WARNING: Esta es una versión preliminar del trabajo publicado como:
Coller, Xavier, María C. Navarro y Manuel Portillo (2016), "Mitos y realidades de las
elites políticas", en Barreda, M. y Ruiz, L. M. (eds.), El análisis de la política. Enfoques
y herramientas de la ciencia política, Barcelona: Huygens, pp: 419-438.
Mitos y realidades de las elites políticas
Xavier Coller (UPO), María C. Navarro (UPO), Manuel Portillo (UPO)
Introducción
Los estudios sobre elites políticas están renaciendo a partir de un creciente interés por
conocer a los inquilinos de las instituciones de gobierno de las democracias. Este interés se
fundamenta en un cierto deterioro institucional, en una preocupación por la calidad de la
democracia, y en los cambios sociopolíticos que conducen a demandas de transparencia,
participación y renovación. Pero los estudios sobre elites no son nuevos. Este capítulo
pretende diseccionar sintéticamente algunas aportaciones desde las ciencias sociales al
estudio de las elites. Comienza con una definición de “elite política” y con los métodos
para su identificación, sigue con un análisis de las aportaciones de los clásicos en las que
se han fundamentado buena parte de los trabajos de autores contemporáneos. Se presta
atención a si la elite política es un todo homogéneo y en el último capítulo se revisa la
situación en España.
¿Qué son las elites políticas?
Como reconocen casi todos los estudiosos, es complicado (y quizá poco provechoso)
establecer una definición general operativa del concepto de “elite política”, en buena
medida porque es un concepto contingente, captura una realidad que puede ser diferente
según territorios y épocas y, en consecuencia, plantea el problema de los límites y del trozo
de la realidad social que queda dentro y fuera del concepto (Parry 1969:134). Esto ocurre
también con una buena parte de conceptos en las ciencias sociales.
La Real Academia Española de la lengua (RAE) define “elite” como “minoría selecta
o rectora” y la remite al francés “elite”. Genieys (2011:15-17) hace una arqueología de la
palabra y avanza que el concepto parece provenir del latín legere que derivó en eligere y al
francés élire, que remite a la idea de seleccionar, escoger, elegir.1 “Élit” es el participio del
verbo francés “élire” y su uso original como “elección” o elegido parece remontarsea
finales del siglo XII, aunque va derivando ya en el siglo XIV para designar a un grupo que
sobresale del resto y que se asimila a nociones como “elegido”, “escogido”, “distinguido”,
“selecto” o, en expresiones más coloquiales en castellano, “la flor y nata”, o “lo mejor de
lo mejor”. Para Genieys (2011:17) la palabra “elite es ‘invención’ de la lengua francesa,
[que] ha sido importada a finales del siglo XIX a muchos campos léxicos para caracterizar,
por regla general, a los “grupos” de actores que se distinguen en sus sociedades respectivas
1
Parte de estas ideas se recogen directamente en la reseña del libro de Genieys publicada en la Revista
Española de Investigaciones Sociológicas, nº 143, pp: 132-136. Véase también el artículo de Lázaro Carreter
(1998:187-90).
al poseer ciertas capacidades o porque han sido designados (en el sentido de elegidos)
como los mejores”. Según su análisis, del francés pasó a otras lenguas latinas, aunque
también se encuentran formas similares en griego o turco o persa. En el siglo XIX entra en
castellano como un galicismo (tal como se escribe en francés), pero es reconocida por la
RAE en 1884. No obstante, en las ciencias sociales no se convierte en un concepto
extendido, (tal como indica Genieys siguiendo a Bottomore 1993) hasta que las
universidades anglosajonas incorporan las ideas de Pareto analizadas más abajo.
En las ciencias sociales, el concepto de elite tiene una acepción doble. Tal como
sugiere Garvía (1998:37), hace referencia a un “grupo de personas que destaca sobre el
resto en alguna actividad. Así, se habla de la elite científica de la elite deportiva, etc”. La
elite es, pues, el conjunto de individuos que, según el parámetro que se use para medirlos
(inteligencia, habilidades, méritos, prestigio, etc), despunta e, inevitablemente, se convierte
en una minoría. No cabe duda de que Carolina Marín, Rafa Nadal y Pau Gasol forman
parte de la elite deportiva de este país en 2015 y que Montserrat Caballé y Plácido
Domingo son también parte de la elite operística del siglo XX-XXI como Picasso y Sorolla
lo son de la pictórica. Pero, sugiere Garvía (1998:37), cuando la actividad que se observa
es el gobierno de una sociedad o el ejercicio del poder, entonces hablamos de una “minoría
de personas que ocupa posiciones de poder en las organizaciones o instituciones clave de la
sociedad (el ejército, los partidos políticos, el gobierno, las burocracias públicas, las
grandes empresas)”.
El concepto de poder hace referencia a la capacidad de un actor de llevar a cabo su
voluntad aún en contra de la resistencia que puedan mostrar otros actores (Weber
1978:926).2 El poder es un fenómeno que afecta a las relaciones personales y grupales y se
ha estudiado desde la antropología, la sociología, la ciencia política y la psicología social.
Pero en una sociedad moderna, compleja, en una “sociedad de organizaciones”, el poder en
la sociedad se suele ejercer desde (en y por) organizaciones e instituciones por lo que será
en ellas donde habrá que buscar más frecuentemente a las elites de poder que adquieren
una dimensión política en la medida en que hacen referencia al gobierno y gestión de una
sociedad desde instituciones de representación. En consecuencia, una definición
aproximada de las elites políticas es aquella que las considera como “personas que son
capaces, en virtud de su posición estratégica en organizaciones y movimientos poderosos,
de afectar los resultados políticos de manera regular y sustancial” (Higley y Burton
2006:7).
¿Por qué estudiar las elites políticas?
El estudio de las elites políticas ha revivido en los primeros años del siglo XXI gracias a un
creciente interés por los ocupantes de las instituciones públicas. Los académicos recuperan
así un campo tradicional de estudio de las ciencias sociales. Pero ¿por qué un científico
social en ciernes debería prestar atención al estudio de las elites políticas? Existen, al
menos, razones históricas, sociales y académicas.
Desde un punto de vista histórico, el estudio de las elites políticas puede ser
interpretado, como sugerían Aron (1950: 10-11) y Putnam (1976: 43, 166 y ss.), como un
sismógrafo que refleja cambios más profundos en las sociedades. No se trata de estudiar
las elites para analizar las transformaciones sociales, sino de entender que los cambios
sociales se reflejan en la composición interna de las elites políticas. En cierta medida, esta
es la idea que subyace en la tesis de la circulación de las elites de Pareto. Cotta y Best
Dahl (1956:13) define el poder como una relación en la que se concreta “la capacidad de A para actuar de
manera que controle las respuestas de B”. El propio Lukes (1974:34) entiende el poder de manera similar a
Weber: “A ejerce poder sobre B cuando A influye en B de forma contraria a los intereses de B”.
2
(2000:495 y ss.) estudian a los parlamentarios europeos entre 1848 y 2000 y entienden que
la modernización de las sociedades tiene también un reflejo en la evolución de la
composición interna de las elites políticas institucionales observando un ascenso de las
clases medias (más titulados universitarios, más profesiones liberales y funcionarios) y un
descenso de aristócratas, militares y eclesiásticos en la composición interna de la elite
política europea. Así, indican los autores (2000:505), existe una predominancia de “un
político profesional de clase media, con niveles medio-altos de educación, una experiencia
política significativa, y la probabilidad de que extienda su servicio parlamentario”.
Desde el punto de vista de la relevancia social, el estudio de las elites políticas (de las
elites en general) permite conocer mejor a un segmento de la sociedad que tiene un
impacto importante en la manera en que se organiza y estructura su gobierno. La
composición interna de una elite política (por ejemplo, con mayor o menor preparación)
tiene efectos sobre los diagnósticos de los problemas sociales y las soluciones que se
aportan a modo de programas electorales o de leyes, por ejemplo. Especialmente fructífera
es la reflexión sobre la composición por género de la elite política y sus efectos en la
eficiencia de la representación, asumiendo que una mayor diversidad social en la elite
conducirá a una mayor amplitud de los intereses presentes en las instituciones de
representación (Mateo Díaz 2005: 112,119, Norris y Lovenduski 1995: 94, Esaiasson y
Holmberg 1996: 21).
Desde un punto de vista del conocimiento científico, se conoce mucho de las
instituciones políticas y de su funcionamiento, pero mucho menos se sabe acerca de las
personas que “ocupan” esas instituciones que ejercen el poder. Es más, es común en las
ciencias sociales estudiar a segmentos de la población de acceso relativamente fácil
(ciudadanos comunes con encuestas, alumnos en clase, población en posiciones
marginales, etc.), pero no es tan habitual estudiar a personas que tienen poder, ya sea en su
dimensión económica o política. Por ello sigue habiendo un cierto desconocimiento sobre
quiénes son, cómo son, si se parecen a la sociedad que los elige, qué hacen, cómo llegan
hasta sus puestos, por qué (y cómo) son elegidos, qué piensan, o qué motivaciones tienen
para entrar en la política aquellas personas que hacen de la política su oficio.3
En resumen, desconocemos muchas cosas importantes de los políticos que toman
decisiones por nosotros. Y la falta de información entre la ciudadanía puede fomentar ideas
inexactas, imágenes distorsionadas, desprecio y desafección. Quizá convenga desde las
ciencias sociales aportar conocimiento útil sobre las elites políticas para contribuir a tener
imágenes más ajustadas a la realidad.
Identificar las elites políticas
Existen tres maneras de identificar a los poderosos (Putnam 1976:15-16): por su ubicación
en instituciones de poder, por la autoría de las decisiones que se toman, y por la reputación
que se les atribuye. Todos ellos tienen problemas y virtudes, aunque el más fiable, y
probablemente el más usado y sencillo, es el método posicional.
El análisis de reputación consiste en detectar quién tiene poder en una comunidad
determinada. Para ello, se pregunta a una serie de informantes clave y después a las
personas que estos/as informantes indican y así hasta que se tiene una nube de individuos
con más o menos menciones. A partir de ahí, el investigador/a podrá dirigir sus pesquisas
hacia aquellas personas sobre las que existe la creencia compartida de que tienen poder o
son influyentes. Se trata de un método válido para comunidades pequeñas y más o menos
3
En cierta medida, el texto de Coller, Jaime y Mota (2016) intenta responder a estos interrogantes para el
caso de España.
cerradas (un municipio, una organización). La referencia básica es el estudio de Hunter
(1959).
El análisis decisional busca también identificar a las personas que tienen poder e
influencia, aquellas que toman decisiones que afectan a las demás, pero recurriendo no a su
reputación entre sus pares (o no sólo), sino a las decisiones que se toman y al papel
desempeñado por algunos individuos en esa toma de decisiones. El estudio de Dahl (1961)
sobre la ciudad de New Haven permite desarrollar este método estudiando las decisiones
sobre el desarrollo urbanístico de la ciudad, las escuelas públicas, nombramientos diversos
y la “constitución” municipal. Como indica Dahl (1961:332-33), se trata de ver la
influencia relativa de actores diversos que participan en la toma de decisiones analizando
quién inicia una propuesta y su recorrido (aceptada sin oposición, con oposición o
rechazada) averiguando así la “influencia relativa” de un actor cuando ha tenido más éxitos
que otros actores. El éxito se mide como el número de propuestas iniciadas que acaban
siendo aceptadas. Este método se asocia también a entornos bien definidos como un
ayuntamiento (o cualquier organización o espacio social donde se tomen decisiones como
una asamblea) o comunidades pequeñas, fácilmente manejables. También se ha aplicado al
análisis de políticas públicas relativas al ejército o al estado del bienestar (Genieys 2008).
El método posicional es, probablemente, el más utilizado por su sencillez, claridad y
fiabilidad. Parte de la presunción de que hay instituciones políticas cuyos inquilinos toman
decisiones que afectan a la sociedad y que, en esencia, son relevantes per se. Se trata de
parlamentos y ejecutivos en diferentes niveles territoriales (municipal, provincial, regional,
estatal, supraestatal). El método posicional consiste en identificar quiénes son los
inquilinos de estas instituciones (diputados/as, miembros del gobierno, concejales) y
proceder con el análisis, ya sea de su perfil social, de sus creencias y actitudes, de su
vocación, de la manera en que han sido elegidos, de su comportamiento político en la
institución o de sus vínculos con organizaciones externas. Este método de identificación
puede extenderse también a partidos y organizaciones de todo tipo y tiene la ventaja de que
identifica con precisión a un grupo de personas que tienen poder en la medida en que,
como sugiere Putnam (1976:16), están donde están porque tienen poder y, al estar donde
están, tienen poder.
Por otro lado, el método posicional permite tener un listado más o menos cerrado de
las personas que conforman una elite política y convertirlo en una base de datos útil para el
análisis comparado.4 El problema que plantea es que no se puede presumir que todos los
que están identificados por este método como “elite política” tengan poder real. Podemos
encontrarnos con casos de políticos electos, por ejemplo, que simplemente ratifican lo que
deciden otros, o incluso puede darse el caso de personas influyentes que no están en las
instituciones pero que determinan quién lo está. De ahí que, si se aspira a construir un
mapa del poder político, sea conveniente usar el método posicional en las instituciones de
representación y de gobierno, pero también en los partidos que tienen representantes (las
ejecutivas, por ejemplo) y sus fundaciones. Estirando un poco el concepto “político”, se
puede incluir, como indican Higley y Burton (2006:7), a las personas que “ocupan
posiciones superiores en los partidos, asociaciones profesionales, sindicatos, medios de
comunicación, grupos de interés, grupos religiosos y otras organizaciones y movimientos
sociopolíticos poderosos y jerárquicamente estructurados”.
Algunas teorías sobre las elites
4
Véase el trabajo de Coller, Santana y Jaime (2014) para conocer los problemas y soluciones con los que se
enfrenta el investigador/a que recurre al método posicional.
Un siglo después de la articulación del concepto de elites, vuelven a adquirir relevancia
términos como clase política, elite o casta. Para buscar el origen de estos términos se
requiere retomar los clásicos y, así, entender cómo y por qué estas palabras adquirieron el
significado que tienen hoy día.
La clase política
Gaetano Mosca (1858-1941) considera que en todo sistema político de toda época y lugar
existe una minoría organizada –clase dirigente–, que monopoliza el poder y desempeña las
funciones políticas, y una mayoría desorganizada que es dirigida. Por tanto, para Mosca la
clase política es aquella “minoría de personas influyentes que dirigen la cosa pública”
(Mosca 2007:23). La principal virtud que tiene la clase política y que la diferencia de las
masas es su capacidad de organización. Se contrapone a las mayorías por ostentar
privilegios derivados de su función política, salvaguardar sus intereses particulares y poner
a su servicio los pilares del Estado. Esta clase se encuentra en todos los tipos de regímenes
políticos a lo largo de la historia ya sean democracias o no (Mosca 1958:382).
El sustento del gobierno de esta minoría, es decir, la aceptación por las masas del
gobierno de una minoría y la justificación del mismo por la clase gobernante, descansa en
la noción de fórmula política. Al igual que Weber hacía descansar en diversas fuentes de
legitimidad la aceptación de las distintas formas de autoridad o dominación, Mosca
entiende que en todas las sociedades se desarrolla una fórmula política consistente en que
“la clase gobernante justificará su poder apelando a algún tipo de sentimiento o creencia
generalmente aceptado en ese período y por esa sociedad tal como la voluntad divina o
popular […]” (Mosca 1958:384). La función de esta fórmula política es que las masas
obedezcan a los gobernantes, así como poner límites a la acción de estos (Mosca
2009:399). De esta manera, cuando una sociedad evoluciona o cambia, y la fórmula
política utilizada por la elite no está en consonancia con las creencias o pasiones de las
mayorías, es probable que la masa se agite e influya sobre la clase dirigente e, incluso,
provoque un cambio de gobierno a través de una revolución. En palabras del autor: “Las
clases políticas declinan cuando las cualidades y servicios que prestaban pierden
importancia en el ambiente social en el que viven” (Mosca 2007:34)
Mosca analiza las condiciones para pertenecer a la clase política según la sociedad y
la época en la que se encuentren. Así, mientras que en las sociedades primitivas el valor
militar daba acceso a la clase política, en la sociedad medieval el elemento decisivo era la
propiedad de la tierra. En otras sociedades preindustriales, en cambio, el acceso a la clase
política estaba relacionado con la vinculación que tenían determinados individuos con las
prácticas religiosas. En estos casos, se formaba una aristocracia sacerdotal que regía los
asuntos tanto espirituales como terrenales. Esta práctica fue común durante la formación de
los primeros estados en la antigüedad. Sólo cuando las sociedades tienen un mayor grado
de desarrollo, el nivel cultural, el conocimiento científico y la riqueza mercantil pasan a ser
elementos imprescindibles para pertenecer a la clase política en buena medida, como
sugiere Genieys (2011), apuntando hacia el mérito como criterio de acceso a la elite como
resultado del creciente papel del estado y su burocracia en la vida social.
Pero más allá de estas características, de los regímenes políticos y de sus fórmulas
políticas, Mosca se pregunta sobre los criterios que se usan para reclutar a las elites
gobernantes. El primero es “la habilidad para gobernar”, al que se debe añadir “la voluntad
de gobernar y la convicción de poseer las cualidades adecuadas” (Mosca 1958:388).5 Estas
cualidades no son siempre las mismas puesto que en momentos históricos diferentes, con
5
Véase la obra de Mills para entender que un aspecto crucial en el estudio de las elites es dónde se genera esa
convicción y el papel de la socialización en la familia y el sistema educativo.
regímenes políticos variados y clases gobernantes distintas, se requieren unas cualidades u
otras (fuerza, astucia, apoyo popular, etc.). Es decir, las cualidades para gobernar varían a
lo largo del tiempo. Para Mosca, estas variaciones o modificaciones pueden ocurrir de
manera gradual o abrupta; es decir, puede ocurrir que algunas personas con planteamientos
nuevos o más acordes a los tiempos ingresen en la elite gobernante sin que se produzca un
cambio en la actitud o estructura de la misma, pero “si los cambios en la composición de la
clase gobernante ocurren de una manera tumultuosa y rápida, el recambio de la vieja
minoría por nuevos elementos puede estar completada en el curso de dos o tres
generaciones” (Mosca 1958:389). El primer caso sigue una tendencia “aristocrática” y el
segundo una “democrática” al suponer una mayor apertura y renovación sólo limitada por
la herencia.
Para Mosca, los regímenes políticos pueden ser liberales (herederos de la polis
griega, las comunas medievales, los gobiernos republicanos y las monarquías
parlamentarias) o autocráticos. Los diferencia la fuente y transmisión del poder: “el
régimen liberal consiste en el hecho de que el poder se transmite desde abajo hacia arriba
[…] mientras que en los regímenes autocráticos, el jefe supremo nombra a sus ayudantes
inmediatos, quienes a su vez nombran a los oficiales de rango más bajo” (Mosca
1958:387). Para el autor, la solución ideal (que tiene relevancia para la composición
interna de la elite gobernante) es la mixta, donde las tendencias aristocráticas (más
inmovilistas) se atemperan con la renovación gradual de la elite gobernante (tendencia
democrática) “facilitando la absorción de los mejores elementos entre sus filas” (Mosca
1958:390). Pero la duración de este tipo de régimen mixto depende de un grupo de
condiciones sociales y políticas de primera magnitud: que la comunidad disfrute de un alto
grado de civismo, que iglesia y estado estén separados, que no haya grupos que tengan el
monopolio de las decisiones económicas, que ningún grupo controle los medios de ejercer
la violencia (ejército, policía), que las personas con méritos culturales y científicos puedan
acceder a la clase gobernante y, sobre todo, que haya un alto nivel educativo (Mosca
1958:390-1).
La circulación de las elites
Vilfredo Pareto (1848-1923)6 entiende que las sociedades son heterogéneas y que en cada
rama de actividad o faceta de la vida hay personas que son más capaces que otras. La clase
selecta o la elite es el grupo de personas que se ubicaría en el estrato superior si las
clasificáramos en función de sus capacidades otorgándoles notas (0-10) como en un
examen. Quienes obtuvieran las notas más altas en distintas actividades (medicina,
latrocinio, poesía, abogacía, riqueza, ajedrez, etc.) serían la elite, que puede ser dividida a
su vez en la elite gobernante y la no gobernante en función del papel que desempeñen en el
gobierno de cualquier sociedad (§2032, §2034).7 Esta división no es estática puesto que las
clases son abiertas, ya que existen conexiones entre los dos estratos sociales que facilita un
trasvase de efectivos de uno a otro que Pareto llama circulación de las elites y que puede
denominarse también “movilidad social”.
En una situación de movilidad social perfecta, el talento, la capacidad para gobernar,
circularía más o menos libremente ajustándose de manera tal que la elite gobernante
6
Siguiendo la tradición, en este trabajo citamos a Pareto por el epígrafe de su Tratado de sociología general
(1916), no por la página. Para la elaboración de este apartado nos hemos basado en la selección de textos que
hace Finer (1966).
7
Para Pareto, independientemente del tipo de régimen político, hay siempre una elite gobernante de manera
que “prevalezca el sufragio universal o no, siempre gobierna una oligarquía” (§2183).
acumularía efectivos con capacidad y talento para el gobierno.8 Sin embargo, en el mundo
real nos encontramos con obstáculos para la movilidad que terminan derivando en que
aquellos que gobiernan no siempre tienen la capacidad y el talento necesarios (forman
parte de una elite nominal), mientras que en las clases no gobernantes se acumulan
efectivos con capacidad y talento para gobernar (elite de mérito) (§2051).
Pareto, interesado en el estudio del equilibrio social, entendía que las sociedades y
las elites que las gobiernan cambian lentamente, aunque entendía también que esta
transformación podía venir de la mano de cambios abruptos (revoluciones) (§2056-7). La
“transformación lenta” es el resultado de la sustitución progresiva de elementos de la elite
gobernante por otros de las clases no gobernantes con capacidades para mantener el
gobierno (§2054). Aquí es donde entra la distinción famosa entre los leones (fuerza) y los
zorros (inteligencia) como símbolos que caracterizan a distintos tipos de gobernantes en los
que predominan lo que Pareto llamaba residuos del tipo II (persistencia de los agregados,
que requiere de la fuerza en el gobierno) o del tipo I (combinación, que requiere de la
inteligencia y astucia). 9
El ejercicio del gobierno requiere de la combinación del uso de la fuerza y de la
persuasión (que incluye ser astuto pero también capacidad de corromper, sobornar, laminar
al enemigo, etc.), pero Pareto observa que históricamente ha habido clases que han sido
barridas del gobierno (por ejemplo, la aristocracia §2053) y que en otras sociedades
modernas en el gobierno se concentran personas dotadas de capacidades de combinación
(inteligencia, astucia) pero escasas de capacidad y voluntad para usar la fuerza (§2227). La
alternancia entre unos y otros, entre leones y zorros (o viceversa) está determinada por el
equilibrio en la elite gobernante de personas que son más proclives al uso de la fuerza
(leones) o de la “astucia” (zorros) (§2178). Cuando en la elite gobernante aumentan los
“leones” (por ejemplo, en una revolución o tras un golpe de estado), se produce un
desequilibrio porque también se requieren “zorros” para gobernar. Entonces, se incorporan
personas que encajan en estas características y que son menos proclives al uso de la fuerza.
Pero como “la fuerza es también esencial en el ejercicio del gobierno” (§2227), la elite
gobernante se debilita en ese flanco y la probabilidad de terminar con revoluciones o
cambios de gobierno abruptos es elevada por lo que los leones entran de nuevo en el
gobierno (§2179).10 Pero los gobiernos de leones terminan también anquilosados y
escleróticos porque, además de la fuerza, no disponen de las habilidades necesarias para
gobernar (astucia, conocimientos, imaginación, etc.). Por ello, la elite gobernante (leones)
incorpora efectivos de los estratos inferiores con características asociadas a los zorros que,
poco a poco, adquieren más relevancia y debilitan al segmento de la elite identificado con
los leones (más proclives al uso de la fuerza). Se vuelve a generar así un desequilibrio que
propicia una nueva evolución o revolución.
La ley de hierro de la oligarquía
8
Según Pareto, estas capacidades hacen referencia a las dos maneras en que se mantiene el gobierno: el uso
de la fuerza o violencia y el uso de la persuasión o el consentimiento (§2227).
9
Pareto se refiere a los residuos I y II. Los residuos son las características de las personas que son
permanentes, a modo de instintos o inclinaciones. Para Pareto, lo más importantes eran los residuos I y II;
esto es, el instinto de combinación (que genera innovaciones y requiere inteligencia) y la persistencia de los
agregados (que busca el mantenimiento y la conservación y puede requerir coerción o uso de la fuerza).
Ambos son necesarios para el mantenimiento y ejercicio del poder. Véase el trabajo de Coller (2007:101-7)
para una explicación más extensa de los residuos y derivadas en la obra de Pareto.
10
Pareto pensaba que en las masas abundaban los residuos del tipo II, persistencia de los agregados, que
suelen estar relacionados con las inclinaciones al uso de la fuerza.
Se considera a Robert Michels (1867-1936) como uno de los autores que sienta las bases
de los estudios sobre las elites como fenómeno social junto a Pareto y Mosca (Genieys
2011, Field y Highley 2014). La contribución que destacamos aquí no se centra en las
elites políticas, sino en cómo una o varias personas (un grupo) accede al liderazgo de una
organización política y domina a sus seguidores intentando mantenerse en el poder en aras
de ganar eficiencia para transformar la sociedad. Se trata de la creación y mantenimiento
de una elite a través del control de una organización política que se mueve en el dilema de
ser eficiente y democrática. Desde el punto de vista de Michels, el fortalecimiento del
liderazgo, de una elite política (oligarquía) en una organización se hace a costa del
desarrollo de la democracia. De manera similar a como indicaba su coetáneo Max Weber,
es la organización (cualquier organización) la que estructura la dominación sobre las
personas: “La organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los
electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores.
Quien dice organización, dice oligarquía.” (Michels 2008b: 191).
Para demostrar esa tendencia a la oligarquía de los partidos políticos, estudió a fondo
el ejemplo del partido socialista alemán (SPD), al que percibe como un partido
revolucionario que representa al proletariado y cuyo fin es derrotar a la aristocracia
gobernante para terminar con la desigualdad y desarrollar la justicia social. Sin embargo,
para Michels “la organización política conduce al poder, pero el poder siempre es
conservador” (Michels 2008: 155). Una organización revolucionaria también corre el
riesgo de perpetuar un sistema conservador.
Michels defiende que el objetivo principal de los partidos políticos debe ser
organizar metódicamente a las masas para conseguir todos los miembros y votos posibles.
Para alcanzar tal fin, es indispensable la organización, y toda organización desarrolla
inevitablemente un liderazgo que deriva en oligarquía. En los comienzos, tanto los líderes
como la estructura del partido son espontáneos y eventuales, permitiendo desarrollar un
programa más ligado a grandes principios. Sin embargo, a medida que la organización
aumenta de tamaño y poder, esa carga ideológica más radical se va difuminando hasta
convertirse en una mentalidad conservadora una vez que se alcanza el gobierno y la
organización queda en manos de una oligarquía (una elite gobernante o dirigente)
dominante.
Durante dicho proceso se produce un cambio psicológico tanto en el liderazgo como
en la psicología propia de la organización, o lo que es lo mismo, “de las necesidades
tácticas y técnicas que resultan de la consolidación de todo conglomerado político
disciplinado” (Michels 2008b: 191). Por un lado, para aumentar el número de miembros y
votantes se desradicaliza el discurso, lo que da lugar a un partido más heterogéneo y menos
ideologizado (Michels 2008b: 156). Por otro lado, el crecimiento de la organización
(apoyos y poder ejercido) genera una red clientelar y la especialización y
profesionalización del personal del partido, lo que les convierte en dependientes de la
organización. Así, desarrollan un interés (conservador) en su mantenimiento relegando la
vertiente transformadora (Michels 2008b: 164) de la organización. Las oligarquías
dirigentes intentarán el control de la organización y, también, su permanencia, y se verá
mermada la democracia interna ganando peso la disciplina de los miembros. En esta
evolución, las elites gobernantes de la organización intentarán perpetuarse en sus
posiciones de poder/liderazgo generándose un dilema clásico: democracia y participación
versus disciplina y eficacia.
¿Grupo homogéneo?
Buena parte de la reflexión sobre las elites políticas se ha centrado en su papel en el
gobierno de las sociedades, especialmente las democráticas. Esa es la idea que subyace en
algunas de las ideas expuestas y en los debates intensos que las han jalonado a lo largo de
los años como los que relacionan las elites políticas con los tipos de régimen, su estabilidad
y crisis (Higley y Gunther 1992, Higley y Burton 2006), la compatibilidad con la
democracia (Best y Higley 2010), su papel en las relaciones transatlánticas (Best y Higley
2014), pero también el grado de renovación (Tavares et al., 2000, Rodríguez 2011), su
reclutamiento (Norris, 1997), su circulación e interpenetración (Dogan, 2003) o su perfil
social (Best y Cotta 2000).11
Pero, tal como resaltaron los clásicos, también es relevante saber si las elites políticas
son un grupo homogéneo distante de la sociedad, su naturaleza integrada y su grado de
apertura social. Mientras que para las perspectivas pluralistas de raigambre weberiana y
shcumpeteriana la esfera política es la arena donde individuos y grupos (y sus coaliciones)
compiten por influencia y poder en las instituciones (convirtiéndose así en elites políticas),
para el neomarxismo el debate se centra en la existencia de una clase gobernante del
Estado. El conocido debate entre Miliband (1969, 1970) y Poulantzas (1970) sobre esa
clase gobernante y su relación con la estructura social capitalista,12 no hizo sino recoger la
preocupación por la existencia de una elite del poder (de la que la elite política es una
parte) que mueve los hilos para dominar a la sociedad y perpetuar su hegemonía a través
del control de un estado más o menos autónomo.
Charles Wright Mills (1916-1962) es, probablemente, el autor que más claramente
elabora la tesis de la elite del poder observando la sociedad estadounidense.13 Al igual que
Pareto y Mosca, Mills (1956: 28 y ss.) entiende que en la sociedad existe la gran masa y la
elite del poder que la controla y gobierna, y entre ellos se ubican ciertos grupos cuyas
decisiones pueden afectar a gran parte de la población pero en asuntos sin mucha
trascendencia. La elite del poder está compuesta por “aquellos círculos políticos,
económicos y militares que como un intrincado conjunto de grupos exclusivos comparten
decisiones que tienen, al menos, consecuencias nacionales. En la medida en que los
acontecimientos nacionales están decididos, [los miembros] de la elite del poder son
aquellos que los deciden” (Mills 1956:18). Los tres segmentos de este grupo (política,
economía, ejército) están integrados, son homogéneos, y tienen poder debido a su posición
estructural en instituciones clave de la sociedad de las organizaciones: ejército, empresas,
estado. Mills destacaba la creciente imbricación de estas tres esferas, lo que redunda en una
progresiva integración vía intercambio de posiciones (un general que va a la política, un
político que va a una empresa, etc., lo que se suele llamar en España “puerta giratoria”). Su
homogeneidad social deriva del hecho de que se han formado y socializado en espacios
sociales similares (escuelas, universidades, familias, clubes), tienen orígenes sociales
similares, y tienen carreras profesionales parecidas, aunque en diferentes entornos
organizativos, que les llevan a posiciones de poder. Esta cierta homogeneidad (que afecta
también a sus estilos de vida, valores, visión del mundo, criterios de toma de decisiones)
les hace fácilmente reconocibles entre sí y genera una cierta conciencia de grupo (Mills
1956:294-95). Así, “sin esfuerzo consciente, absorben la aspiración –si no la convicción—
de que son Aquellos Que Deciden” (Mills 1956:69). Aunque en las sociedades modernas
se puede esperar un cierto grado de movilidad social, el acceso a las elites del poder,
sugiere Mills (1956:138, 193, 294-95) es complicado si no se proviene de familias
11
Dado que nos resulta imposible referenciar toda la producción relevante sobre elites políticas en estas
breves páginas, remitimos al lector/a interesado al texto de Coller, Jaime y Mota (2016) para revisar la
extensa bibliografía que se ha producido en España sobre las elites políticas.
12
Se puede profundizar en este debate con los textos de Held (1987:206-10) y Therborn (1986).
13
Un tratamiento más extenso de esta obra de Mills se puede encontrar en el texto de Coller (2007: 259-63).
acomodadas que pueden enviar a sus retoños a las mejores escuelas y universidades, si no
se trabaja en organizaciones clave en puestos ejecutivos, si no se tiene lo que Bourdieu
(2000:148-156) llamó “capital social” (contactos, relaciones, que se desarrollan entre
círculos selectos), o si no se ajusta uno con obediencia a los criterios de decisión de los
antecesores (lo que garantiza la continuidad de las políticas, por ejemplo).
Mills (1956:280) entendía que, a pesar de su unidad, esta élite del poder no
representa a una clase o tiene intereses de clase, posición que es contradicha por Bottomore
(1993:23, 26-7), que entiende que existe una clase capitalista dominante interesada en el
mantenimiento de su dominación y cuyos intereses entran en conflicto con los de otras
clases (por ejemplo, trabajadores). Esta clase dominante es diferente de la elite gobernante,
que es una minoría que gobierna a la masa desorganizada y a la que se contraponen otras
elites que aspiran a desplazarla. Elites gobernantes y contraelites forman parte de lo que
Bottomore, siguiendo a Mosca, llama “clase política”. Una posición similar mantiene
Domhoff (1967: 142), quien entiende que la clase gobernante es “la clase alta que recibe
una cantidad desproporcionada de los ingresos del país, es propietaria de una cantidad
desproporcionada de la riqueza del país y contribuye con un número desproporcionado de
sus miembros a las instituciones de control y a los grupos que toman decisiones clave del
país”. Al margen de las disputas por las denominaciones de clases o elites, políticas o
gobernantes, en cualquier país y, especialmente, en cualquier democracia, es necesario
averiguar “qué proporción de la elite o de la clase alta se recluta de los estratos bajos de la
sociedad y a qué proporción de los estratos bajos se les permite subir” (Bottomore
1993:46). En otros términos expresados por Blondel (1973:77) para el caso de las elites
políticas parlamentarias: “¿cuán grande es la distorsión entre la composición del país y la
composición del parlamento?” o, si se prefiere, qué distancia existe entre la sociedad y los
políticos que la gobiernan.
En el apartado siguiente se aportan algunos datos sobre la elite política en España
obtenidos usando el método posicional. Se persigue dilucidar la idea de si la elite política
es diferente de la sociedad en algunas características básicas comparables para las que
existen datos y si estas diferencias se han ido acortando o ampliando. Subyace la
preocupación sobre si la elite política (ejemplificada en los parlamentarios/as) es un grupo
más o menos homogéneo y si se parece o no a la sociedad que los elige.
La distancia social en España
El estudio de los políticos se puede abordar desde dos extremos teóricos (Putnam 1976:2122). Por un lado, el modelo de independencia y, por otro, el modelo de aglutinación. El
primero nos dice que todas las personas tienen la misma probabilidad de formar parte de
una elite política, independientemente de su posición social, de sus cualidades o méritos. El
segundo indica que las personas en posiciones de poder político aglutinan una serie de
características que les ubican en las partes más elevadas de la estructura social: suelen ser
los más formados, los que tienen profesiones más prestigiosas, los más ricos, etc. Ni qué
decir tiene que la realidad está más próxima al modelo de aglutinación que al de
independencia. No hay ni ha habido elites políticas que sigan el modelo de independencia
o que se aproximen a él.
No obstante, en la sociedad y en la academia se observa un número creciente de
voces que abogan por un tipo de representación microcósmica o demográfica (Norris y
Lovenduski 1995: 94, Best y Cotta 2000).14 Esto quiere decir que se aspira a que los
representantes se parezcan a la sociedad que los elige. Esto es, que las instituciones de
14
En buena medida, las aportaciones de Stuart Mill (1958: 42, 103) o Saint-Simon (1985: 41, 89) pueden
considerarse las bases intelectuales de esta perspectiva de representación microcósmica.
representación reproduzcan (más o menos) la estructura social, con sus líneas divisorias. A
buena parte de la ciudadanía les gustaría ver en los parlamentos gente que se les pareciera,
que fuera como ellos, que pensara como ellos. Esta es la idea que late tras el casting del
movimiento Cinco Estrellas en Italia para seleccionar a sus candidatos. No nos debería
extrañar que en un futuro algo similar ocurriera en España, aunque quizá con otro formato,
ateniéndonos al éxito político que han tenido voces como las del “no nos representan”.
¿Cuál es la situación en España? ¿Hay mucha distancia entre parlamentos y
sociedad? ¿Estamos cerca de la representación microcósmica? Para responder vamos a
comparar características básicas sobre las que existe información más o menos completa
tanto para la población como para los parlamentarios. Si analizamos todo el período
democrático, el perfil mayoritario del parlamentario autonómico y del Congreso de los
Diputados es el de un varón, relativamente joven, generalmente nacido en la comunidad
por la que obtiene el escaño, con estudios superiores y profesional del derecho o profesor.
Obviamente, no siempre es así y según el partido, el territorio y la legislatura podemos
encontrar variaciones importantes y algunas llamativas. Un elemento común, además, es
que el grado de homogeneidad social es elevado (Coller y Santana 2009). Es decir, los
parlamentarios tienden a parecerse entre ellos, aunque mucho más en partidos pequeños no
estatales (por ejemplo, BNG, CC o CiU son los más homogéneos).
Las causas que explican esta fotografía son variadas. Las decisiones de los
“selectorados” de los partidos en España generan sesgos claros que favorecen más a unas
personas con ciertas características que a otras. Los “selectorados” son los órganos y
personas que tienen capacidad para decidir quién va en una lista electoral y en qué
posición. Son los grandes desconocidos de este país. Son los que realmente determinan
quiénes van a los parlamentos y, por tanto, afectan la calidad de nuestra democracia. Estos
selectorados movilizan criterios que favorecen a los varones, nativos, jóvenes, con título
universitario y fundamentalmente profesores y abogados ¿En qué medida esos sesgos están
desapareciendo y se genera una representación más demográfica o microcósmica? Para
responder, tenemos el Índice de Desproporción Social. Este índice es la proporción de un
grupo social determinado (mujeres, inmigrantes, universitarios, trabajadores) en la elite
respecto de la población en edad de votar. El IDS nos facilita una medida numérica de la
distancia que existe entre la sociedad y la elite política.
Si la proporción del grupo en la elite y en la población es similar, el índice se
aproximará a 1 y se estará cerca del “modelo microcosmos” de representación política. Si
el índice es mayor que 1, entonces el grupo en cuestión está sobrerrepresentado en la elite
respecto de su presencia en la población. Si el índice es menor que 1, el grupo está
infrarrepresentado. La magnitud de la infra o sobrerrepresentación viene dada por el valor
del índice: cuanto más se aleje de 1, mayor es la distancia o la desproporción social. Mayor
será, también, el sesgo que exista hacia ese grupo determinado. ¿Qué ha pasado en
España?
TABLA 1 AQUÍ (SE ENCUENTRA AL FINAL DEL TEXTO)
¿Qué nos dicen los datos? La Tabla 1 nos muestra el IDS comparando a los diputados
autonómicos y del congreso con la población. En líneas generales, destaca que el IDS de
2011 es más próximo a 1 en la mayor parte de variables que el de 1981. ¿Qué quiere decir
esto? Que después de 30 años, los diputados/as y la población convergen en las
características estudiadas. Por ejemplo, en 1981 las mujeres eran un 51% en la población,
pero solo un 6% en el Congreso y en las cámaras autonómicas. De ahí que el IDS presente
una magnitud de 0,11 reflejando una elevada desproporción. Sin embargo, 30 años
después, el IDS es de 0,83 en las autonomías y en 0,73 en el Congreso, ambos más
próximos a uno que en 1981. Sigue habiendo infrarrepresentación, pero bastante menos
gracias a que los partidos han incluido a más mujeres en sus listas electorales. No obstante,
este esfuerzo parece mayor en las autonomías que en el Congreso, donde parece que entran
menos mujeres.
Entre los inmigrantes internos, la situación es diferente. Los inmigrantes internos son
aquellas personas que han nacido en una comunidad diferente a la que han obtenido un
escaño o residen. El IDS de la Tabla 1 nos muestra también una convergencia hacia el 1
cuando comparamos el de 1981 y el de 2011, aunque persista cierta desproporción.
Pero los datos muestran algo más. Centrémonos en los parlamentos autonómicos: se
han ido cerrando a la población inmigrante a pesar de que hay más inmigrantes internos en
España. Es decir, hay más inmigrantes internos pero menos diputados de esa condición.
Esto no tendría mayor problema cuando la proporción de inmigrantes internos es baja,
como puede ser el caso de Andalucía o Galicia. Pero, ¿qué pasa cuando alrededor de un
cuarto de la población en una autonomía es de origen inmigrante y la línea divisoria
nativo-inmigrante puede ser simbólicamente significativa?
Tabla 2. Diputados inmigrantes (%).
Andalucía
Valencia
Cataluña
País Vasco
TOTAL España
Circa 1981
Diputados/as
Población
6,4
6,8
19
25,2
14
36,2
12
32,5
16
21,4
Circa 2011
Diputados/as
Población
12
6,9
18
21
5
23,2
8
22,2
14,5
17,4
En Cataluña se ve con más intensidad que en ninguna otra parte. La presencia de
inmigrantes se ha ido laminando y esto ocurre por igual en todos los partidos (Coller et al.
2008). Nos encontramos con que los selectorados de partidos diversos han ido reduciendo
en las listas el número de inmigrantes, ya sea por sus propios sesgos o por falta de oferta o
por lo que sea. Y eso choca más si se tiene en cuenta que un cuarto de la población ha
nacido en otra comunidad.
En términos de edad media se observa que tenemos una imagen casi especular puesto
que el IDS está en la órbita del 1 con alguna ligera variación debida al envejecimiento de la
edad media de los diputados del Congreso. Tenemos unos parlamentarios relativamente
jóvenes en las autonomías (42 años). Esta juventud no es sino reflejo de que los
parlamentos autonómicos suelen servir de cámara de fogueo antes de asumir otras
competencias en las instituciones centrales (Congreso, Senado, o Gobierno). Quizá
convenga pensar acerca de la relevancia que se les confiere a las cámaras. Los propios
diputados entienden en su gran mayoría que se trata de cámaras de segundo orden, a
excepción de Cataluña o el País Vasco, donde sus parlamentos suelen ser vistos como una
estación término, no de paso.
Más o menos, lo que ha ocurrido en los últimos 30 años es que la elite política ha ido
convergiendo con la población. Pero en términos educativos ha ocurrido lo contrario: es la
población la que se ha transformado adquiriendo características habituales en las elites
políticas. Se observa en la Tabla 1 que la proporción de titulados universitarios en la
población española en 1981 era del 5% (más del 90% entre los parlamentarios, con ciertas
diferencias). Por el contrario, 30 años después, la proporción de titulados universitarios
entre los españoles era de casi una quinta parte de la población (19%). En consecuencia, la
sobrerrepresentación de este grupo en los parlamentos se ha reducido, como se observa
comparando las magnitudes del IDS de 1981 y los de 2011. Aun así, hay
sobrerrepresentación de titulados universitarios, algo muy habitual en las elites políticas,
aunque en 30 años esa sobrerrepresentación se ha reducido drásticamente. Hay
convergencia entre elite y sociedad.
Veamos las profesiones. Nos centramos en las cuatro que ocupan al 60% de
parlamentarios: profesionales de las leyes, profesores, empleados y empresarios ¿Se
parecen aquí los políticos a la ciudadanía? Aquí es donde hay más divergencia, aunque se
ve en los datos de la Tabla 1 que la desproporción se atenúa. Las ocupaciones más
habituales entre los parlamentarios son la de profesor y la de profesión liberal,
especialmente la de abogado. Se trata de profesiones de la palabra hablada: las dos se
dedican generalmente a persuadir, a convencer con el uso de argumentos y la palabra. Es
decir, como indicó Weber, hay una afinidad electiva entre ellas. Aunque las proporciones
de estos profesionales se han mantenido en la elite, han aumentado sensiblemente en la
población, lo que arroja un índice de desproporción que muestra una reducción de la
sobrerrepresentación a lo largo del tiempo. Como pasaba con la educación, es la población
la que cambia, no la elite, pero entre las dos hay cierta convergencia. En el caso de los
obreros y empleados, la situación es la inversa. Se reduce su presencia en la elite política,
aunque la infrarrepresentación es menor en las cámaras autonómicas que en el Congreso de
los Diputados. La desproporción es la más elevada de todas las profesiones; es decir, los
empleados y trabajadores españoles son los que más están discriminados en la formación
de las elites políticas. No ocurre igual con empresarios, directivos y autónomos. En las
cámaras autonómicas reducen su presencia, pero mantienen su sobrerrepresentación; en el
Congreso de los Diputados, siguen estando infrarrepresentados y también reducen su
presencia.
En resumidas cuentas, estos datos nos muestran que en bastantes aspectos hay una
cierta convergencia entre los parlamentarios y la ciudadanía; hay una mayor apertura social
en la conformación de las elites políticas.15 ¿Estamos frente a una casta social o, por el
contrario, los datos apuntan a que caminamos hacia la microrrepresentación? Al menos en
lo que respecta a las características indicadas, parece que la segunda opción es la más
adecuada.
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15
Y la verdad es que los estudios que se han hecho de las élites políticas en países diversos muestran una
apertura progresiva de las élites para dar entrada a individuos de grupos antes marginados. Para Europa,
véase el trabajo de Best y Cotta (2000); para los Estados Unidos véase el texto de Zweigenhaft y Domhoff
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Tabla 1. Índices de desproporción social (IDS) en los parlamentos autonómicos y el Congreso de los Diputados.
Primera legislatura (circa 1981)
Octava-Décima legislatura (circa 2011)
Diputados
Diputados Diputados
Congreso Población IDSa IDSc
Población IDSa
IDSc
Auton.
Congreso
(1982)
% Mujeres
6
6
50,9
0,11 0,11
42
37
50,6
0,83
0,73
% Inmigrantes
17
28
11
1,54 2,54
14,5
23
17,4
0,83
1,32
Edad Media
42
43
44,5
0,94 0,96
42,3
52
48,1
0,87
1,08
% Universitarios
83
88
4,8
17,29 18,3
87
91
19
4,57
4,7
% Prof. Derecho
19
25
0,3
63,3 83,3
19
21
0,72
26,38 29,16
% Profesores
19
29
3,5
5,42
8,2
19
23
4,69
4,05
4,90
% Trabajadores
12
8
76
0,15
0,1
6,2
7
72
0,08
0,09
% Propietarios y directivos
16
5
5,6
2,85 0,89
11
2
6,2
1,77
0,32
Fuente: Elaboración propia con los datos de la base de datos Bapolau ® y Bapolcon ®.
Nota: Las variables empleadas para la población tiene en cuenta solo a las personas en edad de votar (mayores de 18 años), exceptuando la variable “ocupación” que por
imposibilidad de desagregación incluye a las personas mayores de 16 años.
Diputados
Auton.