Academia.eduAcademia.edu

Neurociencias y teología

¿Qué proporción de nuestras concepciones ¬−y, en último término, del comportamiento mismo− puede ser atribuido a la nativa configuración y funcionalidad neurológica –la cual, de hecho, subyace a la vida síquica? ¿Hasta qué punto los procesos mentales están contenidos –hardwardiza-dos− en la dotación congénita anatomo-fisiológica? Mas, en contrapunto, ¿cómo explicar la adaptabilidad del comportamiento e, incluso, nuestro libre albedrío, más allá del determinismo genético? Cada cual responderá a estas preguntas según sus principios, experiencias y convicciones; en fin, de acuerdo a sus concepciones metafísicas –siempre presentes, aunque no siempre explícitas.

Neurociencias y teología Pretexto a la sección “La noción del ser como natural”, de la obra Entender y ser, de Bernard Lonergan ¿Qué proporción de nuestras concepciones −y, en último término, del comportamiento mismo− puede ser atribuido a la nativa configuración y funcionalidad neurológica –la cual, de hecho, subyace a la vida síquica? ¿Hasta qué punto los procesos mentales están contenidos –hardwardiza-dos− en la dotación congénita anatomo-fisiológica? Mas, en contrapunto, ¿cómo explicar la adaptabilidad del comportamiento e, incluso, nuestro libre albedrío, más allá del determinismo genético? Cada cual responderá a estas preguntas según sus principios, experiencias y convicciones; en fin, de acuerdo a sus concepciones metafísicas –siempre presentes, aunque no siempre explícitas. • Conductas connaturales Al pasear por el campo, podríamos preguntarnos: ¿En qué momento el almendro ha aprendido a florecer cuando aún no se ha derretido la nieve?; o, la abeja, recién emergida de su celda, ¿cómo puede ya interpretar la danza con la cual, otra, en el frontón de la colmena, indica la dirección y distancia de un llamativo grupo floral?; ¿Qué impele a la tortuga a desovar en el mismo sitio donde vio, por vez primera, la luz?, ¿o a los microscópicos paramecios a huir de una carga de iones de cloruro? Mirando más allá, acaso nos asombremos al constatar el proceso evolutivo geológico o el filogenético; o la embriogénesis, citología y fisiología del ser vivo individual; o, en otro nivel, la modulación de los biomas; o, en definitiva, al considerar la conjunción de tantos factores en el universo, que parecieran haberse concertado para hacer posible el surgimiento y desarrollo de organismos y asociaciones tan complejas, en nuestro relativamente minúsculo planeta… Así, ¿quién obtendrá, en esta área, cuanto obtuvo Salomón?: Un conocimiento verdadero de los seres: para conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos, el principio, el fin y el medio de los tiempos, los cambios de los solsticios y la sucesión de las estaciones, los ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras, el poder de los espíritus y los pensamientos de los hombres, las variedades de las plantas y las virtudes de las raíces. (Sab 7, 17-20) En el mundo biológico en general, los comportamientos son modulados tanto por la constitución genética como por el entorno. Los genes, claro, no influyen directamente, pero sí dirigen la síntesis de los variados ácidos ribonucleicos (ARNs) y, a través de ellos, de las proteínas, que actuarán −en diferentes momentos y niveles− en la constitución de las estructuras de las células, tejidos y órganos neurales –entre tantos otros. Actualmente −especialmente en el caso de seres vivos de estructura menos compleja− se conoce cómo determinados neuro-péptidos receptores se reflejan en pautas definidas de comportamiento Por ejemplo, la simple variación de un nucleótido en un gen específico, conduce a que el anélido Caenorhabditis elegans viva aislado o, por el contrario, asociado en una masa. Cf. “Genes and Behavior”. En: Principles of Neural Science. Kandel, E., et al (eds.) New York: Mc Graw Hill (2013). En el caso de especies más desarrolladas, los rasgos de comportamiento sólo pueden correlacionarse con el genoma en conjunto, y, por tanto, con el entramado global de estructuras y procesos neurológicos y, en general, somáticos: Apenas en raros casos, la alteración de un gen aislado explicará una alteración comportamental definida. Por otra parte, los estímulos del entorno, las experiencias, el aprendizaje, influyen, a su vez, en la expresión genética. Los circuitos neuronales, por ejemplo, según la variedad de estímulos usuales, efectúan modificaciones en sus conexiones sinápticas: Hay, pues, una plasticidad funcional, de acuerdo a los requerimientos –esto ocurre aun en los reflejos más simples. Hemos considerado la predisposición genético-ambiental de ciertas conductas, por así decir, reflejas. Ahora, preguntémonos ¿hasta qué punto algunas de nuestras concepciones –y, ante todo la del ser− vienen inscritas en nuestra misma naturaleza? • La naturaleza humana y la noción de ser El paso de la pregunta acerca de comportamientos externos –verificables, de alguna manera, por un método experimental− a la pregunta acerca de principios fundantes del entendimiento refleja el salto que hay que dar entre la neurociencia –dedicada al estudio de estructuras y actividades neurales− y la sicología. Hay una gran brecha (gap) entre la pesquisa acerca del cerebro y la de la mente (psique). Parece que aunque consiguiéramos conocer los pormenores atómico-moleculares de los procesos neurofisiológicos, aun así no podríamos explicar siquiera qué es la experiencia sensorial más sencilla Por ejemplo, la comprensión acerca de cómo los fotones inciden en los conos y bastones retinianos, los consecuentes cambios en la conductancia iónica transmembranal, los cambios en las proteínas de los pigmentos visuales y de la membrana, el flujo de iones, la hiperpolarización consiguiente de axones neuronales ópticos y, de ahí, hasta la corteza cerebral… no nos daría idea de lo que conlleva la percepción e interpretación visual. . Por este camino, quedaremos a años-luz de obtener una comprensión de algún supuesto trasfondo estructural de la conciencia personal –y, en últimas, de la cultura. Sin embargo, algunos acarician la ilusión monista de que, hipotéticamente, la sicología –y, por tanto, la sociología− pudiera llegar a ser entendida a partir de su trasfondo físico: El siquismo sería una propiedad de la materia, así, convendría hablar más bien de pansiquismo –que viene a ser panteísmo. Pero, de este modo, ¿por qué no tenemos una conciencia tan extendida como el universo? Nuestra naturaleza singular no sería la auténtica, sino una caída del absoluto, y, entonces, nuestra realización estaría lograda mediante una paradójica despersonalización. Esta posición atrae a muchos ilustrados, pues sirve de paliativo a su conciencia moral; Tal fue el móvil que atrajo al joven Agustín de Hipona al maniqueísmo. pero surge de una opción pre y extra-científica. Si nos restringimos, pues, sólo a datos de la biología molecular, ¿cómo podemos explicar que tengamos conceptos universales, o realicemos juicios de valor? Quien pretende atenerse sólo a las ciencias experimentales tiende también a ser, implícitamente, nominalista. Así −puesto que constatamos que sólo hay seres singulares− nos podrá objetar que, por tanto, cualquier término general, como −por ejemplo− la palabra mente (alma Los investigadores más positivistas usan el término mente o siquismo. Debieran tener en cuenta que, etimológicamente, el griego psyche corresponde al latín anima. Evitan, sin embargo, el último término para salvar su metafísica monista. Cf. Tresmontant, Claude. Le problemè de l’âme. ) no indica más que el conjunto de operaciones llevadas a cabo por el cerebro, pero nada sustancial en sí. Le replicaremos que Si todos nuestros conceptos son meras palabras, sin otro contenido que imágenes más o menos vagas, todo conocimiento universal se reduce a mera colección de opiniones arbitrarias. Lo que llamamos ciencia deja de ser un sistema de relaciones generales y necesarias, para quedar reducido a una sarta indefinida de hechos conectados experiencialmente. cf. Gilson, Etienne. La unidad de la experiencia filosófica. Madrid: Rialp (1979) 42 Muchos de los que se consideran “hombres de ciencia” son peritos en una parcela específica de ésta, pero no han examinado por cuáles resortes metafísicos son impelidos. Quien no es crítico de sí –y de los fundamentos de su área de estudio−, se expone a burdas equivocaciones. Todos tenemos un deseo natural de remontarnos a la causa primera de las cosas Inest enim homini natural desiderium cognoscendi causam, cum intuetur effectum (…) Si (…) intellectum (…) pertingere non possit ad primam causam rerum, remanebit inane desiderium naturae. Santo Tomás. Summa Theol. I. q.12 a.1 co.. La concepción de ser –que conviene, analógicamente, tanto a los singulares como al conjunto− está en la base del conocimiento humano, y acompaña todas nuestras representaciones. «Ahora bien, ¿cómo puede el ente estar constantemente presente en la mente más común y, sin embargo, mostrarse tan huidizo de tantos estudiosos que no han conseguido verlo?» Gilson, Etienne. o.c. Si el ser está incluido en toda idea que concibamos, ningún análisis de la realidad estará completo a menos que culmine en una ciencia del ser −o sea, en metafísica. Cuando aspiramos a ir a la raíz de todo conocimiento particular, ninguna ciencia especializada es competente para solucionar o juzgar acerca de las soluciones generales metafísicas. Todos los fracasos en metafísica –y, consiguientemente, en cualquier ciencia− provienen de atribuir, a una esencia particular, la universalidad del ser, excluyendo los demás aspectos de la realidad –a contrapelo de la intuición de sentido común (cf. Lc 10,21). Se sustituye al ser –así, en general− por uno de sus aspectos particulares –tal como puede ser estudiado según alguna de las ciencias fácticas. Del modo como un pensador griego colocó el principio de todo en el agua (Tales), en el aire (Anaximenes), en el fuego (Heráclito), o en lo indeterminado (Anaximandro), ahora se lo coloca en los quarks, en los bosones, o en el caos y multiversalidad. Cuando alguien se ha encerrado teóricamente en una de las partes de la realidad, si quiere mantenerse en su posición, no recuperará el todo. cf. Gilson, Etienne. o.c. p. 347-352. Que nadie nos esclavice, pues, mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo (Col 2,8). Acabamos de ver el caso de la metafísica reducida a física. También es errada la conversión de la metafísica en matemática (mathesis universalis), al estilo cartesiano: No cabe hablar de cuerpo y mente por separado. Pues quien dice cuerpo ya supone una materia configurada –animada por una forma (alma). • La noción de ser nos es connatural Las impresiones (o formas) sensibles (visuales, auditivas, táctiles, olorosas, gustativas…), al interactuar con los convenientes receptores sensoriales, son seguidas por una impresión (imagen o especie) sensible, que parte de tales receptores. En otras palabras, los patrones transmitidos por los fotones, o por ondas acústicas, por gradientes de presión, o sustancias volátiles (olorosas) o solubles (gustables) son procesados y convertidos en señales neurales que −manteniendo el mismo esquema (phantasma) del estímulo inicial− lo trasmiten y elaboran, a través de vías paralelas y moduladas, hasta los múltiples centros especializados encefálicos, en donde son integrados. Hemos considerado este proceso físico –la trasmisión de una forma sensible−, en cuanto automático –pasivo. Podemos, entonces, identificarlo con lo que algunos neurofisiólogos denominan conciencia fenoménica cf. Block, Ned. “How not to find the neural correlate of consciousness”. En: Mind and Cognition. Lycan, W. y Prinz, J (eds.). Oxford: Blackwell (2008) 576-577. o, los escolásticos, entendimiento pasivo. A continuación, debemos tratar de explicar cómo las diversas señales y patrones electro-químicos neurales implican un significado para el sujeto (por ejemplo, de gusto o disgusto). El significado está correlacionado con la señal, en cualquier momento que se dé –independientemente de si es, específicamente, ésta o aquélla. Se requiere de un proceso activo que transforme la apariencia (especie) sensible en comprensible (inteligible). Gracias a la abstracción, removemos a la especie sensible de sus condiciones físicas específicas −ya que Las señales sensibles no pasan al entendimiento a la manera de un cuerpo que se trasladara de un sitio a otro cf. Santo Tomás de Aquino. Summa Theol. I. 85. 1. Podemos, pues, postular una conciencia accesible (access consciousness) o entendimiento agente «Oportet ponere, praeter intellectum possibilem, intellectum agentem, qui faciat intelligibilia in actu, quae moveant intellectum possibilem. Facit enim ea per abstractionem a material, et a materialibus conditionibus, quae sunt principia individuationis». Santo Tomás de Aquino. De Anima. a.4 co.. Éste conjuga las impresiones sensibles, según parámetros de inteligibilidad –los primeros principios, fundamento de cualquier concepción de medida, ritmo y proporción− para conformar, así, las imágenes conservadas en la memoria, y los conceptos y juicios. Cómo tengamos conciencia de que conocemos; cómo, contando con un sistema nervioso limitado, podamos abarcar conceptos universales, es el gran misterio irresuelto por la neurociencia. Cuanto concebimos interiormente, lo concebimos siempre como “algo que es”. Esta es una necesidad –un primer principio– de nuestra mente. Todo cae bajo la idea de ser –consideramos a la nada misma como “ausencia de ser”. Este primer principio no proviene de los caracteres de los seres particulares; antes, al contrario, mediante este principio de la razón, caracterizamos a los distintos seres como tales. Su origen ha de ser superior: el Ser purísimo, completísimo y absoluto, en quien se hayan, completas, las razones de todas las cosas. Sólo de Él pueden provenir los conceptos íntegros de unidad, verdad y bondad. cf. San Buenaventura. Itinerarium mentis Deo. III, 3 Además, no sólo conocemos las cosas sensibles, objeto de nuestra experiencia externa. También, desde niños, hemos tenido noción del yo, o de Dios. Para tal conocimiento, no es necesaria la abstracción: Lo incorpóreo cae directamente en el ámbito de lo entendible (inteligible), sin la mediación figurativa. Así, por ejemplo, quien ama a Dios y a los demás, no tiene necesidad más que del amor –a modo de especie infusa– para saber que lo tiene y en qué consiste cf. Gilson, Étienne. “La iluminación intelectual”. En: La filosofía de San Buenaventura. Buenos Aires: Desclée de Brower (1947) 356.. Hay, pues, que admitir otras maneras por las cuales obtenemos nuestros conceptos de las cosas espirituales y de Dios. Cada cual conoce su alma, sus cualidades y operaciones –este autoconocimiento no coincide con la esencia del alma, aunque es consustancial a ésta «Anima, in hac vita, non intelligit seipsam per seipsam». Santo Tomás de Aquino. Summa contra gent. c.46. En el caso de Dios, claro está, no opera ninguna abstracción −al reflexionar, le reconocerás, pues eres imagen suya. Tales concepciones –de Dios, del yo– están implicadas en la constitución misma de la mente, por el hecho de ser tal. Las facultades mentales son innatas, sus principios y elaboraciones no: requerimos de contenidos suministrados por la experiencia. Así, por ejemplo, es necesario percibir los objetos para concebir lo que es un todo y, por lo mismo, captarlo –muy espontáneamente– como mayor que cualquiera de sus porciones; también, conociendo a mamá y papá, hallamos, a la par, la pauta moral básica de amarles y respetarles. Obtenemos, pues, los primeros principios gracias al concurso tanto de nuestra estructura cognitivo-afectiva fundamental –la luz natural intelectual y la inclinación voluntaria hacia el bien– como de la experiencia. cf. Gilson, Étienne. o.c. p. 355 Cada uno de nosotros halla en sí –como parte de su dotación nativa– los parámetros básicos por los que efectúa cualquier juicio –incluso acerca de sí mismo y de sus reflexiones. La mente se rige por dichos parámetros, siempre presentes, a su alcance, mientras actúe. Éstos no son capricho suyo, no se los ha dado a sí misma. Puesto que no provienen de ella, significa que su origen está más allá, en aquel primer Principio –escala de toda armonía– que abarca, de manera inmutable e infalible, cuanto hay mudable. «Anima humana (…) veritatem cognoscere non potest, nisi a sensu accipiendo». Santo Tomás de Aquino. De Veritate. q.16 a.1 c. Cf. Bettoni, Efrem. “Man: his nature and activity”. En: St. Bonaventure. Indiana: University of Notre Dame Press (1964) 94-95. In lumine tua, Domine, videmus luminem (Sal. 36,9). Octavio Rodríguez avemarí[email protected] 2