La salud mental “revisitada”
Lidia Fernández Rivas
Leticia Flores Flores
María Eugenia Ruiz Velasco Márquez*
Resumen
A partir de la segunda mitad del siglo XX, tuvo lugar una crisis en el campo
de la salud mental que dio lugar a una profunda transformación en diversos
lugares del mundo, y condujo a pensar de forma distinta la manera de
ver y de tratar a la locura. En este artículo insistimos en la importancia
de recuperar una mirada donde la condición subjetiva y social de los
padecimientos psíquicos no sea dejada de lado –tal como ha sucedido
desde el enfoque psiquiátrico-hegemónico– y al mismo tiempo puedan
implementarse acciones para su atención en y con la comunidad. Para ello
insistimos en orientar las intervenciones, a partir de la participación de
amplios sectores sociales, hacia la atención de las necesidades y los derechos
de las personas, más que al tratamiento de una mal llamada “enfermedad
mental”.
Palabras clave: salud mental, comunidad, reformas psiquiátricas, sufrimiento
psíquico, locura, institución.
Abstract
From the second half of the twentieth century, there was a crisis in the field
of Mental Health that led to a profound transformation around the world,
and led to think differently the way people see and treat madness. In this
article we insist on the importance of recovering a look where social and
subjective condition of mental illnesses cannot be left of side –such as it
* Profesoras-investigadoras, Departamento de Educación y Comunicación, UAMXochimilco.
TRAMAS 45 • UAM-X • MÉXICO • 2016 • PP. 113-139
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has happened from the psychiatric-hegemonic approach, while actions at
and with the community must be implemented for a better attention. So
we insist on directing interventions, from the participation of broad sectors
of society, towards addressing the needs and rights of people, rather than
the treatment of a so-called “mental illness”.
Key words: mental health, community, psychiatric reform, mental suffering,
madness, institution.
Introducción
En este trabajo exponemos sintéticamente las modalidades de aten-
ción en el campo de la salud mental, y los retos que esperan a nuestros
futuros profesionales en dicho campo.
Cada momento histórico va marcando un derrotero distinto en la
forma de conceptualizar y entender el dolor y el sufrimiento humano
y va acompañado de aproximaciones filosóficas y epistemológicas para
comprender el sentido de la existencia. La época actual atravesada por
la ideología del neoliberalismo ha modificado nuestros modos de estar
en el mundo, y así puede verse también en el complejo campo de la
salud mental.
La noción de salud mental es polisémica. Suele remitir a la idea de
ausencia de enfermedad, a cierta condición humana donde prevalece
el uso de la razón, al estado de normalidad, o como lo refiere la clásica
definición, al estado completo de bienestar tanto físico, psíquico y social
(Organización Mundial de la Salud –OMS). Cada uno de estos sentidos
se encuentra asociado con ciertos paradigmas, creencias, discursos
y prácticas distintas. Su contrapuesto, la enfermedad, la sinrazón,
la anormalidad serán términos con los que se pretende esclarecer
nociones problemáticas, dado que, como plantea Canguilhem (1986),
la enfermedad no es un asunto que resulta del trabajo de una ciencia
que garantiza su verdad, sino que siempre está ligada con las ideas
y creencias de cada época, con el contexto histórico y social que las
produce.
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Por eso, cuando hablamos de la salud mental es importante considerarla como un campo que comprende la implicación sociohistórica
de esas nociones, como también las respuestas sociales e institucionales
que se producen en consecuencia. Un campo atravesado por múltiples
factores, sociales, institucionales, intersectoriales.
Contamos con interesantes experiencias documentadas por especialistas (Desviat, 2015; Rotteli, 2014; Amarante, 2015; Huertas,
2008, por mencionar los más actuales) que muestran las miradas
que se tienen en torno a las prácticas, las formas de intervención,
las políticas públicas que las sostienen, los discursos que promueve.
Estos autores, siguiendo el imprescindible trabajo de Foucault sobre
el tema (1990), reconocen la importancia de analizar el papel que ha
desempeñado el poder psiquiátrico, así como el lugar que ocupa el
sistema económico, las directrices de instituciones tanto públicas como
privadas, el papel de las empresas farmacéuticas, de los medios, las
condiciones económicas, políticas y sociales en las que el sufrimiento
subjetivo tiene lugar. Asimismo han participado en los movimientos de
reforma desde la década de 1960, con el fin de “alimentar una utopía:
de construir una salud ciudadana, una salud como defensa de la vida”
(Amarante, 2015:9).
El sufrimiento psíquico es un problema que afecta severamente
a muchas personas y requiere necesariamente del apoyo del entorno
en el que viven. Los “trastornos mentales”, como lo señala la OMS,
representan socialmente una de las causas más importantes de discapacidad por el deterioro en la calidad de vida de quienes los padecen.
Constituyen en ese sentido no sólo un problema individual sino, sobre
todo, involucra a la sociedad entera. Se trata de una cuestión de salud
pública de primer orden que, sin embargo, no ha logrado vencer las
múltiples dificultades que su atención implica. Desde el momento
en el que la psiquiatría, como rama de la medicina, se apropió de
su atención,1 el proceso de desubjetivación de los afectados, como
La historia del lugar social que ha ocupado la locura en el mundo occidental es esencial
para comprender el proceso de esta apropiación. Por cuestiones de espacio, referimos al lector
a algunas obras básicas que abordan el tema (Foucault, 1990; Rosen, 1974).
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consecuencia del efecto del internamiento y la exclusión, los ha
condenado al abandono y a la pérdida de esperanza de recuperación.
La mirada que subyace a las prácticas psiquiátricas hegemónicas –
muchas veces apoyada en las neurociencias, desde las cuales se explica
la causa de los padecimientos mentales– ha sido en ese sentido muy
grave, pues la atención al sujeto –a sus necesidades, incluso las más
básicas– se ha descuidado, centrandola más en la enfermedad y su
“cura” que en un abordaje integral, multidisciplinario, psicosocial. El
discurso cientificista en el que se ampara, los argumentos basados en la
biología, la herencia o la genética, otorgan una aparente racionalidad
que deriva en la idea de incurabilidad o incapacidad. El discurso
biomédico tradicional reduce la mirada del padecimiento psíquico a
un diagnóstico, a una nosografía que confina al sujeto a una identidad
estigmatizante, promueve el encierro, el aislamiento y la exclusión en
“instituciones totales” (Goffman, 2004), separadas radicalmente de la
vida social y comunitaria.
Si el padecimiento psíquico se reduce a un mero accidente biológico,
la intervención propuesta implicará omitir consideraciones históricas,
sociales, psíquicas, aun éticas. La ideología cientificista se apoya en
un racionalismo que excluye la complejidad, el pensamiento crítico
o la idea de que los conflictos humanos son multifactoriales. La
mirada derivada del biologismo lleva a prácticas que suelen sumir a
los sujetos en una estigmatización más profunda. El llamado campo
“cientificista” de la salud mental se sostiene con base en juegos de poder
y de control social, además de que promueve abordajes que dejan de
lado la palabra, la historia, la recuperación de algo que la psicosis hace
perder, algo que produce crisis en el sujeto: si el sufrimiento psíquico
es visto como enfermedad, se traduce en un asunto deficitario, como
defecto o accidente biológico donde la dimensión de lo humano queda
excluida inevitablemente.
Al respecto, escribe Galende:
[..] naturalmente, al haber tomado el modelo de la medicina biológica
como referencia, la psiquiatría incorporó también su modelo de causalidad, llevando a los psiquiatras a interminables debates sobre organo-
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génesis versus psicogénesis, enfermedad de origen endógeno versus
exogeneidad, innato versus adquirido (citado por Amarante, 2006:23).
Ello produce un desplazamiento donde la dimensión subjetiva
no es incorporada: la condición sociohistórica es dejada de lado.
Saraceno (1999) sintetiza claramente los tipos de fallas que el modelo
médico-psiquiátrico tradicional generó: de orden ético, pues el hospital
psiquiátrico viola los derechos humanos; de tipo clínico, por los altos
índices de cronificación que genera; de orden institucional, por la
violencia que produce y por las relaciones de poder que pone en juego
y, por último, de tipo económico porque suele ser una opción cara
así como ineficaz.
Tal como sostiene W. Apollon (1997), los trastornos mentales, en
la medida en que están imbricados con los problemas humanos, no
aceptan un abordaje científico sino que requieren un abordaje ético
que tome en cuenta los deseos de los sujetos en su interacción con la
sociedad. Son, dice, las maniobras éticas las que resultan determinantes.
Construcción de nuevas aproximaciones
En las reformas psiquiátricas de países europeos como Francia, España,
Italia e Inglaterra alrededor de la década de 1960, así como en algunos
países latinoamericanos como Brasil y Argentina, y también en Norteamérica y Canadá, aunque con distintos enfoques, se ha insistido en
la desinstitucionalización por los efectos cronificantes que produce en
los usuarios de los servicios tradicionales. Asimismo se han ensayado
formas de tránsito diversas hacia estos procesos –de acuerdo con las
particularidades históricas y sociales de cada región–, de tal manera
que en algunos lugares se dieron transformaciones al interior mismo
de los manicomios, intentando humanizarlos, tratando de cambiar sus
estructuras de poder, implementando la organización de asambleas,
de comunidades terapéuticas, por ejemplo. En otros lugares se crearon
centros de salud comunitarios para atender a quienes requirieran de
algún apoyo; se trató de descentralizar el hospital y diversificar la
atención mediante servicios en la comunidad; en Estados Unidos
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y Canadá, a raíz de un movimiento ciudadano y de ex pacientes
psiquiátricos, se promovió el concepto de recuperación al reivindicar la
posibilidad de restablecimiento e integración social, a partir de procesos
de empoderamiento (Flores, 2012). Estas estrategias, tanto teóricas
como técnicas, han intentado revertir los efectos que la institución
psiquiátrica tradicional produjo. ¿Cómo restituir la condición humana,
los derechos más elementales y atender las necesidades básicas del sujeto
sufriente? La idea de rehabilitación psicosocial, aunque innovadora en
su momento, fue desplazada por propuestas con un sentido ético y
político de mayor envergadura, donde los movimientos de usuarios,
familiares y profesionales de la salud cumplieron un papel fundamental.
La implementación de estas prácticas se ha mostrado insuficiente para
lograr la integración de los sujetos a una vida digna y laboral.
Surgieron propuestas tanto técnicas como teóricas en las que se
reconoce la necesidad de incluir abordajes múltiples, miradas en las
que se recuperan los aspectos psicosociales, subjetivos, culturales,
éticos, así como la participación de sectores sociales más amplios. Estos
nuevos enfoques han trastocado la manera de abordar la problemática,
operando un desplazamiento desde una perspectiva centrada en el
tratamiento de la enfermedad mental, hacia una dirigida a la promoción
de la salud en y con el conjunto de la sociedad. Reto que implica un
cambio de mirada y de objeto: intervenciones en y desde la comunidad,
con un enfoque centrado en los derechos, como lo expresa Bang:
En estos abordajes, resulta necesaria una apertura que incluya lo colectivo,
lo diverso y lo histórico en la lectura de los padecimientos de una época,
que permita aceptar nuevas demandas, trabajar desde las contradicciones
y construir con otros en la heterogeneidad, siendo la protección de
derechos una estrategia fundamental (2014:111).
Es relevante entender al sujeto sufriente sin olvidar que es también
miembro de una comunidad, que los vínculos con la familia y con
los otros en general se considera parte central de los nuevos modos de
promover la salud, además del papel que el Estado tiene de garantizar
sus responsabilidades fundamentales, seguridad social, trabajo, educación, vivienda, entre otros.
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Las prácticas medico-asistenciales y la hegemonía de la medicación
como recurso para la desaparición o control de los síntomas dejan de
lado los factores que abonan al sufrimiento humano. Sin pretender
abandonarnos a una visión que ponga los factores causales del lado de
las determinaciones sociales, se hace necesario prestar atención a las
condiciones de inequidad, violencia social, crisis familiar y desafiliación
que producen mayor vulnerabilidad, dejando librados a su suerte a los
sujetos más desposeídos.
Las condiciones de vida actuales plantean un reto mayor en este
campo, frente a la desvinculación, la fragilidad de garantes sociales, se
produce una mayor vulnerabilidad subjetiva. Aunado a ello, el sistema
actual neoliberal, en el que predominan las leyes del mercado, ha
alterado la producción de subjetividades, la idea de sujeto, la idea de
los espacios y tiempos que habitamos, intentando borrar la memoria y
las acciones de un hombre político comprometido con sus congéneres
en lazos de solidaridad social. Una ilusión de disponibilidad y de
conexión recorre nuestros fantasmas y ordena día a día nuestras formas
de relacionarnos. También se han modificado nuestras filiaciones
generacionales y las pertenencias a grupos divergentes distantes han
roto las barreras de la intimidad, de lo privado y lo público, como
señala Dejours (2013), “el sufrimiento es primero” y estamos solos
frente a una sociedad intervenida por la violencia social.
En esta sociedad líquida (Bauman, 2000) estamos frente al
pasaje de un hombre productor (ideología marxista del trabajo) a
uno consumidor indiscriminado que promueve el goce frente a los
valores de esta sociedad sin límites. Ante esta situación, ¿cómo actuar
colectivamente?, ¿cómo acompañar al prójimo?, ¿cómo implementar
acciones colectivas que detengan esta progresión de la soledad y el
desencanto?
La atención psiquiátrica tradicional parte de una mirada distinta. El
tratamiento, la cura, incluso la rehabilitación psicosocial se encuentran
muy alejados de una visión comunitaria. En realidad toman un sentido
siempre enmarcado en el modelo manicomial. Los fines de la institución
psiquiátrica hegemónica, han sido desde sus orígenes aislar y controlar
a sus usuarios. Por ello insistimos en la importancia de transitar hacia
un proyecto que defienda el trabajo en y con la misma comunidad. No
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basta con traspasar los muros de la institución psiquiátrica para que
el sujeto pueda encontrar en la comunidad una respuesta que atienda
de manera real sus necesidades. Se trata de un reto enorme, dado que
los años transcurridos han mostrado la desertificación de la sociedad
en cuanto a vínculos solidarios y prácticas comunitarias que puedan
acoger a sujetos, privados por el encierro, desligados de las estructuras
sociales que los sostenían y estigmatizados por los efectos de las mismas
prácticas rehabilitadoras.
Cualquier tipo de transformación que considere el sufrimiento
psíquico de los sujetos, no puede dejar de considerar las acciones que
brinden una atención precoz y oportuna del conflicto, la necesidad de
promoción de la salud y el bienestar como objetivo, el acompañamiento
tanto a los afectados como a sus familiares, el apoyo para una rehabilitación oportuna y el seguimiento a partir del trabajo social, así como
una lucha por políticas sanitarias que atiendan a las poblaciones más
desfavorecidas.
Aportes a la atención comunitaria en salud mental
Para pensar las condiciones en el campo de la salud mental en nuestro
país, dirigimos nuestra reflexión hacia las propuestas comunitarias
y colectivas, confrontándolas con las condiciones de atención en la
institución psiquiátrica tradicional hegemónica; nos centramos en
aspectos de la atención pública que consideramos significativos para
pensar dicho campo. De acuerdo con los escritos sobre las reformas
psiquiátricas, la salud mental en la comunidad tiene el sentido de la
construcción de distintas estructuras de servicios, descentralizadas, para
garantizar la atención médica, psicosocial y de trabajo en el contexto
del paciente, con el fin de su integración social.
Las transformaciones en las instituciones de salud mental hacia
lo social y comunitario tuvieron su antecedente en los aportes de la
comunidad terapéutica de Gran Bretaña, la psicoterapia institucional
y la política de sector en Francia, el movimiento anti-institucional
iniciado por Basaglia en Italia y la psiquiatría preventiva en Estados
Unidos de Gerald Caplan.
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Para Maxwell Jones (1966:25) la comunidad terapéutica y el acento
en el aspecto social del manicomio, representó “la extensión de los
conceptos de medicina y psiquiatría que ahora incluyen las ciencias
sociales, y la participación en la responsabilidad del tratamiento y
prevención de un grupo social que se amplía cada vez más, implica
una revaluación de toda organización social de la psiquiatría misma”.
Este autor apunta a la descentralización de los hospitales psiquiátricos,
democratización de las relaciones de trabajo, la necesidad de las
reuniones del equipo, la reducción de camas, las visitas al hogar,
la educación para la salud mental, y la necesidad de modificar la
relación del paciente con los profesionales de la salud promoviendo la
participación activa en las reuniones del equipo. Este proceso culminó
con el Acta de salud mental de 1959.
En Francia, en el hospital Saint Alban, Tosquelles desde 1940
propuso un trabajo de transformación de la institución psiquiátrica
a partir de la psicoterapia institucional, fundamento teórico de la
psiquiatría de sector. Este proceso consolida la presencia del psicoanálisis
en la psiquiatría francesa. Jean Oury, director de la clínica La Borde,
fue uno de los principales exponentes del análisis institucional.
Basaglia, principal representante de la reforma psiquiátrica italiana,
retoma estas experiencias y plantea en Goritzia y luego en Trieste, un
cambio que aparece como una ruptura fundamental, pone en tela
de juicio el internamiento y las técnicas innovadoras de tipo institucional; plantea críticas a las reformas anteriores, como la comunidad
terapéutica que desarrolla cambios sin democratizar las relaciones; a
su lucha contra la exclusión y la violencia institucional le acompaña
el cierre paulatino de los hospitales psiquiátricos y la creación de
unidades de salud mental que los sustituyan. Para Basaglia, el lugar
del trabajo es un factor indispensable para la ruptura entre el adentro
y el afuera de la institución psiquiátrica; considera que el no trabajo
representa sumisión y alienación; por ello, la creación de cooperativas
se convierte en un recurso central de las transformaciones y de gestión
de ciudadanía.
En Principios de psiquiatría preventiva (1966) Gerald Caplan desarrolla los elementos conceptuales de esta nueva orientación en Estados
Unidos, donde integra un campo de conocimientos teóricos y prácticos
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para reducir la incidencia de trastornos mentales en la comunidad en
los tres niveles clásicos de atención.
Se ensaya un modelo de atención a la salud mental que trascienda
la asistencia centrada exclusivamente en el sujeto enfermo, asiento
individual de la patología, para proyectarse a la comunidad, tratando
de producir cambios positivos en las instituciones [...] a fin de modificar
los factores predisponentes de la enfermedad y posibilitar más bienestar
o al menos la información necesaria para ello (Desviat, 1994:77).
Para la intervención preventiva, señala la importancia de la atención
en crisis, concepto construido fundamentalmente a partir de las nociones de adaptación y desadaptación social (Amarante, 2015:56-58). La
crítica que recibió esta concepción fue la aproximación normalizadora
del sujeto a lo establecido.
España se incorpora tardíamente a la reforma psiquiátrica. Después
de consolidada la democracia se promulga en 1986 la Ley general de
sanidad, se reduce al máximo la posibilidad de hospitalización y se
tiende a dar atención a las unidades psiquiátricas de los hospitales
generales. La atención a los problemas de salud mental de la población
fue realizada en el ámbito comunitario. Los objetivos del plan: cierre
del hospital psiquiátrico, que culmina en 1991, y creación de una
red que garantizará todas las prestaciones de recursos intermedios y
residenciales a toda la población (Desviat, 2006).
Entre los recursos intermedios que posibilitan el tránsito del hospital
a la comunidad, se destacan los programas de rehabilitación psicosocial
para favorecer el desarrollo y potenciación de las habilidades del sujeto
y las intervenciones en el contexto para la integración social. Se busca
construir puentes a través de los cuales se produzca una colaboración
inclusiva y de mutuo reconocimiento, que permita el sentido de
pertenencia y aceptación de los demás ciudadanos. Estos programas
se complementan con el soporte social. Potencian las asociaciones de
familiares y usuarios y la participación del voluntariado, con el objeto
de complementar las tareas de rehabilitación y de reinserción social
en el contexto cultural del sujeto.
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Las reformas que se llevan a cabo en países de América Latina tienen
como inspiración los cambios que tuvieron lugar en los países europeos
a partir del término de la segunda guerra mundial; las transiciones
en estos países hacia servicios integrales y comunitarios, al igual que
en los países desarrollados, han sido posibles en contextos históricopolíticos democratizadores. Con la Declaración de Caracas en 1990,
para la reestructuración de la institución psiquiátrica, promovida
por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se propuso el
compromiso de los países de la región para una reorientación de los
servicios psiquiátricos hacia una “atención comunitaria descentralizada,
participativa e integral” (OPS/OMS, 1991), procesos que ya habían
iniciado en algunos países, como fue la pionera experiencia de Río
Negro, Argentina (1990) y el proceso de salud mental colectiva en Brasil.
La reforma psiquiátrica brasileña constituye una de las experiencias
más destacadas hasta hoy en América Latina. El sistema de salud
mental, integrado al sistema único de salud, fue el resultado de un
proceso de participación de todos los actores involucrados, así como
de gran movilización social; su fuerza transformadora parte de una
estructura democrática, que tiene su más significativa representación
en la Conferencia Nacional de Salud.
A partir de 1988, tras el fin de la dictadura, se reinicia el proceso
de democratización y construcción social de las políticas de salud,
con una organización participativa que se expresa en los Consejos y
Conferencias (Amarante, 2015:8). Después de años de debate, en 2001
se promulgó la Ley conocida como Ley de la Reforma Psiquiátrica
Brasileña.2
Inspirada en la obra de Basaglia, la posición de la reforma frente
a los manicomios es radical. Se proponen devolver a la comunidad
la responsabilidad de la locura y transformar el lugar que la persona
con sufrimiento mental tiene en la sociedad. El proceso de reducción
de camas del hospital psiquiátrico y la puesta en cuestión de la
medicación, camina en paralelo a la construcción de los centros de
2
Ley 10.216 del 6 de abril de 2001 y leyes provinciales de reforma psiquiátrica.
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atención psicosocial (CAPS), considerados una de las más acertadas
creaciones de la reforma brasileña. Estructuras flexibles que integran o
coordinan múltiples servicios sociales y de la red de atención en salud
mental: hospital de día, talleres terapéuticos, redes en la comunidad,
la participación de profesionales de distintos campos, “asociaciones
civiles, entidades comerciales solidarias, que participan en la invención
de estrategias de atención psicosocial” (Amarante, 2015:90).
Las experiencias aquí presentadas han mostrado que el cambio
de dispositivos y de estructuras de atención también modificaron las
necesidades de los sujetos antes atendidos en los grandes hospitales
psiquiátricos.
Franco Rotelli, siguiendo la ideología planteada por Basaglia,
desarrolló estrategias para las transiciones de otros países. En su libro
Vivir sin manicomios. La experiencia de Trieste (2014) establece los
principios fundamentales de la organización de los servicios: un cambio
de foco hacia el enfermo y sus necesidades y no hacia la enfermedad y el
diagnóstico, lo que implica un desplazamiento de la atención individual
a lo colectivo, utilizando los recursos del sujeto, de la familia y de la
comunidad; la desmitificación de los conceptos de peligrosidad y los
prejuicios e imagen social de la enfermedad; la colaboración de los no
profesionales en el trabajo de equipo; la importancia de dar atención a
los sujetos en su territorio. Subraya el valor terapéutico de las prácticas
en el trabajo comunitario rico en contenidos de solidaridad; la atención
a los derechos y las normas judiciales en relación con los pacientes;
la activación de políticas sociales que se dirijan a las necesidades de
los sujetos vulnerables; la formación profesional con este enfoque y la
articulación en instancias administrativas y territoriales que permitan
una nueva organización de los servicios.
El campo de la salud mental
y la institución psiquiátrica en México
El vacío en nuestro país de estructuras fuera de los grandes hospitales
para la atención psicosocial es un síntoma significativo del rechazo
hacia las propuestas de la OMS para la atención comunitaria en salud
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mental que fueron adoptadas exitosamente en otros países donde se ha
destacado la recuperación de la ciudadanía que había sido sustraída a
los pacientes como consecuencia del diagnóstico y de las condiciones
de atención.
La hegemonía psiquiátrica, desde su reduccionismo biológico, ha
homogeneizado los ámbitos de comprensión y de trabajo presentes en
las instituciones, obturando un pensamiento que posibilite el desarrollo
de condiciones que favorezcan los procesos de subjetivación.
En el caso de nuestro país, a partir del cierre en 1968 del Manicomio
General de la Ciudad de México (La Castañeda), las grandes iniciativas
del Estado mexicano dirigidas a la atención de los enfermos mentales
se edificaron con objetivos contrarios a la transformación de los
servicios de salud mental en la comunidad. Con la llamada “Operación
Castañeda” se generó un oneroso sistema de hospitales granja y dos
hospitales psiquiátricos, el Fray Bernardino Álvarez para pacientes
agudos y un psiquiátrico infantil, Dr. Juan N. Navarro (primero en
América Latina).
Los hospitales granja o colonias agrícolas, ubicados fuera de la
ciudad, fueron “destinados a los pacientes incurables, con el fin de que
pudieran vivir el resto de sus días bajo un régimen de mayor libertad, sin
rejas ni calabozos, en contacto con la naturaleza y realizando un trabajo”
(Sacristán, 2005). Sin embargo, pronto estos espacios reprodujeron
las condiciones de encierro y abandono que se observan hasta hoy.
En la década de 1970, en México circulaban las propuestas de la
OPS/OMS para la creación de los servicios comunitarios, la prevención y
promoción de la salud mental; también la propuesta de una transición
de la atención psiquiátrica de los hospitales hacia la comunidad. El
pensamiento crítico de los representantes de los movimientos mal
llamados “antipsiquiátricos” (Laing, Basaglia, Szasz, entre otros)
recibieron la adhesión de muchos profesionales de la época. Se
generaron algunas experiencias comunitarias y modelos “piloto” que
pronto desaparecieron. Los recursos profesionales y de investigación
se centraron en el proyecto del Instituto Mexicano de Psiquiatría,3
3
Actualmente Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz.
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creado en 1979, afiliado a los lineamientos de la Asociación Psiquiátrica
Americana (APA, creadora del DSM),4 centro de investigación y de
validación de la psiquiatría como ciencia, así como de la consolidación
de un sistema hegemónico biologicista para la atención en salud
mental.5 A este paradigma se adhirieron oficialmente los principales
hospitales psiquiátricos de la Ciudad de México.
Entre algunas experiencias de psiquiatría comunitaria se destaca
el “Centro de Salud Mental Comunitaria San Rafael” (1974-1988),
organizado por el doctor Guillermo Calderón Narváez y sostenido
por una orden religiosa; este lugar convocó el apoyo de diversos
centros de salud, universidades, profesionales y grupos de voluntarios;
estableció redes con otras instituciones de salud y realizó programas
de prevención en escuelas; un centro de atención gratuito y abierto a
la población (Calderón, 2008:135-140). Recientemente se cerraron
también las puertas de la Clínica San Rafael que apoyó y sostuvo el
centro comunitario.
Una breve pero significativa experiencia comunitaria, en la misma
década, fue el Proyecto Santa Úrsula (1977), perteneciente a la Secretaría de Salubridad y Asistencia (ahora Secretaría de Salud), donde
implementaron actividades de prevención y promoción en salud
mental. Entre los obstáculos que se presentaron según Marcela Blum,
directora del proyecto, fue la deficiente formación en ciencias sociales
de los equipos psiquiátricos y la carencia de metodología para trabajar
con la comunidad (Blum, 1978). Dejó de funcionar en 1978.
En 1988, el gobierno de la ciudad, a través de la Secretaría de Desarrollo Social, inicia un proyecto de trabajo comunitario para la Ciudad
Siglas en inglés del Manual diagnóstico y estadístico de las enfermedades mentales.
Instrumento seriamente cuestionado por su inoperancia y sus consecuencias. Se le critica
porque en el manual no hay ninguna elaboración teórica ni epistemológica.
5
Como lo señala el propio Ramón de la Fuente (1984:154), se privilegiaron como campos
de estudio la neurofisiología, la neurobioquímica, la neuroendocrinología, farmacología y la
imagenología, entre otros. “[...] la sinapsis es, hoy en día el foco de interés principal [...] la
identificación de nuevos transmisores y receptores, y el establecimiento de sus mecanismos
de acción a nivel molecular” (De la Fuente, 1997:10).
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de México llamado Red de Servicios Comunitarios Integrados (Secoi).
En la propuesta general destaca la aparición de nuevas vulnerabilidades
sociales, la necesidad de abordajes comunitarios y la insuficiencia de
la atención psiquiátrica centrada en la enfermedad descuidando los
factores psicosociales (Sedesol, 1988). Esta iniciativa que intentaba
promover la salud colectiva y los vínculos interinstitucionales, dio
cuenta de la disponibilidad y respuesta de las instituciones y organizaciones para colaborar en este campo. Sin embargo, a pesar de la
voluntad política mostrada, los obstáculos presentados llevaron a la
interrupción de la experiencia.
En relación con el Modelo Hidalgo, tuvo su origen en el hospital
Ocaranza, situado en el Estado de Hidalgo. Albergó a los enfermos más
crónicos y desnutridos de La Castañeda (Calderón, 2008:114). En el
año 2000, después de la incidencia de activistas mexicanos, la Secretaría
de Salud gestionó la evaluación de un equipo interdisciplinario que,
dadas las condiciones de las instalaciones, recomendó la sustitución
del hospital por casas en la comunidad y un pabellón para pacientes
agudos en el Hospital General de Hidalgo. Habilitaron algunas casas
en la comunidad y las Villas Ocaranza en terrenos del hospital.
En la actualidad, el Modelo Hidalgo es impulsado a nivel nacional y
reproducido en los hospitales psiquiátricos de los estados del país pero
sin generar las transformaciones necesarias que posibiliten la integración
de los sujetos a la comunidad. De acuerdo con las observaciones de
organismos de derechos humanos y ciudadanos, Disability Rights
International y la Comisión Mexicana para la Defensa y Promoción de
los Derechos Humanos (2010:45), el Modelo Hidalgo es “simplemente
una versión más humana de la vida segregada en la institución”. El
Modelo Hidalgo es un ejemplo de las limitaciones de un programa que
no contempla un trabajo comunitario con la participación de todos
los actores comprometidos en estas transformaciones y la formación
profesional indispensable para apoyar estos cambios.
En el 2000, la Secretaría de Salud crea los Centros de Salud Mental
Comunitaria (Cecosam), que representan un avance al llevar la atención fuera de los hospitales y trabajar en red con la infraestructura
de servicios existentes. Sin embargo, se centran en las intervenciones
psicoterapéuticas y farmacológicas y carecen de estructuras psicosociales.
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Es importante señalar que los recursos de salud mental se aplican
en su mayoría a sostener la infraestructura psiquiátrica actual; debido
a las normas vigentes que permiten sólo una estadía corta en estas
instituciones, asistimos al abandono por parte del Estado que ha
dejado a la población civil y a la familia sin apoyo para hacerse cargo
de los padecimientos psiquiátricos por falta de estructuras para la
continuidad de cuidados.6
Es importante destacar que la población, para atender sus malestares, circula por tratamientos alternativos y tradicionales, a la vez
que hace uso de los servicios médicos públicos y privados. En el
campo de la salud mental esta situación es aún más significativa7 ya
que la racionalidad diagnóstica imperante, estigmatizante y alejada
de una comprensión más integral sobre el sufrimiento –aunado a
tratamientos casi exclusivamente farmacológicos y la falta de servicios
cercanos al contexto cotidiano–, han contribuido a que la población
en busca de cura acuda a los servicios “psi” después de transitar por
formas de atención donde le ofrecen una respuesta más cercana a
sus representaciones del mundo.8 Así lo demuestra la investigación
“Atención de pacientes pobres con trastornos afectivos de la Ciudad
de México” (Berenzon y Júarez, 2005:625). Se observó que la mayoría
de los casos atendidos en servicios formales de medicina general o de
salud mental concluyen cada vez con mayor frecuencia en el uso de los
6
En el rubro de las adicciones, el vacío del Estado es más severo. De acuerdo con la
información estadística que publica el Instituto para la Atención y Prevención de las Adicciones
en la Ciudad de México, más del 90% de la atención es otorgada por las organizaciones de
la sociedad civil y sólo 2% por instancias públicas que reportan una severa insuficiencia de
infraestructura para tratamiento profesionalizado, así como de lugares residenciales.
7
De acuerdo con las cifras oficiales, 5% de quienes padecen un trastorno mental
demandan atención, transcurren en promedio siete años para que acudan a un profesional
(Campillo, 2009:1).
8
E. Menéndez (1988) se refiere a estas respuestas de la población ante los malestares que
los aqueja como autoatención complementaria. En relación con los modelos tradicionales,
Zolla (2005:31) plantea que algunos malestares constituyen síndromes de filiación cultural
(por ej. mal de ojo, susto o espanto) que apelan a procesos de eficacia simbólica (se puede
consultar el Diccionario enciclopédico de la medicina tradicional mexicana, UNAM).
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recursos proporcionados por las medicinas alternativas o la medicina
tradicional.
Las prácticas en salud mental colectiva, escasas en nuestro país, a
diferencia del modelo médico hegemónico,9 parten de la inclusión
de los recursos culturales y comunitarios para una labor conjunta
y complementaria; promueven la articulación horizontal entre los
diferentes saberes y experiencias. En México, la tradición cultural
comunitaria, con sus mitos, rituales y creencias, representa un contexto
favorable para tender puentes hacia las prácticas participativas y
solidarias que, como lo han mostrado las experiencias en salud mental,
son indispensables para sostener la atención en la comunidad de las
personas con sufrimiento mental.
Obstáculos en el camino
En este apartado se señalan algunos puntos nodales en los intentos de
repensar nuestras prácticas tratando de remontar los obstáculos que
estas acciones suponen.
En este recorrido nos hemos apropiado de los análisis filosóficos de
Foucault en torno a las instituciones y su lugar punitivo y de encierro
como dispositivo biopolítico de control y ejercicio de dominación.
También hemos tomado en cuenta la importancia que otorga el autor
al surgimiento de las disciplinas del campo “psi” y de la psiquiatría
y sus efectos en la caracterización del malestar como enfermedad
mental que dejó atrás el viejo concepto de locura. Producto de estas
reflexiones y del enfoque biologista de la psiquiatría hegemónica, ligada
de modo inamovible a la problemática del síntoma y el acallamiento
del delirio, surgen las críticas al hospital psiquiátrico y las acciones
dirigidas a entender la condición humana, más ligada a los trastornos
de la sociedad contemporánea y a la inequidad imperante. Todavía
9
Promueve la eficacia pragmática, la relación asimétrica y autoritaria, la participación
subordinada y pasiva del paciente, así como la exclusión de su conocimiento (Menéndez,
1988).
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hoy podemos observar en nuestros hospitales y centros de atención
de diversas características, los estragos del encierro, la cronificación, la
desafiliación, acompañadas de un nivel de aislamiento y de desvinculación. Las intervenciones, no ausentes de buenas intenciones, y los
esfuerzos perseverantes por parte de los profesionales de la salud,
no cuentan a veces con la infraestructura necesaria y los recursos
indispensables para la atención de los usuarios. El presupuesto para
la salud mental, aspecto crucial que atraviesa las intervenciones, es
insuficiente y además está centrado en las estructuras hospitalarias.
Pero tal vez el problema crucial de las prácticas en salud mental
es que entienden el trastorno mental desde un modelo biologista
hegemónico.
Podríamos decir que la lógica manicomial en México goza aún
de buena salud. Bastan las palabras vertidas en un texto reciente del
doctor Juan Ramón de la Fuente y Gerhard Heinze:
La gran expectativa sigue siendo la posibilidad de actuar sobre la mente
a través del cerebro mediante sustancias que tengan acciones específicas
sobre el pensamiento, la memoria, el afecto, la sexualidad, el apetito,
etcétera, y de influir en forma selectiva y radicalmente nueva sobre
la conducta, los estados de conciencia, el humor y la memoria. Esta
posibilidad aumenta conforme avanzan los conocimientos sobre las bases
moleculares de las funciones mentales ( 2014:530).
Agregan los autores que no hay duda de que la psiquiatría se
ha convertido en una disciplina cada vez menos especulativa y
más experimental. Coincidimos con ellos en que los “avances” en
la psiquiatría, si así pueden ser catalogados, son consecuencia del
desarrollo de las neurociencias que se centran en el estudio de las bases
biológicas de los trastornos mentales, dejando de lado la complejidad
de los factores psicosociales que inciden en la producción de estos
trastornos. En el campo de la salud mental, a partir de las reformas, se
habla actualmente de salud colectiva para indicar así la necesidad de
tomar en cuenta los condicionamientos sociales y comunitarios que
producen malestar, desvinculación e indigencia.
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Desde la década de 1960, en países europeos y, más recientemente,
en América Latina, se han implementado cambios que rescatan la
centralidad de la salud colectiva y el trabajo comunitario. Con la
Declaración de Caracas (1990), que orientó las reformas en América
Latina, los profesionales pertene-cientes a organismos internacionales
de salud han visitado México y desarrollado cursos de formación y
asesorías a nuestro país. Sin embargo, estos cambios no han tenido el
lugar deseable, por el contrario, la atención se ha centralizado en los
hospitales psiquiátricos que responden a prácticas donde predomina
la medicalización y el asistencialismo. El hospital psiquiátrico en la
Ciudad de México ha reducido el tiempo de internación de los usuarios
pero se enfrenta a la dificultad de los pacientes sin familia, crónicos,
sin autonomía y los deriva a centros de la Secretaría de Desarrollo
Social, creados para indigentes y que por lo tanto no cuentan con la
infraestructura y los profesionales especializados necesarios para la
atención de los usuarios. Esta situación nos habla de una necesaria
revisión de las estrategias de atención a la salud y una modificación de
los servicios y de la ideología psiquiátrica que las acompaña.
Uno de los obstáculos que observamos es la centralización de los
servicios en instituciones psiquiátricas, que alejan a los sujetos de sus
comunidades y de su familia. Llegan a estas instituciones pacientes
de diversos rincones de la República. Pensamos que los hospitales
generales pueden atender y escuchar las dificultades que se presentan
a veces como episodios críticos, pero no siempre severos, que pueden
resolverse sin internación o intervención medicamentosa. Para ello
es necesario una transformación en la formación de todos los profesionales de la salud, psicólogos, trabajadores sociales, enfermeras, pero
fundamentalmente supone una comprensión clara de los factores
sociales que rodean la eclosión de la enfermedad mental. La incorporación de los factores subjetivos, afectivos y familiares que producen
la aparición de gran parte de los sufrimientos y trastornos de los sujetos
es también fundamental.
Contando con un equipo de trabajo, los hospitales generales u otros
centros de salud pueden escuchar y evaluar las crisis que se presentan,
evitando el aislamiento y el desarrollo de la “carrera moral del enfermo
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mental”, al entrar en las instituciones psiquiátricas, como lo señala
Goffman (2004).
Las reformas psiquiátricas desarrolladas en otros países han incorporado en sus cambios estrategias de promoción de la salud y prevención
atendiendo precozmente a los factores que pueden incidir centralmente
en el desencadenamiento de un trastorno severo. Factores como el
desempleo, la violencia social, los miedos frente a la inseguridad, el
maltrato infantil, son elementos recurrentes en la historia clínica de
estos sujetos que han permanecido durante años sin escucha y sin lazos
sociales que los contengan.
Estas formas de intervención requieren también de una comprensión
de la especificidad y las capacidades de cada uno de los profesionales,
rescatando la horizontalidad en los vínculos y desterrando la clásica
jerarquización de los psiquiatras como conductores absolutos de la
relación con el paciente y sus dolencias. Cambio concomitante con la
idea de que el síntoma es el punto central a atender y descuidando los
factores subjetivos singulares y colectivos.
Otro aspecto que han implementado las grandes reformas psiquiátricas en su descentralización institucional, y con escasa presencia
en la sociedad mexicana, es la creación de estructuras intermedias,
como centros de día, talleres protegidos, residencias supervisadas por
profesionales, etcétera. El auxilio de las agrupaciones de la sociedad
civil, como las asociaciones de familiares, de pacientes, el apoyo en
organizaciones de derechos humanos, para los aspectos jurídicos y el
respeto a la ciudadanía han tenido también una presencia relevante
para el cambio.
Es necesario pues repensar estas prácticas e insistir en la necesidad
de una participación activa de los miembros de la comunidad, para
establecer una evaluación de la situación y crear nuevas estrategias de
intervención en las que aparezcan como los actores principales de las
mismas.
Otro obstáculo que atraviesa a la sociedad mexicana y produce
efectos devastadores en las personas con trastornos mentales, por las
consecuencias de marginalidad que generan, es la estigmatización;
todavía seguimos arrastrando fantasmas arcaicos sobre la peligrosidad
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del enfermo mental que orienta prácticas represoras y de control
injustificadas en la mayoría de los casos.
Encuentros y alternativas
¿Frente a esta situación, a quién dirigirnos, qué rumbo es más conveniente para nuestras intervenciones?
Se hace necesario reposicionarnos y observar estas condiciones
sociales, junto a las prácticas desubjetivantes de la medicina y también
de otros profesionales de la salud. Para ello hay que atender también a
las demandas y llamados de los usuarios en sus momentos de crisis y
conflicto. En este sentido coincidimos con algunos modelos imperantes
en las prácticas de atención al enfermo mental, como un proceso que
vuelve su mirada hacia los recursos comunitarios ya existentes, hacia
el auxilio de las familias y las redes comunitarias de atención, en
contraposición a la visión del encierro y el aislamiento. La atención
primaria a la salud, campo de la prevención y la promoción, es un reto
que tiene que guiar las acciones, considerando además el trastorno
social que afecta a nuestra sociedad hoy en día: inseguridad, miedos,
delincuencia, violencia social, entre otros. Las asociaciones de usuarios,
familiares, voluntariados y otras estructuras existentes o por crearse en
la comunidad, son fundamentales y pueden contribuir constituyéndose
en redes que pueden establecer puentes entre las instituciones y los
usuarios. No hay que olvidar las tradiciones ancestrales de nuestra
cultura en relación con este tema de las organizaciones comunitarias
y las formas solidarias de interacción.
La propuesta es incidir sobre los malestares de los sujetos a partir
de una preocupación sobre la salud colectiva. Consideramos que las
comunidades, los sujetos y las instituciones conservan potencialidades
que es necesario capitalizar para acciones que conduzcan a una
transformación social de las condiciones de vida. Como lo señalamos
en nuestro punto de partida, no entendemos la salud mental como
contrapuesta a la enfermedad, sino que pensamos que ésta depende de
cómo se ponen en juego los recursos del sujeto ante las circunstancias
de la vida (Ulloa, 2003).
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La salud tiene que ver con una ética de la responsabilidad, del
sujeto hacia sí mismo y hacia los otros que comparten su convivencia
cotidiana. Supone desde la perspectiva de la subjetividad una defensa
del deseo y la existencia de vida del sujeto, y el respeto por el deseo de
los otros. Conlleva acciones necesarias para la consecución de este fin
que se asocian a un cambio de sentido de la vida personal y colectiva
más satisfactoria. Este sentido lo articulamos con la idea de solidaridad
en los vínculos, participación y cooperación que tienen como horizonte
otro devenir histórico. El problema de la locura no es algo que tenga
que asignarse exclusivamente a sujetos que presentan una crisis, todos
estamos atravesados por la irracionalidad en diversas circunstancias,
porque la locura es un rasgo de la condición humana. El enfermo,
señala Basaglia, “no es solamente un enfermo, sino un hombre con
todas sus necesidades” (2008:30).
La convivencia social y los conflictos y frustraciones de los sujetos
tienen relación con la dimensión institucional donde se juegan aspectos
organizativos, tanto normativos como imaginarios que dan sentido a
la colectividad.
En los intentos de pensar nuevas estrategias para la atención de la
salud colectiva se pueden mencionar, por ejemplo, las radios implementadas por enfermos mentales. Éstas contribuyen a crear un espacio
de expresión para las personas que habitualmente son privadas de la
escucha y que ofrece, simultáneamente, reconocimiento y creación
de nuevas identidades, generando redes entre los participantes, otras
instituciones y los radioescuchas. En este sentido, el trabajo con
redes es fundamental, pues inician un proceso de tránsito entre el
adentro y el afuera, entre la razón y la sinrazón, entre la locura y la
normalidad. También es importante pensar y actuar rescatando las
potencialidades creativas de los sujetos a partir de distintas formas
de expresión que incluyan talleres artísticos, actividades culturales,
deportivas o de formación para el trabajo, que permitan una mejor
inclusión en la vida comunitaria y social. Las prácticas terapéuticas
han sido tradicionalmente las más señaladas para el apoyo, desde la
perspectiva de la subjetividad, tanto a nivel individual como grupal.
Pero es fundamental pensar otras formas de acción que promuevan
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una participación para favorecer la construcción de lazos solidarios y
participativos en el seno de las instituciones y comunidades.
Los programas de derechos humanos y de lucha por la ciudadanía
son factores que siempre están presentes en estas transformaciones, ya
que se articulan con problemas fundamentales como el trabajo y el
sentido de pertenencia a una vida productiva.
El giro supone un rescate de los recursos de los sujetos en cualquier
forma de expresión donde el actor pueda expresar su deseo y sus afectos,
que contribuya a integrarlo a partir de un reconocimiento social.
Estas actividades comunitarias no suponen un abandono de la
subjetividad singular. Atención, acompañamiento, conocimiento de
la historia, son aspectos fundamentales que evitan las improcedentes
intervenciones generalizantes, como las que a veces se han puesto en
marcha cuando se desarrollan programas comunitarios sin la escucha necesaria y la participación de los miembros implicados; estos
programas son elaborados desde la concepción bien intencionada de los
“expertos” pero han estado en ocasiones atravesados por los discursos
psiquiátricos y epidemiológicos comprometidos con las miradas del
modelo hegemónico dominante. Ello supone también abandonar
la idea del diagnóstico sustentado en las directrices del DSM, ya que
promueve el encasillamiento de los sujetos a una identidad cerrada
que abona a la exclusión social.
Estas propuestas implican una tarea interdisciplinaria en equipos,
sin perder sus objetivos y especificidades, que confluya en la autonomía,
reconocimiento, inclusión social y recuperación de la palabra de los
sujetos sufrientes. Implica una escucha a nuevas significaciones y
formas de expresión, respeto de los llamados síntomas positivos de la
enfermedad mental, los delirios y las alucinaciones. Apoyo a las familias
y acompañamiento a las personas más vulnerables en los momentos
de crisis.
La formación de los médicos es un plano fundamental, pero
también un cambio en la conciencia social en torno a los factores que
producen el trastorno mental y una comprensión de cómo las tramas
sociales y familiares afectan de igual modo a todo el tejido social. Es
necesario combatir las falsas polarizaciones entre el sujeto normal y el
enfermo mental. La locura y la irracionalidad nos habita a todos, una
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visión equívoca del encierro, del adentro y del afuera invade nuestros
fantasmas cotidianos. Es necesaria una lucha por políticas sanitarias
que atiendan a las poblaciones más desfavorecidas.
La asociación entre locura, pobreza e indigencia alcanza su máxima
visibilidad en las instituciones de encierro.
Es en las escuelas donde se presentan las mayores dificultades:
drogas, automutilaciones, intentos de suicidio, violencia escolar, y
también los efectos de prácticas medicalizantes en los niños por parte
de profesionales que, sin entender la psicología del niño, se aferran a
equívocos diagnósticos precoces que marcan un destino poco alentador
para los sujetos.
Desde estos posicionamientos, tratamos de entender el papel de
la universidad como institución articuladora entre el pensamiento, el
conocimiento y la acción en las prácticas de salud, fundamentalmente
en el campo de la medicina y la psicología, pero también en enfermería
y trabajo social. La tarea parece inalcanzable, pero es necesario iniciarla,
desde donde sea posible, aun desde lo más pequeño, en cada oscuro
lugar donde nos toque actuar dado que las condiciones estructurales
navegan en contra de una transformación y reforma integral.
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