Territorios, globalización
e historias en Sonora
Eloy Méndez Sainz, Jesús Ángel Enríquez Acosta
y Manuela Guillén Lúgigo
(Coordinadores)
Territorios, globalización
e historias en Sonora
Eloy Méndez Sainz, Jesús Ángel Enríquez Acosta
y Manuela Guillén Lúgigo
(Coordinadores)
Territorios, globalización e historias en Sonora
Primera Edición, Febrero 2016.
ISBN: 978-607-518-174-5
D.R. © 2016. Eloy Méndez Sainz, Jesús Ángel Enríquez Acosta y Manuela Guillén Lúgigo
(Coordinadores)
D.R. © 2016. Universidad de Sonora
Blvd. Luis Encinas y Rosales s/n Col. Centro.
Hermosillo, Sonora 83000 México
http://www.uson.mx
Edición: Qartuppi, S. de R.L. de C.V.
Corrección de Estilo: Adriana Colón Martínez
Diseño Editorial: Bredna Lago Vázquez
Diseño de Portada: Arym Hernández Shepperd
Esta obra se publicó con recursos del Programa de Fortalecimiento de la Calidad
en Instituciones Educativas OP/PROFOCIE-2014-26MSU0015Z-10.
Índice general
Presentación
7
TERRITORIOS
Capítulo 1. Vulnerabilidad social y vivienda en Sonora (2009–2012)
Jesús Ángel Enríquez Acosta, Sarah Bernal Salazar,
Paloma Rodríguez Román y Marianna Proaño Jurado
13
Capítulo 2. El desarrollo turístico en Sonora
Helene Balslev Clausen y Mario Alberto Velázquez García
37
Capítulo 3. Espacios urbanos estigmatizados o el fin del lugar, un ejemplo a la mano *
Eloy Méndez y Sylvia Cristina Rodríguez González
53
Capítulo 4. Análisis socioespacial del proceso fundacional
en la colonia Buenos Aires de Nogales, Sonora
Ramón Leopoldo Moreno Murrieta
81
Capítulo 5. Hermosillo, ¿a dónde vas? Apuntes para una ciudad
en estado de emergencia
Aurora García García de León
105
Capítulo 6. Imaginario de la felicidad en las ciudades turísticas
de Puerto Peñasco y Roses
Sylvia Cristina Rodríguez González
115
GLOBALIZACIÓN
Capítulo 7. El sistema de educación superior en Sonora:
matrícula e indicadores de calidad de la política pública
Blanca A. Valenzuela, Manuela Guillén Lúgigo,
Martha Jaime Rodríguez y Patricia Rodríguez Llanes
133
Capítulo 8. Idea de ‘cultura’ en el ‘Nuevo Sonora’
Manuel Llanes García
153
Capítulo 9. Procesos de flexibilidad laboral en la industria maquiladora,
sus particularidades y efectos desde una perspectiva étnica y regional.
El caso de los trabajadores, mujeres y hombres yaquis,
en las plantas de Empalme, Sonora
Elsa Ivette Jiménez Valdez
169
HISTORIAS
Capítulo 10. David Bowie y su banda de robacoches:
una historia del tráfico ilícito de autos en Sonora (1948-1949)
Servando Ortoll
191
Acerca de los Autores
217
Capítulo 8
Idea de ‘cultura’ en el ‘Nuevo Sonora’
Manuel Llanes García
La idea de cultura, entendida como una suerte de entramado muy heterogéneo que no
obstante tiene como contenidos recurrentes las llamadas bellas artes, es una de las
referencias más actuales en el discurso de políticos, artistas y los llamados líderes de
opinión, quienes apelan a un significado de cultura que, en ocasiones, poco tiene qué
ver con el reivindicado por antropólogos, sociólogos y otros estudiosos.
Así, al menos desde los años de Vasconcelos y su cruzada educativa (cfr. Fell, 1989
y Krauze, 2011), en México se asocia la presencia de la cultura, su apoyo y su promoción
entre los ciudadanos, como una suerte de material indispensable en los planes y
programas de los gobiernos de turno, como quedó claro en su momento con la puesta
en marcha de la Secretaría de Educación Pública. Décadas más tarde, en el escenario de
la búsqueda de legitimación del salinismo en los ochenta, se insistirá en lo anterior
(aunque de acuerdo con objetivos muy distintos, como veremos) cuando se funda el
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), orientado precisamente a la
financiación de proyectos culturales, así como a la construcción de las infraestructuras
supuestamente idóneas para esos fines, como ocurre en los casos de los museos y
bibliotecas. La iniciativa tendrá su repercusión en Sonora, como se sabe, con el arranque
del Instituto Sonorense de Cultura (ISC), activo, al igual que su antecedente nacional,
desde 1988.
La justificación de la existencia de este tipo de estructuras burocráticas se
sustentará, en el caso del ISC y de los institutos análogos que existen en el resto de las
entidades federativas de México, no pocas veces en la existencia de una cultura regional
susceptible de ser encapsulada dentro del estado de referencia, sin perjuicio de la
existencia de una cultura nacional, que no se sabe si es el precedente de esas culturas
regionales o bien la consecuencia de la suma de todas ellas. Así, se hablará de cultura
mexiquense, oaxaqueña y, desde luego, sonorense, esta última es la que interesa
particularmente.
No se puede entrar, de momento, en el aspecto educativo que se atribuye a la
cultura. Se dirá con insistencia, por ejemplo, que la cultura puede contrarrestar conductas
antisociales, en la medida en que las bellas artes, construcciones sublimes ahí donde
las haya, son capaces de poner al alcance del individuo contenidos que podrían redimirlo,
aunque no está clara la forma en que sucedería lo anterior. Sobre ese asunto se ha
debatido enormemente, sobre todo al momento de que desde la denominada izquierda
política (que se asume como unidad) critica a los gobiernos de la “derecha” por el poco
presupuesto que, se supone, este tipo de administraciones destina a los rubros
convencionalmente reconocidos como culturales. La derecha preferirá invertir, se dirá,
en armamento e iniciativas para la aprobación de la pena de muerte; en contraste con
Territorios, globalización e historias en Sonora
155
la izquierda, compuesta por artistas de no poco entusiasmo1 que previenen la formación
de pandillas juveniles mediante funciones de danza contemporánea. Baste decir aquí
que la idea de cultura cobra una especial importancia al momento de que determinados
colectivos, no necesariamente de las izquierdas, desean acceder al poder, como ocurre
en la España de las autonomías, en la cual se insiste en las culturas regionales (llámese
vasca, gallega o catalana) como una “seña de identidad” innegable y, por lo tanto, como
un factor para la desintegración de la sociedad política española.
Desde luego, no descartamos que las actividades llevadas a cabo por esta clase de
instituciones culturales, como el Conaculta y el ISC, puedan tener efectos positivos en
el marco de ciertas actividades —la alfabetización o la llamada apreciación artística—,
como se ha intentado desde la Federación con programas como las Salas de Lectura,
encaminadas a promover la literatura, principalmente entre los más jóvenes. O bien,
con talleres formativos para los artistas cuya efectividad, en todo caso, tendrían que
evaluar aquellos que han participado en ellos.
El objetivo es, entonces, otro. No interesa tanto ver si es posible justificar que los
institutos de cultura son un estímulo para la cultura y sus efectos educativos
(generadores), sino más bien tratar de hacer explícita la idea de cultura que se tiene en
el estado de Sonora, en lo particular en las instituciones desde donde se promociona,
como el Instituto Sonorense de Cultura y otros organismos afines, como el Imcatur
(antes IMCA); este último, por cierto, organizado (de la misma forma que las Fiestas
del Pitic) por un gobierno de la llamada derecha, esa misma a la cual no le interesa la
promoción de las artes, según se cuenta. Es decir, se entiende que los institutos
regionales de cultura tienen un área de trabajo delimitada con claridad, de la misma
forma que pasaría con otro tipo de organismos gubernamentales, póngase por caso
hacendarios, que entienden que su objetivo es la recaudación de impuestos. La labor de
los institutos de cultura, parece, tendría que ser así de clara. Esa claridad estaría dada
por una ley desde la cual se dictarían los supuestos indispensables al momento de
definir la cultura que se fomenta y defiende desde los institutos correspondientes, como
se verá más adelante.
Se parte, entonces, de una definición amplia de cultura, en sentido antropológico,
para luego proceder a compararla con las definiciones que, desde instituciones como el
Congreso del Estado y su Ley de Cultura, se manejan al respecto. Para ello, se recurre a
la definición presentada a finales del siglo XIX por el inglés E.B. Tylor: “La cultura o
1 Se desecha aquí, por metafísicas, las ideas tradicionales de izquierda y de derecha política, que se hacen descansar
precisamente en nociones como las citadas acerca de la pena capital o la cultura. Para un estudio sistemático de
la idea de izquierda política ver Bueno, 2003.
156
Territorios, globalización e historias en Sonora
civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el
conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera
otros hábitos o capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la
sociedad” (Bueno, 2004, p. 253). Aclarando que no se tiene por qué suscribir la anterior
definición, que simplemente se cita aquí por su condición de canónica2. El “todo
complejo” del cual habla Tylor, no obstante, hace alusión a contenidos muy diversos
que difícilmente pueden englobarse en un todo armónico y que puede ser señalado, sin
problemas, como “Cultura”; antes de eso, la definición de Tylor es sintomática de la
condición mítica que habría detrás de la segregación de contenidos en un todo que
luego habría que llamar “Cultura”, de la misma forma que se habla, sin más, de una
entidad que recibe el nombre de “Naturaleza” (cfr. Bueno, 2004). Sin embargo, sí se
puede comparar lo dicho por Tylor con lo que se afirma en las leyes que regulan la
actividad cultural en Sonora.
Se prefiere hablar de varios tipos de cultura (cfr. Bueno, 2004), que se diseccionan
del “todo complejo” de Tylor. Para hablar de la cultura que compete a los institutos de
cultura, hablaremos de “cultura circunscrita”, aunque es de una gran dificultad precisar
sus contenidos. No está claro por qué los institutos y ministerios de cultura tienen que
dejar fuera el resto de los contenidos culturales. Sin embargo, el cine, el teatro, la danza,
la música, la pintura (así como las llamadas “culturas populares”, que remiten al folclor,
en el caso de Sonora el Museo de Culturas Populares e Indígenas de Sonora), serán
contempladas en el ISC para efectos de promoción, en el entendido (no exento de
polémica) de que las artes constituyen la cultura por antonomasia.
Dentro de la cultura compleja instrumental se ubica aquellas habilidades que el
individuo tiene que desarrollar para integrarse plenamente en la sociedad actual, sobre
todo en lo que respecta al dominio de la tecnología (las computadoras, los teléfonos
celulares más modernos), así como al dominio de otros idiomas, además de la lengua
materna. Para Bueno (2004), la cultura compleja instrumental toma el sitio de lo que
antes se denominaba “cultura general”.
La cultura intersubjetiva (intersomática, social) responde a las pautas del grupo,
con su catálogo de costumbres, que precisamente hacen posible determinado modelo
de convivencia. La cultura objetiva (objetual) “es la cultura social y la cultura material o
extrasomática (desde los cultivos hortelanos hasta las esculturas que decoran un
2 Otras definiciones no se alejan demasiado de lo dicho por Tylor: “Cultura (del latín «cultura», cultivo, elaboración).
Conjunto de valores materiales y espirituales, así como de los procedimientos para crearlos, aplicarlos y transmitirlos,
obtenidos por el hombre en el proceso de la práctica histórico social […]”. Ver Diccionario Soviético de Filosofía, 1965,
en http://www.filosofia.org/enc/ros/cultura.htm
Territorios, globalización e historias en Sonora
157
edificio)”, acepción que, por influencia del idealismo alemán, se corresponde con la
idea moderna de cultura y que suele oponerse a la Naturaleza. También se hablará de
una cultura subjetiva, que «equivale al “cultivo del espíritu o del cuerpo”, según las
pautas establecidas por la cultura objetiva» (Bueno, 2004, p. 255). Así, se prefiere hablar
de cultura morfodinámica, en la cual “un conjunto de contenidos culturales subjetuales,
sociales y materiales” alcanza un equilibrio dinámico (Bueno, 2004, p. 254). El contenido
de una cultura varía con el tiempo (no es esencialista), así que no hay culturas puras.
También parece importante complementar lo anterior con un breve apunte acerca
de la llamada identidad cultural, rótulo infaltable en las disquisiciones de este tipo y que
en los últimos años ha recibido un impulso enorme en círculos académicos y
publicaciones. La identidad, entonces, alcanza en esa profusión de textos y estudiosos
que mencionan una buena cantidad de definiciones, muchas de ellas contradictorias
entre sí, con lo cual hay que decir que rara vez se puede encontrar un análisis sistemático
de la identidad y sus derroteros. Maldonado Alemán, por ejemplo, habla de varios tipos
de identidad: “personal, social, étnica, cultural o nacional”. Además de las “identidades
de territorio, de género, de edad, de roles sociales, de religión, de ideologías” […],
sometidas en su totalidad al tiempo, el contexto y el lugar (Maldonado, 2009, p. 17).
Además, explica que la identidad individual cambia constantemente, mientras que para
realzar las relaciones del individuo con el resto de los integrantes de una comunidad
hablará de identidad personal. Este autor también hace referencia a la “identidad
colectiva”, para él, término muy difícil de movilizar, pues su existencia no responde a un
sustrato corporal, cosa que sí ocurre con el individuo. A continuación, el autor cita el
influyente texto de Benedict Anderson, Comunidades imaginadas, para alegar que las
naciones y las etnias no son “realidades palpables y visibles” (Maldonado, 2009, pp.
20-21).
De esa forma, la identidad colectiva curiosamente se mantiene en pie gracias a
supuestos todavía más psicológicos que los que estarían detrás de la identidad de una
persona, por ejemplo. Maldonado Alemán no es el único en afirmar que las naciones
carecen de sustento más allá del empecinamiento psicológico de unos cuantos, hay que
decirlo; más bien se está ante una tendencia generalizada y que entre nosotros tiene a
El laberinto de la soledad (1950), de Paz, como una de sus manifestaciones, en tanto que
este ensayo reivindica un mexicano contemporáneo del resto de los hombres.
Frente a esas alusiones idealistas y, en última instancia, psicológicas que estarían
detrás de los Estados-nación (la soberanía popular como una manifestación de la
metafísica), parece preferible reivindicar una soberanía política basada primeramente
en la apropiación de un territorio, la capa basal (Bueno, 1991), una realidad tan tangible
158
Territorios, globalización e historias en Sonora
como las personas que precisamente hacen válidas las fronteras de esa sociedad
política, por medio de instituciones tan corpóreas como la diplomacia o el ejército, por
ejemplo. Otra cosa es que, como dice Maldonado Alemán en su estudio, para la
legitimación del poder político muchas veces se apele a relatos unificadores (no pocas
veces de inspiración romántica y por lo tanto literarios), que con frecuencia están
construidos con base en prejuicios raciales o bien, aluden a una supuesta “alma
nacional”. En ese sentido, se piensa que sí puede hablarse de relatos cuyo alcance es,
en gran parte, psicológico. Sin embargo, de ahí a negar la existencia de las naciones y
reducirlas a mera psicología, el paso es enorme.
En México, como se sabe, al amparo de los gobiernos de la Revolución (y en los
cuales los políticos sonorenses de la época tuvieron un papel protagónico, con Obregón
y Calles, por ejemplo), el llamado ensayo nacionalista tuvo un auge tremendo, con textos
tan importantes como El perfil del hombre y la cultura en México (1934), de Samuel Ramos,
así como el ya citado El laberinto de la soledad, sin olvidar la labor del Grupo Hiperión,
que contaba en sus filas a filósofos como Luis Villoro. Durante las décadas de la
consolidación de los gobiernos del PRI (y los partidos que lo antecedieron, como el
PNR), se emprenderá una labor que pretende construir una hegemonía que, como se
sabe, habrá de ser particularmente exitosa, con las siete décadas de los gobiernos de la
Revolución al mando de la Presidencia de la República. En esa coyuntura, los ensayos
de especulación acerca del ser nacional y la esencia del mexicano jugarán un papel
determinante. Tal es la tesis del antropólogo mexicano Roger Bartra: “Me interesan
dichos estudios porque su objeto de reflexión (el llamado ‘carácter nacional’) es una
construcción imaginaria que ellos mismos han elaborado, con la ayuda decisiva de la
literatura, el arte y la música.” (Bartra, 1986, p. 14)
El carácter nacional, la esencia del mexicano, será una obsesión para los artistas y
filósofos de esos años, Paz como el más importante de ellos, con el empuje que desde
la editorial del Estado, el Fondo de Cultura Económica, recibirá sus libros (cfr. Mondragón,
2005). No es exagerado decir que El laberinto de la soledad, con su autoindulgencia
acerca de la soledad del mexicano, hace las veces de una especie de manual de la
identidad cultural del mexicano. En México y, desde luego, en el extranjero —siempre
ansioso de exotismo— se verá en el mexicano a ese fracasado que no puede sostener la
mirada del otro al mismo tiempo que planea no se sabe qué cosas, en medio de un
extravío que solo se resuelve con la brutalidad de las fiestas, se oculta en el albur de
referencias homosexuales y tiene su origen en la violación, concreta y simbólica de la
cual fue objeto como pueblo, desde la Malinche, madre “chingada” a la cual se adora y
desprecia.
Territorios, globalización e historias en Sonora
159
Antes, Ramos había insistido en el epidémico complejo de inferioridad de los
mexicanos, nada menos que su característica fundamental como pueblo. Paz, a su vez,
recoge el estudio de Ramos: no solo no descarta los complejos del mexicano, sino que
los amplía cuando alude a la soledad como clave de la decadencia del mexicano y sus
fracasos. Sin embargo, al mismo tiempo Paz era un apologista de los logros de la
Revolución, es decir, de la hegemonía que el PRI, con él a la cabeza de la Cultura, habría
de consolidar sus proyectos con no poca efectividad. En ese sentido, la fundación del
Conaculta no es sino la consecuencia lógica de un largo proceso que, desde luego, no
excluye al ISC.
No obstante, se entiende que el Estado tiene que llevar a cabo iniciativas de este
tipo, no puede ser de otra forma. La clave está en los contenidos que se ubican como el
centro de la labor educativa o cultural. Se ha citado el caso de Vasconcelos: para él, la
cuestión no era reivindicar vagos contenidos regionalistas, sino que era un defensor de la
unidad de los países de habla hispana, sin descartar España. Nada más lejos que los
intentos, mucho más recientes, por conservar y promover la cultura regional, desvinculada
de procesos históricos mucho más amplios. Así, la identidad cultural por lo general
responde a mitos oscurantistas que, ya sea que apelen a un mexicano esencial (acomplejado
y solitario) o a un sonorense por antonomasia, tienen una composición más que nada
retórica.
Por lo tanto, para hablar de identidad la acompañamos de la unidad, así como
preferimos hablar de contextos envolventes para delimitar la esencia de una entidad
política como México (Carvallo, 2006). Bajo ese modelo, la identidad de Sonora estaría
dada por su unidad con un estado-nacional determinado, después de un proceso que
dio inicio hace más de doscientos años y que habría culminado con la recurrencia de la
República a cargo de Juárez. Y, en una mayor escala, debido a la previa intervención de
la Monarquía Hispánica durante la Conquista y el Virreinato, puede hablarse de
Comunidad Hispánica, que responde precisamente a las instituciones comunes y los
rasgos culturales que se tienen con las otras naciones del continente americano y con
España misma, en el ámbito de la llamada hispanidad. La identidad de Sonora y de
México, por lo tanto, se corresponde con la alternativa hispanista.
Después de citar a Tylor, así como la correspondiente sistematización de la cultura,
con una breve exposición de los presupuestos materiales de la identidad (frente a las
afirmaciones más que nada psicologistas de quienes se han ocupado de su estudio),
parece que se está en condiciones de analizar la idea de cultura que se reivindica en el
llamado ‘Nuevo Sonora’, eslogan ideológico del gobierno de Guillermo Padrés.
160
Territorios, globalización e historias en Sonora
Por lo tanto, contrástese lo expuesto por Tylor y su “todo complejo” con lo dicho
en la Ley de Fomento de la Cultura y Protección del Patrimonio Cultural del Estado de
Sonora, presentada en abril de 2011, misma que en su parte expositiva asegura lo
siguiente: “En nuestra sociedad, la cultura es parte importante de nuestra identidad ya
que nos identifica del resto de la humanidad, como mexicanos, como sonorenses, e
incluso como parte de una comunidad más pequeña, como lo sería un municipio”
(Congreso del Estado de Sonora, 2011, p. 1).
Como puede verse en la mencionada ley, la cultura quiere ser un distintivo regional
que, no se entiende bien cómo, a la vez se incorpora en una dinámica mucho más
amplia como es la que le correspondería a México, con la necesaria invocación de la
identidad, que, como habíamos advertido, no tarda mucho en aparecer en estos casos.
En otra parte, se ha tratado de explicar (Llanes García, 2011) que en los gobiernos
panistas, en particular durante la gestión del alcalde Javier Gándara Magaña, se ha
usado con suma oscuridad, incluso puede decirse con capricho, la idea de identidad.
Por lo demás, se está ante una práctica común en el presente, cuando las más variadas
definiciones del rótulo “identidad” se movilizan sin que parezcan importar las
contradicciones que existan entre ellas. Así, para el Ayuntamiento de Gándara, la
identidad cultural de la ciudad de Hermosillo bien podría resumirse en un icono: el
Cerro de la Campana, sin importar los nexos (para nada gratuitos, como debería ser
obvio) que la ciudad tiene con el resto de la República y con Hispanoamérica.
El texto de la Ley de Fomento de la Cultura se comienza por insistir en esa supuesta
identidad pero, como tantas otras veces, sin detenerse a explicar lo que se entiende por
ella. Se apela al prestigio de la identidad (que debe ser sentida, no explicada) y con ello
pretende resolverse la oscuridad y la confusión del rótulo, que al parecer no hace falta
aclarar, porque se asume que es del dominio público. En cambio, el texto continúa para
dar una definición de cultura, misma que a continuación se reproduce:
La cultura es ese conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales,
intelectuales y afectivos que nos caracterizan como sociedad; que engloba, además
de las artes y las letras, el modo de vida, los derechos fundamentales del ser
humano, los valores, las tradiciones y las creencias (CES, 2011, p. 1).
Como se ve, se alude a contenidos de la cultura intersubjetiva, así como
extrasomáticos y subjetivos. Una definición, hay que decirlo, reproducida textualmente
de la “Declaración de México sobre las políticas culturales”, presentada en la Conferencia
Territorios, globalización e historias en Sonora
161
Mundial sobre las Políticas Culturales de 1982, auspiciada por la UNESCO3, aunque los
legisladores del Congreso omitan la fuente.
Parece, en todo caso, que nos acercamos a Tylor, en la medida en que la definición
instrumentada en el seno del Congreso del Estado (suponemos que por la Comisión de
Educación y Cultura) hace referencia a unos contenidos harto heterogéneos, aunque en
ellos, como era de esperarse, no puedan faltar las artes y las letras (cultura circunscrita).
Está claro, eso sí, que la cultura de referencia es un distintivo que se enfatiza desde el
mencionado Congreso del Estado, que llama la atención acerca de las particularidades
que una sociedad, la sonorense, tiene por contraste con otras de su país. Unas diferencias,
adelantamos, que se antojan más que difíciles de definir, si se siguen las pausas
institucionales de la comunidad, el contexto envolvente de Hermosillo, en este caso
México, un país en el cual hay una lengua nacional, el español, que es un rasgo (ahora
sí) común y distintivo, aunque no únicamente de la ciudad de Hermosillo o de México,
sino de toda una plataforma como Iberoamérica, que sin problema puede contrastarse
con otras (como la asiática) por un conjunto de factores; estos en algún momento harían
referencia a la cultura, claro está, pero ya no de una forma regional sino transcontinental.
Así, los rasgos culturales ya no aparecerían como exclusivos de una región o un municipio
(Hermosillo), sino que estarían presentes en todo un conjunto de naciones políticas en
las cuales no solo el español sino la religión católica (en un sentido antropológico)
podrían ser consideradas rasgos culturales en común (cfr. Bueno, 2005), en contraste
con la moral protestante, por ejemplo, de los países anglosajones. Pero volvamos al
texto de la Ley.
La idea de una cultura cerrada, concluida, aparece precisamente en la parte del
texto en la cual se quiere excluir esa cerrazón cultural, digamos: “[…] nuestra identidad
cultural no es estática, se transforma y reinventa constantemente”, dice el texto, para
luego agregar: “En la construcción de esa identidad la cultura evoluciona y se enriquece
con el paso de los años, llegando incluso a mezclarse con otras culturas, a veces de
manera gradual y a veces de manera abrupta […]” (CES, 2011, p. 1). En este momento,
hay que llamar la atención acerca de la concepción que los redactores tienen de la cultura
como algo cerrado, una “esfera cultural” que puede mezclarse con otra. Eso a pesar del
carácter morfodinámico de la cultura sonorense, que no deja de transformarse, nos
dicen. Sin embargo, para que una cultura se mezcle con otra, hace falta suponer que
ambas culturas están perfectamente delimitadas (cfr. Bueno, 2002). Por ejemplo, el
3 El texto completo está disponible en Internet: UNESCO. (1982). Declaración de México sobre las Políticas Culturales.
Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales. México: UNESCO. Recuperado de: http://portal.unesco.org/culture/
es/ev.php-URL_ID=12762&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html
162
Territorios, globalización e historias en Sonora
color verde se obtiene de la mezcla de dos colores primarios: el amarillo y el azul. Estos
dos últimos, se perciben como dos colores perfectamente diferenciables y, por lo tanto,
susceptibles de mezclarse para dar lugar a un color distinto. En cambio, es inviable
suponer que en la ciudad de Los Ángeles, digamos, la “cultura anglosajona” existe de
forma perfectamente homogénea, inmaculada (como si fuera un color primario), para
posteriormente mezclarse con otra, la cultura del mexicano, supongamos. Ninguna
cultura puede reivindicar su pureza, por lo tanto resulta absurdo afirmar que entre ellas
pueda haber conflicto: ¿cómo puede chocar un elemento con otro si ninguno de los dos
existe como tal? He ahí la paradoja de la ley que citamos, que no parece ser percibida
por quienes la redactaron. ¿Puede distinguirse un conjunto susceptible de ser aislado
en tanto que “cultura sonorense”? Parece que se estaría ante una tarea sumamente
complicada, al momento de pretender aislar, o al menos enlistar, ese conjunto de rasgos
que darían forma a la “esfera cultural” sonorense, capaz de mezclarse con otras de los
estados vecinos: “esfera cultural sinaloense” o “esfera de Chihuahua”. Otra cosa es
hablar de un artefacto cultural o de un rasgo que entra en contacto con otros, algo que,
sin embargo, no sería suficiente para pretender erigir una cultura sonorense, con todo y
el llamado a su condición de supuesta cultura abierta al mundo. Es decir, autónoma e
independiente aunque abierta, lo que sea que eso signifique.
En otro momento del texto de la ley que analizamos se vuelve a llamar la atención
acerca de la identidad cultural del sonorense, ahora como un contenido que ha sido
marginado cuando debería ser doctrinario, nos dicen: “Desgraciadamente, el estudio y
enseñanza de nuestra identidad cultural ha sido relegado poco a poco, cuando debería
formar parte importante y toral de nuestras vidas, porque solo conociendo nuestro
pasado podemos entender nuestro presente y aspirar a mejorar nuestro futuro.” (CES,
2011, p. 1). Se antoja, no obstante, ya no difícil sino imposible “el estudio y enseñanza”
de la identidad cultural en tanto que parte de la cultura compleja instrumental, cuando
los contenidos identitarios no son en ningún momento explicitados. Al contrario, tan
solo se contribuye a oscurecer más un rótulo, la “identidad cultural”, que ha recibido en
los últimos años un impulso enorme, con gran cantidad de publicaciones que hacen
referencia a ella. No tenemos comentarios acerca de la referencia a la definición que se
pretende canónica de la historia como disciplina para entender el presente, que el texto
de la ley trae a colación más que nada como un tópico.
A continuación, se hace referencia explícita a esa “identidad sonorense” que se
busca, por más elusiva que sea: “[…] debemos fomentar nuestra cultura, incentivando
su desarrollo y protegiendo nuestros derechos culturales que consolidan los lazos de
unidad y de principios que nos permiten reforzar nuestra identidad sonorense.” (CES,
Territorios, globalización e historias en Sonora
163
2011, p. 1) Hay que notar que ahora se presenta como un derecho, “cultural”, para
mayor confusión.
El texto que analizamos, como se ha indicado, es de 2011, aunque en la parte
introductoria se hace una referencia a una propuesta de ley que se remonta dos años
atrás y de la cual se cita un texto de José Salomé Tello Magos: “[…] el fomento a la
cultura reviste carácter prioritario si se considera que la sociedad sonorense es
pluricultural dada la densidad indígena y el hecho de que nuestra entidad está integrada
por diversas regiones socioeconómicas, y poblaciones culturales y étnicas distintas […]”
(CES, 2011, p. 2). Como se ve, el problema de la sistematización del conflicto cultural
está lejos de resolverse, sobre todo con la inclusión de una nueva variable, el “mundo
indígena”. Es decir, cuando la llamada identidad del sonorense está lejos de definirse,
ni siquiera cuando se apela a las instancias correspondientes del Estado, se introduce
un elemento más con la intención, parece, de hacer esa identidad sonorense más
tangible, pero el efecto es exactamente el contrario. El indígena ahora será uno de los
rasgos identitarios de Sonora, desde que el aborigen, yaqui o mayo, sería señalado aquí
ya no como uno más entre los sonorenses, sino como una esencia.
Como se sabe, la referencia a la llamada “identidad indígena” está documentada
en el texto actual de nuestra Constitución Mexicana, en su artículo 2°, del cual se cita
una selección de párrafos:
La Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus
pueblos indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban
en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus
propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas.
La conciencia de su identidad indígena deberá ser criterio fundamental para
determinar a quiénes se aplican las disposiciones sobre pueblos indígenas.
Son comunidades integrantes de un pueblo indígena, aquellas que formen una
unidad social, económica y cultural, asentadas en un territorio y que reconocen
autoridades propias de acuerdo con sus usos y costumbres (Congreso de la Unión,
2010, pp. 1-2).
El texto anterior se reproduce, en lo fundamental, dentro de la Constitución para
el estado de Sonora. Llama la atención acerca de la definición de la citada identidad
indígena, asentada, como puede comprobarse, en la conciencia del sujeto. Así, se asume
sin más el relativismo cultural, en la medida en que se tolerarían esas instituciones
(culturales, desde luego) de los indígenas, sin tomar en cuenta que pueden entrar en
conflicto precisamente con las leyes que pretenden normarlas.
164
Territorios, globalización e historias en Sonora
Además, aparece la “composición pluricultural”, como se ha dicho, una cultura
sonorense que se distingue de las culturas de otros estados, pero que a su vez estaría
compuesta por una pluralidad de culturas, en este caso indígenas. Para esto vale lo
mismo que se decía antes de la mezcla de culturas, porque tanto en el caso del
etnocentrismo cultural, el relativismo cultural y el pluralismo cultural (cfr. Bueno, 2002)
se supone la existencia previa de una cultura cerrada que se enfrenta con otras, algo que
desde nuestra perspectiva puede ser triturado de forma dialéctica, si se considera que
las culturas compactas son un sinsentido. ¿Cómo hablar de un estado pluricultural
(Sonora) sin antes dar por cierto que se puede hablar de esa pluralidad de culturas, más
allá del aspecto meramente fenoménico?
Como se decía en un principio, la consecuencia principal de la oscuridad de los
planteamientos teóricos en material de cultura es que se deja a las instituciones
dedicadas a la cultura circunscrita anegadas en la vaguedad de una tarea que se supone
educativa (bajo supuestos que no están claros, insistimos), pero, además, con unos
contenidos que no se conocen en plenitud: ¿qué es la cultura, qué promocionamos y
qué preservamos? Hay que ver lo que dice el texto de la Ley en este sentido:
No debemos perder de vista, que el concepto de patrimonio cultural incluye no
sólo lo que se llama patrimonio vivo, que es aquel que está constituido por las
diversas manifestaciones de la cultura popular, las poblaciones o comunidades
tradicionales, las artesanías y artes populares, la indumentaria, los conocimientos,
valores, costumbres y tradiciones características de un grupo o cultura; sino que
también debe incluir nuestro patrimonio histórico, es decir, los monumentos y
manifestaciones del pasado: sitios y objetos arqueológicos, arquitectura colonial,
monumentos, documentos y obras de arte, ya que esto representa el pasado de la
cultura sonorense y nuestra forma de vida contemporánea (CES, 2011, p. 2).
Como puede verse, las llamadas “manifestaciones de la cultura popular” pueden
inscribirse, sin problema, en la cultura circunscrita, que, como ya se ha mencionado,
incluiría el folclor. Todo ello según sus promotores y sin perjuicio de que, además, en
México existe una Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.
¿Qué pasa cuando la ley de cultura circunscrita alude a los “conocimientos,
valores, costumbres y tradiciones de un grupo”? Grupo o cultura, se dice, para aumentar
el grado de complejidad; porque aquí se estaríamos fuera de los territorios de la cultura
circunscrita y entraríamos en la cultura intersubjetiva, que como se ha dicho remite al
grupo. Este último puede responder a muy variados intereses, solidario frente a otros
Territorios, globalización e historias en Sonora
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grupos con los cuales bien podría enfrentarse. Así, sin caer en ninguna contradicción,
bien se puede hablar de los intereses de una organización criminal, con su necesario
bagaje de conocimientos, esenciales para su sobrevivencia como tal. La mafia, entonces,
caería sin ningún problema entre esos variados grupos a los cuales se alude en la ley en
cuestión.
La inclusión, además, de los “sitios y objetos arqueológicos”, así como de la
“arquitectura colonial”, en la cultura circunscrita, entraña otros problemas desde el
momento en que se le quiere ver como parte de esa cultura sonorense a la cual se alude
una y otra vez, pero sin detenerse a exponer de forma sistemática sus alcances. La
llamada arquitectura colonial (si es que se puede hablar en Sonora de ese tipo de
edificaciones) en todo caso remitiría a procesos históricos mucho más amplios, como
la Conquista y el Virreinato, mismos que desbordan por completo esa supuesta cultura
sonorense.
Se deja de lado la cuestión de las consultas “a destacados integrantes del ámbito
cultural” que menciona la ley, aunque desde luego habría que ver la metodología con la
cual fueron llevadas a cabo, así como el criterio que se habría seguido para su consecución.
Queremos destacar, en cambio, que después de esas consultas la Comisión responsable
decidió “conjuntar las propuestas para dar pie a una ley que favorezca y promueva el
desarrollo cultural y artístico en el Estado, respetando la pluralidad y diversidad de las
tradiciones, lenguas y culturas de nuestra Entidad” (CES, 2011, p. 3); un respeto a la
pluralidad y diversidad que, suponemos, no excluye al machismo y otros delirios
tradicionales ahí donde los haya.
Conclusión
Se entiende que la promoción de determinados contenidos, denominados como
culturales, cumple con ciertos objetivos que, como se ha dicho, no tienen por qué
carecer de efectos generadores en la comunidad, en este caso la sonorense. De la misma
forma, se entiende que hay iniciativas artísticas de muy diversa índole (teatro, literatura,
danza) que precisan de un apoyo institucional, que en muchas ocasiones es ideal para
canalizar los esfuerzos de artistas y promotores culturales. Precisamente por lo anterior
—una buena cantidad de personas que se dedican a la explotación de la Cultura, como
los egresados de las escuelas de arte—, parece que es necesario precisar el campo de
acción de los institutos de cultura circunscrita, que en estos momentos operan de
acuerdo con criterios, como la ley que se ha citado, que se caracterizan por su oscuridad
y confusión. Si, por el contrario, la mencionada ley no es más que una mera
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Territorios, globalización e historias en Sonora
“superestructura” sin valor alguno, que no cumple con su función y está ahí para ser
ignorada por unas instituciones culturales que funcionan a la perfección, razón de más
para actuar y reflexionar respecto a la pertinencia de leyes que no tienen un alcance más
allá de una retórica improvisada de pretensiones identitarias, pero irremediablemente
vacua.
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Territorios, globalización e historias en Sonora
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ISBN: 978-607-518-174-5
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Qartuppi, S. de R.L. de C.V.
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(Coordinadores)
ISBN: 978-607-518-174-5
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