Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
PREDINÁSTICO EGIPCIO
ISBN - 84-9822-308-3
Mª Amparo Arroyo de la Fuente
(
[email protected])
THESAURUS: Narmer – Menes – Paletas de afeite – Unificación de Egipto – Señor de
los Animales – Despotes theron
RESUMEN DEL ARTÍCULO: El predinástico egipcio aúna los acontecimientos que
habrían de culminar en el advenimiento de la monarquía dual y la unificación de las
Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto. Esta unión instituiría un símbolo del poder
absoluto del monarca y, sobre todo, un soporte de la fortaleza de Egipto fuera de sus
fronteras, ya que los períodos de crisis a lo largo de la historia de Egipto coincidirían
con la desmembración del país. Desde el punto de vista artístico, las obras elaboradas
en este período desarrollan motivos iconográficos que, si bien ya se habían ensayado
en época prehistórica, se consolidan como fundamentos del poder político y religioso.
Por otra parte, las técnicas artísticas, así como la propia escritura jeroglífica,
consolidan una concepción plástica que sienta las bases de la evolución del arte
egipcio en época dinástica.
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1. El fin del Período Predinástico. Narmer y la Dinastía 0.
La cronología referente a la historia del antiguo Egipto es, todavía hoy, uno de
los temas más controvertidos pendientes para la Egiptología. Es habitual encontrarse
con variaciones en la datación de algunos de los reinados de los grandes faraones,
por lo que, para el correcto seguimiento de una historia del arte egipcio, es
imprescindible acogerse a un determinado esquema cronológico que permita una
datación lineal y lógica de las diferentes obras analizadas.
Para la cronología de los sucesivos períodos de época dinástica, así como para
la propia denominación de los mismos, y la duración de los mandatos de los diferentes
faraones, se ha utilizado una publicación reciente llevada a cabo por varios autores:
The Treasures of the Egyptian Museum (1999), El Cairo. La cronología reseñada está
basada en los estudios precedentes de John Baines y Jaromír Málek (1988), para el
período que comprende desde los orígenes hasta la X Dinastía (2135 a.C.), y de J.
von Beckerath (1984), para las dinastías posteriores hasta el fin de la era faraónica.
Sin embargo, los estudios cronológicos referentes al antiguo Egipto, no sólo adolecen
de considerables variaciones de datación, sino que, a lo largo de la corta historia de la
Egiptología, han variado también las tradicionales denominaciones otorgadas a los
principales períodos de la historia de Egipto.
Sin duda, el cambio más significativo, en gran parte aún no consolidado, es el
abandono de la agrupación tradicional en imperios por la nueva denominación de
reinos, que ya aparece en la cronología citada en The Treasures of the Egyptian
Museum (1999). Así pues, actualmente se habla de Reino Antiguo (2575-2135 a.C.),
Reino Medio (1994-1650 a.C.) y Reino Nuevo (1550-1075 a.C.), entre los que se
intercalan los tradicionales Períodos Intermedios que responden a etapas de profunda
crisis en el desarrollo histórico de Egipto.
El período inmediatamente anterior a la unificación de las Dos Tierras es,
probablemente, uno de los más controvertidos en este sentido, y es preciso aclarar la
datación del mismo, así como la denominación de las diferentes etapas que preceden
a las denominadas Dinastías. Tanto el reinado de Narmer como las dinastías tinitas (I
y II Dinastías) se han englobado tradicionalmente en el Período Protohistórico, sin
embargo, según la cronología reseñada en The Treasures of Egyptian Museum
(1999), habría que denominar Período Predinástico al que abarca desde el surgimiento
de la cultura de Nagada (Nagada I, en torno al año 4000 a.C.), hasta el mandato de
Narmer (ca. 3000 a.C.), momento en el que tradicionalmente se considera iniciado,
sino consolidado, el proceso de unificación de Egipto, tesis que se apoya en las
manifestaciones artísticas que ha legado este primitivo faraón.
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Las dos primeras dinastías, denominadas dinastías tinitas, y la tercera, a la que
perteneció el faraón Djoser, se engloban en el Período Protodinástico (2920-2575
a.C.), inmediatamente anterior al surgimiento de la cuarta dinastía y el origen del
Reino Antiguo, momento en el que las concepciones políticas, religiosas y artísticas
del Antiguo Egipto se hallaban ya plenamente consolidadas, iniciándose así una
prolongada andadura que terminaría con la invasión persa de Cambises en el año 525
a.C. Aunque dichas concepciones renacerían brevemente —ya muy transformadas—
en época ptolemaica, tras la conquista de Alejandro Magno en el 332 a.C., este
renacimiento sería enterrado definitivamente por el Imperio Romano tras la derrota de
Cleopatra VII en el año 30 a.C.
Con anterioridad al surgimiento de la I Dinastía e incluso al mandato de Narmer,
en los últimos años del período predinástico, están documentados aún cementerios de
élite en Hierakómpolis y Abydos que, por un lado, continuaron la tradición gerzeense y,
por otro, anticiparon las grandes necrópolis de las dinastías tinitas. Este período,
previo a la unificación del país, que arqueológicamente se corresponde con el período
de Nagada III, queda bien ejemplificado con una tumba de Abydos en la que ya se
presiente la complejidad de las posteriores construcciones funerarias de época tinita.
A la cámara funeraria en la que se
colocó un tabernáculo de madera con el
difunto, se adosaron diversas dependencias;
nueve de ellas presentan una estrecha
apertura
que
podría
representar
simbólicamente una puerta, dotando así al
difunto de una estructura que probablemente
simulase “un edificio de la arquitectura
Tumba del cementerio de élite en Abydos.
Finales del Predinástico, Nagada III (ca. 3.200
a.C.).
palaciega o ritual” (Seidlmayer, 1997: 2627). Las dos estancias restantes, probablemente añadidas con posterioridad, se
destinaron al almacenaje del ajuar y las provisiones para el más allá; una parte
considerable del citado ajuar estuvo compuesto por vasijas de cerámica importadas de
Palestina, en las que se conservan marbetes (rótulos en los que se detalla el
contenido) que delatan un considerable avance en el ámbito administrativo.
Los vestigios arqueológico-artísticos confirman la consolidación de la unificación
del país de la mano de Narmer, sin embargo, tanto la controvertida figura de este
primer faraón como la de sus herederos, requiere un análisis de las fuentes que,
acerca de la sucesión de los primeros mandatarios del antiguo Egipto, han llegado
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hasta nosotros, ya que son varias las tesis acerca de la identidad de los primeros
faraones de Egipto.
La fuente fundamental para el estudio de la realeza egipcia es, sin duda,
Manetón, a quién debemos la tradicional agrupación de faraones en las treinta y una
dinastías previas a la conquista de Alejandro Magno (332 a.C.). Manetón (Manetho)
nació en Sebenito y escribió para Ptolomeo II Philadelpho (285-246 a.C.) una historia
de Egipto que permitiera a la nueva dinastía de extranjeros conocer las costumbres y
el desarrollo del país conquistado para, como posteriormente haría la dinastía
ptolemaica, respetar y conservar, en la medida de lo posible, la ancestral sabiduría del
Antiguo Egipto. Manetón fue sacerdote del templo de Heliópolis, por lo que se puede
suponer que el listado de faraones que incluyó en su obra fue extraído de los archivos
de este centro de sabiduría egipcia. De su Aegyptiaca se conservan tan sólo algunos
fragmentos a través de Josefo, Eusebio y Africano. A su labor de recopilación de un
listado de monarcas para los mandatarios ptolemaicos se debe la helenización de
algunos de los nombres de los grandes faraones egipcios (Amenophis por Amenhotep,
o Thutmosis por Thutmés, etc.).El primer faraón del Alto y Bajo Egipto, según este
sacerdote de Heliópolis, fue Menes, que fundó la ciudad de Menfis. Sin embargo, el
nombre de Menes no está documentado arqueológicamente, por lo que ha sido
identificado con diferentes faraones de la I Dinastía, cuyos enterramientos se conocen
y cuyos nombres aparecen en las estelas y documentos artísticos conocidos.
La escritura jeroglífica se adivina ya en las paletas y mazas de época
predinástica y protodinástica; su pleno desarrollo, que se corresponde con los textos
de principios del Reino Antiguo, especialmente con los Textos de las Pirámides, se
consolidaría en el Reino Medio, momento en el que se sentaron las bases del
denominado egipcio clásico. El surgimiento de la escritura en Egipto estuvo
íntimamente relacionado con la adjudicación de hechos trascendentes a los primeros
faraones de época predinástica, quienes reseñaban su nombre en los monumentos
funerarios y en obras conmemorativas de todo tipo.
Pero a lo largo de la historia de Egipto, la escritura se convertiría, no sólo en un
elemento imprescindible para la administración, tal y como ya se adivina en los
marbetes de la tumba predinástica de Abydos, sino también en un importante medio
de propaganda política, así como de simbólica forma de creación, muy relacionada
con las ideas religiosas. Los textos adornaron, por tanto, no solo los grandes templos,
sino también las paredes de las tumbas; así pues, la escritura jeroglífica, muy influida
por las formas artísticas (o quizá determinante para la consolidación de las mismas),
sería un aditamento imprescindible tanto de relieves monumentales como de pinturas
murales.
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Algunos signos fundamentales ya se adivinaban en las representaciones
prehistóricas, sin embargo, es en época predinástica cuando por vez primera se
pueden leer algunos de los nombres de los primeros faraones, lo cual nos permite
comparar estas evidencias arqueológicas con las fuentes que nos han legado un
listado de los mandatarios egipcios.
Según palabras de Antonio Blanco Freijeiro “A diferencia de Mesopotamia,
donde la escritura nace al servicio de la administración, para cuentas, rótulos,
inventarios, etc., en Egipto lo hace algo más tarde, hacia el 3000 a.C., con un
propósito distinto: conmemorar unos hechos y unas personalidades históricas; en
primer lugar el hecho de la unificación del país y la gesta sobrehumana de sus
promotores. Al tiempo que la unificación se constituye, también la divinización de la
monarquía. La escritura jeroglífica será la expresión paladina de ambas.” (Blanco,
1989: 30).
Así pues, sin que se deba olvidar la importancia simbólica que tuvo el nombre en
Egipto (nombrar una cosa equivalía a dotarla de entidad real, a crearla y facilitar su
existencia eterna), la lectura de los primeros nombres de los faraones obliga a analizar
los diferentes títulos con que se autodenominaban. Pero antes de analizar estos
nombres oficiales del faraón, es preciso aclarar que este término, faraón, no alude a
un tipo de soberanía particular de Egipto, sino que responde a una corrupción del
término egipcio para designar el palacio o
casa grande, pr-a, en el que habitaba el
máximo dignatario del país. En época tardía,
se
produjo una confusión entre dicho
mandatario y el edificio sede simbólica de su
poder, hasta tal punto que el citado término
Escritura jeroglífica. Casa grande, palacio.
pasó a definir a la persona más que a su residencia en lengua copta, de donde los
griegos tomaron la palabra faraón. Sin embargo, sería más apropiado hablar de
monarcas, reyes o soberanos de Egipto , ya que los términos con los que se hacía
alusión al representante del poder dual
fueron, entre otros, ity o nesu, que se
corresponden con las traducciones citadas;
por otra parte, el vocablo hm, que suele
interpretarse como majestad, hace también
El ‘soberano’ en la escritura jeroglífica.
alusión al sentido divino de la monarquía
egipcia
y
debe
entenderse
como
encarnación o personificación, aludiendo al rey de Egipto como Horus (Frankfort, 1976:
69). El nombre más primitivo, el denominado nombre de Horus, es el que adoptaron
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los faraones de las dos primeras dinastías, procedentes del Alto Egipto y, por tanto,
muy relacionados con el divino halcón. Se representaba inscrito en una cartela
rectangular denominada serekh, que figuraba la fachada de la gran casa o palacio del
principal mandatario egipcio, sobre la cual se situaba el halcón.
Posteriormente,
este
nombre
se
complementaría con otro que ya hacía
referencia a la monarquía dual sobre el Alto
y Bajo Egipto y que, por tanto, reflejaba la
plena consolidación del proceso unificador,
mientras que el nombre de Horus sugería el
sometimiento inicial del Bajo Egipto ante la
conquista de reyezuelos locales procedentes
del Alto Egipto. Este segundo nombre es
Nombre de Horus. Estela de la tumba del rey
Nebre. Saqqara. Principios de la II Dinastía (ca.
denominado nebti, las Dos Señoras, en
2.770 a.C.).
alusión a Nekhbet, la diosa buitre divinidad
heráldica del Alto Egipto, y a Uadjet, diosa cobra del Bajo Egipto .
A partir de la VI Dinastía (2323-2152
a.C.), comenzó a utilizarse el nombre de
Horus de Oro, en el que se representaba
al dios halcón como vencedor de Seth,
simbolizado
por
su
emblema
correspondiente y el collar de oro, que era
signo de riqueza y prosperidad; con este
collar se hacía además referencia a
Ombos, la capital del nomo originario de
Nombre nebti, Las Dos Señoras. Escritura
jeroglífica. Corredor del templo de Horus en Edfú.
Seth. Dicho collar de oro se colocaba
debajo del halcón.
El primero de los nombres que se
inscribió en un cartucho fue el nesubit o
nombre del rey del Alto y Bajo Egipto, que
eran simbolizados en esta ocasión por la
juncia y la abeja respectivamente. Por
Nombre del Horus de Oro. Escritura jeroglífica
último, el nombre del Hijo de Ra , aludía ya a
(Gardiner G8).
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la divinización de la monarquía; a partir del
Reino Medio, este es el nombre que el
faraón recibía tras su nacimiento y, por
tanto, es con el que se conocía a los
Nombre nesubit. Rey del Alto y Bajo Egipto.
Escritura jeroglífica (Gardiner M23, L2).
faraones de Egipto.
Uno de los inconvenientes del listado
de Manetón, es que no hace referencia al
nombre escogido para reseñar al faraón, por
lo que es necesario contrastarlo con otras
Nombre del Hijo de Ra. Escritura jeroglífica
fuentes. Algunas de las principales son:
• El Papiro de Turín (P.A.), que data de
(Gardiner G39, N5).
la XIX Dinastía (1291-1075 a.C.) y aporta en escritura hierática el nombre y la
duración de los reinados de los faraones de Egipto, desde los predinásticos
hasta la citada Dinastía. El Papiro de Turín cita diecisiete reyes tinitas, de los que
tan sólo doce han sido documentados arqueológicamente.
• La Tableta de Abydos (T.A.) fue grabada en el interior de la tumba de Seti I
(1289-1279 a.C.) y consigna el nombre de 76 faraones desde época tinita hasta
el citado Seti I .
• La Tableta de Sakkara (T.S.) nos ha
legado los nombres de 47 reyes, de
la I Dinastía a la XVIII Dinastía. Sin
embargo, la lista se inicia con
Merbapen (Anedjib), probablemente
el primer faraón cuyo origen hay que
situar en el Bajo Egipto, lugar donde
se ubica Sakkara, donde, por tanto,
Galería de los Reyes en el templo de Seti I en
fue considerado el primer faraón
Abydos (1289-1279 a.C).
legítimo. La lista termina con Ramsés II (1279-1212 a.C.), faraón de la XVIII
Dinastía, de cuyo reinado data este listado.
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• Por último, el denominado Calendario
de Palermo es una estela de basalto
de la que nos han llegado cinco
fragmentos,
probablemente
erigida
durante la V Dinastía (2645-2623
a.C.), en la que se consignaron los
nombres y duración de los reinados de
los faraones de las cinco primeras
dinastías,
destacando
además
los
acontecimientos principales de cada
Fragmento del Calendario de Palermo, Piedra
de los Anales. V Dinastía (2465-2323 a.C.).
Museo Arqueológico de Palermo.
reinado. El fragmento mayor, conservado en el Museo Arqueológico de Palermo
y conocido como la Piedra de los Anales, muestra los nombres de los reyes
predinásticos; a partir de la I Dinastía, los años consignados son denominados
por el principal acontecimiento ocurrido, generalmente de carácter religioso o
ritual, indicando además la medida exacta de la crecida del Nilo. En el segundo y
tercer registro aparecen los ocho reyes de la I Dinastía, mientras que en el cuarto y
quinto, pueden verse los de los nueve de la II Dinastía.
Estas son las fuentes tradicionales para el estudio de los reyes de las primeras
dinastías egipcias, junto con los fragmentos de la citada obra de Manetón. El primer
faraón aludido por este sacerdote de Heliópolis, Menes, no aparece en ninguna de las
restantes fuentes, por lo que uno de los principales problemas para el estudio de la
unificación del antiguo Egipto, es la identificación de este Menes con alguno de los
faraones que han sido documentados arqueológicamente. Si bien, tradicionalmente se
había venido identificando al Menes de Manetón, fundador de Menfis, con Narmer,
alegando cierta corrupción en la trascripción del nombre, actualmente se tiende a
identificar a Menes con Horus-Aha, primer faraón de la I Dinastía (2920-2770 a.C.),
que inició la consolidación definitiva de la unificación del país.
Durante este período, que conduciría a la afirmación del estado dual egipcio,
existió una alternancia entre mandatarios del Alto y del Bajo Egipto, reconocible
gracias a vestigios arqueológicos y artísticos, que, sin embargo, no parece que
implicase en ningún momento una nueva desmembración del territorio.
Así pues, Narmer, cuyo nombre aparece ya en obras de arte conmemorativas de
la unidad del país, es considerado actualmente como el único representante, cuyo
nombre nos es conocido, de la denominada Dinastía 0, datada en torno al año 3000
a.C. Durante la citada Dinastía 0, que se corresponde con el predinástico tardío, son
muchas las manifestaciones artísticas que sugieren los enfrentamientos previos a la
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unificación del Alto y Bajo Egipto y que, en el caso de la conocida Paleta de Narmer,
nos hablan del primer personaje que parece aunar en su persona la monarquía dual
egipcia.
2. Escultura y relieve del Predinástico Tardío
La importancia creciente de algunos de los centros religiosos más relevantes del
antiguo Egipto se refleja ya a finales de época predinástica, no sólo en las ricas y
simbólicas ofrendas que hubo de atesorar el templo de Hierakómpolis, en su mayoría
relieves, sino también en el descubrimiento que hizo Flinders Petrie de tres estatuas
monumentales del dios Min, aparecidas en su santuario de Coptos, cerca de Tebas.
En este lugar, probable origen de esta divinidad itifálica, han aparecido los torsos de lo
que hubieron de ser “como mínimo, tres estatuas del dios Min, que debieron medir
unos 4 m. de altura” (Seidlmayer, 1997: 30). Aunque se conservan otros fragmentos
en el Museo de El Cairo, probablemente el
más impresionante es un fragmento de 1’77
m. de altura, conservado en el Ashmolean
Museum de Oxford.
Los restos muestran la figura de un
hombre, desde el pecho hasta las rodillas,
con los brazos muy estilizados y pegados al
cuerpo. La única decoración consiste en un
cinturón y en la sutil sugerencia de las
Fragmento de una estatua monumental del dios
Min. Finales del Predinástico (ca. 3150 a.C.).
rodillas, mediante líneas incisas. Lo más
Ashmolean Museum, Oxford.
destacado es, sin duda, la mano izquierda
que, de forma muy estilizada, aferra el miembro viril, símbolo de la divinidad; en su
lugar aparece hoy un orificio que sugiere la posibilidad de que el falo estuviese
realizado en otro material.
Junto a la cintura y en la pierna izquierda pueden observarse una serie de
oquedades, cuya utilidad es desconocida pero que, sin duda, formaron parte del ritual:
“En rigor, más que estatuas de culto son ídolos de la fertilidad y de la procreación, de
cuerpos cubiertos de cazoletas mágicas y en los que sobre todo se exalta el vigor
sexual. Entre los fragmentos hay una cabeza rapada, de grandes orejas y barba. No
se sabe a cuál de los tres torsos pertenece. Es posible que su rostro no esté tan
estropeado como parece, sino que al igual que tantas otras esculturas primitivas
utilizadas en ritos de fecundidad, nunca haya tenido rasgos faciales” (Blanco, 1989:
44).
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En cualquier caso, aparece ya consolidada la iconografía habitual del dios,
caracterizada por el falo erecto; sin embargo, la concepción artística y escultórica de
esta obra todavía no anticipa lo que sería el arte oficial de época dinástica, aunque sí
responde a una evolución de un idolillo itifálico amratiense (Nagada I). Coptos estuvo
situado en la orilla oriental del río, frente a Nagada, por lo que es posible que el citado
idolillo constituyese un precedente de estas representaciones monumentales; si se
considera la cabeza citada por Antonio Blanco Freijeiro como perteneciente a uno de
los torsos de Min, tanto la barba como las destacadas orejas coincidirían con la
concepción del pequeño idolillo amratiense. La barba sería una atribución
característica de la divinidad y, por extensión, del faraón; por su parte, ya se ha hecho
referencia, al hablar de la prehistoria, al significado de las orejas como amuletos,
expresando una especial predisposición del dios a escuchar las súplicas de los fieles
(Castel, 1999: 283-284). La diferencia primordial con este primitivo idolillo y también la
característica que más acerca estas tempranas representaciones de Min a lo que sería
el arte de época dinástica, es, sin duda, y al margen de la iconografía que ya se intuía
en el idolillo amratiense, la monumentalidad.
Sin embargo, al margen de las colosales esculturas halladas en Coptos, la
tradición de los idolillos prehistóricos se mantuvo con similares características. El
Ashmolean Museum de Oxford conserva también una pequeña estatuilla de basalto
(39 cm.) de un hombre de expresivos ojos y prominentes orejas, con una barba que
recuerda las barbas osiriacas postizas que, más adelante, caracterizarían a los
faraones. Los brazos, pegados a las caderas, y el intenso frontalismo de esta figurilla
parecen anticipar lo que serían futuros preceptos del arte egipcio. Bajo un estrecho
cinturón, el personaje luce un elaborado estuche fálico; la importancia concedida a
este elemento en el conjunto de la composición, sugiere que, de nuevo, la
representación aludía al dios de la fertilidad Min. Sin embargo, la iconografía de las
esculturas monumentales de Coptos, con el falo erecto, estaba destinada a una mayor
pervivencia.
Las expresiones artísticas más interesantes del predinástico tardío, tanto desde
el punto de vista artístico como histórico, son relieves de carácter narrativo
representados en muy distintas piezas, desde mangos de cuchillo, pasando por mazas
y culminando en las paletas de afeite. Todos estos útiles tuvieron su origen en las
culturas prehistóricas, desde donde se puede rastrear la importancia simbólica que
adquirieron a finales de la época predinástica.
El trabajo en sílex, documentado desde época muy temprana, evolucionó
gracias a la talla en cola de pez que comenzó a utilizarse en época amratiense,
desarrollándose ya por ambas caras en el gerzeense, cuando su cuidada elaboración
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sugería la importancia de los individuos en cuyos ajuares aparecían estas piezas. Del
mismo modo, las mazas amratienses (discoidales) que, a finales del predinástico
retomaron la tipología piriforme, enmangadas en un astil de madera, se asociaron
también a los enterramientos de personajes destacados.
Finalmente las paletas para afeites, elemento originario del Alto Egipto que
estaba destinado a convertirse en el soporte preferido para la representación de las
victorias del Alto Egipto y la posterior unificación, están ya documentadas en el
tasiense y el badariense, así como en la cultura maadiense del Bajo Egipto,
probablemente importadas; con el desarrollo de la cultura de Nagada II o gerzeense,
estos útiles de primitivo uso cosmético presentaban ya una serie de características
que les acercaban a la concepción de la paleta predinástica: así pues, es evidente, ya
en época gerzeense, el abandono de la utilidad de estas paletas a favor de una
relativa monumentalidad de las mismas que las hizo inoperantes.
Es posible que se utilizaran como elementos de tipo ritual; sin embargo, la
iconografía que entonces apareció, centrada en evocaciones zoomorfas, todavía no
sugería la elaboración de las paletas conmemorativas de época predinástica.
2.1. Mangos de cuchillos
Los cuchillos, generalmente de pedernal, se decoraban con mangos de marfil
procedente
de
colmillo
de
hipopótamo,
en
los
cuales
se
representaban
acontecimientos trascendentes; la riqueza y la delicadeza con que se realizaron los
relieves de algunos de estos cuchillos indica que nos hallamos ante objetos de gran
valor, realizados con alguna función ritual, ceremonial o bien simplemente votiva, sin
que pueda ser considerada la posibilidad de objetos de uso cotidiano. Se consolidaba
de este modo la evolución que ya se iniciara con la cultura de Nagada.
La iconografía desplegada en estos soportes (mangos de cuchillo) apunta a una
profunda influencia mesopotámica con imágenes zoomorfas entre las que destacan los
frisos de animales que, en ocasiones, se agilizaban con la aparición de cánidos o
felinos atacando a antílopes, aunque no faltan representaciones más dinámicas como
la que muestra a dos serpientes entrelazadas en el cuchillo de Saghel el-Baghliye.
Los característicos frisos de animales también aparecen en una peineta de marfil
conservada en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, en la que alternan
mamíferos y aves dispuestos en riguroso orden, variando la dirección de los mismos
en cada una de las filas. Esta ordenada disposición de “animales que desfilan
ordenadamente, en hileras” ha sugerido a algunos investigadores que pudieran estar
inspirados en “las improntas de los sellos cilíndricos” (Blanco, 1989: 20)
mesopotámicos. Esta sugerencia está directamente relacionada con la tesis que
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defiende el origen asiático de la élite que
daría lugar en Egipto a las primeras
dinastías;
según
esta
teoría
los
conquistadores que lograron unificar el Alto
y
Bajo
Egipto
y
que
impusieron
sus
paradigmas políticos y artísticos en época
protohistórica, procederían de una invasión
Fragmento de una peineta. Finales del
Predinástico (ca. 3150 a.C.). Museo
Metropolitano de Nueva York.
llevada a cabo a finales de IV milenio a. C.
Parece más convincente la tesis que los
hace evolucionar a partir de las culturas de
Nagada, donde algunas de las concepciones políticas y artísticas del protodinástico ya
se habían fraguado, sin que por ello haya que olvidar la profunda influencia asiática a
la que se vieron sometidas tanto la cultura de Nagada como las representaciones
artísticas del predinástico, influencia que puede atribuirse más a las ancestrales
relaciones comerciales con Oriente que a una acción violenta o de conquista.
Idéntica disposición en hileras adoptan, en otros ejemplares, las figuras
antropomorfas, sugiriendo la representación de prisioneros mediante filas de
personajes armados que flanquean a otros sentados. El más destacable entre los
ejemplares de mangos ebúrneos es, sin duda, el denominado cuchillo de Gebel elArak, cuya hoja de sílex está rematada por un mango de marfil de colmillo de
hipopótamo, tal y como era habitual. En uno de los lados aparece la figura, que ya se
ensayara en las pinturas de la Tumba 100
de Hierakómpolis, del señor de los animales
o
despotes
theron,
cuyo
origen
mesopotámico se ve aquí subrayado por la
propia vestimenta del personaje que, en este
caso, luce un faldellín y un tocado de borde
muy destacado. Esta indumentaria, unida a
Mango del cuchillo de Gebel el-Arak. Finales del
la característica y poblada barba sugiere “los
Predinástico (ca. 3150 a.C.). Museo del Louvre,
mismos rasgos iconográficos del Dumuzi
París.
sumerio” (Blanco, 1989: 20). Bajo la figura dominante del domador de animales —en
este caso, dos leones rampantes— se representa la tradicional escena de persecución
o cacería, en la que leones y cánidos atacan a una manada de gacelas. Las pausadas
imágenes con frisos de animales, reemplazadas por estas de furiosa actividad, en las
que unos depredadores atacan a manadas de animales pacíficos, se irían
sustituyendo por otro de los temas preferidos del predinástico, que estaba abocado a
un mayor desarrollo posterior: las escenas de guerra.
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El lado opuesto del mango del cuchillo de Gebel el-Arak brinda una de las más
antiguas y elaboradas de estas escenas, dividida en frisos; los dos primeros presentan
imágenes de combate entre diferentes individuos, mientras que los inferiores parecen
representar una batalla naval. En el friso más bajo, aparecen tres barcos similares a
los representados en la cerámica D-Ware gerzeense, con quilla en forma de media
luna y cabinas de esteras, de los que, al igual que en las pinturas de la Tumba 100 de
Hierakómpolis, han desaparecido los numerosos remos característicos de la
decoración cerámica. Por encima de éstos y de una fila de personajes, probablemente
ahogados, aparecen otros barcos sensiblemente distintos: de quilla plana y proa y
popa elevadas, que tienen su precedente más inmediato en el gran barco negro de la
Tumba 100 de Hierakómpolis; este tipo de embarcación está documentado en
Mesopotamia, por lo que la representación podría hacer referencia a un
enfrentamiento entre asiáticos y egipcios, que no necesariamente hubo de suponer
una conquista por parte de los primeros, sino que simplemente relataría los choques
entre dos incipientes potencias comerciales.
En cualquier caso, la cuidada elaboración del relieve, no ya desde el punto de
vista artístico, que culmina el realismo de representaciones zoomorfas previas, sino
también desde el punto de vista narrativo, sugiere la conmemoración de un hecho
importante que corrobora el uso ritual o votivo de esta pieza.
2.2. Mazas
La iconografía que aparece en las mazas ya alude plenamente a las hazañas
reales, lo que indica que o bien fueron piezas de carácter votivo o conmemorativo, o
bien se utilizaron como armas de aparato para las apariciones públicas de los reyes.
La más significativa es sin duda la del rey Escorpión, probable antecesor de Narmer.
Su nombre no está recogido en ninguna de las fuentes; se le ha supuesto el padre de
Narmer, a quien tradicionalmente se considera su inmediato sucesor. En esta pieza
pueden ya adivinarse algunos de los emblemas de la realeza egipcia, así como de los
convencionalismos artísticos que caracterizarían también la iconografía de las paletas
de afeites conmemorativas.
En la maza del rey Escorpión (Figura 14) aparece con toda claridad su nombre
representado por un Escorpión y una roseta que podría hacer referencia a Horus, es
decir, al nombre de Horus de este primitivo faraón, ya que en un vaso dedicado por el
mismo personaje en Hierakómpolis el signo del Escorpión aparece claramente
precedido por el halcón. En la escena, el faraón aparece iniciando el ritual de la
siembra que, si atendemos a la estilizada vegetación representada en torno, se lleva a
cabo a orillas del Nilo. El sagrado río no aparece aquí representado como un curso
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
lineal, sino mediante diferentes brazos que
aíslan superficies en las que aparecen
figuras dedicadas a labores agrícolas, lo
que ha sugerido que pueda tratarse de
una estilización, a vista de pájaro, del
Delta. Si así fuese, tal y como afirma Pilar
González Serrano (González, 2000: 120),
el
Faraón
estaría
celebrando
este
importante ritual en el territorio del Bajo
Egipto
que
habríamos
de
Maza del Rey Escorpión. Finales del Predinástico
suponer
(ca. 3150). Ashmolean Museum, Oxford.
subyugado ya al poder de un rey del Alto Egipto.
La figura del Faraón se caracteriza gracias a varios símbolos esenciales: en
primer lugar, el mayor tamaño de la figura, que se diferencia además por la cola de
perro y la tiara blanca característica del Alto Egipto. La citada cola de perro con la que
los faraones de época predinástica, tanto Escorpión como Narmer, se caracterizaban
en este incipiente arte áulico, se corresponde probablemente con las costumbres de
los primitivos cazadores nómadas. “En muchas solemnidades el rey se reviste de unos
ornamentos que exaltan su figura como gran cazador, con el arcaico estuche fálico (un
exiguo taparrabos), el pelo trenzado sobre la frente (el uraeus de tiempos históricos) y
una cola de perro con la que adquiere sus extraordinarias facultades para la caza”
(Blanco, 1989: 18).
La tiara blanca o Hedjet propia del Alto Egipto aparece aquí caracterizando a
Escorpión como monarca originario de esta zona, ya que la tiara roja o Deshert ha sido
considerada tradicionalmente como perteneciente a los reyes del Bajo Egipto; la doble
corona o Sekhemti, habitual en época dinástica, representaría por tanto la unión del
Alto y del Bajo Egipto. Sin embargo, existen opiniones contradictorias con respecto a
la clara interpretación territorial que hasta el momento se hacía de las citadas coronas,
cuya unión, si bien aludía sin duda a la unificación del país, no implicaba, según
algunos investigadores entre los que se cuenta Stephan Seidlmayer, el origen
geográfico de cada una por separado:
“El territorio egipcio se concibió como la unión de dos mitades, el Alto y el Bajo
Egipto, y el reino faraónico como un reino doble, como reino del Alto y el Bajo Egipto.
Cada rey tuvo que repetir el rito de la ‘Unificación de las Dos Tierras’ en el momento
de subir al trono. Este esquema rector de un dualismo geográfico impregna el
pensamiento egipcio. Las coronas, las formas arquitectónicas, ‘las plantas heráldicas’
y las divinidades se asignan simétricamente a ambos territorios. En nada cambia este
hecho el que, por ejemplo, la corona del Bajo Egipto fuera la roja y que por primera
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
vez, hacia mediados del IV milenio a. C., estuviera ya documentada pictóricamente en
el corazón del Alto Egipto, en Nagada, por lo que no puede ser en ningún caso
genuina del Bajo Egipto. El carácter convencional de este esquema históricamente
problemático se pone aquí en evidencia” (Seidlmayer, 1997: 26).
El faraón, caracterizado de este modo, porta la azada con la que inicia la
ceremonia de la siembra acompañado de un séquito, representado a menor tamaño y
compuesto por un portador de una cesta —probablemente para semillas—, dos
portadores de abanicos y, en el registro superior, los portadores de las insignias
reales, con los estandartes de Horus. En el lado opuesto, el mismo personaje es
representado entronizado frente a un grupo de mujeres tradicionalmente interpretado
como bailarinas, junto a otras que aparecen en sillas, escoltadas por un soldado. El
escenario, con plantas de papiro, ha sido interpretado como una representación
estilizada del Delta, donde se desarrollaría la escena; el friso de aves colgadas por el
cuello, simbolizaría la sumisión del Delta ante el soberano del Alto Egipto.
La maza de Narmer, supuesto sucesor del rey Escorpión, presenta una
iconografía muy similar a la descrita. Narmer aparece entronizado bajo un baldaquino
que recuerda los que posteriormente simbolizarían el Jubileo o festival del Heb-Sed,
una renovación simbólica de los poderes del faraón que éste debía realizar
periódicamente y que probablemente se halla en relación con primitivas prácticas de
occisión del rey divino (Frazer, 1986: 312-332) (Frankfort, 1976: 113-119); sobre el
baldaquino la diosa buitre Nekhbet, divinidad heráldica del Alto Egipto. El séquito de
Narmer se compone de dos portadores de abanicos, unos lanceros y unos
funcionarios, a los que acompañan los portaestandartes, en este caso, bien
diferenciados (dos estandartes de Horus, uno de Seth y otro de Min), que volverían a
aparecer en su paleta. Debajo de los portaestandartes aparece una mujer en una silla
de manos que se ha relacionado con la garza situada sobre un edificio, que puede
hacer referencia a la ciudad de Buto, en el Bajo Egipto, ya que este era el animal
sagrado de la ciudad. Esta figura ha sido interpretada como la esposa de Narmer,
procedente de Buto, cuyo enlace con el faraón del Alto Egipto permitiría la legitimación
del poder dual de Narmer.
Otros símbolos parecen hacer referencia al botín logrado por el faraón: bueyes,
antílopes y, sobre todo, una serie de prisioneros con las manos atadas, bajo los que se
consigna el alcance del citado botín: “120.000 prisioneros, 400.000 bueyes, 1.420.000
cabezas de ganado menor” (Blanco, 1989: 28).
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
2.3. Paletas de afeite
Estos útiles con función cosmética característicos del Alto Egipto desde época
prehistórica, alcanzaron en tiempos predinásticos una gran importancia no sólo
simbólica o política sino también artística. Las piezas de época predinástica destacan
por el carácter monumental que las aparta del uso cotidiano, por lo que se ha supuesto
que fueran piezas votivas destinadas a la simple exposición, sin embargo son varias
las hipótesis al respecto: “Si las paletas monumentales no estuvieron expuestas sólo
como piezas ornamentales, cabe suponer que también se emplearon para la unción de
las imágenes de los dioses en el culto” (Seidlmayer, 1997: 27). La pieza más
significativa del período gerzeense, la paleta
del
Museo
Egipcio
de
El
Cairo
que
representa bien una cabeza de vacuno o
bien una estilizada figura femenina típica de
la cerámica D-Ware, dio paso a un amplio
espectro de tipologías artísticas que Pilar
González Serrano (González, 2000: 121) ha
esquematizado
en
cuatro
grupos
bien
mitad del IV milenio a.C.). Museo Egipcio de El
definidos:
• “PALETAS
Paleta de afeite. Cultura gerzeense (Segunda
ESCUTIFORMES
con
Cairo.
relieves en una de sus caras y sin cazoleta central”.
• “PALETAS ESCUTIFORMES con relieve continuo por una sola cara y con
cazoleta central”.
• “PALETAS CON RELIEVE POR AMBAS CARAS, con cazoleta central en una de
ellas, rematadas lateralmente por las alargadas siluetas de unos cánidos y
ceñido el pocillo de afeites por los cuellos serpentiformes y entrelazados de
monstruos que recuerdan al ‘sirrush’ mesopotámico”.
• “PALETAS CON DECORACIÓN EN FRISOS, cazoleta central y tema histórico
narrativo”.
Las paletas correspondientes al primer grupo pueden ser consideradas las más
antiguas, muy cercanas a la concepción de la citada paleta con el bucráneo, de
polémica interpretación. El ejemplar más destacado de este primer grupo es el
conservado en el Museo de Manchester; esta paleta hace aún referencia a las
costumbres ancestrales de los cazadores, en este caso, representando a un hombre
que conduce a un grupo de aves, probablemente, ataviado él mismo con una máscara
aviforme: “La paleta pertenece, por tanto, al mundo mágico de la caza [...], en que el
hombre se iguala al animal no sólo para arrimarse a él, sino para asumir sus
facultades específicas” (Blanco, 1989: 22). Las aves de la paleta de Manchester han
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
sido tradicionalmente identificadas con avestruces, hipótesis muy probable dado el
sentido simbólico que las plumas de estos animales adquirirían a lo largo de la historia
de Egipto en relación con algunas divinidades y, sobre todo, como símbolo de la
Verdad y contrapeso del corazón en el juicio de Osiris. El sentido que las plumas de
estas aves tendrían en época dinástica puede ayudar a comprender el significado de
la paleta de Manchester:
“...es curioso que se aplique un simbolismo especial a las plumas de un ave que
no vuela, ya que son éstas las que aparecen representadas con más asiduidad. Este
hecho pudo ser consecuencia de la admiración que mostraron los egipcios (así como
otras culturas) hacia la belleza de las mismas. Por otra parte, esta ave de gran
tamaño, que se caracteriza, como hemos dicho, por no poder volar, es una excelente
corredora, peculiaridad que pudo llamarles la atención, dándole a las plumas un
sentido ‘único’ y divino. Encontramos plumas en la cabeza de algunos dioses, como en
Shu, Maat, Amón, Min, Horus de Hierakómpolis, etc. Siempre están relacionadas con
el viento, con el cosmos y con dioses creadores, y cuando se situaban sobre dioses
masculinos denotaban la virilidad. Como emblema de algunas diosas, también se
relacionan con los mismos aspectos de entidades vinculadas con la creación, el aire,
el viento, el aliento vital, la justicia y por tanto la resurrección” (Castel, 1999: 331).
La complejidad del significado que alcanzarían las plumas de avestruz sugiere la
representación en esta paleta de una escena de carácter mágico simbólico que, en
contraste con los temas que se desarrollarían más adelante, se ciñe todavía a motivos
decorativos que la relacionan más con las paletas de época amratiense y gerzeense.
También en el segundo grupo, en el que aparece ya la cazoleta central aunque
aún se decoran por un solo lado, se mantienen los temas de caza. El ejemplo típico de
este tipo de paletas es la denominada paleta de la cacería del león. El relieve
representa a una serie de cazadores, armados de diferente modo (hachas, mazas,
lanzas, cuchillos...) que acosan a animales de la estepa, entre los que destaca el león;
los dos animales de esta especie representados —uno en el extremo superior y otro
en el inferior— aparecen ya heridos, con flechas clavadas en la cabeza. Esta práctica
propiciatoria, es decir, el mostrar ya heridos a los animales objeto de la caza, tendría
también su expresión en la escritura jeroglífica, ya que muchos animales considerados
maléficos solían aparecer representados bien con la cabeza cercenada o bien con el
cuerpo sembrado de cuchillos. En la parte superior de la paleta aparecen lo que
parecen ser los símbolos del cazador nómada: su tienda hecha de esteras y una
especie de estandarte o distintivo consistente en un toro bicéfalo. Según Antonio
Blanco Freijeiro, es probable que este relieve no esté narrando una cacería sino
glorificando la actividad de un cazador concreto, de un determinado individuo cuyas
- 17 -
Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
habilidades en la caza lo definen como líder del grupo y que, por tanto, adopta una
serie de distintivos de su poder:
“Dada la identidad de la indumentaria de todos los cazadores, con sus largas
trenzas y sus colas de perro, es lícito preguntarse si la entera serie no estará
compuesta por las actitudes y armas de un mismo personaje que se repetiría
diecinueve veces. Desde luego, el que está cabeza abajo delante del león no es un
caído en la lucha, sino el triunfador que exterioriza su júbilo después de realizada su
hazaña” (Blanco, 1989: 23).
El tema de la caza predomina también en las paletas del tercer grupo que
destacan, al margen de la presencia de relieves en ambos lados, porque la escena es
enmarcada por figuras de cánidos que se adaptan al marco para subrayar el trazo
escutiforme de la paleta. En los ejemplares más antiguos, las figuras destinadas a este
fin eran aves, sustituidas definitivamente por estos cánidos en posición rampante,
cuyas cabezas enfrentadas sirven de remate superior a la paleta. Estos animales
pueden ser identificados con hienas, tal y como afirma Stephan Seidlmayer
(Seidlmayer, 1997: 27) en el caso concreto de la paleta de Hierakómpolis; sin
embargo, no siempre presentan rasgos manifiestos que permitan reconocerlos como
animales concretos, de ahí que, según otros estudiosos, haya que relacionarlos con el
animal imaginario que personificaba al dios Seth.
La citada paleta de Hierakómpolis es
un buen ejemplo de esta tercera tipología.
La parte superior está dominada por los
cuerpos rampantes de las referidas hienas,
cuyas patas delanteras delimitan el borde
superior de la paleta y cuyas cabezas
exentas constituirían el remate de la misma
(actualmente sólo se conserva una de ellas).
Por debajo de sus patas traseras, a menor
tamaño, están representados los cuerpos
Paleta de Hierakómpolis. Finales del
leoninos de dos animales fantásticos, cuyos
Predinástico (ca. 3150 a.C.). Ashmolean
cuellos serpentiformes enmarcan en zigzag
Museum, Oxford.
la cazoleta para mezclar los ungüentos. Las
cabezas de estos animales imaginarios, similares a las de felinos, se sitúan sobre un
antílope que se agazapa por encima de la cazoleta y sobre el que aparece un ave. De
acuerdo con el horror vacui que parece dominar la composición y que es común a
otras representaciones del mismo tipo, en los vacíos que dejan los sinuosos cuellos de
estos animales, el artista repite el motivo de las hienas que enmarcan la paleta: una
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
bajo la cazoleta central y otras dos en los laterales, estas dos últimas, trasunto de las
que enmarcan la pieza. En la parte inferior de la paleta, una manada de antílopes huye
ante el ataque de felinos, en una nueva interpretación de un tema que ya era habitual
y que también aparece en uno de los lados del cuchillo de Gebel el-Arak, bajo el
despotes theron.
Otras paletas en las que se repite el motivo de estos enigmáticos cánidos son la
denominada paleta de Oxford y la denominada paleta de las jirafas. En la primera,
aparece otro animal de índole fantástica: un león con alas de águila que, en opinión de
Antonio Blanco Freijeiro “debe ser considerado como uno de los prototipos del grifo
clásico” (Blanco, 1989: 23-24). Por otra parte, esta misma paleta parece contener otro
tema de amplio desarrollo mitológico en la antigüedad, el del hombre que amansa a
los animales mediante la música, en este caso una flauta; tema que tendría su más
clara expresión en el mito de Orfeo.
A este mismo grupo de paletas decoradas por ambas caras y con cazoleta
central en una de ellas, pertenece también la denominada paleta del campo de batalla.
El tema representado en ésta constituye una transición hacia la tipología que se podría
considerar más evolucionada, aquella en la que el relieve constituye una narración de
tipo histórico. Por uno de sus lados se hallan representadas dos jirafas en torno a una
palmera. Los citados animales podrían relacionarse con las bestias fantásticas de la
paleta de Hierakómpolis, sino desde un punto de vista semántico, ya que los animales
representados son en este caso reales, sí desde un punto de vista estético, pues las
jirafas se adaptan al marco y a las convenciones compositivas de las paletas de forma
similar a como lo hacen los animales fantásticos de la paleta de Hierakómpolis. Por su
parte, al igual que a otros símbolos que ya han sido analizados y que proliferaron en el
arte prehistórico y predinástico egipcio, a la palmera se la atribuyó en época dinástica
un amplio abanico de significados:
“Fue otro de los árboles que apareció en la iconografía egipcia y que llamó la
atención de los egipcios por su altura (alcanza hasta 20 m), tronco esbelto y erecto,
copa con grandes hojas pecioladas (de tres a cuatro metros) pero sin ramas, y por su
resistencia aun con altas temperaturas. Por ello se relacionó con conceptos de
durabilidad y de renacimiento y, como otros árboles, con el cielo, ya que se consideró
que su copa formaba la bóveda celeste. [...] La palmera guardaba relación con el dios
solar (M. Lurker 1991), ya que la disposición de sus ramas y la altura de su tronco
recordaban, por un lado a los rayos del astro y por el otro la majestad de esta deidad;
era el eje del cosmos. La palmera crece en lugares cálidos donde el agua no es
abundante. Por tanto simbolizó el triunfo de la vida sobre la muerte, es decir, la
resurrección” (Castel, 1999: 57).
- 19 -
Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
La escena representada por el otro lado es, sin embargo, la que dota a esta
paleta de esa categoría transitoria entre los temas de cacería y los histórico narrativos.
De los dos fragmentos conservados, el
inferior está dominado por un león que abate
a un hombre; por debajo de él, otros de
aspecto similar yacen en el suelo, algunos
con las manos atadas, siendo atacados por
buitres y aves de rapiña. En el ángulo
superior derecho de esta pieza se observan
Paleta del campo de batalla. Finales del
las mitades inferiores de dos personajes:
Predinástico (ca. 3150 a.C.). Museo Británico,
uno de ellos, desnudo y con las manos
Londres.
atadas a la espalda, el otro, situado detrás,
ataviado con una rica túnica. Es probable que, de haberse conservado, nos halláramos
ante la escena de la muerte del enemigo que ya viéramos en la Tumba 100 de
Hierakómpolis; hasta la fijación iconográfica definitiva de esta escena, en la paleta de
Narmer, la figura del rival ajusticiado presentaría diferentes aspectos, desde el hombre
caído en el suelo de Hierakómpolis hasta éste de pie frente a su verdugo. Sin
embargo, la mitad superior de ambos personajes, hoy perdida, contenía sin duda la
clave para la correcta interpretación de la escena. Por encima de la figura del león, en
otro fragmento en el que pueden apreciarse los restos de la cazoleta central, están
representados dos prisioneros, de idéntico aspecto al de los caídos en combate, con
barba y el pelo ensortijado, que son conducidos maniatados por dos estandartes de
Horus, en este caso, personificados mediante unos brazos que sujetan a los cautivos.
El estandarte, que cobra especial importancia en época predinástica, “era el protector
de un primitivo grupo humano, sin que podamos adivinar cuál fue el motivo para llevar
a esferas divinas determinadas insignias, tan simbólicamente valiosas como para que
permanecieran a lo largo de toda la historia egipcia. Los estandartes, junto a sus
fetiches fueron verdaderos talismanes, vínculos entre un grupo humano o un poblado,
con ciertos árboles, animales, plantas u objetos, que recibieron toda clase de
atenciones y culto, como queda demostrado por aquel que representa lo que más
tarde se interpretará como la cabeza o reliquia sagrada que contenía la cabeza del
dios Osiris” (Castel, 1999: 170).
La escena, por tanto, lejos de representar una cacería, está conmemorando una
batalla, detallando mediante los citados estandartes la identidad de los vencedores. El
león que domina la escena debe ser interpretado como representación simbólica del
rey, figura que, a partir de ahora y a lo largo de toda la historia de Egipto, no sólo se
vincularía con este animal sino también con el toro. Asimilada precisamente con este
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
último animal aparece la figura del monarca en la denominada paleta del toro bravo,
en actitud muy similar a la del león de la paleta del campo de batalla, corneando a un
enemigo que yace a sus pies. Por debajo, se representan los estandartes y las
ciudades que están bajo el dominio de este monarca simbólicamente representado; los
núcleos de población se muestran como recintos amurallados a vista de pájaro. De
idéntica manera son representadas en la denominada paleta de las ciudades. De ella
se conserva tan sólo la parte inferior, en la que, por un lado y por debajo de un friso en
el que debían aparecer figuras humanas —de las que pueden apreciarse los pies— se
detalla la conquista de siete ciudades . En el
interior de los recintos amurallados, vistos
en planta con sus correspondientes resaltes
o bastiones, se consigna el nombre de cada
población con rudimentarios jeroglíficos. Por
encima de cada una de ellas, un animal o
símbolo representativo del monarca es el
Paleta de las ciudades. Finales del Predinástico
(ca. 3150 a.C.). Museo Egipcio de El Cairo.
encargado de aludir a la conquista; de ellos
se
han
conservado
un
halcón,
los
tradicionales estandartes, un escorpión y un
león. En el lado opuesto vuelve a utilizarse el recurso de las hileras de animales en
friso, de influencia mesopotámica, que tanto desarrollo alcanzó en los mangos de
cuchillo; en este caso, más parece la consignación de un botín, pues todas
las bestias representadas son domésticas
(bueyes, asnos y carneros). El último friso
está
reservado
para
motivos
vegetales,
aparece
una
maza
unos
junto
a
estilizados
los
serpenteante
cuales
que,
posteriormente se convertiría, en la escritura
jeroglífica, en signo para designar a Libia,
Chechenu ; por ello, se ha interpretado este
lado como la conmemoración de una victoria
egipcia sobre la citada Libia. De igual modo,
Paleta de las ciudades. Finales del Predinástico
(ca. 3150 a.C.). Museo Egipcio de El Cairo.
la representación de las ciudades y la aparición de un escorpión sobre una de ellas, ha
sugerido la posibilidad de que esta paleta corresponda al rey Escorpión:
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
“Parece que no hay que leerlo en el
sentido
de
que
siete
ciudades
fueron
destruidas por otros tantos númenes, sino
que una sola ciudad fue asolada por el
faraón a quien todos los signos se refieren, e
incluso uno de los cuales -abajo en el
Nombre egipcio de Libia, Chechenu.
centro, entre los estandartes y el león- da su
nombre: Escorpión. [...] De igual modo, en el
lado contrario, deja constancia probable del éxito de una expedición a Libia que le
proporcionó mucho ganado como botín” (Blanco, 1989: 24-25).
Si esta interpretación es correcta, la paleta de las ciudades constituiría el primer
documento de la conquista y sometimiento del Bajo Egipto bajo el mando único de un
monarca del Alto Egipto, Escorpión. Sin embargo, ha sido la paleta de Narmer a la que
tradicionalmente se le atribuye la constatación de un hecho que iniciaba la andadura
histórica del Alto y Bajo Egipto unidos, es decir, la primera representación simbólica de
la unificación de las Dos Tierras bajo el poder dual del faraón. El personaje llamado a
tan trascendental hazaña fue Narmer, cuyo nombre no fue reseñado en ninguna de las
fuentes para el estudio de la sucesión faraónica, motivo por el cual actualmente es
considerado como único representante de la denominada Dinastía 0, durante la cual
hay que suponer que se produjo la unificación del país que evidencia la paleta de
Narmer.
En esta paleta escutiforme han desaparecido los cánidos que enmarcaban la
escena en ejemplares precedentes, sin embargo, la parte superior presenta dos
cabezas de vaca —símbolos de la diosa Hathor— semiexentas que conservan la
forma característica de estas piezas, con dos resaltes en la parte superior. Estos
emblemas de la vaca celeste (Hathor) aparecen en ambos lados de la paleta,
flanqueando el serekh que contiene el nombre del faraón Narmer y separadas por una
fina línea que inicia la distribución en
registros o frisos en los que se disponen las
escenas de carácter narrativo. En una de
sus
caras,
domina la composición un
registro de gran tamaño en el que se
representa a Narmer, con la maza en la
mano, en la tradicional escena de la muerte
del enemigo, que ya podía intuirse en la
Paleta de Narmer. Dinastía 0 (ca. 3100 a.C.).
paleta del campo de batalla y en la Tumba
Museo Egipcio de El Cairo.
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
100 de Hierakómpolis. El desarrollo iconográfico de esta escena en la paleta de
Narmer fijó definitivamente las convenciones de un motivo que, a lo largo de toda la
historia de Egipto, serviría para simbolizar la supremacía del faraón sobre los
enemigos de Egipto y que, por extensión, aludiría también al poder protector del
monarca no sólo frente a los enemigos sino también frente a las fuerzas del caos que
amenazaban la pacífica existencia del país. Por este motivo es frecuente que esta
escena se representara en las paredes de
los
templos,
considerados
como
una
especie de microcosmos a los que se
protegía mediante un recinto sagrado o
témenos; los muros de este recinto se
decoraban con escenas simbólicas del
faraón venciendo a los enemigos y a
animales maléficos.
Narmer es representado de pie,
sujetando por el pelo a un enemigo
arrodillado frente a él, al que obliga a girar
la cabeza para mirarlo; con el brazo
derecho
empuña
la
maza
en
alto,
dispuesto a golpearle. Junto a la cabeza
del cautivo, se reseña, en jeroglíficos, su
pertenencia al nomo del arpón (el nomo
El Faraón venciendo al enemigo. Templo de
Ramsés III en Medinet Habú.
VII del Bajo Egipto). El faraón luce la
tradicional cola de perro y la corona blanca del Alto Egipto. A su espalda y como único
representante de su séquito, aparece el portasandalias del rey. Por encima del
prisionero, un halcón presenta ante el rey el símbolo del sometimiento del Bajo Egipto;
esta ave, representativa del dios Horus, está personificada mediante una mano que
sujeta la cuerda con la que aferra la curiosa representación de la citada tierra
sometida: un plantel de papiros a los que se ha añadido una cabeza humana para
simbolizar la victoria (Blanco, 1989: 28). Según Christiane Ziegler, esta imagen debe
leerse del siguiente modo: “El halcón [el soberano] ha capturado al hombre del lecho
de papiros [el Delta]” (Ziegler, 1999: 40). Según otras interpretaciones, sin embargo,
esta enigmática figura sometida al poder de Horus, no se referiría tanto a las tierras
sometidas por el faraón como al número de prisioneros capturados; el tallo de una
planta, concretamente del loto, haría referencia en egipcio clásico al millar, motivo por
el cual también se podría suponer que se consigna la captura de seis mil enemigos, en
un primitivo ensayo de lo que sería el sistema habitual de numeración en Egipto
- 23 -
Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
(González, 2000: 121). En el registro inferior de este mismo lado de la paleta de
Narmer, dos enemigos, identificados también por sendos jeroglíficos, huyen
despavoridos mirando hacia atrás.
Por el otro lado de la paleta, al margen
del friso inicial con el nombre del faraón y las
cabezas
de
vaca,
la
decoración
se
estructura en tres registros. En el primero de
ellos, el faraón pasa revista a los enemigos
ajusticiados, diez en total, quienes aparecen
decapitados, con la cabeza colocada entre
Paleta de Narmer. Dinastía 0 (ca. 3100 a.C.).
Museo Egipcio de El Cairo.
las piernas; por encima de los prisioneros,
aparece un barco, lo que puede indicar su
participación en la lucha. Acompaña al
faraón el correspondiente séquito, representado, al igual que el portasandalias del lado
opuesto, a menor tamaño. En este caso, el séquito lo componen los cuatro
portaestandartes —el de Min, el Seth y dos de Horus, idénticos a los de su maza—,
seguidos éstos por un personaje ataviado con una piel de animal, lo que podría
denotar su pertenencia a la casta sacerdotal que, posteriormente, adoptaría este
distintivo. A la espalda del faraón, de nuevo es representado el portasandalias, en
idéntica actitud a como aparece en el lado opuesto, acarreando asimismo una
pequeña vasija o aguamanil en la mano derecha, que bien pudiera contener también
los ungüentos necesarios para el aseo del faraón. Todos los funcionarios aparecen
junto a su nombre, reseñado en jeroglíficos, al igual que el del propio monarca a quien
vuelve a identificarse, al margen de las insignias reales y el encabezamiento
correspondiente entre los símbolos de Hathor.
La importancia de esta escena radica, no sólo en la detallada narración de una
victoria, sino también en el hecho de que el faraón aparezca tocado con la corona roja,
considerada símbolo del Bajo Egipto. Así pues, el monarca se representa con ambas
coronas, una a cada lado de la paleta, lo cual —obviando la polémica acerca del
origen de las mismas— implica que el faraón ha asumido por vez primera el poder
dual que aunaría a lo largo de toda la historia de Egipto los destinos de las Dos
Tierras.
En el segundo registro, se repite el tema de los animales imaginarios que ya
aparecieran en la paleta de Hierakómpolis, en este caso, con sus largos cuellos
entrelazados para formar la cazoleta central, en una composición de gran belleza. En
este caso, los fantásticos animales se hallan sometidos, mediante una cuerda que
sujetan dos personajes. Esta escena se ha interpretado tradicionalmente como
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
símbolo de la unión del Alto y Bajo Egipto, un precedente del semataui que, más
adelante, aludiría a tan trascendente acontecimiento político, sustituyendo a estos
animales por las plantas heráldicas de las Dos Tierras y a los personajes anónimos de
la paleta, bien por figuras de Hapy, el Nilo, o bien por Horus y Seth. Por debajo de esta
representación simbólica, en el último de los registros, el rey, personificado de nuevo
como un toro, cornea las murallas de una ciudad, al tiempo que arrolla y pisotea a otro
enemigo.
Cada uno de los registros citados parece estar destinado a consignar
detalladamente la victoria del flamante monarca y la sumisión de los vencidos, a
quienes diferentes símbolos identifican como procedentes del Bajo Egipto. Así pues,
esta paleta ha sido considerada como el primer documento histórico en el que se
conmemora la unión de las Dos Tierras, tras la cual se iniciaría la expansión y el
desarrollo del antiguo Egipto unificado. Sin embargo, la importancia de esta pieza no
radica tan sólo en la trascendencia política de lo representado, sino también en la
maestría artística que denotan cada uno de los registros. Por un lado, cabe destacar la
destreza del artista para organizar en frisos una narración compleja y, por otra parte, la
originalidad de la solución con la que resuelve la inserción en la paleta de la cazoleta
para los ungüentos que, sin embargo, en una pieza de carácter conmemorativo como
lo es la paleta de Narmer, carecería de una función práctica.
Por otra parte, la sencillez en el trazo
de las figuras anuncia ya las que serían
características esenciales del arte egipcio en
época dinástica, centrándose en el contorno
de las figuras y tan sólo simulando el
volumen mediante líneas en las piernas y
brazos, para representar la musculatura. De
igual modo, también la figura del magnífico
toro
El Cinocéfalo de Narmer. Dinastía 0 (ca. 3100
del
registro
inferior,
se
detalla
someramente mediante estas líneas.
a.C.). Museo Staatliche, Berlín.
“La paleta de Narmer muestra en su
disposición estilística clara —se siente la tentación de decir rígida— los rasgos
esenciales del arte canónico del Egipto de los faraones. Comparada con el
dramatismo de piezas más antiguas, muestra la tendencia inconfundible a la
consolidación, al esquema emblemático. Con ello se desplaza asimismo el punto de
vista iconográfico: del proceso en sí a su estructuración, de la violencia y la guerra
como acontecimiento y acción, al orden político que ambas imponen. De ahí que la
imagen del rey abatiendo al enemigo represente, más allá del momento y el hecho
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aislados, su derecho al domino absoluto del Estado, su “monopolio del poder”
(Seidlmayer, 1997: 28).
Esta pieza, que pone fin a la tipología artística de las paletas de afeites
monumentales, es al mismo tiempo la culminación artística y narrativa de este género,
y nos descubre la complejidad histórica de un personaje, Narmer, que, consciente de
su hazaña trascendental, ofrendó esta paleta en el templo de Horus de Hierakómpolis,
junto a la cual se han encontrado otros objetos votivos, especialmente mazas. No
hubo de ser esta la única donación de Narmer en honor de los dioses. El Museo
Staatliche de Berlín conserva la escultura de un cinocéfalo, considerada por algunos
investigadores como la “obra maestra escultórica más antigua de Egipto” (Giedion,
1992: 54), dado que, al igual que la paleta de Narmer, presenta ya las líneas
esenciales que el arte egipcio desarrollaría con posterioridad. Este babuíno de
alabastro de 52 cm., sin duda, representa al dios Thoth , y en la base se consigna
cuidadosamente el nombre de Narmer.
El período del mandato de Narmer, documentado mediante las obras de arte que
nos ha legado su devoción, dio paso a las dinastías tinitas, a un período de transición
en el que sus sucesores se encargarían de consolidar definitivamente el arte áulico del
antiguo Egipto y, por supuesto, de afianzar la unificación de las Dos Tierras y dotar de
consistencia histórica al legado artístico y político del primer faraón de la historia de
Egipto:
“Esta primera unidad de ciudades, tribus y cantones no sólo sería recordada por
las generaciones del futuro como un hecho histórico de tal importancia que se repetiría
periódicamente aunque no fuese más que de manera ritual, sino que ya sus testigos
presenciales lo valoraron debidamente como algo prodigioso, único y lleno de
posibilidades de futuro” (Blanco, 1989: 29-30).
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Mª Amparo Arroyo de la Fuente - Predinástico egipcio
BIBLIOGRAFÍA
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