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Los Paisajes de la Ciudad Oculta

2007, La Construcción Social del Paisaje

Este capítulo trata de la ciudad informal, de los asentamientos informales, o, si lo prefieren, de la ciudad oculta en sentido metafórico en tanto que construcción social del paisaje. Específicamente, analiza algunas situaciones dentro del contexto brasileño. Sabemos que lo oculto es algo desconocido, inesperado, no revelado. Los paisajes de la ciudad informal, en realidad, no están ocultos, pues son muy visibles en las ciudades donde se encuentran, específicamente en el caso de Brasil. Sin embargo, los asentamientos informales en Brasil sufrieron y aún sufren, en cierto modo, un largo proceso de ocultación por parte del Estado y de gran parte de la sociedad, que los considera indeseables y, por tanto, no visibles, en línea con lo apuntado en la Introducción al presente libro. La ciudad informal, oculta para la mayoría de los que pertenecen a la ciudad formal u ocultada por los que no la viven, por los que no les han enseñado a mirarla o que no desean mirarla, es el objeto de este capítulo. Cabe señalar que este es un tema sobre el cuál abundan los análisis socioeconómicos, pero son pocos los análisis espaciales, centrados en su construcción, en la materialidad de este paisaje. En este contexto, y con la intención de incidir en este análisis, el capítulo se centra en el estudio de los asentamientos informales y su inserción en el paisaje urbano con la intención de iluminar algunos de sus códigos espaciales y asociarlos a la vivencia del lugar. El capítulo está subdividido en tres partes, que se desarrollan de la siguiente forma: la primera, con el título de los paisajes de la aglomeración, analiza el caso de las favelas; la segunda, con el título de los paisajes de interferencia, estudia la realidad de los cortiços insertados en los tejidos urbanos y otros modos de apropiación informal del espacio formal; y, a modo de conclusión, se presentan los paisajes de la proliferación, basándose en la conformación del paisaje urbano desde la mirada global de los asentamientos de la ciudad formal y de la informal y desde la necesidad de reconocer la ciudad a partir de la comprensión de ambas realidades.

TARDIN, Raquel. “Los Paisajes de la ciudad oculta”. In: Nogué, Joan (ed.). La construcción social del paisaje. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, 2007, pp.197-216. LOS PAISAJES DE LA CIUDAD OCULTA Río de Janeiro (Brasil) Arquitecta, Doctora en Urbanismo (Universidad Politécnica de Cataluña) Profesora adjunta e investigadora (Universidade Federal do Rio de Janeiro – UFRJ) INTRODUCCIÓN Este capítulo trata de la ciudad informal, de los asentamientos informales, o, si lo prefieren, de la ciudad oculta en sentido metafórico en tanto que construcción social del paisaje. Específicamente, analiza algunas situaciones dentro del contexto brasileño. El paisaje artificializado presupone la idea de espacio habitado, espacio adaptado a las necesidades humanas y a sus intenciones de transformación. Espacio que, además de su constitución física, de las actividades que se establecen en él y de su posible percepción visual, involucra la lectura humana, como la interpretación del soporte físico que posibilita la actuación sobre el mismo (Cosgrove, 1984). A partir de esta realidad física y susceptible de ser percibida, interpretada, ¿Qué sería el paisaje de la ciudad oculta o informal? Sabemos que lo oculto es algo desconocido, inesperado, no revelado. Los paisajes de la ciudad informal, en realidad, no están ocultos, pues son muy visibles en las ciudades donde se encuentran, específicamente en el caso de Brasil. Sin embargo, los asentamientos informales en Brasil sufrieron y aún sufren, en cierto modo, un largo proceso de ocultación por parte del Estado y de gran parte de la sociedad, que los considera indeseables y, por tanto, no visibles, en línea con lo apuntado en la Introducción al presente libro. La ciudad de la intervención arquitectónica y urbanística está acotada por las dimensiones controladas y controlables. Lo oculto/ocultado, en general, no es objeto de las intervenciones oficiales, excepto en casos de reformas, mejoras o derribos. Lo que es ajeno a la ciudad formal, lo es porque tiene lógicas propias, referencias propias, que se fundan sobre otros principios, que no son los de la formalidad. Estos principios se basan en los modos de vida de aquellos que, de algún modo, están al margen de la ciudad formal, en la esfera de lo informal, de lo no convencional, de lo que burla la regla e instala un nuevo código de conducta y procedimiento, un nuevo código de construcción del paisaje, trasgresor, que se refleja en su instancia física y social. 1 En Brasil1, la ciudad oculta, es decir, la ciudad de la informalidad, puede asumir distintas formas, entre ellas, asentamientos como las favelas y los cortiços. Cada una responde a una realidad espacial distinta, que se diferencia por la escala, la edificación, el agrupamiento de edificaciones, la posición en la trama urbana, el trazado, la relación funcional con el entorno urbano, entre otros factores. En cambio, la realidad social presente en estos asentamientos, en general, responde a un cuadro de precariedad y pobreza que perdura, desde sus orígenes hasta la actualidad, y refleja la marginalidad y la exclusión con la que vive parte de la población. Aunque se pueda distinguir entre ambas ciudades, la formal y la informal, con cierta claridad, lo cierto es que la realidad no es blanca o negra. El paisaje urbano comporta zonas grises donde la formalidad incorpora la informalidad y viceversa. Zonas de mezclas e interferencias, donde patrones espaciales y sociales distintos se tocan evidenciando realidades diferenciadas. Por otra parte, la lectura ampliada del territorio permite percibir la fuerza de la ciudad informal por sus grandes dimensiones y nos presenta un mosaico complejo, que denuncia las relaciones de exclusión existentes entre la ciudad formal y la informal, tanto espacial como social, resultado de conflictos y ambigüedades entre ambas realidades a lo largo del tiempo. La ciudad informal, oculta para la mayoría de los que pertenecen a la ciudad formal u ocultada por los que no la viven, por los que no les han enseñado a mirarla o que no desean mirarla, es el objeto de este capítulo. Cabe señalar que este es un tema sobre el cuál abundan los análisis socioeconómicos, pero son pocos los análisis espaciales, centrados en su construcción, en la materialidad de este paisaje. En este contexto, y con la intención de incidir en este análisis, el capítulo se centra en el estudio de los asentamientos informales y su inserción en el paisaje urbano con la intención de iluminar algunos de sus códigos espaciales y asociarlos a la vivencia del lugar. El capítulo está subdividido en tres partes, que se desarrollan de la siguiente forma: la primera, con el título de los paisajes de la aglomeración, analiza el caso de las favelas; la segunda, con el título de los paisajes de interferencia, estudia la realidad de los cortiços insertados en los tejidos urbanos y otros modos de apropiación informal del espacio formal; y, a modo de conclusión, se presentan los paisajes de la proliferación, basándose en la conformación del paisaje urbano desde la mirada global de los asentamientos de la ciudad formal y de la informal y desde la necesidad de reconocer la ciudad a partir de la comprensión de ambas realidades. 1 En la mayoría de las ciudades latinoamericanas, los asentamientos de la parte más pobre de la población se realizan mediante ocupaciones ilegales. En Brasil, 1.269 ayuntamientos (23% del total) declararon en 2001 que poseían favelas. Sin embargo, sólo 13% afirmaron que poseían el catastro de estas aglomeraciones. El total de las favelas catastradas es de 16.433 y en ellas existen 2.362.708 viviendas. De estas viviendas, 1.654.736 (70%) están ubicadas en las 32 mayores ciudades del país (con más de 500 mil habitantes) (Fuente: Instituto Brasileiro de Geografia e Estadística – IBGE - http://www.ibge.gov.br – oct/05). 2 1. EL PAISAJE DE LA AGLOMERACIÓN Según algunos autores, la favela surgió en Río de Janeiro, en el Morro da Providencia, también conocido como Morro da Favela, en alusión a una especie vegetal local. Su origen está relacionado con la llegada, a finales del siglo XX, de militares de baja jerarquía, que habían salido de la ciudad para luchar en la llamada Guerra de Canudos, en Bahía. Al volver, estos militares no disponían de sueldo ni lugar donde vivir, por ello, pasaron a ocupar las pendientes de la colina (Morro da Favela) en el centro de la ciudad (Abreu, 1987). A lo largo del tiempo, estos asentamientos informales siguieron creciendo y el nombre, favela, pasó, entonces, a ser aplicado a agrupaciones semejantes al caso anterior. En esta misma época, la abolición de la esclavitud de la población negra en Brasil liberó un contingente enorme de personas que, sin trabajo formal y sin vivienda, también tendieron a ocupar las colinas centrales de las principales ciudades y provocaron un aumento de la población en los asentamientos informales. Estos asentamientos, marcados por la auto-construcción, y al margen del reconocimiento formal por parte del Estado, suelen estar caracterizados, desde su origen, como precarios, irregulares y desordenados, en comparación con la lógica constructiva utilizada en la ciudad formal, proyectada, ordenada y regular. Al mismo tiempo, forman parte de la ciudad negada por los gobiernos durante décadas y desconocida por una gran parte de la sociedad que, muchas veces, ignora esta realidad, la fantasea o la teme. 1.1 La marginalidad La situación de las favelas en el paisaje urbano está estrechamente relacionada con su soporte físico. Tradicionalmente, las favelas suelen ocupar las áreas más desfavorables para la construcción, como las pendientes más acentuadas y los terrenos inundables, las áreas que son menos valoradas, tanto las que, por ley, no pueden ser ocupadas legalmente, como las áreas ambientalmente protegidas, o las que, aunque llanas, poseen poco valor de mercado, como, por ejemplo, las más periféricas a los centros urbanos. Son asentamientos construidos sobre el agua, con o sin rellenos, en pendientes que, de tan acentuados, hacen dudar de la posibilidad de que alguna construcción se mantenga en pie. Son construcciones que, para ser erguidas, han transgredido las leyes, no sólo legales de los gobiernos, sino las más abstractas, como las de la gravedad. 3 Sin duda, la ocupación de las favelas sigue el límite de la ocupación formal, de aquello que la ciudad, de algún modo, ignora y que servirá para el asentamiento de parte de la población, que la ciudad formal no es capaz de albergar. Estos asentamientos se apropian del lugar, se adaptan a él y lo modifican. Si en la ciudad formal, la colonización del espacio suele ir acompañada de técnicas sofisticadas de ingeniería para vencer los obstáculos que presenta el terreno, en la ciudad informal la técnica es sustituida por la necesidad de tener un techo, por lo que pueden encontrarse las más inusitadas formas de construcción, como por ejemplo las palafitas (casas hechas sobre el agua). Por una parte, en la ciudad informal, la adaptación al sitio, en plano o en pendiente, suele ser orgánica y el asentamiento está prácticamente acomodado al terreno. Por otra parte, la falta de técnicas adecuadas para lidiar con las irregularidades y los riesgos naturales que pueden presentar los terrenos, muchas veces hostiles y no adecuados para la ocupación, provocan la constante, e inminente, posibilidad de desaparición, muerte, desintegración. Muchas pueden ser las causas para la existencia de un excedente de población sin vivienda ni trabajo que suelen ocupar las favelas, como la de los inmigrantes procedentes de zonas rurales que se desplazan a las grandes ciudades de Brasil en búsqueda de trabajo o el fuerte crecimiento demográfico. Así, son muchos los que, sin tener opciones de inclusión en la ciudad formal, se instalan en la ciudad informal. Irónicamente, muchas veces, es la propia construcción de la ciudad formal la que genera la ciudad informal. Este caso se da, por ejemplo, en la construcción de algunas grandes obras urbanísticas y/o arquitectónicas que, debido a la larga duración de la obra y al origen lejano del trabajador, éste opta por quedarse a vivir cerca del lugar de trabajo, incluso después de terminar la obra, originando, en muchos casos, la aparición de favelas. El origen de las favelas por la necesidad de los trabajadores de vivir cerca del lugar de trabajo se da en el sector de la construcción pero también en la industria, en el comercio y en el trabajo doméstico. Así, las favelas se crean al lado de los centros formales, de los barrios de la ciudad con oferta de comercio y servicios, de vivienda formal y de industrias. La falta de vivienda, la necesidad de vivir cerca del puesto de trabajo, el alto coste del transporte para los que no tienen ni sueldo, las malas condiciones del transporte público, las largas distancias, entre otros factores, están en la base del surgimiento de las favelas. Aunque las favelas, en realidad, surjan donde pueden, incluso en las periferias lejanas, la idea de base es disponer de un techo. 1.2 La Remodelación El paisaje construido de las favelas está marcado por la constante remodelación de las construcciones, tanto de las viviendas como de las aglomeraciones. El paisaje construido de la favela 4 es, en gran medida, el reverso de la ocupación formal, ya que en la favela las cosas se dan sin planificación previa, en base a la necesidad y a la disponibilidad, donde la necesidad de encontrar un sitio donde vivir y la disponibilidad de materiales para la construcción (procedentes de la basura, de la calle, de las construcciones, etc.), determinan las múltiples posibilidades de adaptación. La remodelación en las favelas se traduce, por un lado, en el carácter temporal de las viviendas, debido a los materiales precarios que se utilizan para su construcción y el eterno deseo de mejora (Jacques, 2001). Los materiales utilizados van desde el cartón, el barro y las latas, hasta el ladrillo, el hierro y el hormigón. La utilización de esos últimos materiales supone un avance positivo para salir de la condición de precariedad absoluta que implica la utilización de materiales efímeros, como el cartón. En las favelas, la noción de parcela es distinta a la habitual. La parcela que uno compra en la ciudad formal, tradicionalmente delimitada por sus límites laterales y su espacio aéreo, es, muchas veces, sustituida en las favelas por los límites de la vivienda, cuyo espacio del techo puede ser parcelado y vendido a otro, y no siempre los límites de la vivienda de abajo y los de la de arriba coinciden. Por consiguiente, la irregularidad de las construcciones es muy grande y favorece la idea de amontonamiento que las caracteriza, sea en las colinas o en la llanura. Por otra parte, la vivienda, de cartón o ladrillo, es un lugar donde siempre cabe uno más2. Las familias se amontonan a partir del ensanchamiento de la vivienda, que crece con partes añadidas por todos los lados. No obstante, el deseo de mejorar la vivienda pervive en las personas. Mejorar la casa significa, en muchos casos, cambiar de ubicación o sustituir la lata, el cartón y la madera, por el hormigón y el ladrillo, como también puede significar mejorar la condición de la vivienda con revestimientos y acabados. El deseo colectivo de mejorar hace aflorar el sentido de colectividad existente entre los moradores de las favelas. Ante la necesidad y la pobreza, queda la solidariedad. Solidariedad para construir las casas de los otros, solidariedad para “urbanizar” su pedazo de tierra. La agrupación muy densa y sin un orden aparente guarda en sí misma un enmarañado de callejuelas, cuya lectura en clave de ordenación urbanística es prácticamente imposible. El trazado desconoce un plan previo, es espontáneo y sigue las determinaciones del terreno, e, igual que las viviendas, se ha construido sin planificación. 2 Según investigaciones del Instituto Pereira Passos (IPP – Secretaria Municipal de Urbanismo del ayuntamiento de la ciudad de Río de Janeiro), muchas veces, el valor de las viviendas en la favela alcanzan valores muy altos, similares a un piso pequeño en el centro de la ciudad o en algún suburbio. Sin embrago, es común que las familias y muchos de sus miembros sigan viviendo en las favelas, a pesar de la informalidad, según una lógica afectiva, para estar cerca de los suyos. 5 El espacio público, como ocurre también en el caso de las viviendas, está construido de forma precaria, sin pavimentación, infraestructura básica, iluminación u otras características que estos espacios presentan en la ciudad formal. Muchas veces las viviendas cubren prácticamente las calles y la proximidad entre ellas hace que las calles sean muy angostas, lo que estrecha las relaciones entre el espacio público y el privado. La constante remodelación, la condición mutante de las viviendas, por extensión, también está en la conformación de la aglomeración. En este sentido, la agrupación de las viviendas, que sufren mutaciones constantes en su constitución constructiva y en su variación espacial, sea horizontal o verticalmente, se refleja en la movilidad de los límites del conjunto de la aglomeración, que sufre constantes ensanchamientos. Dentro de esta realidad, los límites de las aglomeraciones siguen la lógica del ensanchamiento y espontaneidad. La verdad es que no hay límite. La tendencia de las favelas es crecer hasta donde es posible. Esto significa que, aparte de posibles intervenciones para frenar el crecimiento de las aglomeraciones, son necesarias condiciones naturales extremamente desfavorables para que las construcciones reculen. El límite de las favelas es tan efímero como su constitución espacial, varia de un día a otro. 1.3 El alejamiento El tratamiento de la favela por parte del Estado en Brasil se ha caracterizado por la negación y la tentativa de alejamiento del problema. Para ilustrar este hecho, se puede trazar un breve recorrido histórico del planeamiento urbanístico de Río de Janeiro, una de las ciudades brasileñas donde las favelas tienen un papel muy relevante en la escena urbana. En Río, las favelas no asumen gran importancia para el gobierno hasta 1940. Sin embargo, el Plan Agache (1930) ya menciona tales asentamientos y constituye el primer documento oficial que trata el tema. Para Agache, las favelas eran vistas como un problema social y estético. Estético porque eran, según el autor del plan, asentamientos feos, que iban en contra del ideal de embellecimiento de la ciudad que predecía el urbanista. Social, pues constataba que ésta era una problemática de los trabajadores pobres sin techo y sin sueldo, pendientes de la falta de una política habitacional coherente del Estado. Era necesario, según Agache, no permitir la construcción de las favelas, sin embargo, destacaba la urgencia de una nueva política habitacional (Abreu, 1987). En la década de los años cincuenta del siglo pasado, los censos oficiales de población (los primeros a abordar las favelas) indicaban la importancia política que pasaba a tener la población favelada debido 6 al gran número de habitantes que aglutinan estas zonas (Parisse, 1969). Datan de esta época los primeros proyectos de ordenamiento e intervención en las favelas. Es decir, se planteaba mantener y ordenar las favelas en los suburbios y eliminarlas de los puntos más privilegiados de la ciudad, donde vivía la población más rica y donde se daban las principales inversiones inmobiliarias. Alrededor de esta época muchas favelas fueron arrasadas, quemando los asentamientos o potenciando la retirada masiva de sus habitantes y su traslado a conjuntos de viviendas populares en las periferias distantes. En muchos casos, el desarrollo posterior de estos conjuntos de viviendas, muy marcado por la informalidad, ha generado otras favelas. A partir de los años setenta del siglo pasado, se acentuaron los intereses de arquitectos, sociólogos y economistas en el estudio de la realidad de las favelas. Se crearon asociaciones civiles y programas para la mejora de las favelas a partir de las empresas estatales, como la de luz, agua y vivienda, hasta culminar con el programa Favela-bairro (1993). El Favela-bairro buscó reconocer las características físicas y sociales de cada comunidad objeto de las intervenciones y proponer condiciones de desarrollo local y de integración física y social con las demás partes de la ciudad. Muchas veces, al mirar las favelas, la actitud de los habitantes de la ciudad formal puede oscilar entre la aceptación y la negación. Sin duda, ésta es una de las cuestiones inherentes en toda mirada externa. La negación expuesta en las palabras de Agache, que traducía la opinión de los gobernantes de la época y coincida con la de gran parte de la sociedad de la ciudad formal de la época, es, muy a menudo, la misma que perdura hasta hoy día. Por otra parte, la visión populista, tanto del Estado como de parte de la sociedad, vislumbra en la existencia de las favelas la oportunidad que tienen estas comunidades de sobrevivir, sin la cual estarían muertas, tirada en el suelo de la ciudad formal. En este marco, la existencia de las favelas se acepta en el contexto de la lucha salvaje por el derecho a la vivienda, pero sin el compromiso, por parte del Estado o de la sociedad, de crear condiciones dignas de habitaje, de trabajo, de inclusión social. Este dejar hacer, entre la negación y la aceptación, comporta el alejamiento que se impone a las favelas desde la ciudad formal. 2. EL PAISAJE DE INTERFERENCIA Si las favelas derivan de la marginalidad espacial y social, los paisajes de interferencia también pueden considerarse como derivados de esta misma situación, aunque sean una marginalidad espacialmente incorporada a la ciudad formal. Es decir, los paisajes de interferencia se refieren a las manifestaciones de la ciudad oculta que, están dentro de la ciudad formal y no constituyen asentamientos aparte, al margen, que son tangentes a los barrios formales y se mantienen como “otro”, como aquello que difiere y no es lo mismo, sea por su constitución física y/o social. 7 Lo que se presenta como paisajes de interferencia, en realidad, son espacios que “sobran” dentro de la ciudad formal. Espacios que, de un modo o de otro, han sido abandonados o subutilizados por la sociedad, como, por ejemplo, en el caso de los cortiços o conventillos (edificios abandonados, o decadentes, ocupados por varias familias), los barracos (las viviendas improvisadas bajo los viaductos y puentes) o la apropiación de trechos de los espacios libres públicos por parte de gente que vive sin lugar fijo. Los cortiços, los barracos y la vida en los espacios libres públicos se presentan como adaptaciones improvisadas sobre la realidad de la ciudad formal. Son modos de vida precarios, miserables, incluso, que llaman la atención, sobre todo, por estar espacialmente incorporados a la ciudad formal, al mismo tiempo que denuncian la exclusión de decenas de millares de personas. 2.1 Las zonas sobrantes Los cortiços pueden ser caracterizados como una edificación (o edificaciones) construida en una parcela urbana, que se presenta subdividida en varias habitaciones (Ley Municipal de la ciudad de São Paulo, nº 10.928 de 1991). En estas construcciones, las habitaciones son cedidas o alquiladas a través de contratos informales, al margen del conocimiento del Estado. En general, en cada habitación (de 4 o 10 m²) viven hasta 7 personas o más, que realizan distintas funciones en este espacio exiguo. Las instalaciones y las infraestructuras son obsoletas y precarias. Las cocinas y servicios son de uso común. E, inevitablemente, los cortiços presentan un exceso de moradores. Desde el siglo XIX hasta la actualidad, los cortiços existen en lugares poco valorados dentro de la trama urbana, sea en edificios abandonados o en barrios degradados o, también, en lugares cuya explotación inmobiliaria pretende ser la máxima posible, burlando las leyes existentes y construyendo una cantidad enorme de viviendas en parcelas muy pequeñas. Los cortiços suelen tener un patrón común de ubicación que consiste en coincidir con áreas próximas al centro de las ciudades, consolidadas y densas. Al igual que las favelas, suponen la posibilidad, por parte de la población sin recursos, de disponer de una vivienda cerca de los lugares que concentran puestos de trabajo. Sin embargo, hoy puede percibirse la existencia de cortiços también en la periferia de las ciudades, generalmente construidos en las partes posteriores de las viviendas de los suburbios, con características similares a los del centro, y sin transporte público eficiente, lo que convierte en más crueles las condiciones de la vivienda (Piccini, 1997). Cabe señalar que, aparte de los cortiços, pueden darse otras apropiaciones informales del espacio urbano formal, principalmente relacionadas con el espacio libre público. Es común ver en las grandes ciudades de Brasil, igual que en las grandes ciudades mundiales, mendigos durmiendo bajo los puentes, los viaductos, en las aceras. A veces, familias enteras se encuentran en esta situación y, 8 para garantizar su techo, usan la construcción de barracos, que son construcciones hechas con palos y restos de madera y lata que, en algunos casos, originan asentamientos ubicados longitudinalmente en los puentes y viaductos. A diferencia de los cortiços o de las favelas, esta población es, en gran medida, nómada, migra conforme la necesidad u oportunidad, y se apropia de los espacios de la ciudad formal que, por distintas razones, “sobran” y se convierten en lugar de viviendas. En estos casos, no existe el espacio privado. El espacio público y el privado, forzosamente generado, se mezclan, y la vida íntima de las personas suele estar expuesta a la vista del resto de los habitantes de la ciudad. Entre esta población que vive en los espacios libres públicos puede haber personas sin trabajo o sin trabajo fijo, pero también personas que trabajan muy lejos de su casa y acaban por dormir en la “calle” durante la semana, más cerca del trabajo, y los fines de semana vuelven a su casa, en general ubicada en la periferia más lejana de los grandes centros. 2.2 La improvisación Entre las tipologías de cortiços es común encontrar el cortiço de quintal, que ocupa los centros de las manzanas, lugares normalmente poco utilizados como los patios traseros de las casas y de los edificios que dan a la calle y, en general, poseen un uso comercial. Por otra parte, existe la casa de cômodo, edificio de dos pisos, con varias subdivisiones internas que presenta más o menos las mismas características que los cortiços de quintal, como el exceso de moradores, el alquiler barato, las pocas condiciones higiénicas y sanitarias. Las características de estos edificios, adaptados o construidos para este fin, también se asemejan a la ocupación de edificios abandonados, con muchos pisos, como verdaderos cortiços verticales. La construcción de los cortiços se caracteriza, sobre todo, por la improvisación. Las plantas de las viviendas, con sus múltiples subdivisiones, son el resultado de buscar el máximo aprovechamiento del espacio existente, sea en los edificios de nueva planta, sea en los edificios obsoletos, cuyo “proyecto” sigue la lógica de la locación máxima de personas. La división espacial de las habitaciones, o cubículos, está pensada para el aprovechamiento del espacio sin tener en cuenta algunas reglas que, en la ciudad formal, son fundamentales, como, por ejemplo, el tamaño de las habitaciones, la ventilación y la iluminación adecuadas, las instalaciones de agua, luz y alcantarillado, la separación de la cocina y los baños. El poco espacio y las malas condiciones de la vivienda en los cortiços inducen a una gran promiscuidad entre las personas y los usos. Las personas se ven forzadas a compartir habitaciones sin poseer, necesariamente, un vínculo afectivo. Las relaciones personales y colectivas se mezclan, todo es compartido por todos. La privacidad y el espacio son escasos en estos lugares. 9 La improvisación de los cortiços contrasta con la ordenación de la ciudad formal, aunque, al mismo tiempo, estos están marcados por un orden exterior, pues están insertados en la formalidad y, bien o mal, existe la calle, la parcela, el edificio. No obstante, la apariencia externa de los cortiços, a pesar de la existencia de un orden inicial en la composición de los edificios, tiende a transformarse a través de una serie de adaptaciones internas y externas, que cambian la ordenación original y son el reflejo de las necesidades colectivas e individuales de la gente. Por un lado, los cambios son el resultado del deseo, por parte de estas personas, de vivir mejor, tal y como ocurre en las favelas, por lo que cada habitación se transforma sin planificación conjunta. Por otro lado, la edificación puede extenderse, albergar más gente, y, poco a poco, transformase en otro edificio, aunque sus malas condiciones físicas tiendan a permanecer, debido a la falta de mantenimiento y la insalubridad. La improvisación también está muy presente en las apropiaciones del espacio libre público para vivir. Hacer de la calle, del puente, de la plaza o del parque, la propia casa, entraña la necesidad de dotar de cierto carácter privado un espacio que, por definición, es público. Frente a este hecho, la improvisación de la “casa” denota la delimitación privada del territorio público. De este modo, las personas o grupos familiares que se abrigan en los espacios públicos están, de algún modo, incorporados a ellos y, por consiguiente, a la ciudad formal. Sin embrago, la relación entre los que se apropian de los espacios públicos y la vida que se desarrolla en la ciudad formal suele estar basada en reglas, muchas veces silenciosas, de rechazo social y de separación física. Es decir, aunque el espacio que uno comparte con el otro sea el mismo, la calle, la plaza o el puente, hay unas delimitaciones improvisadas de los territorios y de las prácticas que pertenecen a uno o a otro. 2.3 La repugnancia Algunos autores consideran a los cortiços como los precedentes de las favelas. En Río, las obras de modernización de la ciudad, a principios del siglo XX, trataron de eliminar las huellas del pasado colonial, marcado por la pobreza y la miseria, destruyendo la zona central de la ciudad, llena de cortiços, para construir la gran avenida Central, siguiendo el modelo de las avenidas de París hechas por el barón Haussmann. Los planes de higienización y modernización de ciudades como Río o São Paulo, a principios del siglo XX, objetivaban la destrucción de los cortiços y el traslado de sus habitantes hacia barrios alejados de los centros de las ciudades. Al mismo tiempo, estos planes determinaban reglas estrictas para la construcción de las viviendas colectivas, de modo que fueran habitables. Sin embargo, durante todo el siglo, las exigencias definidas por la ley, aunque fueran coherentes con las normas de 10 higiene y salud, no contemplaban la gestión de su implantación y fiscalización. Es decir, los gobiernos no contemplaban la posibilidad de generar opciones de desarrollo para las personas que vivían en los cortiços de forma que pudieran elegir construirlos de una u otra manera y cumplir con las reglas de la ciudad formal. No consideraban que la gente que ocupaba, y aún ocupa, los edificios abandonados y los transformaban en su propia vivienda, lo hicieran por pura falta de alternativa, excepto en los casos de cortiços construidos con fines especulativos. En las últimas décadas, en ciudades como Río o São Paulo, los gobiernos vienen tratando el problema más en el sentido de recuperar los cortiços y convertirlos en habitables que en proponer su destrucción y la expulsión de sus habitantes. Generalmente, estas iniciativas, que incluyen los propietarios de los inmuebles, los moradores y el propio gobierno, consisten en transacciones con el objetivo de restaurar el edificio, reformar sus instalaciones, según patrones aceptables para la vida cotidiana, y disminuir el número de personas que viven en ellos. Existe un sentimiento de repugnancia por parte de la ciudad formal hacia los cortiços, al igual que ocurre con las favelas, y se acentúa por el hecho de que, muchas veces, están muy cerca, son vecinos y conviven en el mismo espacio formal. Del mismo modo, se da un sentimiento de repugnancia dirigido hacia aquéllos que viven en el espacio libre público. En este contexto, a partir de los paisajes de interferencia pueden plantearse distintas reflexiones que caben señalar, como, por ejemplo, sobre las relaciones de repugnancia y tolerancia que se da en la ciudad formal en relación con la informal y que permiten que ambas existan; sobre las relaciones de cercanía y alejamiento que se dan en este contexto; sobre las relaciones de inclusión y exclusión que se producen en la ciudad; sobre quienes son considerados ciudadanos y quienes no; o sobre qué es considerado ciudad y qué no. 3. CONCLUSIÓN: EL PAISAJE DE LA PROLIFERACIÓN Los paisajes de la aglomeración y de interferencia no están aislados, suelen proliferar en el territorio. El panorama complejo de los paisajes urbanos, contiene tanto la realidad formal como la informal. Negar la pluralidad de las ciudades a partir de la afirmación de la formalidad, como la única opción posible, deseable de ciudad, o merecedora de atención, es negar una realidad que cada día toma proporciones más incontrolables. El hecho de que la aglomeración de las favelas ocupe lugares poco valorados de la ciudad formal y establezca estrechos vínculos funcionales con ésta y, por lo tanto, se ubique al lado de ésta, favorece que las aglomeraciones se multipliquen por el territorio y ocupen, en general, una posición intersticial en relación con los barrios formales. Por otro lado, los cortiços se infiltran en la ciudad formal, en las zonas sobrantes de la ciudad, se originan, brotan, en el propio seno de la formalidad. Al ocupar las 11 zonas sobrantes, los cortiços pueden delatar el proceso de migración de los principales centros urbanos, sobre todo con respecto a los antiguos centros que perdieron importancia y cuyos edificios fueron paulatinamente siendo abandonados. De este modo, los cortiços se reproducen y caracterizan determinada realidad, incorporándose a ella. En este marco, la condición intersticial de las favelas y la incorporación de los cortiços a la ciudad formal acaba por generar zonas de tensión entre la ciudad informal y la ciudad formal, que pueden propiciar la existencia de un gran número de conflictos entre ambas realidades. Por otro lado, la población que vive en los espacios libres públicos utilizan algunos “huecos” urbanos, sin usos definidos, que se encuentran dispersos en el territorio, y que, poco a poco, van siendo ocupados. Son lugares que, a veces, tienen usos temporales, no tienen un uso específico o están al margen de los grandes flujos. Puede tratarse desde un pequeño agujero en un puente hasta un rincón en un arcén. Esta población ocupa estos espacios de forma que, de un modo o de otro, permiten su supervivencia, aunque de forma temporal. En este contexto, tanto las favelas, como los cortiços infiltrados en la ciudad formal y los otros asentamientos informales dispersos por la ciudad, acaban por conformar, junto a la ciudad formal una realidad que denuncia la complejidad espacial y social de los paisajes urbanos actuales. El amalgama entre las ciudades formales e informales llama la atención sobre la necesidad de percibir integralmente los paisajes urbanos, sobre la urgencia de una comprensión global de esta realidad, sobre todo para aquellos que pertenecen a la ciudad formal. Esta comprensión global puede derivar de la mirada en positivo de la ciudad informal, muchas veces descrita como lo negativo de la formal, la deformación. Puede significar la comprensión, la transformación de ambas realidades, tanto física como social y el reconocimiento de que son necesarias otras reglas, otra forma de encarar el problema. Seguramente, la ciudad formal no posee la respuesta para las cuestiones de la ciudad informal, y viceversa, y son necesarias nuevas formas de aprehensión de esta realidad. En este sentido, la posición del Estado, que ignoró o fue muy permisivo en relación con la ciudad informal, durante décadas, ha cambiado su mirada, aunque aún queda un largo camino por recorrer. Sin duda, la cuestión espacial y el problema social urgen alternativas políticas y la construcción de un nuevo panorama. El derecho a la educación, a la salud, a la tierra, al trabajo, al transporte y a la vivienda, son cuestiones antiguas que, sin embargo, siguen sin respuesta. ¿Hasta cuándo? Hace falta ver, quizás interpretar estos paisajes de otras maneras, a través de distintos modos de mirar, de actuar, de transformar, de cambiar la realidad propia y la mirada sobre la del otro. 12 BIBLIOGRAFÍA ABREU, Maurício. Evolução Urbana do Rio de Janeiro. Rio de Janeiro: Prefeitura da cidade do Rio de Janeiro, Secretaria Municipal de Urbanismo, IPLANRIO, 1987. CORRÊA, Roberto Lobato. “O Meio Ambiente e a Metrópole”. En: Abreu, Mauricio (org.). Natureza e sociedade no Rio de Janeiro. Rio de Janeiro: Prefeitura da cidade do Rio de Janeiro, 1992, p. 27-36. COSGROVE, Denis E. Social Formation and Symbolic Landscape. Wisconsin: Wisconsin Press, 1998. GUERRA, Abílio. “Favela Connects”. En: Revista Bravo, nº. 62 (2002), p. 15-17. JACQUES, Paola B. Estética da Ginga: A arquitetura das favelas através da obra de Hélio Oiticica. Rio de Janeiro: Casa da Palavra, 2001. PARISSE, Luciano. “Favelas do Rio de Janeiro – Evolução - Sentido”. En: Caderno do CENPHA, num. 5 (1969). PASTERNAK, S. 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