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Stucchi 2019 - Elogio al gallinazo

2019

Los gallinazos vuelan y nadie los ve.

Elogio al gallinazo Marcelo Stucchi Portocarrero En Lima MMXIX Autor: Marcelo Stucchi Portocarrero Editado por el autor para la Asociación para la Investigación y Conservación de la Biodiversidad - AICB. Av. Vicús 538, Lima 15048, Perú. [email protected] https://sites.google.com/site/aicbperu/ 1a. edición - Julio de 2019. HECHO EL DEPOSITO LEGAL EN NACIONAL DEL PERU N° 2019-10079 LA BIBLIOTECA Esta es una publicación de libre acceso en formato PDF. Derechos reservados para mis textos, fotos y dibujos, los cuales pueden ser usados si se cita la fuente. Prohibido el uso del logo de AICB. Todos los textos, fotos y dibujos son del autor salvo se indique lo contrario. Cita sugerida: Stucchi, M. 2019. Elogio al gallinazo. Asociación para la Investigación y Conservación de la Biodiversidad. Lima, Perú. Todo el universo está protegido por un cráneo. En ellos también. Elogio al gallinazo Esta monografía está hecho para que aquellos que caminamos por Lima, Trujillo, Chiclayo o Iquitos, por aquí y por allá, levantemos un rato la mirada del suelo, un rato no más, y veamos y apreciemos, a esas aves tan despreciadas y mal vistas por muchos, llamadas gallinazos. Se les llama sucios y feos, pero la culpa no la tienen ellos, la tienen nuestros prejuicios, nuestra inmundicia, nuestra expansión ilimitada. Hubo una época antigua en que la gente bailó con los gallinazos. Luego, si bien no fueron apreciados, se les consideró necesarios para limpiar la ciudad. Fuera de ese valor utilitario, cual ave guanera ―que solo se protege y estudia debido al valor de su excremento y no a su magnificencia―, desde el Reino, su presencia ha sido resaltada en contadas ocasiones: un naturalista dieciochesco (Santiago de Cárdenas) estudió su vuelo, un escritor del XX (Julio Ramón Ribeyro) los usó de referentes, mientras otro (Sebastián Salazar Bondy) celebró su regreso, y una escultora del XXI (Cristina Planas) los exaltó a su máxima expresión, en la Biblioteca Pública de Lima y los Pantanos de Villa, de donde un mediocre los mandó a sacar con intolerante capricho. Esta pequeña monografía trata sobre ellos, de su vida, de su paso por el cielo, y de cómo podemos ver lo bueno a pesar de estar rodeados por tanto que creemos malo. Trata de uno de nosotros olvidado, despreciado, peor aun, invisibilizado. No es un texto de su historia natural, con detalles de su dieta, del tamaño de sus huevos, la forma de sus plumas, ni nada de eso. Para ello están los libros sobre la especie y el internet. Este es un elogio, un texto que si bien da información, lo exalta, lo hace protagonista de nuestra vida diaria. Gallinazo sobre la Biblioteca Pública de Lima. Escultura de Cristina Planas. Los maravillosos gallinazos de los Pantanos de Villa. Esculturas de Cristina Planas. Foto de El Comercio. Tomado de: https://elcomercio.pe/luces/arte/gallinazos-cristina-planas-toman-pantanosvilla-373765?foto=3 El gallinazo vuela como nadie más. A pesar de su gran tamaño, se desliza por el aire como un globo de helio, levantado por un ascensor etéreo ―que solo ellos pueden ver― y desplazado por los vientos. A veces, una ráfaga lo saca de su perezoso vaivén circular y debe aletear una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Pero no más. Luego, cuando consigue la altura necesaria, aquella que le hace vernos como quien ve unas hormigas desbaratadas, se sale de su ascensor y se avienta al cielo vacío, planeando por cientos de metros, hasta divisar otro que lo vuelva a elevar. Y así se pasa el día, hasta que encuentra donde descansar y comer. Los ascensores etéreos también son usados en ocasiones por los gavilanes y las gaviotas, en realidad por cualquier ave de alas grandes que pretenda ahorrarse algo de las calorías del desayuno. Estos no son otra cosa que las corrientes térmicas, que se forman debido al proceso de la convección: ni bien se calienta la tierra por acción del sol, empieza a ceder este calor a la capa de aire que está en contacto suyo. Al calentarse el aire, disminuye su densidad, lo que la hace más liviana que el aire frío que la circunda, y, por ende, empieza a subir. Y eso lo saben los gallinazos. Cuando entran en una térmica, esta, por diferencia de presión, tiende a botarlos. Por eso giran el ala contraria, lo que los hace volar en círculos para mantenerse dentro. Y por eso, a veces los vemos girar en direcciones contrarias en el mismo ascensor. Toda la física necesaria está en su intuición. No necesitan más. La energía solar los hace moverse de un lado a otro. Con sus plumas primarias, cuales dedos extendidos de una mano abierta, mantienen el equilibrio cuando se zambullen en el vacío y alguna corriente traicionera los quiere hacer caer. Con sus alas y sus colas abiertas planean cual ala delta, y al bajarlas ligeramente de un lado, dirigen su vuelo hacia otro elevador o hacia su siguiente comida, que han visto a lo lejos. Vuela el gallinazo Vuelo, vuelo y desde lo alto veo miles de personas caminar miles de aves volar miles de hojas bailar miles de autos andar mucha tierra transformarse en ciudad Quién pueda volar como yo y ver aquello que desde abajo parece no ser desde la mañana hasta el atardecer y siempre que la térmica pueda crecer, una idea clara se podrá hacer del destino que a la Tierra le queda tener siempre y cuando un meteorito no nos haga antes desaparecer Es gracias al sol y su calor que nos da vida llena de esplendor que vuelos en círculos podemos realizar para deleitosamente holgazanear y así con gracia poder observar aquel destino que mal que bien ha de llegar ...si antes la basura no nos hace bajar No recuerdo exactamente cuando vi por primera vez un gallinazo, pero sin duda fue cuando era niño, en los 1970s. Me llamaba la atención lo grande que eran, en comparación a otros pájaros: cuculas, tortolitas, gorriones, saltapalitos y turtupilines, eran diminutos a su lado. Más aun los picaflores, que volaban como moscas. Volaban en círculos a lo lejos, como en un tiovivo o un carrusel etéreos con soportes invisibles, aparentemente alrededor de una antena, que era lo más alto que se veía desde la ventana. A veces pasaban volando cerca y se veía lo grande que eran, y se paraban en un caucho medio seco que había cerca. Era lógico su nombre, después de todo, eran como gallinas negras voladoras. El mundo desde un segundo piso en Jesús María, y las constantes excursiones al parque Cáceres, el Campo de Marte o la plaza San José, a pesar de haber sido el triple de grandes en esas épocas, apenas ofrecían el mínimo para poder entender qué era un gallinazo. Estos eran los reinos de los escarabajos toritos, orugas negras y peludas con cabeza roja, hormigas, chanchitos y uno que otro alegre pajarito. Algo más ofrecía el Parque de Las Leyendas, donde una vez se escapó una sachavaca, nadó alrededor de la isla de los monos, y pasó a mi lado, gigante, cual megaterio moderno, internándose en la selva, lo que para mi fue su regreso a la naturaleza. Algo más se podía ver de ellos allí, pero no mucho tampoco. El gallinazo siempre estuvo allí, siempre voló sobre Lima. Su eterno vuelo circular fue visto desde que llegó el primer humano a esta zona, y nos acompañó durante todas las etapas de la historia. De seguro en su momento lo admiraron pues bailaron con él (en círculos, claro), pero para la gran mayoría pasó desapercibido. O les disgustó, como he escuchado muchas veces. Un señor, limeño antiguo, con quien conversé alguna vez se sorprendió cuando le dije que hay gallinazos en Lima; nunca los había visto. Bailando la danza del gallinazo Figura de Baltasar Martínez Compañón. Siglo XVIII. Trujillo, Perú. Tomado de Wikipedia. <es.wikipedia.org/wiki/Coragyps_atratus> Los niños siempre ven los árboles y los cerros; y nubes celestes y el sol radiante, donde solo hay cielo gris. Ellos saben: los aburridos edificios grises y las combis no existen. En Chiclayo se les veía por decenas, les gustaba una antena que luego cubrieron con mallas, o el aeropuerto, cercano al botadero de basura. En Trujillo también los ves, en Ica, en Puerto Maldonado, en Iquitos, donde conté cientos. Solo la altura los limita. Su testa pelada no aguanta el gélido frío de los altos Andes. Por eso, su tío el cóndor se viste con una chalina blanca y se da el gusto de volar por ahí. Antes, este majestuoso emplumado habitó Lima. En grandes cantidades iba y venía desde las alturas, comía en sus playas y descansaba en sus islas y acantilados. Hoy ya no, demasiados y muy sucios nos volvimos para él, muy caóticos y bulliciosos. El dios Enlil se cansó del exceso de humanos y su exagerado bullicio, y mandó un diluvio para destruirlos, antes aun de las hazañas de Gilgamesh por conseguir la inmortalidad. El cóndor, originariamente costero, seguro se fue por el mismo motivo. Pero el gallinazo no. Él sabía que ningún dios ni ningún diluvio podría terminar con nosotros y optaron por aliársenos. ¡Cobarde! le gritó el cóndor. ¡Te acomodas con el poderoso! vociferó el oso. Un pleito familiar hizo que sus primos se quedaran en las playas, por eso quizás estos están siempre avergonzados. Y el gallinazo sonrió de costado: la evolución también se da en la ciudad, la selección natural no solo favorece al más fuerte, majestuoso o carismático, sino también al más vivo, al que sabe que un buen caldo también sale de un hueso chupado (eso lo aprendió del perro). Y se quedaron pues, a aprovechar lo que el humano no quiere. Por eso hoy vuelan radiantes por los cielos limeños. No hay cóndor que les haga el pare, ni gavilán que se meta con ellos. Peor sus primos marinos, que andan avergonzados siempre por haberse quedado en las playas. Pero, la magnificencia y el gran tamaño tiene su precio. Menudos y muy ágiles picaflores, como zancudos, se le van encima a picotones cuando este pasa por sus territorios. Cosa que aprendieron también los pepitos, aunque más grandecitos, igualmente conflictivos y habilidosos al volar. Van y vienen los gallinazos volando en círculos los gallinazos se deslizan por el cielo los gallinazos como pingüinos del aire los gallinazos amos y señores del aire los gallinazos Perdón, ¿y los cóndores? ¿no vuelan también en círculos y son más grandes y fuertes que los gallinazos? Sí, ¿es que no leíste el texto anterior? ellos ya casi no existen, ahora son los amos del cielo los gallinazos Me paro donde quiero. En la Municipalidad de Chiclayo. En el Parque de Las Leyendas de ahora, menos frondoso y montano, viven por cientos los gallinazos. Son tantos pero se dan el gusto de vivir a sus anchas, comer hasta hartarse, tener pichones por docenas, y hasta jugar con los osos, hipopótamos o cualquier otro animal. Si alguien quiere apreciarlos en Lima, ese es el lugar. Vayan al Parque. No a ver reales leones, ni destronados osos, exóticos hipopótamos o al hipnotizado cocodrilo, menos a los pajaritos de colores. Vayan a ver a los gallinazos. Allí verán que a diferencia de lo que nos sucede como humanos, en el aparente desorden de un grupo de gallinazos hay un orden calculado. Son fieles a su pareja y jerárquicos. El desorden es estratégico, se acomoda al medio. Si el medio es caótico deberán aparentar serlo; si el medio es sucio, también. Tal vez por eso el gallinazo literalmente se "caga de calor" (y no de frío), es decir, defeca sobre sus patas para mantenerse fresco. No solo como basura y animales. También me gusta torturar a los humanos que se portan mal. Cerámico Mochica. Tomado del Catálogo en línea del Museo Larco <https://www.museolarco.org/catalogo/> Pero si se trata de gallinazos, en verdad, en cualquier parte se puede aprender de ellos. Regresando en la combi de un trabajo burocrático que alguna vez tuve, siempre veía una bonita cúpula, antigua, sucia, rajada en partes. Tenía un subnivel con pequeñas columnas que sostenían el domo superior. Nunca he visto otra parecida en Lima. Siempre me imaginaba cuándo fue construida, qué estilo sería, y cosas de ese tipo, hasta que una vez vi, con asombro, entrar por una abertura lateral a un gallinazo. Mientras esperaba que la combi avance, vi salir dos gallinazos de ahí, y uno hizo un ademán como que se despedía del otro y se fue. Y el que se quedó volvió a entrar. Todo tomó menos de un minuto, pero fue suficiente para que ampliase mi universo muchos años luz. Por primera vez agradecí que la combi se demore en donde no debía hacerlo. A partir de ahí, siempre esperaba el momento en que la combi pase por ese tramo para ver si los volvía a observar. Y así, lo vi muchas veces, era su nido. Y seguí viéndolos hasta que salí de dicho trabajo y ya no regresé por ese lugar. Tiempo después vi que habían reparado esa cúpula, la habían pintado y enyesado... espero que los gallinazos hayan sabido evadir esos tropiezos. Así pues, los gallinazos anidan en todos lados. Alguna vez he escuchado decir que "nadie sabe donde anidan". Es cierto, nadie lo sabe. Y es que a nadie le importa ya observar esas cosas. Mejor para ellos: los nidos están allí, "visibles solo para aquel que sepa dónde mirar" (como dice la frase final de la película El laberinto del fauno). Casas abandonadas, techos descuidados, cúpulas antiguas, en donde haya un lugar seguro para esconder a sus pichones. Sobre un suntuoso hotel de San Isidro vi caminar unos pichones, y a uno de sus padres vigilando a pocos metros. Los vi luego de ver a Popi Olivera en la calle: vaya coincidencia, ambos tienen una labor importante, limpiar la basura. Al lado de un flamante edificio miraflorino vi otros aprendiendo a volar. En una iglesia que antes fue ermita, vi algunos pichones saltando y aleteando. Y en una céntrica huaca ―o sitio arqueológico― algunos otros también batían sus alas con fuerza, para en un futuro poder volar. Se ve que ellos aprendieron a usar muy bien la ciudad como medio de vida porque, al igual que a nosotros, les ofrece cobijo, alimento y seguridad. Sus primos marinos, antisociales, no se acercan a las ciudades, apenas sobrevuelan pueblos pequeños cuando estos irrumpen en sus queridas playas. Avergonzados por esto ―o bronceados por el sol tal vez― siempre andan con su rostro rojo, y anidan en cuevas, de islas y puntas guaneras, o en cavidades de matorrales cerca de las playas. Son estas cuevas, pero de cemento o madera, las que usan sus primos, nuestros gallinazos negros, en la ciudad. En la Agraria también se ven por decenas, descansando sobre unos ficus y ceibos enormes. Me comentaron que anidaban allí, pero no llegué a ver pichones ni menos nidos. En sus agregaciones se escuchan sus gruñidos y, a veces, unos silbidos graves. Leí que no tienen siringe, por eso es que no cantan, pero yo creo que sí lo hacen, solo que en otra frecuencia. Cantamos los gallinazos la canción de la muerte la de huesos, vísceras y ojos si hay suerte yo quiero ese pastoso intestino yo ese salado riñón a mi dame ese amargo timo y a mi ese grasoso corazón Cantamos los gallinazos la canción de la muerte la de huesos, vísceras y ojos si hay suerte si vemos un animal herido y agotado haremos guardia hasta que la pata haya estirado y si fuerzas saca de su estado maltratado habrá que rematarlo con un buen picoteado Cantamos los gallinazos la canción de la muerte la de huesos, vísceras y ojos si hay suerte ahora con tan pocos animales dando la vuelta apreciamos la basura humana que muy bien apesta que por variada y nutritiva nos hace dormir buena siesta sin que nadie pueda reprocharnos por esta Cantamos los gallinazos la canción de la muerte la de huesos, vísceras y ojos si hay suerte Aquí, paseando en el ascensor etéreo Observando a los hipopótamos en el Parque de Las Leyendas “Comiéndose" a los hipopótamos Esperando turno de vuelo en Miraflores Aprendiendo a volar ¡Vamos a dormir a la Agraria!