, Discurso de clausura del Concilio Vaticano II, 7 de diciembre de 1965.
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jóvenes, la visita a los enfermos, el acompañamiento a los moribundos, el perdón de las
ofensas, la liberación de los espíritus malignos, la reconciliación entre los adversarios, el
combate por la justicia, etc. Los cristianos, en nombre del Evangelio, están llamados a
incorporarse a los lugares de pobreza y exclusión y comprometerse, junto a las personas
afectadas, en la instauración y/o la restauración de relaciones justas entre los sexos,
entre las clases sociales, entre las generaciones, entre las culturas, entre las naciones,
entre las religiones y con la naturaleza. Rendir culto a Dios es servir al hombre. No existe otro
culto creíble.
No olvidemos, a este respecto, que la autoridad de la Iglesia proviene del
reconocimiento que los pobres manifiestan en su favor. Supongamos que los pobres no
tuvieran ningún lugar dentro de la Iglesia, ningún reconocimiento por la acción
humanizadora llevada a cabo con ellos y por ellos, la Iglesia perdería toda autoridad. En
otras palabras, la autoridad de la Iglesia proviene de la voz de los pobres. Consideremos,
por ejemplo, al abate Pierre. Ha sido el hombre más popular y el más estimado en
Francia. Es su compromiso con un mundo más humano los que le confirió su autoridad.
La Iglesia, en este sentido, está prioritariamente “ordenada” -en el sentido fuerte de la
palabra- a la caridad, al servicio del mundo. La evangelización, desde este punto de vista,
comienza por tocar el cuerpo. La caridad, es toda acción que se ve, se siente, que toca,
reconforta, consuela, corrige, eleva, etc. La evangelización, en este sentido, toca en
primer lugar el cuerpo en la medida que las comunidades cristianas, como testigos del
Evangelio, forman todas juntas un cuerpo de caridad en la carne del mundo. Me parece
que es en este sentido que el papa Francisco, en su exhortación apostólica Evangelii
Gaudium, habla de la pastoral como de “un cuerpo a cuerpo”. “El Evangelio, escribe, nos
invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia
física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un
constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne, es inseparable
del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la
carne de los otros. El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la
ternura13”.
La diaconía, en consecuencia, no funciona sin el apoyo de una comunidad
fraterna. La koinonía es, precisamente, la vida fraternal entre los cristianos. A menudo
se ve a la Iglesia como la guardiana del orden moral, como una burocracia, como un
poder, como una institución jerárquica, como un conjunto de ritos, como un teatro
mediático, como una tradición que se debe conservar, etc. ¿Pero dónde, en definitiva,
se ve a la Iglesia concretamente como una comunidad fraterna? Sin embargo, ahí está
el desafío. La evangelización hoy pasa por la existencia de comunidades fraternas que
son figura del Evangelio. Es necesario construir la Iglesia sobre la reciprocidad, sobre la
igual dignidad de sus miembros, sobre un ejercicio del poder ordenado y ajustado al
servicio, al desarrollo de todos y todas, de tal suerte que todos puedan reconocer que
ser cristiano es un auténtico camino de humanización. Así, la credibilidad de la Iglesia
reside en la excelencia de las cualidades de relación que promueve y en el justo ejercicio
del poder en su seno. El tema del ejercicio del poder y, especialmente, el del lugar de las
13
§88.
mujeres en la Iglesia constituyen hoy dos desafíos importantes. Por ejemplo, se puede
espera que el nombramiento de los obispos, en un futuro, sea más participativo. Se
puede esperar asimismo, que estemos caminando hacia una Iglesia en la que los
ministerios sean ejercidos, al menos en parte, por las comunidades locales. Hace
cincuenta años que se reza por las vocaciones sacerdotales con un éxito relativo. Quizá
debamos tomar las cosas de otra manera. ¿No deberíamos marchar hacia una Iglesia en
la que, en determinado momento, se le pudiera decir a alguien “Tú, que ya estás a cargo
de la comunidad, aceptarías que te propusieran para ser ordenado para presidir la
Eucaristía?” En ese momento, se podrá tener sacerdotes en todo el mundo, pero para
ello, es necesario considerar que las personas que sean ordenadas estén efectivamente
a cargo de comunidades locales. Espero que estemos yendo hacia ese modelo de Iglesia.
Los obispos se preparan para ello, aunque algunos se muestren reticentes.
En cuanto al lugar de las mujeres en la Iglesia, será necesario, como invita el papa
Francisco, “ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la
Iglesia14”. Cabe esperar, a este respecto, que se avance hacia una Iglesia donde los tres
poderes tradicionales de enseñar, gobernar y santificar no sigan estando reservados
solamente a un clero masculino.
Tercer tiempo de la evangelización: anunciar el Evangelio
El anuncio del Evangelio se inserta en la práctica de las bienaventuranzas, sobre
la caridad como diaconía y koinonía. “Si no tengo caridad, dice San Pablo, soy como un
címbalo que retiñe” (1Cor 13, 1). Lo que se ve es la caridad; lo que se oye, es el anuncio
que nos dice su significado y nos revela el misterio. Y este anuncio es en sí mismo un
acto de caridad suplementaria ya que le ofrece al otro lo mejor que se le puede dar para
su felicidad.
Este anuncio del Evangelio articula una doble predicación: la predicación de Jesús
y la predicación sobre Jesús.
La primera predicación que debemos transmitir es, en efecto, la del mismo Jesús.
Jesús vivía y proclamaba, al mismo tiempo, las bienaventuranzas. El invitaba a reconocer
en ellas la venida del Reino de Dios entre nosotros; un Dios al que se le puede rezar
llamándolo “Padre nuestro”.
Pero también tenemos que honrar una segunda predicación: la predicación
sobre Jesús. ¿Qué dice esta predicación sobre Jesús? “Este hombre que pasó su vida
haciendo el bien, que predicó las bienaventuranzas, que curaba a los enfermos, que
tocaba a los leprosos, que frecuentaba a los pecadores, fue rechazado y condenado a
morir por las autoridades religiosas de su tiempo, pero Dios lo resucitó, él es el Señor, el
Salvador, el Hijo de Dios. Crean en el Evangelio, háganse bautizar, reúnanse en su
nombre para celebrarlo y vivirlo”.
14
Evangelii Gaudium, §103 y 104.
Naturalmente, estas dos predicaciones están íntimamente ligadas. Una no existe
sin la otra, pero son diferentes. La predicación de las bienaventuranzas no es
eclesiocéntrica: promueve el advenimiento del Reino de Dios y el reconocimiento de
este Reino dondequiera que se vivan estas bienaventuranzas. La otra predicación reúne
en Iglesia a quienes, tocados por la predicación de Jesús y por el testimonio de sus
discípulos, confiesen su fe en Jesucristo, Señor, y se conviertan a su vez en discípulos. La
Iglesia se constituye por esta predicación.
Cuarto tiempo de la evangelización: iniciar a los nuevos creyentes en la vida cristiana
Una comunidad que vive las bienaventuranzas y anuncia el Evangelio debe
también organizarse para recibir a los nuevos creyentes e iniciarlos en la vida cristiana.
He aquí un desafío importante para las comunidades cristianas de hoy. “Los cristianos
no nacen, se hacen” decía ya Tertuliano15. Esto es hoy más cierto que nunca. Hacerse
cristiano exige tiempo, superar las dudas, una reflexión profunda, una conversión
espiritual, una iniciación a los diferentes aspectos de la vida cristiana. De ahí la necesidad
de un acompañamiento fraternal de aquellos/aquellas que desean convertirse en
discípulos de Cristo en el seno de la comunidad cristiana. Es por eso que la Iglesia de
hoy, particularmente en Francia, tomó deliberadamente la opción de una pedagogía
catequística de tipo iniciático. La idea fundamental es que las comunidades cristianas
puedan ofrecer un medio catequizador -un baño eclesial- que inicie en los diversos
aspectos de la vida cristiana.
Esta pedagogía iniciática presenta al menos cuatro características:
-Un tejido fraternal. Es la primera condición de una pedagogía iniciática. Cuando una
persona se presenta para hacerse cristiana, lo primero que se debe hacer no es
explicarle las cosas de la fe sino abrirle un espacio de fraternidad que acogerá su
solicitud y acompañará su camino.
-Un aprendizaje de la fe por la vía del compartir. La segunda característica de una
pedagogía iniciática es que ella abre un espacio de aprendizaje de la fe compartiendo el
texto evangélico. En un pequeño grupo, se toma el texto evangélico y, a partir del texto,
surgen las preguntas sobre la fe. Así, los catecúmenos avanzan, poco a poco, en el
conocimiento de la fe a través del diálogo con sus acompañantes.
-Experiencias de vida. La tercera característica de una pedagogía iniciática consiste en el
hecho de que ofrece experiencias de vida que hacen pensar y permiten así crecer en el
conocimiento de la fe sobre la base y a partir de las experiencias vividas. Estas
experiencias pueden ser de varias clases: experiencias de vida comunitaria y de
compartir la fe, experiencias de celebración y de oración, experiencias de compromiso
con la justicia, etc. La pedagogía catequística clásica partía de una enseñanza de la fe
destinada a ser puesta en práctica después. Aquí, a la inversa, conforme al principio
15
Tertuliano de Cartago, fallecido en 220.
llamado “mistagógico”, se parte sobre todo de experiencias diversas y son estas
experiencias las que instruyen al catecúmeno. Dan lugar a una reflexión, a un
aprendizaje.
-Un recorrido por etapas. Finalmente, cuarta característica, la pedagogía catequística de
tipo iniciático ofrece etapas a recorrer: la entrada en el catecumenado, el llamado
decisivo en presencia del obispo local, los ritos preparatorios para los sacramentos de
iniciación, la recepción de los tres sacramentos de iniciación y, por fin, el tiempo de
neófito. Los catecúmenos conocen por adelantado estas etapas, pero la manera de
atravesarlas, el tiempo que les lleva franquearlas varia según la maduración de su
reflexión, de su deseo, de su compromiso. La superación de estas diversas etapas es
entonces, eminentemente personal y libre.
Hagamos votos para que, en el espíritu de las bienaventuranzas, surjan
comunidades cristianas que sean evangelizadoras por su vida fraternal, así como por su
servicio al mundo y que sean igualmente capaces de acompañar a quienes, tocados por
el Evangelio, desean convertirse a su vez en discípulos de Jesucristo.
André Fossion s.j.
[email protected]
https://lumenvitae.academia.edu/FossionAndr%C3%A9
Plan de la exposición
1. Una lectura actual de las bienaventuranzas
1.1. Una mirada de conjunto. Tres ángulos de acercamiento a las bienaventuranzas.
Las bienaventuranzas aparecen sucesivamente como una revelación de Dios, un arte
de vivir en el Espíritu de Dios, una promesa del Reino.
“Todo lo que ustedes transmitan, háganlo de tal manera que el oyente, escuchando
crea, creyendo espere y esperando, ame”. (San Agustín – Dei Verbum §1).
1.2.
Una interpretación de cada bienaventuranza.
2. Repensar la evangelización en la modernidad a partir de las
bienaventuranzas
2.1.
Nuestro contexto
2.1.1. Una doble secularización: de la vida pública, de la vida privada.
2.1.2. Las resistencias en relación a la fe: >una fe indecidible, > increíble, >
insoportable, > indescifrable, > inclasificable …
2.1.3. Tres tendencias contemporáneas: > el ascenso de las sabidurías paganas, > las
espiritualidades individuo-globales, > las reafirmaciones religiosas identitarias
2.2. La salvación comienza con la práctica de las bienaventuranzas. El anuncio
evangélico, como acto de caridad, se inserta en una salvación que ya está en
proceso.
2.3. Los cuatro tiempos de la evangelización
Contemplando la vida, aprender la práctica de las bienaventuranzas.
Incorporar esta práctica de las bienaventuranzas en el nombre de Jesucristo,
sin proselitismo ni eclesiocentrismo para contribuir al surgimiento del Reino de
Dios.
• Una doble predicación: > la predicación de Jesús centrada en el Reino, > la
predicación sobre Jesús centrada en el misterio pascual y en su identidad de
Hijo de Dios.
• La implementación de un sistema iniciático para los y las que se dejen
conmover por la Buena Nueva:
- Comunidades fraternales
- Un aprendizaje de la fe a través del compartir
- Experiencias (vida comunitaria, diaconía, reflexión, liturgia) que impulsen a
pensar, a desear, y a aprender
- Un camino personalizado, por etapas
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