TARDIN, Raquel. “Los Paisajes de la ciudad oculta”. In: Nogué, Joan (ed.). La construcción social del
paisaje. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, 2007, pp.197-216.
LOS PAISAJES DE LA CIUDAD OCULTA
Río de Janeiro (Brasil)
Arquitecta, Doctora en Urbanismo (Universidad Politécnica de Cataluña)
Profesora adjunta e investigadora (Universidade Federal do Rio de Janeiro – UFRJ)
INTRODUCCIÓN
Este capítulo trata de la ciudad informal, de los asentamientos informales, o, si lo prefieren, de la
ciudad oculta en sentido metafórico en tanto que construcción social del paisaje. Específicamente,
analiza algunas situaciones dentro del contexto brasileño.
El paisaje artificializado presupone la idea de espacio habitado, espacio adaptado a las necesidades
humanas y a sus intenciones de transformación. Espacio que, además de su constitución física, de
las actividades que se establecen en él y de su posible percepción visual, involucra la lectura
humana, como la interpretación del soporte físico que posibilita la actuación sobre el mismo
(Cosgrove, 1984).
A partir de esta realidad física y susceptible de ser percibida, interpretada, ¿Qué sería el paisaje de la
ciudad oculta o informal? Sabemos que lo oculto es algo desconocido, inesperado, no revelado. Los
paisajes de la ciudad informal, en realidad, no están ocultos, pues son muy visibles en las ciudades
donde se encuentran, específicamente en el caso de Brasil. Sin embargo, los asentamientos
informales en Brasil sufrieron y aún sufren, en cierto modo, un largo proceso de ocultación por parte
del Estado y de gran parte de la sociedad, que los considera indeseables y, por tanto, no visibles, en
línea con lo apuntado en la Introducción al presente libro.
La ciudad de la intervención arquitectónica y urbanística está acotada por las dimensiones
controladas y controlables. Lo oculto/ocultado, en general, no es objeto de las intervenciones
oficiales, excepto en casos de reformas, mejoras o derribos. Lo que es ajeno a la ciudad formal, lo es
porque tiene lógicas propias, referencias propias, que se fundan sobre otros principios, que no son los
de la formalidad. Estos principios se basan en los modos de vida de aquellos que, de algún modo,
están al margen de la ciudad formal, en la esfera de lo informal, de lo no convencional, de lo que
burla la regla e instala un nuevo código de conducta y procedimiento, un nuevo código de
construcción del paisaje, trasgresor, que se refleja en su instancia física y social.
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En Brasil1, la ciudad oculta, es decir, la ciudad de la informalidad, puede asumir distintas formas,
entre ellas, asentamientos como las favelas y los cortiços. Cada una responde a una realidad
espacial distinta, que se diferencia por la escala, la edificación, el agrupamiento de edificaciones, la
posición en la trama urbana, el trazado, la relación funcional con el entorno urbano, entre otros
factores. En cambio, la realidad social presente en estos asentamientos, en general, responde a un
cuadro de precariedad y pobreza que perdura, desde sus orígenes hasta la actualidad, y refleja la
marginalidad y la exclusión con la que vive parte de la población.
Aunque se pueda distinguir entre ambas ciudades, la formal y la informal, con cierta claridad, lo cierto
es que la realidad no es blanca o negra. El paisaje urbano comporta zonas grises donde la formalidad
incorpora la informalidad y viceversa. Zonas de mezclas e interferencias, donde patrones espaciales y
sociales distintos se tocan evidenciando realidades diferenciadas.
Por otra parte, la lectura ampliada del territorio permite percibir la fuerza de la ciudad informal por sus
grandes dimensiones y nos presenta un mosaico complejo, que denuncia las relaciones de exclusión
existentes entre la ciudad formal y la informal, tanto espacial como social, resultado de conflictos y
ambigüedades entre ambas realidades a lo largo del tiempo.
La ciudad informal, oculta para la mayoría de los que pertenecen a la ciudad formal u ocultada por los
que no la viven, por los que no les han enseñado a mirarla o que no desean mirarla, es el objeto de
este capítulo. Cabe señalar que este es un tema sobre el cuál abundan los análisis socioeconómicos,
pero son pocos los análisis espaciales, centrados en su construcción, en la materialidad de este
paisaje. En este contexto, y con la intención de incidir en este análisis, el capítulo se centra en el
estudio de los asentamientos informales y su inserción en el paisaje urbano con la intención de
iluminar algunos de sus códigos espaciales y asociarlos a la vivencia del lugar.
El capítulo está subdividido en tres partes, que se desarrollan de la siguiente forma: la primera, con el
título de los paisajes de la aglomeración, analiza el caso de las favelas; la segunda, con el título de
los paisajes de interferencia, estudia la realidad de los cortiços insertados en los tejidos urbanos y
otros modos de apropiación informal del espacio formal; y, a modo de conclusión, se presentan los
paisajes de la proliferación, basándose en la conformación del paisaje urbano desde la mirada
global de los asentamientos de la ciudad formal y de la informal y desde la necesidad de reconocer la
ciudad a partir de la comprensión de ambas realidades.
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En la mayoría de las ciudades latinoamericanas, los asentamientos de la parte más pobre de la población se realizan mediante ocupaciones
ilegales. En Brasil, 1.269 ayuntamientos (23% del total) declararon en 2001 que poseían favelas. Sin embargo, sólo 13% afirmaron que poseían
el catastro de estas aglomeraciones. El total de las favelas catastradas es de 16.433 y en ellas existen 2.362.708 viviendas. De estas viviendas,
1.654.736 (70%) están ubicadas en las 32 mayores ciudades del país (con más de 500 mil habitantes) (Fuente: Instituto Brasileiro de Geografia e
Estadística – IBGE - http://www.ibge.gov.br – oct/05).
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1. EL PAISAJE DE LA AGLOMERACIÓN
Según algunos autores, la favela surgió en Río de Janeiro, en el Morro da Providencia, también
conocido como Morro da Favela, en alusión a una especie vegetal local. Su origen está relacionado
con la llegada, a finales del siglo XX, de militares de baja jerarquía, que habían salido de la ciudad
para luchar en la llamada Guerra de Canudos, en Bahía. Al volver, estos militares no disponían de
sueldo ni lugar donde vivir, por ello, pasaron a ocupar las pendientes de la colina (Morro da Favela)
en el centro de la ciudad (Abreu, 1987). A lo largo del tiempo, estos asentamientos informales
siguieron creciendo y el nombre, favela, pasó, entonces, a ser aplicado a agrupaciones semejantes al
caso anterior.
En esta misma época, la abolición de la esclavitud de la población negra en Brasil liberó un
contingente enorme de personas que, sin trabajo formal y sin vivienda, también tendieron a ocupar
las colinas centrales de las principales ciudades y provocaron un aumento de la población en los
asentamientos informales.
Estos asentamientos, marcados por la auto-construcción, y al margen del reconocimiento formal por
parte del Estado, suelen estar caracterizados, desde su origen, como precarios, irregulares y
desordenados, en comparación con la lógica constructiva utilizada en la ciudad formal, proyectada,
ordenada y regular. Al mismo tiempo, forman parte de la ciudad negada por los gobiernos durante
décadas y desconocida por una gran parte de la sociedad que, muchas veces, ignora esta realidad, la
fantasea o la teme.
1.1 La marginalidad
La situación de las favelas en el paisaje urbano está estrechamente relacionada con su soporte físico.
Tradicionalmente, las favelas suelen ocupar las áreas más desfavorables para la construcción, como
las pendientes más acentuadas y los terrenos inundables, las áreas que son menos valoradas, tanto
las que, por ley, no pueden ser ocupadas legalmente, como las áreas ambientalmente protegidas, o
las que, aunque llanas, poseen poco valor de mercado, como, por ejemplo, las más periféricas a los
centros urbanos.
Son asentamientos construidos sobre el agua, con o sin rellenos, en pendientes que, de tan
acentuados, hacen dudar de la posibilidad de que alguna construcción se mantenga en pie. Son
construcciones que, para ser erguidas, han transgredido las leyes, no sólo legales de los gobiernos,
sino las más abstractas, como las de la gravedad.
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Sin duda, la ocupación de las favelas sigue el límite de la ocupación formal, de aquello que la ciudad,
de algún modo, ignora y que servirá para el asentamiento de parte de la población, que la ciudad
formal no es capaz de albergar.
Estos asentamientos se apropian del lugar, se adaptan a él y lo modifican. Si en la ciudad formal, la
colonización del espacio suele ir acompañada de técnicas sofisticadas de ingeniería para vencer los
obstáculos que presenta el terreno, en la ciudad informal la técnica es sustituida por la necesidad de
tener un techo, por lo que pueden encontrarse las más inusitadas formas de construcción, como por
ejemplo las palafitas (casas hechas sobre el agua).
Por una parte, en la ciudad informal, la adaptación al sitio, en plano o en pendiente, suele ser
orgánica y el asentamiento está prácticamente acomodado al terreno. Por otra parte, la falta de
técnicas adecuadas para lidiar con las irregularidades y los riesgos naturales que pueden presentar
los terrenos, muchas veces hostiles y no adecuados para la ocupación, provocan la constante, e
inminente, posibilidad de desaparición, muerte, desintegración.
Muchas pueden ser las causas para la existencia de un excedente de población sin vivienda ni
trabajo que suelen ocupar las favelas, como la de los inmigrantes procedentes de zonas rurales que
se desplazan a las grandes ciudades de Brasil en búsqueda de trabajo o el fuerte crecimiento
demográfico. Así, son muchos los que, sin tener opciones de inclusión en la ciudad formal, se instalan
en la ciudad informal. Irónicamente, muchas veces, es la propia construcción de la ciudad formal la
que genera la ciudad informal. Este caso se da, por ejemplo, en la construcción de algunas grandes
obras urbanísticas y/o arquitectónicas que, debido a la larga duración de la obra y al origen lejano del
trabajador, éste opta por quedarse a vivir cerca del lugar de trabajo, incluso después de terminar la
obra, originando, en muchos casos, la aparición de favelas. El origen de las favelas por la necesidad
de los trabajadores de vivir cerca del lugar de trabajo se da en el sector de la construcción pero
también en la industria, en el comercio y en el trabajo doméstico.
Así, las favelas se crean al lado de los centros formales, de los barrios de la ciudad con oferta de
comercio y servicios, de vivienda formal y de industrias. La falta de vivienda, la necesidad de vivir
cerca del puesto de trabajo, el alto coste del transporte para los que no tienen ni sueldo, las malas
condiciones del transporte público, las largas distancias, entre otros factores, están en la base del
surgimiento de las favelas. Aunque las favelas, en realidad, surjan donde pueden, incluso en las
periferias lejanas, la idea de base es disponer de un techo.
1.2 La Remodelación
El paisaje construido de las favelas está marcado por la constante remodelación de las
construcciones, tanto de las viviendas como de las aglomeraciones. El paisaje construido de la favela
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es, en gran medida, el reverso de la ocupación formal, ya que en la favela las cosas se dan sin
planificación previa, en base a la necesidad y a la disponibilidad, donde la necesidad de encontrar un
sitio donde vivir y la disponibilidad de materiales para la construcción (procedentes de la basura, de la
calle, de las construcciones, etc.), determinan las múltiples posibilidades de adaptación.
La remodelación en las favelas se traduce, por un lado, en el carácter temporal de las viviendas,
debido a los materiales precarios que se utilizan para su construcción y el eterno deseo de mejora
(Jacques, 2001). Los materiales utilizados van desde el cartón, el barro y las latas, hasta el ladrillo, el
hierro y el hormigón. La utilización de esos últimos materiales supone un avance positivo para salir de
la condición de precariedad absoluta que implica la utilización de materiales efímeros, como el cartón.
En las favelas, la noción de parcela es distinta a la habitual. La parcela que uno compra en la ciudad
formal, tradicionalmente delimitada por sus límites laterales y su espacio aéreo, es, muchas veces,
sustituida en las favelas por los límites de la vivienda, cuyo espacio del techo puede ser parcelado y
vendido a otro, y no siempre los límites de la vivienda de abajo y los de la de arriba coinciden. Por
consiguiente, la irregularidad de las construcciones es muy grande y favorece la idea de
amontonamiento que las caracteriza, sea en las colinas o en la llanura.
Por otra parte, la vivienda, de cartón o ladrillo, es un lugar donde siempre cabe uno más2. Las familias
se amontonan a partir del ensanchamiento de la vivienda, que crece con partes añadidas por todos
los lados.
No obstante, el deseo de mejorar la vivienda pervive en las personas. Mejorar la casa significa, en
muchos casos, cambiar de ubicación o sustituir la lata, el cartón y la madera, por el hormigón y el
ladrillo, como también puede significar mejorar la condición de la vivienda con revestimientos y
acabados. El deseo colectivo de mejorar hace aflorar el sentido de colectividad existente entre los
moradores de las favelas. Ante la necesidad y la pobreza, queda la solidariedad. Solidariedad para
construir las casas de los otros, solidariedad para “urbanizar” su pedazo de tierra.
La agrupación muy densa y sin un orden aparente guarda en sí misma un enmarañado de callejuelas,
cuya lectura en clave de ordenación urbanística es prácticamente imposible. El trazado desconoce un
plan previo, es espontáneo y sigue las determinaciones del terreno, e, igual que las viviendas, se ha
construido sin planificación.
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Según investigaciones del Instituto Pereira Passos (IPP – Secretaria Municipal de Urbanismo del ayuntamiento de la ciudad de Río de Janeiro),
muchas veces, el valor de las viviendas en la favela alcanzan valores muy altos, similares a un piso pequeño en el centro de la ciudad o en algún
suburbio. Sin embrago, es común que las familias y muchos de sus miembros sigan viviendo en las favelas, a pesar de la informalidad, según
una lógica afectiva, para estar cerca de los suyos.
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El espacio público, como ocurre también en el caso de las viviendas, está construido de forma
precaria, sin pavimentación, infraestructura básica, iluminación u otras características que estos
espacios presentan en la ciudad formal. Muchas veces las viviendas cubren prácticamente las calles
y la proximidad entre ellas hace que las calles sean muy angostas, lo que estrecha las relaciones
entre el espacio público y el privado.
La constante remodelación, la condición mutante de las viviendas, por extensión, también está en la
conformación de la aglomeración. En este sentido, la agrupación de las viviendas, que sufren
mutaciones constantes en su constitución constructiva y en su variación espacial, sea horizontal o
verticalmente, se refleja en la movilidad de los límites del conjunto de la aglomeración, que sufre
constantes ensanchamientos.
Dentro de esta realidad, los límites de las aglomeraciones siguen la lógica del ensanchamiento y
espontaneidad. La verdad es que no hay límite. La tendencia de las favelas es crecer hasta donde es
posible. Esto significa que, aparte de posibles intervenciones para frenar el crecimiento de las
aglomeraciones, son necesarias condiciones naturales extremamente desfavorables para que las
construcciones reculen. El límite de las favelas es tan efímero como su constitución espacial, varia de
un día a otro.
1.3 El alejamiento
El tratamiento de la favela por parte del Estado en Brasil se ha caracterizado por la negación y la
tentativa de alejamiento del problema. Para ilustrar este hecho, se puede trazar un breve recorrido
histórico del planeamiento urbanístico de Río de Janeiro, una de las ciudades brasileñas donde las
favelas tienen un papel muy relevante en la escena urbana.
En Río, las favelas no asumen gran importancia para el gobierno hasta 1940. Sin embargo, el Plan
Agache (1930) ya menciona tales asentamientos y constituye el primer documento oficial que trata el
tema.
Para Agache, las favelas eran vistas como un problema social y estético. Estético porque eran, según
el autor del plan, asentamientos feos, que iban en contra del ideal de embellecimiento de la ciudad
que predecía el urbanista. Social, pues constataba que ésta era una problemática de los trabajadores
pobres sin techo y sin sueldo, pendientes de la falta de una política habitacional coherente del
Estado. Era necesario, según Agache, no permitir la construcción de las favelas, sin embargo,
destacaba la urgencia de una nueva política habitacional (Abreu, 1987).
En la década de los años cincuenta del siglo pasado, los censos oficiales de población (los primeros a
abordar las favelas) indicaban la importancia política que pasaba a tener la población favelada debido
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al gran número de habitantes que aglutinan estas zonas (Parisse, 1969). Datan de esta época los
primeros proyectos de ordenamiento e intervención en las favelas. Es decir, se planteaba mantener y
ordenar las favelas en los suburbios y eliminarlas de los puntos más privilegiados de la ciudad, donde
vivía la población más rica y donde se daban las principales inversiones inmobiliarias.
Alrededor de esta época muchas favelas fueron arrasadas, quemando los asentamientos o
potenciando la retirada masiva de sus habitantes y su traslado a conjuntos de viviendas populares en
las periferias distantes. En muchos casos, el desarrollo posterior de estos conjuntos de viviendas,
muy marcado por la informalidad, ha generado otras favelas.
A partir de los años setenta del siglo pasado, se acentuaron los intereses de arquitectos, sociólogos y
economistas en el estudio de la realidad de las favelas. Se crearon asociaciones civiles y programas
para la mejora de las favelas a partir de las empresas estatales, como la de luz, agua y vivienda,
hasta culminar con el programa Favela-bairro (1993). El Favela-bairro buscó reconocer las
características físicas y sociales de cada comunidad objeto de las intervenciones y proponer
condiciones de desarrollo local y de integración física y social con las demás partes de la ciudad.
Muchas veces, al mirar las favelas, la actitud de los habitantes de la ciudad formal puede oscilar entre
la aceptación y la negación. Sin duda, ésta es una de las cuestiones inherentes en toda mirada
externa. La negación expuesta en las palabras de Agache, que traducía la opinión de los gobernantes
de la época y coincida con la de gran parte de la sociedad de la ciudad formal de la época, es, muy a
menudo, la misma que perdura hasta hoy día.
Por otra parte, la visión populista, tanto del Estado como de parte de la sociedad, vislumbra en la
existencia de las favelas la oportunidad que tienen estas comunidades de sobrevivir, sin la cual
estarían muertas, tirada en el suelo de la ciudad formal. En este marco, la existencia de las favelas se
acepta en el contexto de la lucha salvaje por el derecho a la vivienda, pero sin el compromiso, por
parte del Estado o de la sociedad, de crear condiciones dignas de habitaje, de trabajo, de inclusión
social. Este dejar hacer, entre la negación y la aceptación, comporta el alejamiento que se impone a
las favelas desde la ciudad formal.
2. EL PAISAJE DE INTERFERENCIA
Si las favelas derivan de la marginalidad espacial y social, los paisajes de interferencia también
pueden considerarse como derivados de esta misma situación, aunque sean una marginalidad
espacialmente incorporada a la ciudad formal. Es decir, los paisajes de interferencia se refieren a las
manifestaciones de la ciudad oculta que, están dentro de la ciudad formal y no constituyen
asentamientos aparte, al margen, que son tangentes a los barrios formales y se mantienen como
“otro”, como aquello que difiere y no es lo mismo, sea por su constitución física y/o social.
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Lo que se presenta como paisajes de interferencia, en realidad, son espacios que “sobran” dentro de
la ciudad formal. Espacios que, de un modo o de otro, han sido abandonados o subutilizados por la
sociedad, como, por ejemplo, en el caso de los cortiços o conventillos (edificios abandonados, o
decadentes, ocupados por varias familias), los barracos (las
viviendas improvisadas bajo los
viaductos y puentes) o la apropiación de trechos de los espacios libres públicos por parte de gente
que vive sin lugar fijo.
Los cortiços, los barracos y la vida en los espacios libres públicos se presentan como adaptaciones
improvisadas sobre la realidad de la ciudad formal. Son modos de vida precarios, miserables, incluso,
que llaman la atención, sobre todo, por estar espacialmente incorporados a la ciudad formal, al mismo
tiempo que denuncian la exclusión de decenas de millares de personas.
2.1 Las zonas sobrantes
Los cortiços pueden ser caracterizados como una edificación (o edificaciones) construida en una
parcela urbana, que se presenta subdividida en varias habitaciones (Ley Municipal de la ciudad de
São Paulo, nº 10.928 de 1991). En estas construcciones, las habitaciones son cedidas o alquiladas a
través de contratos informales, al margen del conocimiento del Estado. En general, en cada
habitación (de 4 o 10 m²) viven hasta 7 personas o más, que realizan distintas funciones en este
espacio exiguo. Las instalaciones y las infraestructuras son obsoletas y precarias. Las cocinas y
servicios son de uso común. E, inevitablemente, los cortiços presentan un exceso de moradores.
Desde el siglo XIX hasta la actualidad, los cortiços existen en lugares poco valorados dentro de la
trama urbana, sea en edificios abandonados o en barrios degradados o, también, en lugares cuya
explotación inmobiliaria pretende ser la máxima posible, burlando las leyes existentes y construyendo
una cantidad enorme de viviendas en parcelas muy pequeñas.
Los cortiços suelen tener un patrón común de ubicación que consiste en coincidir con áreas próximas
al centro de las ciudades, consolidadas y densas. Al igual que las favelas, suponen la posibilidad, por
parte de la población sin recursos, de disponer de una vivienda cerca de los lugares que concentran
puestos de trabajo. Sin embargo, hoy puede percibirse la existencia de cortiços también en la
periferia de las ciudades, generalmente construidos en las partes posteriores de las viviendas de los
suburbios, con características similares a los del centro, y sin transporte público eficiente, lo que
convierte en más crueles las condiciones de la vivienda (Piccini, 1997).
Cabe señalar que, aparte de los cortiços, pueden darse otras apropiaciones informales del espacio
urbano formal, principalmente relacionadas con el espacio libre público. Es común ver en las grandes
ciudades de Brasil, igual que en las grandes ciudades mundiales, mendigos durmiendo bajo los
puentes, los viaductos, en las aceras. A veces, familias enteras se encuentran en esta situación y,
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para garantizar su techo, usan la construcción de barracos, que son construcciones hechas con palos
y restos de madera y lata que, en algunos casos, originan asentamientos ubicados longitudinalmente
en los puentes y viaductos.
A diferencia de los cortiços o de las favelas, esta población es, en gran medida, nómada, migra
conforme la necesidad u oportunidad, y se apropia de los espacios de la ciudad formal que, por
distintas razones, “sobran” y se convierten en lugar de viviendas. En estos casos, no existe el espacio
privado. El espacio público y el privado, forzosamente generado, se mezclan, y la vida íntima de las
personas suele estar expuesta a la vista del resto de los habitantes de la ciudad.
Entre esta población que vive en los espacios libres públicos puede haber personas sin trabajo o sin
trabajo fijo, pero también personas que trabajan muy lejos de su casa y acaban por dormir en la
“calle” durante la semana, más cerca del trabajo, y los fines de semana vuelven a su casa, en general
ubicada en la periferia más lejana de los grandes centros.
2.2 La improvisación
Entre las tipologías de cortiços es común encontrar el cortiço de quintal, que ocupa los centros de las
manzanas, lugares normalmente poco utilizados como los patios traseros de las casas y de los
edificios que dan a la calle y, en general, poseen un uso comercial. Por otra parte, existe la casa de
cômodo, edificio de dos pisos, con varias subdivisiones internas que presenta más o menos las
mismas características que los cortiços de quintal, como el exceso de moradores, el alquiler barato,
las pocas condiciones higiénicas y sanitarias. Las características de estos edificios, adaptados o
construidos para este fin, también se asemejan a la ocupación de edificios abandonados, con muchos
pisos, como verdaderos cortiços verticales.
La construcción de los cortiços se caracteriza, sobre todo, por la improvisación. Las plantas de las
viviendas, con sus múltiples subdivisiones, son el resultado de buscar el máximo aprovechamiento
del espacio existente, sea en los edificios de nueva planta, sea en los edificios obsoletos, cuyo
“proyecto” sigue la lógica de la locación máxima de personas. La división espacial de las
habitaciones, o cubículos, está pensada para el aprovechamiento del espacio sin tener en cuenta
algunas reglas que, en la ciudad formal, son fundamentales, como, por ejemplo, el tamaño de las
habitaciones, la ventilación y la iluminación adecuadas, las instalaciones de agua, luz y alcantarillado,
la separación de la cocina y los baños.
El poco espacio y las malas condiciones de la vivienda en los cortiços inducen a una gran
promiscuidad entre las personas y los usos. Las personas se ven forzadas a compartir habitaciones
sin poseer, necesariamente, un vínculo afectivo. Las relaciones personales y colectivas se mezclan,
todo es compartido por todos. La privacidad y el espacio son escasos en estos lugares.
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La improvisación de los cortiços contrasta con la ordenación de la ciudad formal, aunque, al mismo
tiempo, estos están marcados por un orden exterior, pues están insertados en la formalidad y, bien o
mal, existe la calle, la parcela, el edificio. No obstante, la apariencia externa de los cortiços, a pesar
de la existencia de un orden inicial en la composición de los edificios, tiende a transformarse a través
de una serie de adaptaciones internas y externas, que cambian la ordenación original y son el reflejo
de las necesidades colectivas e individuales de la gente.
Por un lado, los cambios son el resultado del deseo, por parte de estas personas, de vivir mejor, tal y
como ocurre en las favelas, por lo que cada habitación se transforma sin planificación conjunta. Por
otro lado, la edificación puede extenderse, albergar más gente, y, poco a poco, transformase en otro
edificio, aunque sus malas condiciones físicas tiendan a permanecer, debido a la falta de
mantenimiento y la insalubridad.
La improvisación también está muy presente en las apropiaciones del espacio libre público para vivir.
Hacer de la calle, del puente, de la plaza o del parque, la propia casa, entraña la necesidad de dotar
de cierto carácter privado un espacio que, por definición, es público. Frente a este hecho, la
improvisación de la “casa” denota la delimitación privada del territorio público. De este modo, las
personas o grupos familiares que se abrigan en los espacios públicos están, de algún modo,
incorporados a ellos y, por consiguiente, a la ciudad formal.
Sin embrago, la relación entre los que se apropian de los espacios públicos y la vida que se
desarrolla en la ciudad formal suele estar basada en reglas, muchas veces silenciosas, de rechazo
social y de separación física. Es decir, aunque el espacio que uno comparte con el otro sea el mismo,
la calle, la plaza o el puente, hay unas delimitaciones improvisadas de los territorios y de las prácticas
que pertenecen a uno o a otro.
2.3 La repugnancia
Algunos autores consideran a los cortiços como los precedentes de las favelas. En Río, las obras de
modernización de la ciudad, a principios del siglo XX, trataron de eliminar las huellas del pasado
colonial, marcado por la pobreza y la miseria, destruyendo la zona central de la ciudad, llena de
cortiços, para construir la gran avenida Central, siguiendo el modelo de las avenidas de París hechas
por el barón Haussmann.
Los planes de higienización y modernización de ciudades como Río o São Paulo, a principios del
siglo XX, objetivaban la destrucción de los cortiços y el traslado de sus habitantes hacia barrios
alejados de los centros de las ciudades. Al mismo tiempo, estos planes determinaban reglas estrictas
para la construcción de las viviendas colectivas, de modo que fueran habitables. Sin embargo,
durante todo el siglo, las exigencias definidas por la ley, aunque fueran coherentes con las normas de
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higiene y salud, no contemplaban la gestión de su implantación y fiscalización. Es decir, los gobiernos
no contemplaban la posibilidad de generar opciones de desarrollo para las personas que vivían en los
cortiços de forma que pudieran elegir construirlos de una u otra manera y cumplir con las reglas de la
ciudad formal. No consideraban que la gente que ocupaba, y aún ocupa, los edificios abandonados y
los transformaban en su propia vivienda, lo hicieran por pura falta de alternativa, excepto en los casos
de cortiços construidos con fines especulativos.
En las últimas décadas, en ciudades como Río o São Paulo, los gobiernos vienen tratando el
problema más en el sentido de recuperar los cortiços y convertirlos en habitables que en proponer su
destrucción y la expulsión de sus habitantes. Generalmente, estas iniciativas, que incluyen los
propietarios de los inmuebles, los moradores y el propio gobierno, consisten en transacciones con el
objetivo de restaurar el edificio, reformar sus instalaciones, según patrones aceptables para la vida
cotidiana, y disminuir el número de personas que viven en ellos.
Existe un sentimiento de repugnancia por parte de la ciudad formal hacia los cortiços, al igual que
ocurre con las favelas, y se acentúa por el hecho de que, muchas veces, están muy cerca, son
vecinos y conviven en el mismo espacio formal. Del mismo modo, se da un sentimiento de
repugnancia dirigido hacia aquéllos que viven en el espacio libre público.
En este contexto, a partir de los paisajes de interferencia pueden plantearse distintas reflexiones que
caben señalar, como, por ejemplo, sobre las relaciones de repugnancia y tolerancia que se da en la
ciudad formal en relación con la informal y que permiten que ambas existan; sobre las relaciones de
cercanía y alejamiento que se dan en este contexto; sobre las relaciones de inclusión y exclusión que
se producen en la ciudad; sobre quienes son considerados ciudadanos y quienes no; o sobre qué es
considerado ciudad y qué no.
3. CONCLUSIÓN: EL PAISAJE DE LA PROLIFERACIÓN
Los paisajes de la aglomeración y de interferencia no están aislados, suelen proliferar en el territorio.
El panorama complejo de los paisajes urbanos, contiene tanto la realidad formal como la informal.
Negar la pluralidad de las ciudades a partir de la afirmación de la formalidad, como la única opción
posible, deseable de ciudad, o merecedora de atención, es negar una realidad que cada día toma
proporciones más incontrolables.
El hecho de que la aglomeración de las favelas ocupe lugares poco valorados de la ciudad formal y
establezca estrechos vínculos funcionales con ésta y, por lo tanto, se ubique al lado de ésta, favorece
que las aglomeraciones se multipliquen por el territorio y ocupen, en general, una posición intersticial
en relación con los barrios formales. Por otro lado, los cortiços se infiltran en la ciudad formal, en las
zonas sobrantes de la ciudad, se originan, brotan, en el propio seno de la formalidad. Al ocupar las
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zonas sobrantes, los cortiços pueden delatar el proceso de migración de los principales centros
urbanos, sobre todo con respecto a los antiguos centros que perdieron importancia y cuyos edificios
fueron paulatinamente siendo abandonados. De este modo, los cortiços se reproducen y caracterizan
determinada realidad, incorporándose a ella. En este marco, la condición intersticial de las favelas y la
incorporación de los cortiços a la ciudad formal acaba por generar zonas de tensión entre la ciudad
informal y la ciudad formal, que pueden propiciar la existencia de un gran número de conflictos entre
ambas realidades.
Por otro lado, la población que vive en los espacios libres públicos utilizan algunos “huecos” urbanos,
sin usos definidos, que se encuentran dispersos en el territorio, y que, poco a poco, van siendo
ocupados. Son lugares que, a veces, tienen usos temporales, no tienen un uso específico o están al
margen de los grandes flujos. Puede tratarse desde un pequeño agujero en un puente hasta un
rincón en un arcén. Esta población ocupa estos espacios de forma que, de un modo o de otro,
permiten su supervivencia, aunque de forma temporal.
En este contexto, tanto las favelas, como los cortiços infiltrados en la ciudad formal y los otros
asentamientos informales dispersos por la ciudad, acaban por conformar, junto a la ciudad formal una
realidad que denuncia la complejidad espacial y social de los paisajes urbanos actuales.
El amalgama entre las ciudades formales e informales llama la atención sobre la necesidad de
percibir integralmente los paisajes urbanos, sobre la urgencia de una comprensión global de esta
realidad, sobre todo para aquellos que pertenecen a la ciudad formal.
Esta comprensión global puede derivar de la mirada en positivo de la ciudad informal, muchas veces
descrita como lo negativo de la formal, la deformación. Puede significar la comprensión, la
transformación de ambas realidades, tanto física como social y el reconocimiento de que son
necesarias otras reglas, otra forma de encarar el problema. Seguramente, la ciudad formal no posee
la respuesta para las cuestiones de la ciudad informal, y viceversa, y son necesarias nuevas formas
de aprehensión de esta realidad. En este sentido, la posición del Estado, que ignoró o fue muy
permisivo en relación con la ciudad informal, durante décadas, ha cambiado su mirada, aunque aún
queda un largo camino por recorrer.
Sin duda, la cuestión espacial y el problema social urgen alternativas políticas y la construcción de un
nuevo panorama. El derecho a la educación, a la salud, a la tierra, al trabajo, al transporte y a la
vivienda, son cuestiones antiguas que, sin embargo, siguen sin respuesta. ¿Hasta cuándo? Hace
falta ver, quizás interpretar estos paisajes de otras maneras, a través de distintos modos de mirar, de
actuar, de transformar, de cambiar la realidad propia y la mirada sobre la del otro.
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