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Taibo-II P I. Si Villa viviera, con López anduviera. 2012.

Paco Ignacio Taibo II encerrada en una cañada dominada por cerros y montañas, con tres vías de acceso: por el norte, el oriente y por la vía férrea al sudoeste. Por cualquiera de ellas hay que sortear los cerros que controlan los alrededores de la ciudad. Además había alambradas de púas y fortificaciones con piedras, trincheras en los cerros de a más de contingentes atrincherados en el Panteón Nuevo, en el Panteón Viejo y en la Estación del fe rrocarril. Las reservas estaban concentradas en el cuartel de Santo Domingo, El Cobre, La Ciudadela, comandancia de policía, Palacio Municipal, la Alameda. La artillería eran cañones de 80 mm en los cerros y además muchas ametralla doras y cañones de 75 mm llevados de San Luis Potosí.

Si Villa viviera, con López anduviera. La batalla de Zacatecas PACO IGNACIO TAIBO II ©Paco Ignacio Taibo II Ésta es una publicación de Morena Guanajuato y Para Leer en Libertad AC. [email protected] www.brigadaparaleerenlibertad.com Cuidado de la edición: Alicia Rodríguez Diseño de interiores y portada: Daniela Campero Ilustración de portada cortesía de Argel Gómez Nota introductoria Han pasado 6 años desde que apareció por primera vez publicado este relato como parte de mi biografía de Pancho Villa; para esta versión he corregido y añadido algunas informaciones, aunque en esencia es fiel a la primera versión. El libro se presentó originalmente en los campamentos de la Ciudad de México contra el fraude electoral. Hoy la coyuntura política ha variado aunque la lucha sigue siendo la misma. Nuevamente los mexicanos estamos en combate por la libertad, contra el autoritarismo, la corrupción y una política económica que fabrica millonarios a la misma velocidad que convierte en pobres a millones de ciudadanos. No está tan lejos el pasado, ese pasado que en México no acaba nunca de pasar. Si Pancho Villa viviera cabalgaría con nosotros como lo hizo contra la dictadura de Porfirio Díaz, el golpe militar de Victoriano Huerta y la imposición carrancista. Desde el movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) aspiramos a que de aquellos polvos que levantaban los trenes y las caballerías de la División del Norte, hoy se hagan nuevas tolvaneras que arrasen con el viejo régimen. Ésa es la razón de esta edición. Si Villa viviera, con López anduviera Los defensores Zacatecas se encontraba defendida por el general Luis Medina Barrón, un veterano de 43 años, soldado profesional que había librado la guerra de exter m inio contra los indios yaquis y com batiente en 1910 contra la insurrección m aderista. Unos días antes de la batalla, en los enfrentam ientos contra las tro pas de Natera, había m uerto su herm ano Javier a causa de una herida recibida en La Calera, de m anera que tenía deudas de sangre con la revolución. Para este nuevo em bate, ahora contra todo el peso de la División del Norte villista, Medina Barrón tiene originalm ente 3,500 hom bres y cuenta adem ás con la llegada de refuerz os im portantes que le ha prom etido el general Maas, que ha form ado en el papel una división de siete m il hom bres a cargo del general Olea. El 16 llegará la avanz ada, catorce trenes, la m itad de ellos con fuerz as de caballería, unos 4,000 hom bres y una batería de 75 m m que se instala en el fuerte de El Grillo (ya había otra en el cerro de La Bufa); a ellos se sum arán 600 irregulares de caballería, colorados dirigidos por el orejón Benjam ín Argum edo, que vienen de Palm illa. El 20 de junio llegará el general Olea, trayendo otros 1,800 hom bres del 89° y el 90° batallones de línea, soldados de leva. Y todavía esperan una colum na dirigida por Pascual Oroz co que avanz a desde Aguascalientes. Al final los federales contarán con un poco m enos de 10 m il hom bres, entre ellos Hernando Lim ón, uno de los asesinos de Abraham Gonz ález , y 12 piez as de artillería. Pero la fuerz a de Medina no está en el núm ero de hom bres, sino en la disposición de la ciudad. Zacatecas está —8— Paco Ignacio Taibo II encerrada en una cañada dom inada por cerros y m ontañas, con tres vías de acceso: por el norte, el oriente y por la vía férrea al sudoeste. Por cualquiera de ellas hay que sortear los cerros que controlan los alrededores de la ciudad. Adem ás había alam bradas de púas y fortificaciones con piedras, trincheras en los cerros de La Pila, El Grillo, La Bufa, El Crestón Chino, La Sierpe, Los Clérigos, El Cobre, Las Balsas, El Padre, El Observatorio, la m ina Cinco Señores y El Refugio; a m ás de contingentes atrincherados en el Panteón Nuevo, en el Panteón Viejo y en la Estación del fe rrocarril. Las reservas estaban concentradas en el cuartel de Santo Dom ingo, El Cobre, La Ciudadela, com andancia de policía, Palacio Municipal, la Alam eda. La artillería eran cañones de 80 m m en los cerros y adem ás m uchas am etralla doras y cañones de 75 m m llevados de San Luis Potosí. La luz eléctrica era encendida tan sólo unas horas en las noches por la com andan cia m ilitar para am edrentar a la población, m ientras por una ciudad parcialm ente rodeada desde hace treinta días pasean por todas las esquinas soldados federales con sus gorritas de plato y salacots. Los atacantes El ataque a Zacatecas se producirá después de un duro choque de Villa contra Carranz a y contra la voluntad de éste. Venustiano pretendía que la ofensiva hacia el sur de las tres grandes divisiones constitucionalistas se hiciera sin Villa al frente. Las tensiones llegaron a tal grado que Villa renunció al m ando aunque sus generales le im pusieron que continuara y la División del Norte decidió avanz ar sobre Zacatecas aun sin el consentim iento del prim er jefe. —9— Si Villa viviera, con López anduviera El 16 de junio había salido de Torreón la vanguardia de la División del Norte, en m edio de la fiesta y la lluvia, con una tropa que no tenía capotes. Prim ero los trenes de Urbina y tras ellos, en cinco trenes, Ángeles con los cañones. Llueve otra vez cuando llegan a La Calera, a 25 kilóm etros de Zacatecas, el 19 en la m a ñana. Urbina, en ausencia de Villa, ordena a ese em papado ejército el dislocam iento inicial. Los federales, desde el cerro de El Grillo, ven la llegada de los trenes villistas, arrojando una inm ensa nube de hum o negro, porque viene quem ando leña verde ya que Carranza les negó el carbón y contem plan azorados las im ágenes de los m illares de hom bres en los techos de los vagones y la salida de los caballos de su interior. Se había hecho correr entre los federales el rum or de que con la División del Norte venían soldados estadounidenses. Los m irones no encontrarán confirm ación a los ru m ores. Tam poco estará activa la fuerza aérea villista. Poco antes de la batalla de Zacatecas, Parsons se había visto obligado a hacer un aterrizaje forzoso. Se fue a la frontera para com prar las piezas que necesitaban para las reparaciones, incluido un nuevo m otor. Harto de los peligros y las incom odidades sufridas en la cam paña, al llegar a Ciudad Juárez hizo los arreglos para despachar lo que De Villa necesitaba para reparar el avión, se m ontó en el tranvía de El Paso y nun ca regresó a México. Poco tiem po después De Villa tam bién renunció, acabando con el prim er cuerpo aéreo revolucionario. El cerco El día 20 el general Felipe Ángeles dispone reconocim ientos y se produ cen tiroteos esporádicos en la prim era —10— Paco Ignacio Taibo II línea de defensa: los cerros El Refugio, El Padre, La Sierpe y un pequeño cerro al este de La Sierpe y al norte de El Grillo. Ángeles piensa que el m ejor ataque será desde el norte porque la artillería villista puede batir a la artillería federal y apoyar el avance de la infante ría contra los cerros. Ordena acantonar la artillería en Morelos, luego tom a posiciones en Veta Grande y allí establece el cuartel de la artillería y el de su brigada de infantería. Chao se reporta con Urbina. Maclovio Herrera y su brigada arriban pidiendo órdenes, Ángeles le inform a que él no puede darlas, Urbina está a cargo hasta la llegada de Villa. Los prim itivos sitiadores, las tropas de Natera y los herm anos Arrieta, van viendo el im presionante despliegue de trenes de la División del Norte de Fresnillo a La Calera. A ellos les dan instruccio nes de situarse en el sur, en Guadalupe, para cerrar la salida de los ya sitiados. Ángeles, gracias a los reconocim ientos, se dará cuenta de que los soldados federales están quem ando el forraje en los alrededores de la ciudad y se van reconcentrando en Zacatecas. Tiroteos en toda la prim era línea. Sólo actúa la artillería de La Bufa y El Grillo. Los federales sufren por un m al aprovisionam iento de m uniciones. Deserta un grupo de colorados del cerro al sur de El Refugio. Finalm ente la División del Norte y la del Centro de Natera despliegan 19,500 hom bres, cinco m il de los cuales cierran el cerco por Guadalupe en la salida de la ciudad al sur y al oriente, por el cam ino que va a México. El Niño se coloca sobre la vía férrea. Las restantes brigadas y la infantería se distribuyen en arco. Aguirre Benavides viene diri—11— 11 Si Villa viviera, con López anduviera giendo la brigada de Robles, porque José Isabel seguía convaleciente de su herida, y Raúl Madero la suya, la Zaragoz a. Está lloviendo de nuevo esa noche. Otra vez , en un verano que parece m aldecir a los villistas con el clim a. Los soldados se guarecen bajo nuevas cobijas m uy grandes que tenían una franja negra y el letrero División del Norte. El 21 en la mañana Urbina dispone de las últimas brigadas que arriban: la González Ortega de Toribio, la Cuauhtémoc de Trinidad Rodríguez, quien en su aproximación barre la zona, estrenando las 20 ametralladoras que Trini había comprado y que comanda el capitán Horst Von del Holz, un noble alemán que lo viene siguiendo desde Ojinaga. Los primeros choques Hacia las tres de la tarde la gente de Maclovio Herrera, que estaba acam pando, recibió un cañonaz o federal que les hiz o tres m uertos. El sordo Maclovio, encabronado, sacó la pistola y ordenó el ataque: “Ahorita entram os, m ucha chos. Ahora le dam os en la m adre a esos hijos de la chingada”. El capitán fe deral Ignacio Muñoz , que es jefe accidental de la posición de Cinco Señores, ve avanz ar a la brigada de Maclovio Herrera que llega a la estación de ferroca rril con m uchas bajas. Maclovio es herido en un braz o. El com bate am enaz a con generaliz arse, porque la brigada Chao ha entrado en acción apoyándolo, así com o 10 piez as de la artillería de Ángeles. La resistencia de los federales y la falta de conexión con el resto de la División los hace replegarse. El resto de la artillería villista tom ará posiciones m ás cerca, en las crestas del lom erío, en un caserío llam ado Mina de la Plata, donde aguantan el fuego artillero sin respon der para —12— Paco Ignacio Taibo II no revelar sus posiciones. Ángeles dirá que m ejor que tiren contra el caserío donde se estaban em plaz ando, que contra la infantería. La ausencia de Villa tiene preocupados a los m andos. ¿Por qué Villa sigue en Torreón? ¿Absoluta confianz a en la División del Norte? Natera pregunta a Ángeles cóm o será el ataque, a todos les urge saberlo. Poco después, hacia las cuatro de la tarde, las tropas de Natera y de los Arrieta chocan con el coronel colorado Antonio Rojas (aquél al que Villa perseguía en 1912 cuando se fugó de la cárcel) al tratar de tom ar posiciones en Mesa del Águila. Al oscurecer los villistas se ven forz ados a replegarse. En la noche tom arán contacto con las tropas de Maclovio Herrera cerrando el cerco. Las escaram uzas del día fueron cosa m ayor. Todas las tropas de la División del Norte intervinieron, casi todos los fuertes de Zacatecas fueron batidos. Era un asalto en form a, dirán los federales. No saben lo que se les viene encim a. Se dice que en el interior de la plaz a sitiada los colorados saquean y se distribuye m ez cal y tequila en las trincheras. Aunque el teniente Yáñez asegu ra que a los defensores del cerro de La Sierpe, que eran com o 600, nunca les llevaron alcohol, el capitán Muñoz insiste en que hubo un “crim inal reparto de bebidas em briagantes”. Durante la noche hay tiroteos esporádicos y ataques nocturnos de los villistas a las fortificaciones en algunos sectores. Los hom bres de la División del Norte parecen tener prisa por lanz ar el enfrentam iento definitivo. Al iniciarse el día 22, Ángeles escribirá en su diario: “Siguen los reconocim ientos”. La brigada de Toribio Ortega —13— Si Villa viviera, con López anduviera va presionando hacia el cerro El Padre. La artillería villista abre fuego y desm ontan varias piez as de los federales. El bom bardeo hiz o un daño m ayor en lo m oral que “en lo efectivo, porque las espoletas de las granadas fabricadas en Chihuahua eran defectuosas”. El capitán Muñoz, m uy dado a las polém icas, dirá que “nunca en calidad de tiro fue superior la artillería de Villa a la de los defensores de Zacatecas. Si hubo superioridad fue en el núm ero de piezas. Villa traía 40 cañones (en realidad 39) y los federales disponíam os allí de 10”. Realm ente eran 12 dis puestos en La Bufa, El Grillo y la Estación. Y habría que tom ar en cuenta la m ala calidad de las granadas chihuahuenses contra los proyectiles europeos de los federales, y que los cañones de Ángeles tuvieron problem as en los frenos y había que repararlos sobre la m archa, m ás aún, la artillería villista tuvo que tom ar posiciones m uchas veces bajo fuego. Pero evidentem ente la afirm ación de Muñoz es falsa. Mientras tanto, Villa… Poco antes de salir de Torreón, Villa recibió a una delegación de la División del Noreste, que sin perm iso de Carranz a venía a m ediar en el conflicto. Se trataba de Miguel Alessio Robles y José Ortiz , que pensaban que “la raz ón m ilitar la tenía Villa, pero Carranz a tenía m otivos políticos para obrar así”. Lo encontraron cuando estaba desayunando un atole de harina de m aíz con rajas de canela. Villa les dijo que en ese m om ento salía para Zacatecas donde ya se estaba com batiendo, y les prom etió que cuando se ocupara la ciudad convoca ría a una reunión de jefes de la División del Norte para que hablaran con ellos. Los com isionados —14— Paco Ignacio Taibo II viajaron en tren con él. A cuatro o cinco kilóm etros de la ciudad se detuvieron y Villa les preguntó si lo acom pañaban o se quedaban en el tren. Alessio Robles y Ortiz iban desarm ados, eran paisanos, no habían com batido nunca antes y decidieron quedarse en el tren. Villa m ontó a caballo y acom pañado de sus secretarios Trillo y Pérez Rul y de los Dorados, avanz ó hacia la z ona de com bate. Alguien anotará que entre los m iem bros de su escolta iban tres estadounidenses: William Edwars, Donald MacGregor y Paul Ganz hom , soldados de fortuna y pistoleros. Una de las prim eras noticias que Pancho recibió tras contactar con Urbina y recibir inform ación sobre la disposición de la División, era que Toribio Ortega se encontraba m uy grave. Toribio, m aestro de escuela, jefe de la brigada Gonz ález Ortega y uno de los m ás sólidos baluartes de la División del Norte, venía m uy enferm o desde Góm ez Palacio, con fiebre tifoidea. Al inicio del cerco había perm anecido cobijado entre unas piedras, pero la noche del 21 al 22, bajo una lluvia m uy fuerte, Toribio, que andaba sin capote, se m ojó m ucho. A la m adrugada ya no podía cam inar. Darío Silva lo vio en esos m om entos y se sorprendió de la gravedad de su estado. Saldrá de la prim era línea en cam illa. Porfirio Ornelas tom ará el m ando de la brigada. Villa contem pló el estado de su am igo y ordenó que de inm ediato fuera trasladado a Chihuahua en un tren especial. Pancho aparecerá en la tarde por las posiciones de artillería donde se encuentra Ángeles, después de com er; llega trotando en un caballito que le prestó Urbina. Juntos revisan el cam po y Villa hace pequeñas correcciones. En la noche los cañones serán llevados a sus nuevas posiciones. —15— Si Villa viviera, con López anduviera El reflector de La Bufa, m anejado por un m ercenario inglés llam ado Donald Saint Clair, ilum ina las z onas que los rebeldes lentam ente van ocupando. Villa recorre los cam pam entos de las brigadas. Supuestam ente no se ha dado la orden de asalto, pero son frecuentes las escaram uz as, la gente anda caliente. La estación será tom ada y retom ada varias veces. Villa ordena que el ataque final se inicie el día siguiente a las 10 de la m añana; está preocupado porque no se adelante, las bajas sufridas en los dos días anteriores son inútiles, quiere que el ataque sea sim ultáneo. Si la tom a de Torreón fue la clave del éxito de la Revolución Constitucionalista y uno de los enfrentam ientos m ás terribles y m ás enconados, Zacatecas, en la im aginación popular y la m em oria social, es la batalla; canciones, corridos y películas así la celebran. Sin em bargo, el enfrentam iento no habrá de durar m ás allá de 72 horas y la batalla propiam ente dicha, sólo ocho horas y m edia. El ataque El 23 de junio, hacia las 9:30 de la m añana, Villa dispone que su escolta y parte del Estado Mayor se fragm enten y se unan a diferentes brigadas; se queda con un pequeño grupo de hom bres: Rodolfo Fierro, el Chino Banda, Vargas, Nicolás Fernández , Madinabeytía y Santoscoy. Las brigadas entran en acción. Por el norte, atacando La Sierpe (el llamado cerro de tierra negra), Ceniceros, la brigada Morelos de Urbina, la Robles con Aguirre Benavides, el tercer batallón de Gonzalitos (la infantería más disciplinada de la División) y parte de la brigada Zaragoza con Raúl Madero. —16— Paco Ignacio Taibo II Por el noroeste, atacando el cerro de Loreto, tres brigadas de los dirigentes históricos de la División del Norte, la brigada Villa de José Rodríguez , la Cuauhtém oc de Trinidad Rodríguez y los de Cam argo de Rosalío Hernández . Por el oeste, los z apadores de Servín, y el coronel Alm anz a. Por el suroeste Maclovio, la brigada de Ortega y Chao, las otras tres brigadas claves de la DN. Por el sur oriente, cubriendo la ruta de escape de Guadalupe, la División del Centro de Natera, que deberá tom ar los cerros El Padre y El Refugio y la estación de ferrocarril. Poco antes de las 10 se abre el fuego a causa de la im paciencia de la gente. Algunas brigadas avanz an hasta su línea de salida a caballo. En el norte los ca ñones villistas concentran el fuego en el cerro de Loreto para proteger a la infan tería. Trinidad Rodríguez deja las posiciones de la artillería porque com enta que no le gusta estar bajo fuego de unos enem igos invisibles. “Yo ya m e voy de estos rastrillaz os”, dirá, y tom a la dirección de la brigada Cuauhtém oc en el asalto. Cuando los atacantes están a m edia falda del cerro, se corrige el tiro de artillería para dar en la punta, donde están las trincheras. En 25 m inutos los federales son despojados de la posición, pero Trinidad Rodríguez ha quedado gravem ente herido de un balaz o en el cuello que toca la m édula espinal; cae de la yegua en la que va m ontado y atorado en el estribo es arrastrado varios m etros. Son las 10:25 de la m añana cuando la infantería villista tom a la prim era posición de las defensas de Zacatecas. A las 11 de la m añana Villa está en el puesto de m ando de la brigada Villa cuando le traen a su com padre, —17— Si Villa viviera, con López anduviera el general Trinidad Rodríguez , uno de los históricos com batientes, de 32 años, gravem ente he rido. Desconsolado, al verlo casi m uerto, ordena su evacuación en tren hacia Chihuahua. Dos de los dirigentes claves de la División han caído en 24 horas, Toribio y Trinidad. Villa sólo sabrá después de la batalla que Rodríguez fue bajado agoniz ante del tren, en Torreón, donde m urió. Ángeles m ueve la artillería hacia Loreto y a él se une Villa. Las granadas federales tiran alto. Ángeles reitera que m ejor que tiren contra el caserío donde se encuentran, porque así dejarán avanz ar a la infantería y “nosotros sentirem os m ás bonito”. A las 10:40 la brigada de Maclovio tom a el cerro de El Padre en el sur. Las tropas de Servín estaban trabadas ante la fusilería y la artillería del cerro de tierra negra llam ado La Sierpe. A la batería de Ángeles llegó prim ero Urbina para conferenciar con él y luego Villa, dem andando apoyo artillero. Se m ovió la artillería hacia las faldas del recién tom ado reducto de Loreto. Villa y Ángeles se adelantan a buscar posiciones en las faldas del cerro. Ángeles subirá al tejado de una casa donde llueven balas. Los defensores de La Sierpe contra atacan casi en el cuerpo a cuerpo. Cervantes, por órdenes de Ángeles, em plaz a dos cañones con cierto éxito y sus granadas caen en el lugar donde están las trincheras enem igas. Quince m inutos después del inicio del fuego artillero, y después de tres o cuatro terribles asaltos, los federales com ienz an a abandonar la posición. El capitán federal Yáñez contará que los defensores de La Sierpe sólo recibieron com ida una vez en los últim os cinco días, seis costales —18— Paco Ignacio Taibo II de car ne seca y pan, y que de los 750 soldados dejaron un centenar m uertos en la cum bre. Hacia las 12 una bandera villista coronaba el cerro. Paralelam ente, en el sur de la ciudad las tropas de Natera tom an El Refugio. Van aproxim ándose a la Estación. Desde la posición de Loreto la artillería villista podía batir El Grillo. Montan la batería para disparar sobre el fortín. Villa, “sobre un m ontón de piedras”, está presente en la operación. Un cañonaz o im pacta a tres m etros de ellos. Es quiz á durante este m om ento de la batalla que algunos periodistas se acercaron a Pancho. En una colina Villa estaba con una navaja sacándole punta a un palito. Volaban cerca las balas y desistieron de la conferencia de prensa. Cerca de él, Eduardo Ángeles, el sobrino de Felipe, que tiene 16 años, observa: “Aunque uno fuera un cobarde, viendo a Villa se volvía valiente”. Villa y Ángeles com erán en la casa de Loreto que han usado com o fortín. La brigada Zaragoza, que accidentalm ente dirige Raúl Madero, topa en El Grillo con unas fuertes defensas y frena su avance. Lo m ism o sucede a las briga das Villa y Cuauhtém oc que acaban de tom ar Loreto y están m uy desgastadas. Es entonces cuando Rodolfo Fierro le dice a José Ruiz: —¿Por qué no vam os a tom ar ese cerro? —¿Con quiénes? —Con estos —dijo Fierro y señaló una docena de hom bres que estaban cubiertos al lado de una z anja. ¿O tienes m iedo? —¿Miedo yo? Fueron subiendo de piedra en piedra. Ruiz llegó hasta la plaz oleta que coronaba el cerro donde los defen—19— Si Villa viviera, con López anduviera sores se cubrían. Villa, al ver lo que estaba sucediendo, les envió 200 hom bres de la reserva. Pero ni aun así. Ruiz fue herido en la región inguinal y Fierro recibió una herida de bala que le perforó la pierna. Apareció herido por el puesto de m ando. “Fierro anda chorreando sangre”, se com entaba. Pero no quería dejar el frente y tras vendarse m ala m ente consiguió una m otocicleta y siguió dirigiendo a sus hom bres. La herida en la pierna de Fierro m anaba sangre hasta el estribo, pero aun así seguía en la línea hasta que Villa, al descubrirlo, lo m andó llam ar y le exigió se presentara al puesto de los doctores Villarreal y Silva. Existe una foto de Fierro tendido en el suelo, cubierto con una sábana, o m ás bien enrollado, y con un pie al aire; un m édico, de rodillas a su lado, m ira la cám ara. Alguien que parece Natera lo observa en cuclillas. Fierro parece am ortajado. Com ienz a un duelo artillero contra los fortines de El Grillo y La Bufa, que atacan Ceniceros y Gonz alitos. Un cañonaz o m ata a los artilleros al lado de donde están Villa y Ángeles. Este últim o tiene que m antener quietos a sus hom bres porque hay una reacción de m iedo cuando quedan cubiertos de tie rra. A pesar del valor enloquecido de los villistas se frena el ataque sobre El Grillo. Villa quiso ir él m ism o a im pulsar a los atacantes, pero Ángeles lo detuvo y envió a Cervantes. Raúl Madero pedía refuerz os. Hacia la una de la tarde la artillería com ienz a a debilitar las posiciones federales en El Grillo. El capitán Juan Muñoz , que atacaba con la brigada Cuauhtém oc, recuerda que avanz a ban en tres líneas de tiradores y la artillería villista, con gran precisión, iba haciendo saltar las piedras delante de ellos, volaban las esquirlas. El capitán —20— Paco Ignacio Taibo II federal Cortina dirá que cuando se produjo el ataque generaliz ado, la m oral de sus tropas era detestable, estaban ham brientos y crudos. Hacia la una y m edia com enz aron a escurrirse los federales de El Grillo y se produjo la desbandada, el frente se desm oronaba. Eran las tres de la tarde cuando en el sureste la brigada de Maclovio Herrera tom ó la estación. Quedan en el norte de la ciudad sólo las defensas de La Bufa, quizá las m ás potentes de todos los cerros fortificados. Cuando se inicia el ataque se produce una explosión en el centro de la ciudad. Felipe Ángeles verá el reloj, son las tres y m edia de la tarde. Los prim eros en entrar en Zacatecas fueron las avanz adillas de la briga da de Pánfilo Natera, que se habían infiltrado y llegado hasta el Palacio de Gobierno (exactam ente, dirá Muñoz , a un depósito a dos cuadras del m ercado). A lo largo de los años se han m anejado dos versiones sobre lo que habría de suceder: o fueron los federales los que volaron el polvorín en la huida o un grupo de villistas, al tratar de abrir una puerta a tiros, hiz o involuntariam ente explotar la dinam ita. El hecho es que la explosión que escuchará Ángeles sacudirá a la ciudad. Vuela el Palacio, se abren puertas y ventanas y en varias cuadras a la redonda saltan los vidrios por la trepidación. Murieron 37 hom bres de Natera, nueve perso nas de una fam ilia que vivía en la casa de al lado, y en las ruinas se localiz arán los cadáveres de 89 soldados federales. Al día siguiente una foto recogerá los rostros azorados de un grupo de mirones armados, sin duda miembros de la División del Norte, contemplando los escombros de lo que fue el Palacio derruido. La foto es impresionante, no queda ni un muro en pie, ni pared ni columna, sólo escombros. —21— Si Villa viviera, con López anduviera La desbandada A las cuatro de la tarde, Benjam ín Argum edo, que vestía traje de charro negro y galoneado, un gran uniform e para m orir, cargó con 600 hom bres a sable por la calle de Juan Alonso hacia la villa de Guadalupe. Lo acom pañaba el derrotado general Medina Barrón, querían rom per el cerco y huir, pero fue ron a dar de frente con las tropas de los herm anos Arrieta, que los rechaz aron. De 600 hom bres que traía Argum edo sólo sobrevivirán 100. La calle quedó cubierta de cadáveres. En el centro, aunque los federales no saben del intento de huida de sus generales, tam bién se rom pe el frente por la zona en la que ataca Maclovio. La brigada Chao progresa por la cañada a un costado de La Bufa. La artillería villista ha desm ontado los cañones de los defensores. Los infantes huyen a la ciudad. Hacia las 4:30 la desbandada es absoluta. Faustino Borunda, de la brigada Urbina, es el prim ero en coronar La Bufa y allí se alza la bandera. Su defensor, el coronel federal Altam irano, m orirá poco m ás tarde al pegarse un tiro en el cam ino a Guadalupe, im posibilitado de huir. Es el caos, porque m uchos federales se desnudan, tiran sus uniform es y tratan de robarle la ropa a los civiles. La ciudad está prácticam ente tom a da a las 5:35 de la tarde. Villa esta vez no quiere que se le escapen los federales com o sucedió en Torreón. Unos 800 hom bres, entre los que se encuentran varios generales y los restos de los colorados, intentan abrir se cam ino por segunda vez hacia Guadalupe pasando por el panteón. El general Olea dirá: “El enem igo, posesionado de las lom as y de las azoteas de las casas, nos fusilaba a su gusto”. Unos cuantos lograron salir, —22— Paco Ignacio Taibo II entre ellos Argum edo. Después de eso las brigadas de José Carrillo y los Arrieta cerraron totalm ente la salida y se produjo la m atanza. Pazuengo cuenta: “Trataban de rom per el sitio inútilm en te, sin pasar uno sólo, se iba haciendo una pila de m uertos, un caballo sólo pasaba brincando m uertos”. Natera dirá que de los seis m il que trataron de salir por el sur, no salieron m ás de m il. El últim o reducto es el hospital m ilitar, que sobrevive a la debacle unos m inutos m ás que el resto de las defensas. Argum edo, a pesar de que los rum ores decían que había sido capturado vestido de m ujer y quem ado, m ilagrosam ente logrará huir. En algún sitio que no puede precisar, el autor de este libro leyó que días m ás tarde Argum edo le tiró sobre la m esa al m inistro de Guerra en México las águilas del distintivo de general que había recogido en el suelo en las afueras de Zacatecas, en la huida hacia Aguascalientes. Algún general federal se las había quitado para que no lo identificaran. El espectáculo terrible de la muerte Las fortificaciones, al ser tom adas, ofrecen un espectáculo terrible: m uertos por todos lados, m uchos con el fusil en la m ano, con un tiro en la frente. El coronel Eulogio Ortiz diría que nunca había visto tanto m uerto y tanta sangre en un com bate que sólo duró nueve horas. De los 750 defensores de La Sierpe, sólo salieron de la ciudad 50. Verdaderam ente, el espectáculo de la m uerte debe haber sido terrible para que un grupo tan curtido de veteranos, que ha bían pasado por Torreón, com o eran los hom bres de la División del Norte, lo resintieran; en todos los tes- —23— Si Villa viviera, con López anduviera tim onios aparecen frases com o las de Vicente Martínez : “La calle quedó parejita de m uertos”, o la de Félix Delgado: “No hallaba en donde poner pie, de tanto m uerto”. Eduardo Liz alde dirá m uchos años m ás tarde en una novela, en boca de uno de sus personajes: “No puede haber m ás m uertos que en Zacatecas”. Villa ordenó que se detuviera el saqueo. Prim ero a Natera, que es el que se lo reporta, luego a Borunda, al que le ordena que la escolta de los Dorados se haga cargo. “Pena de m uerte al que no acate”. “Luego —dirá Gilberto Nava— recibim os la orden de lo de las cantinas, m andar quebrar todas las botellas de vino [...]; destruir lo que hubiera de licor”. Pancho ordenó que se requisaran en los patios del ferrocarril todos los m uebles robados y se devolvieran a sus dueños. Las bajas federales son m uy im portantes, Natera exagera cuando habla de seis m il m uertos, pero Villa se queda corto cuando reporta cuatro m il. El día 26 se han levantado 4,837 cadáveres. Se han capturado m ás de cinco m il prisioneros, dos m il de ellos heridos, 12 cañones, am etralladoras, doce m il fusiles m áuser, nueve trenes, 12 carros con parque y obuses. Las pérdidas villistas ascienden a 500 m uertos y 800 heridos. Villa ordena que 3,000 prisioneros com iencen a despejar las calles de cadáveres. El capitán I. Muñoz se encuentra junto a un grupo de detenidos cerca de la estación; los vencedores, aplicando la ley Juárez , están fusilando a los oficiales. Los van llevando al cem enterio y los ejecutan de un tiro en la cabez a. “Un grupo de hom bres se detuvo en la puerta del panteón. El general Felipe Ángeles venía a —24— Paco Ignacio Taibo II la cabez a, el som brero tejano café llevando el ala derecha le vantada y sujeta por un cordón, seguido de un grupo de oficiales de su Estado Mayor [...] Increpó duram ente a los asesinos; condenó con energía ese vil asesinato y ordenó que los que aún quedábam os con vida, fuéram os llevados a la estación.” En esas y en otras purgas serán fusilados los generales Víctor Monter y Jacinto Guerra. Alessio Robles registra que Rodolfo Fierro, sostenido por un par de hom bres, porque no lo habían acabado de curar, disparaba con pistola contra una fila de detenidos federales que estaban pasando frente a él; dice que él lo vio desde el tren de Villa y le recrim inó su actitud, logrando que Fierro guardara la pistola. Villa ordenó que no se fusilara a los oficiales artilleros. Gracias a esto el capitán Cortina sobrevivirá. J. B. Vargas cuenta que al m ando de un grupo estaba bus cando al capitán Lim ón, “un oficial que en Chihuahua había fusilado gente por ser sim ples sim patiz antes nuestros”. Villa perm aneció en El Grillo todo el día 23 dirigiendo la persecución de los restos de la guarnición federal. A la m añana siguiente se instaló con su escolta y el cuartel general en la casa de José María Gordoa. Estaba m uy afectado por la m uerte de Trinidad Rodríguez , la grave enferm edad de Toribio Ortega y la m uerte de su am igo el coronel León Rodríguez , Leoncito. La represión Se organiz an y se im provisan hospitales, el tren sanitario es insuficiente. El doctor Lym an B. Rauschbaum , m édico de cabecera de Villa, atiende en el hospital im pro- —25— Si Villa viviera, con López anduviera visado de los villistas en el centro de la ciudad. Villa visita el edificio de la Escuela Norm al de Zacatecas, donde “se enteró del buen trata m iento que allí se daba a los heridos de am bos bandos”. Se fue m uy contento, pero volvió en la tarde de otro talante, acom pañado por Banda y J. B. Vargas. Estaba encoleriz ado porque se había enterado de que entre los heridos había ocultos oficiales federales que se habían quitado el uniform e, y pidió que se los entregaran. El doctor López de Lara y la profesora Beatriz Gonz ález se ne garon argum entando que estaban heridos. Villa se enfureció m ás todavía. Vargas golpeó al doctor con un cinturón, “por m i propia iniciativa, no por la del general Villa”. Pancho ordenó el fusilam iento de am bos y de pasada del ingeniero Rojas, que decía que no se debería tratar así a una m ujer. Los tres salieron escoltados rum bo al panteón. Una enferm era, llorando le pidió a Villa que no los fusilara, que la señorita era m aestra. El argum ento tocó las fibras m ás sensibles de Villa. Vargas recuerda que “cuando los llevábam os a fusilar, aunque yo pensé que se trataba de un sim ulacro”, llegó un Packard con la contraorden de Villa. Poco después los tres retornaron al hospital y siguieron atendiendo heridos. Después de la batalla fueron detenidos en un colegio lasallista los curas profesores. El cónsul francés intercedió por ellos con Manuel Chao, que al par de días les m andó un oficial m uy am able, quien les dijo que si en lugar de dar clases de religión enseñaban las Leyes de Reform a, las que en su día habían confrontado a la república juarista con el clero, y en vez de m isas organiz aban actos cívicos, se podían quedar dando clases. Se negaron y los expulsaron del país. Villa pidió por ellos rescate de 100 m il pesos y los —26— Paco Ignacio Taibo II curas colectaron lim osnas por las calles para com pletar la sum a. El 3 de julio los m etieron en un carro de carga y los enviaron a Estados Unidos. No fueron los oficiales federales, los m édicos y los curas lasallistas los únicos en sentir la furia organiz ada y m uchas veces bárbara de la División del Norte. Fuentes, un ex oficial federal que había aceptado Villa después de Saltillo sum ándolo a los Dorados, se em borrachó, com o hacía con frecuencia, y m ató a uno de sus com pañeros. Villa ordenó de inm ediato su fusilam iento. Lo llevaron al paredón y, cuando sim ulaba estar llorando, el oficial a cargo de la escuadra le preguntó si tenía alguna últim a voluntad que pedirle. El tal Fuentes le hiz o jurar entre lágrim as que lo que pidiera se lo iba a cum plir, y cuando le sacó el juram ento se puso a reír y dijo: “El encargo que quiero hacerles es que se vayan todos a chingar a su m adre, incluido Pancho Villa”. Lo ejecutaron. Cuando le contaron la historia, Pancho se arrepintió de haberlo m andado fusilar. Es m ás, le gustó la gracia del pelado ése, y andaba por ahí diciendo que a tipos tan valientes era un desperdicio fusilarlos. El Dorado Arturo Alm anz a escribió un épico corrido narrativo sobre la batalla, una de cuyas cuartetas dice: Vuela, vuela palomita/ llévate unas flores secas/y dile al borracho Huerta/ que entramos en Zacatecas. Villa hiz o entrega de la plaz a y del estado de Zacatecas a Panfilo Natera y le m andó el parte de operaciones a Carranz a, com o bien decía el telegram a, “com o si nada hubiera pasado”. El texto lo escribió Felipe Ángeles, que de pa sada aprovechó para enviarle otro a Victoriano Huerta, con sólo tres palabras: “¡Viva la República!”, la frase —27— Si Villa viviera, con López anduviera que pronunció Huerta, borracho, cuando se pre sentó el 18 de febrero de 1913 ante Madero, Pino Suárez , Ángeles y Federico Gonz ález Garz a, que estaban detenidos. Pancho se entrevistaría poco después en el cuartel general con los herm a nos Arrieta y los oficiales de su brigada, a los que les entregó ropa, calz ado y provisiones, y repartió dinero. Villa le dijo a Dom ingo que le había dado prue bas de que “com pañero sí soy”, al venir a colaborar con ellos en la tom a de Zacatecas. Arrieta m antuvo las distancias y se negó a pertenecer a la División del Norte. Pero en am bos hechos Villa parecía dar clara m uestra de que, en lo que a él tocaba, el incidente con Carranz a estaba z anjado. “Las tres pelonas” Sirva com o final, para dejar a un lado tanta m uerte, contar la siguiente historia: Durante seis m eses había acom pañado a Villa en su tren un trom petista de Jiquilpan llam ado Rafael Méndez . En Zacatecas, Pancho se conseguirá un suplente: Rafael Ancheta, ven dedor de vinos y m úsico que tocaba el chelo y el piano, reclutado por los federales de leva y m ás tarde capturado por los villistas, que lo llevaron frente a Pancho, quien vién dole las m anos lo condenó a fusilam iento. Ancheta le inform ó que era m úsico. Villa lo llevó hasta un vagón en el que traía arrum bado un piano y el tipo le tocó, para dem os trarlo, Dinorah, de Meyerbeer. Villa se dio por convencido, pero lo que ahora quería de él era que le tocara “Las Tres Pelonas”. ¿Se la sabe? Y ahí lo dejó tocándola una y otra vez , con lo que Ancheta salvó la vida. Por cierto que los villistas saldrán de esta batalla con una nueva piez a para incorporar a su repertorio, “La —28— Paco Ignacio Taibo II m archa a Zacatecas” que, com puesta una docena de años antes por Genaro Codina, era originalm ente un hom enaje a un gobernador porfirista, “La m archa Aréchiga”, y que rebautiz ada se ha de volver em blem á tica del posteriorm ente avance de los norteños, tocada alegrem ente por las m il y un bandas m ilitares de las que se han apropiado a lo largo de la cam paña. FUENTES INFORMATIVAS: La p ersp ectiva d e la batalla d esd e el p unto d e vista villista en Felip e Ángeles: “Diario d e la batalla d e Zacatecas” en (“Docum entos relativos...” y Cervantes:Ángles). Fed erico Cervantes,“Descrip ción d e la batalla d e Zacatecas”, “Asalto y tom a d e Zacatecas”, “Cóm o fue el ataque a Zacatecas” y Francisco Villa y la revolución. Aguirre Benavid es: Las grandes batallas de la División del Norte. Martín Luis Guz m án en Memorias de Pancho Villa sigue esas d os líneas en térm inos ge nerales. Parte d e la División d el Centro d e Natera a Carranz a en el ap énd ice d e Barragán: Historia del Ejército y la Revolución Constitucionalista, tom o 1. Ontiveros: Toribio Ortega y la brigada González Ortega, registra los p artes d e la brigad a p or regim ien to. Alberto Calz ad íaz : Hechos reales de la revolución, tom o 1, con varios testim onios d irectos. Brand o: La División del Norte. Juan B. Vargas: “Villa en Zacatecas”. Ed uard o Ángeles Program a d e Historia Oral d el INAH 1/ 31. Herrera: “Cóm o era y cóm o m urió el general Rod olfo Fierro”. Mantecón: Recuerdos de un villista. Desde el punto de vista de los federales, el Archivo Histórico de la Defensa Nacional, Expediente XI/ 481.5/ 334, t. II, m uy com pleto. Varios de los partes m ilitares en Aguirre: Grandes batallas, e Ignacio Muñoz : Verdad y mito de la Revolución Mexicana, tom os 2 y 3. Muñoz fue capitán federal en esta batalla y dice que la División del Norte “tuvo 3,000 m uertos y seis m il heridos que llena ron los hospitales de Zacatecas, Torreón, San Pedro, Durango, Chihuahua, —29— Si Villa viviera, con López anduviera Parral y Jim énez ”. Exagera sin duda. El núm ero de heridos de toda la cam paña, desde Sacram ento, no debió llegar a los cinco m il. Ignacio Muñoz (1892- 1965) es uno de los m ás extraños narradores de la Revolución Mexicana, incursionó en el periodism o m exicano de 1925 a 1945; m aderista, capitán del ejército, benévolo con Victoriano Huerta, com batiente federal en Zacatecas, escribió el texto: “La batalla de Zacatecas vista desde las trincheras”. Capturado y reciclado, villista con Maclovio Herrera, antivillista cuando se produce la ruptura, carrancista accidental, nuevam ente capturado; villista en las batallas del Bajío. Fundador de un sui generis ku kux klan m exicano y de un Sindicato de Redactores de Prensa; grafóm ano y am ante de la polém ica. Autor de cuatro tom os de anécdotas, discusiones y debates sobre la Revolución Mexicana; Verdad y mito de la Revolución Mexicana, una biografía de Heraclio Bernal y varios libros de cuentos. Adem ás, Víctor Ceja Reyes: Zacatecas. La llave del triunfo; Terrones Benítez: “La batalla de Zacatecas”; Pacheco Moreno: “La verdad por encim a de todo”. Sam uel López Salinas: “La batalla de Zacatecas”. Sergio Candelas: “La batalla de Zacatecas”. La Edición del 75 aniversario de La batalla de Zacatecas, coordinada por Enciso, contiene los testim onios del general federal Olea y de Darío W. Silva. José G. Escobedo: La batalla de Zacatecas. J. Parra Arellano: “Ratificaciones a las m em orias de F. Villa”. Ram os Dávila: “Versiones sobre la batalla de Zacatecas”. Elías Torres: La cabeza de Villa y 20 episodios más. Alejandro Contla: “Mercenarios extran jeros en la Revolución Mexicana”. LawrenceTaylor: La gran aventura en México y “El cuerpo de aviadores de Pancho Villa”. Pazuengo: La revolución en Durango. Adalberto López: Program a de Historia Oral- INAH (PHO) 1/ 43. Miguel Alessio Robles: “Obregón com o m ilitar” y “¡Viva la República!” Meyer: El rebelde del norte. Pascual Orozco y la revolución; Gilberto Nava PHO 1/ 26. Vicente Martínez: PHO 1/ 73; Félix Delgado PHO 1/ 79; Cuauhtém oc Esparza: La toma de Zacatecas; Vito Alessio Robles: La Convención Revolucionaria de Aguascalientes; J. González Ortega: “Villa en Zacatecas”, Roberto Martínez: Benjamín Argumedo. —30— Paco Ignacio Taibo II La historia del trom petista Méndez en un recorte de prensa en el archivo de Haldeen Braddy; Elías Torres: Vida y hechos; Ernest Otto Schuster: Pancho Villa’s Shadow (cuenta que en 1915 le tocará en el piano a Villa: “Tierra Blanca”, “La m archa de Zacatecas”, “El pagaré” y “La Adelita”), Historiadores Galácticos: “Genaro Codina”. Existe una m uy buena novela cuyo punto de arranque es la tom a de Zacatecas, Siglo de un día, de Eduardo Liz alde, y una película, Juana Gallo, que provocó las iras de Federico Cervantes porque adem ás de que no le gustan las coronelas “sin rom anticis m o”, se ignoraba en la película el papel central de Villa y Ángeles (Federico Cervantes: “Juana Gallo, m ixtificación de Zacatecas”). La polém ica sobre él núm ero de defensores. Sánchez Lam ego dice que no pasaban, de cinco m il hom bres. I. Muñoz , sin em bargo, daría la cifra de 10,400 y lo avala por el hecho de que él hiz o el estadillo de fuerz as por órdenes del Estado Mayor. Aguirre Benavides dirá que 12 m il hom bres y 13 cañones. El general Olea dice que llevó a Zacatecas 1,800 hom bres, pero Muñoz dice que fueron 5,300. Los núm eros no cua dran. Muñoz asegura que él llegó con Argum edo el 16 (con 4,600, o sea cuatro m il, m ás 600 de Argum edo que se incorporaron en Palm illas), que sum ados a los 3,500 que ya tenía Medina Barrón y a los 1,800 de Olea, darían unos 9,900. En cuanto a las fuerz as villistas, la División del Norte, según Muñoz , tendría 36 m il hom bres: 24 m il de la DN y 12 m il de la División del Centro de Natera. Calz adíaz habla de 27 m il hom bres, que son las fuerz as que se registran tras la revista de Torreón, pero eso incluye las fuerz as de Natera, las guarniciones de Chihuahua y Durango y los dos m il heridos que había en los hospitales. Cervantes, en cam bio, dice que 20 m il hom bres, incluidos los de Naterasu cifra se ajusta m as o m enos a la realidad, que debería andar en unos 19, 500. Cuando Natera atacó por prim era vez tenía siete m il, que deben estar m erm ados, y la DN no había crecido m ucho desde Paredón. (Para m ayores precisiones en esta bibliografía rem ito a los lectores interesados a la últim a edición de m i biografía de Pancho Villa, editada por Planeta.) —31—