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Crónica de una arquitectura anunciada

Diario Economía Hoy - 20 de abril de 1996

EPISODIO 1. APAREAMIENTO Después de una espera de varios días, el promotor ha llegado. Cumpliendo con su cita, le trae al arquitecto el plano de mensura del terreno para un nuevo desarrollo. Saludos de mano y hombro, sonrisas laterales y comentarios pícaros respecto a la situación del mercado inmobiliario y al posible perfil del comprador-cliente del desarrollo...

CRÓNICA DE UNA ARQUITECTURA ANUNCIADA Ricardo Cuberos Mejía, Arquitecto Profesor Investigador - Instituto de Investigaciones Facultad de Arquitectura - Universidad del Zulia Publicado en el Diario ECONOMIA HOY Abril 20 de 1.996 EPISODIO 1. APAREAMIENTO Después de una espera de varios días, el promotor ha llegado. Cumpliendo con su cita, le trae al arquitecto el plano de mensura del terreno para un nuevo desarrollo. Saludos de mano y hombro, sonrisas laterales y comentarios pícaros respecto a la situación del mercado inmobiliario y al posible perfil del comprador-cliente del desarrollo. El arquitecto, normativa en mano, ubica el terreno dentro de la regulaciones de la zonificación y, tras un par de malabarismos numéricos, estima de inmediato la cantidad máxima de usuarios permisibles y el tamaño, altura y usos de la edificación más grande posible dentro de la parcela. El promotor da su opinión, suplicando al proyectista el mágico logro de un poco más de área construible y vendible, quedando esto como compromiso tácito e imposible para la siguiente reunión, en algo más de una semana. No ha terminado de despedirse del promotor, cuando el arquitecto monta su lámina de croquizado encima del plano del contorno del terreno, y empieza a trazar las líneas de retiros y afectaciones viales. Surgen los puestos de estacionamiento, probando con dos o tres parqueos como módulos de un edificio que aún no nace, pero que rinde homenaje esencial al rey rodante del espacio urbano. Ubica ascensores, escaleras y ductos de basura, como tronco vertebral para una distribución eficiente y poco despilfarradora de espacio potencialmente vendible. Y de allí, de un entramado de columnas emergentes del estacionamiento, y bajo el contorno confinado por los retiros, eclosiona el embrión de la unidad de inmueble, ese pequeño o, a veces, no tan pequeño reducto de espacio edificado que resignadamente satisfará los grandes esfuerzos de un grupo familiar y de sus ansiosos nuevos acreedores, o bajo otro escenario, podrá alimentar el insaciable apetito rental de los coleccionistas privados de espacios con firma en la ciudad. Sobre el papel surgen habitaciones y sanitarios, espacios de estar, locales de servicio, circulaciones y closets de acondicionadores de aire, en una danza rítmica de ensayo y error que configura espacios dentro de la piel del inmueble, en un palpitar que responde al son de planos macizos y ventanas esquivas del asoleamiento directo del oeste, anhelantes de atrapar con su vista oriental un Lago que se escapó ya de los otros sentidos del habitante de costa. Tímidamente se expresa el eco de la reflexión, la teoría del diseño y demás ingenuidades de las épocas de estudiante. Un par de alzados y un conato de perspectiva concluyen con la génesis de un nuevo e inevitable monumento de la ciudad anónima. Tras la llamada telefónica de rigor, el promotor visita al arquitecto. Éste exhibe con codicioso orgullo el “pre-anteproyecto” desarrollado, enalteciendo las bondades logradas desde el punto de vista rentable aún bajo una apariencia que resulta algo más que simpática. El promotor, aunque convencido, desdeña displicente algunas de la ideas presentadas, preparándose para la negociación del contrato del proyecto. El arquitecto presenta su presupuesto, se da el regateo y el porcentaje de descuento de rigor y, tras un estrechar de manos, queda cerrado el negocio. El anticipo llegará dos días después. EPISODIO 2. GESTACIÓN. El “pre-anteproyecto” se convierte en anteproyecto. Se hacen los trucos usuales en la propuesta para poderla presentar en consulta preliminar ante la autoridad urbanística: dibuja aquello como jardinera, no coloques aquello como estacionamiento, borra esa pared para que parezca comedor y no habitación, y otros viejos recursos conocidos por la autoridad, pero convenidos como necesarios de asentar en todos los planos oficiales como parte de un pacto oculto del gremio. El anteproyecto visita las oficinas públicas y, tras la usual demora y reclamación de que el procedimiento está lento y el promotor está impaciente, surge el anhelado oficio de conformidad, no sin haber realizado alguna reunioncilla aclaratoria acerca de la “real interpretación de la ordenanza de zonificación”. Mientras tanto, el promotor ya ha derribado impertérrito la hermosa casona que ocupaba la parcela, cuyo único verdadero deterioro era su poca rentabilidad dentro de un tiempo de suelo urbano altamente especulativo. Alguna que otra voz sensible deja escapar su murmullo en reuniones de colegas, en un acto de resignación histórica: “¿Viste que ya la tumbaron?”. Dos operarios y un taladro horadan las vísceras de la tierra, buscando suelo firme para ahorrar costo de fundaciones. El topógrafo calcula las cotas de terreno, para que el arquitecto calcule los desniveles necesarios y no derrochar recursos del promotor en una excesiva excavación para el sótano de estacionamiento. Y a partir de ello, empieza la presión al proyectista para que indique el replanteo y características de las bases de una edificación todavía no detallada. El arquitecto empezó ya el proyecto. El trabajo con las plantas de la edificación se produce en un ir y venir de un nivel a otro, haciendo coincidir estructuras, planos de fachadas, ductos de instalaciones, alturas libres de escaleras, salas de máquinas y estanques de almacenamiento, tanto en planta baja como en el techo. Llamadas al ingeniero estructural, con el cual ya se había llegado a un acuerdo con el precio, se suceden mañana y tarde, hasta que éste envía por fax las esperadas cargas en fundaciones. Así como llega el facsímil, asimismo se envía al promotor para su utilización en la obra. El arquitecto y sus asistentes dibujan contornos de losas, diagramas de estructura, trayectos de acondicionamiento de aire, puntos de electricidad y de instalaciones sanitarias, y recibe las visitas de los ingenieros especialistas que intentan complacer los trazados de los arquitectos. Ya ellos vienen regresando de un costoso intento de usar el CAD, desechado porque la máquina siempre se “les cuelga” o porque el joven dibujante subpagado se perdió. Reciben en sus manos las copias en sepia de las plantas, las cuales tendrán que modificar en cuidadosa cirugía ante unos seguros cambios que tendrán los planos definitivos. Los dibujantes interpretan los borrones e instrucciones en los detalles, copiando del proyecto éste o modificando el de aquél otro. El artista responde al llamado telefónico, llevándose copia de las plantas y fachadas para preparar las perspectivas promocionales correspondientes. Los dibujantes y asistentes se enteran cada mañana de las visitas inesperadas del promotor por los rayones e instrucciones dejadas sobre la mesa o el computador por el proyectista. El cronograma del proyecto se estrecha tanto que empiezan las jornadas laborales extraordinarias. Trabajo en sábado y domingos, o salida a casa después de las once de la noche indican la inminente culminación del proyecto. Dibujantes y asistentes trabajan entusiastas ante un posible bono, prometido por el proyectista en un ataque de euforia tras la supuesta recepción de un abono al pago total del proyecto. Llegan las memorias y especificaciones de ingeniería, pasando a ser reproducidas para saciar las ansias del constructor y las exigencias de la autoridad urbanística. Salen atropelladamente los planos originales rumbo al servicio de copiado heliográfico, y se emiten facturas significativas a cuenta de los múltiples juegos de copias que se requieren para la permisología del proyecto. Hasta que llega el día de solicitar la constancia de cumplimiento de variables urbanas. EPISODIO 3. ALUMBRAMIENTO. Planillas y constancias en mano, un asistente lleva varios kilogramos de documentos ante la autoridad. Dos o tres visitas previas habían ocasionado carreras imprevistas ante el colegio profesional, algún organismo de servicio público y, de paso, uno que otro ruego ante el promotor para terminar de resolver algún asunto medio extraño en la adquisición del terreno. Mientras tanto, ya se están encofrando en el sitio las columnas de planta baja, detrás de un poco discreto corral de hojalata que envuelve al terreno. Ante una acuciosa fiscalización que se acerca con curiosidad a ver qué hay detrás del conocido cerco, se ha mostrado la constancia de conformidad de uso una y otra vez, hasta que la impertinente y recurrente visita se resuelve con un robusto sobre cerrado. El arquitecto, que ha sido bendecido con la gracia de inspeccionar la construcción de su propia idea, ve desmoronar muchas de sus propuestas ante el pragmatismo economicista del promotor y el constructor. Se eliminan paredes, se cambian los acabados, se destruyen los detalles, ante la triste sonrisa forzada del proyectista. Mientras, el permiso no sale. Unas cuantas visitas ante la autoridad urbanística han permitido que tras una negociación de criterios se logren aprobar algunas de las propuestas que favorecían la rentabilidad del proyecto, mientras se claudica en ideas que beneficiaban la calidad formal y espacial del edificio. Libros de obra y visitas más o menos regulares no le garantizan al proyectista una inspección segura y protección en caso de algún accidente en la obra, por lo cual debe mantener las maletas y las reservaciones del resort listas para un posible autoexilio momentáneo mientras el inesperado incidente se aclara. Finalmente, el permiso, llamado eufemísticamente “constancia de cumplimiento de variables urbanas fundamentales”, sale aprobado con considerable retraso y a disgusto de los funcionarios revisores, quienes han soportado malas actitudes desde adentro y afuera de sus despachos. La copia es enviada al promotor con el mensajero, junto al recibo final del proyecto. Varias semanas después se recibe sólo parte del saldo, el cual a su vez y otros días después, es parcialmente repartido entre los ingenieros subcontratados. No será sino cuando varias de las unidades de la edificación ya han sido vendidas, cuando proyectista e ingenieros subcontratados reciben su pago final. Los asistentes y dibujantes esperan lo suyo en Navidad o cuando la situación en la oficina mejore, lo cual se acumula en un compromiso infinito de proyectos anteriores y posteriores. El proyectista recibe un módico emolumento por su inspección el cual, con el tiempo y la depreciación del dinero, se transforma de significativo a nominal. El trámite de la habitabilidad reactiva el vínculo con la obra, ya que el proyectista deberá efectuar nuevos cambios en los planos de proyecto, todo ello a cuenta de resolver algunas discrepancias producidas por los no tan pequeños caprichos y deslices del constructor y el promotor. Y así, los nuevos propietarios se mudan a sus inmuebles y empiezan a disfrutar las venturas y sufrires de una arquitectura diseñada y construida con las modernas técnicas y conocimientos del ejercicio profesional actual. Serán muchas las paredes, ventanas y pisos que removerán y sustituirán por aquellos más similares a los que les fue ofrecido al pagar su opción de compra. Pocos años después, el condominio solicitará cuotas extraordinarias para actualizar el estilo anticuado de la fachada y las áreas comunes, bajo el argumento de “arreglar definitivamente las filtraciones de aguas negras y los drenajes del aire acondicionado”. Una vez hecha la cita con un arquitecto, una nueva historia se iniciará con saludos de mano y hombro.