Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo.
ISSN 1669-9092
Año VI, Mayo 2009, Nº 20.
LA VIRTUD COMO MESOTES: UNA REINTERPRETACIÓN.
Jorge Alfredo Roetti (Argentina)1
Introducción.
Recordemos brevemente un par de nociones necesarias para nuestro tema:
Hábito es una forma (específica o genérica) de conducta adquirida por
repetición frecuente de conductas de esa forma, que facilita la realización de esas
conductas con menor esfuerzo del que era necesario para realizarla antes de esas
repeticiones.
El esfuerzo remanente puede ser levemente menor, o mucho menor, o puede
incluso desaparecer. En tales casos la conducta habitual se torna automática o
inconsciente en el sentido de sin conciencia explícita de ella. Esto no ocurrirá casi nunca
con las virtudes intelectuales o morales, que son “hábitos difíciles”, pero sí acontecerá
con los vicios de todo tipo, que son hábitos fáciles de adquirir y conservar, y con
muchos hábitos moralmente neutros.
La formación de hábitos por repetición es una forma simple de aprendizaje. Hay
hábitos del pensamiento, de la voluntad, del sentimiento, del lenguaje en sus varios
aspectos, del movimiento, como la gracia, y aun de los gustos. Por ejemplo los gustos
de aprender: un niño criado en un ambiente musicalmente educado aprenderá casi
seguramente a disfrutar de la música culta. En campo otro criado en ambiente grosero
tendrá grandes dificultades para ello. Como ocurre tantas veces en filosofía el concepto
de hábito fue propuesto por Aristóteles y luego fue reelaborado reiteradamente por la
tradición filosófica y científica.
Virtud es un hábito (de la voluntad adquirido por repetición de actos) que
permite al hombre “obrar bien”.
Esta es una clásica definición “por las cuatro causas”, pues “hábito” (la forma
de acción adquirida) refiere a la causa formal de la virtud, “de la voluntad” nombra la
sede en que reside, la que se considera su causa material, “adquirido por repetición de
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Doctor en Filosofía. Investigador Principal del Conicet. Director de la Sección de Lógica y
Filosofía de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Miembro plenario de
Academia Scientiarum et Artium Europaea.
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actos” remite al proceso que la origina, es decir a su causa eficiente y “permite al
hombre obrar bien” remite a la causa final. Qué sea “obrar bien” no es tema que
corresponda considerar aquí en detalle. Esta definición, tal vez algo forzada, permite
cumplir con uno de los ideales de lo que debe ser una definición. Ella vale para todas las
virtudes, a fortiori para las virtudes morales.
Las virtudes y los vicios se dicen tanto de un hábito como de una conducta, pero
una virtud o un vicio propiamente dichos son ciertos hábitos o formas de las conductas.
Y las conductas concretas que tienen esas formas son sólo conductas virtuosas o
viciosas, no virtudes o vicios. Así podemos decir de alguien que es un hombre justo
cuando tiene el hábito de la justicia, aunque sepamos que al menos uno de los actos de
ese justo fue una conducta injusta. El justo puede tener conductas injustas y el injusto
conductas justas (en ambos casos raramente).
Cicerón tradujo la palabra griega ‘aretée’ (
) con la voz latina
‘virtus’. Ésta palabra, próxima a ‘vis’ (fuerza) y a ‘vir’ (varón), significaba entre otras
cosas ‘aptitud’ y ‘habilidad’. Aristóteles advirtió que al elegir y decidir, nos
encontramos muchas veces ante varias conductas posibles, algunas de las cuales son
consideradas virtuosas, otras viciosas y otras valorativamente neutras.
Como sabemos los seres humamos en nuestra breve existencia nos encontramos
influidos por múltiples y profundas pasiones, que pueden ser catastróficas si cedemos a
ellas sin moderación. Al estudiar la conducta humana advertimos que muchas conductas
virtuosas son conductas intermedias entre dos conductas viciosas. Para Aristóteles
numerosas virtudes son una “adecuada medida” o un “medio” (una mensura o mesótes)
entre dos extremos viciosos, el exceso (hyperbolé) y el defecto (élleipsis). Por eso
Aristóteles concibió a la virtud como aquel hábito que proporciona a cada quien una
medida interna que le permite no apartarse de lo que debe hacer. Por ejemplo, una
virtud fundamental para todos los seres humanos es la templanza (sophrosyne,
temperantia), es decir el hábito del alma que permite resistir el exceso y el defecto
viciosos de las pasiones concupiscibles. La virtud de la templanza estará entonces entre
dos extremos viciosos, el desenfreno y la insensibilidad, estado este último en el que el
hombre ya no tiene pasiones concupiscibles y ya no precisa dominarse o refrenarse
(compárese con la ataraxia de los estoicos y el yoga de los hindúes). La insensibilidad o
carencia de esas pasiones e incluso su defecto también es un vicio para Aristóteles y el
pensamiento clásico, y no sólo el exceso.
También la justicia como suum cuique tribuere se puede considerar un medio
entre el exceso de hacer injusticia y el defecto de padecer injusticia, pues en ambos
casos ninguna de las partes de la relación recibe aquello que le corresponde – o por
exceso o por defecto. Éste es uno de los modos de definición formal de la justicia. La
definición material es más difícil y culturalmente dependiente y por ello variable. Si nos
preguntamos cuál es la relación justa entre los ingresos de un profesor universitario en
comparación con los de un carnicero, panadero o cervecero, algunos podrían responder
que todos deben ganar lo mismo, otros que el profesor debe ganar el doble que el
carnicero (o panadero, o cervecero) o el triple, o la mitad, etc., sin que tengamos un
criterio objetivo, universal y definitivo para determinar dicha relación justa entre los
ingresos de ambos. Un criterio habitual para decidirlo es el mercado. Pero éste, aunque
aceptable como primera aproximación, algunas veces podrá ser discutido. Otro ejemplo,
ya del derecho penal, es el de cuál es la pena justa por un homicidio doloso: ¿la pena de
muerte? ¿cadena perpetua? ¿veinte años? ¿tres años en suspenso? Todas estas
consecuencias fueron consideradas. Los ciudadanos dudarían entre las tres primeras
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opciones, pero raramente elegirían la última, salvo si fuesen jueces o juristas
abolicionistas. Por lo tanto tampoco podemos esperar acuerdos universales acerca de las
penas justas. Y esto es generalizable; casi nunca hay acuerdo universal acerca de la
justicia material. Lo correspondiente proporcional se puede decir de la virtud de la
prudencia y de otras virtudes.
Por su parte la liberalidad en el manejo de las riquezas se encuentra entre el
defecto de la mezquindad o avaricia – que concluye en una avidez infinita de riquezas –
y el exceso de la prodigalidad o despilfarro, etc. La liberalidadse encuentra
formalmente “en el medio”, pero materialmente no habrá casi nunca acuerdo sobre
cuándo es una conducta liberal y cuándo mezquina o avara. Y algo semejante ocurre
con otras virtudes. Por ejemplo, la tolerancia se suele considerar el medio entre los
extremos de la restricción mental y del relativismo agnóstico. De este modo se fue
desarrollando una concepción de la relación entre los vicios y las virtudes, representada
ejemplarmente por Aristóteles, en la que a cada vicio se opone cierta virtud, pero en que
a cada virtud se puede oponer más de un vicio.
Esta doctrina aristotélica ha sido designada muchas veces, irónica e incluso
peyorativamente, como “mediocridad dorada” (aurea mediocritas). Quienes dicen así
omiten decir que el “medio” virtuoso difiere en valor de sus extremos viciosos. Ello ya
se advierte al considerar que las virtudes y los vicios tienen grados: Se puede ser más o
menos valiente, más o menos justo, más o menos temperante, más o menos prudente, de
modo que una virtud puede aumentar o disminuir, sin convertirse inmediatamente en
vicio. Y del mismo modo un vicio puede aumentar o disminuir, permaneciendo vicioso.
En el libro II de la Ética a Nicómaco se afirma que la virtud sólo desde un punto de
vista ontológico es un medio, pero “bajo el punto de vista de lo óptimo y del bien en
general” [es decir en la dimensión valorativa] es un extremo. De modo que para juzgar
en cuestiones morales hay que tener en cuenta al menos esas dos dimensiones:
1. La dimensión “cualitativa” de las conductas, que remite a su naturaleza. Las
conductas se determinan por sus cualidades. En general una conducta no es
analíticamente simple, sino que tiene varias cualidades. Una cualidad de la conducta
puede ser, por ejemplo, el de la lucha del sujeto por expandir su dominio en el mundo,
en tanto que otro aspecto puede ser el de procurar conservar su vida o integridad física.
Estas n cualidades, siendo n un número indefinidamente grande, pueden ser total o
parcialmente incompatibles entre sí.
2. La dimensión “valorativa” de esas conductas. Juzgadas esas cualidades diferentes
puede ocurrir que la cantidad de una cualidad de la conducta se considere valiosa, pero
la de otra cualidad de la misma conducta se considere disvaliosa. Por ejemplo,
intrepidez y temeridad, cautela y cobardía son nombres con valoraciones opuestas para
conductas semejantes. La intrepidez es juzgada positivamente, pero en su grado de
temeridad es a veces juzgada negativamente. Y la cautela es juzgada positivamente,
pero en su grado de cobardía es siempre valorada negativamente. Hay que tener en
cuenta que muy habitualmente las cualidades de las conductas se presentan con grados,
a veces indefinidamente numerosos.
La representación tradicional.
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Las presentaciones usuales de la virtud como medio o “mesotes” son dos: la
“lineal” tradicional y la de Nikolai Hartmann. La lineal se representa mediante un
segmento de línea en cuyos extremos y cercanías se ubican los vicios y en algunos de
sus puntos intermedios las virtudes. Sus límites son generalmente vagos. Los aspectos
de la acción sintetizadas en la conducta se diagraman como cualidades valoradas. Para
el caso de la fortaleza y la valentía obtenemos por ejemplo el siguiente esquema:
Cualidad cautela
1
Cobardía
0
Valentía
0
Temeridad
1
Cualidad intrepidez.
Figura 1.
Esta representación lineal es formal y correcta como primera aproximación, pues
presenta a la virtud de la fortaleza o valentía como una forma de conducta intermedia
entre dos formas de conducta consideradas viciosas y establece cierta relación
cuantitativa inversa entre las cualidades de cautela e intrepidez: la valentía es menos
cautelosa que la cobardía y menos intrépida que la temeridad. Ello es universalmente
defendible. Discutible en cambio será la magnitud de cautela y temeridad que
caracterice a la conducta valiente. Sobre este aspecto material no habrá en general
acuerdo. Lo que sí es claro es que tanto las virtudes como los vicios suelen tener grados,
a veces innumerables, y que los límites entre la virtud y los vicios son habitualmente
imprecisos, vagos. Pero además advertimos que esta representación formal es también
demasiado simple como para considerar y analizar algunos aspectos relevantes de la
conducta valiente.
La representación de Nikolai Hartmann.
Este filósofo alemán perfeccionó el clásico análisis lineal representando la virtud
como mesotes en Aristóteles mediante una distinción entre “coordenadas cualitativas” y
“coordenadas cuantitativo-valorativas”. En su análisis se representan en la abscisa las
diferentes cualidades de la acción y en la ordenada la valoración de esas cualidades
según su grado. En la dimensión valorativa a cada extremo vicioso le corresponde un
extremo valioso. Y la virtud consiste en una síntesis posible de los dos extremos
valiosos opuestos a los vicios. Nuestra versión de la representación de Hartmann de la
virtud como mesotes tiene entonces la siguiente estructura formal:
Valor 1
+
Dimensión
valorativa
Virtud
Valor 2
Zona de valoración positiva.
cualidad 1
cualidad 2
Neutralidad valorativa.
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–
Zona de valoración negativa.
Primer disvalor
Segundo disvalor
Vicio 1
Vicio 2
(por defecto)
(por exceso)
Dimensión cualitativa
Figura 2.
Consideremos nuevamente el ejemplo de la virtud genérica de la fortaleza, de
la que la valentía es su especie más típicamente militar. Las cualidades habitualmente
analizadas en una conducta de esta naturaleza son la intrepidez y la cautela, cualidades
que admiten numerosos grados. Si representamos la virtud y sus vicios concomitantes
mediante un esquema como el de arriba, obtenemos lo siguiente:
Valor 1
Intrepidez
virtuosa
Virtud
Valentía
Valor 2
Cautela
virtuosa
Zona de valoración positiva.
+
Dimensión
valorativa
valorativa.
cautela Neutralidad
neutra
Zona de valoración negativa.
intrepidez
neutra
Temeridad
(intrepidez viciosa)
Primer disvalor
Cobardía
(cautela viciosa)
Segundo disvalor
Dimensión cualitativa
Figura 3.
De esta representación del análisis aristotélico surge claramente que detrás de
muchas virtudes, aunque no necesariamente de todas, se encuentran al menos dos
cualidades valiosas de la conducta que a su vez se presentan con grados. En nuestros
días esto se acostumbra representar con “valores”. La virtud no sería entonces
meramente la realización de un valor opuesto a dos disvalores, sino una conducta que
sintetiza dos valores, cada uno de ellos opuesto a su respectivo disvalor. La conducta
valiente sería entonces una conducta simultáneamente intrépida y cautelosa. La
intrepidez y la cautela son propiedades graduadas de la conducta que se pueden
describir sin valorar, pero si se las valora, se las puede considerar como más o menos
virtuosas, como neutras, o como más o menos viciosas. Algunos, como Aristóteles,
consideraron viciosa una conducta con un alto grado de intrepidez privada de toda
cautela y la llamaron temeridad. No obstante hay que recordar que no todos consideran
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a la temeridad como un vicio de la conducta. Por su parte la extrema cautela privada de
intrepidez es el tradicional vicio de cobardía. Por cierto muchas veces se admiten
numerosos grados para las cualidades de una conducta, por ejemplo para la intrepidez y
la cautela de una conducta en el caso de las conductas valientes. Cobardía es
incompatible simultáneamente con intrepidez y valentía, y temeridad es
simultáneamente incompatible con cautela y valentía, de modo que resulta que sólo la
valentía es simultáneamente compatible con intrepidez y cautela e incompatible con
cobardía y temeridad. El paso de la representación lineal de la mesotes a la de Hartmann
ocurre por la introducción de la dimensión cualitativa horizontal y una rotación de la
dimensión valorativa para las cualidades que colocan su grado 1 máximo abajo y su
grado 0 mínimo arriba.
A pesar de las bondades de la representación hartmanniana de las mesotes
aristotélica, ésta no deja de tener sus dificultades. La primera dificultad es que no da
cuenta precisa de la relación existente entre las valoraciones de las cualidades
implicadas. Entre las cualidades graduadas de una conducta se da que el aumento en
valoración de una de las cualidades de la acción implica al menos un no aumento en
valoración de la otra cualidad, y generalmente una disminución casi inversamente
proporcional de su valoración: cuando aumenta la intrepidez al menos no aumenta la
cautela, y generalmente ésta disminuye casi proporcionalmente, y viceversa. De modo
que las síntesis verdaderamente existentes entre intrepidez y cautela confirman la
relación de parcial incompatibilidad entre estas dos cualidades de la conducta, que es lo
único que diagrama la clásica representación de síntesis lineal de más arriba.
Pero hay una segunda dificultad: frecuentemente se da un grado nulo simultáneo
de dos o más cualidades valoradas en de una conducta. Por ejemplo, ella puede carecer
de toda cautela y de toda intrepidez, como ocurre en el caso de un automovilista que ni
respeta la ley ni cuida su vida: su conducta no pretende ser ni cautelosa ni intrépida,
sino carente de todo grado de estas cualidades, por lo que se la puede considerar como
simultáneamente tonta y anómica. Por lo tanto advertimos que, en el análisis de
Hartmann, no quedan registradas todas las síntesis posibles de los muchos grados de
intrepidez y cautela. Podemos considerar entonces que su análisis de la virtud
aristotélica es sugestivo pero incompleto.
Una representación cualitativo-valorativa.
Para una representación más ajustada de la mesotes aristotélica utilizaremos dos
o más dimensiones valoradas con grados o cantidades para cada cualidad relevante de la
conducta. En el análisis aristotélico se limita a dos el número de cualidades graduadas
valoradas y nuestros ejemplos se limitarán también a dos cualidades, pero el análisis de
las conductas valoradas puede superar ese límite. La altura de la valoración de una
cualidad de la conducta se expresará mediante un grado o cantidad entre el mínimo 0 y
el máximo 1. Esto significa tomar las cualidades valoradas del esquema lineal y hacer
coincidir los valores 0 con el origen de coordenadas. Eso nos abre un “espacio” de
relaciones entre dos o más cualidades que supera la limitada relación inversa de la
representación lineal tradicional y permite considerar las variantes que posibilitan los
estados de la técnica o arte y, no menos importante, la peculiar concreción de la
conducta de un agente que, mediante ingenio, puede tornar posible una síntesis superior
en grado de dos (o más) cualidades de acción que son parcialmente incompatibles. Para
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facilitar la comparación con las representaciones anteriores consideramos aquí también
el caso de la fortaleza o valentía, que considera las síntesis de las cualidades valoradas
intrepidez y cautela.
En las conductas hay numerosos grados intermedios entre la temeridad y la
cobardía, como es el caso en las “maniobras de diversión” en el dominio militar, que
conservan valores positivos de cautela y de intrepidez, pero que son tales que, cuando
crece el grado y la valoración de una cualidad, decrece el grado y la valoración de la
otra, lo que por lo tanto se puede representar mediante intermedios lineales como en el
primer esquema lineal. Muchas de esas síntesis intermedias se pueden considerar
conductas valientes. Pero éstas no son las únicas posibilidades de análisis.
Muchas veces es la invención de una nueva técnica de acción, o incluso la
originalidad en el uso de una técnica conocida, la que permite realizar una conducta con
grados superiores de una o ambas cualidades valoradas, que de no ser así se
contrarrestarían como gradualmente incompatibles. David hubiese sido temerario si
hubiese enfrentado a Goliat con sus mismas armas, pues se hubiese inmolado. No
necesariamente se lo hubiese considerado valiente, por ejemplo en el análisis
aristotélico. Y hubiese sido extremamente cauteloso – algunos lo habrían juzgado
cobarde – si, ante la desproporción de fuerzas, sencillamente hubiese huido. Pero David,
con el uso adecuado de la técnica de la honda, logra una “síntesis superadora” de las
valoraciones de las cualidades de la conducta, que hace que su acción no sólo sea
virtuosa en el sentido de valiente, sino también óptimamente virtuosa, pues maximiza la
cautela sin minimizar aparentemente la intrepidez. En el texto bíblico se presenta la
honda como un arma no usual en las guerras de su tiempo y cultura. Esta novedad, o la
novedad de su uso, no se pueden representar con ninguno de los diagramas anteriores.
El siguiente diagrama es un “espacio valorativo” con cualidades graduadas que supera
algunas de sus deficiencias:
0,1
1,1
V
Dimensión
intrepidez
(a, b)
b
0,0
a
1,0
Dimensión cautela
Figura 4.
Las coordenadas son las dos cualidades de la conducta que consideramos,
cautela e intrepidez: la abscisa de la cautela entre el origen 0,0 y su grado supremo 1,0
(punto que corresponde a la cobardía plena) y la ordenada de la intrepidez, entre 0,0 y
0,1 (que corresponde a la temeridad perfecta). La flecha es el “vector cualitativovalorativo”, en este caso bidimensional, que puede alcanzar – in abstracto – cualquiera
de los puntos del “espacio valorativo” posible comprendido en el cuadrado entre los
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puntos 0,0, 1,0, 1,1 y 0,1. In concreto pueden haber regiones inalcanzables de ese
espacio valorativo posible, por ejemplo la región más próxima al punto 1,1. En nuestro
ejemplo la flecha representa un juicio cualitativo-valorativo de una conducta que
concede a la cautela un grado o cantidad a y a la intrepidez un grado o cantidad b. La
conducta juzgada podría considerarse entonces como “bastante valiente”, pues está
suficientemente alejada del origen y (angularmente) de las coordenadas de la cautela y
de la intrepidez, ya que tiene grados relativamente altos de ambas cualidades. Hay que
tener en cuenta además que las valoraciones de las cualidades de una acción son
discretas en general y admiten un número limitado de grados. Los pocos o muchos
grados de las cualidades dependerán en parte de la finura del análisis de la acción. Otro
aspecto que hay que considerar en este análisis es que el cambio de lo virtuoso a lo
neutro y de esto a lo vicioso no es generalmente neto, sino por el contrario vago o
impreciso. Puede darse el caso de que no podamos juzgar si una acción es valiente o no
lo es, si es cobarde o no lo es, o bien podemos juzgar a una acción como cobarde
cuando otros no la juzgan tal. Pueden darse así diversas formas de vaguedad en el juicio
acerca de la virtud o vicio de las conductas. Imprecisión y desacuerdo son las
consecuencias para el juicio valorativo en sus casos límite. Estas son precisiones
necesarias que nos permiten distinguir las representaciones propuestas de diagramas
coordenados en espacios continuos.
¿En qué región de este espacio valorativo se encuentran las conductas valientes?
No hay respuestas definitivas, pues todas suponen acuerdos convencionales. Una
convención posible consideraría como indudablemente valiente a una conducta cuyo
juicio se representa por un vector cuyo extremo cae en la región próxima a la diagonal
0,0-1,1, por ejemplo entre las dos líneas punteadas de la región media, y está
“suficientemente alejada” del origen. Según esta convención la conducta representada
por el vector sería entonces moderadamente valiente. Otra convención podría considerar
valientes a las conductas cuyos juicios caen en el triángulo V-0,1-1,1, es decir cuya
relación intrepidez/cautela (función tangente) b/a 1, es decir está en el cuadrante 0,00,1-1,1, pero que además está “suficientemente alejado” del origen 0,0. Éstas no son los
únicos criterios posibles acerca de la virtud de la fortaleza y los vicios de temeridad y
cobardía, pero bastan como aproximaciones al tema.
No hay pues criterios universales respecto de la fortaleza. De todos modos y
para cualquier convención que adoptemos la región cercana al origen de coordenadas
denotará siempre los juicios valorativos sobre aquellas conductas cuya síntesis moral es
la peor posible. Por ejemplo aquellos tipos de conducta imprudentes, ni cautelosas ni
intrépidas, que podemos observar muchas veces en la vida cotidiana. El punto 0,1 y sus
alrededores representarán siempre la temeridad, cualquiera sea el juicio moral que ésta
merezca, y el punto 1,0 y sus alrededores la cobardía. Por su parte la línea de trazos y
puntos entre 0,1 y 1,0 reproduce el análisis más pobre del diagrama lineal clásico en el
que la valentía V corresponde a una la vaga región intermedia entre los dos extremos
viciosos igualmente vagos.
El diagrama considerado, en nuestro caso bidimensional y en casos más
complejos tridimensional, o n-dimensional, permite un análisis más cuidadoso de las
cualidades valoradas de las conductas y de sus síntesis. En el caso considerado nos
permite reemplazar los conceptos clásica e imprecisos de cobardía, valentía, temeridad,
etc., por un par ordenado (a, b) más preciso, donde a mide el grado de cautela y b el
grado de intrepidez. Esto lo realizan tradicionalmente las Fuerzas Armadas al menos
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parcialmente con sus reglamentos que permiten ordenar conductas respecto de varias
cualidades valoradas. Así los reglamentos establecen las condiciones en que un oficial
puede rendir su unidad sin cometer delito militar ni caer en deshonor. En los
reglamentos argentinos hay dos condiciones básicas para ello en las acciones grupales:
1º haber agotado el equipo y la munición (conservando sólo una ronda por hombre), o
2º conservar a lo sumo el 25% del personal, lo primero de ello que acontezca. Estos son
criterios convencionales pero objetivos y precisos para valorar los casos de rendición y
el grado mínimo de valentía exigida al empeño militar que la precede. Conservar sólo el
25% del personal podría considerarse como un grado de cautela de a lo sumo 0,25. Y un
grado semejante o menor de cautela corresponde a la condición de disponer de a lo
sumo un cargador de cartuchos por hombre. Más difícil de medir es el grado de
intrepidez de una conducta, pero todas las Fuerzas Armadas disponen de escalas
ordenadas para los juicios de valor sobre las conductas militares más variadas,
individuales y grupales, de modo que es posible asignarles pares de valores (a, b)
generalmente discretos.
Como ejemplo consideremos el juicio sobre una acción grupal en la batalla de
Malvinas de 1982. Ya en la oscuridad de la tarde del 14 de junio se rindió el quinto
batallón de infantería de marina (BIM 5) de la Armada Argentina al mando del entonces
capitán de fragata – hoy contralmirante retirado – Carlos H. Robacio. Al rendirse había
agotado toda su munición, conservaba sólo 17 combatientes y había combatido sin
descanso ni vituallas desde el 11 de junio contra toda una unidad británica muy superior
en hombres y equipamiento: el regimiento de guardias escoceses, a lo que habría que
agregar el cañoneo terrestre y naval y el bombardeo aéreo. A pesar de ello el BIM 5
infligió al enemigo un número enorme de bajas en hombres y material, mostrando una
increíble intrepidez. Sobre la base de los informes de batalla propios y del enemigo y de
las tablas existentes podemos aventurar un par de medidas. Por ejemplo una medida de
la intrepidez próxima a 1, digamos 0,95, y una medida de la cautela menor que 0,1. Es
decir una relación intrepidez/cautela b/a igual o superior a 0,95/0,1 = 9,5, que es
altísimo. Además el vector nos ubica en una región del espacio valorativo alejada del
origen. Esto se puede considerar entonces como un caso de acción grupal de gran
fortaleza y valentía de acuerdo con criterios técnico-militares universalmente aceptados.
Sabemos que el empleo de nuevas técnicas en la acción militar permite aumentar
la cautela y eliminar toda intrepidez por hacer prácticamente desaparecer todo riesgo de
la acción considerada, lo que elimina la valentía. Ello ocurre actualmente cuando unas
fuerzas armadas tienen tales ventajas técnicas respecto de sus adversarios, que hacen
que sus conductas sean plenamente cautelosas y por ello casi carentes de intrepidez, en
tanto que las de sus adversarios, si deciden luchar, son plenamente intrépidas – en
muchos casos temerarias – y por ello carentes de toda cautela. Muchas guerras
contemporáneas parecen luchas de cobardes contra temerarios en las que, por
supremacía técnica, ganan los primeros, bajo las condiciones técnicas de lucha
impuestas.
La representación mediante estos espacios valorativos permite generalizar el
análisis aristotélico. Una virtud es una forma de conducta positivamente valorada que
admite grados mayores y menores, salvo en los casos de todo o nada en que sólo se dan
cualidades o sus ausencias. Una forma de conducta puede consistir de una o más
cualidades con sus respectivos grados. El problema de la virtud como mesotes comienza
cuando el análisis de una conducta valorada muestra que consiste de dos cualidades
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parcialmente incompatibles según el grado. Ello se representa con un espacio valorativo
bidimensional, como hicimos arriba. Una forma de conducta compuesta de tres
cualidades se puede representar fácilmente en un espacio tridimensional. Cuatro o más
cualidades son de más difícil pero de posible representación. Los casos de la mesotes
aristotélica tradicional constan de dos cualidades, pero tales que su relación es al menos
de parcial incompatibilidad según el grado. Es decir, cuando crece el grado valorativo
de una cualidad al menos no crece el grado valorativo de la otra. Esto permite decir que
la virtud es síntesis de dos cualidades positivamente valoradas. Si la relación fuese de
total incompatibilidad según el grado, tendríamos una relación meramente lineal, como
la de la primera representación: cuando crece el valor de una cualidad, decrece
necesariamente el de la otra. Pero como vimos no es éste siempre el caso. Si la relación
entre las cualidades no fuese siquiera de parcial incompatibilidad según el grado,
entonces podrían crecer simultáneamente, lo que colocaría estos casos fuera del análisis
aristotélico, que es el tipo de fenómeno moral habitual. Formas de incompatibilidad al
menos parcial limitan la representación de conductas posibles a partes del espacio
valorativo. Por ejemplo, en el caso de la fortaleza las conductas humanas pueden cubrir
la región entre el origen 0,0 de los actos carentes de toda cautela e intrepidez, toda la
abscisa y toda la ordenada hasta al menos la diagonal entre la temeridad absoluta 0,1 y
la cobardía absoluta 1,0. A ello se agrega una región más o menos indefinida más allá
de esa diagonal. La extensión de esa región más allá de la diagonal dependerá del grado
de incompatibilidad según el grado entre las cualidades valoradas del caso.
Esta aproximación al tema de la virtud como mesotes es más amplia que
anteriores ensayos y es apta para el estudio de todos los tipos de virtudes con
valoraciones cualitativas pluridimensionales parcialmente incompatibles, que es en
general el caso. La brevedad requerida nos excusa de considerar otros ejemplos. El
análisis no es perfecto ni lo presentamos como tal. Complicaciones que lo perfeccionen
están disponibles y ya han sido sugeridas. Pero además presentamos el análisis con el
propósito de ejemplificar un tipo de estudios sobre temas filosóficos tradicionales,
teóricos y prácticos, que debe mucho a varias tradiciones, desde la fenomenología a la
filosofía analítica y la mereología de Twardowski, Lesniewski y Richard Martin, y que
por su estilo bien merece la calificación de ‘filosofía formal’.
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