EL CILINDRO DE CIRO
El Cilindro de Ciro es una pieza cilíndrica de arcilla que contiene una declaración en cuneiforme acadio babilonio del rey persa Ciro el Grande (559-529 a. C.) En ella, el nuevo rey legitima su conquista y toma medidas políticas para ganarse el favor de sus nuevos súbditos.
El 12 de octubre de 539 a. C. (calendario juliano, 7 en el calendario gregoriano, 15 de Tashritu en el calendario babilonio) el ejército persa entró en Babilonia sin resistencia. El 29 de octubre, el propio Ciro llegó a la ciudad, ostentando los títulos de "rey de Babilonia, rey de Sumer y Acad, rey de las cuatro partes del mundo."
A pesar de contener frases en las que Ciro habla en primera persona, la redacción del cilindro fue encomendada a sacerdotes babilonios, quienes utilizaron modelos babilonios y asirios. El cilindro fue depositado en los cimientos de las murallas de Babilonia, una práctica habitual en la antigua Mesopotamia, para conmemorar las reparaciones ordenadas por Ciro. Entre otros textos favorables a Ciro y escritos desde el punto de vista de la casta sacerdotal de Babilonia, se halla el "Relato contra Nabonido"
El fragmento "A" (BM 90920) mide alrededor 23 x 8 cm y comprende 35 líneas (1-35), mientras que el fragmento "B" mide unos 8,6 x 5,6 cm y comprende 9 líneas (36-45). Su contenido se puede resumir así:
Líneas 1-19: Se describen los actos "criminales" de Nabónido, el último rey de Babilonia, así como la búsqueda de un nuevo rey por parte del dios Marduk, y la consiguiente elección de Ciro.
20-22: Genealogía (hasta su bisabuelo Teispes) y títulos de Ciro.
22-34: El propio Ciro cuenta como garantizó la paz, restableció los cultos y permitió regresar a sus tierras a los pueblos deportados en Babilonia.
34-35: Oración de Ciro al dios Marduk, pidiendo por él mismo y por su hijo Cambises.
36-45: Ciro describe la reconstrucción de las murallas de Babilonia y el hallazgo de una inscripción de Assurbanipal
Personalidades como Mohammad Reza Pahlevi (el último Sah de Irán) o la Premio Nobel de la Paz iraní Shirin Ebadi han destacado el valor humanístico del Cilindro de Ciro; se lo ha llegado incluso a llamar "Primera Declaración de los Derechos Humanos". En su discurso de aceptación del premio Nobel (2003), Shirin Ebadi afirmó que el cilindro "debería ser estudiado en la historia de los derechos humanos".
De todos modos, numerosos historiadores han destacado que declaraciones de este tipo no eran extrañas en las tradiciones mesopotámicas, y que, si bien acaso inusualmente generoso, el Cilindro de Ciro de ninguna manera puede ser relacionado con los derechos humanos.
Espacio del tiempo de los intelectuales de occidente.
Es en el seno de la filosofía de la praxis donde se ha debatido con mayor interés este problema relacionado con el rol de los intelectuales, probablemente debido al hecho de que gran parte de los dirigentes revolucionarios, desde Marx y Engels, fueron a la vez intelectuales.
Si en el conjunto de la sociedad moderna la ubicación de los intelectuales se volvió problemática, lo fue más en el seno del movimiento obrero y de los partidos que surgieron en representación suya. ¿Cuál era y es su rol? ¿Dirigir, orientar, impulsar los procesos revolucionarios? ¿Formular teorías? ¿Criticar a las dirigencias siendo el ojo avizor de los dirigidos? Las luchas intestinas dentro del Partido bolchevique, gestor de la Revolución de Octubre de 1917, y la postura del estado soviético frente a los intelectuales – una postura que solo reconoció la legitimidad de aquellos que de manera incondicional habían adherido a las "teorías" oficiales del Partido y del Estado – atestiguan esta problematicidad.
En este sentido, no cabe duda que el Estado capitalista ha sido relativamente más tolerante con los intelectuales que el estado "socialista", lo cual se atribuye equivocadamente a la adhesión del primero al supremo principio de la libertad. Y digo equivocadamente porque uno y otro, en momentos en que se pone en juego la estabilidad y permanencia del Estado, son implacables con los intelectuales.
A pesar de ese interés, siempre ha llamado la atención el hecho de que los fundadores de la filosofía de la praxis, Marx y Engels, no le hayan prestado suficiente atención, de tal suerte que aparte de encontrarse ciertas alusiones en algunos textos de juventud del primero, el tema se encuentra ausente en las obras fundamentales del marxismo. Y lo propio puede decirse respecto a los temas relacionados con la cultura en general, lo que ha alimentado ciertas posiciones economicistas que reducen el marxismo a la relación entre infraestructura y superestructura. Esto parece obedecer a factores de carácter histórico. Desde el Manifiesto Comunista de 1848 hasta la Revolución Rusa de 1917, el movimiento revolucionario internacional había experimentado un constante crecimiento, habiéndose principalizado la estrategia del "asalto al poder", tal como ocurrió en el último de los acontecimientos mencionados.
En el plano de la teoría, esta estrategia obligó a los dirigentes a privilegiar las discusiones en torno a problemas políticos como el carácter del Estado, las alianzas de clases, etc., dejando de lado aquellos que dicen relación a la organización de la cultura, el papel de los intelectuales, y otros más.
Entre 1920 y 1930, sin embargo, el movimiento comunista internacional es fuertemente atacado por el surgimiento del fascismo europeo y entra en una etapa de reflujo, especialmente después del triunfo de Adolfo Hitler en 1933. Por otra parte – según lo señala Moreano en su ponencia – la estrategia de asalto al poder era factible frente a la endeblez de la sociedad civil de la Rusia prerrevolucionaria. En Occidente, en cambio, la sociedad civil burguesa estaba orgánicamente estructurada siendo inviable un nuevo proyecto histórico por la vía de las armas, como lo demostró el intento húngaro de 1924 y ya, mucho antes, la Comuna de París. Estos dos factores, la debilidad del movimiento comunista frente al fascismo y al agotamiento de la vía revolucionaria en Occidente, obligaron al movimiento obrero y a los intelectuales marxistas a diseñar nuevas estrategias en las que se privilegiaron los aspectos ideológico-culturales. Antonio Gramsci desarrolla su teoría política articulada al concepto de "hegemonía", que consiste en la construcción de un proceso de dirección en el seno de la sociedad civil (toma de la hegemonía) por parte del nuevo bloque histórico de la revolución social, dirigido por el Nuevo Príncipe, el Partido intelectual orgánico del proletariado y las clases subalternas.
Esa toma de hegemonía, a través de una larga guerra de trincheras, comprendía la construcción de una nueva cultura, un nuevo proyecto ético-espiritual de toda la sociedad, fundado en la concepción del mundo de la nueva clase fundamental, proyecto en el cual los intelectuales juegan un rol preponderante. La estrategia de asalto al poder postergó los temas relacionados con la educación y la organización de la cultura; entre tanto, la evidencia de que tal vía se encontraba agotada privilegió la estrategia de la "dirección política y cultural" (hegemonía).
Dicho en otras palabras, si la endeblez de la sociedad civil rusa, que no estuvo atravesada por los valores democráticos de la revolución burguesa de Europa, permitió el asalto al poder de los bolcheviques, el carácter orgánicamente estructurado de las sociedades occidentales exigía un largo proceso de educación de los sujetos sociales para ganar legitimidad dentro de la sociedad burguesa. Esto es lo que Antonio Gramsci denominó la "construcción de una nueva hegemonía": la clase obrera debe convertirse en "dirigente", con alto prestigio intelectual y moral y con un sólido proyecto educativo, aún antes de la toma del poder. Naturalmente, en este proceso el rol de los intelectuales es decisivo, de donde deriva la atención privilegiada que éste y otros pensadores alineados en la filosofía de la praxis otorgaron a este tema.
Las formulaciones gramscianas sobre el intelectual orgánico han servido de soporte a nuevas reflexiones en el seno del pensamiento crítico. Una de las obras más significativas al respecto pertenece a Michael Löwy, Para una sociología de los intelectuales revolucionarios, en la cual el autor analiza a profundidad la evolución intelectual de George Lukács - marxista húngaro y dirigente revolucionario - entre 1909 y 1929, evolución que puede considerarse como paradigmática del intelectual revolucionario de Occidente. En ella muestra el cambio paulatino de Lukács desde un pensamiento liberal-burgués hasta la adscripción teórico-práctica al proyecto revolucionario del proletariado, que por entonces era el sector social que lideraba los procesos de transformación política de Europa. A partir de esa investigación formula una teoría que resulta útil para efectos de esta ponencia.
La tesis más importante de Löwy es que los intelectuales no son una clase y, por lo tanto, su posición no se define en relación con los medios de producción y la estructura económico-social, sino una "categoría social". Esto significa lo siguiente:
Los intelectuales, en cuanto tales, no son productores de bienes y servicios, sino creadores de productos ideológico-culturales. Independientemente del lugar que ocupen en la estructura económica social, todos los seres humanos, por el mero hecho de ser tales, pueden crear productos ideológico-culturales: ser pintores, escultores, poetas o escritores; y quien lo haga cumple una función intelectual.
Por fuertes que sean los condicionamientos económico-sociales, como la pertenencia a una clase social determinada o la posición en la estructura productiva, quien se ha definido como intelectual siempre tiene la capacidad de optar por los intereses de los opresores o de los oprimidos; valer decir, puede elegir entre la alternativa de crear productos ideológico-culturales enmarcados en los fines de la explotación o en los ideales de emancipación y liberación del género humano.
No existe, por lo tanto, "inteligentzia" neutra, por más que los intelectuales "gocen de una cierta autonomía relativa con respecto a las clases sociales". Como creadores de productos ideológico-culturales expresan las demandas sociales desde la perspectiva del proyecto histórico al cual han adherido.
Por lo general, los intelectuales se rigen por valores cualitativos que se desprenden de su sensibilidad estética, de su comportamiento moral o de su comprensión teórica. En la medida en que el capitalismo todo lo convierte en dinero, en mercancía, en valores puramente cuantitativos, los intelectuales sienten una aversión casi natural contra el capitalismo. Incluso quienes no han adherido al proyecto histórico de las clases subalternas, que en términos generales se define como "socialismo", coinciden con los intelectuales revolucionarios en esta aversión, convirtiéndose en críticos del sistema y de sus formas de poder.
Estas precisiones conceptuales nos permiten esclarecer las confusiones anotadas. Gramsci señalaba. "Todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres cumplen en la sociedad la función de intelectuales".
Con esto quiere decir que todos los hombres, desde la máxima autoridad de una empresa productiva, hasta el más humilde de los trabajadores aportan con su capacidad intelectual, en diferentes niveles y condiciones, en la realización de sus tareas.
Pero, no por cumplir funciones de dirección el gerente puede ser catalogado como el "intelectual" de la empresa. Que eventualmente pueda ser más instruido que el resto de trabajadores – cosa que es por demás obvia dada la estructura de clases de la sociedad – no implica que cumpla un función intelectual.
Este ejemplo es válido para todos los espacios micro y macrosociales, en los cuales existen funciones de dirección y mando y personas que las ejecutan, como parte de las necesidades de organización de la sociedad; pero, ello no es razón suficiente para catalogar a unos como intelectuales (directivos) y a los otros (subordinados) como no intelectuales.
Sin embargo, tanto el gerente como el último empleado en la jerarquía empresarial pueden cumplir las funciones de intelectual, en la medida en que, independientemente de su rol dentro de la empresa, puedan crear productos ideológico-culturales; que tales productos sean liberadores o alienantes, de buena o de mala calidad, es otro problema que no incide en la función intelectual.
Esto permite esclarece la confusión, muy frecuente en las organizaciones partidarias, que tiende a identificar al dirigente con el rol del intelectual. Un dirigente es tal no porque sea intelectual, sino porque tiene capacidad de liderazgo, cuyo perfil entre otras cosas puede contener una buena formación teórica; igualmente, un intelectual no por el hecho de ser tal tiene méritos suficientes para ejercer las funciones de dirección.
Por lo tanto, es preciso establecer el rol del intelectual en la sociedad. Independientemente de su adscripción ideológica, puede decirse que hay algo en común en todos los intelectuales: sus más profundas motivaciones están dadas por los valores ético-culturales. De allí que Jorge Castañeda, por ejemplo, atribuye a los intelectuales de América Latina algunos rasgos distintivos que les confiere un rol, más allá de su filiación ideológico-partidaria: guardianes de la conciencia nacional, críticos en constante exigencia de responsabilidad, baluartes de rectitud, defensores de los principios de carácter ético-político del humanismo, críticos del sistema imperante y de los abusos de poder, etc. Sus productos ideológico-culturales están fuertemente marcados por esos rasgos.
El intelectual, pues, cumple una doble función: es crítico frente al poder y, al mismo, tiempo es constructor de una "nueva e integral concepción del mundo". Tal vez este último carácter sea decisivo en la diferenciación entre intelectuales de izquierda y de derecha: si todos los intelectuales son críticos frente al poder y frente a toda clase de atropellos, los primeros se encuentran empeñados en la construcción de un nuevo mundo de valores; participan activamente en la lucha social con esos fines y sus obras son expresión de los valores que encarnan los nuevos sujetos sociales. Sea a través de la sensibilidad estética o sea a través del razonamiento lógico, sea con los instrumentos del arte o con el de las ciencias y la filosofía, los intelectuales participan en ese gran proyecto de construir una nueva e integral concepción del mundo que termine por enterrar la barbarie suicida del capitalismo.
ES NECESARIO QUE UN DOCTOR EN DERECHO CONOZCA LAS LENGUAS CLÁSICAS ADEMÁS DE LAS MODERNAS.
El abogado debe de der hábil en todos los aspectos.
Es verdad que en otros tiempos el latín fue mucho más importante que hoy para los abogados. En la medida de que el Derecho aplicable era el Corpus Iuris Civilis, no cabe duda de que había que aprender latín para poder aprender Derecho. Más tarde, los Estados nacionales que comenzaron a esbozarse en la Baja Edad Media y los poderes locales que se oponían a la idea de Imperio, fueron abandonando los cuerpos jurídicos romanos y optando por leyes nacionales o regionales que se expresaban en la lengua romance o germánica del lugar: italiano, francés, castellano, flamenco, etc. Incluso, dentro de esta pugna política contra el Imperio, en muchos lugares de Europa se llegó a prohibir que se citara el Derecho Romano como vigente, debiendo utilizarse para resolver los conflictos únicamente el Derecho promulgado por los reyes y otras autoridades feudales. En estas circunstancias, los juicios comenzaron a llevarse también en la lengua del lugar, abandonando el latín.
Sin embargo, todavía el latín seguía siendo indispensable para los juristas. Los comentaristas y teóricos del Derecho seguían escribiendo sus libros en latín; y, consecuentemente, los estudiantes de Derecho tenían que saber latín. El Derecho Romano, si bien ya no estaba vigente oficialmente, se mantuvo en la consciencia jurídica europea como un Derecho culto, más académico, con más profundidad, más orgánico, frente a un Derecho circunstancial y popular constituido por las esporádicas leyes del momento. Es así como se creó la consciencia de que, pese a los nacionalismos, existía un ius commune, un Derecho común a toda Europa que, cuando menos a nivel de principios, estaba por encima -aunque no tuviera validez formal- de los Derechos nacionales y locales.
En el Perú virreynal, el Derecho todavía se enseñaba parcialmente en latín, como una secuela anacrónica de la enseñanza medieval del ius commune. Sin embargo, es probable que sólo los alumnos más aplicados aprendieran suficiente latín; los otros se contentaban con repetir frases hechas cuyo significado conocían vagamente pero que daban la impresión de una gran cultura jurídica ante los Tribunales. He revisado procesos judiciales de la época del Virreynato y he encontrado en ellos un gran número de citas pretendidamente del Derecho romano escritas en un latín macarrónico, con absoluta independencia de las reglas gramaticales latinas. Muchas de esas citas han "macheteado" el latín a tal punto que casi no se comprenden; para saber lo que quisieron decir los litigantes que las usan, es preciso repensarlas desde la perspectiva de quien no tiene idea de lo que está escribiendo: sólo así es posible separar palabras que no debían estar unidas, juntar palabras que no debían estar desunidas y recomponer la ortografía hasta encontrar el texto original. Nada se diga de los casos o declinaciones que son tan importantes en latín porque dan el sentido a la frase y que, sin embargo, no parecían preocupar demasiado a nuestros abogados prácticos virreynales. Todo ello denota que el abogado común en el Virreynato no conocía mucho de latín y repetía la cita que alguna vez había escuchado en la Universidad en forma mecánica, con mala memoria y sin saber si era gramaticalmente correcta.
Pero aun eso desapareció en el S. XIX. El latín quedó marginado en el cementerio de las lenguas muertas. La enseñanza del latín en los colegios y universidades fue vista como carente de significado práctico. Se llegó a decir que la enseñanza del latín no sólo era innecesaria sino incluso perjudicial porque, al recargar la mente del alumno, le mina la inteligencia, desalienta los estudios y lleva a que muchos abandonen totalmente el colegio.
Y, sin embargo, los abogados no podemos desentendernos fácilmente del latín: a cada instante nos vemos obligados a usar el latín para expresarnos.
Paradójicamente, es en los países de common law y, particularmente en los Estados Unidos de Norteamérica donde el uso por los juristas de palabras en latín es más frecuente; incluso más que en los países cuyo sistema jurídico es una herencia directa del Derecho romano. Expresiones como certiorari, ratio decidendi, stare decisis, obiter dictum, forman parte del lenguaje común del abogado norteamericano y las va a tener que encontrar todo abogado peruano que quiera ejercer en asuntos que superan la frontera del Perú. En los Estados Unidos, a ciertos mandatos de ejecución de sentencia dirigidos al "sheriff" o jefe policía se les llama usualmente scire facias, es decir, "hagas saber que..."; la orden de comparecencia se llama oficialmente venire facias, o sea, "hagas venir"; los actos de los órganos de gobierno de una empresa que exceden su poder, se llaman ultra vires, esto es, "más allá de sus fuerzas"; una póliza de seguros de amplia cobertura se le dice "umbrella policy" o "póliza sombrilla". Y en el mundo anglosajón no sólo se usa el latín para la terminología directamente jurídica sino también se emplean palabras latinas a lo largo del escrito o del discurso jurídico con el objeto de darle más elegancia. Así, por ejemplo, en los informes ante las Cortes en los Estados Unidos se utiliza scilicet en el sentido de "Es claro que...", con lo cual se inicia el desarrollo de un argumento más preciso. O también se habla de una "scintilla of evidence" o "chispa de evidencia" para significar un atisbo de prueba. De manera que, no son solamente los idiomas latinos los que han recibido la influencia del latín, sino que también la latinidad ha invadido el inglés jurídico.
Es importante hacer notar que gran parte de las palabras más modernas y más técnicas del inglés, aquellas vinculadas con la informática, derivan antes del latín que de las raíces lingüísticas germánicas. Por ejemplo, la palabra "computadora", que viene del inglés "computer", es en realidad una derivación del verbo latino computare, que significa "contar" o "calcular". La palabra inglesa "delete" -que significa borrar lo escrito en la computadora- ha dado origen en castellano a un verbo espúreo que es "deletear". Sin embargo, una vez más, esto no es una forma de colonialismo cultural sajón como algún paranoico anti-norteamericano pudiera creer, sino que, por el contrario, es el resultado del imperialismo cultural del latín sobre el inglés: "delete" viene del verbo latino delere, que significa precisamente borrar. Todos recordamos la famosa frase de Catón en el Senado romano al declarar la guerra a Cartago: Delenda est Cartago!, es decir, "¡Hay que borrar a Cartago del mapa!". Y la palabra inglesa "delete" evoca su origen latino al escribirse exactamente igual que la expresión romana Delete!, que es la segunda persona del imperativo del verbo borrar: "¡Borra!"
El Derecho peruano al igual que los Derechos latinoamericanos y los europeos continentales utiliza ciertamente palabras latinas para designar algunas instituciones y situaciones. Todos los abogados conocemos lo que significa res iudicata (cosa juzgada), onus probandi (carga de la prueba), presunción iuris tantum (en la medida que se tenga derecho, es decir, que admite prueba en contrario), presunción iuris et de iure (de derecho y sobre derecho, esto es, que no admite prueba en contrario), y tantas otras. Además, es frecuente que recurramos a adagios. Durante siglos, comenzando con el período clásico de Roma, luego el Imperio, más tarde Justiniano y los juristas orientales en Constantinopla y, particularmente, en la Edad Media, se han venido acuñando miles de adagios que resumen y concentran la sabiduría jurídica. Y a cada instante, en el ejercicio de la profesión, tropezamos con estas frases latinas que nos ayudan a expresar mejor nuestras ideas.
El latín es un idioma que tiene la ventaja de decir las cosas de manera muy concreta y elegante. Por ejemplo, los romanos no creían en el daño moral ni en el daño a la persona sino únicamente en el daño material. Por consiguiente, para significar que el daño reparable tenía que ser causado materialmente, decían -con esa sencillez y eficiencia lingüística que es propia de la galanura del latín- que debía ser corpore corpori, es decir, "por el cuerpo y al cuerpo". Observen la concisión y la riqueza de esas cuatro categorías de contratos que reconocía el Derecho romano: do ut des, facio ut facias, do ut facias, facio ut des: "doy para que des" (como en la compraventa, donde doy dinero para que me des una cosa que quiero comprar), "hago para que hagas" (como en el ahora llamado contrato de joint venture, en el que hago mi parte para que tu hagas tu parte en un negocio), "doy para que hagas" (como en la locación de servicios, donde doy una cantidad de dinero para que realices un trabajo), y "hago para que des" (que es la misma figura vista a la inversa, donde presto un servicio par que me des una cantidad de dinero). Pensemos también en la simplicidad de expresión y en la profundidad de sabiduría que se advierte en adagios tales como mater semper certa (la madre siempre es cierta), mientras que pater is est quem nuptiae demostrant (el padre es aquel a quien el matrimonio muestra que es el marido). O por ejemplo la forma de decir que existe separación de bienes dentro de la sociedad conyugal pero que ello no implica una separación de los esposos: Corpora communia sed non pecunia. Obsérvese también esa frase lapidaria de Paulus que, para perdonar el error, exige que la persona haya hecho todo de su parte para no errar: [Ius] nec stultis solere succurri, sed errantibus (el Derecho no ayuda a los tontos sino a los que se equivocan)
En consecuencia, resulta útil muchas veces recurrir a los adagios clásicos para analizar situaciones modernas. Pero si vamos a usarlos, tenemos que usarlos bien, propiamente estructurados desde el punto de vista gramatical y correctamente escritos en materia de ortografía. Nada hay más deslucido que recurrir a frases o palabras en un idioma extranjero y cometer errores al hacerlo. Lamentablemente, el latín se presta para que se incurra en grueso lapsus debido a la complejidad y a las sutilezas de sus concordancias.
Me permitiría recomendar que, aunque parezca anacrónico, se estudie el latín como idioma. Y esta recomendación vale no sólo para hombres de Derecho sino para todo hombre culto en general.
La complejidad del latín, la inteligencia de sus construcciones, la riqueza de sus expresiones, lo convierten en un excelente ejercicio mental que lleva a aguzar el entendimiento, a desarrollar el espíritu de análisis y de observación, a cultivar la atención; y la elegancia y concisión de su sintaxis alejan de la charlatanería y desarrollan el buen gusto. No cabe duda de que éstas son cualidades indispensables para toda persona que quiere dedicarse seriamente a las cosas del intelecto.
Un matemático famoso decía: "Denme un buen latinista que yo haré de él un buen matemático". Hace algunos años, el Gobierno de Brasil contrató una consultoría de tres eminentes matemáticos de renombre internacional, para que hicieran recomendaciones sobre la enseñanza de las matemáticas en ese país. Estos eran Gleb Wataghin, profesor de mecánica racional y de mecánica celeste, Luigi Fantapié, profesor de análisis matemático, y Giacomo Albanese, profesor de geometría. Los consultores emitieron un informe en el que indicaban que era mejor enseñar menos matemáticas en el colegio y más latín, para poder enseñar buenas matemáticas en la universidad. Estos científicos manifestaron en su informe que se encontraban impactados por la pobreza del raciocinio y la falta de coherencia del alumno brasileño. Por eso las matemáticas se reducían al aprendizaje memorístico de fórmulas que los alumnos sabían aplicar, pero no entendían su origen racional. Para suplir ese defecto de razonamiento, los matemáticos preferían que se enseñase latín en la escuela en vez de tanta matemática, a fin de formar adecuadamente la cabeza de los futuros estudiantes universitarios de matemáticas.
En otras palabras, estos matemáticos pedían que los alumnos tuvieran una base fuerte de lógica práctica, una mente preparada para el razonamiento estricto; y esto, pensaban que era proporcionado por el latín. ¿Podemos pedir menos para los abogados? ¿O para los hombres cultos en general?
Espero que esta invocación no sea una vox clamantis in deserto sino que cuando menos promueva la curiosidad por una lengua que, aunque se dice muerta, está sorprendentemente viva y presente en nuestra vida diaria.