Teoría de la Educación. Educación y Cultura
en la Sociedad de la Información
E-ISSN: 1138-9737
[email protected]
Universidad de Salamanca
España
García Carrasco, Joaquín; Juanes Méndez, Juan Antonio
EL CEREBRO Y LAS TIC
Teoría de la Educación. Educación y Cultura en la Sociedad de la Información, vol. 14, núm. 2, 2013,
pp. 42-84
Universidad de Salamanca
Salamanca, España
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=201028055003
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TESI, 14(2), 2013, pp. 42-84
EL CEREBRO Y LAS TIC
Resumen: En la filosofía de la ciencia predomina la perspectiva que considera los
instrumentos como mediadores de la acción. El artículo completa esa perspectiva
indicando que la incorporación de la tecnología transforma el instrumento en mediador
para las transformaciones de las operaciones mentales que ejecuta la mente, actuando
sobre la estructura plástica del cerebro. Esto acontece en el uso del instrumento del
lenguaje, en el de la lecto-escritura y, ocurre de nuevo, con la incorporación de las TIC,
en tanto que tecnología de trabajo en la cultura. Las TIC constituyen, al mismo tiempo,
modelo e instrumento para la observación e investigación de la actividad del cerebro.
Palabras clave: Aprendizaje y TIC; mediadores culturales y actividad cerebral; funciones
mentales; cerebro y educación
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THE BRAIN AND ICT
Summary: In the philosophy of science the prevailing perspective is to consider
instruments as mediators of action. This article completes this perspective indicating that
the incorporation of technology transforms the instrument in mediator for the
transformations of the mental operations performed by the mind, thus acting on the plastic
structure of the brain. This occurs in the use of the instrument of language, in that of
literacy and it takes place again with the incorporation of ICT, given that it is a technology
of work in culture. ICT are, at the same time, model and instrument for observation and
investigation of brain activity.
Keywords: Learning and ICT, cultural mediators and brain activity, mental functions,
brain and education
Joaquín García Carrasco y Juan Antonio Juanes Méndez
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El CEREBRO Y LAS TIC
Fecha de recepción: 09/05/2013; fecha de aceptación: 11/06/2013; fecha de publicación: 30/07/2013
Joaquín García Carrasco
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Universidad de Salamanca
Juan Antonio Juanes Méndez
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Universidad de Salamanca
1.- INTRODUCCIÓN
Los fenómenos culturales se pueden considerar desde muchos puntos de vista; desde cada
uno de ellos se observa un paisaje antropológico diferente y se levantan argumentaciones,
que se corresponden con él. El punto de vista es la linterna que ilumina y resalta los
hechos y atrae las argumentaciones; la lógica los estructura y las ordena. Lo que vamos a
iluminar y resaltar aquí tiene que ver con hechos que se narran en los textos de
Antropología y que cada vez nos son más familiares: pertenecemos a una especie social
que, de inicio, mostró talento de diseñador y de fabricante. Ostentaba perspicacia para
imaginar el proceso secuencial para concebir, predecir, imaginar y reproducir
instrumentos. En la zona intersubjetiva de las aplicaciones instrumentales se modificaban
los modos de vida; y, al hacerlo, mudaban las maneras de pensar. Esos hechos prueban
que la mediación instrumental de nuestros proyectos, de alguna manera, se incorpora a
la estructura mental que promueve el comportamiento. Los hechos proporcionan
argumentos en el sentido de que el sistema instrumental afecta y modifica la funcionalidad
de la estructura de los cerebros humanos (Figura 1). No debieran sorprender estas
afirmaciones, ya que hoy gana credibilidad el enunciado acerca de que toda actividad
implica cambios en la plasticidad cerebral (Scholz- Klein, 2013).
Este enunciado respeta otro más fundamental: nada que tenga esencialmente la condición
de adquirido se incorpora al código genético. Las modificaciones cerebrales a las que nos
referiremos son todas históricas, afectan y son consecuencia de la plasticidad de la
estructura de los cerebros que operan con los instrumentos. Si, también en ese respecto,
nos consideramos herederos –en el modo de vida y en las formas de pensar- de aquellos
fabricantes de instrumentos no es porque su legado nos venga codificado en el ácido
desoxirribonucleico (ADN), sino que encontramos su patrimonio, reelaborado por
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sucesivas generaciones, condicionando las posibilidades y oportunidades de nuestra
acción, nuestra manera de vivir, el formato de nuestros pensamientos y la actividad global
de nuestros cerebros.
Antes de seguir, indicamos otra precisión global.
En otras palabras, nacemos con un bien “cableado” cerebro y con una cantidad increíble de conocimientos
adquiridos genéticamente. Lo anterior se ilustra claramente en profesiones como la neurología y la
psiquiatría que, de hecho, esperan que todos los pacientes con cierta lesión cerebral manifiesten síntomas
semejantes. En otras palabras, el aprendizaje nunca produce alteraciones básicas de la neurología, al punto
que ésta sea diferente entre individuos con diferentes niveles de educación (Llinas, 2003, 2005).
Por eso, hemos dicho que se trata de un cambio en la plasticidad de la estructura. En cierta
ocasión, en una reunión científica de profesores de Humanidades, alguien preguntaba:
¿Creen que la tecnología de la Sociedad de la Información tiene capacidad para modificar
nuestros cerebros? En el dominio de las Humanidades, la pregunta parece aparatosa; en
cambio, si nos introducimos en la neurocultura (Mora, 2007), viene a la mano,
inmediatamente y con naturalidad, una primera respuesta afirmativa, que desarrollaremos
en este documento.
M. Gazzaniga (1939-) dirige el “SAGE Center” para el estudio de la mente en la
Universidad de California-Santa Bárbara. En otoño del 2009 fue invitado para impartir
las Conferencias Gifford en la Universidad de Edimburgo (Gazzaniga, 2012). Dejó
constancia de que, hoy, la neurociencia se encuentra comprometida en la deliberación
sobre grandes cuestiones filosóficas, sobre la vida de los seres humanos y sobre la
responsabilidad de sus acciones; de manera especial sobre el llamado “problema difícil”:
la manera como el cerebro habilita la mente para la realización de sus actividades.
Figura 1. Visión lateral o externa del hemisferio cerebral humano, en la que se aprecian los diferentes
surcos que delimitan las circunvoluciones o giros.
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2.-UN TEMA DE NUESTRO TIEMPO O LO QUE ESTÁ PASANDO
Proponer la indagación de las relaciones entre el cerebro y las TIC es uno de los muchos
modos de preguntarnos por claves de lo que está pasando en nuestro mundo. En todo
caso, la cuestión hace referencia a las TIC, sugiriendo que constituyen uno de los goznes
en el que gira el momento cultural, el cual tiene relación con el desarrollo de aplicaciones
de un sistema tecnológico particular calificado de digital; hay coincidencia en que la
complejidad de la cultura contemporánea tiene un foco causal en el desarrollo de la Teoría
de la Información (TI) y de la tecnología de la computación-comunicación. “TI” es una
teoría matemática (Shannon; Weaver, 1998) y también una tecnología digital; la teoría
utiliza un sistema binario en el que pueden ser modelizados los teoremas de la
matemática, las reglas de la lógica1 y “las leyes del pensamiento” (Boole, 1982). “TI” es
también una tecnología, porque está asociada al proyecto de construcción de máquinas
que puedan operar con la información, siguiendo las mismas reglas lógicas que sigue el
pensamiento deductivo, de ahí que se hable de “inteligencia mecánica” (Turing, 1982).
No obstante, tanto la teoría como la tecnología de la información abstraen, dejan de lado
en su construcción aspectos importantes de los comportamientos humanos: entre ellos, la
relevancia de los significados, que conlleva la palabra información, cuando su marco de
referencia son las conversaciones y las narraciones. En el medio humano la palabra
“información” es polisémica, tiene varios significados (Cafarel, 1996). El significado
adquiere en la cultura un rol de primera fila, el de formar parte de la acción de aportar e
intercambiar significados en las comunicaciones e interacciones2.
Dentro de la teoría y la tecnología de la información el término “información” se toma
con significado muy preciso, matemáticamente expresable y aplicable al diseño de
máquinas que operan con ella (Varios, 1975). Este sentido de información es equivalente
al de incertidumbre: mientras mayor incertidumbre presenta la situación inicial, mayor
información será necesaria para la elección correcta; también está vinculado al de
probabilidad y al de entropía en los sistemas físicos (Brillouin, 1988). Las máquinas no
operan con significados, sino con enunciados que requieren de humana interpretación.
1
Estos planteamientos fueron establecidos por George Boole en torno a los años de 1850 (Boole, 1960).
En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la palabra “significado” figura con varias acepciones.
En primer lugar, lo que se toma como ser de una cosa, por naturaleza o convenio, por constituir en el sujeto
su representación. En otro nivel, connota la relevancia, el valor y la importancia que se concede. Este
segundo aspecto es como un halo que rodea a la primera acepción.
2
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Este corpus científico, teórico-tecnológico, fue propuesto enseguida como instrumento de
investigación con el que desentrañar los secretos acerca del funcionamiento del cerebro
humano. Había sido una aspiración desde antiguo emular en una máquina el
comportamiento animal y el humano (Castelfranchi, 2000). A. Turing, había concebido
un sistema mecánico capaz de imitar cualquier operación lógica, lo llamó “máquina de
computación lógica”, otros lo llamaron “máquina universal”. A. Turing en el National
Physical Laboratory inglés, colaboró en un proyecto3 para la construcción de una
máquina computadora automática, y en 1947, en Cambridge extendió el interés de la
ciencia de la computación a la emulación mecánica del funcionamiento del cerebro. El
planteamiento implicaba soliviantar la antropología, al concebir el cerebro como una
máquina de cómputo (Turing, 1987); dentro de este punto de vista, el computador podía
considerarse su model (Neumann, 1980). Algunos fueron más allá y trataron de justificar
el pensamiento en las máquinas (Turing, 1974). En una primera aproximación al tema,
donde se relacione el cerebro y las TIC, encontramos una historia de ciencia y tecnología,
muy reciente, en la que se debaten cuestiones acerca de si se pueden construir máquinas
que emulen la actividad de los cerebros. Von Neumann llamaba a las computadoras
“cerebros artificiales” (Martínez Cari, 2012). Emular adquiere el sentido de que puedan
tomarse como modelo del funcionamiento de la mente humana; pero también adquiere el
de que la actividad de los cerebros inspire el proyecto de construcción de máquinas que
operen sobre informaciones (Martínez del Río, 2006).
E. Kandel pronosticó que el XXI sería el siglo del cerebro, que la búsqueda de explicación
para la emergencia de la mente en el organismo pasaría a ser tema-signo de nuestro
tiempo, el cual afectaría tanto a la concepción de las ciencias de la computación como a
las ciencias humanas y sociales (Kandel, 2007). También está siendo tema-debate porque,
al profundizar en el estudio del cerebro, este muestra sorprendentes particularidades.
Mucho hay que forzar la metáfora del computador para ver algunas de las funciones del
cerebro representadas en la máquina. Los cerebros evolucionaron para llevar a cabo, de
manera eficiente, funciones biológicas como alimentarse o reproducirse, enamorarse u
odiarse, necesitar compañía o desesperarse en el aislamiento (Jonas, 2000)4; los cerebros
también evolucionaron para el trabajo con el significado. Muchos creemos que todo ello
aleja ontológicamente al organismo humano de las máquinas (Bruner, 1991). Otros
mantienen, aplicado a los cerebros, el concepto de máquina que trabaja con unidades o
3
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http://www.turing.org.uk/turing/scrapbook/ace.html (18-1-2013).
Este libro inspiró el libro de F. Varela (2010)
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patrones de comportamiento que denominan “memes” (Blackmore, 2000; Augner, 2004).
Algunos opinamos que se puede mantener la originalidad ontológica de los organismos y
aplicar una ontología sistémica para su análisis; esta ontología es mecanísmica, no
mecánica; esa teoría tiene como conceptos centrales los de mecanismo (el mecanismo en
tanto que proceso), los de niveles de operación y los de procesos evolutivos. La
perspectiva sistémica diferencia cualitativamente propiedades de los entes físicos y
propiedades de los organismos, aunque los considere a todos seres materiales.
En cualquier caso, comenzábamos diciendo que el cerebro es un tema-signo de nuestro
tiempo. Ahora convenimos en que su actividad más sobresaliente, la actividad consciente
y la deliberación consciente sobre la experiencia, constituyen el trabajo de mayor empeño
en el que se ocupan los cerebros humanos. Compaginar la materialidad biológica de los
cerebros con la emergencia imponente de la consciencia se transforma en el problema
más imponente del Universo (Chalmers, 1999). Hasta aquí la primera consideración del
problema: la cara de fuera, algunos indicios acerca de lo que está pasando en el dominio
de la creación cultural. Uno de los más significativos es el de la vinculación entre los
términos de las teorías y tecnologías de la información y términos en los que se expresan
las neurociencias (Churchland, 1986). Pero, cabe una pregunta complementaria: ¿qué nos
está pasando cuando nos incorporamos como actores en tales acontecimientos?
3.- ¿POR QUE NOS PASA LO QUE NOS PASA?
El título de este trabajo no sólo plantea cuestiones acerca de lo que está pasando en la
Sociedad de la Información; también esboza la cuestión acerca de lo que nos puede estar
pasando, en la medida en que los acontecimientos culturales transforman nuestro dominio
vital y nuestra comunidad de prácticas; y, al conseguirlo, afectan y modifican el estado
de cosas en la actividad de los cerebros.
La tecnología que usamos cotidianamente es capaz de modificar nuestro cerebro mucho
más de lo que creemos. Los hallazgos científicos de las últimas décadas han demostrado
que el cerebro es un órgano plástico, constituido por neuronas capaces de regenerarse y
de sufrir una remodelación permanente en respuesta a las experiencias que vivimos. En
consecuencia, el cerebro del ser humano está en constante transformación, y ofrece
múltiples capacidades de ser modificado por las diferentes experiencias a las que se ve
sometido. Este concepto se conoce como plasticidad neural o cerebral.
El estudio de las funciones mentales, tradicionalmente, fue cultivado por la filosofía; en
una primera etapa temporal, formando parte de la teoría del conocimiento. En la
actualidad, se usa el término filosofía del espíritu, en francés “philosophie de l’esprit”,
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equivalente al término anglosajón “philosophy of mind”; en castellano suele emplearse
“filosofía de la mente” (Moya, 2004; Sanguineti, 2007; Bechtel, 1991). Estos
planteamientos filosóficos toman fundamento en hechos que demuestran que la
estructura, organización y funciones del sistema nervioso, especialmente del cerebro de
los seres humanos, gozan de la propiedad de la plasticidad. En este contexto, la
investigación cognitiva se concentra en la búsqueda de los ingredientes neuronales de los
procesos mentales: según se expresan los filósofos de la mente, los correlatos neuronales
de la actividad mental, especialmente los correlatos neuronales de la conciencia. Algunos
neurocientíficos han dedicado trabajos a mostrar cómo sus descubrimientos iluminan
aspectos generales importantes de los procesos de la enseñanza y del aprendizaje. Se
agradece que neurocientíficos importantes, como Sara-Jayne Blakemore y Uta Frith,
escriban un libro con el propósito explícito de “demostrar, con ejemplos, cómo las
investigaciones sobre el cerebro y el aprendizaje pueden influir en el modo en que
pensamos sobre la enseñanza” (Blakemore; Frith, 2007, 13); especialmente para socavar
falsas creencias. Cada vez son más los neurocientíficos que participan en el mismo
propósito.
De las neurociencias no solo recibimos esclarecimientos para discurrir sobre la educación.
Para François Ansernet y Pierre Magistretti ya no quedan dudas, la moldeabilidad del
comportamiento, especialmente la del comportamiento humano, está comprometida, de
manera radical, por la plasticidad neurobiológica y las variaciones históricas de la vida
psíquica5. Las neurociencias confirman que las posibilidades y las restricciones de las
mentes humanas tienen dependencia causal del estado de cosas en el cerebro. En
definitiva, esto quiere decir que las funciones mentales y la dinámica organizativa del
cerebro evolucionan juntas, en dependencia mutua (Solms; Turnbullo, 2004).
El concepto de plasticidad sugiere que algo hay de insostenible en la brecha mantenida
entre la neurobiología y las ciencias del comportamiento, por el siguiente principio
general del funcionamiento del cerebro:
(Toda) experiencia deja una huella en la red neuronal, al tiempo que modifica la eficacia de transferencia
de información a través de los elementos más finos del sistema (Ansernet;Magistretti, 2006,21).
5
Existe un paralelismo notable entre la exigencia de puente entre uno y otro aspecto para un campo de
conocimiento esencialmente dedicado a la plasticidad de la vida psíquica. El esfuerzo para tender puentes
entre las neurociencias y el psicoanálisis queda patente en el libro (Ansernet; Magistretti, 2006).
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Y, a la inversa: toda lesión o cambio relevante en la red neuronal provoca modificaciones,
en ocasiones alarmantes, en la experiencia vital de los seres humanos; cosa que muestran
los individuos con lesiones en su sistema nervioso. En la sobriedad de la frase están
concentrados dos elementos fundamentales de la teoría neuronal y de la teoría de la
formación: (i) la experiencia deja huella en la estructura del cerebro, la experiencia deja
surco en la orientación del comportamiento; (ii) la activación neuronal modifica el estado
de disposición para nuevas activaciones, la experiencia modifica el estado de cosas en la
persona respecto a nuevas experiencias. Ambos enunciados son entre sí intercambiables.
El cerebro humano y su red neuronal se encuentran en relación sistémica con los
acontecimientos del dominio vital y con los sucesos en el medio interno; equivale a decir
que los cambios en algún punto de la estructura de la red de neuronas –modificación en
el estado de los componentes- o en la plasticidad –modificación, p.e. en los umbrales de
respuesta a la excitación en las neuronas-, se traducirá en modificación de la plasticidad
de las funciones mentales en las que cooperan.
La plasticidad demuestra que la red neuronal permanece abierta al cambio y a la contingencia, modulable
por el acontecimiento y las potencialidades de la experiencia, que siempre pueden modificar el estado
anterior…cada individuo se revela único e imprevisible, más allá de las determinaciones que implica su
bagaje genético. Así pues, las leyes universales definidas por la neurobiología conducen inevitablemente a
la producción de lo único (Ansernet; Magistretti, 2006, 22).
Desde Darwin, un elemento que la ciencia descarta, por principio, y que afecta
radicalmente a la Antropología, es el del diseño inteligente (Ayala, 2007) de toda
estructura en el Universo, lo que incluye a la estructura y organización de cualquier
organismo o parte del organismo. Esto afecta al cerebro, aunque se tome como el sistema
más complejo del Universo o el más fascinante. El descarte del diseño inteligente obliga
a la Antropología a tomar en consideración la imperfección, la vulneración, de origen o
sobrevenida; y, esto, hacerlo por principio y desde el principio. Esta es la forma más
radical y completa de hacer partícipes de la condición humana a todos aquellos que ven
vulneradas sus biografías.
La textura particular de nuestros sentimientos, percepciones y actos se deriva en una amplia medida del
hecho de que el cerebro no sea una máquina optimizada que resuelve problemas genéricos, sino una extraña
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aglomeración de soluciones ad hoc que se han ido acumulando a lo largo de millones de años de historia
evolutiva (Linden, 2010, 17)6.
En muchas ocasiones el producto de la actividad de nuestro cerebro se presentará, como
lo califica D. Linden, con indicios ilógicos, extraños, insólitos, extravagantes,
ineficientes, faltos de elegancia, incomprensibles, contrarios al sentido común; sentir
común que el mismo cerebro posibilita. Al mismo tiempo, es la fuente de nuestros rasgos
comportamentales más fascinantes y únicos. En cualquier caso y en muchas de nuestras
actividades funciona, sorprendentemente, bien.
4.- LA PLASTICIDAD DEL CEREBRO MEDIADA POR LA EXPERIENCIA
Desde muy temprano aprendimos que la unidad básica en la estructura del cerebro, en
todos los sistemas nerviosos de las diferentes especies, es la neurona. Cada neurona
participa, con otras neuronas, en la formación de redes discontinuas bien definidas
(Ramón y Cajal, 1952). Las neuronas en el cerebro no se encuentran distribuidas al azar,
antes bien forman agrupaciones y coaliciones conformes con principios de organización
que, poco a poco, va descubriendo la histología (Figura 2).
Figura 2.- Visión microscópica, en representación tridimensional, de una neurona. Esta célula nerviosa
consta de un soma o cuerpo neuronal del que parten prolongaciones cortas (dendritas) y un larga
prolongación que corresponde al axón o cilindro eje.
6
Para hacer el seguimiento de las reacciones de los lectores de este libro, ver: http://accidentalmind.org/
(10-3-2010).
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Estas estructuras que polarizan una función específica, contributiva para la emergencia
de otra más compleja, en el mismo nivel o en otro superior, S. Zeki las llamó “nodos
esenciales”. Estos nodos los investigó especialmente en el sistema de la experiencia visual
(Zeki, 1995)7. La existencia de estas estructuras es la que da lugar a “mapas topográficos
o somatotópicos de las diferentes funciones” (Hernández-Muela, 2004).
Las neuronas se comunican mediante una corriente bioeléctrica que recorre el axón: el
potencial de acción. Este mecanismo es universal, el mismo en todos los tipos de sistemas
nerviosos de todas las especies de organismos. También es inespecífico respecto al
contenido de la información que transmite, no cambia la señal cuando los contenidos
sobre los que la mente opera cambian. Por esta característica podríamos decir que el
sistema funciona bajo el principio de inespecificidad de la señal. Son muchos los libros
que divulgan las conquistas científicas sobre anatomía, fisiología y cartografía funcional
de los cerebros (Changeux, 1985).
4.1.- La plasticidad cerebral y la experiencia
El diseño biológico de la neurona no sólo muestra la actividad de transmisión, también la
capacidad de inscripción de la actividad realizada por el sistema, dejando huella. Esta
huella, en lo fundamental, consiste en modificar la eficacia, inhibidora o transmisora de
sus mecanismos más finos; la huella se cifra, pues, en forma de cambio de estado que
permanece en el tiempo. Comprobamos que los mapas de actividad en el cerebro no sirven
sólo para representar el objeto considerado, o para guiar los patrones de actividad sobre
el objeto, sino que también se emplean para conservar esquemas de representación y
esquemas de acción, los cuales podrán ser recuperados posteriormente, facilitando la
comprensión de nuevas situaciones o facilitando la acción en nuevos escenarios. Los
mecanismos de estos procesos fueron descubiertos inicialmente por Donald Hebb (1980).
Desde ese momento hemos podido hablar de plasticidad funcional de la neurona
dependiente de la experiencia. La experiencia, desde el punto de vista del cerebro, puede
ser descrita como proceso de reinscripción continuada y plástica.
7
Mucha es la información sobre organización en módulos-columna en la corteza cerebral; p.ej., (Valverde,
2002) http://www.neurologia.com/pdf/Web/3408/m080758.pdf (16-11-2010).
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Coloquialmente asociamos el concepto de experiencia al de vivencia en un escenario
espacial o relacional, temporalmente limitado y preciso: una incidencia de vida, de nueva
planta, como cuando comentamos “haber tenido una experiencia”. Sin embargo, el
proceso que sigue la experiencia es más bien de reinscripción múltiple, dentro de la red
neuronal, como el juego de las muñecas rusas: experiencia, dentro de una historia de
experiencias. La experiencia se produce al modo de las quemaduras, o como los tatuajes,
solo que cuerpo adentro o cerebro adentro. El recuerdo que se inscribe es una suerte de
composición, mediante mecanismos de fusión de indicaciones, de fragmentación, de
modificación, de asociación, de integración…: la práctica y el ejercicio de la plasticidad
dentro del sistema que soporta la historia dinámica y evolutiva de la vida activa del
organismo.
Cada experiencia genera una geometría dinámica particular de interacciones flexibles y
plásticas, conformada por una complejísima red de interacciones en el cerebro. En esa
red, no todos los acontecimientos tienen el mismo valor biológico. Unos quedan en
incidencias, otros cambian su valor por coincidencias con otros acontecimientos; otros,
finalmente, constituyen contingencias, cataclismos, terremotos y actividad volcánica,
como los traumas.
Todos estos mecanismos, que pueden expresarse de manera durable, pueden modificar de
manera transitoria o permanente el proceso de transferencia de indicación de una neurona
a otra/as, en todas o sólo en parte de sus sinapsis; podríamos calificarlos de mecanismos
de plasticidad. La transferencia de indicación entre neuronas cabe decir que tiene lugar
en forma altamente flexible8. Ansermet y Magistretti resumen así la perspectiva:
Si una sinapsis es el sitio de la transferencia de información entre las neuronas, dicha transferencia nunca
es de naturaleza binaria ni de intensidad constante; por el contrario, es altamente modulable. La
investigación experimental reveló una regulación en tres etapas: la primera se sitúa en la zona presináptica
y las otras dos en la zona postsináptica (Ansernet; Magistretti, 2006, 44).
Muchos investigadores indican, por ejemplo, que la secreción de dopamina juega este
papel reforzador, afectando cualitativamente a la plasticidad sináptica (Carlson, 2007).
8
Estas someras indicaciones alientan la conveniencia de una lectura atenta de un buen tratado sobre
actividad neuronal, estudiado desde la óptica de la indigación de la plasticidad primaria del sistema
nervioso.
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En el nivel de la plasticidad sináptica, el aprendizaje se interpretaría como la potenciación
de la actividad neuronal a largo plazo, en una red de interconexiones neuronales que, por
esta vía, se han consolidado.
De transcripción en transcripción, de geometría en geometría de interconexiones, de bucle
en bucle y de retroalimentación en retroalimentación, la experiencia sensorial se va
alejando de los niveles primarios, para adquirir la condición de experiencia psíquica, de
experiencia subjetiva, personal y sólo transferible en la comunicación, de manera muy
parcial y esquemática. Todo el proceso se puso en marcha partiendo de indicios
sensoriales y notando partes reales del mundo, paquetes de indicios; tales indicaciones
fueron dejando inscripciones y huellas, conformando nuestra biografía.
La vivencia espacio-temporal, como consecuencia de las inscripciones y huellas, como
consecuencia de la memoria y de la imaginación, sufre metamorfosis. La experiencia
acumulada quedó transcrita en forma de coordinaciones flexibles de representaciones,
formadas por asociaciones plásticas de huellas neuronales y por geometrías de redes de
neuronas condicionadas para la activación simultánea. La huella que la experiencia
inscribió en el cerebro no es como la cicatriz, indeleble; se va reinscribiendo a lo largo de
la historia personal, como la realidad en construcción de un proceso irreversible, pero no
lineal, que, finalmente, en ocasiones, termina siendo una realidad fantástica, una realidad
que sólo mantiene y sostiene la mente; la imaginación se instituye en una nueva fuente
de la vida psíquica plástica.
5.- EL CEREBRO Y LOS INSTRUMENTOS PSICOLÓGICOS
La tecnología que usamos cotidianamente es capaz de modificar nuestro cerebro mucho
más de lo que creemos. En los primeros momentos evolutivos de la especie, también
quedaban establecidos los caracteres del dominio vital de los humanos, tan genuino como
la morfología. Entre los componentes de ese dominio vital estuvo y está la tecnología,
todo el sistema instrumental que va caracterizando la historia cultural.
La capacidad de insertar instrumentos en la secuencia de acciones intencionales no ha
sido competencia exclusiva de la especie humana. Otras muchas especies la practican. Se
encuentra documentado en los libros de etología el empleo de artefactos por parte de aves,
delfines, nutrias marinas, chimpancés o elefantes. En todos los casos estas competencias
están asociadas a características en la evolución de sus cerebros (Geary, 2008; Morgan
Allman, 2003). En el caso de la especie humana se da una novedad fundamental. El
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instrumento no sólo está incrustado en la secuencia de acción; el propósito que precede a
la secuencia activa predice-anticipa la secuencia de acciones instrumentalmente
auxiliada, el sujeto tiene capacidad de reflexionar la acción en la imaginación y proyectar
ajustes-reajustes en la utilización del instrumento. Lo relevante no es sólo el manejo del
artefacto, sino la mediación instrumentalizada de la acción; es decir, entre el propósito
que acompaña, vigila, evalúa el proceso y el resultado que consuma la intención, median
complejos procesos deliberativos sobre la acción y sobre el instrumento. M. MacLuhan
hablaba del instrumento como prolongación de los sentidos. Es flexible el sistema de
acción instrumentalizada; dado que esa flexibilidad es innovadora, algunos hablan de
inteligencia potencial del instrumento. En el sujeto humano, los territorios cerebrales
implicados en la competencia mediada por artefactos se ven retroalimentados por
procesos de deliberación innovadora sobre esas competencias, modificándose a su vez,
buscando la eficiencia económica del proceso: conseguir la mejor calidad del proceso
instrumentalizado con el menor costo energético posible.
La incidencia de los instrumentos en la estructuración de las funciones mentales fue
propuesta inicialmente por J. S. Vigostky. Podríamos sintetizarla diciendo: los cambios
en las funciones psicológicas en el interior de los individuos están dialécticamente
vinculados a los cambios socioculturales; esto implica que los cambios históricos inducen
transformaciones en las operaciones de los niveles superiores de la arquitectura mental.
Vigotsky atisbó la correspondencia existente entre el desarrollo histórico de los niveles
de la arquitectura mental -el de los procesos o mecanismos de la mente, que generan el
comportamiento-, y las contingencias socioculturales machihembradas con instrumentos.
En la Antropología juegan dos categorías generales de procesos evolutivos, los de la
evolución de la arquitectura biopsicológica de los individuos y los de la evolución de la
cultura, la cual constituye el contexto en el que tiene lugar la primera.
En el programa vigotskiano, las funciones mentales se desarrollan y transforman en
contextos sociohistóricos, el entorno influyente adquiere un valor causal, en tanto que
mediador necesario en esa metamorfosis; esa mediación instituye y se instituye en lo que
Vigotsky denominó Zona de Desarrollo Potencial (ZDP)9. El análisis de este espacio
donde tiene lugar la construcción del sujeto formula varios interrogantes:
9
Este tema lo trataremos de manera específica en los capítulos dedicados en este texto a la resiliencial.
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1) ¿Cuál es la relación entre los seres humanos y su entorno físico y social? 2) ¿Cuáles fueron las nuevas
formas de actividad… y cuáles son las consecuencias psicológicas de dichas formas de actividad? 3) ¿Cuál
es la naturaleza de la relación entre el uso de las herramientas y el desarrollo del lenguaje? (Vygostki, 1996,
39).
Son varios los usos del lenguaje: comunicativo o socializado, egocéntrico –interior o de
diálogo del sujeto consigo mismo-, emocional o del deseo –del apego, la vinculación, la
valoración-. Por este motivo, para Vigotsky, siempre estuvieron las emociones jugando
un papel relevante en la imagen que tenía del psiquismo humano (Vygotski, 1972, 2004).
En la ZDP quedan integradas, conformando la experiencia, la esfera perceptiva, las
formas de la acción y la calidad de la interacción.
Esta unidad de percepción, lenguaje y acción, que en última instancia produce la internalización del campo
visual, constituye el tema central para cualquier análisis del origen de las formas de conducta
específicamente humanas (Vygotski, 1996, 50).
Al tener lugar las transformaciones de las funciones mentales en esa zona de desarrollo
potencial, quedan fusionados en el programa vigotskyano el modelo de “investigación en
el laboratorio” de la ciencia empirista y el modelo de la “investigación de campo”
recomendado por la Antropología. La curiosidad intelectual por estos fenómenos y la
búsqueda de explicación para los mismos demandaron la comprensión simultánea de los
mecanismos cerebrales subyacentes y la especificación, la comprensión-identificación,
de los contextos sociales donde la conducta toma forma y se desarrolla.
En la interacción entre funciones mentales y arquitectura neuronal, Vigotsky denominó
al lenguaje el instrumento de los instrumentos. Abrió así la puerta al concepto de
“instrumento psicológico” (Kozulin, 2000), por el papel causal en la estructura de la
acción mediada por esos instrumentos.
6.- EL CEREBRO Y EL INSTRUMENTO DEL LENGUAJE
Nadie discute que un paso definitivo en la hominización fue la adquisición de lo que S.
Pinker denomina el “instinto del lenguaje”. No hubiera sido tan decisivo, si no hubiera
supuesto ventaja adaptativa, si no hubiese supuesto mejorar en las condiciones de vida, si
no hubiese posibilitado cosas de gran provecho vital; entre ellas, la de contribuir, de
manera cooperativa, a la elaboración de pensamientos: aprender en el intercambio y
promover los intercambios; enseñar y aprender conocimientos.
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Ud y yo pertenecemos a una especie dotada de una admirable capacidad, la de formar ideas en el cerebro
de los demás con exquisita precisión […]. Esa capacidad es el lenguaje. Con sólo hacer unos ruiditos con
la boca, conseguimos que en la mente de otra persona surjan nuevas combinaciones de ideas (Pinker, 2001,
15).
El lenguaje, en cualquiera de sus formas, es capacidad de hacer. Si hacemos caso a Ortega
y Gasset, para quien “vivir es quehacer”, en el lenguaje está plasmada una parte decisiva
del quehacer vital de la gente. Vivir es andar “lenguajeando”, en palabras de H. Maturana,
la vida humana se muestra con propiedad tan específica en el funcionamiento hormonal,
en la movilidad músculo-esqeulética, en la topografía neuronal y en el lenguajear del
lenguaje. Moverse como un ser humano es una coordinación de sentidos del movimiento
que nos es propia, lenguajear consiste en una coordinación de coordinaciones de la
comunicación de significados, de manera que el poder comunicativo de uno funcione
como mediador para la construcción de la mente al modo humano en los otros. La
habilidad comunicacional de los humanos muestra su condición de hábiles mentalistas.
En la “ontología del conversar” aparecen integrados elementos cuya composición
constituyó un calvario para filósofos y científicos.
Pienso que, aunque lo racional nos diferencie de otros animales, lo humano se constituye, cuando surge el
lenguaje en el linaje homínido a que pertenecemos, en la conservación de un modo particular de vivir el
entrelazamiento de lo emocional y lo racional que aparece expresado en nuestra habilidad de resolver
nuestras diferencias emocionales y racionales conversando (Maturana, 1995, 19).
Si la competencia lingüística constituye el tránsito definitivo de la hominización, el
ejercicio de la habilidad comunicacional constituye la mediación instrumental radical
para la humanización, para la incorporación del sujeto a la “humanidad” de la
Humanidad. Tal competencia y habilidad adquiere importancia no como virtuosismo en
la producción de sonidos con significado, que en esto pueden ir por delante los ruiseñores,
sino porque tal habilidad proporciona la capacidad de la lectura-transcripción de la mente
de los otros. Como recuerda J. M. Asensio (2004, 56 ss.), conversar, cabalgar juntos el
paisaje del acontecimiento a lomos de la palabra y/o la seña, sigue siendo una actividad
humana preferente. Por este motivo, Vigotsky hablaba del lenguaje calificándolo de
instrumento de los instrumentos. En simultaneidad con la locución tiene lugar la
descubierta de muchas versiones del significado, muchos elementos de significado en
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paralelo y complementarios, cooperantes al éxito del propósito de la acción10. Con todo
ello queremos indicar que, al comunicar, los seres humanos hacemos (Belinchón, 1992,
240) muchas al hablar (Austin, 1971).
La evolución de las transacciones sociales contribuyó a la aparición de singulares
capacidades cognitivo-expresivas, las cuales globalmente denominamos inteligencia
humana, cuyas facetas se desarrollaron por encima, e incluso antes, que el manejo de
otras herramientas (Foley, 1997)11. “La inteligencia, sea cual sea su constituyente
esencial, se manifiesta de muchas formas […] El principal uso de la inteligencia es
contribuir al acto individual tan eficientemente o reflexivamente como sea posible en el
contexto de su entorno físico, biótico y social” (Tarttersal, 1998, 48-49). Podemos
confirmar, por lo tanto, que la mediación del lenguaje, en última instancia, contribuye a
la expansión de las posibilidades funcionales del cerebro y al hacerlo, produce en él
cambios materiales y cualitativos en su organización plástica. La capacidad de extracción
de significación, de contenido de experiencia, tanto de palabras como de los diseños de
las acciones y de los artefactos, representa la ventaja de poder adquirir la competencia en
la acción sin tener que recorrer ex novo el itinerario de la invención. Podríamos decir que
los humanos poseen capacidad para la lectura de la mente de otros (reconocimiento de
sus estados interiores y de los proyectos de sus actos) y capacidad de lectura de la
experiencia de otros (reconocimiento de la calidad de sus acciones, del diseño de sus
artificios comunicativos o del significado de sus expresiones). Aquiles Esté lo ve, ante
todo, como un sistema modelador de las representaciones con las que actúa en el mundo
el organismo parlante; aunque algunos lo consideran el sistema modelador primario de
los humanos, otros, a nuestro entender con motivo, lo consideran secundario respecto al
sistema modelador no verbal (Esté, 1997). El lenguaje es un medio de relación entre
sonidos y significados, y un entorno de práctica social del lenguaje; las condiciones
genéticas y sociales son necesarias para la maduración de la estructura cerebral que lo
soporta, actuando ambas dentro de un sistema de retroalimentación y mutua dependencia
(Cela Conde; Ayala, 2001, 485-515). Hablar de maduración es hablar de estado
permanente de cambio en el cerebro, por estar dotado de plasticidad. En principio se trata
de cambios en la dinámica funcional, dado que se mantiene el principio general de que
10
Estos y otros temas los hemos desarrollado con amplitud en García Carrasco; García del Dujo, A. (2001).
Teoría de la Educación. Tomo II Procesos primarios de formación del pensamiento y la acción: Salamanca,
Editorial de la Univ., pp. 373 y ss.
11 Especialmente el capítulo “¿Por qué los humanos son tan raros en la evolución?”.
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nada que tenga esencialmente la condición de aprendido se incorpora al código genético;
por lo tanto, las modificaciones que tengan lugar en el cerebro como consecuencia del
aprendizaje no se transmiten hereditariamente, no son cambios permanentes para la
especie. Lo que sí adquiere la fisonomía de una “herencia” son los contextos de actividad,
por eso hablamos de herencia cultural. Pero, esto no obstante, por todo cuanto venimos
diciendo, el uso cualificado del instrumento lingüístico implica cambios decisivos en la
bioneurofenomenología de la experiencia personal.
7.- EL CEREBRO Y EL INSTRUMENTO DE LA LECTO-ESCRITURA
El cerebro no evolucionó para que nosotros llegáramos a ser homínidos lectores; nuestra
biología no dispone de genes específicos para la práctica competente de la lectoescritura;
tendrá que apoyarse en niveles, sobre niveles de otras categorías de actividad subyacente.
La escritura fue un lento descubrimiento de la humanidad: la elaboración de una caja de
herramientas para trabajar con símbolos, que expandió las posibilidades en la actividad
de pensar, amplió los niveles de operación de la mente y agrandó el patrimonio cultural
heredable. La escritura no es meramente una fuente de información, es un instrumento
con el que podemos hacer muchas cosas. H. Eco afirmaba que un libro es instrumento,
como la cuchara o el martillo, que ha superado, como ellos la prueba del tiempo (Eco;
Carriére, 2010).
Estas novedades han sido fruto de la capacidad del cerebro para establecer nuevas
conexiones entre estructuras, originalmente dedicadas a otras funciones básicas, y de la
aptitud para reorganizar sus conexiones, como fruto de la experiencia (acción reflexiva)
y como resultado de la deliberación sobre las consecuencias (predicción): el empleo de
la inteligencia potencial del instrumento.
Saber lo que la lectura exige a nuestro cerebro y cómo ello contribuye a nuestra capacidad de pensar, sentir,
deducir y comprender a los demás seres humanos es hoy, cuando estamos en plena transición de un cerebro
lector a otro cada vez más digital, especialmente importante (Wolf, 2008, 20).
En tanto que actividad mediada por instrumento, la lectoescritura es contexto de acción
tan ambiguo como todos los contextos instrumentales; el valor potencial del instrumento
depende de la intencionalidad humana en la que se inserta. Durante el nazismo unos eran
personas cultivadas que asumieron, sin reparo, la función de verdugos (Finkielkraut,
1990) y otros protegieron su existencia en el campo de concentración, encontrando
oportunidad para desarrollar todo el abanico de los sentimientos (Kundera, 2007).
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Estos hechos refrendan la plasticidad del cerebro y su potencial de emergencia funcional,
con la mediación del instrumento. La práctica de la nueva competencia establece nuevas
vías de interconexión entre estructuras dedicadas a la visión, las dedicadas al lenguaje y
a la conceptualización. La proporción territorial dedicada a áreas asociativas es
excepcionalmente grande en el cerebro humano (Figura 3). Cuando la asociación
funcional se consigue, aparecen nuevos espacios de especialización funcional, nuevas
competencias al recoger información, al relacionarla y al valorarla. M. I. Posner y M. E.
Raichle demostraron que trazos lineales sin sentido se procesan en zonas cerebrales
distintas a cuando los rasgos poseen la condición de símbolos y su interpretación
multiplica la actividad. Consiguen estos procesos una extraordinaria capacidad
discriminatoria de la información procedente de los sentidos; para practicarla fue preciso
fomentar una excepcional aptitud asociativa, la cual se supone potenciada en el área “giro
angular” (Posner, 1999).
Figura 3. Visualización de las diferentes áreas más representativas de la corteza cerebral.
Las investigaciones sobre la lectoescritura coinciden en apreciar que, en la mesa de
trabajo de la mente, la competencia lectora genera cambios permanentes en el cerebro
que afectan diferentes niveles de la identidad. Dicho de otra manera, la confrontación de
la mente con la competencia lectora la pone a prueba, la desafía y la incita hacia
novedosos dominios de experiencia. S. Dehaene (2010) valora el hecho y lo califica de
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“reciclado neuronal”; sistemas innatos de reconocimiento de patrones y de objetos
quedarían aplicados, con modificación, en el reconocimiento de signos gráficos.
No se trata, sólo y estrictamente, de un proceso mecánico de decodificación, encendido
por las incitaciones semióticas sobre el ojo, sino de un proceso sinuoso, versátil y muy
ramificado, al que contribuyen inferencias, pensamientos paralelos y estados emocionales
del lector. Se trata, pues, de un proceso constructivo, semióticamente guiado, que somete
a una prueba exigente al cerebro, como consecuencia de una innovación tecnológica.
No todas las configuraciones neuronales del cerebro individual son igualmente receptivas
ni responden con la misma facilidad a esa prueba. La dificultad para el desarrollo de esa
competencia se denomina dislexia12. No puede afirmarse que tal adversidad constituya,
además de elemento diferencial de la estructura neuronal, auténtica condición de
discapacitado, aunque al definir la acepción de la palabra se incluyan los términos
“trastorno”, “lesión cerebral”, “incapacidad”. Muchos talentos en muchos campos
culturales, con una capacidad creativa excepcional, mostraron esta diferencia13.
Anteriormente, se pensaba que el giro angular estaba encargado de reconocer las formas
de las palabras, antes de acceder a los sonidos y a sus significados. Parecería de sentido
común que fuese así. Los investigadores han mostrado, en cambio, que el giro angular no
está directamente implicado en la conversión del reconocimiento visual de palabras en
sonidos y significados, sino que está involucrado en el proceso lector proporcionando una
anticipación de las letras a partir del significado capturado visualmente en las palabras14.
El Diccionario de la RA define dislexia así: “Dificultad en el aprendizaje de la lectura, la escritura o el
cálculo, frecuentemente asociada con trastornos de la coordinación motora y la atención, pero no de la
inteligencia”. Como segunda acepción ofrece: “Incapacidad parcial o total para comprender lo que se lee
causada por una lesión cerebral”.
13
Georges Bernard Shaw, Ernest Hemingway, Leonardo Da Vinci, Mozart, Pablo Ruiz Picasso, Winston
Churchill, Georges Washington, John F. Kennedy, Sir Isaac Newton, Albert Einstein, Bill Gates, Tom
Cruise, Harrison Ford, Marlon Brando, Tarantino… son personajes talentosos que figuran en la lista de
sujeto disléxicos.
14
http://www.basqueresearch.com/berria_irakurri.asp?Berri_Kod=2408&hizk=G#.UPgxmh2ZRae (18-12013). En la página, se indica la dirección de la revista Nature.
12
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Estos nuevos hallazgos son muy útiles para entender las causas de las dificultades del
aprendizaje de la lectura, como en el caso de sujetos con dislexia. De hecho, los estudios
sobre disléxicos han mostrado que tienen una menor densidad de sustancia gris (cuerpos
neuronales) y de materia blanca (ramificaciones) en las mismas regiones, cuya densidad
se incrementó con la alfabetización. Por tanto, este estudio sugiere que las diferencias
cerebrales que se han observado en personas disléxicas, más que la causa, parecen ser la
consecuencia de las dificultades en el aprendizaje de la lectura.
La comprensión del fenómeno lectoescritor presenta la faceta de indagar las adaptaciones
necesarias del cerebro y la de justificar los cambios en las formas de pensamiento.
El lector ingenuo identifica el texto claro y comprensible con la seguridad que produce el
acceso a un significado directo, contrapone esta presunción a la que corresponde a un
texto hermético que califica de “ilegible” (“no hay quien lo lea”). Para este lector, la
función de la lectura se ejercita plenamente cuando es capaz de traducir el texto a palabras.
El lector avezado, en cambio, sabe que la experiencia de la lectura contiene elementos de
muy diversa índole y que entre los más trascendentes se encuentran aquellos por los que
esa experiencia permite extender la propia autocomprensión y profundizar en la
comprensión del mundo. Este segundo modo de leer plantea la cuestión de la
alfabetización en términos de máximos. Entiende las consecuencias de la actividad de la
lectura y la escritura como una cualificación de la experiencia pensante, de la experiencia
de comunicación y de la experiencia de reconocimiento del mundo. Por eso, en la
metáfora de la alfabetización se concentra el objetivo de la cultura y la prueba de que los
humanos necesitan la cultura para vivir. Estas capas de significación a las que puede tener
acceso el lector experimentado son objetivos del acto de leer a los que apuntan términos
como estudio o relectura. Estudiar es una forma cualificada de lectura y no un mero
proceso de memorización. Olson afirma que “aprender a leer y escribir es aprender, no
sólo a traducir, sino también a dar forma al pensamiento para asignar cada expresión a
una intención” (Olson, 2004).
La humanidad en su historia cultural ha pasado por tres grandes contingencias: adentrarse
en la comprensión de los acontecimientos mediante las funciones mentales que ejercita el
habla, profundizar la comprensión mediante las prácticas que posibilita la lectura y la
escritura y, el reto actual, también consiste en extender la comprensión mediante las
relaciones de producción de sentido posible en el contexto de las ciencias y tecnologías
del conocimiento. Ha sido la escritura la que ha proporcionado la mayor parte de la
metafórica para la descripción de la experiencia humana de comprensión de la cultura,
62
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hoy pretende ayudar, junto a otras metafóricas (como la metafórica del espacio), a calibrar
la comprensión en la contingencia informacional.
Las actividades de conocimiento y las experiencias emocionales son los ingredientes
básicos para tomar los fenómenos del habla o los de la lectura como procesos y
transiciones de experiencia (Humphrey, 1995, 45). Podríamos generalizar diciendo que
toda estimulación sensorial (sensación) se almacena como percepto valorado-calificado
emocionalmente, como percepto emocionado. S. I Greennspan (1997) lo denomina
“codificación dual de la experiencia”. Esto quiere decir que una situación cualquiera es
para el sujeto (i) lo que a través de los pormenores, el fondo y el momento, la definen
como objeto de consideración, elementos de los que los sentidos periféricos informan;
(ii) a lo que se incorpora información acerca del estado interno del sujeto, y (iii)
información referente a experiencias emocionadas anteriores con las que se asocia. Toda
esta semanticidad podemos agruparla en dos grandes categorías: semanticidad
informativa y emotiva. Por una vía el sujeto elabora narración, lee, sobre los hechos que
va conociendo; por la otra, los hechos se presentan como una narración vivida por el
sujeto, que siente. Por la primera vía transcurre la “noencia” (vía cognitiva) y por la otra
la “vivencia” (vía emocional).
Oralidad, escritura y TIC todos decimos que se ponen al servicio de las actividades del
pensamiento. En muchas ocasiones el pensamiento se toma como una cosa; muy
compleja, pero cosa, o su equivalente, una facultad, un poder. Soportando esa actividad
de la mente, aparentemente integrada en sus manifestaciones, hay toda una larga teoría
de funciones diversas.
La mente es una especie de teatro donde hacen su aparición diversas percepciones de forma sucesiva; pasan,
vuelven a pasar, desaparecen y se mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones (Hume,
1985, vi).
Entre esas funciones que instituyen el pensamiento, sin que la lista sea completa, se
encuentran las sensaciones, como componente esencial de la conciencia y las
percepciones de Hume; tanto las propioceptivas como las que inducen con su actividad
los órganos sensoriales; la linterna de la atención que focaliza la conciencia en un centro
de interés y de advertencia; la memoria, la procedimental, la semántica o la episódica; la
representación, que nos separa de la proximidad inmediata y fugaz, permitiendo en el
interior trabajar en ausencia del acontecimiento; la imaginación, que nos permite jugar
con las posibilidades, se une a la capacidad de planificar, contribuyendo a la predicción,
y a la de anticipación de consecuencias futuras; la conciencia o capacidad de
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concentrarnos en los indicios, los acontecimientos, las situaciones y los procesos internos
de nuestra mente, de forma deliberada; el albedrío de retomar decisiones, reformar
planteamientos o cambiar de rumbo las acciones; las emociones y la motivación: un
complejo conjunto de funciones que hacen referencia a la estructura sistémica compleja
a la que denominamos la mente (Pérez, 2005). El sentido de la oralidad, el de la escritura
o el de las TIC se alcanza cuando se integran como instrumentos en la configuración de
la actividad de tan complejas funciones; funciones primarias que no se crean, ni tampoco
se determinan, nos llegaron por evolución desde historiales evolutivos diferentes
(Gardenfors, 2006).
Las TIC, además, son instrumentos para la observación de la estructura del propio
cerebro; por lo tanto, participan en sus aplicaciones de las propiedades generales de los
instrumentos y de la incorporación a las funciones mentales; y, además, abren un campo
nuevo de investigación con el que comprobar la efectividad de los cambios que producen
las acciones mediadas por instrumentos.
8.- TECNOLOGÍAS DIGITALES BASADAS EN LA IMAGEN PARA LA
INVESTIGACIÓN DEL CEREBRO
Las pruebas y procedimientos de diagnóstico son herramientas, hoy imprescindibles, que
ayudan al facultativo a confirmar o descartar la presencia de un trastorno cerebral. Hace
un siglo, la única manera de hacer el diagnóstico positivo de muchos trastornos
neurológicos era realizar una autopsia después de la muerte del paciente. Sin embargo, en
los últimos años ha existido un claro desarrollo tecnológico en relación con las distintas
modalidades y técnicas de diagnóstico por imagen, lo que ha contribuido a un mejor
conocimiento de la anatomía cerebral, ayudando así una mejor precisión en el diagnóstico
de los procesos patológicos que afectan al cerebro humano.
Los actuales avances técnicos y los nuevos métodos de adquisición y procesamiento a
través de las técnicas de neuroimagen han permitido obtener una gran información sobre
la morfología y la función del cerebro.
Los cambios tecnológicos más significativos en las imágenes diagnósticas del cerebro, en
los últimos 20 años, han sido los adelantos en la resolución espacial (tamaño, intensidad
y claridad) de las imágenes anatómicas cerebrales y las reducciones en el tiempo
necesario para enviar señales y, recibir datos del área de donde se obtiene la
imagen. Estos avances tecnológicos evidentes permiten ver, simultáneamente, la
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estructura cerebral y los cambios en la actividad cerebral a medida que ocurren. Los
técnicos y científicos en esta área de trabajo continúan mejorando los métodos que
proporcionarán imágenes anatómicas cerebrales más nítidas e información funcional más
detallada.
En este apartado del artículo, describiremos las técnicas de imágenes, las de última
generación, las más empleadas en el análisis del cerebro humano.
Podríamos clasificar las técnicas de neuroimagen en dos grandes grupos: técnicas de
valoración morfológica y técnicas para el estudio funcional del cerebro. Entre las
primeras, destacan como más relevantes la tomografía computarizada y la resonancia
magnética; mientras que entre las técnicas que valoran el estado funcional del cerebro,
destacan la resonancia magnética funcional y las técnicas de medicina nuclear conocidas
como tomografía computarizada por emisión de fotón único y la tomografía por emisión
de positrones.
Describiremos, de forma muy breve y sencilla, las potencialidades que tienen cada una
de estas técnicas de imagen diagnóstica para el estudio cerebral.
La tomografía computarizada, conocida como TC, es un proceso indoloro y no invasivo
usado para producir imágenes rápidas y bidimensionales claras que se utilizan para ver el
cerebro u otras estructuras anatómicas. Puede detectar irregularidades óseas y vasculares,
ciertos tumores y quistes cerebrales, epilepsia, encefalitis, un coágulo sanguíneo o
sangrado intracraneal en pacientes con accidente cerebrovascular, daño cerebral de una
lesión craneana u otros trastornos. Muchos trastornos neurológicos comparten ciertas
características y una tomografía computarizada puede ayudar para hacer el diagnóstico
correcto diferenciando el área cerebral afectada por el trastorno (Figura 4).
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Figura 4.- Imagen de tomografía computarizada. Sección axial o transversal del cerebro, de un paciente
con pequeños accidentes cerebro-vasculares isquémicos.
La técnica diagnóstica de mayor valor morfológico es sin duda la resonancia magnética
(RM), la cual utiliza radioondas generadas por un ordenador y un campo magnético
poderoso para producir imágenes detalladas de estructuras del cerebro, mediante
secciones seriadas en los tres planos del espacio (transversal, frontal y sagital) (Figura
5). Los usos neurológicos comprenden el diagnóstico de tumores cerebrales,
enfermedades de carácter inflamatorio e infeccioso, e irregularidades vasculares que
pueden conducir a un accidente cerebrovascular (ictus). Las imágenes con RM también
pueden detectar y monitorizar trastornos degenerativos como la esclerosis múltiple y
puede documentar lesiones cerebrales debidas a traumatismos. A diferencia de la
tomografía computarizada, la resonancia magnética no emplea radiación ionizada para
producir imágenes. La prueba es indolora y no tiene riesgos para el paciente, aunque las
personas obesas o claustrofóbicas pueden encontrarla algo incomoda. Por este motivo, en
la actualidad las tecnologías en este campo siguen evolucionando y surgen las RM de
campo abierto, que no rodean por completo a la persona. Sin embargo, la RM abierta
actualmente no proporciona la misma calidad de la imagen que la RM estándar y algunas
opciones técnicas no están disponibles usando este equipo. Por otra parte, es de reseñar
que, debido al campo magnético increíblemente fuerte generado por la RM, los pacientes
66
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con dispositivos metálicos implantados como un marcapasos deben evitar la prueba, para
evitar interferencias.
Figura 5.- Imagen de resonancia magnética. Sección frontal o coronal. Se observan las estructuras
cerebrales con una buena visualización de la morfología, debido a las características de esta técnica de
imagen.
La resonancia magnética funcional (RMf) utiliza las propiedades magnéticas
sanguíneas para producir imágenes, en tiempo real, del flujo sanguíneo a áreas
particulares del cerebro (Figura 6). Una RMf puede puntualizar áreas del cerebro que se
activan y anotan cuánto tiempo permanecen activas. También puede decir si la actividad
cerebral dentro de una región ocurre simultáneamente o en forma secuencial. El proceso
de obtención de imágenes se usa para evaluar el daño cerebral de lesiones craneanas o
trastornos degenerativos como la enfermedad de Alzheimer y para identificar y
monitorizar otros trastornos neurológicos, como esclerosis múltiple, accidentes
cerebrovasculares y tumores cerebrales.
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Figura 6.- Visión transversal del cerebro mediante la técnica de resonancia magnética funcional.
Apréciense las áreas cerebrales activadas mediante señales coloreadas.
La tomografía computarizada con emisión de un fotón único (SPECT, siglas en inglés)
es una prueba de medicina nuclear, que implica al flujo sanguíneo para evaluar ciertas
funciones cerebrales (Figura 7). La prueba puede indicarse como seguimiento después de
una RM para diagnosticar tumores, infecciones, enfermedad degenerativa, entre
otras. Esta técnica utiliza un isótopo radioactivo, inyectado por vía intravenosa, que se
une a sustancias químicas que fluyen al cerebro. Las áreas de flujo sanguíneo aumentado
captarán más isótopo. Mientras el paciente está sobre una mesa exploratoria, una cámara
gamma gira alrededor de la cabeza y registra por dónde ha viajado el radioisótopo. Esa
información se convierte, por ordenador, en secciones transversales que se apilan para
producir una imagen tridimensional detallada del flujo sanguíneo y de la actividad
cerebral.
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Figura 7.- Imagen de SPECT, en sección frontal, en la que se visualiza una simetría del flujo sanguíneo
cerebral, en un paciente sin patología encefálica.
La tomografía con emisión de positrones (PET, siglas en inglés) proporciona imágenes
bi- y tridimensionales de la actividad cerebral midiendo los isótopos radioactivos que se
inyectan dentro del torrente sanguíneo (Figura 8). Las tomografías PET cerebrales se
utilizan para detectar o resaltar tumores y medir el metabolismo celular y tisular cerebral,
mostrar el flujo sanguíneo, evaluar a los pacientes con trastornos convulsivos que no
responden a la terapia médica y pacientes con ciertos trastornos de la memoria, y
determinar cambios cerebrales tras lesiones o abuso de drogas, entre otros. Un isótopo
radioactivo, de bajo nivel, se inyecta en el torrente sanguíneo y se une a sustancias
químicas, fluyendo al cerebro. El isótopo puede rastrearse mientras el cerebro realiza
diferentes funciones. El paciente permanece quieto mientras sensores por encima detectan
rayos gamma en los tejidos del cuerpo. Un ordenador procesa la información y la muestra
en un monitor. Usando diferentes compuestos, puede rastrearse simultáneamente más de
una función cerebral. La PET es indolora y relativamente sin riesgos.
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Figura 8.- Imágenes de PET, en secciones axiales o transversales, que muestran la activación en algunas
áreas cerebrales, marcadas de color rojo-amarillo.
La complementariedad existente entre la información que ofrecen las distintas técnicas
de neuroimagen respecto al estado físico-fisiológico del cerebro está haciendo que la
evolución natural en el equipamiento de diagnóstico se dirija hacia el desarrollo de
instrumentos multimodalidad; es decir, sistemas que permitan combinar al menos dos
técnicas de imagen complementarias en el mismo aparato.
Generalmente, una de ellas proporciona información anatómica de gran precisión y la
otra, información metabólica (funcional), de manera que su fusión permite obtener un
conocimiento más profundo y comprensivo de los procesos patológicos cerebrales
(Figura 9).
A medida que se desarrollan nuevas técnicas y su demanda es cada día mayor, estas
tecnologías adquieren mayor complejidad.
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Figura 9.- Imagen sagital del cerebro, mediante la fusión de dos técnicas: una morfológica como la
resonancia magnética y la otra funcional, como el SPECT. La fusión multimodal hace que se puedan
observar con mejor precisión los aspectos tanto anatómicos como funcionales.
9.- LAS TIC Y LA INFLUENCIA EN LOS PATRONES DE ACTIVIDAD DE LOS
CEREBROS
Por informaciones procedentes de diferentes campos de conocimiento, la previsión de
cambios en el cerebro -como consecuencia de la inmersión en las TIC-, era totalmente
previsible y se encontraba perfectamente justificada esa previsión. Los seres humanos no
solo manejan instrumentos, sino que los emplean como mediadores-componentes,
elementos integrantes de competencias, a la hora de proyectar y ejecutar acciones: el
instrumento se integra como componente sistémico en los proyectos de acción. La
secuencia de actividad cerebral refleja el proceso de acción, incluida la habilidad de uso
del instrumento. Esta capacidad de proyectar e imaginar actuaciones, instrumentalmente
mediadas, ha multiplicado al infinito la variedad de los comportamientos humanos; ha
hecho posible que la totalidad de la biosfera fuera susceptible de convertirse en nicho para
la vivienda humana. La mediación de artefactos y los modos de vida en ecosistemas
diferentes son inductores de diferenciación cultural y de modulación en la práctica de
funciones mentales.
Que una especie pueda llevar a cabo tareas tan diversas se debe a la extraordinaria versatilidad del cerebro
humano. Aunque venimos al mundo con ciertas capacidades innatas, como mamar o mirar cuanto nos rodea,
y con talentos que habremos de desarrollar, como aprender una lengua o caminar sobre dos pies, cada uno
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de nosotros nace también con muchas habilidades latentes que podemos desplegar a lo largo de toda una
vida. Y nuestros cerebros son, de todos los mamíferos, los más inmaduros al nacer. Esta característica deja
a nuestro entorno infantil un amplio margen en el modelado de nuestra vida futura (Burke; J. Ornstein,
2001, 331).
Habilidades latentes no quiere decir innatas, ni siquiera implícitas. Indica el potencial de
la estructura, cuando se introduce la mediación instrumental originada por su capacidad
creativa. A través de la mediación instrumental se producen auténticas innovaciones
funcionales, un acrecentamiento del patrimonio de competencias de la mente en una
comunidad cultural; también se trata de un auténtico modelado, moldeado, del cerebro.
Por este motivo, muchos autores introducen el concepto de instrumentos psicológicos
(Kozulin, 2000). El cambio en el cerebro durante la evolución de las especies del género
Homo no lo discute nadie; que lo que habitualmente denominamos desarrollo individual
implica cambios en el cerebro, en paralelo con el progreso en competencias de la mente,
tampoco (Geary, 2008). Se trata, pues, de una plasticidad que desarrolla el concepto de
educabilidad, sin la cual el término educabilidad, como capacidad de ser educable, queda
en mera tautología.
A finales del siglo pasado apareció una propuesta, calificada de neurofenomenológica, a
ambos lados del Atlántico, cuyo lema de exposición podría ser inscripción corporal de la
experiencia (Varela, 1993)15. Los descubrimientos en la fisiología cerebral permitieron
avanzar en la comprensión del correlato corporal (“la base corporelle”) de la interacción
cognitiva con el mundo. El dominio de experiencia en el que los autores desarrollaban la
demostración empírica era el de la experiencia visual, la visión del color, por ser la mejor
conocida. Comprobaban la implicación de la actividad cerebral en la construcción de la
experiencia visual y los cambios correlativos cuando esa experiencia cambia sus
contextos, p. ej. en el caso del visionado de películas.
Antonio Damasio (1944) ha descrito con amplitud, especialmente en lo referente al
componente emocional de la experiencia, la interacción entre esta y los cambios en la
estructura y en la dinámica funcional del cerebro. Un elemento clave de su propuesta es
lo que denomina “marcadores somáticos” de la experiencia. La inscripción corporal no
tiene solo lugar en el proceso cognitivo, también acontece en el proceso valorativo. Es
decir, que no sólo tiene correlato neural el aspecto representativo de los objetos, también
15
El cap. lleva por título: “L’enaction: cognition encarnée”. pp. 207-248.
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lo tiene el aspecto de adscripción de valor por parte del sujeto. En el componente
estimación-evaluación que conlleva la experiencia intervienen los cambios neuronales,
transitorios y/o permanentes en el territorio cerebral implicado en las emociones (Ledoux,
1999). Estas mutuas implicaciones entre cerebro y experiencia, tanto en la modalidad
cognitiva como en la emocional, en diferentes dominios de la investigación
neurocientífica, las describe D. Goleman en un reciente libro titulado El cerebro y la
inteligencia emocional (Goleman, 2012).
Estas afirmaciones se ven reforzadas, hoy, con una fuerte base empírica. Las técnicas
aludidas de neuroimagen han aportado evidencias experimentales acerca de los cambios
en la estructura neuronal correlativos con los procesos cambiantes de la experiencia. La
neurocientífica Eleanor Maguire, en el Departamento de Neuroimagen de la Universidad
de Londres16, buscaba la comprobación de lo que defendían otros investigadores: que la
memoria episódica biográfica estaba distribuida por un conjunto de regiones cerebrales
(“set of brain regions”). Planteó varios diseños experimentales que ponían el foco en
actividades o experiencias en la vida ordinaria. El marco general de la investigación fue:
¿cambia el cerebro como consecuencia de la práctica, además de como consecuencia del
desarrollo? ¿El cerebro adulto también se modifica como consecuencia de la experiencia?
En el año 2000 llevó a cabo una famosa investigación sobre cerebros de taxistas de
Londres, empleando la técnica RM. Para adquirir la licencia, tienen estos que pasar un
largo período de entrenamiento, tras el cual son evaluados. Los taxistas tienen que
memorizar unas veinticinco mil calles y miles de lugares, el aprendizaje puede durar
cuatro años y debe acreditarse mediante pruebas específicas. Su hipocampo posterior
derecho era significativamente más grande que el de los sujetos del grupo control. Se
interpreta como que en la actividad de memorización-recuperación espacial el hipocampo
derecho juega un papel particularmente relevante. Los resultados de la investigación han
sido ampliamente comentados (Maguire, 2000). La revisión del artículo fue llevada a
cabo por Alejandro Terrazas & Bruce L. McNaughton; estos autores comprendieron que
la cuestión era: ¿el cerebro puede recrecer sus estructuras o retraerlas como consecuencia
de la práctica de una competencia o del desuso de la misma?17. La conclusión general fue:
16
http://www.fil.ion.ucl.ac.uk/Maguire/ (19-1-2013).
Does the human brain actually grow or shrink to reflect the cognitive demands of the environment?
http://www.pnas.org/content/97/9/4414.full.pdf+html (19-1-2013).
17
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el cerebro cambia constantemente por efecto del entrenamiento y la experiencia, la
plasticidad continúa toda la vida, si bien con menor vigor que en los primeros años. Esa
conclusión general se perfila al comprobar que en los cambios están implicadas áreas
concretas.
Otras investigaciones han proporcionado evidencias sobre la implicación del hipocampo
en el mecanismo de tránsito de la memoria de trabajo (memoria a corto plazo) a la
memoria a largo plazo. Este papel del hipocampo apareció en otra destacada
investigación, muy citada en los libros sobre el tema que comentamos. Se trata del caso
de H. M (Henry Molaison) (Davila, 2009). Padecía un foco de epilepsia que se pudo
localizar en una zona del hipocampo. Se lo extirparon. Desaparecieron los ataques
epilépticos, pero las consecuencias en las funciones de la memoria fueron catastróficas.
Brenda Milner siguió el caso18. H. M mantenía los recuerdos anteriores a la operación
(memoria a largo plazo), luego no estaban localizados en el hipocampo. La localización
de las remembranzas se encuentra repartida por todo el córtex cerebral, la corteza.
También mantenía buena memoria a corto plazo. Con la cirugía, habían desaparecido, sin
embargo, los mecanismos de transferencia desde memoria de trabajo (corto plazo), a los
depósitos de memoria a largo plazo. Las situaciones eran siempre nuevas para él, nunca
recordaba la visita diaria de la doctora Milner, siempre era nuevo, siempre era la primera
vez. Era incapaz de nuevos recuerdos declarativos (personas, cosas, acontecimientos). La
enfermedad de Alzheimer tiene en el hipocampo uno de los lugares principales de
incidencia inicial. La habilidad para situarnos en el entorno y la habilidad para recordar
lo que allí ocurrió se almacenan en el hipocampo: almacenar es inscribir, modificar el
territorio cerebral en zonas muy diferenciadas. La investigación confirma que la práctica
progresa en paralelo al cambio en la estructura neuronal.
Las TIC, en tanto que crean un contexto de práctica humana, no son únicamente el sistema
tecnológico humano con mayor poder de modificación del entorno vital que la humanidad
haya conocido nunca, el de coeficiente de evolución más rápido, el de alcance humano
más extenso, también una fuente de cambios en la actividad del cerebro. Concretamente,
revisar el conocimiento disponible sobre esos cambios es el objetivo de la obra del
neurocientífico Gary Small, director del Centro de Investigación de la Memoria y el
Envejecimiento en la Universidad de California. En el año 2009 formuló una pregunta
18
Beecher Scoville, W. & Millner, B. (1957). Loss of recent memory after bilateral hippocampal lesions.
En Rv. J. Neurol. Neurosurg. Psychiat., 20, 11. http://jnnp.bmj.com/content/20/1/11.short (21-1-2013).
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para el balance de una investigación, análoga a la que ha dirigido nuestro trabajo: ¿Cómo
las nuevas tecnologías están cambiando nuestra mente? Trató de responderla desde la
neurología en el libro titulado El cerebro digital (Small, 2009). Podemos sintetizar su
pensamiento con este texto:
La actual eclosión de la tecnología digital no sólo está cambiando nuestra forma de vivir y comunicarnos,
sino que está alterando, rápida y profundamente, nuestro cerebro. La exposición diaria a la alta tecnología
[…] estimula la alteración de los caminos neuronales y la activación de los neurotransmisores, con lo que
gradualmente se afianzan en el cerebro nuevos caminos neuronales, al tiempo que los antiguos se
debilitan… (Small, 2009, 15-16).
En el párrafo anterior, G. Small certifica el cambio desde la vertiente cerebral; como
proceso, es equivalente a la afirmación inmediatamente siguiente: “cambian la forma de
sentir y comportarmos” y “el modo de funcionar de nuestro cerebro”.
Si los motivos del cambio en los procesos cerebrales es la profundidad de la metamorfosis
de la práctica por la innovación radical en el sistema tecnológico, esta contingencia
cultural ya pasó con la innovación del lenguaje, con la innovación de la escritura. La
novedad clave es que, hoy, la mediación tecnológica fomenta los cambios evidentes en la
práctica, y permite obtener indicios claros de las alteraciones en la estructura del cerebro.
Algunos autores afirman que los cambios que genera la tecnología digital en nuestro
cerebro son los más extensos y profundos que haya producido cualquier contingencia
cultural. Esta afirmación dudamos que se encuentre probada en su totalidad. La
transformación de la comunidad de prácticas, a primera vista, está siendo insólita. Las
actividades que realizan los seres humanos competentes en el manejo de la tecnología
digital son inusitadas, incluso se ven practicadas por niños de corta edad. Pero, que ambos
grupos de hechos impliquen variaciones en el funcionamiento neuronal, más profundos
que los acontecidos en contingencias culturales anteriores, no ha sido confirmado. ¿Qué
podemos entender por cambio más profundo? Aceptamos la apreciación de J. Burke
acerca de que la afectación de la biosfera en este momento cultural está siendo la más
extensa, rápida y profunda de la historia de la humanidad; lo opinan también los ecólogos
(Eldredge, 2001; Duarte, 2006). Hemos de reconocer que el cambio global en la sociedad,
causalmente vinculado a la innovación tecnológica, requiere de una enciclopedia
(Castells, 2009). ¿Tenemos criterio y pruebas para demostrar que los cambios en el
cerebro, vinculados a los cambios tecnológicos de nuestra época, son reales e inusitados?
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Desde el conocimiento que aportan las neurociencias, el cerebro se ve afectado por todos
los cambios en el entorno cultural; porque, vivir en esos entornos, participar en ellos,
consiste en la activación de patrones de actividad cerebral, mediante los cuales dirigir
intencionalmente el comportamiento. Ver, oír y sentir son experiencias resultado de
propiedades del cerebro que los sentidos limitan. Donde el organismo se comporte o
modifique su comportamiento, ya sea el medio externo o el medio interno, lo ha
conseguido porque el cerebro generó patrones organizados de actividad o cambió los que
habitualmente venía trayendo (Llinas, 2003).
El problema no está ahí; en la perspectiva de este trabajo, el problema estriba en precisar
las condiciones de uso de las tecnologías, los riesgos a los que quedan expuestos los
usuarios cuando las condiciones se vulneran, o cuando las acciones que se llevan a cabo
son injustificables, inaceptables y/o irresponsables. La bibliografía sobre la sociedad de
la Información se divide entre exaltación de las oportunidades afloradas por la tecnología
y advertencia sobre los riesgos a los que quedan expuestos los usuarios. Señalaremos
algunas alertas.
La más evidente y próxima a la observación es el tiempo de exposición. D. F. Roberts
comprobó que la exposición visosensorial-digital puede, en muchos sujetos, llegar a las
8 horas diarias (Roberts, 2005). El Pew Internet American Life Project investiga las
consecuencias que este tipo de exposición acarreará, cuyas consecuencias podrían ser
patentes sobre el 202019. De todo el recorrido de consecuencias que rastrea G. Small,
aludiremos únicamente a una. La evolución nos predispuso para la comunicación cara a
cara, a través de la cual vamos configurando las normas de interacción social (Frith,
2011). Las neurociencias han refinado los caminos neuronales necesarios para las
habilidades empáticas, mediante escaneado con RM. Muchos usos de las TIC mejoran las
habilidades cognitivas y las habilidades en multitareas, incluso en grupo (Gee, 2004). La
inmersión en las TIC temporalmente intensa pone en riesgo de distanciamiento social y
emocional, porque modifica el formato de los procesos atencionales, favoreciendo
estados de atención parcial continua, porque fomenta la atención a los objetivos con
recompensa inmediata y la pospone para tareas con satisfacción a largo plazo, porque la
identidad difusa en la Red disminuye la sensación de riesgo en tareas peligrosas; porque
un porcentaje alto puede llegar a la adicción, con desprendimiento de tareas ordinarias
19
Madden, M. (2005). Internet users ages 12-28…Generations online. Pew Internet American Life Project.
http://www.pewinternet.org/~/media//Files/Reports/2006/PIP_Generations_Memo.pdf.pdf. (23-1-2013).
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obligatorias, por mantenerse on-line20; no todas las aplicaciones fomentan en la misma
medida esas tendencias. Sara E. Allison afirma que, como en toda comunidad de práctica y
de desarrollo del sujeto, en las prácticas on-line también es razonable esperar que se vea
afectada la identidad subjetiva (self)21. Estas apreciaciones hay que completarlas con la
abundantísima bibliografía que considera importante el impacto en la comunidad de prácticas
sociales. El contexto social siempre ha sido y será la zona de construcción del sujeto, dado
que evolutivamente estamos organizados biológicamente para el contacto cara a cara
(Ekman, 2004). En síntesis G. Small afirma: Las TICs “Están provocando que nuestro
cerebro evolucione a ritmos sin precedentes” (Small, 2009). Evidentemente el concepto
de evolución hace referencia aquí a desarrollo evolutivo biográfico, otra cosa lo
entendemos como alucinación. Alucinación consensuada llamó W. Gibson (Gibson,
1984) al ciberespacio.
No obstante, también este asunto lo está tratando la que podríamos llamar literatura de
acompañamiento al desarrollo de las tecnologías (Nicolelis, 2012); en esa literatura hay
algunos que vislumbran un punto de inflexión evolutiva, un acontecimiento singular
(gran singularidad) y una era posthumana; es lo que se denomina literatura
tecnofantástica.
10. CONCLUSIÓN
El recorrido llevado a cabo nos confirma el proceso de interacción entre actividad cerebral
y prácticas culturales; la plasticidad del cerebro posibilita las prácticas culturales y puede
verse vulnerado por ellas, abriendo un capítulo de neuroética sobre calidad de prácticas
culturales. Finalmente, la plasticidad del cerebro y sus implicaciones, la neurocultura,
constituye un elemento básico de la antropología de la formación: la educación, como
cuidado y fomento de hábitos saludables y protectores de la actividad del cerebro, en tanto
que estructura que soporta el funcionamiento de nuestra mente.
20
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COMPULSIVE COMPUTER USE. MASSACHUSETTS INSTITUTE OF TECHNOLOGY.
HTTP://HDL.HANDLE.NET/1721.1/45341 (23-1-2013).
21
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La aproximación de la teoría de la educación a las neurociencias es, hoy, un requerimiento
cultural, para aumentar la comprensión de los procesos educativos en todos los seres
humanos: adolescentes, adultos, ancianos y vulnerados por cualquiera categoría de
incapacidad. Esa aproximación mejora la perspectiva de estudio de los procesos
educativos. Demuestra que la estructura que nos hace capaces de expandir la actividad de
las funciones mentales, la plasticidad cerebral, por carecer de diseño inteligente, es
susceptible de aparecer vulnerada de nacimiento, de quedar afectada por vulneración
sobrevenida –en el trauma y en el maltrato-, y, siempre, de una u otra manera está
demandando tutela y cuidado para dar de sí o alcanzar la resiliencia posible. Plasticidad,
vulnerabilidad y resiliencia son tres conceptos que aclaran la perspectiva de una teoría de
la educación inclusiva, desde el principio y por principio. Para este perfeccionamiento de
la perspectiva de la teoría de la educación creemos imprescindible la aproximación a las
neurociencias. Si evolución es el concepto más unificador de toda la biología, educación
es el concepto más integrador, para la comprensión de los seres humanos. La teoría de la
educación no puede escamotear que el proceso educativo tiene lugar en la especie de
organismo que calificamos de ser humano.
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Para citar el presente artículo puede utilizar la siguiente referencia:
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