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MARY-FRANCES O’ CONNOR
El cerebro en duelo
La sorprendente ciencia de cómo
aprendemos del amor y de la pérdida
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Colección Psicología
EL CEREBRO EN DUELO
Mary-Frances O’ connor
1.ª edición en versión digital: noviembre de 2023
Título original: The Grieving Brain
Traducción: V erónica d’ Ornellas
Maquetación: Marga Benavides
Corrección: Sara Moreno
Diseño de cubierta: Enriq ue I borra
Maquetación ebook: leerendigital.com
© 2022, O’ connor Productions, Inc.
Libro publicado por acuerdo con DeFiore and Company Literary Management, Inc
(Reservados todos los derechos)
© 2023, Ediciones Obelisco, S.L.
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S.L.
Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida
08191 Rubí - Barcelona - España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
E-mail: info@ edicionesobelisco.com
ISBN EPUB: 978-84-1172-082-3
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Índice
Portada
El cerebro en duelo
Créditos
Parte 1. La dolorosa pérdida del aquí, el ahora y la cercanía
Capítulo 1. Caminar en la oscuridad
Capítulo 2. Buscar la cercanía
Capítulo 3. Creer en los pensamientos mágicos
Capítulo 4. La adaptación a lo largo del tiempo
Capítulo 5. Desarrollar complicaciones
Capítulo 6. Añorar a tu ser querido
Capítulo 7. Tener la sabiduría para conocer la diferencia
Parte 2. La recuperación del pasado, el presente y el futuro
Capítulo 8. Pensar mucho en el pasado
Capítulo 9. Estar en el presente
Capítulo 10. Proyectar el futuro
Capítulo 11. Enseñar lo que has aprendido
Agradecimientos
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Para Anna,
q uien me enseñó q ue en la vida no sólo hay dolor
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Introducción
Desde que existen las relaciones humanas, hemos batallado con el
dolor abrumador que sentimos tras la muerte de un ser querido.
Poetas, escritores y artistas nos han proporcionado conmovedoras
representaciones de la naturaleza casi indescriptible de la pérdida,
la amputación de una parte de nosotros mismos, o una ausencia
que parece caer sobre nosotros como un manto muy pesado. Como
seres humanos que somos, nos sentimos obligados a tratar de
explicar nuestra aflicción, a describir lo que se significa llevar esa
carga. En el siglo XX, algunos psiquiatras (Sigmund Freud, Elisabeth
Kübler-Ross y otros) empezaron a describir, desde una perspectiva
más objetiva, lo que las personas que entrevistaban sentían durante
el duelo, y observaron patrones y similitudes significativos entre
ellas. En la literatura científica se escribieron unas descripciones
magníficas del «qué» de la aflicción: qué se siente, qué problemas
causa e incluso qué reacciones corporales se producen.
Pero yo siempre quise entender el porq ué, y no solo el q ué. ¿Por
qué es tan dolorosa la aflicción? ¿Por qué la muerte, la ausencia
permanente de esa persona a la que uno estaba unido, tiene como
consecuencia unos sentimientos tan devastadores y provoca
comportamientos y creencias que son inexplicables, incluso para
uno mismo? Tenía la certeza de que parte de la respuesta podría
encontrarse en el cerebro, el lugar donde se encuentran nuestros
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pensamientos y sentimientos, nuestras motivaciones y nuestros
comportamientos. Si pudiéramos verlo desde la perspectiva de lo
que el cerebro hace durante el duelo, quizás podríamos encontrar el
cómo y eso nos ayudaría a entender el porq ué.
A menudo, la gente me pregunta qué me motivó a estudiar la
aflicción y a convertirme en investigadora del tema. Creo que
normalmente me lo preguntan por simple curiosidad, pero también
quizás porque quieren saber si pueden confiar en mí. Tú, que estás
leyendo esto, quizás también quieras saber si la he experimentado,
si he pasado por la noche oscura de la muerte y la pérdida, si
conozco aquello de lo que estoy hablando y que estoy estudiando.
El dolor que he experimentado no ha sido peor que el dolor de otras
personas con las que he hablado, que describen su pérdida y cómo
su vida se hizo añicos después de ella. Pero yo sí he conocido la
pérdida. Cuando estaba en octavo, mi madre fue diagnosticada con
cáncer de mama en etapa IV. Había células cancerosas en todos los
ganglios linfáticos que el cirujano extrajo cuando realizó su
mastectomía, de manera que supo que ya se habían desplazado a
otras partes de su cuerpo. Dado que yo sólo tenía trece años, no
supe hasta varios años más tarde que se suponía que mi madre
solo sobreviviría ese año. Pero sabía que la aflicción había llegado a
nuestra casa, alterando la vida de nuestra familia, que ya estaba
pasando por momentos difíciles debido a la separación de nuestros
padres y a la depresión de mi madre. Esa casa se encontraba en lo
alto de las Montañas Rocosas del norte, cerca de la divisoria
continental, en un pueblo rural en el que había una pequeña
universidad, en la que mi padre era profesor. El oncólogo de mi
madre la describía como su «primer milagro», pues ella vivió trece
años más: un respiro que el universo les dio a sus dos hijas
adolescentes (mi hermana mayor y yo). Pero en ese mundo, yo era
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el tónico emocional de mi madre, la reguladora de su estado de
ánimo. Mi partida para estudiar en una universidad, aunque fue
beneficiosa para mi desarrollo, no hizo más que empeorar su
depresión. Por lo tanto, mi deseo de entender la aflicción no se
originó por la experiencia a la que me enfrenté tras su muerte,
cuando yo tenía veintiséis años, sino por el deseo de comprender la
aflicción y el dolor de mi madre en retrospectiva, y para saber qué
podría haber hecho para ayudarla.
Me marché a estudiar a la Universidad Northwestern, en las
afueras de Chicago, ansiosa por escapar de la vida rural, por ir a la
universidad en una ciudad en la cual en una sola manzana
trabajaban más personas que todas las que vivían en mi pueblo. La
primera vez que me encontré con una mención de una neuroimagen
funcional fue cuando leí unas cuantas frases del libro de texto
I ntroducción a la neurociencia a principios de los noventa. La
imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) era una
tecnología muy nueva, a la que tenía acceso sólo un puñado de
investigadores en el mundo entero. Eso despertó mi interés. Aunque
no imaginaba que algún día tendría acceso a esas máquinas, me
fascinaba la posibilidad de que los científicos pudieran ver el interior
de la caja negra del cerebro.
Diez años más tarde, en la escuela de posgrado de la Universidad
de Arizona, completé mi tesis, un estudio de una intervención
encaminada a aliviar la aflicción. Un miembro de mi comité de tesis,
que era psiquiatra, me sugirió que tenía la gran oportunidad de ver
cómo se manifestaba la aflicción en el cerebro y me recomendó que
invitara a los participantes del estudio de mi tesis a regresar para
que les hicieran una exploración con IRMf. Tuve mis dudas. Ya
había completado los requerimientos para mi doctorado en
Psicología Clínica y las neuroimágenes eran una tecnología
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completamente nueva que tendría que aprender, con curva de
aprendizaje muy pronunciada. Pero a veces los astros se alinean
para un proyecto, de manera que comenzamos el primer estudio del
duelo con IRMf. El psiquiatra Richard Lane se había tomado una
excedencia en la University College de Londres, donde se
desarrollaron los primeros métodos para analizar imágenes por
resonancia magnética funcional. Lane estaba dispuesto a
enseñarme a realizar el análisis, pero aun así me parecía una tarea
imposible.
Y, sin embargo, los astros estaban alineados. Resultó ser que un
psiquiatra alemán, Harald Gündel, quería venir a EE. UU. para que
Lane le enseñara los métodos de las neuroimágenes a él también.
Gündel y yo nos conocimos en marzo del año 2000 y conectamos
de inmediato. Compartíamos una fascinación por la forma en que el
cerebro sostiene las relaciones humanas que nos ayudan a regular
nuestras emociones, y la curiosidad acerca de lo que ocurre cuando
esas relaciones se pierden. ¿Quién hubiera pensado que dos
investigadores, nacidos en dos países distintos y con una diferencia
de edad de una década, podrían tener tantos intereses en común?
Así pues, los elementos del estudio se habían establecido. A través
de la elaboración de mi tesis, yo había conocido a un grupo de
personas afligidas que estaban dispuestas a hacerse una
resonancia. Gündel sólo podía quedarse en EE. UU. durante un mes
y yo debía partir a la UCLA en julio de 2001 para realizar mis
prácticas clínicas. Mi preocupación era que el escáner de
neuroimágenes del centro médico de nuestra universidad iba a ser
reemplazado en el único momento en el que todos podíamos
coincidir en Tucson, Arizona. Pero todos los proyectos constructivos
tienen el mismo problema: los retrasos. De manera que, en mayo de
2001, no había escaneos programados, pero el escáner antiguo
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todavía estaba disponible. El primer estudio del duelo con
neuroimágenes[01] se realizó en cuatro semanas, un tiempo récord
para la realización de cualquier proyecto de investigación. Este libro
te ofrece los resultados de dicho estudio y muchas cosas más.
Mudarme a la UCLA me brindó la oportunidad de añadir otra área
de especialización a mi conjunto de herramientas científicas.
Completé mis prácticas clínicas ahí, un año de trabajo clínico en el
hospital y en las clínicas, donde vi clientes con una amplia gama de
problemas médicos y de salud mental. Una vez acabadas mis
prácticas clínicas, me embarqué en una beca posdoctoral en
Ppsiconeuroinmunología (PNI), un término sofisticado para el
estudio de la forma en que la inmunología encaja en nuestra
comprensión de la psicología y la neurociencia. Permanecí diez
años en la UCLA, haciendo la transición a la facultad, pero
finalmente regresé a la Universidad de Arizona. Ahí dirigí el
laboratorio de Grief, Loss and Social Stress (GLASS), un rol muy
satisfactorio que me permite enseñar a estudiantes de grado y de
posgrado y dirigir el programa de formación clínica. Actualmente mis
días son bastante variados. Paso horas leyendo estudios de
investigación y diseñando nuevos estudios que investigarán los
mecanismos de la experiencia efímera de la aflicción; doy clases a
los estudiantes de grado en grupos pequeños y grandes; trabajo con
otros psicólogos clínicos del país y del mundo para ayudar a dar
forma a la dirección del campo de la investigación de la aflicción;
soy mentora de estudiantes de posgrado y los ayudo a desarrollar
sus propios modelos científicos, a escribir manuscritos para difundir
sus hallazgos en el campo, y doy charlas en nuestra comunidad
local; y quizás lo más importante sea que fomento el talento para el
pensamiento científico de cada alumno y los animo a que nos
muestren su visión única del mundo desde un punto de vista
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científico.
Aunque mi trabajo como investigadora, mentora, profesora y
escritora ya no me permite atender a clientes en terapia, tengo
muchas oportunidades para oír hablar de la aflicción de las
personas gracias a las extensas entrevistas que realizo para mi
investigación. Hago todo tipo de preguntas y, además, trato de
escuchar atentamente a las personas amables y generosas que
están dispuestas a contarme sus historias. Ellas me dicen que lo
que las motiva a participar es el poder contar sus experiencias a la
ciencia para así ayudar a otras personas que están experimentando
esa terrible etapa posterior a haber perdido a un ser querido. Estoy
agradecida a cada una de ellas y he tratado de honrar sus aportes a
través de este libro.
Cuando pensamos en la aflicción, la neurociencia no es
necesariamente la disciplina que nos viene a la mente y, sin duda,
menos aún en la época en que inicié mi investigación. Con todos los
años que llevo dedicándome al estudio y la investigación, he
acabado dándome cuenta de que, cuando un ser querido fallece, el
cerebro tiene un problema que resolver. Y no es un problema trivial.
Perder a una persona amada nos abruma porque necesitamos a
nuestros seres queridos tanto como necesitamos alimentos y agua.
Afortunadamente, el cerebro es bueno para resolver problemas.
De hecho, el cerebro existe precisamente para realizar esa función.
Después de décadas de investigación, me di cuenta de que el
cerebro dedica un gran esfuerzo a determinar dónde están nuestros
seres queridos cuando están vivos, para que podamos encontrarlos
cuando los necesitemos. Y el cerebro suele preferir los hábitos y las
predicciones antes que nueva información, pero se esfuerza por
aprender la información nueva que no puede ser ignorada, como la
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ausencia de nuestro ser querido. El duelo requiere la difícil tarea de
sacar a la persona que ha fallecido del mapa que hemos utilizado
para navegar juntos por nuestra vida, y transformar nuestra relación
con ella. Experimentar el duelo, o aprender a vivir una vida que
tenga sentido sin nuestro ser querido, es fundamentalmente un tipo
de aprendizaje. Dado que aprender es algo que hacemos durante
toda nuestra vida, ver el duelo como un tipo de aprendizaje puede
hacer que nos resulte más familiar y comprensible, y nos dé la
paciencia para que podamos dejar que este importante proceso se
desarrolle.
Cuando hablo con estudiantes o terapeutas, o incluso con las
personas que se sientan junto a mí en un avión, descubro que
tienen preguntas cruciales acerca del duelo. ¿La tristeza es lo
mismo que la depresión? Cuando las personas no muestran su
dolor, ¿es porque están en negación? ¿Perder a un hijo es peor que
perder a tu pareja?, me preguntan. Luego, con mucha frecuencia,
me hacen este tipo de preguntas: Conozco a alguien a quien se le
murió su madre/hermano/mejor amigo/marido, y después de seis
semanas, o cuatro meses, o dieciocho meses, o diez años, siguen
sintiendo tristeza. ¿Eso es normal?
Después de muchos años, me he dado cuenta de que las
suposiciones que hay detrás de las preguntas de la gente
demuestran que los estudiosos del duelo no han logrado transmitir
lo que han descubierto. Eso fue lo que me motivó a escribir este
libro. Estoy impregnada de lo que George Bonanno, psicólogo e
investigador de la aflicción, denominó la nueva ciencia del duelo.[02]
El tipo de aflicción en la que me centro en este libro se aplica a
aquellas personas que han perdido a su pareja, a un hijo o una hija,
a un mejor amigo o amiga, o a cualquier persona muy cercana.
También exploro otras pérdidas, como la pérdida de un trabajo, o el
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dolor que sentimos cuando muere una celebridad a la que
admiramos mucho, pero a la que nunca hemos conocido. Ofrezco
pensamientos para aquellas personas que estamos cerca de alguien
que está pasando por el duelo, para ayudarnos a entender lo que
les está ocurriendo. Éste no es un libro de consejos prácticos y, sin
embargo, muchas de las personas que lo han leído me dicen que
aprendieron cosas que pueden aplicar a su propia experiencia única
de la pérdida.
El cerebro siempre ha fascinado a la humanidad, pero
actualmente existen nuevos métodos que permiten ver el interior de
esa caja negra, y lo que podemos ver nos estimula con posibles
respuestas a preguntas antiguas. Dicho esto, no creo que una
perspectiva neurocientífica de la aflicción sea mejor que la
sociológica, la religiosa o la antropológica. Lo digo sinceramente, a
pesar de que he dedicado toda mi carrera al punto de vista
neurobiológico. Creo que examinar la aflicción desde el lente
neurobiológico puede aumentar nuestra comprensión de ella, crear
una visión más holística y ayudarnos a relacionarnos de otra manera
con la angustia y el terror que experimentamos al pasar por el duelo.
La neurociencia forma parte de la conversación de nuestros
tiempos. Al comprender los numerosos aspectos de la aflicción, al
centrarnos en mayor detalle en el modo en que participan los
circuitos cerebrales, los neurotransmisores, los comportamientos y
las emociones en el duelo, tenemos la oportunidad de empatizar de
una nueva forma con las personas que actualmente están sufriendo.
Podemos permitirnos sentir la aflicción, permitir que otras personas
la sientan, y entender la experiencia del duelo; todo ello con mucha
compasión y esperanza.
Quizás te hayas fijado en que utilizo los términos aflicción y duelo.
Aunque se suelen utilizar indistintamente, yo hago una importante
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distinción entre ellos. Por un lado, tenemos la aflicción: la emoción
intensa que cae sobre ti como una ola, es completamente
abrumadora y no puede ser ignorada. La aflicción es un momento
que aparece una y otra vez. Sin embargo, esos momentos son
distintos de lo que llamo el duelo, la palabra que utilizo para
referirme al proceso, a diferencia del momento de aflicción. El duelo
tiene una trayectoria. Obviamente, la aflicción y el duelo están
relacionados, y por eso ambos términos se han venido usando
indistintamente para describir la experiencia de la pérdida, pero hay
algunas diferencias importantes. Verás, la aflicción no tiene fin y es
una respuesta natural a la pérdida. Siempre experimentarás
momentos de aflicción al recordar a esa persona específica. Tendrás
momentos aislados que te abrumarán, incluso años después de la
muerte, cuando hayas logrado que tu vida vuelva a ser una
experiencia satisfactoria y llena de sentido. Pero, aunque siempre
sentirás esa emoción universalmente humana que es la aflicción, tu
duelo, tu adaptación, cambiarán la experiencia a lo largo del tiempo.
En las primeras cien ocasiones en las que sientas una oleada de
aflicción, quizás pienses, «Nunca superaré esto, no puedo
soportarlo». Pero es posible que en la vez número ciento uno,
pienses, «Odio esto, no quiero sentir esto; pero ya me resulta
familiar y sé que voy a superar este momento». Incluso si el
sentimiento de aflicción sigue siendo el mismo, tu relación con ese
sentimiento se irá transformando. Sentir aflicción años después de
la pérdida puede hacer que dudes si realmente te has adaptado.
Pero si piensas que la emoción y el proceso de adaptación son dos
cosas distintas, entonces sentir aflicción ya no será un problema,
incluso si llevas mucho tiempo pasando por el duelo.
Puedes ver el viaje que haremos juntos a través de este libro
como una serie de misterios que vamos resolviendo, en la que la
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parte 1 gira en torno a la aflicción y la parte 2 en torno al duelo.
Cada capítulo aborda una pregunta en particular. El capítulo 1
pregunta, ¿por qué es tan difícil entender que la persona ha muerto
y se ha ido para siempre? La neurociencia cognitiva me ayuda a
responder a esa pregunta. El capítulo 2 pregunta, ¿por qué la
aflicción provoca tantas emociones y por qué sentimos una tristeza,
una rabia, unos reproches, una culpa y un anhelo tan intensos? Aquí
introduzco la teoría de la fijación, incluyendo nuestro sistema de
fijación neuronal. El capítulo 3 se basa en las respuestas de los dos
primeros capítulos y plantea una nueva pregunta: ¿por qué
tardamos tanto tiempo en entender que nuestro ser querido se ha
ido para siempre? Ahí explico las múltiples formas de conocimiento
que nuestro cerebro tiene simultáneamente para pensar en este
enigma. Cuando llegamos al capítulo 4, ya tenemos suficiente
contexto como para profundizar en una pregunta fundamental: ¿qué
ocurre en el cerebro durante la aflicción? Sin embargo, para
entender la respuesta a esta pregunta también consideramos lo
siguiente: ¿cómo ha cambiado nuestra comprensión de la aflicción a
lo largo de la historia de la ciencia del duelo? El capítulo 5 examina
con mayor sutileza por qué algunas personas se adaptan mejor que
otras cuando pierden a un ser querido y pregunta, ¿cuáles son las
complicaciones en un duelo complicado? El capítulo 6 reflexiona
sobre por qué sentimos tanto dolor cuando perdemos a esa persona
amada específica. Este capítulo trata sobre cómo funciona el amor y
cómo nuestro cerebro permite que se establezca el vínculo que
tiene lugar en las relaciones. El capítulo 7 habla de qué podemos
hacer cuando estamos abrumados por la tristeza. Para profundizar
en las respuestas a esta pregunta me baso en la psicología clínica.
En la parte 2 entramos en el tema del duelo y qué podemos hacer
para recuperar una vida que tenga sentido. El capítulo 8 pregunta,
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¿por qué rumiamos tanto después de haber perdido a un ser
querido? Cambiar el tema en el que pasamos tiempo pensando
puede cambiar nuestras conexiones neuronales y aumentar
nuestras posibilidades de aprender a vivir una vida con sentido. Sin
embargo, dejar de concentrarnos en el pasado hace que, en el
capítulo 9, nos cuestionemos, ¿por qué querríamos centrarnos en
nuestra vida en el presente, si está llena de aflicción? La respuesta
incluye la idea de que sólo en el momento presente podemos
experimentar también alegría y la condición humana, y expresar
amor a nuestros seres queridos que todavía viven. Desde el pasado
y el presente, en el capítulo 10 miramos hacia el futuro y nos
preguntamos, ¿cómo podría transformarse nuestra aflicción, si esa
persona nunca regresará? Nuestro cerebro es increíble y nos
permite imaginar un número infinito de futuras posibilidades si
dominamos esta habilidad. El capítulo 11 hace un cierre con lo que
la psicología cognitiva puede aportar a nuestra comprensión del
duelo como una forma de aprendizaje. Adoptar el punto de vista de
que el duelo es una forma de aprendizaje, y que siempre estamos
aprendiendo, puede hacer que el serpenteante camino del duelo nos
resulte más familiar y esperanzador.
Piensa en este libro como si tuviera tres personajes. El personaje
más importante es tu cerebro, maravilloso por su capacidad y
enigmático en su proceso. Es la parte de ti que oye y ve lo que
ocurre cuando un ser querido muere y se pregunta qué hacer a
continuación. Tu cerebro es fundamental para la historia, construida
a partir de las horas de tu experiencia personal con el amor y la
pérdida. El segundo personaje es la ciencia del duelo, un campo
nuevo lleno de carismáticos científicos y terapeutas, así como de los
falsos comienzos y los emocionantes descubrimientos de cualquier
actividad científica. El tercer y último personaje soy yo, una persona
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que siente aflicción y es una científica, porque quiero que confíes en
mí como tu guía. Mis propias experiencias de pérdida no son tan
inusuales, pero espero que, a través del trabajo de mi vida, puedas
ver desde un nuevo punto de vista cómo tu cerebro te permite llevar
a tu ser querido siempre contigo durante el resto de tu vida.
[01]. H. Gündel, M. F. O’ Connor, L. Littrell, C. Fort y R. Lane (2003), «Functional
neuroanatamy of grief: An FMRI study», American Journal of Psychiatry 160,
pp. 1946-1953.
[02]. G. A. Bonanno (2009), The Other Side of Sadness: What the N ew Science of
Bereavement Tells U s about L ife after L oss (Nueva York: Basic Books).
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PAR TE 1
La dolorosa pérdida del aquí,
el ah ora y la cercanía
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CAPÍTULO 1
Caminar en la oscuridad
Cuando explico la neurobiología de la aflicción, normalmente
empiezo con una metáfora basada en alguna experiencia conocida.
Pero, para que la metáfora tenga sentido, tenemos que aceptar una
premisa. Y esa premisa es la siguiente: que alguien ha robado tu
mesa de comedor.
Imagina que despiertas con mucha sed en medio de la noche. Te
levantas de la cama y te diriges a la cocina para tomar un vaso de
agua. Al dirigirte hacia la cocina, recorres el pasillo y atraviesas el
oscuro comedor. En el momento en que tu cadera debería golpearse
contra la dura esquina de la mesa del comedor, sientes… Hmmm…
¿Qué es lo que sientes? Nada. De repente te das cuenta de que no
sientes nada en ese sitio, a la altura de la cadera. Eres consciente
de eso: de no estar sintiendo algo específico. Lo que ha llamado tu
atención es la ausencia de algo. Lo cual es extraño, porque
normalmente pensamos que algo nos llama la atención. ¿Cómo es
que nada está captando nuestra atención?
Bueno, de hecho, en realidad no estás caminando en este mundo.
O, para ser más exactos, la mayor parte del tiempo estás
caminando en dos mundos, y uno de esos mundos es un mapa de
realidad virtual creado enteramente en tu cabeza. Tu cerebro está
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moviendo tu forma humana por el mapa virtual que ha creado, y ése
es el motivo por el cual puedes desplazarte por tu casa con relativa
facilidad en la oscuridad. No estás utilizando el mundo externo como
guía. Estás usando el mapa de tu cerebro para moverte por un
espacio que conoces y tu cuerpo humano llega al lugar donde el
cerebro lo ha enviado.
Imagina que ese mapa virtual cerebral del mundo es como un
mapa de Google que está en tu cabeza. ¿Alguna vez has tenido la
experiencia de seguir indicaciones de voz sin ser plenamente
consciente de por dónde estabas conduciendo tu automóvil? En
algún momento, la voz te dice que gires hacia una calle, pero quizás
descubras que esa calle es en realidad un carril para bicicletas. El
GPS y el mundo no siempre coinciden. Igual que en el caso de los
mapas de Google, el mapa de tu cerebro se apoya en una
información previa que tiene sobre esa zona. Pero, para que no
corras ningún peligro, el cerebro tiene áreas enteras dedicadas a la
detección de errores: a percibir cualquier situación en la que el
mapa del cerebro y el mundo real no coinciden. Cuando detecta un
error, empieza a apoyarse en la información visual que está
recibiendo (y si es de noche, podemos encender las luces). Nos
apoyamos en nuestros mapas cerebrales porque eso requiere
mucha menos energía de cálculo que caminar por una casa
conocida como si fuera tu primera experiencia haciéndolo; como si
cada vez descubrieras dónde están las puertas, las paredes y los
muebles, y decidieras cómo moverte en ese espacio.
Nadie espera que le roben su mesa de comedor. Asimismo, nadie
espera que su ser querido muera. Incluso cuando una persona lleva
mucho tiempo enferma, uno no sabe cómo va a ser la experiencia
de caminar por el mundo sin ella. Mi aporte como científica ha sido
estudiar la aflicción desde la perspectiva del cerebro, desde la
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perspectiva de que éste está tratando de resolver un problema
cuando se enfrenta a la ausencia de la persona más importante de
nuestra vida. La aflicción es un problema dolorosamente
desgarrador que el cerebro debe resolver, y el duelo exige que
aprendamos a vivir con la ausencia de alguien a quien amamos
profundamente, que forma parte de nuestra comprensión del
mundo. Esto significa que, para el cerebro, tu ser querido ha
desaparecido y, al mismo tiempo, está eternamente presente. Y tú
estás caminando a través de esos dos mundos simultáneamente.
Estás moviéndote por tu vida a pesar de que esa persona ya no
está; es una premisa que no tiene ningún sentido y es confusa y
perturbadora.
¿Cómo entiende el cerebro la pérdida?
¿Cómo hace, exactamente, el cerebro para permitirte transitar por
dos mundos al mismo tiempo? ¿Qué hace para que te sientas
extraño cuando no te golpeas la cadera contra la mesa de comedor
que ya no está ahí? Sabemos bastante acerca de la forma en que el
cerebro crea mapas virtuales. Incluso hemos descubierto dónde
está ubicado el hipocampo (una estructura con forma de caballito de
mar en las profundidades del cerebro) donde se aloja el mapa del
cerebro. Para entender lo que está haciendo ese pequeño
ordenador de materia gris, a menudo nos basamos en estudios
sobre animales. Los procesos neurales básicos de los animales son
similares a los de los humanos y, además, ellos utilizan mapas
cerebrales para moverse. En el caso de las ratas, podemos usar un
sensor para captar la señal eléctrica cuando una sola neurona se
activa. La rata lleva un dispositivo en la cabeza mientras se mueve
y, cuando la neurona se activa, se registra cuál es la ubicación de la
rata en ese momento. Esto nos indica a qué puntos de referencia
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está reaccionando la neurona, y dónde lo hace.
En un estudio pionero realizado por los neurocientíficos noruegos
Edvard Moser y May-Britt Moser, una rata hace una excursión diaria
a una caja en la que se registran la activación de las neuronas. Sólo
hay una cosa destacable en la caja: una torre alta de color azul
intenso hecha de ladrillos de LEGO. La rata realiza
aproximadamente veinte visitas diarias a su pequeña caja, hasta
que los investigadores determinan, basándose en el dispositivo que
tiene en la cabeza, cuál de sus neuronas individuales se activa
cuando se topa con la torre azul. A estas neuronas se las denomina
células de objeto porque se activan cuando la rata está en la zona
del objeto. Incluso cuando existe una clara evidencia de que las
células de objeto se activan cuando la rata está cerca del objeto,
sigue existiendo la pregunta de por qué lo hacen: ¿se está activando
la neurona porque reconoce los aspectos sensoriales de la torre
azul (alta, azul, dura), o está reflexionando sobre otro aspecto como,
por ejemplo, «Hmmm, he visto esto aquí antes»? Sería interesante
que la neurona estuviera codificando la historia de esa experiencia.
Luego, los investigadores sacaron de la caja la torre azul de
LEGO y dejaron que la rata hiciera varias visitas diarias más.
Asombrosamente, hubo células neurales que se activaron
específicamente cuando la rata se encontraba en el área en la que
la torre azul solía estar. Estas neuronas eran un grupo de células
distintas a las células de objeto, de manera que los investigadores
las llamaron células de rastro de objetos.[03] Las células de rastro de
objetos se activaban con el rastro fantasma de donde la torre azul
debería haber estado, según el mapa virtual interno de la rata. Pero
lo que resultaba incluso más increíble era que esas células de rastro
de objetos persistían en activarse durante un promedio de cinco
días después de que la torre azul hubiera sido retirada, mientras la
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rata se iba dando cuenta gradualmente de que la torre ya no iba a
estar ahí. La realidad virtual tenía que actualizarse para que
coincidiera con el mundo real, pero eso es algo que toma tiempo.
Si alguien cercano a nosotros muere, entonces, basándonos en lo
que sabemos acerca de las células de rastro de objetos, nuestras
neuronas continúan activándose cada vez que esperamos encontrar
a nuestro ser querido en la habitación. Y este rastro neural persiste
hasta que aprendemos que nuestro ser querido ya no va a estar en
nuestro mundo físico nunca más. Debemos actualizar nuestros
mapas virtuales, creando una cartografía modificada de nuestra
nueva vida. ¿Es de extrañar que tengamos que pasar por varias
semanas o varios meses de aflicción y nuevas experiencias hasta
familiarizarnos con nuestra nueva realidad?
Una cuestión de mapas
Normalmente, los científicos tratan de ofrecer la explicación más
sencilla de lo que ven, y los mapas no son necesariamente la
explicación más sencilla de cómo localizamos las cosas. Otra
explicación para aprender que una torre azul está en un
determinado lugar es el simple condicionamiento, una asociación
aprendida durante el entrenamiento. Pero algo más complicado que
una asociación aprendida tiene lugar y sabemos esto gracias a la
investigación iniciada por el neurocientífico John O’ Keefe, un mentor
de los investigadores que descubrieron las células de rastro de
objetos. O’ Keefe y Lynn Nadel (quien actualmente es colega mío en
la Universidad de Arizona) tuvieron una idea revolucionaria en los
años setenta.
Los científicos diseñaron un experimento para comparar dos
ideas: tener una asociación aprendida versus tener un mapa mental.
Una hipótesis es que la rata aprende dónde encontrar comida
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recordando una serie de giros desde donde empieza hasta donde
encuentra víveres gratificantes. Eso es un aprendizaje de puntos de
referencia, lo cual significa que el animal está respondiendo a los
puntos de referencia que ha visto antes: una asociación. La otra
hipótesis es que la rata tiene un mapa del mundo en su cerebro
(más específicamente, en su hipotálamo) y descubre los sabrosos
alimentos dirigiéndose al lugar donde se encuentran en su mapa
cerebral. Esto es un aprendizaje de lugares, y no un aprendizaje de
puntos de referencia.
O’ Keefe y Nadel construyeron una caja con agujeros espaciados
uniformemente donde la comida podía aparecer. Cuando se coloca
a la rata en una entrada a la caja, ésta podría aprender, por ejemplo,
a girar hacia la derecha y pasar corriendo delante de dos agujeros y
obtener la comida en el tercer agujero. Pero si solamente está
aprendiendo estos puntos de referencia, entonces el mismo plan no
funcionará cuando los investigadores coloquen a la rata en una
entrada a la caja que esté en una ubicación diferente. Entonces, si
gira hacia la derecha y pasa corriendo delante de dos agujeros, no
encontrará ningún alimento delicioso en el tercer agujero. Por otro
lado, si la rata tiene un mapa interno de toda la caja, entonces no le
importará en qué entrada la coloquen inicialmente. Simplemente
correrá hacia el agujero en el que se encuentra la comida,
conociendo la ubicación del agujero en relación con toda la caja.[04]
Resulta ser que las ratas tienen un mapa de toda el área. El
experimento mostró que las ratas realizan un aprendizaje del lugar y
no un aprendizaje de puntos de referencia. De hecho, las neuronas
individuales disparan hacia determinados lugares en la caja, una
especie de código que representa cada ubicación. Estas neuronas
individuales se llaman células de lugar. Nos ayudan a llevar un
registro de dónde nos encontramos en el mundo, pero también de
25
dónde están otras cosas importantes, como una fuente constante de
alimento. Los humanos, asimismo, tienen células de lugar para su
nevera. No importa si venimos desde la puerta de entrada a nuestra
casa o desde la puerta trasera, siempre podemos llegar a la nevera
utilizando nuestro mapa cerebral.
Nuestros seres queridos son tan importantes para nosotros como
el alimento y el agua. Si te pregunto en este momento dónde está tu
pareja, o dónde vas a ir a buscar a tus hijos, probablemente tendrás
una idea muy clara de dónde encontrarlos. Utilizamos mapas
cerebrales para encontrar a nuestros seres queridos, para predecir
dónde están y para buscarlos cuando se han marchado. Un
problema clave en la aflicción es que el mapa virtual que siempre
utilizamos para encontrar a nuestros seres queridos y la realidad no
coinciden después de su fallecimiento, pues ya no podemos
hallarlos en las dimensiones de espacio y tiempo. La extraña
situación de que no estén en el mapa, la alarma y la confusión que
esto provoca es la razón principal de que la aflicción nos abrume.
La evolución se adapta a las circunstancias
Las primeras criaturas móviles necesitaban encontrar alimentos, una
necesidad básica de la vida. El mapa neural probablemente estaba
desarrollado para saber dónde ir para satisfacer esa necesidad. Más
adelante, especialmente cuando los mamíferos se desarrollaron,
surgió otra necesidad: de otros miembros de la especie, de cuidar
de ellos, de defenderlos y de aparearse con ellos. Éstas son las
llamadas necesidades de apego. Por el momento, pensemos en la
necesidad de alimento y en la necesidad de tener seres queridos
(apego) como si fueran dos problemas similares que el mamífero
debe resolver. Ahora bien, los alimentos y los seres queridos son,
obviamente, cosas muy distintas. Los alimentos no siempre se
26
encuentran en el mismo lugar, pero nuestros seres queridos tienen
una mente propia y, por lo tanto, son incluso menos predecibles.
Pongamos un ejemplo de simples mamíferos para ver cómo aún
podríamos utilizar mapas cerebrales como una solución al problema
de localizar a nuestros seres queridos. Uno de mis programas de
televisión favoritos, Meerkat Manor,[05] documenta las vidas de las
suricatas en el desierto de Kalahari. Las suricatas son unos
pequeños roedores que se asemejan un poco a los perritos de las
praderas. Este programa de televisión es una especie de mezcla
entre Reino salvaje y The Y oung and the Restless. La familia
«Bigotes» de suricatas está encabezada por una hembra alfa
inteligente y fiera llamada Flor. Cada día, Flor y su tribu se dirigen a
la sabana en busca de escarabajos, escorpiones y otros productos
sabrosos que el desierto les proporciona para su supervivencia.
Algunos miembros de la tribu se quedan en casa cuidando a las
crías de suricatas, que están completamente indefensas. Las
suricatas recorren largas distancias en busca de alimento y, sin
embargo, regresan a casa cada noche para reunirse con sus
diminutas crías y sus niñeras aburridas. Saben con cuánta
frecuencia deben volver a una zona cuando han agotado sus
opciones de alimento. Se orientan a pesar de que cada cierto tiempo
se mudan con toda su progenie a una nueva madriguera
subterránea. Hay cientos de madrigueras y las suricatas se mudan
regularmente para evadir a los depredadores, a los rivales, a las
pulgas y el mantenimiento general de sus hogares. El mapa virtual
que estos pequeños mamíferos tienen en su hipocampo debe ser
inmenso, y sin embargo, regresan a casa una y otra vez, sin
ninguna dificultad aparente.
La evolución ha dotado a las criaturas sociales con la capacidad
computacional de trazar un mapa de su entorno, de saber dónde
27
hay buenas fuentes de alimento y con cuánta frecuencia deben
regresar a una zona después de haber comido ahí. Pero la
evolución se adapta a las circunstancias, y cuando surge una nueva
necesidad, utiliza la maquinaria disponible en lugar de desarrollar un
nuevo sistema cerebral. Entonces, parece probable que el mismo
mapeo codificado en las neuronas para encontrar alimento se utilice
también para mapear dónde tienen los mamíferos a sus bebés y
cómo regresar a ellos al final del día. O cómo volver al lugar donde
se encuentran en caso de emergencia, como en el episodio en el
que Flor regresa corriendo a la guarida cuando ve que hay un
halcón peligroso sobrevolando en círculos sobre la madriguera en la
que están ocultas sus crías. Como humanos, nosotros mapeamos
dónde se encuentran nuestros seres queridos en un mapa virtual en
nuestra cabeza, utilizando tres dimensiones. Las primeras dos
dimensiones están directamente relacionadas con las mismas que
utilizamos para encontrar comida: espacio (dónde se encuentra) y
tiempo (cuándo es un buen momento para buscar alimento ahí). La
tercera dimensión es lo que yo llamo cercanía. Una manera de
asegurarnos de que nuestros seres queridos sean más predecibles
es a través de nuestro vínculo. La probabilidad de encontrarlos
aumenta si ellos se sienten motivados a esperar a que lleguemos a
casa, o si tienen el deseo de buscarnos si no lo hacemos. Esta
atadura invisible, este vínculo de cercanía, es lo que el psiquiatra
británico John Bowlby llamó apego.[06] Considerar la cercanía como
una dimensión es una idea novedosa y os contaré más sobre esto
en el capítulo 2. Por ahora, concentrémonos en estas tres
dimensiones en general: aq uí, ahora y cercanía.
El vínculo de apego
¿Cómo aprendemos las dimensiones de aq uí, ahora y cerca?
28
Cuando un bebé nace, se siente seguro cuando está en contacto
con su cuidadora o cuidador. En esta sección hablaré de la
«cuidadora», pero no hay ningún motivo por el cual no pueda ser el
padre. Sin embargo, me referiré al bebé en masculino. Durante la
unión física con la madre, el contacto piel con piel, el bebé se siente
tranquilo y feliz, y tiene la capacidad mental suficiente para conocer
la diferencia entre tener contacto físico y no tenerlo. En este punto,
el bebé no conoce necesariamente la diferencia entre él y la
persona a la que literalmente está unido físicamente, pero tiene el
instinto innato de llorar cuando desea ese contacto. El bebé aprende
que, si no hay ningún contacto, entonces llorar hace que la madre
vuelva a estar en contacto con él y el resultado es maravillosamente
relajante. El cerebro del bebé se desarrolla un poco más y ahora
tiene una sensación de un vínculo de apego, incluso cuando existe
una distancia (la dimensión del espacio). Si el bebé puede ver a su
madre en la habitación, o incluso oírla en la habitación de al lado,
existe la sensación de que las necesidades del apego pueden ser
satisfechas. Aquí tenemos la primera realidad virtual, la
representación mental de la madre, basada en señales visuales o
auditivas y no sólo en el contacto físico. Éste es el vínculo del apego
tendiendo un puente a través del espacio, como un lazo invisible. La
presencia de la madre es igualmente relajante, aunque esté en el
otro extremo de la habitación, y el bebé puede continuar haciendo lo
que quiera hacer, porque se siente seguro.
Luego, el bebé aprende cosas sobre la dimensión temporal. En
algún momento durante el primer año, el bebé empieza a llorar
cuando su madre desaparece. Aunque la mayoría de la gente da por
sentado que esto se debe al desarrollo del vínculo emocional con la
madre, no es sólo eso. El cerebro del bebé tiene que desarrollarse
de una forma específica mucho antes de que ese llanto inconsolable
29
tenga lugar cuando su madre se va. Lo que el bebé necesita es una
memoria operativa. Su capacidad de memoria operativa se
establece debido a las nuevas conexiones neurales que hay entre
partes de su cerebro. Ahora el bebé puede mantener en su mente el
recuerdo de lo que ocurrió entre treinta y sesenta minutos antes
(mamá estuvo aquí) y lo que está ocurriendo ahora (mamá no está
aquí), y relacionar las dos cosas. Desafortunadamente, todavía no
puede manejar la incertidumbre de lo que su ausencia podría
significar para él. Entonces, aunque su cerebro ha madurado lo
suficiente como para reconocer que el presente es una alteración
del pasado, su única opción es llorar, con la esperanza de que
mamá lo oiga y regrese.
Con el tiempo, con la experiencia, el bebé descubre que, aunque
mamá se haya ido, siempre regresa. Cuando tiene
aproximadamente un año, empieza a darse cuenta de que puede
esperar a que transcurra un episodio de Barrio Sésamo, o quizás
dos, y que es seguro que luego mamá regresará y todo estará bien
en su mundo. Ahora mamá continúa estando presente en la realidad
virtual de la mente del niño, incluso cuando está fuera de su vista y
no puede oírla. Las necesidades de amor y seguridad no son
abrumadoras, porque el niño puede recurrir al conocimiento
tranquilizador de que su madre va a regresar. Así pues, el vínculo de
apego los une a lo largo del tiempo.[07]
El espacio y el tiempo han sido incorporados de dimensiones que
el cerebro ha estado utilizando para encontrar comida. Esos
mamíferos que aplicaron esas mismas dimensiones a sus
cuidadores sobrevivieron para transmitir sus genes. Los bebés que
se mantuvieron a la vista de sus madres sobrevivieron a los
depredadores, y los niños pequeños que esperaron a que sus
madres regresaran con la comida obtuvieron una mejor nutrición y
30
se hicieron fuertes. El apego se desarrolló porque el cerebro aplicó
una solución de un problema a otro problema mientras la nueva
especie de mamíferos evolucionaba.
Cuando las dimensiones ya no son aplicables
Nuestra necesidad de apego –la necesidad de recibir consuelo y
seguridad de nuestros seres queridos– requiere que sepamos
dónde se encuentran. Cuando pasé de ser una estudiante
universitaria a ser una alumna de posgrado, me mudé a una nueva
universidad en otra ciudad y mi madre sintió un intenso deseo de
venir a visitarme a mi nuevo piso. «Tengo que poder visualizar
dónde estás ahora», dijo. Eso la ayudó a sentirse más cerca de mí,
y creo que el hecho de tener localizado el lugar donde yo me
encontraba hizo que no me echara tanto de menos durante mi
ausencia.
Si utilizamos estas tres dimensiones (aq uí, ahora, cerca) en el
mapa virtual de nuestro cerebro para localizar y seguir el rastro de
nuestros seres queridos, entonces la muerte presenta un problema
especialmente devastador. De repente, te dicen (y en un nivel
cognitivo lo crees) que tu ser querido ya no puede ser localizado en
el espacio y el tiempo. La idea de que una persona simplemente ya
no existe no sigue las reglas que el cerebro ha aprendido a lo largo
de la vida. Los muebles no desaparecen mágicamente. Si la
persona a la que amamos ha desaparecido, entonces nuestro
cerebro da por sentado que está en alguna otra parte y que la
encontraremos más tarde. La acción requerida en respuesta a su
ausencia es bastante simple: ve a buscar a esa persona, grita,
envíale un mensaje de texto, llámala o usa cualquier medio posible
para atraer su atención. La idea de que la persona sencillamente ya
no está en este mundo dimensional no es una respuesta lógica a su
31
ausencia en lo que al cerebro respecta.
Antes mencioné que podríamos comparar la necesidad de apego
a la necesidad de alimento. Ahora, imagina que despiertas una
mañana y te preparas el desayuno, pero cuando te sientas a comer,
no hay nada en tu plato. No hay café en tu taza. Hiciste todas las
cosas correctas, seguiste los procedimientos para preparar el
desayuno, pero aquí viene lo bueno: durante la noche, el mundo ha
cambiado por completo y ahora ya no hay comida para ti. Pides algo
de comer en un restaurante y el camarero se va y regresa para
servirte, pero no te trae nada. Esta situación es tan extraña como la
absoluta confusión que puede producirse cuando te dicen que un
ser querido ha fallecido. Esta confusión no es lo mismo que una
simple negación, aunque ésa puede ser la forma en que los demás
la describan. En lugar de eso, es la desorientación absoluta lo que
las personas experimentan durante una intensa aflicción.
¿Estoy loca?
La primera persona a la que vi en psicoterapia, que estaba lidiando
con la aflicción, estaba bastante segura de que se estaba
«volviendo loca». Tenía veintipocos años y su padre había fallecido
repentinamente en un violento accidente. Ella estaba convencida de
haberlo visto en la calle después del accidente (llevaba puesto el
pañuelo que ella le regaló) y no podía dejar de pensar en esa
experiencia. Realmente creía que lo había visto y, al mismo tiempo,
sabía que eso no era posible. Lo peor era que tenía la esperanza de
volver a verlo, aunque le preocupaba qué aspecto tendría después
de haber tenido ese accidente mortal.
Buscar a nuestros seres queridos después de que han fallecido es
una experiencia muy común. Sostener y oler sus cosas para poder
sentirnos cerca de ellos también es muy habitual, y eso no significa
32
que la persona esté loca (a pesar de lo que Hollywood pueda
sugerir). Lo que importa es tu intención. Estar abrumada porque
echas de menos a tu marido fallecido y buscar algo que te recuerde
a él, para recordar los momentos que pasasteis juntos, eso es una
cosa. Si, años después de la muerte de tu hija, todavía mantienes
su habitación exactamente como estaba el día de su muerte, con las
mismas sábanas en la cama, sin haberlas tocado desde que las
apartó al levantarse en ese fatídico día, y pasas mucho tiempo en su
habitación tratando de recrear tu experiencia antes de su muerte,
eso puede ser problemático. ¿Cuál es la diferencia? En el primer
caso, estás en el presente y recuerdas el pasado, con todo el dolor,
la tristeza y el sentimiento agridulce de haber conocido y amado a
esa persona. En el segundo caso, estás tratando de vivir en el
pasado, fingiendo que el tiempo se ha detenido. Y por mucho que
podamos esperar, esforzarnos y anhelar, jamás podremos detener el
tiempo. Nunca podremos ir hacia atrás. Tarde o temprano tenemos
que salir de esa habitación y recibir la bofetada de la realidad del
presente.
Cuando la joven mujer que estaba en terapia conmigo escuchó
que no requeriría ser hospitalizada por haber tenido una visión de su
padre porque no estaba «loca», fue capaz de hablar de su aflicción.
Fue capaz de poner en palabras cuánto necesitaba todavía a su
padre, porque se sentía muy joven e insegura acerca de lo que le
deparaba el futuro. Esta añoranza es, en muchos sentidos, el
corazón de la aflicción.
B uscar en la noch e
Las religiones del mundo han honrado durante mucho tiempo este
deseo de encontrar a los seres queridos que se han marchado en
las dimensiones del tiempo y el espacio. ¿A dónde se fueron?
33
¿Volveremos a verlos algún día? Después de la muerte de un ser
querido, tenemos un deseo abrumador de ponernos en contacto él,
y ese deseo a menudo llega en el mismo momento en el que
muchas personas recurren a la religión para entender el significado
de la vida y de su lugar en el universo. Las religiones ofrecen
respuestas que calman y consuelan a los que están afligidos.
Suelen describir un lugar en el que los muertos residen ahora (el
cielo, la tierra pura budista, el inframundo al otro lado del río Estigia)
y un momento en el que los volveremos a ver (el Día de los Muertos,
el festival japonés Obon, el Día del Juicio Final). En muchas
culturas, la gente visita la tumba o un altar en su hogar donde van
para sentirse cerca de la persona amada que ha fallecido, para
hablar con ella o pedirle consejos. El hecho de que tantas culturas
distintas hayan proporcionado una respuesta muy concreta a las
preguntas de dónde y cuándo podría ser una indicación de que el
intenso deseo de buscar y localizar el lugar donde se encuentran
nuestros seres queridos (el deseo de tenerlos aq uí y ahora) tiene
una base biológica. Esta evidencia biológica la encontraríamos en el
cerebro, si supiéramos cómo buscarla.
Ciertamente, la importancia de un mapa del lugar donde se
encuentran nuestros seres queridos presenta algunas preguntas
empíricas: ¿las personas usan el mismo mapa virtual cuando se les
pregunta dónde están sus seres queridos fallecidos que cuando se
les pregunta dónde están sus seres queridos vivos? ¿Se encuentra
ese mapa en el hipocampo? Y más importante aún: ¿la seguridad
de que conocemos el paradero de nuestros seres queridos, o
nuestro futuro acceso a ellos, nos da consuelo después de haberlos
perdido? No tenemos ninguna evidencia neurocientífica acerca del
peso de esto (¡todavía!). Sin embargo, un estudio fascinante sobre
la respuesta al estrés de las personas afligidas y sus creencias
34
religiosas arroja algo de luz sobre estas cuestiones.
En primer lugar, ten en cuenta que cuando estamos alterados por
algo, nuestra presión arterial sube, y cuando nos sentimos
consolados, se normaliza. Sabemos que, durante la aflicción, la
presión arterial promedio de las personas sube, en comparación con
personas similares que no están tristes. El sociólogo Neal Krause,
de la Universidad de Michigan, ha señalado que cuando nos
sentimos tristes repetidamente por la pérdida de un ser querido, las
creencias y los rituales religiosos pueden ofrecer consuelo y pueden
ser una manera eficaz de ayudarnos a enfrentar la situación. Esa
respuesta calmante debería ser visible en la presión arterial y en los
índices de hipertensión (presión arterial elevada que persiste a lo
largo del tiempo). Krause diseñó un inteligente estudio en el que los
investigadores entrevistaron a japoneses mayores que habían
experimentado la muerte de un ser querido. Aquellos que estaban
afligidos y creían en una buena vida después de la muerte no
desarrollaron hipertensión en los tres años posteriores. Parecían
estar protegidos por esta creencia. Curiosamente, creer en una
buena vida después de la muerte no predijo una menor hipertensión
en los japoneses mayores que no estaban afligidos. Esta creencia
sólo predecía una presión arterial normal para aquellas personas
que estaban lidiando con el estrés del duelo y necesitaban el
relajante consuelo de este conocimiento.
No forma parte del rol del neurocientífico determinar si las
creencias religiosas de una persona son correctas o no; más bien,
estamos interesados en saber si la forma en que pensamos en
nuestros vínculos sociales puede afectar, o no, a nuestra salud física
y mental. Para el cerebro, pueden haber muchas similitudes entre la
forma en que se enfrenta a un problema (estar al tanto de dónde se
encuentran nuestros seres queridos cuando están vivos) y a otro
35
problema (mantener la conexión con nuestros seres queridos ahora
que ya no podemos estar con ellos). Independientemente de la
veracidad de las enseñanzas religiosas, a través de la neurociencia
podemos entender mejor cómo el cerebro nos permite experimentar
esta cosa maravillosa llamada vida. Para las personas que están
buscando a un ser querido que ha fallecido, entender qué es lo que
las consuela puede generar algunas ideas novedosas acerca de
cómo consolar a otras personas afligidas. Quizás hallar maneras de
proporcionar ese consuelo tranquilizador podría permitir que el
cerebro, y el corazón, descansen durante la experiencia
increíblemente estresante de sufrir una pérdida.
Llenar los espacios
Además de llevar en su interior una amplia gama de mapas
virtuales, otra de las maravillas del cerebro es que es una excelente
máquina de predicción. Una gran parte la corteza cerebral está
configurada para recibir información y compararla con lo que ha
ocurrido anteriormente, con lo que ha aprendido a esperar a través
de la experiencia. Y dado que el cerebro es excelente haciendo
predicciones, a menudo simplemente nos proporciona información
que en realidad no está ahí: completa los patrones que espera ver.
Por ejemplo, la gente puede ver rostros en todas las cosas, desde
las nubes hasta las tostadas, llenando los espacios. Nos esforzamos
por crear una inteligencia artificial que sea tan buena completando
los patrones como lo son los seres humanos. Incluso podemos
medir esa capacidad de predicción en nuestras neuronas. Cuando el
cerebro percibe incluso la más mínima violación de lo que
espera, se produce un patrón de activación de las neuronas que
puede ser captado por un electroencefalograma (EEG). Un gorro de
EEG de electrodos en el cuero cabelludo humano muestra un
36
cambio en el voltaje cuando el cerebro detecta que ha ocurrido algo
«erróneo» milisegundos después de que eso ocurra. Cuando tu
cadera no se golpea contra la mesa de comedor cuando estás
caminando en medio de la noche, por ejemplo, el voltaje de tus
neuronas cambia momentáneamente.
La predicción es clave para prácticamente todos los
comportamientos humanos. Comparamos la sensación esperada de
la mesa de comedor en nuestra cadera con la falta de sensaciones
que recibimos a través de los nervios sensoriales. Sin embargo, es
importante señalar que el cerebro ya ha registrado lo que cree que
ha percibido. Procesar la información sensorial es un proceso muy
rápido y se filtra por las expectativas. Cuando pasaste por el espacio
que anteriormente había estado ocupado por una mesa de comedor,
tu cerebro realmente sintió la mesa. L uego percibió la diferencia
entre el patrón de sensación que había esperado y registrado y lo
que en realidad ocurrió. Imagina a un hombre cuya esposa ha
regresado a casa del trabajo a las seis en punto todos los días
durante años. Después de su muerte, cuando escucha un sonido a
las seis en punto, su cerebro simplemente llena ese espacio con la
puerta del garaje abriéndose. Durante ese momento, su cerebro
creyó que su esposa estaba llegando a casa. Y luego la realidad le
trajo una nueva oleada de dolor.
Este registro neural del momento en el que las cosas ocurren es
la forma en que el cerebro aprende. Hay una frase del científico
canadiense Donald Hebb que ha sido muy utilizada: «las neuronas
que se activan juntas refuerzan su conexión y permanecen juntas».
Esto quiere decir que una sensación (escuchar un sonido) y los
hechos que se producen a continuación (mi mujer entra por la
puerta) desencadenan la activación eléctrica de miles de neuronas.
Cuando estas neuronas están muy cerca unas de otras, se conectan
37
más físicamente. Las neuronas cambian físicamente. Las neuronas
que están más conectadas tienen más probabilidades de activarse
juntas la siguiente vez. Cuando una experiencia se repite una y otra
vez, el cerebro aprende a activar las mismas neuronas cada vez, de
manera que «un sonido a las 6 p. m.» activa «mi mujer ha llegado a
casa».
Es necesario un tiempo adicional para que consultes con otras
partes de tu cerebro que te informan que tu mujer ya no está viva y
que no es posible que esté abriendo la puerta del garaje. Entretanto,
la discrepancia entre lo que ya has registrado (que tu mujer está
entrando por la puerta) y lo que sabes que es verdad (tu mujer ha
fallecido) produce una dolorosa oleada de tristeza. En ocasiones,
todo esto ocurre tan rápido que está por debajo del umbral de la
consciencia y lo único que sabemos es que, súbitamente, estamos
abrumados por las lágrimas. Por lo tanto, quizás no sea tan
sorprendente que «veamos» y «sintamos» a nuestros seres
queridos después de que hayan fallecido, especialmente poco
después de su muerte. Nuestro cerebro está rellenando los espacios
completando la información entrante de lo que hay a nuestro
alrededor, dado que ellos son la siguiente asociación en una cadena
de fiable de hechos. Verlos y sentirlos es bastante común, y
definitivamente no es prueba de que nos está pasando algo malo.
Además, nuestras predicciones cambian lentamente, porque el
cerebro sabe que no debe actualizar todo su plan de predicción
basándose en un solo evento. Ni en dos eventos, ni en doce
eventos. El cerebro calcula las probabilidades de que algo ocurra.
Has visto a tu ser querido a tu lado en la cama cuando despertabas
cada mañana durante días, semanas, meses y años. Ésa es una
experiencia vivida confiable. El conocimiento abstracto, como el
conocimiento de que todos vamos a morir algún día, no es tratado
38
de la misma manera que una experiencia vivida. Nuestro cerebro
confía y hace predicciones basándose en las experiencias que
hemos vivido. Cuando despiertas una mañana y tu ser querido no
está junto a ti, la idea de que ha fallecido simplemente no es verdad
en términos de probabilidades. Para nuestro cerebro, esto no es
verdad en un día, o dos días, o durante muchos días después de su
muerte. Necesitamos vivir suficientes nuevas experiencias para que
nuestro cerebro desarrolle nuevas predicciones, y eso toma tiempo.
El paso del tiempo
El cerebro aprende tanto si queremos que aprenda como si no
queremos que lo haga. No espera pacientemente a que le digamos,
«Eh, Siri» y luego empiece a registrar cualquier cosa que ocurra a
continuación. Nuestro cerebro registra la información recibida a
través de todos los sentidos, creando un inmenso almacén de
probabilidades y posibilidades, tomando nota de las asociaciones y
los paralelos entre eventos. Con frecuencia, esto ocurre sin nuestra
percepción consciente de esas sensaciones, o de las asociaciones
que se han producido. Este aprendizaje no intencionado tiene sus
pros y sus contras. Dado que el aprendizaje no está relacionado con
nuestras intenciones, el cerebro está aprendiendo las verdaderas
contingencias del mundo, incluso cuando nosotros las estamos
ignorando o no las percibimos conscientemente. Tu cerebro
continúa tomando nota del hecho de que tu ser querido ya no está
presente día tras día y utiliza esa información para actualizar sus
predicciones acerca de si esa persona va a estar ahí mañana. Ése
es el motivo por el cual decimos que el tiempo todo lo cura. Pero en
realidad eso tiene menos que ver con el tiempo y más que ver con la
experiencia. Si estuvieras en coma durante un mes, no aprenderías
nada acerca de cómo funcionar sin tu marido después de salir del
39
coma. Pero si continúas con tu vida cotidiana durante un mes,
incluso sin hacer nada de lo que alguien podría reconocer como
«estar en duelo», habrás aprendido muchas cosas. Aprenderás que
él no vino a desayunar en treinta ocasiones. Cuando tuviste una
historia graciosa que contar, llamaste a tu mejor amiga y no a tu
marido. Cuando lavaste la ropa, no pusiste ningún par de calcetines
en su cajón.
Entonces, el cerebro utiliza un mapa virtual para que nos
podamos mover y nos ayuda a encontrar alimentos, y
probablemente hemos evolucionado para usar ese mapa también
para ayudarnos a hacer un seguimiento de nuestros seres queridos.
Cuando experimentamos una pérdida a través de una muerte,
nuestro cerebro inicialmente no puede comprender que las
dimensiones que normalmente utilizamos para localizar a nuestros
seres queridos simplemente ya no existen. Es posible que incluso
los busquemos, sintiendo que quizás estemos un poco locos por
hacerlo. Si sentimos que sabemos dónde están, incluso en un lugar
abstracto como el cielo, es posible que nos sintamos reconfortados
al ver que nuestro mapa virtual sólo necesita ser actualizado para
incluir un lugar y un tiempo en el que nunca hemos estado.
Actualizar también incluye cambiar nuestro algoritmo de predicción,
aprendiendo las dolorosas lecciones de no llenar los espacios con
visiones, sonidos y sensaciones de nuestros seres queridos.
Ten en cuenta que el cerebro no puede aprenderlo todo a la vez.
No puedes ir de la aritmética al cálculo sin haber pasado muchos
muchos, días practicando las tablas de multiplicar y resolviendo
ecuaciones diferenciales. Asimismo, no puedes forzarte a aprender
de la noche la mañana que tu ser querido se ha marchado. No
obstante, puedes dejar que tu cerebro tenga experiencias, día tras
día, que le ayudarán a actualizar ese pequeño ordenador gris.
40
Absorber todo lo que ocurre a nuestro alrededor, lo cual actualiza
nuestro mapa virtual y lo que nuestro cerebro cree que ocurrirá a
continuación, es un buen comienzo para ser resilientes ante una
gran pérdida.
[03]. A. Tsao, M. B. Moser y E. I. Moser (2013), «Traces of experience in the lateral
entorhinal cortex», Current Biology 23/5, pp. 399-405.
[04]. J. O’ Keefe y L. Nadel (1978), The Hippocampus as a Cognitive Map (Nueva
York: Oxford University Press).
[05]. Meerkat Manor, Primera temporada, Discovery Communications, Animal
Planet, producido por Oxford Scientific Films for Animal Planet, International
Southern Star Entertainment UK PLC, productores Chris Barker y Lucinda
Axelsson.
[06]. J. Bowlby (1982), Attachment (2.ª ed.), vol. 1: Attachment and L oss (Nueva
York: Basic Books).
[07]. Ibídem.
41
CAPÍTULO 2
B uscar la cercanía
De niños, cuando estamos muy apegados a las personas que nos
cuidan y dependemos absolutamente de ellas, aprendemos a
entender el papel que desempeñamos en la cercanía. Nos damos
cuenta de que algunos de nuestros comportamientos hacen que
papá se enfade, y cuando él se enfada, no nos gusta sentirnos
desconectados de él. Con el tiempo, aprendemos a ver nuestros
actos desde la perspectiva de nuestro padre y prevemos que, si
dibujamos en la pared, cuando él nos descubra con la pintura en la
mano, no nos levantará en brazos y nos abrazará. Aprendemos que
nuestro comportamiento es un elemento causal en la dimensión
cercanía/distancia. Por otro lado, descubrimos también que nuestro
apego, nuestra cercanía, persiste a pesar de lo que podamos sentir
en una situación específica. Si papá está enfadado con nosotros por
haber dibujado en la pared, aun así nos salvará del camión que se
acerca a toda velocidad cuando estamos jugando en la calle. O, si
tenemos un accidente de tráfico en el automóvil de nuestros padres
después de habernos sacado el carnet de conducir, ellos son
capaces de sorprendernos mostrando alivio y gratitud porque
estamos físicamente bien, a pesar del daño que hemos causado.
Esta cercanía del apego suele trascender las emociones que
42
sienten por nosotros minuto a minuto, al menos en las relaciones
seguras. La cercanía está parcialmente bajo nuestro control, y
aprendemos a mantener y cuidar esa cercanía, pero también
confiamos en que las personas que nos quieren van a mantener esa
cercanía.
La cercanía es una tercera dimensión de la forma en que
mapeamos dónde se encuentran nuestros seres queridos, además
de mapear dónde están en las dimensiones del aq uí (espacio) y el
ahora (tiempo). Pienso en esto como si fuera una tercera dimensión,
porque creo que la cercanía es entendida por el cerebro de una
manera muy similar al tiempo y el espacio. Los psicólogos lo llaman
distancia psicológica. La manera más fácil de imaginar este
concepto es en respuesta a la pregunta, «¿Tu hermana y tú estáis
unidas?». El psicólogo Arthur Aron ilustró la cercanía
representándote a ti y a la persona que amas con círculos.[08] A esto
lo llamó «la escala de inclusión del otro en uno». Teniendo en
cuenta que es un científico, creo que es una descripción bastante
poética.
poneri40
En un extremo de la escala, los dos círculos están uno junto al
otro y apenas se tocan. En el otro extremo de la escala, los dos
círculos se superponen casi por completo y sólo hay dos pequeñas
medialunas asomándose en los bordes externos para representar a
las personas individuales. En el medio de la escala, los círculos se
intersecan en los polos. Las personas pueden indicar de una forma
confiable lo cercanas que están de su ser querido escogiendo los
círculos que mejor representen su relación. En la métrica de los
círculos superpuestos, las áreas en las que mi mejor amiga y yo no
nos superponemos son muy pequeñas. En el otro extremo de la
dimensión de la cercanía, la distancia psicológica puede ser igual de
43
poderosa. En una habitación llena de miembros de tu familia,
puedes sentir que estás en un planeta alienígena, sin tener ningún
interés en contarles nada y sin creer que te entenderían si lo
hicieras.
Estar ah í
La cercanía es dimensional en la forma en que el espacio y el
tiempo son dimensionales. De la misma manera en que utilizamos el
tiempo y el espacio para predecir cuándo y dónde veremos la
próxima vez a nuestra mujer o a nuestro marido, podemos usar la
cercanía emocional para predecir si van a «estar ahí» para nosotros.
En un extremo de la dimensión de la cercanía, cuando mi pareja y
yo llegamos a casa por la tarde, es posible que me sienta segura de
que podré acurrucarme en sus brazos y dejar que él me ayude a
olvidar el día horrible que he tenido. Alternativamente, si nuestra
relación está teniendo problemas, quizás a lo mejor que pueda
aspirar es a que nos sentemos juntos en el sofá a ver la tele como
es habitual. Si hemos tenido una discusión reciente, es posible que
sea fría con él, incluso que frunza el ceño, advirtiéndole
subliminalmente que mantenga la distancia.
Dado que la cercanía es una métrica con la que determinamos
«dónde» nos encontramos en relación con nuestros seres queridos,
al cerebro le cuesta entender qué ha ocurrido cuando la persona
muere y esta dimensión desaparece. En el caso del espacio y el
tiempo, si nuestro ser querido no está presente, entonces nuestro
cerebro simplemente cree que está lejos o que vendrá más tarde.
Para nuestro cerebro, es muy poco probable que estas dimensiones
ya no se apliquen, que la persona no pueda ser hallada en el aq uí o
en el ahora. Cuando un ser querido ha fallecido, es posible que
sintamos que ya no estamos cerca, pero nuestro cerebro no puede
44
creer que esto se deba a que la «cercanía» ya no se aplica. En lugar
de eso, es posible que nuestro cerebro crea que se debe a que la
otra persona está enfadada con nosotros, o que está siendo
distante. Si no nos está respondiendo, aunque lógicamente
sabemos que no puede hacerlo, es posible que nuestro cerebro crea
que no nos estamos esforzando lo suficiente para ponernos en
contacto con ella, que no estamos apelando a ella con suficiente
fervor para que vuelva con nosotros.
D esaparecer
Lo contrario a la cercanía es la sensación de la ausencia de nuestra
pareja. La ausencia dispara las alarmas emocionales, revelando la
calma y el consuelo de la cercanía que echamos de menos. Una
ausencia inesperada nos alarma incluso más. Hace un tiempo, una
de mis amigas comenzó una relación sentimental a larga distancia
con un hombre que vivía al otro lado del país. Años atrás, se habían
conocido como amigos cuando trabajaban en la misma empresa, y
se mantuvieron en contacto por correo electrónico desde que ella se
mudó. Con el tiempo, ambos se quedaron solteros y sus
conversaciones se volvieron más íntimas. Se enviaban mensajes de
texto todos los días, con intensidad. Entonces, un día, sin previo
aviso, él dejó de responderle. Ni un correo electrónico, ni un
mensaje de texto, ninguna explicación, ninguna idea de lo que había
ocurrido. El tipo pasó de ser muy cercano a ser
desconcertantemente distante en una sola noche. Poner fin a la
relación alejándose de forma repentina e inexplicable, cortando toda
comunicación, tiene su propio término en nuestro mundo tecnológico
moderno: ghosting.
Además de sentir una profunda empatía con el dolor que mi
amiga estaba sintiendo, me impactaron las intensas reacciones
45
emocionales que ella experimentó. Ciertamente, estaba
profundamente herida y se le caían las lágrimas cuando
hablábamos de ello en los días posteriores. Además, sentía mucha
rabia hacia él y le escribió varios correos electrónicos de enfado en
los que le hacía saber que simplemente quería una explicación y
que lo que él estaba haciendo era increíblemente cruel.
Naturalmente, pasaba horas pensando en lo que podría haber
ocurrido. ¿Había hecho algo que lo ofendiera, aunque no se le
ocurría qué podría haber sido? ¿Sería que él se sentía vulnerable
después de haberse abierto emocionalmente con ella y había
decidido que no podía hacerle frente?
En algún momento también consideró la posibilidad de que él
hubiera tenido un terrible accidente y hubiera fallecido. Aunque
resultó ser que ése no era el caso, me di cuenta de algo importante.
Cuando un ser querido muere, es posible que sintamos muchas
emociones intensas además de la tristeza. Sentimos
arrepentimiento, o culpa, o ira, o lo que podríamos llamar emociones
sociales. En un nivel emocional subconsciente, es posible que
sintamos que la persona nos ha hecho ghosting y quizás sintamos
esas mismas intensas emociones motivadoras de ira o culpa.
Cuando nuestro ser querido está vivo, esas emociones nos
motivarían a reparar la relación: a pedir disculpas, a arreglar algo
que ha ocurrido o a decirle a la persona que estamos molestos para
que pueda compensarnos. Pero, a diferencia de una discusión,
cuando alguien muere no hay posibilidad de resolución.
Ver a mi amiga pasar por esta dolorosa ruptura sentimental me
hizo darme cuenta de algo fundamental. Si tu cerebro no puede
comprender que ha ocurrido algo tan abstracto como la muerte, no
puede entender dónde se encuentra esa persona en el espacio y en
el tiempo, o por qué no está aq uí, ahora y cerca. Desde la
46
perspectiva de tu cerebro, lo que ocurre cuando un ser querido
muere es exactamente un ghosting. En lo que al cerebro concierne,
esa persona no ha fallecido. El ser querido, sin ninguna explicación,
ha dejado de devolvernos las llamadas, ha dejado de comunicarse
con nosotros por completo. ¿Cómo podría hacernos eso alguien que
nos ama? Se ha vuelto distante, o increíblemente cruel, y eso nos
enfurece. Tu cerebro no entiende por qué; no comprende que las
dimensiones pueden simplemente desaparecer. Si no sentimos que
la persona está cerca, entonces sentimos que está distante, y
queremos reparar eso en lugar de creer que se ha ido para siempre.
Esta creencia produce un intenso afloramiento de emociones.
El enfado
La tristeza es probablemente el sentimiento más fácil de
comprender durante el duelo. Nos han arrebatado algo y no es difícil
imaginar que eso va a producir tristeza. Si le quitas un juguete a un
niño pequeño, o si su madre se va, es perfectamente lógico que su
carita se descomponga y que llore como si le hubieran roto el
corazón. La tristeza tiene sentido. Pero siempre he encontrado que
la fuerza del enfado que experimentamos durante la aflicción es
notable y un tanto desconcertante. ¿Por qué estamos tan
enfadados? ¿Qué es lo que produce el enfado? En ocasiones
nuestro enfado está dirigido a la persona que ha fallecido. Pero
podemos estar enfadados con una serie de personas, incluidos los
médicos e incluso Dios. Este enfado está motivado por algo distinto
al enfado que sentimos hacia la persona que ha muerto. Si le quitas
un juguete a un niño pequeño, es posible que grite enfadado. Y, sin
duda, en ocasiones le devuelves el juguete porque ves cuánto le ha
afectado. Pero nadie puede devolvernos a una persona que ha
fallecido.
47
No poder percibir a nuestro ser querido que ha muerto y sentir en
algún nivel que nos está ignorando pone en tela de juicio todas las
cosas que creemos. Como hicimos mi amiga y yo durante las
llamadas telefónicas después de que su pareja desapareciera sin
dar explicaciones, después de una muerte pensamos en todos los
escenarios posibles. ¿Cómo pudo haber ocurrido esto? ¿Podríamos
haberlo evitado? De hecho, las personas que están en duelo suelen
contar
que
no
dejan
de
rumiar.
Este
bucle
de
«podríamos/deberíamos haber hecho algo» puede resultar agotador.
Durante la aflicción, no estamos tristes o enfadados simplemente
como una reacción a lo que ha ocurrido, como lo estaríamos si nos
arrebataran una posesión. En algunos casos, estamos tristes o
enfadados con nosotros mismos porque hemos «fracasado» en
nuestro intento de mantener a nuestros seres queridos en la
dimensión de la cercanía. Este fracaso por nuestra parte, o por su
parte, es molesto en muchos sentidos. No tiene que tener ninguna
lógica que nuestro cerebro crea que la persona nos ha abandonado.
Es posible que sepamos que es ridículo estar enfadados con la
persona por haber muerto, o que es inútil estar enfadados con
nosotros mismos por no haberla mantenido cerca, pero nos
sentimos furiosos de todos modos. De la misma manera en que el
cerebro a veces puede creer que nuestro ser querido fallecido está
en alguna parte, y quizás nos sintamos motivados a buscarlo, el
cerebro también puede creer que si reparamos nuestra relación con
ellos, de alguna manera podemos hacer que regrese.
Evidencia de la dimensión cercana en el cerebro
Los psicólogos y los neurocientíficos han estado estudiando la forma
en que las diferentes métricas del aq uí, el ahora y la cercanía
pueden ser codificadas en el cerebro. Una teoría propuesta en 2010
48
por los psicólogos Yaacov Trope y Nira Liberman en la Universidad
de Tel Aviv se llama la teoría del nivel de conceptualización. Esta
teoría dice que, cuando las personas no están presentes en el
momento en nuestra realidad inmediata, podrían no estar ahí por
una serie de diferentes motivos. Estos motivos incluyen la distancia,
el tiempo y la cercanía social.[09] Podemos formar ideas abstractas,
o constructos, de dónde están o dónde podrían estar. Entonces,
aunque no estamos experimentando directamente a la persona a
través de nuestros sentidos, podemos usar predicciones, recuerdos
y especulaciones para imaginarla. Estas representaciones mentales
trascienden la situación inmediata.
La teoría del nivel de conceptualización sugiere también que el
cerebro utiliza diferentes dimensiones para producir motivos para la
ausencia de una persona (distancia, tiempo y cercanía), de la misma
manera en que yo he estado aplicando el concepto de las
dimensiones para localizar a nuestros seres queridos vivos. Dado
que nuestra representación mental de nuestro padre, nuestra madre
o nuestra pareja incluye la dimensión de que están
psicológicamente cerca, podemos aplicar este conocimiento para
hacer predicciones. Podemos predecir con confianza que si no
están donde esperamos que estén, se sentirán motivados a
hacernos una llamada, o a venir a casa. Por otro lado, no
predecimos este comportamiento para las personas que no son
cercanas a nosotros. No esperamos que el director de una empresa
para la que trabajamos nos llame cuando no va a trabajar. Si no
hemos ido a nuestro café habitual, tampoco esperamos que el
barista nos llame.
La teoría del nivel de conceptualización sugiere que el cerebro
codifica de una forma similar estas dimensiones del aq uí, ahora y
cerca, y que incluso utilizamos el lenguaje para describir estas
49
dimensiones de forma intercambiable. Por ejemplo, si describo algo
como «muy alejado», podría entenderse también que significa que
algo está muy lejos en el tiempo (esa cita todavía está muy alejada),
muy lejos en el espacio (el balón está muy alejado en el campo), o
que alguien es psicológicamente distante o no se relaciona bien con
las otras personas en el grupo (ese tipo al que conocimos hoy
parecía muy alejado).
Un par de estudios sobre las neuroimágenes realizado en la
década de 2010, respalda la idea de que el cerebro podría tener una
región que registra esos diferentes tipos de dimensiones de una
manera similar. Para demostrar esto, los participantes vieron
fotografías mientras estaban dentro de un escáner de resonancia
magnética.[10] Un grupo de fotos mostraba una bola de bolos a
diferentes distancias en un pasillo. Otro grupo de fotos mostraba
palabras que se utilizan para describir el tiempo, como «en unos
segundos» y «dentro de unos años». Un último grupo de fotografías
mostraba a amigos íntimos y simples conocidos de la persona que
estaba siendo escaneada. Después de que los participantes vieran
fotos de cada uno de los tres grupos, emitieron juicios acerca de
cuán lejos estaban las cosas. Increíblemente, la misma parte del
cerebro fue utilizada para registrar la diferencia entre los pares de
fotos que estaban «cerca» y «lejos». Para los que estáis interesados
en las regiones del cerebro, esta región es el lóbulo parietal inferior
derecho (LPI). Esto quiere decir que las neuronas codifican
diferentes distancias y el cerebro utiliza ese código común para la
proximidad con uno, independientemente de si está considerando el
tiempo, el espacio o la cercanía psicológica. Uno podría pensar que
tendría más sentido que el cerebro considerara el tiempo en una
región cerebral, el espacio en otra y la cercanía psicológica en otra.
Pero por lo visto es más eficiente para el cerebro representar los
50
aspectos de la distancia en la misma región computacional, dado
que tienen una métrica común.
Hubo otro estudio fascinante e inteligente de las neuroimágenes
realizado por las neurocientíficas Rita Tavares y Daniela Schiller que
descubrió cómo está codificada la cercanía psicológica en el
cerebro. Tavares escaneó el cerebro de varias personas mientras
jugaban a un juego de «elige tu propia aventura” .[11] Quizás
recuerdes haber leído los libros de «elige tu propia aventura» en tu
infancia. Podías elegir lo que tú, como el personaje principal, ibas a
hacer en la historia (dentro de una serie de opciones limitada) y
luego pasabas a la página de la opción que habías elegido para que
la historia continuara. En el caso del estudio de Tavares sobre las
neuroimágenes, cada persona que era escaneada tenía el papel del
personaje principal. En un escenario, una nueva amiga, Olivia,
sugería que tú fueras la persona que conduciría el automóvil en esta
aventura. Podías elegir sentarte en el asiento del conductor mientras
ella te daba indicaciones. O podías decidir que no confiabas lo
suficiente en Olivia para seguir sus indicaciones y, dado que tú no
sabías hacia dónde ir, podías sugerir que ella fuera la que
condujera. En otro ejemplo, Olivia te ofrecía un abrazo y tú podías
elegir responder dándole una palmadita en la espalda o abrazándola
durante un momento prolongado, basándote en la cercanía que
hubieras desarrollado durante la historia.
La dimensión de la cercanía psicológica era medida desde el
participante en el estudio (el personaje principal) hasta los demás
personajes en el juego, cuantificando lo cercana que se sentía la
persona que estaba siendo escaneada a las otras que aparecían en
la historia. El nivel de cercanía evolucionaba durante el escaneo,
mientras la historia se desarrollaba según las decisiones tomadas
por la persona que estaba siendo escaneada. Luego, las
51
investigadoras utilizaron la geometría para calcular el cambio en lo
cercano que se sentía el participante a cada uno de los personajes
durante el transcurso del juego. Cuando el participante desarrollaba
una relación más estrecha con otro personaje en el juego, los
investigadores podían registrar que la distancia se acortaba.
Sorprendentemente, los resultados del estudio confirmaron las
predicciones de las científicas. Una parte del cerebro estaba, literalmente, monitoreando qué personajes pasaban a formar parte del
círculo íntimo» del participante, o superaba su propio estatus y se
volvía más distante a medida que iba «ascendiendo en la escalera
corporativa» hacia el final del juego. La región del cerebro que mide
el nivel de cercanía entre las personas es la corteza cingulada
posterior (CCP), una región de la que te contaré más en el capítulo
4. En otras palabras, la distancia psicológica entre el participante y
los personajes estaba codificada como un patrón de activación
neuronal en la CCP. Además, el hipocampo rastreaba «dónde»
acababa estando el personaje en este espacio social, utilizando la
capacidad especial del hipocampo para la navegación social, similar
a la forma en que mapea la navegación espacial. Incluso como
neurocientífica, me sorprende el ingenio del cerebro al desarrollar un
mapa neural que rastrea cuán cercanos nos sentimos a las
personas, incluso en un espacio abstracto.
Este estudio ofrece evidencia de que el sentido efímero de la
cercanía con nuestros seres queridos existe en el hardware tangible,
físico, del cerebro. Un cambio en nuestra sensación de cercanía con
otras personas aparece en la corteza cingulada posterior y es
transmitido a nuestra percepción consciente. Como una analista
inteligente, la CCP absorbe cientos de pequeños bits de información
de los agentes sensoriales del cerebro en el mundo. Como un
equipo de detectives policiales poniendo hilos rojos entre los
52
sospechosos en un tablero de investigación, la CCP se actualiza
constantemente para las conexiones entre nosotros y los demás,
acortando los hilos a medida que nos vamos sintiendo más
cercanos a otra persona y alargando las conexiones cuando detecta
una mayor distancia. Durante un tiempo después de la muerte de un
ser querido, los mensajes entrantes parecen confusos. En
ocasiones, la cercanía con nuestro ser querido que ha fallecido nos
parece increíblemente visceral, como si estuviera presente en la
habitación, aq uí y ahora. En otras ocasiones, el hilo parece haberse
caído del tablero: no está más corto ni más largo que antes, sino
que nos ha sido robado del todo.
Cuando un ser querido muere, tu cercanía en tu relación con él se
transforma. Esa transformación funciona de distintas maneras para
las diferentes personas, dado que cada relación es única. La
psiquiatra Kathy Shear, de Columbia, dice que «la aflicción es la
forma que adopta el amor cuando alguien a quien amamos muere».
[12] Muchas culturas enfatizan que se debe abandonar el vínculo con
el ser querido para poder enfrentar la realidad de que ya no está
aquí. Algunas culturas enfatizan que los que han sufrido la pérdida
de un ser querido deberían continuar la relación y comunicarse con
él, o incluso tienen rituales a través de los cuales son transformados
en una presencia continua como un ancestro. La ciencia psicológica
los llama vínculos continuos. Estos vínculos son únicos en cada
relación, y las personas que hemos entrevistado para la
investigación nos han relatado generosamente algunos de sus
momentos íntimos. Un ejemplo provino de una mujer joven cuyo
marido había fallecido. La pareja había compartido el amor por la
música, y ella continuaba sintiéndose conectada a él a través de las
canciones que oía. Me contó que recordaba que una tarde estaba
conduciendo su coche y cada canción que sonaba en la radio
53
parecía estar relacionada con él de alguna manera. Su visión de que
él era el DJ de su viaje a casa la hizo reír, y la relación continua la
consolaba.
En una época, los médicos occidentales creían que los vínculos
continuos eran señal de una aflicción no resuelta y que romper esa
conexión con un diálogo interno con la persona fallecida nos
permitía crear vínculos más fuertes con los seres queridos que
estaban vivos. Un estudio más reciente ha mostrado que, aunque
existe una amplia variación en esas relaciones internas, muchas
personas se adaptan bien manteniendo una conexión con el ser
querido fallecido. Una viuda me contó que cuando hablaba con su
hijo adolescente, sentía que su marido fallecido la ayudaba a
encontrar las palabras adecuadas. Otra mujer me dijo que le
escribía cartas a su marido muerto, haciéndole todo tipo de
preguntas acerca de lo que debería hacer y cómo. Los vínculos
continuos no sólo se mantienen a través de conversaciones;
también pueden incluir llevar a cabo los deseos o los valores de la
persona fallecida. Ningún estudio ha investigado todavía si la
cercanía de estos vínculos continuos puede ser mapeada en el
cerebro. Algún día quizás tengamos una respuesta a cómo funciona
este tipo de cercanía en el nivel neural.
Laz os que unen
Los vínculos de apego, y los vínculos continuados resultantes, son
las ataduras invisibles que nos motivan a buscar a nuestros seres
queridos y a obtener consuelo de su presencia. Cuando nos
enamoramos, desarrollamos estos vínculos con nuestra pareja. La
neuroquímica de nuestro cerebro y nuestro cuerpo estimula, y es
estimulada por, el enamoramiento. Otra manera de pensar en
enamorarse, o entrar en una relación de largo plazo con otra
54
persona, es el proceso de superponer nuestras identidades. Al
incluir al otro en el yo, nos convertimos en círculos que se
superponen.
Incluso se podría pensar en esto como una fusión de recursos, de
manera que llegamos a sentir que lo que es mío es tuyo, y lo que es
tuyo es mío. La naturaleza duradera de los vínculos, como los
vínculos de pareja, separa una relación de apego de una relación
transaccional. En una relación transaccional, como la relación con
un colega o con un conocido, tenemos en consideración si estamos
poniendo más esfuerzo, tiempo, dinero o recursos que la otra
persona en la relación, y cuánto estamos obteniendo de ella.
Cuando hay apego, ambas personas tienen acceso a recibir ayuda
en las ocasiones en las que más la necesitan. Los ejemplos incluyen
apoyo y cuidados cuando una de las partes está enferma, dar a la
otra persona el beneficio de la duda, o defender la reputación del
otro. En una relación sana y mutua, tenemos estos
comportamientos, no porque vayamos a obtener algo equivalente a
cambio, sino porque ésas son expresiones de amor y cariño. De
hecho, los estudios muestran que apoyar desinteresadamente tiene
beneficios para la salud del que lo ofrece, así como para el que lo
recibe.
Como un ejemplo concreto de recursos que se fusionan, cuando
dos personas viven juntas durante mucho tiempo, ya no existe la
cuestión de quién es el dueño del sofá. Pero no me refiero sólo a las
cosas materiales. También sentimos otras superposiciones. Por
ejemplo, no recordamos necesariamente quién tuvo la idea de hacer
un viaje maravilloso juntos, una experiencia que ambos disfrutaron.
Quizás confundamos cuál de los dos dijo algo particularmente
ocurrente en una conversación cuando contemos la historia más
adelante. La superposición de nuestros recursos es una
55
superposición de nuestras identidades, cuando «nosotros» se
vuelve más importante que «tú» y «yo». El enamoramiento viene
acompañado de una rápida expansión de estos recursos, aunque
quizás no lo describamos conscientemente así, y la expansión es un
sentimiento agradable y emocionante. Del mismo modo, después de
perder a una persona, hay una contracción negativa
proporcionalmente intensa. Es posible que te preguntes quién eres
ahora, o cuál es tu propósito, sin la otra persona. Si tu hijo ha
muerto, ¿ya no eres una madre? O quizás sientas que no puedes
seguir viviendo sin tu pareja. Quizás no sepas qué hacer en
situaciones en las que anteriormente decidíais las cosas juntos. Al
no poder contarle los acontecimientos del día cuando llegas a casa
por la noche, es posible que sientas casi como si no hubieran
ocurrido.
La aflicción emerge en forma de angustia, causada por la
ausencia de una persona específica que llenaba nuestras
necesidades de apego y, por lo tanto, era parte de nuestra identidad
y de nuestra forma de funcionar en el mundo. Podemos examinar
otras situaciones que también producen aflicción y ver que
comparten algunos aspectos de esta definición. La pérdida que
experimentamos a través del divorcio (o la ruptura de una relación
de pareja) es claramente muy similar. La pérdida de un empleo, por
jubilación o porque te han despedido, es la pérdida de la identidad
que te ha ayudado a funcionar en el mundo. La pérdida de la salud,
la pérdida de una extremidad o de la vista, son todas pérdidas de
una función, pero también son experimentadas como la pérdida de
una parte de quien eres. Aunque creo que en la neuroquímica del
cerebro la aflicción evolucionó en origen específicamente para hacer
frente a la muerte de un ser querido, estas otras situaciones
similares hacen uso de esa capacidad que ha evolucionado, y
56
reconocemos esa experiencia interna como aflicción.
Sentir aflicción por gente famosa
Si la aflicción nos afecta debido a la pérdida de la cercanía,
entonces, ¿por qué sentimos una aflicción tan intensa cuando
muere una persona famosa a la que nunca conocimos
personalmente? Michael Jackson murió en el hospital Ronald
Reagan de la UCLA, a tan sólo una manzana de distancia de mi
oficina de aquella época. Quizás recuerdes que después de eso, la
acera del hospital estaba llena de flores, juguetes de peluche y
tarjetas. Más recientemente, la muerte inesperada del actor
Chadwick Boseman provocó fuertes manifestaciones de dolor en las
redes sociales. Dado lo que he dicho acerca de que el apego (y los
vínculos) es fundamental para la aflicción, parecería contradictorio
que la gente experimente un dolor tan intenso por la muerte de una
persona a la que jamás conocieron personalmente y con la que
nunca se toparon en la vida real.
Este tipo de aflicción se denomina aflicción parasocial. Es muy
real y va más allá de la evidencia anecdótica de personas que han
sentido una pérdida por la muerte de una celebridad. Las personas
están representadas en la realidad virtual de nuestro cerebro, y las
celebridades pueden tener una vida muy real en nuestra mente.
Tenemos una sorprendente cantidad de acceso a lo que las
personalidades famosas presentan como su estilo de vida y sus
creencias, sus amistades y sus relaciones sentimentales, lo que les
gusta y lo que no. Este tipo de información no es necesariamente
suficiente para formar un vínculo de apego; sin embargo, si
pensamos en cuáles son los prerrequisitos para el apego, nuestras
relaciones con músicos famosos y con celebridades pueden cumplir
con los criterios en cierta medida. En primer lugar, la persona debe
57
satisfacer nuestras necesidades de apego. Esto quiere decir que la
persona está disponible cuando necesitamos recurrir a alguien en
nuestros momentos más sombríos. ¿Quién no ha visto una maratón
de una serie en la que sale su actor favorito o actriz favorita (en mi
caso, es Gillian Anderson), para escapar de la dolorosa realidad a la
que se enfrenta? Durante años, llevé siempre conmigo la cinta de
L ittle Earthq uakes para escucharla en mi walkman cuando me
sentía sola o triste o abrumada. El tiempo que pasamos en
comunión con esa persona famosa –en un estado emocional, y
posiblemente intensificado por el hecho de bailar y gritar con un
grupo de personas afines, o incluso de consumir alcohol y drogas–
puede asemejarse al tiempo que pasamos en el vínculo de apego.
Sin embargo, el apego requiere otro aspecto, además de creer
que la persona va a estar ahí para apoyarnos. Esa persona también
tiene que parecer especial, diferente a los demás, ser nuestra
persona especial. Después de la muerte de Michael Jackson, un
amigo me dijo que en su adolescencia como joven negro en los
ochenta o admirabas a Michael Jackson o admirabas a Prince. En
los pasillos de las escuelas secundarias se producían interminables
debates acerca de cuál de los dos era mejor, pero al final,
pertenecías a un bando o al otro. Elegíamos a los famosos a los que
amábamos, con quienes nos identificábamos, los que
considerábamos los más talentosos, los más sexis o los mejores. A
menudo nos sentíamos cercanos a los músicos: sentíamos que
podíamos confiar en ellos, porque en las letras de sus canciones
decían lo que nadie más decía. En cierto modo, los famosos son
«tuyos». Y sentimos un poco como si nos conocieran, porque ellos
dicen lo que sentimos en lo más profundo, pero no lo admitimos
ante nadie. ¿Cómo hubieran podido escribir esas letras si no te
entendiesen profundamente, si no te estuvieran hablando
58
directamente? La pérdida de esa celebridad no es sólo la pérdida de
una que nos ayudó a definirnos, sino que también es la aflicción por
una época de nuestras vidas que nunca va a regresar. Esa tristeza
es real porque sentimos la pérdida de una parte de nosotros
mismos.
Perder una parte de ti
Una de las preguntas que planteo, cuando estoy entrevistando a
una persona afligida para un estudio de investigación, proviene de
una escala psicológica que mide la intensidad de la aflicción de las
personas. Nunca olvidaré la reacción de una mujer a una pregunta
específica. Le pregunté, «¿Alguna vez ha sentido que una parte de
usted murió cuando su marido falleció?». Sus ojos se abrieron como
platos y me miró fijamente, con una expresión que decía, ¿ Cómo lo
sabe? «Así es exactamente como me siento», replicó.
Si la cercanía psicológica puede hacer que nos sintamos tan
cerca de otra persona que nos superponemos con ella, el cerebro
debe de procesar eso y registrar la superposición de la otra persona
con nuestro propio ser. Imagina conducir por una calle con varios
carriles. Tú estás conduciendo por el medio del carril, aunque esa
descripción no es completamente exacta. Después de todo, no
pones tu cuerpo en medio del carril, porque entonces el coche
estaría más en el carril hacia tu derecha. Los conductores
experimentados aprenden con bastante rapidez a extender su
«cuerpo» para abarcar todo el coche. Sentimos que estamos
conduciendo en el centro del carril, pero en realidad estamos
centrando el automóvil en el carril y nuestro cuerpo está hacia la
izquierda, aunque no sentimos esto conscientemente. En nuestra
mente, el coche y nuestro cuerpo están superpuestos. Cuando
tenemos esta experiencia, el cerebro está computando esta
59
superposición.
Las personas afligidas suelen describir que han perdido una parte
de ellas mismas, como si tuvieran un miembro fantasma. Las
sensaciones de miembros fantasma ocurren en muchas personas a
quienes les han amputado una extremidad. Aunque les falta un
brazo, por ejemplo, continúan teniendo la sensación de que les pica.
Antes se creía que era un fenómeno enteramente psicológico, pero
los estudios han demostrado que las sensaciones son en realidad
una actividad de los nervios. Los investigadores creen que la parte
del cerebro que contiene un mapa de nuestro cuerpo ya no se
corresponde con las sensaciones nerviosas periféricas.[13] Por lo
tanto, a pesar de la ausencia de nervios periféricos activados en el
miembro fantasma, el mapa del cerebro todavía no se ha
reconfigurado, no se ha actualizado para ignorar esa parte del
cuerpo, de manera que las sensaciones persisten y suelen ser
dolorosas.
Se podría pensar que ésta es simplemente una metáfora para
decir que, cuando un ser querido muere, perdemos una parte de
nosotros mismos, pero como hemos visto, las representaciones de
nuestros seres queridos están codificadas en nuestras neuronas.
Las representaciones de nuestros propios cuerpos también están
codificadas en nuestras neuronas, tal como lo demuestran los
miembros fantasma. Estas representaciones de uno mismo y de la
otra persona, esta cercanía, están mapeadas como una dimensión
en el cerebro. En consecuencia, el proceso del duelo no es sólo un
cambio psicológico o metafórico. El duelo requiere también una
reconfiguración.
Neuronas espejo
La evidencia de la cercanía incluye una codificación neuronal
60
superpuesta de uno mismo y el otro. Esta evidencia ha sido
demostrada concretamente a través de otro grupo de estudios
científicos. Las adecuadamente denominadas neuronas espejo
están diseñadas para activarse tanto para nuestras propias acciones
como para las de otra persona. En los noventa, fueron descubiertas
en la región premotora del cerebro, aunque han sido halladas
también en algunas otras regiones. Esta superposición en los
patrones de activación neuronal para uno mismo y para otra
persona pueden verse durante el mimetismo.[14] Si le muestras a un
mono que estás haciendo algo con tu mano (sostener un plátano,
por ejemplo), algunas de sus neuronas se activarán tanto cuando te
observe sosteniendo el plátano como cuando él mismo sostenga el
plátano. Dicho de otro modo, las neuronas que se activan cuando
ejecutamos una acción por nuestra cuenta se activan cuando
observamos la misma acción siendo realizada por otra persona.
A pesar del amplio interés en las neuronas espejo, las
neuroimágenes humanas no tienen suficiente alta definición para
detectar las neuronas espejo individuales en los humanos. En las
neuroimágenes de los humanos, observamos las regiones
cerebrales, o poblaciones de muchas neuronas, mientras que en los
monos somos capaces de detectar la activación de neuronas
individuales a través de métodos de registro invasivos. Dicho esto,
ha habido un registro de actividad neuronal espejo a partir del
registro eléctrico de un paciente neuroquirúrgico. Incluso en una
evidencia tan mínima en humanos, no tenemos ningún motivo para
creer que un sistema neuronal trabajaría de una forma
completamente
distinta
en
primates
tan
estrechamente
relacionados como los monos macacos y los humanos.
No importa cuán cercanos seamos a otra persona, aun así somos
capaces de distinguir entre el yo y el otro. En un estudio de
61
primates, dos monos sostenían cada uno su propio plátano. Imagina
un diagrama de Venn que representa las neuronas en el cerebro del
Mono 1. El círculo de la izquierda representa las neuronas que se
activan cuando el Mono 1 piensa en sostener su propio plátano y el
círculo de la derecha representa las neuronas que se activan
cuando el Mono 1 piensa que en el Mono 2 sosteniendo su propio
plátano. Estos círculos se superponen un poco, lo cual significa que
algunas de las mismas neuronas se activan cuando el Mono 1
piensa en sí mismo sosteniendo un plátano y cuando piensa en el
Mono 2 haciendo lo mismo. Pero además hay dos partes que no se
superponen. Esto significa que el Mono 1 es capaz de distinguir su
propia acción de la acción del Mono 2, incluso cuando las neuronas
que se superponen indican evidencia de la identidad superpuesta y
de la experiencia compartida, el tipo de cercanía específica que
también vemos en los humanos.
Interés empático
La maquinaria neurológica nos permite sentirnos cercanos a otra
persona, y esa maquinaria incluye imitar los actos de otros sintiendo
esos actos como si los estuviéramos realizando nosotros mismos.
He estado utilizando estos hallazgos neurocientíficos para explicar
que podríamos sentir que nos superponemos con un ser querido y lo
que ocurre cuando esa persona fallece. Pero también podemos
extender esto a la idea de la «cercanía en la aflicción» o cómo nos
sentimos cuando estamos cerca de alguien que está en duelo.
Cuando un amigo está en duelo, cuando está aprendiendo a
adaptarse a sentir que le falta una parte de sí mismo, eso afecta
también a las personas que se preocupan por él, normalmente de
una forma muy profunda.
Quizás te sorprenda enterarte de lo contagiosa que puede llegar a
62
ser la tristeza. Podemos sentir las emociones que otra persona está
sintiendo mediante la simulación de ese mismo sentimiento en
nosotros mismos. La ciencia ha demostrado esto estudiando los
ojos, que son la ventana a los estados emocionales, e incluso a las
almas. En un estudio realizado por los psiquiatras británicos Hugo
Critchley y Neis Harrison,[15] se mostraron a los alumnos voluntarios
imágenes de rostros con expresiones felices, tristes o enfadadas.
Aunque los estudiantes no lo sabían, el tamaño de las pupilas de los
ojos en esas imágenes había sido modificado digitalmente, haciendo
que variaran de pequeñas a grandes (dentro de unos límites
biológicos realistas). Los estudiantes calificaron las expresiones
tristes como más intensamente tristes cuando las pupilas de los
rostros eran más pequeñas. Lo más importante para pensar en el
contagio es que las pupilas de distintos tamaños tuvieron un impacto
en las calificaciones que hicieron los alumnos de la intensidad de la
tristeza. Aquellos que eran muy sensibles a las diferencias entre los
ojos también tenían niveles de empatía más altos. Y cuanto mayor
era la constricción de la pupila en las imágenes de las caras tristes,
más se constreñían las pupilas de los propios estudiantes cuando
eran medidas con un pupilómetro. Este tipo de contagio emocional,
en el cual las pupilas de una persona observada pueden afectar a la
experiencia emocional y a la fisiología del observador, puede ocurrir
incluso cuando el observador no es consciente de ello. Los alumnos
no sabían que el tamaño de sus propias pupilas estaba cambiando
en respuesta a las fotografías. Al parecer estamos programados
para ser influenciados por las personas que nos rodean, para ser
sensibles a las señales de lo que están sintiendo: en otras palabras,
estamos programados con los componentes básicos de la cercanía.
El contagio emocional puede ser algo malo. De la misma manera
en que el mono que no podría saber quién estaba sosteniendo el
63
plátano si sólo tuviera neuronas espejo, sentir todo lo que las
personas que están cerca de nosotros están sintiendo podría ser
abrumador y podría hacer que te alejes de ellas si están tristes o
enfadadas. Sin embargo, actualmente los científicos hacen una
distinción entre la empatía y la compasión. Además de ser sensible
a lo que los otros están sintiendo, la compasión se define también
como tener la motivación de interesarte por su bienestar. Como
explica el neurocientífico Jean Decety de la Universidad de Chicago,
en realidad la empatía tiene tres aspectos. Éstos son la toma de
perspectiva cognitiva, la empatía emocional y la compasión.
El aspecto cognitivo de la empatía es la capacidad de ver o
imaginar la perspectiva de la otra persona, sin relación con sus
sentimientos. Si estás sentado frente a frente con alguien, sabes
que esa persona no puede ver la escena que tú estás viendo detrás
de ella. Pero, debido a que puedes asumir su perspectiva, entiendes
que, si alguien entra en la habitación por detrás de ella, la persona
que tienes delante no se percatará. Tendrías que decirle que esa
persona ha llegado. Esa capacidad de tomar la perspectiva de
alguien es un ejemplo del aspecto cognitivo de la empatía. La
empatía emocional, por otro lado, es ser capaz de sentir como se
está sintiendo otra persona. Por ejemplo, si tu amiga y tú estáis
esperando el mismo ascenso en el trabajo y tú lo consigues, es
posible que te pongas en su lugar y sientas su decepción, a pesar
de que te sientes feliz por tu suerte. Y la compasión, o el interés, va
más allá de la empatía. Es la motivación para ayudar o consolar a la
persona cuando puedes asumir su punto de vista y saber cómo se
está sintiendo.
Cuando una persona afligida ha perdido las dimensiones de aq uí,
ahora y cerca, sus emociones pueden ser intensas, o es posible que
se sienta adormecida. La compasión de un amigo que es cercano
64
en la aflicción no llenará el hueco donde su ser querido fallecido ha
sido arrancado de su sentido del «nosotros». Pero pondrá apoyos
alrededor de ese agujero, mientras tu amiga empieza a recomponer
su vida. Al menos le ayudará a atravesar la confusión acerca de lo
ocurrido mientras su vida está patas arriba, y ése es el tema que
trataremos a continuación.
[08]. A. Aron, T. McLaughlin-Volpe, D. Mashek, G. Lewandowski, S. C. Wright y E.
N. Aron (2004), «Including others in the self», European Review of Social
Psychology, 15/1, pp. 101-132, https://doi.org /10.1080/10463280440000008
[09]. Y. Trope y N. Liberman (2010), «Construal level theory of psychological
distance», Psychological Review 117, p. 440, doi: 10.1037/a0018963.
[10]. C. Parkinson, S. Liu y T. Wheatley (2014), «A common cortical metric for
spatial, temporal, and social distance», Journal of N euroscience 34/5, pp. 19791987.
[11]. R. M. Tavares, A. Mendelsohn, Y. Grossman, C. H. Williams, M. Shapiro, Y.
Trope y D. Schiller (2015), «A map for social navigation in the human brain»,
N euron 87, pp. 231-243.
[12]. M. K. Shear (2016), «Grief is a form of love», en R. A. Neimeyer, ed.,
Techniq ues of grief therapy: Assessment and intervention, pp. 14-18 (Abingdon:
Routledge/Taylor & Francis Group).
[13]. K. L. Collins et al. (2018), «A review of current theories and treatments for
phantom limb pain», Journal of Clinical I nvestigation 128/6, p. 2168.
[14]. G. Rizzolatti y C. Sinigaglia (2016), «The mirror mechanism: A basic principle
of brain function», N ature Reviews N euroscience 17, pp. 757-765.
[15]. N. A. Harrison, C. E. Wilson y H. D. Critchley (2007), «Processing of observed
pupil size modulates perception of sadnss and predicts empathy», Emotion 7/4,
pp. 724-729, https://doi.org/10.1037/1528-3542.7 .4.724.
65
CAPÍTULO 3
Creer en los pensamientos mágicos
Hace unos años, falleció un colega que era mayor que yo. En los
meses posteriores, pasé algún tiempo con su viuda. Su marido, que
había sido un destacado investigador del sueño, había viajado con
mucha frecuencia para asistir a conferencias académicas. Una
noche, mientras estábamos cenando, ella negó con la cabeza y me
dijo que no sentía que él se hubiera marchado. Sentía que
simplemente estaba de viaje otra vez y que regresaría en cualquier
momento. Las personas que están pasando por el duelo suelen
decir este tipo de cosas con mucha frecuencia. Pero no están
delirando; pueden explicar, simultáneamente, que saben cuál es la
verdad. No están demasiado asustadas emocionalmente para
aceptar la realidad de la pérdida, ni tampoco están en negación.
Otro famoso ejemplo de esta creencia proviene del libro de Joan
Didion, The Y ear of Magical Thinking.[16] Didion explica que fue
incapaz de regalar los zapatos de su marido muerto, porque «quizás
él los volvería a necesitar». ¿Por qué creeríamos que nuestros
seres queridos van a regresar, si sabemos que eso no es cierto?
Podemos encontrar respuestas a esta paradoja en los sistemas
neurales de nuestro cerebro, sistemas que producen diferentes
aspectos de conocimiento y los transmiten a nuestra consciencia.
66
Si una persona a la que amamos está ausente, entonces nuestro
cerebro da por sentado que está lejos y que la encontraremos más
tarde. La idea de que la persona simplemente ya no está en este
mundo dimensional, de que no hay ninguna dimensión de aq uí,
ahora y cerca, no es lógica. En el capítulo 5 te hablaré más de la
neurobiología de por qué q ueremos encontrarla. En este capítulo,
sin embargo, la pregunta a considerar es: ¿por qué creemos que la
encontraremos?
Aportaciones evolutivas
El psicólogo John Archer, en su libro The N ature of Grief, señalaba
que la evolución nos ha proporcionado una poderosa motivación
para creer que nuestros seres queridos regresarán, incluso cuando
la evidencia nos dice lo contrario. En nuestros inicios como especie,
aquellos que persistían en la creencia de que su pareja regresaría
con alimento se quedaban con sus hijos. Los hijos de aquellos
padres que esperaban con ellos tenían mayores probabilidades de
sobrevivir. Observamos este fenómeno en el reino animal. En L a
marcha de los pingüinos vemos a un pingüino emperador padre
incubando a su huevo en el inhóspito polo sur, mientras que la
madre va a buscar alimento en el helado mar. Su motivación de
permanecer con el huevo es destacable: el pingüino macho ayuna
durante aproximadamente cuatro meses esperando a que su pareja
regrese. Además, debo mencionar que los pingüinos que tienen
pareja del mismo sexo son igualmente buenos padres. Las parejas
formadas por los pingüinos machos Roy y Silo en el zoológico de
Central Park incubaron y criaron a un dulce pingüino bebé llamado
Tango.[17]
Independientemente de quiénes sean los padres, la clave aquí es
que uno de ellos debe perseverar, durante una larga ausencia en la
67
Antártida, en la creencia de que su pareja regresará con alimento. Si
uno de los progenitores decide que su pareja no va a volver, y se va
al mar a pescar, entonces el huevo no eclosiona, o la cría muere.
Aquellos pingüinos que persisten en su creencia de que su pareja va
a regresar, y la esperan, son mucho más exitosos. En la película
vemos que, entre miles de pingüinos, la madre que regresa
encuentra a su pareja porque reconoce su llamada muy específica.
Éste es un fenómeno destacable, con todos esos animales
superando adversidades aparentemente insuperables.
¿Qué es lo que permite que el padre incubador permanezca sobre
el huevo, ayunando durante meses? ¿Cuál es el mecanismo de este
apego, o qué es lo que crea ese lazo invisible entre la pareja? El
vínculo entre los padres es emocionante. A principios de la estación,
los enamorados pasan tiempo con sus cuellos entrelazados,
diciéndose cosas dulces el uno al otro. Simultáneamente, sus
cerebros están experimentando una transformación fisiológica. Las
neuronas están grabando el recuerdo de ese pingüino en particular,
identificando las neuronas con marcadores que significan que es
poco probable que olviden la apariencia, los olores y los sonidos de
este pingüino en concreto. En el cerebro, su pareja deja de ser un
pingüino irreconocible y pasa a ser el pingüino de gran importancia.
Durante todo el tiempo en que los pingüinos están separados, y el
huevo se va incubando, el recuerdo del otro no es sólo un recuerdo.
Es un recuerdo que está adherido a una creencia o motivación
específica: «Espera a que regrese. Ese pingüino es especial. Te
pertenece». En los humanos también, es porq ue tu ser q uerido
existió por lo que ciertas neuronas se activan juntas y ciertas
proteínas se pliegan en tu cerebro de formas particulares. Es porque
tu ser querido vivió, y porque os amabais, por lo que eso significa
que cuando la persona ya no está en el mundo exterior, continúa
68
existiendo físicamente en el cableado de las neuronas de tu cerebro.
La aflicción en los primates
Aunque L a marcha de los pingüinos es un ejemplo vívido y útil de lo
que ocurre cuando unos seres perseveran en la creencia de que el
ser amado regresará, una película de Disney no es la base científica
de la evidencia. Después de todo, no descendemos de los
pingüinos. Otra manera de ver la evidencia evolutiva es observando
el comportamiento de aquellos que comparten un ancestro común.
Los chimpancés son los parientes vivos más cercanos de los
humanos, ya que ambas especies descienden de un ancestro simio
común.
Varias comunidades de chimpancés en el mundo se han
convertido en fuente de observación científica, incluyendo los
famosos chimpancés de Gombe que fueron documentados por Jane
Goodall, y los chimpancés de Bossou estudiados por los
investigadores del Instituto de Investigación de Primates de la
Universidad de Kyoto. Como reacción a la muerte de una cría, las
madres chimpancés altamente evolucionadas sostienen en sus
brazos a sus bebés durante días después de su deceso. Las
madres chimpancés (y, en otros casos, simios y monos) continúan
llevando en sus brazos y cuidando a sus crías después de su
muerte, entre unos días y un mes o dos. Esto ha sido documentado
decenas de veces, con extensas observaciones de quién, cuándo,
dónde y cómo. Una madre chimpancé llamada Masya tuvo en sus
brazos a su bebé durante tres días, a menudo mirando atentamente
su cara.[18] Ella continuó cuidando del pequeño, llevando en sus
brazos cuidadosamente a la cría sin vida, incluso cuando eso le
dificultaba el comer y el moverse. Llevar a la cría en sus brazos es
un comportamiento inusual en las madres, porque los bebés
69
chimpancé normalmente se agarran de ellas, lo cual les deja las
manos libres para realizar otras actividades. Durante ese tiempo,
Masya dejó de interactuar con su grupo y no se acicalaba en
absoluto. Nunca trató de darle el pecho al bebé, lo cual nos sugiere
que sabía que ya no estaba vivo. En una respuesta compasiva por
parte de la comunidad, otros chimpancés del grupo empezaron a
acicalar a Masya, mientras ella se concentraba resueltamente en su
cría. Gradualmente, su comportamiento pasó del contacto constante
y la protección a finalmente ser capaz de dejar el cuerpo de la cría
permanentemente. En una situación distinta, cuando una cría de
chimpancé moría a causa de una enfermedad potencialmente
contagiosa, los investigadores retiraban el cuerpo al cabo de cuatro
días. Después de eso, la madre chimpancé buscaba a su bebé,
vocalizando todo el tiempo. Este comportamiento no se observa
cuando se permite a la madre dejar a la cría cuando ella lo
considera adecuado.
Al pasar esos días con el cuerpo de la cría, la madre chimpancé
experimenta su muerte inequívocamente. De esta manera, la
creencia que el apego crea, el pensamiento mágico de que este ser
especial siempre estará ahí, es desmentido por la propia experiencia
de la madre. Es probable que los eventos culturales humanos como
los funerales, los velatorios y las conmemoraciones sirvan a un
propósito similar. Preparar para una conmemoración incluye llamar a
la familia y a los amigos, y hablarles de la muerte y escuchar sus
condolencias. Recuerdo que la mañana después de la muerte de mi
padre desperté y nuestra mesa de comedor estaba cubierta con una
docena de centros de mesa de flores que mi hermana había creado
para su conmemoración. Pude sentir que el acto de crearlos, el
tiempo que le había tomado escoger los floreros y añadir las cintas,
era su forma de procesar el hecho de la pérdida. Cuando la familia y
70
los amigos viajan muchos kilómetros, se ponen ropa especial y se
reúnen para dar abrazos, sonrisas y amor, todo ello señala el
momento como algo distinto, y ese momento graba en nuestra
memoria el hecho de la muerte. En muchos funerales vemos el
cuerpo de nuestro ser querido dentro de un ataúd, o vemos una
urna con sus cenizas, lo cual es la prueba física de que su cuerpo
ya no es el receptáculo del alma que amamos. La comunidad
reconoce, y muestra explícitamente en su comportamiento, que esa
persona ya no va a regresar. Esto refuerza lo que en ese momento
el afligido superviviente sólo es capaz de creer a medias. Más
adelante, cuando tenemos recuerdos del funeral, esos recuerdos
pueden ayudarnos un poco a desentrañar nuestros propios
pensamientos mágicos; por mucho que nos cueste creerlo, los
servicios conmemorativos son la prueba de que otras personas
comparten nuestra comprensión de que nuestro ser querido ya no
está con nosotros.
Los recuerdos
Si nos tomamos en serio lo que las personas afligidas nos dicen,
entonces parecería que el cerebro puede persistir en dos creencias
mutuamente exclusivas. Por un lado, tenemos el claro conocimiento
de que nuestro ser querido ha fallecido, pero, por otro lado, tenemos
la creencia mágica de que va a regresar. Cuando un ser querido ha
fallecido, conservamos el recuerdo del momento en que nos
enteramos de su muerte. Este recuerdo podría ser una llamada
telefónica informándote que tu hermano ha muerto, que se ha
quedado grabada en tu mente con mucho detalle: en qué parte del
comedor te encontrabas en ese momento, qué estabas cocinando,
cuánto calor hacía o el olor de las cebollas. Esto es lo que se
denomina memoria episódica: recuerdos detallados de un evento
71
específico.
Quizás tu recuerdo de la muerte se produjo porque estabas ahí
cuando ocurrió. Cuando mi padre falleció en el verano de 2015, mi
hermana, una amiga de la familia y yo habíamos estado
turnándonos para quedarnos a dormir con él en el hospital que
había escogido para recibir cuidados paliativos. En esa noche
específica, yo le había dado las buenas noches, pero él ya no
respondió. Conseguí dormir unas pocas horas en el sofá de la
habitación. En medio de la noche, desperté con una sensación de
asombro, una experiencia muy frecuente en esos últimos días
(además de los sentimientos de absoluto agotamiento y falta de
confianza en que podría aguantar mucho tiempo más). Verifiqué que
mi padre estuviera bien y luego decidí salir a caminar, movida por
una sensación de asombro similar a la que sentía cuando
contemplaba las maravillosas estrellas en el cielo nocturno de la
Montana rural. Si alguna vez has estado muy lejos de las luces de la
ciudad, sabes que hay muchas estrellas y que pareciera que el cielo
estuviera salpicado de arena brillante. Caminé por el sendero
circular que rodea al hospital, diseñado para proporcionar a los
empleados y a los visitantes un lugar donde estirar las piernas.
Regresé a la habitación y mi padre todavía respiraba, muy
lentamente. Era realmente asombroso, pensé, que su vida pudiera
sostenerse con una respiración tan mínima. Me volví a dormir. Al
amanecer, una enfermera se inclinó sobre mí y puso su mano sobre
mi hombro. «Creo que ya no está con nosotros», dijo. Me acerqué a
la cama de mi padre. Estaba tan sereno y se veía tan pequeño;
parecía un niño y un anciano al mismo tiempo. Tenía exactamente el
mismo aspecto que unas horas antes, excepto que su respiración
había pasado de ser sumamente superficial a ser totalmente
inexistente.
72
Mi experiencia de la muerte de mi padre fue serena y llena de
asombro, y fui consolada por seres queridos y profesionales
afectuosos. Pude concentrarme en lo que estaba ocurriendo y
ahora, cuando lo recuerdo, suelo sentirme tranquila, incluso si estoy
triste. Me considero afortunada, porque pude experimentar lo que
podría llamarse una buena muerte. Fue de gran ayuda el hecho de
que mi padre se encontrara en un programa de cuidados paliativos,
diseñado por las personas que más saben sobre cómo crear las
condiciones para favorecer una buena muerte. Muchas muertes no
son así, en absoluto. Las personas experimentan miedo, terror,
dolor, impotencia o un enfado extremo en el momento del
fallecimiento de su ser querido, especialmente cuando ocurre en
circunstancias violentas o aterradoras, en accidentes o en salas de
emergencia. Durante la pandemia del COVID-19, muchas personas
no pudieron estar con sus seres queridos cuando éstos fueron
ingresados a un hospital y no pudieron estar con ellos cuando
fallecieron. Cuando no tenemos la oportunidad de despedirnos, de
expresar amor, gratitud o perdón, o cuando no tenemos el recuerdo
de haber visto el deterioro físico y la muerte de nuestro ser querido,
la ambigüedad puede rodear a la «realidad» de su muerte. Los
estudios muestran que una pérdida ambigua, como cuando
miembros de la familia desaparecen a manos de un régimen
político, o cuando su cuerpo no aparece y son dados por muertos
después de un accidente aéreo o en un conflicto armado, eso
complica el proceso del duelo. Uno de los motivos podría ser que
una parte de nuestro cerebro está programado para creer que
nuestro ser querido en realidad nunca falleció, y al no tener
evidencias abrumadoras provenientes de nuestro recuerdo de su
deterioro o de su muerte, volver a programar nuestra comprensión
del hecho puede tomarnos más tiempo o causar un malestar mayor.
73
La memoria es sumamente compleja. Afortunadamente, también
es un área que muchos neurocientíficos y psicólogos cognitivos
llevan mucho tiempo estudiando, así que sabemos bastante sobre
cómo funciona en el cerebro. El cerebro no funciona como una
cámara de vídeo, registrando cada momento todos los días y luego
almacenándolo para siempre. Es fácil imaginar que los recuerdos
son como un vídeo almacenado en un archivo que el cerebro abre y
visualiza cuando recordamos algo. En realidad, los recuerdos
funcionan un poco más como la preparación de una comida. Los
ingredientes de nuestros recuerdos están almacenados en muchas
áreas del cerebro. Cuando recordamos un hecho, esos ingredientes
se juntan, añadiendo a la mezcla imágenes, sonidos y olores, el
sentimiento que el evento produjo en nosotros, asociaciones con
determinadas personas en el hecho y la perspectiva desde la cual
vimos las diferentes escenas. Juntos, los recuerdos nos parecen
una experiencia sintética de un evento del pasado, de la misma
manera en que un bizcocho parece ser una única entidad y no una
combinación de harina, azúcar y huevos. Sin embargo, los
diferentes bizcochos tienen diferentes sabores, como chocolate y
vainilla, aunque aun así son identificables como bizcochos. De una
manera similar, el hecho de estar de buen humor o de mal humor
cuando recordamos algo afecta a los ingredientes que incluimos en
esa versión del recuerdo, quizás haciendo que tenga colores más
vivos o que sea más agridulce. En ocasiones, cuando recuerdo la
muerte de mi padre, mi recuerdo no está dominado por el asombro
que sentí, sino que el recuerdo predominante es mi agotamiento. Y
aunque no estoy completamente segura de si la enfermera puso su
mano sobre mi hombro o si simplemente desperté cuando me habló,
la memoria episódica sigue siendo reconocible para mí cuando se
desarrolla en mi mente.
74
Los recuerdos nos permiten aprender de las situaciones que
hemos experimentado, y un evento significativo como la muerte de
un ser querido probablemente será priorizado en la base de datos
del cerebro. Se podría decir que la memoria episódica es un tipo de
conocimiento, de conocimiento de eventos o momentos específicos,
al que el cerebro accede debido a su importancia en tu vida.
C. S. Lewis, el autor de The Chronicles of N arnia,[19] también
escribió, después de la muerte de su esposa, un libro
conmovedoramente revelador titulado A Grief Observed. En él,
escribe:
Creo que estoy empezando a entender por qué la aflicción se
siente como el suspense. Proviene de la frustración de muchos
impulsos que se habían vuelto habituales. Mi esposa era objeto de
pensamiento tras pensamiento, sentimiento tras sentimiento, acción
tras acción. Ahora su objetivo ha desaparecido. Por hábito, continúo
poniendo una flecha en la cuerda, y entonces me acuerdo y tengo
que bajar el arco. Hay tantos caminos que llevan a los pensamientos
hacia H…
Solía haber muchos caminos y ahora hay muchos
callejones sin salida.
Durante el duelo, es común traer a la mente, repetidamente, un
recuerdo episódico como, por ejemplo, el sonido de una voz en el
teléfono diciéndote que tu hermano a muerto, o la imagen de tu
padre cuando ya no respiraba en su cama de hospital. Mientras una
parte de tu cerebro está representando tu recuerdo, otra parte está
sintetizando las nuevas experiencias causadas por su ausencia y
desarrollando nuevas predicciones, nuevos hábitos y nuevas
rutinas. Este conocimiento contrasta con la creencia mágica de que
nuestro ser querido está en algún lugar, sólo que no está aq uí,
ahora y cerca en este momento.
75
D os creencias que son mutuamente ex clusivas
El hecho de que podamos experimentar estas creencias mutuas
incompatibles quizás sea el aspecto más cruel de nuestra
naturaleza humana: que nuestro ser querido ya no esté aquí y que
podamos volver a encontrarlo. Durante todo esto, nuestro cerebro
mantiene una representación persistente de esa persona, o un
avatar de nuestro ser querido, en su mundo virtual. La codificación
de esta representación emerge mientras una madre amamanta a su
bebé, o durante los momentos íntimos de una pareja. Implícito en
esta representación de nuestro ser querido, como una consecuencia
del apego, está el hecho de que creemos en la existencia de esa
persona de tal manera que creamos una relación eterna con ella,
la creencia persistente en el aq uí, ahora y cerca. Las conexiones
neurales que sirven como el algoritmo para la representación mental
de nuestro ser querido están permanentemente codificadas.
Nuestros planes, nuestras expectativas, nuestras creencias sobre el
mundo están influidos por este conocimiento implícito, la creencia de
que nuestro ser querido regresará, o que podemos encontrarlo.
Podemos culpar a ese conocimiento implícito de nuestros
pensamientos mágicos.
El conocimiento implícito, que opera por debajo del nivel de la
consciencia, influye en nuestras creencias o en nuestros actos.
¿Cómo saben los científicos que el conocimiento implícito existe, si
opera por debajo de la consciencia? Si la persona no puede
informar de ese conocimiento, entonces sólo podemos ver el efecto
que tiene en los actos de las personas. Pero una evidencia
convincente de que la maquinaria neural crea conocimiento implícito
proviene de los estudios neurocientíficos de personas que han
sufrido un daño específico en partes de su cerebro. Un famoso
paciente, Boswell,[20] era incapaz de formar nuevos recuerdos
76
debido a un accidente que causó un daño en el lóbulo temporal del
cerebro que contiene el hipocampo y la amígdala. Este tipo de
déficit de la memoria, la pérdida de la capacidad de crear nuevos
recuerdos, se denomina amnesia anterógrada. El paciente no podía
reconocer a ninguna de las personas que había conocido en los 15
años que habían transcurrido desde su accidente, ni siquiera a
aquéllas con las que tenía contacto diario.
Sin embargo, Boswell seguía teniendo un conocimiento implícito
sobre las personas, el cual fue revelado al estudiar detenidamente
su comportamiento. Los investigadores se dieron cuenta de que
Boswell gravitaba hacia un cuidador específico, mostrando
preferencia por él por encima de otros empleados, a pesar de que
no era capaz de reconocerlo o de decir su nombre a los
investigadores. Aunque no tenía ningún recuerdo episódico de
cuándo, dónde y bajo qué circunstancias había conocido a su
cuidador, parecía estar recurriendo a otros conocimientos para
formar una preferencia por él. Los investigadores también notaron
que ese cuidador específico tenía un comportamiento muy amable
con Boswell y le daba dulces con frecuencia.
Para crear condiciones controladas con la finalidad de demostrar
que Boswell tenía un conocimiento implícito a pesar del daño
cerebral, los investigadores Daniel Tranel y Antonio Damasio le
pidieron que realizara una tarea de aprendizaje especial. Le
presentaron tres personas nuevas a Boswell, y esas tres personas
interactuaron con él en momentos distintos a lo largo de cinco días.
Vamos a llamarlos el Sujeto Bueno, el Sujeto Malo y el Sujeto
Neutral. El Sujeto Bueno elogiaba a Boswell, era amable con él, le
ofrecía chicle y le concedía cualquier cosa que le pidiera. El Sujeto
Malo no lo elogiaba, le pedía a Boswell que hiciera tareas tediosas y
le negaba cualquier cosa que le pidiera. El Sujeto Neutral era
77
amable pero metódico, no le pedía nada, pero tampoco le daba
nada. Luego, en el sexto día, Boswell fue evaluado sobre su
conocimiento de estas personas. Cuando le mostraron fotografías
de las tres personas, no fue capaz de recordar o nombrar a ninguna
de ellas. A continuación, le mostraron una foto de las tres personas
juntas, además de otra persona a la que no había conocido. Los
investigadores le preguntaron qué persona le gustaba más y
Boswell escogió constantemente al Sujeto Bueno por encima del
nivel del azar y al Sujeto Malo por debajo del nivel del azar. Lo más
interesante fue que, cuando se midió la cantidad de sudor que
producía en los dedos de las manos (una respuesta automática),
Boswell tenía una reacción fisiológica más intensa al Sujeto Bueno
que a cualquiera de los otros. Una parte de su cerebro tenía un
conocimiento implícito del Sujeto Bueno, incluso cuando Boswell no
era capaz de decirles a los investigadores nada sobre él.[21]
Tenemos recuerdos episódicos específicos de un ser querido (un
recuerdo del día de nuestra boda, por ejemplo), y el ser querido
forma parte de muchos de nuestros hábitos (lo cerca de él o ella que
nos sentamos en el sofá), pero también tenemos un conocimiento
semántico implícito acerca de esa persona (la creencia de que
siempre va a estar ahí para apoyarnos, que es especial para
nosotros). El conocimiento implícito está almacenado en circuitos de
nuestro cerebro distintos de las áreas donde se almacenan los
recuerdos. Esto significa que nos basamos en diferentes tipos de
información sobre nuestros seres queridos de distintos sistemas
neurales, los cuales influyen en nuestros pensamientos,
sentimientos y comportamientos de maneras distintas. Cuando un
ser querido muere, con el tiempo y con la experiencia podemos
remitirnos a nuestros recuerdos episódicos de su muerte; sabemos
que esa persona ya no está con nosotros. Pero el conocimiento
78
implícito es mucho más difícil de actualizar, ya que es una respuesta
a las creencias relacionadas con el apego: que podemos encontrar
a nuestro ser querido, que no estamos buscándolo lo suficiente, que
si nos esforzásemos más o fuésemos mejores de alguna manera,
regresaría con nosotros. Dado que este conocimiento implícito está
en conflicto con los recuerdos episódicos, es menos probable que
reconozcamos ese pensamiento mágico que está implícito. A estas
corrientes de información que están en conflicto las llamo la teoría
de «no está, pero al mismo tiempo es eterno», y creo que el duelo
dura tanto tiempo debido a que están en conflicto.
La memoria episódica, los hábitos y el conocimiento implícito
influyen en la forma en que entendemos, predecimos y actuamos en
el mundo. Aunque se pueden contradecir (por ejemplo, la memoria
episódica nos dice que nuestro ser querido ya no está aquí y el
conocimiento implícito insiste en que no se ha marchado), deben ser
actualizados a medida que vamos aprendiendo vivir con su
ausencia.
¿Por qué el duelo lleva tiempo?
Puedo aprender los nombres de todos mis alumnos en un seminario
en pocas semanas y reunir información sobre sus antecedentes.
Desarrollo la percepción de qué estudiante siempre tiene la
respuesta; reconozco a los que son graciosos o muy leídos, y sé
quiénes son los que no se ofrecen voluntarios para hablar en clase.
Incluso puedo integrar este conocimiento en nuestros debates en
clase, haciendo preguntas más simples, basadas en hechos, a los
estudiantes tímidos para que puedan dar respuestas breves y
concretas, y preguntas más complejas a aquellos que están
dispuestos a expresar en voz alta sus pensamientos. Ésta es mucha
información para registrar sobre las personas, para recordar y
79
utilizar. Sin embargo, toda esa información nunca se traduce en que,
en el siguiente semestre, cualquiera de esos estudiantes vuelva a
aparecer en el aula. El duelo es distinto. El duelo toma más tiempo.
La teoría de «no está, pero al mismo tiempo es eterno» sugiere que
el duelo es distinto de cualquier otro tipo de aprendizaje, porque la
creencia implícita en la continuidad de nuestro ser querido fallecido
puede interferir con el aprendizaje sobre nuestra nueva realidad. En
otras palabras, la memoria episódica y el hábito, por un lado, están
en conflicto con el pensamiento mágico implícito que se crea a
través del apego, por otro lado, y este conflicto produce el período
de tiempo extendido que lleva el duelo. Puedo entender fácilmente
que los alumnos del semestre pasado no van a estar en mi clase
hoy porque no hay ningún motivo para que estén. Pero creer que mi
ser querido ya no está en esta Tierra, cuando parte de la forma en
que está codificado en mi cerebro como mi ser querido incluye la
información de que estará aq uí, ahora y cerca, lleva tiempo
entenderlo y no es fácil. Resolver creencias incompatibles interfiere
con el aprendizaje.
Si el duelo fuese tan sencillo como aprender nueva información,
crear nuevas predicciones de causa y efecto acerca del mundo, o
desarrollar nuevos hábitos para nuestras actividades cotidianas, no
esperaría que ese aprendizaje llevara meses. Es cierto que adquirir
cualquier conocimiento nuevo requiere tiempo y experiencia, pero el
tiempo que lleva adquirir otros tipos de conocimientos comparado
con el tiempo que muchas personas están afligidas sugiere que hay
algo más, como, por ejemplo, creencias incompatibles. Desarrollar
estos nuevos conocimientos requiere la voluntad de participar
plenamente en nuestra vida durante el duelo. Hablaremos más
sobre implicarnos en nuestra vida cotidiana durante la pérdida en los
capítulos 8 y 9.
80
Saber que tenemos pensamientos mágicos
La aflicción es el precio de amar a alguien. La conexión nos da la
motivación para creer que cuando nuestra pareja, nuestros hijos y
nuestros amigos íntimos se marchan, será algo temporal; luego
regresarán. Si cada vez que se van a trabajar o a la escuela por la
mañana, realmente creyéramos que no van a regresar, nuestra vida
sería insoportable. Afortunadamente, no experimentamos la muerte
de nuestros seres queridos con mucha frecuencia, en comparación
con el número de veces que nuestros seres queridos van y vienen
mientras están vivos.
Cuando perdemos a un ser querido, es normal que sepamos que
la persona ya no está aquí y, al mismo tiempo, alberguemos la
creencia mágica de que algún día entrará por la puerta otra vez. Si
damos por sentado que las personas creen ambas cosas, y
aceptamos que eso es lo normal, entonces los neurocientíficos
debería buscar múltiples procesos neurales en funcionamiento. Nos
gustaría ver la perspectiva del cerebro, donde dos aspectos distintos
de lo que «saben» pueden existir simultáneamente. Considerar
múltiples creencias simultáneas debería darnos una imagen más
clara de la forma en que la función cerebral afecta a nuestra manera
de vivir el duelo. Mi propia investigación ha considerado la parte del
cerebro en la que estos tipos de conocimientos podrían residir, y en
los próximos capítulos te contaré más acerca de la forma en que el
cerebro supera estas creencias incompatibles y nos devuelve a una
vida llena de sentido.
[16]. Publicado en español como El año del pensamiento mágico, (Penguin
Random House Grupo Editorial, 2019).
[17].
https://www.nytimes.com/2004/02/07/arts/love-that-dare-not-squeak
name.html
81
-its-
[18]. K. Cronin, E. J. C. van Leeuwen, I. C. Mulenga y M. D. Bodamer (2011),
«Behavioral response of a chimpanzee mother toward her dead infant»,
American Journal of Primatology 73, pp. 415-421.
[19]. Publicado en español como Cartas sobre N arnia (Editorial Encuentro, 2010).
[20]. D. Tranel y A. R. Damasio (1993), « The covert learning of affective valence
does not require structures in hippocampal system or amygdala», Journal of
Cognitive
N euroscience
5/1
(invierno),
pp.
79-88,
https://doi
.org/10.1162/jocn.1993.5.1.79
[21]. Ibídem.
82
CAPÍTULO 4
La adaptación
a lo largo del tiempo
Cuando yo tenía 5 años, renovamos la calefacción eléctrica en casa.
Todavía no iba al colegio, y me obsesioné con nuestro electricista,
Jack. Lo seguía a todas partes, a pesar de que mi madre me
regañaba. Jack siempre vestía ropa vaqueros y, en consecuencia,
yo también empecé a preferir mis petos. Recuerdo vívidamente su
sonrisa lenta, y la profunda sensación de bondad que ese hombre
maravilloso me ofrecía. En una experiencia completamente distinta
de los adultos en mi pequeña ciudad, cuando estaba en cuarto tomé
clases de arte con una artista local. Todos la llamábamos por su
apellido. Weber era distinta a todas las personas que había
conocido, en especial porque fue la primera mujer que conocí que
no se depilaba las piernas. Weber pintaba las más exquisitas y
detalladas acuarelas botánicas de las flores de Montana, dos de las
cuales siguen estando colgadas en la pared de mi pasillo hasta el
día de hoy. Aunque yo no tenía ningún talento como artista, continué
visitando a Weber y charlando con ella durante toda la secundaria, y
más adelante cuando regresaba a casa en los días festivos de la
universidad y en los veranos.
83
En lo que, como adolescente, yo percibí como una de las
relaciones más inesperadas, Weber y Jack se enamoraron. Llegaron
al matrimonio relativamente tarde en la vida y se llenaron de alegría
cuando ella se quedó embarazada. Sin embargo, durante el
embarazo, trágicamente, a Jack le diagnosticaron un cáncer, un
sarcoma devastador. En uno de los numerosos intentos de
encontrar cualquier tratamiento posible, vinieron a Chicago, y una
tarde me encargué de cuidar a su bebé, Rio, en mi apartamento
mientras ellos iban a ver a los médicos. En un cruel e inimaginable
giro del destino, Jack murió cuando su hijo tenía tan solo un año y
medio de edad.
Las pinturas que Weber hizo a continuación, cuando pudo volver
a agarrar un pincel, no se parecían en nada a su obra anterior.
Todavía aparecían flores silvestres en sus pinturas, pero también
había nubes de las que caían lágrimas, mujeres derramando
lágrimas que caían en cubos y corazones de los que caían
interminables gotas de sangre. En muchos de sus cuadros
aparecían mujeres yacentes, cubiertas con hojas de frambuesas
silvestres o inmovilizadas por árboles sin hojas. Una mujer aparecía
acurrucada con pesados edredones cubriéndola, y en algunas
pinturas, la figura negra de la aflicción le rodeaba los hombros como
un pesado manto. Sin embargo, en las últimas pinturas de la serie,
se veía a una mujer recuperando su corazón, extrayéndolo del lugar
en el que había estado enterrado, y en varias obras finalmente
aparece el Sol y los primeros rayos de color naranja amarillento les
aportan luz. Esas obras son impresionantes.
Un día, en una conversación que tuve con ella en su estudio, me
dijo que su formación como artista había sido muy valiosa en el
proceso del duelo. Anteriormente, había trabajado duramente y
había desarrollado una técnica magnífica con el pincel, el agua y el
84
pigmento. Después de la muerte de Jack, ella realmente tenía algo
que decir, y sin esos años de preparación no hubiese tenido la
habilidad para transmitir la profundidad de sus sentimientos. Me di
cuenta de que, sin la profundidad oceánica de sus sentimientos, su
obra anterior, aunque era hermosa, no evocaba la misma
resonancia en el observador. Hubo un largo camino entre la muerte
de Jack en 1996 y la exposición de Weber en una galería en el año
2001, que acabó devolviéndole una nueva vida, inspirada por la
presencia de la ausencia de su marido.
Cómo captar una imagen del cerebro en funcionamiento
Muchos de los que hemos conocido la aflicción nos identificamos
con las pinturas de Weber y nos sentimos superados cuando el
reconocimiento de las bellas imágenes y las yuxtaposiciones
provoca nuestra propia experiencia del dolor. En la introducción te
empecé a contar cómo se realizó el primer estudio de
neuroimágenes de la aflicción, cuando todas las estrellas se
alinearon para nuestro proyecto. Nuestra pregunta era: ¿qué ocurre
en el cerebro cuando alguien está experimentando una oleada de
aflicción? Pero ¿cómo podemos evocar ese sentimiento de dolor en
el extraño y estéril entorno médico del escáner de neuroimágenes?
Las pinturas que Weber creó evocan la profunda soledad y el
silencio de la aflicción, pero, ¿cómo podíamos nosotros suscitar de
una forma fiable ese sentimiento? Los escáners hacen un ruido muy
fuerte, y en aquella época la gente incluso tenía que poner una
barra de mordida entre sus dientes para evitar que la cabeza se
moviera; un escenario que no es exactamente el ideal para
favorecer que las personas puedan acceder a sus sentimientos más
profundos.
La imagen por resonancia magnética funcional (IRMf) puede
85
identificar qué parte del cerebro está activa cuando tiene lugar un
determinado pensamiento, sentimiento o sensación. Los
neurocientíficos infieren dónde se están activando las neuronas
observando en qué regiones del cerebro ha aumentado el flujo
sanguíneo durante esa experiencia en particular. Las IRMf detectan
el flujo sanguíneo debido al hierro en la sangre, utilizando un imán
gigantesco que es el que le da el nombre a esta tecnología. Luego,
la información de la sangre que pulsa por el cerebro es
transformada mediante una física complicada en las imágenes
resultantes de la activación del cerebro. Las neuronas necesitan
sangre después de haberse activado, para traer el oxígeno
reparador. Cuando los eventos mentales tienen lugar, se activan
unas neuronas específicas, de manera que podemos ver qué
regiones del cerebro están activadas en esos momentos
basándonos en qué parte del cerebro fluye la sangre. Las regiones
del cerebro que están significativamente más activas durante el
evento mental de interés que durante una tarea de control se
muestran como manchas de colores sobre una imagen del cerebro
en escala de grises, donde los colores más vivos representan más
oxígeno en la sangre en una determinada área utilizada para esa
función mental. Esto es lo que la gente quiere decir cuando dice que
el cerebro «se ilumina», pero esos colores representan la
probabilidad calculada de activación en una zona, y no la luz o el
color en el cerebro.
La mayoría de las neuroimágenes se basan en el método de
sustracción. Primero desarrollas una tarea que requiere la función
mental en la que estás interesado, y escaneas el cerebro de la
persona que la está realizando. Por ejemplo, supongamos que te
interesa la función mental de leer. El cerebro está activo todo el
tiempo, haciendo todo tipo de cosas. Mientras una persona está
86
leyendo, su cerebro también está experimentando sensaciones
físicas, manteniendo la respiración, registrando en la memoria lo
que está ocurriendo, etcétera. En el método de sustracción, los
investigadores idean una segunda tarea, llamada tarea de control.
La tarea de control es igual a la primera tarea en todos los sentidos,
exceptuando la función mental en la que los científicos están
interesados. El cerebro se escanea mientras los participantes están
realizando ambas tareas secuencialmente. Una tarea de control
para la lectura debería dar cuenta del hecho de que la persona está
moviendo los ojos de izquierda a derecha, a través de
combinaciones de símbolos que aparecen con frecuencia en su
lengua materna. La tarea de control podría requerir que las
personas vean «palabras» sin sentido que están hechas de letras y
sílabas que son comunes en su idioma pero que en realidad no
significan nada, de manera que no es posible leerlas. Para cada
escaneo cerebral, un ordenador registra qué regiones del cerebro
están activas durante la tarea de lectura y durante la tarea de
control. Cuando restas la activación durante la tarea de control de la
activación durante la tarea de lectura, se infiere que las áreas del
cerebro que quedan son las áreas que son importantes para la
función mental de leer.
Para escoger una tarea que pudiera ser utilizada para evocar y
estudiar la aflicción mediante el método de sustracción, Harald
Gündel, Richard Lane y yo tuvimos que pensar en cómo capturar un
breve momento emocional de aflicción. Consideramos la forma en
que la aflicción se produce en la vida real y escogimos dos
posibilidades. En primer lugar, cuando las personas nos cuentan la
historia de lo que le ocurrió a su ser querido, las palabras
específicas que eligen están ligadas a sus recuerdos específicos de
la pérdida. En segundo lugar, cuando una persona afligida quiere
87
contar algo sobre su ser querido suele traer un álbum de fotos.
Palabras y fotografías, eso fue exactamente lo que le pedimos a
cada participante que compartiera con nosotros. Dado que la
aflicción es tan única, tan específica para la persona amada que ha
fallecido, sabíamos que no podíamos usar las mismas palabras o
fotos con las ocho mujeres del estudio. Entonces, digitalizamos fotos
individuales de los seres queridos fallecidos que cada participante
nos trajo. En la imagen digitalizada, añadimos un texto utilizando
palabras relacionadas con la aflicción que la participante había
usado durante una entrevista que le hicimos sobre su pérdida. Eran
palabras como cáncer o colapso, específicamente relacionadas con
la muerte de su ser querido. Durante el escaneo por
neuroimágenes, ellas veían esas fotografías y esas palabras
mientras nosotros medíamos su actividad cerebral.
Después de eso, teníamos que crear la condición de control. El
cerebro tiene áreas específicas para identificar rostros humanos y
áreas para leer palabras. Decidimos utilizar una fotografía de un
desconocido como una comparación. Para las palabras
correspondientes, usamos palabras neutrales del mismo largo y de
la misma parte del habla. Por ejemplo, la palabra correspondiente
para cáncer era ginger.[22] Así pues, como tarea de control para el
método de sustracción para cada participante utilizamos fotografías
de extraños con textos con palabras neutrales.
Las fotos que nuestras generosas participantes compartieron
fueron muy conmovedoras; por ejemplo, una mujer que había
perdido a su marido muchas décadas atrás trajo una foto de un
apuesto novio con un trozo de pastel de boda. Otra era de un
hombre vistiendo una camisa hawaiana, con una sonrisa relajada
que transmitía a través de la cámara el disfrute de unas vacaciones
con la mujer que ahora era su viuda. Cuando les pedimos a las
88
participantes en duelo que nos contaran qué habían sentido durante
la presentación de las diapositivas, nos dijeron que habían sentido la
mayor aflicción al ver la imagen del ser querido subtitulada con una
palabra relacionada con la aflicción. También medimos la cantidad
de sudor que los dedos de sus manos producían en respuesta a
cada diapositiva: como era de esperarse, tuvieron una mayor
sudoración al ver la imagen del ser querido con una palabra
relacionada con la aflicción y una menor sudoración al ver a un
extraño junto a una palabra neutral.
Normalmente, en un estudio de laboratorio, utilizamos los mismos
estímulos para cada participante, para mantener ese aspecto
constante. Pedir a personas en duelo que traigan una foto de su ser
querido, para que cada persona contemplara una fotografía distinta,
era una idea novedosa. Pero era sumamente importante evocar una
aflicción real en cada persona, porque para cada uno de nosotros,
nuestra tristeza es tan única como nuestra relación.
R esultados
En el capítulo 2, en el estudio de «elige tu propia aventura»,
mencioné la corteza cingulada posterior (CCP). La CCP es una gran
región que comienza en el centro del cerebro, se enrosca alrededor
de los ventrículos centrales, que están llenos de líquido, y llega
hasta la parte posterior de la cabeza. A partir de otros estudios de
neuroimágenes, sabemos que la CCP es importante cuando
recuperamos recuerdos emocionales, autobiográficos; de hecho, la
CCP activa el sentimiento de aflicción. Nuestros recuerdos del ser
querido fallecido en el escáner desencadenaron esos recuerdos en
nuestras participantes. En nuestro estudio, la CCP mostró una
mayor activación neural cuando comparamos ver una fotografía de
la persona fallecida con ver una foto de un extraño.
89
Sin embargo, la CCP no era la única región que se activaba
durante la tarea de aflicción. Una comprensión más contemporánea
de la función cerebral revela que muchas regiones se activan al
mismo tiempo, en una red. Otra región que se activa es la llamada
corteza cingulada anterior (CCA). Muchas actividades mentales
requieren la CCA, porque esta región dirige nuestra atención hacia
las cosas consideradas importantes. Cuando pensamos en palabras
que nos recuerdan la muerte de nuestro ser querido, en
comparación con las palabras neutras, podemos entender por qué
eso activa la CCA. Ciertamente, la muerte de un ser querido ocupa
un lugar alto en importancia; como neurocientífica, este resultado
me recuerda precisamente lo importante que es.
A menudo, vemos que dos regiones, la CCA y la ínsula, se
activan juntas cuando algo doloroso exige nuestra atención, y
pudimos observar esa coactivación en el escáner durante esos
momentos de aflicción. Uno de los motivos por los que sabemos
tanto acerca de la coactivación de la CCA y la ínsula es por los
estudios del dolor físico. Estas dos regiones responden juntas
durante un estímulo de dolor físico, como un calor incómodo
aplicado a los dedos del participante durante un escaneo por
neuroimágenes. Lo que es fascinante acerca de las regiones que
participan en el dolor físico es que los neurocientíficos pueden
distinguir entre el aspecto físico del dolor y el aspecto psíquico o
emocional del dolor. Si piensas en ello, el aspecto físico del dolor
equivale a una sensación intensa. Los anatomistas saben desde
hace tiempo que las neuronas serpentean por el cuerpo desde los
receptores de sensaciones en los dedos de las manos, a través de
la médula espinal y entrando en áreas específicas del cerebro que
tienen un mapa topográfico del cuerpo, que indican a la consciencia
dónde ocurrió la sensación de dolor. Pero estas neuronas terminan
90
en la región cerebral sensoriomotora. Entonces, el dolor físico se
deriva de una sensación intensa producida en el cerebro. La parte
emocional del dolor, el sufrimiento que acompaña al dolor físico, se
deriva de la CCA y la ínsula, respondiendo al aspecto alarmante y
de sufrimiento. Así pues, cuando estas dos regiones se activaban
durante la aflicción, nosotros interpretábamos esta coactivación
como algo relacionado con el dolor emocional de la aflicción. Las
ubicaciones exactas en la CCA y la ínsula no son idénticas en el
dolor físico y emocional, pero están muy cerca.
Los resultados nos llevan a más preguntas
Los resultados de este primer estudio indicaron que la aflicción es
algo muy complejo de producir para el cerebro. Requiere de muchas
regiones cerebrales además de aquellas que procesan imágenes y
palabras: la aflicción involucra regiones del cerebro que procesan
las emociones, asumen el punto de vista de otra persona, tienen
recuerdos episódicos, perciben rostros familiares, regulan el corazón
y coordinan todas las funciones que acabo de mencionar. Por otro
lado, los resultados fueron específicos y confirmaron que la aflicción
no activa todas las regiones del cerebro. Por ejemplo, en nuestro
estudio, la aflicción no activó la amígdala, una parte del cerebro con
forma de almendra que suele activarse cuando el cerebro está
produciendo emociones intensas.
Nuestro estudio con neuroimágenes demostró que la aflicción
podía examinarse con éxito en el cerebro, demostrando lo que
ocurría cuando mirábamos en su interior. Ése fue un paso
importante para que la ciencia considerara estudiar la aflicción
desde la perspectiva del cerebro. Por otro lado, los resultados nos
parecieron incompletos, ya que sólo son una descripción de las
regiones involucradas. No responden a algunas de las preguntas
91
importantes acerca de la aflicción cuyas respuestas las personas
quieren conocer. Necesitábamos un modelo neurobiológico del
duelo que fuera más allá de una larga lista de regiones cerebrales.
En aquel entonces yo creía que la neurociencia podía
proporcionar información acerca de la forma en que la experiencia
de la aflicción cambia a lo largo del período del duelo; en otras
palabras, la forma en que el conocimiento de la ausencia de nuestro
ser querido se actualiza con el tiempo. Tenía la esperanza de que la
neurociencia pudiera ayudarnos a entender y a predecir quién se
adapta con resiliencia tras la muerte de un ser querido y quién tiene
dificultades para volver a tener una vida con sentido. Además,
quería saber de qué manera el cerebro podría interferir con nuestra
adaptación. Pero ésos eran los inicios, cuando el primer estudio de
la aflicción con neuroimágenes fue publicado, en 2003. Este estudio
de la aflicción había sentado las bases para describir lo que el
cerebro hacía en el momento en que uno sentía tristeza, pero no
satisfizo mi curiosidad científica acerca del proceso del duelo.
Compartir la ciencia con el público
Una simple descripción de un fenómeno es habitual cuando uno
empieza a estudiarlo; es un paso inicial para entrenar nuestra
concentración en la nueva área de investigación. Hay una famosa
descripción de la aflicción que ha perdurado en nuestra cultura por
décadas. En 1969, Elisabeth Kübler-Ross publicó On Death and
Dying.[23] El modelo de las cinco etapas del duelo de las que
hablaba Kübler-Ross en su libro es un modelo que el mundo
recuerda, a pesar del hecho de que el progreso de la investigación
en las últimas décadas ha mostrado que ese modelo es inexacto o
está incompleto. El conocimiento extendido del modelo de KüblerRoss se debe en parte a que ella llegó al corazón y la mente de los
92
lectores de aquel popular libro. Todo el mundo conoce esas etapas
(negación, ira, negociación, depresión, aceptación), tanto si las
escribiste en fichas para tu clase de Psicología, como si
simplemente buscaste en Google «como afrontar el duelo» . Dicho
esto, la información que puedes encontrar en Internet sobre el duelo
ha mejorado un poco, especialmente consultas las páginas web
producidas por fuentes fiables como las de los institutos nacionales
de salud.
Elisabeth Kübler-Ross era una persona fascinante. (Pude hablar
con ella en Arizona, donde vivió antes de su muerte en 2004).
Kübler-Ross pasó su infancia en Zurich,[24] y en su juventud se
ofreció voluntaria para trabajar con los refugiados después de la
Segunda Guerra Mundial. Visitó un campo de concentración cerca
de Lublin, en Polonia, y esa experiencia tuvo un efecto profundo en
ella, que le duró toda la vida. En la década de los sesenta, como
psiquiatra en EE. UU., empezó a ver pacientes y a escribir durante
los movimientos por los derechos civiles y de las mujeres. Estos
cambios culturales dieron voz a grupos que anteriormente no la
habían tenido. De una manera similar, a través de sus escritos,
Kübler-Ross dio voz a los enfermos terminales. En aquel entonces
se creía, y en cierta medida hasta el día de hoy, que una muerte
inminente no era algo de lo que se debería hablar, ni siquiera los
médicos y los pacientes. Pero ella decidió entrevistar a los pacientes
acerca de su experiencia de inmensa pérdida cuando se
enfrentaban a su mortalidad, preguntándoles qué sentían, en qué
pensaban y cómo entendían lo que les estaba ocurriendo. No sólo
eso, sino que además invitó a enfermeras, médicos, residentes,
capellanes y estudiantes de medicina a unirse a esas entrevistas.
Luego compartió lo que esas personas reales que estaban muriendo
le habían dicho, primero en un artículo en la revista L I FE, que
93
estaba acompañado de unas fotografías conmovedoras de las
entrevistas y luego en su famoso libro en 1969.
Kübler-Ross utilizaba la tecnología con la que contaba la
psiquiatría en aquel entonces: la entrevista clínica. Ella hacía lo que
hacen todos los científicos cuando empiezan a estudiar un
fenómeno: describía. Catalogó lo que los pacientes le dijeron y
sintetizó lo que describieron en un modelo, y luego compartió ese
modelo con el mundo. Kübler-Ross no estaba equivocada en cuanto
al contenido del duelo. La gente decía haber experimentado ira y
depresión. Algunas personas no lograban hablar de su experiencia
debido a la negación, y otras dedicaban una gran cantidad de
tiempo y esfuerzo a pensar en cómo podían negociar para escapar
de la muerte. Algunas parecían estar en paz con lo que les
esperaba, aceptando que estaban en el último capítulo de su vida.
Kübler-Ross describió lo que le habían contado, concentrándose y
creando un modelo que incluía aquellos aspectos que parecían ser
los más importantes, de una forma que nadie lo había hecho antes.
Kübler-Ross y otros aplicaron las etapas del duelo, que ella
describió en los enfermos terminales, al período posterior a la
pérdida, lo cual es un gran salto. Pero una descripción no es lo
mismo que una investigación empírica. Igual que ocurrió con mi
primer estudio con neuroimágenes, había más cosas que descubrir
acerca del duelo. Kübler-Ross estaba usando la experiencia de
aflicción de las personas durante las entrevistas para describir el
duelo a lo largo del tiempo. Aunque estaba en lo cierto al informar
del contenido de la experiencia de las personas, no todas las
personas que están en duelo pasan por las cinco etapas. Las cinco
etapas no son un modelo del proceso de adaptación después de
una pérdida que haya sido probado empíricamente.
El problema, y el daño que esto ha causado para las personas en
94
duelo, es que el modelo que ella desarrolló ha sido considerado más
que una descripción del duelo de las personas que entrevistó, y ha
sido tomado como una receta de cómo vivirlo. Muchas personas en
duelo no experimentan ira, por ejemplo, y, por lo tanto, sienten que
están viviendo el duelo incorrectamente, o que no han completado
todo su «trabajo de duelo». Los médicos pueden decir que un
paciente está en negación, sin entender que las etapas no son
lineales, y que las personas entran y salen de la negación en
distintos momentos. En resumen, muy pocas personas
experimentan la progresión ordenada de etapas que Kübler-Ross
proponía y, por desgracia, es posible que sientan que no son
normales si no lo hacen. Este modelo antiguo y obsoleto ha sido
reemplazado con modelos que tienen una ciencia más empírica
detrás de ellos, pero a veces los médicos insisten en utilizarlo, y el
público general normalmente no sabe que nuestra comprensión del
duelo se ha desarrollado significativamente.
El viaje del h éroe
Cuando le digo a la gente que estoy escribiendo un libro de ciencia
popular acerca del duelo, casi todo el mundo da por sentado que
voy a hablar de las cinco etapas. ¿Por qué persiste este modelo, a
pesar de la evidencia científica de que el duelo no se desarrolla en
etapas lineales? Jason Holland y Robert Neimeyer, psicólogos y
expertos en el duelo, han propuesto el mejor motivo que he
conocido para esta persistencia.[25] Ellos describen el modelo de las
cinco etapas como un modelo que refleja el «monomito» de nuestra
cultura. El viaje del héroe, o en este caso, el viaje de la persona en
duelo, es un estructura narrativa épica que encontramos en la
mayoría de los libros, las películas y los cuentos alrededor de una
hoguera que hemos oído. Puedes pensar en cualquier héroe, desde
95
Ulises en L a Odisea hasta Alicia en Alicia en el País de las
Maravillas, o incluso Stranger Things. El héroe (la persona en duelo)
entra en un mundo desconocido y aterrador, y después de un arduo
viaje, regresa transformado, con una nueva sabiduría. El viaje está
compuesto de una serie de obstáculos casi imposibles (las etapas)
que deben ser superados, lo cual convierte al héroe en una persona
honorable cuando logra su cometido. Holland y Neimeyer lo
expresaron muy bien: «La atracción aparentemente magnética de
una representación del duelo en etapas que comienza con una
desorientadora separación del mundo “ normal” preduelo, y que
progresa heroicamente a través de una serie de pruebas
emocionales claramente señaladas antes de dar como resultado
una etapa triunfante de aceptación, recuperación o regreso
simbólico, puede deberse más a su convincente coherencia con una
estructura narrativa aparentemente universal que a su exactitud
objetiva». El problema con este monomito es que las personas
sienten que no son normales cuando no experimentan un conjunto
lineal de obstáculos. O sienten que han fracasado porque no han
«superado» la tristeza o no han alcanzado un estado iluminado. Es
posible que los amigos, los familiares e incluso los médicos se
preocupen cuando no hay un claro regreso de un héroe sabio.
Holland y Neimeyer realizaron un estudio empírico que buscaba
las cinco etapas y descubrió que la adaptación no es tan lineal u
ordenada. El dolor de la aflicción suele ser más pronunciado en las
personas que han estado en duelo por un período de tiempo más
corto. Pero ese dolor incluye todos los tipos de experiencias de
duelo, incluyendo la incredulidad, la ira, el estado de ánimo
depresivo y la añoranza. La aceptación es más evidente entre
aquellas personas que han estado en duelo durante un período de
tiempo más largo. Por lo tanto, el dolor de la aflicción y la aceptación
96
parecen ser dos caras de una misma moneda, pero el ascenso y la
caída de cada una de ellas tiende a adoptar la forma de oleadas en
un lapso de días, semanas y meses. El aumento relativo de la
aceptación en comparación con el declive relativo del dolor de la
aflicción sí se produce, pero durante un largo período de tiempo. En
medio de esta lenta inversión de la aceptación sobre el dolor, suele
haber una reversión temporal en los días cercanos al aniversario de
la muerte, cuando muchas personas experimentan una recurrencia
normal de la aflicción. Este viaje no suele tener un inicio claro, una
etapa central y un final como esperaríamos, o como nuestros seres
queridos esperarían para nosotros, en medio de nuestro sufrimiento.
En las oleadas de tristeza, con el tiempo, la aceptación empieza a
aparecer con mayor frecuencia y el sufrimiento va perdiendo
intensidad hasta desaparecer por completo.
El modelo del proceso dual del duelo
A finales del siglo XX, la ciencia del duelo pasó lentamente de
concentrarse en el contenido de la aflicción que las personas
experimentaban a centrarse en el proceso del duelo a lo largo del
tiempo. A través de una larga colaboración, los psicólogos Margaret
Stroebe y Henk Schut en la Universidad de Utrecht, en los Países
Bajos, proporcionaron una elegante ciencia empírica del duelo y
desarrollaron un modelo que muchos terapeutas utilizan en la
actualidad, el modelo del proceso dual del duelo, al que
normalmente nos referimos simplemente como el modelo del
proceso dual, para abreviar.
poneri85
Mira el gráfico del modelo del proceso dual. La esfera más grande
representa nuestra experiencia diaria, mientras vivimos nuestra vida
cotidiana. Los dos óvalos dentro de ella representan las tensiones a
97
las que nos enfrentamos cuando un ser querido muere. Durante
décadas, los médicos, los filósofos y los poetas han estado
hablando de los estresores orientados a la pérdida: las emociones
dolorosas que surgen cuando perdemos a alguien, el hecho de que
todo parece recordarnos a esa persona, aunque sabemos que ya no
está con nosotros. Estos estresores constituyen lo que normalmente
llamamos aflicción. La aportación importante del modelo del proceso
dual fue poner nombre a los otros estresores a los que nos
enfrentamos. Por ejemplo, nos enfrentamos también a lo que
Stroebe y Schut denominaron los estresores orientados a la
recuperación. Éstas son todas las tareas que ahora tenemos que
hacer porque la persona amada ya no está. Los estresores de la
recuperación incluyen cosas prácticas que no estás acostumbrada a
hacer, o al menos no a hacerlas sola, como, por ejemplo, la
declaración de la renta o hacer las compras en el supermercado. En
el caso de haber perdido a tu pareja, tienes que aprender a vivir sin
la persona que no sólo era tu amiga y tu amante, sino que además
solía realizar tareas del hogar, o que compartía contigo la educación
de los hijos. En el caso de una pareja mayor, la viudedad puede
significar vivir sin un apoyo importante para los problemas de salud,
o sin la persona que siempre conducía el coche. Y recuperación
significa reorientar la forma en que nuestro mundo ha cambiado; por
ejemplo, reconocer que nuestros sueños para la jubilación no van a
tener lugar sin nuestro ser querido. Tenemos que hacer nuevas
elecciones y desarrollar nuevos objetivos al enfrentarnos a nuestra
nueva realidad en la recuperación de una vida con sentido.
Sin embargo, la verdadera genialidad del modelo del proceso dual
es la línea irregular que va y viene entre estos estresores. Esta línea
de oscilación señala la importancia del proceso del duelo, en lugar
de darle relevancia únicamente al contenido de nuestros
98
pensamientos y sentimientos. En ocasiones, la oscilación ocurre a lo
largo de un día; por ejemplo, por la mañana ves varias casas con un
agente inmobiliario y por la tarde estás absorta en los recuerdos del
álbum de fotos de tu boda. A veces, es incluso más corta; por
ejemplo, te vas al baño de la oficina a llorar y luego, diez minutos
más tarde, regresas a tu mesa para continuar con tu proyecto. En
ocasiones enfrentarnos a un factor estresante significa la negación
total o la evitación de otro: «En los próximos 45 minutos voy a hacer
como si todo estuviera bien y voy a animar a mi hija en su partido de
futbol».
Cuando las semillas del nuevo modelo del proceso dual
germinaron por primera vez, algunos médicos lo desafiaron porque
dicho modelo ponía en duda algunas creencias muy arraigadas (o
mitos) acerca del duelo; por ejemplo, el mito de que el duelo
requiere que nos concentremos únicamente en enfrentarnos a los
sentimientos de aflicción, sin tener ninguna consideración por el
hecho de que la persona en duelo también puede beneficiarse del
tiempo que pasa sin enfrentarse a esos sentimientos. Podría
parecer que los ratos que pasamos sin sentir dolor son negación,
represión o distracción de los sentimientos sobre la muerte, y antes
se consideraba que eso era malo para la adaptación. Pero los ratos
en los que no estás sufriendo pueden dar a tu mente y a tu cuerpo
un descanso del estrés de la turbulencia emocional. Stroebe y Schut
querían abordar esas limitaciones que había en los modelos de
duelo anteriores.
Ambos extremos, ocuparnos tanto de la pérdida como de la
recuperación, son importantes en la experiencia del duelo. La clave
para afrontar bien la situación después de haber perdido a alguien
es la flexibilidad, ocupándonos de lo que está ocurriendo en el día a
día, y también siendo capaces de concentrarnos en hacer frente a
99
cualquier factor de estrés que se presente. Las personas en duelo
también tienen momentos en los que no están consumidas por la
tristeza, en los que simplemente están enfrascadas en la
experiencia cotidiana fuera de los dos óvalos. A medida que va
pasando el tiempo, se van implicando cada vez más en el día a día,
y las dificultades de la pérdida y de la recuperación de una vida con
sentido van desapareciendo gradualmente. Los óvalos que
representan los trastornos de la pérdida y la lucha por la
recuperación no desaparecen jamás, pero esos factores de estrés
evocan reacciones emocionales menos intensas y frecuentes. En la
segunda mitad del libro explico en más detalle cómo funciona este
enfoque flexible para lidiar con la pérdida.
[22]. La palabra inglesa ginger significa «jengibre», pero se utilizó por su similitud
(N . de la T.)
[23]. Trad. cast.: Sobre la muerte y los moribundos. Editorial De Bolsillo,
Barcelona, 2007. (N . de la T.)
[24]. «Elisabeth Kübler-Ross» (2004), BMJ 2004; 329:627, doi: https://doi.org
/10.1136/bmj.329.7466.627
[25]. J. M. Holland y R. A. Neimeyer (2010), «An examination of stage theory of
grief among individuals bereaved by natural and violent causes: A meaningoriented contribution», Omega 61/2, pp. 103-120.
100
CAPÍTULO 5
D esarrollar complicaciones
En el verano de 2001 me invitaron a asistir a un taller en la
Universidad de Michigan, justo unas semanas después de haber
recogido las primeras neuroimágenes escaneadas de la aflicción.
Asistieron los principales investigadores del duelo de EE. UU. y
Europa, y el taller tuvo un gran impacto en mí, ampliando mi
comprensión de cómo debemos pensar científicamente en el duelo.
Ese fin de semana conocí unas personas y unos científicos
maravillosos, incluyendo a George Bonanno, Robert Niemeyer y
Margaret Stroebe, quienes han llevado la ciencia del duelo al siglo
XXI. Ellos me animaron en mi trabajo como una investigadora joven y
han continuado influyéndome, ya que nos hemos convertido en
colegas con el paso de los años.
El propósito del taller era presentarnos el proyecto de
investigación Cambiar la vida de las parejas mayores (CVPM),
realizado en la Universidad de Michigan y financiado por el Instituto
Nacional del Envejecimiento. Este proyecto ha influido enormemente
en el campo de la investigación del duelo. En este estudio
longitudinal, más de 1 500 adultos mayores fueron entrevistados,
con cientos de preguntas, a lo largo de diferentes momentos en el
tiempo antes y después de la muerte de su pareja. Como podrás
101
imaginar, esto crea una base de datos inmensa. El taller nos mostró
qué información había sido recogida, cómo había sido recopilada y
qué interrogantes de la investigación habían sido respondidas hasta
el momento. Hasta la fecha, se han escrito más de cincuenta
artículos científicos a partir de esta investigación, varios de los
cuales han sido sumamente innovadores.
Una de las cosas más valiosas del estudio CVPM es que los
participantes fueron entrevistados por primera vez cuando ambos
miembros de la pareja todavía vivían. Cuando se realizaron las
primeras entrevistas, ninguno de los dos tenía una enfermedad
terminal. Luego, los investigadores hicieron un seguimiento de esas
parejas durante varios años. Cuando uno de los dos miembros de la
pareja fallecía, la persona que la sobrevivía era entrevistada
nuevamente, entre seis y dieciocho meses después de su muerte.
Dado que en la primera entrevista no había ninguna indicación de
cuándo moriría uno de los miembros de la pareja, éste es un tipo de
estudio único, un estudio «prospectivo». La información provenía de
las parejas antes de la viudez, de manera que no se basaba de los
recuerdos de la viuda o el viudo de cómo era su vida antes de la
pérdida. Tener información prospectiva evita inexactitudes, ya que
nuestros recuerdos se ven afectados por el tiempo y están sesgados
por los acontecimientos que ocurrieron en el período intermedio.
La perspectiva del período anterior a la muerte de uno de los
miembros de la pareja ha demostrado ser sumamente valiosa para
refutar empíricamente algunos de los mitos sobre el duelo. A partir
de la información del estudio CVPM, George Bonanno desarrolló un
modelo de duelo con base empírica utilizando información acerca de
los cambios que se producen en el duelo a lo largo del tiempo, y su
modelo para estas trayectorias de adaptación influyó enormemente
en este campo. ¡Imagínate lo diferente que hubiera podido ser el
102
modelo de Kübler-Ross si ella hubiese vivido en la era de la ciencia
con acceso a 1500 personas en duelo y a entrevistas en múltiples
momentos a lo largo de los años! Conjuntos de datos de esta
magnitud nos aseguran que los patrones de adaptación son fiables
en un amplio número de personas. Muchas preguntas de entrevistas
en una sola base de datos han permitido a los científicos examinar
las asociaciones e incluso las predicciones entre los aspectos
emocionales, personales, circunstanciales, familiares y sociales del
duelo.
Las trayectorias del duelo
Imagínate que te unes a un club de lectura. En la primera reunión, te
presentan a una mujer que te cuenta que se quedó viuda hace seis
meses. Tú notas que parece un poco retraída e intranquila al mismo
tiempo. Es la primera en marcharse de la reunión esa tarde. Tienes
la esperanza de que regresará, ya que parece agradable y tiene
algunas ideas interesantes acerca del libro. En efecto, ella asiste a
las reuniones del grupo todos los meses. A veces parece estar un
poco mejor y a veces un poco peor, pero básicamente está igual. El
club de lectura es entretenido y continúas asistiendo hasta que te
das cuenta de que llevas aproximadamente un año y medio
haciéndolo. Esto te sorprende porque te das cuenta de que las
cosas no han cambiado mucho para esta mujer durante ese tiempo.
No habla de nuevas personas en su vida, suele llorar cuando hay
algún tipo de pérdida en el libro que están leyendo y, simplemente,
parece estar deprimida.
Tenla en mente mientras volvemos a los modelos científicos. La
pregunta perspicaz que Bonanno respondió con la información del
estudio CVPM fue la siguiente: ¿la trayectoria de adaptación de todo
el mundo durante el duelo es igual?[26] Si las personas en duelo
103
fueran entrevistadas a seis y dieciocho meses después de su
pérdida, ¿todas se verían igual, o podrías detectar grupos de
personas que caen en diferentes patrones? De hecho, en el estudio
CVPM, Bonanno y sus colegas descubrieron que había cuatro
trayectorias que se podían utilizar para tipificar el duelo de las
personas. Estas trayectorias incluyen resiliente (las personas que
nunca desarrollan una depresión tras la muerte de un ser querido),
duelo crónico (una depresión que comienza después de la muerte
de un ser querido y se prolonga), depresión crónica (una depresión
que comenzó antes de la muerte del ser querido y continúa o se
empeora después de su fallecimiento) y depresión-mejoría (una
depresión preexistente que disminuye después de la muerte del ser
querido). Actualmente, este modelo de trayectorias del duelo ha sido
replicado en varios otros estudios extensos. Fue realmente increíble
tener una información tan detallada sobre el proceso del duelo de
tantas personas.
poneri92
Consideremos qué trayectoria encaja mejor con la mujer del club
de lectura. En el gráfico, los números en el eje vertical y (en el lado
izquierdo) indican síntomas depresivos; los números más altos
representan niveles más altos de depresión. La mujer del club de
lectura estaba deprimida a los seis meses después de la muerte de
su marido, cuando la conocimos, y a los dieciocho meses continúa
estando deprimida. Pero éste es el verdadero entendimiento en las
trayectorias en el modelo de duelo. Uno no sabe si esa mujer entra
en la categoría de depresión crónica o en la de duelo crónico, y eso
se debe a que la conocimos después de la muerte de su marido. La
diferencia entre estas dos trayectorias es lo que estaba ocurriendo
en su vida antes de la muerte de su ser querido.
Si encaja en el grupo de la depresión crónica, esta mujer estaba
104
sufriendo de depresión antes de su muerte, y el duelo es una
continuación de las dificultades que estaba experimentando. Si
encaja en el grupo del duelo crónico, eso significa que le estaba
yendo bien en la vida, con los altibajos normales, pero no estaba
sufriendo de depresión. Fueron la muerte de su marido y el estrés
de su continua ausencia los factores que la llevaron a la depresión.
Una vez que ya estuvo deprimida, no fue capaz de salir de esa
depresión durante meses y meses. Probablemente puedes imaginar
por qué la diferencia entre estas dos trayectorias es importante. En
un caso, sus problemas vienen de lejos y probablemente requieren
un tipo de intervención distinta que si sus problemas comenzaron al
quedarse viuda. La visión de Bonanno sólo puede mostrarse con
datos prospectivos. Cuando un médico se enfrenta a una persona
que está sufriendo durante el duelo, debe preguntar si ése es un
problema de larga duración. No debemos dar por sentado que la
muerte puede ser señalada como la causa del sufrimiento, a pesar
de que la persona está sufriendo después de la pérdida.
Quizás observes que, transcurridos cuatro años o cuarenta y ocho
meses, la mujer que experimenta un duelo crónico tiene el mismo
nivel de síntomas depresivos que las personas que siguieron una
trayectoria resiliente. Sabemos que hay personas que experimentan
un duelo crónico durante mucho más tiempo, incluso una década.
Entonces, incluso en la trayectoria del duelo crónico la adaptación
es posible, incluso si el proceso es más lento.
R esiliencia
Una de las trayectorias del duelo de Bonanno era la «resiliencia».
Esas viudas y viudos no tenían una depresión antes de perder a su
pareja, y cuando fueron entrevistados seis meses después de su
pérdida, todavía no mostraban señales de depresión. Lo mismo
105
ocurrió a los dieciocho meses. Ciertamente, no podemos decir lo
que sintieron en esos primeros seis meses, y el hecho de que no
tuvieran una depresión no significa que no experimentaran tristeza o
aflicción.
Sin embargo, lo destacable fue cuántas personas entraban en
esta categoría resiliente de «ninguna depresión»: más de la mitad
de los viudos. Esto quiere decir que la resiliencia es el patrón de
duelo más típico, el cual nos muestra que la mayoría de las
personas que experimentan la muerte de un ser querido no tienen
una depresión en ningún momento. Francamente, esto sorprendió a
muchos de los que estudian el duelo. Esto nos recordó que los
médicos habían estado estudiando principalmente a las personas en
duelo que habían pedido ayuda después de perder a un ser querido,
un grupo más pequeño que el grupo de «resilientes» que no
experimentaron ninguna depresión. Habíamos generalizado nuestro
conocimiento de las personas que estaban teniendo dificultades
para lidiar con la muerte hasta incluir a todas las personas en duelo,
porque no contábamos con un estudio sistemático, a gran escala.
Sólo habíamos adquirido este conocimiento sobre la experiencia
común de la resiliencia porque el estudio CVPM había escogido a
personas al azar en Detroit para participar en él. El muestreo
aleatorio requiere de métodos científicos sociales cuidadosos y es
más difícil de lo que podría parecer. Cuando se pidió a las personas
que participaran en el estudio, los investigadores no sabían cómo
iban a enfrentar la viudez, porque todavía no habían perdido a su
pareja. Eso quería decir que las personas que se adaptaban bien y
las que no se adaptaban bien tenían las mismas probabilidades de
ser incluidas.
Curiosamente, la aflicción que no afecta mucho a la vida de las
personas no se ha estudiado tanto. Para la psicología clínica, esto
106
tiene sentido, porque la motivación clínica es entender qué es lo que
ayuda a la gente que necesita ayuda. Además, es más fácil
conseguir que las personas se ofrezcan voluntarias para un estudio
cuando están buscando ayuda. Pero esto puede sesgar nuestra
comprensión de cómo es el duelo.
Aflicción versus depresión
Sigmund Freud fue el primero en escribir acerca de lo similares que
son la aflicción y la depresión.[27] Aunque pueden parecer iguales,
una diferencia entre ellas es que la depresión suele llegar de la
nada, mientras que la aflicción es una respuesta natural a una
pérdida. Desde la época de Freud, hemos aprendido que la
depresión y la aflicción, incluso la aflicción severa, pueden
diferenciarse. Por ejemplo, la depresión tiende a extenderse por
todos los aspectos de la vida. Las personas que tienen depresión
sienten que prácticamente todas las facetas de su vida son
desastrosas, en lugar de sentir que solamente están teniendo
dificultades con la pérdida de un ser querido.
Mi madre murió cuando yo tenía veintiséis años, y no desarrollé
un duelo complicado, pero tuve problemas de depresión. Como dije
antes, mi madre también había tenido una depresión importante, la
cual comenzó con episodios depresivos cuando yo nací, y los sufrió
a lo largo de toda mi infancia. Hay muchos casos de depresión en
mi familia materna; es como una veta de mineral que se extiende a
través de generaciones, escogiendo a una persona u otra. Yo ya
había experimentado un episodio de depresión antes de que ella
muriera, en un período en el que echaba de menos mi hogar
durante mi primer año en la universidad. Mi respuesta a su muerte
incluyó otro ataque de depresión, y no fue el último. Cuando aprendí
más cosas acerca de las personas que experimentaban un duelo
107
complicado en mis estudios de investigación, me di cuenta de que la
característica principal de su experiencia de la aflicción era el
anhelo. Ése no era el sentimiento contra el que yo había luchado
cuando había estado en duelo. Aunque después de la muerte de mi
madre tuve dificultades, no había anhelado que ella regresara. En
todo caso, sentía alivio de que se hubiera marchado, porque mi
relación con ella había sido sumamente difícil y porque sabía lo
infeliz que había sido durante algunos períodos de su vida. Sentir
alivio por la muerte de un ser querido, aunque no es infrecuente, es
terriblemente estigmatizante, de manera que no lo admití ante
muchas personas. De hecho, todavía me cuesta admitirlo ante
vosotros ahora. Sin ella en mi vida, había menos conflictos
interpersonales, pero muchos de los patrones de relación que
desarrollé a lo largo de dos décadas con mi madre se repetían en
mis otras relaciones, y por eso la depresión se manifestaba en
muchos aspectos de mi vida.
A diferencia de mi situación, para una persona con duelo crónico,
los sentimientos terribles se originan porque echa de menos a la
persona fallecida, y si hay culpa, se centra también en algo
relacionado con la pérdida. En otras palabras, si el ser querido que
ha fallecido volviera a estar vivo, la persona con depresión podría
alegrarse, pero el regreso del ser querido no solucionaría nada. La
persona seguiría estando deprimida. Pero en el caso de una
persona con aflicción crónica, los sentimientos, el dolor y las
dificultades están ligados a la ausencia de la persona fallecida.
Anecdóticamente, las personas que han experimentado una
depresión anteriormente en sus vidas dicen que la aflicción es
distinta a la depresión.
La ciencia del duelo reconocía que había personas que
empezaban a tener dificultades después de la muerte de un ser
108
querido y continuaban teniéndolas durante meses e incluso años.
Un grupo de expertos en el duelo y los traumas, el cual incluía a
investigadores y médicos, acordaron en 1997 analizar si estaban de
acuerdo en cuáles eran los síntomas de un trastorno de duelo
crónico.[28] Aunque muchos han escrito sobre las personas que no
se recuperan después de la pérdida de un ser querido, no existe
ningún consenso clínico sobre qué criterios deberían utilizarse para
identificar este fenómeno del duelo crónico.
Este grupo de expertos identificó una lista de síntomas que
caracterizan a aquellas personas a las que más les cuesta
adaptarse después de la muerte de un ser querido. Basándose en la
evidencia empírica y a la experiencia clínica, estuvieron de acuerdo
en que un trastorno de duelo podría diferenciarse de los trastornos
de depresión o ansiedad (incluyendo el trastorno de estrés
postraumático). Los síntomas principales de este duelo crónico
incluían (1) obsesión con el anhelo de que la persona fallecida
regrese y (2) síntomas traumáticos causados por la pérdida. Se
desarrollaron criterios que los médicos y los investigadores podían
utilizar para determinar si una persona que estaban estudiando
encajaba con este fenómeno del duelo crónico. La creación de estos
criterios fue importante porque, anteriormente, diferentes
investigadores habían utilizado diferentes definiciones de lo que
constituía una aflicción severa, lo cual dificultaba la comparación de
estudios de investigación.
Al clarificar el conjunto de síntomas de un trastorno del duelo,
podíamos comenzar a plantear otras preguntas científicas. Por
ejemplo, podríamos ser capaces de predecir qué personas tenían un
mayor riesgo de padecerlo, y así ofrecerles apoyo. Podíamos
preguntar si había otras características asociadas al duelo crónico,
como estrés psicológico o la forma en que la pérdida era procesada
109
en el cerebro.
Trastorno de duelo prolongado
Hay un aspecto positivo y un aspecto negativo en el hecho de decir
que el duelo crónico es un trastorno, pues le estamos dando un
nombre a una experiencia que afecta a una pequeña porción de las
personas en duelo que lo pasan mal durante un período de tiempo
prolongado. El aspecto positivo es que darle un nombre a un
trastorno permite que la gente sepa que hay otras personas que han
tenido las mismas dificultades, lo cual puede ser muy tranquilizador.
Les permite saber que no son las únicas, y que los investigadores
están trabajando para saber cómo intervenir. Aunque desarrollar
criterios clínicos no es mi principal área de estudio como científica
clínica, es muy difícil entender la neurobiología de la aflicción sin
conocer algo de esta historia diagnóstica. No podemos comprender
lo que podría ir mal en el cerebro durante el duelo clínico si no
entendemos lo que podría ir mal psicológicamente.
Cuando comprendimos que una de cada diez personas en duelo
no se adapta a lo largo de un período de tiempo prolongado,
concentramos nuestra atención clínica en aquellas que no
mejoraban con el apoyo habitual de amigos y familiares. Esta
pequeña porción de personas no vuelve a sentir que su vida tiene
sentido con el paso del tiempo. Concentrarnos en aquellas que
tienen un trastorno de duelo, utilizando estos criterios, ha hecho que
se desarrollen psicoterapias que pueden aliviar este trastorno
eficazmente. Hablaré más de estos tratamientos más adelante en
este libro.
Nosotros, como científicos y clínicos, todavía estamos en la
primera etapa de entender exactamente qué es el trastorno de
duelo. Todavía estamos en el proceso de diferenciarlo del
110
sufrimiento humano normal del duelo, y diferenciarlo de la
depresión, la ansiedad y el trauma. Dado que todavía estamos a
medias de completar la historia, el trastorno de duelo ha
desarrollado algunos nombres, incluidos duelo complicado y
trastorno de duelo prolongado. Aunque el término duelo traumático
fue utilizado inicialmente por el grupo en 1997, actualmente se
refiere a la aflicción que se produce después de una muerte
traumática; el término traumático centra el énfasis en sobrevivir a
una muerte repentina o violenta. El trastorno del duelo prolongado
ahora está incluido en la Clasificación Internacional de
Enfermedades (CIE-11) creada por la Organización Mundial de la
Salud. Fue aceptado como un diagnóstico en el Manual de
diagnóstico y estadística de trastornos mentales (DSM-5-TR)
publicado por la Asociación Psiquiátrica Americana en 2022. Los
síntomas característicos incluyen un anhelo intenso, o pensamientos
obsesivos por la persona fallecida, diariamente. Entre otros
síntomas, hay un dolor emocional intenso, un sentimiento de
incredulidad o la incapacidad de aceptar la pérdida, dificultad para
realizar actividades o hacer planes, y un sentimiento de haber
perdido una parte de uno mismo. Estos síntomas ocurren durante un
mínimo de seis meses (o al menos un año, en el DSM-5-TR),
interfieren con la capacidad de cumplir con el trabajo, los estudios o
las responsabilidades familiares, y excede lo que se espera en el
contexto cultural o social de la persona.
Las vidas de este pequeño grupo de personas con un trastorno
del duelo eran distintas a las de aquellas que experimentan el
sufrimiento universal del duelo. Lo veo en la mujer que me dijo que
no había ninguna razón para hacerles sus bar mitzvahs a sus hijos
porque su abuela ya no estaba con ellos. Lo veo en el hombre que
era un líder en su comunidad, pero, después de la muerte de su hijo,
111
ya no podía serlo porque «simplemente ya no le importaba la
gente». Lo veo en el reportero de un periódico nacional que acabó
perdiendo su empleo porque no lograba acabar una entrevista con
sus fuentes sin ponerse a llorar. Ésta es la experiencia de una viuda
que continúa comprando la misma cantidad de alimentos que antes
de la muerte de su marido, a pesar de saber que acabará tirando a
la basura la mitad de la comida que prepara para los dos.
Me gusta el término duelo complicado, porque me hace recordar
las complicaciones que pueden ocurrir en cualquier proceso de
sanación normal. Si te rompes un hueso, el cuerpo crea células
nuevas que lo remodelan y le devuelven su fortaleza original.
Aunque los médicos pueden apoyar este proceso estabilizando el
hueso con un yeso, volver a unir el hueso es un proceso de curación
natural. Si te has roto un hueso, incluso años más tarde, el medico
puede detectarlo en una radiografía. Con el dolor ocurre algo similar,
en el sentido de que la vida de la persona cambia para siempre
debido a la pérdida, incluso cuando se ha adaptado bien. Sin
embargo, puede haber complicaciones en la curación de un hueso
fracturado, como, por ejemplo, una infección o una segunda lesión,
y yo veo un duelo prolongado y severo de la misma manera.
Normalmente hay complicaciones que han interferido con el proceso
habitual de adaptación, y el objetivo es identificar y resolver esas
complicaciones para lograr que la persona vuelva a encarrilarse con
la adaptación típica, resiliente. Más adelante, veremos en
profundidad un tipo de complicación que se crea mediante ciertos
pensamientos que surgen a medida que nos vamos adaptando.
En este libro utilizo con frecuencia el término duelo complicado,
un término que estaba de moda cuando se realizó la investigación
de la que hablo. Me estoy refiriendo a la experiencia aguda,
prolongada, que es consecuencia de las complicaciones en el duelo
112
después de una muerte. Éste es un duelo «crónico», el extremo
superior de la progresión del duelo que puede llamarse un trastorno
del duelo. En la ciencia clínica actual, el duelo complicado incluye a
un número mayor de personas en ese extremo superior de la
progresión (aproximadamente 1 o 2 de cada 10) que el trastorno del
duelo prolongado (entre 1 y 10 de cada 100). Aunque los términos
son un tanto distintos, mi intención principal es señalar a las
personas que se encuentran en el extremo superior de este
continuo.
La aflicción y la estructura del cerebro
¿Existen diferencias entre los cerebros de aquellas personas que se
están adaptando de una forma resiliente y aquellas que tienen un
duelo complicado? La muerte de un ser querido afecta al cerebro,
pero la relación entre la aflicción y el cerebro va en ambas
direcciones. La función cerebral, la cual depende de la integridad
estructural del cerebro, afecta también a nuestra capacidad de
entender y procesar una muerte y lo que significa para nuestra vida.
Expresándolo de una forma más dramática, si una persona no
puede recordar bien, o no es capaz de formar nuevos recuerdos,
hay que decirle una y otra vez que su ser querido ha fallecido. Sin
una estructura cerebral que mantenga el recuerdo en su sitio, la
persona se enfrenta nuevamente a la pérdida una y otra vez.
Nuestra capacidad cognitiva para conservar recuerdos, hacer
planes, recordar quiénes somos e imaginar el futuro puede
ayudarnos a recuperar una vida que tenga significado. La ciencia ha
investigado cómo la función y la estructura del cerebro de la persona
en duelo impacta a la relación entre esas capacidades mentales y
los resultados del duelo. Investigadores del Centro Médico Erasmus
de Rotterdam han publicado una serie de estudios que arrojan luz
113
sobre los cambios que se producen en los procesos cognitivos y en
el cerebro durante el duelo. En 2018, tuve la suerte de trabajar con
esos investigadores cuando me tomé un año sabático en Holanda.
A mediados de los ochenta, esos médicos e investigadores
proféticos se dieron cuenta de que los mayores se convertirían en la
mayor parte de la población de Holanda, de la misma manera en
que nos enfrentamos al envejecimiento de la población en Estados
Unidos. Ellos sabían que este cambio demográfico provocaría un
incremento de personas adultas con enfermedades crónicas, y la
mejor manera de descubrir las causas de esas enfermedades era
estudiando los factores de riesgo. Por lo tanto, iniciaron un inmenso
estudio epidemiológico.
Como ya comenté, determinar los aspectos causales de una
enfermedad requiere de una investigación prospectiva. Hay que
evaluar a las personas antes de que desarrollen una enfermedad, y
entonces se les puede hacer un seguimiento para determinar
cuándo desarrollaron una enfermedad cardíaca, un cáncer o una
depresión. Con esta información anterior y posterior, los
investigadores pueden determinar qué factores causales existían en
el pasado. Significativamente, debido a la amplia gama de personas
estudiadas, también pueden observar su pasado y determinar si
esos factores existían también en aquellas que no desarrollaron las
mismas enfermedades.
Los investigadores holandeses tuvieron la idea de concentrarse
en un barrio típico de Rotterdam, y construyeron un centro especial
de investigación médica en medio de ese distrito. Esto permitió que
se realizaran regularmente evaluaciones médicas y psiquiátricas,
que se tuviera un registro central y que existiera una integración
entre la comunidad y los investigadores. Para la investigación sobre
el duelo, tomaron una decisión clave que cambiaría drásticamente la
114
ciencia del duelo. No sólo les preguntaron a todas las personas si
habían experimentado la muerte de un ser querido, sino que
además les preguntaron sobre los criterios estandarizados de
diagnóstico para evaluar la gravedad de su aflicción. En
consecuencia, ahora contamos con años de información sobre la
trayectoria de muchos mayores que están en duelo.
A los holandeses que participaron en el estudio también se les
realizaron resonancias magnéticas estructurales del cerebro. Las
resonancias magnéticas estructurales son distintas a las
resonancias funcionales (IRMf). Dado que nos dicen dónde se están
activando las neuronas, utilicé una IRMf para el primer estudio sobre
el duelo, para determinar qué partes se utilizan para funciones
mentales específicas como la memoria o las emociones. Por otro
lado, las resonancias magnéticas estructurales distinguen hueso,
fluido cerebroespinal y materia gris. Una IRM estructural es
básicamente una radiografía tridimensional más sofisticada. Las
IRM estructurales también pueden utilizarse para examinar la rodilla
o el corazón. Cuando una IRM estructural se centra en la cabeza,
les muestra a los investigadores el tamaño total del cerebro.
Significativamente, también muestra la integridad estructural de la
materia gris y la materia blanca del cerebro. Resulta ser que el
cerebro no es sólido. En lugar de eso, hay diminutos espacios entre
todas las neuronas. De la misma manera en que dos huesos
pueden tener el mismo tamaño general, si un hueso tiene
osteoporosis puede ser poroso y frágil porque tiene muchos
agujeros adicionales en su interior, lo cual significa que su integridad
estructural es deficiente. De manera que, dos huesos pueden tener
el mismo tamaño, pero no el mismo volumen. Asimismo, en el
cerebro se crean espacios cuando las neuronas se encogen a causa
del envejecimiento natural, una lesión o una enfermedad. Éstos
115
pueden ser detectados con una IRM estructural y así podemos
comparar los volúmenes cerebrales de diferentes personas.
El estudio de Rotterdam comparó los cerebros de 150 personas
mayores con duelo complicado, 615 personas en duelo que no
tenían complicaciones y 4 731 personas que no estaban pasando
por un duelo. No se incluyó a personas que en ese momento
estaban experimentando un trastorno depresivo importante para que
los resultados estuvieran asociados claramente al duelo y no a la
depresión. El grupo con un duelo complicado tenía un volumen
cerebral significativamente menor que el grupo de las personas que
no estaban en duelo,[29] pero los cerebros de los grupos que no
estaban en duelo y resilientes fueron indistinguibles. De manera que
una mayor gravedad de la aflicción en los mayores, y no sólo el
hecho de experimentar un duelo, estaba asociada a un volumen
cerebral ligeramente menor.
Un solo escaneo de IRM es una fotografía en el tiempo, una
muestra representativa de información. Pero no puede decirnos
nada acerca de si un volumen cerebral menor es la causa o la
consecuencia del duelo. Un volumen cerebral más pequeño en
aquellas personas que tienen un duelo complicado no arroja
ninguna luz sobre si las diferencias estructurales existían antes del
duelo o si se desarrollaron posteriormente. Por un lado, una menor
integridad estructural preexistente en el cerebro podría impedir una
adaptación resiliente al duelo. Por otro lado, el estrés de una
aflicción grave podría producir un poco de encogimiento en el
cerebro. Un cerebro ligeramente más pequeño, menos sano, podría
hacer que fuera más difícil el aprendizaje, o la adaptación, durante
el duelo. Lo importante es que, en un estudio muy amplio con
mayores, en promedio, existieron algunas diferencias cerebrales
estructurales en aquellas personas con más dificultad para
116
adaptarse.
Este hallazgo plantea la pregunta de si también hay cambios en el
funcionamiento cognitivo de las personas en duelo, o en los casos
en que hay un duelo complicado. El duelo exige mucho a nivel
mental. La capacidad mental de planear el futuro después de la
muerte de un ser querido requiere que nos basemos en nuestras
experiencias pasadas, que generemos y anticipemos posibles
desenlaces, y que tengamos en mente nuestros valores, objetivos y
deseos más importantes; mientras, al mismo tiempo, consideramos
nuestras experiencias actuales y nuestro conocimiento general del
mundo. Integrar toda esta información en un plan coherente sobre el
cual podamos actuar requiere una gran capacidad cognitiva. Cabe
destacar que muchas personas en duelo se quejan de que les
cuesta concentrarse. Se pueden realizar pruebas cognitivas
estandarizadas para determinar si las personas en duelo difieren de
las personas que no están en duelo en sus capacidades cognitivas.
Alguien que está en duelo podría tener dificultad para
concentrarse por un motivo que no tiene nada que ver con su
capacidad cognitiva. Por ejemplo, esa falta de atención podría estar
causada por pensamientos de fondo acerca de la persona fallecida
o de la pérdida. En cambio, si un grupo de personas en duelo no
tiene un buen desempeño en una prueba cognitiva, incluso cuando
ponen todo su esfuerzo y atención, podríamos concluir que la causa
de la dificultad fue el deterioro cognitivo. Afortunadamente, los
mismos investigadores del estudio de Rotterdam que estudiaron la
estructura del cerebro también realizaron pruebas cognitivas a los
participantes.
La función cognitiva en el duelo, ah ora y más adelante
En el estudio de Rotterdam, los participantes mayores realizaron
117
una serie de pruebas cognitivas. Éstas incluían pruebas de memoria
a corto y largo plazo, de velocidad de procesamiento de información,
de atención y concentración, de memoria para palabras y sus
asociaciones, y desempeño cognitivo general. Estas pruebas
incluían, entre otras cosas, hacer crucigramas, combinar símbolos,
recordar historias y hacer diseños con bloques, todo ello
estandarizado para la edad y el nivel de educación de la persona. El
psiquiatra y epidemiólogo Henning Tiemeier halló que el grupo en
duelo resiliente no tuvo un desempeño peor en las pruebas que el
grupo de la misma edad que no estaba pasando por un duelo.
Por otro lado, el grupo con un duelo complicado no tuvo tan buen
desempeño en las pruebas cognitivas en comparación con el grupo
en duelo que era más resiliente. Las personas con un duelo
complicado tenían un funcionamiento cognitivo general ligeramente
más bajo y una menor velocidad para procesar la información. Pero
repito, no sabemos nada acerca de qué fue primero; es el problema
del huevo y la gallina. ¿El estrés de adaptarse a una muerte afectó
al funcionamiento cognitivo, o el funcionamiento cognitivo de la
persona mayor afectó a su capacidad de procesar la muerte y lo que
vino después? Un funcionamiento cognitivo general deficiente puede
ser causante de una aflicción más severa porque es más difícil
adaptarse a una pérdida cuando hay una capacidad cognitiva
menor. También puede ocurrir que la función cognitiva esté afectada
porque una reacción prolongada de aflicción puede afectar a la
estructura o la función de las neuronas y, en consecuencia, a las
funciones mentales que nuestro cerebro posibilita.
Hay cierta evidencia que nos ayuda a desentrañar este problema,
aunque no creo que sea definitiva. Cuando los mismos participantes
mayores fueron sometidos a pruebas cognitivas siete años más
tarde, aquéllos con un duelo complicado tenían una mayor
118
tendencia a tener algunas deficiencias cognitivas generales en
comparación con los que vivían el duelo con resiliencia.[30] Los
cerebros de las personas resilientes en duelo seguían pareciéndose
a los de las personas que no estaban en duelo. Esta información
sugiere que la pérdida es un evento normal en la vida al cual la
mayoría de la gente se adapta sin déficits duraderos. Sin embargo,
en el caso de quienes tienen un duelo complicado, les ocurre algo
singular. Tiemeier y sus colegas interpretaron estos resultados de la
siguiente manera: al menos en el caso de los mayores, las personas
con un deterioro cognitivo leve tienen más probabilidades de tener
reacciones de aflicción más severa cuando un ser querido muere.
Este deterioro cognitivo leve hace que sean más vulnerables a sufrir
un duelo complicado.
El lento deterioro cognitivo que están experimentando puede
ocurrir a lo largo de décadas. Una posibilidad es que el
funcionamiento cognitivo deficiente no esté causado por la pérdida
de un ser querido, sino que el deterioro cognitivo esté atribuido a
esa pérdida porque el evento es fácil de identificar, incluso si ocurrió
en medio de un lento deterioro cognitivo. Creo que todavía tenemos
que investigar más esta área. Me pregunto si, en el caso de estos
mayores con un duelo complicado, la terapia efectiva que les ayudó
a adaptarse mejor podría ralentizar o detener el deterioro cognitivo.
Es importante señalar que existen algunas limitaciones en este
estudio. Por ejemplo, el declive cognitivo como una explicación de
las reacciones del duelo complicado se aplica menos a las personas
que son de mediana edad, o más jóvenes, en el momento de la
pérdida del ser querido. Todavía no se han realizado estudios con
pruebas cognitivas y IRM estructurales en personas más jóvenes.
Además, el estudio utiliza promedios de grupo. En el caso de cada
persona que desarrolla un duelo complicado, no podemos decir que
119
ha sido causado por un deterioro cognitivo leve. Incluso si los
déficits cognitivos leves son un factor de riesgo para el duelo
complicado, es muy probable que el deterioro a lo largo del tiempo
sea por una interacción entre el cerebro que está envejeciendo y el
evento estresante de la pérdida de un ser querido.
Además, la psicoterapia para el duelo complicado puede mejorar
el funcionamiento cognitivo. Los psicólogos clínicos australianos
Richard Bryant y Fiona Maccallum utilizaron la terapia cognitivoconductual (TCC) para tratar a un pequeño número de personas con
trastorno de duelo prolongado. Luego evaluaron su capacidad de
tener recuerdos específicos antes y después del tratamiento.[31] La
psicoterapia permitió que las personas en duelo recordaran eventos
autobiográficos más específicos. Aquellas que mostraron la mayor
mejoría en su aflicción durante la terapia también mostraron el
mayor aumento en su capacidad de memoria. Por lo tanto, el duelo
prolongado y una función cognitiva deficiente pueden estar
asociados, aunque no de forma casual. Si el duelo prolongado
remite, entonces las dificultades cognitivas se pueden resolver
también.
Psicoterapia para el duelo complicado
Imagínate que estás en la caja de un supermercado, comprando
comida para el fin de semana. Ves a los productos pasar por la cinta
transportadora y oyes el pitido cuando la cajera les pasa el escáner.
Una mujer viuda llamada Vivian se encontraba en ese lugar, semana
tras semana. Mientras observaba el proceso, pensaba, «Voy a tirar
la mitad de todo esto a la basura». ¿Por qué? Porque todavía
cocinaba cada noche para su marido fallecido y para ella. Preparaba
platos elaborados tal como lo había hecho siempre. Incapaz de
comer por dos, noche tras noche tiraba la mitad de la comida a la
120
basura. Y, sin embargo, a la semana siguiente volvía a escoger la
misma cantidad de verduras, pasta, hamburguesas y cartones de
leche que la semana anterior. Simplemente no lograba dejar de
comprar para él, como si el hecho de no cocinar para él fuese a
cortar el último hilo de la gruesa cuerda que los había mantenido
unidos durante cuarenta años. Como eso era lo único que podía
controlar, podía continuar cocinando para él. Al mismo tiempo, sabía
que sus actos no tenían ningún sentido. No ponía un plato para él, ni
le servía su ración: tenía muy claro en su mente que él había
fallecido. Pero, dado que temía que su familia y sus amigos
creyeran que estaba loca, no le hablaba a nadie de esta rutina
nocturna.
Finalmente, Vivian oyó hablar del Tratamiento del Duelo
Complicado (TDC). Sin muchas esperanzas, pero con un rayito de
reconocimiento de que los meses que llevaba preparando comidas
que nadie comía podían encajar con el trastorno que describía el
anuncio, pidió una cita para la terapia. El TDC fue desarrollado por
la psiquiatra Kathy Shear en la Universidad de Columbia. Los
ensayos clínicos aleatorios de Shear demostraron que las personas
pueden recuperarse cuando la terapia está dirigida específicamente
a los síntomas del duelo complicado, y más personas se
recuperaron con el TDC que un grupo de control que recibió otro
tipo de psicoterapia. Los estudios de Shear han sido publicados en
el Journal of the American Medical Association (JAMA) y en el
American Journal of Psychiatry. Incluso en los mayores, el 70 por
ciento de los que recibieron esta terapia se recuperaron, en
comparación con el 32 por ciento que recibió otra terapia.[32]
Vivian comenzó a recibir la terapia intensiva de dieciséis
semanas. Las sesiones iniciales se centraron en explicarle cómo
funciona el duelo, y su terapeuta le comunicó que muchas personas
121
sienten que quedarse atascadas en la aflicción es su propia culpa.
Definitivamente, Vivian sentía eso, y contó que su familia extendida
pensaba que ella necesitaba «seguir adelante». Pero el terapeuta le
habló de que juntos identificarían las complicaciones que se estaban
interponiendo en su camino y le dijo que le dejaría tareas entre cada
sesión para que ella desarrollara las diferentes habilidades que
necesitaría en su vida ahora. Le enseñó a observar sus
pensamientos y sus sentimientos, y a ponerlos por escrito, para que
pudieran descubrir cuáles eran los más problemáticos para ella.
Las compras en el supermercado fueron el problema más obvio
que Vivian pudo identificar. El terapeuta le dijo que ese era uno de
los factores de estrés de la recuperación del modelo del proceso
dual: cómo manejar las compras en el supermercado y la cocina.
Pero también se quiso concentrar en la pérdida y le preguntó a
Vivian si le permitía que la grabara mientras ella le contaba cómo
había fallecido su marido (todavía no le había descrito a nadie los
hechos que ocurrieron ese día). Ella le explicó que su marido había
estado un par de semanas en el hospital y ella había permanecido a
su lado día y noche. Estaban muy unidos y Vivian quería estar ahí
en las pocas ocasiones en las que él despertaba. Una tarde, la
enfermera que la veía ahí cada día le sugirió amablemente que
debería irse a casa, ducharse y ponerse ropa limpia. Vivian estaba
exhausta, de manera que estuvo de acuerdo en hacerlo. Una hora
más tarde, cuando regresó, la enfermera le dijo que su adorado
marido había fallecido. Se sentía tan abrumada por la aflicción y la
culpa, que a duras penas pudo decirle estas palabras al terapeuta:
«Nunca antes había admitido ante nadie que fue mi culpa –dijo–. Él
murió sin mí».
El TDC abordó el estrés de la pérdida reviviendo esas emociones
intensas y abrumadoras una y otra vez, y enseñando técnicas para
122
entrar y salir de esos sentimientos con flexibilidad. Juntos, Vivian y
su terapeuta se dieron cuenta de que ella estaba evitando ese
recuerdo, y practicaron estrategias para examinarlo. El terapeuta le
pidió que escuchara todos los días la grabación de ella misma
contando la historia, animándola a aceptar la realidad de su pérdida.
Esta tarea requiere de una gran autocompasión para enfrentar el
sufrimiento del duelo, y parte de esta autocompasión implica
«dosificar» los sentimientos y, además, aprender a hacerlos a un
lado; ésta es la oscilación que vemos en el modelo del proceso dual.
Para abordar los estresores de la recuperación, el terapeuta le
preguntó a Vivian cómo sería cocinar una comida para una sola
persona. «Francamente, preferiría no comer –respondió ella–. Es
demasiado deprimente imaginar una pequeña patata en una olla, o
en un plato. Simplemente, me sentiría muy sola». ¿Qué otra cosa
podía hacer con la comida? Vivian decidió salir, comprar recipientes
y comenzar a congelar las sobras. Sabía que no se las comería,
pero dijo que podía preguntar si en su parroquia si alguien
necesitaba comida. De hecho, la coordinadora de voluntarios para
los feligreses que no podían salir de casa le dijo que había una alta
demanda de comida casera. Vivian le dijo a su terapeuta que ella no
se veía visitando a personas que vivían solas en sus casas, pero
que podía llevar la comida congelada a la parroquia para que otras
personas la distribuyeran.
Para muchas personas que han perdido a un ser querido y llevan
mucho tiempo sufriendo, encontrar objetivos y actividades con un
terapeuta que despiertan incluso un pequeño interés es una
revelación. Antes del final de la terapia, el terapeuta y la persona en
duelo trabajan para fortalecer las conexiones sociales, encontrar o
mejorar relaciones con personas amables o amorosas que van a
estar en su vida a partir de ese momento. Para Vivian, incluso
123
probar una nueva forma de hacer las cosas como un experimento
de dieron un impulso hacia adelante que la llevó a una espiral
ascendente. La coordinadora de voluntarios resultó ser una mujer
joven y llena de vida que disfrutaba de las historias de Vivian acerca
de su vida y sus viajes por el mundo con su marido. ¡Y, además, le
encantaba lo que Vivian cocinaba!
El TDC incluye conversaciones imaginarias con la persona
fallecida, guiadas por el terapeuta. Durante una de esas
conversaciones, cuando Vivian le dijo en voz alta a su marido
cuánto lo había amado, se sintió inundada por el sentimiento de
cuánto la había querido él a ella también. «Creo que él me amaba
demasiado como para morir mientras yo me encontraba en la
habitación del hospital –dijo–. Quizás fue una bendición que yo me
hubiera ido, para que él pudiera partir de la forma en que necesitaba
hacerlo». La fuerza de sus sentimientos de amor hizo que se diera
cuenta de que lo que todavía los mantenía unidos no era lo que ella
cocinaba, sino un vínculo profundo que nunca desaparecería. Más
adelante, cuando Vivian todavía cocinaba para los feligreses porque
era algo que era importante para ella, ya no lo hacía por una
necesidad compulsiva de alimentar a su marido.
Todavía hay relativamente pocos terapeutas entrenados en una
psicoterapia para el duelo complicado basada en la evidencia.
Además del TDC, otras formas de psicoterapia con una base
empírica incluyen la terapia de exposición y la terapia cognitivoconductual.[33] En Europa, hay estudios que han demostrado que la
terapia cognitivo-conductual con un objetivo pueden ser eficaces
también para grupos. Pero la ciencia del duelo está avanzando
mucho en la comprensión de cuáles son los ingredientes
fundamentales para la terapia para aquellas personas con un duelo
complicado y lo que tiene que cambiar en la persona afligida para
124
que la terapia sea un éxito.
El problema para diagnosticar un duelo complicado
Un trastorno mental comparte una frontera borrosa con las
dificultades humanas normativas. Reconocemos un trastorno mental
cuando la persona oye voces que le hacen creer cosas terribles
acerca de sí misma. Reconocemos un trastorno cuando la ansiedad
de una persona le impide salir de casa. Cuando una persona no es
capaz de recordar el nombre de un ser querido, o cuando sufre tanto
dolor psíquico que quisiera morirse, podemos identificar trastornos
mentales. Los psicólogos y los investigadores están esforzándose
por entender y explicar la turbia frontera entre el duelo con un
trastorno y el dolor humano universal que se produce ante la pérdida
de un ser querido, mediante la enumeración de criterios
diagnósticos específicos, mediante la evaluación del funcionamiento
en la vida diaria, mediante las exclusiones por el tiempo transcurrido
desde el fallecimiento y si la reacción parece ser convencional
desde el punto de vista de la cultura de la persona.
En el caso de las personas que están en duelo, que nunca antes
habían sentido el dolor desgarrador de haber perdido a un ser
querido, utilizar el término duelo complicado puede proporcionarles
una manera de transmitir lo mal que se sienten. Pero el sufrimiento
acompaña al duelo típico, incluso cuando no hay un trastorno. Me
preocupa que las personas se describan con el término duelo
complicado porque creen que la intensidad de su aflicción y que el
hecho de que la resaca de la aflicción persista no pueden ser
normales. Pero ésta es una preocupación habitual; el duelo lleva
tiempo, y recuperar una vida con sentido lleva tiempo, en los casos
más normales y naturales. Me preocupa el sobrediagnóstico por
parte de profesionales y personas en duelo, quienes simplemente
125
están tratando de explicar su experiencia en una cultura que no
entiende el proceso universal del duelo.
He visto a gente adoptar el término duelo complicado como si
fuera un símbolo de lealtad hacia la persona fallecida, una
descripción de lo profundamente que la amaban. Pero la conexión
con la naturaleza universal del duelo ayuda a conectarnos con los
demás seres humanos, de manera que el diagnóstico debe
realizarse con cuidado, en casos en los que las complicaciones
requieren extraordinariamente una intervención. Usar el término
como médico me permite comunicar a mis colegas y a las
compañías de seguros que esa persona en duelo requiere una
intervención para poder retomar la trayectoria de la sanación. El
diagnóstico nos permite usar tratamientos psicoterapéuticos
afinados cuidadosamente y estudiados empíricamente que crean
una rampa de regreso hacia una vida con sentido para las personas
que sufren de un duelo complicado.
[26]. I. R. Galatzer-Levy y G. A. Bonanno (2012), «Beyond normality in the study of
bereavement: Heterogeneity in depression outcomes following loss in older
adults», Social Science & Medicine 74/12, pp. 1987-1994.
[27]. S. Freud (1917), Mourning and Melancholia, vol. XIV en The Standard Edition
of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud (1914-1916): On the
History of the Psycho-Analytic Movement, Papers on Metapsychology and
Other Works, pp. 237-258, https://www.pep-web.org /document.php?
id=se.014.0237a
[28]. H. G. Prigerson, M. K. Shear, S. C. Jacobs, C. F. Reynolds, P. K. Maciejewski,
P. A. Pilkonis, C. M. Wortman, J. B. W. Williams, T. A. Widiger, J. Davidson, E.
Frank, D. J. Kupfer y S. Zisook (1999), «Consensus criteria for traumatic grief:
A preliminary empirical test», British Journal of Psychiatry, 174, pp. 67-73.
[29]. H. C. Saavedra Pérez, M. A. Ikram, N. Direk, H. G. Prigerson, R. FreakPoli, B.
F. J. Verhaaren, et al. (2015), «Cognition, structural brain changes and
complicated grief: A population-based study», Psychological Medicine 45/7, pp.
126
1389-1399, https://doi.org/10.1017/S00332917140024
[30]. H. C. Saavedra Pérez, M. A. Ikram, N. Direk y H. Tiemeier (2018), «Prolonged
grief and cognitive decline: A prospective population-based study in middleaged and older persons», American Journal of Geriatric Psychiatry 26/4, pp.
451-460, https://doi.org/10.1016/j.jagp.2017.12.003
[31]. F. Maccallum y R. A. Bryant (2011), «Autobiographical memory following
cognitive behaviour therapy for complicated grief», Journal of Behavior Therapy
and Experimental Psychiatry 42, pp. 26-31.
[32]. M. K. Shear, Y. Wang, N. Skritskaya, N. Duan, C. Mauro y A. Ghesquiere
(2014), «Treatment of complicated grief in elderly persons: A randomized
clinical trial», JAMA Psychiatry 71/11, pp. 1287-1295, doi:10.1001
/jamapsychiatry.2014.1242.
[33]. P. A. Boelen, J. de Keijser, M. A. van den Hout, y J. van den Bout (2007),
«Treatment of complicated grief: A comparison between cognitive-behavioral
therapy and supportive counseling», Journal of Consulting and Clinical
Psychology 75, pp. 277-284.
127
CAPÍTULO 6
Añorar a tu ser querido
En el momento en que se produce la separación de tu ser querido
puedes sentir como si alguien estuviera tirando de las fibras
sensibles de tu pecho hasta romperlas. Esos vínculos de apego,
esas ataduras, son invisibles, pero intensamente reales. Nos
mantienen conectados con nuestros seres queridos; nos motivan a
regresar a ellos, como una banda elástica; y crean la sensación de
que nos falta algo cuando estamos separados.
Mi propia experiencia vívida de una separación de mi pareja
ocurrió en mi veintena. Estaba recién casada, sólo habían
transcurrido unos meses desde nuestra boda, y mi madre se
encontraba en una residencia de cuidados paliativos. Mi esposa y yo
vivíamos en Arizona, donde estudiábamos en la escuela de
posgrado, y mi madre vivía en mi ciudad natal en Montana. Como
suele ocurrir con las enfermedades terminales, mi madre tenía una
crisis tras otra, y yo volaba a verla con frecuencia. Llevaba toda mi
vida volando, desde los 18 meses; mi madre era británica y toda mi
familia materna vivía en Inglaterra, de manera que toda mi infancia
estuvo llena de vuelos transatlánticos. Pero debido a las emociones
intensas que rodeaban los vuelos que tuve que tomar cuando mi
madre estaba tan enferma, desarrollé un terror a volar. Cuando me
128
subía a un avión, sentía verdadero pánico. Hacía cosas
embarazosas para sobrellevar los aterrizajes y las turbulencias,
como mecerme en mi asiento y cantar para mí misma en voz baja.
En diciembre de 1999, mi madre tuvo una última crisis médica. Mi
hermana ya había volado a casa y me recomendaron que yo
también lo hiciera. Mi esposa y yo decidimos que tenía más sentido
que ella se quedara en Tucson, esperando para ver si esta
hospitalización era una más de tantas. Si fuera necesario, ella
vendría unos días más tarde. Mientras abordaba el que sería el
último vuelo que tomaría estando mi madre viva, viéndome forzada
a dejar a la persona a la que me sentía más unida en el mundo, y
obligándome a entrar en el horror que significaba para mí ese avión,
sentí como si me estuvieran arrancando y rompiendo los lazos que
me unían a mi pareja. A pesar de que ésa era la decisión correcta,
toda la maquinaria de mi cerebro estaba gritándome que no la
dejara. Unas sustancias químicas poderosas y unas conexiones
neurales estaban tratando de impedir que dejara la seguridad y el
amor que conocía. Incluso teniendo la buena fortuna de saber que
volvería a verla, nunca olvidaré esa intensa sensación de
separación.
Sufrir por un ser querido cuando está vivo pero se encuentra lejos
es muy útil para mantener el vínculo con él, pero el dolor puede
llegar a ser insoportable cuando sabemos que nunca volverá. La
gente describe el abrumador dolor del duelo, más allá de las
emociones individuales, como un dolor psíquico. ¿Por qué duele
tanto la aflicción? Mis estudios del cerebro han considerado esta
interrogante y creo que el cerebro tiene unas herramientas muy
poderosas, incluyendo hormonas, sustancias neuroquímicas y la
genética, para producir esa sensación dolorosa y aparentemente
insoportable.
129
¿Y tú quién eres?
Quiero tomar un pequeño desvío antes de responder a la pregunta
de por qué la pérdida de un ser querido duele tanto, para contarte
cómo el cerebro identifica a ese ser querido en particular. Para
determinar quién es esa persona de la que nos cuesta tanto
separarnos, el cerebro se enfrenta a un interesante problema. Para
la mayoría de la gente, en la rutina cotidiana de nuestras vidas, para
ir a casa después del trabajo no es necesario pensar mucho. Sin
embargo, te sorprenderá saber que el cerebro tiene que dedicar
espacio en su disco de memoria para recordar a exactamente el
mismo miembro de nuestra especie unirse a él cada noche. Tiene
que recordar que ese ser humano en concreto es la persona con la
que deber regresar a casa después de cenar, y no la otra persona
guapa en la que se ha fijado. Tu ser querido no tiene la misma
apariencia el día que te enamoras de él que una década más tarde,
u otra década más después de ésa. Y, sin embargo, nos sentimos
muy seguros de que es la misma persona con la que nos casamos,
o que parimos y criamos. De hecho, hay toda una región del
cerebro, la circunvolución fusiforme, que se especializa en recordar
los rostros humanos, y en identificar y recordar qué persona es la
tuya. Los neurocientíficos han determinado que ésa es la región
cerebral en la que tiene lugar el pensamiento, porque las personas
que sufren una apoplejía o un traumatismo en la cabeza que afectan
a la circunvolución fusiforme, pierden la capacidad de reconocer
rostros conocidos. Esta condición, la prosopagnosia, impide que
reconozcan incluso a personas tan familiares como el marido o la
esposa.
La idea de que el área cerebral fusiforme se dedica a reconocer
rostros, o la hipótesis de la especificidad facial, ha sido muy
debatida e investigada desde finales de los noventa. Una alternativa,
130
la hipótesis de la experiencia, se origina en los experimentos
realizados por la psicóloga Susan Carey y la neuróloga Rhea
Diamond. La hipótesis de la experiencia sugiere que esta área del
cerebro podría especializarse en reconocer cualquier ejemplo de
una categoría, como, por ejemplo, un Mini Cooper o un Chevy del
57 como ejemplos de automóviles. Uno podría imaginar que, en el
caso de los expertos como los aficionados a los coches o personas
que llevan mucho tiempo ejerciendo de jueces en exhibiciones
caninas, esta área del cerebro podría estar especialmente
sintonizada con determinadas categorías. Estos expertos
necesitarían realizar finas distinciones entre categorías de
«automóviles» o «perros». La hipótesis de la experiencia sugiere
que, aunque la circunvolución fusiforme se utiliza específicamente
cuando observamos rostros, esto se debe a que todos los seres
humanos somos expertos en rostros. Los humanos necesitamos
reconocer a personas específicas en muchas situaciones distintas,
bajo diferentes condiciones de iluminación y desde distintos
ángulos, de la misma manera en que los jueces expertos en las
exhibiciones caninas tienen que identificar animales específicos
incluso dentro de una misma especie. El entrenamiento en rostros
humanos, que hace que todos seamos expertos, ocurre incluso en
la más temprana infancia, cuando la visión es mejor a una distancia
de entre 20 y 30 centímetros, que nos permite enfocar a nuestros
cuidadores cuando nos tienen en sus brazos. Nuestro mundo social
nos exige que estemos continuamente estudiando rostros a lo largo
de nuestro desarrollo y nuestra vida adulta. El debate de si la
circunvolución fusiforme funciona para detectar únicamente rostros,
o ejemplos específicos en cualquier categoría de objetos, aún no ha
concluido.
Pero, aunque el debate no ha concluido, existen buenos motivos
131
para pensar que esta área específica del cerebro está preparada
desde el inicio para reconocer rostros. Parte de esa evidencia
proviene del hecho de que las personas con traumatismos
cerebrales en la circunvolución fusiforme (personas con
prosopagnosia que son incapaces de identificar rostros) son
capaces de distinguir objetos individuales en otras categorías. Por
otro lado, las personas que tienen un traumatismo cerebral que no
afecta a la circunvolución fusiforme no pueden identificar objetos
debidamente, pero son capaces de identificar rostros. Por ejemplo,
un paciente identificado como «CK» sufrió una lesión en la cabeza y
se le hicieron pruebas para evaluar su capacidad de reconocer
cosas.[34] CK tenía una colección de soldados de juguete y se
quejaba de que ya no era capaz de distinguir un soldado asirio de
un soldado griego o romano, y mucho menos identificar a soldados
específicos dentro de un ejército. Pero, sin embargo, su detección
de rostros humanos de amigos y familiares funcionaba a la
perfección.
En nuestro primer estudio de la aflicción con neuroimágenes que
describí en el capítulo 4, la circunvolución fusiforme se activaba
cuando los participantes veían fotografías de su ser querido, cosa
que no ocurría cuando veían fotos de un extraño. Presumiblemente,
podemos realizar una investigación detenida del rostro de un ser
querido que ha fallecido, y para hacerlo dependemos de esta área
del cerebro. Resulta significativo que las personas no utilizaran el
área de la circunvolución fusiforme asociada al reconocimiento facial
cuando veían las palabras que les recordaban al ser querido
fallecido, lo cual también sugiere que esa área es específica para
rostros y no para otros recordatorios de la persona.
Topillo marrón soltero busca pareja
132
Ya hemos establecido que el cerebro puede identificar q uiénes son
nuestros seres queridos. Por lo tanto, la siguiente pregunta es ¿Por
q ué decidimos volver a ellos una y otra vez? Y ¿por qué nos duele
tanto cuando no podemos hallarlos? En realidad, sabemos bastante
acerca de la forma en que el cerebro impulsa el comportamiento de
«buscar a mi pareja» gracias a unos singulares roedores llamados
topillos. O, mejor dicho, a dos tipos de topillos distintos. Los topillos
de la pradera viven en las llanuras de Norteamérica, mientras que
los topillos montanos viven en zonas más elevadas de la parte
occidental de Estados Unidos y Canadá. Lo que llamó la atención de
los científicos sobre estas dos especies de mamíferos fue que los
topillos de la pradera son monógamos, mientras que los topillos
montanos son polígamos, a pesar de ser muy similares
genéticamente. Aunque ya se ha escrito mucho en la prensa popular
sobre los vínculos que establecen estos pequeños animalitos
peludos, el trabajo científico realizado desde 2007 también ha
observado qué ocurre cuando los topillos se enfrentan a la
separación permanente de sus parejas.
En primer lugar, vamos a examinar los hábitos de apareamiento
de los topillos de la pradera. En el caso del topillo de la pradera
monógamo, un día conoce a otro topillo que está libre y, después de
un día de apareamiento apasionado, se produce un cambio
profundo en ambos. A partir de ese momento, ignoran a otros
topillos, prefieren la compañía de su pareja, construyen un nido
juntos y, más adelante, comparten roles equivalentes en el cuidado
de sus crías. Éste es un vínculo de pareja para toda la vida. Los
topillos suelen vivir sólo un año, aunque pueden llegar a vivir hasta
tres años en cautividad. Los neurocientíficos Larry Young y Tom
Insel (quien posteriormente se convirtió en el director del Instituto
Nacional de Salud Mental de EE. UU.) tuvieron la corazonada de
133
que este cambio permanente después del apareamiento estaba
relacionado con dos hormonas que se liberan en el cerebro: la
oxitocina y su prima cercana, la vasopresina. Para poder evaluar si
estas hormonas eran fundamentales para el desarrollo neural del
vínculo, bloquearon la oxitocina durante ese día inicial de
apareamiento. Los topillos de la pradera se aparearon, pero no
desarrollaron una preferencia mutua; en otras palabras, no
desarrollaron un vínculo de pareja. En otra prueba, los
investigadores juntaron a los topillos, pero no les permitieron
aparearse. Si durante ese tiempo le daban oxitocina (a la hembra) y
vasopresina (al macho), las parejas formaban un vínculo duradero a
pesar de mantenerse vírgenes.
Los topillos montanos son mucho menos sociales en general que
los topillos de la pradera, y no tienen preferencias de pareja a lo
largo del tiempo. Aunque se les dieron las mismas hormonas, estos
topillos polígamos no desarrollaron un vínculo de pareja. Aquí es
donde entran las regiones del cerebro. Aunque ambos tipos de
topillo tienen receptores para estas hormonas, los receptores se
encuentran en partes ligeramente distintas del cerebro en cada
especie. El topillo de la pradera, que es monógamo, tiene más
receptores de oxitocina en una parte del cerebro llamada el núcleo
accumbens, en comparación con el topillo montano. Más adelante
en este capítulo veremos que la región del núcleo accumbens en el
cerebro humano también es importante para formar vínculos.
Cerradura y llave
Las hormonas oxitocina y vasopresina tienen un papel importante en
los mecanismos neurales que respaldan los vínculos de pareja.
Estas sustancias químicas actúan como una llave en el mecanismo
de «cerradura y llave» del cerebro, y los receptores para la oxitocina
134
y la vasopresina están en la cerradura, o en el ojo de la cerradura.
El número de receptores puede variar por muchas razones,
difiriendo entre especies, entre individuos, y en respuesta a los
eventos en la vida de cada uno. La oxitocina puede estar inundando
el cerebro, pero si no hay suficientes receptores de oxitocina en los
que puedan encajar las llaves de oxitocina, entonces esa inundación
química no tendrá ningún impacto en las neuronas y en las
conexiones entre ellas y, por lo tanto, no afectará a nuestros
pensamientos, sentimientos y comportamientos.
Las sustancias químicas y los receptores son producidos por los
genes. Los genes son el libro de cocina para saber cómo hacer
todas las cosas en un cuerpo. Sin embargo, las enzimas impiden
que algunas de las recetas sean preparadas en cualquier momento
dado. Estas enzimas participan en el proceso epigenético
(«epigenético» significa «cercano a los genes»). Las enzimas son
como el envoltorio en un libro de cocina: lo mantienen parcialmente
cerrado para que se puedan preparar menos recetas genéticas.
Bajo ciertas circunstancias, este envoltorio es retirado. Ese conjunto
de circunstancias, para los topillos de la pradera, es pasar tiempo y
aparearse con el elegido por primera vez. Tener relaciones sexuales
libera hormonas, bañando el cerebro con oxitocina y vasopresina.
Los envoltorios de enzimas que envuelven el libro de cocina son
retirados, de manera que se pueden crear más receptores
de oxitocina, lo cual aumenta el número de cerraduras en las que
las llaves de oxitocina pueden encajar. Todo esto tiene que ocurrir
mientras el topillo está mirando, oliendo, tocando e interactuando
con su nuevo amor, para que se creen nuevas conexiones neurales
para la vista, el olfato y las sensaciones de este topillo muy
concreto. (Estoy segura de que la tierra también se mueve y el
tiempo se detiene para los topillos durante el sexo, pero eso es más
135
difícil de medir).
A partir de algunos experimentos muy inteligentes, sabemos cómo
funciona este vínculo.[35] Los investigadores colocaron una droga en
el núcleo accumbens de los topillos de la pradera mientras éstos
pasan tiempo juntos por primera vez, durante uno de los
experimentos en los que no les permitieron tener relaciones
sexuales. Esta droga liberó el envoltorio, de manera que la receta
genética pudo ser «leída» para crear más receptores de oxitocina.
Los receptores de oxitocina aumentaron, igual que cuando los
topillos tenían sexo en su primera cita, y los topillos formaron
vínculos de pareja. La combinación de que el topillo estuviera
presente y de que su cerebro fuera bañado por la oxitocina
aumentando el número de receptores, hace que formen vínculos de
pareja. Los dos miembros de la pareja tienen que estar presentes en
ese momento para que el recuerdo y el conocimiento de ese topillo
en particular quede grabado en el cerebro y en la epigenética.
Una vez que el envoltorio ha sido retirado del libro de cocina,
normalmente se mantiene así, de manera que los cambios que
apoyan al vínculo permanecen. Éste es un cambio epigenético
permanente. Las experiencias importantes, como tener sexo por
primera vez con un compañero o compañera, puede cambiar el
hecho de que utilicemos determinados genes (siguiendo con nuestra
metáfora, esto sería equivalente a hacer las recetas). Si el envoltorio
permanece en el libro de cocina, no se crean tantos receptores de
oxitocina, a pesar de que el gen siempre estuvo ahí. El
apareamiento puede cambiar otros comportamientos, como querer
construir un nido en determinado barrio y llevar los dos juntos a
vuestros hijos topillo a la escuela. Este cambio epigenético
permanente es lo que nos motiva a regresar a esa pareja específica
una y otra vez, reconociéndola como la única persona para
136
nosotros. Una vez que estamos con esa persona, el núcleo
accumbens tiene otras sustancias químicas que despliega al
servicio de nuestros vínculos, incluyendo dopamina y opioides, que
hacen que nos sintamos bien juntos. No sólo los reconocemos
cuando regresamos, sino que además nos sentimos bien al volver a
ellos una y otra vez.
Encontrémonos en Nueva York
En 2015, fui invitada a asistir a un taller en la Universidad de
Columbia en la ciudad de Nueva York. La neurocientífica Zoe
Donaldson, que actualmente trabaja en la Universidad de Colorado,
Boulder, reunió a un pequeño grupo de investigadores que
estábamos trabajando en la neurobiología de la aflicción desde
diferentes perspectivas. Donaldson y un par de investigadores
estudiaban a los topillos, y había un par que éramos neurocientíficos
clínicos. Cada uno de nosotros presentó su trabajo, tratando de
explicar sus hallazgos a las distintas disciplinas. Esa noche
comimos sushi juntas en Manhattan, continuando nuestra
estimulante conversación. Nos preguntábamos si podríamos medir
la aflicción en un roedor. Donaldson lo expresó de esta manera:
¿cómo medimos cómo se siente un animal por la ausencia de algo?
Esa pregunta ha continuado impulsando a nuestro pequeño grupo
de neurocientíficos a buscar los aspectos importantes de la
adaptación a la pérdida en los animales y en los humanos, desde la
perspectiva del cerebro.
Uno de los investigadores que conocí en Nueva York fue Oliver
Bosch, un neurocientífico de la Universidad de Regensburg en
Alemania. Él ha realizado un trabajo pionero, observando lo que le
ocurre al topillo que ha creado un vínculo de pareja cuando es
separado de ella. Además, sus elegantes estudios proporcionan
137
más detalles mecánicos acerca de los sistemas cerebrales que
cambian cuando esto ocurre.
Como señala Bosch, para muchos mamíferos sociales, desde los
humanos hasta los chimpancés y los topillos, estar aislados es
estresante. Por encima del aislamiento social general, cuando uno
separa a los animales, incluidos los humanos, de otros miembros de
su especie con los que tienen una relación muy cercana, tiene lugar
una respuesta de estrés particular. Al ser separados de su pareja,
los topillos producen más de una hormona que es muy similar al
cortisol humano, una hormona de estrés. El topillo que es separado
también produce más cantidad de la hormona en el cerebro que
estimula la liberación del cortisol de los roedores, la hormona
liberadora de corticotropina (CRH). Esta separación empeora por el
hecho de que normalmente su pareja cuidaría de ellos cuando
regresaran a casa por la noche después de un día estresante.
Normalmente, tras una situación estresante, cuando los topillos
regresan a su nido, su pareja hembra o macho los consuelan
lamiéndolos y cuidando de ellos. He oído a personas en duelo
describir esto a su propia manera, diciendo que el intenso estrés del
duelo es especialmente horrible porque tienen que enfrentarse a él
sin la persona a la que normalmente recurrirían en momentos
difíciles.
Tuve la suerte de visitar a Bosch en la Universidad de
Regensburg, donde me contó una ampliación fascinante de la
historia de los topillos. Lo que encuentro especialmente interesante
es que, una vez que los topillos han formado un vínculo de pareja,
su sistema cerebral se prepara y está listo para producir la hormona
CRH si su pareja desaparece. De esa forma, el cortisol puede ser
liberado rápidamente cuando se pierden el rastro mutuamente,
motivando al topillo a buscar a su pareja para poder reducir el estrés
138
resultante. Bosch describe esto como amartillar una pistola cuando
se crea el vínculo, y luego la separación tira del gatillo. Me dijo que
este aumento de CRH en el cerebro de los roedores durante la
separación también evita que las cerraduras y llaves de oxitocina
funcionen correctamente en el cerebro. Normalmente, cuando la
parejita de topillos se reúne y la oxitocina entra en acción, las
hormonas del estrés vuelven a la normalidad. Durante el duelo, el
estrés fisiológico continúa sin la aportación del otro miembro de la
pareja.
Soportar la aflicción
Ciertamente, con un kilo adicional de cerebro, los humanos tienen
un sistema para establecer vínculos que es significativamente más
complejo que el de los topillos. En las personas, unos mecanismos
primarios similares probablemente están funcionando en segundo
plano, pero son regulados y remodelados considerablemente por
nuestro neocórtex grande y evolucionado. Para la mayoría de la
gente, cuando estamos con nuestros seres queridos, nos sentimos
principalmente a salvo y cómodos con la recompensa de las
sustancias químicas que se liberan en determinadas áreas del
cerebro cuando entramos en contacto con nuestra pareja específica,
a la cual reconocemos.
Nuestra necesidad de estar con las personas que amamos,
nuestras necesidades de apego, son tan básicas que las personas
que están aisladas socialmente tienen un mayor riesgo de muerte
prematura.[36] La mayoría de nosotros puede aprender a satisfacer
sus necesidades de apego de una forma nueva o distinta. Esto
ocurre mediante el fortalecimiento de los vínculos que tenemos con
otros seres humanos, desarrollando nuevas relaciones y
transformando el vínculo que tenemos con la persona fallecida.
139
Estos vínculos transformados y continuos nos permiten tener acceso
a ella al menos a través del mundo virtual de nuestra mente. Las
personas que más preocupan a los psicólogos clínicos son las que
conforman el grupo que parece no ser capaz de rehacer su vida
después de la pérdida, aquellas que tienen un duelo complicado. En
mi trabajo científico, yo quería entender si esos dos grupos, los que
tienen una trayectoria de resiliencia y los que tienen un duelo
complicado, respondía de maneras distintas a las cosas que les
recordaban al ser querido fallecido, y qué era lo que podría estar
impidiendo a las personas con un duelo complicado que participaran
de una forma más plena en sus propias vidas.
En mi segundo estudio de la aflicción con neuroimágenes, los
neurocientíficos sociales Matthew Lieberman, Naomi Eisenberger y
yo utilizamos la misma tarea de mirar fotografías y palabras
relacionadas con el duelo como lo había hecho yo en mi primer
estudio. Cuando observamos a todos los participantes como grupo,
independientemente de cómo se estaban adaptando a sus
circunstancias, vimos una replicación general del primer estudio. Se
activaron muchas de las mismas áreas del cerebro en respuesta a
las fotos y las palabras sobre el ser querido fallecido, como la ínsula
y la corteza cingulada anterior, las cuales se encuentran en el centro
del cerebro. Como dije antes, a menudo estas dos regiones se
activan juntas, cuando una experiencia es dolorosa, cuando el dolor
es tanto físico como emocional. Probablemente sería más exacto
decir que se activan porque las punzadas de aflicción son muy
notorias o evidentes, y que su preponderancia activa esas regiones,
pero es útil pensar en el dolor en relación con el duelo, y muchas
personas perciben y describen el duelo como «doloroso».
Antes de explicar la diferencia en la activación neural entre los
grupos con duelo complicado y con duelo resiliente en el estudio,
140
quisiera comentar algunas cosas más que la neurociencia nos dice
acerca del dolor. Recuerda que parte del dolor físico es sensación, y
tenemos lo que se podría llamar la parte sufridora del dolor físico,
las alarmas que se disparan cuando sentimos dolor. Estas alarmas
son la manera que tiene el cerebro de captar nuestra atención: «¡Eh,
esto es importante! ¡Deja de tocar eso! ¡Vas a provocar un daño
tisular grave!». Puedes considerar esto como la «relevancia» del
dolor, y la ínsula y la cingulada anterior participan en el envío de
estos mensajes. Las interacciones sociales también pueden ser
dolorosas, como, por ejemplo, ser rechazado por alguien o ser
discriminado. Aunque ahora sabemos que el dolor emocional no
está codificado en las mismas neuronas que el dolor físico, las áreas
que codifican la preponderancia (en el sentido de que es importante,
que es malo y que es serio) del dolor tanto físico como emocional
están muy cerca unas de otras, y permiten que ambas experiencias
incluyan el sufrimiento.
Uno no es igual al otro
Cuando observamos a todos los participantes en conjunto en este
segundo estudio de la aflicción con neuroimágenes, vimos que
todos los que estaban pasando por un duelo tenían activadas las
regiones del cerebro relacionadas con la preponderancia, o las
alarmas, de la aflicción. También observamos las diferencias entre la
activación cerebral en el grupo resiliente que se adaptaba de una
forma típica en comparación con el grupo que tenía un duelo
complicado. Para poder atribuir cualquier diferencia grupal a la
aflicción, nos aseguramos de que los dos grupos fueran similares en
otros aspectos. Los grupos eran, en promedio, de la misma edad, y
la misma cantidad de tiempo había transcurrido desde la muerte del
ser querido. Las personas en los dos grupos eran todas mujeres y
141
todas habían perdido a una madre o a una hermana por un cáncer
de mama. Otra similitud entre las participantes del estudio fue que
sus seres queridos no habían muerto repentinamente, sino después
de haber pasado varios meses enfermos y en tratamiento.
En ese estudio con neuroimágenes conocí a algunas personas
increíbles. Recuerdo vívidamente a una mujer de mediana edad que
había perdido a su hermana debido a un cáncer de mama. Las dos
eran peluqueras y trabajaban una junto a la otra en una peluquería.
Vivían cerca la una de la otra e incluso iban de vacaciones juntas.
Aunque la hermana que participó en el estudio estaba casada y
tenía hijos, su hermana mayor era la persona a la que se sentía más
unida en el mundo. Su muerte la dejó destrozada y se sentía
perdida sin la interacción diaria con esa persona que había estado
en su vida desde que nació. Había atesorado la relación que tenían
y sabía que era muy afortunada. No había forma de que pudiera
conocer ahora, en el presente o en el futuro, a alguien con quien
pudiera compartir esa historia. Nadie conocería jamás cada día de
su vida como lo había hecho su hermana. Ella sentía que esa
pérdida había menoscabado tanto su vida, que ya no tenía sentido.
Esta mujer estaba experimentando un duelo complicado.
Había una región del cerebro que diferenciaba el duelo
complicado de los grupos resilientes; era el núcleo accumbens,[37] la
misma región cerebral que es importante para desarrollar los
vínculos de pareja en los topillos. El núcleo accumbens es parte de
una red muy conocida por su rol en otros procesos de recompensa
(lo explicaré en más detalle a continuación), incluyendo responder a
imágenes de chocolate en el caso de las personas que tienen
antojos de ese dulce. El grupo con un duelo complicado mostró una
mayor activación en esa región que el grupo más resiliente. Durante
una entrevista previa al escaneo del cerebro, les pedimos a las
142
participantes que evaluaran, en una escala del 1 al 4, cuánto habían
estado añorando a su ser querido últimamente. Entre todas las
participantes en el estudio, cuanto mayor era el nivel de añoranza
que indicaban, mayor era el nivel de activación del núcleo
accumbens. Descubrimos que la cantidad de tiempo que había
transcurrido desde la muerte del ser querido y la edad de la
participante no estaban relacionadas con la activación del núcleo
accumbens. Incluso la cantidad de emociones positivas y negativas
que las participantes estaban experimentando no estaba
relacionada con la activación del accumbens. Solamente la
añoranza (el sentimiento de anhelar o desear estar con esa
persona) estaba relacionada con esa lectura neural del núcleo
accumbens.
Parecía muy extraño que el grupo que no se estaba adaptando
tan bien (el grupo que tenía un duelo complicado) tuviera una mayor
activación en la red responsable de la recompensa. Quiero aclarar
que el término recompensa, de la forma en que lo utilizan los
neurocientíficos, no es sólo algo placentero. La recompensa es la
codificación que significa, sí, queremos eso, hagámoslo otra vez,
veámoslos otra vez. Varios estudios con neuroimágenes en
humanos han mostrado la activación del núcleo accumbens cuando
los participantes veían fotografías de su pareja sentimental (viva) o
imágenes de sus hijos. La peluquera hubiera mostrado una
activación en el núcleo accumbens al mirar una foto de su hermana
cuando todavía estaba viva. Entonces, ¿por qué es esta activación
mayor en el grupo que tiene un duelo complicado? Nosotros
interpretamos que la activación de la recompensa en aquellas
personas que están experimentando un duelo complicado en
respuesta a las cosas que les recuerdan a su ser querido fallecido
ocurren porque ellas continúan anhelando verlo, como lo hacemos
143
con nuestros seres queridos que están vivos. Parece ser que
quienes tienen un duelo más resiliente ya no predicen que ese
desenlace gratificante es posible.
Quiero ser muy clara aquí, porque ansiar algo implica que hay una
adicción, y las adicciones son distintas a lo que estoy sugiriendo que
ocurre cuando hay un duelo complicado. Otros investigadores han
sugerido que podríamos ser «adictos» a nuestros seres queridos y,
según mi experiencia, ésa es una descripción estigmatizante para
las personas que están sufriendo por una pérdida. Además, no es
exacto. Pensemos en otras necesidades humanas, como el alimento
y el agua. Podríamos describir el hambre y la sed como estados
motivacionales que nos hacen buscar comida y agua, pero jamás
diríamos que alguien es adicto al agua. Diríamos que esa persona
necesita desesperadamente agua. La sed es una motivación normal
que el cerebro ha desarrollado para satisfacer esa necesidad
básica. El apego a nuestros seres queridos también se caracteriza
por el estado motivacional normal de la añoranza. Lo que estoy
diciendo es que la añoranza se asemeja mucho al hambre o la sed.
Hay soluciones intermedias entre la necesidad de tener un grupo
de participantes muy similares y el deseo de poder aplicar los
resultados a la población en su totalidad. Las participantes en
nuestro segundo estudio de la aflicción con neuroimágenes eran
todas mujeres, de mediana edad y principalmente blancas. La
mayoría de las personas que están en duelo en Estados Unidos no
son así, y mucho menos en el resto del mundo. Pero la crítica más
significativa a mi propio estudio es que los escaneos con
neuroimágenes tuvieron lugar en un solo día en toda una trayectoria
de días para esas personas en duelo. Para interpretar el estudio nos
basamos en la inferencia de cómo un escaneo encaja en los días
anteriores, pero no podemos saber si esa inferencia es correcta si
144
los escaneos no se hicieron varias veces a lo largo de la trayectoria
de la adaptación durante el duelo.
La inferencia funciona de esta manera: sabemos, por estudios
anteriores con imágenes, que el núcleo accumbens se activa en
respuesta a los seres queridos que están vivos, como, por ejemplo,
tu pareja sentimental o tus hijos. Nos imaginamos que esto se
aplicaría también a las personas de nuestro estudio, en la época
anterior a que las conociéramos, cuando sus seres queridos
estaban vivos. En nuestro estudio sobre la aflicción, aquellas
personas que se estaban adaptando bien habían dejado de tener
activación en la región del núcleo accumbens, y aquéllas con un
duelo complicado continuaron mostrando que el núcleo accumbens
respondía a esas fotos. La inferencia yace en las palabras «habían
dejado» y «continuaron». Continuar implica un período de tiempo,
pero lo que tenemos es en realidad una instantánea de un único
momento en el tiempo en distintos estudios con diferentes
participantes. La idea de que la activación en el núcleo accumbens
cambia a lo largo del duelo es una inferencia lógica, la cual encaja
con los datos y las teorías que actualmente entendemos acerca del
duelo, pero no es algo que se haya probado empíricamente.
Dado que nuestra comprensión de la neurobiología de la aflicción
está en sus inicios, las oportunidades para la especulación son
muchas. En la aflicción aguda, el cerebro nos permite aprender
acerca de nuestras nuevas circunstancias, hacer predicciones más
precisas acerca de nuestro mundo, aunque con respuestas
emocionales dolorosas a las cosas que nos recuerdan a la persona
fallecida. Quizás el cerebro pueda ayudarnos a entender también el
duelo crónico; quizás haya variaciones naturales en los sistemas
neurales que normalmente apoyan la adaptación al duelo. Si el
sistema de la oxitocina está involucrado, quizás las personas con un
145
duelo complicado tengan más receptores de oxitocina, o sus
receptores de oxitocina estén concentrados en otras regiones del
cerebro. Es posible que esto cree vínculos muy fuertes con los seres
queridos que están vivos, lo cual es bueno, pero cuando las
circunstancias del duelo requieren que nos adaptemos a la vida sin
la persona fallecida, quizás los mismos mecanismos ligados a la
oxitocina hagan que nos resulte difícil concentrarnos en otras
personas en nuestro entorno.
Una posibilidad interesante es que las variaciones genéticas en el
receptor de oxitocina podrían poner a la gente en riesgo de
desarrollar un duelo complicado. Algunos indicios de esta posibilidad
incluyen la relación entre ciertas variaciones genéticas de la
oxitocina y la ansiedad por separación en adultos, y varios estudios
que muestran una conexión entre estas variantes genéticas y la
depresión.[38] Sin embargo, antes de poder llegar a cualquier
conclusión, es necesario realizar muchos más estudios con muchas
más personas en esta área
Un sistema magnífico
La capacidad del cerebro de crear y mantener lazos es magnífica.
Ciertas hormonas son liberadas durante actividades específicas
como tener relaciones sexuales, o dar a luz, o amamantar. Dado
que esas hormonas inundan el cerebro, y los receptores se
encuentran ahí, después de estas experiencias, las neuronas de
determinadas regiones cerebrales crean conexiones neurales más
fuertes y hacen mejor su función mental especializada. Esto se
denomina permisividad, porque las hormonas liberadas durante el
evento dan a las neuronas «permiso» para crear neuronas más
gruesas o con más brotes, o construir más receptores. La oxitocina
en el núcleo accumbens permite establecer vínculos de apego más
146
fuertes, lo cual te motiva a buscar a esa persona y no salir a buscar
otras. La oxitocina en la amígdala permite un mejor reconocimiento
de otras personas y un mejor control de la ansiedad. La oxitocina en
el hipocampo permite una memoria espacial más duradera, al
menos en los ratones, probablemente para permitir a las madres
hacer un seguimiento de sus hijos errantes.[39] Esa persona de la
que te has enamorado, tanto si es tu pareja como si es tu bebé, ha
abierto nuevas vías en tu cerebro. Quiero dejar claro que no son
sólo las hormonas las que hacen esto. Si se descargaran hormonas
en el cerebro cuando estás a solas en una habitación, no se podrán
establecer lazos. Sólo nos enamoramos cuando estas experiencias
que nos cambian la vida nos ocurren mientras estamos
interactuando con la otra persona; codificamos profundamente y
recordamos su apariencia, su olor, cómo nos hace sentir, y hace que
anhelemos encontrarla, una y otra vez.
Esta codificación profunda de nuestros seres queridos en el
cerebro es muy poderosa. Tiene un efecto poderoso en nuestra
conducta y motivación y en la forma en que nos sentimos. Codificar
a alguien significa que añorar a esa persona es inevitable cuando
nos separamos de ella. Nuestro cerebro está haciendo todo lo
posible para mantenernos unidos a las personas que amamos.
Estas poderosas herramientas incluyen las hormonas, las
conexiones neurales y la genética, las cuales incluso pueden en
ocasiones anular el conocimiento dolorosamente obvio de que el ser
querido ya no está vivo. La magnificencia del cerebro me hizo sentir
una gran empatía por lo que las personas que están pasando por un
duelo tienen que superar para crearse una vida cuando sus seres
queridos ya no van a regresar. Su adaptación requiere el apoyo de
sus amigos y familiares, el paso del tiempo y una considerable
valentía para superar lo que una parte del cerebro puede pensar
147
que es mejor para nosotros. Afortunadamente, hay otras partes del
cerebro que animales como los topillos no tienen. Podemos usar
esas partes del cerebro para ayudarnos a pasar por las emociones
abrumadoras durante el duelo, y ése es el tema en el que vamos a
centrarnos a continuación.
[34]. M. Moscovitch, G. Winocur y M. Behrmann (1997), «What is special about
face recognition? N ineteen experiments on a person with visual object agnosia
and dyslexia but normal face recognition» , Journal of Cognitive N euroscience
9/5, pp. 555-604
[35]. H. Wang, F. Duclot, Y. Liu, Z. Wang y M. Kabbaj (2013), «Histone deacetylase
inhibitors facilitate partner preference formation in female prairie voles», N ature
N euroscience, http://dx.doi.org/10.1038/nn .3420
[36]. J. Holt-Lunstad, T. B. Smith, y J. B. Layton (2010), «Social relationships and
mortality risk: A meta-analytic review», PL oS Medicine 7(7): e1000316,
doi:10.1371/ journal.pmed.1000316.
[37]. M. F. O’ Connor, D. K. Wellisch, A. L. Stanton, N. I. Eisenberger, M. R. Irwin y
M. D. Lieberman (2008), «Craving love? Complicated grief activates brain’ s
reward center», N euroI mage 42, pp. 969-972.
[38]. B. Costa, S. Pini, P. Gabelloni, M. Abelli, L. Lari, A. Cardini, M. Muti, C. Gesi,
S. Landi, S. Galderisi, A. Mucci, A. Lucacchini, G. B. Cassano y C. Martini
(2009), «Oxytocin receptor polymorphisms and adult attachment style in
patients with depression», Psychoneuroendocrinology 34/10 (nov.), pp. 15061514, doi: 10.1016/j.psyneuen.2009.05.006.
[39]. Falta texto de la nota.
148
CAPÍTULO 7
Tener la sabiduría
para conocer la diferencia
Tras descubrir lo importante que es la añoranza desde la
perspectiva del cerebro, me fui interesando cada vez más en
averiguar qué es exactamente la añoranza. Me dispuse a estudiarla
sistemáticamente y, para hacerlo, desarrollé una escala de
autoinforme con una serie de preguntas para distinguir diferentes
aspectos de la añoranza. Al igual que muchas personas, sentía
curiosidad por saber si la añoranza tras la muerte de un ser querido
era igual a la añoranza después de una ruptura sentimental o
cuando uno echa de menos su hogar. La psicóloga Tamara
Sussman y yo la llamamos la escala de añoranza en situaciones de
pérdida (ASP) y formulamos los ítems de manera que pudieran ser
utilizados en las tres situaciones.[40] Por ejemplo, una de las
afirmaciones es, «Siento que las cosas solían ser perfectas antes de
perder
a
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _
». Esa
redacción aparece en la versión de la escala para las personas que
están en duelo y cada persona tiene que completar el espacio en
blanco con el nombre de su ser querido. En el caso de una ruptura
149
sentimental, la afirmación está redactada así: «Siento que las cosas
solían
ser
perfectas
antes
de
que
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ y
yo rompiéramos». Para las personas que echan de menos su hogar,
la frase equivalente es, «Siento que las cosas solían ser perfectas
cuando
vivía
en
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ ».
Aprendimos muchísimo de ese proyecto. Al menos entre los
adultos jóvenes, el nivel de depresión que experimentaban
contribuía a su añoranza, estadísticamente hablando. Pero había
una asociación menor entre la añoranza y la depresión, que entre la
añoranza y la aflicción, en el caso del grupo que estaba en duelo.
Asimismo, había una menor asociación entre la añoranza y la
nostalgia (en el caso del grupo que se había ido a vivir lejos de
casa), o entre la añoranza y la queja por una ruptura sentimental (en
el caso del grupo de personas que la habían experimentado) que
entre la añoranza y la depresión. Esto me recordó que, aunque hay
características comunes entre la depresión y la aflicción, no son
iguales. En primer lugar, las personas con depresión no están
pensando en, o añorando, una persona o cosa específica. La
depresión es una experiencia más global, un sentimiento de
desesperanza e impotencia que se adhiere a todo lo que está
ocurriendo, o ha ocurrido alguna vez, o va a ocurrir.
Después de que se publicara la escala de la añoranza, el
psicólogo de Harvard Don Robinaugh evaluó la añoranza con la
escala ASP en una muestra clínica mucho más grande de adultos
en duelo que buscaban tratamiento.[41] También en su estudio, la
añoranza estaba más cercanamente asociada al trastorno de duelo
prolongado que a la depresión. El nivel de añoranza no variaba
según el género, la raza o la causa de muerte, aunque las personas
150
que habían perdido a su pareja o a un hijo exhibían una añoranza
mayor que otros tipos de pérdidas de personas allegadas. La
añoranza era un tanto menor cuando había transcurrido un mayor
lapso de tiempo desde la pérdida, lo cual sugiere que incluso en el
caso de las personas que buscan una terapia, la añoranza puede
disminuir con el paso del tiempo. Con descripciones específicas de
los matices de cómo se estaban sintiendo las personas, ahora
teníamos una mayor comprensión de lo que significa añorar a un ser
querido.
Entonces, súbitamente, de la nada…
Robinaugh también señaló que la añoranza se refiere a sentimientos
y pensamientos, y nuestra experiencia sentida suele ser una mezcla
de ambas cosas. Dado que la añoranza es muy dolorosa, me
pregunté por qué es tan insistente y por qué seguimos pensando
tanto en el ser querido fallecido. Quiero contarte lo que los
científicos han aprendido acerca de esos pensamientos de añoranza
y luego volveremos al sentimiento de añoranza.
Los pensamientos que experimentamos durante la añoranza
tienen una cualidad específica. Te pondré un ejemplo de mi propia
experiencia. Un domingo por la tarde, había terminado de hacer las
compras en el supermercado y estaba mirando el interior de mi
nevera, considerando qué podía preparar… y, de repente, pude ver
a mi padre en su cocina, planeando una de sus famosas cenas, con
invitaciones para otros viudos del pueblo y la promesa de un pollo
asado y mucho puré de patatas. En otra ocasión, levanté el teléfono
y lo llamé para contarle algo… y entonces me di cuenta de que no
podía tener esa conversación con él y que él no podía prestarme
atención de una forma amorosa y absoluta como solía hacerlo.
Una y otra vez, nuestro ser querido que ha fallecido aparece de
151
forma súbita en nuestra mente. Nos encontramos en medio de un
pensamiento y entonces nos vienen a la mente, y eso hace que los
añoremos. A veces ni siquiera sabemos qué nos ocurre. De hecho,
primero podemos ser conscientes de un sentimiento de aflicción, sin
tener una idea clara de de dónde vino. El psiquiatra Mardi Horowitz
los llamó pensamientos intrusivos y describió su aparición en una
variedad de síndromes de respuesta al estrés, como después de la
muerte de un ser querido u otro hecho traumático. Explicó que los
pensamientos intrusivos son comunes y disruptivos en las primeras
semanas y los primeros meses después del evento. Parte de lo que
es tan desconcertante acerca de ellos es que parecen ser
involuntarios. Estos intrusos toman el control sin anunciarse,
robándonos los momentos en los que no estamos haciendo nada en
particular, cuando nuestra mente está divagando. Aunque es
tranquilizador saber que los pensamientos intrusivos son normales,
y que casi siempre disminuyen con el tiempo, nuevos estudios
empíricos han desafiado algunas de las cosas que dábamos por
sentadas acerca de ellos.
Los pensamientos intrusivos son recuerdos de eventos
personales y personas que nos vienen a la mente de una forma
repentina y espontánea, sin que tengamos intención de recordarlos.
Recordar la pérdida nos recuerda cuánto echamos de menos a esa
persona, lo cual hace que aparezcan sentimientos de angustia o
aflicción. Pero ¿los pensamientos intrusivos son más frecuentes que
otros tipos de pensamientos, o sólo nos lo parece?
En el caso de mi duelo por mi padre, puedo recordar momentos
en los que elegía traerlo a mi mente. En las semanas y los meses
después de su muerte, a menudo llamaba a mi hermana y a los
maravillosos amigos que nos ayudaron a cuidar de él.
Recordábamos cosas que él había dicho o hecho hacia el final de su
152
vida. En una ocasión, cuando estaban llevando su cama de una
habitación del hospital a otra, la enfermera que la estaba empujando
no vio una pequeña papelera que se encontraba en el pasillo y
chocó contra ella. Mi padre levantó la mirada y dijo de una forma
traviesa, «¡Ay, mujeres conductoras!». Creo que contamos esta
historia cien veces en los primeros meses después de su muerte.
Este recuerdo de su constante buen humor al enfrentarse a las
dificultades todavía provoca una sonrisa en mi rostro y una punzada
en mi corazón.
El hecho de que a menudo pasara tiempo pensando en recuerdos
como ése después de su muerte hace que cuestione las creencias
de los psicólogos acerca de los pensamientos intrusivos, porque,
como ya dije, en este caso era yo quien elegía recordar el evento.
La psicóloga danesa Dorthe Berntsen preguntó a personas que
habían experimentado un evento estresante recientemente en sus
vidas acerca de sus pensamientos cuando soñaban despiertas o
dejaban a sus mentes divagar. Descubrió que tenían recuerdos
voluntarios, como el que yo tenía de mi padre siendo cambiado de
habitación en el hospital, con la misma frecuencia con que tenían
recuerdos involuntarios, como el que yo tuve de mi padre cocinando
en su casa, que llegó a mi mente de forma espontánea.[42] Aunque
los recuerdos involuntarios son más perturbadores, en realidad no
son más frecuentes que los voluntarios. Tener ambos tipos de
recuerdos es más común después de un episodio estresante en la
vida que cuando todo va sobre ruedas. Los involuntarios nos
parecen más frecuentes porque nos molestan más, probablemente
porque no estamos preparados para las emociones que despiertan
en nosotros. Entonces, aunque contar la historia del humor de mi
padre despertaba sentimientos intensos en mí, no me afectaba tanto
porque era yo quien elegía hablar del tema y, por lo tanto, estaba
153
preparada para el impacto emocional.
La distinción entre recuerdos voluntarios y recuerdos involuntarios
nos conduce a una diferencia clave entre el cerebro humano y el
cerebro de los animales, como, por ejemplo, el de los topillos. Los
humanos tenemos novecientos gramos adicionales de corteza
cerebral, pero lo más importante es que la mayor parte está ubicada
en los lóbulos frontales, entre nuestra frente y nuestras sienes. La
parte frontal del cerebro está desarrollada de una forma única en los
humanos y tiene muchas funciones, incluyendo ayudarnos a regular
nuestras emociones.
Recuerda que cuando recuperamos un recuerdo, es como
preparar un pastel con muchos ingredientes distintos ubicados en
múltiples regiones cerebrales. Estamos usando áreas del cerebro
como el hipocampo y las áreas cercanas que almacenan
asociaciones con un recuerdo en particular. El cerebro también
accede a áreas visuales o auditivas para añadir realismo a nuestros
pensamientos, dándonos la impresión de que estamos viendo u
oyendo lo que estamos imaginando. Estas áreas del cerebro se
utilizan cuando tenemos un recuerdo voluntario o involuntario. Para
examinar las diferencias entre estos dos tipos de recuerdos,
Berntsen las comparó detenidamente en las personas que se
sometían a un escaneo IRMf. El área que se utilizaba de una forma
única durante la recuperación voluntaria y controlada, en
comparación con los recuerdos involuntarios, se encontraba en la
parte exterior de los lóbulos frontales más cerca de nuestro cráneo,
la corteza prefrontal dorsolateral.[43]
La capacidad de traer algo a la mente de forma intencionada es
una habilidad humana. Requiere lo que los neuropsicólogos llaman
«funciones ejecutivas», como un gerente que organiza y dirige a las
otras partes del cerebro para que realicen tareas. En muchos
154
sentidos, el cerebro está generando recuerdos de la misma manera
tanto si son intencionados como si son intrusivos. La diferencia está
en que, en el caso de los intencionados, nuestro control ejecutivo de
los lóbulos frontales participa para ordenarlos que los recordemos.
Recuerda por un momento tu graduación de la universidad, o el
nacimiento de tu primer hijo o hija, o el día de tu boda.
Probablemente pensaste en estos eventos espontáneamente en las
semanas, los meses, e incluso los años siguientes, incluso cuando
no tenías intención de pensar en ellos. Esos recuerdos maravillosos
probablemente aparecían en tu mente incluso cuando estabas
haciendo algo mundano, o cuando veías algo que te recordaba ese
día.
Los
pensamientos
intrusivos
surgen
por
hechos
extremadamente emocionales, incluyendo los que son positivos,
pues no están reservados para los eventos extremadamente
negativos. Pero dado que los recuerdos intrusivos de eventos
negativos nos afectan, nos preocupa lo que esos pensamientos no
deseados puedan decir sobre nuestra salud mental. En la mayoría
de los casos, y especialmente en la aflicción aguda, los
pensamientos intrusivos son simplemente algo que el cerebro hace
de una forma natural para aprender de esos eventos importantes y
emocionales.
Cuando lo vemos desde la perspectiva del cerebro, nuestro
cerebro está accediendo a nuestros pensamientos de nuestra
pérdida una y otra vez. Y hace lo mismo con los eventos positivos
importantes. Aun así, es desagradable que te cojan desprevenido y
que tus pensamientos y sentimientos se conviertan en aflicción.
Pero tu cerebro está haciendo que surjan con la finalidad de tratar
de comprender lo que ha ocurrido, de la misma manera en que
puedes compartir recuerdos e historias con amigos para hablar de
ellos y tener una comprensión más profunda. Cuando piensas de
155
esta manera en los pensamientos intrusivos, te parece más normal
que ocurran: tu cerebro está haciendo eso por una razón. Así, te
parecerán más funcionales y menos como una señal de que no
estás manejando bien tu aflicción.
Acordarnos de no dejar al bebé dentro del automóvil
Los recuerdos involuntarios ocurren todo el tiempo. Ocurren más si
recientemente has experimentado un trauma, pero pueden aparecer
en cualquier momento. Normalmente, el cerebro interfiere con
recuerdos específicos, o incluso conjeturas sobre el futuro, sin tu
permiso intencionado.
En el día de hoy, ¿con cuánta frecuencia has pensado en tu
pareja o en tus hijos? En momentos aleatorios, ¿tus pensamientos
van hacia el dinero que pretendías poner en la mochila de tu hija
para su almuerzo? ¿Te acuerdas de enviarle un mensaje de texto a
tu mujer para preguntarle cómo le fue en su reunión con su jefe?
Nuestro cerebro está generando recordatorios continuamente. Es un
órgano hecho para fabricar pensamientos de la misma manera en
que el páncreas fabrica insulina. Estas notificaciones automáticas de
nuestro cerebro se inmiscuyen en nuestra consciencia cada vez que
nuestra mente divaga, y nos ayudan a recordar las cosas que son
más importantes. Así es como nos acordamos, por ejemplo, de no
dejar al bebé en el asiento del automóvil cuando realizamos tareas
en piloto automático como ir a comprar al supermercado.
Pienso que, de la misma manera en que las cosas que nos hacen
recordar a nuestros seres queridos surgen espontáneamente
durante nuestra vida juntos, también continuarán irrumpiendo en
nuestros pensamientos cuando ellos estén ausentes durante un
período de tiempo. Sin embargo, durante el duelo, esos mismos
recordatorios hacen que nos demos cuenta de que esas personas
156
ya no están con nosotros, y esas punzadas de aflicción nos cogen
desprevenidos cuando aparecen. Cuando nuestra mente divaga,
continuamos recibiendo recordatorios del cerebro de que tenemos
que llamar o enviar un mensaje de texto a nuestro ser querido, pero
ahora esos recordatorios están en conflicto con la realidad. Ver
estos pensamientos intrusivos desde la perspectiva del cerebro
pueden hacer que sean menos inquietantes. Siempre has tenido
pensamientos intrusivos acerca de tu pareja, tus hijos, o tu mejor
amiga o amigo. El impacto emocional de ellos es distinto ahora que
esa persona está muerta, pero la naturaleza de tener una relación
es recordar a nuestros seres queridos. Recibimos recordatorios
porque esas personas son importantes para nosotros. Eso no
cambia inmediatamente porque la persona haya fallecido. Tu
cerebro tiene que ponerse al día. Todavía está ejecutando su
programación habitual de enviar notificaciones. No te estás
volviendo loco; simplemente estás en el medio de una curva de
aprendizaje.
Tienes opciones
Ahora, volvamos al sentimiento de añoranza. Imagina que eres una
viuda joven, sentada en la mesa de desayuno, sola, bebiendo café
al inicio del día cuando tus hijos ya se han ido al colegio y estás
echando de menos las mañanas en que te sentabas ahí con tu
marido, unas mañanas que nunca volverás a tener. Éste es un
ejemplo típico de añoranza. En su nivel más básico, añorar es
querer que la persona esté aquí otra vez, ahora. El cerebro está
produciendo una representación mental, un pensamiento, de la
persona que está ausente. Ese pensamiento produce un sentimiento
de desear que la persona esté aquí. El pensamiento y el sentimiento
juntos son los componentes de la añoranza y, juntos, forman un
157
estado motivacional. Pero la motivación puede llevarnos a hacer una
variedad de cosas distintas.
En respuesta a su añoranza, una posibilidad es que la joven viuda
lance la taza de café hacia el otro extremo de la habitación, salga
corriendo y jure que nunca volverá a sentarse a esa mesa. Éste
sería un ejemplo bastante dramático de la evitación. La evitación
puede ser conductual, en cuyo caso evitamos situaciones o cosas
que nos recuerden al ser querido fallecido, o puede ser cognitiva, en
cuyo caso tratamos de suprimir los pensamientos sobre esa
persona, o nuestra aflicción, o una combinación de ambas cosas.
Otra posibilidad es que dedique más tiempo a soñar despierta sobre
su marido: el aspecto que tenía, cómo se habría reído y la forma en
que solía sostener su taza de café. Esto puede resultar
tranquilizador, imaginarlo ahí, mirándote. Quizás oigas lo que te diría
ahora, viéndote ahí sentada, infeliz en tu aflicción. ¿Se acercaría por
detrás de tu silla y te rodearía con sus brazos? ¿Te diría que te
levantes y te pongas en movimiento, que el día no espera?
Una tercera posibilidad es que regreses en tu mente a la noche en
que falleció, repasando todos los detalles como lo has hecho tantas
veces, porque él se había estado quejando toda la tarde de un dolor
en el pecho y, repentinamente, estaba pálido y sudoroso. ¿Por qué
no consideraste que podía estar teniendo un infarto? ¿Por qué le
creíste cuando te dijo que era solo acidez por la cena? ¿Por qué no
insististe en llevarlo al hospital antes? ¿Por qué siguió fumando,
incluso después de que el médico le dijera que eso aumentaría la
probabilidad de tener una enfermedad cardíaca? ¿Por qué no te
opusiste? Quizás, si hubieses sido más insistente, si hubieses
actuado antes, él no habría muerto.
En el ejemplo de soñar despierta como respuesta a la añoranza,
tu cerebro está orquestando una simulación experiencial, una
158
realidad virtual de cómo podrían ser las cosas ahora, en contraste
con cómo son en realidad, cuando estás sentada ahí sola. Al
general los «y si… » en respuesta a la añoranza, tu cerebro está
imaginando hechos que podrían haberse desarrollado de una forma
muy distinta a como lo hicieron. La realidad alternativa con la que tu
cerebro sueña vívidamente, en la que él no murió, sino que está
aquí contigo, contrasta de forma desfavorable con el momento
presente en la vida real. En la aflicción aguda, esas respuestas de
«y si… » a las punzadas de dolor son comunes y completamente
normales.
Ciertamente, hay muchas otras respuestas posibles, como llamar
a una amiga o un amigo en esa mañana de soledad, o salir a correr
para dejar de pensar. De hecho, el modelo del proceso dual aclara
que un duelo saludable incluye muchas respuestas distintas,
apropiadas en diferentes situaciones, en momentos distintos y para
alcanzar diferentes objetivos. Si tienes que ir a trabajar, quizás
lanzar la taza al otro extremo de la habitación para salir de tu
ensoñación y de la casa no es lo peor que podría pasar. Ése sería
un ejemplo de oscilar de un afrontamiento orientado a la pérdida, a
la experiencia de la vida cotidiana. Llamar a una amiga para que te
dé apoyo, y profundizar en una relación con alguna persona en la
que confías y a quien le importas, podría representar una oscilación
de un afrontamiento orientado a la pérdida, a un afrontamiento
orientado a la recuperación. Esto reflejaría la mayor importancia que
esa amiga tiene en tu vida ahora y en el futuro. Pensar en el día de
la muerte de tu marido podría verse como un ejemplo de
afrontamiento orientado a la pérdida, el cual permite que la realidad
de lo que ocurrió ese día penetre más profundamente en sus
bancos de conocimiento. Lo que es importante es el beneficio de
tener muchas maneras de responder a la añoranza según la
159
situación y avanzar hacia tus metas, tanto en ese momento como en
la adaptación a largo plazo.
F lex ibilidad
En un estudio sobre las expresiones faciales de las personas en
duelo, los científicos descubrieron que la gente muestra una amplia
gama de emociones cuando está hablando de su relación con su ser
querido fallecido. Después de filmar las entrevistas con los
participantes en duelo, los investigadores analizaron los
movimientos de sus músculos faciales y hallaron miedo, tristeza,
disgusto, desdén y enfado.[44] Las emociones positivas también
fueron bastante habituales: un 60 por ciento expresó goce en algún
momento, el cual incluyó las arrugas alrededor de los ojos que
indican una sonrisa «auténtica» y un 55 por ciento expresó estar
entretenido. Éstos fueron movimientos musculares faciales fugaces,
de manera que la persona en duelo no registró necesariamente
haber experimentado todos esos sentimientos en los cinco minutos
en que la filmaron. Para evitar interpretaciones de las expresiones
faciales basadas en las expectativas del observador, la persona que
registraba los movimientos faciales no sabía que el participante
estaba en duelo.
La frecuencia y la intensidad de los sentimientos de las personas
suelen aumentar después de la pérdida de un ser querido, como si
subiéramos el dial del volumen. No es infrecuente oír a la gente que
está en duelo decir que nunca se habían sentido tan mal, o que no
sabían que podían llegar a sentirse tan mal. Esa intensidad
emocional nos obliga a lidiar con esas nuevas experiencias. Regular
las propias emociones se convierte en una parte necesaria de la
vida diaria. Los psicólogos, los amigos y la familia a menudo tienen
fuertes opiniones acerca de cuál es la mejor manera de hacer frente
160
a la situación. Enfrentarse a las propias emociones y entenderlas se
ha considerado como una buena estrategia de afrontamiento. Por
otro lado, reprimir sentimientos y evitar pensamientos que
despierten emociones se ha considerado una mala forma de
afrontamiento. Sin embargo, la investigación más reciente sugiere
que el tema no es tan sencillo.
El predictor más fiable de una buena salud mental es tener varias
estrategias para lidiar con las propias emociones e implementar la
estrategia correcta en el momento adecuado. Tener una intensidad
emocional tan alta en el período inicial del duelo puede resultar
agotador. Existen buenas razones para ignorar nuestra aflicción por
un tiempo, con la finalidad de darle un respiro al cerebro y al cuerpo,
o incluso para darles un descanso a las personas de nuestro
entorno que sienten el contagio emocional. La distracción y la
negación tienen su utilidad. En lugar de preguntarnos cuáles son las
mejores estrategias, una pregunta más apropiada podría ser si
utilizar una determinada estrategia es contraproducente en un
momento dado o en una situación específica.
A aquellas personas que sufren un duelo complicado puede
resultarles más difícil moderar la expresión de sus sentimientos que
a las personas que se están adaptando de una forma más resiliente.
Moderación puede significar amplificar o atenuar nuestros
sentimientos. Esto significa que puede resultarnos más difícil
concentrarnos realmente en nuestros sentimientos para poder
entender mejor lo que está ocurriendo o para calmarnos. En última
instancia, esto nos llama a ser más flexibles. Cuando no hacemos
frente a nuestros sentimientos con flexibilidad, es posible que
empecemos a sentirnos insensibles o incapaces de describir
nuestros sentimientos más auténticos, y estas modalidades
dificultan nuestra capacidad de conectar con las personas de
161
nuestro entorno: si te has insensibilizado o no eres capaz de
expresar tu profunda tristeza, es menos probable que recibas el
apoyo y el consuelo que necesitas.
Si nunca permitimos que los sentimientos de aflicción salgan a la
superficie, y no podemos contemplarlos, o aceptarlos, o
compartirlos, es posible que continúen atormentándonos. Cada
persona es distinta y no hay ninguna regla que cada persona
individual pueda utilizar para adaptarse durante el duelo. Pero la
flexibilidad en nuestro enfoque y la apertura para lidiar con los
sentimientos a medida que van surgiendo nos dan la mejor
oportunidad para regular nuestras emociones de una forma que nos
permita vivir una vida vibrante y llena de sentido.
El lado positivo de la vida
Supongamos que conoces a cuatro personas que han perdido a un
ser querido. Una de ellas elige ir a una fiesta con amigos y otra
decide quedarse en casa viendo una de sus películas favoritas. Una
tercera persona pasa tiempo con la familia contando historias sobre
el ser querido fallecido y una cuarta escribe un diario sobre su
aflicción. ¿Cuál de estas cuatro personas te interesaría más conocer
y cuál de ellas crees que se parece más a ti? ¿Cómo de apropiada
crees que es cada una de esas actividades y cómo crees que se
sentiría la persona en duelo después de realizarla?
Estas preguntas formaron parte del estudio realizado por Melissa
Soenke, una psicóloga social de la Universidad Estatal de California,
Islas Channel, y Jeff Greenberg, un psicólogo social de la
Universidad de Arizona. Si te gustaron más las dos últimas personas
y pensaste que las actividades que ellas eligieron eran más
apropiadas y efectivas, eres como la mayoría de la gente que
participó en el estudio. Las últimas dos actividades, que implican
162
enfrentarse a las emociones negativas en respuesta a la muerte de
un ser querido, suelen ser denominadas trabajo de duelo. En el
mundo occidental, se consideran normalmente las formas más
apropiadas y efectivas de afrontar la situación. Irónicamente, realizar
actividades que habitualmente despiertan emociones positivas,
como ir a una fiesta o ver alguna forma de entretenimiento, en
realidad son más efectivas para reducir la tristeza y la aflicción.
«Deshacer» las emociones negativas con emociones positivas
funciona porque las emociones positivas cambian los estados
cognitivos y fisiológicos. Las emociones positivas amplían la
atención de la gente, estimulan el pensamiento creativo y expanden
las estrategias de afrontamiento. Los psicólogos Barbara
Frederickson y Eric Garland describen esto como una espiral
ascendente activada por los pensamientos positivos. En una
segunda parte del estudio realizado por Soenke y Greenberg, los
participantes en duelo escribieron acerca de su pérdida y luego
vieron un breve vídeo humorístico de una comedia televisiva,
hicieron un crucigrama o vieron una escena triste de una película
popular. Cuando los participantes terminaron de realizar la actividad,
calificaron sus emociones de felicidad, tristeza y culpa del momento.
Esta calificación fue comparada con la calificación del inicio del
experimento. En línea con los datos de Frederickson y otros, ver el
vídeo humorístico redujo los sentimientos de tristeza asociados a
recordar un evento triste, mientras que las actividades neutrales y
tristes no lo hicieron. Aunque es efectivo realizar actividades que
normalmente nos levantan el ánimo, las personas en duelo suelen
ser reacias a realizarlas.
Existen al menos dos motivos por los cuales normalmente no
elegimos las actividades que nos levantan el ánimo cuando estamos
en duelo. En primer lugar, se considera que hacer cosas divertidas
163
no es la forma «correcta» de actuar, así que nos preocupamos de lo
que los demás podrían pensar acerca de nuestra elección. En
segundo lugar, anticipamos que hacer algo agradable después de
una experiencia triste hará que nos sintamos culpables. Cuando
violamos las normas o las expectativas sociales, la culpa es una
respuesta habitual. Sin embargo, aunque las personas anticipaban
que se iban a sentir culpables haciendo algo divertido, ninguna de
las que participaron en el estudio se sintió culpable después de ver
un vídeo humorístico. Pero la previsión de la culpa puede disuadir a
las personas de participar en actividades agradables. Otro estudio
apoya este hallazgo de que los humanos son bastante malos para
prever cómo se van a sentir en situaciones futuras.[45]
No estoy sugiriendo que cuando perdemos a un ser querido
deberíamos ir a una fiesta tras otra para sentirnos felices en lugar de
tristes. La flexibilidad, como dije antes, es beneficiosa, al igual que
pensar en lo que ocurrió, sentir la gravedad de nuestra situación,
expresar nuestro enfado o nuestra tristeza, tratar de entender cómo
ha cambiado la historia de nuestra vida y más cosas. Pero ahora
sabemos que las actividades que nos levantan el ánimo son
beneficiosas, así que podríamos permitirnos hacer algo divertido, e
incluso animar a nuestros amigos y seres queridos que están en
duelo a que lo hagan. En cualquier caso, es otra opción para
nuestra caja de herramientas.
Cuidar de las personas en duelo
Si te importa alguien que está pasando por un duelo, la flexibilidad
emocional también es importante para ti. El desafío para los que
amamos a una persona en duelo es aceptar la realidad de que
alguien que nos importa está sufriendo. El desafío para la persona
en duelo es aceptar la realidad de que su ser querido ha fallecido.
164
Esto es algo doloroso de ver, pero la aflicción forma parte de la vida.
Éste es un momento en el que tu querido amigo o amiga, o pareja, o
hermano o hermana, debe enfrentarse a la dolorosa realidad de la
mortalidad. Por analogía, si vemos a un niño que se ha caído
porque se ha hecho daño en la rodilla, corremos a ayudarlo a
levantarse y le damos un beso, asegurándole que su rodilla sanará,
porque sabemos que el dolor tarde o temprano pasará. O lo
miramos y le sonreímos, reconociendo que fue una caída fuerte, y
lo animamos a levantarse y a seguir jugando. Tener compasión por
las personas que están experimentando la aflicción también puede
incluir consolarlas o animarlas, respondiendo con flexibilidad al
momento.
Si estás escuchando a un amigo que está pasando por un duelo,
y le estás apoyando con el objetivo de acabar con su aflicción, lo
único que conseguirás será frustrarte si no lo consigues a pesar de
tu amorosa dedicación. Ciertamente, es distinto tener compasión por
un evento breve y que acaba rápidamente, como un raspón en la
rodilla, que por un duelo que dura semanas, meses e incluso años.
Es importante ofrecer apoyo, amor y cuidados, pero no porque eso
vaya a acabar con su sufrimiento. Es importante porque cuando
somos testigos de su dolor, lo compartimos, la escuchamos y la
persona se siente amada y nosotros nos sentimos amorosos. Pero
aun así, en cualquier momento dado es posible que tengamos que
decidir si es más sabio abrazarla mientras llora o animarla a
levantarse y a seguir jugando, porque las aproximaciones flexibles a
los sentimientos intensos son las más útiles.
Como amigos de la persona que está afligida, es nuestro desafío
continuar ofreciéndole amor, al tiempo que encontramos apoyo para
nosotros en nuestra comunidad. Esto es importante porque cuidar
de alguien que está sufriendo es estresante en varios sentidos. Es
165
posible que uno se sienta culpable por no estar abrumado por la
aflicción y uno se pregunte por qué la otra persona está pasando por
eso y no nosotros. O es posible que tú también hayas perdido a
alguien y tu ser querido en duelo no sea capaz de apoyarte en esos
momentos. Quizás nos parezca injusto que la otra persona reciba
toda la atención y queramos decirle, «¡Pero yo también me siento
triste!», en lugar de ofrecerle nuestro cariño en ese momento. Con
paciencia, podemos diferenciar darle a nuestro amigo en duelo lo
que necesita en términos de atención y amor, mientras que, al
mismo tiempo, le pedimos lo que nosotros necesitamos para aliviar
nuestro propio dolor.
La oración de la serenidad
La añoranza, el enfado, la incredulidad y los estados de ánimo
depresivos disminuyen con el tiempo después de la muerte de un
ser querido.[46] Esos sentimientos van por etapas y las personas
continúan experimentándolos años después de la pérdida del ser
querido. Pero su frecuencia disminuye a medida que la frecuencia
de la aceptación va aumentando. La aceptación puede ser el
resultado de saber que hay una nueva realidad que está aquí para
quedarse y que podemos sobrellevarla.
Es muy importante en qué pasamos tiempo pensando. La forma
en que reaccionamos a nuestros pensamientos, y lo que sentimos,
importa. La forma en que manejamos lo que hace nuestra mente a
cada momento puede ser de gran ayuda. Estas reflexiones me
recuerdan a la oración de la serenidad. Inherente a esa petición de
ayuda está el reconocimiento de que tenemos que enfrentar con
flexibilidad las pruebas a las que nos enfrentamos: «Señor,
concédeme la serenidad para aceptar las cosas q ue no puedo
cambiar, el valor para cambiar aq uello q ue puedo y la sabiduría para
166
reconocer la diferencia» .
No podemos cambiar la mortalidad. No podemos cambiar el
sufrimiento que acompaña a la pérdida. No podemos cambiar los
pensamientos intrusivos y las oleadas de aflicción. Pero si tenemos
valor quizás podamos aprender a responder a esas circunstancias
incuestionables con mayor habilidad y una comprensión más
profunda. El desafío es, por supuesto, la sabiduría de reconocer la
diferencia, aprender cuándo hacer una pausa y reflexionar, y cuándo
seguir adelante. Los misteriosos y abrumadores sentimientos de
aflicción requieren sabiduría, pero la sabiduría se obtiene a través
de la experiencia. Recurrimos a nuestros seres queridos en busca
de la sabiduría que puedan aportarnos. Quizás recurramos a
nuestros valores espirituales o morales para que nos guíen. Por
último, esperamos que nuestro cerebro desarrolle la sabiduría para
discernir cuál es el mejor camino a seguir, la cual se obtiene a partir
de las experiencias de cada nuevo día.
[40]. M. F. O’ Connor y T. Sussman (2014), «Developing the Y earning in Situations
of L oss scale: Convergent and discriminant validity for bereavement, romantic
breakup and homesickness», Death Studies 38, pp. 450-458, doi:
10.1080/07481187.2013.782928.
[41]. D. J. Robinaugh, C. Mauro, E. Bui, L. Stone, R. Shah, Y. Wang, N. A.
Skritskaya, C. F. Reynolds, S. Zisook, M. F. O’ Connor, K. Shear y N. M. Simon
(2016), «Y earning and its measurement in complicated grief», Journal of L oss
and Trauma 21/5, pp. 410-420, doi: 10.1080/15325024.2015.1110447.
[42]. D. C. Rubin, M. F. Dennis y J. C. Beckham (2011), «Autobiographical memory
for stressful events: The role of autobiographical memory in posttraumatic
stress disorder», Consciousness and Cognition 20, pp. 840-856.
[43]. S. A. Hall, D. C. Rubin, A. Miles, S. W. Davis, E. A. Wing, R. Cabeza y D.
Berntsen (2014), «The neural basis of involuntary episodic memories», Journal
of Cognitive N euroscience 26, pp. 2385-299, doi: 10.1162 /jocn_ a_ 00633.
[44]. G. A. Bonanno y D. Keltner (1997), «Facial expressions of emotion and the
167
course of conjugal bereavement», Journal of Abnormal Psychology 106/1 (feb.),
pp. 126-137, doi: 10.1037//0021-843x.106.1.126.
[45]. D. Kahneman y R. H. Thaler (2006), «U tility maximization and experienced
utility»,
Journal
of
Economic
Perspectives
20/1,
pp.
221-234,
doi:10.1257/089533006776526076.
[46]. P. K. Maciejewski, B. Zhang, S. D. Block H. G. Prigerson (2007), «An
empirical examination of the stage theory of grief», Journal of the American
Medical Association 297(7), pp. 716-723, fe de erratas en JAMA 297/20: 2200,
PubMed PMID: 17312291.
168
PAR TE 2
La recuperación del pasado,
el presente y el futuro
169
CAPÍTULO 8
Pensar much o en el pasado
En la película Sin miedo a la vida de 1993, Jeff Bridges y Rosie
Perez interpretan a unos extraños que sobreviven a un accidente
aéreo. La vida de ambos se van desvelando mientras ellos se
enfrentan a lo que significa haber sobrevivido. Una noche, cuando
están sentados dentro del coche de Bridges, Perez revela que ella
cree que mató a su bebé al soltarlo durante el accidente. Él
responde inicialmente con una frustración absoluta. Pero cuando
ella se derrumba por completo, llorando y rogándole a la Virgen
María que la perdone, Bridges se siente abrumado al pensar en
cómo debe ser creer eso, sentir que uno ha matado al hijo que
debía proteger. Él sale del coche y, sin que se conozcan sus
intenciones, le dice a Perez que se siente en el asiento trasero y le
abrocha el cinturón. Saca una caja de herramientas alargada y
oxidada y la coloca en los brazos de Perez, diciéndole que la
sostenga y que ése es su bebé. En lo que podría parecer un intento
de suicidio, Bridges se coloca detrás del volante y conduce a través
de un callejón desierto hacia un muro de cemento, a toda velocidad.
Le dice a Perez que ésa es su oportunidad de agarrarlo fuerte, de
salvar a su bebé. Completamente inmersa en una escena similar al
accidente aéreo, ella besa la caja de herramientas. El coche se
170
estrella contra el muro y la caja de herramientas oxidada sale
disparada como un cohete, atravesando el parabrisas del coche y
estampándose contra la pared de hormigón, y el acero se abolla por
completo. Para Perez queda claro, de una forma inmediata y
palpable, que no había forma de que ella pudiera haberse aferrado a
su bebé, que no había forma de que ella lo hubiese podido salvar. A
través de esta inmersión, ella se da cuenta de lo que ocurrió en
realidad, y de la diferencia entre la realidad y su creencia acerca de
lo que sucedió.
Los psicólogos llaman a nuestros pensamientos acerca de lo que
podría haber ocurrido pensamiento contrafáctico. El pensamiento
contrafáctico suele incluir nuestro papel, real o imaginario, para
contribuir a la muerte o el sufrimiento de nuestro ser querido. Es el
millón de «Qué pasaría si...… » que pasan por nuestra mente: Si
hubiera hecho esto, él nunca habría muerto. Si hubiera hecho
aq uello, él nunca habría muerto. Si el médico hubiera hecho esto, si
el tren no hubiera llegado tarde, si él no se hubiera bebido esa
última copa… El número de contrafácticos posibles es infinito. Su
naturaleza infinita nos proporciona interminables pensamientos en
los que concentrarnos, para considerar y reconsiderar, dándole
vueltas y vueltas a la escena en nuestra mente.
La ironía es que este tipo de pensamientos, que crean una
miríada de situaciones que podrían haber ocurrido, es ilógico y no
nos ayuda a adaptarnos a lo que realmente ocurrió. Sin embargo,
nuestro cerebro puede continuar haciéndolo por una razón. Algunas
personas dirían que la razón es porque está tratando de averiguar
cómo evitar muertes en el futuro, pero es posible que sea más
simple que eso. Nuestro cerebro, al concentrarse constantemente
en las infinitas alternativas a la realidad, se adormece o se distrae
de la realidad dolorosa de que esa persona nunca va a volver.
171
Incluso cuando los pensamientos contrafácticos incluyen la dolorosa
experiencia de la culpa o la vergüenza, como creer que hemos
matado a nuestro bebé, nuestro cerebro lo prefiere antes que la
verdad aterradora y desgarradora de que nuestro ser querido ya no
está con nosotros. O darles vueltas a esos pensamientos
contrafácticos puede convertirse en un hábito, en una forma
automática de responder a las punzadas de dolor. Aunque estamos
cambiando una aflicción dolorosa por una culpa igualmente
dolorosa, al menos la culpa significa que tenemos algún control
sobre la situación. Creer que teníamos el control, aunque no lo
utilizamos bien, significa que el mundo no es completamente
impredecible. Nos sentimos mejor si tenemos malos resultados en
un mundo predecible en el que fallamos, que si tenemos malos
resultados sin un motivo discernible.
La naturaleza ilógica del pensamiento contrafáctico puede ser
demostrada como una prueba geométrica. Los seres humanos
cometen un error común en sus afirmaciones de «Si hubiera… ,
entonces». La parte del «si» se denomina el antecedente; la parte
del «entonces» se denomina el consecuente. Los expertos en lógica
utilizan tres diagramas, como el que mostraré a continuación, para
decidir dónde está el error de la lógica. En el ejemplo de la joven
viuda del capítulo 7, ella sabe que es verdad que su marido ha
fallecido, y sabe que fueron al hospital en medio de la noche.
Subconscientemente, se siente tentada de creer que, dado que un
antecedente (fueron al hospital) está asociado a un desenlace (su
marido murió), el otro antecedente (fue al hospital antes) debe estar
asociado al otro desenlace (él no murió). Pero esa lógica tentadora
no lo convierte en una realidad. No es necesariamente el caso de
que, si hubiesen llegado antes al hospital por la tarde, él no hubiera
fallecido. Ciertamente que es una posibilidad, pero también es
172
posible que hubiera muerto a pesar de haber llegado antes.
Podemos considerar infinitamente lo que podría ser cierto en el
mundo contrafáctico en el que desearíamos vivir.
poneri151
Algunas personas podrían pensar que sólo un androide como
Data de Star Trek pensaría acerca de la pérdida de un ser querido
de esta forma. En una ocasión, estaba hablando sobre el
pensamiento contrafáctico con un médico que había trabajado con
muchas personas con el trastorno de duelo prolongado. Estuvo de
acuerdo conmigo en que puede ser útil desafiar las creencias del
paciente que le hacen sentir una culpa extrema. Además, dijo que,
sin embargo, le ha sorprendido que revivir la muerte durante la
terapia de exposición, en el contexto de una relación terapéutica y
sin desafiar al pensamiento contrafáctico, suele permitir que el
pensamiento de «si hubiera… » simplemente desaparezca. No es
necesario explicar la lógica. Desarrollar la capacidad de tolerar
intensos sentimientos de tristeza, de impotencia o de soledad
existencial activados por el recuerdo de la muerte, o al darse cuenta
de que el ser querido realmente ya no está aquí, hacía que los
constantes «¿Qué hubiera pasado si… ?» desaparecieran.
R umiar
En el caso de algunas personas, la mente que divaga cae en la
preocupación o en la rumiación. Al preocuparnos y rumiar, también
estamos imaginando una realidad alternativa, de una forma similar a
crear los «¿qué hubiera pasado si… ?» durante el pensamiento
contrafáctico. El rumiar se centra en cosas que han ocurrido en el
pasado, como pensar en algo que hicimos mal, o acerca de la forma
en que alguien nos trataba. La preocupación, en cambio, se centra
en hechos que están en el futuro; tenemos pensamientos ansiosos
173
sobre lo peor que puede ocurrir. El proceso de estos pensamientos
tiende a ser repetitivo, pasivo y negativo. La psicóloga Susan NolenHoeksema definió el término rumiar como una forma de lidiar con el
desánimo, centrando la atención en los sentimientos negativos en
un intento de entenderlos. Nolen-Hoeksema era capaz de predecir
quién estaba deprimido, o quién desarrollaría una depresión,
identificando a las personas que pasaban más tiempo rumiando.
En el capítulo anterior dije que recordar la pérdida y entender
nuestros sentimientos de aflicción era útil, y ahora parece como si
me estuviera contradiciendo al decir que esos pensamientos
provocan depresión. Bueno, lo cierto es que los psicólogos todavía
no tienen todas las respuestas a la interrogante de cuándo (o
cuánto) el procesamiento de pensamientos sobre la aflicción ayuda
y cuándo no. Los investigadores están lidiando activamente con la
paradoja de que no puedes enterarte de lo que ha ocurrido, y por lo
tanto de por qué sientes una terrible aflicción, sin concentrarte en ti
mismo, en tus sentimientos tristes y de enfado. No puedes
comprender plenamente lo que ha ocurrido sin dejar que tu mente
pase por el territorio de la rumiación. Al mismo tiempo, esos
pensamientos rumiantes pueden cobrar vida propia, y cuando la
persona en duelo persiste en ellos, tienden a provocar un duelo
complicado o una depresión. Aunque todavía no tenemos
respuestas claras, algunos caminos por la paradoja se están
aclarando.
La rumiación puede dividirse en dos aspectos, a los que NolenHoeksema llamó reflexión y pensamientos sombríos. Un ejemplo de
reflexión es escribir lo que estás pensando, quizás varios días
seguidos, y analizar tus pensamientos. La reflexión es mirar hacia
adentro intencionadamente, dedicarte a resolver los problemas para
aliviar tus sentimientos. Por otro lado, los pensamientos sombríos
174
reflejan un estado pasivo. Tener pensamientos sombríos es
encontrarte pensando en tu estado de ánimo, a pesar de que no te
propusiste hacerlo, y persistir en esos pensamientos incluso cuando
tratas de dejar de pensar en ello. Tener pensamientos sombríos es
preguntarte pasivamente por qué te sientes deprimido o comparar tu
situación actual con como crees que deberían ser las cosas.
Nolen-Hoeksema estudió la relación entre la depresión y tanto los
pensamientos sombríos como la reflexión, pidiéndole a gente que le
informara sobre su forma de pensar y los síntomas de depresión.[47]
Los participantes en este estudio fueron entrevistados en dos
ocasiones, con un año entre cada entrevista, aproximadamente. El
aspecto de reflexión de la rumiación estaba correlacionado con
tener una depresión en el momento de la entrevista. Pero la
reflexión en la primera ocasión estaba asociada con una menor
depresión en la segunda ocasión. Por otro lado, los pensamientos
sombríos estaban asociados a una mayor depresión tanto
concurrentemente como en la segunda ocasión. Notablemente, las
mujeres tienden a rumiar más que los hombres y, además, tienen
niveles más altos de depresión. Las mujeres puntuaron más alto que
los hombres tanto en la reflexión como en los pensamientos
sombríos, lo cual sugiere que son más contemplativas en general.
Sin embargo, solamente los pensamientos sombríos estuvieron
asociados con mayores niveles de depresión en las mujeres. De
manera que los pensamientos sombríos son una conexión entre el
género y la depresión.
Creo que esta distinción sutil entre los pensamientos sombríos y
la reflexión está en si la persona está buscando o resolviendo.
Buscar una respuesta puede preceder a resolver un problema, pero
normalmente para sentirnos mejor tenemos que llegar a la parte de
resolución. A menudo, nos sentimos mejor cuando decidimos probar
175
una solución, incluso si la solución planeada al final no arregla las
cosas del todo. Para sentirnos mejor, en algún momento tenemos
que dejar de buscar, o rumiar, o preocuparnos. Sin embargo, a
veces incluso la resolución de problemas puede llevarte de vuelta a
un ciclo de pensamiento repetitivo y prolongar tu estado de ánimo
triste o ansioso, a menos que tengas la poderosa capacidad de
monitorear continuamente tus pensamientos y cambiar el rumbo
cuando sea necesario. ¡Esto suena como una tarea para un maestro
zen! Sin embargo, somos capaces de fortalecer la habilidad de
dirigir nuestra atención hacia nuestros pensamientos y decidir si
esos pensamientos nos están ayudando o no. Esta habilidad suele
ser el centro de la terapia cognitivo-conductual (TCC). Pero para la
mayoría de la gente esto no es fácil, especialmente después de una
muerte, cuando las intensas emociones de la aflicción son
prevalentes.
R umiación asociada al duelo
Tras la muerte de mi madre, yo rumiaba mucho. En realidad,
también rumiaba antes de su muerte, pero posteriormente, el hecho
de sentir aflicción me brindó muchas oportunidades para
concentrarme en mi estado de ánimo. Mis pensamientos giraban en
torno a por qué me sentía triste. Me preguntaba si sería propensa a
la depresión, porque mi madre lo había sido. O si yo hubiera sido
distinta si ella no hubiese estado deprimida durante mi infancia. Ella
se apoyaba en mí para que la ayudara a manejar su estado de
ánimo, y yo siempre temía no ser capaz de ayudarla. Aprendí que
tenía más éxito ayudándola a sentirse mejor, al menos
momentáneamente, cuando le decía lo que ella necesitaba oír o
hacía lo que ella quería que hiciera. Con frecuencia, esto significaba
que tenía que ignorar lo que yo pensaba o necesitaba. El patrón de
176
creer que debía ayudarla a sentirse mejor a cualquier precio se
convirtió en una rutina. Tras su muerte, repetí ese patrón: me
esforzaba por ayudar a otras personas en mi vida a sentirse mejor,
mientras continuaba ignorando mis propios sentimientos. Había
infinitas posibilidades respecto a por qué me sentía triste, y me
dedicaba a examinar cuidadosamente cada una de ellas,
prolongando el estado en el que me encontraba. El hecho de que
estuviera estudiando en un programa de posgrado de Psicología
Clínica, en el que estaba formándome para examinar los estados de
ánimo de las personas y sus causas, probablemente no ayudaba.
Afortunadamente, también aprendí muchos métodos de resolución
de problemas y técnicas para mejorar el estado de ánimo, de
manera que no sucumbía a la rumiación todo el tiempo.
La mente rumia cuando no puede resolver la discrepancia entre
su estado actual, como estar triste, y el estado deseado, como
sentirse feliz o contenta. Durante el duelo, el origen de tu horrible
estado de ánimo es menos ambiguo. Cuando sientes la intensa
añoranza que acompaña a la aflicción para muchas personas, la
causa parece evidente. Un ser querido acaba de fallecer y la
rumiación asociada al duelo se centra específicamente en las
causas y las consecuencias de la muerte. En cambio, durante la
depresión, como la que tuve tras la muerte de mi madre, la
rumiación puede ser sobre cualquier cosa. En el caso de las
personas que tienen una aflicción aguda, la rumiación asociada al
duelo se centra específicamente en la muerte del ser querido, o en
el efecto que ésta ha tenido en la persona. Como hemos visto, la
muerte de un ser querido penetra en nuestros pensamientos y la
tendencia a la rumiación extiende el período de tiempo que nuestros
pensamientos permanecen en ese tema. La rumiación predice una
depresión, y una rumiación asociada al duelo predice un duelo
177
complicado. Las personas que ya están deprimidas antes de que se
produzca la muerte de un ser querido suelen continuar estando
deprimidas posteriormente, como vimos en las trayectorias del duelo
de Bonanno. Otras personas pueden no haber tenido la tendencia a
rumiar ni haber estado deprimidas antes, pero la muerte puede
iniciar el proceso del pensamiento repetitivo. Actualmente, los
psicólogos piensan que no ser capaz de detener esas rumiaciones
asociadas a la aflicción puede ser una de las complicaciones que
impiden que se produzca la adaptación típica durante el duelo.
Las rumiaciones asociadas a la aflicción tienden a centrarse en
algunos temas, tal como evidenciaron Stroebe y Schut, y sus
colegas, los psicólogos holandeses Paul Boelen y Maarten Eisma.
[48] Los cinco temas incluyen: (1) nuestras propias reacciones
emocionales negativas ante la pérdida (reacciones), (2) la injusticia
de la muerte (injusticia), (3) el significado y las consecuencias de la
pérdida (significado), (4) las reacciones de los demás a nuestra
aflicción (relaciones) y (5) los pensamientos contrafácticos acerca
de los hechos que culminaron en la muerte (¿ q ué hubiera pasado
si… ? ).
Examinemos algunos ejemplos. A menudo, la gente se preocupa
por sus propias reacciones ante la muerte de un ser querido,
tratando de entender la gama y la intensidad de sus sentimientos y
si esas reacciones son normales. Los pensamientos acerca de la
injusticia de la muerte incluyen sentir que la persona no debería
haber muerto y preguntarte por qué eso te ha ocurrido a ti y no a
otra persona. Centrarse en el significado de la muerte incluye
pensamientos acerca de cuáles son las consecuencias de la muerte
para ti, o cómo ha cambiado tu vida desde que experimentaste esa
pérdida. Las relaciones con amigos y familiares suelen verse
afectadas por la aflicción y la pérdida, y esas rumiaciones son
178
acerca de si te están dando el apoyo adecuado, o el apoyo que
deseas. Los ¿ q ué hubiera pasado si… ? son los pensamientos
contrafácticos de los que hablamos al principio de este capítulo.
Estudios de personas británicas, holandesas y chinas que
estaban en duelo mostraron que todas ellas dijeron que rumiaban
sobre estos temas. Cuanto mayor era la frecuencia con que
rumiaban sobre estos temas, mayor era la intensidad de sus
síntomas de aflicción. Sin embargo, no todos los temas son
igualmente problemáticos. En la investigación sobre la rumiación
asociada al duelo, el primer tema (rumiar sobre nuestras propias
reacciones emocionales negativas a la pérdida, o reacción)
conducía a una menor aflicción en el momento y a lo largo del
tiempo, al menos en un estudio. Por otro lado, rumiar sobre cómo
los demás están reaccionando a nuestra propia aflicción (relaciones)
y sobre la injusticia estaba asociado a una mayor aflicción en el
momento y predecía que la aflicción aumentaría seis meses más
tarde.[49]
Todas estas cuestiones de la rumiación en realidad son preguntas
que no pueden ser respondidas, y ése es el motivo por el cual
pueden persistir indefinidamente. No existe ninguna respuesta a si
la muerte fue injusta, porque la injusticia tiene muchas facetas. No
existe ninguna respuesta a todas las formas en que esa muerte le
ha quitado a tu vida su sentido o su alegría, porque perder a un ser
querido produce una infinidad de cambios. El problema engañoso de
la rumiación es que, mientras uno está rumiando, siente que está
buscando la verdad del asunto. Lo importante es que esos
pensamientos están prolongando nuestro estado de ánimo triste o
irritable, y no si esos pensamientos son ciertos.
Imagina a una familia golpeada por la trágica muerte de un hijo
por suicidio. Nora se siente destrozada por la pérdida de su
179
hermano. Encima de su aflicción, se siente incluso peor porque el
comportamiento de su familia y lo que ella necesita no coinciden.
Ella quiere que su familia reconozca el dolor que su hermano estaba
sufriendo que lo llevó a la desesperación de su decisión. Ella quiere
que ellos reconozcan que su dolor es doloroso para ella, que era la
más cercana a él en edad, y además eran inseparables en su
infancia. Su madre se niega a hablar de él y sus primos se sienten
raros e incómodos cuando están cerca de Nora. El tema no es si la
reacción de la familia debería ser más abierta, más tolerante y más
comprensiva con Nora. El tema es que Nora se siente atrapada en
un torrente de pensamientos interminable, que no tiene solución y
que no la beneficia en nada. El hecho de rumiar, en sí mismo, no
mejorará la situación. Es posible que lo que Nora necesite es entrar
en un modo de resolución de problemas; por ejemplo, hablando con
sus primos acerca de lo que la ayudaría durante estos momentos
difíciles, o pasando menos tiempo con su madre y encontrando
amigos con los que pueda hablar más abiertamente. Lo importante
no es determinar si los pensamientos son ciertos, sino si son útiles.
¿Por qué rumiamos?
Si estamos rumiando para averiguar qué ha ocurrido y por qué nos
sentimos tan mal, y sin embargo el hecho de rumiar no nos está
ayudando realmente a adaptarnos a largo plazo, ¿por qué lo
hacemos? La respuesta podría estar en lo que no estamos haciendo
mientras utilizamos todos nuestros recursos cognitivos para rumiar.
En ocasiones, la motivación subconsciente para realizar una
actividad es que nos permite evitar la otra cosa que podríamos estar
haciendo, normalmente porque así nos sentimos mejor. Para
investigar la motivación para la rumiación, podríamos preguntarnos,
¿cómo nos sentiríamos si no estuviéramos rumiando? ¿Estamos
180
rumiando porque eso hace que nos sintamos mejor que si
estuviéramos haciendo otra cosa?
A la mayoría de la gente no le gusta la experiencia de sentirse
abrumada por la aflicción. Eso hace que nos sintamos ligeramente
fuera de control; quizás creamos que, si nos permitimos
derrumbarnos, nunca podremos recuperarnos. Es doloroso,
desgarrador. Stroebe y sus colegas formularon una excelente
hipótesis: dejar que nuestros pensamientos corran por nuestra
mente una y otra vez puede ser una manera de distraernos de
nuestros sentimientos dolorosos de aflicción. Pensar en la pérdida y
en sus consecuencias en realidad podría ser una forma de evitar
sentir la pérdida. Sus colegas y ella la llamaron la hipótesis de la
rumiación como evitación.[50] Esto puede sonar bastante
descabellado inicialmente, pero por fortuna este cuidadoso equipo
de investigación realizó estudios empíricos para investigar.
Permíteme que te muestre cómo lo hizo.
Cuando algo es muy difícil de medir, los científicos desarrollan
técnicas especiales para medirlo, ésa fue la base del microscopio y
el telescopio. La evitación es algo difícil de medir. Aunque podemos
preguntar a la gente cuánto tiempo pasa rumiando, o sobre qué
rumia, no tiene sentido preguntarles directamente sobre la evitación.
Si la motivación del cerebro para la evitación es no ser conscientes
de lo que estamos sintiendo, entonces la evitación en sí misma
como proceso probablemente tampoco sería consciente. Sin
embargo, unas técnicas especiales de medición en el laboratorio
permiten a los psicólogos estudiar las respuestas automáticas,
respuestas que son demasiado rápidas para ser deliberadas. Estas
decisiones son tomadas por el cerebro muy rápidamente. Un
método utiliza el tiempo de reacción y el otro utiliza el seguimiento
ocular: respuestas que ocurren aproximadamente con la rapidez de
181
un latido del corazón.
Para evaluar la rumiación como hipótesis de evitación, Stroebe y
sus colegas invitaron a personas en duelo a acudir al laboratorio y
participar en esas mediciones de la evitación. Pensaron que utilizar
las combinaciones de imágenes y palabras de nuestro estudio con
neuroimágenes funcionaría también para ellas. El grupo de
psicólogas holandesas, Eisma, Stroebe y Schut, contactó conmigo y
les expliqué cómo crear las combinaciones que forman cuatro
categorías: fotos de la persona fallecida y fotos de un extraño, cada
una de ellas combinada con palabras relacionadas con la aflicción o
palabras neutrales. Para medir el tiempo de reacción, pidieron a los
participantes en duelo que empujaran o tiraran de una palanca que
hacía que la foto/palabra aumentara o redujera su tamaño en la
pantalla, lo cual hacía que pareciera que la foto se alejaba de ellos o
se acercaba. Las diminutas diferencias en la cantidad de tiempo que
les llevaba empujar o tirar de la palanca puede medirse en
milisegundos. La evitación automática de nuestro cerebro hace que
alejemos la imagen unos milisegundos más rápido de lo que lleva
acercarla hacia nosotros. Además de esta tarea de laboratorio, los
participantes en el estudio también informaban de con cuánta
frecuencia rumiaban sobre temas relacionados con el duelo. Las
investigadoras hallaron que las personas en duelo que rumiaban
más alejaban la imagen de la palabra fallecido/aflicción más
rápidamente que las personas en duelo que rumiaban menos, y más
rápido de lo que lo hacían con las categorías de palabras para el
extraño o neutrales.[51] Estos resultados sugieren que pasar más
tiempo rumiando está asociado con una mayor evitación automática
de la aflicción.
En otra tarea, los mismos participantes en duelo vieron imágenes
en una pantalla mientras un dispositivo de seguimiento ocular medía
182
los movimientos minúsculos de sus ojos para determinar hacia
dónde estaban mirando. Los ojos son, literalmente, una extensión
de las neuronas del cerebro, una ventana al lugar en el que la
atención del cerebro está centrada. En este estudio aparecían dos
imágenes, una al lado de la otra. Las personas que dijeron que
rumiaban más pasaron menos tiempo mirando la imagen de las
palabras fallecido/aflicción que la imagen que estaba en el otro lado
de la pantalla.[52] La ingeniosidad de estos estudios es que los
científicos no serían capaces de averiguar con exactitud dónde
centra una persona su atención visual sólo preguntándoselo. Pero
los datos indican que los niveles altos de rumiación están asociados
con el hecho del que el cerebro evita aquello que le recuerda a la
pérdida, ya sea alejándolo o mirando hacia otra parte. Aunque las
personas rumian acerca de otros aspectos de la causa y las
consecuencias de su pérdida, evitan aquellas composiciones
enfáticas y francas que les recuerdan el hecho de la muerte de su
ser querido.
Quizás hayas experimentado la rumiación como evitación, sin
reconocerlo como tal. ¿Alguna vez has tenido una amiga que te
cuenta la historia de su pérdida exactamente de la misma manera
cada vez? Te recita lo que pasó y lo terrible que fue, pero tú sientes
que hay una desconexión entre el hecho de que te está contando
que fue terrible y el hecho de que no parece sentirse terriblemente
mal en el momento en que te lo está contando. Puede contarte
todos los detalles, y ese nivel de detalle es el proceso de rumiación,
un proceso cognitivo. En ocasiones, contar la historia de esa forma
cerebral, rumiadora, nos permite evitar sentir lo que ocurrió cuando
nuestro ser querido falleció: rumiación como evitación. El problema
es que contar la historia una y otra vez de esa forma no es lo mismo
que descubrir lo que significa esa pérdida. Por otro lado, descubrir lo
183
que la pérdida de esa persona significa para nosotros y aprender a
encontrar la manera de vivir sin ella produciría sentimientos intensos
en nosotros, pero también nos ayudaría a pasar por el duelo y a
encajar esa pérdida en nuestra vida.
Por lo tanto, la rumiación es un proceso de evitación, aunque no
es intencional. Regresar repetidamente a aspectos de la pérdida o a
nuestra propia aflicción que no puede cambiar no nos ayuda a
aprender a tolerar la dolorosa realidad a largo plazo. He conocido a
personas que me han dicho que cuando dejaron de tratar de evitar
sentir aflicción, la aflicción no fue tan difícil de tolerar como el
esfuerzo requerido para evitarla.
Como suele ocurrir en nuestra actual comprensión científica del
funcionamiento del cerebro, todavía no sabemos si las personas que
rumian más lo hacen debido a unas conexiones más débiles entre
regiones cerebrales, o si el hecho de rumiar produce unas
conexiones más débiles. Como suele ocurrir en la psicología,
probablemente la respuesta sea una combinación de ambas cosas,
una espiral descendente de forma y función. Sin embargo, una
espiral descendente suele darnos el impulso para intervenir y crear
una espiral ascendente. Esa espiral ascendente podría ser la
técnica que se aprende en psicoterapia para prestar atención al
contenido de nuestros pensamientos y llevar nuestra atención hacia
características externas de nuestro entorno o hacer algo que nos
saque de nuestro estado de ánimo rumiador. Por ejemplo, la joven
viuda que lanzó la taza de café y salió de la habitación logró dejar
de regresar a sus pensamientos obsesivos; descubrió una manera
efectiva de cambiar lo que estaba pensando mediante el acto de
salir de la casa.
Estamos juntos en esto
184
Mi mejor amiga me ha ofrecido su apoyo en todos los
acontecimientos importantes en mi vida, ayudándome a enfrentarme
a la muerte de cada uno de mis padres. Nos hemos escrito muchas
cartas a lo largo de los años. Pero desde que íbamos a la
secundaria, nunca hemos vivido en el mismo sitio, excepto por
períodos breves. Al estar separadas, han sido necesarias muchas
cartas, y con el tiempo muchos correos electrónicos, y últimamente,
al tener menos tiempo, las llamadas telefónicas. Cuando estudiaba
en Inglaterra, estas cartas se volvieron incluso más largas e
importantes para mí. Durante ese año de universidad estuve
terriblemente deprimida y esas cartas eran una oportunidad para
revelar todo lo que estaba pensando y sintiendo. Nos permitíamos
mutuamente expresar todos los matices de nuestros peores
momentos. Yo sabía que ella entendía lo que le estaba diciendo y
podía especular, tan claramente como yo, sobre la forma en que mi
vida y mi crianza habían acabado produciendo esos sentimientos.
Sinceramente, no sé qué habría hecho sin ella.
Nunca se me ocurrió que este tipo de conversaciones podrían
tener un lado positivo y otro negativo hasta que leí el trabajo de la
psicóloga Amanda Rose de la Universidad de Missouri. Ella estudia
el papel que tienen estas conversaciones en la vida de las chicas y
las mujeres jóvenes. Rose desarrolló el término corumiación para
describir la conversación repetitiva y extensa sobre problemas
personales entre dos amigos cercanos, una forma de comunicación
íntima e intensa, a menudo sobre sentimientos negativos. El claro
lado positivo que experimenté con mi mejor amiga fue confirmado
en la investigación de Rose. Los amigos experimentaban estas
conversaciones como algo que incrementaba sus sentimientos de
cercanía y satisfacción con su amistad.[53] Por otro lado, la
corumiación también provocaba un aumento de los síntomas de
185
depresión y ansiedad. El apoyo que incluye hablar extensamente
sobre los problemas puede tener un efecto negativo en el ajuste
emocional, en lugar de uno positivo. Cuando uno se siente más
deprimido, es posible que recurra cada vez más a este tipo de
conversaciones para sentirse más cerca de la otra persona y sentir
su apoyo.
La investigación no está diciendo que las amistades cercanas, o
expresar los sentimientos que uno tiene, sea algo malo. De hecho,
cuando Rose dejó a un lado la cantidad de corumiación, estas
amistades siguen asociadas a una menor depresión. La oportunidad
de revelar tu propia vida interior y encontrar el apoyo y el estímulo
de otra persona es beneficioso. El aspecto negativo está en los
detalles: la discusión pasiva de los mismos sentimientos negativos
una y otra vez no es lo mismo que resolver problemas, recibir
ánimos o consejos. Hablar de cómo te sientes puede hacer que te
sientas normal cuando la otra persona se ha sentido así también.
Pero cuando los sentimientos negativos son, de lejos, el tema de
conversación más habitual, o cuando sientes que todo el mundo
está en contra de vosotros dos, eso empieza a convertirse en una
corumiación. Con el tiempo, mi mejor amiga y yo llegamos a esta
misma conclusión, a nivel intuitivo. Ella me sugirió que sólo
hablásemos de una determinada situación tres veces, y si después
de eso nada había cambiado, que probásemos algo nuevo antes de
volver a hablar del tema.
Aceptar
Mientras estaba escribiendo este libro, tuve la fortuna de pasar mi
año sabático en la Universidad de Utrecht en Holanda. Utrecht es
una antigua ciudad romana que está llena de ciclistas a lo largo de
los numerosos canales bordeados de hermosas flores. Pasé una
186
temporada en la histórica universidad con mis generosos anfitriones,
Stroebe y Schut. Trabajar hombro con hombro con otros
investigadores del duelo fue una nueva experiencia para mí, ya que
no hay muchos científicos que se dediquen de una forma casi
exclusiva a este tema. Además, vivir en otro país me dio la
oportunidad de absorber una gran cantidad de arte, historia y
cultura. Utrecht es famosa por su historia protestante y sus
actividades teológicas. Un día, mientras estaba pensando en la ética
laboral protestante, me llamó la atención la palabra trabajo en el
término trabajo de duelo. Stroebe y Schut habían estado tratando de
descifrar las diferencias entre la rumiación inútil y el trabajo de duelo
útil. Se me ocurrió que quizás había algo que era lo opuesto tanto
de la rumiación como del trabajo de duelo, y que eso podría ser
aceptar. Yo utilizo el término aceptar en relación a la respuesta que
uno tiene ante lo que ocurre en el momento, en lugar de aceptación,
que sugiere un cambio permanente en la forma en que uno ve una
situación.
Mientras imaginaba los escenarios de enfrentar una pérdida
versus aceptarla, una notable diferencia que me llamó la atención
fue la cantidad de esfuerzo requerido. No quiero decir que aceptar
sea necesariamente fácil, pero cuando uno acepta, uno siente una
cierta paz. Es como quitarse un peso de encima, incluso con el
pleno conocimiento de que quizás tendrá que volver a recogerlo. Y,
aunque aceptar puede significar que ya no estás consumido por
pensamientos y sentimientos acerca de la pérdida, aceptar también
es distinto a evitar. La evitación (tratar de eludir el conocimiento de
que ha ocurrido una muerte) requiere mucho esfuerzo. Evitar los
sentimientos abrumadores de aflicción, motivado por cuánto odias
esos sentimientos, requiere esfuerzo. Por otro lado, aceptar no tiene
ninguna relación con si odias o no odias el hecho de que tu ser
187
querido ha fallecido. Simplemente reconoce la realidad, y ahí se
detiene la reacción. Nada de rumiar, nada de resolver problemas,
nada de enfado o protesta; simplemente aceptar las cosas como
son.
Quiero dejar claro que hay una diferencia entre aceptar la muerte
de alguien y resignarse a su muerte. Aceptar es saber que la
persona ya no está, que nunca volverá, que no hay nada que hacer
acerca de las cosas que ocurrieron en su vida, y que los
arrepentimientos y los adioses forman parte del pasado. Aceptar es
centrarse en la vida tal como es ahora sin la persona fallecida, sin
olvidar a la persona fallecida. La resignación va un paso más allá y
sugiere que tu ser querido se ha marchado y que nunca volverás a
ser feliz. Eso implica que la muerte sólo tiene consecuencias
negativas. Aceptar es la simple conciencia de la realidad, con la
esperanza de que la realidad del presente puede ser valiosa o difícil,
alegre o desafiante. La esperanza es una parte fundamental de la
psicología humana, cuando se les da a las personas el apoyo y el
tiempo suficientes.
Unos días después de la muerte de mi padre fui a Alemania por
unas tres semanas, en un viaje de trabajo que había sido planeado
mucho antes de que supiera que él iba a morir ese verano. Afortunadamente, también estaba trabajando y quedándome en casa de
Gündel, mi colega y amigo querido desde hace veinte años, desde
nuestro primer estudio con IRMf sobre la aflicción. Él es psiquiatra y
psicoanalista, y no es ajeno a la aflicción y a las personas que están
pasando por un duelo. Con frecuencia, durante ese viaje, en las
tardes sentía la necesidad de llorar. Así era como lo experimentaba:
en un momento estaba escribiendo en mi ordenador portátil y un
instante después se abrían las compuertas y los ojos se me
llenaban de lágrimas. Perder a mi padre después de haber perdido a
188
mi madre era cualitativamente distinto a perder sólo a uno de mis
padres de una forma que no había previsto. Eso significaba que
ahora no tenía a ninguno de mis padres; ellos ya no existían en el
mundo para mí. No estoy segura de si la palabra huérfana se puede
aplicar a una mujer de cuarenta y tantos, pero me sentía muy muy
sola.
En esos momentos en los que se abrían las compuertas, me
levantaba y salía a caminar, dejando que las lágrimas salieran en un
lugar donde no iba a molestar a mis compañeros de oficina o a otras
personas de mi sección. El sur de Alemania es precioso en el
verano, y ese año no fue una excepción. Había un sendero que
serpenteaba a través de un área llena de árboles frondosos detrás
de la clínica, y yo solía pasear por ahí durante unos treinta minutos.
Esto ocurría día tras día, aproximadamente a la misma hora. Llegué
a pensar que esos ataques de llanto eran como lluvias vespertinas
que tienen lugar en algunos climas durante el verano. El Sol es
cálido y radiante, y luego, de repente, cae un chaparrón. Al poco
rato, el Sol vuelve a salir, añadiendo destellos a las hojas y a los
coches mojados. Estas tormentas de verano son bastante
predecibles: no todos los días, pero con la suficiente frecuencia
como para que te acuerdes de coger un paraguas o de mirar al
horizonte antes de salir a la calle con sandalias. No tiene ningún
sentido maldecir esos chubascos, no tiene ningún sentido enfadarte
cuando cae la lluvia en medio de un partido de softball o de un
pícnic. Simplemente va a ocurrir, sin que importe particularmente lo
que estás haciendo en ese momento. Llegué a ver esos ataques de
llanto de la misma manera: había un sentimiento que me resultaba
familiar cuando esas nubes oscuras se cernían sobre mí, un patrón
un tanto predecible en las tardes, y el conocimiento de que
probablemente no durarían. Solía descubrir que había llegado al
189
final del sendero circular, que estaba de vuelta en la clínica, y
normalmente también me percataba de que había dejado de llorar.
Mi cerebro ya estaba pensando otra vez en algún párrafo que había
estado escribiendo en la oficina, o haciendo la lista de la compra
para la cena.
La clave para aceptar es no hacer nada con lo que estás
experimentando, y no preguntarte qué significan tus sentimientos, o
cuanto durarán. Aceptar es no empujar los sentimientos y decir que
no puedes soportar la situación. Es no creer que ahora eres una
persona rota porque nadie puede devolverte a tus padres, y que
nunca tendrás otros. Es notar qué sientes en ese momento, dejar
las lágrimas salir y luego dejarlas ir. Saber que el momento de
aflicción te va a abrumar, sentir ese nudo conocido en la garganta y
saber que pasará. Como la lluvia.
Tomar consciencia
Al entender la investigación científica sobre el divagar de la mente,
haciendo que la gente nos cuente sobre qué temas rumia y
midiendo sus procesos mentales con el tiempo de reacción y con
tareas de laboratorio de seguimiento ocular, me di cuenta de que
recuperar una vida con sentido requiere que dejemos de pensar en
el pasado y empecemos a pensar en el presente y en el futuro de
una forma flexible. Requiere ser capaces de dejar de pensar en las
relaciones del pasado y empezar a pensar en las relaciones del
presente y de un posible futuro, una y otra vez. Es posible que
todavía pasemos tiempo en un ensueño sobre la vida que tuvimos
juntos, y una trayectoria de duelo ciertamente no significa que
olvidemos a nuestros seres queridos que han fallecido. De hecho, el
tiempo que pasamos juntos y las experiencias que tuvimos mientras
creábamos un vínculo tuvieron como resultado unas conexiones
190
neurales y unas consecuencias químicas en nuestro cerebro que
nunca nos permitirán olvidar. Elegir pasar tiempo pensando en una
persona que es importante para ti ahora no significa olvidar a
alguien a quien amaste intensamente y a quien siempre amarás.
Aceptar significa que no pasamos tiempo en el pasado con
exclusión de pasar tiempo en el presente y que no usamos nuestra
capacidad para viajar en el tiempo para evitar el presente. En el
próximo capítulo exploraremos lo que podría significar vivir en el
presente en medio de la aflicción.
[47]. W. Treynor, R. Gonzalez y S. Nolen-Hoeksema (2003), «Rumination
reconsidered: A psychometric analysis», Cognitive Therapy and Research 27/3
(Junio), pp. 247-259.
[48]. M. C. Eisma, M. S. Stroebe, H. A. W. Schut, J. van den Bout, P. A. Boelen y
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Assessment 36, pp. 165-176, doi: 10.1007/s10862-013-9377-y.
[49]. M. C. Eisma, H. A. Schut, M. S. Stroebe, P. A. Boelen, J. Bout y W. Stroebe
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longitudinal study», British Journal of Clinical Psychology 54, pp. 163-180,
https://doi.org/10.1111/bjc.12067.
[50]. M. S. Stroebe et al. (2007), «Ruminative coping as avoidance: A
reinterpretation of its function in adjustment to bereavement», European
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10.1007 /s00406-007-0746-y.
[51]. M. C. Eisma, M. Rinck, M. S. Stroebe, H. A. Schut, P. A. Boelen, W. Stroebe y
J. van den Bout (2015), «Rumination and implicit avoidance following
bereavement: an approach avoidance task investigation», Journal of Behavior
Therapy and Experimental Psychiatry 47 (Jun), pp. 84-91, doi:
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[52]. M. C. Eisma, H. A. W. Schut, M. S. Stroebe, J. van den Bout, W. Stroebe y P.
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PL oS
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9,
e104980,
191
http://dx.doi.org/10.1371/journal.pone.0104980
[53]. A. J. Rose, W. Carlson y E. M. Waller (2007): «Prospective associations of corumination with friendship and emotional adjustment: Considering the
socioemotional trade-offs of co-rumination», Developmental Psychology 43/4,
pp. 1019-1031, doi: 10.1037/0012-1649.43.4.1019.
192
CAPÍTULO 9
Estar en el presente
Durante una de mis numerosas entrevistas a personas en duelo,
estaba sentada a una mesa pequeña con un distinguido señor
mayor cuya esposa había fallecido un par de años atrás. Me contó
una conmovedora historia sobre su vida juntos; me dijo que se
habían conocido en el instituto, que se habían casado jóvenes, que
tenían dos hijos y una casa preciosa; me habló de lo felices que
eran y cuánto había amado a su mujer. Lloró un poco cuando me
habló de la enfermedad terminal que ella padeció, de cómo la había
cuidado en las últimas semanas y cómo había fallecido. Luego me
dijo que recientemente había conocido a una mujer que era muy
distinta a su esposa. Tenía otros intereses y era más extrovertida, y
aunque le parecía extraño estar saliendo con alguien, descubrió que
el tiempo que pasaban juntos lo energizaba. Hizo una pausa,
perdido en sus propios pensamientos por unos instantes, y luego me
dijo, simplemente, «¿Sabes? Me sentía bien entonces –hizo otra
pausa y dijo–: Y me siento bien ahora».
Añorar no es sólo por el pasado, por algo que existía antes.
Añorar también significa que hay algo que no nos gusta del
presente. Si la añoranza sólo tuviera que ver con el pasado,
simplemente pasaríamos un rato con nuestros recuerdos y luego
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nos concentraríamos en lo que está ocurriendo en el presente. Pero
cuando estamos en duelo, el momento presente puede estar lleno
de dolor, lo cual hace que el pasado sea más deseable. Si el
presente en sí mismo tiene poco que decir, o si nos sentimos
incapaces de poner nuestra atención en otra cosa y, por lo tanto, ni
siquiera sabemos qué es lo que el presente nos puede ofrecer, lo
más probable es que la añoranza persista. Más allá de los
sentimientos de tristeza e ira y la amputación que ya he
mencionado, las punzadas de dolor también pueden estar llenas de
pánico.
El pánico
En A Grief Observed, el precioso libro que C. S. Lewis escribió tras
la muerte de su esposa, dice: «Nadie me dijo jamás que la aflicción
podía sentirse también como miedo». Los peores momentos de
aflicción para mí, podría decir que fueron también momentos de
pánico. Tras la muerte de mi padre, yo no tenía hijos, ya no estaba
casada y ya no tenía padres. Durante el año siguiente, me sentí
completamente desconectada en el mundo, pues ya no tenía todas
las relaciones que me habían sostenido. El momento presente me
asaltaba, a menudo en las noches, y mi respuesta automática era el
pánico. Mi corazón y mi mente se disparaban, y prácticamente
saltaba de mi silla por la agitación. Lo único que me ayudaba
durante los momentos de pánico era hacer que mi actividad física
estuviera a la par con la cantidad de adrenalina que mi cuerpo
estaba produciendo, así que salía a caminar a un ritmo rápido por mi
barrio, normalmente en la oscuridad. Con el tiempo, el cuerpo acaba
cansándose y la mente también, y después de derramar algunas
lágrimas, volvía a casa.
El neurocientífico Jaak Panksepp coincidía con el escritor C. S.
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Lewis y con mi propia experiencia personal. Panksepp fue un
pionero en la «neurociencia afectiva», el campo que estudia los
mecanismos neurales de la emoción. Insistía en que la emoción
podía ser estudiada científica y empíricamente en los animales, y
desarrolló un modelo integral para la gama de emociones que el
cerebro produce y las funciones de esas emociones. Una de las
ventajas del clima cálido de Tucson es que a los académicos
mayores les encanta visitarla, y tuve la suerte de asistir a varias
conferencias de Panksepp en la Universidad de Arizona poco antes
de su muerte en 2017. Una de sus poco conocidas contribuciones
es a nuestra comprensión de la neurobiología de la aflicción. Su
conocimiento no era sólo académico, ya que su propia hija
adolescente murió en un accidente automovilístico provocado por un
conductor ebrio.
Panksepp nombraba a los sistemas neurales para las diferentes
emociones con letras mayúsculas, como ALEGRÍA, IRA y MIEDO.
Al sistema que controlaba la respuesta a la pérdida lo denominó
PÁNICO/AFLICCIÓN, resaltando la superposición incluso en la
propia denominación. Ciertamente, no todos los aspectos de la
aflicción se sienten como pánico. Panksepp se estaba refiriendo a
(1) la aflicción aguda, (2) aspectos de la aflicción que se conservan
en diferentes especies y (3) la aflicción que no ha sido elaborada por
las regiones corticales superiores del cerebro. Documentó que
cuando los animales son separados, normalmente entran en un
período de mayor actividad, el cual se caracteriza por un aumento
del ritmo cardíaco y de la respiración, una liberación de hormonas
del estrés como el cortisol y llamadas de auxilio. La principal
investigación de Panksepp en esta área se centró en las llamadas
de auxilio, incluso las ultrasónicas en algunas especies. Identificó lo
que llamó la anatomía de la aflicción, o las regiones vinculadas del
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cerebro que producían las llamadas de auxilio cuando eran
estimuladas eléctricamente. Esas regiones incluyen la sustancia gris
periacueductal (PAG) en el cerebro medio, justo encima de la espina
dorsal. En mi segundo estudio con neuroimágenes, la región PAG
se activaba en los participantes en duelo cuando veían fotografías
de su ser querido fallecido comparadas con las de un extraño, tanto
si tenían un duelo complicado como si no.
Es probable que el pánico, el aumento de actividad y las llamadas
de socorro pongan al animal separado en contacto con otros de su
especie, o «congéneres». Uno podría imaginar que la función del
PÁNICO/AFLICCIÓN es motivar a los animales, incluidos los
primates, a entrar en contacto con otros. Otros de su especie
podrían, ciertamente, ayudar a su supervivencia, incluso si el que
está perdido es incapaz de reunirse con su cuidador. El contacto
social produce la liberación de opioides en el animal angustiado, lo
cual funciona para calmar y también para enseñar. Entrar en
contacto con otros se combina con esta poderosa recompensa, el
equivalente a los opioides que es generado internamente, y una
recompensa poderosa tiende a aumentar el comportamiento que la
precedió. Qué fantástico sería si pudiésemos usar esta comprensión
fisiológica como un método único de administración de
medicamentos. Un médico podría recomendar: «Para aliviar
temporalmente su angustia, tenga dos conversaciones con personas
cariñosas, preferiblemente que incluyan un abrazo, y llámeme por la
mañana».
Un muchas de las ocasiones en que sentí pánico, llamaba a mi
hermana o a mi mejor amiga, y si no conseguía hablar con ellas,
llamaba a otra amiga cercana. Sin embargo, en otras ocasiones,
decidía que era demasiado tarde para llamar, o que no me sentía
tan mal, o que ya había molestado bastante a la gente por el
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momento. Los seres humanos tienen la capacidad de invalidar todo
tipo de patrones de comportamiento que la evolución ha puesto en
marcha. Tuve la fortuna de saber que esas amigas me hubieran
respondido y hablado conmigo sin importar qué hora fuera, y su
apoyo fue probablemente lo que me mantuvo cuerda. El mero hecho
de saber que podía llamarlas, incluso si no lo hacía, significaba la
diferencia entre la angustia extrema y la angustia moderada. Pero
soy consciente de lo afortunada que soy, porque hay muchas
personas en el mundo que no tienen ni a una sola persona a la que
sienten que podrían llamar en una situación así.
¿Q ué nos puede ofrecer el presente?
Si el momento presente sólo tiene pánico y aflicción para ofrecer,
¿por qué habríamos de pasar tiempo siendo plenamente
conscientes del presente? Es posible que, inicialmente, podamos
soportar la dolorosa realidad del presente sólo por un instante. Una
apreciada colega en mi campo me dijo en una ocasión que cuando
era una estudiante universitaria, se casó y tuvo un bebé. Luego, su
marido murió inesperadamente. Como madre soltera sin trabajo y
sin un título universitario, tenía todos los motivos para sentir pánico.
Ella me dijo que sabía que no podía soportar tener que hacer frente
a lo que esa realidad significaba, pero se convenció a sí misma de
que probablemente podía pensar en eso durante dos segundos. Y al
día siguiente, probablemente podía pensar en ello el doble de
tiempo. Y el doble de eso al otro día. Y así sucesivamente, hasta
que pudo decidir qué hacer. De hecho, se convirtió en una
investigadora muy famosa y ahora tiene una relación maravillosa
con su hijo adulto. Cuando nos permitimos la flexibilidad de viajar
mentalmente lejos del presente, estamos intentando protegernos del
dolor, especialmente cuando la realidad es demasiado dolorosa para
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soportarla. Hacer frente a las cosas de esta manera es muy típico
en la aflicción aguda.
Pero el momento presente también nos ofrece posibilidades. Por
ejemplo, nos ofrece a otros miembros de nuestra especie. Y
únicamente en el momento presente puedes sentir alegría o
bienestar. No puedes sentir esas cosas en el pasado o en el futuro.
Si eso te parece poco probable, piensa en ello de esta forma:
puedes recordar las ocasiones en las que sentiste alegría o
bienestar, pero en realidad lo estás sintiendo en el presente. Los
recuerdos, o los planes para el futuro, pueden estimularte a tener
esos sentimientos, pero los sentimientos están ocurriendo aquí y
ahora. Tu cuerpo está produciendo cortisol u opioides en este
momento. Si estás atascado enfocando tu conciencia en un mundo
virtual en el que el si hubiera es cierto, o en el que tu ser querido
está vivo o tus amigos comprenden mejor tu aflicción, eso tiene un
aspecto negativo: te estás perdiendo lo que está ocurriendo en este
momento. Aunque muchos aspectos de lo que está sucediendo
ahora mismo pueden ser dolorosos, también hay aspectos del
presente que son maravillosos.
Los seres humanos no pueden decidir ignorar sólo los
sentimientos desagradables. Si te insensibilizas a tu experiencia del
momento, te estás insensibilizando a todo, lo bueno y lo malo.
Renuncias a dejar que el barista te haga sentir calidez en tu corazón
cuando te regala una sonrisa radiante o a dejarte entretener por un
cachorrito que juguetea en el parque. Si evitas los sentimientos
dolorosos evitando ser consciente de lo que está ocurriendo a tu
alrededor, acabas no siendo consciente de lo que ocurre a tu
alrededor. No es posible evitar únicamente los sentimientos
negativos. Ignorar el presente hace que nos resulte difícil aprender
qué funciona en tu nueva forma de vivir tu vida. Por otro lado,
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cuando estás presente en el momento, el feedback de la dopamina,
el opioide y la oxitocina te ayudan a avanzar hacia una vida
restaurada, con sentido.
Un año, cuando estaba con mi mejor amiga durante las
vacaciones, me sentía dividida entre charlar con ella y chatear con
mi nuevo novio. En un momento dado, ella me preguntó si tenía
propósitos para el Año Nuevo y se rio cuando le dije que esperaba
ser más consciente en el año que venía. Mientras le decía esto,
tenía el teléfono en la mano y ni siquiera la estaba mirando. Me
sentí ligeramente ofendida por su risita, ya que tenía claro que,
aunque no le estaba prestando atención a ella, estaba prestando
atención a lo que estaba haciendo. Años más tarde, llegué a
comprender que ser consciente es algo más que prestar atención.
Estar en el momento presente es ser consciente más allá de tu
punto focal, es una conciencia que incluye a las personas que están
contigo en el aq uí y ahora, tanto si son amigos como si son cajeros,
niños, personas mayores o extraños. En cierto modo, el mindfulness
es llevar la atención a la conciencia del aq uí, a la conciencia del
ahora y a la conciencia de la cercanía. Quizás estés presentando
atención a lo que estás haciendo, pero eso no es lo mismo que ser
consciente de que estás haciéndolo en el presente, aquí en esta
habitación y con los seres humanos que te rodean. En ciertos
sentidos, creo que esta consciencia del momento presente es
plenitud, estar inmerso en lo que estás haciendo ahora en todos los
aspectos. Esto te da una magnífica oportunidad para experimentar
lo que está ocurriendo, para ver las maravillas que el mundo puede
ofrecer y para aprender de tus interacciones con el mundo.
En los inicios de mi aflicción con pánico, no tenía la presencia de
ánimo para hacer nada, y mucho menos para aprender a cambiar el
foco de mi conciencia. De hecho, tenía una nota pegada en el
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armario de la cocina que decía: «Cocina. Limpia. Trabaja. Juega».
Esto servía a dos propósitos. La nota era una intención para lo que
creía que podía lograr en un día, por muy mínimo que pareciera. En
los momentos en los que me sentía abrumada o aturdida, podía
regresar a esa sencilla lista para que me dijera qué debía hacer a
continuación. En los días en los que lograba realizar cualquier
aspecto de las cuatro metas, me recordaba a mí misma que eso era
suficiente, que había sido un buen día. Quiero dejar claro que lo que
estaba experimentando era un duelo normal, típico, promedio; no un
duelo complicado. Tardé meses en reconvertir mi vida en algo que
vivía plenamente, y en ciertos aspectos todavía no lo he logrado del
todo. A la larga, encontrar una manera de pasar más tiempo en el
momento presente me ayudó a averiguar cómo era la vida ahora, y
cuando supe cómo se sentía vivir en el presente, pude elegir cómo
vivirlo.
Insomnio
Como si el duelo no hiciera que el presente fuera suficientemente
insoportable, el insomnio que llega con la aflicción ciertamente no
ayuda. El período posterior a la muerte de un ser querido es la
tormenta perfecta que desregula todos los sistemas que controlan el
sueño. En primer lugar, nuestro organismo está bombeando una
combinación de adrenalina y cortisol en respuesta al estrés del
duelo, lo suficiente para mantener a cualquier persona despierta
como si hubiera bebido un montón de café durante el día. Combina
eso con todos los cambios en lo que los investigadores del insomnio
llaman los zeitgebers, que significa «dadores de tiempo». Los
zeitgebers son todas las señales ambientales que sincronizan los
ritmos biológicos de una persona con el ciclo de luz y oscuridad de
24 horas de la Tierra. Ejemplos de zeitgebers relacionados con el
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dormir incluyen cenar; un período de tranquilidad antes de ir a la
cama, como ver la tele o leer; entrar en la cama con la calidez, los
olores y las señales visuales de tu pareja; y apagar las luces. Lo
más probable es que todos estos zeitgebers sean alteradas por la
ausencia de tu ser querido. En lugar de eso, cada uno de ellos es
una señal para la aflicción, un recordatorio de que esa persona no
está presente. Cuando estás en duelo, los zeitgebers no sólo están
ausentes, sino que además su ausencia pone en marcha la
rumiación relacionada con la aflicción, lo cual hace que nuestros
pensamientos perseverantes y la activación fisiológica se
mantengan. No es de extrañar que no podamos dormir.
Muchos médicos recetan benzodiacepinas o pastillas para dormir
a los pacientes en duelo, basándose en la desesperación que
expresan las personas por la falta de sueño. La evidencia empírica
muestra que estas pastillas no ayudan a paliar la aflicción y hacen
que, a la larga, a las personas en duelo les cueste más dormir.[54]
Incluso si duermes mejor la noche en que te tomas la pastilla para
dormir, con el tiempo tu ritmo circadiano se acostumbra a esa señal
del medicamento. Te sincronizas con la sensación del medicamento
junto con las otras cosas que haces cuando te preparas para dormir.
Cuando dejas de tomar el medicamento, vuelves a tener problemas
de sueño, o tu sueño es aún peor. El insomnio se reactiva y ahora
tienes que lidiar con la ausencia de tu ser querido y, además, con la
ausencia de una droga que tu cuerpo se ha acostumbrado a
esperar. Éste es otro ejemplo de que el tiempo no sana, sino que es
la experiencia la que sana con el tiempo. Si quitas la experiencia,
incluso la experiencia del insomnio, es más difícil aprender a crear
una vida que apoya tu ciclo de sueño circadiano natural. Es más
difícil descubrir qué es lo que te ayuda normalizar tu sueño con el
tiempo.
201
El insomnio es un problema tan importante que quiero ser muy
clara: los médicos tienen las mejores intenciones cuando recetan
pastillas para dormir. Hay un hallazgo accidental que se produjo en
un estudio sobre los médicos que es relevante aquí. Los
investigadores querían entender por qué los médicos recetan
benzodiacepinas como diazepam (Valium) y Lorazepam (Ativán) a
personas mayores, a pesar de todas las indicaciones en contra de
ello. El estudio no estaba diseñado para investigar el duelo como
una indicación potencial para recetarlos, sino más bien para
preguntar el motivo por el cual los médicos recetaban estos
medicamentos para dormir a cualquiera. Inesperadamente, más de
la mitad (18 de 33 médicos) dijo espontáneamente que recetaba
benzodiazepinas específicamente para el duelo agudo.[55] Los
investigadores no se habían dado cuenta de lo común que era, y en
ese momento esa preocupación no estaba en el radar de los
investigadores. Además, aparte de preguntar a los médicos, los
investigadores entrevistaron a cincuenta personas mayores que
llevaban mucho tiempo tomando benzodiacepinas y les preguntaron
por qué se las habían recetado. Un 20 por ciento dijo que
inicialmente les habían recetado esos medicamentos porque
estaban pasando por un duelo y que luego nunca dejaron de
tomarlos. En promedio, llevaban casi nueve años tomando esas
pastillas. Sabemos que recibir una terapia cognitivo-conductual para
el insomnio (TCC-I) tiene menos efectos secundarios (y es un
tratamiento efectivo).
Los médicos están dando recetas a los pacientes porque sienten
empatía por su angustia y quieren hacer algo al respecto. Uno de
los médicos entrevistados dijo: «La gente me llama y me dice que su
hijo ha muerto, que su marido ha muerto…
Y les doy
benzodiacepinas inmediatamente. Quince pastillas, veinte pastillas,
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para un mes, por supuesto. Y si eso no es suficiente, la persona
tiene que pedir cita y venir a verme. Son unos medicamentos
maravillosos para eso». No estoy sugiriendo que nunca haya motivo
para usar esos medicamentos potentes. Estoy sugiriendo que si la
motivación es ser compasivos con el paciente, pero no hay ninguna
evidencia de que eso los ayude a dormir mejor o a paliar su
aflicción, la motivación y el comportamiento de recetar no están en
sincronía.
No podemos obligarnos a dormir, de la misma manera en que no
podemos obligarnos a superar nuestra aflicción. Lo que podemos
hacer es dar oportunidades para que nuestros sistemas naturales se
regulen otra vez, aunque incluso eso lleva tiempo. Vamos juntando
lentamente las piezas de nuestra vida y desarrollamos nuevos
hábitos, nuevos zeitgebers y una nueva compresión de lo que ha
ocurrido. Una manera de ayudar a nuestro sistema natural del sueño
es reforzando los ritmos regulares. Aunque no podemos obligarnos
a dormir, podemos obligarnos a levantarnos a la misma hora todos
los días, y ése es el más poderoso de los zeitgebers. Esa hora de
despertar reinicia todo el ciclo circadiano y, con el tiempo, eso
ayuda. Despertar a la misma hora todos los días ayuda incluso si
nos sentimos cansados durante el día, obligándonos a levantarnos
con el despertador, a pesar de haber dormido poco. De hecho,
durante el duelo, nuestro cerebro es suficientemente listo para
darnos lo que necesitamos, tomando una rebanada de cada una de
las etapas del sueño. Roba un poco de tiempo del sueño profundo,
un poco del sueño de movimientos oculares rápidos, o REM, y un
poco del sueño más ligero. Esto significa que, aunque dormimos
menos en general, pasamos por todas las fases del sueño que
necesitamos. Éste es otro ejemplo increíble de cómo el cerebro
trabaja a nuestro favor en un nivel que no logramos comprender.
203
Insertar otras señales en el proceso del sueño, más allá de los
medicamentos, tampoco es una buena idea. Un señor mayor cuya
mujer había fallecido a causa de un cáncer de mama me dijo que
empezaba a quedarse dormido en su sillón reclinable grande y
cómodo delante de la tele, porque simplemente no era capaz de
levantarse y enfrentarse a la cama marital. Cuando el sueño le
ganaba en la noche, se sentía feliz de perder la consciencia. Pero
quedarse dormido en el sillón no era la solución; más tarde se
despertaba con el televisor encendido y tenía que hacer lo que tanto
temía e ir al dormitorio. Sin la presión natural del sueño que llega al
final del día (porque ese impulso biológico interno se agotaba
mientras reposaba en su sillón), permanecía despierto en la cama,
sintiéndose triste y solo, reforzando la asociación entre su cama y la
aflicción. Cuando entendió mejor el sistema biológico del sueño, se
puso como regla levantarse cuando empezaran las noticias de las
diez y prepararse para ir a dormir, ya que a menudo se quedaba
dormido en su sillón después de ver los titulares. Se lavaba los
dientes durante la primera noticia y cuando llegaba la primera pausa
para la publicidad, estaba listo para meterse en la cama. Aunque
odiaba enfrentarse a las cosas que siempre le recordaban a su
mujer en el dormitorio, se acostaba y el narcótico natural del sueño
funcionaba la mayoría de las veces. Con el tiempo, empezó a temer
cada vez menos ir a la cama y se sentía más seguro de que la rutina
de acostarse no siempre estaba asociada a una oleada de aflicción.
Un río de gente
Hay un poema de Lawrence Tirnauer llamado The Sleeples Ones[56]
que me gusta mucho. En ese poema, Tirnauer escribe acerca de
estar despierto en la noche, dando vueltas en la cama, infeliz acerca
de su estado. Él se pregunta cuántas personas estarán despiertas
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también, en ese estado torturado. Si todas ellas se levantaran en
este instante y salieran de sus casas a caminar por las calles,
Tirnauer imagina que un río de gente fluiría por ellas, todas unidas
por su insomnio. Es hermoso.
Lo mismo que ocurre con el insomnio, ocurre con la aflicción. Esto
es algo difícil de entender: hay aflicción en este mundo (no sólo la
tuya) y sentirla en algún momento de tu vida es una de las reglas de
la condición humana. Por otro lado, esto permite que cuando
sintamos aflicción, cientos de personas que también la han sentido
se unan a nosotros, desde tus ancestros hasta tus vecinos hasta
unos perfectos desconocidos. Este río de gente puede entenderte y
comprender tu aflicción particular, o no, pero todas esas personas
han padecido la aflicción. No estás solo. Tan pronto como nos
concentramos en la forma en que la aflicción se manifiesta en
nosotros, tan pronto como nos obsesionamos con nuestra propia
experiencia, nos desconectamos de las personas que nos rodean.
Por otro lado, cuando nos centramos en la simple idea de que la
aflicción existe y que nosotros somos parte de ella, encontramos
conexiones. A veces nos sentimos avergonzados de nuestros
fuertes sentimientos de aflicción, o nos sentimos enfadados por las
reacciones de otras personas a nuestro estado de ánimo, o nos
sentimos débiles o desorientados o preocupados, y así
sucesivamente. Pero si podemos dejar de juzgarnos, si somos
capaces d sentir compasión por nosotros mismos porque somos
humanos y porque en esta vida humana hay aflicción, es posible
que nos resulte más fácil conectar con otras personas también.
Éste es un aspecto de la cercanía, una dimensión que el cerebro
utiliza. De la misma manera en que puedes llevar tu mente del
pasado al presente, ¿podrías llevar tu mente de sentirse distante a
sentir cercanía? Piensa en lo similar que eres a alguien que
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conoces. Ambos tenéis frustraciones. Ambos deseáis la felicidad.
Ambos estáis atados a un cuerpo físico que siente dolor y achaques.
El contenido de estas similitudes puede ser distinto, pero la
experiencia humana se superpone. Piensa en esa fila de círculos
que se superponen que vimos en el capítulo 2, la escala de inclusión
del otro en uno. Quizás si movieras dos círculos como si fueran
planetas en un modelo del sistema solar, lo que ves cambiaría. Si
mueves la forma en que estás alineado para verlos, dos globos que
ni siquiera se tocan podrían llegar a compartir el mismo espacio por
tu cambio de perspectiva. Quizás otra persona y tú podríais ser
consideradas como cercanas, si lo vemos desde otra perspectiva.
Hace unos años, conduje hasta Wyoming para ver el eclipse solar,
un acontecimiento espectacular que tuvo lugar en medio del día. Por
un breve momento pude ver que la Luna puede bloquear el espacio
que hay entre el Sol y la Tierra. Desde mi perspectiva en la Tierra, vi
cómo la oscuridad crecía mientras el círculo lunar se movía sobre el
brillante círculo solar. Me maravilló la idea de que cuando todo se
alineó de la manera correcta, pude ver que los planetas están cerca.
Durante los momentos de aflicción, algunas personas sienten que la
cercanía con las personas de su entorno es tan inusual como como
un eclipse. Con atención, es posible cambiar nuestra perspectiva
para sentir cercanía con otras personas en nuestro mundo. Si
continuamos prestando atención al momento presente, siendo
conscientes de la cercanía, o cambiando nuestra perspectiva,
podemos ver que compartimos algo con cualquiera que haya amado
alguna vez o que haya sentido aflicción. Y eso describe
prácticamente a todo el mundo.
Entrar en nuestro interior
Los neuropsicólogos utilizan una prueba especial para determinar lo
206
bien que puede el cerebro de una persona mover su atención entre
tareas. En esta versión de «conectar los puntos», la persona que
está siendo evaluada dibuja una línea de un punto al siguiente, en
orden ascendente. La parte difícil es que tiene que ir de aquí a allá
entre números ascendentes y letras ascendentes, o de 1 a A a 2 a
B, y así sucesivamente. Buscar en toda la página un número y luego
acordarte de cambiar rápidamente y buscar la siguiente letra es
bastante difícil. La velocidad a la que la persona realiza la tarea está
directamente asociada con la integridad de la red de control
ejecutivo del cerebro. Específicamente, la cantidad de
sincronización en la actividad cerebral de las regiones de la red de
control está relacionada con la velocidad con la que la persona
puede completar la tarea de conectar los puntos. O, dicho de otro
modo, la sincronización de la red de control del cerebro está
relacionada con lo bien que puede la persona mover su atención de
una cosa a otra.[57]
La relevancia de esta capacidad de cambiar de tarea entra en
juego cuando pensamos en alguien dejando de pensar en su
aflicción y volviendo al momento presente. El neurocientífico David
Creswell de la Universidad Carnegie Mellon ha estudiado a
personas que se enfrentan un tipo de aflicción distinto: la pérdida de
su empleo. Llevó a un grupo de personas desempleadas, que
buscaban trabajo, a un retiro de tres días y les enseñó varios
métodos de meditación. También realizó escaneos con
neuroimágenes antes y después de los tres días. A la mitad de las
personas se les enseñó a darse cuenta de lo que estaban
experimentando, a nombrarlo y a luego dejar ir el pensamiento, y
traer su conciencia de vuelta al momento presente. Las personas
que recibieron esta intervención mostraron que, desde antes del
retiro hasta después de él, evidenciaban una mayor sincronización
207
entre la red de control ejecutivo y la red neuronal por defecto.[58] El
grupo de la intervención mostró también un aumento en la
conectividad después del retiro significativamente mayor que los
miembros del grupo de control, a quienes se les dio clases de
control del estrés, pero no se les enseñó a aumentar la conciencia
del momento presente y a mover su atención. Esta conectividad
entre redes podría ser una firma neuronal para la capacidad
mejorada de mover la atención desde un estado por defecto, el cual
incluye pensamientos sobre uno mismo centrados internamente
hacia lo que está ocurriendo en el momento. Si no tenemos
información sobre lo que está ocurriendo en el presente, la
adaptación puede llevar más tiempo. Y puede ser necesario un
tiempo mayor para aprender a vivir sin nuestro ser querido para
poder vivir plenamente.
C. S. Lewis escribe: «No sólo vivo cada día interminable en la
aflicción, sino que además vivo cada día pensando en vivir cada día
en la aflicción». Al principio, muchas personas en duelo son
incapaces de ser productivas, ya que la mente, el cerebro y el
cuerpo
están
demasiado
desregulados
para
funcionar
adecuadamente sin nuestro ser querido. Pero con el tiempo,
tenemos la oportunidad de aprender a responder a cada momento
cuando se presenta. Podemos considerar lo que más nos conviene,
los pros y los contras de pasar tiempo añorando el pasado.
Podemos estar evitando lo que está ocurriendo en el presente, sin
participar en lo que se puede ver, sentir y saborear en este instante.
O es posible que simplemente no seamos conscientes de dónde
está nuestra mente, en el hábito de dejar a la mente divagar a
menos que algo capte nuestra atención, o a menos que estemos
realizando una tarea que requiere concentración. Mover nuestra
atención es más difícil de lo que parece. Requiere esfuerzo,
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especialmente al principio. Dado que nuestro cerebro genera
pensamientos a un ritmo persistente, es poco probable que
permanezcamos en el presente por mucho tiempo. Pero repetir esta
técnica una y otra vez realmente producirá cambios en nuestro
cerebro. Los estudios con neuroimágenes muestran que, cuando las
personas practican nuevas formas de pensar (desde aprender
meditación hasta asistir a una psicoterapia), los patrones de
activación en su cerebro cambian. Es una idea extraordinaria que el
contenido de nuestros pensamientos, o dónde ponemos nuestra
atención, cambia el disco duro del cerebro, la conexión de nuestras
sinapsis. Éste es un proceso dinámico. Nuestras conexiones
neuronales generan el contenido de nuestros pensamientos y, al
mismo tiempo, nuestra forma de guiar el contenido de nuestros
pensamientos cambia esas mismas conexiones neuronales.
Esto me recuerda una analogía que hizo una amiga mía que es
masajista. Ella me dijo que cree que su trabajo no sólo es reducir
mecánicamente la tensión en los músculos. La clave está en llevar
la atención de sus clientes a lugares específicos en el cuerpo para
permitir que ellos mismos relajen sus propios músculos. Su rol es
guiar la atención; el cambio lo realiza internamente el cliente. ¿Qué
podemos usar para acordarnos que debemos traer la atención al
presente?
Una manera de notar explícitamente que estamos en el presente
mientras nuestros pensamientos están centrados en la persona que
hemos perdido hace uso de las conmemoraciones. Las
conmemoraciones pueden ser un único evento, pero en muchas
culturas se realizan rituales diarios o semanales para conectar
nuestro comportamiento externo con nuestros pensamientos
internos sobre nuestro ser querido. Encender una vela es un
ejemplo común; el acto de encender una cerrilla, la observación
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mental de nuestra actividad en el presente, unidos al hecho de
pensar en nuestro familiar o amigo; todas estas cosas nos
recuerdan que, mientras estamos en el presente, siempre estamos
incorporando aspectos de nuestro pasado.
Hay otros rituales que son menos obvios. Hace muchos años,
murió nuestro gato. Ésa fue mu primera relación a largo plazo con
un animal, la primera vez que sentí tristeza por ese tipo de relación
especial. Después de su muerte, empecé a comprar flores. Eso no
había sido posible mientras vivía, porque inevitablemente las
encontraba, se las comía y luego vomitaba por toda la casa. Durante
mucho tiempo, yo no lograba entender por qué era importante para
mí continuar comprando flores. Mi motivación parecía ser aun más
extraña, incluso para mí, porque mirar las flores me resultaba un
poco doloroso, ya que me hacían recordar su ausencia. Pero
también disfrutaba de ellas, con sus pétalos delicados y su
maravilloso aroma. Con el tiempo, me di cuenta de que me
encantaba tener a mi gatito en mi vida, pero que eso no significaba
que, cuando él vivía, yo no echara de menos tener flores en casa.
En el presente, disfrutaba de poder tener flores, aunque me
recordaran que él ya no estaba conmigo. Ése no era un trueque
fácil; yo no podía elegir entre esas dos cosas, como si fueran
opciones. Era simplemente la realidad del momento presente en el
que me encontraba. Siempre hay algunos aspectos de la realidad
que disfruto y otros que no. No puedo pretender que las cosas sólo
eran buenas cuando mi dulce gato vivía. Comprar flores era una
manera de recordarme que estoy aquí ahora, y realmente quiero ser
parte del ahora, con flores y recuerdos de él y todo junto.
Pensamientos de una mente que divaga
El neurocientífico Noam Schneck, de la Universidad de Columbia,
210
publicó varios ensayos a finales de la década de 2010 en los que
abordaba algunos de los difíciles problemas para comprender la
forma en que el cerebro procesa la aflicción. Schneck emplea la
decodificación neuronal, una nueva técnica en la neurociencia. Este
método utiliza algoritmos muy sofisticados para buscar «huellas
digitales» en la actividad cerebral que ocurren cuando tenemos un
pensamiento sobre algo específico. Así es como funciona: Schneck
pide a los participantes que piensen en su ser querido fallecido
mientras están siendo escaneados. Les ayuda a producir estos
pensamientos mostrándoles cosas que les recuerden a esa
persona, incluyendo fotografías e historias. A esto lo llamaremos
tarea de fotos/historias. Los participantes también ven historias y
fotos de un extraño, como la condición de control que hemos visto
en otros estudios. Después del escaneo, un ordenador identifica los
patrones de activación del cerebro que son únicos en los
pensamientos sobre la persona fallecida, o la huella digital del
pensamiento relacionado con la persona fallecida, comparado con
los pensamientos activados por el desconocido. Dado que estos
patrones son hallados por un ordenador, la técnica se denomina
aprendizaje automático. Más específicamente, aprendizaje
automático es cuando el ordenador «aprende» a identificar el
contenido del pensamiento observando los patrones en un conjunto
de datos. Luego el ordenador es «evaluado» viendo si es capaz de
usar ese mismo patrón en un conjunto de datos distinto para
predecir con exactitud el mismo contenido del pensamiento. En el
estudio de Schneck, el patrón de activación cerebral, la huella digital
neural de los pensamientos relacionados con la persona fallecida
incluía una activación en regiones del cerebro que hemos
encontrado antes en estudios sobre la aflicción. Éstas incluían los
ganglios basales, el barrio en el que puedes encontrar al núcleo
211
accumbens.
Lo asombroso acerca de este proceso de aprendizaje automático
es que, una vez que Schneck había identificado la huella digital
neural de los pensamientos relacionados con la persona fallecida,
podía utilizar esa misma huella digital para buscar pensamientos
sobre la persona fallecida durante una tarea con neuroimágenes
distinta. Los participantes también realizaban una tarea de atención
sostenida, una tarea tan aburrida que normalmente hace que la
mente divague. Las personas están tumbadas en un escáner
durante diez minutos, presionando un botón cada vez que aparece
un número, a menos que el número sea 3. Como podrás imaginar,
ésta no es una actividad muy absorbente, y al poco tiempo, las
mentes de los participantes se dirigían hacia otros pensamientos, tal
como esperaban los investigadores. Cada treinta segundos,
aproximadamente, les preguntaban a los participantes si estaban
pensando en su ser querido fallecido.
Schneck y sus colegas querían saber si la huella digital neural
identificada en la tarea de fotos/historias podía predecir con
precisión cuándo los participantes estaban pensando en su ser
querido fallecido durante la tarea de atención sostenida.
Efectivamente, la firma neural que el algoritmo de aprendizaje
automático produjo en la primera tarea fue capaz de predecir con
una precisión «superior al azar» cuándo los participantes decían que
estaban pensando en la persona fallecida en la segunda tarea.
Antes de que decidas que esto es demasiado aterrador, o que los
neurocientíficos están tratando de leer las mentes, recuerda que no
hay forma de encontrar las huellas digitales neurales de los
pensamientos sin el permiso de la persona. La persona te tiene que
decir cuándo está pensando acerca de algo en particular para poder
crear un conjunto de datos de los que el ordenador puede aprender,
212
lo cual requiere que los participantes colaboren de buena gana. Y la
decodificación neuronal, aunque es impresionante, ni siquiera se
acerca a una precisión del 100 por cien. Los pensamientos son
experiencias conscientes, y las huellas digitales neurales de esos
pensamientos sólo pueden ser aprendidas por un ordenador si la
persona proporciona mucha información. Ningún investigador puede
adivinar lo que alguien está pensando, a menos que el participante
esté tratando de ayudarlo activamente a hacer coincidir lo que está
pensando en el momento con los mapas de activación cerebral.
Entonces, ¿con cuánta frecuencia se centraban los pensamientos
de las personas en duelo en la tarea que estaban realizando en el
momento? Los resultados del estudio con neuroimágenes realizado
por Schneck reveló que durante la tarea de atención sostenida
(cuando las mentes de las personas solían divagar), el 30 por ciento
de las veces estaban pensando en su ser querido fallecido. En la
vida real, durante los primeros días del duelo, el intento de realizar
una tarea suele ser interrumpido por pensamientos acerca del ser
querido fallecido. Éste es el resultado más interesante del estudio:
cuantas más veces aparecía en la actividad cerebral la huella digital
neural del pensamiento relacionado con la persona fallecida, más
frecuentemente el participante evitaba pensar en la persona
fallecida o en su aflicción en la vida cotidiana. Por lo tanto, cuanto
más trataban de evitar pensar en esa persona, más pensaban en
ella inintencionadamente durante la divagación de la mente.
Basándonos en esto, vemos que, aunque la evitación cognitiva
puede ser una estrategia que utilizan las personas en duelo para
sentir alivio de los frecuentes y dolorosos pensamientos sobre su
pérdida, una mayor evitación también trae consigo un mayor número
de pensamientos intrusivos. Suprimir los propios pensamientos está
relacionado, irónicamente, con un repunte de esos pensamientos.
213
Tenemos que descubrir nuevas estrategias para ayudar a las
personas en duelo a controlar sus pensamientos dolorosos en el
presente, dado que la evitación no les ayuda mucho a la larga.
El procesamiento inconsciente de la pérdida
El primer estudio que Schneck dirigió se centró en los pensamientos
conscientes comunicables sobre la persona fallecida, incluso
cuando ocurrían mientras intentaban hacer alguna otra cosa. El
segundo estudio que Schneck realizó fue más interesante aún. Su
objetivo era entender más acerca del procesamiento inconsciente de
la pérdida. Para los pensamientos conscientes, podía simplemente
preguntar a la gente en qué estaba pensando. Pero para estudiar el
procesamiento inconsciente, tenía que encontrar una manera de
buscar una huella digital neural que no se basara en lo que las
personas le decían. El procesamiento inconsciente es similar a lo
que consideramos en el capítulo 1: el cerebro aprende acerca de la
ausencia de tu ser querido mediante la experimentación de tu nuevo
mundo a lo largo del tiempo y con la experiencia. Supongamos que
te das cuenta de que ya no abres el cajón de calcetines de tu marido
después de hacer la colada; este nuevo comportamiento se ha
desarrollado debido a una gran cantidad de procesamiento de
experiencias repetidas. No siempre necesitamos realizar un trabajo
de duelo o concentrarnos deliberadamente en la pérdida, porque el
cerebro está aprendiendo y adaptándose, incluso cuando no somos
explícitamente conscientes de ello. Una estudiante de posgrado que
trabaja conmigo, llamada Saren Seeley, compara esto con la forma
en que un ordenador ejecuta programas en segundo plano cuando
estas escribiendo un documento en la pantalla. Esos programas
invisibles en segundo plano están haciendo posible que realices la
tarea en cuestión. Sin embargo, no hay límite a cuántos recursos
214
puede asignar un ordenador a esos programas en segundo plano
antes de que la tarea que estás tratando de realizar se detenga.
En el segundo estudio, Schneck buscaba una huella digital neural
para el procesamiento inconsciente de la pérdida observando a los
participantes cuando éstos bajaban el ritmo al ver cosas que les
recordaban a la persona fallecida. Estoy segura de que has
observado cuántas cosas en tu entorno te recuerdan a tu ser
querido cuando estás llorando su pérdida, y todas esas cosas te
distraen. El decodificador neural de Scheck comparaba la huella
digital del cerebro distraído por palabras relacionadas con la
persona fallecida en una tarea de tiempo de reacción, en
comparación con el procesamiento más veloz de otras palabras. El
ordenador buscaba patrones de activación cerebral que distinguían
esa diferencia en la atención selectiva. En este segundo estudio, el
ordenador no estaba tratando de encontrar pensamientos
específicos acerca de la persona fallecida con sus algoritmos;
simplemente estaba intentando encontrar la ralentización del tiempo
de reacción cuando el cerebro estaba prestando atención a las
palabras relacionadas con la persona fallecida. Ésta es la gracia:
una mayor ralentización, o un mayor procesamiento inconsciente de
la pérdida al realizar otras tareas, estaba vinculada a una menor
cantidad e intensidad de síntomas de aflicción. Una mayor cantidad
de huellas digitales neurales de esta incubación inconsciente estaba
vinculada a una mejor adaptación. No tenemos ningún control sobre
nuestros pensamientos inconscientes, ¡pero es interesante que esto
que funcione así! Resumiendo, lo que Schneck halló en estos dos
estudios fue que los pensamientos conscientes, intrusivos, acerca
de la persona fallecida estaban vinculados a una mayor aflicción.
Evitar esos pensamientos estaba asociado con una mayor
ocurrencia de ellos. Por otro lado, el procesamiento inconsciente
215
estaba asociado con una menor aflicción. De manera que, mientras
que es posible que los pensamientos conscientes que te distraen no
te ayuden (aunque quizá sean inevitables), los pensamientos
inconscientes que tienes mientras la mente divaga parecen ayudar.
Las personas en duelo que usan la evitación parecen estar
filtrando su procesamiento mental inconsciente para impedir que los
pensamientos sobre el ser querido fallecido entren en su percepción
consciente. Schneck compara esto a usar un bloqueador de
ventanas emergentes ineficiente. Filtrar los pensamientos que nos
llegan funciona hasta cierto punto, e inicialmente bloquea los
elementos emergentes. Pero con el tiempo el sistema se sobrecarga
y al final los elementos emergentes logran pasar. La ciencia del
duelo tiene un largo camino que recorrer para entender la relación
entre el procesamiento consciente e inconsciente de la aflicción.
Son necesarios muchos más estudios para entender la forma en
que tanto la evitación como la rumiación pueden provocar, y
mantener, un trastorno del duelo prolongado. Pero la dedicación de
neurocientíficos jóvenes e inteligentes a la neurobiología de la
aflicción me anima a pensar que estamos en el camino hacia un
descubrimiento.
El amor
Cuando un ser querido muere, claramente ya no está con nosotros
en el mundo físico, lo cual es patente cada día. Por otro lado, esa
persona no se ha ido, porque está con nosotros en nuestro cerebro
y en nuestra mente. La composición física de nuestro cerebro –la
estructura de nuestras neuronas– ha sido cambiada por ellas. En
este sentido, se podría decir que una parte de la persona fallecida
continúa viviendo físicamente. Esa parte son las conexiones
neurales que sobreviven en forma física incluso después de la
216
muerte de nuestro ser querido. Pero no están del todo «ahí fuera» y
no están del todo «aquí dentro». No eres uno y no eres dos. Esto se
debe a que el amor entre dos personas, esa propiedad inequívoca
pero normalmente indescriptible, ocurre entre dos personas. Una
vez que conocemos el amor, podemos traerlo a nuestra conciencia,
podemos sentir cómo emerge y emana de nosotros. Esta
experiencia va más allá del amor por la persona de carne y hueso
que conocimos en este plano terrenal. Ahora amar es un atributo
nuestro, independientemente de con quién lo compartimos,
independientemente de lo que recibamos a cambio. Ésta es una
experiencia trascendente, el sentimiento de amar sin la necesidad
de recibir nada a cambio. En los mejores momentos que pasamos
juntos, aprendimos a amar y a ser amados. Debido a nuestra
experiencia de unión, ese ser querido y ese amor ahora son parte
de nosotros, y podemos invocarlos y actuar basándonos en ellos
cuando lo deseemos en el presente y en el futuro.
[54]. J. Warner, C. Metcalfe y M. King (2001), «Evaluating the use of
benzodiazepines following recent bereavement», British Journal of Psychiatry
178/1, pp. 36-41.
[55]. J. M. Cook, T. Biyanova y R. Marshall (2007), «Medicating grief with
benzodiazepines: Physician and patient perspectives», Archives of I nternal
Medicine 167/18 (oct., 8), doi:10.1001/archinte.167.18.2006.
[56]. La traducción al castellano sería «Los insomnes». (N . de la T.)
[57]. W. W. Seeley, V. Menon, A. F. Schatzberg, J. Keller, G. H. Glover, H. Kenna,
et al. (2007), «Dissociable intrinsic connectivity networks for salience
processing and executive control», Journal of N euroscience 27, pp. 2349-2356.
[58]. J. D. Creswell, A. A. Taren, E. K. Lindsay, C. M. Greco, P. J. Gianaros, A.
Fairgrieve, A. L. Marsland et al. (2016), «Alterations in resting-state functional
connectivity link mindfulness meditation with reduced interleukin-6 : A
randomized controlled trial», Biological Psychiatry 80, pp. 53-61,
http://dx.doi.org/10.1016/j.biopsych.2016.01.008
217
CAPÍTULO 1 0
Proyectar el futuro
Un viernes del año 2002, Ben, un niño de dos años, se encontraba
en casa con su madre, Jeannette Maré, su hermano mayor y un
amigo. De repente, sus vías respiratorias se hincharon y se cerraron
y, a pesar de todos los esfuerzos realizados, ese viernes se convirtió
en el último día de la vida de Ben. Jeannette cuenta que mientras
ella y su familia trataban de adaptarse a su nueva realidad, el dolor
que sentían era indescriptible. Empezaron a trabajar con arcilla
como una forma de afrontar lo ocurrido, y crearon, junto con sus
amigos, cientos de campanas de cerámica en el garaje de su casa.
En el aniversario de la muerte de Ben, colgaron las campanas de
forma aleatoria por todo Tucson, en las cuales había mensajes
escritos que la gente podía llevarse a casa para compartir el cariño.
Jeannette dice que se dio cuenta de que lo que la ayudaba a
llegar al final de día a día era su comunidad, sus amigos tan
queridos, y quiso encontrar una manera de transmitir ese cariño, de
ayudar a otras personas que lo necesitaran. A partir de esta trágica
situación nació Ben’ s Bells (las campanas de Ben), una misión sin
fines de lucro «para enseñar a las personas y a las comunidades el
impacto positivo que tiene la amabilidad intencionada y para
inspirarlas a practicar la bondad como una forma de vida».
218
Actualmente, Ben’ s Bells imparte cursos de amabilidad
intencionada, desde la guardería hasta la universidad, y el efecto ha
sido magnífico. Al pasar por cualquier escuela en Tucson, uno ve un
mural de azulejos verdes que dice «Sé amable». Por toda la ciudad,
los coches llevan pegatinas verdes con la forma de una flor en las
que está escrito «Sé amable» en el centro. Dar o recibir una de esas
campanas hechas a mano, coronadas con una flor de cerámica, es
un acto sagrado.
Ben’ s Bells ha tenido un gran impacto porque nació de algo muy
real que puede ocurrir durante el duelo. No todo lo que la gente le
decía a Jeannette era amable o útil. A menudo, eran palabras que le
hacían daño, incluso cuando se las decían con las mejores
intenciones. En mi caso, me paso la vida pensando en el duelo y, sin
embargo, todavía me estremezco cuando pienso en las cosas que
les he dicho a personas en duelo. Es muy difícil saber qué decir, y a
menudo nos equivocamos.
Jeannette tiene experiencia en la comunicación y su formación la
ayudó a ver que necesitamos hablar acerca de cómo ser amables.
Para saber lo que resulta «amable» para una persona en duelo hay
que ser conscientes de cómo es la aflicción, y Jeannette no huye de
las conversaciones difíciles, ni de una explicación honesta de lo que
se siente al estar afligido. La persona en duelo puede estar triste, o
enfadada, y ésa es una respuesta natural a una pérdida. Para las
personas de su entorno, animarla no es la meta. La meta es estar
con ella. Jeannette también se dio cuenta de que lo que importaba
era lo que las palabras transmitían, más que las palabras en sí
mismas. Ella quería ayudar a las personas a entender que lo
importante es escuchar realmente lo que la persona en duelo está
sintiendo y en qué etapa se encuentra. Incluso decir que no sabes
qué decirle, pero que la amas y que vas a estar ahí cuando te
219
necesite es vulnerable y poderoso. La práctica de dar un regalo,
como una campana, crea una oportunidad para reflexionar acerca
de cómo dar, cómo estar presente, cómo ser amable. Debido a la
experiencia de Jeannette con la aflicción, y a su sinceridad acerca
de su propia experiencia, ella transformó las experiencias dolorosas
y las experiencias de apoyo en un programa que nos permite a
todos beneficiarnos de la vida de Ben, a pesar de que no lo
conocimos. La vida de Ben ha tocado a muchas muchas personas.
Ésta no es la vida que Jeannette imaginó que viviría, pero su vida ha
sido restaurada.
La aflicción y el duelo
Como dije en la introducción de este libro, la aflicción es distinta al
duelo. La aflicción es un estado emocional doloroso que surge de
forma natural y luego desaparece, una y otra vez. Las personas
pueden pensar que la aflicción «ha llegado a su fin» cuando las
oleadas ocurren con menor frecuencia, o con menos intensidad. Y
están en lo cierto en este sentido: si el objetivo es sufrir unas
oleadas de dolor menos intensas y frecuentes, es probable que esa
reducción se dé de una forma natural a lo largo del tiempo, con la
experiencia. Por otro lado, si con el paso del tiempo la persona en
duelo no experimenta una disminución de la intensidad y la
frecuencia tal como esperaba, puede empezar a rumiar no sólo
sobre su pérdida, sino también sobre su reacción a ella. Es posible
que empiece a preguntarse, ¿Mi aflicción es normal? Los demás
esperan que «siga adelante» con mi vida, pero yo no siento que lo
esté haciendo. ¿Significa eso que siempre me sentiré así? Este tipo
de monitoreo tiene el desafortunado efecto de mantener la aflicción
en el primer plano de la mente, lo cual puede intensificar y prolongar
tu reacción de aflicción en lugar de permitir que se vuelva menos
220
dolorosa con el tiempo.
Por otro lado, creo que la mayoría de las personas en duelo
esperan algo más que una disminución de la intensidad y la
frecuencia de las oleadas de aflicción cuando piensan que su duelo
podría haber «llegado a su fin». Recuperar una vida plena puede ser
una mejor definición, apuntando hacia la adaptación, lo cual creo
que es más exacto que pensar que la aflicción ha «llegado a su fin».
Una vida con sentido implica mucho más que simplemente el fin de
las frecuentes e intensas oleadas de aflicción. Si uno cree que la
única manera de tener una vida con sentido es estar con la persona
que ha fallecido, ese objetivo nunca podrá ser alcanzado. En lugar
de eso, es posible que uno tenga que renunciar a esta forma
específica de alcanzar el objetivo de tener una vida con sentido,
elaborando en otros caminos. Afrontémoslo: esto es simplemente
difícil.
Es más probable que alcances tu objetivo si consideras que tu
vida tiene sentido de muchas maneras. Esto requiere tener una gran
valentía y flexibilidad. Requiere que tu cerebro aprenda nuevas
cosas, ayudado por la atención a lo que realmente encuentras que
tiene sentido y es satisfactorio en el presente. Pero este cambio sólo
puede conducir a una vida de amor, libertad y satisfacción, aunque
sea una vida distinta a la que tenías antes. El duelo es un cambio en
el que uno deja de esperar que sus necesidades de apego sean
satisfechas por el ser querido fallecido y empieza a satisfacerlas de
otras maneras sistemáticamente. Eso no quiere decir
necesariamente que sean satisfechas por otra persona. Tener una
vida con sentido no es lo mismo que volver a casarte o tener otro
hijo. De hecho, esas relaciones pueden distraerte de buscar una
vida con sentido si se interponen en tu camino hacia tu objetivo.
Además, lo que constituye una vida con sentido probablemente ha
221
cambiado debido a tu encuentro cercano reciente con la mortalidad.
La muerte tiene una forma brutal de aclarar para nosotros lo que
tiene sentido. Esta aclaración puede conducirnos al descubrimiento
de que nuestras actividades cotidianas no están relacionadas en
absoluto con nuestros valores. Darse cuenta de esto es frustrante y
deprimente, y puede provocar una gran conmoción si estamos
dispuestos a cambiar nuestra vida cotidiana para perseguir los
nuevos valores que acabamos de descubrir. Es posible que estemos
menos dispuestos a escuchar a una compañera de trabajo
hablarnos del drama de su vida si sentimos que hacerlo es falso y
no tiene sentido. Es posible que no nos importe tanto la etiqueta en
un evento familiar, a la luz de los acontecimientos recientes. Este
descubrimiento de desajuste entre nuestros valores y las minucias
del día a día puede hacer que nos sintamos contrariados ante las
situaciones en las que nos encontramos, o que no sintamos miedo
de expresar emociones fuertes o perseguir nuevas metas. Pero no
vivimos en un vacío. Estas emociones o estos cambios en nosotros
no son fáciles para nuestros seres queridos que están vivos, pues
se tienen que adaptar a ellos, y es posible que haya fricción con
ellos como consecuencia de nuestra nueva percepción y nuestras
nuevas prioridades. Algunas personas en duelo descubren que toda
su agenda de direcciones ha cambiado. Durante el duelo, a veces
redefinimos nuestra identidad basándonos en lo que el cerebro está
aprendiendo acerca de nuestro nuevo mundo y lo que disfrutamos o
consideramos que vale la pena. Si nuestra identidad es un círculo
que se superpone con alguien que ya no está aquí, ¿debería
parecernos tan sorprendente que cambiemos sin su influencia
constante, o que necesitemos redefinir y actualizar lo que buscamos
y nuestras circunstancias?
222
¿Cuál es el plan?
Al parecer, la capacidad de imaginar nuestro futuro, un futuro nuevo
y desconocido que ya no incluye a nuestro ser querido fallecido,
utiliza una red cerebral similar a la utilizada para recordar nuestro
pasado. Esto puede sonar extraño, pero el neurocientífico cognitivo
canadiense Edward Tulving mostró que nuestra habilidad para viajar
en el tiempo, tanto hacia adelante como hacia atrás, comparte
algunas características importantes. Como dijimos en capítulos
anteriores, los recuerdos son lo que ocurre cuando nuestro cerebro
reproduce la actividad neuronal que fue generada durante el evento
original. Esto crea una percepción del evento, un recuerdo, con el
conocimiento de que uno lo está recordando en el presente.
Imaginar el futuro es también una recombinación de posibles
fragmentos de un episodio, con el conocimiento de que podría
ocurrir en el futuro. Para que la proyección virtual en el futuro sea
plausible, el cerebro se apoya en cosas que ya has experimentado y
que podrías volver a experimentar, combinándolas de maneras
novedosas.
Hace un tiempo, fui a Las Vegas para celebrar los cincuenta años
de una de mis amigas. Recuerdo cómo era mi habitación del hotel y
puedo imaginarme caminando desde la ventana hacia el gran baño,
pasando junto a la cama. Recuerdo el increíble sabor de un batido
que bebí y el espectáculo visual de una función del Cirque de Solei
al que asistimos. Recuerdo lo que llevaba puesto en la cena de
cumpleaños de mi amiga y haber sacado de la maleta esa ropa en
la habitación del hotel. Esto me ayuda a imaginar unas potenciales
vacaciones que me gustaría tomarme en el futuro. Puedo considerar
el tamaño de la habitación del hotel que me gustaría reservar y si
quiero una ventana que mire hacia el centro de la ciudad. Quizás
haga una reserva en un restaurante que sirva batidos cremosos. Es
223
posible que piense en qué espectáculos me gustaría ver y anticipar
lo que mis amigos también encontrarían entretenido, como
espectáculos visuales en lugar de cantantes de salón. Al planear
deshacer la maleta, podría probarme mentalmente varios atuendos
y considerar cuáles serían más adecuados para el clima, la estación
del año y las actividades que realizaré. Considerado así, se pueden
ver las similitudes en el proceso de recordar algo e imaginar un
evento en el futuro.
Los neurocientíficos han descubierto dos pruebas concluyentes
de la idea de que la retrospección y la prospección comparten
maquinaria neurológica. En primer lugar, cuando se escanea el
cerebro de las personas mientras éstas recuerdan su pasado e
imaginan su futuro, hay una superposición significativa en las
regiones del cerebro utilizadas para esas dos funciones mentales.
En segundo lugar, cuando las personas tienen dificultad para
recordar cosas que les ocurrieron en el pasado, también tienden a
tener dificultad para imaginar el futuro y lo que podrían hacer.
Entender cómo funciona el cerebro cuando las regiones
fundamentales no están intactas nos enseña cómo funciona también
en las personas que tienen una memoria normal. Tulving estudió a
un famoso paciente llamado K. C., quien tenía un déficit en la
capacidad para recordar el pasado autobiográfico y para pensar en
el futuro. K. C. había sufrido una lesión en la cabeza en un
accidente de motocicleta, el cual tuvo unas consecuencias muy
concretas en su funcionamiento mental. K. C. conservaba su
inteligencia, su capacidad de cambiar su foco de atención, y sus
habilidades lingüísticas. Tenía una memoria a corto plazo normal, lo
cual significa que podía recordar algo que se le había mostrado
recientemente. Sus conocimientos generales sobre el mundo, el tipo
de conocimiento llamado conocimiento semántico, también era
224
bueno. Podía identificar su coche, su hogar de la infancia y a los
miembros de su familia. Sin embargo, no lograba recordar ni una
sola experiencia asociada a cualquiera de esos objetos o personas.
Sabía que le pertenecían, pero no era capaz de describir ningún
recuerdo que los incluyera. Tulving también evaluó la capacidad de
K. C. de pensar en su futuro. Si le preguntaba qué iba a hacer al día
siguiente, K. C. no era capaz de responder a esa pregunta. Decía
que no lo sabía y que su mente estaba en blanco, de una manera
similar a la forma en que su mente se ponía en blanco cuando
trataba de pensar en cosas que habían ocurrido en el pasado. Para
recordar nuestro pasado y para imaginar nuestro futuro utilizamos la
misma maquinaria neural, y ese aspecto del cerebro de K. C. estaba
dañado, lo cual producía deficiencias en su capacidad de hacer
ambas cosas.
Parte del pasado, parte del futuro
La capacidad de recordar el pasado y de imaginar el futuro tiene una
aplicación específica para las personas con un duelo complicado.
Cuando los psicólogos de Harvard Don Robinaugh y Richard
McNally evaluaron la capacidad de las personas de recordar cosas
personales, descubrieron que aquellas que tienen una mayor
dificultad con la aflicción también tienen una mayor dificultad
recordando detalles específicos de su propio pasado, a menos que
los recuerdos incluyan al ser querido fallecido. Asimismo, tienen
dificultad para imaginar detalles de hechos futuros, a menos que
imaginen un futuro hipotético en el que visualizan hechos en los que
la persona fallecida todavía está viva.
Para determinar esto, Robinaugh y McNally le pidieron a un grupo
de personas en duelo que se estaban adaptando de una forma
resiliente y a un grupo que tenía un duelo complicado que
225
imaginaran cuatro situaciones con tantos detalles como les fuera
posible. Les explicaron a los participantes la diferencia entre
recordar hechos más generales y episodios específicos
autobiográficos. Los hechos generales incluían aquellos que
ocurrieron en un período largo, como el verano después de acabar
el instituto; hechos que ocurrían con regularidad, como la clase de
Biología en la secundaria; y conocimientos generales sobre el propio
pasado, como el nombre del instituto al que habían acudido. Los
recuerdos episódicos específicos incluían detalles acerca de
acontecimiento como la ceremonia de graduación del instituto. Estos
diferentes tipos de recuerdos se almacenan de una forma distinta en
el cerebro. A cada participante se le pidió que recordase o
imaginase un hecho en respuesta a indicaciones como exitoso, feliz,
dolido o arrepentido; en la mitad de ellos estaba presente la persona
fallecida y en la otra mitad no. Las personas que se estaban
adaptando de una forma resiliente no mostraron ninguna diferencia
entre la capacidad de generar un recuerdo específico del pasado o
imaginar un hecho en el futuro, independientemente de si ese hecho
incluía al ser querido fallecido o no. Sin embargo, las que tenían un
duelo complicado generaron menos hechos específicos recordados
o imaginados si no incluían a la persona fallecida.
Robinaugh y McNally también evaluaron la memoria funcional de
los participantes. Esta habilidad, ser capaz de mantener cosas en la
mente, es necesaria tanto para recordar como para imaginar. Las
personas que tienen un duelo complicado tienen más probabilidades
de recordar hechos específicos en los que estaba presente la
persona fallecida porque cuando se les pregunta si esa persona ha
estado mucho en su mente, ésos son los recuerdos de los que
hablan. Cuando se les pide que piensen en alguna ocasión en la
que no estaba presente el ser querido fallecido, tienen que hacer un
226
gran esfuerzo para pensar en algo que no lo incluya. De hecho, el
test de la memoria funcional corroboró esto. El menor número de
recuerdos específicos sin la persona fallecida los generaron quienes
tenían un duelo complicado y una memoria funcional menos buena,
posiblemente porque pensar en recuerdos que no incluyan a la
persona fallecida requiere de un mayor esfuerzo para ellos.
¿Por qué las personas con un duelo complicado tienen más
recuerdos con su ser querido fallecido? Y lo que es más extraño
aún, ¿por qué les resulta más fácil imaginar hechos futuros en los
que está presente esa persona? Hay al menos dos posibles
razones. Una de ellas es que, si estamos pensando a menudo en
esa persona, es más probable que los ingredientes que constituyen
un recuerdo la incluyan y, por lo tanto, sea más accesible cuando se
nos pide que hablemos de un recuerdo. El otro motivo es que si
nuestra propia identidad se superpone con la de la persona fallecida
(por ejemplo, cuando piensas en ti misma como «su esposa»),
entonces es más probable que nos imaginemos a nosotros mismos
en un pasado o un futuro incluya también a esa persona. Si la
naturaleza misma de nuestro yo implica que tenemos un marido,
entonces, cuando imaginamos el futuro, él está presente. Y es fácil
ver por qué sentimos que nos falta una parte de nosotros después
de la muerte de nuestro marido si nuestra identidad integra el
concepto de «esposa» como parte del «yo». Por otro lado, si hay
muchos aspectos de nuestra identidad que no están relacionados
con la persona fallecida, como «hermana» o «supervisor», entonces
los hechos que nos vengan a la mente probablemente no la
incluirán.
La recuperación
Recuperar una vida con sentido es la mitad del modelo de proceso
227
dual de hacer frente al duelo. Para recuperar una vida con sentido,
tenemos que ser capaces de imaginar esa vida. La incapacidad de
generar posibles eventos futuros es el núcleo de toda
desesperanza. Tenemos que ser capaces de imaginar el futuro, al
menos lo suficiente como para hacer planes, aunque sea para el
próximo fin de semana. A menudo escucho a los adultos mayores
viudos decir que las noches y los fines de semana son los peores
momentos para ellos, pues es cuando se sienten más solos, porque
todos los demás tienen cosas que hacer y personas con las que
hacerlas.
Si el duelo es una especie de aprendizaje, eso significa que los
sábados y los domingos podemos ver lo buena que ha sido nuestra
planificación para el fin de semana. Podemos evaluar si realmente
disfrutamos de nuestros planes y encontramos que tenían sentido, y
si nos permitieron tener una semana productiva después. Durante el
duelo, éste es un proceso de prueba y error. Hacemos un plan, pero
no somos capaces de imaginar del todo cómo irán las cosas, ahora
que somos viudos o huérfanos y nos sentimos alejados de las
personas que nos rodean. Afortunadamente, tenemos experiencia
de vida y tenemos una cierta intuición. No, no quiero ir a un
concierto de rock hasta altas horas de la madrugada. Sí, necesito
ver a alguien durante el fin de semana o me sentiré muy solo y
deprimido. ¿Pero significa eso que tengo que hacer un viaje en
carretera para visitar a un conocido? ¿O preferiría pasar un rato con
un amigo, tomando un café? Estas elecciones pueden ser menos
claras. No obstante, si hacemos un plan y lo llevamos a cabo a
pesar de nuestra incertidumbre, obtenemos información. Cuando yo
estaba en duelo, aprendí que prefería ir a hacer la compra del
supermercado los sábados a primera hora de la mañana porque, por
lo general, tenía muy poca motivación para hacerlo y muy poco
228
apetito, y si lo dejaba para última hora, acababa comiendo cereales
durante toda la semana.
La recuperación es incluso más importante cuando imaginamos
las fiestas que se aproximan. Las fiestas son una época
especialmente difícil para las personas que están en duelo, porque
la naturaleza ritual de los eventos de las fiestas nos trae recuerdos,
y su naturaleza social enfatiza la ausencia de aquellas personas con
las que solíamos celebrarlas. Hacer planes para las fiestas significa
que debes imaginarte sin tu ser querido, y muchas de las personas
que están pasando por un duelo incluso evitan pensar en los planes
para las fiestas. Mi madre murió un 31 de diciembre, y mi
maravillosa familia política nos invitó a mi hermana, a mi padre y a
mí a ir a Texas en las Navidades siguientes. Ninguno de nosotros
podía imaginar cómo sería exactamente eso, pero pensamos que
queríamos estar en un lugar donde hubiera menos cosas que nos
recordaran a mi madre, al menos el primer año. (En el primer año,
especialmente, hay mucha prueba y error). En este caso, ir a visitar
a mi familia política fue una buena decisión para mi familia. La clave
está en averiguar cuál es la que funciona y cuál es la que no, de
manera que ese conocimiento pueda aplicarse a las siguientes
fiestas. Y las siguientes, y las siguientes, porque seguirá habiendo
fiestas, año tras año. Ciertamente, también debes tener presente
que como te vaya en el primer año de duelo, y cómo le vaya a tu
familia, es distinto a cómo te irá en el segundo año, y no se aplican
las mismas reglas. La buena noticia es que, si estamos prestando
atención al presente, recordando el año anterior, y planeando cosas
intencionadamente, podemos tener mejores fiestas y nuevas
experiencias; no siempre van a ser necesariamente alegres, pero al
menos serán satisfactorias. Incluso si al final disfrutas menos de lo
que esperabas, había una razón, una intención detrás de lo que
229
hiciste: lo estás intentando; estás saliendo al mundo, aprendiendo a
llevar a la otra persona dentro de ti; aprendiendo a escuchar a los
demás, no sólo a las voces en tu cabeza; y estás creando nuevos
recuerdos, poniéndote a prueba en nuevas experiencias (y
sobreviviendo).
El futuro de nuestra relación
Todos los días vivimos en un futuro que ha cambiado, y nuestra
identidad cambia mientras sobrevivimos y, con el tiempo, incluso
florecemos después de nuestra experiencia de duelo. ¿Es posible,
entonces, que nuestra relación con nuestro ser querido fallecido
también cambie? Yo diría que, durante más de una década después
de la muerte de mi madre, mi relación con ella se mantuvo casi
igual. Por momentos me sentía abrumadoramente culpable por no
haber sido una mejor hija y no haberla ayudado a sentirse mejor en
el día a día, por momentos me sentía enfadada por la forma en que
ella me había criado, y por momentos me sentía deprimida por lo
que todo ello significaba en el desarrollo de mi vida. Me consideraba
un producto de sus genes, de su crianza controladora y de mi propia
necesidad incesante de solucionar el sufrimiento de todo el mundo.
Se necesita tener una gran habilidad para manejar las reacciones
emocionales fuertes, y en mi veintena y treintena yo no las tenía.
Luego, durante mucho tiempo, esos sentimientos fueron reduciendo
su intensidad, aunque yo diría que continuaron influyendo en mi
forma de ver el mundo.
Veía a mis amigos que también estaban llegando a los cuarenta y,
en el caso de algunos de ellos, el hecho de convertirse en
profesionales, en madres o padres, y adquirir una mayor experiencia
de vida, cambió sus relaciones con sus madres, que todavía
estaban vivas. Vi a mis amigos volverse más compasivos con los
230
estados de ánimo y la idiosincrasia de sus madres. Vi cómo se
tornaban más agradecidos por los sacrificios que ellas habían hecho
para darles una educación, autoestima o un hogar estable. Por
primera vez, experimenté la aflicción de una nueva forma: eso no
era algo que yo fuera a poder tener jamás con mi madre. Nunca
pudimos tener una relación trasformada, como dos adultas. El final
de su vida nos robó esa oportunidad; fue una pérdida de nuestra
relación potencial que nunca podría haber anticipado en mi
veintena. Súbitamente, el alivio que había sentido a causa de su
muerte, por no tener que lidiar más con las interacciones difíciles
que ella había creado en mi vida, fue reemplazado por la tristeza por
lo que podría haber sido.
Me di cuenta de que, con esa nueva aflicción, también me estaba
sintiendo más agradecida por las cosas que mi madre me había
dado. No podría haber sobrevivido a la vida académica si ella no
hubiese insistido en la disciplina de practicar el piano todos los días
y ver la mejora a largo plazo que es consecuencia de un trabajo
duro continuo. No me hubiera desenvuelto tan bien como lo he
hecho en el mundo social de no haber sido educada sobre los
estándares culturales de las notas de agradecimiento, los zapatos
apropiados y cómo tener conversaciones triviales, a pesar de que yo
aborrecía ese entrenamiento. Me di cuenta de que mi madre estaba
interesada en las habilidades que pudieran darme una ventaja en el
mundo, y estaba dispuesta a hacer sacrificios para asegurarse de
que yo las aprendiera. Empecé a pensar más en sus principios
feministas, sembrando en mi hermana y en mí la idea que de
podíamos lograr cualquier cosa que nos propusiéramos. Pensé en
su capacidad de prestarnos toda su atención, y de hablarnos como
si fuéramos unos seres curiosos e inteligentes, incluso siendo niñas,
cuando otros padres no siempre parecen mostrar el mismo nivel de
231
interés. Repentinamente, fui capaz de recordar con cariño cosas
específicas que hacía tiempo que había olvidado sobre su afecto
físico hacia mí cuando era pequeña, aunque me alejé de ese tipo de
interacciones en mi adolescencia y mi juventud.
De alguna manera, llegué a pensar que, ahora que ya no estaba
restringida por su forma humana, en este plano terrenal, mi madre
seguramente sería las mejores partes de sí misma todo el tiempo.
En algún momento me pareció que yo podría tomar los mejores
aspectos de ella de ahí en adelante en mi propia vida. No es que yo
no hubiera llorado su muerte antes, o que hubiera negado mis
sentimientos y ahora estuvieran aflorando. Era simplemente que, a
medida que me iba haciendo mayor, el modelo del proceso dual de
hacer frente al duelo seguía aplicándose. Aunque sentía tristeza por
su ausencia en esa nueva etapa de mi vida, continuaba
adaptándome a su muerte y aprendiendo a recuperar una vida con
sentido. Mi relación con ella, en el presente y en el pasado, se
transformó cuando me concentré en todas las cosas buenas que
ella deseaba para mí, a pesar de las dificultades que habíamos
tenido a lo largo de nuestra relación.
Nuestra comprensión de nosotros mismos cambia a medida que
vamos adquiriendo sabiduría a través de las experiencias. Nuestras
relaciones con nuestros seres queridos vivos pueden tornarse más
compasivas y llenas de gratitud a medida que nos vamos haciendo
mayores. Además, podemos permitir que nuestras interacciones con
nuestros seres queridos que ya han partido crezcan y se
transformen, aunque sólo sea en nuestra mente. Esta
transformación de nuestra relación con ellos puede afectar a nuestra
capacidad de vivir plenamente en el presente y crear la aspiración
de tener un futuro significativo. Además, puede ayudarnos a
sentirnos más conectados con ellos, con las mejores partes de ellos.
232
Y puede permitir que nos convirtamos en la mejor hija, o el mejor
hijo, amigo, amiga, marido, mujer, padre o madre que ellos hubieran
querido que fuéramos si hubieran vivido para verlo. Nuestro amor
por ellos sigue estando ahí, pero debemos encontrar una forma
distinta de expresarlo, una válvula de escape diferente para nuestro
amor por ellos. Aunque ya no puedan beneficiarse directamente de
nuestra bondad y nuestro cariño, su ausencia de nuestro mundo
físico no hace que nuestra relación con ellos sea menos valiosa.
Nuevos roles, nuevas relaciones
Con mucha frecuencia, recuperar de una vida con sentido significa
desarrollar una nueva relación o fortalecer un apego con alguien a
quien ya conocemos. Traer a alguien nuevo a tu vida puede
provocar una erupción de aflicción, incluso después de un período
de relativa calma. En el disfrute de una nueva relación, la mera
presencia de una persona nueva puede ser un recordatorio de la
ausencia de tu ser querido. Esto requiere tiempo y que seas amable
contigo mismo, y recordar que la nueva persona a la que ahora
amas y la persona a la que amaste no son iguales. Tener una nueva
relación amorosa, de apoyo, no significa olvidar o rechazar a la
anterior. Una nueva relación está llena de cosas nuevas que
debemos aprender, y debemos hacer muchos ajustes para estar
presentes en la relación actual y no vivir en la realidad virtual de la
anterior. Para aquellas personas que están apoyando a alguien que
está pasando por un duelo, es realmente beneficioso escuchar a
esa persona y darle ánimo, sin juzgarla cuando es «normal»
desarrollar nuevas relaciones.
Uno de los motivos por los cuales podemos cuestionar a una
nueva relación no tiene nada que ver con si es buena para nosotros,
o si es satisfactoria o placentera. Los psicólogos Amos Tversky y
233
Daniel Kahneman (ganador del Premio Nobel de Economía 2002)
demostraron que los seres humanos creen que las pérdidas son dos
veces más impactantes que las ganancias. Esto se denomina
aversión a la pérdida, y aunque no he visto que se aplique en el
contexto del duelo, creo que el concepto puede ayudarnos a
entender la experiencia común de tener dudas acerca de una nueva
relación. Si decidimos que estamos listos para empezar a salir con
alguien, por ejemplo, o para irnos de viaje con un amigo nuevo o
una nueva amiga, es posible que el tiempo que pasemos con esa
nueva persona no sea muy satisfactorio. O, para ser más precisos,
es posible que no sea tan satisfactorio como el tiempo que
pasábamos con nuestro ser querido que ha fallecido. Es posible que
no nos sintamos tan bien como esperábamos. Esperamos sentirnos
bien porque estamos explorando una nueva relación, y se supone
que una nueva relación es algo divertido y emocionante. Quizás
esperemos sentir menos aflicción, porque hemos decidido hacer
algo nuevo en nuestra vida después de un período de duelo. Pero
fíjate en el listón tan alto que esas dos expectativas exigen. Si las
pérdidas son dos veces más poderosas que las ganancias,
entonces en una relación nueva deberíamos que sentirnos el doble
de bien que en nuestra relación anterior para sentir el mismo nivel
de felicidad. Tener una nueva relación simplemente no va a llenar el
vacío que ya existe. Ésta es la clave: que el propósito de los nuevos
roles y las nuevas relaciones no es llenar un vacío. Esperar que lo
sean sólo producirá decepción.
El propósito es que, si estamos viviendo el presente, debemos
tener a alguien que nos ame y nos cuide, y nosotros también
necesitamos a alguien a quien amar y cuidar. Pero la única manera
de disfrutar de una relación satisfactoria en el futuro es iniciando una
en el presente. Si podemos imaginar un futuro en el que somos
234
amados, entonces debemos iniciar una relación que con el tiempo
será importante para nosotros de una forma distinta a nuestra
relación anterior, pero gratificante y duradera. Por este motivo las
relaciones de apego, con nuestros seres queridos, son distintas a
otras relaciones sociales. Si nuestro jefe renuncia, o si ya no vemos
a un profesor cuando finaliza un curso, hay otra persona que puede
realizar ese rol. Compartimos un compromiso profundo con nuestra
pareja, nuestros hijos, nuestros padres y nuestros mejores amigos.
Si una figura de apego se pierde, entonces la gran confianza que
invertimos en esa persona a lo largo de muchos años y a través de
muchas aventuras compartidas, se pierde también. No habrá otra
persona disponible que pueda desempeñar ese papel fácilmente.
Tenemos que volver a hacer una gran inversión, construir una gran
confianza a lo largo del tiempo y a través de experiencias
compartidas. Pero eso ocurrirá si empezamos ahora.
Alz ar el vuelo
Este aspecto de la adaptación posterior al duelo, de volver a crear
un apego, podría compararse con otro período de nuestra vida en el
que es normal pasar de una relación importante a otra. Como
adolescentes, debemos aprender a depender menos de nuestros
padres, a salir y explorar el mundo para encontrar una nueva
relación. Buscamos una pareja que se convierta en la persona
central en nuestra vida, alguien que satisfaga nuestras necesidades
de apego. La mayoría de la gente reconoce que, aunque dejar el
nido es una experiencia normal y necesaria, también es sumamente
estresante. Cada persona necesita una cantidad de tiempo distinta
para dejar el nido con éxito, y ese período puede estar lleno de
riesgos y reveses. Aunque es un proceso normal, aunque
estresante, también puede ir acompañado de complicaciones de
235
salud mental como depresión, abuso de drogas, ansiedad e incluso
pensamientos suicidas. Al igual que dejar el hogar, el duelo es un
proceso normal que nos resulta difícil, y también es una época en la
que pueden emerger problemas de salud mental, los cuales pueden
aliviarse con ayuda profesional. En muchos sentidos, pienso que la
transición de unos padres cariñosos a una pareja sentimental es
similar a la reconexión que tiene lugar cuando una persona en duelo
encuentra un nuevo interés amoroso, o un nuevo mejor amigo o una
nueva mejor amiga, tras la muerte de su pareja.
Pero ciertamente, hay algunas diferencias fundamentales.
Cuando estamos dejando el hogar, la mayoría de nuestros amigos
están pasando por la misma transición y, por lo tanto, normalmente
nos apoyamos unos a otros. Dejar el hogar también es algo
bastante predecible en términos de saber aproximadamente cuándo
va a ocurrir. Hay muchos sistemas sociales para ayudar a esta
transición, desde dormitorios para estudiantes, o entrenamientos
básicos en el ejército, hasta un año que los jóvenes pueden pasar
en una misión en algunas tradiciones religiosas. En cambio, la
muerte de uno de los miembros de la pareja es algo que les ocurre a
algunas personas y puede ocurrir en cualquier momento a lo largo
de la vida. También en nuestro cuerpo, la llegada a la mayoría de
edad y dejar el hogar son dos cosas que coinciden con un período
de transición específico. Las hormonas que nos motivan a correr
riesgos, a explorar el mundo y a tener relaciones sexuales están
plenamente activas. Dado que, a menudo, el duelo ocurre a edades
más avanzadas, debemos buscar nuevas relaciones y nuevos roles
sin el beneficio de tener niveles altos de hormonas motivadoras
debido al envejecimiento normal.
Una última diferencia es que dejar el hogar no implica que tus
padres vayan a desaparecer de tu vida. Nuestros padres continúan
236
teniendo un papel importante posteriormente. Esto se denomina, en
ocasiones, la jerarquía del apego, donde con el tiempo uno de los
miembros de la pareja puede convertirse en la figura más importante
en la cima de nuestra pirámide de seres queridos, pero a menudo
los padres continúan estando presentes y ofreciendo una importante
fuente de consuelo para nosotros en los niveles más bajos de la
jerarquía. Cuando un ser querido muere, en lugar de pensar en un
agujero que se crea en la pirámide, otra manera de conceptualizar el
duelo es que un vínculo continuo, la representación mental de
nuestro ser querido fallecido, todavía puede aparecer en la
jerarquía. Sin embargo, dado que la persona fallecida no puede
satisfacer nuestras necesidades de apego terrenales, nuestra
relación con otra persona, u otras personas, crece en importancia.
Permitir que una nueva persona se vuelva importante es bueno y
saludable, y mantener un lazo mental o espiritual con nuestro ser
querido fallecido también es algo que puede continuar en otro nivel
distinto de la pirámide.
Cuando explico qué es una figura de apego, planteo dos
preguntas. En primer lugar, ¿esta persona piensa que soy especial,
y yo creo que ella es especial, en comparación con otras personas
en el mundo? En segundo lugar, ¿confío en que esa persona va a
estar ahí para mí cuando la necesite, y confío en que yo haría el
esfuerzo para estar ahí para ella si me necesita?
Si una relación satisface esas dos preguntas, independientemente
de cuál sea el rol social de esa persona, entonces probablemente
nuestras necesidades de apego están siendo satisfechas. Esa
persona podría ser un vecino, una hermana o un hermano, una
secretaria, una mascota o una pareja. Cómo los llame la sociedad
es mucho menos importante que el rol que tienen en tu vida.
237
¿Cuándo empez aste a amar a esa persona?
Que nuestros seres queridos no estén con nosotros es una
continuación del hecho de que estuvieron con nosotros, de la misma
manera en que la exhalación es una continuación de la inhalación.
El hecho de que no estén aquí nos afecta, afecta a nuestra vida, a
nuestras decisiones, a nuestros valores, tanto como lo hacía el
hecho de que estuvieran aquí. Contener la respiración no es lo
mismo que no haber respirado nunca. Entonces, también tu vida con
la ausencia de tu ser querido después de su muerte no es igual que
si esa persona nunca hubiera vivido. A veces pregunto, ¿cuándo
comenzó tu relación? ¿Fue cuando te casaste? ¿O cuando la
besaste por primera vez? ¿O cuando la viste por primera vez? Del
mismo modo, ¿cuándo deja de ser parte de nosotros? ¿Cuando ya
no la vemos? ¿O cuando muere? ¿O cuando la enterramos? ¿O
cuando amamos a otra persona? ¿O cuando nos vamos del hogar
que compartíamos? Éstas son partes del hecho de conocer a esa
persona, de ser afectados por ella y de amarla, y no tienen fin.
Por muy importante que sea estudiar a las personas que están
teniendo más dificultades para adaptarse a la vida después de una
pérdida, también sería muy beneficioso estudiar a las personas que
han creado vidas hermosas, con sentido y amorosas después de
pérdidas terribles. Aunque esta resiliencia todavía no ha sido objeto
de investigación en la neurociencia, en la psicología se denomina
crecimiento postraumático. Las personas que han experimentado un
gran crecimiento tienen mucho que enseñarnos, y su cerebro puede
tener un papel importante, desde la forma en que procesan las
cosas que les recuerdan al ser querido hasta la forma en que se
vuelven amorosas, compasivas y eficaces en sus vidas actuales.
238
CAPÍTULO 1 1
Enseñar lo que h as aprendido
Ahora ya sabes que el duelo es una forma de aprendizaje. El duelo
agudo insiste en que aprendamos nuevos hábitos, ya que nuestros
viejos hábitos incluían automáticamente a nuestro ser querido. Cada
día, después de su muerte, nuestro cerebro es transformado por
nuestra nueva realidad, de la misma manera en que las neuronas de
los roedores tenían que aprender que debían dejar de activarse
cuando la torre azul de LEGO era retirada de su caja. Nuestro
pequeño ordenador gris debe actualizar sus predicciones, ya que no
podemos continuar esperando que nuestro ser querido llegue a casa
a las seis de la tarde después del trabajo, o que responda al
teléfono cuando le llamamos para darle una noticia. Aprendemos
que nuestro ser querido no existe en las tres dimensiones de aq uí,
ahora y cerca que estamos esperando. Descubrimos nuevas
maneras de expresar nuestros vínculos continuos, transformando
cómo es cerca porque, aunque nuestro ser querido permanece en la
epigenética de nuestro ADN y en nuestros recuerdos, ya no
podemos expresar nuestro cariño hacia esa persona en el mundo
físico o buscar el contacto físico reconfortante.
Aunque es posible que todavía le hablemos y vivamos de una
forma que haría que esa persona se sintiera orgullosa, debemos
239
hacerlo siendo conscientes de que estamos en el momento
presente. En lugar de imaginar una realidad alternativa de ¿ q ué
hubiera pasado si… ? , tenemos que aprender a conectar con ella
con los pies firmemente en el presente. Esta relación transformada
siempre estará cambiando a través de los meses y los años. La
relación con nuestro ser querido fallecido debe reflejar quiénes
somos ahora, con la experiencia, y quizás incluso la sabiduría, que
obtuvimos mientras estábamos en duelo. Debemos aprender a
recuperar una vida con sentido.
Cuando digo que la aflicción es una especie de aprendizaje, no
me refiero a aprender algo fácilmente. Esto no es como dominar una
habilidad específica como montar en bicicleta, aprendiendo a
mantener el equilibrio y a utilizar los frenos. Este tipo de aprendizaje
es como viajar a un planeta extraterrestre y aprender que el aire no
se puede respirar y que, por lo tanto, tienes que acordarte de llevar
oxígeno contigo todo el tiempo. O que el día tiene treinta y dos
horas, aunque tu cuerpo sigue funcionando como si tuviera
veinticuatro. La aflicción cambia las reglas del juego, unas reglas
que tú creías que conocías y has estado utilizando hasta ahora.
Dado que el cerebro está diseñado para aprender, pensar en la
aflicción desde la perspectiva del cerebro puede ayudarnos a
entender por qué y cómo ocurre la aflicción. El cerebro tiene
múltiples canales de información que pueden llegar a la conciencia.
Podemos experimentar la añoranza de nuestro ser querido, el deseo
de buscarlo, la creencia de que regresará. Esto se ha arraigado en
nosotros a través de la evolución, a través de la genética y del
hábito de estar juntos. Además, tenemos recuerdos de la persona
fallecida, recuerdos de su muerte o de habernos enterado de la
noticia de su muerte, recuerdos de todos los hechos que ocurrieron
durante el primer año de duelo, la primera vez que hicimos algo en
240
ausencia de nuestro ser querido. También podemos traer esas
cosas a nuestra mente. Por último, podemos traer nuestra atención
al presente, el cual puede ser vibrante y estar lleno de posibilidades.
Podemos simplemente descansar en este momento, simplemente
en esto. Nada más. Cuando nos permitimos un momento para
descansar y darle a nuestro cerebro la oportunidad de practicar la
experiencia de simplemente ser conscientes de lo que nos rodea,
ese estado mental o patrón de conexiones neurales puede ser
alcanzado en cualquier momento, en cualquier lugar. Ese estado de
mindfulness no es mejor que las ensoñaciones de recuerdos
agradables o el estado de añoranza que ejemplifica nuestro vínculo.
Pero la habilidad de cambiar cuando necesitamos un descanso,
incluso si es sólo por un momento, puede ayudarnos a enfrentar la
insoportable realidad de la pérdida. Si nos regalamos ese momento,
es posible que encontremos oportunidades en el presente, incluso
cuando menos lo esperamos. Si somos conscientes del presente y
somos capaces de reconocer su valor, esa oportunidad de conexión
y alegría no se pasará de largo sin que nos percatemos.
Lo que la ciencia sabe sobre el aprendiz aje
Décadas de investigación psicológica nos han proporcionado
información acerca de la forma en que el cerebro aprende, y
podemos aplicar esa información al proceso del duelo. Los
psicólogos han definido el aprendizaje como «el proceso por el cual
surgen cambios en el comportamiento como resultado de las
experiencias que tenemos interactuando con el mundo».[59] Aunque
la capacidad de aprender y el funcionamiento cognitivo abarcan una
amplia gama de habilidades, incluso dentro de la población normal,
podemos decir que, en los términos más amplios, el aprendizaje
mejora nuestra capacidad de adaptación. Lo maravilloso acerca del
241
aprendizaje es que es una capacidad, y podemos incrementar esa
capacidad. Nuestro cerebro tiene una plasticidad que podemos
utilizar para aprender. La psicóloga Carol Dweck lo llama una
mentalidad de crecimiento.[60] Todos tenemos diferentes
capacidades cognitivas, pero, aun así, tenemos la misma
oportunidad de aprender. Quienes tienen muy pocos conocimientos
previos pueden ser expuestos a nueva información, o a una
educación en la aflicción. Quienes tienen un trastorno del duelo
pueden recibir feedback en psicoterapia acerca de la forma en que
la rumiación y la evitación podrían estar afectando a su capacidad
de aprender. Como amigos cercanos y familia, podemos dar a las
personas que están en duelo la oportunidad, el espacio, la
amabilidad y el ánimo que necesitan para practicar nuevas formas
de vivir y entender las cosas de una forma nueva.
Una de las claves para la mentalidad de crecimiento es probar
nuevas estrategias cuando sentimos que estamos estancados, que
no estamos aprendiendo nada nuevo acerca de la experiencia de la
pérdida. Inicialmente, en la aflicción aguda, simplemente tratamos
de mantenernos en pie, de poner un pie delante del otro, y
esperamos que esos pies estén usando zapatos iguales. Con el
paso del tiempo, el hecho de estar estancados suele hacer que
sintamos simplemente estamos haciendo cosas. Estar estancados
significa que no somos capaces de ser creativos, o sentir amor, o
ayudar a otras personas. Las nuevas estrategias para aprender
durante este momento del duelo significa tener un repertorio, una
serie de cosas que podemos probar cuando nos sentimos
abrumados por las oleadas de tristeza o abrumados por la nueva
realidad estresante que estamos viviendo. Podemos utilizar las
mismas herramientas que usaron otras personas antes que
nosotros.
242
Sentir aflicción por la pérdida de un ser querido es algo tan
antiguo como las relaciones humanas, y esa universalidad nos
conecta con nuestros ancestros y con nuestra comunidad actual.
Extrapolando lo que escribe Dweck, si te das cuenta de que estás
diciendo «No soy capaz de adaptarme a la vida después de la
pérdida», trata de añadir la palabra todavía a esa frase. La
frustración al aprender cosas sobre tu nueva realidad, la
desesperación de que nunca serás capaz de crear una vida
restaurada, son sentimientos que se crean cuando tu cerebro está
creciendo y cambiando. Tu cerebro está descubriendo lo que
funciona y lo que no funciona. Si sientes que estás manteniéndote a
flote, o apenas evitando hundirte, es hora de probar algunos nuevos
enfoques para tus recuerdos, tus emociones y tus relaciones.
Aprender cómo otras personas han recuperado una vida con sentido
puede proporcionarte nuevas cosas para probar. El pastor de tu
iglesia, tu abuela, tu escritora o bloguera favorita, un psicólogo;
consulta con alguien nuevo, con quien todavía no hayas hablado de
tu experiencia personal con el duelo. Pregúntale cómo hicieron para
afrontar algo así, o incluso cómo hacen todavía para afrontarlo.
Prueba esos nuevos enfoques, prueba lo que funcionó para ellos,
incluso si te parece una locura, y luego presta atención a lo que
funciona, lo que hace que te sientas mejor en el momento, en el
presente. Incluso si ninguna de sus ideas funciona, al menos quizás
te sientas más conectado a alguien, a la humanidad. Y como
conexión es parte de lo que falta en una vida golpeada por la
aflicción, ahí hay una oportunidad.
Aflicción para principiantes
Enseño lo que he aprendido acerca de la aflicción en un curso
llamado «Psicología de la muerte y la pérdida» que doy a
243
estudiantes en su primer o último año de universidad. Me encanta
impartir ese curso y, a todas luces, a ellos les encanta recibirlo. Esto
quizás te sorprenda, porque la muerte y la pérdida no parecen ser
temas sobre los que una persona joven elegiría pasar dieciséis
semanas pensando, hablando y escribiendo. En cuanto a mí, un
alumno me dijo en una ocasión que yo era «demasiado feliz» para
estar enseñando ese curso. Quizás esperaban que pareciera estar
deprimida o que vistiera de negro todo el tiempo, y el simple hecho
de que me sienta cómoda en el podio hablando acerca de la muerte
les sorprende. Yo no suavizo lo que estoy comunicando y en más de
una ocasión se me han llenado los ojos de lágrimas mientras
hablaba de la muerte de un niño o de un genocidio, y mis alumnos
probablemente oyen las palabras muerte y morir durante un
semestre en mis clases que en todos sus años de carrera
universitaria.
Pero nuestras conversaciones profundizan en cosas reales de la
vida, y los jóvenes están deseosos de hablar sobre esas cosas, y
buscan respuestas. Me hace mucha ilusión entrar en una aula
magna en la que hay 150 pupitres, y nunca sé muy bien a dónde
nos llevará la conversación. Esos estudiantes universitarios siempre
me sorprenden por la cantidad de vida y muerte que ya han
experimentado. Un perturbador número de ellos ha tenido un amigo
que se ha suicidado. Muchos han ayudado a cuidar a familiares de
la tercera edad y les han brindado cuidados paliativos en su casa.
Algunos de ellos han trabajado como voluntarios para apoyar a
niños afligidos o se han formado como técnicos en emergencias
médicas (TEM).
Hablamos de cómo es la aflicción aguda, y más de un alumno ha
contado que la única vez que vio a su padre llorar fue después de la
muerte de un miembro de su familia. Aplicamos información sobre el
244
desarrollo cognitivo de los niños para entender cómo la comprensión
de la naturaleza abstracta de la muerte cambia a medida que van
creciendo. Les enseño cómo tener una conversación con un amigo
que podría estar considerando el suicidio y qué hacer si ése es el
caso. Durante las vacaciones de Acción de Gracias, ellos explican
en sus hogares cómo crear un testamento en vida a sus padres o
sus abuelos, o para ellos mismos, y practicamos cómo preguntar a
los miembros de la familia qué cosas son importantes para ellos en
lo referente a loss cuidados al final de la vida.
Después de los tiroteos ocurridos en un concierto en Las Vegas
en 2017, una alumna me preguntó si podíamos hablar de ello en
clase. Luego, en el aula dijo que estaba aterrada. Varios de los
estudiantes tenían amigos que habían asistido al concierto, y yo
sabía que tendría que cambiar el contenido de mi clase para ese
día. En lugar de lo previsto, hablamos de su experiencia, de cómo
es el miedo a la muerte para ellos en el mundo moderno y cómo
podrían manejar su terror en parte si se concentran en las personas
que actuaron con un heroísmo increíble.
Una de mis discusiones favoritas es sobre un experimento con el
pensamiento que hacemos en el último día de clases. Les comunico
la noticia de último minuto de que la ciencia médica acaba de crear
una pastilla que podemos tomar para vivir eternamente. Luego les
pregunto qué cambiaría para ellos si fueran inmortales. ¿Qué harían
de una forma distinta en su vida? Consideramos una serie de
variantes: en esa realidad alternativa, ¿seguirían enfermando las
personas, o envejecerían? Pero ésos son sólo detalles. Las
respuestas más importantes son acerca de cómo eso cambiaría sus
planes. Algunos de ellos me dicen que dejarían la universidad,
porque podrían obtener un título en cualquier momento. Otros me
dicen que conseguirían múltiples títulos, ya que tendrían el tiempo
245
para hacerlo y tienen muchos intereses. Hay un gran debate en
torno a la probabilidad de que tuvieran más o menos hijos.
¿Querrían conocer a todas las personas que hay en el mundo, ya
que tendrían el tiempo para hacerlo? ¿Qué significaría esta nueva
realidad para los gobiernos, para las negociaciones de paz, para la
ayuda extranjera?
Cuando la alborotadora conversación llega a su final, les señalo a
mis alumnos las sorprendentes implicaciones. Lo que hagan con su
vida está estrechamente ligado a su mortalidad. La naturaleza finita
de nuestra vida afecta a lo que hacemos, a lo que valoramos, a la
forma en que nos comportamos. Aunque los estudiantes nunca
incluyen explícitamente en sus decisiones y en sus elecciones el
hecho de que la vida tiene un límite de tiempo y su duración nos es
desconocida, el haber visto a través de nuestro experimento del
pensamiento cómo un cambio en esa realidad afecta a lo que
hacen, pone en perspectiva el hecho de que la muerte nos impacta
cada día. La muerte le añade significado a la vida, porque la vida es
un regalo limitado. Siempre cierro la clase leyéndoles una cita del
gran maestro zen Dogen: «La vida y la muerte son de suprema
importancia. El tiempo pasa rápidamente y se pierden
oportunidades. Cada uno de nosotros debería esforzarse para
despertar. ¡Despierta! Presta atención, no malgastes tu vida».
No se aprende de los consejos
Lo que yo enseño no son consejos acerca de qué hacer. Tampoco
pienso que otras personas puedan dar consejos a alguien que está
en duelo. Quizás te sorprenda oír a una psicóloga clínica decir esto,
pero el conocimiento no funciona de esta forma. Otras personas no
pueden decirnos cómo va a ser la aflicción para nosotros. De hecho,
creo que los consejos son exactamente lo que hace que las
246
personas en duelo mantengan a cierta distancia a las personas que
quieren ayudarlas. Las personas son expertas en su propia aflicción,
en su propia vida y en sus propias relaciones. Como científica, soy
experta en la aflicción en general, en promedio. Puedo exponer a las
personas a muchas formas de pensar en la aflicción. Puedo
exponerlas a la evidencia científica que muestra que, aunque
históricamente hemos pensado que la aflicción se desarrollaba en
etapas, ahora sabemos que no es así en absoluto. Puedo
exponerlas a los conceptos que guían a la psicoterapia para
aquellas personas que tienen un duelo desordenado, o los
pensamientos habituales sobre la aflicción en las que se quedan
estancadas. Puedo mostrarles que la aflicción es como el
aprendizaje y explicarles lo que ayuda o lo que obstaculiza nuestra
capacidad de aprender. Como ser humano, puedo compartir con
ellas cosas personales que he hecho en momentos en los que me
sentía abrumada por la aflicción, o en ocasiones en las que no
estaba abrumada y sentía que era estigmatizada por ello. Una gran
parte de lo que hace la psicoterapia es dar a la gente la oportunidad,
la valentía y la posibilidad de experimentar sus emociones, sus
relaciones y sus pensamientos interiores de una manera distinta a
como lo habían hecho antes.
No puedo decirle a nadie cómo sus valores y sus creencias
alimentan lo que debería hacer con su vida. Tú ya estás en tu vida
recientemente restaurada, lleno de amor, de aflicción, de sufrimiento
y de sabiduría. Lo único que puedo hacer es animarte a permanecer
en el presente e intentar aprender de lo que ocurre cada día, y
aprender de lo que funciona para ti. Creo en tu capacidad de
resolver tus problemas y tener una vida con sentido después de
haber experimentado una pérdida devastadora.
247
Lo que h e aprendido
Cuando recuerdo los momentos que rodearon a la muerte de mi
madre, me transporto al antiguo hospital de mi ciudad. Después de
ese horrible vuelo a Montana que era reacia a tomar, me dirigí
directamente ahí. Al pensar en su muerte en los años siguientes,
mis recuerdos de esa habitación de hospital activaban
pensamientos dolorosos acerca de su sufrimiento, su ansiedad, su
depresión y las conversaciones llenas de culpa que tuvimos en los
meses anteriores a su fallecimiento. Durante mucho tiempo, mis
pensamientos iban directamente a lamentarme por no haber sido
más paciente con ella, más comprensiva. Mis pensamientos eran de
vergüenza por no haber pasado suficiente tiempo con ella. Pero en
los años recientes, cuando pienso en su muerte, recuerdo cuando
entré en esa habitación de hospital al llegar y descubrir que había
entrado en un estado comatoso. Su rostro, tan familiar, estaba
ceroso y amarillento, una combinación de los efectos de años de
quimioterapia y el hecho de que su hígado había dejado de
funcionar. Pero lo más sorprendente, lo que me llamó la atención, y
lo que recuerdo ahora, es que no había ni una sola arruga en su
frente. Estaba completamente lisa, a diferencia del característico
ceño fruncido que solía tener en vida, un reflejo de su agitación
interior. En sus últimas horas en este mundo, pareció haber
encontrado la paz. No me necesitó para encontrar la paz al final de
su vida.
Entrar en contacto con la muerte cuando perdemos a un ser
querido puede ser abrumador. Puede llenarnos de asombro, y
puede hacer que reevaluemos nuestra visión del mundo, de nuestra
vida y de nuestras relaciones. La muerte nos cambia, y no podemos
interactuar con el mundo de la misma manera en que lo hacíamos
antes. Si ahora comprendemos, de una forma profunda y verdadera,
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que las personas que amamos pueden desaparecer para siempre,
eso cambia nuestra forma de amar, las cosas en las que creemos y
lo que valoramos. Esa reevaluación es una forma de aprendizaje.
Entrar en contacto con un gran sufrimiento, experimentar la
desolación de desear desesperadamente que tu ser querido esté
aquí como solía estarlo y sufrir la realidad de que ése ya no es el
caso puede resultar abrumador. Estas experiencias forman parte de
la naturaleza del nacer y el vivir. La muerte nos separará de
nuestros seres queridos, a pequeña y gran escala. Pasar por esos
momentos dolorosos también puede unirnos. Cuando has
experimentado una pena profunda, conectas con toda una
comunidad de personas a las que, de otra forma, nunca hubieras
conocido y con las que no habrías empatizado. Y, sin embargo,
estás aquí, lo has superado, con un conocimiento de ti mismo y un
cerebro maravilloso que puedes utilizar para construir un nuevo
mundo y explorarlo.
[59]. S. J. E. Bruijniks, R. J. DeRubeis, S. D. Hollon y M. J. H. Huibers (2019),
« The potential role of learning capacity in cognitive behavior therapy for
depression: A systematic review of the evidence and future directions for
improving therapeutic learning», Clinical Psychological Science 7/4, pp. 668692, https://doi.org/10.1177/2167702619830391
[60]. C. S. Dweck (2006), Mindset (Nueva York: Random House).
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Agradecimientos
Aunque me he convertido en una experta en este campo, reconozco
que era una novata en lo que respecta al negocio editorial, y me
siento muy agradecida con las personas que me animaron y me
mostraron cómo funciona este negocio. En primer lugar, quiero
expresar mi profundo agradecimiento a mi agente, Laurie
Abkemeier, quien me dio una oportunidad y respondió innumerables
preguntas con un conocimiento profundo del negocio y con una
rapidez que fue muy tranquilizadora para una ansiosa autora
primeriza. Ella, y todos los que trabajan de DeFiore and Company,
conocía en profundidad, no sólo los problemas a los que se enfrenta
una académica convertida en autora, sino también los problemas
subyacentes de justicia social que influyen en quién y qué llega a
ser publicado, lo cual me impresionó mucho. A mi editora, Shannon
Welch, quien se llegó a apasionar con este libro y lo defendió contra
viento y marea en plena pandemia. Estoy muy agradecida por haber
encontrado una editora que realmente entendía la finalidad de esto y
además estaba dispuesta a hacer comentarios y sugerencias
detallados y reflexivos. Gracias a mi segundo editor, Mickey
Maudlin, quien aparecía en las últimas horas cuando era necesario y
logró que el libro cruzara la línea de meta. Además, Aidan Mahony,
Chantal Tom y todo el equipo de HarperOne fueron sumamente
profesionales. Gracias a Kent Davis, pues sin su apoyo inicial yo
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nunca hubiera presentado la idea de este libro a un agente literario.
A Anna Visscher, Andy Steadham, Dave Sbarra y Saren Seeley,
quienes leyeron la totalidad del primer borrador: os agradezco
vuestro tiempo y vuestros amables comentarios sobre lo que
funcionaba bien y lo que necesitaba ser mejorado. A todos los
colegas académicos que leyeron párrafos o secciones sobre su
propio trabajo: estoy impresionada por vuestra generosidad al
contribuir a la comunicación de la ciencia. Gracias a Tanja del café
NOEN de Utrecht, quien me servía un delicioso café y unos
sabrosos bocadillos hechos con un pan increíble, y lo que es más
importante, me proporcionó un sitio para escribir y una cálida
sensación de camaradería cuando yo era una extraña en Holanda.
Al grupo del juego de Trivial: mil gracias por esas noches de los
jueves y esas tardes de los sábados. A todos mis alumnos del
laboratorio de Aflicción, Pérdida y Estrés Social (GLASS, en sus
siglas en inglés): la actitud responsable de nuestro grupo de
escritura me permitió escribir a pesar de tener muchas otras tareas
importantes que realizar. Un profundo agradecimiento a mi hermana
mayor, Caroline O’ Connor, y a mi mejor amiga, Anna Visscher,
quienes han estado apoyándome a lo largo del camino, en todos los
acontecimientos de mi vida, y por haber respondido a mis llamadas
telefónicas a cualquier hora del día o de la noche. A Jenn, gracias
por todos estos buenos años. A Rick, mi más profundo
agradecimiento por haberme seguido alrededor del mundo mientras
yo escribía y por haber vivido juntos nuestras vidas austeras. A mis
padres: os estoy agradecida por vuestra infinita confianza en mí y
por haber compartido el hermoso proceso de vuestra vida y vuestra
muerte. Por último, a las personas que están pasando por un duelo
y que han compartido sus historias conmigo a lo largo de muchos
años, admiro vuestra perseverancia ante una gran pérdida y vuestra
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disposición a participar en un proceso científico que nos permite
conocer el interior de vuestra mente, vuestro cerebro y vuestro
espíritu.
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