UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN
ESCUELA DE EDUCACIÓN
DEPARTAMENTO DE PREESCOLAR
MÉRIDA, EDO. MÉRIDA
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
COMO HERRAMIENTA PEDAGÓGICA
EN EL PREESCOLAR
Tutora:
Asesor:
Lic. Carmela Guerrero
Lic. Yofre A. Bermúdez
Francy Quijano A.
C.I. 11.953.544
María Egdilia González A.
C.I. 10.403.782
Julio 2002
AGRADECIMIENTO
Es imprescindible para mí encabezar este agradecimiento a dos seres
maravillosos que son los creadores de mi “ser”: A Dios, como la divina
presencia, y a mis padres como las personas que hicieron realidad el plan de
Dios. A lo largo de mi vida han existido personas que yo denomino “ángeles
guardianes” que Dios puso en mi camino para que me ayudaran. Así, surgió mi
esposo, el cual hizo posible el sueño dorado de mi vida: “Mi hijo”, Jhony
Enrique, razón por la cual he aceptado el reto que la vida me impone a cada
paso que doy. Te amo hijo.
A mis hermanos(as), cuñados(as), sobrinos, amigos, compañeras de
estudio.
A ti, Guillermo, que eres alguien especial en mi vida, gracias por
levantarme en cada caída.
No podría dejar de mencionar a todo el personal, tanto obrero como
médico, de las Unidades de Diálisis del HULA y del Hospital J.M. Casal Ramos
(Estado Portuguesa), quienes devolvieron mi vida gracias a sus cuidados y
transplante renal, haciéndome renacer en Acarigua, en el seno de la familia
Carreño Escobar.
Gracias a la Profesora Carmela, quien muy emocionada aceptó ser
nuestra tutora, y al Prof. Yofre Bermúdez, como Asesor de la Tesis.
Por lo limitado del espacio me veo en la obligación de englobar mis
sentimientos, pero de todo corazón, les digo a todos aquellos que colaboraron
conmigo:
MIL GRACIAS… Y QUE DIOS LOS BENDIGA !!!
María Egdilia
AGRADECIMIENTO
El ser humano se traza retos que van acompañados de dificultades que
al final son vencidas y recompensadas. Hoy, cuando en mi vida logro gran
parte de mis metas, quiero agradecerle este triunfo a:
Dios todopoderoso, por iluminarme y darme fuerza espiritual para lograr
mi objetivo.
A mis padres, quienes me dieron la vida y me enseñaron que se debe
luchar para alcanzar lo deseado. Gracias.
A la Ilustre Universidad de Los Andes, que me abrió sus puertas para
que recorriera el camino hacia el logro de mi ideal profesional.
A mis profesores, todos los que a lo largo de mi carrera estaban allí,
corrigiendo trabajos y evaluaciones; muy especialmente a Esperanza Montilva
de Moret, Susana Rubio, Kruskaia y Leslie Arvelo.
A mis hijas por ser fuente de inspiración y de estímulo a lo largo de mi
carrera.
A mi tutora y amiga, la Profesora María Carmela Guerrero, por su
estímulo y su paciencia.
A mi Asesor, Yofre Bermúdez, por dedicarme tiempo y brindarme su
apoyo.
A mi compañera de tesis, María Egdilia González, por su sincera y
valiosa amistad, por todos los inolvidables momentos, espero que los consejos
y el sonreír de siempre nunca nos falten...
A la Señora Maritza, por su paciencia, sabiduría y por la ayuda prestada
durante el desarrollo de este trabajo.
Francy
DEDICATORIA
La inocencia... la infancia, es una etapa de
nuestra vida tan emocionante que no tiene
definición, sencillamente se vive y se disfruta
al máximo.
Por ese motivo, brindamos este esfuerzo al
Divino Niño Jesús, como imagen
representativa de todos los niños, y lo
dedicamos muy especialmente a nuestros
hijos Dariana Gabriela, Oriana Dailly y Jhony
Enrique.
Francy y María Egdilia
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN
ESCUELA DE EDUCACIÓN
Autoras: María Egdilia González
Francy Quijano
TÍTULO: LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
COMO HERRAMIENTA PEDAGÓGICA EN EL PREESCOLAR
RESUMEN
Así como es de la mayor importancia inculcar en los niños principios y
valores éticos para su desenvolvimiento futuro, de la misma forma es vital que
desde muy jóvenes aprendan a identificar, reconocer y controlar sus
emociones, sentimientos e impulsos, de manera que puedan forjar una
personalidad emocionalmente equilibrada, con un razonamiento objetivo y con
capacidad para resolver problemas de manera inteligente.
Esta investigación de tipo documental se basa en las teorías de
Inteligencia Emocional, que recomiendan “educar” las emociones, contando
con un recurso humano tan natural, como es la inteligencia. Estas teorías
proponen simplemente enseñar a manejar las emociones, así como se enseña
a manejar las matemáticas, como algo natural y necesario en la vida diaria.
Para ello se realizó una revisión bibliográfica lo más exhaustiva posible,
teniendo en cuenta que el tema de la Inteligencia Emocional es relativamente
nuevo. Asimismo se compararon las tendencias y coincidencias de distintos
propulsores de esta moderna teoría, tales como Goleman, Shapiro, Skinner,
etc., e inclusive se participó en un curso de Super Aprendizaje de Inteligencia
Emocional en la Universidad de Los Andes.
Por esa razón se diseñó una Guía de Actividades dirigida a los docentes
de preescolar con la finalidad de iniciar, en esta etapa, la educación de las
emociones. Dicha Guía cuenta con 20 juegos y/o ejercicios divididos en cuatro
grupos: 1º) conceptualizar los términos “emociones”, “sentimientos” y
“autocontrol”; el 2º) reconocer los sentimientos propios; 3º) reconocer los
sentimientos ajenos; y 4º) iniciar la práctica del autocontrol.
Es aspiración de las tesistas que este trabajo sirva para abrir camino a
futuros investigadores interesados en profundizar más en el desarrollo de la
Inteligencia Emocional en el sistema educativo venezolano, con miras a una
Venezuela llena de hombres y mujeres emocionalmente equilibrados.
INDICE
Pág.
INTRODUCCIÓN
…………………………………………………………
1
CAPÍTULO I - INTELIGENCIA Y EMOCIONES
1.1
La Inteligencia
……………………………………………….…….
1.2
Desarrollo cognoscitivo
1.3
Las Emociones
1.4
Desarrollo socioemocional
5
………………………………………….
12
…………………………………………………….
20
……………………………………….
23
CAPÍTULO II - INTELIGENCIA EMOCIONAL
2.1
Fundamentos científicos de la Inteligencia Emocional
............
31
2.2
Teorías de la Inteligencia Emocional
........................................
37
CAPÍTULO III - ETAPA PREESCOLAR
3.1
El niño en edad preescolar
……………………………………..
49
3.2
El docente de preescolar
……………………………………….
52
3.3
Cómo aprenden los niños
.............................…………………
55
3.4
Desarrollo de la Inteligencia Emocional en el niño
preescolar
…………………………………………………………
57
...............................
64
..............................................................................
86
…………………………………………………………
89
CAPÍTULO IV - GUÍA DE ACTIVIDADES
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
Vivimos en una era caracterizada por globalización, masificación,
información instantánea, adelantos científicos y tecnológicos en ocasiones
inverosímiles, sin contar con los profundos cambios y transformaciones
derivados de las guerras y de la depresión económica mundial. Estos hechos
generan incertidumbre en todos los órdenes de la vida humana. Es un hecho
inocultable que la humanidad está convulsionada y en continua confrontación, y
no sólo en esferas políticas, carcelarias o marginales −siempre polémicas−
sino en ámbitos que se esperan más sosegados, como los hogares, las
escuelas y las iglesias.
En fin, es una época en que los valores auténticos han cambiado de
manera radical y lo que se acepta como “realidad”, es mitad genuino y mitad
virtual. Si a esto agregamos la agresividad y la violencia con que se resuelven
los conflictos entre las comunidades (tanto nacionales como internacionales),
es fácil entender que la gente, en este mundo insólito y caótico, se mantenga
permanentemente alerta y a la defensiva.
A menudo se oye decir que unas personas son violentas y otras no, que
la agresividad depende del temperamento de cada quien, o del medio en el que
se crió y que, a veces, no hay más remedio que reaccionar para defenderse.
Sin embargo, las teorías acerca de la Inteligencia Emocional que le sirven de
fundamento a este trabajo de investigación, insisten en que las emociones, los
impulsos y los sentimientos pueden ser educados y, por ende, controlados.
Utilizando la educación como el instrumento básico de transformación,
los cambios de comportamiento deseados se van dando espontánea y
progresivamente, sobre todo si su implementación se inicia en la etapa
preescolar.
Dicha transformación, obviamente, debe producirse primero en
nosotros los adultos, como condición para poder dedicar el máximo interés a
lograr el objetivo de forjar la personalidad de los niños sobre la base del
equilibrio y del autocontrol emocional.
A propósito, en un curso de Super Aprendizaje acerca de Inteligencia
Emocional al cual asistimos las tesistas en la Universidad de Los Andes,
pudimos comprobar, mediante ejercicios prácticos, que si bien es cierto que en
ocasiones una confrontación es inevitable, también lo es que potencialmente
todos estamos capacitados para resolver los problemas de una manera que
sea ventajosa para todos los involucrados, sin necesidad de recurrir a actitudes
extremas.
La intención al realizar este trabajo de investigación, consiste en estudiar
la Inteligencia Emocional como un elemento esencial en la formación de la
personalidad del niño, y entonces diseñar una Guía de Actividades dirigida a
los docentes de preescolar, con el objeto de que en su jornada escolar diaria
(dentro y fuera del aula), se dé inicio a la educación de las emociones en el
marco del sistema educativo vigente en nuestro país.
Por otra parte, aspiramos que esta iniciativa estimule a futuros
investigadores a aplicar dichas actividades en distintos preescolares, de
manera de verificar su efectividad y observar los cambios de comportamiento
que se den en los niños.
Hoy por hoy, estamos firmemente convencidas de que ayudando a
nuestros niños a reconocer emociones y sentimientos, tanto en ellos como en
los demás y, además, entrenándolos para que no se dejen dominar por la ira, la
violencia o cualquier otro sentimiento que los perjudique, sino que más bien
aprendan a controlarlos, estaremos dando el primero y más importante paso en
el camino que hay que recorrer para lograr una nueva cultura dirigida hacia la
probidad.
Esta investigación, documental y sustentada en una exhaustiva revisión
bibliográfica, está estructurada en cuatro capítulos: el primero de ellos referido
al estudio de la inteligencia y de las emociones, así como al desarrollo de las
áreas cognoscitivas y socioemocional en el preescolar; el segundo lo
dedicamos a la revisión de los fundamentos científicos y a las diferentes teorías
de la Inteligencia Emocional; el tercer capítulo se refiere al niño y al docente de
preescolar, a la forma en que aprenden los niños y al desarrollo de la
Inteligencia Emocional en el preescolar; en el cuarto capítulo se presenta la
Guía de Actividades ya mencionada. Por último, se presentan las conclusiones
y las referencias bibliográficas.
CAPÍTULO I
INTELIGENCIA Y EMOCIONES
1.1
La Inteligencia
1.2
Desarrollo Cognoscitivo
1.3
Las Emociones
1.4
Desarrollo Socioemocional
CAPÍTULO I
INTELIGENCIA Y EMOCIONES
1.1
LA INTELIGENCIA
De manera muy simple se podría conceptualizar la inteligencia como
diferentes mecanismos que poseemos y que nos capacitan para razonar y
saber cómo actuar en un momento dado, cómo satisfacer nuestras
necesidades biológicas, afectivas, sociales, etc. Sin embargo no se trata aquí
de simplificar un concepto tan complejo como lo es la inteligencia. Por ejemplo,
Galvis (1999: 13), la define como una “facultad de entender, de comprender; o
capacidad para resolver todo tipo de problemas”, lo que a nuestro entender, es
una forma sencilla de definir la inteligencia.
Así como es un hecho que la inteligencia es uno de los factores que
determinan el éxito o el fracaso de un adulto, pues sus logros se suelen medir
por la inteligencia desplegada en conseguirlos, también es cierto que no es
necesario poseer innumerables conocimientos para ser inteligente, es decir, la
inteligencia no es producto de la memoria. De ser así, no se entendería que
algunas personas con limitaciones muy marcadas, tengan capacidad para
aprender y retener números, fechas, para resolver operaciones matemáticas
complejas y para dar solución a complicadas jugadas de ajedrez, por ejemplo.
Después de esta breve reflexión, es necesario aceptar que aunque
existen varias teorías que explican qué es la inteligencia, por sí misma una
teoría jamás es completa ni tiene respuesta para todas las preguntas.
Teniendo esto en cuenta, procedemos a citar a Wolff (1962: 152) quien nos
aclara que una de las teorías existentes es que la inteligencia es producto de la
memoria; que hay otra que se basa en la acumulación de hechos; y existe una
tercera −a nuestro juicio la más acertada− que sostiene que la inteligencia “es
producto de una estructura cerebral innata”. Ahora bien, lo que sí es seguro
que sea cual sea el nivel de la inteligencia que se posea, puede ser opacado o
estimulado por la educación que se reciba. El mismo autor nos agrega que la
inteligencia “se basa en la capacidad de discriminación que nos permite
establecer relaciones, según las cuales se reacciona luego en la forma
adecuada”.
Por su parte, el renombrado psicólogo suizo, Jean Piaget, se ha
manifestado en numerosas ocasiones acerca de la inteligencia, por haber no
sólo estudiado, sino también postulado sus propias teorías acerca del
desarrollo cognitivo.
De manera muy amplia Piaget, citado por Mussen
(1984: 310) considera que la inteligencia es la capacidad de adaptarse al
ambiente y distinguió dos grandes etapas del desarrollo intelectual: la de la
inteligencia sensoriomotora (0-2 años) y la de la inteligencia conceptual (de los
2 años hasta la madurez). La primera de estas etapas se subdivide a su vez
en varias hasta llegar a los 18 meses de edad del infante. El autor considera
que finalizando el período sensoriomotor, el funcionamiento cognoscitivo del
niño “se vuelve más complejo, más objetivo y está cada vez más orientado
hacia la realidad” (ob. cit: 315).
Asimismo, y citado por López (1975: 27), este filósofo educador también
sostenía que “la función intelectual sólo constituye otro aspecto de la biología:
ni se origina ni es un resultante de ella, sino que constituye una parte de la
totalidad fisiológica del individuo”. Esto nos induce a pensar que para Piaget, la
inteligencia es una función similar a las leyes que rigen la vida: alimentación,
respiración, circulación, etc., y, por lo tanto, susceptible de ser mejorada. Sin
embargo, en una aparente contradicción, el autor* también afirmaba que el
desarrollo intelectual no es un simple proceso madurativo que tenga lugar
automáticamente, sino más bien que era el resultado de interacciones internas
y externas del individuo.
Las diferencias que se perciben en las afirmaciones de un mismo
investigador −en este caso Piaget− creemos que son sólo “aparentes”, pues
dedicó años de su vida a estudiar primero el pensamiento del niño, luego a su
conducta, más adelante su capacidad de manipulación, etc., incluyendo
siempre a sus propios hijos en estas indagaciones.
Debido a ello, sus
descubrimientos iban modificándose, o se iban expandiendo constantemente,
por lo tanto las citas que se utilizan pueden corresponder a uno u otro período
de sus investigaciones.
Según Piaget, citado por Kamii (1979: 29), la inteligencia se desarrolla
en cuatro períodos: sensorio-motor (0-2 años); preoperacional (2-7 años);
operaciones concretas (7-11 años); y operaciones formales (12 años en
adelante). A la vez considera que el período preoperacional consta de dos
etapas, una enteramente ilógica o prelógica y la otra de transición, en la cual la
lógica del niño va adquiriendo coherencia.
*
Esta transición es el principal
Según la Enciclopedia de la Psicopedagogía, Pedagogía y Psicología (1998): 64.
España: Océano Grupo Editorial S.A.
objetivo de la educación preescolar, por lo que este trabajo se circunscribirá al
período preoperacional.
Es necesario tener en cuenta que en la etapa
preoperacional el pensamiento del niño es egocéntrico, centrado, transductivo,
irreversible y no tiene equilibrio entre la asimilación y la acomodación
(López 1975: 100).
Es por todos conocido que la inteligencia, en cierta forma, se puede
medir a través de los llamados “tests de inteligencia”, los cuales arrojan
resultados que se traducen en una cifra que se asocia a las respuestas dadas a
un conjunto de problemas, cuya solución determina la capacidad del sujeto
para percibir, organizar y responder a estímulos. Ahora bien, decimos que la
inteligencia es medible sólo en cierta forma, porque al someterse a estos tests
suelen haber reacciones imprevisibles, como nervios, temor, cansancio, etc.,
que le restan precisión a los resultados. Además, hemos de tener en cuenta
que la inteligencia y el coeficiente de inteligencia no son lo mismo.
Bien
podríamos entonces preguntar: ¿es posible ayudar a los niños lentos a
incrementar sus habilidades?
Ya vimos que Piaget considera biológica a la inteligencia y esto lleva a
suponer que la mente humana no es sólo aquello que almacena y procesa
datos, sino un complejo sistema de análisis y búsqueda del porqué de las
cosas. El autor nos señala (1969: 3) que “la inteligencia verbal o reflexiva se
apoya sobre una inteligencia práctica o sensomotriz, que reposa a su vez sobre
los hábitos y asociaciones adquiridos para recombinarlos”.
Vista así, la
inteligencia es un poder, abstracto, complejo, inherente al ser humano y
necesario para comprender la realidad, para mantener a raya a la subjetividad,
para resolver problemas y para llegar a conclusiones lógicas.
De acuerdo con lo expresado, podríamos entonces afirmar que la
inteligencia es una capacidad que se manifiesta como un poder intelectual que
todos poseemos y que utilizamos para ordenar nuestro mundo, así como el
organismo, estructurando formas nuevas, organizando o “acomodando” el
ambiente que nos rodea hasta que éste las asimile. La inteligencia nos permite
comprender racionalmente la realidad, controlar la subjetividad y los prejuicios
y llegar a conclusiones lógicas. Aunque se elabora por sí misma mediante sus
propias leyes funcionales, es susceptible de ser estimulada por el
planteamiento de situaciones que la ayuden a organizarse. Cabe reconocer
que entre las características que conforman la humanidad del hombre, están su
creatividad y su capacidad de reflexión, ya que sólo él puede analizar sus
propios procesos, y a partir de allí corregirlos y perfeccionarlos.
Así, si los docentes de preescolar se proponen desarrollar la inteligencia
como un resultado significativo de la educación, se hace necesario el diseño de
estrategias instruccionales que coadyuven al desarrollo de habilidades
cognitivas indispensables para vivir bien.
Ahora bien, nuestra experiencia durante la preparación docente y las
lecturas efectuadas a lo largo de la carrera, nos permiten afirmar que la
educación comienza por sentar pautas que facilitan forjar sólidamente la
personalidad de los niños y orientar la conformación de su inteligencia. La
observación de lo que piensan, sienten, cómo vivencian las diferentes acciones
que realizan, nos permitirá motivarlos para que se expresen y adquieran
seguridad en sí mismos.
Los niños comunican aquello que han vivido o sentido, aquello con lo
cual se identifican.
En general, la primera infancia es un período de
creatividad, de emotividad.
Si, por ejemplo, los niños se manifiestan
artísticamente, en ello reflejan su grado de desarrollo cognoscitivo, afectivo y
social. De allí que es necesario ayudarlos para que manifiesten libremente sus
pensamientos y sentimientos, motivarlos para que actúen por iniciativa propia y
tomen decisiones.
Sólo así descubrirán el significado del conocimiento y
tendrán un crecimiento sano de su personalidad, vital para su evolución integral
como individuo.
Torrance (1969: 21) expresa esto claramente cuando sugiere que:
En lugar de tratar de saturar las mentes de nuestros niños con
una cantidad de hechos y transformarlos en enciclopedias
científicas, debemos preguntarnos en qué tipo de niños se están
transformando ¿Qué tipo de pensamiento llevan a cabo? ¿Cuán
ingeniosos son? ¿Se están haciendo más responsables? ¿Están
aprendiendo a dar explicaciones meditadas de lo que hacen y
ven? ¿Creen que sus ideas propias tienen valor? ¿Pueden
compartir ideas y opiniones con otras personas? …
Los niños son seres emocionales y su inteligencia está en desarrollo, por
lo que debe ser cultivada y orientada hacia procesos racionales y de
autocontrol, ya que sus reacciones obedecen mayormente a lo que sienten y
no a lo que piensan, actúan de acuerdo con lo que consideran sus necesidades
y deseos más urgentes.
También Piaget (1969: 279), se pronunció respecto a la inteligencia de
forma parecida cuando escribió:
Admitiendo que la inteligencia constituye un mecanismo que se
explica por sí mismo, la organización que la caracteriza será
inmanente a los estadios más primitivos. Así, pues, la inteligencia
está en germen en la vida misma, bien sea porque “la inteligencia
orgánica”, que actúa en el terreno fisiológico, contenga en potencia
las más elevadas realizaciones de la inteligencia abstracta, bien
porque las suscite progre-sivamente al tender hacia ellas como
hacia un fin necesario.
La lectura y relectura de esta aseveración del reconocido psicólogo suizo
Jean Piaget, llama a reflexionar acerca de la complejidad de la inteligencia. La
tendencia habitual es considerar que inteligente es quien triunfa, quien manda y
quien decide. Piaget, no obstante, nos habla de una inteligencia “orgánica”,
especie de condición genética que tenemos que cultivar para que crezca y se
desarrolle convenientemente.
Empecemos por revisar diversas definiciones acerca de la inteligencia,
con el fin de una mayor comprensión, y poder así asumir que ser inteligente es
entendido como ser brillante y exitoso, tener la facultad de salir airosos de
situaciones conflictivas, de establecer prioridades, de mantener buenas
relaciones interpersonales, entre otras vicisitudes naturales y frecuentes que
surgen en la vida de todas las personas.
1.2
EL DESARROLLO COGNOSCITIVO
La manera en que se comporta la mente de un individuo, así como los
pensamientos y las soluciones que produce, cambian gradualmente con el
tiempo y la experiencia. Una de las más importantes recompensas que reciben
los docentes de preescolar, es el darse cuenta de que o pueden ayudar a sus
pequeños alumnos a desarrollar su capacidad para pensar y para resolver
problemas.
Este proceso es conocido con el nombre de desarrollo
cognoscitivo.
El término cognición, según el DRAE (2000: 501) proviene del latín
cognitio, -onis, y significa “conocimiento”, “acción y efecto de conocer”.
Asimismo, desarrollo (de des- y arrollar), es definido por el mismo Diccionario
(2ª acepción) como acrecentar, dar incremento a una cosa del orden físico,
intelectual o moral; y también (6ª acepción) como suceder, ocurrir y acontecer
(ob. cit: 694). Rodríguez (s/f: 67), define la cognición como el acto de pensar, o
sea la capacidad “de recordar, ver u oír semejanzas y diferencias y establecer
relaciones entre ideas y cosas. La cognición tiene lugar dentro del niño; por lo
tanto sólo podemos medirla en términos de lo que el niño dice o hace”.
Entendemos entonces que la cognición incluye resolución de problemas y la
coordinación de diversas funciones mentales asociadas con los sentidos, la
inteligencia, la memoria, etc.
En el ámbito educativo se tiene a la cognición como una relación entre
dos elementos: objeto y sujeto, ambos totalmente distintos, pues al sujeto le
corresponde la función de aprehender del objeto y a éste ser aprehendido por
el sujeto, o sea, siendo un niño el sujeto y un taco el objeto, al primero le
corresponde manipular, tocar, sentir y jugar con el segundo, y así construir el
significado que éste tiene para él. Al taco (objeto) sólo le corresponde dejarse
manipular, tocar, sentir y ser un juguete para el niño (sujeto).
El desarrollo cognitivo, entonces, es un proceso natural y espontáneo,
en el cual intervienen la percepción o descubrimiento, la organización, la
interpretación de la información que se recibe, el razonamiento que se hace
para inferir y sacar conclusiones acerca de esa información, el discernimiento o
el reconocimiento de nuevas relaciones.
El niño va construyendo el
conocimiento mediante la interacción entre sus estructuras mentales y el
ambiente que lo rodea. En todo caso, y según lo expresa la Dirección de
Educación Preescolar (1994: 141), “el desarrollo del niño preescolar será
armónico y coherente en la medida en que también lo sean los elementos y
factores que de una u otra manera incidan en su desarrollo”. De esto se infiere
que lo cognitivo es inseparable de las otras áreas de desarrollo:
socioemocional, psicomotor y del lenguaje, pues la evolución del niño se
concibe como un proceso global que integra todas las áreas.
La Guía Práctica de Actividades para Niños Preescolares (s/f: 29),
respecto al área cognitiva, hace referencia a tres tipos de conocimientos: físico,
lógico y social. Y esta división la explica de la siguiente forma:
El primero, como se dijo anteriormente, es el que se desprende
de los objetos y está constituido por las propiedades físicas de
los mismos. El conocimiento lógico es el que se desprende de
las relaciones que se establecen entre los objetos y se refiere al
conocimiento lógico-matemático (clasificación, seriación y
número), al conocimiento espacio-temporal y a la representación.
El conocimiento social es el que se refiere al conjunto de reglas y
normas que rigen las interacciones sociales y que se aprenden
de los demás, interactuando con ellos.
Jean Piaget, citado por UPEL (s/f: 20), en su teoría sobre el desarrollo
cognitivo, se centra “en una concepción interaccionista del desarrollo, en donde
el conocimiento surge de una indisociable inter-acción entre la experiencia
sensorial y la razón”. El autor ubica esta interacción entre los 2 y los 7 años,
período que llama “etapa preoperacional” y que es la correspondiente a la
preescolaridad. Este proceso, vivenciado por todos los seres humanos, se
realiza a base de organizar y reorganizar las estructuras, hasta producir una
nueva organización; esto lo hace dinámico y permite que se conozcan y
aumenten las condiciones internas del ser.
Expresado de otra forma, el desarrollo cognitivo se refiere a procesos a
través de los cuales el niño conoce, aprende y piensa (Guía Práctica… s/f: 26).
En el contexto que nos ocupa −el preescolar− mediante el desarrollo cognitivo
se sabrá qué es lo que un niño sabe, cómo adquiere información nueva acerca
del medio que lo rodea y cómo la elabora, o sea, el qué y el cómo de su
pensamiento.
La variedad de los estímulos hará que la aparición de los
procesos cognitivos se aceleren o se retarden.
Aspectos tales como la forma en que trabaja la mente de una persona,
los pensamientos que tiene, la solución que le encuentra a los problemas que
confronta, no son estáticos sino dinámicos, cambian con el transcurrir del
tiempo y con las experiencias adquiridas, van dejando atrás el puro reflejo o
instinto y van adquiriendo consistencia y solidez.
Es debido a ello que el
desarrollo cognitivo puede ser influido −y de hecho lo es− por la educación que
la persona recibe. Ahora bien, en principio, esta contribución parte del docente
de preescolar y de lo que éste conoce y cree acerca de la naturaleza del
intelecto, por lo que en el desarrollo cognitivo de los niños preescolares, su
función juega un papel de destacada relevancia.
Hasta hace poco tiempo, este docente era considerado el eje central de
todo el proceso que se adelantaba en el aula, poseía toda clase de
informaciones, planteaba el ritmo del proceso en función de lo que quería
lograr; es decir, era el conductor del proceso de enseñanza-aprendizaje. De
acuerdo a los lineamientos del nuevo diseño curricular, el aprendizaje es un
proceso activo dentro del cual la labor del maestro es la del ensamblador que
contacta la capacidad de construcción del alumno con el saber preexistente, ya
organizado por la sociedad
Es decir, el docente es un mediador del saber, el desempeño de cuyo rol
lo llevará a organizar los estímulos y a ubicarlos en el contexto del estudiante
para ayudarlo a trascender hacia el futuro donde contactará la realidad de la
vida. Esta labor mediadora se corresponde perfectamente con el calificativo de
"facilitador" atribuido al docente. Este profesional ha de liderizar consciente y
creativamente el desarrollo de diseños pedagógicos que tomen en cuenta el
contexto social del alumno, que promuevan la participación; asimismo debe
poseer una actitud crítica y positiva, sólidos principios ético-morales y estar
consciente de la problemática que confrontan tanto la institución como sus
alumnos.
Esta actitud abierta a los nuevos paradigmas posibilitará el objetivo
principal de la educación: formar ciudadanos capaces de enfrentar las
vicisitudes de la vida, de pensar con lógica y de responder eficientemente a las
exigencias intelectuales y socio-afectivas de la época.
Retomando
el
tema
del
desarrollo
cognoscitivo
en
la
etapa
preoperacional señalada por Piaget, podemos afirmar que su mayor
importancia es su condición de indispensable para poder ejecutar todos los
otros procesos de orden superior que tendrán lugar en edades más avanzadas.
El desarrollo cognitivo va moldeando la conducta en función de las
experiencias, la información, las impresiones, las actitudes, las ideas y las
percepciones del individuo, y de la forma en que éste las integra, organiza y
reorganiza. De allí que el desarrollo es un cambio más o menos permanente
de los conocimientos o de la comprensión, debido a la reorganización tanto de
experiencias pasadas como presentes.
Las conductas más características del desarrollo cognoscitivo del niño
en el estadio preoperatorio se centran fundamentalmente en la adquisición y
uso del lenguaje. Las nuevas conductas lingüísticas adquiridas por el niño,
destacan generalmente por su repetitividad (repite palabras, frases y acertijos)
y por su egocentrismo, así como por el uso de la experimentación y la
imitación. Su lenguaje es egocéntrico porque aunque habla con otras personas,
lo hace sólo en su propio beneficio, sobre todo cuando se da cuenta de que
utilizando el lenguaje puede transmitir sus ideas, dar a conocer sus
necesidades y deseos.
De acuerdo con Piaget (citado por la Enciclopedia de la Psicopedagogía,
1998: 65-66):
… el intelecto se compone de estructuras o habilidades físicas y
mentales llamadas esquemas, que la persona utiliza para
experimentar nuevos acontecimientos y adquirir otros esquemas.
(…) Piaget identificó dos funciones o procesos intelectuales que
todo el mundo comparte, indepen-dientemente de la edad, de las
diferencias individuales o del contenido que se procese. Estos
procesos, que forman y cambian los esquemas, reciben por regla
general el nombre de adaptación y organización.
Entendemos la adaptación como un proceso doble que permite adquirir
información y readaptar las estructuras cognitivas previas; por medio de la
adaptación el niño se adapta a su medio ambiente. La organización, por su
parte, es un proceso de categorización, sistema-tización y coordinación de las
estructuras cognitivas, que ayuda al niño a aprender a ser selectivo en sus
respuestas a los acontecimientos.
Los niños preescolares generalmente no reflexionan respecto a lo que están
haciendo, por consiguiente, desconocen cuál de estos procesos están vivenciando, y no
pueden cuestionarse a sí mismos acerca de sus propias estrategias de aprendizaje; sin
embargo, existen evidencias de que aquellos niños que son motivados a perseverar en la
solución de problemas y a pensar crítica, flexible y perceptivamente, logran desarrollar
importantes habilidades cognitivas. Según Kamii (1979: 26), “al desarrollarse los
sentimientos de independencia, de idoneidad y de adecuación del niño, el desarrollo
cognoscitivo de éste sobreviene de modo natural”.
Hemos visto que en el estadio preoperatorio, que es el que nos ocupa, el niño
realiza grandes avances en su desarrollo cognitivo, no obstante existen limitaciones para
que piense, razone y actúe como los adolescentes o los adultos, por ejemplo, su
pensamiento todavía es unidimensional y centrado, sólo atiende a un único aspecto de
una situación u objeto, es restringido; tampoco puede reconocer que el cambio en una
dimensión no necesariamente produce cambios en otra.
A pesar de estas limitaciones, el niño en el estadio preoperatorio, sobre todo
entre los 5 y los 7 años de edad, realiza grandes avances en su formación, como
distinguir entre derecha e izquierda, mayor y menor, grande y pequeño, también hace
inferencias, su inteligencia es cada vez más despierta y activa, comienza a manejar
varias unidades de información a la vez.
1.3
LAS EMOCIONES
Las emociones son sentimientos, impulsos y pasiones que experimentan
permanentemente
los
seres
humanos.
Según
Malrieu
(1959: 42),
etimológicamente emoción se deriva del verbo latino E-MOVERE, de e (fuera) y
movere (mover, agitar), y en sentido amplio denota un estado de alteración,
turbulencia provocada en alguna forma.
Sin embargo, si le buscamos el
sentido psicológico, la emoción más bien es una reacción o perturbación
afectiva brusca, que puede llegar a alcanzar un grado de intensidad tal, que
puede afectar todo el organismo, incluso hasta producir un desequilibrio de
orden nervioso.
No hay persona que alguna vez no sea dominada por sentimientos de
tristeza, rabia, envidia, ira, alegría, miedo, inseguridad, etc., los cuales,
dependiendo de su intensidad y si no son controlados oportunamente, pueden
llegar a determinar nuestro comportamiento y nuestras reacciones.
En este orden de ideas, Daniel Goleman (1995: 22) en el libro en el que
desarrolla su teoría de la inteligencia emocional, nos narra la experiencia de
una pareja que viajaba con su hija −confinada en una silla de ruedas a causa
de una parálisis cerebral− en un tren que cayó al río, y la pareja antes de morir,
logró sacar a la niña por una ventana para que el equipo de rescate la salvara.
Refiriéndose a esta experiencia dice Goleman que “considerado desde el punto
de vista del intelecto, su sacrificio personal es discutiblemente irracional; desde
el punto de vista del corazón, es la única elección posible”. Quizá este tipo de
situación límite ha sido la causa de que se le otorgue más importancia a los
sentimientos que a lo racional o intelectual.
La emoción es definida por este autor como “un sentimiento y sus
pensamientos característicos, a estados psicológicos y biológicos y a una
variedad de tendencias a actuar” (ob. cit: 331), las considera “conta-giosas”
(ob. cit: 143) y se refiere al Oxford English Dictionary, el cual la conceptúa
como “cualquier agitación y trastorno de la mente, el sentimiento, la pasión;
cualquier estado mental vehemente o excitado” (ob.cit: 331).
En otras
palabras, la emoción generalmente resulta más profunda y compleja que
cualquier otro fenómeno psíquico, pues llega a niveles múltiples del sistema
nervioso y de la química del ser humano.
Smirnov (1960: 121) afirma que las primeras reacciones emocionales
están estrechamente relacionadas con la satisfacción o insatisfacción de
necesidades orgánicas tales como estar alimentado, en una posición cómoda,
en un ambiente con un clima agradable. El autor llama a estas reacciones
“reflejos incondicionados”, o sea, congénitos, en las cuales interviene un centro
nervioso infracortical (bulbo-médula).
En cuanto a los sentimientos y las emociones del niño, éstas comienzan
a formarse en el estrecho trato diario con su madre, con el resto de la familia y
con las personas con quienes mantiene contacto. Así lo aseguran la UPEL y la
UNA (1986: 185) cuando afirman que “dentro del marco particular y reducido
del grupo familiar, la afectividad del pequeño es francamente preponderante y
abierta”.
No obstante, durante esta etapa, la madre más que observar y
corregir las reacciones emocionales de su hijo, lo disfruta y consiente. Más
adelante, ya casi para entrar al preescolar, pone más empeño en canalizar
cualquier reacción que no considere adecuada hacia la adquisición de hábitos y
valores ético-morales que contribuyan a forjarle una personalidad y una
conciencia adecuada a sus cortos años, así como también a inculcarle respeto
por la libertad y los derechos de los demás.
Atender cuidadosamente el desarrollo socioemocional de los niños
preescolares, adquiere la máxima importancia si se tiene en cuenta lo
expresado por Barrera Moncada (1984), citado por León y Muñoz (1994: 17),
cuando entre las características emocionales del niño en edad preescolar,
señala la siguiente:
Se manifiesta un conflicto entre lo que el niño desea y lo que la
sociedad le permite hacer; o sea, entre impulsos y sentimientos,
deseos y posibilidades, etc., este conflicto de la etapa preescolar
disminuye en intensidad en la etapa escolar y en la adolescencia,
hasta que logra crear sus mecanismos de aceptación…
De acuerdo con todo lo planteado hasta aquí, se infiere que entre las
cualidades emocionales a desarrollar en un niño preescolar están la identidad,
la confianza, la autoestima, la autonomía, la capacidad para expresar e
identificar sentimientos y, por último, la integración social, proceso ligado a la
dinámica del desarrollo integral que comienza en la etapa dependiente y
vulnerable de la infancia.
Esto es coincidente con lo expresado por Erickson, citado por Bautista
(1985: 174) cuando afirma que “el infante, después de haber aprendido a
ejercer cierto grado de control consciente, tanto sobre sí mismo como sobre su
medio, puede avanzar sobre nuevas conquistas en esferas sociales y
espaciales, cada vez más amplias”.
1.4
EL DESARROLLO SOCIOEMOCIONAL
Según afirmación de Bautista (1985: 222): “El punto de partida para el
desarrollo social es la afectividad”. Por lo tanto el desarrollo socioemocional se
refiere principalmente a cómo el niño se relaciona consigo mismo y con su
entorno, a su manera de responder a los afectos, a sus sentimientos de
seguridad, de autonomía, de confianza, etc. Según Erickson (citado por Clavijo
y Jaimes, 1994: 26), “el desarrollo es un proceso evolutivo que se fundamenta
en
una
secuencia
de
hechos
biológicos,
psicológicos
y
sociales
experimentados universalmente”. De esta conceptualización entendemos que,
dentro de los parámetros normales, no existe persona alguna que no vivencie
esta secuencia de hechos durante las diferentes etapas de su crecimiento.
El desarrollo socioemocional, específicamente, busca darle orientación a
los mecanismos utilizados para lograr una adecuada adaptación al ambiente
(adquisición de hábitos, actitudes hacia niños y adultos, etc.). En esta área se
considera básico observar los siguientes aspectos en el pequeño: en primer
lugar sus temores y miedos; su ritmo y sus hábitos, sean éstos de trabajo, de
rutina, de limpieza; sus intereses; su actitud ante la maestra y ante otros
adultos y niños significativos; los mecanismos que usa para llamar la atención
de la maestra y en general, cualquier otro rasgo que implique su interrelación
con todos los agentes externos a su persona.
En el desarrollo de esta área se busca establecer y determinar la
estabilidad emocional que toda persona necesita para vivir en sociedad.
Existen diversos factores socializadores que inciden en este proceso y hacen
del niño un ser equilibrado.
Entre estos factores principales tenemos su
situación familiar. “El desarrollo socioemocional debe considerarse como un
proceso inmerso dentro del seno familiar”, nos indican muy acertadamente
Clavijo y Jaimes (1994: 3), al considerar que es en el hogar donde comienza el
niño a mostrar sus primeras reacciones en función de sus necesidades e
intereses.
Otros factores socializadores son: la asistencia a la escuela, el
aprendizaje a que es sometido el menor, la internalización de valores, actitudes
y patrones conductuales. Cuando todos estos y otros factores de socialización
están debidamente balanceados, el resultado será un niño seguro de sí mismo,
capacitado para las relaciones humanas, para acatar normas y para
desenvolverse con éxito socialmente.
Con
la
preescolaridad,
el
desarrollo
socioemocional
comienza
prácticamente de manera automática con la reunión de un grupo homogéneo
de niños; asimismo, los principios y las herramientas pedagógicas utilizadas
por los docentes permiten que el progreso sea evidente: el niño comienza a
confiar,
a sentirse aceptado, a expresar su creatividad y curiosidad, a
responsabilizarse, a ser independiente y otros muchos avances en su
personalidad.
El desarrollo adecuado del área socioemocional facilitará al sujeto saber
y comprender qué piensa y qué quiere gracias al conocimiento de sí mismo;
igualmente le permitirá entablar relaciones amistosas basadas en el respeto y
la solidaridad, entender que es amado y protegido porque es valioso,
aumentando así su autoestima.
El desarrollo socioemocional comienza en el seno familiar de manera
natural, en las horas de comida, durante el baño diario, en los juegos, y en
todos los momentos en que intercambia afecto con sus familiares.
Sin
embargo, será gracias a las orientaciones pedagógicas del preescolar, cuando
este proceso se canalice hacia la adquisición por parte del niño de los
sentimientos de seguridad y de aceptación de sí mismo que le confieran una
personalidad centrada y coherente.
En este mismo sentido, dice Rodríguez (1974), citado por Guerrero y
Pernalete (1988: 22):
la joven personalidad se forma y se afianza en el universo
constituido por la familia y ésta es la introducción y preámbulo
natural, indispensable para afrontar más tarde y en debidas
condiciones aquel otro ámbito mucho más difícil y complejo
representado por el mundo exterior y la vida social.
Existen situaciones específicas en las que el desarrollo socioemocinal
cobra una fuerza adicional, como por ejemplo en los casos de hijos únicos, que
no tienen hermanos para compartir juegos, para aprender de ellos. Estos hijos
únicos, suelen ser sobre-protegidos por sus padres, y es posible que generen
conductas conflictivas. Nagera (1959: 73) explica que “este niño puede crecer
creyendo que él es el centro del universo, alrededor del cual todas las cosas
deben girar…”
y puede sufrir alteraciones emocionales cuando inicia su
preescolaridad y ve que existen numerosos niños con iguales derechos que él.
Este choque con la realidad que se vive fuera de su hogar será uno de sus
primeros aprendizajes en el área emocional.
Pero el caso del hijo único es sólo uno de los múltiples aspectos que va
a encontrar el maestro de preescolar y al que tendrá que prestarle atención
especial.
huérfanos,
También se dan casos de niños mentirosos, enfermos crónicos,
egoístas,
desobedientes,
etc.,
quienes
además
de
estar
atravesando por la primera separación física de su hogar y de su madre, van a
necesitar por parte de la escuela y de su maestra, un ambiente cálido y
cómodo donde se sientan bien, donde puedan iniciar el aprendizaje de la
convivencia, del trabajo en grupo, en fin, un sitio en el que puedan aprender y
al mismo tiempo jugar. Nágera (1959: 127-128), asegura que:
“El niño necesita de manera imprescindible de un grupo del cual
ser parte. Es una experiencia sana y útil que lo prepara para
integrarse, de adulto, en su conglomerado social, en su trabajo, en
la vida, en una palabra.
En ese grupo aprenderá a respetar y ser respetado. A considerar
a los demás y ser considerado. A convivir felizmente con otros
seres humanos. De todo lo cual dependerá su ajuste futuro a su
medio social y la facilidad con que lo haga.
Un caso especial lo constituye el niño con dificultades para expresar lo
que siente. Ni los familiares ni el docente están capacitados para “adivinar”
cuál es la motivación de una determinada actitud del niño.
Según Matute
(1986: 79), la expresión de sentimientos es un aspecto importante en el
desarrollo del niño, pues garantiza la conformación de un individuo seguro de
sí, firme en sus convicciones, espontáneo, auténtico e independiente.
Asimismo, Corkille (1983: 130), señala que cuando los sentimientos son
reprimidos ponen al cuerpo en tensión.
contra
el
Yo
presentándose
Estas emociones pueden volverse
jaquecas,
sonambulismo,
hiperactividad,
obsesiones, enfermedades psicosomáticas, o también volcarse hacia fuera y
hacia los demás en actitudes hostiles y agresivas.
De acuerdo con estas observaciones se confirma la altísima importancia
que reviste para los niños que su desarrollo socioemocional sea dirigido
adecuadamente para poder forjar así una personalidad independiente, pero
sobre todo consistente.
No obstante todo lo planteado hasta aquí, es oportuno insertar un
comentario muy interesante de Molina y Páez (1997: 9), cuando aseguran que
“… ninguna persona puede decir que ha logrado satisfacer en forma absoluta
sus necesidades, pues queda siempre un margen de insatisfacción y es
precisamente ese margen nunca superado el que explica la constante
búsqueda del ser humano”.
Coincidimos plenamente en que las personas
nunca culminan la búsqueda de sí mismas intentando acercarse a la
perfección; por esa misma razón y como futuras docentes del preescolar,
consideramos imperativo fortalecer nuestra formación en el área de desarrollo
socioemocional.
Cuando el niño inicia su etapa preescolar, el docente comienza a jugar
un papel de gran relevancia en su vida, se convierte en un coordinador del
proceso de estructuración de su personalidad, organizando las reacciones y
conductas que el pequeño manifiesta, así como su autonomía e identidad. Una
estrecha colaboración con la familia ayuda a lograr el éxito en este período de
su crecimiento.
Ahora bien, a la pregunta: ¿cuándo ha alcanzado un niño un grado
idóneo de socialización?, recurrimos a la explicación de Piaget, citado por
Bianchi (1972: 71), quien afirma que esto se logra cuando se han alcanzado
tres rasgos decisivos:
a)
Objetividad: cuando el niño toma conciencia de sí mismo y de sus límites
frente a los objetos, sólo de ese modo es capaz de someterse a la
realidad como es.
b)
Reciprocidad: supone aprender a otorgar al punto de vista ajeno, un
valor semejante al propio.
c)
Relatividad: aprende a establecer relaciones en el plano de la realidad
física y social.
Todo esto supone para Piaget que el niño, al ir dejando las estructuras
egocéntricas, avanza hacia la socialización y lo consigue a partir de los cinco
años.
CAPÍTULO II
INTELIGENCIA EMOCIONAL
2.1
2.2
Fundamentos científicos de la Inteligencia Emocional
Teorías de la Inteligencia Emocional
CAPÍTULO II
INTELIGENCIA EMOCIONAL
2.1
FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS
Como ya se dijo, la base científica de la propuesta de Goleman está
constituida por las nuevas tecnologías de las imágenes cerebrales, aquellas
que nos muestran la forma de operar de nuestra masa celular cuando estamos
pensando y sintiendo y que han sido motivo de preocupación para numerosos
psicólogos científicos de reciente data. Estos han establecido que la parte
pensante del cerebro es el neocortex, así como la parte emocional la conforma
el llamado sistema límbico.
Daniel Goleman (1995: 28-29), para aclarar por qué el neocortex es el
sector pensante nos recuerda que, originalmente, la parte más primitiva del
cerebro era el tronco cerebral, que rodeaba la parte superior de la médula
espinal; aquí no se producían ni sentimientos ni pensamientos, sino que se
regulaban funciones vitales del organismo (respiración, metabolismo). Durante
el proceso evolutivo de millones de años, de este tronco cerebral surgieron los
centros emocionales, a partir de los cuales se fue conformando el ya
mencionado “neocortex”, especie de gran bulbo de tejidos enrollados.
La
llegada de los primeros mamíferos marcó la formación de nuevas capas claves
del cerebro emocional, las cuales rodearon o bordearon el tronco cerebral,
constituyéndose así el sistema límbico, (del latin “limbus”, que, a su vez,
significa “borde”). De allí que los estudiosos hayan concluido que la relación
entre estas dos partes del cerebro (neocortex y sistema límbico), es lo que
determina la inteligencia emocional.
Cerca de la base del anillo límbico, sobre el tronco cerebral, se asienta
un racimo de estructuras interconectadas que lleva el nombre de “amígdala”
(palabra griega que significa “almendra”), la cual actúa como un depósito de la
memoria emocional, de ella dependen todas las pasiones y nos hace diferentes
a los animales al permitirnos producir lágrimas.
La amígdala, según el
neurólogo del Centro para la Ciencia Neurológica de la Universidad de Nueva
York, Joseph LeDoux (citado por Goleman, 1995: 33-35), ejerce el control
sobre lo que hacemos mientras el cerebro pensante (neocortex) intenta tomar
una decisión.
Howard Gardner (1995: 92), científico de la Universidad de Harvard,
también estudió la inteligencia, sólo que inspirándose en una mente cognitivocientífica, concediéndole menos importancia a las emociones al considerar el
comportamiento.
Conceptualiza la inteligencia como un conjunto de
capacidades que permiten que un individuo resuelva problemas o forme
productos que son de importancia en su entorno cultural particular. Afirmó que
no existía una inteligencia global y totalizadora, sino más bien múltiples clases
de inteligencia y de talentos y centenares de maneras de alcanzar el éxito.
Estos talentos de que habla el autor se refieren a ciertas habilidades y
destrezas individuales o características de una persona en particular, tales
como el talento artístico, el lógico-matemático, el musical, el verbal, el
deportivo, etc.
Aunque Gardner no se dedicó a establecer si había inteligencia en las
emociones, seguidores de su teoría de las inteligencias múltiples, como
Salovey (citado por Goleman, 1995: 64), las incluyen en la definición básica de
inteligencia emocional. Así como sus colegas y seguidores, Gardner también
busca elevar el nivel de la aptitud social y emocional de las personas.
En su libro, Goleman (1995: 132) hace referencia a un psicólogo
apellidado Levenson, de la Universidad de California, Berkeley, quien en una
investigación acerca de la empatía en los seres humanos, estudió parejas
casadas para averiguar los sentimientos del cónyuge durante una acalorada
discusión.
El procedimiento para tan compleja medición era, sin embargo,
muy sencillo: se grababa en un video la conversación de la pareja acerca de
algún problema matrimonial; luego al ver el video, cada miembro explicaba los
sentimientos que le embargaban durante la confrontación.
El Dr. Lawrence Shapiro, Conferencista, Director de una escuela infantil
en Washington y experto en el diseño de juegos en psicoterapia infantil, es otro
propulsor y defensor de la importancia de la inteligencia emocional. Más que
coincidir con Goleman en la posibilidad de desarrollar inteligencia emocional,
Shapiro defiende la tesis de “formar” capacidades no sólo emocionales sino
también sociales, como una forma de aprender a resolver problemas y a
convivir pacíficamente. Si se tiene en cuenta que estas capacidades van a
constituirse
en
la
base
para
que
los
niños
sean
responsables
y
emocionalmente estables, no podemos menos que coincidir con Shapiro y su
teoría.
Entre las capacidades sociales que, según este autor, se deben formar
desde temprana edad, tenemos la conversación, pues ayuda a socializar; el
humor, cuyo buen manejo minimiza el dolor y la inquietud; los buenos modales
(su ausencia puede insinuar decadencia de valores); la empatía, la cual ayuda
a salir del egocentrismo y a hacer amistades y, en fin, cualquier
comportamiento que ayude al niño a desenvolverse satisfactoriamente dentro
de la comunidad en la que le toca vivir.
Por otra parte, cuando se refiere a capacidades emocionales, Shapiro
(1997: 15), no está hablando de ideas abstractas sino de realidades, de
emociones que “adquieren la forma de elementos bioquímicos específicos
producidos por el cerebro y ante los cuales el cuerpo reacciona”. En primer
lugar el niño debe reconocer la emoción que experimenta para luego aprender
a controlarla y dominar así la situación. Por lo tanto, un ejemplo de capacidad
emocional es el reconocimiento y el autocontrol de la ira, del miedo, del peligro,
etc. Existen emociones morales negativas, como la vergüenza y la culpa, tan
poderosas e influyentes que pueden llegar a disminuir la salud mental, aún
cuando en ocasiones son invocadas si un niño no manifiesta ninguna reacción
emocional después de un acto que debería avergonzarlo o cuando formas
menos drásticas de disciplina han fracasado (ob. cit.: 82).
Shapiro (1997: 14), establece una diferencia entre la forma de enfrentar
las emociones en el pasado, cuando parecía que éstas “se adaptaban a las
circunstancias” y cada sentimiento se comportaba como un mecanismo de
protección: el miedo protegía del peligro; la tristeza sentida cuando se perdía a
un ser querido, impulsaba a refugiarse en amigos y familiares. Según afirma el
autor, la vida moderna, en cambio, convulsionada e industrializada “nos ha
enfrentado a desafíos emocionales que la naturaleza no ha anticipado” (ob.
cit.: 14). Shapiro se refiere a que antiguamente nadie podía imaginar que la ira
o el miedo algún día pudieran ser desatados mientras se miraba un programa
televisivo o se jugaba nintendo rodeado de gente amiga.
En nuestro país, el médico psiquiatra y antropólogo venezolano, Dr. Luis
José Uzcátegui, también preocupado por el tema de la inteligencia emocional,
publicó en 1998, el libro Emociones Inteligentes, el Manual de la
Inteligencia Emocional. Nos explica Uzcátegui la forma en que se activa un
conjunto de sistemas y conexiones entre el área emocional o sistema límbico y
algunas áreas cerebrales indispensables para la atención, la percepción, la
memoria, la lógica, etc., en respuesta a diversos estímulos cotidianos o
autoestímulos psíquicos.
A esta especie de paquete psíquico el autor lo
denomina “Mente Emocional”, y sirve para entender la personalidad, el carácter
y cualidades como temperamento, conducta, ideas, etc.
(A:\Inteligencia
emocional 2.htm).
Los autores mencionados no son los únicos que coinciden en afirmar
que educar las emociones en las personas convertirá al mundo en un sitio
mejor para vivir, también están seguros de ello numerosas personas anónimas,
pero preocupadas por la violencia y agresividad que impera en el mundo
actualmente.
Profesionales de toda índole, como psicólogos, filósofos,
deportistas, educadores, periodistas, artistas y ciudadanos comunes y
corrientes, están poniendo su granito de arena , haciendo la lucha por alcanzar
el deseo de todos de legarle a las generaciones futuras un mundo mejor que el
que ellos conocieron.
Incluso las corrientes místico-religiosas que imperan
desde finales del siglo veinte en el marco de “La Nueva Era”, abogan por un
sentimiento-pensamiento positivo permanente para lograr una vida plena de
satisfacciones.
2.2
TEORÍAS DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
Son diversos los intelectuales interesados y estudiosos del tema de la
inteligencia emocional, por lo que también son varios los propulsores de esta
moderna teoría. Quienes primero utilizaron el término “inteligencia emocional”
para describir cualidades emocionales importantes para obtener éxito, fueron
los psicólogos Peter Salovey y John Mayer, de las Universidades de Harvard y
New Hampshire respectivamente, “quienes trabajaron en la evaluación de la
misma,
publicando
de
vez
en
cuando
sus
hallazgos
estadísticos”
(
[email protected]).
No obstante lo dicho, fue Daniel Goleman, quien, en su valiosa
recopilación de investigaciones y artículos, profundizó más y popularizó la
teoría de la inteligencia emocional.
En este trabajo nos regiremos
principalmente por lo que plantea en su libro (auténtico bestseller) titulado
Inteligencia Emocional, sin descuidar autores como Lawrence Shapiro, y
otros profesionales que, con sus investigaciones, prepararon el camino para el
estudio, en profundidad, de la inteligencia emocional y que cita el mismo
Goleman (1995: 57), como es el caso de Howard Gardner, psicólogo de la
Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Harvard, que
propulsó un proyecto llamado Spectrum, y que constituye un “plan de estudios
que cultiva intencionadamente una variedad de tipos de inteligencia (…)
reconoce que el repertorio humano de habilidades va mucho más allá de los
conocimientos escolares básicos (lectura, escritura y aritmética)”.
Por su parte, el educador José Javier Velasco Bernal, en una
Conferencia que dicta en Caracas, afirma que el sentido que se le atribuía
originalmente al término inteligencia emocional era “la capacidad de controlar y
regular los sentimientos de uno mismo y de los demás y utilizarlos como guía
del pensamiento y de la acción” (A:\La Inteligencia Emocional.htm). Velasco
cita también a Howard Gardner como precursor de Goleman, no sólo por causa
del ya citado Proyecto Spectrum, sino debido al modelo que propuso
denominado “inteligencias múltiples”, referido a la existencia de siete tipos de
inteligencia:
verbal,
lógico-matemática,
espacial,
musical,
cinestésica,
interpersonal e intrapersonal, a pesar de que en la educación tradicional sólo
se cultivan los dos primeros: verbal y matemática.
Por otra parte y teniendo en cuenta que una teoría es un conjunto de
enunciados que se relacionan y que intentan explicar una serie de fenómenos y
a la vez sugieren métodos para controlarlos, no queda ninguna duda de que
Daniel Goleman (1995: 10), representa uno de los principales compiladores de
las más variadas investigaciones sobre el tema que relaciona las emociones
con la inteligencia; sostiene que la Inteligencia Emocional es la “capacidad de
reconocer nuestros sentimientos y los de otras personas, para motivarnos a
nosotros mismos y para manejar nuestras emociones y nuestras relaciones”.
Asimismo hace hincapié en la necesidad de que aprendamos a conocer y a
identificar
las
emociones,
para
luego
poder
utilizarlas
positiva
e
inteligentemente y así orientarlas a alcanzar la eficacia de nuestras acciones y
a mejorar nuestras relaciones con los demás.
Lo que motivó a este psicólogo y periodista de The New York Times a
profundizar acerca de la Inteligencia Emocional, fue el percatarse durante años
de lo que calificó como una creciente “ineptitud emocional” que se reflejaba en
la vida tanto familiar como colectiva, traducida en un aumento serio de los
casos de depresión, en una agresividad cada vez más alarmante, en un
incremento de los casos de niños abandonados, etc. Todo esto indica −según
Goleman− una enfermedad emocional. A esta situación el autor agrega las
emociones fuera de control que caracterizan la vida en las zonas urbanas:
peleas callejeras que se resuelven con disparos, estrés en la población,
violencia doméstica, crímenes pasionales, niños maltratados o descuidados y
un sinfín más de conflictos derivados de la vertiginosidad que caracteriza la
vida actual.
Se podrían trasponer las prácticas observacionales de Daniel Goleman a
cualquier ciudad populosa de nuestra América Latina sin modificar su
contenido, ya que es improbable que alguna población de nuestro continente
escape de esta cruel realidad. Sabemos que los hechos que narra el autor
ocurrieron en Estados Unidos, pero salta a la vista la similitud de circunstancias
que confrontamos quienes habitamos a todo lo largo y ancho del continente
americano.
No obstante, Goleman no se limitó sólo a la observación de este
desbordamiento emocional, sino que al comprobar el notable daño que
ocasiona a las personas, después de años de espera y estudio, decidió hacer
una propuesta de cambio de comportamiento para superarlo. Dicha propuesta
tiene su base científica en las nuevas tecnologías de las imágenes cerebrales,
que nos dejan saber “cómo opera esta intrincada masa de células mientras
pensamos y sentimos, imaginamos y soñamos” (ob. cit.: 15).
Los datos
neurobiológicos arrojados por estas tecnologías, sirvieron para entender en qué
forma los centros de emoción de nuestro cerebro producen llanto, dolor, ira,
amor y múltiples emociones más.
Goleman sostiene que la Inteligencia Emocional está por encima de la
educación y del coeficiente intelectual. Afirma que es una manera nueva y
distinta de ser inteligente y también que psicólogos como Sternberg y Salovey,
que han tratado de “reinventar” la inteligencia en un contexto más amplio que el
tradicional, sostienen que esta nueva forma de inteligencia depende de cinco
aspectos principales:
En primer lugar reconocer las emociones propias en el momento en que
se sienten para no quedar a merced de ellas; seguidamente, en el segundo
lugar encontramos que saber manejar las emociones para poder librarnos de la
irritación, el dolor, los nervios y otras aflicciones; en tercer lugar, es necesario
aprender a utilizar los sentimientos y las emociones para automotivarnos y
adquirir autodominio; a continuación en el cuarto puesto encontramos que
reconocer las emociones en los demás, la empatía, nos ayudará a ser mejores
personas y profesionales; la quinta posición indica que el manejo de las
relaciones es, en cierta forma, una habilidad para proceder ante las emociones
o sentimientos ajenos; quienes la adquieren, pueden llegar a ser exitosos y
populares líderes.
Por su parte, Shapiro (1997: 28), facilita nuestra comprensión al explicar
la diferencia entre coeficiente intelectual e inteligencia emocional, afirmando
que ésta “no lleva una carga genética tan marcada, lo cual permite que padres
y educadores partan del punto en el que la naturaleza ya no incide para
determinar las oportunidades de éxito de un niño”.
Precisamente, uno de los fundamentos convincentes de las teoría de la
Inteligencia Emocional, consiste en la importancia de saber manejar las
emociones. Esto se hace más evidente cuando alguna acción la lleva a cabo
un conjunto de personas; está comprobado que cualquier grupo humano
funciona mejor cuando es apto para trabajar en equipo y en armonía. Goleman
(1995: 179), ilustra esta afirmación con la narración de la experiencia de un
piloto (apellidado McBroom), con un carácter irritable e intimidatorio, que
prestaba sus servicios, en 1978, como piloto de una línea aérea. Batallando
con una situación riesgosa con el tren de aterrizaje, McBroom descuidó los
indicadores del combustible y, ante su furia desatada, los copilotos se
asustaron tanto que no le avisaron, no reaccionaron, y tampoco asumieron el
mando. El desastre era inminente. Este suceso demuestra lo que se puede
desatar cuando un líder o un jefe se obsesiona con una idea fija y toma
decisiones importantes al calor de sus emociones, desconociendo la opinión de
sus subalternos. El costo −en este caso específico− fue la pérdida de diez
vidas humanas.
En este punto, es oportuno recordar que en el ámbito escolar interactúan
varios “líderes” o “jefes” (educadores) con innumerables “subalternos”
(alumnos), por lo que la comunicación y la armonía ocupan un sitial tan
importante como la misma educación que imparten.
De acuerdo con este
planteamiento, en nuestra calidad de futuras docentes de preescolar, no
tenemos dudas de que es en este nivel de la educación cuando la personalidad
y el comportamiento de los niños comienzan a perfilarse. Está comprobado
que las modificaciones que se introducen en la conducta durante la etapa
preescolar son duraderas, de allí la importancia de no dejar para más tarde la
iniciación en el reconocimiento y la identificación de las emociones.
En el contexto preescolar es interesante la acotación de Shapiro
(1997: 60), al afirmar que la empatía o la sensibilidad ante la realidad ajena,
ayuda al niño a tener más éxito en la escuela y, en general, en todo lo que
emprenda, por el hecho de ser menos agresivo y más participativo.
El
percatarse o saber diferenciar aquellos que poseen mayor empatía entre su
grupo de alumnos, puede entonces convertirse en una guía o referencia
interesante para un docente que aspira echar las bases para desarrollar el
autocontrol desde temprana edad. En virtud de que la Inteligencia Emocional
no figura en nuestro patrimonio genético, los educadores indudablemente son
los entes idóneos para cultivarla y desarrollarla en la población preescolar.
Si en nuestros programas oficiales de educación se incluyera cómo
identificar, canalizar y aprovechar en beneficio propio las emociones y los
sentimientos, estaríamos en presencia de una suerte de antídoto contra un
modelo educativo que, si bien proporciona al alumnado vasta información, no lo
enseña a relacionarse mejor consigo mismo y con los demás, ni lo capacita
para reaccionar serena, objetiva y adecuadamente ante lo imprevisto.
consecuencia de la
La
aplicación de la Inteligencia Emocional desde la
preescolaridad, sería generaciones de niños con conciencia emocional y de sí
mismos, intuitivos, decididos, capacitados para establecer sintonía con otras
personas, ajustar el ritmo de sus emociones y ejercer el autocontrol.
Ahora bien, la pregunta obligada es: ¿cómo estructurar en el preescolar
una educación basada en la teoría de la Inteligencia Emocional?. Es obvio que
cada país, localidad o región tiene características propias y únicas, por lo tanto,
cualquier modelo educativo debe ser adaptado al medio en el cual se va a
aplicar. Veamos lo que nos cuenta Daniel Goleman (1995: 301) en la Quinta
Parte de su libro, titulada “Alfabetismo Emocional”, dedicada a la “Educación de
las Emociones”. Se refiere a una escuela privada, ubicada en San Francisco y
denominada Centro de Aprendizaje Nueva, en el cual se imparte una clase
llamada “Ciencia del Yo”, que viene a ser una especie de curso modelo en
inteligencia emocional.
Lo primero que nos dice (ob. cit.: 302), es que es preciso concentrarse
en la vida emocional de los niños, pues los temas que se van a desarrollar son
reales: la envidia, los desacuerdos, las tensiones y los traumas, teniendo en
cuenta que, como lo expresa Karen Stone McCown (creadora de este
programa Ciencia del Yo): “El aprendizaje no es un hecho separado de los
sentimientos de los niños. Ser un alfabeto emocional es tan importante para el
aprendizaje como la instrucción en matemática y lectura” (ob. cit.: 302).
La “Ciencia del Yo”, es la precursora en la educación de las emociones
y, al igual que otras corrientes, aspira mejorar las aptitudes sociales y
emocionales de los niños en el mismo marco de su educación regular, y no
sólo como un correctivo aislado que se aplica a los pequeños que han
demostrado ser conflictivos.
Alrededor de los años 60 se practicó una
educación conocida como “afectiva”, que mientras más vivencial y menos
conceptual, el aprendizaje tendría más repercusiones positivas en el
comportamiento.
La “Ciencia del Yo”, por el contrario, en lugar de utilizar el afecto para
educar, educa al afecto en sí. Esta educación de las emociones, a su vez,
también va a generar un cambio positivo en la forma de pensar, lo que se
reflejará en una mejora sustancial en la conducta ciudadana.
Shapiro
(1997: 111) lo expresa así: “… los científicos están descubriendo que el hecho
de enseñarle a la gente a cambiar su forma de pensar puede realmente
modificar la química del cerebro”, lo que implica una base científica y segura.
Esta novedosa forma de educar, al ser reiterada durante toda la vida
escolar del niño, del joven y del adulto, está llamada a lograr resultados
óptimos, así como la educación impartida en el hogar que, de tanto insistir en
que “lo ajeno se respeta” −por ejemplo− trae como consecuencia lógica un
reflejo condicionado expresado por un adulto que respeta aquello que no le
pertenece.
En
la
actualidad
existen
numerosos
programas
−escolares,
institucionales, sociales− orientados a combatir males sociales específicos:
cigarrillos, drogas, violencia, SIDA, etc., que son aplicados a los adolescentes
cuando se acercan a la edad de mayor riesgo de exposición. Qué notable
diferencia habría y cuántos problemas se evitarían si desde pequeños, las
personas aprendieran a manejar y a controlar tanto las emociones como los
sentimientos.
Esto de ninguna manera implica evitar los conflictos sino
aprender a resolverlos, tampoco evitar los sentimientos, sino por el contrario,
disfrutarlos y aprovecharlos siempre en nuestro favor y para nuestro bienestar,
en lugar de ser esclavizados por ellos.
Cuando se educan las emociones se invita a expresarlas “con fuerza y
con corrección, pero de forma tal que no puedan transformarse en agresión”
(Shapiro, 1997: 307).
Indudablemente que esto no es fácil, sobre todo si
tenemos en cuenta que el aprendizaje referido al control de las emociones,
tiene lugar precisamente cuando éstas se alteran y la capacidad de raciocinio
se debilita.
De allí la importancia de que el educador no desatienda las
emociones fuera de control que perciba en sus alumnos, sino que
oportunamente intervenga y brinde orientación de modo que el pequeño pueda
analizar objetivamente lo que causó ese desbordamiento emocional y pueda
controlarlo.
De esta forma se evitan tanto las culpabilizaciones, como las
agresiones y los insultos u ofensas.
Debemos resaltar aquí que en algunas esferas profesionales del mundo
adulto, se aplican técnicas variadas para liberar el tan famoso “estrés” que se
apodera de las personas debido al exceso de trabajo, a la competitividad, a
problemas económicos, a decisiones empresariales que en un momento dado
pueden llegar a perjudicar a un sector del personal, etc.
En este sentido, recordamos un documental transmitido hace algunos
años por un prestigioso canal de nuestra televisión acerca de una empresa
japonesa (fabricante de componentes electrónicos para computadoras), cuyos
ejecutivos y gerentes decidieron colgar en una oficina (escogida a propósito),
una fuerte pelota de cuero (en inglés: “putching ball”, utilizada para entrenar
boxeadores), acompañada de su correspondiente par de guantes. La idea era
que quien así lo deseara y/o lo necesitara, podía golpearla libremente hasta
liberar la ira, los nervios, la rabia o cualquier otra emoción que lo embargara y
fuera lo suficientemente fuerte como para generar un acto de violencia. A este
tipo de carga emocional −tan frecuente en las personas− es que se refiere
Goleman (1995: 23) cuando afirma que “las pasiones aplastan a la razón una y
otra vez”.
Cuando no se liberan, no se puede razonar con equilibrio y
serenidad; el autor, por lo tanto, propone “educar” a estas pasiones para que
no nos dominen.
A propósito de esto, Shapiro (1997: 287), propone adaptar programas
comunes de computación para enseñar las capacidades que constituyen la
inteligencia emocional de los niños. Afirma que aún son pocos los programas
para enseñar capacidades de inteligencia emocional, pero que su utilización
“ayuda a los niños a expresarse en forma creativa”. En nuestro país, esta idea
es absolutamente viable en las instituciones educativas dotadas de
computadoras.
Independientemente de esta sugestiva sugerencia de Shapiro, una
reflexión detenida y profunda logró que decidiéramos tomar un alto porcentaje
de la propuesta de Goleman para sugerir su aplicación en el preescolar,
momento de la vida en el cual se forja la personalidad y el comportamiento de
las personas. Esto no significa que no se puedan incluir algunos ejercicios y
actividades provenientes de otras fuentes.
En virtud de que los niños preescolares están consustanciados con el
juego, imitan a los adultos y quieren ser importantes, es nuestra intención
aprovechar dichas tendencias crear y diseñar actividades (didácticas, lúdicas y
de entretenimiento), que orienten su comporta-miento y sus reacciones hacia la
adquisición de la estabilidad emocional mediante la práctica del reconocimiento
y el control de las emociones.
CAPÍTULO III
ETAPA PREESCOLAR
3.1
El Niño en edad Preescolar
3.2
El Docente de Preescolar
3.3
Cómo aprenden los Niños
3.4
Desarrollo de la Inteligencia Emocional en el Niño Preescolar
CAPÍTULO III
ETAPA PREESCOLAR
3.1
EL NIÑO EN EDAD PREESCOLAR
Al tener en cuenta que el preescolar constituye el nivel de mayor
trascendencia en la vida escolar formal de las personas, es preciso conocer las
necesidades y las características que destacan en un niño cuya edad esté
comprendida entre los 3 y los 6 años de edad, pues no sólo el intelecto del niño
va a la escuela sino todo él, con sus ansiedades, alegrías y una pujante
necesidad y avidez de conocer el mundo y hacerlo suyo.
Desde el punto de vista biológico, y a pesar de su frágil musculatura,
desde que comienza su preescolaridad, el niño muestra gran agilidad y
elasticidad en sus movimientos, su orientación es precisa y su sistema de
acción bien ajustado. La percepción, la sensibilidad, así como la visión y la
audición, se desarrollan grandemente en esta etapa de crecimiento. En el
contexto pedagógico, el objetivo es cultivar su individualidad y su actividad libre
y lograr que aprenda mediante la experiencia, lo que se traduce en una
educación interactiva e integral.
Por otra parte, el preescolar es el primer ensayo de convivencia social
donde, por experiencia, se adquiere el sentimiento de lo que significa la
solidaridad humana, el compartir con los demás. Igualmente, brinda al menor
un ambiente de sana competencia, de socialización y de afirmación de la
personalidad, la cual se forja en esta edad temprana, en que las reacciones
emocionales son bastante comunes. Al producirse el ingreso al preescolar a
los 3-4 años de edad, el niño experimenta cambios que determinan variaciones
emocionales, las cuales pueden influir en su personalidad, en sus sentimientos,
en su conducta.
Si estos cambios no se canalizan adecuadamente, como
consecuencia se tendrán individuos inadaptados, agresivos y con baja
autoestima, lo que indudablemente va a influir en su sociabilidad futura, pues
ese paso de la familia al preescolar marca una etapa importante y crucial en la
evolución infantil.
En su edad temprana el pensamiento infantil es egocéntrico, simbólico,
incoherente, no se dirige a ninguna meta, se origina según sus estados
anímicos y sus emociones, tiene la categoría de un monólogo, pues el YO del
pequeño aún no está consolidado.
El vocabulario de un preescolar
naturalmente es limitado, la percepción de sus órganos sensoriales es diferente
a la de los adultos, aunque sólo sea por su corta estatura.
En lo referente a la imaginación infantil, ésta suele ser ilimitada,
desbordada, tanto que resulta imposible separar los hechos reales de los que
genera la fantasía.
Los niños conciben la realidad sin tener conceptos
definidos ni de tiempo ni de espacio, así como sin establecer relaciones entre
objetos, situaciones y personas. Según lo expresa Wolff (1962: 68): “Para el
niño, sueño y realidad, percepción e imaginación, forman prácticamente una
unidad” (…) “…todo es posible, no hay límite alguno…”.
Cuando un niño comienza a asistir al preescolar tiene aproximadamente
3 años de edad, y comienza a vivenciar su identidad, a los 4 ya puede
establecer relaciones mentales, emocionales y sociales; a los 5 comienza a
tener confianza en sí mismo y ello lo conduce a aceptar su individualidad,
cuyas características se manifiestan generalmente por medio del lenguaje, de
la gestualidad, de los dibujos, etc.
Entre otros factores que caracterizan a un niño preescolar está el del
sentimiento de seguridad, que se determina por factores ambientales (tales
como su situación familiar) y que nos indica si es feliz, sociable, activo;
asimismo conocer el grado de estabilidad o equilibrio emocional del pequeño
es de vital importancia para una atención individualizada en el preescolar.
Estos dos conceptos −seguridad y equilibrio− se relacionan estrechamente con
las reacciones emocionales del niño ante determinadas situaciones planteadas
en el aula, que por su contenido, pueden provocar agresividad, timidez, miedo
o deseos de colaborar.
Entre otras cualidades típicas de esta etapa preoperacional que no
deseamos omitir, están, por una parte: el animismo, es decir, cuando el niño “le
atribuye vida a los objetos” (…) y, por otra, el artificialismo, cuando “piensa que
los fenómenos naturales son producidos por el hombre” (Guía Práctica…
s/f : 29). Asimismo, el niño preescolar presenta limitaciones para “descentrar
su atención de un aspecto particular” (…) “no puede enfocar varias cosas o
aspectos a la vez” (Guía Práctica… s/f : 29), dificultades que se irán
solucionando con el transcurrir del tiempo. Quizá son estas singularidades las
que hacen que el niño preescolar se deje llevar por su intuición, por sus
sentidos.
3.2
EL DOCENTE DE PREESCOLAR
En la etapa preescolar de la vida del niño, el rol del docente adquiere
vital importancia. El nuevo concepto de la educación preescolar le ha dado un
nuevo enfoque a su papel dentro del aula; se espera de él que se desempeñe
como facilitador, brindándole al niño la oportunidad de desarrollar su propia
creatividad, de sacar a flote el potencial de conocimiento que posee para así
desarrollar el aprendizaje a través de su propia experiencia. Por esto no sólo
debe hacer esfuerzos por comprender al niño y realizar una obra constructiva e
integral con él, organizándole los estímulos e imprimiéndoles significado,
ayudándolo a trascender hacia la realidad y el futuro, sino que también debe
identificar sus capacidades, limitaciones profesionales y propiciar un ambiente
de apertura con miras a facilitar el aprendizaje.
Es natural que tanta responsabilidad genere angustia, pero un educador
del nuevo milenio −consciente e investigador− es capaz de enfrentar retos que
lo ennoblecen como profesional. Por esta razón su actitud ha de ser abierta y
permeable, de modo de aceptar los nuevos paradigmas como puertas de
entrada a la adquisición de nuevos conocimientos. Parte de su misión es
impulsar a los estudiantes a prepararse para el futuro, evitando una relación de
dominación, más bien esforzándose por democratizar la educación.
En el modelo tradicional, el educador aparecía como una autoridad
dentro del aula creándose con ello un estereotipo del maestro. Se le calificó
como "autoritario", "paternalista", "liberal", etc.
Cada uno de estas
denominaciones es discutible, pues no hay duda de que el maestro no va a la
escuela a ejercer autoridad, ni a sustituir a los padres de sus alumnos y menos
a ser permisivo, sin embargo en las tres tipologías se evidencia una distorsión
de sus funciones como docente.
De acuerdo a los lineamientos del nuevo diseño curricular, el aprendizaje
es un proceso activo dentro del cual la labor del maestro es la del ensamblador
que contacta la capacidad de construcción del alumno con el saber
preexistente, ya organizado. Dicho en otras palabras, y en el contexto que nos
interesa que no es otro que el preescolar, el maestro es un mediador, alguien
con capacidad y entrenamiento para buscar y encontrar las mejores
condiciones que le permitan desarrollar la potencialidad de sus alumnos.
Con respecto a la evaluación del niño preescolar, el docente debe estar
muy atento a las particularidades que conoce de sus alumnos en los aspectos
cognoscitivo, socioemocional, psicomotor y de lenguaje, de modo que su
evaluación sea valorizadora y objetiva.
Según la Dirección de Educación
Preescolar (1994: 211):
En ningún momento la evaluación debe convertirse en un
instrumento destinado exclusivamente a detectar “los errores” del
niño.
Por el contrario, la evaluación debe enfatizar más las
potencialidades que las limitaciones. Es importante recordar que
el niño está en un proceso de construcción de su confianza en él
mismo y de autoestima, por ende, es más efectivo para el niño
darse cuenta de sus potencialidades debido a que un niño seguro
en sí mismo está en mejores condiciones para afrontar y superar
sus limitaciones.
Como conclusión de la función del docente de preescolar se puede
afirmar que deben ser tres sus metas con los alumnos: observación,
experimentación e interpretación, pues su objetivo es conocer los modos y las
motivaciones de la conducta y el curso probable que seguirá el desarrollo del
niño en el futuro.
Esto facilitará, sin duda, el hallar nuevas formas de
educación cónsonas con el diseño curricular actual, que pretende −además de
educar− hacer más felices a los niños y a la sociedad que los acoge.
3.3
CÓMO APRENDEN LOS NIÑOS
De manera muy simple, se puede definir el aprendizaje como la acción
de adquirir un conocimiento nuevo.
En el ámbito educativo, en cambio, el
aprendizaje puede llegar a significar un cambio positivo y relativamente
permanente de la conducta, que se puede traducir en términos de experiencia
o práctica. No es posible precisar el momento justo en que se aprende algo,
pero en algún momento lo aprendido se manifiesta en conductas observables.
Los psicólogos que han estudiado y formulado teorías acerca del aprendizaje,
le han concedido mucha importancia al fenómeno estímulo-respuesta, pues la
reacción o respuesta de un individuo a los estímulos, genera aprendizaje.
Las teorías cognitivas del aprendizaje, a diferencia de las del estímulorespuesta, explican que el aprendizaje se da en función de la información que
el niño recibe y de las experiencias, actitudes, ideas y percepciones que tiene y
de cómo las integra y organiza. El niño en edad preescolar, dada su inquietud
y su dinamismo, evoluciona permanen-temente, así como aumenta su
interacción con el entorno. El aprendizaje, en su caso, puede llegar a tener
distintos niveles de complejidad. Incluso es posible que las dos teorías
(estímulo-respuesta y cognitiva) formen un todo en la construcción de su
personalidad, por lo que es necesario ir adecuando la formación del niño a
medida que aumenten sus niveles de comprensión y de maduración, es decir,
el aprendizaje va a ir parejo con el desarrollo cognitivo del pequeño.
Por todo lo antes expresado, el currículum actual está basado en las
necesidades auténticas del estudiante, su enfoque es humanista, toma en
cuenta a cada niño en particular, distingue sus particularidades, respeta el
pensar individual. De allí lo trascendental de las enseñanzas impartidas en
preescolar, las cuales generalmente están basadas en virtudes y valores éticomorales que duran para siempre y que ayudan a forjar una conducta positiva
en los niños.
Lo que sí es innegable es que sea cual sea la teoría de aprendizaje utilizada en la
educación del preescolar, existen características imprescindibles para lograr un buen
aprendizaje, entre ellas, la motivación, pues esta cualidad es la que nos hace actuar, es como
darle una finalidad de ser a nuestro comportamiento.
Cuando se tiene por delante el reto de realizar algún trabajo o tarea, es
necesario que unos deseos muy fuertes impulsen a hacerlo, esos "fuertes
deseos" se conocen como “motivación”, de la cual dependerá la calidad de lo
que se haga. Es como un estado de activación o excitación que impele a las
personas a actuar. Un niño motivado presta atención y se interesa por lo que
aprende.
La motivación puede ser intrínseca o extrínseca.
La primera es
original, interna, innata, tiene que ver con los sentimientos de competencia,
induce a la búsqueda de retos y desafíos para manejarlos y resolverlos
satisfactoriamente y con seguridad en uno mismo. La motivación extrínseca,
por el contrario, viene dada por razones que se originan fuera de la persona,
son externas, ajenas a ella.
De allí que se dice que una de las labores
principales del docente es “motivar” a sus alumnos.
En cuanto al ambiente de aprendizaje, éste debe ser cuidadosamente planificado por el
docente para que ocurran las interacciones del niño con los materiales y con las personas,
dentro de un sistema dinámico, democrático y humano a través del cual cada elemento
constituyente de este sistema es un aprendiz o participante que se nutre de esa relación (Hacia
el “Nuevo Curriculum”, 1994: 24).
3.4
DESARROLLO DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL NIÑO
PREESCOLAR
En el contexto del desarrollo socioemocional del niño preescolar, cabe
perfectamente la educación de sus emociones, que incluye el reconocimiento
por parte del niño de los sentimientos que experimenta, poniendo énfasis sobre
todo en los de índole negativa, que son los que, en primer lugar, debe aprender
a controlar de manera de dominar las situaciones que enfrenta, en vez de ser
dominado por ellas.
El primer paso para que un niño aprenda a controlar sus emociones y
sus sentimientos, es tomar conciencia de ellos. Esto, indudablemente, no es
fácil, pues no es sencillo identificar, a tan corta edad, la inseguridad, la rabia, el
miedo o el peligro, por nombrar sólo algunas de las sensaciones más
frecuentes en los niños.
Para ello
hay que ejercer el autocontrol ante
situaciones que son realmente estresantes para cualquier persona, y que con
mayor razón representan algo inusitado para un niño pequeño. Un ejemplo de
ello sería la ansiedad que embarga a un niño preescolar cuando su
representante no lo recoge a la hora de la salida (miedo al abandono, a que no
lo quieran, al rechazo).
Elias, Tobías y Friedlander (1999: 130) hablan de
regulación emocional, de autocontrol y de aptitudes sociales, al asegurar que
cuando los niños aprenden a ordenar sus sentimientos, “a reaccionar a la
tensión de forma no impulsiva y a comunicarse eficazmente con los demás,
será entonces más probable que respondan a situaciones sociales de una
manera reflexiva y responsable”.
Tanto dentro como fuera del aula, el niño enfrenta situaciones en las que
afloran sentimientos como la ira, el miedo o la confusión, que hay que resolver
de manera constructiva. Además de utilizar actividades lúdicas, una forma de
enseñarlos a reconocer cuál es la emoción que los embarga, es induciéndolos
a observar sus cambios corporales, tales como el apretar de los puños cuando
sienten rabia, tensar los músculos del cuello al sentirse nerviosos, o
experimentar escalofríos ante el miedo. Lógicamente para reconocerlos, el niño
ha de conocer una gama amplia de sensaciones y de emociones, y eso lo
puede lograr participando en conversaciones familiares, escolares y sociales,
en las cuales los adultos expresan sus sentimientos.
Los mejores logros se consiguen precisamente cuando se entra en lo
que Goleman (1995: 117) llama “estado de flujo”, que no es otra cosa que el
ensimismamiento y la profunda concentración que se alcanza cuando se hace
algo a gusto. “Ser capaz de entrar en el así llamado flujo es el punto óptimo de
la inteligencia emocional”.
De acuerdo con estas afirmaciones, y según el teórico de las
inteligencias múltiples, Howard Gardner (1995: 121), el docente puede propiciar
eventos o situaciones en las cuales los niños se sientan bien “para incitarlos a
aprender en los campos donde ellos puedan desarrollar sus capacidades". De
esta forma es posible incentivarlos para que sus potencialidades afloren y
lleguen a desempeñarse de manera óptima y entrar en el “estado de flujo”.
Según Gardner, llevarlos al “estado de flujo”, es la forma más saludable de
enseñar a los niños.
Para lograr esto, Gardner aconseja identificar las capacidades naturales,
aprovechar los puntos fuertes y apuntalar las debilidades.
Si un alumno
destaca por su habilidad con las matemáticas, entrará en estado de flujo más
fácilmente cuando realiza ejercicios de esta materia que cuando lo intenta en
un área para la que posee menos capacidad. “Cuando los chicos alcancen el
estado de flujo gracias al aprendizaje, se sentirán estimulados a aceptar
desafíos en nuevas áreas” (op. cit.: 122), lo que significa que el docente puede
intentar métodos progresivos, es decir, empezar por aprovechar las destrezas
del alumno y paulatinamente irlo sumergiendo en actividades nuevas. Esto
hará ilimitado el universo de sus posibilidades.
Ya para finalizar, hacemos nuestro el entrenamiento emocional
articulado por el psicólogo clínico de la Universidad de Michigan, Dr. Claude
Steiner (1998: 76), para educar las emociones en los adultos. La primera de
las tres estrategias que sugiere es “abrir el corazón”, es decir, liberar “a la sede
de nuestros sentimientos de los impulsos restrictivos y de las influencias que
impiden que nos demostremos amor unos a otros”. Pensamos que podemos
trasponer este entrenamiento emocional al caso de los niños preescolares,
donde esta “sede” nunca se ha cerrado, está a flor de piel, no conoce
restricciones, siempre está lista para dar y recibir caricias físicas o verbales y
−por lo tanto− facilita enormemente la educación emocional.
Una vez ahorrada la primera, comenzaremos entonces por la segunda
estrategia diseñada por Steiner, que no es otra que: “examinar el panorama
emocional” (ob. cit.: 77). La observación habitual que hacemos en preescolar
de todos y cada uno de los niños a nuestro cargo, hará posible examinar −en
esos corazones siempre abiertos− “qué sienten, con qué intensidad y por qué”
(ob. cit.: 77) y así, tomados de la mano, llevarlos a que reconozcan lo que
sienten, animarlos a que perciban también los sentimientos de los demás, y a
que comprendan cómo interactúan todas esas emociones creando diversos
sentimientos.
Por último la tercera estrategia propuesta por Steiner en su proceso de
entrenamiento emocional es “hacernos responsables”. Esta es la etapa más
difícil en la educación emocional, por lo que durante ella es cuando la
intervención del docente se convierte en imprescindible, pues debe ayudar al
niño a definir cuáles son sus problemas, a admitir cuáles son sus fallas, a
comprender que debe disculparse o perdonar y a analizar y decidir cómo va a
proceder si desea cambiar las cosas. Este reconocimiento no es fácil para un
adulto, mucho menos lo es para un niño preescolar, quien ni siquiera está muy
consciente de lo que significa “reconocer”, “fallar” o “perdonar”.
Además de las técnicas ya mencionadas en este apartado, estamos
seguras de que en el marco del proceso de socialización de un grupo de
alumnos, el docente que aspira educar las emociones puede:
9
Durante juegos como “Intercambio de Roles”, señalar, nombrar y/o
resaltar las expresiones sentimentales manifestadas a través de
acciones, palabras o gestos;
9
Narrar cuentos con argumentaciones problemáticas que se resuelven
mediante el reconocimiento y control de los impulsos;
9
Manifestar su afecto por los niños, identificando el sentimiento que éstos
le inspiran;
9
Intervenir en una situación de conflicto, pidiéndole a los involucrados
que se disculpen o perdonen, según sea el caso;
9
Entrenar a los pequeños para que adapten sus instintos a los patrones
culturales de su medio ambiente, siempre respetando su nivel de
maduración;
9
Brindar estímulo para que los niños expresen sus inquietudes y
sensaciones individuales, llamándolas por su nombre;
9
Organizar la disposición de los juegos de modo de despertar en los
niños la conciencia de que cada uno es diferente a las demás.
CAPÍTULO IV
GUÍA DE ACTIVIDADES
CAPÍTULO IV
GUÍA DE ACTIVIDADES PARA EL DESARROLLO
DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
EN EL NIVEL DE EDUCACIÓN INICIAL
De acuerdo con todo lo planteado en este trabajo, y absolutamente convencidas de que
educando las emociones contribuiremos a formar generaciones emocionalmente estables, en
este capítulo nos proponemos presentar una serie de actividades, pedagógicamente
diseñados, de modo de iniciar a los niños preescolares en la adquisición de la destreza
necesaria para reconocer y controlar los desbordes emocionales. En algunos casos sólo se
tratará de cortos ejercicios para iniciar o finalizar la jornada diaria y que servirán para que el
niño se acostumbre a breves pero frecuentes contactos con su mundo interior, entendido éste
como el cúmulo de emociones y sentimientos que diariamente los embarga, de acuerdo con los
acontecimientos vividos.
En su mayor parte, las mencionadas actividades fueron concebidas en
forma de juegos, por ser ésta la manera más viable de atraer e interesar a los
niños. Sin embargo, también se incluyen algunos ejercicios (que pudiéramos
llamar “de calentamiento”), y que son ideales para llevarlos a cabo al inicio o
final de la jornada diaria.
Ambos, juegos y ejercicios, están dirigidos a los docentes de preescolar
para que ser aplicados tanto dentro como fuera del aula de clase, con el
convencimiento de que a través de estas prácticas, el proceso de formación
integral de sus pequeños alumnos se verá enriquecido, al forjar en ellos un
comportamiento equilibrado y justo, un razonamiento sereno y objetivo y
reacciones pacíficas.
El orden de presentación de las actividades no obedece a ningún criterio
en particular.
Sin embargo, se ha intentado dividirlos en cuatro grupos
principales: uno con la intención de que el niño se forme un concepto acerca de
los términos “emociones”,
“sentimientos” y “autocontrol”; otro orientado al
reconocimiento de sus sentimientos y emociones; el tercer grupo aspira que el
niño comience a identificar, valorar y respetar los sentimientos ajenos; el cuarto
y último grupo estará orientado específicamente a iniciarse en la práctica del
autocontrol.
Actividad # 1: ADIVINA EL SENTIMIENTO
Objetivo: Desarrollar en
el
niño
la
habilidad
del
pensamiento.
Recursos
necesarios:
Niños, docentes, grabador.
El
Procedimiento:
docente grabará cinco veces una
oración simple, debiendo reflejar
cada
vez
un
sentimiento
diferente. Ej.: “se me olvidó el
cuento”,
como
si
estuviera
contento, triste, furioso, atemorizado y preocupado. Entonces otorgará el turno
a cada niño para que indique la emoción correcta, luego le pide que elabore su
propia oración y la repita cinco veces transmitiendo emociones diferentes.
Actividad # 2: EL JUEGO DEL MUDO
Objetivo: Reforzar en el niño el reconocimiento de los sentimientos de los
demás.
Recursos necesarios: Niños, docente, televisor, video-cassette.
Procedimiento: El docente llevará al aula un video-cassette con un programa
especial de expresiones emocionales, con el
propósito de que los niños lo vean pero sin
volumen y descubran lo que los personajes
sienten.
Se preguntará a cada niño que
describa cómo se siente cada personaje del
video, según las expresiones faciales, gestos o
posturas que éstos personajes revelan. Luego
se rebobina la cinta y se vuelve a ver el video
pero esta vez con volumen, para que los niños
verifiquen sus respuestas.
Actividad # 3: EL SONIDO RITMICO EMOCIONAL
Objetivo: Desarrollar en el niño la
capacidad de atención, audición, asociación y
movimiento.
Recursos necesario: Niños, docente,
música muy rítmica de fondo mediante un
reproductor, disco o CD.
Procedimiento: El docente organi-zará una ronda con los niños y les
dirá: vamos a jugar con palabras, ustedes deben decir algo relacionado o que
rime con esas palabras, pero siempre al ritmo de la música. Por ejemplo: se
dice “muñeca”, un niño pudiera decir “sorpresa”, otro: “arepa” y así
sucesivamente.
Actividad # 4: EL JUEGO DEL LABERINTO
Objetivo: Estimular en el niño la habilidad para resolver problemas y
tomar decisiones.
Recursos necesarios: Niños, docente, tiza, cabulla, cartulina de
colores.
Procedimiento: El docente dibujará un laberinto en el patio utilizando
como marco la cabulla, en cartulina escribirá
el nombre de la entrada a un extremo y en el
otro el de salida. Se da comienzo al juego y el
niño voluntario tratará de cruzar el laberinto
hasta encontrar la salida, éste será ayudado
por sus compañeros que tratarán de orientarlo
por donde pasar sin perderse.
Actividad # 5: EL ARTISTA
Objetivo: Controlar
en
los
niños
el
miedo
escénico, logrando la auto motivación como pilar
fundamental de la comunicación eficaz.
Recursos necesarios: Niños, docente, escenario,
reproductor, bombas, micrófono, vestuario.
Procedimiento:
El
docente
ambientará
el
escenario de acuerdo a lo que los niños quieran realizar,
por ejemplo: relatar poesías y poemas de amor, dolor;
relatar adivinanzas de manera mímica; relatar refranes; cantar canciones;
bailar, danzar o hacer otras de teatro; tocar varios instrumentos musicales.
Ejemplo: si el niño sale alegre la música será tocada más alta pero si el niño
simula estar triste, bajará el ritmo del sonido de los instrumentos.
Actividad # 6: EL JUEGO DE LOS ANIMALES
Objetivo: Estimular en el niño el reconocimiento de las emociones y la
comunicación verbal.
Recursos
necesarios:
Niños, docente, dibujos, fotos o
barajitas de tantos animales como
niños vayan a participar.
El
Procedimientos:
docente propone a los niños
formar
una
comienzo
al
ronda
juego,
para
dar
el
cual
consiste en que un niño dice el nombre de un animal, enseguida el otro niño
debe decir qué come ese animal, otro de qué color, otro qué emoción le
transmite. Por ejemplo, si es un ave puede transmitir paz, pero si es un tigre es
obvio que lo que transmita sea miedo.
Actividad # 7: IMITANDO TU ROSTRO
Objetivo: Enseñar a los niños las destrezas emocionales.
Recursos necesarios: Niños, docente, plastilina, colador, agua, goma,
palillos, cartulina, colores.
Procedimiento:
El
docente
planificará
elaborar diferentes tipos de rostros de niños,
jóvenes y viejitos con expresión alegre, triste, etc.
Los niños con la plastilína y la diversidad de
materiales que se le faciliten trataron de elaborar
un rostro, el cual tendrá un nombre según el rasgo
que presente.
Y así el juego continuará entre
risas, descu-brimientos y muchas emociones más.
Actividad # 8: EL BAILE DE LOS NÚMEROS
Objetivo: Facilitar en el niño las habilidades sociales, imaginación y
movimiento.
Recursos necesarios: Niños, docente y parque.
Procedimiento: Los niños serán
organizados en círculo en un espacio
abierto.
Luego escoge dos niños, los
coloca dentro del círculo y les pide que
uno toque seis veces al otro en el
hombro,
los
demás
darán
vueltas
alrededor contando en voz alta las veces
que se tocan; al terminar y antes de
reincorporarse al círculo de niños, cada
uno escogerá a un compañero y le
pedirá que ejecute una acción, como por
ejemplo que uno le toque el cabello al
otro ocho veces; los demás seguirán
girando en su ronda y contando en voz alta las veces que se toquen. Para
hacer el juego más dinámico, se les puede sugerir que en cada oportunidad
giren en sentido contrario al anterior.
Actividad # 9: EL CUBO EMOCIONAL
Objetivo: Enseñar las destrezas
mediante las cuales los niños aprenden
a identificar los distintos tipos de
emociones a través de la observación
del rostro.
Recursos necesarios: Niños,
docente, un cubo de cartón con fotos
de niños con diferentes expresiones.
Procedimiento: En cada una de
las 6 caras del cubo de cartón se
colocará un rostro infantil que exprese emociones y sentimientos muy
definidos. Los niños forman un círculo. El juego consiste en lanzar el dado
para que un niño o niña de manera voluntaria identifique la emoción que
expresa ese rostro. Luego se le preguntará en qué momento de su vida ha
tenido esa misma emoción. Una vez contestada la pregunta, el niño o niña
lanzará el dado a cualquier otro participante, y se repite el proceso.
Actividad # 10: BUZÓN DE EMOCIONES
Objetivo: Resolver las diferentes dificultades que atraviesan los niños
en un momento determinado.
Recursos necesarios: Niños, docente, una caja de cartón o cartulina para
elaborar una figura llamativa que tenga dos ranuras.
Procedimiento: El docente colocará el buzón en un
determinado lugar del salón y le pedirá a cada niño que
seleccione
un
cartelito
(anónimamente)
alguna
necesidad o dificultad que tenga, y lo introduce en el
buzón. Una vez terminada esta fase, cada niño saca un
cartelito y la maestra lee su contenido. Seguidamente,
los niños que así lo deseen sugieren una posible
solución a la dificultad planteada. Así, sin conocer la
dificultad del niño con el problema se le ayudará sin avergonzarlo.
Actividad # 11: MARTA
Objetivo: Estimular al niño a reconocer sus sentimientos y los de los
demás, logrando desarrollar la empatía como destreza social.
Recursos necesarios: Niños, docente, figura de un tren, cartulina,
cartón, témpera, paleta, corcho.
Procedimiento: El docente elaborará un tren con 5 vagones y le colocará un
termómetro para medir el grado de emociones de los niños. El juego consiste
en
que
los
niños
identifiquen
sus
emociones
que
presentan al entrar al
salón.
Para ello se
colocarán
diferen-tes
tipos de caritas con
expresiones de: miedo,
amor, rabia, temor y
alegría,
las
cuales
representan la palabra MARTA y cada letra equivale a un vagón de emociones.
Con el propósito de que el docente conozca cómo se encuentra el grupo de
niños en general y de esta manera planificar actividades que liberen o
aumenten la emoción expresada, según sea el caso.
Por ejemplo: si la
mayoría del grupo se encuentra en el vagón del temor (o tristeza), el docente
deberá organizar actividades que eliminen o disminuyan tal emoción.
Actividad # 12: DICCIONARIO DE EMOCIONES
Objetivo: Propiciar en el niño la
capacidad
de
reconocer
sus
sentimientos.
Recursos
Niños,
necesarios:
docente, un espejo.
Procedimiento:
El
docente
colocará un espejo grande y pedirá a
cada niño que piense en un sentimiento
en particular y que haga una mueca
frente
al
espejo
expresando
ese
sentimiento. Si le cuesta hacerlo, se lo
puede ayudar con un ejemplo.
Si el
sentimiento escogido fue la rabia que le
da cuando lo regañan, se le pregunta:
¿cómo crees que se ve tu cara cuando
tienes rabia?. Una vez que lo haga se le
pide al niño que escriba todas las veces que experimentó ese sentimiento.
Cada vez que se juegue al diccionario de emociones, cada niño trabajará con
sentimientos diferentes, de modo que pueda ir haciendo su diccionario. Se le
puede sugerir que anote cuándo y porqué manifiesta dichos sentimientos y qué
puede hacer cuando éstos no le gustan.
Actividad # 13: TARJETAS DE SENTIMIENTOS
Objetivo: Propiciar en el niño el desarrollo de la comunicación gestual.
Recursos
docente,
tarjetas
necesarios:
con
Niños,
nombres
de
emociones.
Procedimiento: El docente llevará
una variedad de tarjetas con diferentes tipos
de dibujos emocionales. El juego consiste
en que, por turno, un niño escogerá una
tarjeta y luego representa el sentimiento sin
palabras en el menor tiempo posible. El niño
que adivine el sentimiento correctamente conserva la tarjeta y sigue jugando.
El niño que obtenga la mayor cantidad de tarjetas será el ganador. De esta
manera, los niños aprenden cómo pueden comunicarse los sentimientos sin
palabras.
Actividad # 14: EL SEMÁFORO
Objetivo: Controlar en el niño los
impulsos de sus emociones.
Recursos
necesarios:
Niños,
docente, cartón, papel lustrillo (verde, rojo,
amarillo), tijera, goma, madera.
Procedimiento: El docente pedirá
a los niños que elaboren tres semáforos,
en cada uno destacando uno de los tres
colores. Cuando el docente muestre el de
la luz roja destacada los niños guardarán
silencio; cuando muestre el de la amarilla,
un niño cuenta cómo se siente y los
demás le sugieren posibles soluciones;
cuando muestre el de la luz verde
entonces los niños le dicen al del
problema: “adelante, pon en práctica el
mejor plan”.
participar.
Todos los niños deben
Actividad # 15: EL HADA MADRINA
Objetivo: Propiciar en el niño la adquisición de la confianza en sí mismo.
Recursos necesarios: Niños, docente,
papel aluminio, un trozo de madera, tijeras,
acuarela, colores, cinta plástica, cosméticos,
vestuario.
Procedimiento:
El
docente
dará
comienzo al juego una vez organizado el
ambiente donde se hará la actividad.
Se
comienza el juego permitiendo que el grupo elija
el Hada Madrina que será una niña elegida por
sus compañeros.
Esta niña deberá utilizar el
vestuario adecuado a su papel o rol para poder
tocar al niño de su preferencia o al azar, cuando el Hada toca al niño le debe
decir: qué emoción le embarga, entonces si el Hada le dice que está alegre, el
niño seleccionado debe expresar la emoción de estar alegre.
Actividad # 16: JUEGO DE EMOCIONES
Objetivo: Incentivar a los niños a reconocer por sus nombres los
diferentes tipos de emociones.
Recursos necesarios: Niños, docente.
Procedimiento:
El
docente
organizará previamente a los niños y
comenzará el juego preguntando: “a
ver quién me puede decir el nombre de
la emoción cuando el niño llora y ellos
deben simular que están llorando. Uno
de los niños tratará de decir cuál es el
nombre de la emoción, si no la conoce,
se le da la oportunidad a otro niño para que lo adivine.
Actividad # 17: EL ROBOT COOPERATIVO
Objetivo:
Desarrollar
en
el
niño
la
capacidad de establecer empatía o relaciones
sociales.
Recursos necesarios: Niños, docente.
Procedimiento: Es necesario para dar
comienzo al juego seleccionar tres niños, donde
el jugador más joven comienza en el medio y le
da la mano a los otros dos jugadores que están a
su lado. Ahora, los jugadores deben funcionar
como uno solo.
El jugador del medio es el
“cerebro” y los jugadores a su lado deben
coordinar sus manos para hacer lo que diga el cerebro. Ejemplo: vamos a
abrazar a la maestra, entonces los tres irán juntos a abrazar a la maestra y así
inventarán cualquier sentimiento que deseen y lo harán con sus demás
compañeros, dependiendo de la emoción los niños que lo observan tomarán la
decisión de salir corriendo o quedarse en el sitio.
Actividad # 18: INTERCAMBIO DE ROLES
Objetivo: Adquisición de habilidades para desenvolverse en un
ambiente natural dentro de la comunidad, mediante expresiones verbales y
gestuales.
Recursos necesarios:
Niños, docente, cajas de
cartón, cartulina y papel de
colores, tijera, goma, envases
vacíos o desechables, una
balanza o peso, tacos de
madera, camión.
Procedimiento:
El
docente dejará que los niños
escojan el papel que desean
desempeñar durante el juego.
Si la dramatización consiste en
jugar al “Bodeguero”, los niños
deberán preparar el ambiente
con los materiales con que
cuentan para organizar una bodega. Comienzan a desarrollar el juego ellos
mismos dialogando según el papel escogido: ej.: el proveedor exige al dueño
de la bodega el pago de una factura, suena el teléfono, entran clientes, los
compradores piden al empleado la mercancía que quieren comprar, el cajero le
cobra a los clientes, el repartidor de las verduras las acomoda en los estantes y
así todo lo que puedan y quieran imaginar, pues la dramatización debe ser
libre, creativa, no deben imponerse ni los roles ni los diálogos, son los mismos
niños los que deciden qué van a hacer, con el fin de respetar y satisfacer el
deseo de cada quien.
Actividad # 19: EL TRUCO DE LA TORTUGA
Objetivo: Liberar en el niño la
rabia,
aprendiendo
a
controlar
sus
impulsos.
Recursos
necesarios:
Niños,
docente, un pito.
Procedimiento:
Este
juego
es
especial para controlar aquellos niños que
suelen
ser
impulsivos.
El
docente
organiza el ambiente y le pide a los niños
que simulen están enojados y peleando.
Después de unos minutos, suena el pito y
al oírlo, todos deben dejar de pelear,
quedarse quietos e imaginar que son una
tortuga: cierran los ojos, se recogen
dentro de su caparazón, colocan los brazos al costado del cuerpo, los pies
juntos y la barbilla pegada al pecho. Entonces comienzan a contar lentamente
hasta0 diez, respirando profundamente en cada número.
Al llegar a diez,
absolutamente tranquilos, cada uno puede colocarse en la posición que
prefiera.
Actividad # 20: EL SONIDO DE LAS CAMPANAS
Objetivo: Promover en el niño la habilidad de autoconocimiento.
Recursos necesarios: Niños, docente, campanas de metal.
Procedimiento: El docente le da las
instrucciones a los niños para que realicen la
mímica mientras escuchan el sonido de las
campanas.
Suenan las campanas: dan, din,
don, y la niña… se pone a bailar. Suenan las
campanas: don, din, don, din, din y el niño…
comienza a reír. Suenan las campanas don,
din, don, din, don, y la niña canta una canción.
Suenas las campanas don, din, don, din, din, y
la maestra se sienta a tejer.
Suenan las
campanas: don, din, don, din, don, toditos al suelo cataplum, plum, plum !
Actividad # 21: ASISTENCIA EMOCIONAL
Objetivo: Motivar en el niño el reconocimiento
de sus sentimientos.
Recursos
necesarios:
Niños,
docentes,
fichas con números del 1 al 10.
Procedimiento: Una vez organizados los
niños, el docente explicará a los niños que pasará su
asistencia acostumbrada con la diferencia de que no
contestarán “presente”, sino que mostrarán un número para indicar cómo se
sienten en este día, señalando que el número 1 representa poca energía o
tristeza y el número 10 representa mucha energía o alegría. Este juego le
permite al docente saber cómo se encuentra anímicamente su grupo y qué
estrategia utilizar.
CONCLUSIÓN
Luego de la exhaustiva consulta bibliográfica realizada y del desarrollo
por capítulos de nuestro Trabajo de Grado, hemos tenido que revisar el
concepto que teníamos acerca de la educación integral. En primera instancia,
percibimos con claridad que, aunque se toma muy en cuenta el desarrollo del
área socioemocional, existe un vacío al no “educar” esas emociones.
En segundo lugar, hemos llegado a la conclusión de que es inherente al
ser humano el deseo de vivir en paz y en armonía. Por lo tanto es de suponer
que todo educador, dirigente, líder, padre, madre y, en general, todas las
personas adultas, racionales y responsables, agotadas ya de tanta violencia y
agresividad, desean que en un futuro cercano nuestra población y la del mundo
entero haya aprendido a vivir realmente en paz, a convivir en armonía con los
demás y a resolver los problemas de una manera provechosa e inteligente que
beneficie a todos.
En ese sentido, nuestra intención al diseñar la Guía de Actividades para
Niños Preescolares, basadas en las teorías de la Inteligencia Emocional, es
precisamente contribuir a forjar generaciones capacitadas para identificar y
reconocer sus sentimientos y sus impulsos, así como también para controlarlos
antes de cometer actos agresivos o violentos.
Las diferentes teorías sobre Inteligencia Emocional estudiadas para desarrollar nuestro
trabajo, insisten en que si no aprendemos a controlar nuestras emociones, ellas
invariablemente terminarán por dominarnos a nosotros y hacernos sus esclavos. Desarrollar la
Inteligencia Emocional mediante la valiosa herramienta que es la educación, ofrece un
potencial cultural, formativo y educador en el marco de un mensaje de objetividad, racionalidad
y paz, que va despertando en el ánimo infantil la capacidad de convivir y de resolver problemas
de manera inteligente y armoniosa, sin necesidad de recurrir a la violencia. Además, el
pequeño asimilará que tomar decisiones bajo los efectos de la ira, del miedo o de la tristeza, no
es conveniente para nadie.
Otro aspecto importante de destacar, es el hecho de que educar las
emociones tiene la cualidad de transformar en imágenes pacíficas y
armoniosas, aquellas representaciones mentales infantiles que, por efectos de
la televisión, del cine, de los cuentos y hasta de algunos juguetes, pudieran
estar teñidas de violencia; esto naturalmente, siempre que el docente aplique
técnicas de inducción oportunamente. Si bien al seleccionar las actividades y
los ejercicios que conforman la Guía, prestamos la máxima atención al
potencial del niño, nuestro esfuerzo será vano si el docente no utiliza su
capacidad pedagógica para aclarar a su grupo de alumnos la diferencia entre
dar rienda suelta a los impulsos o controlarlos.
Consideramos que los niños deben conocer sus derechos y los adultos
tenemos el ineludible deber de enseñarles, que si bien tienen derecho a vivir en
paz y en armonía, esto sólo podrán lograrlo y prolongarlo durante su vida
adulta, mediante el control de aquellas emociones fuertes que en determinados
momentos los embargan y los impulsan a actuar sin razonar. Este es el caso
de los sentimientos de rabia, odio, tristeza, miedo y otros.
Sentimos absoluta confianza y seguridad en la capacidad de asimilación
de los niños preescolares, siempre listos para aprender, para incorporarse e
interactuar en ese mundo que están descubriendo. No obstante, insistimos en
que es necesaria la sensibilización por parte de los docentes antes de incluir y
aplicar estas actividades y ejercicios en su planificación.
Incluso, nos
atrevemos a sugerir que se involucre a los padres al aplicar las técnicas de
Inteligencia Emocional.
No olvidemos que los niños son imitadores por
excelencia, por tanto si los adultos de su entorno resuelven los conflictos
inteligente y pacíficamente, ellos tenderán a hacerlo así también, sobre todo si
han sido entrenados para ello.
El docente como agente del sistema educativo, tendría sobre sí la acción
en el ejercicio y desarrollo de la práctica de la Inteligencia Emocional en el
preescolar. Ello implica su debida información y formación para abordar este
aspecto de la educación infantil tan olvidado.
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