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ANGUSTIA Y LAS MUJERES

Ponencia IV Encuentro de la Nueva Escuela Lacaniana, 2006. Relación entre el goce femenino y la angustia.

La angustia y las mujeres Por Juan de Althaus Guarderas Tanto Lacan como Miller han sostenido que la posición femenina está más cerca de la verdad, de lo real. Es más, ella odia al semblante. Lacan se pregunta en el Seminario X, lógicamente, si la mujer ¿está más abierta a la angustia? Sólo responde señalando que lo importante es el vínculo de la mujer con las posibilidades indeterminadas del deseo. Si Freud, al comienzo de su experiencia, identifica la angustia como un síntoma histérico es porque no parece faltar. Es más, a su paciente Emma de N. le reprocha su necesidad de angustiarse. Luego observa en las histéricas una angustia que acompaña a los síntomas o que es independiente en estado permanente o de accesos. Curiosamente, Lacan en el Seminario X, contrariamente a Freud, afirma que la histérica no se angustia. Quizás, digo yo, porque en ella la falta no viene a faltar. Freud en la Lección XXIII se corrige y señala que la represión no crea angustia. Esta existe con anterioridad. Y es ella la que crea la represión. Esto le permite sostener más claramente que el miedo a la castración no se da en las mujeres, sino el miedo a la perdida del amor. Lacan reinterpreta esta posición en el Seminario X señalando que la angustia de ella es ante el deseo del Otro, del que ella no sabe bien qué es lo que cubre, y el amor es una idealización del deseo que recubre una falla fundamental. Esto es así porque en este seminario Lacan trabaja la angustia desde el punto de vista del fantasma, en particular el objeto a como causa del deseo. Dice, la angustia no es sin objeto. El objeto de la angustia es el objeto a como no visible, como vacío, como agujero y surge de esta manera cuando del otro lado de la fórmula del fantasma, en la tachadura del sujeto, en la falta, el lugar del –φ, algo aparece en su lugar, algo supuestamente colma, y es cuando la falta viene a faltar y aparece la angustia. Así, el deseo se diluye. Lacan afirma que esto es lo que Freud establece como la pérdida del objeto, o la angustia de castración en su relación con el Otro. En el caso del hombre se angustia por la presencia de objetos que no faltan. A su vez, para la mujer, cuando se la colma de objetos o es “objetivada” en exceso la induce a que no desee nada del Otro y se angustia. Es el caso de la madre que no deja respirar a la hija. Entonces, si el fantasma hace su trabajo, recubre la angustia. Pero cuando la angustia aparece, es un corte de lo real que señaliza el límite del fantasma. Se puede decir también, cuando los tres círculos de lo real, simbólico e imaginario no están anudados por un síntoma o cuando están imbricados, se confunden los tres. Sin embargo, para la mujer el objeto no es importante. Como no se ve enfrentada a la falta como la detumescencia del falo, en este sentido a ella no le falta nada, porque no lo tiene. Su deseo entonces es más flotante, pluridimensional, tanto sincrónica como diacrónicamente. Basta con testimoniar cómo pueden hacer varias cosas, de las más diversas, a la vez. Como el deseo cubre el goce, Lacan sostiene que la mujer muestra ser superior en el dominio del goce, porque su relación con el deseo es mucho más flexible. Uno podría preguntarse también si ella es superior en el manejo de la angustia. Si ella es así, es porque el complejo de castración no es un nudo necesario para ella. Para ella las cosas son más simples, está desde ya pre-castrada, quizás pre-reprimida y pre-angustiada. Lo que se llama la complicación femenina es un fantasma masculino; en realidad tiene que ver con su mascarada y con la multiplicidad y elasticidad de su deseo. Esta condición le permite a ella colocarse mejor como analista. Ella no está vinculada al objeto que está velando el –φ del hombre. El objeto en la vasija femenina (metáfora de Lacan) está por añadidura, y no importa si está llena o vacía, porque ella se basta a sí misma. Es decir, su goce es tubario (Lacan), que se envuelve a sí mismo, no necesita de objeto, allí ella está sola. Para que su goce fálico tenga un objeto necesita del deseo del Otro, cuando el Otro la demanda. Cuando esto sucede, ella apunta a aquella falta en el Otro que hace desearla, pero si es demasiado evidente es recortada como hace el fantasma perverso, que busca la angustia en el Otro. Si no es deseada, pierde todo referente fálico y se considera el objeto absoluto del Otro. Es preferible que el deseo del Otro se suavice cubriéndolo de amor hacia ella y entonces ella prefiere ser amada y amar, siendo su principal recurso para cubrir su angustia. Su mascarada no es más que eso, un semblante que la cubre para servir de carnada. Sabe que el falo en algún punto caerá, por eso ella está más cerca de lo real y de la verdad, como decía Lacan. Su realismo es estar más cerca de lo imposible y está más cerca donde la verdad es mentirosa, es decir, no toda. Como señalaba Miller, puede darse el lujo de mandar a “la merde” a los semblantes de la cultura y del falo. Cuando lo deciden son más avezadas, radicales y fanáticas que el hombre. Más valientes y aguantadoras. Están más dispuestas a la inmolación y al sacrificio por cualquier causa. En todo caso, ellas no tienen nada que perder. Ella no toda es, tiene ese goce suplementario, indeterminado, indefinido. Está más allá del fantasma como aparato de goce. Si la angustia corta su fantasma, tampoco es de excesiva preocupación. Un primer momento es el sofoco y las palpitaciones, acontecimientos en el real del cuerpo. Luego esto rompe la unidad imaginaria del cuerpo y al final lo simbólico intentará una interpretación. Son tiempos lógicos anudados borroméicamente. Se forma el cuarto anudamiento con el síntoma, o el amor. También uno puede decir, por lo menos, que son buenas compañeras de la angustia, conviven con ella de manera más “natural”, por ponerlo de algún modo. Uno puede preguntarse incluso, si en algunos casos, ¿ellas no gozan de eso? De hecho, es la pregunta que surge a las pacientes que van a instituciones que acogen a las víctimas del maltrato: ¿Por qué ha denunciado a su pareja después de 5, 10 o 25 años de maltrato violento contra usted? Ella confunde el deseo del Otro con el goce del Otro. No es por amor a su pareja perversa. Eso podría funcionar un tiempo, o en el mejor de los casos cuando el macho juega entre la agresión y las atenciones amorosas hacia ella. Pero aún así. Es porque ellas se colocan como todo para él, y no diversifican su deseo. Ellas dicen sobre todo que es por los hijos, o por no quedar desamparadas o cuando consideran que no pueden vivir sin él. Pero cuando el conviviente ataca a sus hijos, o cuando decide no mantenerla más o cuando ella certifica una infidelidad, allí sucede el rompimiento. Eso ya no se soporta. Es decir, ella se angustia cuando ha sido desplazada como objeto de deseo del conviviente hacia otro lugar que no es ella o sus objetos hijos, que vienen de él. Es cierto que ellas hablan mucho, pero también pueden pasar al silencio más fácilmente, lo cual es importante en las analistas mujeres. Y cuando se trata de no dejarse engañar por el hombre, ni por otra mujer, “sacan las garras”, como una paciente manifestó. Como un pasaje al acto muy femenino, intrigan la vendetta. Es decir, la garra sirve para horadar en la falla del Otro, desenmascarando sus cubiertas engañosas. Si en ellas los celos surgen de manera particular, es porque no están dispuestas a perder el falo de la pareja. Allí está la señal de peligro que no engaña, y reaccionan al peligro cada una a su modo, haciendo uso del saber de su inconsciente bajo la modalidad de la intuición. Es difícil no decir que son terriblemente sensibles a la señal de peligro de la angustia. A eso el lenguaje coloquial le ha llamado el “sexto sentido” femenino, y también de que poseen “un radar” especial que siempre está funcionando. Si un hombre, por ejemplo, camina detrás de una mujer y la observa, ella lo siente a pesar de no tener ojos atrás en su cabeza. Es mejor mirar poco y de reojo. En el análisis, es bueno no mirar mucho a una analizante mujer. Ahora bien, si la mujer no está “centrada”, como se dice, si el significante fálico no opera suficientemente bien en ella, si el nombre del padre o su propio nombre no ha hecho un buen nudo, ella se orienta hacia cualquier dirección insensata, se “pierde” o se vuelve “un poco loca”, y vuelve a caer en la angustia. La vasija femenina, que es homofórmica al goce tubario, es un tubo como un barril sin fondo, donde pueden colocarse todos los objetos que se quieran, pero salen por el otro extremo, si es que éste existe Sin embargo, una frase o una sorpresa amorosa, eso las entusiasma, las vivifica, mueve su deseo. El analista debe saber usar eso con el juego de palabras. Por ejemplo, una analizante dice que se “encierra en su propio hueco” llorando desconsoladamente mientras habla. El objeto lágrimas es un objeto-semblante para desatar la preocupación del Otro. Se señala entonces que quizás no sería mala idea plantar y regar algunas flores en el borde de ese hueco. Posteriormente, expresa que se considera una “peleona”, y que su marido es un “florero” –asociemos esto con el florero del esquema del especular de Lacan–, y concluye que su relación marital equivale a “una leona y un florero sobre una misma cama”. El encuadre de la escena está allí, la cama. Ella, una leona que saca las garras y él un pobre diablo que sólo sirve de florero, como adorno, el falo como semblante, cuestionado. Sin ambages muestra que entre una leona y un florero no hay una posible relación sexual. Eso, definitivamente angustia. Al final ella declara que “ahora soy una leona encerrada en su propia jaula”. Es decir, una “pe-leona”, encerrada en su propio síntoma, que ella había creado. Ya no llora y su angustia ha disminuido considerablemente, pero no ha desaparecido en su función de señal. Su jaula, puede permitirle una relación con el Otro por medio de su transparencia y limitada trasgresión. Los barrotes configuran su goce fálico, pero dejando siempre pasar su otro goce.