Si Villa viviera, con López
anduviera.
La batalla de Zacatecas
PACO IGNACIO TAIBO II
©Paco Ignacio Taibo II
Ésta es una publicación de Morena Guanajuato y Para Leer en Libertad AC.
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Cuidado de la edición: Alicia Rodríguez
Diseño de interiores y portada: Daniela Campero
Ilustración de portada cortesía de Argel Gómez
Nota introductoria
Han pasado 6 años desde que apareció por primera
vez publicado este relato como parte de mi biografía de
Pancho Villa; para esta versión he corregido y añadido algunas informaciones, aunque en esencia es fiel a la primera versión.
El libro se presentó originalmente en los campamentos de la Ciudad de México contra el fraude electoral.
Hoy la coyuntura política ha variado aunque la lucha sigue
siendo la misma. Nuevamente los mexicanos estamos en
combate por la libertad, contra el autoritarismo, la corrupción y una política económica que fabrica millonarios a la
misma velocidad que convierte en pobres a millones de
ciudadanos.
No está tan lejos el pasado, ese pasado que en
México no acaba nunca de pasar. Si Pancho Villa viviera cabalgaría con nosotros como lo hizo contra la dictadura de
Porfirio Díaz, el golpe militar de Victoriano Huerta y la imposición carrancista. Desde el movimiento de Regeneración
Nacional (MORENA) aspiramos a que de aquellos polvos
que levantaban los trenes y las caballerías de la División
del Norte, hoy se hagan nuevas tolvaneras que arrasen con
el viejo régimen.
Ésa es la razón de esta edición.
Si Villa viviera, con López anduviera
Los defensores
Zacatecas se encontraba defendida por el general Luis
Medina Barrón, un veterano de 43 años, soldado profesional
que había librado la guerra de exter m inio contra los indios
yaquis y com batiente en 1910 contra la insurrección m aderista. Unos días antes de la batalla, en los enfrentam ientos
contra las tro pas de Natera, había m uerto su herm ano Javier
a causa de una herida recibida en La Calera, de m anera que
tenía deudas de sangre con la revolución.
Para este nuevo em bate, ahora contra todo el peso
de la División del Norte villista, Medina Barrón tiene originalm ente 3,500 hom bres y cuenta adem ás con la llegada
de refuerz os im portantes que le ha prom etido el general
Maas, que ha form ado en el papel una división de siete m il
hom bres a cargo del general Olea. El 16 llegará la avanz ada,
catorce trenes, la m itad de ellos con fuerz as de caballería,
unos 4,000 hom bres y una batería de 75 m m que se instala
en el fuerte de El Grillo (ya había otra en el cerro de La Bufa);
a ellos se sum arán 600 irregulares de caballería, colorados
dirigidos por el orejón Benjam ín Argum edo, que vienen
de Palm illa. El 20 de junio llegará el general Olea, trayendo
otros 1,800 hom bres del 89° y el 90° batallones de línea,
soldados de leva. Y todavía esperan una colum na dirigida
por Pascual Oroz co que avanz a desde Aguascalientes. Al
final los federales contarán con un poco m enos de 10 m il
hom bres, entre ellos Hernando Lim ón, uno de los asesinos
de Abraham Gonz ález , y 12 piez as de artillería.
Pero la fuerz a de Medina no está en el núm ero de
hom bres, sino en la disposición de la ciudad. Zacatecas está
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encerrada en una cañada dom inada por cerros y m ontañas, con tres vías de acceso: por el norte, el oriente y por
la vía férrea al sudoeste. Por cualquiera de ellas hay que
sortear los cerros que controlan los alrededores de la ciudad. Adem ás había alam bradas de púas y fortificaciones
con piedras, trincheras en los cerros de La Pila, El Grillo, La
Bufa, El Crestón Chino, La Sierpe, Los Clérigos, El Cobre, Las
Balsas, El Padre, El Observatorio, la m ina Cinco Señores y El
Refugio; a m ás de contingentes atrincherados en el Panteón
Nuevo, en el Panteón Viejo y en la Estación del fe rrocarril.
Las reservas estaban concentradas en el cuartel de Santo
Dom ingo, El Cobre, La Ciudadela, com andancia de policía,
Palacio Municipal, la Alam eda. La artillería eran cañones de
80 m m en los cerros y adem ás m uchas am etralla doras y
cañones de 75 m m llevados de San Luis Potosí.
La luz eléctrica era encendida tan sólo unas horas en
las noches por la com andan cia m ilitar para am edrentar a la
población, m ientras por una ciudad parcialm ente rodeada
desde hace treinta días pasean por todas las esquinas soldados federales con sus gorritas de plato y salacots.
Los atacantes
El ataque a Zacatecas se producirá después de un
duro choque de Villa contra Carranz a y contra la voluntad
de éste. Venustiano pretendía que la ofensiva hacia el sur
de las tres grandes divisiones constitucionalistas se hiciera
sin Villa al frente. Las tensiones llegaron a tal grado que
Villa renunció al m ando aunque sus generales le im pusieron que continuara y la División del Norte decidió avanz ar
sobre Zacatecas aun sin el consentim iento del prim er jefe.
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Si Villa viviera, con López anduviera
El 16 de junio había salido de Torreón la vanguardia de la División del Norte, en m edio de la fiesta y la lluvia,
con una tropa que no tenía capotes. Prim ero los trenes de
Urbina y tras ellos, en cinco trenes, Ángeles con los cañones.
Llueve otra vez cuando llegan a La Calera, a 25 kilóm etros de
Zacatecas, el 19 en la m a ñana. Urbina, en ausencia de Villa,
ordena a ese em papado ejército el dislocam iento inicial.
Los federales, desde el cerro de El Grillo, ven la llegada
de los trenes villistas, arrojando una inm ensa nube de hum o
negro, porque viene quem ando leña verde ya que Carranza
les negó el carbón y contem plan azorados las im ágenes de
los m illares de hom bres en los techos de los vagones y la salida de los caballos de su interior. Se había hecho correr entre
los federales el rum or de que con la División del Norte venían soldados estadounidenses. Los m irones no encontrarán
confirm ación a los ru m ores. Tam poco estará activa la fuerza
aérea villista. Poco antes de la batalla de Zacatecas, Parsons
se había visto obligado a hacer un aterrizaje forzoso. Se fue
a la frontera para com prar las piezas que necesitaban para
las reparaciones, incluido un nuevo m otor. Harto de los peligros y las incom odidades sufridas en la cam paña, al llegar
a Ciudad Juárez hizo los arreglos para despachar lo que De
Villa necesitaba para reparar el avión, se m ontó en el tranvía
de El Paso y nun ca regresó a México. Poco tiem po después
De Villa tam bién renunció, acabando con el prim er cuerpo
aéreo revolucionario.
El cerco
El día 20 el general Felipe Ángeles dispone reconocim ientos y se produ cen tiroteos esporádicos en la prim era
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línea de defensa: los cerros El Refugio, El Padre, La Sierpe y
un pequeño cerro al este de La Sierpe y al norte de El Grillo.
Ángeles piensa que el m ejor ataque será desde el norte
porque la artillería villista puede batir a la artillería federal y
apoyar el avance de la infante ría contra los cerros. Ordena
acantonar la artillería en Morelos, luego tom a posiciones en
Veta Grande y allí establece el cuartel de la artillería y el
de su brigada de infantería. Chao se reporta con Urbina.
Maclovio Herrera y su brigada arriban pidiendo órdenes,
Ángeles le inform a que él no puede darlas, Urbina está a
cargo hasta la llegada de Villa. Los prim itivos sitiadores, las
tropas de Natera y los herm anos Arrieta, van viendo el im presionante despliegue de trenes de la División del Norte
de Fresnillo a La Calera. A ellos les dan instruccio nes de
situarse en el sur, en Guadalupe, para cerrar la salida de los
ya sitiados.
Ángeles, gracias a los reconocim ientos, se dará
cuenta de que los soldados federales están quem ando el
forraje en los alrededores de la ciudad y se van reconcentrando en Zacatecas.
Tiroteos en toda la prim era línea. Sólo actúa la artillería de La Bufa y El Grillo. Los federales sufren por un
m al aprovisionam iento de m uniciones. Deserta un grupo
de colorados del cerro al sur de El Refugio.
Finalm ente la División del Norte y la del Centro de
Natera despliegan 19,500 hom bres, cinco m il de los cuales
cierran el cerco por Guadalupe en la salida de la ciudad al
sur y al oriente, por el cam ino que va a México. El Niño se
coloca sobre la vía férrea. Las restantes brigadas y la infantería se distribuyen en arco. Aguirre Benavides viene diri—11—
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giendo la brigada de Robles, porque José Isabel seguía convaleciente de su herida, y Raúl Madero la suya, la Zaragoz a.
Está lloviendo de nuevo esa noche. Otra vez , en un
verano que parece m aldecir a los villistas con el clim a. Los
soldados se guarecen bajo nuevas cobijas m uy grandes que
tenían una franja negra y el letrero División del Norte.
El 21 en la mañana Urbina dispone de las últimas brigadas que arriban: la González Ortega de Toribio, la
Cuauhtémoc de Trinidad Rodríguez, quien en su aproximación barre la zona, estrenando las 20 ametralladoras que Trini
había comprado y que comanda el capitán Horst Von del
Holz, un noble alemán que lo viene siguiendo desde Ojinaga.
Los primeros choques
Hacia las tres de la tarde la gente de Maclovio Herrera,
que estaba acam pando, recibió un cañonaz o federal que les
hiz o tres m uertos. El sordo Maclovio, encabronado, sacó la
pistola y ordenó el ataque: “Ahorita entram os, m ucha chos.
Ahora le dam os en la m adre a esos hijos de la chingada”.
El capitán fe deral Ignacio Muñoz , que es jefe accidental de
la posición de Cinco Señores, ve avanz ar a la brigada de
Maclovio Herrera que llega a la estación de ferroca rril con
m uchas bajas. Maclovio es herido en un braz o. El com bate am enaz a con generaliz arse, porque la brigada Chao ha
entrado en acción apoyándolo, así com o 10 piez as de la
artillería de Ángeles. La resistencia de los federales y la falta
de conexión con el resto de la División los hace replegarse.
El resto de la artillería villista tom ará posiciones m ás cerca,
en las crestas del lom erío, en un caserío llam ado Mina de la
Plata, donde aguantan el fuego artillero sin respon der para
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no revelar sus posiciones. Ángeles dirá que m ejor que tiren
contra el caserío donde se estaban em plaz ando, que contra
la infantería.
La ausencia de Villa tiene preocupados a los m andos. ¿Por qué Villa sigue en Torreón? ¿Absoluta confianz a
en la División del Norte? Natera pregunta a Ángeles cóm o
será el ataque, a todos les urge saberlo.
Poco después, hacia las cuatro de la tarde, las tropas
de Natera y de los Arrieta chocan con el coronel colorado
Antonio Rojas (aquél al que Villa perseguía en 1912 cuando
se fugó de la cárcel) al tratar de tom ar posiciones en Mesa
del Águila. Al oscurecer los villistas se ven forz ados a replegarse. En la noche tom arán contacto con las tropas de
Maclovio Herrera cerrando el cerco.
Las escaram uzas del día fueron cosa m ayor. Todas
las tropas de la División del Norte intervinieron, casi todos
los fuertes de Zacatecas fueron batidos. Era un asalto en form a, dirán los federales. No saben lo que se les viene encim a.
Se dice que en el interior de la plaz a sitiada los colorados saquean y se distribuye m ez cal y tequila en las trincheras. Aunque el teniente Yáñez asegu ra que a los defensores del cerro de La Sierpe, que eran com o 600, nunca les
llevaron alcohol, el capitán Muñoz insiste en que hubo un
“crim inal reparto de bebidas em briagantes”.
Durante la noche hay tiroteos esporádicos y ataques
nocturnos de los villistas a las fortificaciones en algunos
sectores. Los hom bres de la División del Norte parecen tener prisa por lanz ar el enfrentam iento definitivo.
Al iniciarse el día 22, Ángeles escribirá en su diario:
“Siguen los reconocim ientos”. La brigada de Toribio Ortega
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va presionando hacia el cerro El Padre. La artillería villista abre fuego y desm ontan varias piez as de los federales.
El bom bardeo hiz o un daño m ayor en lo m oral que “en lo
efectivo, porque las espoletas de las granadas fabricadas en
Chihuahua eran defectuosas”.
El capitán Muñoz, m uy dado a las polém icas, dirá que
“nunca en calidad de tiro fue superior la artillería de Villa a la
de los defensores de Zacatecas. Si hubo superioridad fue en
el núm ero de piezas. Villa traía 40 cañones (en realidad 39)
y los federales disponíam os allí de 10”. Realm ente eran 12
dis puestos en La Bufa, El Grillo y la Estación. Y habría que tom ar en cuenta la m ala calidad de las granadas chihuahuenses contra los proyectiles europeos de los federales, y que
los cañones de Ángeles tuvieron problem as en los frenos y
había que repararlos sobre la m archa, m ás aún, la artillería
villista tuvo que tom ar posiciones m uchas veces bajo fuego.
Pero evidentem ente la afirm ación de Muñoz es falsa.
Mientras tanto, Villa…
Poco antes de salir de Torreón, Villa recibió a una
delegación de la División del Noreste, que sin perm iso de
Carranz a venía a m ediar en el conflicto. Se trataba de Miguel
Alessio Robles y José Ortiz , que pensaban que “la raz ón
m ilitar la tenía Villa, pero Carranz a tenía m otivos políticos
para obrar así”. Lo encontraron cuando estaba desayunando un atole de harina de m aíz con rajas de canela. Villa les
dijo que en ese m om ento salía para Zacatecas donde ya se
estaba com batiendo, y les prom etió que cuando se ocupara
la ciudad convoca ría a una reunión de jefes de la División
del Norte para que hablaran con ellos. Los com isionados
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viajaron en tren con él. A cuatro o cinco kilóm etros de la
ciudad se detuvieron y Villa les preguntó si lo acom pañaban o se quedaban en el tren. Alessio Robles y Ortiz iban
desarm ados, eran paisanos, no habían com batido nunca
antes y decidieron quedarse en el tren. Villa m ontó a caballo y acom pañado de sus secretarios Trillo y Pérez Rul y
de los Dorados, avanz ó hacia la z ona de com bate. Alguien
anotará que entre los m iem bros de su escolta iban tres estadounidenses: William Edwars, Donald MacGregor y Paul
Ganz hom , soldados de fortuna y pistoleros.
Una de las prim eras noticias que Pancho recibió tras
contactar con Urbina y recibir inform ación sobre la disposición de la División, era que Toribio Ortega se encontraba m uy grave. Toribio, m aestro de escuela, jefe de la brigada Gonz ález Ortega y uno de los m ás sólidos baluartes
de la División del Norte, venía m uy enferm o desde Góm ez
Palacio, con fiebre tifoidea. Al inicio del cerco había perm anecido cobijado entre unas piedras, pero la noche del
21 al 22, bajo una lluvia m uy fuerte, Toribio, que andaba
sin capote, se m ojó m ucho. A la m adrugada ya no podía
cam inar. Darío Silva lo vio en esos m om entos y se sorprendió de la gravedad de su estado. Saldrá de la prim era línea
en cam illa. Porfirio Ornelas tom ará el m ando de la brigada.
Villa contem pló el estado de su am igo y ordenó que de inm ediato fuera trasladado a Chihuahua en un tren especial.
Pancho aparecerá en la tarde por las posiciones de
artillería donde se encuentra Ángeles, después de com er;
llega trotando en un caballito que le prestó Urbina. Juntos
revisan el cam po y Villa hace pequeñas correcciones. En la
noche los cañones serán llevados a sus nuevas posiciones.
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Si Villa viviera, con López anduviera
El reflector de La Bufa, m anejado por un m ercenario inglés llam ado Donald Saint Clair, ilum ina las z onas que los
rebeldes lentam ente van ocupando. Villa recorre los cam pam entos de las brigadas. Supuestam ente no se ha dado
la orden de asalto, pero son frecuentes las escaram uz as,
la gente anda caliente. La estación será tom ada y retom ada
varias veces. Villa ordena que el ataque final se inicie el día
siguiente a las 10 de la m añana; está preocupado porque no
se adelante, las bajas sufridas en los dos días anteriores son
inútiles, quiere que el ataque sea sim ultáneo.
Si la tom a de Torreón fue la clave del éxito de la
Revolución Constitucionalista y uno de los enfrentam ientos m ás terribles y m ás enconados, Zacatecas, en la im aginación popular y la m em oria social, es la batalla; canciones,
corridos y películas así la celebran. Sin em bargo, el enfrentam iento no habrá de durar m ás allá de 72 horas y la batalla
propiam ente dicha, sólo ocho horas y m edia.
El ataque
El 23 de junio, hacia las 9:30 de la m añana, Villa dispone que su escolta y parte del Estado Mayor se fragm enten
y se unan a diferentes brigadas; se queda con un pequeño
grupo de hom bres: Rodolfo Fierro, el Chino Banda, Vargas,
Nicolás Fernández , Madinabeytía y Santoscoy.
Las brigadas entran en acción. Por el norte, atacando
La Sierpe (el llamado cerro de tierra negra), Ceniceros, la brigada Morelos de Urbina, la Robles con Aguirre Benavides, el
tercer batallón de Gonzalitos (la infantería más disciplinada de
la División) y parte de la brigada Zaragoza con Raúl Madero.
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Por el noroeste, atacando el cerro de Loreto, tres brigadas de los dirigentes históricos de la División del Norte, la
brigada Villa de José Rodríguez , la Cuauhtém oc de Trinidad
Rodríguez y los de Cam argo de Rosalío Hernández .
Por el oeste, los z apadores de Servín, y el coronel
Alm anz a.
Por el suroeste Maclovio, la brigada de Ortega y Chao,
las otras tres brigadas claves de la DN. Por el sur oriente,
cubriendo la ruta de escape de Guadalupe, la División del
Centro de Natera, que deberá tom ar los cerros El Padre y El
Refugio y la estación de ferrocarril.
Poco antes de las 10 se abre el fuego a causa de la
im paciencia de la gente. Algunas brigadas avanz an hasta
su línea de salida a caballo. En el norte los ca ñones villistas
concentran el fuego en el cerro de Loreto para proteger a
la infan tería. Trinidad Rodríguez deja las posiciones de la
artillería porque com enta que no le gusta estar bajo fuego
de unos enem igos invisibles. “Yo ya m e voy de estos rastrillaz os”, dirá, y tom a la dirección de la brigada Cuauhtém oc
en el asalto. Cuando los atacantes están a m edia falda del
cerro, se corrige el tiro de artillería para dar en la punta,
donde están las trincheras. En 25 m inutos los federales
son despojados de la posición, pero Trinidad Rodríguez ha
quedado gravem ente herido de un balaz o en el cuello que
toca la m édula espinal; cae de la yegua en la que va m ontado y atorado en el estribo es arrastrado varios m etros.
Son las 10:25 de la m añana cuando la infantería villista tom a la prim era posición de las defensas de Zacatecas.
A las 11 de la m añana Villa está en el puesto de
m ando de la brigada Villa cuando le traen a su com padre,
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Si Villa viviera, con López anduviera
el general Trinidad Rodríguez , uno de los históricos com batientes, de 32 años, gravem ente he rido. Desconsolado,
al verlo casi m uerto, ordena su evacuación en tren hacia
Chihuahua. Dos de los dirigentes claves de la División han
caído en 24 horas, Toribio y Trinidad. Villa sólo sabrá después de la batalla que Rodríguez fue bajado agoniz ante del
tren, en Torreón, donde m urió.
Ángeles m ueve la artillería hacia Loreto y a él se une
Villa. Las granadas federales tiran alto. Ángeles reitera que
m ejor que tiren contra el caserío donde se encuentran, porque así dejarán avanz ar a la infantería y “nosotros sentirem os m ás bonito”.
A las 10:40 la brigada de Maclovio tom a el cerro de
El Padre en el sur.
Las tropas de Servín estaban trabadas ante la fusilería y la artillería del cerro de tierra negra llam ado La Sierpe.
A la batería de Ángeles llegó prim ero Urbina para conferenciar con él y luego Villa, dem andando apoyo artillero.
Se m ovió la artillería hacia las faldas del recién tom ado reducto de Loreto. Villa y Ángeles se adelantan a buscar posiciones en las faldas del cerro. Ángeles subirá al tejado de
una casa donde llueven balas. Los defensores de La Sierpe
contra atacan casi en el cuerpo a cuerpo. Cervantes, por órdenes de Ángeles, em plaz a dos cañones con cierto éxito y
sus granadas caen en el lugar donde están las trincheras
enem igas. Quince m inutos después del inicio del fuego artillero, y después de tres o cuatro terribles asaltos, los federales com ienz an a abandonar la posición. El capitán federal
Yáñez contará que los defensores de La Sierpe sólo recibieron com ida una vez en los últim os cinco días, seis costales
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de car ne seca y pan, y que de los 750 soldados dejaron un
centenar m uertos en la cum bre. Hacia las 12 una bandera
villista coronaba el cerro.
Paralelam ente, en el sur de la ciudad las tropas de
Natera tom an El Refugio. Van aproxim ándose a la Estación.
Desde la posición de Loreto la artillería villista podía
batir El Grillo. Montan la batería para disparar sobre el fortín. Villa, “sobre un m ontón de piedras”, está presente en
la operación. Un cañonaz o im pacta a tres m etros de ellos.
Es quiz á durante este m om ento de la batalla que algunos
periodistas se acercaron a Pancho. En una colina Villa estaba con una navaja sacándole punta a un palito. Volaban
cerca las balas y desistieron de la conferencia de prensa.
Cerca de él, Eduardo Ángeles, el sobrino de Felipe, que tiene
16 años, observa: “Aunque uno fuera un cobarde, viendo a
Villa se volvía valiente”. Villa y Ángeles com erán en la casa
de Loreto que han usado com o fortín.
La brigada Zaragoza, que accidentalm ente dirige Raúl
Madero, topa en El Grillo con unas fuertes defensas y frena su
avance. Lo m ism o sucede a las briga das Villa y Cuauhtém oc
que acaban de tom ar Loreto y están m uy desgastadas. Es entonces cuando Rodolfo Fierro le dice a José Ruiz:
—¿Por qué no vam os a tom ar ese cerro?
—¿Con quiénes?
—Con estos —dijo Fierro y señaló una docena de
hom bres que estaban cubiertos al lado de una z anja. ¿O
tienes m iedo?
—¿Miedo yo?
Fueron subiendo de piedra en piedra. Ruiz llegó
hasta la plaz oleta que coronaba el cerro donde los defen—19—
Si Villa viviera, con López anduviera
sores se cubrían. Villa, al ver lo que estaba sucediendo, les
envió 200 hom bres de la reserva. Pero ni aun así. Ruiz fue
herido en la región inguinal y Fierro recibió una herida de
bala que le perforó la pierna. Apareció herido por el puesto
de m ando. “Fierro anda chorreando sangre”, se com entaba.
Pero no quería dejar el frente y tras vendarse m ala m ente
consiguió una m otocicleta y siguió dirigiendo a sus hom bres. La herida en la pierna de Fierro m anaba sangre hasta
el estribo, pero aun así seguía en la línea hasta que Villa, al
descubrirlo, lo m andó llam ar y le exigió se presentara al
puesto de los doctores Villarreal y Silva. Existe una foto de
Fierro tendido en el suelo, cubierto con una sábana, o m ás
bien enrollado, y con un pie al aire; un m édico, de rodillas
a su lado, m ira la cám ara. Alguien que parece Natera lo observa en cuclillas. Fierro parece am ortajado.
Com ienz a un duelo artillero contra los fortines de
El Grillo y La Bufa, que atacan Ceniceros y Gonz alitos. Un
cañonaz o m ata a los artilleros al lado de donde están Villa
y Ángeles. Este últim o tiene que m antener quietos a sus
hom bres porque hay una reacción de m iedo cuando quedan cubiertos de tie rra. A pesar del valor enloquecido de los
villistas se frena el ataque sobre El Grillo.
Villa quiso ir él m ism o a im pulsar a los atacantes,
pero Ángeles lo detuvo y envió a Cervantes. Raúl Madero
pedía refuerz os. Hacia la una de la tarde la artillería com ienz a a debilitar las posiciones federales en El Grillo. El capitán
Juan Muñoz , que atacaba con la brigada Cuauhtém oc, recuerda que avanz a ban en tres líneas de tiradores y la artillería villista, con gran precisión, iba haciendo saltar las
piedras delante de ellos, volaban las esquirlas. El capitán
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federal Cortina dirá que cuando se produjo el ataque generaliz ado, la m oral de sus tropas era detestable, estaban
ham brientos y crudos. Hacia la una y m edia com enz aron a
escurrirse los federales de El Grillo y se produjo la desbandada, el frente se desm oronaba.
Eran las tres de la tarde cuando en el sureste la brigada de Maclovio Herrera tom ó la estación. Quedan en el norte
de la ciudad sólo las defensas de La Bufa, quizá las m ás potentes de todos los cerros fortificados. Cuando se inicia el
ataque se produce una explosión en el centro de la ciudad.
Felipe Ángeles verá el reloj, son las tres y m edia de la tarde.
Los prim eros en entrar en Zacatecas fueron las
avanz adillas de la briga da de Pánfilo Natera, que se habían
infiltrado y llegado hasta el Palacio de Gobierno (exactam ente, dirá Muñoz , a un depósito a dos cuadras del m ercado). A lo largo de los años se han m anejado dos versiones
sobre lo que habría de suceder: o fueron los federales los
que volaron el polvorín en la huida o un grupo de villistas,
al tratar de abrir una puerta a tiros, hiz o involuntariam ente
explotar la dinam ita. El hecho es que la explosión que escuchará Ángeles sacudirá a la ciudad. Vuela el Palacio, se
abren puertas y ventanas y en varias cuadras a la redonda
saltan los vidrios por la trepidación. Murieron 37 hom bres
de Natera, nueve perso nas de una fam ilia que vivía en la
casa de al lado, y en las ruinas se localiz arán los cadáveres
de 89 soldados federales.
Al día siguiente una foto recogerá los rostros azorados
de un grupo de mirones armados, sin duda miembros de la
División del Norte, contemplando los escombros de lo que fue
el Palacio derruido. La foto es impresionante, no queda ni un
muro en pie, ni pared ni columna, sólo escombros.
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La desbandada
A las cuatro de la tarde, Benjam ín Argum edo, que
vestía traje de charro negro y galoneado, un gran uniform e para m orir, cargó con 600 hom bres a sable por la calle
de Juan Alonso hacia la villa de Guadalupe. Lo acom pañaba el derrotado general Medina Barrón, querían rom per el
cerco y huir, pero fue ron a dar de frente con las tropas de
los herm anos Arrieta, que los rechaz aron. De 600 hom bres
que traía Argum edo sólo sobrevivirán 100. La calle quedó
cubierta de cadáveres.
En el centro, aunque los federales no saben del intento de huida de sus generales, tam bién se rom pe el frente por
la zona en la que ataca Maclovio. La brigada Chao progresa
por la cañada a un costado de La Bufa. La artillería villista
ha desm ontado los cañones de los defensores. Los infantes
huyen a la ciudad. Hacia las 4:30 la desbandada es absoluta.
Faustino Borunda, de la brigada Urbina, es el prim ero en coronar La Bufa y allí se alza la bandera. Su defensor, el coronel
federal Altam irano, m orirá poco m ás tarde al pegarse un tiro
en el cam ino a Guadalupe, im posibilitado de huir.
Es el caos, porque m uchos federales se desnudan,
tiran sus uniform es y tratan de robarle la ropa a los civiles.
La ciudad está prácticam ente tom a da a las 5:35 de la tarde.
Villa esta vez no quiere que se le escapen los federales com o sucedió en Torreón. Unos 800 hom bres, entre
los que se encuentran varios generales y los restos de los
colorados, intentan abrir se cam ino por segunda vez hacia
Guadalupe pasando por el panteón. El general Olea dirá: “El
enem igo, posesionado de las lom as y de las azoteas de las
casas, nos fusilaba a su gusto”. Unos cuantos lograron salir,
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entre ellos Argum edo. Después de eso las brigadas de José
Carrillo y los Arrieta cerraron totalm ente la salida y se produjo la m atanza. Pazuengo cuenta: “Trataban de rom per el
sitio inútilm en te, sin pasar uno sólo, se iba haciendo una pila
de m uertos, un caballo sólo pasaba brincando m uertos”.
Natera dirá que de los seis m il que trataron de salir por el sur, no salieron m ás de m il. El últim o reducto es
el hospital m ilitar, que sobrevive a la debacle unos m inutos
m ás que el resto de las defensas.
Argum edo, a pesar de que los rum ores decían
que había sido capturado vestido de m ujer y quem ado,
m ilagrosam ente logrará huir. En algún sitio que no puede precisar, el autor de este libro leyó que días m ás tarde
Argum edo le tiró sobre la m esa al m inistro de Guerra en
México las águilas del distintivo de general que había recogido en el suelo en las afueras de Zacatecas, en la huida hacia Aguascalientes. Algún general federal se las había
quitado para que no lo identificaran.
El espectáculo terrible de la muerte
Las fortificaciones, al ser tom adas, ofrecen un espectáculo terrible: m uertos por todos lados, m uchos con el
fusil en la m ano, con un tiro en la frente. El coronel Eulogio
Ortiz diría que nunca había visto tanto m uerto y tanta
sangre en un com bate que sólo duró nueve horas. De los
750 defensores de La Sierpe, sólo salieron de la ciudad 50.
Verdaderam ente, el espectáculo de la m uerte debe haber
sido terrible para que un grupo tan curtido de veteranos,
que ha bían pasado por Torreón, com o eran los hom bres
de la División del Norte, lo resintieran; en todos los tes-
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Si Villa viviera, con López anduviera
tim onios aparecen frases com o las de Vicente Martínez :
“La calle quedó parejita de m uertos”, o la de Félix Delgado:
“No hallaba en donde poner pie, de tanto m uerto”. Eduardo
Liz alde dirá m uchos años m ás tarde en una novela, en boca
de uno de sus personajes: “No puede haber m ás m uertos
que en Zacatecas”.
Villa ordenó que se detuviera el saqueo. Prim ero a
Natera, que es el que se lo reporta, luego a Borunda, al que
le ordena que la escolta de los Dorados se haga cargo. “Pena
de m uerte al que no acate”. “Luego —dirá Gilberto Nava—
recibim os la orden de lo de las cantinas, m andar quebrar
todas las botellas de vino [...]; destruir lo que hubiera de
licor”. Pancho ordenó que se requisaran en los patios del
ferrocarril todos los m uebles robados y se devolvieran a
sus dueños.
Las bajas federales son m uy im portantes, Natera
exagera cuando habla de seis m il m uertos, pero Villa se
queda corto cuando reporta cuatro m il. El día 26 se han
levantado 4,837 cadáveres. Se han capturado m ás de cinco
m il prisioneros, dos m il de ellos heridos, 12 cañones, am etralladoras, doce m il fusiles m áuser, nueve trenes, 12 carros con parque y obuses. Las pérdidas villistas ascienden a
500 m uertos y 800 heridos.
Villa ordena que 3,000 prisioneros com iencen a
despejar las calles de cadáveres. El capitán I. Muñoz se encuentra junto a un grupo de detenidos cerca de la estación;
los vencedores, aplicando la ley Juárez , están fusilando a
los oficiales. Los van llevando al cem enterio y los ejecutan
de un tiro en la cabez a. “Un grupo de hom bres se detuvo
en la puerta del panteón. El general Felipe Ángeles venía a
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Paco Ignacio Taibo II
la cabez a, el som brero tejano café llevando el ala derecha
le vantada y sujeta por un cordón, seguido de un grupo de
oficiales de su Estado Mayor [...] Increpó duram ente a los
asesinos; condenó con energía ese vil asesinato y ordenó
que los que aún quedábam os con vida, fuéram os llevados
a la estación.” En esas y en otras purgas serán fusilados los
generales Víctor Monter y Jacinto Guerra.
Alessio Robles registra que Rodolfo Fierro, sostenido por un par de hom bres, porque no lo habían acabado
de curar, disparaba con pistola contra una fila de detenidos
federales que estaban pasando frente a él; dice que él lo
vio desde el tren de Villa y le recrim inó su actitud, logrando que Fierro guardara la pistola. Villa ordenó que no se
fusilara a los oficiales artilleros. Gracias a esto el capitán
Cortina sobrevivirá. J. B. Vargas cuenta que al m ando de un
grupo estaba bus cando al capitán Lim ón, “un oficial que en
Chihuahua había fusilado gente por ser sim ples sim patiz antes nuestros”.
Villa perm aneció en El Grillo todo el día 23 dirigiendo la persecución de los restos de la guarnición federal. A la
m añana siguiente se instaló con su escolta y el cuartel general en la casa de José María Gordoa. Estaba m uy afectado
por la m uerte de Trinidad Rodríguez , la grave enferm edad
de Toribio Ortega y la m uerte de su am igo el coronel León
Rodríguez , Leoncito.
La represión
Se organiz an y se im provisan hospitales, el tren sanitario es insuficiente. El doctor Lym an B. Rauschbaum ,
m édico de cabecera de Villa, atiende en el hospital im pro-
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Si Villa viviera, con López anduviera
visado de los villistas en el centro de la ciudad. Villa visita el edificio de la Escuela Norm al de Zacatecas, donde “se
enteró del buen trata m iento que allí se daba a los heridos
de am bos bandos”. Se fue m uy contento, pero volvió en la
tarde de otro talante, acom pañado por Banda y J. B. Vargas.
Estaba encoleriz ado porque se había enterado de que entre
los heridos había ocultos oficiales federales que se habían
quitado el uniform e, y pidió que se los entregaran. El doctor
López de Lara y la profesora Beatriz Gonz ález se ne garon
argum entando que estaban heridos. Villa se enfureció m ás
todavía. Vargas golpeó al doctor con un cinturón, “por m i
propia iniciativa, no por la del general Villa”. Pancho ordenó
el fusilam iento de am bos y de pasada del ingeniero Rojas,
que decía que no se debería tratar así a una m ujer. Los tres
salieron escoltados rum bo al panteón. Una enferm era, llorando le pidió a Villa que no los fusilara, que la señorita
era m aestra. El argum ento tocó las fibras m ás sensibles de
Villa. Vargas recuerda que “cuando los llevábam os a fusilar,
aunque yo pensé que se trataba de un sim ulacro”, llegó un
Packard con la contraorden de Villa. Poco después los tres
retornaron al hospital y siguieron atendiendo heridos.
Después de la batalla fueron detenidos en un colegio lasallista los curas profesores. El cónsul francés intercedió por ellos con Manuel Chao, que al par de días les
m andó un oficial m uy am able, quien les dijo que si en lugar
de dar clases de religión enseñaban las Leyes de Reform a,
las que en su día habían confrontado a la república juarista
con el clero, y en vez de m isas organiz aban actos cívicos, se
podían quedar dando clases. Se negaron y los expulsaron
del país. Villa pidió por ellos rescate de 100 m il pesos y los
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Paco Ignacio Taibo II
curas colectaron lim osnas por las calles para com pletar la
sum a. El 3 de julio los m etieron en un carro de carga y los
enviaron a Estados Unidos.
No fueron los oficiales federales, los m édicos y los
curas lasallistas los únicos en sentir la furia organiz ada y
m uchas veces bárbara de la División del Norte. Fuentes,
un ex oficial federal que había aceptado Villa después de
Saltillo sum ándolo a los Dorados, se em borrachó, com o
hacía con frecuencia, y m ató a uno de sus com pañeros.
Villa ordenó de inm ediato su fusilam iento. Lo llevaron al
paredón y, cuando sim ulaba estar llorando, el oficial a cargo de la escuadra le preguntó si tenía alguna últim a voluntad que pedirle. El tal Fuentes le hiz o jurar entre lágrim as
que lo que pidiera se lo iba a cum plir, y cuando le sacó el
juram ento se puso a reír y dijo: “El encargo que quiero hacerles es que se vayan todos a chingar a su m adre, incluido
Pancho Villa”. Lo ejecutaron. Cuando le contaron la historia,
Pancho se arrepintió de haberlo m andado fusilar. Es m ás,
le gustó la gracia del pelado ése, y andaba por ahí diciendo
que a tipos tan valientes era un desperdicio fusilarlos.
El Dorado Arturo Alm anz a escribió un épico corrido narrativo sobre la batalla, una de cuyas cuartetas dice:
Vuela, vuela palomita/ llévate unas flores secas/y dile al borracho Huerta/ que entramos en Zacatecas.
Villa hiz o entrega de la plaz a y del estado de
Zacatecas a Panfilo Natera y le m andó el parte de operaciones a Carranz a, com o bien decía el telegram a, “com o si
nada hubiera pasado”. El texto lo escribió Felipe Ángeles,
que de pa sada aprovechó para enviarle otro a Victoriano
Huerta, con sólo tres palabras: “¡Viva la República!”, la frase
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Si Villa viviera, con López anduviera
que pronunció Huerta, borracho, cuando se pre sentó el 18
de febrero de 1913 ante Madero, Pino Suárez , Ángeles y
Federico Gonz ález Garz a, que estaban detenidos.
Pancho se entrevistaría poco después en el cuartel
general con los herm a nos Arrieta y los oficiales de su brigada, a los que les entregó ropa, calz ado y provisiones, y
repartió dinero. Villa le dijo a Dom ingo que le había dado
prue bas de que “com pañero sí soy”, al venir a colaborar con
ellos en la tom a de Zacatecas. Arrieta m antuvo las distancias y se negó a pertenecer a la División del Norte. Pero en
am bos hechos Villa parecía dar clara m uestra de que, en lo
que a él tocaba, el incidente con Carranz a estaba z anjado.
“Las tres pelonas”
Sirva com o final, para dejar a un lado tanta m uerte, contar la siguiente historia: Durante seis m eses había
acom pañado a Villa en su tren un trom petista de Jiquilpan
llam ado Rafael Méndez . En Zacatecas, Pancho se conseguirá un suplente: Rafael Ancheta, ven dedor de vinos y m úsico
que tocaba el chelo y el piano, reclutado por los federales
de leva y m ás tarde capturado por los villistas, que lo llevaron frente a Pancho, quien vién dole las m anos lo condenó
a fusilam iento. Ancheta le inform ó que era m úsico. Villa lo
llevó hasta un vagón en el que traía arrum bado un piano
y el tipo le tocó, para dem os trarlo, Dinorah, de Meyerbeer.
Villa se dio por convencido, pero lo que ahora quería de él
era que le tocara “Las Tres Pelonas”. ¿Se la sabe? Y ahí lo
dejó tocándola una y otra vez , con lo que Ancheta salvó
la vida. Por cierto que los villistas saldrán de esta batalla
con una nueva piez a para incorporar a su repertorio, “La
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Paco Ignacio Taibo II
m archa a Zacatecas” que, com puesta una docena de años
antes por Genaro Codina, era originalm ente un hom enaje a
un gobernador porfirista, “La m archa Aréchiga”, y que rebautiz ada se ha de volver em blem á tica del posteriorm ente
avance de los norteños, tocada alegrem ente por las m il y un
bandas m ilitares de las que se han apropiado a lo largo de
la cam paña.
FUENTES INFORMATIVAS:
La p ersp ectiva d e la batalla d esd e el p unto d e vista villista en Felip e
Ángeles: “Diario d e la batalla d e Zacatecas” en (“Docum entos relativos...” y Cervantes:Ángles). Fed erico Cervantes,“Descrip ción d e
la batalla d e Zacatecas”, “Asalto y tom a d e Zacatecas”, “Cóm o fue
el ataque a Zacatecas” y Francisco Villa y la revolución. Aguirre
Benavid es: Las grandes batallas de la División del Norte. Martín
Luis Guz m án en Memorias de Pancho Villa sigue esas d os líneas
en térm inos ge nerales. Parte d e la División d el Centro d e Natera
a Carranz a en el ap énd ice d e Barragán: Historia del Ejército y la
Revolución Constitucionalista, tom o 1. Ontiveros: Toribio Ortega y
la brigada González Ortega, registra los p artes d e la brigad a p or
regim ien to. Alberto Calz ad íaz : Hechos reales de la revolución, tom o
1, con varios testim onios d irectos. Brand o: La División del Norte.
Juan B. Vargas: “Villa en Zacatecas”. Ed uard o Ángeles Program a d e
Historia Oral d el INAH 1/ 31. Herrera: “Cóm o era y cóm o m urió el
general Rod olfo Fierro”. Mantecón: Recuerdos de un villista.
Desde el punto de vista de los federales, el Archivo Histórico
de la Defensa Nacional, Expediente XI/ 481.5/ 334, t. II, m uy com pleto. Varios de los partes m ilitares en Aguirre: Grandes batallas, e
Ignacio Muñoz : Verdad y mito de la Revolución Mexicana, tom os 2
y 3. Muñoz fue capitán federal en esta batalla y dice que la División
del Norte “tuvo 3,000 m uertos y seis m il heridos que llena ron los
hospitales de Zacatecas, Torreón, San Pedro, Durango, Chihuahua,
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Si Villa viviera, con López anduviera
Parral y Jim énez ”. Exagera sin duda. El núm ero de heridos de toda la
cam paña, desde Sacram ento, no debió llegar a los cinco m il.
Ignacio Muñoz (1892- 1965) es uno de los m ás extraños
narradores de la Revolución Mexicana, incursionó en el periodism o
m exicano de 1925 a 1945; m aderista, capitán del ejército, benévolo
con Victoriano Huerta, com batiente federal en Zacatecas, escribió el
texto: “La batalla de Zacatecas vista desde las trincheras”. Capturado
y reciclado, villista con Maclovio Herrera, antivillista cuando se produce la ruptura, carrancista accidental, nuevam ente capturado; villista en las batallas del Bajío. Fundador de un sui generis ku kux
klan m exicano y de un Sindicato de Redactores de Prensa; grafóm ano y am ante de la polém ica. Autor de cuatro tom os de anécdotas,
discusiones y debates sobre la Revolución Mexicana; Verdad y mito
de la Revolución Mexicana, una biografía de Heraclio Bernal y varios
libros de cuentos.
Adem ás, Víctor Ceja Reyes: Zacatecas. La llave del triunfo;
Terrones Benítez: “La batalla de Zacatecas”; Pacheco Moreno: “La
verdad por encim a de todo”. Sam uel López Salinas: “La batalla de
Zacatecas”. Sergio Candelas: “La batalla de Zacatecas”. La Edición del
75 aniversario de La batalla de Zacatecas, coordinada por Enciso, contiene los testim onios del general federal Olea y de Darío W. Silva. José
G. Escobedo: La batalla de Zacatecas. J. Parra Arellano: “Ratificaciones
a las m em orias de F. Villa”. Ram os Dávila: “Versiones sobre la batalla de Zacatecas”. Elías Torres: La cabeza de Villa y 20 episodios
más. Alejandro Contla: “Mercenarios extran jeros en la Revolución
Mexicana”. LawrenceTaylor: La gran aventura en México y “El cuerpo
de aviadores de Pancho Villa”. Pazuengo: La revolución en Durango.
Adalberto López: Program a de Historia Oral- INAH (PHO) 1/ 43.
Miguel Alessio Robles: “Obregón com o m ilitar” y “¡Viva la República!”
Meyer: El rebelde del norte. Pascual Orozco y la revolución; Gilberto
Nava PHO 1/ 26. Vicente Martínez: PHO 1/ 73; Félix Delgado PHO 1/ 79;
Cuauhtém oc Esparza: La toma de Zacatecas; Vito Alessio Robles: La
Convención Revolucionaria de Aguascalientes; J. González Ortega:
“Villa en Zacatecas”, Roberto Martínez: Benjamín Argumedo.
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Paco Ignacio Taibo II
La historia del trom petista Méndez en un recorte de prensa
en el archivo de Haldeen Braddy; Elías Torres: Vida y hechos; Ernest
Otto Schuster: Pancho Villa’s Shadow (cuenta que en 1915 le tocará
en el piano a Villa: “Tierra Blanca”, “La m archa de Zacatecas”, “El
pagaré” y “La Adelita”), Historiadores Galácticos: “Genaro Codina”.
Existe una m uy buena novela cuyo punto de arranque es la tom a de
Zacatecas, Siglo de un día, de Eduardo Liz alde, y una película, Juana
Gallo, que provocó las iras de Federico Cervantes porque adem ás
de que no le gustan las coronelas “sin rom anticis m o”, se ignoraba
en la película el papel central de Villa y Ángeles (Federico Cervantes:
“Juana Gallo, m ixtificación de Zacatecas”).
La polém ica sobre él núm ero de defensores. Sánchez
Lam ego dice que no pasaban, de cinco m il hom bres. I. Muñoz , sin
em bargo, daría la cifra de 10,400 y lo avala por el hecho de que él
hiz o el estadillo de fuerz as por órdenes del Estado Mayor. Aguirre
Benavides dirá que 12 m il hom bres y 13 cañones. El general Olea
dice que llevó a Zacatecas 1,800 hom bres, pero Muñoz dice que fueron 5,300. Los núm eros no cua dran. Muñoz asegura que él llegó con
Argum edo el 16 (con 4,600, o sea cuatro m il, m ás 600 de Argum edo
que se incorporaron en Palm illas), que sum ados a los 3,500 que ya
tenía Medina Barrón y a los 1,800 de Olea, darían unos 9,900.
En cuanto a las fuerz as villistas, la División del Norte, según Muñoz , tendría 36 m il hom bres: 24 m il de la DN y 12 m il de la
División del Centro de Natera. Calz adíaz habla de 27 m il hom bres,
que son las fuerz as que se registran tras la revista de Torreón, pero
eso incluye las fuerz as de Natera, las guarniciones de Chihuahua y
Durango y los dos m il heridos que había en los hospitales. Cervantes,
en cam bio, dice que 20 m il hom bres, incluidos los de Naterasu cifra
se ajusta m as o m enos a la realidad, que debería andar en unos 19,
500. Cuando Natera atacó por prim era vez tenía siete m il, que deben
estar m erm ados, y la DN no había crecido m ucho desde Paredón.
(Para m ayores precisiones en esta bibliografía rem ito a los
lectores interesados a la últim a edición de m i biografía de Pancho
Villa, editada por Planeta.)
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