ARTÍCULOS
Lucila Svampa
Digresiones sobre el concepto de historia en Hannah Arendt
Esteban Andrés García
Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido
en la fenomenología de M. Merleau-Ponty
Hinna Khaan
Nothingness and Paraconsistent Logic
DOSSIER
MOSES MENDELSSOHN
“Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar?”
Pablo Dreizik
Presentación
Pablo Facundo Ríos Flores
Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría inescindible
de la ilustración
Alejandro Lumerman
El vínculo entre cultura e ilustración en Moses Mendelssohn
Alan Kremenchutzky
Moses Mendelssohn y el escritor hebreo anónimo
REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
En este número:
REVISTA
LATINOAMERICANA
de FILOSOFÍA
Centro de
Investigaciones
Filosóficas
Buenos Aires
Argentina
Leonel Serratore
Moses Mendelssohn y Gotthold Ephraim Lessing:
una polémica en torno a los límites del progreso de la ilustración
Vol. 50
Nº1
Otoño 2024
Pablo Dreizik
Moses Mendelssohn y los peligros de la felicidad nacional
Eduardo Rivera López
Ernesto Garzón Valdés (1927-2023)
Vol. 50 l Nº1 l Otoño 2024
CRÓNICAS
ISSN 0325-0725
e-ISSN 1852-7353
REVISTA
LATINOAMERICANA
de FILOSOFÍA
Vol. 50
Nº1
Otoño 2024
COMITÉ EDITORIAL
Editora general: Rosa Belvedresi l UNLP
l CONICET
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Secretario de redacción: Juan M. Melone l UBA
l CONICET
COMITÉ ASESOR
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Francesco Fronterotta l Ernesto Garzón Valdés l Cristina Lafont
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Eleonora Orlando l Carlos Pereda l Paul Rateau l Concha Roldán Panadero
Plínio Junqueira Smith l Ernesto Sosa l Daniela Taormina
Carlos Thiebaut l Margarita Valdés
L
a Revista Latinoamericana de Filosofía aspira a que en ella colaboren todos aquellos
estudiosos que quieran exponer ante sus colegas y el público en general el resultado
de sus investigaciones dentro del ámbito de temas relacionados con la filosofía. Quiere
ser, por lo pronto, una publicación abierta a todas las corrientes, ideas y tendencias filosóficas; su única condición previa es la de que los conceptos sean elaborados con rigor
y expresados mediante una argumentación racional, esto es, que apele a la razón como
última instancia universalmente válida. Tanto como las tesis expuestas, interesan, pues, las
razones que las sustentan. La Revista Latinoamericana de Filosofía da la bienvenida a toda
colaboración que admita este punto de partida general.
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La Revista Latinoamericana de Filosofía es una revista de acceso abierto que se publica los meses
de mayo y noviembre de cada año. Director Responsable: Oscar Esquisabel, Presidente del Centro de
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ISSN 0325-0725
e-ISSN 1852-7353
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Corrección y armado: Marina Pérez
Otoño 2024
REVISTA
LATINOAMERICANA
de FILOSOFÍA
SUMARIO
A RTÍCU LOS
LUCILA SVAMPA
Digresiones sobre el concepto de historia en Hannah Arendt _ 7
ESTEBAN ANDRÉS GARCÍA
Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido en la fenomenología de M.
Merleau-Ponty _ 25
HINNA KHAAN
Nothingness and Paraconsistent Logic _ 51
DOSSIER Moses Mendelssohn. “Acerca de la pregunta:
¿Qué significa ilustrar?”
PABLO DREIZIK
Presentación _ 63
PABLO FACUNDO RÍOS FLORES
Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría inescindible de la ilustración _ 67
ALEJANDRO LUMERMAN
El vínculo entre cultura e ilustración en Moses Mendelssohn _ 93
ALAN KREMENCHUTZKY
Moses Mendelssohn y el escritor hebreo anónimo _ 113
LEONEL SERRATORE
Moses Mendelssohn y Gotthold Ephraim Lessing: una polémica en torno a los límites del
progreso de la ilustración _ 135
PABLO DREIZIK
Moses Mendelssohn y los peligros de la felicidad nacional _ 155
REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
Vol. 50 Nº1 l Otoño 2024
CRÓN ICAS
EDUARDO RIVERA LÓPEZ
Ernesto Garzón Valdés (1927-2023) _ 175
COM E N TA R IOS BI BL IOGR Á F ICOS
JOHANNES ROHBECK
Moderne Aufklärung: Erkenntnisse für die Krise der Gegenwart (D. Brauer) _ 181
GRISELDA GAIADA
La metafísica de Leibniz por Heinrich Schepers: cinco ensayos de iniciación (R.
Fazio) _ 184
COLABORADORES
PABLO DREIZIK es director de la Cátedra Libre de Estudios Judíos Moses
Mendelssohn en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y
docente en las cátedras de Gnoseología y Problemas Especiales de Gnoseología en esa
misma facultad. Ha publicado libros y trabajos en revistas especializadas, nacionales e
internacionales, sobre el pensamiento de Leo Strauss, Ernst Cassirer, Emmanuel Levinas,
Moses Mendelssohn, entre otros.
[email protected]
ESTEBAN A. GARCÍA es Profesor Titular Regular de Gnoseología en la Universidad de Buenos Aires e investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Es doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos
Aires y realizó estudios de posgrado en el University College London. Es autor de libros
y numerosos artículos en las áreas de fenomenología, filosofía moderna y filosofía francesa
contemporánea.
[email protected]
HINNA KHAAN es investigadora independiente con formación en filosofía,
lógica y matemática, disciplinas en las que cuenta con experiencia editorial y docente. Sus
áreas de interés son la fenomenología y la lógica en Husserl, Heidegger y el hinduismo.
[email protected]
ALAN MARTÍN KREMENCHUTZKY es profesor de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y miembro de la Cátedra Libre de Estudios Judíos Moses Mendelssohn en la Facultad de Filosofía y Letras de esa misma universidad. Se desempeña
como docente en nivel universitario, terciario y secundario. Sus temas de investigación
se centran en la filosofía judía, fundamentalmente moderna y contemporánea, en particular sobre problemáticas éticas y políticas, temas sobre los que ha publicado en distintas
revistas especializadas.
[email protected]
ALEJANDRO LUMERMAN es profesor de Filosofía por la Universidad de
Buenos Aires, miembro de la Cátedra Libre de Estudios Judíos Moses Mendelssohn en
la Facultad de Filosofía y Letras de esa misma universidad y Profesor Titular de Filosofía
en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
Asimismo, integra el Comité Editorial de la revista Ideas. Sus temas de investigación se
centran en el pensamiento judío moderno y contemporáneo de autores como Mendelssohn, Cassirer y Levinas, sobre los que ha publicado libros y artículos en revistas especializadas.
[email protected]
PABLO FACUNDO RÍOS FLORES es doctor en Filosofía por la Universidad
de Buenos Aires, miembro del equipo de la Cátedra Libre de Estudios Judíos Moses
Mendelssohn de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma universidad e investigador
asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Ha publicado
trabajos en revistas especializadas, nacionales e internacionales, sobre el pensamiento de
Ernst Cassirer, Emmanuel Levinas, Moses Mendelssohn, entre otros. pablofacundorios@
gmail.com
l 5
LEONEL SERRATORE es miembro de la Cátedra Libre de Estudios Judíos
Moses Mendelssohn en la Universidad de Buenos Aires y profesor a cargo del seminario
de extensión “Mito y modernidad en el pensamiento judío: entre pervivencia y superación” en esa misma facultad. Asimismo, se desempeña como investigador asesor del
proyecto UBACyT “Cultura(s) y ciudadanía(s). Aproximación ético-política intercultural
a las nuevas formas de inclusión y exclusión en/de los derechos humanos”. Sus temas de
investigación se centran en el pensamiento judío moderno y contemporáneo de autores
como Moses Mendelssohn y Ernst Cassirer, y en la obra de Johann Gottlieb Fichte.
[email protected]
LUCILA SVAMPA es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas y docente de Filosofía en la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires. Doctora en Ciencias Sociales y egresada del programa de
posdoctorado de la Facultad de Filosofía y Letras de esa misma universidad, es asimismo
becaria de la fundación Alexander von Humbolt. Ha publicado libros y artículos en revistas especializadas.
[email protected]
6 l
A RT Í C U L O S
Digresiones sobre el concepto
de historia en Hannah Arendt
LUCILA SVAMPA
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas
Buenos Aires, Argentina
Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
DOI: 10.36446/rlf2024408
Resumen: En este artículo, ofreceremos algunas reflexiones sobre la historia en la obra de Hannah
Arendt partiendo de la premisa de que esta se asienta
en su concepto de acción. Con tal fin, recurriremos a
distintos textos en los que la autora alemana discutió
nociones cruciales para su definición de la condición
humana, a saber, las tres actividades bajo las cuales se
le dio vida al hombre en la Tierra –labor, trabajo y
acción– y la separación entre lo público y lo privado.
Nuestro vínculo con el pasado y su relación tanto con
el presente como con el futuro estarán también en el
centro del recorrido que aquí proponemos.
Palabras clave: pasado, memoria, acción.
Licencia Creative Commons CC BY 4.0 Internacional
REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
Vol. 50 Nº1 l Otoño 2024
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Digressions on the Concept of History in Hannah Arendt
Abstract: In the following article we will offer some reflections on
history in Hannah Arendt’s work, starting from the premise that it is based
on her concept of action.To this end, we will turn to different texts in which
the German author discussed crucial notions for her definition of the human
condition, namely, the three activities under which man was given life on
Earth –labor, work and action– and the separation between the public and
the private. Our link with the past and its relation to both the present and
the future will also be at the center of the journey we will propose here.
Key-words: past, memory, action.
1. Introducción
E
8 l
n The Human Condition, Arendt ofrece su famosa caracterización
de las tres actividades bajo las cuales se le da vida al hombre en la
Tierra: labor, trabajo y acción. Dicho desarrollo lo prologa con un análisis de
hipotéticas huidas que podrían cambiar para siempre el hecho de que esas
actividades tengan lugar. Se trata de escenarios sombríos que hoy adquieren
una extraordinaria vigencia si pensamos en la crisis mundial ecológica, y
también de otras índoles, que estamos viviendo. Esas huidas anticipan la
eventualidad de un escenario futuro en el que el hombre abandona la Tierra
y, además, renuncia al trabajo y a la política. Lo que muestra la autora es
que mientras se preserven ciertas condiciones de existencia permanentes
–aunque no eternas– que garanticen un suelo común, podremos estudiar la
acción como la actividad política por excelencia a la luz de esa tripartición.
Sobre esta base, será nuestra intención en lo sucesivo acercarnos a una
mirada política arendtiana con relación a la historia y a las huellas que allí dejamos, contemplando una articulación permanente y dinámica entre pasado,
presente y futuro. Sabemos que, de acuerdo a la perspectiva de la autora, las
acciones solo pueden manifestarse en un ámbito público, en el que todos los
sujetos han de ser vistos y oídos por otros, lo que permitiría que sus historias
sean narradas. Sin embargo, en este artículo mostraremos que la separación
clásica entre lo público y lo privado no está fijada de forma permanente
–más allá de la emergencia de lo social–, por lo que requiere una actualización. Dicho ejercicio revelará una elasticidad con la que podemos pensar
la aparición de la acción en lo público, mediada por el recuerdo. Así, buscaremos exponer cómo su idea de historia subtiende a esa definición de acción
en dos sentidos. Por un lado, despoja a los individuos de una soberanía sobre
LUCILA SVAMPA - Digresiones sobre el concepto de historia en Hannah Arendt l 7-23
las consecuencias de sus actos y, por otro, reniega de una linealidad, sobre la
base de la cual se podrían ordenar y dotar de sentido todos los eventos.Veremos que el recuerdo cobra una gran centralidad en la obra de Arendt, en
tanto que depende de un contexto de pluralidad en el que cualquier sujeto
podrá alcanzar cierto grado de inmortalidad más allá de su muerte biológica.
Al implicar toda acción un nuevo comienzo, se descarta una concepción de la historia que contemple un inicio y un final: la historia siempre
está comenzando cada vez que tiene lugar una nueva acción y nunca encuentra un final, dadas las infinitas constelaciones generadas por sus consecuencias (Arendt 2008b: 214). Esta incapacidad para controlar y conocer
sus efectos es una de las fragilidades que Arendt identifica en ella. Para responderle –y también a su irrevocabilidad e imprevisibilidad– existen dos
facultades, a saber, la promesa y el perdón, que logran alterar la temporalidad
de los sujetos en ellas involucrados. En función de esto, buscaremos en aquí
articular sendas facultades con la memoria y el olvido.
2. Los vínculos de la acción con una historia siempre abierta
L
a preocupación arendtiana por la historia atraviesa toda su obra.
La experiencia nazi y las revoluciones francesa y norteamericana
son los sucesos históricos mencionados con más contundencia por Arendt.
Mientras que el primero marca varios de sus escritos, como The Origins of
Totalitarianism (1951) o Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of
Evil (1963), los segundos protagonizan sus disquisiciones sobre la libertad,
la revolución y el vínculo entre política y violencia, por ejemplo, en On
Revolution (1962).1 Sin embargo, aquí sostendremos que la noción de historia que podemos reconstruir a partir de su vasta obra no se agota en una
reflexión sobre la facticidad. Dicho de otro modo: más allá de los trabajos en
los que Arendt se refiere a eventos del pasado y que están basados en fuentes
historiográficas, su caracterización de la historia depende de su definición
de acción. Lo anterior no significa que Arendt proponga una historia independiente de la experiencia. Quiere decir, en cambio, que esa concepción se
plantea principalmente en un nivel teórico, que a su vez se nutre del terreno
de lo contingente. En este contexto, escritos como The Human Condition
(1958) o Between Past and Future (1961) iluminarán más fehacientemente sus
disquisiciones sobre la historia.
1 Sobre
las polémicas que suscitó este texto, ver Birulés (2005). Respecto a las reflexiones de
Arendt sobre el totalitarismo, ver Amat (2015).
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Es conocida la importancia que le otorga Arendt a la pluralidad en la
que debe llevarse a cabo la acción. Esta es, de hecho, una conditio sine qua non
para que tenga lugar. Solo en un ámbito común puede el agente distinguirse
de otros y, en paralelo, reconocerse como un igual entre ellos. Debido a esta
peculiaridad, Arendt afirma que se trata de una actividad de la vita activa que
es política por antonomasia, en contraste con la labor y el trabajo, que en
general pueden producirse en soledad. Para dar cuenta de ello, se remite a
una tradición etimológica proveniente del latín que deja a la primera del
lado de la necesidad y al segundo de la perdurabilidad que logran alcanzar
los hombres más allá de su vida finita. La labor se vincula a la zoé, es decir, a
la vida biológica de los individuos y sus procesos metabólicos, que hacen a
la supervivencia de los cuerpos. Tiene una temporalidad circular y repetitiva
a raíz de la exigencia que implica la futilidad de los productos que involucra
(por ejemplo, el alimento). En cambio, el trabajo se asocia a tareas de fabricación de objetos, a ese mundo de cosas que rodea al hombre y cuya producción tiene un principio y final delimitados. El homo faber y sus resultados
son de una gran importancia, ya que le permiten al hombre dejar sus huellas
en el terreno mundano que habita:
10 l
[...] los trabajos de las manos humanas deben parte de su existencia a la materia prima que proporciona la naturaleza y, por tanto, llevan dentro cierta
dosis de permanencia, tomada en préstamo, por decirlo así, de la índole imperecedera de lo natural. Pero lo que se produce entre los mortales directamente, la palabra hablada y todas las acciones y proezas [...] jamás podrían
dejar ninguna huella sin la ayuda del recuerdo. (Arendt 1996: 52)
En este fragmento se deja ver el rol fundamental que juega el recuerdo
en la posibilidad que tienen los seres humanos de trascender su vida finita
mediante las acciones y el discurso, pero también a través de los productos
del homo faber. Sin el recuerdo, las acciones tendrían una existencia efímera
y caerían en el olvido. La perdurabilidad en el tiempo, esa huella a la que
alude Arendt, es aportada por la memoria, que puede presentarse bajo distintas formas, oscilar entre la materialidad e inmaterialidad del recuerdo. En
un parágrafo de julio de 1950, publicado en el Denktagebuch, Arendt apunta:
[...] la llamada temporalidad de nuestra vida, si ha de significar algo más
que nuestra mortalidad, que a su vez no se relaciona necesariamente con
el tiempo, no es otra cosa que la forma de prometernos la vida. La memoria
podría estar dada también para hacer substancial la presencia de la vida y para
presentar todo lo que sabemos. Lo recordado, en cuanto tal, no tiene ningún
índice temporal, solo lo pasado tiene el índice del pasado. (Arendt 2006: 9)
LUCILA SVAMPA - Digresiones sobre el concepto de historia en Hannah Arendt l 7-23
Bien pueden los recuerdos materializarse en la escritura –en textos
de diversa índole y muchas veces convertidos en archivos–, en imagen –pinturas, monumentos u otras representaciones iconográficas– o también puede
existir una combinación entre ambas. La forma inmaterial adquiere una
complejidad especial, pues depende de la presencia de sujetos que movilicen
recuerdos mediante la historia oral, la imaginación o vinculaciones afectivas.
Tanto para el primero como para el segundo caso, puede tratarse de fuentes
visibles como de fuentes, en principio, ocultas; lo que influirá, en todo caso,
en sus derroteros serán las preguntas de investigación que nos formulemos,
sea que nos topemos involuntariamente con ellas o sea que constituyan el
fruto de una indagación mentada.
Como ya señalamos, la acción acarrea una novedad en el sentido de
que conlleva una singularidad, un nuevo comienzo:
Actuar, en su sentido más general, significa tomar una iniciativa, comenzar
(como indica la palabra griega archein, “comenzar”, “conducir” y finalmente
“gobernar”), poner algo en movimiento (que es el significado original del
agere latino). Debido a que son initium los recién llegados y principiantes, por
virtud del nacimiento, los hombres toman la iniciativa, se aprestan a la acción.
[Initium] ergo ut esset, creatus est homo, ante quem nullus fuit (“para que hubiera
un comienzo, fue creado el hombre, antes del cual no había nadie”), dice
san Agustín en su filosofía política. Este comienzo no es el mismo que el del
mundo; no es el comienzo de algo, sino de alguien que es un principiante
por sí mismo. (Arendt 2008b: 201)
Ese aspecto fundacional de la acción, que abre caminos para nuevas
constelaciones, es único en el sentido de que produce una interacción mediada no por objetos, sino por la alteridad.Y es precisamente la existencia de
otros la que posibilitará que se produzcan intercambios discursivos a través
de los cuales nos presentemos ante nuestros pares y nos insertemos en una
trama de acciones que involucre generaciones pasadas, presentes y futuras.
Esto puede expandirse de manera indefinida:
[...] la historia de la humanidad se extiende hacia un pasado infinito, al que podemos añadir a voluntad, y en el que podemos investigar en la misma medida
en que se extiende, ante nosotros, hacia un futuro infinito. (Arendt 1995: 52)
El hecho de que no podamos actuar aisladamente debe, en consecuencia, tener en cuenta ese espacio del aparecer contemplando no solo
aquello que es directamente visible, sino también aquello que proviene de
otros tiempos como una presencia no tangible en un espacio de experiencias
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12 l
(Erfahrungsraum) o un horizonte de expectativas (Erwartungshorizont) –para
citar a Koselleck (1993)–, que inyecta la dimensión del futuro en nuestro
tiempo presente.2 En consecuencia, podríamos distinguir dos situaciones:
una refiere a un pasado proyectado en el presente y el futuro, y la otra a un
futuro proyectado en el pasado y el presente. Mientras que en la primera se
descubre un estado de latencia pública, signada por aquello que ocurrió en
un registro pasado –y bien pudo haber sido parte de la historia oficial o no
haber integrado la historia de los vencedores–, la segunda informa cómo las
prognosis, deseos y expectativas de una época condicionan las acciones del
tiempo presente y se cristalizan en el tiempo pasado. Koselleck (1993) lo
marcó algunas décadas más tarde de modo muy claro: no hay experiencia sin
horizonte de expectativas ni expectativas sin horizonte de experiencias.Volviendo al vocabulario arendtiano, podríamos decir que, cuando carecemos
de representaciones sobre el tiempo venidero y pretérito, significa que el
tiempo de la acción quedó en suspenso.3
No obstante, la presencia de esas representaciones no garantiza de
ninguna manera que las fuentes con las que estemos lidiando puedan arrojar
resultados eo ipso, pues requieren de la intervención de sujetos que las rescaten y, por decirlo de alguna manera, “las hagan hablar”. Para que eso ocurra,
además, debemos tener en cuenta las particularidades con las que define
Arendt la división entre la esfera pública y privada, para luego exponer la
emergencia de lo social. Esta separación, proveniente de la Antigüedad, nos
muestra la necesidad de la coexistencia de un espacio doméstico, desigual y
prepolítico, por un lado, y, por otro, de un espacio público, de igualdad e inherentemente político. Sin el primero, el hombre no podría satisfacer sus necesidades básicas para desenvolverse en el segundo, en el que la palabra y la acción
llegan a otros. Por el contrario, aquello que se produce en el espacio privado
permanece atrapado allí, en tanto no puede ser percibido por sus semejantes:
Hasta donde concierne a los otros, el hombre privado no aparece y, por lo
tanto, es como si no existiera. Cualquier cosa que realiza carece de signi-
2
Sobre el uso del concepto de Schein y Erscheinung, ver La vida del espíritu (2002). No debe
entenderse aquí estos términos en la dirección de una oposición entre apariencia y realidad.
Hay interesantes comentarios, además, sobre estos conceptos en relación con lo público. Ver
Losiggio (2020).
3 Stefan-Ludwig Hoffmann (2010) ofrece una investigación sobre la antropología histórica
que articula el pensamiento arendtiano con el koselleckiano. En este sentido, la eslovena
Vlasta Jalušič (2021) recupera también ambas perspectivas poniendo en relación la cuestión
política y la de la crisis.
LUCILA SVAMPA - Digresiones sobre el concepto de historia en Hannah Arendt l 7-23
ficado y consecuencia para los otros, y lo que le importa a él no interesa a los
demás. (Arendt 2008b: 67)
En el ámbito público, los hombres libres pueden ser vistos y oídos,
y sus acciones producen distintas resonancias; es en este terreno en el que
podemos salvarnos de nuestra existencia finita. Arendt dice: “La publicidad
de la esfera pública es lo que puede absorber y hacer brillar a través de los
siglos cualquier cosa que los hombres quieran salvar de la natural ruina del
tiempo” (Arendt 2008b: 64). Ese horizonte de inmortalidad le corresponde
a quienes gozan de visibilidad en lo público, no a una lectura retroactiva.
Ahora bien, según Vlasta Jalušič:
La experiencia pasada de las acciones conjuntas de actores plurales no se
“inmortaliza” en la memoria mediante conceptos apropiados, sino que se
sustituye por los resultados de las actividades de los observadores-filósofos:
aparece, por tanto, como el resultado de la voluntad (individual o colectiva)
y del decisionismo, según el cual el conflicto más fuerte o más débil de las
voluntades (soberanas) desemboca en una eventual resolución/pacificación
del conflicto. (Jalušič 2021: 119)
Esta separación nos permite también pensar en transformaciones
propias del espacio de aparición de los acontecimientos a lo largo de la historia; esos cambios pueden ser más sutiles e involucrar tensiones dentro de lo
público o más abruptos y cambiar las variables de análisis por completo en lo
público y lo privado. Así, hay ocasiones en las que aquello que en su emergencia ocupó un lugar en el oikos, con posterioridad, se traslada a la vida de
la polis, algo que podría ocurrir sincrónica o diacrónicamente. Por ejemplo,
la narración de los eventos pretéritos puede hacer presentes rastros de un
pasado ignoto y privado, mediado por los objetos del homo faber, y convertirlo en tema de conocimiento público. No es difícil ver esto en museos que
recogen pertenencias de generaciones pasadas para retratar la vida cotidiana
de algunos pueblos o personas individuales que personifican víctimas de masacres, como el Holocausto, reducidas muchas veces a cifras. La exposición
de pertenencias genera con frecuencia un efecto de cercanía y empatía con
quienes se busca rememorar.4 Es decir, hay un aspecto imponderable en la
recuperación de rastros del pasado –de allí lo no previsible del archivo– que
eleva de manera pública eventos que en su emergencia habían quedado re-
4 Ver
el comentario de Guasch (2005) desde la perspectiva del archivo.
REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
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legados al ámbito privado u obliterados en lo público y dan vida a algo que
había sido previamente sustraído de su visibilidad. Es así como el pasado se
actualiza en algo nuevo y se reformula en la medida en que el presente aloje
nuevas interpretaciones para él.5 Si bien estos hallazgos pueden derivarse de
una investigación historiográfica, también podríamos pensar en la memoria
involuntaria –de la que habla Proust y que más tarde es recuperada por
Benjamin– para describir situaciones en las que un recuerdo asalta nuestra
conciencia de forma inesperada y pasa a ser incorporado en nuestras elaboraciones sobre el pasado. Sin recuerdo, la acción no puede permanecer:
A menos que sean recordadas, las acciones humanas son las cosas más frágiles
y perecederas sobre la tierra; difícilmente sobreviven a la propia actividad
y ciertamente por sí mismas jamás pueden aspirar a la durabilidad que incluso los objetos de uso ordinario poseen cuando sobreviven a la vida de su
productor, sin mencionar las obras de arte, que nos hablan durante siglos.
(Arendt 1995: 67-68)
14 l
Como bien señala Liisi Keedus (2011), el concepto de memoria ya
aparecía en 1930 en un texto que luego sería publicado en Essays in Understanding. Con respecto a la confesión de Agustín de Hipona cuando es salvado
por Dios, dice:
Con ello la propia vida se vuelve una trama unitaria llena de sentido, un
camino de salvación. Es el recuerdo en que abre esta vida, pues en el recuerdo cobra lo recordado un sentido imperecedero; en él es conservado y
superado. (Arendt 2005: 42-43)
La tarea del recuerdo entonces parece ser doble: por un lado, proteger
y, por otro, sobrepasar su contenido, algo que, como ya dijimos, no puede
ocurrir por sí mismo.
Más de veinte años más tarde, en julio de 1951, en su Denktagebuch,
Arendt escribe:
La auténtica característica del género humano frente a todos los demás géneros de entes [...] parece cifrarse en que el género humano puede asegurar
una permanencia en la memoria como disposición de todo hombre y puede
5 El concepto de actualización (Aktualisierung) tiene una importancia central en el pensamiento de Walter Benjamin con relación a la redención (Erlösung) y a la rememoración (Eingedenken).
LUCILA SVAMPA - Digresiones sobre el concepto de historia en Hannah Arendt l 7-23
asegurarla por lo menos a aquello que asciende y perece dentro del devenir
y desaparecer de un hombre, dentro de su vida.
Pero la memoria, o esta permanencia, no pasaría de ser meramente imaginaria sin el lenguaje, que puede realizar el recuerdo de lo desaparecido. Con
ello de pronto todo el género humano, mientras existe, se convierte en lo más
permanente entre lo que conocemos, en una especie de baluarte del ser, en
el que puede salvarse todo lo demás. (Arendt 2006: 102)
Si sabemos que, sin lenguaje, la acción está incompleta, es muda, con
la memoria la ecuación es similar: la intervención del lenguaje es una condición para que la memoria tenga efectividad. Es decir, saca a la luz la singularidad del género humano frente al mundo que lo rodea, al que le imprime
su permanencia; en otras palabras: muestra que los mortales tienen la posibilidad de volverse inmortales.6
3. La incidencia de la memoria y el olvido en el conocimiento
del pasado
L
as representaciones recuperan el tiempo pasado de diferente
manera. Es justamente el inicio característico de la acción el que
marca en distintas direcciones el rumbo no solo de las historias individuales,
sino de las historias en plural. Si quisiéramos ser aún más precisos, deberíamos admitir que ese inicio nunca refiere a un origen porque siempre está
influenciado por consecuencias de acciones y de intervenciones de múltiples
actores. Según Arendt:
[...] el origen nunca puede transformarse por completo en algo del pasado; el
solo hecho de la continuidad memorable de estos comienzos en la sucesión
de las generaciones garantiza una historia que nunca puede finalizar, porque
es la historia de unos seres cuya esencia es comenzar algo nuevo. (Arendt
2009: 143)
En escritos datados en agosto de 1953 en su Denktagebuch, Arendt
menciona dos formas de pensar la historia: como narración de historias o
como una ciencia basada en la categoría del final (2006: 298).7 De acuerdo
6 En
el Denktagebuch, también hay una mención explícita a este tema, vinculada con la grandeza en la historia (Arendt 2006: 279).
7 Arendt sostuvo una mirada fuertemente crítica sobre el concepto moderno de historia a
REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
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l 15
16 l
a la autora, la historia está estrictamente vinculada a la política, pues es
aquella la que, mediante el recuerdo y la narración, puede posicionar un
suceso como histórico (historisches Ereignis) (Arendt 2006: 474). Mas esas
narraciones nunca aparecen aisladas, sino insertas en una cadena de acciones mucho más amplia. En un texto publicado en 1953, Arendt señala:
“Y la Historia es una narración [story] que tiene muchos comienzos pero
ningún fin” (1995: 42). La novedad que entraña cada comienzo irrumpe
toda vez de forma absoluta, puesto que, más allá de similitudes y comparaciones que puedan trabarse ex post, las situaciones en las que los agentes se
desenvuelven son únicas y no pueden anticipar el desarrollo de los acontecimientos posteriores. Por eso los efectos de la acción nunca pueden ser
controlados, ya que conservan para sí una latencia secreta cuya activación
puede tener lugar a nivel diacrónico y sincrónico en un plazo ilimitado.
Ese suspenso con relación a las consecuencias de las acciones es lo que justamente constituye una libertad indomable capaz, incluso, de convertir en
acción algo que tiene lugar en el ámbito privado.Y aquí nos encontramos
con la segunda de las situaciones que mencionamos en el apartado anterior: aquellas en las que las formulaciones sobre el futuro afectan nuestras
evocaciones del pasado y elaboraciones sobre el presente. Si las acciones se
cifraran necesariamente dentro de un espectro de lo predecible en nuestros
cálculos para el futuro, entonces lo milagroso y lo inesperado no tendrían
lugar. Ahora bien, esto no debe entenderse como una característica estable
en la vida pública, en tanto, por un lado, significaría que no podríamos
ser capaces de anticiparnos al más mínimo detalle sobre el rumbo de los
acontecimientos y, por el otro, que, desde el punto de vista de la acción,
esta estaría siempre –y paradójicamente– limitada a un mismo efecto: la
perplejidad. Después de todo, para que haya sorpresa también debe existir
la previsibilidad derivada de la estabilidad, pues una no podría definirse sin
la otra.
De lo anterior se deduce que la explicación histórica no podrá jamás
anclarse de manera exclusiva en la expectativa de una repetición. Una investigación que solo se ciña al factor de la iterabilidad mostrará rápidamente sus
falencias porque nunca podrá dar cuenta de lo singular. En este sentido, en
Understanding and Politics, Arendt le lanza una fuerte crítica a la historiografía
partir de una relación ambigua con el pensamiento histórico y filosófico alemán (Keedus
2011). Respecto del vínculo entre historia y narración, ver Anabella Di Pego (2016). La historia conceptual de los términos alemanes Geschichte/Historie ofrecida por Koselleck (2010)
en el Geschichtliche Grundbegriffe brinda un recorrido que permite situar con atino esas reflexiones de Arendt.
LUCILA SVAMPA - Digresiones sobre el concepto de historia en Hannah Arendt l 7-23
y separa a las claras historia y causalidad a los efectos de señalar la imposibilidad de predecir el futuro sobre la base del conocimiento del pasado:
La novedad es el dominio del historiador que, a diferencia del científico natural ocupado en eventos siempre recurrentes, estudia acontecimientos que
solo ocurren una vez. Esta novedad puede ser manipulada si el historiador
insiste en la causalidad y pretende ser capaz de explicar los acontecimientos
a través de una cadena de causas que finalmente los ha provocado (Arendt
1995: 41).8
Una investigación de esta índole le adjudicaría una causa y, por ende,
una explicación a eventos tal vez insondables. Entonces, una vez que los
sucesos emergen, su vida no se agota en un espectro de tiempo prefigurado,
dado que existe la posibilidad de generar relatos retroactivos que formen una
imagen distinta de los eventos pasados. En síntesis: para este caso, no se trataría solamente de que el pasado ilumine el futuro, sino de permitir también
que el futuro afecte el pasado; de no ser así, la acción dejaría de implicar una
novedad en las lecturas históricas, ya que todo se reduciría a una búsqueda de
fuentes equivalentes a la suma de hallazgos científicos asépticos y, por ende,
con escasa variabilidad. Más adelante nuestra autora agrega:
l 17
Solo podemos comprender un acontecimiento como el fin y la culminación
de todo aquello que lo ha precedido, como “la consumación de los tiempos”;
con la acción procedemos naturalmente desde el conjunto de circunstancias
nuevas creadas por el acontecimiento, esto es, la consideramos como un comienzo. (Arendt 1995: 41-42)
El relato se inclina así a una apertura del pasado, contraria a la pretensión positivista de reconstruirlo tal como sucedió (wie es eigentlich gewesen
ist). Es decir, la formulación de nuevas expectativas y proyectos futuros influirá en gran medida en los modos en que leemos el pasado. Esto último
aplica tanto para reminiscencias involuntarias –ya que solo de acuerdo a
nuestros anhelos futuros, las estimaremos como intrascendentes o relevantes–
como para aquellas que aparecen luego de una búsqueda deliberada.9
8
Arendt es, a todas luces, contraria a la percepción kantiana de la prospiciencia (Prozpizienz), que basa la posibilidad de la prognosis en los registros de los eventos pasados. Ver
Kant (2010).
9 Por su parte, Fina Birulés también menciona la idea de la salvación del pasado al detenerse
en la polémica de Arendt con Voegelin. Tras los reclamos que este último le hace sobre el
REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
Vol. 50 Nº1 l Otoño 2024
En paralelo, la irrupción de nuevos comienzos en la historia supone
comprenderla a partir de una temporalidad no homogénea que ocasiona disrupciones. Sin novedad y sin singularidad, lo único que tendríamos sería un
continuum incapaz de imprimir eventos sustantivos en la historia. Esa linealidad, que se encuentra clásicamente en la estructura temporal del vector del
progreso, será descartada por Arendt de su definición de historia.10 Además,
allí tampoco hay lugar para un despliegue teleológico, en tanto la acción
siempre puede generar nuevos inicios, lo cual es incompatible con la idea de
una finalidad en la historia. Esto no debería traducirse, empero, en la afirmación de que la acción no tiene un sentido. Muy por el contrario, Arendt
(2009) señala que el sentido de la política es la libertad, por un lado, y que,
por el otro, el propósito de la comprensión es el sentido, pero no como algo
definitivo:
La comprensión no tiene fin y por lo tanto no puede producir resultados
definitivos; es el modo específicamente humano de vivir, ya que cada persona
necesita reconciliarse con el mundo en que ha nacido como extranjero y en
cuyo seno permanece siempre extraño a causa de su irreducible unicidad.
(Arendt 1995: 40)11
18 l
La acción marca que es imposible una estabilidad necesaria para
prever un rumbo, puesto que es impredecible, no puede deducirse del conocimiento del pasado. El componente de la interrupción está presente asimismo en un texto de 1957, titulado “The Concept of History: Ancient and
Modern” en el que afirma:
Situaciones, hazañas o acontecimientos singulares que interrumpen el movimiento circular de la vida cotidiana en el mismo sentido que la βίος de los
mortales interrumpe el movimiento circular de la vida biológica. El tema
de la historia son esas interrupciones: en otras palabras, lo extraordinario.
(Arendt 1996: 50)
modo en que interpreta el nacionalsocialismo en The Origins of Totalitarianism, Arendt se
defiende apoyándose en la imposibilidad de tratar tal fenómeno sin sentirse involucrada e
interpelada en su contra.
10 Di Pego (2016) recupera con gran erudición la crítica al progreso en Arendt estableciendo
un vínculo con el pensamiento de Walter Benjamin.
11 Arendt (2008a), de hecho, examina la promesa de la libertad en la política en el plano de
la tradición de pensamiento.
LUCILA SVAMPA - Digresiones sobre el concepto de historia en Hannah Arendt l 7-23
Por mor de sus propias características, no hay entonces prognosis posible para las acciones.
La imprevisibilidad acompaña a la irrevocabilidad y al anonimato
entre las fragilidades que Arendt menciona como características de la acción.
Aclarada ya la primera, resta ahora referirnos brevemente a las otras dos:
mientras que la irrevocabilidad nos señala que no es posible volver el tiempo
atrás y deshacer las consecuencias de nuestras acciones, el anonimato indica
la dificultad de adjudicar autores en tanto “dueños” de acciones en las que
intervienen múltiples actores. Estas propiedades le sirven de puntapié a
Arendt para recuperar los conceptos de promesa y perdón, a partir de los
cuales conviene involucrar la memoria y el olvido. Ahora bien, las preguntas
sobre las intersecciones entre memoria y olvido, para pensar su conexión
con la promesa y el perdón, suscitan varias polémicas, tanto en los estudios
teóricos como en los empíricos. En ambos casos, las lecturas que se hacen
de los eventos pasados nos arrojan imágenes que, en ocasiones, tienden a
distinguir tajantemente aquello que se recuerda de aquello que se olvida. De
allí se desprende que en muchos análisis se opere sobre la base de una díada
que nos restringe eo ipso a dos posibles horizontes: o bien recordamos o bien
no lo hacemos, evadiendo, en consecuencia, la forma en que reconstruimos
el tiempo pretérito.12
Con el objetivo de evitar una aproximación excluyente, vale la pena
detenernos en algunos aspectos de la promesa y el perdón. Estas facultades de
la acción tienen la particularidad de replantear secuencias temporales, puesto
que nos apoyamos en una promesa cada vez que queremos darnos un futuro
y volvemos sobre el pasado (sin deshacerlo) cada vez que queremos revisar
nuestros pasos y enmendar nuestros errores. Se trata en ambos casos de enunciados performativos que apelan a la memoria y al olvido. Según la teoría
discursiva de John Austin (2008), estos enunciados no son descriptivos y
producen acciones en el momento en que son pronunciados. Pero el reenvío
hacia el pasado y el futuro no se produce de forma absoluta. La promesa implica –tal como Arendt toma de Zur Genealogie der Moral de Nietzsche– una
memoria de la voluntad (Gedächtnis des Willens). A través de ella nos damos
a nosotros mismos un futuro al asegurar una porción de certidumbre en
medio de una trama de acciones incontrolable; esa memoria se construye
en una mirada hacia el futuro que cobra un protagonismo fundamental.13 A
diferencia de la memoria involuntaria, se trata de una memoria que surge
12 Ver
Huyssen (2004) y Traverso (2011).
En la nota del 16 de septiembre de 1951, Arendt (2006) ya elabora algunas reflexiones
sobre la visión nietzscheana de la promesa como memoria de la voluntad.
13
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l 19
como un compromiso deliberado para recordar una intención y mantener
una palabra dada.14 Ese sostenimiento a través del tiempo muestra una tenacidad que, en definitiva, apunta a controlar parcialmente nuestro devenir, respaldando la constancia de un deseo. Más allá de que ese deseo desaparezca en
el futuro, la promesa garantiza que será convertido en un deber que guiará
nuestra acción. De modo que aquello que prometemos no podrá ser más que
un deseo sujetado en el tiempo –tal vez un viejo deseo que en el presente
se nos vuelve una obligación–. Por esta sencilla razón, jamás podremos prometer avalar el deseo en tanto anhelo, sino solo como una responsabilidad
adquirida. Nietzsche ya lo decía en Humano, demasiado humano:
Se pueden prometer acciones, pero no sentimientos, pues estos son involuntarios. Quien promete a alguien amarlo siempre u odiarlo siempre o serle
siempre fiel promete algo que no está en su poder; en cambio, puede sin
duda prometer acciones, las cuales son por cierto habitualmente las consecuencias del amor, del odio, de la fidelidad, pero pueden también derivar de
otros motivos. (Nietzsche 2007: 77)
20 l
Como consecuencia, cada vez que prometemos, tomamos un riesgo,
que es el de forzar nuestra voluntad en un futuro por habernos comprometido con una expectativa, sobre la que nuestro deseo acaso no permanezca. Ese peligro conlleva, de igual manera, asumir la posibilidad del fracaso
de la promesa y de ingresar en una circularidad al pedir perdón por no
cumplirla (Naishtat 2005).
Por su parte, el perdón logra redimirnos de eventos pasados, pero
sin denotar su olvido. Nos mantiene en un plano de nuevas posibilidades
sin pretender una borradura que dé comienzo a una tabula rasa. Así, la facultad del perdón hace brillar el componente fundacional de la acción y nos
redime en el sentido de que nos libera de cargas paralizantes del pasado. De
no contar con ella, toda nuestra existencia podría depender de un instante
que nos cierra caminos y nos condena eternamente. Es importante destacar
que Arendt afirma que no debe confundirse el perdón con la eximición de
un castigo, puesto que ambos son independientes. El perdón, como un don,
como algo que ofrecemos sin esperar nada a cambio, se opone a la venganza
y rompe con la posibilidad de una cadena de revanchas. Mientras que la venganza y la revancha pueden ser esperadas, el perdón se revela como improbable y escapa a los cálculos de nuestras acciones. Debido a ello tampoco po-
14 Paul Ricoeur (2008), quien recupera la obra de Arendt, analiza la promesa en tanto mante-
nimiento del sí, para dar cuenta del polo ipse y el polo idem del sí-mismo-como-otro.
LUCILA SVAMPA - Digresiones sobre el concepto de historia en Hannah Arendt l 7-23
dríamos establecer una separación entre aquello que se puede y no se puede
perdonar15. Esta posibilidad de nuevos comienzos habilitados por el perdón
es fundamental para pensar una idea de acción que aporte siempre un componente de apertura en la historia. Hay una performatividad temporal del
perdón y de la promesa que nos permite, por ende, vislumbrar intersecciones
entre memoria y olvido.16 Pero la respuesta arendtiana a estas fragilidades
no implica una salida que apele a la memoria y al olvido como un binomio
excluyente –id est, que nos indique que, donde hay olvido, no hay memoria
y viceversa–, ya que puede proyectarse una situación sincrónica en la que
ambos se condensen en una acción.
4. Conclusiones
V
imos que, en The Human Condition, Arendt identifica tres fragilidades de la acción: la irrevocabilidad, el anonimato y la imprevisibilidad. Como contracara de las dificultades que entrañan dichas características,
presenta dos facultades propias de la actividad política par excellence, a saber, la
promesa y el perdón. Ambas conforman lo que Austin denominó “enunciados
performativos” y alteran la temporalidad de los agentes que involucran. Por
un lado, la promesa, definida por Nietzsche como la memoria de la voluntad,
crea un compromiso y brinda a los hombres un futuro, asegurando, como
dice Arendt, islas de certezas en un océano de incertidumbre. Por otro lado, el
perdón permite un nuevo comienzo al dejar atrás las pesadas consecuencias de
los errores que hayamos cometido en el pasado. De esta manera, mientras que
la promesa aparece asociada a la memoria, el perdón se inscribe en la órbita
del olvido. Pero, en rigor, hay una copertenencia entre memoria y olvido y
no así una concepción antitética. Las elaboraciones sobre el tiempo pasado
dependerán, en definitiva, de los modos en que lo reconstruimos a partir de los
rastros, convertidos en archivos o resignificados en nuestra conciencia.
15 Jacques Derrida (1999) propone de forma brillante una serie de preguntas y problemas al
respecto en El siglo y el perdón.
16 Resulta iluminador referirnos aquí a la idea de conceptos contrarios-asimétricos planteada por Koselleck (1993), quien muestra la semántica histórico-política de ellos. Se trata de
pares conceptuales en los que o bien “está implicado lingüísticamente el reconocimiento
recíproco” o bien se apela a características peyorativas para marcar la distinción: “Llamaremos ‘asimétricas’ a aquellas coordinaciones desigualmente contrarias y que solo se aplican
unilateralmente” (1993: 205). A partir de un análisis tal, sería posible, a su vez, movilizar sus
vínculos con la promesa y el perdón en relación con la temporalidad.
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l 21
22 l
La promesa y el perdón también pueden pensarse en un plano colectivo. Además, ambos dependen de la pluralidad: no podrían jamás objetivarse de forma aislada, por eso se vuelve importante la presencia de otros.
Prometer socialmente el recuerdo de víctimas de eventos violentos conlleva,
por ejemplo, la posibilidad de salvar esas historias del olvido absoluto, y el
espacio público de la pluralidad es el que permitirá que esas acciones redentoras tengan lugar. Sabemos, empero, que, más allá de que contemos con
las garantías que proporcionan las promesas, la acción es impredecible. Si
quisiésemos colmar el espacio público de promesas categóricas, nunca tendríamos espacio para lo nuevo, puesto que todo acontecimiento se cifraría
en cómputos infinitos. Pero tanto en nuestras narraciones de los hechos
pasados como en las crónicas presentes y también en los pronósticos del
futuro, el sentido siempre permanece abierto, comprendido en el ámbito de
la libertad. La existencia potencialmente infinita de rastros del pasado nos
puede sorprender en cualquier ocasión, redireccionando nuestras investigaciones sobre los eventos involucrados y también despertando y llevando a
la conciencia de los individuos acontecimientos olvidados con anterioridad
o mantenidos estrictamente en el ámbito privado. De allí que no podamos
centrarnos de manera exclusiva en el conocimiento del pasado para vaticinar
tiempos venideros. Como señalamos en el inicio del artículo, la interpretación arendtiana de historia excede el plano de lo contingente al depender
teóricamente de su definición de acción. Y lo que esta proporciona son, en
rigor, terrenos movedizos que pueden catapultar recuerdos pretéritos, los
cuales en principio aparecen como objetos nimios que, con posterioridad,
logran convertirse en fuentes históricas. Esta naturaleza inestable es propia de
un concepto de historia arendtiano que acoge las interrupciones no como
un problema a zanjar, sino como movimientos constantes e inherentes a los
que tendremos que estar atentos cuando de narraciones históricas se trate.17
BIBLIOGRAFÍA
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17 Agradezco a Nicolás Di Natale por su lectura y comentarios, a través de los cuales sumé en
este artículo algunas citas, sobre todo, del Denktagebuch.
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Recibido: 15-09-2023; aceptado: 09-11-2023
REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
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l 23
Los sentidos del nacimiento y
el nacimiento del sentido en la
fenomenología de M. Merleau-Ponty
ESTEBAN ANDRÉS GARCÍA
Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Buenos Aires, Argentina
DOI: 10.36446/rlf2024402
Resumen: Este trabajo se propone hacer patentes la recurrencia y la centralidad de la noción del
nacimiento en el conjunto de la obra de Merleau-Ponty,
adoptándola como clave alternativa para la comprensión
de otros problemas y conceptos usualmente privilegiados
en el estudio de su filosofía (tales como la relación entre
percepción, lenguaje y pensamiento, la corporalidad, la
intersubjetividad, la naturaleza o la temporalidad). Se distinguen esquemáticamente tres sentidos del nacimiento
en su obra (como origen, entrelazamiento e institución
de novedad y singularidad) y se analiza el modo en que
se relacionan entre sí, abordándolos en conexión con
sus antecedentes fenomenológicos en Husserl. Secundariamente, a lo largo del desarrollo se señalan algunas
convergencias y contrastes con desarrollos asociados de
Arendt, Sartre, Patočka y Bergson.
Licencia Creative Commons CC BY 4.0 Internacional
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l 25
Palabras clave: Fenomenología, intercorporalidad, nacimiento,
Merleau-Ponty, Husserl.
The Senses of Birth and the Birth of Sense in
M. Merleau-Ponty’s Phenomenology
Abstract: This paper aims to highlight the recurrence and centrality
of the notion of birth in the whole of Merleau-Ponty’s corpus, adopting it as
an alternative key for understanding other problems and concepts usually
privileged in the study of his philosophy (such as the relationship between
perception, language and thought, corporeality, intersubjectivity, nature or
temporality).Three senses of birth are schematically distinguished in his work
(as origin, intertwining, and institution of novelty and singularity) and the
way in which they relate to each other is analyzed, addressing them in connection with their phenomenological sources in Husserl. Secondarily, over
the course of the article some convergences and contrasts with close theoretical developments of Arendt, Sartre, Patočka and Bergson are pointed out.
26 l
Key-words:
leau-Ponty, Husserl.
Phenomenology,
intercorporeality,
birth,
Mer-
1. Introducción: la filosofía como interrogación acerca del
nacimiento
L
a cuestión del nacimiento ha adquirido en la discusión filosófica
actual un singular interés, en contraste con la atención predominante que otorgó la tradición filosófica occidental desde la Antigüedad al
problema de la muerte y la mortalidad. La vigencia del tema puede observarse en muy variadas subdisciplinas filosóficas e interdisciplinas, desde las
teorías feministas, la bioética o las teorías políticas inspiradas en el concepto
arendtiano de natalidad, hasta las fenomenologías del “evento”, lo “inaparente” y los “fenómenos-límite”1. En el contexto fenomenológico, diversos
comentarios abordan focalmente la figura del nacimiento en los desarrollos
de Ricoeur, Patočka, Beauvoir, Levinas o Marion, por ejemplo.2 Por su parte,
1 Cf. por ejemplo Young (2005), Oksala (2016), LaChance Adams y Lundquist (2013), Tong
(1997), Diprose y Ziarek (2018), Schott (2010), Dastur (2000), Steinbock (2017).
2 Cf. por ejemplo Boccali (2014), García Labrador y Vinolo (2019), Mena Malet (2014).
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
los estudios merleau-pontianos relegan frecuentemente la cuestión del nacimiento al segundo plano de los “conceptos operativos” (cf. Fink 1957: 325)
si no al de los meros tropos retóricos, priorizando otros “conceptos temáticos” de su filosofía tales como los de la corporalidad, el comportamiento,
la percepción, la carne o la naturaleza. Sin embargo, algunos trabajos recientes como los de Beith (2018),Tin (2014), Robert (2000), Jacquet (2013)
o Snavely (2009) subrayan la enorme recurrencia y la centralidad del tema
en el conjunto de la obra de Merleau-Ponty. En franco contraste con la definición platónica de la filosofía como una “ejercitación en el morir” (Fedón
67e), el fenomenólogo la define como “la voluntad de captar el sentido del
mundo o de la historia en estado naciente” (Merleau-Ponty 1967: xvi)3. De
este modo, liga estrechamente su proyecto con el de Husserl, para quien
“toda la filosofía” habría consistido en “restituir una potencia de significar,
un nacimiento del sentido” (Merleau-Ponty 1964: 203). Si la fenomenología
pretende describir los fenómenos, Merleau-Ponty insiste en que esto significa expresar el aparecer de lo que aparece y caracteriza este aparecer como
un “nacer”, lo que hace de la fenomenología una interrogación acerca del
nacimiento: los fenómenos son, según una bella fórmula de Phénoménologie
de la perception, “la cuna de las cosas” (1967: 71).
La persistencia y centralidad de esta figura del nacimiento a lo largo de
la evolución del pensamiento del filósofo puede comprobarse no solo al recordar la reiterada propuesta de su Phénoménologie de describir los fenómenos
“en estado naciente”: sus cursos de psicología (1949-52) se enfocan precisamente en la psicología infantil, sus cursos sobre la institución (1954-55) consideran este último concepto como estrechamente ligado al del nacimiento
(Merleau-Ponty 2003: 37-38), sus cursos sobre la naturaleza (1956-58) desde
el mismo inicio asocian su sentido con el nacer (Merleau-Ponty 1995: 19), y
la obra inconclusa que proyectaba publicar tenía entre sus títulos tentativos
los de L’origine de la vérité y Généalogie du vrai (cf. 1964: 9). Por sí misma, esta
recurrencia del problema debería precavernos de considerar el nacimiento
como un mero concepto operativo o un simple tropo frecuente en su obra,
para pasar a verlo en cambio como un concepto central de su filosofía.
Al recorrer los capítulos de Phénoménologie, obra capital del autor,
se constata que cualquiera sea el objeto sobre el que se enfoca la reflexión
filosófica –el tiempo, el espacio, el lenguaje, el pensamiento, la percepción, el
sujeto o el mundo–, el fenomenólogo cifra lo distintivo de la mirada o del
preguntar filosófico precisamente en su atención al aparecer –en el sentido
3 En
este caso y en lo sucesivo, cada vez que a una cita en español corresponda una referencia de una obra en otro idioma la traducción es propia.
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l 27
28 l
preciso del “nacer”– de aquello que adopta como tema. Así, por ejemplo,
al abordar la fenomenología del espacio, se refiere a “la búsqueda del espacio, y en general de la experiencia en estado naciente” (1967: 337-338).
Al considerar la cuestión del tiempo, reitera similarmente que “el problema
consiste, ahora, en explicitar este tiempo en estado naciente y en situación
de aparecer, siempre sobrentendido por la noción de tiempo” (1967: 475)4.
Al referirse al sujeto y el objeto de la percepción o del conocimiento señala
la necesidad de “reencontrar, más acá de la idea del sujeto y de la idea del
objeto, el hecho de mi subjetividad y el objeto en estado naciente, la capa
primordial donde nacen las ideas lo mismo que las cosas” (1967: 254). Más
puntualmente, respecto del primero de estos dos términos, afirma que pretende “describir el fenómeno del mundo, es decir su nacimiento para nosotros en este campo en que cada percepción nos resitúa” (1967: 296). Correlativamente, acerca de la conciencia, se refiere a la necesidad de no pasar
por alto “este acontecimiento que constituye su infraestructura y que es su
nacimiento” (1967: 517). El problema central de Phénoménologie, es decir, la
percepción, es descripto como un “co-nacimiento” del sentiente y lo sensible: el primero “co-nace/co-noce (co-naît) a un cierto medio de existencia
o se sincroniza con él” (1967: 245). Incluso el análisis del cuerpo, tema clave
de esta obra y de su entera filosofía, se introduce al comienzo de la Primera
Parte por la precisa razón de que él es el “punto decisivo de la génesis del
mundo objetivo” (1967: 86). Puede concluirse con Tin, en suma, que para
Merleau-Ponty “pregnancia y nacimiento, lejos de ser metáforas marginales,
resumen la esencia misma de la empresa fenomenológica” (Tin 2014: 262).
El rasgo que distingue a la mirada filosófica de la mirada cotidiana, así
como de la mirada científica, consiste precisamente para Merleau-Ponty en la
atención que la primera presta al nacimiento de aquello sobre lo que se vuelve,
mientras que en las otras dos el nacimiento es ocultado u olvidado, y la experiencia se ha “amputado de sus orígenes” (1967: 51): “la ciencia clásica es una
percepción que olvida sus orígenes y se cree acabada” (1967: 69). La “función
de la filosofía”, en la definición del filósofo, consiste en resituar la evidencia
en el campo de experiencia [...] en el que surge, y aclarar su nacimiento. Si,
al contrario, la utilizamos sin tomarla por tema, nos volvemos incapaces de
ver el fenómeno de la percepción y el mundo que en ella nace [...], fundimos
el mundo percibido en un universo que no es más que este mismo mundo
amputado de sus orígenes constitutivos (1967: 51).
4
En esta cita, así como en el resto del artículo, se conservan los subrayados de los textos
originales citados, excepto cuando se aclara que el énfasis es agregado.
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
Es necesario despertar la conciencia “a su propia historia que estaba
olvidando, ese es el verdadero rol de la reflexión filosófica” (1967: 40). La
mirada filosófica significa entonces un “quiebre” respecto de la experiencia
cotidiana como así también respecto de la experiencia científica, en la
medida en que implica recordar, revivir o retornar a ese acontecimiento originario que permanece oculto para ellas. La duda cartesiana y la reducción
fenomenológica proponen, cada una a su modo, un giro radical respecto de
las miradas –científica o cotidiana– que dan por hecho un mundo ya constituido, pero si ese giro acaba aislando un ámbito inmutable de representaciones (en el primer caso) o de esencias (en el segundo), se pierde de vista
nuevamente el carácter naciente del fenómeno que era su intención original
sacar a la luz. Acerca de la epoché, Merleau-Ponty afirma que la ruptura de
la familiaridad con el mundo “no puede enseñarnos nada más que el surgir
inmotivado del mundo” (1967: viii), es decir, su nacimiento.Y refiriéndose a
la duda cartesiana como emblema del giro filosófico de la mirada, advierte
que “para llevar a cabo su proyecto de radicalismo, tendría que tomar por
tema ese lazo umbilical que siempre la liga al Ser” (1964: 144). En suma, “el
primer acto filosófico sería, pues, el de reencontrar [...] el sistema ‘Yo-e1
Otro-las cosas’ en estado de nacimiento” (1967: 69).
Como puede observarse en estas profusas referencias del fenomenólogo a la figura del nacimiento, esta adquiere diversos matices semánticos en distintos sectores y problemas de su reflexión, que propondré aquí
agrupar esquemáticamente en tres niveles de análisis. A su vez, estos tres
sentidos generales que adopta la figura pueden relacionarse, siguiendo las
indicaciones del mismo filósofo, con conceptos específicos de la fenomenología husserliana. En primer lugar, Merleau-Ponty se refiere frecuentemente
al nacimiento del sentido, y más específicamente al nacimiento u origen del
sentido lingüístico y del concepto en la percepción sensible, asociándolo a
los conceptos husserlianos de Genesis (cf. Hua I) y de Fundierung (“fundación”/”fundamentación”; cf. Hua XIX: III, §§14, 16, 21). En segundo lugar,
la percepción misma es descripta como un co-nacimiento y el sujeto de la
percepción como (co-)nacido, lo que evoca la noción husserliana de Ineinander (“uno-en-otro”; e.g. Hua VI: §71), que Merleau-Ponty traduce filosóficamente como entrelacs y chiasme. En tercer lugar, lo “naciente” comporta
para el filósofo un sentido de novedad y singularidad, sentido que puede
asociarse con las nociones husserlianas de lebendige Gegenwart (“presente viviente”; cf. Hua X)5 y de Stiftung (“fundación” o institution, en la traducción
5 Husserl desarrolla su concepción del presente viviente particularmente con posterioridad a
las referidas lecciones tempranas sobre el tiempo, por ejemplo, en los manuscritos de Bernau
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preferida por Merleau-Ponty; cf. Hua VI, Beilage III). Estos tres niveles de
sentido del nacimiento se solapan e interrelacionan de modo escalonado,
por lo que convendrá abordarlos consecutivamente. El análisis de cada uno
de ellos muestra sus límites y la necesidad de adoptar el punto de vista del
siguiente para no perder de vista el esencial dinamismo del fenómeno –aquel
“estado naciente”– que persigue la reflexión filosófica, de tal modo que, si
bien cada uno de los primeros posee una acotada validez, solo en el tercero
revelan retrospectivamente su sentido pleno.6
2. La cuna de las cosas: el nacimiento como génesis
E
30 l
n primer lugar, si considerar filosóficamente el lenguaje o el
pensamiento significa interrogarse acerca de su nacimiento, esto
implica considerarlos genéticamente, es decir, como fundados en algo cuya
existencia ellos suponen, que los precede y en lo cual y desde lo cual surgen,
a saber, el sentido silencioso, antepredicativo y preconceptual ya presente en
la percepción sensible. Si Phénoménologie ya afirma que “la significación nace
en la cuna de lo sensible” (1967: 28), los últimos escritos de Merleau-Ponty
reiteran concordantemente que “nuestra experiencia del ser bruto [...] es para
nosotros como el cordón umbilical y la fuente de sentido” de donde surge
toda lógica (1964: 209). La serie genética percepción-lenguaje-pensamiento
que el fenomenólogo tiene en mente desde su Phénoménologie hasta sus últimos cursos y escritos le permite pensar que el pensamiento está enraizado o
implantado en el cuerpo y en lo percibido por la intermediación del lenguaje,
concebido él mismo, a su vez, como una modalidad compleja de la expresión
corporal gestual (cf. 1967: 203-232). Uno de sus últimos cursos resume esta
serie triple de derivación genética afirmando que hay una “arquitectónica
[...] [que] surge en el cuerpo” (1995: 290), un “logos del mundo sensible y
un espíritu salvaje que animan el lenguaje (e indirectamente el algoritmo,
(Hua XXXIII), Análisis sobre la síntesis pasiva (Hua XI) y los manuscritos del grupo C (Hua M
VIII). Para una exposición de estos sucesivos análisis husserlianos de la noción cf. Osswald
(2016: 95-106) y Walton (2015: 79-116).
6 Beith (2018) también adopta una triple caracterización de la “pasividad generativa” y del
“nacimiento del sentido” en Merleau-Ponty, que muestra diversos puntos de contacto con
los análisis que siguen. Sin embargo, el esquema triple que propongo aquí no está, como el de
Beith, montado sobre las etapas estática, genética y generativa del pensamiento husserliano,
sino que pretende deslindar estructuralmente los distintos sentidos del nacimiento tal como
se presentan en la obra misma de Merleau-Ponty.
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
la lógica)” (1995: 290). Así, “el espíritu no es lo que desciende en el cuerpo
para organizarlo, sino lo que emerge de él” (1995: 188). La emergencia de lo
intelectual desde lo sensible ya era descripta desde Phénoménologie en términos
de “nacer” y “brotar”, al sostener que “no hay juicio que no brote de la configuración misma de los fenómenos” (1967: 431), por lo que el sentir “nos
representa lo que es ‘antes’ del espíritu, evoca su nacimiento y reclama un
análisis que clarifique la ‘genealogía de la lógica’” (1967: 56). Se comprende
así que al analizar en aquella obra las relaciones entre las funciones visual e
intelectual Merleau-Ponty declare necesario adoptar el método de una “fenomenología genética” (1967: 147). Paralelamente, al abordar la cuestión del
lenguaje en la misma obra afirma que el análisis será superficial “mientras no
nos remontemos a este origen, mientras no encontremos, debajo del ruido
de las palabras, el silencio primordial, mientras no describamos el gesto que
rompe este silencio” (1967: 214). Sus últimos escritos proponen, igualmente,
la tarea de describir “el nacimiento de la palabra como una burbuja en el
fondo de [la] experiencia muda” (1964: 167).
Ciertamente, Merleau-Ponty parece en ocasiones comprender los
términos temporales de origen o de génesis según un modelo espacial de
estratos fundados y fundantes, inferiores y superiores, como cuando afirma
que “la certeza de la idea no funda la de la percepción, sino que se apoya en
ella” (1989: 42). Sin embargo, este modelo espacial resulta equívoco si no es
comprendido según los términos temporales del origen o la génesis, y más
aún, si la génesis no es comprendida a su vez, más radicalmente, según la
singular temporalidad propia del nacer. Entre percepción, lenguaje y pensamiento, de acuerdo con Phénoménologie, se establece
esta relación de doble sentido que la fenomenología ha llamado Fundierung:
el término fundante [...] es primero en el sentido de que lo fundado se
da como una determinación o una explicitación de lo fundante, lo que le
impide reabsorberlo jamás, y aun así, lo fundante no es primero en el sentido
empirista y lo fundado no es simplemente derivado de él, puesto que es a
través de lo fundado que lo fundante se manifiesta (1967: 451).
La compleja relación de fundación a la que alude el párrafo no puede
entenderse en términos de causalidad, de condición lógica de posibilidad, ni
tampoco según un modelo simple de estratos o capas superpuestas.7 En tales
modelos los términos mantienen relaciones exteriores como las de un antes
7
Merleau-Ponty critica precisamente esta última opción al considerar el problema del lenguaje (cf. 1967: 220-221).
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32 l
y un después netamente distinguibles, un antecedente y un consecuente, o
un arriba y un abajo. En cambio, la relación de Fundierung tal como Merleau-Ponty propone comprenderla aquí denota relaciones interiores como
las características del nacimiento, donde un término está grávido del otro,
lo lleva en sí mismo de modo germinal o incoativo y le da origen desde sí
mismo, transformándose a sí mismo al hacerlo. Lo nacido, por su parte, brota
en el primero y desde el primero y, aun si se desprende de él –“lo que le
impide reabsorberlo jamás” (1967: 451), como dice el párrafo– no deja de
estar hecho internamente de aquello de lo que surgió y de transmutar retroactivamente su sentido.
Estas peculiares relaciones entre las tres dimensiones (perceptiva, lingüística e intelectual) pueden verse plasmadas en la siguiente afirmación
tardía, referida al lenguaje en sus relaciones con el “saber previo” que supuestamente solo haría manifiesto a posteriori: “porque no hablamos solamente de
lo que sabemos, como para exhibirlo, sino también de lo que no sabemos,
para saberlo, y [...] el lenguaje en su hacerse (se faisant) expresa [...] una ontogénesis de la que es parte” (1964: 139). Por un lado, el lenguaje no expresa un
concepto ya conocido o un significado ya poseído intelectualmente, porque
este último nace del primero. Por otro, si bien el lenguaje se funda en la
experiencia perceptiva y nace de ella, esta última tampoco es una capa autónoma y cerrada en la que residiría un sentido previamente acabado que el
lenguaje solo reflejaría y expresaría. La percepción motiva por sí misma la
expresión lingüística y esta participa retroactivamente de la constitución del
sentido de la primera, tal como sucede entre un término genitor y otro engendrado: “hablar o escribir es traducir una experiencia, pero una experiencia
que solo se convierte en texto por el habla que suscita” (1969: 34-35).
Al considerarlas desde la perspectiva del nacimiento, Merleau-Ponty
comprende entonces de un modo original las relaciones de fundamentación
y génesis entre percepción, lenguaje y pensamiento. Por un lado, cada estrato
o dimensión fundado o fundante no tiene piso, techo o límites discretos,
sino que es perforado por aquello que sostiene y desfondado por aquello en
lo que se apoya. Por otro lado, considerado temporalmente, cada dimensión
genética o momento de la serie no puede ser abordada por sí misma, como
lo que ella es (en presente) en sí misma con independencia de lo que fue o
será, puesto que por ser engendrada no se desprende nunca de un pasado extraño que la originó, y por ser generadora contiene en sí misma, en germen,
un futuro inanticipable distinto de sí misma. Se comprueba así que el nacimiento no es meramente una metáfora marginal para aludir retóricamente
a otros conceptos que sí serían estrictamente filosóficos, como los de fundamentación o de génesis. El nacimiento, en cambio, comporta por sí mismo
para Merleau-Ponty un estatuto filosófico central, siendo incluso para el
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
fenomenólogo la clave desde la cual reinterpretar originalmente el sentido
de otros conceptos de más larga tradición.
Ahora bien, comprender el primer término de esta serie temporal,
el estrato inferior o la fuente de sentido –i.e., la percepción sensible– en
términos de nacimiento impide considerarlo como un punto de arribo o un
fundamento último donde se detiene el movimiento de retorno al origen
que Merleau-Ponty asignaba a la filosofía como su tarea más propia:
la filosofía no busca la adecuación sin palabra a una vivencia inmediata [...].
El re-comienzo, la reconquista del ser desde el olvido, la distracción y el
hábito, el re- de la filosofía [...] no apela a una coincidencia perdida que se
trataría de restablecer [...]. El retorno filosófico es también una partida (Merleau-Ponty 1996: 372, 374-375).
Como hace explícito el mismo filósofo, el camino que propone no persigue el nacimiento del pensamiento en el lenguaje y de este en la percepción
para detenerse allí, sino que el retorno a la percepción se emprende solo en
función de hacer patente el nacimiento del sentido: “No se trata de reducir
el saber humano al sentir, sino de asistir al nacimiento de ese saber” (1989:
67-68). La percepción, reconoce, está efectivamente “en el primer plano de
nuestra investigación [...] [pero] no como función sensorial simple que explicaría las demás, sino como arquetipo del encuentro originario, imitado
y renovado en el encuentro del pasado, de lo imaginario, de la idea” (1964:
210).8 Arribar a la percepción como fuente de sentido nos conduce entonces
a relanzar la pregunta acerca del nacimiento, ya que la percepción y el sujeto
que percibe son también nacidos y nacientes: el sujeto percipiente “funciona
por aplicación de un pacto pasado entre nuestro nacimiento, nuestro cuerpo
y el mundo [...]; es como un nacimiento continuo, aquel a quien una situación
[...] ha sido dada a manifestar, y lo es a cada instante de nuevo” (2000: 40-41).
3. Opacidad, anonimato y pasividad: el nacimiento como
entrelazamiento
P
ara proseguir esta búsqueda del sentido del nacimiento se hace
necesario entonces volver la mirada hacia la dimensión del nacimiento del sentido o la “cuna del sentido”, es decir, la percepción sensible,
8
Robert (2000) analiza con precisión este contraste entre el retorno al origen en el sentido
propuesto por Merleau-Ponty y la búsqueda de un fundamento.
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34 l
que es descripta por el fenomenólogo precisamente como un “co-nacimiento” del yo percipiente y el mundo percibido: el sujeto de la percepción,
como adelantamos, es definido como “una potencia que co-nace (co-naît) a
un cierto medio de existencia” (1967: 245). Introducir la figura del co-nacimiento en la descripción fenomenológica de la percepción intenta dar
cuenta del hecho –simple y patente, pero a la vez paradójico– de que esta se
realiza “desde alguna parte sin encerrarse en su perspectiva” (1967: 81). Las
cosas aparecen cuando un sujeto percipiente las “alumbra”, y aparecen desde
su perspectiva (como “naciendo de él”). Pero por otro lado, y simultáneamente, la sola percepción de algo necesita que esta perspectiva subjetiva se
presente a sí misma como parcial, siendo acompañada indefectiblemente por
un horizonte de otras latentes que son propias de lo percibido (sus escorzos
posteriores o el fondo, por ejemplo), entre las cuales la propia se recorta o
de las que surge9. Así, si es “a través de mi surgir en el mundo que el tejido
tiene un sentido” (1967: 491), también a la inversa el mundo puede ser declarado “cuna de las significaciones” (1967: 491), de tal modo que “el sujeto
es ser-del-mundo y el mundo sigue siendo ‘subjetivo’” (1967: 491-492). Esta
descripción fenomenológica es vertida en términos ontológicos en la última
filosofía de la carne de Merleau-Ponty, cuando afirma que las cosas surgen
por “dehiscencia” o “fisión” de la carne del sujeto, e inversa y simultáneamente, el cuerpo percipiente surge del enroscamiento y división de la carne
del mundo (1964: 192, 185), estando ambos entrelazados quiasmáticamente
en su propio ser. Como resume Merleau-Ponty en una nota inédita: “La ontología consiste en formular este nacimiento y co-nacimiento, en encontrar
un más allá del naturalismo y del idealismo” (cit. en Saint Aubert 2004: 255).
En función de este co-nacer pueden comprenderse las razones parciales que dan sustento al idealismo (en tanto el mundo nace de la conciencia) y al realismo (en tanto la conciencia es nacida del mundo), pero
en función suya también se advierten los límites de ambos, por cuanto
ninguno de los dos da cuenta de este co-nacimiento como tal. Tanto las
gnoseologías intelectualistas modernas como la psicología o la fenomenología en su vertiente idealista habrían dado cuenta de la primera dirección y
en ello residiría su valor parcial. Por ejemplo, respecto de la primera, afirma
Merleau-Ponty que “la reflexión psicológica nos obliga [...] a resituar el
mundo [...] en su cuna de conciencia, [...] a buscar su surgimiento primero
en la conciencia” (1967: 40). Pero en dirección contraria, las teorías científico-naturales de la percepción encuentran también su razón parcial en
9 En términos de Le Visible et l’Invisible, “mi cuerpo solo ve porque forma parte de lo visible
desde donde eclosiona” (1964: 201).
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
tanto expresan la dependencia de la conciencia respecto del mundo que
las primeras olvidan: “mientras la fenomenología no se haya convertido en
fenomenología genética los retornos ofensivos del pensamiento causal y del
naturalismo estarán justificados” (1967: 147). Ir más allá de estos dos puntos
de vista reconociendo su verdad relativa significaría entonces desarrollar una
“fenomenología genética”, reinterpretando la génesis en el sentido puntual
en que vimos en el apartado anterior que Merleau-Ponty propone hacerlo,
esto es, como nacimiento: la conciencia “solo puede atribuirse este poder
de constitución universal ignorando el acontecimiento que constituye su
infraestructura y que es su nacimiento” (1967: 517). Una conciencia nacida
es, en los términos del filósofo, “una conciencia para la cual el mundo ‘va
de suyo', que lo encuentra ‘ya constituido’ y presente incluso dentro de
sí misma” (1967: 517). Y, sin embargo, considerando el nacimiento como
co-nacimiento, agrega la precisión de que “nacer, es a la vez nacer del mundo
y nacer al mundo. El mundo está ya constituido, pero también nunca completamente constituido” (1967: 517).
Si hasta este punto nos referimos al nacimiento en relación con el
sujeto percipiente y su percepción presente, el párrafo al que pertenece esta
última cita –uno de los que más explícitamente se refieren al nacimiento
en Phénoménologie–, muestra que este nivel de análisis comprehende en sí
mismo varios otros con los que está íntimamente ligado. Es claro que uno
de los sentidos más inmediatos de caracterizar a la conciencia como nacida
es subrayar su carácter corporal, tesis fundamental que recorre la obra. Ahora
bien, la definición del nacimiento recién citada aparece como respuesta a la
pregunta “¿qué es la libertad?”, al intentar delimitar la “parte de la libertad”
individual o de la acción presente, y “la parte de la situación” o de la determinación social e histórica (aún si declarará “imposible” y “abstracta” esta
delimitación) (1967: 517). Se hace patente entonces que introducir el hecho
del nacimiento en el contexto de esta discusión cumple la función de revelar
no solo la íntima relación de la conciencia con su cuerpo, sino también y
simultáneamente del yo con sus otros (a.), y del presente con su pasado (b.).
En primer lugar (a.), una conciencia corporal es nacida de un mundo
no solo natural sino interhumano, y por ello solo puede existir “en situación”: un ser humano es solo “un nudo de relaciones”, afirma ya Phénoménologie (1967: vii, 520). Los cursos de La Sorbonne señalan que Husserl
esbozó dos direcciones de análisis para pensar la intersubjetividad: una de
ellas parte del yo y accede por empatía a la conciencia extraña, mientras
que otra –la que Merleau-Ponty adopta– descarta esa precedencia del yo
y sigue el modelo de una inter-constitución del yo y sus otros (1988: 41).
Un curso posterior (1958) acerca de Husserl reitera esta idea al referirse a
la Parte III de la Krisis:
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l 35
Ya no tenemos que comprender cómo un Para Sí puede pensar a otro a
partir de su soledad absoluta, o cómo puede pensar un mundo preconstituido
en el mismo momento en que lo constituye: la inherencia del sí al mundo o
del mundo al sí, del sí al otro y del otro al sí –lo que Husserl llama Ineinander–
es silenciosamente inscrita en una experiencia integral (1968: 152).
36 l
Al comentar Ideen II Merleau-Ponty afirma que “el otro y yo somos
como los órganos de una sola intercorporeidad” (1960a: 213), y en la misma
línea sus cursos sobre La nature sostienen que un cuerpo “está en circuito
con los otros [cuerpos]. Pero esto, por su propio peso de cuerpo” (1995: 288).
El sujeto corporal y nacido, en suma, no es algo que posea una existencia per
se y además mantenga relaciones con otros, sino que se constituye en estas
relaciones y no es nada por sí mismo fuera de ellas, las cuales lo hacen ser y
ser quien es. Esta falta de independencia ontológica socava sus pretensiones
de individualidad absoluta y de libertad incondicionada: “no puedo ya fingir
ser una nada y escogerme continuamente a partir de nada” (1967: 515),
afirma discutiendo con Sartre. Este último habría descrito “en su obscena
evidencia la raíz, lo viscoso o la historia, [...] la situación [...] [y] el mundo
social” (1955: 185), y, sin embargo, paradójicamente, “su pensamiento está en
rebelión contra ese medio, no encuentra en él sino una invitación para [...]
recomenzar ex nihilo todo ese mundo que le asquea” (1955: 185). La viscosidad intercorporal que evoca el nacimiento y que hace que la conciencia
no pueda existir de modo autónomo ni desligarse de sus “sucios orígenes”10
se contrapone aquí a la asepsia de la creación ex nihilo, como suponiendo
un ser que se apoya sobre sí mismo. Este segundo sentido del nacimiento
muestra ciertas afinidades y resonancias con la descripción de Patočka del
arraigo (enracinement) en el mundo y la acogida intersubjetiva como primer
movimiento de la existencia humana, nociones que el mismo autor refiere a
Merleau-Ponty (cf. Patočka 1988a; 1988b: 58; Jacquet 2013: 77).
Por otro lado (b.), una conciencia nacida posee un pasado personal
que puede recoger en su presente recordándolo, pero que –en los términos
de Merleau-Ponty– se funde con las brumas de un pasado impersonal o
“informe” (1967: 399) que no puede recordar puesto que nunca lo vivenció
en presente, aun si es su propio pasado. “Un pasado que nunca fue presente”
(1967: 280), “absoluto” (Merleau-Ponty 1967: 160) e inmemorial como el
de su nacimiento impide definitivamente a la conciencia recoger en el pre-
10 Extrapolo aquí libremente una expresión que Merleau-Ponty utiliza en otro contexto: re-
firiéndose a lo trascendental, afirma que “no podrá nunca ser limpiado de la suciedad original
de haber sido descubierto post festum” (1964: 69).
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
sente su historia de modo completo y unitario, haciéndola opaca a sí misma
y obteniendo así solo “un sí mismo desgarrado” (1995: 285). En la glosa de
Waldenfels, nuestra precedencia o retraso originario respecto de nosotros
mismos genera “un tipo irreductible de extrañeza [...] [y] una auto-referencia quebrada” (2004: 242). El hecho de ser nacidos y por ello solo existir
en relación con el mundo, con los otros o con nuestro propio pasado nos
hace patente –en los términos del mismo Merleau-Ponty– “esta debilidad
interna que nos impide obtener jamás la densidad de un individuo absoluto”
(1967: 489).
Lo vivido no es jamás totalmente comprensible, lo que comprendo no capta
nunca exactamente mi vida y, en fin, nunca formo una sola cosa conmigo
mismo. Tal es el destino de un ser nacido, es decir, de un ser que, de una
vez y definitivamente, ha sido dado a sí mismo como algo por comprender.
[...] En la vida intrauterina, nada ha sido percibido, y por eso nada hay por
recordar. [...] Soy llevado en la existencia personal por un tiempo que yo no
constituyo (1967: 399).
Conducir la atención al nacimiento de la conciencia tiene entonces,
frecuentemente en las referencias del fenomenólogo, el sentido de poner en
evidencia los límites de su autonomía, su transparencia, su actividad y su individualidad. Así afirma, por ejemplo, que todo acto se realiza sobre el fondo
presupuesto de una pasividad originaria, y que la vida personal se apoya
en una existencia prepersonal y anónima: no puedo captar mi nacimiento
como una experiencia mía puesto que no soy preexistente a mí mismo, sino
solo como un “horizonte prepersonal” (1967: 250), una “natalidad anónima”
(1967: 250).
Es necesario que mi primera percepción y mi primera presa en el mundo se
me aparezcan como la ejecución de un pacto más antiguo concluido entre X
y el mundo en general, que mi historia sea la continuación de una prehistoria
de la que utiliza los resultados adquiridos, que mi existencia personal retome
una tradición prepersonal. Hay, pues, otro sujeto debajo de mí, para el que
existe un mundo antes de que yo esté allí, y que allí señalaba mi lugar. Este
espíritu cautivo o natural es mi cuerpo (1967: 293-294).
En la sección previa, atender al nacimiento del lenguaje y el pensamiento nos condujo a descubrir su fundamento en la percepción, y ahora,
en esta sección, entender al yo-cuerpo percipiente como nacido nos llevó a
revelar su dependencia de los otros, su situación en un mundo y su determinación por el pasado. Sin embargo, nuevamente el análisis se arriesga a
REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
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perder de vista el dinamismo del nacer –aquello que según Merleau-Ponty
la reflexión filosófica esencialmente persigue– si se conciben estos términos
–el yo, el mundo, los otros, el pasado– estáticamente, y a sus interrelaciones
como exteriores. Teniendo en cuenta que para el fenomenólogo, como ya
observamos, al nacer el mundo está constituido pero nunca completamente
constituido (1967: 517), el nacimiento no podría restringirse a ser el índice
de una pasividad o una generalidad histórica o social que limita o condiciona
exteriormente al sujeto y su acción presente, sino la ocasión para reformular
el sentido de la individualidad, de la acción y de la libertad: “nuestro nacimiento o, como Husserl dice en sus inéditos, nuestra ‘generatividad’ funda
a la vez nuestra actividad o nuestra individualidad, y nuestra pasividad o
nuestra generalidad” (1967: 489).
4. El brote sin germen: el nacimiento como institución de
novedad y singularidad
C
38 l
onsiderar el presente como simplemente condicionado por el
pasado supone una concepción del tiempo donde los momentos
pasados son antiguos momentos presentes que se alinean en la misma serie
de los actuales, empujándolos o sosteniéndolos. Tener en cuenta en cambio
el hecho del nacimiento, es decir, concebir “un pasado que nunca fue presente” (1967: 280), implica considerar un momento del tiempo que no se
ubica en la línea de la sucesión y no actualiza el futuro esperado ni se conserva como el pasado recordado, fracturando la línea del tiempo. Si en un
sentido el nacimiento indica un momento del pasado –un momento en el
tiempo–, en otro sentido señala un momento que rompe el hilo del tiempo
y no se acomoda como un momento en la serie de los otros. Esto conduce
a considerar un tiempo inherentemente quebrado donde los momentos no
pueden ser recogidos, anticipados o, en fin, acomodados en una misma línea:
seres nacidos y nacientes
no mantienen bajo su mirada un espacio y un tiempo serial ni la pura idea
de las series, sino que tienen a su alrededor un tiempo y un espacio de apilamiento, de proliferación, de intrusión, de promiscuidad –perpetua preñez,
perpetuo parto, generatividad [...] (1964: 155).
Pensar en términos de nacimiento las relaciones temporales, las relaciones espaciales o las relaciones intercorporales significa concebirlas como
relaciones internas, donde unos términos surgen de otros que en cierto modo
llevan a los primeros en sí mismos, y sin embargo al surgir muestran que no
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
pueden ser contenidos por ellos, desbordándolos y transformándolos: “los
hombres y el tiempo, el espacio, están hechos del mismo magma” (1996: 211)
como en un “acoplamiento (emboîtement), hay una suerte de desbordamiento
(empiétement) de los cuerpos los unos sobre los otros, y lo que le sucede a uno,
su vida y su muerte, metamorfosea la duración, la edad del otro” (1996: 211).
Desde esta perspectiva la unidad del tiempo debe ser entendida en nuevos
términos como “la coexistencia de presentes incomposibles”: “los presentes
concatenados en el tiempo no son conciliables en una visión única, de tal
modo que abriendo uno se halla detrás suyo otro presente que hace estallar
al primero” (1996: 207). El presente es un “presente-desplegable” o “prolífico” (présent-gigogne) (1996: 207) cuyos sucesores o sus “hijos” lo ponen en
cuestión, siendo a la vez inseparables de él e incompatibles con él: “el pasado
que él [el presente] contiene lo descentra, es otro mundo”, y lo mismo puede
decirse acerca de su futuro (1996: 207).
Merleau-Ponty advierte que este carácter inaugural y singular que
quiebra el orden de la sucesión no es privativo del evento de nuestro propio
nacimiento, sino que es inherente a cada momento de nuestra experiencia:
“cada conciencia ha nacido en el mundo y cada percepción es un nuevo
nacimiento de la conciencia” (1967: 13 n. 1); “mi primera percepción [...] es
un acontecimiento siempre presente, [...] soy aún esta primera percepción”
(1967: 466). Enfocar la atención en la peculiar temporalidad que revela
nuestro nacimiento personal sirve entonces al objetivo de mayor alcance
de revelar este aspecto –oculto u olvidado en la cotidianidad– que reviste
cada instante y que porta cada pensamiento, palabra, acción o percepción
presente “en estado naciente”. El nacimiento revela, por un lado, la inseparabilidad o las relaciones que ligan internamente al yo con sus otros, con el
mundo y con su pasado, “y esta adhesión ciega al mundo [...] no interviene
solo al principio de mi vida. Es ella la que da su sentido a toda percepción
ulterior [...], se recomienza a cada momento” (1967: 294). Cada percepción,
así, “marca en el corazón del sujeto el hecho de su nacimiento” (1967: 294).
Pero simultáneamente el nacimiento señala la irrupción de la novedad y
la singularidad en el seno de estas relaciones: “Cada sensación, siendo en
rigor la primera, la última y la única de su especie, es un nacimiento y una
muerte” (1967: 250).
El fenomenólogo reconoce que, ciertamente, “una primera percepción sin ningún fondo es inconcebible. Toda percepción supone cierto
pasado del sujeto que percibe” (1967: 326). Y, sin embargo, hay un aspecto
presente en cada percepción, su carácter “naciente”, que no es deudor del
pasado, sino que significa una suerte de “invención”, y a la vez no se encuadra en un tipo general, sino que es “único en su especie”, “fuera de serie”
o impar:
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Cuando contemplo un objeto con la única preocupación de verlo existir y
desplegar ante mí sus riquezas, deja entonces de ser una alusión a un tipo general, y advierto que cada percepción, y no solamente la de los espectáculos
que descubro por primera vez, recomienza por su cuenta el nacimiento de la
inteligencia y tiene algo de una invención genial: para que yo pueda reconocer
al árbol como árbol, es necesario que, debajo de esta significación adquirida,
la ordenación momentánea del espectáculo sensible vuelva, como al primer
día del mundo vegetal, a esbozar la idea individual de este árbol (1967: 54;
énfasis agregados).
40 l
Phénoménologie ilustra esta novedad, singularidad e incomparabilidad
del sentido naciente de cada percepción apelando a la situación de desembarcar por primera vez en una ciudad extraña: las primeras calles que vemos
son, “como las primeras palabras de un desconocido, las manifestaciones
de una esencia todavía ambigua, pero ya incomparable” (1967: 325). Sus
últimos escritos continuarán refiriéndose a esta invención o “creación” de
sentido que es inherente a cada experiencia del mundo afirmando que “el
ser es lo que exige de nosotros creación para que tengamos experiencia de él”
(1964: 251).
Uno de los párrafos de Phénoménologie que más extensamente se refiere al nacimiento, en el sentido más llano del nacimiento de un bebé, pone
el foco precisamente en este aspecto relativo al surgimiento de lo nuevo,
inédito e inanticipable, lo que es único, singular o incomparable, e instituyente de nuevas posibilidades. Con “el acontecimiento de mi nacimiento”,
afirma allí,
había en adelante un nuevo “medio”, el mundo recibía un nuevo estrato de
significación. En la casa donde nace un niño todos los objetos cambian de
sentido, se ponen a esperar de él un trato todavía indeterminado, alguien más,
alguien diferente está ahí, una nueva historia, breve o larga, acaba de fundarse,
un nuevo registro, de abrirse (1967: 466).
La idea que expresa este párrafo parece muy cercana a la definición de
la acción humana que Arendt esbozará en la década siguiente, al referirse al
hecho de que los seres humanos son nacidos, y por ello “cada uno de ellos es
un nuevo comienzo [...] [y con] cada uno comienza de nuevo, en un sentido,
el mundo” (Arendt 1998: 373). En efecto, la filósofa relaciona la natalidad
“con un mundo en el que los individuos, entidades únicas, no intercambiables e irrepetibles, aparecen y parten” (Arendt 2009: 110). Sin embargo,
Merleau-Ponty no asocia el surgimiento de la novedad y la singularidad
privativamente con la acción humana o la libertad, sino más generalmente
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
con toda percepción, y más aún, con una generatividad propia de la misma
naturaleza. Sus cursos sobre este último concepto comienzan precisamente
asociando el sentido originario de physis y natura con el brotar y el nacer, a
los que remitirían la raíz verbal phyo y el nascor (1995: 19):
El concepto de naturaleza no evoca solamente el residuo de lo que no ha
sido construido por mí, sino una productividad que no es la nuestra aunque
podamos utilizarla, es decir, una productividad originaria que continúa bajo
las producciones artificiales del hombre (1995: 169).
Que “la naturaleza está en el primer día”, como afirma Herr (cit. en
Merleau-Ponty 1964: 320), significa para Merleau-Ponty que el mundo está
en perpetuo estado de nacimiento, por lo que
lo Urtümlich [primordial], lo Ursprünglich [originario] no es de antes. Se trata
de encontrar en el presente, la carne del mundo (y no en el pasado) un
“siempre nuevo” y “siempre el mismo” – Una suerte de tiempo del sueño
(que es la duración naciente de Bergson [...]) (1964: 320).
Como sugiere esta última referencia, es probablemente en su lectura
de Bergson y de Husserl donde Merleau-Ponty inspira su idea del nacimiento como surgimiento de novedad y singularidad. Respecto del primer
autor, en una conferencia de fines de la década del ‘50 sostiene que el valor
de la apuesta de Bergson, al conceder al tiempo el lugar central de la reflexión filosófica, no reside tanto en poner el tiempo “en lugar del ser”, sino
en comprender el tiempo “como ser naciente” (1960a: 232). Bergson se
propone, según Merleau-Ponty, acercarse al tiempo acompañando “su nacimiento continuo que lo hace siempre nuevo” (1960a: 231). Esta filosofía
habría, por primera vez, llevado la atención hacia
el ser naciente, del cual ninguna representación me separa, que contiene por
adelantado todas las visiones, aun discordantes, aun incomposibles, que podamos tener, que se pone de pie delante nuestro, más joven y más viejo que
lo posible y que lo necesario (1960a: 240).
Como hace explícito el párrafo, el ser naciente en su actualidad no
se adecúa a lo posible, no actualiza posibilidades ya abiertas por el pasado,
sino que su realidad es incluso incompatible con lo antecedido. Si el presente naciente es realización de lo imposible, se comprende que la unidad
del mundo solo pueda concebirse como una simultaneidad de perspectivas
incomposibles.
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42 l
Por su parte, Husserl había observado en sus lecciones sobre el tiempo
que la conciencia del pasado retenido condiciona las anticipaciones o protenciones, proveyéndonos continuamente de un horizonte de futuro posible
(cf. Hua X, §§ 11-13). Más ampliamente, su fenomenología genética añade
que este horizonte de futuro posible responde a la sedimentación pasada de
habitualidades noéticas y tipos empíricos noemáticos (cf. Hua I, §§ 37-39).
Sin embargo, esta anticipación de lo posible abierta por el pasado es continuamente desafiada por el ahora como “punto-fuente”, que no está determinado
por el pasado: la impresión originaria “no surge como algo producido, sino
que lo hace por genesis spontanea, es engendramiento originario. No crece –no
tiene germen, es creación originaria” (Husserl 2002: 120); es “lo originalmente engendrado, lo ‘nuevo’, lo que ha venido a ser” (Husserl 2002: 121).
El brote sin semilla es la elocuente imagen usada por Husserl para llamar la
atención a esta dimensión del presente naciente que no deriva del pasado y
abre un futuro inanticipable. Es este sentido de realización de lo imposible
e institución de nuevas posibilidades, que Husserl atribuía al ahora o punto-fuente de la impresión originaria, el que Merleau-Ponty recoge –a su
propio modo– al hablar de cada percepción como una “primera percepción”
que no se amolda al campo de posibilidades determinado por el pasado e instituye un sentido inédito, singular, único e irrepetible, que no es el ejemplar o
caso de una especie o tipo, y que abre o amplía el campo de lo hasta entonces
posible. El fenomenólogo francés reencuentra la misma intuición presente
en el concepto husserliano de Stiftung, que verterá al francés como institution:
Husserl ha empleado la hermosa palabra Stiftung para designar, en primer
lugar, esta fecundidad indefinida de cada momento del tiempo, que precisamente porque es singular y pasa, no podrá dejar nunca de haber sido o de
ser universalmente y, en segundo lugar, la fecundidad, derivada de la primera,
de las operaciones de la cultura que abren una tradición [...] (1969: 95-96).
El curso dedicado específicamente a la institución liga estrechamente
esta noción con la del nacimiento. La propuesta del curso de repensar la
clásica conciencia constituyente en términos de una subjetividad instituyente se basa, en cierta medida, en que “la conciencia no tiene conciencia
de ser nacida” (2003: 37) subestimando así su pasividad, su dependencia y
su ser en relación con los otros y el mundo (segundo de los sentidos del
nacimiento que relevamos). Pero pensar la institución como nacimiento y
el nacimiento como institución, como Merleau-Ponty allí propone (2003:
38), tiene también la finalidad de dar cuenta del efectivo surgimiento de la
novedad y la singularidad en el seno de estas relaciones: la institución es “una
brecha o desviación (écart) por relación a una norma de sentido, diferencia.
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
Es este sentido por desviación, deformación, lo propio de la institución”
(2003: 41). Instituir significa instalar “la diferencia, la desviación personal en
la norma, hacer la nueva norma por relación a la cual otras desviaciones son
posibles” (2003: 41). La figura de la institución permite comprender la dinámica que articula el segundo y el tercer sentido del nacimiento de nuestro
esquema, al afirmar simultáneamente que toda percepción y acción personal
“vienen desde” un pasado, una sociedad histórica y un mundo natural, pero
a la vez no son efectos o consecuencias de sus antecedentes o de su medio,
sino que introducen una singularidad en la generalidad de las normas o los
campos de posibilidades en los que surgen y de los que surgen. En términos
de Merleau-Ponty, cada sujeto implica un “retiro” (retrait) del mundo (1964:
23) que no es una separación: nadie sería singular ni nada novedoso, por otra
parte, más que en relación con lo general o con lo establecido.11 Como en
el arte, “no se crea en el vacío, ex nihilo [...] [,] no hay creación absoluta en
una soledad absoluta” (1969: 95): se trata de “recomenzar de otro modo y
darle al pasado, no una supervivencia que es la forma hipócrita del olvido,
sino la eficacia del retomar o la ‘repetición’, que es la forma noble de la memoria” (1969: 96). Ciertamente, lo personal retoma lo colectivo y el presente
retoma el pasado, pero si cada obra individual procede de las precedentes a
la vez “no puede ser deducida de ellas, recrea el todo. [El] parentesco es sólo
retrospectivo: la obra hija deviene obra madre” (2003: 78). Si “cada pintura
reencuentra toda la pintura, como cada vida reencuentra todas las vidas”
(2003: 78), es porque cada una retoma y reinventa a todas las otras y transforma retroactivamente su sentido.
Una década antes de sus cursos acerca de la institución, en su Phénoménologie, Merleau-Ponty ya hablaba de la existencia como “reanudación” (reprise) en términos análogos: “todo lo que somos, lo somos en base
a una situación de hecho que hacemos nuestra y transformamos sin cesar por
una especie de escape que nunca es una libertad incondicionada” (1967: 199).
Y posteriormente a aquellos cursos, en 1959, volverá a hallar expresada la
misma doble dinámica del nacimiento (o la institución), ya no refiriéndose
especialmente a la existencia humana, sino asociándola al desarrollo embriológico de la visión en un ser vivo:
allí hay nacimiento, i.e. una nueva conciencia surge (como surge la vida en la
físico-química) por la disposición de un hueco, por la irrupción de un nuevo
11 Ralón ha subrayado agudamente el punto de que “la novedad no le quita al acontecimiento su historicidad” (2020: 74). No hay “creación absoluta sino un deslizamiento o desviación
de sentido” (2020: 74).
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l 43
campo que viene del inter-mundo y no es el efecto de sus antecedentes, no
está implicada por ellos, aun si depende de ellos (1995: 271).
44 l
El nacimiento o la institución comportan así estas dos caras inseparables: la dependencia e inseparabilidad de un contexto del cual, sin embargo, lo nacido o instituido no es efecto, o por el cual no es absolutamente
determinado: desde esta perspectiva, en suma, “la vida no es, como en la
definición de Bichat,‘el conjunto de funciones que resisten a la muerte’, sino
una potencia de inventar lo visible” (1995: 248).
Ahora bien, un rasgo propiamente merleau-pontiano que contrasta
con los antecedentes bergsonianos y husserlianos mencionados es el haber
situado la fuente de esta potencia naciente y creadora en el cuerpo viviente.
Cada cuerpo singular puede compararse en este sentido con una obra de
arte, que “acaba por segregar ella misma su significación” (1967: 209), y si no
es comprendida al principio, “acaba por crearse su público” (1967: 209). Mi
cuerpo al percibir, al moverse o al expresarse, no es una cosa en el tiempo,
sino que “segrega tiempo” o “hace tiempo” (1967: 267),“segrega en sí mismo
un ‘sentido’ que no le viene de ninguna parte [...] [y] esta revelación de un
sentido inmanente o naciente en el cuerpo viviente se extiende [...] a todo
el mundo sensible” (1967: 230). En efecto, el cuerpo es para Merleau-Ponty
el emblema de nuestro arraigo en la naturaleza y del carácter situado y relacional de nuestra existencia, la superficie de contacto del yo con el mundo
y con sus otros: nada en sí mismo fuera de sus relaciones, el cuerpo propiamente no es sino que “inter-es”, es un nudo en la red y está ontológicamente
“en circuito” con los otros cuerpos, como ya se observó. De ahí que situar
en el cuerpo el nacimiento del sentido no significa otra cosa que situarlo en
las relaciones perceptivas y motrices del yo con el mundo, y en las relaciones
interactivas y comunicativas con los otros.
Al ubicar el origen del sentido en el cuerpo y entender a su vez
el cuerpo de este modo puramente relacional, Merleau-Ponty se distingue
de aquellas dos posiciones previamente mencionadas en las que se inspira
parcialmente. El nacimiento del sentido no se sitúa en el sujeto o en la conciencia interna y su actualidad fluyente y constituyente del tiempo como
para Husserl, quien afirmaba que “tiempos, objetos, mundos en todo sentido
tienen en última instancia su origen en el protofluir del presente viviente,
o mejor, en el proto-ego trascendental” (HuaM VIII: 4; cit. en Walton 2015:
85). Pero tampoco se sitúa, como para el último Bergson, en una naturaleza
o una vida concebida como una entidad o principio cuasi-metafísico que,
de no estar ligada a la materia y unida a un organismo sería “pura actividad
creadora” (Bergson 1941: 246). La naturaleza en la que Merleau-Ponty sitúa
el nacimiento del sentido es en cambio la naturaleza que habitamos, tal
ESTEBAN A. GARCÍA - Los sentidos del nacimiento y el nacimiento del sentido l 25-49
como es vivida en nuestros cuerpos como suelo, pasividad y opacidad, y la
naturaleza que nos habita y que incluso somos en tanto corporales, y que
es la fuente de nuestra actividad y generatividad: nuestro cuerpo es “un yo
natural, una corriente de existencia dada, de modo que no sabemos jamás si
las fuerzas que nos llevan son las suyas o las nuestras –o más bien, nunca son
ni suyas ni nuestras por entero” (1967: 199). Toda nueva visión, palabra o
pensamiento “exigen que el sujeto despliegue unos poderes cuyo secreto no
posee” (1967: 463). La “apertura” del sentido, en última instancia, es propia
del yo-cuerpo y de la naturaleza en su relación de copertenencia recíproca,
ya que a la “unidad abierta del mundo debe corresponder una unidad abierta
e indefinida de la subjetividad” (1967: 465). Es por ello que, en última instancia, los dos últimos sentidos del nacimiento que distinguimos –como
opacidad, generalidad y pasividad, por un lado, y como novedad, singularidad y generatividad, por otro– no van para Merleau-Ponty en direcciones
opuestas: “No somos, de una manera incomprensible, una actividad unida a
una pasividad, un automatismo más una voluntad [...], sino del todo activos
y del todo pasivos, porque somos el surgir del tiempo” (1967: 489).12
5. Consideraciones finales
E
n el transcurso de esta indagación, considerar el lenguaje y el pensamiento como “nacidos” de la percepción sensible (2.) nos condujo
a considerar el “co-nacimiento” del sujeto y el mundo en la percepción (3.), lo
que a su vez nos guio hacia la comprensión del sentido como perpetuamente
“naciente” (4.). Observamos en la última sección que este tercer y fundamental sentido del nacimiento aparece particularmente en los análisis merleau-pontianos acerca de la percepción, pero el alcance de esta tercera figura
se extiende retroactivamente a los temas abordados en los dos puntos previos
y los cruza transversalmente: es la clave para concebir de otro modo la subjetividad como singularidad y écart y el mundo natural como fuente de generatividad (temas de la tercera sección), y está presente incluso en los análisis merleau-pontianos acerca del lenguaje y el pensamiento (abordados en la segunda
sección). Así como hay una percepción “naciente”, también a nivel lingüístico
Merleau-Ponty alude a una “palabra hablante” (distinta de la “hablada”), caracterizada por el surgimiento de una nueva significación, siendo “aquella en
la que la intención significativa se encuentra en estado naciente” (1967: 229):
12 Beith
resume estas ideas de Merleau-Ponty con su fórmula de una “pasividad generativa”,
tema a cuyo análisis dedica su obra (cf. 2018: 92).
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La palabra hace surgir un sentido nuevo, si es palabra auténtica, como el gesto
da por primera vez un sentido humano al objeto, si es un gesto de iniciación.
Por otro lado, es necesario que las significaciones ahora adquiridas hayan sido
significaciones nuevas. Hay que reconocer, pues, como un hecho último esta
potencia abierta e indefinida de significar –es decir, a la vez de captar y de
comunicar un sentido– por la que el hombre se trasciende hacia un comportamiento nuevo, o hacia el otro, o hacia su propio pensamiento a través de su
cuerpo y su palabra (1967: 226).
46 l
Considerando la dimensión intelectual, también puede distinguirse
un pensamiento “pensado” que responde a la sedimentación del pasado, a
lo posible y a lo general, de un “pensamiento pensante” como el que al
comenzar este trabajo observamos que Merleau-Ponty exige a la filosofía
en las primeras páginas de su Phénoménologie: “la filosofía no es el reflejo de
una verdad previa, sino, como el arte, la realización de una verdad” (1967:
xv); ella “no empieza por ser posible: es actual o real, como el mundo del
que forma parte” (1967: xv). Ocho años después, en su lección inaugural
del Collège de France (1953), caracteriza la figura del filósofo precisamente
en estos términos: “El filósofo no dice que sea posible una superación final
de todas las contradicciones humanas [...]: como todo el mundo, él no sabe
nada. Dice –y esto es totalmente distinto– que el mundo comienza” (1960b:
46-47). Expresar esta realización de lo imposible que se da de continuo en
el mundo “en estado naciente”, como pretende hacer la filosofía, significa
participar de su perpetuo nacimiento. Es por ello que el recuerdo del nacimiento o el retorno al origen que, como comencé diciendo, caracteriza
para Merleau-Ponty al pensar filosófico, no significa retornar al pasado, a
una coincidencia o identidad perdida, sino que, por el contrario, significa
“hacernos otros diciendo lo que tenemos de más propio” (1969: 202) en el
diálogo con el mundo y con los otros. En términos de las últimas notas del
fenomenólogo para una obra inacabada (c. 1960), lo originario “no está todo
detrás nuestro; [...] el llamado a lo originario va en diversas direcciones: lo
originario estalla, y la filosofía debe acompañar este estallido, esta no-coincidencia, esta diferenciación” (1964: 165).
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l 49
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Nothingness and Paraconsistent Logic
HINNA KHAAN
Independent scholar
DOI: 10.36446/rlf2024399
Abstract: This paper explores the concept of
“Nothingness” and its connection to Graham Priest’s
paraconsistent logic, with a critical focus on Heidegger’s
ontological perspective. Heidegger argues that logic and
ontology are incompatible, and truth extends beyond
mere propositions, tied to the indescribable experience
of “Nothing.” He contends that logical rules are not
essential for ontological truth, leading to two conceptions of truth: fundamental and propositional.The study
delves into this profound examination, considering the
implications for understanding truth and the limitations
of logic in grasping the elusive aspects of existence.
Key-words: ontology, existence, nothingness,
para-consistent logic, Heidegger.
La nada y la lógica paraconsistente
Resumen: Este ensayo explora el concepto de
“La Nada” y su conexión con la lógica paraconsistente
Licencia Creative Commons CC BY 4.0 Internacional
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l 51
de Graham Priest, con un enfoque crítico en la perspectiva ontológica de Heidegger. Heidegger argumenta que la lógica y la ontología son incompatibles,
y la verdad va más allá de meras proposiciones, vinculándose a la experiencia
indescriptible de “La Nada”. Sostiene que las reglas lógicas no son esenciales
para la verdad ontológica, lo que conduce a dos concepciones de la verdad:
fundamental y proposicional. El estudio se adentra en esta profunda exploración, considerando las implicaciones para la comprensión de la verdad y las
limitaciones de la lógica para entender los aspectos esquivos de la existencia.
Palabras clave: ontología, existencia, nada, lógica paraconsistente,
Heidegger.
1. Introduction
H
52 l
eidegger argues that logic and ontology are not compatible and
there exists a realm that cannot be expressed through propositions. He contends that the rules of logic are applicable only to entities
existing in the world (Heidegger 1975: 245). However, the underlying basis
for understanding these entities extends beyond their mere existence. Heidegger’s analysis suggests that ordinary usage of logic refers to objects and
assumes a correspondence between our statements and their reality. Nevertheless, the truth associated with propositions is merely a manifestation of
the deeper ontological truth that enables their coherence.
When we seek to comprehend things, our only approach is to contextualize them within a comprehensive framework.This framework, known
as the “world,” serves as a prerequisite for understanding entities, forming the
foundation for our ontological understanding and fundamental notion of
truth. To grasp beings, we must view them as integral parts of this all-encompassing totality, which we refer to as the “world.” Despite being1 termed
“Nothing,” the world is not an entity in itself; it lacks substance and cannot
be denoted or referenced as a tangible object. The experience of “Nothing”
serves as a unifying element that allows us to comprehend beings, but it remains indescribable and beyond expression.
1
Heidegger’s perspective embraces various forms of “beings,” with each possessing its distinct significance, making him an ontological pluralist. To delve deeper into the concept of
Ontological pluralism in Heidegger, one can refer to McDaniel’s work (2016). Furthermore,
for a comprehensive exploration of how these diverse ways of beings can be comprehended,
Hashemi and Hosseini’s study from 2023 is an excellent resource to consider.
HINNA KHAAN - Nothingness and Paraconsistent Logic l 51-62
Despite the crucial role of “Nothing” in establishing propositional
truth, it is often overlooked, and truth is predominantly confined to the
realm of logic. However, Heidegger challenges this perspective by asserting
that while our thoughts are governed by rules, the formal rules of logic can
be bypassed and are not essential components of ontological truth (Heidegger 1992: 105). He boldly proclaims that even foundational principles
of logic, such as the principle of contradiction and the principle of the
excluded middle, can be disregarded at the most fundamental level of truth
(Fay 1977: 41). This is because these rules pertain to propositional truth,
which is merely a contingent manifestation of ontological truth (Fay 1977:
62). Consequently, the pivotal role of “Nothing” in the possibility of truth
and in contemplating entities, along with its resistance against the logical
constraints of propositions, becomes the primary reason for accepting two
conceptions of truth: the fundamental, metaphysical, and ontological truth
(alétheia) and the derived truth expressed through propositions, which falls
under the domain of logic.
Venturing into the foundational level of logical truth, “Nothing” extends beyond being merely a logical operator that negates propositions. In
its capitalized form, “Nothing” can serve as a substantive within sentences.
When Heidegger proclaims, “Das Nichts selbst nichtet,” it becomes evident
that “Nothing” denotes a specific existence, an entity with substantive qualities. Consequently, “Nothing” encompasses both the notion of non-being,
which underpins logical truth, and the aspect of being, where it acts as
the subject of “nothinging” or “Nichtung,” signifying an entity engaged in
negation. In the broader context of theoretical and non-theoretical terms,
these assertions neither refer to non-ostensible entities uniquely introduced
by scientific/philosophical theories nor represent non-theoretical entities
potentially verifiable and independent of any theory (Hashemi 2022: 958).
This latter facet of “Nothing” is tightly related to its role in the prelogical
or pre-predicative realm, where it reveals itself to the “Dasein,” those who
embrace openness to truth. However, “Nothing” remains elusive to logical
comprehension, leading to nonsensical assertions that defy compliance with
logical rules (Carnap 1959: 69).
According to the analysis presented earlier, Heidegger acknowledges
that adhering to logical rules is a fundamental requirement for thinking.
However, what he specifically emphasizes is not just lowercase “logic” but
rather the grander concept of “Logic.”2 The former refers to constitutive
2 This distinction is suggested by Witherspoon, but is affirmed by Heidegger’s writings,
as he also believes that true logic is different from mathematical logic: “Was die Logistik
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54 l
rules arising from the ontological basis of thought, while the latter pertains only to rules governing propositions and can be easily disregarded. In
essence, Heidegger aims to supplant the conventional notion of lowercase
“logic” with a broader understanding of “Logic,” which allows for the inclusion of an ineffable ontological truth transcending logical rules. This new
form of truth entirely relies on the self-disclosure of “Nothing,” an entity
that remains beyond the grasp of logic. It is important to note that Heidegger’s concern with logic and propositional truth lies in the inherent contradiction within “Nothing” as both a being and a non-being.
In light of the preceding discussion, we can gain a clearer understanding
of the Carnap-Heidegger debate. Carnap contends that Heidegger’s claims
concerning “Nothing” are nonsensical since it lacks denotation and cannot
be logically represented. Carnap’s critique lies in Heidegger’s misapplication
of “Nothing” as a substantive when, in reality, it is merely a logical operator
(Witherspoon 2003: 296). Carnap’s argument can be summarized as follows:3
(1) All assertions are about entities.
(2) The nothing is not an entity.
(3) Therefore, no assertion can be about the nothing.
Or: What pretends to be an assertion about the nothing is absurd.
(Käufer 2005: 490-491)
In this paper I examine the strength of this argument and in particular, I focus on the first premise.
2. A brief outlook on Priest’s paraconsistent logic
O
ur primary objective here is to explore the potential expression
of ontological difference through logical terms. One approach
to achieve this involves examining Graham Priest’s theory of gluons, which
we will briefly outline below.
Priest’s theory relies on two fundamental presuppositions. The first
is the equivalence between being and unity, drawing from the Aristotelian
beibringt, ist nun freilich alles andere, nur keine Logik, d. h. eine Besinnung auf den λόγος.
Die mathematische Logik ist nicht einmal eine Logik der Mathematik in dem Sinne, daß
sie das Wesen des mathematischen Denkens und der mathematischen Wahrheit bestimmte
und überhaupt zu bestimmen vermöchte. Die Logistik ist vielmehr selbst nur eine aufSätze
und Satzformen angewandte Mathematik. Alle mathematische Logik und Logistik stellt sich
selbst notwendig außerhalb jedes Bereichs der Logik” (Heidegger 1962: 122)
3 Hereafter, Absurdity argument.
HINNA KHAAN - Nothingness and Paraconsistent Logic l 51-62
idea that “To be is to be one” (Metaphysics 1054b 13-19). In essence, there
should exist a unifying element that brings various parts together, composing a united being. This unity, however, is distinct from the individual
parts themselves. The second presupposition is rooted in Meinong’s philosophy, proposing that everything we intend to think about is a being.
Whether it be an existent or non-existent being, we cannot conceive of a
vacuum; every thought involves a being. Consequently, according to Priest,
the unifying element, or gluon, also qualifies as a being.
However, we encounter a perplexing dilemma: If gluon is a being,
it would necessitate another gluon to ensure its own unity, leading to an
infinite regress. Consequently, gluon cannot be classified as a being. In other
words, how could one object serve as the unifying factor for a collection
of other objects? Surprisingly, Priest’s solution does not evade this contradiction; instead, he embraces it by asserting that gluons possess a contradictory nature. They are both being, when they become the object of intention, and non-being, when they unite other objects.
If we accept that gluons both are and are not objects, then some contradictions are true. … Gluons are dialetheic: they have contradictory properties
(Priest 2014a: 15)
The formalization of gluon theory can shed light on the relationships
between parts and whole. Suppose that we have three objects: a, b, and g. a
and b are two parts of the object X. g is the gluon of X.4 Suppose that there
are three properties P1, P2 and P3. If an object has a property, it takes a + and
if it doesn’t instantiate the property, it takes – and if it both instantiates and
doesn’t instantiate the property, it takes a ±. Priest’s truth table is defined
like this:
a
b
g
P1
+
+
+
P2
−
+
±
P3
+
+
+
4
Why X and the gluon of X are not considered identical may prompt a question. The
answer lies in the inherent contradiction within the definition of ‘gluon’ by Priest. While X
is undeniably an object, the gluon of X is both an object and, simultaneously, not an object.
Consequently, a fundamental conceptual distinction exists between X and the gluon of X.
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(1) ∀P (Pa ≡ Pg) → ∀X (Xa ≡ Xg)
(2) ∀P (Pb ≡ Pg) → ∀X (Xb ≡ Xg)
(3) Therefore: a = g and b = g
A remarkable difference between classical logic and paraconsistent
logic is that in the latter framework, the relation of identity is not transitive.
That means, (3) doesn’t entail a = b. Moreover, P2g ≡ P2a and P2g ≡ P2b are
true and false simultaneously. Consider the case when they are false, then:
(4) P2g ∧ ¬P2a → ∃X (¬Xa ∧ Xg)
(5) P2g ∧ ¬P2b → ∃X (¬Xb ∧ Xg)
(6) Therefore: g ≠ a and g ≠ b
From (3) and (6) we conclude that g is both identical and non-identical with a and b. But this dual character can be identified in g itself. Based
on the above truth table, we have:
(7) P2g ∧ ¬P2g → ∃X (¬Xg ∧ Xg)
(7) means that g is not identical with itself and is not an object. Alternatively, gluons are both objects and aren’t objects. This character of gluon
is clearly similar to Nothing that is both being and non-being (Heidegger
1975: 245; Priest 2014b: 151).
56 l
3. Everything and Nothing
A
fter sketching out a rough picture of Priest’s system, we are prepared to elaborate on Everything and Nothing in his system.
Our analysis in this section rests on the presupposition that the totality of all
beings like every single being is partite and in need of gluon to have unity/
being. Priest believes that Everything is the sum total of all objects, including external concrete objects and mental intentional objects and gluon
of Everything shares the properties of all possible and impossible objects and
unites them altogether. Remember that Priest is committed to the Aristotelian thesis that equalizes being of a thing with its unity. Suppose that
Everything is the unified set of all entities. Given this, gluon of Everything
is the being of all that exist and strings them together in a unified set. Since
everything is an object, it is a unity. The gluon of everything is identical
with every part of it. Thus the gluon of everything (ge) is identical with
every object. On the other hand, gluon of Everything isn’t identical with the
parts of Everything. If we show every individual object with x and gluon of
Everything with ge, then:
(8) ∀x (x = ge) and ∀x (x ≠ ge)
ge has properties of every thing and every thing exists owing to belonging to a totality of Everything which is made possible via ge . Besides,
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from (8) we infer that ge is an inconsistent object or a non-object. Considering that Everything is the mereological sum of all objects and Nothing is
the mereological sum of all non-objects (Priest 2014a: 56), we conclude that
ge is a part of Nothing.This conclusion is the objective that we’ve striven for
and will be clarified in next section.
4. Reconstruction of Heidegger’s Nothing in terms of Priest’s
logic
A
ccording to Heidegger’s philosophy, Being and Nothing are synonymous (Heidegger 1958: 83).This notion aligns closely with
Priest’s interpretation of Nothingness. To recapitulate our discoveries so far:
the object’s gluon is what defines its being, as the initial presupposition was
rooted in the Aristotelian equivalence between being and unity. Now, the
being of Everything, known as “ge,” is encompassed within Nothing. This
significant progression is built on Priest’s recognition that Nothing possesses
a mereological state (Priest 2014a: 56).
Now, let’s delve into the concept of the gluon of Nothing as a partite
entity. Since Nothing is a sum of non-objects, this set will inherently lack any
individual entity. Consequently, the gluon of Nothing is itself, representing
the unity within this non-object collection. Moreover, as mentioned earlier,
“ge” as a contradictory object is a constituent of Nothing. Ultimately, the
gluon of every object serves as the unifying force for all its parts, remaining
identical to each of them (see relation (3)). Consequently, “ge” and Nothing are indistinguishable, implying that Nothing encompasses the being
of Everything.This identity between Nothing and “ge” reveals that Nothing
unites all individual beings, and they owe their existence to Nothing.
In fact, Heidegger’s claim that Being is the ground of being of every
being, but itself is deprived of being and is Nothing, is another way for
confirming what Priest purports to say in his theory. Here, Nothing has
a dual character that we observe in Heidegger. First, Nothing is a partite
entity composed of all inconsistent objects. But at the same time it doesn’t
abandon its simplicity. As a simple entity, Nothing is other than Everything
because it is a simple object that lies outside the totality of beings, and puts a
sign of “¬” before the universal set of beings. Interestingly, this simple object
functions as a uniting element among separate objects.
Nothing is the very gluon that unites the being into the totality of
Everything. Every individual being, when rests in isolation with no ontological links with other beings, would lose its significance. Hence Nothing
is the condition of understanding beings. Even what Heidegger refers to
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58 l
as ontological difference can be explained via this conceptual framework.
Priest thinks that Nothing isn’t tantamount to Everything, rather it is the
being of Everything. The being of Everything or its gluon is both identical
and non-identical with individual objects. Thus, Nothing is separate from
aggregate of beings and stands in an ontological difference in respect to
them.
Now, we come to discuss a point which is determining for analyzing
the logical function of Nothing. Assuming that ge is identical with Nothing,
one may ask what kind of relationship holds between beings and Nothing?
For elaborating the relationship between Everything and Nothing, Priest
appeals to mimicking lemma (Priest 2014a: 31). According to this lemma, a
mimics b iff for every property P:
(9) If a ∈ P+, b ∈ P+
(10) If a ∈ P-, b ∈ PThat means if a has a property, b has it as well, and if b doesn’t have
a property, b also doesn’t have it. Mimicking is a non-symmetric relation
in which “a mimics b” doesn’t result in “b mimics a”. Remembering the
foregoing truth table, ge mimics every being, but there are properties in ge
that some beings lack, so beings don’t mimic ge. One could say, Nothing
penetrates in every being, or Nothing mimics Everything. But at the same
time, Nothing transcend the beings and appears as non-being. In fact, the
non-symmetry of this relation is the very character that makes it an appropriate tool for describing ontological difference. We’ll turn to this subject in
the next section.
5. From Heidegger’s Nothing to Priest’s Nothing
T
he formal reconstruction of Nothing via paraconsistent logic
provides us an efficient means to express what is considered as
ineffable in Heidegger’s thought. Here, it would be illuminating to review
main drawbacks of classical logic in this regard and examine the efficiency
of Priest’s model in responding to them.
Ontological difference, that is the difference between Being and
beings, is impossible for logical/propositional thinking to convey.The reason
lies in the fact that in ontological difference, Being is neither a platonic idéa,
aloof from beings nor a being among other inner-worldly beings.This is the
very feature of Being that allows it to reveals itself in beings and in the very
process of revelation conceals itself (Fay 1977: 11-12). Ontological difference
is at the foundation of Heideggerian theory of truth in which Being like
an internal energy emerges in a being and makes it true, then immediately
HINNA KHAAN - Nothingness and Paraconsistent Logic l 51-62
withdraws from it. This contradictory quality of Being as self-revealing and
self-concealing is beyond the reach of logical analysis and inexpressible in
propositions.
As per Heidegger, the truth in propositional form is derivative (abkünftigen). It is truth of knowledge which is different from truth of Being as
unconcealment (Unverborgenheit) (Heidegger 1975: 10-11). The dual character of Being as both unconcealment and concealment, poses an obstacle
for propositions to utter it, as logical/propositional truth is merely of use
in uttering concrete being, while remains unable in expressing Being as
Nothing (non-Being). Here Carnap takes the issue with Heidegger for his
attempt to violate logical rules.
Seemingly, Priest’s suggestion can save Heidegger from this aporia.
Paraconsistent logic has the advantage of accommodating something that simultaneously is and is not. In classical logic such an inconsistency is not tolerated, but in Priest’s logic, the main character of gluon is its inconsistency, to
say, its simultaneous being (unconcealment) and non-being (concealment):
Suppose that a has the property P, but b doesn’t have this property.
Given that g is the gluon that unifies a and b, we have:
(11) Pa → Pg
(12) ¬Pb → ¬Pg
(13) Pg ∧ ¬Pg
(14) ¬ (Pg ≡Pg)
(15) ∃X¬ (Xg ≡ Xg)
(16) ¬∀X(Xg ≡ Xg)
(16) means that g is not self-identical and this is the very conclusion
we were looking for: g is one with beings and reveals itself in them and is
different from them and disguises itself as a non-being, or g ≠ g. That is to
say, g is both being and non-being (Priest 2015: 253).
Moreover, Heidegger is worried about the loss of Being when it is
reduced to a concept. Therefore, he goes back to a pre-conceptual level to
retrieve Being in its purity. Now Heidegger is faced with a dilemma that
fundamental truth (Being as Nothing) is beyond the grasp of logic because
it speaks of something that is both being and non-being, and which is unspeakable in terms of propositional assertions because this involves using Nothing as a concrete substantive of which something is predicated of.This deficiency in logic leads Heidegger to the idea that the true logic is ontological
and what is usually known as logic is nothing but a contingent expression of
it. His argument goes as follows:
1- Nothing is the essence of truth
2- Nothing transcend logic and lies beyond the reach of its formulation.
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∴ the truth that is tied to Nothing belongs to another realm (i.e.
ontology) which is more fundamental than formal logical.
Considering Priest’s formalization, one cannot claim that Nothing
exhaustively is susceptible to logical exposition. In another words, Priest’s
theory is no way (L)ogic in Heideggerian sense. For sure, there might be an
aspect of Nothing that goes beyond any ordinary expression and belongs to
pre-ontological experience. Despite this, the second premise of the above
argument isn’t absolutely true, because it was shown that Nothing is in principle amenable to paraconsistent logic and propositions that refer to it aren’t
absurd. Put differently, Carnap’s critique that contradiction is inexpressible
and illogical is dismissed.
6. Nothing and Dasein
U
60 l
p to this point, it was shown that paraconsistent logic can rule
out Carnap’s absurdity charge against Heidegger. But in this
analysis the role of Dasein wasn’t cleared up. One of the challenges facing
us in interpretation of Heidegger according to paraconsistent logic is the
relation of Dasein and Nothing. This critique draws on the correlation between Dasein and world and makes the conclusion that there’s an internal
or somewhat subjective aspect in Nothing that resists logic and expressibility.
Heidegger points out that Dasein can raise himself above beings and
experience what is beyond beings, i.e. Nothing. Heidegger explicitly says
that transcendence toward the world is the way to understand the world as
a whole (Heidegger 1998: 109). This means that Dasein should first project
himself to Nothing until he could relate himself to beings as relational entities
(Heidegger 1975: 251). In this way, world becomes significant (bedeutsam) for
Dasein (Heidegger 1967: 87). Transcending to the whole is accompanied
by the way in which Dasein attunes himself to beings and this attunement
allows the whole to disclose itself for Dasein. One of these attunements is
anxiety, that makes the Nothing manifest and is a precondition for beingin-the-world (Käufer 2005: 486). Dasein should transcend to the world with
some Grundstimmungen just in order to experience entities as linked together
in a totality of world via Nothing and as constituting a Verweisungsganzheit
(Heidegger 1967: 70).
One might conjecture that Nothing is dependent on Dasein and this
mutual interdependence gives Nothing a subjective character that is inexpressible. Heidegger himself anticipate this interpretation and disavows this
subjective view of world (Heidegger 1998: 122). Here anxiety as a mood
doesn’t confer subjective character to Nothing, but can be seen as a way for
HINNA KHAAN - Nothingness and Paraconsistent Logic l 51-62
experiencing Nothing that never transform Nothing to an emotional object.
Notice that Grundstimmung for Heidegger are ontological, not psychological.
Dasein, equipped with moodal understanding, is a place that Nothing unfold
itself. Heidegger goes on to illuminate this idea by defining Dasein as “being
held out into the Nothing” (Hineingehaltenheit in das Nichts):
man’s existence is “held into” “this” nothingness, into this completely other
of being. Put differently, this means, and could only mean, “Man is the seatholder [Platzhalter] for nothingness.”This sentence means that man is holding
the place open for the complete other of being, so that in its openness there
can be such a thing as being present (Being). (Heidegger 1958: 97)
Therefore, Nothing or non-Being isn’t subjective and can be described logically.
7. Conclusion
I
n this paper, we employed Priest’s paraconsistent logic for explaining Nothing. It was shown that ontological difference that
makes Nothing a contradictory entity is susceptible to logic and Carnap’s
absurdity argument is refutable. However, the other Carnap’s criticism that
points to the irreducibility of metaphysical words to words that occur in
“observation sentences” (Carnap 1959: 63) cannot be countered in this way.
I think Heidegger himself would endorse such a reconstruction, because he thinks that classical logic is nothing but a contingent expression of
fundamental rules of thought. Certainly, paraconsistent logic can be regarded
as one of these alternative expositions of Logic which permits of contradictory entities.5
REFERENCES
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York: The Free Press, 60-81).
Fay, T. A. (1977), Heidegger: the critique of logic (The Hague: Martinus Nijhoff).
5
I am grateful to the anonymous referee for their helpful comments on the earlier draft of
this paper.
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62 l
Hashemi, A. (2022), “How does a theoretical term refer?”, Axiomathes, 32: 957-968.
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continental philosophy. (Amherst: Humanity Books, 1-20)
Recibido: 20-07-2023; aceptado: 13-11-2023
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DOSSIER
M o s e s Mendel s s ohn.
“ A c e rc a d e l a pregunt a:
¿ Q u é s ig n if ic a il us t rar? ”
Presentación
PABLO DREIZIK
Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
E
l dossier que el lector tiene frente a sí reúne
cinco estudios alrededor de un único breve
texto “Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar?”
(Über die Frage: was heißt aufklären?), firmado por Moses
Mendelssohn en 1784 y dirigido a responder a la requisitoria iniciada por la publicación de la Berlinische Monatsschrift en torno a la pregunta sobre el significado de
la Ilustración. Como suele entenderse, la convocatoria
de la Berlinische Monatsschrift llegó a adquirir la relevancia de un acta de nacimiento de la Ilustración. En
este contexto, fue entre toda la serie de colaboraciones
que se presentaron como respuestas a la convocatoria
de la publicación berlinesa aquella acercada por Immanuel Kant la que se destacaría como crucial en su
papel de dar curso al movimiento ilustrado en el campo
de las ideas. Sin embargo, el peso de esta presunción
dominante relegó la atención sobre la respuesta enviada
por Moses Mendelssohn y con ello se desatendieron
aquellos aspectos concernientes a sus aportes diferenciales al fondo programático del proyecto ilustrado en
sus inicios. Aun así, en el curso de los últimos años, el
repertorio de estudios bibliográficos ha comenzado a
Licencia Creative Commons CC BY 4.0 Internacional
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64 l
girar su atención hacia los contenidos principales de “Acerca de la pregunta:
¿Qué significa ilustrar?”, como lo evidencian los recientes estudios de Willy
Goetschel, de David Sorkin y, en nuestro medio, la traducción al español del
texto de Mendelssohn por María Jimena Solé incluida en el volumen ¿Qué
es ilustración? El debate en Alemania a finales del siglo XVIII, editado por la Universidad Nacional de Quilmes.
Los trabajos reunidos en el presente dossier recorren con el mayor
propósito de exhaustividad –sin pretender agotar las posibilidades que el material ofrece– las notas distintivas de “Acerca de la pregunta: ¿Qué significa
ilustrar?”. Como se sigue de su lectura, el texto de Mendelssohn brinda
elementos que otorgan una tonalidad diferente a la perspectiva heredada
acerca de las fuentes de la Ilustración. Puede destacarse, entre estos aportes,
la identificación de una cuestión fundamental inherente a la propia noción
de Ilustración: su dependencia de los términos Bildung y Kultur. Para Mendelssohn, esta complicación de los términos le impone al proyecto de la
Ilustración desde su inicio mismo una limitación, aquella que el ámbito
práctico de las idiosincrasias culturales y cultuales –la Kultur– le impone al
campo de lo teórico puro. Pues, para nuestro autor, la Ilustración participa
de un propósito de más vasto y superior alcance en el cual interviene la
Kultur singular de cada nación: la Bildung entendida como la formación y
elevación educativa de un pueblo. Un segundo aspecto distintivo de la fuerza
programática del texto de Mendelssohn es la reticencia que en él se delinea
acerca de las esperanzas de progreso y bienestar universal que anidan como
una promesa en diversas filosofías del pensamiento ilustrado. La reticencia de
Mendelssohn a este respecto parece propiciada por la condición cívica subalterna en la que desarrolló su pensamiento. Se trata, tanto en las ideaciones
sobre la Bildung, la Kultur y la Ilustración, como en la crítica a la visión de un
desarrollo progresivo de la humanidad, de una cierta ventaja epistémica favorecida por la severa limitación cívica que afectaba a Mendelssohn en tanto
parte de la minoría judía en el territorio alemán. Finalmente, tal condicionalidad de subalternidad cívica redundará en el aporte de matices cruciales
al proyecto intelectual de la Ilustración.
La preocupación por las cuestiones apuntadas más arriba ocupó los
aspectos centrales de la lectura y la discusión entre quienes conformamos
la Cátedra de Estudios Judíos Moses Mendelssohn de la Universidad de
Buenos Aires (UBA). El corolario fue la organización de la mesa temática
“Moses Mendelssohn: ‘¿Qué significa ilustrar?’” en el marco de las IV Jornadas Nacionales de Filosofía organizada por el Departamento de Filosofía
(Facultad de Filosofía y Letras, UBA) entre el 22 y el 25 de noviembre
de 2022. Las ponencias presentadas descubren en el mismo breve texto de
Mendelssohn escorzos y matices nuevos: Alejandro Lumerman, la naturaleza
PABLO DREIZIK - Presentación l 63-65
perfomativa del lenguaje, el escepticismo y los límites de la Ilustración; Pablo
Ríos Flores, el alcance de la noción de prudencia (Klugheit) como vocación
socrática en la visión de ciudadanía de Mendelssohn; Leonel Serratore, el
fondo sobre el que Mendelssohn levanta sus objeciones a la filosofía de la
historia implicada en la filosofía de Lessing; Alan Kremenchusky, la pesquisa
tras las fuentes judías en la tramitación del problema crucial del conflicto
entre la “destinación esencial del ser humano” y su “destinación como ciudadano” en los términos en que lo presenta el texto de Mendelssohn; por
último mi colaboración, la ambigüedad de la noción de “felicidad nacional”
(Nationalglükseligkeit) en la perspectiva particular mendelssohniana sobre la
Ilustración. Finalmente, hemos convenido utilizar el término “ilustración”,
en minúscula, para hacer referencia al concepto analizado por Mendelssohn
en su texto de 1784; reservando, en cambio, el término “Ilustración”, con
mayúscula para remitir al periodo o corriente histórica.
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REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
Vol. 50 Nº1 l Otoño 2024
Moses Mendelssohn y la prudencia
como sabiduría inescindible de la ilustración
PABLO FACUNDO RÍOS FLORES
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Buenos Aires, Argentina
Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
l 67
DOI: 10.36446/rlf2024410
Resumen: En “Acerca de la pregunta: ¿qué significa ilustrar?” de 1784, Mendelssohn sostiene que la
ilustración que está conectada con la vocación esencial
(wesentlich Bestimmung) del ser humano en tanto que ser
humano puede entrar en conflicto no solo con la moralidad –las vocaciones extra-esenciales (außerwesentlichen
Bestimmungen)– sino también con la vocación esencial
del ciudadano, esto es, como miembro de un Estado.
En estos casos, afirma Mendelssohn, es necesario cierto
cuidado y precaución, cierta prudencia (Klugheit), en el
uso de la ilustración. El presente trabajo tiene como
objetivo analizar el significado de esta apelación a la
prudencia, por parte de Mendelssohn, como símbolo
de una Ilustración que, en su compromiso radical con
la humanidad, propone una aguda indagación sobre la
“situacionalidad” de la razón y su poder emancipador,
en la compleja interacción entre teoría y práctica.
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REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
Vol. 50 Nº1 l Otoño 2024
Palabras clave: Bestimmung, autoperfeccionamiento, felicidad, conocimiento, prudencia.
Moses Mendelssohn and Prudence as an
Inseparable Wisdom of Enlightenment
Abstract: In “On the Question: What Is Enlightenment?” of 1784,
Mendelssohn affirms that enlightenment that is connected with the essential
vocation (wesentlich Bestimmung) of man as man can come into conflict
not only with morality –extra-essential vocations (außerwesentlichen Bestimmungen)– but also with his essential vocation of citizen, that is, as a member
of a State. In these cases, Mendelssohn states, a certain discretion, a certain
prudence (Klugheit), is necessary in the use of enlightenment. The present
work aims to analyze the meaning of this appeal to prudence, by Mendelssohn, as a symbol of an Enlightenment that, in its radical commitment to
humanity, proposes a sharp inquiry into the “situationality” of reason and
its emancipatory power, in the complex interaction between theory and
practice.
68 l
Key-words: Bestimmung, self-perfectioning, happiness, knowledge,
prudence.
1. Introducción
A
fines de 1783, un artículo publicado por el pastor, teólogo y
reformador educativo Johann F. Zöllner en la Berlinische Monatsschrift plantea, casi al pasar, una pregunta que producirá en la siguiente
década un acalorado debate, en panfletos y revistas, respecto de la naturaleza y los límites de la ilustración. Con el breve interrogante “¿Qué es
ilustración?” (“Was ist Aufklärung?”)1, los ideales y aspiraciones de la época
ilustrada fueron sujetos a escrutinio, a una suerte de balance de sus logros, de
las promesas incumplidas y de las expectativas vigentes, especialmente en la
tierra del “rey filósofo” Federico el Grande (Schmidt 1996: ix, 2). De hecho,
esta pregunta formaba parte ya de los círculos ilustrados de Berlín, como la
1 Zöllner afirma: “¿Qué es ilustración? Esta pregunta, que es casi tan importante como ¿qué
es la verdad?, ¡debería ser respondida antes de que se comience a ilustrar! ¡Y todavía no se ha
encontrado la respuesta por ninguna parte!” (cit. en Solé 2018: 38).
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
Sociedad de los miércoles (Mittwochsgesellschaft) –cuyo órgano público era
precisamente la Berlinische Monatsschrift–, una sociedad secreta de “amigos
de la ilustración” conformada por un notable grupo de funcionarios, juristas, clérigos y hombres de letras que habían inaugurado el debate (Schmidt
1996: 3).
Entre las réplicas más importantes al interrogante de Zöllner se encontraba aquella del filósofo judío Moses Mendelssohn, conocido por entonces como el “Sócrates de Berlín” y quien, como miembro de la Sociedad
de los miércoles, había participado ya en mayo de 1784, con una exposición
sobre este tópico, de aquel escrutinio crítico. En septiembre del mismo año,
un breve artículo de Mendelssohn aparece en la Berlinische Monatsschrift bajo
el título “Acerca de la pregunta: ¿qué significa ilustrar?” (“Über die Frage:
was heißt aufklären?”).
Al igual que sus contemporáneos, Mendelssohn no solo se propone
definir qué es la ilustración (Aufklärung),2 sino también reflexiona sobre sus
posibles límites. El filósofo judío sostiene que la ilustración –relacionada “con
el conocimiento [Erkenntnis] racional (objetivo) y con el esfuerzo (subjetivo)
por reflexionar racionalmente acerca de los asuntos de la vida humana”
(2018a: 234)– que está conectada con la vocación esencial (wesentlich Bestimmung)3 del ser humano en tanto que ser humano puede entrar en conflicto
no solo con la moralidad –las vocaciones extra-esenciales (außerwesentlichen
Bestimmungen)–, sino también con la vocación esencial del ciudadano, esto
es, como miembro de un Estado (236). En estos casos, afirma Mendelssohn,
es necesario cierto cuidado (Vorsicht) y precaución (Behutsamkeit), cierta prudencia (Klugheit), en el uso de la ilustración (237).
La apelación de Mendelssohn a la prudencia, en el marco de un
debate sobre la naturaleza y los límites de la ilustración, podría ser vista como
expresión de una posición moderada o conservadora, que buscaría refrenar
los impulsos de la razón con vistas a un mantenimiento del orden público.Ya
en el escrutinio crítico de la ilustración en la Mittwochsgesellschaft se habían
enfrentado dos bandos: aquellos que consideraban (como Möhsen, Dohm,
2 Se
utilizará el término “ilustración”, con minúscula, para hacer referencia al concepto analizado por Mendelssohn en su texto de 1784. Se reserva “Ilustración”, con mayúscula, para
remitir al periodo o corriente histórica.
3 El término “Bestimmung”, el cual por su polisemia no encuentra un significado equivalente
en español, es traducido frecuentemente como “vocación”, “llamado”, “destinación”, “determinación”, “destino”, términos que pretenden rescatar el sentido de una determinación
de la naturaleza del ser humano, pero también un deber religioso o moral (llamado o vocación) a realizar esta naturaleza (Macor 2023: 107; Rosenstock 2019: 78).
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70 l
Nicolai) que el remedio adecuado para las dificultades de la ilustración debía
consistir en una mayor ilustración, mientras otros (como Zöllner, Klein,
Svarez, Gedike) advertían que un entusiasmo desmedido podía socavar las
costumbres y creencias en las que se basaba la sociedad, con los riesgos concomitantes. En dicho enfrentamiento, Mendelssohn había expresado sus reservas críticas frente a la segunda posición, esto es, ante quienes temían una
ilustración excesiva o rápida del público, pidiendo sopesar, en cambio, las
ventajas relativas de la promoción del conocimiento para el bienestar de la
sociedad.4 En su texto de 1784 y ante los ojos de los lectores de la Berlinische
Monatsschrift, no obstante, Mendelssohn adopta una posición más cautelosa
respecto al avance de la ilustración y, con su apelación a la prudencia, parece
abogar por la necesidad de restricciones en el uso de la razón.5 Este cambio
de posicionamiento respecto de los límites de la ilustración podría ser interpretado como una renuncia parcial a la fuerza racional emancipatoria y
una capitulación inevitable ante las exigencias factuales del orden social y
político. El fomento de la ilustración estaría sujeto a una precaución práctica,
la de sostener “los pilares sobre los que se basa el orden social […] tolerar
el error, en la medida en que corregirlo implicaría un peligro para [dicho]
orden” (Solé 2018: 53). Tras la prudencia mendelssohniana parece erguirse
la imagen de una “ilustración moderada”6 que habría pactado con el sistema
político instituido7 y que, en el caso del “Sócrates de Berlín”, daría cuenta
de aquello que el filósofo judío debía resignar como carnet de ingreso a la
sociedad ilustrada (Mosse 1985: 2).8
4 Sobre los argumentos de Mendelssohn, en la Mittwochsgesellschaft, para una defensa del avan-
ce de la ilustración, frente a quienes enfatizaban sus peligros potenciales para el orden público, cf. Schmidt 1989: 282-283; Altmann 1973: 661.
5 Cabe recordar que “el objetivo tanto de la ‘Sociedad de los miércoles’ como de la Berlinische
Monatsschrift era la ilustración del público, pero una ilustración de la ciudadanía muy bien podría dar como resultado la erosión de aquellas costumbres y prejuicios en los que descansaba
el orden público” (Schmidt 1989: 286).
6 Sobre la distinción entre una “Ilustración radical” y una “Ilustración moderada”, puede
consultarse Israel 2012.
7 En una radicalización de esta línea interpretativa podría pensarse que Mendelssohn estaría
cerrando filas nuevamente con el establishment religioso, social y político, una nueva “coalición de la razón” (Gillo 2014), esta vez configurada por la autolimitación de los impulsos
emancipatorios de la crítica ilustrada.
8 En el marco de las celebraciones y conmemoraciones, así como de las múltiples publicaciones académicas, por el bicentenario del nacimiento de Mendelssohn en 1929, Simon Rawidowicz había enfatizado la unión innovadora de Mendelssohn entre judaísmo e ilustración
alemana, contra la perspectiva de los nacionalistas judíos que lo veían como un padre de la
asimilación que alejaba a los judíos de su herencia nacional, y contra la de los judíos liberales
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
El presente artículo tiene como objetivo analizar el significado de la
apelación a la prudencia por parte de Mendelssohn, por el contrario, como
símbolo de una Ilustración que, en su compromiso radical con la humanidad,
propone una aguda indagación sobre la “situacionalidad” de la razón, en la
compleja interacción entre teoría y práctica, saber y experiencia, verdad y
virtud, medios y fines. Para tal objetivo será necesario detenerse en un conjunto de reflexiones expuestas por el filósofo judío en las décadas previas a
su ensayo de 1784. Por un lado, en su Fedón o sobre la inmortalidad del alma de
1767, en la que presenta a Sócrates, símbolo de la Ilustración, como modelo
de ser humano prudente (Leonard 2012; Bourel 2004: 181-223). Por el otro,
en su disputa con el pastor suizo Johann Caspar Lavater (conocida como el
affair Lavater)9 –en especial en su “Carta abierta a Lavater”10 (1769), y en sus
“Contrarreflexiones a ‘Palingenesia’ de Bonnet” (escrita en 1769)–11, donde
Mendelssohn representa aquel semblante socrático de hombre prudente. Finalmente, en su obra Jerusalem o acerca de poder religioso y judaísmo de 1783,
que lo definían como un reformador que habría “germanizado” al judaísmo y, consecuentemente, liberado de las cadenas opresivas de la ley ritual judía (Gottlieb 2013: 187-188).
Dentro de un replanteo crítico y búsqueda de renovación de la conciencia identitaria judía
en las primeras décadas del siglo XX, asimismo, algunos pensadores judíos alemanes como
Franz Rosenzweig, Gershom Scholem, Hannah Arendt y Leo Strauss –en cuyo proceso de
autoconfiguración volverán sus ojos sobre la alianza entre ilustración y judaísmo iniciada en
el siglo XVIII– ayudan a consolidar la imagen del “judío asimilado” Moses Mendelssohn,
quien por complicidad o debilidad se habría convertido, según tales perspectivas, en síntoma
del carácter homogeneizador de la ilustración y de la sumisión, cuando no disolución, del
judaísmo bajo el poder de la “razón ilustrada”, con sus presupuestos y corolarios sociales y
políticos (Gottlieb 2011: 1-12; Curthoys 2013: 16-21). Más recientemente autores como
George Mosse, Sander Gilman o Allan Arkush prosiguen esta línea crítica, que ve tras el
aparente éxito de la síntesis judío-alemana de Mendelssohn, la abdicación o sumisión del
judaísmo al proyecto moderno.
9 Para los detalles de este debate, cf. Altmann 1973: 194-273; Bourel 2004: 224-254.
10 Cf. “Schreiben an der Herrn Diaconus Lavater zu Zürich von Moses Mendelssohn” (JubA
7: 7-17). En adelante, se hará referencia a ella como “Carta abierta a Lavater”.
11 Cf. “Gegenbetrachtungen über Bonnets Palingénésie” (JubA 7: 67-106). Se analizará aquí:
JubA 7: 90-106. En adelante, “Contrarreflexiones”. Había sido el propio Lavater quien, al
pedirle que analice las pruebas sobre la verdad del cristianismo de La Palingénésie philosophique
de Charles Bonnet, solicitaba a Mendelssohn, conocido por entonces como el “Sócrates
alemán”, que hiciera lo que el amor a la verdad, la honestidad y la prudencia (Klugheit) le
ordenan hacer, lo que Sócrates hubiese hecho si encontrara las pruebas irrefutables (JubA
7: 3). La respuesta de Mendelssohn en su “Carta abierta a Lavater” y en sus “Contrarreflexiones” –que bajo el semblante socrático de hombre prudente Mendelssohn decidió no
publicar– establecerán la importancia de esta sabiduría práctica en la difusión de la virtud y
el conocimiento.
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l 71
en la que retoma y profundiza algunos de sus argumentos previos. En estos
escritos, Mendelssohn revela la importancia de la prudencia en la difusión de
la virtud (Tugend) y el conocimiento (Erkenntnis), en especial para quien se
considere un “amigo de la humanidad” (Menschenfreund), lo cual puede servir
para esclarecer su posición en “¿Qué significa ilustrar?” de 1784.
2. La Bestimmung del ser humano: la universal capacidad
de perfectibilidad y promesa de felicidad, bajo la providencia
divina
E
72 l
n “¿Qué significa ilustrar?”, Mendelssohn establece “la destinación del ser humano [Bestimmung des Menschen] como medida
y fin de todas nuestras aspiraciones y esfuerzos, como el punto hacia el cual
debemos dirigir nuestra mirada, si no queremos extraviarnos” (2018a: 234).
El análisis y evaluación misma del significado y valor de la ilustración no
debería, se afirma, perder de vista esta noción fundamental. Mendelssohn
se había referido por primera vez a este concepto unas décadas antes, a
partir de las discusiones surgidas por la séptima edición (1763) de la obra
Meditación sobre la vocación del ser humano (Betrachtung über die Bestimmung des
Menschen) de J. J. Spalding (1748), en su intercambio epistolar con Thomas
Abbt (1762-1766),12 iniciado con motivo de aquella obra, que finaliza en la
publicación de su Fedón de 1767.13 Solo unos años más tarde (1769-1770),
el filósofo judío retoma dichos análisis en su debate público con el pastor
suizo J. C. Lavater, en especial contra su propuesta de una Bestimmung del
12 “Dudas
sobre la vocación del ser humano” (“Zweifel über die Bestimmung des Menschen”) de
Abbt, como “Oráculo concerniente a la vocación del ser humano” (“Orakel, die Bestimmung
des Menschen betreffend”) de Mendelssohn, aparecen publicadas bajo condición de anonimato
en las Briefe en 1764.
13 Es significativo que mientras Spalding opte por un monólogo o narración personal (en
un viaje interior, ayudado por un “sentido moral”) –orientado por los soliloquios estoicos
revividos ya por Shaftesbury (Zöller 2023; Brandt 2023)–,de “un yo ficticio comprometido
con descubrir el sentido de la existencia y las consecuentes reglas de comportamiento, basado en la convicción de que solo la introspección puede posibilitar la consecución de tal fin”
(Macor 2023: 118; cf. también Zöller 2023: 128), el filósofo judío elija, por el contrario,
el género epistolar en su intercambio con Abbt y, más tarde, la forma de un diálogo en el
Fedón, en el que el problema de la vocación del ser humano se presenta bajo una reflexión
con otros, sometida a las contingencias y el contexto de su enunciación, y cuyo personaje
principal, Sócrates como modelo de ser humano prudente, no puede abandonarse a la pura
interioridad.
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
ser humano enmarcada en una escatología milenarista cristiana. Algunos
aspectos de la réplica al pastor suizo serán recuperados en su obra Jerusalem
y en su ensayo de 1784.
Mendelssohn sostiene que la vocación o destinación (Bestimmung) del
ser humano14 es la de un perfeccionamiento permanente, un “progreso constante hacia un mayor grado de perfección” (2006: 176; 2018b: 253). Dios,
“este amoroso padre y preceptor, […] este benigno regente del mundo”
(2006: 179), como afirma en el Fedón, le ha concedido un ilimitado anhelo y
capacidad de perfección, a través de la práctica o formación (Ausbildung) de
sus facultades (Kräfte) intelectuales, morales, estéticas (2006: 172-173; 2018b:
250). Para Mendelssohn,
el ser humano no está, como cualquier otro ser, listo de una vez por todas,
sino que […] tiene que, puede y debe “formarse” (ausbilden) a sí mismo […]
la “formación” (Ausbildung) en sí misma y como tal, la ejecución real del
plan divino, se deja a todos y cada uno de los seres humanos, mientras que
también es un mandato de todos y cada uno de [ellos] (Zöller 2023: 134).
Esta Bestimmung no es algo dado como un destino (Schiksal), sino
una tarea a la que está llamada (beschieden o bestimmt) cada persona en su
camino plural y no unívoco a la felicidad (Di Giovanni 2011: 231-232; Gottlieb 2013: 113-114; Zöller 2023: 135). Ella requiere de la instrucción, la
reflexión, el afán de saber, así como de la posibilidad de mejorar o empeorar
lo recibido, y transmitirlo a otros (Mendelssohn 2006: 176). Si bien la tarea
de perfeccionamiento está sometida a las contingencias del mundo, pues
depende de las circunstancias y sus logros no están nunca completamente
garantizados,15 se encuentra sostenida por la convicción en la providencia
14
La “vocación o destinación del ser humano” (Bestimmung des Menschen) fue un tópico
común de discusión para la Popularphilosophie durante la segunda mitad del siglo XVIII, introducida fundamentalmente en 1748 por la obra de J. J. Spalding, y cuyo curso siguió en las
décadas siguientes hasta llegar a una conclusión, pero también a un nuevo comienzo, con un
tratado de Fichte con el mismo título en 1800 (Di Giovanni 2011: 217). Para Brandt (2023:
145-148) el breve texto de Spalding abre una segunda fase de la Ilustración alemana, con un
marcado pasaje de la razón teórica a la razón práctica, del saber de la minoría a la voluntad
de todos.
15 La falta de certeza de una consumación de los logros no puede comprenderse simplemente
como un aspecto negativo de las contingencias a la que está sometida el proceso de perfeccionamiento, sino como parte de una comprensión no lineal de la formación (Ausbilung) del
ser humano y de la responsabilidad concomitante. Lo mismo sucede con la oposición de
Mendelssohn a la idea de un perfeccionamiento permanente de la humanidad como totali-
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divina, el sabio y benigno gobierno del mundo, y su promesa universal: la de
felicidad (Glückseligkeit) del género humano.
En su defensa de la providencia divina, Mendelssohn se enfrenta a
las críticas de un escepticismo radical que redunda pronto en pesimismo
o abandono a la fe.16 El filósofo contrapone a ello el conocimiento (Erkenntnis) y confianza (Vertrauen) en un Dios benevolente y en la inmortalidad del alma,17 que favorece en el ser racional la esperanza de “que el
mérito de haber promovido el bien con tanta abnegación da [al] ser un
valor inefable que, al mismo tiempo, tendrá una duración infinita” (Mendelssohn 2006: 184-185), y que en el avance progresivo de perfeccionamiento podrá encontrar su felicidad. Esta convicción está atravesada, no
obstante, por la conciencia de la incapacidad del ser humano de poder
juzgar los caminos de la providencia en una mirada global, sub specie aeternitatis, que abarque la duración eterna de un ser racional (191). Como
afirma en Jerusalem:
74 l
¿Quién puede decir: he llegado al santuario de Dios, he abarcado todo su
plan, sé determinar sus intenciones, medida, meta y límites? Con todo, al
investigador humano le es permitido conjeturar, sacar conclusiones a partir
del resultado, siempre que recuerde permanentemente que él no puede más
que suponer (Mendelssohn 1991: 225. También 265).18
dad, fundada en que ello “privaría a las generaciones posteriores de la ocasión para la autoformación intelectual y espiritual, y por lo tanto de la oportunidad de [que cada uno pueda]
alcanzar la vocación humana por [sí mismo]” (Zöller 2023: 136), debilitando sus fuerzas
para enfrentar posibles recaídas o regresiones.
16 El intercambio entre Abbt y Mendelssohn había sido pensado como un recordatorio deliberado del ataque de Pierre Bayle a la teología racional y a la respuesta de Leibniz en Essais de
Théodicée, que reeditaba los argumentos escépticos contra la providencia divina y la presencia
del sufrimiento en “el mejor de los mundos posibles”. Esta preocupación había sido revivida
solo unos años antes, tras el terremoto en Lisboa (1755) y la publicación de Essay of Man de
Pope, que daría lugar a un debate sobre tales tópicos entre los principales intelectuales de
la época. En este contexto, Mendelssohn reivindica el legado leibniziano-wolffiano de la
perfectibilidad del ser humano, sostenido en la convicción en la inmortalidad del alma y la
providencia divina, sin adherir a su planteo de la teodicea.
17 Para un estudio de los argumentos de Mendelssohn sobre las fuentes de la evidencia de los
principios de la metafísica y de la moral (por ejemplo, de la existencia de un Dios benevolente y de la inmortalidad del alma) a lo largo de sus obras y en un análisis comparativo con
las propuestas de Immanuel Kant, puede consultarse: Guyer 2020.
18 Un punto similar es presentado por Mendelssohn en su comentario de Éxodo 33:23 (JubA
16: 348).
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
De este modo, la convicción del ser humano en el plan de la creación
no supone la dogmática evidencia de los caminos del espíritu universal, al
tiempo que la conciencia de la falibilidad de su saber conjetural inherentemente temporal del plan divino no lo exonera de la responsabilidad, sino
que lo convoca, por el contrario, a un esfuerzo constante del juicio en el aquí
y el ahora (hic et nunc), pero también en una mirada prospectiva (la dimensión
del futuro), para la difusión del bien y la verdad con vistas a la dicha eterna.
En cuanto a la promesa universal de felicidad, Mendelssohn sostiene que
la capacidad de perfeccionarse es un bien garantizado a toda la humanidad.
Esta Bestimmung le corresponde a todo ser humano, independientemente de
su formación o confesión religiosa. En el Fedón, el Sócrates mendelssohniano
sostiene que “desde las personas más ignorantes hasta las más perfectas entre
los espíritus creados, todas tienen su destino acorde con la sabiduría de dios y
proporcionado a sus propias fuerzas y aptitudes para hacerse más perfectas a sí
mismas y a otras” (2006: 180; 1991: 163, 165). Incluso aquel que denominan
“salvaje”, afirma el filósofo judío en su intercambio con Abbt, “intuye, distingue, compara, razona, juzga, ejercita todas sus facultades y las perfecciona”
(2018b: 250). Por este motivo, Mendelssohn se opone a quienes defienden la
idea de que la salvación, la consecución de la felicidad o dicha eterna, solo
está garantizada a aquellos que aceptan este testimonio como verdad revelada
(Offenbarung), esto es, “la revelación exclusiva de verdades eternas, ineludibles
para la bienaventuranza” (1991: 171), en referencia a algunos maestros de la fe
cristiana pero también del judaísmo, y amenazan con el sufrimiento eterno a
quienes así no lo hacen (JubA 7: 90, 96).19 Asimismo, se niega a que la felicidad
dependa, como algunos maestros cristianos lo exigen, de la aceptación de
ciertos principios religiosos o doctrinas a los que solo se accede por fe, esto es,
misterios que deban ser creídos, pero no comprendidos (JubA 7: 94-95). Ello
supone atar la razón o capacidad cognoscitiva con grilletes, sujetar el juicio a
la coerción o el soborno (JubA 7: 91; 1991: 105). Al mismo tiempo, se opone
a que la salvación dependa del conocimiento teórico de verdades metafísicas
o morales, lo que garantizaría la felicidad solo a un círculo de intelectuales.
Por ello, en Jerusalem, sostiene que las verdades que conducen a la felicidad o
dicha eterna son accesibles a toda la humanidad, en cualquier época y lugar
19 En una carta a Abbt (22 de julio de 1766), en la que anuncia la conclusión del Fedón, Mendelssohn afirma que debía poner sus argumentos en la boca de un pagano (Sócrates) para no
tener que admitir la revelación (JubA 12.1: 118). Un poco más de un siglo antes, el rabino
veneciano Simone Luzzato había elegido el personaje de Sócrates para defender, de igual
modo, el carácter universal y no exclusivista, crítico y antidogmático, de la razón y conocimiento humano. Para un análisis comparativo de ambas propuestas, cf. Torbidoni 2020.
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76 l
(1991: 245), y que no reconoce “otras verdades eternas, que las que no solo son
comprensibles para la razón humana, sino que pueden ser explicadas y comprobadas
por las fuerzas humanas” (151). O como afirma en “¿Qué significa ilustrar?”:
“la ilustración que se interesa por el ser humano en tanto que ser humano es
universal” (236. Énfasis propio).
Sin embargo, Mendelssohn considera que para acceder a los principios que “son útiles para la salvación y la felicidad de los hombres” (1991:
161), y, en general, todas aquellas que rigen el mundo espiritual y físico,
además de la razón se requiere también de la experiencia sensible, y en tanto
“nuestra vida no es suficiente para que, por nosotros mismos, lo experimentemos todo”, “tenemos que aceptar no poco de la fe y del crédito de los
demás” (157). Pero solo les concedemos la confianza en la medida en que
sabemos, y estamos convencidos, que el resultado de tales observaciones y
uso de la razón que ellos dan por verdades podemos comprobarlo “por nosotros o por otros que tengan la ocasión o aptitud para ello” (159). En este
sentido, estas verdades no pueden ser impuestas, sino que requieren de un
trabajo de persuasión que no anule el ejercicio del propio juicio. Así, afirma
en Jerusalem: “Conocimiento, principios racionales, persuasión, solo estos engendran principios que, a través del prestigio y el ejemplo, pueden convertirse
en costumbres” (33).
De este modo, la Bestimmung del ser humano como tarea de perfeccionamiento de las capacidades intelectuales, morales y estéticas, que descansa en la convicción en la providencia divina y su promesa universal de
felicidad, por fuera de toda concepción exclusivista (basada en la fe, la revelación o la razón) y desarrollo unívoco y lineal de dicha vocación, dependerá
del ejercicio permanente del juicio hic et nunc y con una mirada prospectiva,
bajo la conciencia de su falibilidad, del recurso a la experiencia sensible y a la
persuasión, sin renunciar, no obstante, al conocimiento racional y el esfuerzo
por reflexionar racionalmente acerca de los asuntos de la vida humana, esto
es, a la ilustración.
3. La importancia de la prudencia en la difusión de la virtud
y el conocimiento: Sócrates como modelo de ser humano
prudente
S
i la aspiración a la perfección, como se afirma en el Fedón, no
conoce límites, si “nuestra ansia de saber es insaciable, nuestra
ambición insaciable” (2006: 181), ¿debe esta aspiración encontrar acaso un
límite? Mendelssohn considera, en consonancia con la denominada Popularphilosophie, “que la ilustración, el avance del conocimiento y la razón, debían
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
tener por resultado el beneficio de toda la sociedad y, por lo tanto, reivindicaba la necesidad de una filosofía ‘para todos’, […] ‘popular’” (Solé 2018:
47).20 Ahora bien, en “¿Qué significa ilustrar?” Mendelssohn sostiene que,
en ciertas ocasiones, es necesario establecer un límite a la ilustración. Se ha
señalado que la pregunta por la definición de la ilustración, en el marco del
debate en el que participa el filósofo judío con la publicación de su ensayo
de 1784, se refiere a:
la pregunta por la posibilidad misma de la ilustración en suelo alemán
[…] la pregunta muestra inmediatamente su conexión con un problema
esencialmente político y se transforma en otra: ¿es útil ilustrar al pueblo?;
¿es ventajoso o puede ser perjudicial? El avance del conocimiento […] ¿es
compatible con el bien del Estado y del Reino? Si no lo es, ¿qué debe
hacerse? ¿Es preferible mantener a los ciudadanos engañados en vistas a
conservar el orden y la paz? De lo que se trata, entonces, no es únicamente
de determinar en qué consiste la ilustración y cuáles son los medios que
permiten su difusión, sino también de determinar hasta dónde es deseable
ilustrar al pueblo (Solé 2018: 37-38).
Mendelssohn conecta estos interrogantes, sin embargo, con su preocupación central por la Bestimmung del ser humano. La problematización de
los límites de la ilustración abre una serie de interrogantes que desafían un
acercamiento ingenuo al poder emancipatorio del conocimiento racional:
¿existe una armonía preestablecida entre la perfectibilidad del conocimiento
y la perfectibilidad de la esfera práctica? ¿Puede prescindir el afán de conocimiento del ámbito de la experiencia y de sus contingencias, así como de “los
20
Dentro del amplio espectro de la Popularphilosophie, Mendelssohn subraya la importancia
de la ilustración para el perfeccionamiento práctico del ser humano y, en este sentido, la
necesidad y utilidad de la transmisión del saber filosófico para una mejora de la vida social y
política. De allí su impulso hacia una “popularización” de la filosofía, que no implica, como
algunos afirman (Yaffe 2012: 30, 35), la divulgación del saber erudito para servir al gusto
moral de la época (una filosofía “popular” entendida solamente como “hija de su tiempo”),
sino un trabajo de traducción teórico-estética “para impulsar a sus lectores a un diálogo activo y otorgarles el derecho y el poder para hacerlo” (Goetschel 2011: 36). Desde sus escritos
sobre estética, actuando como crítico literario, pasando por obras como Diálogos filosóficos
o el Fedón, convertido pronto en un bestseller, hasta su trabajo de traducción de textos de la
tradición judía, como su proyecto de traducción de la Torá al alemán (Bi’ur), se expresa la
confianza de Mendelssohn en los aspectos formativos del saber filosófico, y de la escritura
para el pensamiento, incluso como vehículo de una nueva comprensión, y posible reforma,
de los fundamentos del mundo práctico.
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medios para implementarla, […] las condiciones para su desarrollo, […] sus
consecuencias” (Solé 2018: 19)? ¿Puede escindirse la intención de alcanzar el
fin, esto es, la felicidad del género humano, de las condiciones materiales para
lograrla? Las cuestiones metafísicas sobre la Bestimmung, la perfectibilidad y la
felicidad del ser humano, se conectan indisociablemente así con las preocupaciones teóricas y prácticas, éticas y políticas.
En “¿Qué significa ilustrar?”, Mendelssohn sostiene que la perfección
de la capacidad teórica, ligada a la ilustración, no va necesariamente de la
mano con la perfección práctica, en especial de la virtud, aunque también
de la cultura, que tiene en miras la dicha o felicidad del género humano.
Cuando Mendelssohn se refiere a la perfección práctica (moral y del ciudadano), apela a un tipo de sabiduría sin la cual se corre el riesgo de ir en
contra de la Bestimmung del ser humano: esta sabiduría es la prudencia.21 La
ilustración sin prudencia puede ir en contra de la perfección práctica. La
perfección práctica, a la que refiere Mendelssohn en su consideración de la
prudencia, no apunta únicamente a la felicidad propia, sino a la felicidad en
comunidad, es una vocación con otros.Ya en su Fedón, Mendelssohn reconoce
que la tarea de autoperfeccionamiento es indisociable con una contribución
a la perfección de las otras personas (2006: 178-179). Y más tarde, en Jerusalem, afirma: “el hombre no puede ser feliz […] El hombre no puede perfeccionarse más que a través del apoyo mutuo” (1991: 43). A lo que agrega:
“Este bien común, sin embargo, incluye en sí tanto el presente como el
futuro, lo espiritual tanto como lo terreno. Lo uno es inseparable del otro”
(25). De este modo, el recurso de Mendelssohn a la prudencia se conecta con
la necesidad de pensar una sabiduría práctica capaz de atender a la dimensión
21 No
hay una elaboración y análisis sistemáticos, por parte de Mendelssohn, de la noción de
prudencia (Klugheit). No obstante, la apelación a esta sabiduría práctica, tal como se exhibirá
a continuación, permite evocar algunas problemáticas y teorizaciones expuestas ya en la
historia de la filosofía. Su posición intermedia entre el conocimiento y la virtud, la teoría
y la experiencia, los fines y los medios, puede retrotraer a los debates dentro de la tradición
platónica y aristotélica. En su vínculo con los problemas de la salvación y de la felicidad, de
la providencia y de la perfectibilidad racional y sensible, se vincula tanto con los desarrollos
estoicos como epicúreos. Como sabiduría consciente de los límites del ser humano se abre,
al mismo tiempo, a las interpelaciones escépticas. No obstante, todos estos desarrollos teóricos encuentran nuevos desafíos en la época moderna, en los que la prudencia adquiere una
diversidad de sentidos en virtud de una nueva conexión con las teorías morales, religiosas y
políticas de la época que, desde Maquiavelo hasta Kant, le imprimen su propio sello. No se
pretende aquí, sin embargo, recuperar esta compleja historia de la prudencia, sino descubrir
algunos trazos de esta noción en la filosofía de Mendelssohn, que permitan comprender mejor la recuperación de esta sabiduría práctica en su ensayo “¿Qué significa ilustrar?” de 1784.
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
intersubjetiva (moral, cultural y política) y, con ello, la dimensión temporal
(las condiciones presentes y futuras) y la dimensión material (no solo espiritual) del logro de la felicidad.22
Mendelssohn se había enfrentado ya a estas problemáticas surgidas
de una consideración de la Bestimmung del ser humano, de los límites de la
ilustración y de la necesidad del ejercicio de una sabiduría práctica para la
difusión del conocimiento y la virtud en busca de la dicha eterna, a partir
de su debate con Abbt en torno a la obra de Spalding, que finaliza en la
publicación del Fedón. Precisamente en esta obra de 1767, el filósofo judío
establecería los lineamientos de un posicionamiento temprano sobre este
tópico, a través del semblante y representación ejemplar del ser humano
prudente: la figura de Sócrates. Asimismo, unos años más tarde, Mendelssohn representaría este semblante socrático de hombre prudente en
su debate con Lavater, tanto en su “Carta abierta a Lavater” como en sus
“Contrarreflexiones”. Esta última, que no sería publicada en vida por el
filósofo judío, adelantaba algunos conceptos centrales de Jerusalem, un año
antes de “¿Qué significa ilustrar?”. Una consideración conjunta de estas
obras permitirá reconstruir algunos trazos de la concepción de la prudencia
de Mendelssohn y de su importancia para comprender el sentido integral
de su posicionamiento en 1784.
En el Fedón, Mendelssohn presenta a Sócrates como un amigo de la
humanidad y símbolo de la modernidad ilustrada. Su objetivo, afirma, era
“combatir con firmeza la sofistería y la superstición [e] instruir a sus conciudadanos en la virtud y en la sabiduría” (2006: 69), al tiempo que su “única
preocupación era la felicidad del género humano” (78). En su “Carta abierta
a Lavater”, sin embargo, Mendelssohn afirma bajo el semblante socrático: “es
obligación natural de todo mortal difundir el conocimiento (Erkenntnis) y
la virtud (Tugend) entre sus semejantes, y eliminar sus prejuicios y errores”,
subráyese aquí, “tanto como esté en su poder” (JubA 7: 13).
Mendelssohn identifica el genio de Sócrates con “una aguda sensibilidad respecto al bien y al mal, una capacidad de juicio moral convertida en
22 Para
Mendelssohn, la perfectibilidad de las capacidades, en tanto vocación o Bestimmung,
del ser humano, depende del contexto histórico y circunstancias en las que este vive. Ahora
bien, mientras que esta situacionalidad condiciona dicha vocación, no la determina absolutamente. En su intercambio epistolar con Herder de 1769, a propósito de sus observaciones
al Fedón, Mendelssohn defendería, como recuerda Beiser (2011: 241), el carácter no solo
inmanente sino también trascendente de aquella vocación, lo que parece anticipar un conflicto que sería de vital importancia en las siguientes décadas, aquel entre la Ilustración y el
historicismo.
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80 l
instinto mediante la reflexión, la larga experiencia y el ejercicio constante,
gracias a la cual podía examinar y formarse un juicio de cada acción libre en
cuanto a sus probables consecuencias y efectos” (2006: 77). Sócrates se destaca
así por un juicio moral cuya firmeza no deriva de una intelección infalible
del bien y del mal, con la aplicación consecuente de esta verdad, sino de una
razón calculadora dominada por la reflexión y la experiencia, por el ejercicio
constante, que le permiten considerar las consecuencias y efectos de la acción,
sin satisfacerse con la mera intención de la búsqueda de la felicidad.
En el Fedón, el Sócrates mendelssohiano considera que, si todas las opiniones fueran llevadas ante el trono de la verdad y de la justicia divina, sería
posible, en un caso, distinguir “lo firmemente verdadero o decididamente
erróneo y falso” (2006: 186) y, en el otro,“todas las controversias y querellas en
torno a la razón o sinrazón […] mediante reglas eternas e inalterables” (186).
Pero la posibilidad de esta infalibilidad del juicio sobre la verdad y el bien no
es dominio de los seres humanos, ni siquiera de un solo hombre que dijese
encarnar la rectitud divina (180).23 En cuanto a la posibilidad de una criatura
capaz de tal excelsa perfección, el Sócrates mendelssohniano afirma: “Ciertamente, todos los rasgos de ese panorama no se aplican a las personas en general
[…] todos ellos pertenecen a la misma clase y su diferencia solo consiste en
el más o menos” (180). De allí que sea necesaria una particular sabiduría que,
atendiendo al fin de la felicidad del género humano, pueda evaluar desde su
condición humana, demasiado humana, la forma de propagar la virtud y el
conocimiento tanto como esté en su poder. Mendelssohn la llamará, solo unos
años más tarde, una bondad sabia (weise Gütigkeit) (JubA 7: 96).
A través de la boca de Sócrates, Mendelssohn presenta una primera
regla de la prudencia: “no hay ningún sistema religioso tan corrupto que
23 En
sus encuentros con Lavater entre 1763 y 1764, Mendelssohn declara su respeto por el
carácter moral del fundador del cristianismo, Jesús de Nazaret (Altmann, 1973: 201-204).
Sin embargo, en su “Carta abierta a Lavater”, el filósofo judío se niega a reconocer el carácter
divino de la figura de Jesús, junto con un conjunto de proposiciones de los libros doctrinales
de los cristianos que son presentadas como verdades fundamentales para su religión: proposiciones sobre la trinidad, el pecado original, la redención de la humanidad a través de un intermediario, la encarnación, el sacrificio del Dios-hijo, la eucaristía y la resurrección de Jesús
(JubA 7: 92). En sus “Contrarreflexiones”, enfatiza el sentido práctico de su crítica a dichas
proposiciones o doctrinas, y de la metafísica y antropología subyacentes, en especial ante la
posibilidad de que ellas disminuyan o anulen la responsabilidad de los seres humanos en su
camino de perfeccionamiento y obtención de la felicidad. Mendelssohn recuerda que tales cuestionamientos son esgrimidos como argumentos incluso dentro la propia cristiandad
(JubA 7: 100-106). Sobre los debates en torno a aquellas proposiciones y doctrinas dentro del
mundo cristiano de la época, puede consultarse: Israel 2011: 310-315.
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no conceda cierta santidad al menos a algunos deberes de humanidad, que
el filántropo ha de respetar y el reformador de las costumbres ha de dejar
sin tocar, si no quiere actuar contra su propia intención” (2006: 67-68). La
prudencia como razón calculadora debe salvar algunos prejuicios que, sin
fundamentos teóricos adecuados, pueden servir, sin embargo, para la consecución de la felicidad del género humano. No todos los prejuicios son
igualmente peligrosos, ni deben ser tratados de la misma manera (JubA 7: 13).
Este criterio presenta un aspecto positivo práctico, aunque temporal –esto
es, no implica renunciar de manera permanente a la perfectibilidad teórica,
pues deberían obtener mejores fundamentos bajo circunstancias propicias–
de ciertos prejuicios: la posibilidad de que contengan elementos valiosos
para una vida virtuosa, aunque aún no hayan encontrado su fundamentación
teórica adecuada (2006: 81-82).
Respecto del reconocimiento de estos elementos positivos de la
religión que pueden conducir a la felicidad del género humano, Mendelssohn brinda un interesante ejemplo en su Fedón. Sócrates, sostiene, siempre
respetó el culto público por supersticioso que fuera, aún cuando él no se
iniciara en los misterios de Eleusis (2006: 81, 82). Probablemente, afirma
Mendelssohn, estos grandes misterios no eran sino enseñanzas de la verdadera religión natural24 y una razonable interpretación de fábulas (82). Y
prosigue: “Si Sócrates no quiso hacer la iniciación, probablemente fue por
mantener la libertad de poder difundir estos misterios sin ser castigado, que
los sacerdotes trataban de arrebatarle mediante la iniciación” (82). El Sócrates
mendelssohniano reconoce el valor relativo de los principios que sostienen
la diversidad de cultos, en un examen que preserve, no obstante, la libertad
de juicio frente a las cadenas de una dogmática autoridad eclesial.
24 Mendelssohn
retoma la ecuación entre leyes de Noé y ley natural de John Selden en su De
Jure naturali et gentium juxta disciplinam Ebraeorum libri VII de 1640. Los siete mandamientos
principales noájidos, que comprenderían las leyes esenciales del derecho natural, son: abstenerse de (1) la idolatría, (2) la blasfemia, (3) el asesinato, (4) el incesto y (5) el robo, así como
(6) establecer y administrar justicia. Se considera que estos mandamientos habrían sido comunicados a Adán. Finalmente, (7) la prohibición dada a conocer a Noé de comer animales
vivos (Altmann 1973: 217). Estos principios que constituyen un mínimo requerido para garantizar la dicha eterna deben estar sujetos, sin embargo, al reconocimiento, interpretación
y aplicación por medio de la razón y no meramente creídos o impuestos por principio de
autoridad. Asimismo, el derecho natural no es algo que se encuentra en la naturaleza, sino
algo que se propone para toda la humanidad, esto es, un horizonte que requiere la participación activa de las diversas tradiciones sin aspirar, no obstante, a una “monocultura” (Novak
2014: 28-30). Respecto de la teoría del derecho natural en la tradición judía, así como de su
problematización, cf. Novak 2014: 4-65.
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En su “Carta abierta a Lavater”, Mendelssohn expone una segunda
precaución o cautela (Behutsamkeit) contra un afán desmedido de eliminar
todo prejuicio, sin medir su importancia relativa para la vida social y ética de
las personas. Disputar o negar públicamente porque nos parecen prejuicios
ciertos principios teóricos que, estando alejados de la práctica, no pueden
causar tan grandes daños, y sobre los que, precisamente en virtud de su generalidad, un pueblo que los aprecia ha construido un sistema de vida ética
y social, es, sin apuntalar el edificio, desenterrar los cimientos para investigar
si son o no firmes y seguros (JubA 7: 13-14). Mendelssohn sostiene que,
en tal caso, “me veo obligado a permanecer en silencio si estos errores no
destruyen directamente ni la religión natural ni la ley natural, y más bien están
vinculados accidentalmente con la promoción del bien” (JubA 7: 14).
El avance de la ilustración, de este modo, no tiene como finalidad la
eliminación de toda creencia o culto religioso, la supresión de todo particularismo, sino la reflexión y evaluación crítica de los principios teóricos que
los sostienen, sin olvidar el valor relativo de aquellos en las circunstancias
vigentes, así como los riesgos posibles de su destrucción, lo cual no puede
obtenerse sin el ejercicio permanente de la prudencia.
Al mismo tiempo, esta sabiduría práctica aconseja que, si han de fomentarse nuevos principios en lugar de los viejos prejuicios, estos deben ser
previamente aceptados como verdaderos por quienes estarán sujetos a ellos.
Por eso, “mientras la verdad no es reconocida […] [aquel] prejuicio debe ser
casi sagrado para todo amigo de la virtud” (JubA 7: 14). La importancia del
reconocimiento en la aceptación de la verdad, va en contra de la idea de una
potencia de la verdad que se impone y arrastra a la aquiescencia, en beneficio, en cambio, del espacio intersubjetivo del debate y la persuasión. De este
modo, la disposición práctica de la prudencia permite evaluar las tensiones
entre el fomento de la ilustración y la promoción de la virtud en el mundo
práctico, a través de una deliberación que atiende a la consecución efectiva
de la felicidad del género humano y a una agencia compartida en el proceso
de perfeccionamiento.
Mendelssohn expone también las posibles consecuencias de una ilustración sin prudencia que combate todo prejuicio sin precaución, obstaculizando, en lugar de favorecer, el logro efectivo de la felicidad del género
humano. Por un lado, advierte que la lucha contra todo prejuicio, a través de
una duda radical, revierte en ocasiones en incredulidad y prepara el terreno
fértil para los sacerdotes de la superstición (2006: 67-68):
El paso de la duda en las cuestiones religiosas a la frivolidad, del abandono
del culto divino externo al menosprecio de todo culto sin más suele ser fácil,
especialmente para espíritus que no están bajo el dominio de la razón, sino
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
que son regidos por la codicia, la ambición de honores o la sensualidad. Los
sacerdotes de la superstición acuden demasiado a menudo a este recurso y
recurren a él, como si de un santuario inviolable se tratara, tan pronto como
se ven atacados (2006: 67-68).
Por otro lado, advierte que la lucha contra todo prejuicio alimenta (y
se alimenta de) la sensación de infalibilidad del juicio, de la posesión privilegiada de una verdad, que conduce pronto al fanatismo. Por ello, Mendelssohn subraya en Sócrates esta conciencia de los propios límites del juicio, de
su “no saber” contra la vanidad del conocimiento o el carácter indubitable
de la fe (2006: 72). Un hombre insigne como Sócrates, quien no expresa la
encarnación del juicio divino, ni la palabra inspirada, no está libre, sugiere
Mendelssohn, de las debilidades y prejuicios de todo ser humano (77) y debe
vencer incluso los de su propia educación (68). El filósofo distingue así entre
un escepticismo saludable, producto de la conciencia de la falibilidad del
juicio humano, y formas de escepticismo basadas en la vanidad de la propia
capacidad de saber o del poder de la inspiración, que terminan en ocasiones
por proporcionar una fuente valiosa para los fanáticos de la superstición.25
Pero la figura de Sócrates, quien se presenta en la tradición no solo
como un símbolo del librepensador sino también como una víctima de la
intolerancia social y religiosa, convoca a una consideración del poder de los
afectos y de las costumbres en la difusión del conocimiento, en especial en
asuntos que son delicados y estimados por el corazón de los hombres, y en el
que la razón puede desviarse por el menor ímpetu (JubA 7: 99). En su Fedón,
Mendelssohn alude al modo en que los enemigos de Sócrates trataron de incitar los ánimos contra él mediante una farsa que lo presentara “como odioso
y ridículo y, así, si el golpe tenía éxito, minar y preparar al pueblo llano para
atreverse a algo más” (75). Asimismo, recuerda que, en aquel tiempo, algunas
creencias supersticiosas eran en ocasiones utilizadas por algunos poderosos del
reino, por la hipocresía de los sacerdotes o por oradores vendidos y demagogos,
para dirigir la indignación del pueblo contra algunos defensores del Estado (78).
Mendelssohn advierte sobre el poder de las pasiones, así como la manipulación
de las mismas, vehiculizadas por prejuicios o supersticiones que pervierten las
costumbres y generan credulidad e inconsistencia en los hombres (81), lo cual
puede derivar en fanatismo y persecución. Precisamente unos años más tarde,
25 En
este sentido, el Sócrates mendelssohniano se presenta como la contracara del Sócrates
inspirado de Memorabilia socrática (Sokratische Denkwürdigkeiten) de Johann Georg Hamann
(1759), con su convocatoria a un retorno místico a la fe y el sentimiento contra la “tiranía de
la Ilustración”. Cf. Hamann 2018.
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durante el affair Lavater, Mendelssohn debió enfrentar los prejuicios característicos, esgrimidos por la nación dominante, contra los israelitas (JubA 7: 9), que
ponían en duda la honestidad de su juicio en la promoción de la virtud y el
conocimiento, y a los que debió responder con cautela ante la posibilidad de
desencadenar nuevamente ciertas creencias y pasiones, con sus consecuencias
y efectos prácticos, contra la comunidad judía. La consciencia del poder de los
afectos y de las costumbres convoca así a una sabiduría práctica, en la difusión
del conocimiento, capaz de medir y reconocer aquel peligro y temerlo por el
propio bien y el de los semejantes (JubA 7: 99).
Sin embargo, esta sabiduría práctica, cuyo fin es la felicidad del
género humano, no supone una razón que, por temor a las consecuencias,
promueva el mantenimiento del status quo (Gillo 2014). La prudencia,
afirma Mendelssohn en el Fedón, no es incompatible con la necesidad de
“combatir el poder establecido; y […] abortar los oscuros actos de horror
de la superstición” (68), o de enfrentar las “amenazas de los poderosos y
la ira del populacho exaltado” (78). Si la única preocupación intelectual
de Sócrates, sostiene Mendelssohn, era aquella de la felicidad del género
humano, “tan pronto como un prejuicio o superstición daba ocasión para
una brutalidad ostensible, ofensa de los derechos humanos (menschliche
Rechte), perversión de las costumbres, etc., nada en el mundo podía detenerle a declararse en contra de eso, incluso a pesar de cualquier amenaza
o vejación” (78).26 En tanto la vocación de perfectibilidad práctica tiene
como meta la felicidad del género humano y no la preservación en el ser, la
responsabilidad de un amigo de la humanidad es enfrentarse contra aquello
que pone en peligro la consecución de dicha finalidad. Mendelssohn distingue entonces, como lo hará solo unos años más tarde en su disputa con
Lavater, entre prejuicios que pueden ser tolerados y aquellos que deben ser
expresamente combatidos.27
26 Durante el affair Lavater y bajo el semblante socrático, Mendelssohn advierte al pastor
suizo que estaría dispuesto, en caso de ser necesario, a publicar sus argumentos en contra de
las evidencias de la verdad del cristianismo de Bonnet (JubA 7: 17), lo que representaba un
acto temerario para un judío en la Prusia cristiana.
27 En su “Carta abierta a Lavater”, Mendelssohn retoma la distinción entre aquellos prejuicios que pueden ser tolerados, y aquellos que, en cambio, “están en directo conflicto con
la felicidad del género humano” y que “todo amigo de la humanidad debe combatir francamente” (JubA 7: 13), esto es, “los errores y prejuicios de los hombres, que perturban su propia paz y satisfacción, o la de sus semejantes, y matan todo germen de verdad y bondad en el
hombre antes de que pueda brotar”: el fanatismo (Fanatismus), la misantropía (Menschenhaß) y
el espíritu de persecución (Verfolgungsgeist); frivolidad (Leichtsinn), voluptuosidad (Ueppigkeit),
librepensamiento inmoral (unsittliche Freygeisterey) (JubA 7: 13).
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
En el Fedón, Sócrates defiende la libre expresión del juicio con vistas
a difundir la virtud y el conocimiento entre sus semejantes, más allá de su
posible enfrentamiento con el poder político. En un pasaje de esta obra,
Mendelssohn afirma: “[sería] sorprendente que los administradores de un
Estado, haciendo peores y más disminuidos a los ciudadanos, no quisieran ser
tenidos por malos administradores” (2006: 79-80). Cuando Critias y Caricles
“hicieron llamar [a Sócrates] le mostraron la ley y le prohibieron conversar
con los jóvenes […] Sócrates hizo tan poco caso de sus amenazas como de
su incongruente ley, que ellos no tenían ningún derecho a implementar por
ser totalmente contraria a la sana razón y a la ley de naturaleza” (80-81). En
esta obra, Mendelssohn considera absurda una ley tal que impida la libertad
de hablar con los demás y expresar el propio juicio en asuntos de justicia,
santidad, piedad, tan valiosos para la difusión de la virtud y la consecución de
la felicidad del género humano (80-81).28 El Sócrates mendelssohniano seguirá aquel criterio de la prudencia, en su combate contra los prejuicios y la
sofistería: “Entonces, dice Caricles, ¿tú pretendes tener libertad para hablar lo
que quieras y no sufrir nada por ello? Estoy dispuesto, respondió [Sócrates] a
sufrir cualquier mal, menos el de ser injusto con alguien” (81).
Asimismo, en su réplica a Lavater y bajo el semblante socrático, Mendelssohn sostiene que el derecho al libre ejercicio de los poderes mentales
no supone necesariamente la igualdad potencial de su uso o empleo. Solo
una sabiduría consciente de las condiciones existentes, en el aquí y el ahora,
del espacio público (condiciones tanto legales como culturales), puede medir
la posibilidad, así como los efectos y consecuencias, de la propagación de
la verdad. Por ejemplo, recuerda Mendelssohn respecto de la Prusia de su
tiempo, el rango asignado a los judíos en la vida civil está lejos de proporcionarle un ejercicio libre semejante (JubA 7: 9). Al final de su “Carta abierta a
Lavater”, Mendelssohn pide al pastor suizo que considere las circunstancias
no desde su punto de vista, los ojos de la nación dominante, sino más bien
desde el suyo, en tanto representante de una nación oprimida (JubA 7: 15,
17),29 como una nueva lección o criterio de prudencia. Por ende, frente
28
Sobre la posibilidad, defendida por Mendelssohn, de introducir propuestas innovadoras
actuando incluso como funcionario, lo que representaría una posición más osada y radical
que la distinción kantiana entre un “uso privado” y un “uso público” de la razón, cf. Altmann 1973: 663.
29 Mendelssohn no solo debe ser cauteloso en tanto judío en la Prusia cristiana de su época,
sino también en tanto “portavoz” de su pueblo (Altmann 1973: 421-448). La prudencia le
exige medir el alcance de su voz en el espacio público, en especial como un destacado judío
ilustrado. Su testimonio puede favorecer, pero también ser motivo de nuevas restricciones
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a la separación abstracta entre un “uso público” y un “uso privado” de la
razón, Mendelssohn advierte que aquel “uso público” puede tener efectos
concretos no solo sobre la libertad de expresión, sino también sobre las
condiciones de vida presentes y futuras (por ejemplo, en su estamento y en
su profesión) de quienes no gozan de las mismas prerrogativas como ciudadanos y también “ante los ojos” públicos de la nación dominante. Frente a
una ilustración ingenua, la prudencia obliga a considerar las condiciones de
posibilidad efectivas de la libre expresión del juicio.
La recuperación de la prudencia, por parte de Mendelssohn, en tanto
sabiduría práctica que atiende a la dimensión intersubjetiva, temporal y material del logro de la felicidad, en el marco de una tarea permanente de perfeccionamiento, y en especial de la ilustración como vocación esencial del
ser humano, le permite desplegar un conjunto de problemáticas cuya consideración resulta inescindible de la pretensión de una mejora de la moralidad
y de la cultura: el papel del culto, de la autoridad y de las creencias en la vida
social y moral de un pueblo, el problema del reconocimiento y aceptación
de los principios que rigen la vida práctica, la función de los afectos en dicho
proceso, así como las condiciones materiales que regulan el libre ejercicio
del juicio. A través de la figura de Sócrates como ejemplo de ser humano
prudente, Mendelssohn había iniciado así un camino de indagación sobre
los límites de la ilustración o, en sus palabras, para distinguir entre un buen
o mal uso de la ilustración (2018a: 238) y, con ello, una reivindicación de la
prudencia en la esfera moral, social y política.
4. Los límites de la ilustración y la prudencia, entre moralidad
y ciudadanía
E
n el Fedón, el Sócrates mendelssohniano afirma que cuando el
ser humano entra en sociedad, cuando forma parte de un Estado,
recibe derechos y deberes, esto es, adhiere a una legislación que le impone
premios y castigos. Sin embargo, este sistema no supone una interrupción
de la Bestimmung del ser humano, pues aquel sigue vinculado con la tarea
de perfectibilidad teórica y práctica, con vistas a la felicidad (2006: 178179; 1991: 105). En este marco, la ilustración como conocimiento racional
para los israelitas, esto es, derivar en un retroceso de sus derechos civiles. La prudencia permite advertir entonces los privilegios sociales e históricos relativos en la enunciación del
juicio, como la responsabilidad concomitante por los efectos o consecuencias materiales del
mismo, que tienen un impacto directo en el logro de la felicidad.
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
y el esfuerzo por reflexionar racionalmente acerca de los asuntos de la vida
humana, como vocación del ser humano en tanto ser humano que lo separa
de las bestias, podría ayudar a la obtención de fundamentos más seguros y
convincentes para el sistema social y político, trabajando en la felicidad y
bienestar común, y como tal la ilustración debería ser promovida.
En relación con los límites del Estado, Mendelssohn sostiene, en
Jerusalem, que la facultad de juzgar (Urtheilskraft) es inalienable y, por ende,
aquel no puede tener un derecho coercitivo sobre las creencias (1991: 81,
83, 105). En el Fedón, tal como se expuso previamente, el Sócrates mendelssohniano considera absurda una ley tal que impida la libertad de hablar
con los demás y expresar el propio juicio en asuntos de justicia, santidad,
piedad, tan valiosos para la difusión de la virtud y la consecución de la felicidad del género humano (2006: 80-81). Sin embargo, en “¿Qué significa
ilustrar?”, Mendelssohn parece marcar un límite a la libre expresión del
juicio, cuando afirma que, en ciertos casos en los que la vocación del ser
humano como ser humano y aquella como ciudadano entran en colisión,
“la filosofía se cubre la boca” (2018a: 237). Mendelssohn no exige la renuncia al propio juicio, sino que sostiene que “es posible que la necesidad
(Notwendigkeit) prescriba aquí las leyes” (237), algo del orden de lo factual,
marcando incluso, a continuación, una crítica respecto de un orden semejante: “es posible que la necesidad prescriba aquí las leyes o, más aún,
forje las cadenas que se le deben colocar a la humanidad para doblegarla y
mantenerla reprimida” (237), “infeliz [unglückselig] es el Estado que debe
admitir que en él la destinación esencial del ser humano no se armoniza
con la destinación del ciudadano” (237). Pero, entonces, ¿la prudencia se
convierte ahora en la aceptación resignada del súbdito a las necesidades
factuales del orden del Estado?
En Jerusalem, Mendelssohn considera que el Estado puede recurrir a
instituciones públicas, a leyes coercitivas, a premios y castigos, para dirigir
las acciones de los hombres al bien común, como evitar que se divulguen
doctrinas incompatibles con el bienestar público y así garantizar, al menos,
la tranquilidad y seguridad externa (1991: 33, 35). Sin embargo, afirma, no
es conveniente que el Estado se rija “constantemente con el aguijón de las
leyes” (29). Su ideal debe apuntar a dirigir las acciones y los principios de
la acción por razones (Gründe) de los que se está convencido, por el uso del
propio juicio, por la educación (Erziehung) y la persuasión (Ueberzeugung),
que conducen al bien común, y no por la mera fuerza o temor al castigo.
Por ende, el Estado no debería impedir la ilustración o perfectibilidad
teórica que busca guiar al hombre por “principios de verdad”, respetando,
al mismo tiempo, los diversos y múltiples caminos del perfeccionamiento de
los seres humanos, los cuales no siguen una orientación unívoca y predeter-
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minada, ni se expresan bajo una misma voz. En este sentido, la prudencia,
que no se comprende como una mera habilidad técnica del político, sino
que está vinculada con la Bestimmung del ser humano, debe guiar también
a los gobernantes:
¡Hermanos! Si lo que os mueve es la verdadera beatitud, no permitáis que
falseemos ningún acuerdo, cuando la diversidad es manifiestamente el plan
y la meta de la providencia. Nadie de nosotros piensa y siente por completo
como su prójimo […] Dios ha grabado, no en vano, en cada uno de nosotros
sus propios caracteres […] ¡Monarcas de la tierra! […] dejadnos pensar y
hablar […] Al que no estorba la felicidad pública, al que actúa con rectitud
respecto de las leyes civiles […] dejadle hablar como piensa […] ¡Amad la
verdad! ¡Amad la paz! (1991: 277, 279).
88 l
La ilustración sin prudencia (los conceptos morales y políticos sin
experiencia) puede ir en contra de la felicidad del género humano, del bien
común, volverse injusta. Así como el juicio es inalienable, esta responsabilidad le cabe a cada individuo, tanto a gobernantes como a gobernados, en su
preocupación por la perfectibilidad propia y de los otros, así como del logro
efectivo, presente y futuro de la felicidad.
Del mismo modo, la importancia de la prudencia hace comprensible aquello que Mendelssohn afirma, a continuación, en “¿Qué significa
ilustrar?”:
cuando las destinaciones esenciales del ser humano [ligado a la ilustración]
[…] han sido puestas en conflicto con sus destinaciones [extraesenciales, en
especial en su vínculo con la moralidad], cuando es imposible difundir ciertas
verdades que son útiles y adornan a los seres humanos sin que esto implique
la destrucción de los fundamentos de la religión y de la moral que se encuentran en él, entonces el promotor de la ilustración que ama la virtud
procederá con cuidado [Vorsicht] y precaución [Behutsamkeit], y preferirá soportar el prejuicio antes que expulsar también la verdad que se encuentra tan
estrechamente entrelazada con él. (2018a: 237)
Se refiere entonces, como lo hiciera previamente en su Fedón y durante el affair Lavater, a prejuicios que deben ser tolerados, e incluso contener
verdades valiosas, con vistas a la felicidad del género humano, sin olvidar
que este criterio, sin embargo, puede servir en ocasiones como “guarida de
la hipocresía” y ha causado siglos de barbarie y superstición (2018a: 237).
Por ello, un amigo de la humanidad debe estar atento, al mismo tiempo,
a que estos prejuicios no pongan en peligro aquella finalidad, pues en tal
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
caso deben ser combatidos o resistidos30 francamente (238). Si, por el contrario, los prejuicios no causan tan grandes daños en la vida de un pueblo, el
ser humano prudente, guiado por su ansia de saber, deberá buscar mejores
fundamentos y apelar a la persuasión para que, dada una ocasión propicia,
puedan ser reconocidos por quienes cimentaron en aquellos prejuicios su
sistema de ética y vida social. Contra una ilustración ingenua que, en un afán
soberbio de eliminar los prejuicios, abandona a los seres humanos, necesitados aún de orientación práctica, a la complacencia en fantasías y supersticiones renovadas, Mendelssohn sostiene que la vocación del ser humano no
es la supresión del prejuicio sino su iluminación (Altmann 1973: 666).
5. Conclusión
A
l igual que sus contemporáneos, Mendelssohn conecta el debate
conceptual acerca de la ilustración y sus límites con una reflexión sobre la relación ineludible entre el avance de la razón y el mundo
práctico, en especial “el perfeccionamiento moral, la transformación de la
realidad social y política en vistas a la justicia, la libertad y la felicidad” (Solé
2018: 14). De allí que, afirma, resulta necesario establecer la Bestimmung del
ser humano, la vocación de perfectibilidad teórica y práctica, “como medida
y fin de todas nuestras aspiraciones y esfuerzos, como el punto hacia el cual
debemos dirigir nuestra mirada, si no queremos extraviarnos” (2018a: 234).
Sin embargo, Mendelssohn sostiene que, en ocasiones, ha de ponerse un
límite al afán de la razón. De allí su invocación de la prudencia como un elemento inescindible de la ilustración. Lo que podría considerarse, a primera
30
Cabría preguntarse si esta resistencia podría ejercerse, por ejemplo, contra el poder soberano. Si bien en Jerusalem se refiere a que el Estado no tiene un poder coercitivo sobre las
creencias y la facultad de juzgar de los súbditos, no se encuentra en ella una teoría sobre el
derecho de resistencia (derecho legal o moral), algo temerario de plantear para un autor judío
en la Prusia de Federico el Grande. Aún así, las teorías del Estado basadas en un fundamento
consecuencialista del derecho natural (la idea de que el derecho positivo tiene un propósito
ulterior, que es realizar el derecho natural y su concepto de bien común) y en el principio de
la felicidad o Prinzip der Glückseligkeit (el propósito estatal es la promoción del bien común
entendido en términos de bienestar material y espiritual), como aquella de Wolff, habían
planteado algunos aspectos de este posible derecho de resistencia al poder soberano (por
ejemplo, si las órdenes del gobernante contradicen el fundamento de la ley natural o si se
considera que un régimen es perjudicial para el bien común, se puede resistir legítimamente a
ellos) –contra el prejuicio dominante de una ilustración alemana plenamente conservadora–,
aunque sin un desarrollo adecuado y exitoso de sus fundamentos teóricos (Maliks 2018).
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90 l
vista, como una abdicación de la razón ilustrada ante las necesidades factuales
del mantenimiento del orden público y, con ello, una propuesta conservadora del poder social y político instituido abriga, por el contrario, una
problematización lúcida sobre la compleja relación entre teoría y práctica,
razón y experiencia, verdad y virtud, medios y fines.
La reivindicación de Mendelssohn de la prudencia supone un reconocimiento de que no es posible una ilustración que ocurra en el vacío o,
en otras palabras, “que tiene un contexto social y cultural que debe tenerse
en cuenta para que sus efectos prácticos, en materia moral y social, sean
positivos” (Deligiorgi 2005: 44). Esta conciencia “situacional” en el uso de
la razón es algo que atañe, para Mendelssohn, a todo ser humano y no sería,
por el contrario, propiedad exclusiva del Aufklärer31. Pues corresponde a la
Bestimmung de toda persona enfrentarse a los conflictos inherentes a su vocación de perfectibilidad teórica y práctica, entre conocimiento, moralidad
y ciudadanía.
De este modo, los posibles límites a la ilustración encuentran su fundamento, para Mendelssohn, en una sabiduría práctica que, sin renunciar a
la capacidad de juzgar y comprender (la ilustración como vocación esencial
del ser humano en tanto ser humano, que lo separa de las bestias), impide
el ejercicio público de aquella capacidad sin una conciencia, en el aquí y el
ahora, de las posibles consecuencias y efectos sobre la felicidad personal y,
en especial, de los otros. Solo una ilustración capaz de descubrir en la prudencia, la reflexión, la larga experiencia o saber vivido, el ejercicio constante,
un aliado en la búsqueda de la felicidad del género humano, podrá evitar,
según esta perspectiva, que los ideales de perfeccionamiento deriven en la
potencia sin escrúpulos de la fuerza dogmática de la razón, de la inspiración
o la fe, o que amparados en las buenas intenciones de quien busca hacerse
más perfecto mediante la promoción del bien, se olvide la responsabilidad
permanente en la evaluación de las condiciones de posibilidad existentes y
los medios necesarios para la consecución efectiva, presente y porvenir de
la felicidad.
BIBLIOGRAFÍA
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Alabama Press).
31 Sobre
esta crítica a Mendelssohn, puede consultarse Deligiorgi 2005: 52.
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Recibido: 20-09-2023; aceptado: 26-12-2023
PABLO F. RÍOS FLORES - Moses Mendelssohn y la prudencia como sabiduría l 67-92
El vínculo entre cultura e ilustración
en Moses Mendelssohn
ALEJANDRO LUMERMAN
Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
Universidad Nacional de Lomas de Zamora
Buenos Aires, Argentina
l 93
DOI: 10.36446/rlf2024411
Resumen: En su intervención en el debate
alemán de finales del siglo XVIII sobre el significado
de la ilustración, Moses Mendelssohn asigna a
la ilustración (Auflkärung) y a la cultura (Kultur),
componentes teórico y práctico respectivamente de
la formación (Bildung) de un pueblo, una función
de profilaxis recíproca. El desarrollo de cada una
constituye el mejor medio para prevenir la corrupción
que produce el mal uso de la otra. Dado que la
“manera de destruir” de cada una se contrapone a la
de la otra, la felicidad de una nación depende de su
avance equilibrado. La intención de este artículo es
determinar la posición de Mendelssohn respecto a los
límites de la ilustración así como clarificar el vínculo
profiláctico entre ilustración y cultura.
Licencia Creative Commons CC BY 4.0 Internacional
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Palabras clave: Mendelssohn, ilustración, cultura, formación, lenguaje.
The Link between Culture and Enlightenment
in Moses Mendelssohn
Abstract: In his intervention in the late eighteenth-century
German debate on the meaning of enlightenment Moses Mendelssohn assigns to enlightenment (Aufklärung) and culture (Kultur), theoretical and
practical components respectively of the formation (Bildung) of a people,
a function of reciprocal prophylaxis. The development of each constitutes
the best means of preventing the corruption produced by the misuse of
the other. Since the “way of destroying” of each is opposed to that of the
other, the happiness of a nation depends on their balanced advancement.
The intention of this paper is to determine Mendelssohn’s position on the
limits of enlightenment as well as to clarify the prophylactic link between
enlightenment and culture.
Key-words: Mendelssohn, enlightenment, culture, education, lan94 l
guage.
1. Introducción
H
ay un pasaje en Pastoral Americana del escritor Phillip Roth que
expresa de forma tan brillante como irónica el carácter trágico
del lenguaje. El pasaje dice:
En cualquier caso, sigue siendo cierto que de lo que se trata en la vida no es
de entender al prójimo. Vivir consiste en malinterpretarlo, malinterpretarlo
una vez y otra y muchas más, y entonces, tras cuidadosa reflexión, malinterpretarlo de nuevo (Roth 2018: 53).
El pasaje aúna la imposibilidad de comprender al prójimo y la inevitable vocación a hacerlo. El lenguaje no es capaz de albergar un encuentro
verdadero con el prójimo, lo que hace de la comunicación “una verdadera
farsa de incomprensión”. No obstante es nuestro único recurso si no queremos retirarnos del mundo, como el escritor solitario, que cree que sus
seres verbales son más auténticos que las personas reales. “Así sabemos que
estamos vivos, porque nos equivocamos. ¿Tan mal pertrechados estamos –se
ALEJANDRO LUMERMAN - El vínculo entre cultura e ilustración en Moses Mendelssohn l 93-111
pregunta Roth– para imaginar el funcionamiento interno y los propósitos
invisibles de otra persona?” (2018: 54).
Este carácter equívoco intrínseco al lenguaje en su doble función expresiva y representativa es asumido con la misma radicalidad por el filósofo
ilustrado Moses Mendelssohn. Pero en su caso la tragedia del lenguaje no
obtiene una resolución cómica, sino de orden político. En su obra Jerusalem
o Acerca de poder religioso y judaísmo Mendelssohn ejemplifica el problema de
la equivocidad del lenguaje a partir de su propia experiencia:
Muy a menudo no podía ponerme de acuerdo, en lo referente a verdades
de filosofía y religión, con mi mejor amigo, con quien tan de acuerdo creía
pensar. Tras largas controversias y disputas, a veces resultaba que cada uno
había vinculado conceptos diferentes a las mismas palabras. No era raro
que, pensando lo mismo, nos expresáramos de forma diferente; pero, muy
a menudo también, creyendo estar de acuerdo, aún estábamos alejados en
cuanto al pensamiento (Mendelssohn 1991: 97-99).
La experiencia relatada por Mendelssohn es parte de una serie de
argumentos escépticos en torno a la búsqueda racional de certezas en el
ámbito metafísico y religioso, y esto significa un posicionamiento respecto
a las posibilidades y los límites de la ilustración. El escepticismo respecto a la
capacidad comunicativa del lenguaje delinea una antropología que reconoce,
no sin ironía, una condición de fragilidad e indisponibilidad del ser humano
que resulta un tanto extraña a la perspectiva general de la ilustración.
Ahora bien, la inescapable necesidad de multiplicar palabras sobre
palabras, no lleva a Mendelssohn a caer en un escepticismo de la razón,
sino que encuentra allí, como también lo desliza Roth, una conversación
infinita que porta la promesa de una sociedad humana basada en la tolerancia y la amistad. De hecho, de esta inherente equivocidad del lenguaje
extrae Mendelssohn el fundamento de su defensa de la tolerancia religiosa:
¡Ah, no quisiera tener jamás por amigo a quien, habiendo tenido esta
experiencia en su vida, aún puede ser intolerante y odiar a su prójimo,
porque no piensa o no se expresa como él en cuestiones de religión; ese se
ha despojado de toda humanidad! (Mendelssohn 1991: 99).
Mendelssohn se aleja de la imagen intelectualista del lenguaje, dominante en la filosofía de la ilustración. Según esta imagen, el lenguaje tiene
una función representativa consistente en reflejar los estados internos de
conciencia que se conectan directamente a un objeto del mundo. El modelo
de verdad de esta imagen es el de la exactitud lingüística determinada por un
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régimen científico de verdad. Para Mendelssohn la imagen intelectualista del
lenguaje es el sostén del despotismo, pues la verdad es concebida por fuera de
la dimensión expresiva de las relaciones humanas para fijarse en el lenguaje
como sistema de dogmas que domina sobre las almas volviéndose contra el
pensar que lo produjo.
Mendelssohn presenta una comprensión del lenguaje anclado en su
carácter, en última instancia, metafórico. Esta parte del reconocimiento de
que todo signo requiere explicación y solo puede explicarse por otros signos,
pero nunca por la cosa misma; esta cadena requiere en última instancia hacer
uso del recurso de la metáfora. Lo que implica el reconocimiento de un
grado de confusión y oscuridad del lenguaje, que afecta no solo a la relación
interpersonal, sino que se remonta en última instancia a la propia conciencia,
a las percepciones del sentido interior que
96 l
raramente son tan evidentes que el espíritu las pueda captar con seguridad y
las pueda ofrecer cuando se le requiere. A veces, mientras cree haberlas aprehendido, se le escapan. En eso mismo, de lo que ahora creo estar seguro, se
desliza o se introduce poco después una pequeña duda, que queda al acecho
en un pliegue de mi alma, sin que yo lo haya notado… La inseguridad es
mucho mayor si tengo que manifestar estas percepciones interiores mediante
palabras y signos (Mendelssohn 1991: 95-97).
Como afirma Bruce Rosenstock (2010: 53), antes que un instrumento para pensar y construir un discurso racional, el lenguaje para Mendelssohn es una vía tanto de expresión del ser social y criatural del hombre,
como de participación en la construcción del mundo. En el marco de esta
perspectiva expresivista del lenguaje, alternativa al paradigma utilitario-racionalista de la ilustración dominante, Mendelssohn propone que la verdad
del lenguaje no debe medirse por su exactitud científica, sino por el grado
en el que expresa o distorsiona nuestras auténticas relaciones con el prójimo,
el mundo y dios.
Lejos nos dejan estas reflexiones del sueño racionalista de alcanzar
una mathesis universalis, de un progreso acumulativo de los conocimientos
e incluso de hallar en la máxima sapere aude la piedra de toque de la ilustración. ¿Qué queda entonces de la imagen de Mendelssohn como guardián
de la ilustración, como racionalista dogmático cuyo pensamiento perdió vigencia luego del giro crítico que Kant imprimió a la ilustración? ¿Cómo
se combina estos argumentos escépticos respecto del lenguaje y el propio
conocimiento con el convencimiento de Mendelssohn de que la evidencia
de las verdades metafísicas y de la religión es tan irrefutable como la de las
verdades de la matemática, tesis sostenida en su ensayo ganador del concurso
ALEJANDRO LUMERMAN - El vínculo entre cultura e ilustración en Moses Mendelssohn l 93-111
de la Academia de 1763 en respuesta a la pregunta por la evidencia de las
verdades metafísicas y de los primeros principios de la teología natural y la
moral, que luego sistematizaría en su última obra Horas Matinales?
La perspectiva escéptica manifestada en las reflexiones de Mendelssohn sobre los límites de la función representativa del lenguaje debe modificar inevitablemente su concepción sobre los límites de la ilustración,
en cuanto a las posibilidades y el sentido de la reflexión racional. En este
trabajo intentaremos trazar el camino que lleva a Mendelssohn a través de
las tensiones entre lenguaje y conocimiento, entre escritura y oralidad, entre
escepticismo y dogmatismo, entre expresión y representación, entre praxis y
teoría, a una noción compleja de ilustración, a una dialéctica de la ilustración
anclada en la finitud humana y dependiente de las practicas comunitarias
como tradición cultural.
2. Los límites de la ilustración
M
endelssohn participa del debate alemán de fines del siglo XVIII
sobre el significado de la ilustración con un ensayo que, como
el del propio Kant, busca esclarecer los límites de la ilustración, en función de
evaluar su influjo en el mejoramiento de la sociedad. Conocemos el límite
que le impone Kant, pero no están tan claros los propios de Mendelssohn.
El ensayo, de hecho, establece una serie de limitaciones al esfuerzo ilustrado.
En primer lugar, la ilustración está limitada en la medida en que es un
componente de un proceso social más amplio, el de la Bildung (la formación
o educación de un pueblo); la Bildung de un pueblo es el efecto del “empeño
y del esfuerzo de los seres humanos por mejorar su situación social” (Mendelssohn 2018: 233). Mendelssohn entiende la ilustración como el componente teórico de la Bildung, consistente en “el conocimiento racional (objetivo) y el esfuerzo (subjetivo) por reflexionar racionalmente acerca de los
asuntos de la vida humana” (2018: 234). Esta definición de ilustración tiene
la peculiaridad de no restringir el fenómeno de la ilustración a una época
histórica ni anclarlo en una cultura en particular ni, por lo tanto, asumirlo
como una etapa del desarrollo de una historia progresiva y universal. Las
palabras son nuevas, no el fenómeno que estas mientan. De entrada, Mendelssohn admite la diversidad de formas en que los pueblos han reflexionado
racionalmente al mismo tiempo que se aleja de la perspectiva progresiva de la
historia, perspectiva mayoritariamente asumida por los pensadores ilustrados.
Esta tesis es objeto de discusión entre Mendelssohn y Lessing.
En segundo lugar, la ilustración está limitada por una orientación. Si
bien el objeto de la reflexión racional es la verdad, en tanto que aspecto de
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98 l
la Bildung debe subordinarse al objeto de esta, así la ilustración busca el conocimiento “según la medida de su importancia y sus consecuencias para la
destinación del ser humano” (Mendelssohn 2018: 234). La reflexión racional
obtiene su medida y fin en la destinación del ser humano. Siguiendo el concepto del teólogo ilustrado Johann Joachim Spalding, Mendelssohn define
la destinación del ser humano en una carta de 1784 a August Henning del
siguiente modo “el ser humano se encuentra destinado a desarrollar todas
sus fuerzas espirituales y sus fuerzas corporales y sus capacidades” (Mendelssohn JubA 13: 236). Mendelssohn afirma en su ensayo que la destinación
del ser humano es “el punto hacia el cual debemos dirigir nuestra mirada,
si no queremos extraviarnos” (2018: 234). Es decir, la verdad no constituye
un valor autónomo y una esfera de legitimidad ilimitada sino que la reflexión racional, en tanto aspecto de la Bildung, debe dar lugar a otras fuerzas
espirituales, corporales y a sus respectivas capacidades. A su vez el nivel de
formación de una nación se relaciona con el grado de felicidad de esta, por
lo que la felicidad o bienestar son también criterios que determinan el valor
de la investigación racional.
En tercer lugar, la ilustración está limitada por la división interna de
la destinación del ser humano (como ser humano y como ciudadano) por
lo que pueden entrar en conflicto la ilustración del ser humano y la del
ciudadano. “Determinadas verdades, que son útiles para el ser humano en
tanto ser humano, pueden a veces ser perjudiciales para él como ciudadano”
(Mendelssohn 2018: 236). Esta distinción anticipa la que unos meses más
tarde Kant presentaría entre el uso público y privado de la razón en su
respectivo ensayo sobre la ilustración. Según Paul Guyer (2020: 262) la diferencia radica en que el objetivo de Kant al hacer la distinción es proponer un mecanismo mediante el cual los conflictos entre el mantenimiento
del Estado y la voluntad de ilustración puedan resolverse. Mendelssohn no
parece ser tan optimista respecto a esta posibilidad; en un Estado donde la
ilustración no puede propagarse sin poner en peligro la propia constitución,
la filosofía no puede desarrollarse.
En un alegato a favor de la libertad de pensamiento al final de su Jerusalem, Mendelssohn les pide a los monarcas del mundo que
si aún no ha llegado el momento adecuado para que la conexión entre derecho y opinión […] pueda ser completamente suprimida sin inquietantes
daños, tratad al menos de atenuar su perniciosa influencia y de poner sabios límites al prejuicio [se refiere al prejuicio de la necesidad de una religión dominante] que ya resulta demasiado sombrío. ¡Allanad al menos para una feliz descendencia el camino hacia ese grado de cultura, hacia esa tolerancia humana
general por la que en balde sigue suspirando la razón! (1991: 277, 279)
ALEJANDRO LUMERMAN - El vínculo entre cultura e ilustración en Moses Mendelssohn l 93-111
Pero Mendelssohn agrega una limitación más a la ilustración a la
que nos vamos a abocar pues en ella está implicado el equívoco entre la
función representativa y la función expresiva del lenguaje. Se trata de la limitación que correlaciona la ilustración como aspecto teórico de la Bildung
y su componente práctico, la cultura (Kultur). En la carta a Hennings del
mismo año de la publicación de su ensayo, Mendelssohn define la cultura
como el ámbito de la moralidad, la socialidad, el arte, del hacer y no hacer.Y
la distingue de la ilustración como el ámbito de la teoría, el conocimiento y
la eliminación de los prejuicios (Mendelssohn JubA 13: 237). Afirma Mendelssohn en su ensayo: “La ilustración se relaciona con la cultura como en
general la teoría con la praxis, como el conocimiento con la ética, como
la crítica con el virtuosismo” (Mendelssohn 2018: 235). Y a continuación
aclara que, si bien estas se encuentran estrechamente unidas en términos
objetivos, “subjetivamente muy a menudo pueden estar separadas”. A continuación, Mendelssohn ejemplifica esta separación entre ilustración y cultura
trayendo a colación diferentes pueblos reconocidos por su cultura o por su
ilustración: “los franceses tienen más cultura, los ingleses, más ilustración, los
chinos, mucha cultura y poca ilustración” e identifica como el mejor indicador de la formación (Bildung) de un pueblo la formación de su idioma.
El desarrollo de una lengua responde a los dos aspectos de la Bildung, en
cuanto instrumento de la reflexión racional y en cuanto modo de expresar
los vínculos comunitarios de un pueblo. El énfasis en uno de los aspectos
en detrimento del otro es indicador de corrupción al interior de su propio
perfeccionamiento. La dialéctica de la Bildung no permite una síntesis que
asegure su progreso. “Mientras más nobles en su auge, tanto más repugnantes
en su putrefacción y su depravación” (Mendelssohn 2018: 238).
De esta posible separación subjetiva entre los dos aspectos de la
Bildung, extrae Mendelssohn la idea regulativa según la cual el perfeccionamiento de una nación depende de que la ilustración y la cultura avancen
armónicamente, pues el desarrollo de cada una constituye el mejor medio
para prevenir la corrupción que produce el mal uso de la otra. La ilustración
corrompe toda vez que se disocia de la cultura, cuando la teoría, la contemplación, la búsqueda de la verdad se separan de la moralidad, de la praxis, de
la acción, de la vida.
¿Pero, en qué consiste el mal uso de la ilustración? ¿Cuál es su “manera
de destruir”? Hasta ahora tenemos una serie de indicaciones formales: en el
ensayo Mendelssohn apenas nombra las consecuencias del mal uso de la
ilustración (lleva a la inmoralidad, la testarudez, el egoísmo, la irreligión y
la anarquía); correlativamente, el mal uso de la cultura “produce opulencia,
hipocresía, debilidad, superstición y esclavitud” (Mendelssohn 2018: 238),
pero no da mayores precisiones. Tampoco las da en cuanto a la función
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profiláctica que atribuye a la cultura respecto a aquellos males de la ilustración
ni viceversa. Intentaremos encontrar en otros textos de madurez elementos
que ayuden a clarificar tanto el modo en que la ilustración corrompe como
el modo en que su vínculo con la cultura posibilita su función formativa.
3. Peligros de la ilustración
3.a. El problema de la invención de la imprenta
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Podemos encontrar en la obra Jerusalem una reflexión crítica de Mendelssohn sobre la invención de la imprenta que llama la atención del lector
por lo inesperada e intempestiva pero que podría ser un buen ejemplo del
modo en que para Mendelssohn la ilustración corrompe cuando no se armoniza con el aspecto práctico de la Bildung.
Mendelssohn se refiere a la invención de la imprenta como un suceso
de gran importancia para la promoción de la ilustración del hombre, es decir,
como parte del esfuerzo de los hombres por mejorar su situación social en
tanto ayuda a la reflexión racional sobre los asuntos de la vida humana.Y si
bien no deja de agradecer a la Providencia por los bienes que proporciona,
advierte contra la corrupción que su mal uso conlleva. Desde la invención
de la imprenta, gracias a la multiplicación al infinito de la divulgación de
escritos y libros, dice Mendelssohn:
Nosotros nos enseñamos y nos adoctrinamos mutuamente solo a través de
escritos; conocemos la naturaleza y a los hombres solo por escritos; trabajamos y reposamos, nos edificamos y nos divertimos a través de la escritura;
el predicador no conversa con su comunidad, le lee o declama un discurso
escrito. El profesor en su cátedra lee sus libretas escritas.Todo es letra muerta.
No hay en ninguna parte espíritu de conversación viva. Amamos y nos enfadamos por carta, nos peleamos y nos avenimos por carta, todo nuestro trato
es un intercambio de cartas y, cuando nos encontramos, no conocemos otro
entretenimiento que jugar o leer en voz alta […] No necesitamos al hombre
de experiencia, solo necesitamos sus escritos. En una palabra, somos litterati,
hombres de letra (1991: 187-189).
El desarrollo de una sociedad letrada asociada a la invención de la
imprenta trae consigo para Mendelssohn una corrupción de las costumbres
en términos de fragmentación social, pues dificulta la interacción expresiva
entre individuos. La hipertextualidad promueve la especulación en detrimento de la experiencia como fuente del conocimiento. Disocia el conoci-
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miento de las prácticas sociales del que surge, empobreciendo así el proceso
de formación al restringir la educación a una sola facultad, y amenaza con la
destrucción de los vínculos comunitarios al sustituir los canales tradicionales
de instrucción. Del hecho que la palabra escrita haya sustituido a la conversación viva, Mendelssohn deriva que “el hombre casi haya llegado a perder
su valor para el hombre” (1991: 189).
Destacamos por un lado la coincidencia entre la conclusión a la que
arriba aquí Mendelssohn respecto a la corrupción a la que condujo la invención de la imprenta y la conclusión a la que arribaba luego de la reflexión
anteriormente citada sobre la dificultad de llegar a un acuerdo en cuanto a
asuntos de metafísica y religión con su mejor amigo. Allí concluía que quien
no reconozca tales dificultades para llegar a un mismo pensamiento se ha
despojado de toda humanidad.
Por otro lado, habría un contraste entre la necesidad de multiplicar
las palabras habladas para llegar a acuerdos y la corrupción que implica la
multiplicación de las palabras escritas que posibilita la imprenta. La palabra
escrita promueve cierta forma de idolatría del signo escrito, que se asume
como autoevidente, ocultando su equivocidad, aquel grado de confusión y
oscuridad inherente al lenguaje que se hacía evidente en las conversaciones
entre Mendelssohn y su amigo, así como en aquella condena a malinterpretar al prójimo del pasaje de Roth.
Cabe aclarar que esta crítica mendelssohniana no implica un rechazo
tout court a la escritura. La escritura es una herramienta duradera indispensable
para la memoria y el conocimiento, permite capitalizar el conocimiento e
instituir una herencia y una tradición. Mendelssohn más bien advierte contra
los peligros de su hegemonía en la medida que suprime la dialéctica entre
oralidad y escritura, teoría y praxis, expresión y representación, atentando
contra la destinación del ser humano, es decir, obstaculiza el desarrollo de
“todas sus fuerzas espirituales y sus fuerzas corporales y sus capacidades”
(JubA 13: 236).
También es necesario aclarar que en esta ocasión Mendelssohn se
refiere a la escritura alfabética, cuyo peligro se contrapone al de la escritura
con imágenes o jeroglífica. Dice en Jerusalem:
Imágenes y escritura con imágenes inducen a la superstición y a la idolatría,
y nuestra escritura alfabética hace al hombre demasiado especulativo. Demasiado a menudo interpreta superficialmente el conocimiento simbólico
de las cosas y sus relaciones, nos dispensa del esfuerzo de penetración y de
investigación y abre una separación demasiado amplia entre enseñanza y vida
(1991: 227).
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Comenta al respecto Grit Schorch en una reciente publicación que el
nivel de abstracción del lenguaje que posibilita la escritura alfabética desconecta completamente los sentidos de la producción de signos y la cognición,
y restringe la multiplicidad de la producción de signos audibles y visibles a
un pequeño repertorio determinado por las letras del alfabeto. La conexión
viva entre percepción, pensamiento, producción de signos y comunicación;
la interdependencia natural entre el ser humano individual y la interacción
social, entra en un estado de congelamiento cuando la escritura se transforma en una herramienta de la teoría y la especulación desconectada de la
vida práctica (Schorch 2023: 21).
La dialéctica de la verdad entre oralidad y escritura –simplicidad de
la verdad expresiva seguida de su representación escrita, la consecuente reificación del signo y rigidificación de la verdad, finalmente un retorno a una
nueva forma de verdad expresiva– es inherente en la vida de todo lenguaje
y de toda cultura. Mendelssohn no cree que esta dialéctica pueda superarse
o resolverse, ni que la humanidad está moviéndose hacia adelante en su
capacidad de expresar la verdad de su naturaleza social y criatural. Precisamente porque Mendelssohn ha roto con el modelo científico de verdad de
la ilustración como medida de la verdad del lenguaje, no puede encontrar
en el progreso de la ciencia ninguna prueba de que la humanidad está haciendo un progreso moral. A diferencia de Rousseau, Mendelssohn no ve la
historia como una constante corrupción de la humanidad, sino como una
dialéctica oscilante de corrupción y retorno a la salud, entre dos extremos,
escepticismo y dogmatismo.
3.b. Entre dogmatismo y escepticismo
“Sé que mi filosofía ya no es la filosofía del momento” (2012: 3) escribe Mendelssohn en sus comentarios preliminares a su obra tardía Horas
Matinales reconociendo por un lado la crisis del proyecto ilustrado (en particular el descredito en el que cayó la filosofía especulativa de Wolff), a la vez
que da a entender que no abandonó sus convicciones racionalistas. Comprende la filosofía como un trabajo de clarificación de conceptos, e incluso
en su último escrito responde a la acusación de dogmatismo por parte de
Jacobi que no conocía ninguna otra clase de certeza más que la certeza
basada en principios de la razón. Sin embargo, la actitud de Mendelssohn,
al menos desde su obra tardía, en su defensa de la ilustración parece ser el
rechazo a buscar en la sola razón especulativa el camino contra los peligros
del escepticismo. Más aún, parece identificar el verdadero peligro del escepticismo en las propias actitudes dogmáticas que lo enfrentan y pretenden
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superarlo definitivamente. En este sentido se torna relevante a la hora de
reflexionar sobre los límites de la ilustración revisar la compleja tensión
entre dogmatismo y escepticismo que constituye la posición de Mendelssohn, quien asume que a lo largo de su vida de investigación ha procurado
“mantener una especie de término medio entre el dogmático y el escéptico”
(Mendelssohn JubA 7: 7, 47).
En A los amigos de Lessing, Mendelssohn le aclara a Jacobi que él no es
un Vernünftlig, un ciego defensor de la razón. Afirma allí:
Ya que Jacobi no me conoce, quizás le he sido descrito como un fanático del
racionalismo que concede demasiado a la razón y absolutamente nada a la fe,
que vive en la ilusión de poder conseguirlo todo gracias a las demostraciones
metafísicas [...] Esto explica su firme esfuerzo por curarme también a mí, si
fuera posible, de esta enfermedad (2013b: 308).
En la primera parte de Jerusalem Mendelssohn caracteriza el escepticismo como una enfermedad del alma, y afirma que él es “uno de los que
más lejos están de esta enfermedad del alma y más ardientemente desean
poder curarla en sus semejantes” (1991: 97). Pero admite a su vez que “precisamente porque a menudo he realizado esa cura en mí mismo y he tratado
de hacer lo mismo en otros, me he percatado de lo grave que es y del
poco éxito que se tiene” (97). Mendelssohn acuerda con Jacobi en el diagnóstico pero no así en la cura. Jacobi confunde el órgano enfermo, la razón,
con la propia enfermedad, de ahí que procure reconducir a quienes se han
perdido “en el desierto de la especulación al camino recto y seguro de la fe”
(Mendelssohn 2013b: 305). La cura para Jacobi, dice Mendelssohn, consiste
en obligar a la razón desenfrenada (die schwermäulige Vernunft) a obedecer
al poder de la creencia triunfante y eliminar toda duda apelando a la autoridad de la fe. Esto significa el abandono definitivo de la filosofía, pues
esta recae irremediablemente en el spinozismo, esto es, ateísmo y fatalismo
(Strauss 2012: 71). Ante esta dicotomía que recupera Jacobi entre dogmatismo racional y su “retirada bajo la bandera de la fe” (Mendelssohn 2013b:
306) Mendelssohn afirma:“Yo, por mi parte, permanezco en mi incredulidad
judía” (338). Esta incredulidad judía como actitud fundamental respecto de
las aporías del lenguaje que iniciaron este trabajo reaparece aquí respecto al
escepticismo y dogmatismo y volverá nuevamente en la última sección del
trabajo para definir la Bildung judía, en términos del vínculo especifico que
establece entre cultura e ilustración.
La relevancia del problema del escepticismo en Mendelssohn no ha
pasado inadvertido ente los estudiosos de su pensamiento que en los últimos años se han abocado a desmontar la imagen de Mendelssohn como
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un racionalista dogmático. Entre estos se destaca el trabajo de Gideon Freudenthal, quien concluye luego de un análisis de toda su obra filosófica que
Mendelssohn era tan escéptico respecto al conocimiento de los objetos de
la metafísica como al conocimiento de los objetos del sentido interno. Y
si bien destaca una función positiva a la especulación metafísica contra el
escepticismo, desliza la idea de que tales especulaciones pueden ser para
Mendelssohn en sí mismas el problema.
Mientras Mendelssohn afirma por un lado que las demostraciones metafísicas a partir de principios son necesarias para refutar al escepticismo y al
idealismo, también concede que la metafísica es más bien el problema que la
respuesta al escepticismo (Freudenthal 2012: 41).
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Por su parte, Rosenstock lee a Mendelssohn como una de las voces
inaugurales de una tradición (en la que incluye a Wittgenstein y a Rosenzweig) que busca recuperar filosóficamente el lenguaje ordinario o el
“sentido común” para ofrecer una respuesta al escepticismo que, en contraposición con las alternativas tanto ilustradas como anti-ilustradas, “se caracteriza por la negativa a buscar un fundamento metafísico o epistemológico
de las prácticas de una comunidad lingüística que el escepticismo pone
en cuestión” (Rosenstock 2010: 30). Por último, Michah Gottlieb apunta
a la redefinición de verdad por parte de Mendelssohn que le permitiría no
sucumbir al escepticismo. Sus criticas escépticas del lenguaje, mediante las
cuales Mendelssohn reconoce su carácter equívoco, lo llevan a alejarse de
la teoría convencional de la verdad como abstracta correspondencia entre
pensamientos y cosas para afirmar que la verdad requiere de un acuerdo más
amplio (Übereinstimmung), un acuerdo entre todas las facultades humanas así
como entre diversos sujetos (Gottlieb 2011: 89).
Los tres intérpretes mencionados reconocen por un lado la
ambigüedad en la valoración del escepticismo y por otro interpretan en
tal ambigüedad una dinámica compleja del pensamiento mendelssohniano.
Habría una forma insidiosa en la que el escepticismo afecta al pensamiento
que lo llevaría a replegarse sobre sí mismo en la búsqueda de fundamentos
gnoseológicos o metafísicos definitivos, aislando la razón como único juez
y pretendiendo salvar el hiato entre signo y significado, conocimiento y
verdad. Pero también habría una función positiva del escepticismo que
mantiene abierta la investigación y demanda una ampliación de la idea de
verdad que habilita para su regulación otras facultades y modalidades de la
experiencia humana.
Por tanto, podemos evaluar el modo en que Mendelssohn entiende
la pretensión de asegurar la verdad por vía exclusivamente especulativa
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como una enfermedad de la razón inoculada de escepticismo y aliada, en
última instancia, del despotismo.
Efectivamente la especulación metafísica pretende derrotar definitivamente al escepticismo, al no tolerar la falibilidad del conocimiento
humano. Para ello termina negando alguno de los principios sobre los que
reposa la moral y la religión. Así afirma Mendelssohn en la Lección IX de
sus Horas Matinales:
Los metafísicos no temen negar cosas que el sentido común no dudaría
jamás. El idealista niega la existencia real de un mundo material. El solipsista,
si es que alguien puede serlo, niega la existencia de toda sustancia que no sea
él mismo, y el spinozista dice que él mismo no es un ser independiente, sino
un mero pensamiento en Dios.Y, por último, el escéptico considera que todo
es una cuestión incierta y sujeta a duda (2012: 102).
Mendelssohn equipara aquí las posiciones idealista, solipsista y spinozista con la escéptica en tanto todas se pierden en abstrusas especulaciones
por las que terminan negando aspectos de la realidad necesarios para la felicidad.
Por otro lado esta influencia insidiosa de la duda escéptica lleva al
rechazo de la misma razón metafísica produciendo posiciones contrarias
como el materialismo y el misticismo. En otra lección de Horas Matinales
Mendelssohn se refiere al descrédito en el que cayó la filosofía especulativa
de la escuela de Wolff por pretender reinar de forma arbitraria. Su repudio
habría llevado a las “mejores mentes” a volcarse al estudio de los hechos.
Dice Mendelssohn:
Al final, la mente se acostumbra tanto a palpar y mirar que únicamente
considera como efectivamente real aquello que se deja aprehender de esta
manera. Así se explica, por un lado, la inclinación al materialismo, que en
nuestros días amenaza con expandirse más y más; y, por otro lado, el ansia por
ver y palpar aquello que, por su naturaleza, no puede caer bajo los sentidos,
esto es, la inclinación al fanatismo (2013a: 240).
En el primer caso Mendelssohn se refiere al materialismo francés,
al que ve como uno de los peligros a los que podría conducir el proceso
de ilustración. En el segundo caso Mendelssohn se estaría refiriendo a la
reacción anti-ilustrada de Lavater y Jacobi, representantes a ojos de Mendelssohn del cristianismo místico (2013a: 240).
Así como el escepticismo es entendido por Mendelssohn como una
enfermedad que inocula el alma que busca la verdad y la lleva a negar aspectos
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fundamentales de la realidad, también tiene una función positiva en tanto
contrarresta la tendencia a la superstición y el fanatismo propia de quien pretende establecer determinadas verdades fundamentales como ley. Para Mendelssohn el conocimiento que no lleve a la investigación puede ser peor en
sus consecuencias que la investigación que no desemboca en conocimiento.
Uno podría ir tan lejos como para afirmar que el conocimiento deja de ser
conocimiento de la verdad tan pronto como se torna una ley establecida
aceptada por todos y ya nadie encuentra necesario probar los fundamentos
sobre los que reposa (Mendelssohn 2012: 64).
La misma precaución es manifestada en la última parte de Jerusalem
cuando Mendelssohn defiende la “libertad de pensar” como “nuestro más
precioso tesoro”, rogando a los gobernantes del mundo que no intenten
“convertir cualquier verdad eterna, sin la que no puede subsistir la felicidad
civil, en una ley” (Mendelssohn 1991: 277).
Entonces las mismas dudas escépticas pueden llevar tanto a la negación de determinados principios fundamentales como a establecerlos despóticamente. Su negación puede tener una influencia perniciosa sobre la
moralidad y las acciones humanas.
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Sin Dios, ni Providencia, ni vida futura el amor humano resulta ser una debilidad innata y la benevolencia poco más que una ridícula presunción, que
mutuamente tratamos de inculcarnos, para que el necio se afane y el listo
pueda pasarlo bien y se divierta a costa de aquél (Mendelssohn 1991: 89).
Ante la negación de tales principios fundamentales, “la felicidad resulta ser un sueño y la misma virtud deja de serlo” (89). Pero por el otro
lado, aclara Mendelssohn, no son menos peligrosos para la felicidad de la
humanidad la superstición y el fanatismo a los que conducen
los prejuicios en los que puede convertirse la verdad cuando la inercia se
apodera del espíritu de investigación, o la fe ciega con la que confiamos en
ciertas leyes establecidas sin ponerlas nunca a prueba (2012: 64).
Concluye Mendelssohn que la duda escéptica debe permanecer activa
como una enfermedad que viene a contrarrestar la propia del fanatismo en
vistas a restablecer la precaria salud del alma:
De acuerdo al ciclo natural de las cosas, la verdad lleva a la calma complaciente, la calma a la inercia, y la inercia a la superstición. Cuando se llega
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a este punto, es por una bendición de la Providencia que el espíritu de la
duda y de la investigación más exigente se reaviva de modo que, desafiando
todos nuestros principios fundamentales, seamos conducidos nuevamente
a la verdad (2012: 64).
Contrarrestar los peligros de la especulación con más teoría o con
mejores teorías solo profundiza aún más la miseria cultural. Como advierte
Schorch (2023: 22), Mendelssohn quiere rescatar el potencial teorético de
la escritura y la filosofía sin concederle un status hegemónico. Se tratará de
conceptualizar la praxis como regulativa de la teoría. El pensamiento crítico
da lugar a la duda escéptica que desafía las verdades establecidas, pero la respuesta no debería ser una respuesta dogmática, sino recuperar la verdad de
un modo que reconozca la fuerza del criticismo y a la vez que se apoye en
la verdad expresiva del lenguaje.
Mendelssohn asume entonces el rol de médico en el combate contra
“la enfermedad del escepticismo” consciente de la enorme dificultad que
conlleva, pero a diferencia de Jacobi, que recurre a un salto de fe, y a diferencia de los metafísicos que buscan cerrar el hiato entre el conocimiento
humano y la verdad, busca sanar la razón asumiendo toda su falibilidad y
reconduciéndola a sus fuentes vitales.
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4. ¿Qué es el sano entendimiento humano?
M
endelssohn busca restablecer la salud de la razón enferma de
escepticismo, frustrada en su búsqueda de certezas epistemológicas y metafísicas, recurriendo a lo que llama “sano entendimiento humano”
(Gesunder Menschenverstand). Utiliza también como términos sinónimos bon
sens (sentido común), simple entendimiento humano e, incluso sana razón.
El sano entendimiento humano se expresa mediante sentencias y
juicios y “aprehende las cosas de un modo directo y reflexiona con calma
acerca de ellas” (Mendelssohn 2013b: 309-310). Se trataría de la razón no
disociada de lo que, en términos de su ensayo en respuesta a la pregunta por
la ilustración, llama cultura. Lo que propone Mendelssohn es un método de
orientación del pensamiento que recupera el sano entendimiento humano
como piedra de toque del pensar, de modo que funcione como guía a la
razón especulativa cuando esta se pierde en las sutilezas del pensamiento.
Una facultad que, a diferencia de la especulación, es expresión directa de las
prácticas comunes de una comunidad lingüística (Rosenstock 2010: 30-32).
En Horas Matinales Mendelssohn inicia sus lecciones considerando la
tesis panteísta del spinozismo según la cual todas las cosas son meras modi-
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ficaciones de la sustancia infinita y no algo subsistente por sí mismo. “Uno
es todo y todo es uno.” Advierte en primera instancia que se accede aquí a
una región de ideas que se encuentra tan alejada del conocimiento inmediato que resulta muy fácil “confundir las sombras con las cosas mismas”
(Mendelssohn 2013a: 242). En este caso, como en general en todas las polémicas de las escuelas filosóficas, Mendelssohn se inclina a considerarlas
como “meras querellas de palabras o, al menos, a encontrar que allí reside su
origen” (242).Y el modo de disolver esos problemas es el de retroceder hasta
la encrucijada en que la razón especulativa se apartó del sano entendimiento
humano. Coincidentemente Mendelssohn afirma en A los amigos de Lessing:
Cuando persigo por algún tiempo la especulación, trepando por espinas y
arbustos, intento orientarme con el bon sens y al menos voy en busca del
sendero donde puedo reencontrarme nuevamente con él (2013b: 317-318).
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Así como en su respuesta sobre el significado de ilustrar, Mendelssohn
establecía que el avance en la formación (Bildung) de una nación depende
de que “la ilustración y la cultura avanc[en] con el mismo paso, constituyen[do] la una para la otra, el mejor medio para evitar la corrupción” (2018:
238), aquí establece un mismo criterio de armonía entre la especulación
y el sano entendimiento humano. Así afirma que “mientras la sana razón
y la especulación se encuentran todavía en buenos términos, las sigo hasta
donde sea que me conduzcan. Pero tan pronto como se enfrentan la una a la
otra, busco orientarme y, en lo posible, intento reconducir a ambas al punto
del que hemos partido” (2013b: 312). La tarea de la filosofía especulativa,
concluye Mendelssohn, consiste únicamente en “rectificar las sentencias del
sano entendimiento humano, y, en la medida de lo posible, transformarlas en
conocimiento racional” (2013b: 312).
Lo que está trazando Mendelssohn es una alternativa que esquive
la dicotomía entre razón y fe, entre escepticismo y dogmatismo. Y esta vía
reconoce en el sano entendimiento humano una forma de convicción que
se modaliza culturalmente, es decir, que permanece arraigada a las prácticas
de cada comunidad histórica y adquiere expresiones culturalmente diversas.
Evidencia de esto son los ejemplos que trae Mendelssohn para dar cuenta
de la convicción propia del sano entendimiento humano, convicción inmediata y natural, en contraposición a las argumentaciones metafísicas que
deben remontar las más sutiles dudas. En A los amigos de Lessing, para dar
cuenta de este sano entendimiento humano pone en un mismo plano la
convicción respecto a la existencia del Dios creador que emana directamente de la contemplación estética de la naturaleza por parte de un sencillo
groenlandés que contempla la aurora boreal entre las montañas de hielo y
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el que expresa el salmista mediante un argumento modesto y simple sobre
el carácter criatural del hombre (Mendelssohn 2013b: 311-312). Ambas expresiones “naturales” e “infantiles” del sano entendimiento humano poseen
para Mendelssohn “la evidencia de un principio y un axioma de la geometría, y el poder victorioso de una demostración irrefutable” (Mendelssohn 2013b: 312).
Podemos afirmar que el recurso a esta forma no filosófica de razón,
natural y común a todos los hombres pero modalizada culturalmente, en la
que la filosofía necesita hacer pie para no perderse en sus abstracciones e
hipertrofiarse, rehabilita el sentido de la tradición como fuente de conocimiento de los nexos vitales, conocimientos que expresan las relaciones con
los otros, con el mundo y con dios.
5. La ley ceremonial judía como modelo de la Bildung
U
n último punto que debemos considerar respecto a las meditaciones de Mendelssohn sobre los límites de la ilustración y
su relación con la cultura es el tema de la defensa de la tradición judía que
atraviesa toda su obra tardía de forma más o menos explícita. La Bildung o
formación es presentada en el ensayo como el esfuerzo armónico en una
nación de la ilustración y la cultura, es decir, de la teoría y la práctica. Si bien
en el ensayo Mendelssohn no menciona a la nación judía entre los ejemplos
de las naciones que poseen mayor o menor grado de formación, en Jerusalem, y luego en A los amigos de Lessing, define el judaísmo no como una
religión en el sentido de un conjunto de dogmas particulares y recibidos
por revelación divina sino como una legislación revelada, cuyo núcleo es la
ley ceremonial, que vincula la teoría y la vida en una sola “escritura viva”
(lebendige Schrift). Así, el judaísmo hace al pueblo judío lo que en el ensayo
la Bildung requería de las naciones, a saber, bregar por la felicidad pública
y privada.
En el carácter ceremonial de la ley judía, que los adherentes al judaísmo tienen que observar incesantemente, se articula el sentido de su racionalidad y su función expresiva, cultura e ilustración, teoría y praxis, escritura y oralidad:
Tanto las leyes escritas, como las no escritas, en cuanto prescripciones de
acciones y reglas de vida, tienen sin más como finalidad última la felicidad
pública y privada. De todas formas, también hay que considerarlas en gran
parte como una forma de escritura y en cuanto leyes ceremoniales tienen
sentido y significado. Guían al entendimiento investigador hacia verdades
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divinas, en parte eternas y en parte históricas, sobre las que se fundaba la
religión de este pueblo. La ley ceremonial era el lazo que debía unir acción
con contemplación, vida con doctrina. […] debía dar ocasión a un trato
personal, una trabazón social entre discípulo y maestro, entre investigador e
instructor; debía estimular y alentar la emulación y el seguimiento (Mendelssohn 1991: 249).
Respecto al primero aspecto, Mendelssohn entiende que la ley ceremonial remedia las deficiencias de la escritura. Las leyes mosaicas fueron reveladas por Dios mediante palabras y escritura, sin embargo, solo lo esencial
fue puesto por escrito. Esto hace necesaria la tradición oral que evita las
deficiencias de las leyes escritas, que,
en su mayor parte, son incluso incomprensibles sin las explicaciones, limitaciones y determinaciones más precisas, no escritas, transmitidas oralmente
y transmisibles mediante la enseñanza oral y viva (Mendelssohn 1991: 249).
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La complementación entre la ley escrita y la tradición oral, por un
lado, constituye prescripciones de acciones y reglas de vida cuya finalidad es la
felicidad pública y privada; y, por el otro, poseen un sentido en la medida en
que se instancian en la observancia de la ley ceremonial. De este modo, no
solo ordena acciones sino también apunta a verdades y requiere de la investigación. La ley ceremonial une lo que la escritura separa, es decir, acción
y contemplación, doctrina y vida. Respecto a su función comunitaria, la
ley ceremonial constituiría el mejor sustento para la enseñanza, siendo una
especie de escritura viva (Mendelssohn 1991: 187). La práctica comunal de
la ley ceremonial crea un contexto educativo en que cada acción educa,
porque cada acción es un símbolo vivo que dirige a los miembros de la
comunidad a cuestionarse, reflexionar y discutir asuntos de la sabiduría doctrinal.
En definitiva, Mendelssohn desafía a su tiempo al contraponer al
modelo educativo basado en la palabra escrita, un modo de educar hacia la
verdad y la sabiduría por medio de una vida comunitaria de práctica ceremonial. En términos de Rosenstock, la práctica ritual judía, como sistema
vivo de signos, actualiza una socialidad conversacional siempre abierta.
Alinea las prácticas vivas de un pueblo con una racionalidad crítica que
controla cualquier idolatría naciente (Rosenstock 2010: 76). En la ley ceremonial judía encuentra Mendelssohn un modelo del vínculo profiláctico
entre teoría y vida que protege contra la corrupción (especulación e idolatría) producida por la separación entre ilustración y cultura de la socialidad
hipertextualizada de su época.
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Moses Mendelssohn y
el escritor hebreo anónimo
ALAN MARTÍN KREMENCHUTZKY
Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
DOI: 10.36446/rlf2024412
Resumen: En su escrito “Acerca de la pregunta:
¿Qué significa ilustrar?”, Moses Mendelssohn considera
que, en casos donde la ilustración del ser humano comprometiese la estabilidad del Estado, la filosofía debería
guardar silencio. Para justificarlo, apela a las palabras de
un “escritor hebreo”, pero sin mencionarlo. El presente
trabajo ofrecerá un detenido análisis de las referencias
contenidas en dicha cita, facilitando la tarea de los lectores interesados. Partiendo de ella, se propondrá una
interpretación alternativa del artículo, haciendo una
lectura entre líneas inspirada en la filosofía de Leo
Strauss. Con especial énfasis en las condiciones de ciudadanía de Mendelssohn y los judíos, se considerará la
comprensión filosófica y política que un filósofo judío
ilustrado pudiera hacerse del texto.
Palabras clave: Mendelssohn, Ilustración, judaísmo, ciudadanía, Strauss.
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REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
Vol. 50 Nº1 l Otoño 2024
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Moses Mendelssohn and the Anonymous Hebrew Writer
Abstract: In his writing “On the Question:What is Enlightenment?”
Moses Mendelssohn considers that, in cases where human enlightenment
would compromise the stability of the State, the philosophy must remain silenced.To justify this, he appeals to the words of “a Hebrew writer”, but without mentioning him.The present article will offer a detailed analysis of the
references implied in this quotation, facilitating the task of interested readers.
Starting from it, an alternative interpretation of Mendelssohn’s writing will
be proposed, reading between the lines, inspired by the philosophy of Leo
Strauss. With special attention to the citizenship conditions of Mendelssohn
and the Jews, the philosophical and political understanding that an enlightened Jewish philosopher could have of this text will be considered.
Key-words: Mendelssohn, Enlightenment, Judaism, citizenship,
Strauss.
E
114 l
n 1783, la revista Berlinische Monatsschrift propuso la pregunta
“¿qué es ilustración?”, recuperando una inquietud ya presente
en el mundo intelectual de su época. Los cambios sociales, políticos y culturales que conocemos como Ilustración, más de cuarenta años después de la
llegada al trono de Prusia de quien fuera uno de sus principales promotores,
Federico II, demandaban una evaluación de sus resultados, y en particular,
una definición. Al año siguiente, en 1784, poco menos de dos años antes de
su muerte, fue publicada en la misma revista la respuesta de Moses Mendelssohn, quien, a pesar de profesar la religión judía, se había vuelto para ese entonces una de las figuras centrales de la Ilustración alemana. En este trabajo
presentaré lo que considero una lectura alternativa de la respuesta de Mendelssohn, sin desconocer las interpretaciones tradicionales. Pondré el foco en
ciertas aparentes contradicciones, elipsis llamativas y en particular en los destinatarios de su respuesta. Consideraré con especial atención la indicación de
que la filosofía debe guardar silencio para preservar a la sociedad del peligro
de la anarquía, y cómo esto afecta mucho más intensamente a los filósofos
judíos. Al detenerme en una cita de un escritor hebreo anónimo, presentaré
la cadena de referencias contenidas en ella, que no han sido mencionadas
por Mendelssohn. Dicha tarea no solo traerá luz para quienes quieran profundizar en la mención, sino que además me permitirá establecer un punto
de quiebre en el texto, que habilite, en términos straussianos, una lectura
entre líneas. Tarea que, sostendré, en su momento solamente quien fuera un
filósofo judío podría realizar.
ALAN KREMENCHUTZKY - Moses Mendelssohn y el escritor hebreo anónimo l 113-134
1. Sobre la ilustración y el silencio de la filosofía
B
ajo el título de “Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar?”
(Mendelssohn [1784] 2018) (Über die Frage: was heißt aufklären?),
Mendelssohn presenta una serie de distinciones y definiciones sobre la ilustración (Aufklärung), cultura (Kultur) y formación (Bildung). La ilustración
es la parte teórica, una de las dos constituyentes de la formación (Bildung),
junto con la cultura como aspecto fundamentalmente práctico. Las tres se
presentan como “modificaciones de la vida social, son efectos del empeño
y del esfuerzo de los seres humanos por mejorar su situación social” (Mendelssohn [1784] 2018: 233). Reparemos en este punto de partida, desde la
óptica de un judío ilustrado, que en el último tiempo había visto un progreso
en su situación material, un leve avance en la tolerancia social y ciertos beneficios en la legislación. Si la ilustración surge del empeño de mejorar su
situación social, podría agregar, debería rendir cuentas por ello.
Considerando la “destinación del ser humano como medida y fin de
todas nuestras aspiraciones y esfuerzos” (Mendelssohn [1784] 2018: 234), las
dos partes de la formación serán la persecución de esta destinación del ser
humano. Pero Mendelssohn distingue entre la destinación del ser humano en
tanto ser humano, y la destinación del ser humano en tanto ciudadano. Resumo
la respuesta del siguiente modo: ilustrar es desarrollar las capacidades humanas
en su perfeccionamiento para alcanzar la destinación del ser humano en
tanto ser humano y en tanto ciudadano. Sin embargo, estos dos sentidos de
la ilustración, la del hombre (Menschenaufklärung) y la del ciudadano
(Bürgeraufklärung), pueden colisionar entre sí. “Determinadas verdades, que
son útiles para el ser humano en tanto que ser humano, pueden a veces ser
perjudiciales para él como ciudadano” (Mendelssohn [1784] 2018: 236).
A la doble ilustración, como medio para alcanzar la doble destinación
del hombre, a ambas las divide nuevamente en destinaciones esenciales e
inesenciales o accidentales. Sin la destinación esencial del hombre, este se
vuelve una bestia, y sin la destinación esencial del ciudadano, el Estado desaparece; mientras que las destinaciones accidentales tienen que ver con su
bondad y excelencia en cuanto hombre, y una incierta referencia a aspectos
secundarios en cuanto a ciudadano (Mendelssohn [1784] 2018: 236). Sin lo
esencial no es, sin lo accidental no se deja de ser, pero se es peor.
Con esta cartografía conceptual Mendelssohn distingue una serie de
conflictos, de los cuales los más graves son aquellos en los que participa la
destinación esencial del ser humano, sin la cual no sería humano. Si ambas
destinaciones del ser humano, esencial y accidental, entrasen en conflicto
entre sí, lo que estaría en juego sería que ciertas verdades pusiesen en riesgo
la religión y la moral imperante. En estos casos, indica, se debe proceder con
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moderación. Asegura que “el promotor de la ilustración que ama la virtud
procederá con cuidado y precaución, y preferirá soportar el prejuicio antes
que expulsar también la verdad” (Mendelssohn [1784] 2018: 237). Habría
que regular las verdades, con tal de no entrar –demasiado– en conflicto con
la moral y la religión. Aunque sea exponiéndose a la crítica y al prejuicio,
se defiende la posibilidad del filósofo de ilustrar y difundir verdades. Lo que
prima es la prudencia a la hora de determinar cómo comportarse y cómo no.
El conflicto entre la destinación esencial del hombre y la destinación
esencial del ciudadano, sin embargo, plantea otro escenario. Aquí dice:
Infeliz el Estado que deba admitir que en él la destinación esencial del ser
humano no se armoniza con la destinación esencial del ciudadano, en el
cual la ilustración, que es indispensable para el ser humano, no puede propagarse por todos los estamentos del reino sin que la constitución esté en
peligro de derrumbarse. ¡Aquí la filosofía se cubre la boca! (Mendelssohn
[1784] 2018: 237).
116 l
El peligro es claro: que se derrumbe la constitución, que impere la
anarquía y la destrucción del Estado es mucho peor –evidentemente– que
sacudir la moral y la religión imperante.Y, por eso mismo, es que los filósofos
amantes de la ilustración no pueden arriesgarse a difundir verdades ni con
moderación, ni buscando el justo límite. Acá la respuesta es mucho más categórica: la filosofía debe callar. En este trabajo ahondaré en las consecuencias
de esta afirmación desde la óptica de un filósofo judío.
Volvamos al comienzo del párrafo: infeliz el Estado en donde esto
suceda. Un Estado donde no se armoniza la verdad con el desarrollo social
no es un Estado donde se pueda vivir feliz, que, en definitiva, es una de las
metas del Estado. Este es un Estado fallido. Si lo entendemos en un sentido
descriptivo, comprenderemos que en semejantes Estados infelices no se puede
ilustrar. La causa de que la filosofía guarde silencio sería que habita en un
Estado infeliz donde no puede expresarse porque no se le permite. No habría
de parte de Mendelssohn ningún consejo, sino una descripción, e incluso
una crítica a la censura. Pareciera que solo en aquel Estado donde la filosofía
pudiera hablar a viva voz sería un Estado feliz, y la destinación del hombre
en tanto hombre y en tanto ciudadano, por lo menos las esenciales, se armonizarían. Esta lectura da sentido al texto si consideramos que Mendelssohn es
un defensor de la ilustración, la libertad de prensa, la libertad de culto, y que
está en contra de todo castigo derivado de las creencias personales.
Pero recordaremos que la prudencia le permitía a la filosofía determinar hasta dónde hablar y hasta dónde callar para evitar, en aquel caso, los
conflictos entre la destinación esencial e inesencial del hombre. Mientras
ALAN KREMENCHUTZKY - Moses Mendelssohn y el escritor hebreo anónimo l 113-134
se pueda expresar y decir la verdad, es decir, si no hay censura, estaría en
manos del filósofo determinar ese límite. Si nos apoyamos en este hecho,
abandonamos la lectura descriptiva de un Estado censor, para pasar a una interpretación normativista. Si se llegara a aquella situación donde lo que esté
en juego fuera la destinación esencial del ciudadano, el peligro de la anarquía,
voluntariamente el filósofo debería llamarse a silencio. Esta postura aparentemente conservadora plantea que la ilustración puede destruir el orden
social y que el filósofo ilustrado debe callar sus verdades.Y es probablemente
la interpretación más habitual de este fragmento, por más que deban luego
explicarse los motivos del conservadurismo de Mendelssohn.
Porque, en definitiva, sorprende que Mendelssohn sostenga una
postura contradictoria con la imagen formada que tenemos de él: quien
defiende la ilustración y critica la censura que amordaza al filósofo, al mismo
tiempo le pide al ilustrado que se controle en sus impulsos para no destruir
la sociedad. Considerando que el peligro radica en la anarquía, ofreceré una
respuesta política al silencio de la filosofía. Y para ello me propondré encontrar los fundamentos de mi respuesta en el propio escrito de Mendelssohn. La tesis a defender es que se ha efectuado un desplazamiento entre
uno y otro discurso, tanto del autor como del interlocutor. Hay un tipo de
filósofo que sí debe avanzar con mucha cautela, moverse con cuidado, y
preocuparse específicamente de no perder las incipientes, escasas, pero no
por eso menos significativas conquistas que ha logrado solo recientemente
alcanzar.Y este es el filósofo judío.
2. El escritor hebreo anónimo
P
ara responder por qué Mendelssohn exhorta a la filosofía a guardar
silencio seguiré una pista llamativa y singular. A continuación de
la tipificación de los peligros, nos encontramos con una cita: “Cuanto más
noble es una cosa en su perfección –dice un escritor hebreo–, tanto más horrenda es su corrupción” (Mendelssohn [1784] 2018: 237). El contenido de
la misma es bastante transparente, y el mismo Mendelssohn viene a repetirlo:
Un trozo de madera podrido no es tan repugnante como una flor marchita;
esta no es tan asquerosa como un animal en descomposición; y este no es
tan horrendo como un ser humano en su putrefacción. Lo mismo sucede
con la cultura y la ilustración. Mientras más nobles en su auge, tanto más
repugnantes en su putrefacción y su depravación. (Mendelssohn [1784] 2018:
237-238)
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Si insistimos en la lectura descriptivista, podríamos pensar que está
señalando un fenómeno histórico. No sería más que un lamento sobre la
decadencia de los pueblos, que por más perfectos que sean, incluyendo al
antiguo Reino de Israel con Dios como soberano, alcanzaron su final.
Pero Mendelssohn no se queda allí, sino que retoma la enumeración
de los peligros ya antes expuestos: “El mal uso de la ilustración debilita el
sentimiento moral, conduce a la testarudez, al egoísmo, a la irreligión y a la
anarquía” (Mendelssohn [1784] 2018: 238). Una vez más, el peligro es que
la ilustración del hombre, desbocada, obstaculice la ilustración del ciudadano
y haga caer la sociedad. Evidentemente Mendelssohn abriga dudas con respecto a la ilustración. Si bien es uno de sus principales exponentes y apologistas, y ha expuesto sus virtudes, e incluso defendido la compatibilidad de
su religión con dichos valores en su Jerusalem [1783] (1991), así y todo, tiene
sus reservas. El escrito concluye del siguiente modo:
Una nación formada [gebildete, de Bildung] no conoce otro peligro más que el
exceso de felicidad nacional […] Una nación que mediante la formación ha
llegado a la cima más alta de la felicidad nacional se encuentra por ello en peligro de caer, porque ya no puede continuar ascendiendo más alto. Pero, ¡esto
nos aleja demasiado de la pregunta inicial! (Mendelssohn [1784] 2018: 238)
118 l
El Estado ilustrado y los hombres de la Bildung se exponen más al
peligro. ¿Pero no es contradictorio, acaso? Por más metafórico que sea el uso
de la idea de peligro en esta instancia, siendo la felicidad la meta del Estado
y no su riesgo, el juego de palabras no es por eso menos llamativo. El peligro
debiera ser la mala ilustración, la anarquía, y no la felicidad nacional, según
lo que se viene argumentando.
Estamos frente a un texto escrito en alemán, para alemanes, publicado
en una revista intelectual, ilustrada, cuyos lectores son la gran comunidad
de las letras europea. La pregunta original, “¿qué es la ilustración?”, fue publicada en esa misma revista, donde se publicará también la respuesta de
Kant, quien en una nota al pie hará referencia el escrito de Mendelssohn.
Según Willi Goetschel, el carácter de examinación teórica de conceptos del
texto indica que estaba pensado para la discusión interna dentro del pequeño
club de los “Amigos de la ilustración”, el Mittwochsgesellschaft, la “Sociedad
de los miércoles”, más reducido aún que el alcance de los lectores de la Berlinische Monatsschrift (Goetschel 2013: 226). Ellos eran su público.
Pero si volvemos a la mentada cita, “Cuanto más noble es una cosa
en su perfección –dice un escritor hebreo–, tanto más horrenda es su corrupción” (Mendelssohn [1784] 2018: 237), cuando quiere indicar sus
reservas respecto a la ilustración, no recurre a una fuente de autoridad
ALAN KREMENCHUTZKY - Moses Mendelssohn y el escritor hebreo anónimo l 113-134
compartida con sus interlocutores. Entre intelectuales ilustrados alemanes,
Mendelssohn apela a un escritor hebreo anónimo para exponer los peligros
del deterioro de lo más preciado. Si bien existían los Lessing, gran amigo
que defendía y celebraba su judaísmo, también existían los Voltaire, apóstol
de la tolerancia y muy cercano al “rey filósofo” Federico II, símbolo de
la libertad de expresión, quienes eran ciertamente –en palabras de Simon
Schama (2018: 426)– alérgicos a los hebreos. El recurso no puede dejar de
sorprender: el porqué de una cita de autoridad que no constituye autoridad
alguna para quienes deberían ser persuadidos, que anula por sí misma la tarea
que debería cumplir.
¿Pero quién es el escritor hebreo aludido? Mendelssohn no lo dice.
Podríamos considerar la posibilidad de que hebreo se emplee como sinónimo de judío, y se tratase de alguien que sí fuese compartido por los interlocutores como fuente de autoridad. Si bien históricamente se ubicaron
en los márgenes de la cultura europea, podemos encontrar algunos judíos
bien estimados por los ilustrados, o por lo menos generalmente reconocidos. Baruch Spinoza es probablemente el más importante, pero precisamente lo era por ser un personaje polémico, inclusive en su relación con su
judaísmo. A causa del supuesto espinosismo de Lessing, Mendelssohn se verá
envuelto en su última y más compleja controversia con Friedrich Heinrich
Jacobi, conocida como la polémica sobre el panteísmo. Pero si abrimos el
foco, más interesante aún, el apelativo de escritor hebreo podría aludir a
la tradición bíblica, y quizá se tratase de Moisés, o incluso el propio Jesús,
a quien Mendelssohn en Jerusalem identifica como un par (Mendelssohn
[1783] 1991: 267).
De cualquier forma, si fuese alguno de los arriba mencionados, pareciera que describirlos como “escritor hebreo” quedaría corto frente a las
muchas otras apreciaciones que se pudieran hacer de ellos. Describir a Jesucristo, Moisés, o quien fuere como “un escritor hebreo” parece demasiado
pobre, especialmente para quien está presentando un ensayo sobre la búsqueda de una definición.
Continuar la búsqueda de quién es el escritor hebreo por nuestros
propios medios resultaría infructuoso, si tenemos en cuenta que solo un
académico ha aventurado una respuesta. Especialistas en el área como Willi
Goetschel (2013: 264-265), James Schmidt (Mendelssohn 1996: 57) o Daniel
Dahlstrom, editor de la edición inglesa de sus escritos filosóficos breves
(Mendelssohn 1997: 316), todos se limitan a citar a Alexander Altmann, su
principal biógrafo, editor y comentador del siglo pasado, quien rastrea la
referencia hasta el Talmud.
En su monumental biografía de Mendelssohn, Altmann señala lo siguiente:
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Frases rabínicas son citadas, aunque no siempre identificadas como tales.Así, en
las cartas Sobre los sentimientos habla de la bondad de Dios “cuya mano derecha
sana mientras su mano izquierda hiere” sin indicar la fuente rabínica. Describiendo un modo sutil de razonar, utiliza un símil mishnaico y lo atribuye a
un poeta hebreo anónimo: “Una enorme montaña que gira en torno a un
cabello, dice cierto poeta hebreo”. En su ensayo Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar? parafrasea otro dicho de la Mishná y se lo atribuye a un escritor
hebreo: “Cuanto más noble es una cosa en su estado de perfección, tanto más
horrenda es en su descomposición” (Altmann 1973: 196).
120 l
Altmann no se contenta con atestiguar que Mendelssohn gustaba de
mencionar escritores hebreos sin citarlos, sino que lo vincula directamente
con la tradición rabínica, dejando de lado la conjetura de que se tratase de
fuentes de autoridad compartidas por sus interlocutores. En la nota correspondiente al fragmento de “Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar?”,
nos ofrece la referencia: “Yadayim 4:6 («de acuerdo con el grado en que es
apreciado es el grado de su impureza»)” (Altmann 1973: 790, n.19). Se refiere
al tratado Yadayim de la Mishná.
Sucintamente, la Mishná, como parte del Talmud, recoge las tradiciones orales del judaísmo. Se organiza en seis órdenes o sedarim que son
los seis libros de la Mishná. Yadayim, la que menciona Altmann, se ubica
en el orden o seder llamado Tahorot, que agrupa los preceptos, enseñanzas y
reflexiones en relación con la pureza y su distinción respecto de lo impuro.
Yadayim, que significa manos, es el tratado dentro del seder Tahorot que habla
sobre la pureza de las manos. Si uno se dirige al pasaje específico,1 4:6, se
encuentra con un escenario que nada parece tener que ver con lo que Mendelssohn está refiriendo:
Los saduceos dicen: nos quejamos contra ustedes, fariseos, porque dicen que
las Sagradas Escrituras ensucian las manos, pero los libros de Homero no
ensucian las manos. Rabán Johanan ben Zakkai dijo: ¿No tenemos nada en
contra de los fariseos más que esto? Observen que ellos dicen que los huesos
de un burro son limpios, y sin embargo los huesos del Sumo Sacerdote
Johanan son sucios. Ellos le responden: de acuerdo con el afecto que se les
tenga, así es su impureza, de modo que nadie debe hacer cucharas con los
huesos de su padre o de su madre. Él les dijo: así son también las Sagradas
1 Todas las citas son traducciones propias a partir de la edición inglesa Misnhah Yomit de Dr.
Joshua Kulp, disponible en versión digital libre en <https://www.sefaria.org/Mishnah_Yadayim?tab=contents> [Consultada el 14 de septiembre de 2023]
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Escrituras, según el afecto que se les tenga, así es su impureza. Los libros de
Homero que no son apreciados no dejan las manos impuras. (Yadayim 4:6)
El contexto es un debate entre saduceos y fariseos. Estos últimos
conformarán la ortodoxia rabínica, por lo que estamos frente a una defensa
de los fariseos. Los saduceos los acusan porque los fariseos dicen que las
Sagradas Escrituras impurifican las manos, pero los libros de Homero no.
Entendiendo que el fragmento forma parte de un tratado sobre la pureza
de las manos, a lo que se refiere es que luego de manipular las Sagradas
Escrituras uno debería lavárselas. Pero, en la dirección de nuestros intereses,
agregan que los fariseos dicen que “los huesos de un burro son limpios, y sin
embargo los huesos del Sumo Sacerdote Johanan son sucios”. Extrañamente,
la impureza no está del lado del burro sino del sacerdote y de las Sagradas
Escrituras. A lo cual se le responde que “De acuerdo con el afecto que se
les tenga es su impureza […] así son también las Sagradas Escrituras, según
el afecto que se les tenga, así es su impureza”. Los libros sagrados, en tanto
queridos más que en tanto sagrados, impurifican las manos.
De lo más querido a lo más valioso, y de ahí a lo más sagrado, inclusive, es que se deriva su impureza. El burro se degenera sin pudrirse,
mientras que el Sumo Sacerdote, con su gran valor, al morir, se vuelve más
impuro que un hueso de animal. Resuena de algún modo la idea de que lo
mejor se degrada peor. Más allá de lo que se pierde en las sucesivas traducciones, Altmann (1973: 790, n. 19), cuando cita, pareciera estar pensando en
la recién mencionada traducción de la Mishná que dice “De acuerdo con
el afecto que se les tenga es su impureza”. Y si completamos la cadena del
afecto-valor-sacralidad con la perfección, llegamos a la afirmación de Mendelssohn cuando dice “cuanto más noble es una cosa en su perfección, tanto
más horrenda es su corrupción” (Mendelssohn [1784] 2018: 237). Aunque
quisiera hacer notar que el calificativo de horrenda también es una incorporación llamativa, considerando que difícilmente se referiría de ese modo
a las Sagradas Escrituras.
Encontramos una referencia más completa en el mismo Altmann, en
un artículo intitulado “Die Menschenbild und die Bildung des Menschen
nach Moses Mendelssohn”, donde dice:
Mendelssohn piensa aquí indudablemente en la frase de la Mishná Yadayim
4.6: “El grado de impureza corresponde al grado de apreciación”. Cf. Isaac
Arama, Aqedat Yitzhaq, Cap. 79; 84, citado por Judah Moscato, Nefuzot Jehuda,
Lemberg, 1859, 94 c, donde la frase de la Mishná es interpretada en el sentido
de que lo mejor y más perfecto se deteriora en lo peor y más horrible
(Altmann 1982: 16, n. 8).
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Reparemos en el “indudablemente” (zweifellos), señal de que Altmann
no tiene ninguna reserva de lo que está afirmando. Sin embargo, esta es la referencia de la versión del artículo en alemán publicada en 1982. Compárese
con la edición inglesa de 1981 donde dice: “Él obviamente tenía en mente
la Mishná Yadayim 4.6: ver Judah Moscato, Nefuzot Jehuda (Lemberg, 1850),
fol.94c (citando a Isaac Arama, Aqedat Yitzhaq, caps. 79, 94)” (Altmann 1981:
402). Se insiste en lo evidente de la referencia, pero se pierden la cita de la
Mishná y la paráfrasis de lo dicho por Judah Moscato, además de incurrir en
una errata al remitir a los capítulos 79 y 94 de la Aqedat, y no al 84 –la referencia correcta–, probablemente por interferencia con el número de folio de
Nefuzot Jehuda, y en una segunda errata sobre el año de la edición de la obra
de Moscato, que es de 1859 y no 1850. Y si nos remontamos a la primera
edición alemana del artículo, de 1972, sobre la cual se ha realizado la traducción al inglés, nos encontramos sencillamente con la escueta referencia a
“Yadayim 4:6”, atestiguando el trabajo de precisión de la referencia entre las
sucesivas ediciones (Altmann 1972: 14, n.8).
Haciendo caso a Altmann, dirigiremos nuestra atención a Judah
Moscato, rabino y escritor renacentista italiano del siglo XVI, que es particularmente conocido por su comentario al Kuzari de Yehuda Halevi y por
la obra citada por Altmann, Nefuzot Jehuda. Publicada en Venecia en 1589, es
una compilación de cincuenta y dos sermones. Hoy en día contamos con la
traducción de esta obra del hebreo al inglés, gracias al trabajo de Gianfranco
Miletto y Giuseppe Veltri, bajo el título de Judah Moscato Sermons (2014). El
problema es que Altmann indica solamente la paginación de la edición de
Leópolis –Lemberg, Lviv, Lvov– de 1859, que contiene cuatro columnas por
folio, a diferencia de la paginación original italiana –y consecuentemente la
traducción inglesa– que tienen dos. Habiendo cruzado ambos datos, y, espero,
facilitando la tarea de quienes quieran consultarlo, informo que Altmann
estaba pensando en el sermón treinta y tres, traducido al inglés como “A
Wondrous Descent”, que en la edición original comienza en el folio 147a.
El párrafo que Altmann está señalando se ubica en el folio 148b de la edición
hebrea y la página 139 del tomo III de la traducción inglesa, y dice: “Consecuentemente, es necesario que la cosa mejor y perfecta se corrompa en lo
peor y más despreciable, como el autor de la Aqedat escribió en los capítulos
79 y 84” (Miletto y Veltri 2014: 139). Habiendo arribado a la solución del
problema, finalmente podría afirmar que el esquivo escritor hebreo es Judah
Moscato, pues hemos encontrado la cita tal como Mendelssohn la menciona,
con la idea de perfección y de desagrado.
No obstante, Moscato no se refiere a la Mishná Yadayim, sino a la
Aqedat de Isaac ben Moses Arama, rabino medieval español del siglo XV
y exiliado de España en 1492. Como dijimos previamente, Moscato nos
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remite, y Altmann repite, a los capítulos 79 y 84 de la obra de Arama. La
Aqedat –Akeidat Yitzchak (Arama 2001), según ha elegido transliterar el traductor inglés– es una colección de ciento cinco sermones. Por supuesto que
el contenido de estos excede los límites de este trabajo, pero sí podemos
señalar que, si bien en el sermón 84 aparece la idea que venimos trabajando,
la referencia directa a la Mishná Yadayim ocurre en el sermón 79:1:7, donde
Arama dice:
En Yadayim 4:6, los rabinos estipulan que el grado de impureza que se
atribuye a algo está en relación directa con su amor a los ojos de D’s. Este
principio fue reconocido incluso por los saduceos, herejes en muchos otros
aspectos de la interpretación de la Torá. Es muy cierto que el concepto básico
de tum-ah, impureza, se nos escapa […] Puesto que un judío se encuentra en
un plano superior, su muerte causa aún más tum-ah, ya que con su muerte
se han perdido valores aún mayores. De hecho, la tum-ah comienza durante
la vida. Puesto que el estilo de vida puede acelerar la muerte, todo acto o
pensamiento indigno puede acelerar la aparición de impureza (Arama 2001).
Para dotar de sentido la cita de Mendelssohn, con la ayuda imprescindible de Alexander Altmann, debimos remitirnos a Judah Moscato –y a
las tres ediciones de su obra para encontrar el pasaje correspondiente–, que
nos indica leer a Arama, quien nos habla sobre el contenido de la Mishná. El
escritor hebreo anónimo bien puede ser Moscato, o bien puede ser Arama, o
incluso referirse a los rabinos talmúdicos. Lo que me resulta indudable es que
ningún alemán ilustrado de su época podría comprender estas referencias.
No puedo dejar de señalar que en el mismo fragmento mencionado
del artículo de Altmann existe otra nota, inmediatamente siguiente, en la cual
se indica: “De modo similar, Hume dice en su Ensayo sobre la superstición y el
entusiasmo (1741): ‘La corrupción de lo mejor produce lo peor’” (Altmann
1981: 402, n.9). Nos permitimos completar la cita: “Que la corrupción de
lo mejor produce lo peor se ha convertido en una máxima y es comúnmente demostrado, junto con otras instancias, por los efectos perniciosos de
la superstición y la corrupción de la verdadera religión” (Hume 1998: 38).
¡Cuánto más apropiado como autoridad sería citar a Hume! Hasta llega a
decir que se ha convertido en una máxima sostener que lo mejor produce
lo peor. Mendelssohn podría perfectamente haber apelado al escocés, pero
eligió a un escritor hebreo y mantenerlo en el anonimato. Altmann, por su
parte, no desarrolla más que esta pequeña referencia. Willi Goetschel (2013:
264-265) la habrá considerado relevante, porque cuando recupera y cita la
referencia de Altmann –bien presentada para los lectores en inglés, con las
erratas corregidas– incorpora también la mención al escrito de Hume.
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Todo lo anterior estaba contenido en la exigua mención de Mendelssohn a un anónimo escritor hebreo. La referencia, más que la cita misma,
ha demostrado contener una riqueza extraordinaria, pero que quizá sea sencillamente un hecho anecdótico. Todavía no alcanza para saber si todo esto
tiene una relevancia para nuestra pregunta original. El objetivo era rastrear
una posible respuesta al porqué del silencio de la filosofía y encontrarlo en
esta cita. En cuanto a su contenido hemos ganado demasiado, o por lo menos
eso parece. Pero quisiera que intentemos por un momento considerar la cita
misma y no tanto lo que ella dice.
3. Un filósofo judío frente a la Ilustración: la posibilidad de
una lectura entre líneas
T
al como Altmann señalaba en el fragmento de su biografía que
hemos transcripto previamente, Mendelssohn habitualmente
mencionaba frases rabínicas sin referenciarlas. De hecho, el biógrafo reduce
la actitud de Mendelssohn a una tarea de difusión y de instalación de los
escritores hebreos como autoridades competentes. En sus palabras:
124 l
No hay dudas de que había una cierta intención en citar frases hebreas de
este tipo. Obviamente pretendía mostrar el sabor poético o, simplemente, la
sabiduría que se encuentra en la literatura judía. Los prejuicios podían vencerse poco a poco de esta forma tan discreta (Altmann 1973: 196).
La explicación de Altmann destaca la incansable voluntad de Mendelssohn de mejorar las condiciones de existencia de los judíos. En este caso,
reduciendo el prejuicio contra ellos, su saber y su poética. Por convincente
que resulte, y sin querer negar este aspecto, sí debo confesar que hay un elemento que no me resulta lo suficientemente satisfactorio, porque no justifica
la omisión del nombre.
Altmann mismo señala que hay una cierta intencionalidad (deliberateness) en el accionar de Mendelssohn, entonces, ¿por qué la omisión no
podría ser deliberada? Si fuese tal como Altmann sugiere, y quisiera difundir
las grandezas de la cultura judía, lo razonable sería mencionar a los escritores
abiertamente, para que quien quisiera acudir a ellos pudiera hacerlo. Se me
podría responder que estoy exigiendo criterios académicos actuales a un filósofo del siglo XVIII, o que la tradición judía no era adepta a las precisiones,
porque se trataba de autores y textos conocidos por todos los sabios de la
comunidad. Responderé a ello apelando a casos ya mencionados y directamente vinculados. Primero, diciendo que, aunque no se hiciera como hoy en
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día, los autores se mencionaban unos a otros. Por ejemplo, lo atestigua Kant
en su propia respuesta a qué es la ilustración, citando el mismísimo trabajo
de Mendelssohn que estamos analizando (Kant [1784] 2018: 248). Por otra
parte, y dentro de la tradición judía, el recién presentado Judah Moscato, dos
siglos antes incluso, detallaba con precisión los capítulos que consideraba
pertinentes de la obra de Isaac Arama (Miletto y Veltri 2014: 139). Y, por
último, el argumento de que las referencias son conocidas por los sabios de
la comunidad, más que una objeción me servirá para la interpretación que
intento construir, señalando que solo los judíos pueden entender este tipo de
referencias, y no así el resto de los alemanes.
Probemos pensar que Mendelssohn quiso no solo decir, sino hacer
algo diferente. Si hizo falta toda la explicación anterior para entender aquello
que está contenido, si esta labor de rastreo de fuentes se presenta como una
dificultad académica hoy en día –y evidentemente lo fue a lo largo del
tiempo por las pocas referencias que se encuentran en los comentaristas por
fuera de Altmann–, Mendelssohn no podría desconocer que sus lectores,
ilustrados alemanes, no serían capaces de captar en su cita más allá de lo
expresado textualmente en ella. Podría haber apelado a Hume o a cualquier
otro, o sencillamente ponerlo en sus propias palabras. Lo enrevesado de la referencia solo resalta lo críptico que esconde más que lo que en ella se cuenta.
Consideremos que este es el punto de inflexión donde Mendelssohn cambia
y se dirige a otros interlocutores.
Leo Strauss hizo famoso lo que denominaba “un modo olvidado
de escribir” (Strauss 1970), que podríamos inscribir en la tensión entre las
destinaciones del hombre. “Al estudiar determinados pensadores antiguos,
pude descubrir este modo de concebir las relaciones entre la búsqueda de la
verdad (la filosofía y la ciencia) y la sociedad” (Strauss 1970: 301). El diagnóstico de Strauss es más contundente, porque lo que para Mendelssohn
se presentaba en el terreno de una posibilidad, para Strauss es la norma, en
tanto que “la filosofía y la ciencia llevan consigo un intento de disolver el
elemento que la sociedad respira, y, por ese camino, pongan en peligro la
sociedad” (Strauss 1970: 302). Strauss se refiere al mundo de la opinión, en el
que se desarrolla la sociedad, y que la filosofía con su búsqueda de la verdad
viene a cuestionar. La respuesta straussiana es que los filósofos y científicos
respetan las opiniones de la sociedad, pero que se ven
obligados a utilizar un método de exposición particular que les permita revelar a unos pocos lo que ellos consideran como verdad […] la doctrina esotérica solamente se revelará en todo su esplendor a los lectores muy atentos y
entrenados después de un estudio prolongado e intenso (Strauss 1970: 302).
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Podemos ver que, en respuesta a la tensión entre las verdades filosóficas y los valores de la sociedad, la escritura esotérica permite escapar a la
persecución, y requiere del ojo atento para encontrar el verdadero pensamiento del autor, no en la mayor parte del escrito, sino en pequeños pasajes
para el lector entrenado. Consideremos si es posible realizar esta tarea en la
obra de Mendelssohn, a partir de lo que hasta ahora hemos analizando.
Leo Strauss trabajó en su juventud, en Alemania, en la edición de
las obras completas de Mendelssohn y escribió los prólogos para diez de
sus obras. La tarea se vio interrumpida por la llegada del régimen nazi y el
proyecto fue recuperado, precisamente, por Alexander Altmann luego de la
guerra. Una de las últimas tareas académicas que llevó adelante Leo Strauss
fue la corrección de sus trabajos de juventud que recién en 1972 iban a ser
publicados. Intercambió correspondencia con Altmann sobre estos temas,
y discrepaban en su interpretación de la filosofía de Mendelssohn y la polémica del panteísmo de Lessing. Es decir, que sin duda alguna era un gran
conocedor de su obra, pero que no le dedicó especial atención a este texto
ni a la posibilidad de una escritura esotérica.
Lo interesante es que cuando Strauss menciona en su clásico “Persecución y el arte de escribir” ejemplos de las épocas donde se desarrolló este
tipo de escritura, indica la Alemania del siglo XVIII y nombra a Kant y a
Lessing (Strauss 2009: 42). A este último le dedica no solo unas líneas, sino
todo un texto destinado a explicar este modo de escritura, llamado Enseñanza
exotérica (Strauss 2007). El trabajo no fue publicado en vida de Strauss, pero
corresponde a su producción temprana, de 1939, donde vuelca mucho de lo
que había trabajado para la edición de las obras completas de Mendelssohn.
Allí dice que “Lessing fue el último escritor que reveló, aunque ocultándolas,
las razones que obligan a los hombres sabios a esconder la verdad: escribió
entre líneas acerca del arte de escribir entre líneas” (Strauss 2007: 128).
Mendelssohn, por su parte, no es tenido en cuenta. Aunque sí es mencionado al pasar, cuando Strauss unas páginas adelante dice: “En una famosa
carta a un amigo (a Moses Mendelssohn, 9 de enero de 1771), Lessing expresa su temor de que, «al desechar ciertos prejuicios, he desechado un poco
de más, y tendré que recuperarlos»” (Strauss 2007: 136). Strauss, a diferencia
de Mendelssohn, sí consideró pertinente informarnos a quién iba dirigida
la carta de Lessing, aunque no sea relevante para su argumentación. Probablemente por mero rigor académico, o haciendo gala de erudición. O quizá
porque es una carta lo suficientemente famosa como para no referenciarla
de modo completo. De todas formas, Mendelssohn aparece luego de haber
afirmado que “Lessing niega en forma implícita que los autores de temas
filosóficos que rechazan el exoterismo merezcan el nombre de filósofos”
(Strauss 2007: 32). Permítaseme especular un poco más: si lo que Strauss dice
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es cierto, y Lessing tenía en alta estima a su amigo, a quien no le negaría el
título de filósofo, podemos concluir que Lessing le reconocería la competencia en la escritura exotérica.Y, quizá, el mismo Strauss también.
Sin embargo, realmente no es relevante que Strauss admitiera una
lectura entre líneas de Mendelssohn, ni lo que Strauss considerase de él. No
me ocuparé de la lectura straussiana de Mendelssohn –ya que excede las
posibilidades de este trabajo; remito a los interesados a la edición publicada
por Martin Yaffe (2012)– sino que intentaré una lectura entre líneas, que me
permitiré con humildad llamar straussiana en ese sentido, en el texto “Acerca
de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar?”.
La lectura entre líneas implica prestar atención a las aparentes contradicciones entre el pensamiento conocido de un autor y lo que dice, o
a errores aparentemente involuntarios que se descartan como tales. Parte
de la idea de que en esos casos hay una acción deliberada de parte del
autor, precisamente para llamar la atención del lector atento. He notado en
Mendelssohn estas mismas –posibles– contradicciones, entre su defensa de
la ilustración y sus reservas y miedos. He señalado el paradójico predicado
de peligro a la felicidad de los pueblos. Pero, por sobre todo, he insistido en
la intencionada omisión de la referencia al escritor hebreo. A partir de ello
he querido justificar la posibilidad de un cambio de destinatarios: que de los
miembros del Mittwochsgesellschaft y los lectores ilustrados, opte ahora por
dirigirse a la juventud. Dice Strauss que “tales libros no están dirigidos verdaderamente a la mayoría no filosófica ni al perfecto filósofo como tal, sino
a los jóvenes que podrían convertirse en filósofos” (Strauss 2009: 46). Le está
escribiendo a esa generación de filósofos judíos naciente, que quizá aún ni
siquiera existen, para prevenirlos de la persecución.
4. La desdicha de un Estado infeliz
E
l “Sócrates de Berlín”, como era conocido Mendelssohn en los
círculos ilustrados alemanes, deja caer de pronto una cita imposible de rastrear para nadie que no sea un sabio judío, o, con un poco más de
suerte, un investigador contemporáneo con acceso a internet y a las bibliotecas del mundo. Pero, en su momento, solo un judío que no reniegue de
su judaísmo, que conozca su tradición, la palabra de los rabinos, que pueda
seguir el hilo que lo lleva a contraponer los libros de Homero con las Sagradas Escrituras, solo aquél podría entender qué es lo que se está diciendo.Y
esos judíos filósofos bien pueden ser sus compañeros maskilim –los educados,
en hebreo– adherentes del movimiento de la Haskalá, o sencillamente una
apuesta a una generación futura de judíos iluminados, pero no asimilados.
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Quizá es cierto, como dice Hume, que la afirmación de que lo mejor
degenera en lo peor se había convertido en una máxima de su tiempo.Y el
lector ilustrado, quizá, podría pensar en él cuando leyese el texto de Mendelssohn. Quizá le llamara la atención el peligro de una ilustración mucho más
radicalizada. O quizá sencillamente lo pasara por alto, sin mayor reflexión
sobre el escritor anónimo. En cualquier caso, lo que Mendelssohn habría
aspirado transmitirle era que la ilustración es peligrosa si conspira contra el
Estado, y que eso no debe ser permitido.
Pero si he resultado convincente hasta ahora en algún punto de la
argumentación, quisiera especular qué es lo que le sucedería a un filósofo
judío que leyese el ensayo. Al ver esa cita, podría entender “evidentemente”,
como decía Altmann, que se trataba de la Mishná Yadayim. Quizá aún más,
recordaría a Moscato, que tuvo que abandonar su Osimo natal por la persecución a los judíos por el Papa Pablo IV en 1555. O pensaría en Arama
y cómo fue expulsado de España en 1492. Si es realmente sabio, también
recordaría como Arama decía que el “judío se encuentra en un plano superior, su muerte causa aún más tum-ah, ya que con su muerte se han perdido
valores aún mayores” (2001). ¿A eso se está refiriendo Mendelssohn? Lo
más perfecto que se deteriora peor, ¿son ellos mismos? ¿Está Mendelssohn
hablando de los peligros de la ilustración, o está diciéndole los peligros de
perder una vida judía?
Lo que sabe el filósofo judío interlocutor, primeramente, es que él
vive en un Estado infeliz, como lo hicieron Moscato, Arama y tantos otros.
Y puede, por eso, reinterpretar lo que acaba de ser dicho. Que la filosofía sí
es importante si se quiere ilustrar al pueblo para alcanzar la destinación del
ser humano.Y, sobre todo, si se quieren borrar las tinieblas de la superstición
y el fanatismo que amenazan con la intolerancia al diferente. Por eso, que no
se crea que la prudencia podría ir tan lejos como para acallar a la filosofía a
favor del Estado. Porque el Estado, para él, ya está podrido. El peligro para
el judío no se encuentra en la filosofía ni mucho menos en la ilustración,
sino en el Estado y en sus conciudadanos. Es probablemente cierto, a veces
hay que callar para salvarse a uno mismo y a los suyos. O, mejor que callar,
escribir entre líneas.
Para el judío, el Estado infeliz es todo Estado donde no se tengan
plenos derechos. Allí todo no se puede decir –ni hacer– y Mendelssohn lo
sabe porque vivió el prejuicio en carne propia. Como cuando el teólogo
Johan Kaspar Lavater le exigió que refutara el cristianismo o se convirtiera.
O dos años antes de este ensayo, en 1782, cuando una disputa con el periodista satírico August Friedrich Cranz lo llevó a escribir Jerusalem para
dar respuesta a por qué persistía en una religión supuestamente intolerante
como el judaísmo. Sin embargo, así como Mendelssohn se vio envuelto
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en muchas controversias por sus creencias, y si bien llegó desde Dessau a
las puertas de Berlín caminando como un judío pordiosero cuarenta años
antes, su situación en ese entonces era muy diferente a la de sus compatriotas.
El historiador Mordechai Breuer, en la German-Jewish History in
Modern Times –un proyecto del Instituto Leo Baeck, editado por Michael
Albert Meyer y Michael Brenner– señala que si bien se suele asumir que la
vida de los judíos alemanes del siglo XVIII comenzaba a transitar una senda
de progreso que culminaría en la emancipación, la historia muestra por el
contrario que el camino tuvo altibajos que no reflejaban una mejora constante (Breuer 1996: 144). Los impuestos específicos sobre la población judía
nunca dejaron de aumentar y las profesiones habilitadas estaban restringidas
(Breuer 1996: 145). El Código General Revisado de Federico II en 1750
clasificaba a los judíos en seis categorías de privilegios que determinaban
dónde podían vivir, entre otras cosas, y si sus derechos eran hereditarios para
sus hijos o no (Breuer 1996: 148-149). Algunos, como Mendelssohn cuando
llegó a Berlín, solo podían permanecer en la ciudad si tenían el patronazgo
de algún judío de clase superior.
Fruto de la especialización en ciertos rubros, algunos se enriquecieron, y mucho, especialmente financiando al Rey durante la Guerra de los
Siete Años, de 1756 a 1763 (Breuer 1996: 148). A causa de las restricciones
habitacionales, dos terceras partes de los judíos que vivían en Berlín para
esa época eran familias económicamente acomodas. Pero estos afortunados
contrastaban con la gran masa de judíos que vivía por fuera de la ciudad y
eran asfixiados por los impuestos. No obstante, la inclusión de los judíos
bajo la órbita del Estado, más no sea en un rol servil, con leyes opresivas
y excluyentes, el hecho de ser legislados ya los removía de su posición de
parias (Breuer 1996: 147,150). Y si bien las leyes recrudecían, en la práctica
la situación pareciera ser un poco más laxa. La población de judíos en Prusia
se incrementó durante ese siglo, y específicamente la de judíos de Berlín, a
pesar del límite legal de 120 familias, albergaba 333 en 1743 y se había visto
casi duplicada para 1784 (Breuer 1996: 151).
Lo que ponía a Mendelssohn en una posición privilegiada era que
había logrado ser reconocido por sus pares alemanes. Y desde allí defendió
a sus pares judíos, luchó por sus derechos e intervino en su favor. David
Sorkin, académico especializado, traductor y editor de sus obras, con énfasis
en los llamados textos judíos o textos en hebreo, considera que en las últimas
dos décadas de vida de Mendelssohn se dio un incremento de sus preocupaciones políticas. Desde su primera intercesión en 1769 se evidencia una
creciente actividad política y posteriormente un viraje en su interés hacia
los derechos de los judíos, fundamentalmente en la década de 1780. Sorkin
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juzga que, si bien “los trabajos de Mendelssohn en los últimos tres años de
su vida (1783-1786) se dedicaron a asuntos políticos y filosóficos relevantes
para su pensamiento judío, su escritura específicamente judía concluyó efectivamente con Jerusalem” y que los escritos posteriores no deben ser considerados como contribuciones a su pensamiento judío, pero sí admite que “las
ideas de estos trabajos eran consonantes con, y quizá incluso derivadas de sus
lealtades judías” (Sorkin 2012: 203).
En este texto no “específicamente judío”, pero en consonancia con
su ser judío, y desde esta posición de privilegio entre los marginales, es que
realiza lo que los otros intelectuales alemanes hicieron a la hora de responder
la pregunta “¿qué es la ilustración?”: está describiendo un fenómeno cultural,
pero está ponderando los resultados políticos de un proceso estrechamente
ligado al reinado de Federico II.Y el saldo, aunque sin dudas es positivo para
los judíos, a su vez también es muy poco todavía. Si no quiere perder lo
ganado, no se puede hacer ninguna clase de denuncia ni defensa exagerada
que los expusiera.
Allan Arkush, uno de los principales estudiosos de la obra de Moses
Mendelssohn y traductor de Jerusalem al inglés –y copartícipe de un interesantísimo debate académico con el mencionado David Sorkin durante las
últimas décadas sobre la identidad cultural e intelectual de Mendelssohn–,
parece ser de esta misma idea:
Pertenecía a una religión despreciada, no era ciudadano de ningún país y
no residía en un Estado libre. Incluso escribir tanto como hizo en Jerusalem
sobre la relación entre la Iglesia y el Estado requería un grado considerable
de audacia. Ir más allá y entrar en discusión sobre cuestiones morales tan delicadas como las que involucraban posibles conflictos entre las exigencias de
la religión y del Estado no solo lo hubiesen llevado más allá de su propósito;
sino que también hubiese sido altamente imprudente (Arkush 1994: 126).
Para defender que Mendelssohn estaba moviéndose dentro de unos
límites bastante rígidos que no le permitían expresar su postura tal como
quisiera, se sirve de la opinión del filósofo alemán Norbert Hinske, quien
toma en consideración a los destinatarios de este texto, los miembros de
la Sociedad de los Miércoles, fundamentalmente funcionarios y allegados al
gobierno prusiano (Arkush 1994: 125). Es decir, que cuando Mendelssohn
concede al Estado y su preservación prioridad respecto a la filosofía, estaría
moviéndose con cautela para no ganarse el rechazo de la clase política.
Esto no invalida ni contradice mi propuesta de lectura; al contrario,
considero que la respalda. Demuestra la importancia que los interlocutores
representaban para Mendelssohn a la hora de expresar sus ideas. El cuidado
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de lo que se puede proponer y lo que no radica efectivamente en sus lectores concretos, los ilustrados prusianos. La atención a los posibles censores
y la inminente persecución que podía caer sobre los judíos hace necesaria,
según Strauss, una escritura esotérica. Si algún filósofo judío llegase a leer el
escrito, reconocería la cita, y entendería que se le está hablando a él en tanto
judío. Comprendería a qué Estado infeliz se estaba refiriendo Mendelssohn.
Entendería que la filosofía no debe callar por ser peligrosa, sino porque peligrosa es la persecución que el Estado puede desencadenar sobre los filósofos
judíos poco precavidos.
5. Conclusión: entre el desencanto y la esperanza futura
E
sta interpretación que propongo es complementaria con la visión
tradicional de Mendelssohn como un defensor de la ilustración,
e intenta a su vez articular ciertos elementos dispersos, aparentemente insignificantes, pero que para quien quiere mirar con atención, esconden muchos
significados.Y por esto mismo, también es compatible con la desilusión respecto de la ilustración –como judío antes que como ilustrado– que muchos
de los principales académicos atestiguan.
Por ejemplo, Julius Guttmann, colaborador como profesor senior en el
proyecto de edición de las obras completas de Mendelssohn en la República
de Weimar, en su famosa Philosophies of Judaism opina que hacia el final de su
vida –para la época en que escribe este ensayo– Mendelssohn se enfrentaba
con desilusión a los resultados de la ilustración: “De las palabras de Mendelssohn se puede reconocer fácilmente la decepción que sufrió en sus últimos
años, cuando las ideas de la ilustración se retiraron frente al avance de las
fuerzas de la vieja religión dogmática y el nuevo irracionalismo” (Guttmann
1966: 343).
Pese a su apuesta por la tolerancia y la ilustración, y las positivas condiciones en que vivía con respecto a los otros judíos, hacia el final de su
vida Mendelssohn seguía atestiguando no solo el prejuicio y la exigencia de
conversión, sino la violencia más cruda y física. Shmuel Feiner recupera una
anécdota que Mendelssohn narra en una carta al monje benedictino Peter
Adolph Winkopp, uno de sus admiradores. Le cuenta una humillante y peligrosa situación que había vivido una tarde de verano de 1780, paseando con
su familia, cuando unos jóvenes empezaron a gritarles y arrojarles piedras
(Feiner 2010: 2).
Feiner asimila esta anécdota a las polémicas con Michaelis, Lavater,
Cranz y Jacobi, que lo ubican en una posición de alteridad. E interpreta
que, precisamente por ello, en su ensayo Mendelssohn estuvo entre los más
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capacitados para entender los límites de la ilustración, y que la concibe desde
la desilusión y la preocupación:
La otredad a la que se vio forzado por ser judío le permitió examinar los
límites que lo rodeaban desde la perspectiva de la inferioridad civil y la
discriminación, y que esa experiencia lo hizo inmune a dejarse arrastrar por
la creencia de que la cultura europea moderna traería necesariamente la
felicidad a los pueblos, que hacía inevitable la marcha del progreso humano
(Feiner 2010: 212).
El judío –y más que nadie el filósofo judío ilustrado– es quien puede
ver los límites políticos, concretos, en las condiciones de ciudadanía, que
la ilustración ha evidenciado. Que la falta no radica en la filosofía, sino en
la sociedad. Refuerza Feiner esta idea, en consonancia con la opinión de
Guttman, rescatando una carta de 1784 al médico suizo Johann Georg Zimmermann. Mendelssohn dice:
132 l
Soñábamos nada más que con la ilustración y creímos que la luz de la razón
sería tan intensa que iluminaría de tal modo el ambiente que ni los delirios
ni el fanatismo entusiasta podrían seguir siendo vistos. Pero, como podemos
ver, desde el otro lado del horizonte, la noche con todos sus fantasmas y
demonios ya está cayendo. Lo más tenebroso de todo es que ese mal es tan
activo y potente. El delirio y el fanatismo están actuando mientras que la
razón se contenta a sí misma con hablar (Feiner 2008: 271).
Paradójicamente, la razón se contenta con hablar, mientras el fanatismo actúa. ¿Será que también se refería a eso Mendelssohn, cuando
mandaba a la filosofía a callar? No lo creo. Pero sí considero que la necesidad
de actuar se tornaba y se tornó cada vez más urgente. Lo único que podrá
hacerle frente al oscurantismo es más ilustración. Todo lo especulativa que
haya sido, esta lectura alternativa buscó mantener a Mendelssohn lo más fiel
posible a la filosofía, al mismo tiempo que a su judaísmo.
En conclusión, Mendelssohn sí estaría sugiriendo prudencia, pero no
está entregando las banderas de la filosofía y la ilustración al autoritarismo
del Estado. Está reconociendo que, como judío, antes que filósofo, no está en
condiciones de destruir lo poco que se ha conseguido, y mucho menos de
poner en peligro su vida.Y que lo que puede parecer el reino de la libertad
de expresión y tolerancia, para el judío sigue siendo un terreno volcánico
donde debe moverse con mucha cautela. Mendelssohn calla el nombre del
escritor hebreo para decir a quien sepa entenderlo que no está capitulando,
que la filosofía no debe callar y que infeliz es el Estado donde esto pase. Que,
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si le toca callar, callará. Porque más infeliz que el Estado que obliga a callar
es el que no deja ser.
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Recibido: 21-09-2023; aceptado: 11-11-2023
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Moses Mendelssohn y
Gotthold Ephraim Lessing:
Una polémica en torno a los límites
del progreso de la ilustración
LEONEL SERRATORE
Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
DOI: 10.36446/rlf2024418
Resumen: En su escrito Acerca de la pregunta
¿qué significa ilustrar?, Mendelssohn afirma que el
progreso de la ilustración encuentra sus límites cuando
amenaza los fundamentos religiosos y morales de la
sociedad. Estas suposiciones pueden ser leídas como
parte de las críticas que desarrolla en Jerusalem, o acerca
del poder religioso y judaísmo contra la filosofía de la
historia de su amigo, Lessing. De ahí que este artículo
intente mostrar cómo a partir de las diferencias entre
las formas en que ambos autores definen el concepto
de ilustración y de perfeccionamiento del ser humano,
es posible entender la defensa del pluralismo religioso
de Mendelssohn ante el peligro de una unidad
definitiva que Lessing fija como meta del progreso de
la historia.
Licencia Creative Commons CC BY 4.0 Internacional
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Palabras clave: Mendelssohn, Lessing, Ilustración, progreso, judaísmo.
Moses Mendelssohn and Gotthold Ephraim Lessing:
A Controversy Regarding the Limits
of Enlightenment Progress
Abstract: In his writing On the Question: What is Enlightenment?
Mendelssohn asserts that the progress of enlightenment finds its limits when
it threatens the religious and moral foundations of society. These assumptions can be read as part of the criticisms he develops in Jerusalem: Or on
Religious Power and Judaism against his friend Lessing’s philosophy of history.
Hence, this article aims to show how, based on the differences in the ways
both authors define the concept of enlightenment and the perfection of the
human being, it is possible to understand Mendelssohn’s defense of religious
pluralism in the face of the danger of a definitive unity that Lessing sets as
the goal of the progress of history.
Keywords: Mendelssohn, Lessing, Enlightenment, progress, Judaism.
136 l
1. Introducción
E
l reinado de Federico II inauguró un período de libertad de
expresión sin precedentes en la vida de los prusianos del siglo
XVIII. Muchos de los intelectuales alemanes de la época celebraron con
optimismo el gobierno de un déspota ilustrado que fomentó la investigación
de la verdad, el desarrollo científico y la libre circulación de las ideas. Federico representaba el prototipo del monarca deísta que apostaba por una
renovación teológica susceptible de transitar los senderos hacia la religión
natural. Durante su mandato, los esfuerzos de los teólogos ilustrados se concentraron en aislar, por vías racionales, los elementos fundamentales del cristianismo originario hasta que, una vez depurados de los restos irracionales
infundidos por la tradición, resultaran completamente coherentes con el
proyecto racionalista de la modernidad. Este itinerario en el que se articulan
religión e ilustración no estará exento de disputas. No todos los pensadores
involucrados en estas controversias coincidirán en emprender la tarea de purificar al cristianismo de sus componentes místicos. Mucho menos existirá
consenso acerca de lo que significa el concepto de “ilustración”. En este
auténtico “campo de batalla” se producirán varias intervenciones que pro-
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curarán saldar aquellos grandes interrogantes y es donde puede situarse un
texto fundamental de Moses Mendelssohn: Acerca de la pregunta ¿qué significa
ilustrar? de 1784.
En este breve texto, Mendelssohn define a la ilustración como la dimensión teórica de la formación (Bildung) del ser humano y a la cultura
(Kultur) como la dimensión práctica. La cultura remite directamente a la
belleza de las artes y al refinamiento de las costumbres, mientras que la ilustración se circunscribe al ámbito del conocimiento racional. Si bien Mendelssohn, como figura prominente de la Haskalá y en continuidad con el
racionalismo leibniz-wolffiano, intenta volver claro y explícito lo que es
confuso e implícito –en este caso, el concepto de ilustración–, al mismo
tiempo, comparte con Kant, aunque con acentuadas discrepancias, la preocupación sobre los límites del progreso de la ilustración. Para este doble objetivo, el filósofo judío recupera una noción que le servirá de guía: la noción
de destinación del ser humano (Bestimmung der Menschen).
A partir de la recepción de la obra de Spalding, Consideración acerca
de la destinación del ser humano (Betrachtung über die Bestimmung des Menschen)
(1748), y de los profusos intercambios que mantuvo con su amigo, el filósofo
Thomas Abbt, Mendelssohn defiende la existencia de una destinación de
perfectibilidad teórica y práctica de la humanidad. Sin embargo, él distingue,
en cuanto al perfeccionamiento teórico, entre la “ilustración del ser humano”
y la “ilustración del ciudadano”, esto es, una ilustración que forma parte de
la destinación esencial del ser humano como tal y otra vinculada con su destinación esencial como ciudadano. Según Mendelssohn, cada individuo en
tanto ciudadano forma parte de un estamento social determinado y ejerce
una profesión que le demanda destrezas, costumbres y hábitos distintos, es
decir, diferentes grados de cultura. Pero para poder alcanzarlos requiere diferentes grados de conocimientos teóricos, esto es, de ilustración. A diferencia
de esta “ilustración del ciudadano”, “la ilustración que se interesa por el ser
humano en tanto que ser humano es universal, no hace distinción según
el estamento” (Mendelssohn [1784] 2018: 236). Teniendo en cuenta esta
diferenciación, Mendelssohn señala que ciertas verdades que pueden ser beneficiosas para el ser humano en tanto tal, son perjudiciales para él en tanto
ciudadano. En este punto, el progreso de la ilustración encuentra sus límites;
cuando la búsqueda del conocimiento verdadero entra en conflicto con las
destinaciones del ciudadano y la reproducción de ciertas verdades útiles para
la razón ponen bajo riesgo los fundamentos de la religión y los principios
de la moral. En estos casos, el amigo ilustrado de la humanidad debe estar
dispuesto a actuar con prudencia y a ser precavido ya que “es difícil pero no
imposible encontrar la frontera que divide el uso del mal uso” (Mendelssohn
[1784] 2018: 237). Es decir, el límite que separa una avanzada desmesurada
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138 l
capaz de socavar los cimientos de la moral y de la religión (el mal uso de
la razón) de una aceptación ilustrada de los prejuicios y los errores en la
búsqueda de garantizar y guarecer estos cimientos (el buen uso de la razón).
Para poder comprender el sentido profundo que Mendelssohn otorga
a este buen o mal uso de la ilustración, en el marco de la destinación del
ser humano como concepto clave de su análisis, es posible remitirse a un
debate que tuviese lugar entre él y su amigo Gotthold Ephraim Lessing,
donde se pone en juego el problema del llamado “progreso” de la razón en
su relación con la moral, la religión y la historia, y que permitirá entrever
la radicalidad del proyecto ilustrado de Mendelssohn. Para ello, se analizará,
en primer lugar, la propuesta de Lessing sobre el avance de la ilustración en
el marco de su concepción progresiva de la historia. En segundo lugar, se
reconstruirán las críticas de Mendelssohn a dicha concepción a partir de tres
ejes de análisis: la desnaturalización de la metáfora del crecimiento y su uso
para referirse al progreso de la historia, la asociación del concepto de progreso a su esquema formal como singular colectivo, y la relación aporética
entre progreso y decadencia.Tal reconstrucción permitirá descubrir cómo la
advertencia mendelssohniana de un buen o mal uso de la ilustración, antes
que un llamado a la mera conservación del orden instituido, expresa un enfrentamiento más profundo contra un proceso de secularización que, en su
afán universalista del progreso de la razón, puede promover formas de intolerancia o persecución religiosa. Frente a ello, Mendelssohn reinterpretará la
noción de Bestimmung des Menschen con vistas a una defensa de la tolerancia
y pluralismo religioso, lo que parece promover una comprensión alternativa
de la ilustración.
2. El perfeccionamiento del ser humano bajo el progreso de la
razón: Lessing y la educación del género humano
E
n el campo de la historia de los usos lingüísticos, Koselleck
(2004) explica cómo surge el concepto de progreso en la modernidad en base a tres ejes de análisis. Por una parte, remite a la desnaturalización de la metáfora del crecimiento. Considerada literalmente, la metáfora
natural del crecimiento en la Antigüedad supone, en todos los casos, una
decadencia final inevitable. Esta decadencia final inevitable equivale a un
constante envejecimiento del mundo natural hasta su culminación definitiva.
En contraste con ello, en el siglo XVIII emerge un concepto de progreso
que representa un horizonte abierto en el que el mundo es entendido como
una fuente en constante descubrimiento mediante la aplicación del método
científico y del buen uso de la razón. “De la educación divina del pueblo se
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transitó hacia el autocultivo de todos los seres humanos dotados de razón”
(Koselleck 2004: 103). De esta manera, la comparación con la edad deja de
resultar adecuada para una descripción acabada del progreso del ser humano.
La razón comparte los rasgos de la juventud y la madurez.
Por otra parte, el desarrollo del concepto de progreso en la modernidad se vincula a su esquema formal como singular colectivo y como concepto guía a nivel histórico. El concepto de progreso se formó en tres fases
superpuestas. En primer lugar, el sujeto del progreso se universalizó. No se
habla de progresos en ámbitos delimitables (progreso de la ciencia, la técnica,
el arte, etc.) sino que el sujeto se extendió hasta convertirse en un agente
de pretendida universalidad, se trataba del progreso de la “humanidad” (Koselleck 2004: 106). En segundo lugar, “poco después se empieza a hablar de
‘progreso del tiempo’ y de ‘progreso de la historia’. De las historias de los
progresos particulares se pasa al progreso de la historia” (Koselleck 2004:
107). Y, en tercer lugar, adentrados en el siglo XIX, la expresión se independiza y se refiere simplemente al “progreso”.
Y, por último, la historia conceptual de la noción de progreso estaría
asociada a una aporía del progreso/decadencia y a la noción de perfeccionamiento. En el siglo XVIII comienza la lenta sustitución del concepto de
perfection por el de perfectionnement, de un fin se pasa a una categoría que
refiere a un movimiento procesual. El horizonte cerrado que caracterizaba
a las teologías reveladas es reemplazado por un futuro terrenal abierto vinculado a la conciencia humana que confiere una dirección y un sentido al
despliegue histórico. La forma en la que opera este novedoso concepto de
progreso admite una relación aporética con la noción de decadencia y de
retroceso. El progreso del progreso es aquel que supera cualquier clase de
retroceso y, simultáneamente, retroceso y decadencia representan instancias
necesarias para que el progreso adquiera un mayor impulso.
Ahora bien, es necesario comprender cómo se articulan estos aspectos
del concepto de “progreso” en la propuesta de Lessing, en especial, en La
educación del género humano y en Nathan, el sabio, obras coetáneas al breve
texto de Mendelssohn de 1784.
La educación del género humano fue publicada en 1780, tan solo un
año después del célebre drama Nathan, el sabio (1779), como parte de un
proyecto racional ilustrado en el que Lessing intentó componer una oda
a la tolerancia interreligiosa. Varios de los problemas que se abordan en La
educación del género humano ya se encontraban desarrollados de manera alegórica y prematura en Nathan, el sabio. El escándalo desatado por las opiniones del patriarca y del templario acerca de la educación de Recha (hija
adoptiva de Nathan, de supuesto origen cristiano y educada por un judío)
o la respuesta persuasiva de Nathan ante las intrigas de Saladino apelando
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140 l
a la parábola del anillo, son algunos de los ejemplos de esta anticipación.
Precisamente, en estos dos acontecimientos puntuales, los paralelismos se
hacen más evidentes. Por un lado, la versión de la parábola del anillo que nos
ofrece Nathan concluye con la intervención de un juez que exhorta a los
tres hermanos, representaciones metafóricas de las tres religiones del Libro, o
bien a evaluar la posibilidad de que los tres anillos sean falsos, o bien a aceptar
que la herencia de su padre consiste en reconocer que los tres son igual de
amados y virtuosos frente a los ojos de Dios. La última interpretación, la que
convence finalmente a Saladino, se enmarca en aquel proyecto ilustrado de
la tolerancia que Lessing propone como alternativa al pasado violento del
cristianismo. Del mismo modo, una operación similar se aplica a la figura de
la hija adoptiva de Nathan. En Recha se condensan estos mismos propósitos,
de donde se sigue que Nathan pueda afirmar taxativamente que: “Ella, está
hecha y educada para ser el orgullo de cualquier casa, de cualquier creencia”
(Lessing [1779] 2009: 115).
En su artículo “The Philosophical Jew and the Identity Crisis of
Christianity in Lessing’s Nathan the Wise” (2016), David Price sostiene que
la intención que rodea a la publicación de Nathan, el sabio no era otra que
la de producir una desestabilización en la identidad del cristianismo antiguo mediante su oposición al personaje dramático del judío filósofo. Esto
permitiría redefinir al cristianismo más allá del horizonte exclusivista de
la ortodoxia y de su pasado histórico ligado a la violenta persecución del
judaísmo. Un objetivo similar cumpliría la publicación de los Fragmentos de
Wolfenbüttel (1774-1778). Con razón, los cristianos ortodoxos tradicionales
leyeron inicialmente Nathan, el sabio como una secuela de la furiosa querella suscitada por los Fragmentos de Wolfenbüttel. La publicación en cuestión
constó de una serie de extractos de un extenso libro manuscrito redactado
por Hermann Samuel Reimarus que sentarían las bases de lo que Albert
Schweitzer designaría como “la búsqueda del Jesús Histórico”. Reimarus
había muerto en 1768, dejando su obra acumulando polvo en los anaqueles
de su biblioteca. Pero poco después de que sus hijos consultaran a Mendelssohn, quien leyó con mucho interés la obra, y se acercaran en secreto a
Lessing, este último decidió publicar varios extractos sin mencionar al autor.
Elise, hija de Reimarus y amiga de Lessing, manifestó su ferviente esperanza
de que la investigación de su padre aceleraría la desaparición del cristianismo
ortodoxo. Mientras que Lessing dejó en claro en varias notas editoriales
que no acordaba en todos los detalles del análisis de Reimarus, también
reconoció que la agenda de Reimarus arremetía contra la confiabilidad de
la Biblia cristiana y, aún más controvertidamente, contra la integridad de la
Biblia en general. El proyecto de Reimarus no era neutral, su objetivo estaba
más que claro: liberar a las mentes cristianas de sus supersticiones religiosas,
LEONEL SERRATORE - Moses Mendelssohn y Gotthold Ephraim Lessing l 135-154
incluido los supuestos fraudes de los apóstoles de Jesús, para dar lugar a una
teología natural derivada de la mera razón. Lessing era consciente de que,
con la publicación de los fragmentos de Reimarus, avalaba sus ofensivas
hacia el cristianismo bíblico. Como refleja Jacob Taubes:
Lessing se encuentra en medio del fragor de la batalla de las cosmovisiones,
entre el iluminismo racionalista, el pietismo ilustrado, la ortodoxia protestante y los primeros puntos de arranque del idealismo alemán. En Lessing la
pregunta por la esencia de la historia se plantea en forma consciente ¿cómo
se relaciona el cristianismo ahistórico de la razón con el desarrollo histórico
del cristianismo? [...] En la parábola de los anillos, Lessing hace confluir
todos los afluentes históricos a la cuenca de la religiosidad de Nathan. Lessing
edita asimismo los Fragmentos de Wolfenbüttel. En estos fragmentos, Reimarus
destruye definitivamente los cimientos de la escatología del cristianismo antiguo, en la medida en que aísla al Jesús Histórico de la idea de Cristo y
coloca la figura histórica de Jesús en la historia (Taubes 2010: 170).
Ahora bien, aunque la inspiración histórica para el papel del judío
filósofo es conocida por todos, su amigo Moses Mendelssohn, Price concluye que:
l 141
El problema de Lessing es que no describió al judaísmo como algo particularmente judío. Nathan no se refiere a ninguna ley, ritual, costumbre, oración,
festividad, rabino o erudito judío. Es judío, sin duda, y ha sufrido una persecución inimaginable, pero su teología personal no se extiende explícitamente
más allá de la aceptación de la existencia de Dios, la divina providencia y la
necesidad moral de una intervención benevolente para los demás (caridad)
(Price 2016: 204).
En otras palabras, las tentativas de Lessing por redefinir el cristianismo
exhiben sus dificultades históricas para alcanzar una representación conveniente del judaísmo tradicional. Pero aquello que, en Nathan, el sabio es un
teatro, en La educación del género humano adquiere un orden más sistemático.
Al comienzo del texto, Lessing establece una analogía entre “revelación” y
“educación”. La educación es al individuo lo que la revelación es al género
humano: “La educación es la revelación que le acontece al individuo; y la
revelación es la educación que le ha acontecido al género humano y todavía le acontece” (Lessing [1780] 2018: 114). Continuando con el legado
de Joaquín de Fiore, Lessing distingue tres etapas en el progreso de la historia
según la educación proporcionada por el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y, finalmente, el Evangelio Eterno. Señala al respecto:
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Quizás sus tres edades del mundo no era una especulación tan vacía; y sin
duda no tenían ningún mal propósito cuando enseñaban que el nuevo
testamento llegaría a ser tan anticuado como había llegado a serlo el antiguo. Según ellos, siempre permanecía la misma economía del mismo Dios.
Siempre, para decirlo en mi lengua, el mismo plan de la educación universal
del género humano. (Lessing [1780] 2018: 140)
142 l
La primera etapa se corresponde con la infancia y su libro elemental
es el Antiguo Testamento. Dios no entrega inmediatamente la Revelación a
toda la humanidad, sino que escoge a un pueblo como vehículo social para
que esta llegue más tarde al resto de las naciones. En palabras de Lessing, elige
al pueblo más bruto y rústico, al pueblo israelita. A los israelitas les es revelado
el único concepto de Dios que pueden captar desde su intelecto demasiado
infantil: el concepto de un Dios Omnipotente. No obstante, esta idea de
Dios está todavía muy por debajo del “verdadero concepto trascendental
de unicidad, que la razón recién mucho más tarde aprendió a deducir con
seguridad del concepto de infinito” (Lessing [1780] 2018: 117). Sin dudas,
esto último apunta a la tesis fundamental que Lessing pretende sostener en
La educación del género humano, a saber: que la razón puede por sí misma conseguir más de lo que la Revelación propone.
La educación del pueblo israelita, afirma Lessing, se adapta a su carácter infantil, es una educación basada en un sistema de premios y castigos
inmediatamente sensibles. Al pueblo elegido le es imposible pensar la vida
más allá de la dimensión mundana. Los israelitas ignoran el conocimiento
acerca de la inmortalidad del alma:
También aquí se entrelazan la educación y la revelación. Revelarle ya estas
cosas, a la altura de las cuales su razón no estaba todavía, no hubiese sido, por
parte de Dios, más que incurrir en el error del pedagogo apresurado, que
prefiere precipitar al niño y jactarse de él, más que enseñarle con detenimiento. (Lessing [1780] 2018: 118).
Pese a que los israelitas no conocen la inmortalidad del alma, sí manifiestan la creencia en un Dios que promueve la fijación de un destino temporal permanente para su pueblo. El fin de que Dios escogiese a este pueblo
inculto reside en que a partir de su educación se forjen, al mismo tiempo,
educadores para los demás pueblos.
La segunda etapa histórica corresponde a la juventud y el libro elemental esta vez es el Nuevo Testamento. A diferencia de la primera etapa, las
leyes que regulan y guían a los seres humanos prometen penas y recompensas
en el ultramundo. La figura central es el Hijo encarnado y redentor. Nue-
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vamente, Lessing insiste en entrelazar educación y revelación, y afirma que
cuando el niño llega a una cierta edad requiere otra clase de libros. “Debe
venir un pedagogo mejor y quitarle de las manos al niño el libro elemental
ya agotado. Vino Cristo” (Lessing [1780] 2018: 130). Lo que importa de
Cristo a esta economía de la educación es un conocimiento acerca de la
inmortalidad del alma, no como un asunto de especulación filosófica sino
como una regla práctica de las propias acciones.
Por último, la tercera etapa corresponde a la madurez y aquí el ser
humano ya no cuenta con libros elementales, más bien de lo que dispone es
del Evangelio Eterno. Es el mismo espíritu de la razón el que transforma la
verdad revelada en pura verdad racional.
En resumen, el uso de la metáfora del crecimiento en Lessing implica un tránsito de la niñez hacia la adultez en conformidad a un esquema
tripartito de la historia. Esta periodización obedece a un proceso constante
de secularización de un orden escatológico a un orden racional. De ahí que
se identifique a la infancia con la historia del pueblo judío, a la etapa intermedia con la historia del cristianismo y a la madurez, tras la revelación del
Evangelio Eterno, con un estadio racional aún por venir. El progreso en la
historia, esto es, el avance de una etapa a la siguiente, está dotado de las notas
características de un devenir pedagógico cuyo sujeto del cambio histórico
no es otro que el género humano. Este, al igual que cualquier educando,
asimila gradualmente las fuentes elementales de la revelación, que le sirven
como guía para su perfeccionamiento, hasta lograr servirse del propio entendimiento. Por lo tanto, el sentido histórico responde al ritmo de una marcha
ininterrumpida hacia una racionalidad humana que a cada etapa superada
goza proporcionalmente de una mayor autonomía.
Para Lessing, el último estadio supone que el autoperfeccionamiento
del género humano ya no esté supeditado a misteriosas causas finales sino
a la naturaleza humana misma. Se trata de una denuncia antiteleológica
ilustrada que deposita la confianza en la razón como medio para conquistar
la autonomía moral y erradicar la subordinación a un futuro que no depende enteramente de nuestra voluntad. Así como en estadios previos, los
principios morales dependían de una determinada concepción de Dios a
la que el ser humano atribuía una noción cada vez más perfecta de unidad,
la etapa que corresponde a la completa ilustración del género humano no
puede prescindir de la misma. La concepción de Dios que fundamenta la
actitud práctica de la mayor autonomía moral posible es, como señala Solé,
“la de la máxima unidad en que se encuentran Dios y el mundo” (Solé
2011: 95).
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3. Mendelssohn y los límites del progreso
L
144 l
a perplejidad de Mendelssohn ante el empleo de fuentes escatológicas cristianas por parte de su amigo Lessing se tradujo en una
serie de críticas mordaces a su noción de progreso en la historia. Considerando los ejes de análisis propuestos por Koselleck, se estaría en condiciones
de reconstruir rápida y sucintamente estas críticas. Por un lado, la metáfora
del crecimiento en Mendelssohn yace totalmente desnaturalizada. Ni la
juventud ni la adultez conforman por sí mismas descripciones adecuadas
para el sentido del progreso. Mendelssohn reconoce que el progreso depende directamente de cada pueblo y de cada región, e incluso va más allá
puesto que, en principio, dependería primordialmente de cada individuo. Es
que a diferencia de Lessing que presentaba al género humano como sujeto
del cambio histórico, Mendelssohn parte del individuo bajo las consideraciones de una tipología de progreso atravesada por las destinaciones del ser
humano y del ciudadano. Finalmente, Mendelssohn niega el ritmo constante que Lessing le imprime al progreso y reafirma una dialéctica entre
progresos y retrocesos.
Sin embargo, resulta un ejercicio aún más complejo dilucidar las implicancias morales, religiosas y hasta políticas implícitas en la polémica entre
Mendelssohn y Lessing. De ahí que hacer énfasis en las críticas contenidas
en Jerusalem o acerca del poder religioso y judaísmo (1783) suponga una perspectiva limitada. Más bien, habrá que explorar otros textos más tempranos
y posteriores en la extensa trayectoria de Mendelssohn para indagar cómo
estas críticas a la concepción histórica de Lessing se encuentran íntimamente
asociadas a sus desarrollos sobre la Bestimmung del ser humano, a la distinción
entre el uso correcto y el uso incorrecto de la razón; y a la propuesta de un
modelo de pluralismo religioso opuesto a la amenaza que representa para los
fundamentos morales del ser humano, un progreso ilimitado de la ilustración
cuya meta final no evita sustentarse sobre la base de un proceso de interiorización de la revelación que finalmente logre prescindir de ella.
En su artículo de 1784 Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar?, tal
como se expuso previamente, Mendelssohn considera que un defensor de
la ilustración debe estar dispuesto a actuar con prudencia y a ser precavido
ya que “es difícil pero no imposible encontrar la frontera que divide el uso
del mal uso” (Mendelssohn [1784] 2018: 237). Es decir, el límite que separa
una avanzada desmesurada capaz de socavar los cimientos de la moral y la
religión (el mal uso de la razón) de una aceptación ilustrada de los prejuicios
y los errores en la búsqueda de garantizar la integridad de estos cimientos
(el buen uso de la razón). Esta prudencia mendelssohniana ya se advertía en
sus reflexiones sobre la dinámica del proceso histórico y se ejemplificaba fre-
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cuentemente en su desconfianza hacia la marcha indefinida y constante del
progreso. Así, en Jerusalem o acerca de poder religioso y judaísmo, Mendelssohn,
en primer lugar, cuestiona irónicamente las fuentes de Lessing y la analogía
que este establece entre “revelación” y “educación”. Para Mendelssohn la
metáfora del crecimiento no supone el mismo sentido que para Lessing:
En el fondo, si vale la metáfora, el género humano es, en casi todos los siglos,
a la vez niño y adulto, solo que en diferentes lugares y regiones del mundo.
Aquí en la cuna, se amamanta el pecho o vive de nata y leche; allá, ya más
adulto, consume carne de vaca; y en otra parte, envejecido, vuelve a quedarse sin dientes [...] Cada uno recorre su propio camino en la vida; a este
el camino lo lleva entre flores y prados; a aquél, por regiones desiertas o por
escarpadas montañas y precipicios peligrosos. Pero todos prosiguen su viaje
y recorren su camino hacia la felicidad, a la que están llamados. Ahora bien,
no me parece que haya sido intención de la Providencia que la totalidad, la
humanidad de aquí abajo, a lo largo del tiempo, siempre vaya hacia delante y
deba alcanzar su plenitud. (Mendelssohn [1783] 1991: 169)
En segundo lugar, algo que está expuesto tanto en Jerusalem o acerca de
poder religioso y judaísmo como en Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar?
es la cuestión de que los pueblos del mundo presentan distintos grados de
ilustración y de cultura. Esto está íntimamente vinculado con las diferencias
entre el uso de la metáfora del crecimiento en Lessing y en Mendelssohn
puesto que mientras que, para el primero, la analogía de la educación del
individuo y la revelación a la humanidad termina involucrando el uso del
colectivo singular “género humano” de un modo uniforme, en cambio, para
el segundo no se puede hablar del “género humano” puesto que existen variaciones entre pueblos en función de sus grados de cultura e ilustración que
se correlacionan inmediatamente con las destinaciones de cada ser humano
considerado individualmente.
Y, en tercer lugar, la concepción histórica de Mendelssohn se ajusta
más a la aporía del progreso/retroceso. No hay marcha ininterrumpida del
género humano, ni tampoco un avance en constante proyección hacia adelante. Por el contrario, se experimentan retrocesos:
Respecto del género humano en conjunto, no encontramos ningún progreso
constante en la formación que se acerque cada vez más a la plenitud. Más
bien, vemos al ser humano en conjunto hacer pequeñas oscilaciones y nunca
dio pasos adelante sin inmediatamente después, a doble velocidad, volver a su
estado anterior (Mendelssohn [1783] 1991: 170).
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Con los elementos hasta ahora dispuestos, la concepción del progreso
de la ilustración en Lessing aparece como resultado de esta marcha intrépida
de la historia, donde el judaísmo se termina identificando con lo infante,
lo atrasado, lo prescindible. Sus escrituras y su culto han de ser superados,
primero por el cristianismo, luego por la unidad definitiva del Nuevo Evangelio Eterno. Contra esta amenaza escribe Mendelssohn, interpretando la
desmesura del progreso como un peligro al pluralismo religioso y, con esto,
al judaísmo tradicional. Ahora bien, para rastrear las premisas de la argumentación de Mendelssohn en favor del pluralismo religioso es preciso, por una
parte, retroceder unas cuantas líneas en Acerca de la pregunta: ¿Qué significa
ilustrar? para situarse en el terreno de la Bestimmung del ser humano como
una tarea de perfeccionamiento del individuo tanto en su esfera singular
como en su carácter de miembro del conjunto de la ciudadanía, en contraposición al postulado de un desarrollo inexorable hacia el cual la especie en
su totalidad se ve dirigido. Y, por otra parte, recuperar las influencias de la
metafísica de Leibniz en la obra de Mendelssohn respecto de su tratamiento
de las verdades religiosas.
146 l
4. La destinación del ser humano en Mendelssohn frente al
progreso en Lessing
D
urante las últimas décadas del siglo XVIII, el discurso acerca de
lo que significa vivir como ser humano surge bajo la fórmula de
la Bestimmung. El término alemán Bestimmung aparece para designar a la “destinación” del ser humano, aunque también sirve, lingüísticamente hablando,
para hacer referencia a sus “determinaciones”. Se trata de un concepto que
comienza a difundirse mediante las publicaciones e intercambios epistolares
de una serie de autores alemanes pero que adquiere mayor relevancia a partir
de 1748 con la publicación del folleto de Spalding titulado Die Bestimmung
des Menschen1. En palabras del propio autor, se trata de un “libro de edificación moral” (Spalding 1794: 4) que describe a modo de narración personal
el curso reflexivo de un ser humano que ha emprendido “desde el principio,
la investigación de lo que se supone que debe ser” (Spalding 1794: 4) por
medio de un autoexamen secuencial que abarca la gratificación sensual, los
placeres mentales, el virtuosismo, la religiosidad y la vida futura inmortal.
Spalding describe el proceso de una existencia humana que, iniciando en
1 La primera tirada aparece en 1748 pero luego se publicaron trece ediciones diferentes hasta su versión definitiva de 1794.
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los placeres sensuales, posteriormente incorpora los placeres intelectuales en
el objetivo de su vida y de ahí en más se aproxima al reconocimiento de las
formas de vida ético-jurídicas del resto de los seres humanos, para concluir
más adelante en un giro hacia Dios y, finalmente, a una vida llevada en la
firme expectativa de la inmortalidad individual. El meditador ficticio de su
folleto pregunta sobre el “propósito principal de mi vida” (Spalding 1794:
114) y en los sucesivos pasajes explicita que el destino, el fin y la esencia de
la naturaleza humana se manifiestan en términos personales e individuales
como “mío”.
La recepción de la obra de Spalding en Mendelssohn tiene un primer
episodio en 1764, cuando escribe una defensa de la obra contra los ataques
de un amigo suyo, el filósofo Thomas Abbt, titulada Orakel, über die Bestimmung des Menschen. Después de la muerte de Abbt, Mendelssohn clarifica
aún más su posición en su correspondencia de 1782 con August Hennings y
se dedica centralmente al tema en Acerca de la pregunta ¿Qué significa ilustrar?
Así como Mendelssohn actúa en tanto defensor de la obra de Spalding,
también la reinterpreta. Mientras Spalding se ocupaba de la destinación del
ser humano, rastreando los posibles candidatos a tal destinación (sensualidad,
virtuosidad, etc.), Mendelssohn introduce la idea de desarrollo como parte
constitutiva de la Bestimmung mediante el concepto de “formación” (Ausbildung). Para Mendelssohn, la destinación propia del ser humano en este
mundo terrenal la constituye la formación de las capacidades del alma de
acuerdo a los planes de la Providencia. En Orakel, über die Bestimmung des
Menschen, Mendelssohn continúa precisando aún más su concepto de Bestimmung en base a la distinción entre una destinación del ser humano en
tanto ser humano y una destinación del ser humano como ser creado. Esta
última es la que el ser humano comparte con todas las demás criaturas y
consiste en cumplir con los designios de la Providencia. Por el contrario, la
destinación específicamente humana radica en la capacidad de alcanzar un
grado mayor de perfeccionamiento a través de la práctica. Donde “práctica”
no denota un ejercicio repetitivo de capacidades ya adquiridas, sino una
formación continua de capacidades que se irán desarrollando en el tiempo.
De este modo, Mendelssohn subordina la perfección humana a la necesidad
de una autoformación permanente. El ser humano nunca está formado de
antemano, sino que debe formarse a sí mismo. El perfeccionamiento es una
tarea que, aunque implique el llamado de la Providencia, no deja de ser una
labor autoformativa persistente, siempre abierta en el horizonte de cada uno
de los seres humanos. Además, el objetivo del autoperfeccionamiento no
consiste en lograr un tipo ideal de ser humano idéntico y universalmente
válido como en el caso de Lessing. Esta ausencia de un meta uniforme se
justifica tanto en la incapacidad subjetiva del ser humano para conocer y rea-
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lizar un fin tan perfecto, como en la falta concreta de tal finalidad en el plan
divino sobre el mundo terrenal. La duración del perfeccionamiento fluctúa
de un ser humano a otro y, por ello, no se puede hablar análogamente de un
perfeccionamiento de la “especie humana” sino que se debe restringir al ser
individual.
En Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar? Mendelssohn complementa, a través del concepto de ilustración, esta destinación del ser humano
en tanto ser humano con la destinación del ser humano en tanto ciudadano.
Para Mendelssohn se da una asociación necesaria entre la ilustración de las
naciones y las destinaciones del ser humano. Así pues, el grado de ilustración
de una nación es directamente proporcional a los conocimientos que posee,
a cómo estos se relacionan con las destinaciones del ser humano y del ciudadano, a cómo se propagan por todos los estamentos y a cómo se adecúan
a las diferentes profesiones. No obstante, la ilustración del ser humano y
la del ciudadano pueden, tal como se expuso, entrar en conflicto cuando
determinadas verdades que son útiles para el ser humano en tanto que ser
humano, pueden ser perjudiciales para él como ciudadano. En este sentido
afirma que:
148 l
Cuando es imposible difundir ciertas verdades que son útiles y adornan a los
seres humanos sin que esto implique la destrucción de los fundamentos de
la religión y de la moral que se encuentran en él, entonces el promotor de la
ilustración que ama la virtud procederá con cuidado y precaución, y preferirá
soportar el prejuicio (Mendelssohn [1784] 2018: 237).
Cabe preguntarse qué sería exactamente lo que podría constituir
una amenaza para los fundamentos de la religión y de la moral de los seres
humanos y, por lo tanto, exige una limitación al progreso de la ilustración.
Sin dudas existen muchas respuestas alternativas, aunque si se atiende a la
caracterización de la noción de progreso en la obra de Lessing es posible
discriminar al menos una de ellas. Se trata del peligro inminente de la
unidad final como expresión de una identidad del género humano que
no incluye a las costumbres y a los valores del judaísmo tradicional ni a
los de ningún otro tipo de creencia. Y que se ubica en la misma estela que
la tercera etapa de la periodización de la historia de La educación del género
humano, esto es, en la culminación de un proceso de asimilación progresiva
a una verdad universal que anula las representaciones singulares de cada religión. Allí reside la apuesta de Mendelssohn por un modelo que implique
exactamente lo contrario, un pluralismo religioso circunscripto a los designios de la Providencia.
LEONEL SERRATORE - Moses Mendelssohn y Gotthold Ephraim Lessing l 135-154
5. Mendelssohn y la defensa del pluralismo religioso
E
n su artículo “Moses Mendelssohn’s Metaphysical Defense of
Religious Pluralism” (2013) Gottlieb explica, coincidiendo en
ciertos aspectos con el diagnóstico de Price, que las religiones monoteístas
cuentan con una historia muy sangrienta a causa de la acentuada violencia
de sus creencias exclusivistas que contrastan, en gran manera, con la posibilidad de una traducción intercultural subyacente a la tolerancia del modelo
politeísta. Sin embargo, el monoteísmo también presenta otra faceta, la afirmación de una verdad religiosa universal susceptible de propiciar la unidad
del género humano. Varios de los autores alemanes del siglo XVIII, como
es el caso de Lessing, escriben en esta sintonía. Al contrario de la mayoría,
Mendelssohn desconfía enormemente de esta unidad y prefiere afrontar una
defensa de la diversidad religiosa. La tesis que Gottlieb esgrime a favor del
pluralismo religioso en Mendelssohn muestra que:
En la teoría de Mendelssohn, la defensa del pluralismo religioso se basa en
su convicción de que las verdades metafísicas pueden conocerse, pero no
pueden significarse adecuadamente en el lenguaje. En consecuencia, dada la
multiplicidad de lenguajes humanos, los diferentes grupos religiosos naturalmente significan verdades metafísicas de diversas maneras. Para Mendelssohn,
las representaciones múltiples de la verdad religiosa ayudan a impedir que las
personas imaginen que sus símbolos religiosos particulares significan adecuadamente lo incondicional (Gottlieb 2013: 100).
Esta tesis de Gottlieb consta de al menos tres pasos argumentativos.
El primer paso consiste en afirmar que los signos utilizados para expresar
verdades metafísicas son convencionales o arbitrarios, de lo que se desprende
la inadecuación de cualquier signo utilizado para representar a Dios. Mendelssohn escribe Jerusalem, o acerca del poder religioso y judaísmo como respuesta a una carta anónima, en la cual su interlocutor celebraba con mucho
entusiasmo sus críticas a la coerción religiosa, pero, a la vez, manifestaba
que esta coerción era una propiedad distintiva del judaísmo histórico. En
contrapartida, según el interlocutor anónimo, el cristianismo representaba
una religión pura y racional, y esto demandaba una nueva versión del judaísmo, más ilustrada, con un contenido más idéntico al del cristianismo,
que admitiera la viabilidad de una fusión entre ambas religiones en vistas a
la realización de las expectativas mesiánicas. Mendelssohn replica estas suposiciones demostrando que el judaísmo, correctamente interpretado, no
implica coerción y rebate el llamado de su interlocutor anónimo a la unidad
religiosa:
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l 149
Algunos pretenden hacernos creer que, si todos nosotros tuviéramos una sola
fe, ya no podríamos odiarnos a causa de la fe, de la diversidad de las opiniones;
que se cortaría de raíz y se arrancaría el odio religioso y el afán de persecución,
y que se arrancaría de las manos de la hipocresía el látigo y del fanatismo la
espada, e irrumpirían los días felices, según aquellos: el lobo cohabitará junto al
cordero y el leopardo junto a la cabra. (Mendelssohn [1783] 1991: 271)
150 l
La unidad religiosa obstaculiza la libertad de la conciencia. Para Mendelssohn, esto se debe a que las personas representan de maneras diferentes las
verdades religiosas. Es una característica de la mente humana que las personas
piensen distinto e intentar erradicar las diferencias religiosas es una empresa
ilusoria para disimular la existencia de diferencias reales y concretas. Las formas
en que los seres humanos conceptualizan la verdad religiosa explican esta
diversidad. Mientras el conocimiento matemático procede por análisis cuantitativo empleando signos “esenciales” o “naturales”, el conocimiento metafísico lo hace mediante un análisis cualitativo. Analizar las cualidades equivale
a distinguir atributos intrínsecos de una cosa por vía de la intelección, es decir,
no se trata de un procedimiento a través de los sentidos. De ahí que exista una
heterogeneidad elemental entre pensamientos (conceptos) y las palabras que
se usan para significar esos conceptos. A esto Mendelssohn denomina signos
“arbitrarios” o “convencionales”. Aunque las palabras fueran formas rígidas,
su significado es mutable, cambia con el tiempo en función de los diferentes
usos. Fijar conceptos eternos a palabras puede prestar a confusiones ya que
en la medida en que cambia el significado de una palabra, la comprensión
del concepto por parte de las personas puede distorsionarse. En definitiva,
si bien para Mendelssohn se pueden conocer ciertas verdades metafísicas, es
decir, podemos saber que Dios existe, es omnipotente, etc., considerando la
naturaleza infinita de Dios y la finitud de la mente humana, no es posible ni
comprender ni expresar adecuadamente en el lenguaje los atributos de Dios.
El segundo paso parte de una premisa según la cual Mendelssohn
sostiene que todas las religiones, pese a ser representaciones diferentes de
la verdad religiosa, coinciden en sus compromisos metafísicos básicos; y el
responsable de esta correspondencia no es otro que el sentido común. Mendelssohn afirma que para reconocer las verdades de la religión natural no
se necesita la razón discursiva; con el sentido común es suficiente. En base
al sentido común, se puede determinar que incluso aquellas naciones que
adoran otros dioses aceptan la omnipotencia de Dios. Mendelssohn toma el
ejemplo de los “filósofos” indios. Compara dos imágenes, la de Dios ordenándole a Moisés que coloque en el Tabernáculo el Arca de Alianza, una caja
de oro con dos querubines encima; y la de los “filósofos” indios que narran
que el mundo está en equilibrio sobre la cabeza de una serpiente y que la
LEONEL SERRATORE - Moses Mendelssohn y Gotthold Ephraim Lessing l 135-154
serpiente descansa sobre el lomo de una tortuga (Gottlieb 2013: 110). En
ambas imágenes lo que está en juego en realidad es la manifestación de una
misma verdad metafísica: la Divina Providencia.
En este segundo paso surge la siguiente pregunta: si las religiones
politeístas y monoteístas pueden llegar a compartir compromisos metafísicos
básicos y lo que las distingue son las diferentes formas inadecuadas con las
que expresan verdades religiosas a través del lenguaje, entonces, ¿qué constituiría el error religioso? O, en otras palabras, ¿qué es idolatría? Además, hasta
ahora está demostrada la existencia de un pluralismo religioso, pero aún no
se ha demostrado por qué este debe persistir y no puede ser reemplazado por
una unidad de la religión.
En el tercer paso, se resuelven estos interrogantes. Mendelssohn
postula que la diversidad religiosa es el plan y propósito de la Providencia:
¡Hermanos! Si los que os mueve es la verdadera beatitud, no permitáis que
falsemos ningún acuerdo, cuando la diversidad es manifiestamente el plan y
la meta de la Providencia. Nadie de nosotros piensa y siente por completo
como su prójimo ¿por qué queremos, pues, engañarnos mutuamente con
engañosas palabras? (Mendelssohn [1783] 1991: 275)
Según Altmann (1973), la mayoría de estas ideas de Mendelssohn provienen de su intercambio con el barón Karl Theodor von Dalberg. Dalberg
había sostenido que la ley que gobierna la coexistencia de las cosas en el
mundo es una tendencia universal a la búsqueda de la perfección mediante el
esfuerzo de la asimilación de unas sobre otras. Esta acepción del término “asimilación” no termina de convencer a Mendelssohn por lo que establece una
distinción entre “unidad” (Einheit) e “identidad” (Einerleiheit). La unidad implica una conexión de lo múltiple, en cambio, la identidad cancela lo múltiple.
La unidad de la realidad será mayor cuanto más plural sea la multiplicidad y
cuanto más estrecho sea su vínculo. Cuando la conexión resulta lo suficientemente armoniosa, la unidad se convierte en perfección. En este punto, Mendelssohn se distancia de Dalberg. Comparte con él que las cosas tienden a la
perfección, pero, mientras Dalberg plantea que la asimilación en el sentido de
la identidad constituye la perfección, Mendelssohn sigue a Leibniz y sostiene
que la conexión armoniosa de lo múltiple configura la auténtica perfección:
Para Mendelssohn, lo que constituye la conexión “armoniosa” de lo múltiple
es el hecho de que todos los seres tienen un único propósito final, a saber, la
tendencia a buscar la perfección. En la medida en que los seres finitos representan el impulso común hacia la perfección que une a todos los seres, ellos
mismos se vuelven más perfectos. Así, mientras que para Dalberg la tendencia
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de las cosas es hacia la identidad real (identidad propia), para Mendelssohn
la tendencia de las cosas es hacia una identidad ideal: el reconocimiento
universal del propósito único que une a todos los seres (Gottlieb 2013: 114).
152 l
Ahora resta explicar cómo Mendelssohn concilia este principio de
conexión armoniosa en la “unidad” con la existencia de representaciones
heterogéneas de la verdad religiosa. Si la diversidad religiosa es el plan de
la Providencia, Mendelssohn, como un genuino leibniziano, atribuye a la
Providencia una función de maximizar la perfección. Cuando Leibniz sostenía que la mente de Dios piensa muchos mundos posibles y que quiere
que exista el más perfecto de entre todos ellos, estaba también pensando que
el mundo más perfecto es aquel que dispone del máximo número de seres
más perfectos. Siendo la perfección una función posesiva de las representaciones más claras y distintas de la realidad. El pluralismo religioso refleja
la perfección de la Divina Providencia en la medida en que contribuye a
prevenir la idolatría. La idolatría es el resultado de considerar los propios
símbolos metafísicos como signos adecuados de lo divino. Contrariamente,
la diversidad religiosa ayuda a comprender que cualquier signo utilizado para
representar a Dios es siempre arbitrario e inadecuado, debilitando las inclinaciones a divinizar símbolos particulares y específicos. Esta es la razón por
la que Mendelssohn se opone a una unión de religiones:
El pluralismo religioso es un valor en la medida en que protege contra la tendencia a distorsionar la verdad religiosa pensando que puede representarse de
manera perfectamente adecuada mediante signos sensibles. De esta manera,
la diversidad religiosa promueve la perfección humana (Gottlieb 2013: 118).
La argumentación de Gottlieb habilita a pensar la defensa del pluralismo religioso de Mendelssohn como una crítica a la unidad definitiva a la
que aspiraban muchos de sus contemporáneos, entre ellos, Lessing. Está claro
que la visión que Lessing presenta del progreso apunta, en su último estadio,
a una interiorización de la revelación que anule la heterogeneidad religiosa
en aras de un proyecto idéntico y unitario para la humanidad en su conjunto.
6. Conclusión
E
n Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar? Mendelssohn advierte sobre un buen y mal uso de la ilustración, haciendo especial hincapié en la destinación (Bestimmung) del ser humano. La posibilidad
de poner un límite a la ilustración parece ir en contra del optimismo de
LEONEL SERRATORE - Moses Mendelssohn y Gotthold Ephraim Lessing l 135-154
la razón y promover, incluso, una posición conservadora frente a sus pares
alemanes. Sin embargo, una reconstrucción del debate que el filósofo judío
mantuviese con Lessing, otro amigo ilustrado de la humanidad, respecto al
progreso de la ilustración, pudo brindar un acercamiento alternativo al texto
de 1784. Para ello fue necesario recuperar la concepción del progreso en
Lessing, las críticas formuladas por Mendelssohn a esta concepción, hasta
la reconstrucción del desarrollo, apropiación y contexto de recepción de
la noción de Bestimmung en la obra del filósofo judío, que concluye con su
defensa del pluralismo religioso.
El problema de la noción de progreso en Lessing se encuentra en
que, al reducir la marcha de la historia a un proceso de interiorización constante de la revelación por etapas, termina anulando la diversidad religiosa e
identificando al judaísmo con aquello de lo que se debe prescindir y que,
por lo tanto, carece de toda actualidad. El avance irrestricto de la ilustración
adquiere los rasgos de un autoperfeccionamiento del género humano en el
sentido de una tendencia al mayor grado de autonomía moral posible. A esto
se suma, como se acaba de expresar, que se trata de un progreso del género
humano en su conjunto hacia un meta única e idéntica: la unidad.
Mendelssohn sugiere un camino totalmente diferente. El progreso
no es una marcha ininterrumpida sino una dialéctica entre avances y retrocesos; tampoco es un destino hacia el cual se dirige la especie humana en su
totalidad, más bien es una tarea de autoperfeccionamiento individual en los
términos de sus destinaciones en tanto ser humano y en tanto ciudadano.
La noción de perfeccionamiento de Mendelssohn es mucho más amplia que
la de Lessing. Al distinguir entre estas dos dimensiones de las destinaciones
del ser humano, Mendelssohn advierte que el llamado de la Providencia a la
labor autoformativa no implica una incompatibilidad entre el hecho de que
cada individuo pueda servirse del propio entendimiento y, a la vez, participar
de las costumbres, rituales y expresiones de una religión determinada. Si
existe un objetivo del progreso, no es el de la unidad. La pluralidad es el plan
de la Providencia y es la manera en que se sortean los engaños de la idolatría.
BIBLIOGRAFÍA
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REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
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Recibido: 11-10-2023; aceptado: 22-12-2023
154 l
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Moses Mendelssohn y los peligros
de la felicidad nacional
PABLO DREIZIK
Universidad de Buenos Aires
Buenos Aires, Argentina
DOI: 10.36446/rlf2024426
Resumen: En su ensayo de 1784, “Acerca de
la pregunta: ¿Qué significa ilustrar?”, Moses Mendelssohn utiliza el término “felicidad nacional” (Nationalglükseligkeit) con un claro sentido negativo. Sin
embargo, durante el propio curso de la obra reflexiva
de Mendelssohn, la noción de felicidad juega un rol
positivo y es bien ponderada en consonancia con
muchas otras perspectivas filosóficas de la Ilustración.
Este ensayo pretende acercar algunas ideas acerca de los
matices que adquiere la idea de felicidad en la obra de
Mendelssohn.
Palabras clave: Mendelssohn, felicidad, Kant,
Leibniz, epicureísmo.
Licencia Creative Commons CC BY 4.0 Internacional
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Moses Mendelssohn and the Dangers of National Happiness
Abstract: In his essay “On the Question: What is Enlightenment?”
(1784), Moses Mendelssohn uses the term “national happiness” (Nationalglükseligkeit) in a clearly negative sense. However, during the course of Mendelssohn’s reflective work the notion of happiness plays a positive role and
is well considered in line with many other philosophical perspectives of the
Enlightenment.This essay aims to present some ideas about the nuances that
the idea of happiness acquires in Mendelssohn’s work.
Key-words: Mendelssohn, happiness, Kant, Leibniz, epicureanism.
1. Introducción
E
156 l
n su ensayo de 1784, “Acerca de la pregunta: ¿Qué significa ilustrar?”1 (Über die Frage: was heißt aufklären?), Moses Mendelssohn
alude a la noción de “felicidad nacional” (Nationalglükseligkeit). Lo hace,
sin embargo, en términos que pueden llamar la atención al contravenir el
sentido aceptado del término en el siglo XVIII –como prosperidad espiritual y material deseada2– y conferirle, en cambio, un sentido negativo de
posible declinación nacional. Efectivamente, en “¿Qué significa ilustrar?”,
Mendelssohn afirma:
Una nación formada [gebildete Nation] no conoce en sí más peligro que el
exceso de felicidad nacional [Nationalglükseligkeit] […] Una nación que mediante la formación ha llegado a la cima más alta de la felicidad nacional, se
encuentra por ello en peligro de caer, porque ya no puede continuar ascendiendo más alto (2018: 238).
Este sesgo negativo conferido a la noción de “felicidad nacional” es
también argumentado por Mendelssohn en el texto “Sobre la mejor constitución” (Über die beste Staatsverfassung), un escrito contemporáneo a “¿Qué
significa ilustrar?”. Allí se interpreta la “cima más alta de la felicidad nacional”
1 De
aquí en adelante, “¿Qué significa ilustrar?”. Como se señaló en la Presentación, se cuenta
con la traducción castellana a cargo de M. J. Solé (2018). Cf. Mendelsshon (2018).
2 La figura de la “felicidad nacional” como Nationalglükseligkeit se destaca como un tema del
siglo dieciocho en la obra de Johann Gottfried von Herder (cf. Adler y Köpke 2009) y como
National Happiness en la obra de Bernard de Mandeville (cf. Mandeville 2001).
PABLO DREIZIK - Moses Mendelssohn y los peligros de la felicidad nacional l 155-174
como aquel momento que precede inmediatamente a la caída de los estados. Para ejemplificar la secuencia, Mendelssohn se sirve de una figura
concerniente a la relación filial:
Si los padres han adquirido honor y riquezas y las han legado a los hijos, no
queda para estos últimos sino un goce fatigoso sin adquisición. Si los padres
han luchado por la libertad y la han asegurado contra todo ataque, entonces
la ociosidad, la servidumbre surgen entre los hijos. Con respecto a estados
enteros [ganze Staaten], entonces, donde la felicidad [Glückseligkeit] pasa de
padres a hijos, una condición de estancamiento o retroceso parece inevitable.
Los hijos ya no encontraron la misma oportunidad para el ejercicio de las
facultades (Mendelssohn [1785] 1981: 145. Trad. propia).
La reticencia que Mendelssohn manifiesta hacia la noción de felicidad
en este pasaje y en otros es llamativa precisamente en cuanto fue él quien
en el contexto de las orientaciones principales de la filosofía del siglo XVIII
colocó mayor énfasis en esta noción. Así, en su Jerusalem Mendelssohn utiliza
copiosamente los términos “felicidad civil” (bürgerliche Glückseligkeit) (1991:
277) y “felicidad pública” (öffentliche Glückseligkei) (1991: 279) como conceptos fundamentales de su argumentación. Puede decirse, a este respecto,
que el alcance de la noción de felicidad en el curso de la empresa filosófica
de Mendelssohn llegó a cubrir los dominios de la teología, la ética y la
política en una forma que incluso lo distinguió entre sus contemporáneos
ilustrados. Entonces, ¿cómo comprender la crítica a la idea de felicidad de las
naciones que Mendelssohn emprende en un texto breve y fundamental como
“¿Qué significa ilustrar?” y en otras intervenciones? Para acercarnos a esta
pregunta nos detendremos en tres momentos de la consideración mendelssohniana acerca de la felicidad: el escrito “Sobre los sentimientos” (Über die
Empfindungen) de 1755 y la línea argumental crítica que Mendelssohn dirige
a Leibniz sobre las penas eternas y, finalmente, su perspectiva sobre la filosofía
de la historia en polémica con Kant.
2. La felicidad ilustrada
U
na de las notas distintivas del pensamiento ilustrado ha sido
su atención creciente dirigida a la figura de la felicidad (cf.
Nokkala y Miller 2020; Wootton 2018). Tal interés fue acabadamente testimoniado por la profusión de publicaciones enteramente dedicadas al tema
durante este período, entre las que cabe mencionar Les Rêves d’Un Homme
de Bien Qui Peuvent Être Réalisés, Ou Les Vues Utiles Et Pratiquables del abad
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l 157
Charles-Irénée Castel de Saint-Pierre publicada en 1775, Essai sur le bonheur
de Louis de Beausobre publicada en 1758, Discours sur le bonheur de Émilie
Du Châtelet póstumamente publicada en 1806, y La philosophie du bonheur
de Jean-Baptiste-Claude Delisle de Sales publicado en 1796. El auge de este
género específico de tratados conservaba como un fondo siempre presente el
compromiso original que el nacimiento del pensamiento ilustrado mantuvo
con el reingreso de las perspectivas filosóficas de tipo epicúreo durante el
siglo XVIII. A este respecto, Leo Strauss ha indicado la importancia de esta
esta remisión al pensamiento epicúreo de parte del pensamiento ilustrado
como su “primer plano” (Vordergrund):
La influencia crítica epicúrea sobre la Ilustración se pone de relieve cuando
se sigue paso a paso las huellas de la Ilustración desde su comienzo hasta
Anatole France: la crítica epicúrea es el fundamento o, más exactamente, el
primer plano de la crítica ilustrada (Strauss 2012: 66).
158 l
Así, se ha tomado nota de las distintas recepciones del pensamiento
de Epicuro durante la Ilustración como un índice revelador de la naturaleza
filosófica de este periodo (Paganini y Tortarolo 2004; Wilson 2008; Leddy y
Lifschitz 2009). Se conviene en indicar la publicación de Système d’Épicure de
Julien Offrey Mettrie en 1751 y de La morale d’Épicure, tirée de ses propres écrits
del abad Batteux en 1758 como instancias decisivas en la consideración de
esta recepción. Al mismo tiempo, el periodo conoce un igualmente copioso
número de publicaciones dirigidas a impugnar la difusión de las doctrinas
epicúreas de las que se destaca entre otras el poema didáctico Anti-Lucretius,
sive De Deo et Natura, Libri Novem (1747) del cardenal Melchioris De Polignac. Sin embargo, tanto en el caso de sus apólogos como en la de sus
detractores, el epicureísmo del siglo XVIII tenía menos relación con los
propios contenidos reales de sus proposiciones originales –los cuales hacia
esa época no se conocían adecuadamente– que con aquellas implicancias
que se le podían atribuir. En este sentido, la imagen de Epicuro podía variar
de aquella correspondiente a un sabio que ejerce el desapego y la ataraxia
–en los trabajos fisiológicos de Samuel-Auguste Tissot, por ejemplo–, a la de
una figura conciliable con los principios cristianos –en la orientación que le
imprimió Pierre Gassendi3– como también a la de un maestro en el arte de
vivir mundano –en Sur la morale d’ Épicure de Saint-Évremond4 (1670), por
3
Sobre los intentos de compatibilidad de las tradiciones de pensamiento cristiano y epicureísta en la filosofía de Pierre Gassendi, cf. Garber, Bellis y Rita (2023).
4 Sobre Sur la morale d’ Épicure de Saint-Évremond, cf. Darmon (2003).
PABLO DREIZIK - Moses Mendelssohn y los peligros de la felicidad nacional l 155-174
ejemplo–. Esta última imagen, dominante durante el siglo XVII, fue capitalizada durante la Ilustración hacia un uso del epicureísmo en pro del ateísmo
y la lucha ideológica.
Entre los espacios en que los diversos perfiles del epicureísmo fueron
discutidos en el siglo XVIII se encuentra uno particularmente relevante: el
ámbito de la estética. Precisamente fue en este ámbito que tuvo lugar una
recepción positiva del epicureísmo cuyo interés principal se orientaría hacia
la exploración de la sensibilidad y la estimulación sensorial, tal como queda
expresado en los ensayos de Jean-Baptiste Dubos Reflexions critiques sur la
poésie et sur la peinture y Louis-Jean Lévesque de Pouilly Théorie des sentiments
agréables. No obstante, junto a esta recepción auspiciosa también tuvo lugar,
durante el mismo periodo ilustrado, un enfático rechazo a la estética epicúrea
cuyos representantes principales fueron Alexander Gottlieb Baumgarten y
Gotthold Ephraim Lessing. Las reflexiones sobre la felicidad que ocuparon
a Mendelssohn, asociadas estrechamente a la presencia durante el siglo dieciocho de Epicuro, se ubican precisamente en este último contexto polémico.
3. “Sobre los sentimientos”: las ambigüedades de la recepción
de Epicuro
“S
obre los sentimientos” (Über die Empfindungen) de Mendelssohn se publica en 1755. Se trata de una intervención animada
por la intención declarativamente polémica de impugnar un conjunto de
argumentos asociados a las orientaciones principales del pensamiento empirista francés e inglés que comenzaban a dominar el campo de los estudios estéticos y que estaban representados, sobre todo, por los escritos de
Edmund Burke, Julien Offray de La Mettrie, Paul-Henri Thiry Holbach y
Jean-Baptiste Dubos (Furniss 2009). La preocupación de Mendelssohn por
tal orientación cobraba particular relevancia dado que Pierre Maupertius,
reconocido filósofo, matemático y hombre de letras, ocupaba durante esos
años el papel de vocero principal de las nuevas orientaciones empiristas en
el ámbito de la estética. Por otra parte, Maupertius había sido designado durante ese período presidente de la Academia de Ciencias de Berlín. Frente a
la emergencia de tales perspectivas empiristas prevalecientes en el campo de
la estética, Mendelssohn levantará, como contra peso, aspectos fundamentales
del pensamiento racionalista de Leibniz, Wolff y Baumgarten. Por cierto,
como veremos, aunque se trataba de una cuestión que apuntaba más allá del
ámbito de la estética, sin embargo será allí donde se librará la batalla.
Mendelssohn organiza la redacción de “Sobre los sentimientos” a
través de un intercambio epistolar ficticio entre dos personajes: Euphranor y
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Theocles. Se trata de quince cartas en las que los contendientes intercambian
argumentos acerca de la naturaleza de los sentimientos. Euphranor asume el
discurso de la visión empirista que liga directamente la experiencia estética
a la esfera de los sentimientos cuya naturaleza se declara como necesariamente confusa y, por tanto, refractaria a todo análisis de la razón. Por el
contrario, Theocles, que parece representar la voz de Mendelssohn, asume
el discurso que liga la experiencia estética con la noción de perfección (Vollkommenheit) y que por tanto será pasible de análisis mediante la razón. Tal
alineación de perspectivas diversas y disímiles representadas por los personajes de Euphranor y Theocles se corresponde con la suerte de la recepción
de las tradiciones epicúreas y estoicas durante la Ilustración, un aspecto en
el campo del estudio de las ideas ilustradas cuya consideración resulta insoslayable (Kavanagh 2010). En este sentido, el personaje de Euphranor queda
identificado con la tradición epicúrea, mientras que Theocles lo hará con la
tradición estoica:
La distinción entre los sistemas estoico y epicúreo se basa en esta sutileza.
Si Eufranor tuviera razón, es decir, si llamamos buenos o perfectos a los
objetos porque nos proporcionan placer, entonces el sentimiento placentero
sería el bien supremo (finis bonorum). Sin embargo, dado que el arrobamiento
más sensual en sí mismo, como veremos a continuación, no es más que un
sentimiento sensual de perfección o plenitud, entonces la doctrina de los
epicúreos queda refutada y se muestra irrefutablemente que la perfección
o plenitud y no el sentimiento agradable es el que debe llamarse “bien supremo” (Mendelssohn [1755] 1997: 78).5
160 l
En los términos del discurso de Euphranor –que reclama una proveniencia epicúrea– la felicidad depende, dada su naturaleza físico-sensual de
sentimiento confuso, de una presencia súbita e inesperada que es contraria a
la razón. De modo que cualquier posibilidad de elucidación que la razón, el
juicio o la reflexión intenten sobre la felicidad implicará la inmediata ruina
de esta última. Así, Mendelssohn hace decir a Euphranor:
Ha habido sabios que han llamado a la razón el aguafiestas de nuestro placer.
No lo considero así, pero ciertamente se convierte en un aguafiestas cuando
rumia sobre el origen del placer. Nuestra felicidad depende del disfrute y
el disfrute depende del sentimiento veloz con que cada belleza sorprende
5 Aquí
y en adelante la traducción de “Über die Empfindungen” y “Rhapsodie, oder Zusätze zu den Briefen über die Empfindungen” son propias.
PABLO DREIZIK - Moses Mendelssohn y los peligros de la felicidad nacional l 155-174
a nuestros sentidos. Desdichados aquellos cuya razón se ha endurecido ante
semejante sorpresa. La gratificación desaparece si intentamos aclarar nuestros
sentimientos con demasiado cuidado ([1755] 1997: 10).
La desagregación analítica por partes que opera la razón destruye la
felicidad y el placer, según ejemplifica Euphranor:
Si te enamoras en el momento en que ves a alguien hermoso, innumerables
atracciones conspiran para enamorarte. La forma simétrica de sus brazos y
piernas, el brillo deslumbrante de su rostro, sus ojos de fuego y sus rasgos
elocuentes armonizan en una agradable confusión, que no deja tiempo para
desenredarla. Supongamos que usted se pone en guardia para concentrarse,
no en esos ojos de fuego, sino en la constitución de los líquidos del ojo y no
en esas miradas deslumbrantes sino en un ligero movimiento de los músculos
faciales. En ese mismo instante tu placer perecería y tendrías, en lugar de un
dulce arrobamiento, un conjunto de áridas verdades ([1755] 1997: 10).
La respuesta de Theocles en la carta cuarta descansará fundamentalmente en la estrategia argumentativa de hacer depender de manera absoluta
la belleza de la noción de perfección (Vollkommenheit), en un sentido similar
al que es postulado en la estética de Baumgarten (Nannini 2020). A su vez,
el atributo de la belleza será asociado por Mendelssohn con un tipo de perfección entendida como “multiplicidad que está en armonía y refiere a una
unidad” (Mendelssohn [1755] 1997: 20), según la idea originalmente tomada
del filósofo wolffiano Johann Georg Sulzer.6 Por lo tanto, cuanto más analizamos, sostiene Theocles, los distintos elementos de una variedad presentada
en el objeto estético, mayor resultará nuestra apreciación del todo. De este
modo, el alma “podrá examinar todos los múltiples conceptos como desde
un único punto de vista; no le costará ninguna dificultad especial captarlos
todos” (Mendelssohn [1755] 1997: 20). En esta claridad progresiva reside el
placer: “Por tanto, el alma debe anhelar un objeto perfecto y encontrar agradable su representación” (Mendelssohn [1755] 1997: 20).
Precisamente, la carta octava de Euphranor presenta un argumento
especialmente dirigido a impugnar la asociación de placer y perfección pos-
6 Según
consigna Daniel O. Dahlstrom, así como Mendelssohn había tomado de Sulzer la
definición de la belleza como, objetivamente, la unidad percibida respecto de una multiplicidad, Sulzer había abrevado, a su vez, en Théorie des sentiments agréables de Louis-Jean
Lévesque de Pouilly publicado en 1736 para formular la misma idea (Altmann 1973: 56-57;
Mendelssohn 1997: XIV).
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tulada por Theocles. En este caso, Euphranor toma recurso al ejemplo del
sexo y la bebida. ¿Dónde, en estos casos, pregunta, hay alguna percepción
de proporción, armonía o adecuación? Por el contrario, afirma Euphranor:
“Estos ejemplos demuestran lo contrario. El placer que nos brindan ciertos
objetos es la razón por la que los llamamos ‘perfectos’ o ‘completos’.” (Mendelssohn [1755] 1997: 36).
La contestación de Theocles ocupa la carta décima y reside en la afirmación de una original perfección fisiológica del cuerpo humano a la que se
supeditan el conjunto de los placeres sensuales de los sentidos (Mendelssohn
[1755] 1997: 45).
En este contexto polémico, la noción de felicidad del joven epicúreo
Euphranor queda expresada como una admonición final: “La razón por sí
sola no puede hacer feliz a nadie (es decir, a nadie que no sea mera razón).
Se supone que debemos sentir, disfrutar y ser felices” (Mendelssohn [1755]
1997: 13).
En cambio, el imperativo alternativo de Theocles –como la voz del
propio Mendelssohn– dictaminará que no solo debemos “sentir” “y disfrutar” sino “seleccionar, sentir, reflexionar, y disfrutar (wählen, empfinden,
überdenken und genießen” (Mendelssohn [1755] 1997: 18).
Bajo esta perspectiva, la felicidad queda ligada a la noción de perfección –intelectual, estética, ética– en lugar de depender de “oscuros sentimientos” (dunkle Gefühle) irracionales. Ligada al atributo de la perfección,
la felicidad constituye “el summum bonum, que refuta el epicureísmo que ha
encontrado muchos amigos a partir de la época de Gassendi” (Mendelssohn
[1755] 1997: 4).
Seis años después de “Sobre los sentimientos”, Mendelssohn publica
una revisión de sus tesis precedentes con el nombre de “Rapsodia o adiciones a las cartas sobre los sentimientos” (Rhapsodie, oder Zusätze zu den
Briefen über die Empfindungen) en el que dedica especial atención a la teoría
del placer. Desde sus primeros textos, Mendelssohn se había interrogado: si
hay males que agradan, ¿cuál es la verdadera naturaleza de nuestro placer?
Mendelssohn intenta responder a esto confrontando el sensualismo de Dubos
con la estética de la perfección derivada del racionalismo de Leibniz, Wolff
y Baumgarten. Pero de la confrontación surge una tercera teoría: los “sentimientos mixtos” (vermischte Empfindungen). La novedosa noción de los
“sentimientos mixtos” sostenía que todo placer está compuesto de placer
y dolor y, por lo tanto, se alejaba del racionalismo de Wolff y Baumgarten
funcionando, en cambio, en el marco de una estética resueltamente emocionalista. Aprovechando una disputa con Maupertuis, Mendelssohn explicita su
teoría de los “sentimientos mixtos” recordando una tesis a la que él mismo
había adscripto y que ahora impugnaba:
PABLO DREIZIK - Moses Mendelssohn y los peligros de la felicidad nacional l 155-174
En “Sobre los sentimientos” asumí con Monsieur Maupertuis las siguientes
definiciones nominales: el sentimiento placentero es una representación que
preferimos tener a no preferir no tener; lo desagradable, en cambio, una representación que preferimos no tener que tener [...] Según el contenido de
la definición, despreciaríamos todo sentimiento desagradable y desearíamos
verlo purgado de nuestro ser y destruido. Sin embargo, si nos fijamos en nosotros mismos, observamos que, en el caso de algunos sentimientos desagradables, nuestro disgusto no siempre se dirige a la representación, sino muy a
menudo al objeto de la representación. No siempre preferimos que no tenga
la representación, como lo requiere la definición, sino que en muchos casos
simplemente preferimos que el objeto no sea (Mendelssohn [1761] 1997: 131).
Así, Mendelssohn distingue entre la existencia de un objeto y el acto
de representarlo, señalando que, incluso si prefiriéramos que un objeto no
exista, todavía podemos preferir tener la representación del mismo a no tenerla. De aquí que podamos extraer placer de una representación horrorosa
o desagradable. Para ofrecer una figura que corresponda a los “sentimientos
mixtos”, Mendelssohn acude al fenómeno de la atracción que las imágenes
horrorosas despertaron en los testigos del terremoto de Lisboa en 1755 caracterizándola como un “deleite horrible” (schauervolles Ergötzen).
La destrucción de Lisboa por el terremoto atrajo a innumerables personas a
contemplar con sus propios ojos esta terrible devastación. Después del baño
de sangre en todos nuestros ciudadanos se apresuraron al campo de matanza,
sembrado de cadáveres. Después del hecho, el mismo sabio que se habría
complacido en prevenir este mal ofreciendo su propia vida, vadeó la sangre
humana y sintió un deleite horrible (schauervolles Ergötzen) al ver este terrorífico lugar. (Mendelssohn [1761] 1997: 131-132)
Con la teoría de los “sentimientos mixtos” Mendelssohn pretendía
desbaratar una consideración simple del placer sobre la que descansaba un
neoepicureísmo emergente en el siglo XVIII que levantaba la búsqueda de
la gratificación sensual como índice privilegiado de la consideración acerca
de la conducta humana.
La renuencia de Mendelssohn a aceptar las premisas de las corrientes
neoepicureístas en el marco de las orientaciones filosóficas ilustradas, lo había
conducido en Jerusalem a estampar su posición con una imagen ejemplar: “El
discípulo de Epicuro escucha, va prestando atención, baja la cabeza y se convierte en seguidor de la Stoa” (Mendelssohn 1991: 117).
¿Fue, sin embargo, Mendelssohn un oponente del epicureísmo tout
court? La respuesta parece ser negativa si se contemplan los elementos deci-
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sivos de la tradición epicúrea que Mendelssohn integró en el recorrido de
su labor especulativa.
En primer lugar, el motivo epicúreo de la naturaleza ficticia del temor
a la muerte, sobre el que ya se había extendido en su Fedón o de la inmortalidad
del alma (Phädon oder über die Unsterblichkeit der Seele) de 1767 (2006):
La amarga evocación de la muerte tiene que aguar todas sus alegrías […] la
terrible idea de la aniquilación total los aboca a la desesperación. Una respiración que no llega, un latido del corazón que se detiene, los despojan de
todas estas delicias: el ser que tiene que honrar a dios se convierte en polvo.
Doy gracias a los dioses porque me han librado de este temor, que interrumpiría con picaduras de escorpión todos los placeres de mi vida. (Mendelssohn
2006: 139-140)
164 l
En segundo lugar, el programa filosófico propuesto por Mendelssohn
de libre investigación; en tercer lugar, el énfasis en que “una comprensión
adecuada de Dios conduce a un reconocimiento de la íntima relación entre
religión y felicidad” (Gottlieb 2011: 21 trad. propia).
En cuarto lugar, Mendelssohn tuvo en cuenta en su disposición
hacia la herencia filosófica epicúrea a las fuentes judías. Curiosamente, la
tradición judía conservó viva en su repertorio lingüístico la referencia a
Epicuro en los términos hebreos apikorus y apikorsut –epicúreo y epicureísmo– utilizados como sinónimos de hereje y herejía respectivamente
(Lazier 2008: 101). Así, de algún modo, el nombre de Epicuro se encontraba como un fondo presente en las discusiones teológicas y filosóficas de
la tradición judía durante la modernidad temprana. Desde esta perspectiva,
Mendelssohn se comprometió con una intervención fuerte en un aspecto
del debate teológico que involucraba la cuestión crucial del estatuto de la
noción de felicidad, el deseo y el placer en el texto bíblico. En este sentido,
Mendelssohn discute en el comentario al Pentateuco –que publica entre
1780 y 1783 con el título de Sefer Netivot ha Shalom (Los senderos de la paz)
(Mendelssohn 2018)– las tesis del filósofo medieval judío español Najmánides quien, siguiendo en este punto a Agustín, argumentaba la condición
perfecta por la inexistencia del deseo y la lujuria en la naturaleza pre-caída
de Adán y Eva. Por el contrario, Mendelssohn en su interpretación de
Génesis 2:9 retoma los argumentos de Platón en República IV 439d-443e
(Platón 1988: 233-234), para sostener que la ley mosaica incluye la facultad
de deseo (koah.ha-teshuqah) en equilibro armonioso con la facultad de pensamiento para alcanzar la virtud (Harvey 2023).
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4. Mendelssohn y Leibniz: la crítica a las penas eternas y los
límites de la teodicea
L
a atención particular dirigida a la filosofía de Leibniz recorre el
curso reflexivo de la obra de Mendelssohn desde sus más tempranos
estudios –el escrito firmado con Lessing Pope ein Metaphysiker! de 1755– hasta
sus últimas obras –Sache Gottes, oder die gerettete Vorsehung redactado en 1784–.
El interés de Mendelssohn estuvo animado por el auxilio que la obra de
Leibniz podía proveerle para abordar sus propias dudas personales sobre la
compatibilidad de la razón y la religión. Además, en la obra de Leibniz se
subrayaba particularmente la bondad de Dios como el atributo preeminente
que habilitaba el repertorio de diversos tipos de teodicea (Altmann 1973: 2735). A través de su teoría de la armonía preestablecida, Leibniz lograba ajustar
la pretensión de la filosofía ilustrada de reconciliar la visión bíblica de la
bondad providencial de Dios con una comprensión científica de la naturaleza,
afirmando que el principio de razón suficiente avalaba una razón para la existencia de este mundo como totalidad. Leibniz situaba esta razón en la bondad
de Dios que lo llevó a elegir crear este mundo como el mejor de los mundos
posibles. Para Leibniz, esto era perfectamente compatible con el hecho de que
los acontecimientos del mundo sean explicables según causas naturales, ya
que al crear este mundo Dios ordena una armonía entre causas eficientes y finales. De aquí el predicado subrayado por Leibniz y otros filósofos modernos
de la bondad providencial –entendida como la combinación de la bondad
y la grandeza de Dios– que se manifiesta en la creación y preservación del
universo entero. Siguiendo a Leibniz, entonces, Mendelssohn define la justicia
divina o el gobierno divino como la combinación de la bondad y la grandeza
de Dios que da como resultado el surgimiento de lo que puede ser descripto
con absoluta certeza como el mejor de todos los mundos posibles.
En torno al propósito de enfatizar el atributo de la bondad providencial de Dios que perseguirá la filosofía moderna, Mendelssohn encontrará fuerte respaldo en las fuentes tradicionales judías y rabínicas. Según
argumenta Mendelssohn, la visión de un Dios implacable y castigador solo
corresponde a una tradición mítica-pagana que usufructuaba de la ignorancia y el miedo de la gente al atribuir eventos inusuales o aterradores,
como fuertes truenos o terribles tormentas, a la ira de un poder superior.
En este sentido, la imagen distorsionada de Dios como un rey castigador
respondería solo al hecho de que “el hombre común considera la bondad y
la disposición a la conciliación como debilidad” (Mendelssohn 1991: 231).
En cambio, en la hermenéutica que aquí aplica Mendelssohn al texto bíblico,
con apoyo textual en Éxodo 33:18-19, el verdadero poder divino se expresa
en su predicado de bondad (Altmann 1973: 27-35).
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Sin embargo, de acuerdo con la presentación general de Leibniz, la
providencia que da como resultado el surgimiento de lo que uno puede describir como el mejor de todos los mundos posibles debe tolerar una cierta
medida de infelicidad necesaria. La preocupación de Dios por la comunicación de sus perfecciones le ha llevado, argumenta Leibniz, a hacer de “la
felicidad de las criaturas inteligentes” (Leibniz 2014: 260) una parte central
de sus planes. Dios promueve la felicidad humana, pero en la medida en que
lo permita la armonía general. El avance de “otros bienes mayores” necesariamente resulta en la “infelicidad de algunas de estas criaturas” (Leibniz
2014: 263). En el caso de las únicas criaturas inteligentes que conocemos, es
decir, los seres humanos, una cierta medida de infelicidad es necesariamente
la suerte de todos en este mundo. La porción de desdicha implicada, no
obstante, no parece consistente con la lógica de la presentación filosófica de
Leibniz sino con su compromiso con el dogma cristiano que postula la condenación eterna de la mayoría de los hombres. Sin embargo, la condena al
sufrimiento eterno es un dato que se presenta irreconciliable con la premisa
de la bondad divina. Leibniz sortea la dificultad con dos argumentos suplementarios.
El primer argumento sostiene que la mayor perfección que busca
la bondad de Dios no atañe principalmente a la felicidad humana sino a la
belleza y al orden del universo. Este orden y belleza importa una dimensión
moral que exige “cierta satisfacción” para expiar una acción mala, que en los
casos graves corresponderá a la institución del castigo eterno.
Hay, sin embargo, una especie de justicia y cierta clase de recompensas y
de castigos, que no parecen que serían aplicables a los que obrasen por una
necesidad absoluta, si la hubiese. Esta especie de justicia es la que no tiene
por objeto la enmienda, ni el ejemplo, ni siquiera la reparación del mal: esta
justicia está solo fundada en la conveniencia que pide cierta satisfacción para
expiar una acción mala (Leibniz 2014: 217).
Esta “satisfacción” fundamenta lo que aquí Leibniz denominará “justicia vindicativa” (iustitia vindicativa) (Leibniz 2014: 217), por la que entiende
un tipo de justicia que no se preocupa de enmendar al pecador, de ofrecer
ejemplo a los demás, ni de disuadir a otros del mal. La “satisfacción” es aquí el
castigo apropiado para la ofensa: el objetivo de la justicia vindicativa es lograr
un equilibrio entre el daño causado por el pecador y el daño que el castigo
le causa. Se trata de un castigo apropiado que restaura la armonía o el orden
perturbado por el crimen o pecado. Leibniz, incluso, suma una dimensión
estética al tipo de satisfacción involucrada en la de la justicia vindicativa. Se
trata del placer estético que provee a los sabios observar el castigo justo a un
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criminal, placer que “satisface no solo al ofendido, sino también a los sabios
que lo ven, del mismo modo que una buena armonía o una buena arquitectura contentan a los espíritus bien formados” (Leibniz 2014: 218).
El segundo argumento interpreta que la bondad de Dios requiere que
este elija el mejor universo posible, no un universo perfecto sin sufrimiento
lo cual es imposible. La bondad relativa del universo es función de la relación
entre el número de seres que sufren y el número de los que disfrutan de la
bienaventuranza. De esta manera, a pesar del hecho de que la mayor parte
de la humanidad sufrirá eternamente, la cantidad de sufrimiento en nuestro
universo puede ser relativamente pequeña (Rateau 2019).
Frente a estos argumentos, Mendelssohn interpondrá, en diversos lugares de su obra, un repertorio de importantes réplicas acerca de la posibilidad teológica-filosófica de la condena eterna.7
En primer lugar, adelanta un postulado normativo: “Mi amigo filosofo concordó conmigo en que Dios ha creado al hombre para su felicidad
(des menschen Glückseligkeit) y que le ha dado leyes para su felicidad” (Mendelssohn 1991: 239). La afirmación contestaba al parágrafo 118 de la Teodicea
en que Leibniz establecía como una “antigua máxima, harto desacreditada”
(Leibniz 2014: 262) aquella que sostenía que “siendo una bondad infinita la
que ha dirigido al Creador en la producción del mundo, todos los caracteres
de ciencia, habilidad, poder y grandeza, que brillan en su obra, estén destinados a la felicidad de las criaturas inteligentes” (2014: 260).
En segundo lugar, Mendelssohn rechaza la justicia vindicativa que
hace seguir la condena infinita de la infinita majestad de Dios ofendida.
Dios no puede permitir que ninguna de sus criaturas sea desdichada para
siempre. Por eso mismo, ninguna criatura puede merecer por su actuación
la pena de ser eternamente desdichada. Mi amigo junto con otros hombres
importantes de su Iglesia, ya habían desechado la hipótesis de que la pena por
el pecado tiene que ser adecuada a la majestad divina ofendida (Mendelssohn
1991: 239).
En respaldo de su posición, Mendelssohn convoca la opinión del
teólogo alemán liberal Johann Augustus Eberhard, quien en el párrafo precedente es citado como “mi amigo”. Eberhard, junto a los teólogos raciona-
7 La
cuestión de las “penas eternas” como una discusión al interior de los filósofos judíos de
la temprana modernidad posee especial relevancia en este contexto, sobre todo en los escritos de Uriel Da Costa Sobre a mortalidade da alma (1623) y Exemplar humanae vitae (1640). Cf.
Travanti (2016).
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listas liberales o neólogos, había atacado la defensa de Leibniz de la doctrina
del castigo eterno por inhumana y contraria a la razón. La cuestión cobraba
una especial relevancia por cuanto el propio Lessing, en una posición que
sorprendió a sus lectores contemporáneos, había asumido la defensa doctrinal de las penas eternas en su escrito de 1773 Leibniz: Sobre las penas eternas
(Leibniz von den ewigen Strafen) y, de este modo, se había alineado junto a
Leibniz frente a su oponente sociniano Ernst Soner (Merrihew 2014).
En tercer lugar, en lugar de vindicativo el castigo divino solo puede
comprenderse como correctivo. La naturaleza correctiva del castigo está
ligada directamente a la propensión a la perfección como orientación ideal
y reguladora del individuo. Y, dado que una persona que sufre eternamente
no puede alcanzar un nivel más alto de perfección, el castigo eterno es inaceptable. Mendelssohn escribe: “Tan pronto como esta desgracia física, la
pena por el pecado, ya no es indispensable para mi conversión, yo ya estoy,
sin revelación, tan seguro como de mi propia existencia, que mi padre me
perdonará la pena” (Mendelssohn 1991: 241).
En cuarto lugar, dado que el ser humano es finito, el número de sus
pecados solo puede ser finito, y dado que Dios es perfectamente autosuficiente, su honor nunca puede ser ofendido por el pecado humano.
En quinto lugar, Mendelssohn considera que la felicidad de cada individuo es un fin en sí mismo, lo que lleva a rechazar la doctrina de Leibniz
de que una persona malvada podría sufrir para el disfrute de los justos o
para el ejemplo de los otros. Así, Mendelssohn objeta cualquier economía
del padecimiento: “ningún individuo sufre meramente por el bien de otros”
(Mendelssohn 1991: 241).
5. Mendelssohn y la crítica al crecimiento progresivo de la
felicidad de los pueblos
E
n 1793 Kant publica su opúsculo En torno al tópico: eso vale para
la teoría, pero no sirve de nada en la práctica. Su tercer capítulo, presentado como “De la relación entre teoría y práctica en el derecho internacional, considerada con propósitos filantrópicos universales, esto es cosmopolitas (contra Mendelssohn)”, se encontraba enteramente dedicado a
refutar una línea argumentativa que Mendelssohn había presentado en su Jerusalem diez años antes. En su texto Kant comenzaba planteando la cuestión
en la forma de una pregunta moral:
¿Hay que amar al género humano en su totalidad, o es este un objeto que se
ha de contemplar con enojo, un objeto al que ciertamente se desea todo bien
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(para no convertirse en misántropo) pero sin esperarlo jamás de él, por lo cual
será mejor apartar de él la vista? (Kant [1793]1986: 50).
A continuación, Kant afirma que la contestación a esta pregunta depende de contestar otra adicional: “¿Hay en la naturaleza humana disposiciones de las cuales se puede desprender que la especie progresará siempre
a mejor, y que el mal del presente y del pasado desaparecerá en el bien del
futuro?” (Kant [1793] 1986: 50).
Kant entonces afirma que Mendelssohn mantuvo lo contrario, esto
es, que el mal del pasado y el presente no desaparecerá y que, por lo tanto,
uno debe considerar la posibilidad de mejora progresiva de la humanidad
con profunda desconfianza:
Moses Mendelssohn era de esta última opinión (Jerusalem, Secc. 2, pp. 4447), que opone a la hipótesis de una instrucción divina del género humano
hipótesis formulada por su amigo Lessing. Para él es una quimera “que la
totalidad de la Humanidad en este mundo, haya de perfeccionarse y caminar
siempre adelante en el curso de los tiempos”. “Vemos –dice– que el género
humano en su conjunto efectúa pequeñas oscilaciones, y que nunca dio un
pase adelante sin retroceder poco después, con redoblada velocidad, hasta un
estado anterior” […] El hombre sigue su marcha, pero la Humanidad efectúa
continuas oscilaciones hacia arriba y hacia abajo, en medio de los límites fijos;
mas si se la considera en su conjunto, mantiene en todas las épocas aproximadamente el mismo nivel de moralidad, la misma dosis de religión e irreligión,
de virtud y vicio, de felicidad e infortunio (Kant [1793] 1986: 52).
Luego de reconstruir el argumento de Mendelssohn, Kant avanza con
el suyo propio:
Yo soy de otra opinión […] Se me permitirá, pues admitir que, como el
género humano se halla en continuo avance por lo que respecta a la cultura,
que es también su fin natural, también cabe concebir que progresa a mejor
en lo concerniente al fin moral de su existencia, de modo que este progreso
sin duda será a veces interrumpido, pero jamás roto. No tengo necesidad de
demostrar esta suposición; es el adversario de ella quien ha de proporcionar
una prueba (Kant [1793] 1986: 54-55).
El pasaje de Jerusalem de Mendelssohn al cual Kant había dirigido su
objeción precedente puede ser desagregado en dos argumentos fuertes:
a) El rechazo explícito a la tesis de Lessing desarrollada en La educación
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de la raza humana (Die Erziehung des Menaschengeschlechts) de 1780 que sostiene la progresiva educación teleológicamente orientada hacia el futuro de
la humanidad en su conjunto. En cambio, para Mendelssohn la educación
cuenta en relación con cada individuo a través de la comunidad. Las personas
aprenden, pero el género humano en su conjunto no lo hace. En este sentido,
para Mendelssohn, el progreso de los individuos puede ser independiente del
progreso de la especie actuando como un agente corporativo.
Yo no tengo ningún concepto de la educación del género humano, que mi
admirado amigo Lessing se ha formado a partir de no sé qué historiador de
la humanidad. Se concibe el colectivo, el género humano, como una persona
individual y se cree que la Providencia la ha enviado aquí como a la escuela,
para que sea llevada de niño a hombre mediante la educación (Mendelssohn
1991: 169).
b) La atestación empírica de la simple experiencia mundana, es
decir “los hechos”, evidencian la ausencia de un curso unidireccionalmente
orientado hacia el progreso uniforme de la humanidad. “Solo mirad lo que
ocurre a vuestro alrededor” (schaut nur umher auf das) (Mendelssohn 1991: 169):
170 l
Nos oponemos a toda teoría e hipótesis y hablamos de hechos, no queremos oír hablar más que de hechos; y, sin embargo, buscamos menos los
hechos, precisamente cuando más habría que hacerlo. ¿Queréis saber cuáles
son las intenciones de la Providencia respecto de la humanidad? No inventéis
ninguna hipótesis, solo mirad lo que ocurre realmente a vuestro alrededor y,
si podéis, echad una mirada a la historia universal, a lo que ha sucedido desde
antiguo (Mendelssohn 1991: 169).
Cinco años más tarde Kant organiza nuevamente los términos en
que exponer la cuestión con la publicación de un ensayo que ubica como
segunda sección de su El conflicto de las facultades y al que elige titular con
un interrogante: “Reiteración de un problema: si el género humano se halla
en constante progreso hacia lo mejor”. Kant indica tres respuestas posibles
al interrogante: a) la respuesta que denomina la “concepción terrorista de
la historia de la humanidad”, que entiende que la humanidad retrocede
continuamente hacia el mal; b) la respuesta que denomina la “concepción
eudemonística” (o “quiliasmo”, si miramos a largo plazo), que entiende
que la humanidad progresa continuamente hacia el bien; y finalmente c)
“la hipótesis del abderitismo”, que sostiene que la humanidad como tal no
progresa ni retrocede sino que se mantiene en una inercia, estancamiento
u oscilación eterna (Kant 2004: 112-114). La última posición será asociada
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por Kant directamente con la posición de Mendelssohn. A este respecto,
Kant habría encontrado inspiración para caracterizar de abderitismo a la
perspectiva histórica de Mendelssohn en los habitantes de la antigua ciudad
tracia de Abdera debido a ser “famosos por su supuesta vacilación” (Guyer
2020: 321). En cuanto a la elección del término eudemonístico de parte de
Kant para caracterizar la idea del género humano “en constante progreso
hacia lo mejor”, resulta particularmente relevante pues compromete irremisiblemente a la dinámica del progreso de la historia con la noción de
felicidad. De este modo, es particularmente la idea de un incremento de
la felicidad proporcionalmente asociada con un igual progreso de la historia aquello que desde el punto vista de Mendelssohn hace susceptible de
reticencia a la idea de felicidad. Sin embargo, la idea de felicidad seguirá
impertérrita cuando se encuentre ligada a las aspiraciones de perfección
personal y de bienestar cívico. La reticencia de Mendelssohn tiene lugar,
en cambio, cuando la idea de felicidad conlleva una unánime y uniforme
naturaleza otorgada por una tradición teológica y política dominante. Se
trata entonces, para Mendelssohn, de objetar la idea de un “camino hacia
la felicidad” (Weges zur Glückseligkeit) con una orientación unidireccional
“siempre hacia adelante y [que] deba alcanzar su plenitud” (immer vorwärts
rücken, und sich vervollkommen soll) (Mendelssohn 1991: 169). En lugar de
esta orientación, Mendelssohn afirma con énfasis la naturaleza plural y distinta, en cada caso, de cada uno los caminos hacia la felicidad de los pueblos.
Escribe Mendelssohn:
Cada uno recorre su propio camino en la vida; a este el camino le lleva entre
flores y prados; a aquel, por regiones desiertas o por escarpadas montañas y
precipicios peligrosos. Pero todos prosiguen su viaje y recorren su camino
hacia la felicidad a la que están llamados (Mendelssohn 1991: 169).
Al volver nuestra atención hacia la manifiesta reticencia de Mendelssohn a la noción de “felicidad nacional” (Nationalglükseligkeit) en su “Acerca
de la pregunta: ¿qué significa ilustrar?” de 1784, la afirmación de una felicidad en que “cada uno recorre su propio camino en la vida” (Jeder gehet das
Leben hindurch seinen eigenen Weg) (Mendelssohn 1991: 169) extiende sobre el
proyecto ilustrado general una nota claramente distintiva y crítica.
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Recibido: 30-11-2023; aceptado: 02-01-2024
PABLO DREIZIK - Moses Mendelssohn y los peligros de la felicidad nacional l 155-174
C RÓ N I C A S
Ernesto Garzón Valdés
(1927-2023)
DOI: 10.36446/rlf2024452
E
l pasado 19 de noviembre falleció en Bonn
Ernesto Garzón Valdés. La vida de todo ser
humano abarca múltiples facetas, pero la de Ernesto ha
sido particularmente diversa y rica. Es difícil, en pocas
líneas, describirlas de un modo cabal, de un modo que
también refleje la enorme deuda de gratitud que tantas
personas hemos tenido con él.
Ernesto ha sido, entre otras cosas, profesor, armador de andamios de construcción, diplomático, traductor, filósofo, ciudadano comprometido, gestor cultural, organizador e impulsor de seminarios, cátedras,
colecciones de libros y encuentros académicos, lector
voraz, coleccionista (de libros, de obras de arte, de
búhos), bon vivant. Quisiera aquí recorrer algunas de esas
facetas, con el sesgo inevitable de enfatizar aquellas con
las que he estado más vinculado, primero como alumno
y, luego, como colega y amigo.
Efectivamente, fui su doctorando entre los años
1991 a 1994 en la Universidad de Mainz. Además de
ser un lector cuidadoso y constructivo de los sucesivos
borradores de mi tesis, Ernesto generosamente hizo lo
imposible para que nuestra estancia en Alemania fuera
mejor. Esto incluía su ayuda en trámites universitarios,
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sus insistentes invitaciones a su casa en Bonn, las cenas de los martes en la
“Taberna Académica”, el restaurant italiano del campus, junto con sus colaboradores y colaboradoras, los seminarios de fin de semana que organizaba
todos los semestres, en los que era el primero y el último en intervenir
y discutir, sus charlas sobre literatura, filosofía, o sobre la realidad política
latinoamericana, que tanto le preocupaba. Su bondad no era nacionalista.
No tenía que ver con que yo fuera argentino. También tenía admiradores y
admiradoras locales y de otros países latinoamericanos y europeos.
Una vez concluida mi estancia en Alemania y regresado yo a la Argentina, nuestro contacto se hizo más esporádico. Sin embargo, siempre que
visitaba la Argentina, digamos, una vez por año, me citaba en su “oficina”
porteña: el bar El Socorro, en la esquina de Juncal y Suipacha. Allí su preocupación era insistente: “¿estás bien?”, “¿no necesitás nada?”, “¿cómo te las
arreglás?, “¿Sandra y los ‘pequeñitos’?”. Una sospecha bien argentina, según
la cual la situación económica de uno es siempre frágil y puede colapsar en
cualquier momento, recorría esas preguntas. También yo he visitado a Ernesto en su casa de Bonn las veces que he podido, estando en Alemania, así
como en el workshop en su homenaje, en 2007, por sus 80 años. Mi última
visita fue en 2019, junto con su amigo Michael Baurmann, uno de quienes
lo frecuentaron y acompañaron hasta el final.
Estos trazos de mi relación con Ernesto son anecdóticos, pero pueden
servir para ilustrar algo que todos los que lo conocieron han confirmado
respecto de su personalidad: su preocupación por el otro, su don de gente, su
capacidad para organizar y liderar, su inteligencia, su cultura.
En el decurso de su larga vida, Ernesto tuvo que experimentar (y
sufrir) las vicisitudes de ser argentino, de múltiples maneras.1 Como estudiante de derecho en la Universidad Nacional de Córdoba, sintió que el
clima académico era asfixiante y decidió, en 1949, viajar, vivir y estudiar en
otros países. Primero lo hizo en Bélgica y luego en España y en Alemania.
De regreso en la Argentina en 1956, completó sus estudios de derecho y comenzó su carrera diplomática. Volvió entonces a Alemania como consejero
cultural, donde permaneció entre 1958 y 1964. En los siguientes diez años
(entre 1964 y 1974), como buen académico residente en la Argentina, tuvo
múltiples actividades y trabajos, en la Cancillería y en las universidades de
1 Para
un recorrido de su vida, véase (2000) (cito solo con el año las obras de Ernesto Garzón
Valdés). Luego de varios capítulos autobiográficos Ernesto presenta en este libro una explicación teórica de los sucesivos desengaños que recorren la historia argentina, y lo hace a
través de la idea de una serie de “ilusiones” frustradas: la ilusión del liberalismo, la ilusión del
peronismo, la ilusión demencial del terrorismo de estado y la ilusión neoliberal.
CRÓNICAS
Buenos Aires, La Plata y Córdoba. En Córdoba construyó una cátedra de filosofía del derecho donde se formó toda una generación de académicos. Esta
intensa labor se vio otra vez alcanzada por el destino argentino, cuando, en
1974, fue amenazado y expulsado del servicio diplomático y, luego, en 1976,
de la Universidad de Córdoba, junto con todos los miembros de su cátedra.
Allí inició su exilio en Alemania, que luego se convertiría en su residencia
definitiva. El regreso de la democracia, en 1983, lo encontró ya instalado en
Bonn, desde donde continuó realizando su tarea como profesor (en la Universidad de Mainz), traductor, mentor, organizador, viajero y filósofo.Veamos
brevemente esta última faceta.
Como filósofo del derecho y de la política, Ernesto ha sido también
multifacético. En su primera etapa, ha estado interesado en temas de la filosofía del derecho en el sentido más tradicional (la disputa entre positivistas
y naturalistas jurídicos, la estabilidad de los sistemas jurídicos, entre otros).
Luego, su producción se centra en problemas de ética normativa, filosofía política y ética aplicada, en este último caso, especialmente ligados a la realidad
latinoamericana. Sus escritos abarcan los más diversos temas de estas áreas de
la filosofía práctica. Ernesto nunca pretendió dar a este inmenso conjunto
de contribuciones una unidad sistemática.2 Explícitamente rechazaba esta
posibilidad. Más bien, buscaba realizar “precisiones conceptuales” que permitieran preparar el terreno para desarrollos que incorporaran los datos de
la realidad, tarea que a él le resultaba “aburrida” y dejaba, por lo tanto, que
otros la ejecutaran (2000: 16).
A pesar de esta suerte de modestia intelectual, podemos encontrar en
su obra, además de una sutil y rigurosa tarea de distinción conceptual, un
conjunto de ideas o tesis sustantivas, especialmente en el plano de la ética y la
filosofía política, ideas que, si bien no componen un sistema, mantienen una
coherencia notable y constituyen una visión global de la moral, el derecho y
la política. Permítaseme esbozar, al menos parcialmente, esta visión.
Una idea fundamental que recorre su filosofía moral y política es que
todos los seres humanos comparten un conjunto de necesidades básicas o
primarias, es decir, necesidades que no dependen de deseos o preferencias, y
que es posible identificar de manera suficientemente segura ([1990a] 1993:
423). El reconocimiento de las necesidades básicas permite inferir trivialmente la idea de que su insatisfacción es un “mal” (ill-being), un mal sobre
el cual no puede haber desacuerdo razonable: sufrir hambre, persecución,
2 No obstante, véase el notable intento de convertir sus ideas pertenecientes al ámbito de la
ética normativa en un sistema que realiza Manuel Atienza en la Introducción de 1993 (1993:
21-32), el cual me ha sido útil para mi propia reconstrucción.
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178 l
tortura, miseria, enfermedad evitable, son males sociales que sería irrazonable
no condenar o rechazar. Aquí Ernesto detiene su cadena de fundamentación,
con la convicción (plausible) de que también la ciencia empírica tiene un
límite en su cadena de justificación y, por lo tanto, la moral no necesariamente se encuentra en desventaja metodológica (1998: 147). Este punto de
partida explica muchos otros aspectos de su pensamiento. Explica su énfasis
en evitar males o daños, más que en maximizar el bien. También explica
por qué no creía que hubiera una asimetría radical entre deberes negativos
y positivos, dado que los deberes morales son meramente instrumentales
para la satisfacción de los bienes básicos, y esa satisfacción puede correlacionarse tanto con unos como con otros ([1986] 1993: 357). Por otro lado,
esta premisa es consistente con su idea de que la justificación de los sistemas
políticos no depende del consenso, ni real ni hipotético (1990b), y de que
los bienes o derechos fundamentales deben ser resguardados constitucionalmente dentro de un “coto vedado”, en el que la negociación política y
el juego de las mayorías no puedan entrar (así como tampoco el mercado)
([1989] 1993: 644).
Este marco normativo básico, fundamentalmente universalista y objetivista en lo moral y liberal-democrático en lo político, le ha permitido
abordar coherentemente los más diversos problemas de la ética y la filosofía
política aplicadas, tales como el multiculturalismo (defendiendo una posición
universalista) (1997), los trasplantes de órganos (1994a), los derechos de los
niños (1994b), la privacidad (2003), la (no) justificación ética de la conquista
española en América (1992), entre muchos otros. En sus últimos años, su
preocupación (siempre consistente con su idea seminal de que lo prioritario
es la evitación del mal) se concentró en el análisis de diversas “calamidades”
(2004): la guerra, la corrupción, el terrorismo (estatal y no institucional) y el
genocidio (2008).
Como he mencionado, además de sus tareas académico-universitarias
y de su constante producción intelectual, Ernesto ha realizado con colegas
y amigos de países como México, Argentina, España, Italia, Alemania o Finlandia, una tarea inmensa de organización de seminarios, workshops, cátedras, colecciones y conferencias. Es imposible no cometer gruesos pecados
de omisión en este punto, pero permítaseme mencionar solo un par. En el
plano de la edición de colecciones, menciono solamente la de “Estudios
Alemanes”, iniciada en la década de 1960, que reúne una cantidad impresionante de traducciones, muchas realizadas por él mismo, y la “Biblioteca de
Ética, Filosofía del Derecho y Política” de la editorial Fontamara, en México,
que lleva ya casi 150 títulos publicados. En materia de seminarios y series de
conferencias, entre tantos otros, menciono el seminario “García Maynez”, en
México, y los antológicos “Roland Seminars” realizados durante años en su
CRÓNICAS
casa de la Rolandstrasse de Bonn, continuados luego en Tampere (Finlandia).
He recordado algunos momentos de mi relación con Ernesto. He
mencionado algunos hechos importantes de su vida y de su relación con su
patria. He resumido mínimamente algunos aspectos de su pensamiento. He
querido también dar cuenta de su enorme y benéfica influencia en diversas
comunidades iusfilosóficas de ambos lados del Atlántico. Ojalá estas pocas
líneas hayan logrado dar una idea siquiera cercana de por qué tantas personas
de diferentes países y continentes lo hemos admirado como maestro, como
amigo y como persona.3
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Garzón Valdés, E. (1993), Derecho, ética y política (Madrid: Centro de Estudios Institucionales).
3
Intencionalmente no he nombrado prácticamente a ninguno de sus colegas, amigos o colaboradores, por temor a omisiones injustas, producto de mi descuido o mi ignorancia. Quizá
no todas, pero al menos algunas de las personas que fueron importantes para Ernesto pueden
verse mencionadas en las crónicas escritas por su fallecimiento en la página de la Universidad
Pompeu Fabra (https://www.upf.edu/web/lphi/in-memoriam-egv), especialmente las de
Michael Baurmann, José Juan Moreso y Manuel Atienza, así como las escritas en otros medios por Rodolfo Vázquez (https://eljuegodelacorte.nexos.com.mx/a-ernesto-garzon-valdes-amigo-entranable-y-maestro-ejemplar/) y Paolo Comanducci (https://revistas.uns.
edu.ar/disc/article/view/4669/2628). También puede consultarse “Ernesto Garzón Valdés.
Derecho, ética y política”, de Jorge Malem, artículo de homenaje publicado en 2017 en la
Revista de la Facultad de Derecho. Universidad Nacional de Córdoba (8(2) Nueva Serie II, pp.
1-22, accesible online).
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EDUARDO RIVERA LÓPEZ
Universidad Torcuato Di Tella
Instituto de Investigaciones Filosóficas-Sociedad Argentina de Análisis
Filosófico-Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Buenos Aires, Argentina
180 l
CRÓNICAS
C O M E N TA R I O S
BIBLIOGRÁFICOS
DOI: 10.36446/rlf2024454
Johannes Rohbeck, Moderne Aufklärung:
Erkenntnisse für die Krise der Gegenwart,
J. B. Metzler, Berlín, 2023, 299 pp.
E
l siglo XXI ha comenzado
con el retorno de una serie
de fantasmas del pasado que se creían
extinguidos y que hacen su aparición
con un nuevo vestuario. Frente a fenómenos como el terraplanismo, el
creacionismo, la deslegitimación de la
ciencia en general –a la que se considera cómplice, entre otras acusaciones, de la crisis ecológica–, así como
los numerosos “postismos”, tal como
los califica Rohbeck, como posverdad,
posmodernismo, junto al narrativismo
radical, la recesión de la democracia en
el mundo y el renacimiento de populismos neofascistas, el retroceso de la
cultura secular frente al resurgimiento de fundamentalismos religiosos y
políticos, etc., no resulta tampoco extraño que la filosofía de la Ilustración
parezca transformarse en una pieza de
museo, visitada solo por historiadores/
as e interesados/as en la historia de la
filosofía.
Es que la Ilustración, cuya mi-
siva de combate suele caracterizarse
como la lucha contra los “prejuicios”,
ha generado en torno suyo una serie
de tópicos que suelen repetirse una y
otra vez; tópicos que merecen ser revisados y que han logrado establecer
sus críticos acérrimos. Es que desde
sus comienzos la Ilustración ha venido acompañada como su sombra por
la llamada “contrailustración” y esto
no es casual, ya que se trata de un movimiento que se propuso no solo entender el mundo mejor –para aludir a
la célebre parole de Marx–, sino transformarlo. Pasemos revista a algunos de
estos clichés: europeísmo, cientificismo,
ateísmo y materialismo, justificación
del colonialismo y esclavismo, patriarcalismo y consecuentemente antifeminismo, instrumentalismo y expoliación
de la naturaleza, liberalismo y capitalismo desenfrenado, creencia ciega en
un “progreso” irrefrenable e irreversible de la humanidad, para citar los más
conocidos.
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182 l
Frente a este panorama el libro
de Rohbeck propone (1) un reexamen
crítico de las principales teorías filosóficas que pueden identificarse como
formando parte del llamado Iluminismo en el ámbito del pensamiento europeo, principalmente en Francia, pero
también en Inglaterra, Escocia, Alemania, Italia y España. La imagen que nos
propone es la de un movimiento con
múltiples “family resemblances” (Wittgenstein), lo que justifica hablar de
cierta identidad, a la vez que de importantes diferencias entre sus autores. Esto
implica (2) poner en cuestión varios de
los “prejuicios” mencionados y su generalización, lo cual obliga en muchos
casos a una evaluación más matizada de
las diferentes propuestas filosóficas. Es
que la mayoría de sus críticos, como
Adorno, Horkheimer y Foucault, para citar los más renombrados, no partieron de un estudio profundo de los
principales textos de los filósofos de
la Ilustración –para Adorno/Horkheimer, por ej., ¡ella comenzaría ya con
Homero! En el caso de Rohbeck, por
el contrario, nos topamos con un especialista que ha dedicado alrededor de
cincuenta años de su carrera académica
al estudio de esta corriente de pensamiento, sobre todo en su vertiente
francesa. No sorprende entonces que
a lo largo del texto aparezcan, junto
a una visión más ajustada de concepciones de autores clásicos, una serie de
obras y propuestas poco conocidas.
Pero el libro, tal como ya lo anuncia su título, no consiste en una nueva
historia de la filosofía de la Ilustración,
sino que (3) partiendo de su análisis
histórico propone respuestas y alternativas inspiradas en ella para la(s) crisis
del presente, en el que no faltan alusiones al cambio climático, la pandemia
COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
del COVID-19, la invasión de Ucrania
por parte de Rusia, etc.
En efecto, el libro está articulado
de acuerdo al modo en que los filósofos ilustrados abordaron temas específicos como la idea de Europa, la crítica
de la religión, la relación hombre-naturaleza y por lo tanto la naturaleza
de lo humano, la filosofía del género,
las nociones de progreso y civilización
con la mira puesta en lo que hoy se
caracteriza como el antropoceno, la
relación entre inteligencia, sensación
y emociones, la teoría moral y la visión de la república con su división
de poderes, la incipiente valoración y
crítica del capitalismo, el surgimiento
de la economía política, así como las
bases emergentes de la antropología
y la sociología, el surgimiento de la
filosofía de la historia y su puesta en
relación con la globalización, etc. En
cada capítulo se lleva a cabo (4) una
contrastación con la situación actual y
(5) se busca una respuesta a los problemas acuciantes del mundo contemporáneo inspirándose en una serie de
concepciones ilustradas que también
fueron concebidas ante una crisis histórica que delimitó en forma definitiva
un cambio de época que para el autor
de algún modo sigue siendo la nuestra.
El libro de Rohbeck propone (6)
una clara reivindicación de la Ilustración que diferencia de la Modernidad,
no como un mero fenómeno histórico, sino como una propuesta para el
presente. Resulta difícil en una breve
reseña como esta dar cuenta de la riqueza del texto, del mismo modo que
encontrar un hilo conductor unitario
para los recorridos del libro, pero cabe
destacar algunos de los conceptos que a
mi juicio están mejor logrados. Uno de
ellos es la recurrente noción de “contin-
gencia” que pretende advertir acerca de
los límites de la inteligencia y la acción
humana, un concepto que contrasta con
la visión que suele atribuirse a la Ilustración –llamada también la “edad de la razón”– de una presunta omnipotencia de
la razón humana. El “progreso” podría
definirse entonces como una posible
superación paulatina de las condiciones
contingentes de la existencia. Otro punto para destacar es el alcance y límites
de la crítica a la religión, que si bien
aparece en su forma más radical como
ateísmo materialista en algunos autores
como Holbach y La Mettrie, en general
asume la forma de deísmo en la mayoría de los Ilustrados. Cabe diferenciar en
ese sentido la crítica de la religión de la
crítica de la Iglesia.
Particularmente interesante es el
análisis de la serie de reflexiones que
suscitó el terremoto de Lisboa (1755)
en pensadores que van desde Voltaire
hasta Kant, la negación de una interpretación teogónica que ponía en juego la intervención divina y la afirmación de la fragilidad de la condición
humana en el marco de una interpretación secular del mundo.
En cuanto al insistente reproche
actual de “eurocentrismo”, Rohbeck
muestra cómo autores como Voltaire y
Diderot relativizaron la presunta centralidad de la cultura europea. Del mismo modo, junto a muchas ideas que el
Iluminismo no logró iluminar o contribuyó a oscurecer, también pueden
encontrarse en él claros elementos que
conducen a la fundamentación de los
derechos humanos y de instituciones
que hoy nos parece que podemos dar
por sobreentendidos.
Se pasa revista también, entre
otros temas, a la emergente visión
del hombre como producto de la
naturaleza (y no de la creación divina)
en los primeros atisbos de una teoría
de la evolución.
No cabe duda de que el Ilustración –de la que, nos guste o no, somos
herederos– significó un cambio radical
en la cultura y en las formas políticas
que condujeron al mundo contemporáneo y que esta re-visión de sus premisas y el retomar sus intenciones originarias constituye un aporte valioso
para la comprensión tanto de su época
como de la nuestra.
También es cierto que, tal como
había visto Hegel, las teorías de la Ilustración tuvieron un efecto de “contagio” frente a sus críticos, algunos de
ellos inspirados por el mismo Rousseau, y condujeron a una renovación
incluso del pensamiento teológico.
Si bien Rohbeck muestra claramente que la Ilustración es un fenómeno de pensamiento que se desarrolló
en el marco de la cultura europea, también señala con acierto lo infundado
del reproche global de eurocentrismo
que suele atribuirse a sus principales
teóricos. Con todo, un capítulo acerca del papel de América en la puesta
en práctica y la teoría de sus principios
resulta un desiderátum para una segunda edición del libro, no solo porque la
América contemporánea con todas sus
logros y contradicciones sería impensable sin las ideas de la Ilustración, sino
porque a su vez la misma Revolución
Francesa difícilmente podría haber tenido lugar sin el antecedente de la rebelión de las colonias americanas y las
ideas que se fueron gestando en ellas;
después de todo, la democracia moderna y el experimento de lo que Hegel
llamaba todavía críticamente un “reino
electivo” (Wahlreich), cuyas consecuencias para el futuro en cambio Tocque-
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ville supo ver, nació en suelo americano y no en la vieja Europa.
El libro contiene una útil bibliografía, así como un índice temático
orientativo. Cabe destacar la cuidada
edición, incluso la inusual calidad del
papel utilizado para la confección de
esta destacada obra.
DANIEL BRAUER
INEO
UBA
Gaiada, Griselda, La metafísica de Leibniz por
Heinrich Schepers: cinco ensayos de iniciación,
introducción, traducción y notas de Griselda
Gaiada, Buenos Aires, RAGIF, 2022, 150 pp.
H
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einrich Schepers es reconocido mayormente por su labor como editor de los escritos filosóficos de Leibniz y, en particular, por su
trabajo de dirección y preparación del
cuarto volumen de la serie VI de la Akademie-Ausgabe, el cual constituye un hito
tanto a nivel cuantitativo como cualitativo para la edición crítica de la obra
del filósofo alemán. En efecto, dicho
volumen no solo reúne los centenares
de textos que Leibniz dedica a temas de
metafísica entre 1677 y 1690, sumando
un total de 522 escritos (sin contar las
variantes de algunos de ellos), sino que
además se erige como un ejemplo a seguir en lo que respecta a la completitud
del aparato crítico, las notas, las referencias y las presentaciones de cada uno de
ellos. En este sentido, la tarea que Schepers realiza como director de la Leibniz-Forschungsstelle de Münster marca el
inicio de una nueva etapa en la edición
de los textos filosóficos que trajo consigo grandes beneficios a la comunidad
académica. Sin descuidar este aporte, el
COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
trabajo de Griselda Gaiada pone en relieve otra faceta de su contribución, a
saber, su aporte en tanto investigador y
formador de otros estudiosos de la filosofía leibniziana.
En La metafísica de Leibniz por
Heinrich Schepers, Gaiada realiza una introducción, selección y traducción de
cinco conferencias de Schepers dedicadas a diversos temas de metafísica leibniziana, que van desde la relación entre
la unidad y la multiplicidad (p. 23-39), la
noción de sustancia como unidad percipiente (pp. 41-72) y la teoría relacional
de espacio y tiempo (pp. 73-94), hasta
el concepto de naturaleza singular (pp.
95-124) y el estudio de las ficciones y
sus usos en metafísica (pp. 125-143). Por
una parte, la elección de los textos tiene al menos un triple mérito. En primer lugar, exhibe el amplio espectro de
inquietudes que ocupan a la metafísica
leibniziana, ofreciendo una presentación
acabada de cada uno de los principales
conceptos que la articulan. En segundo
lugar, al tratarse de textos que proceden
de conferencias, cuentan con una dimensión pedagógica que no es habitual
en los artículos académicos, volviéndose
por ello más aptos para la tarea de servir
de introducción a las tesis leibnizianas.
En tercer lugar, el hecho de que Gaiada
realice traducciones directas del alemán
constituye un aporte para los estudios
en lengua española y, en particular, proporciona una nueva herramienta para
la enseñanza de la filosofía leibniziana.
Por otra parte, a pesar de la variedad de
cuestiones abordadas en cada uno de
los textos, la lectura conjunta de ellos
da a conocer algo más, a saber, el modo como Schepers entiende la filosofía
leibniziana en general y la forma en
que él concibe que han de proceder los
estudios sobre la misma. Allí radica, sin
duda, uno de los aspectos más originales de su aproximación al pensamiento
leibniziano, el cual Gaiada recupera con
precisión en su introducción: el desafío
es entender a Leibniz no a partir de una
mera aproximación erudita, sino de una
universalidad tal que permita hablar, a
través del prisma leibniziano, de los problemas filosóficos mismos (p. 10). En
este sentido, una particularidad notable
que sobresale en los textos de Schepers
radica en que discute los temas de metafísica polemizando exclusivamente con
las fuentes leibnizianas, sin entablar debates con otros intérpretes.
Si bien los cinco escritos tienen
méritos en sí mismos y, aisladamente,
podrían también servir como introducciones parciales a la metafísica de Leibniz, la selección del primer y último
texto tiene una característica destacable
que amerita una consideración aparte.
En efecto, ellos revelan, por un lado, el
tema que constituye quizás la preocupación central de la metafísica leibniziana
y, por otro, al menos uno de los modos
que Leibniz utiliza para tratar cuestiones de filosofía primera. La primera de
las conferencias, titulada “Las polaridades
de lo uno y de lo múltiple en el concepto de
mónada” (pp. 23-39), estudia la peculiar
forma en que Leibniz, según las palabras
del propio Schepers, actualiza el ego proveniente de la filosofía cartesiana en su
mónada (p. 24). En particular, este escrito
ofrece una presentación que enfatiza las
múltiples influencias que Leibniz aúna en este concepto. Entre sus diversas
fuentes, Schepers identifica tradiciones
como el nominalismo, la idea platónica
de armonía como unidad en la multiplicidad, la doctrina de la emanación plotiniana, la noción de punto matemático y
la tradición aristotélico-escolástica con
el lema praedicatum inest subjecto, entre
otros. De este modo, Leibniz acoge en
el seno de su metafísica una multiplicidad de tradiciones (que incluso están
en pugna entre sí), pero con el objetivo
de armonizarlas y reconfigurarlas bajo
un concepto novedoso. Alejándose así
de una posición meramente ecléctica,
el aporte de Leibniz radica en recibir
y aceptar un vasto material proveniente de la tradición para transformarlo en
algo superador. La última de las conferencias, titulada “Leibniz: ficción y verdad”
(pp. 123-143), se aparta tanto de la primera como de las otras restantes en la
medida en que no se ocupa de ninguna
tesis específica, sino que, por el contrario, se dedica al estudio del uso de
las ficciones en la metafísica leibniziana.
A pesar de la importancia que el propio Leibniz concede a este asunto, no
es un tema que haya recibido particular
atención por parte de los estudios leibnizianos (y aún menos en las introducciones a su pensamiento). En efecto, el
uso de ficciones constituye una herramienta recurrente a la hora de tratar y
REVISTA LATINOAMERICANA de FILOSOFÍA
Vol. 50 Nº1 l Otoño 2024
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presentar cuestiones de metafísica y, por
ello, su estudio sirve de ayuda para no
caer en concepciones completamente
erróneas de su filosofía primera. El texto de Schepers no solo enseña que los
conceptos tales como el de tabula rasa,
vacío o tiempo absoluto son rechazados
por el hecho de ser ficciones imposibles,
sino también que tesis como la consideración del solipsismo de la mónada
que establece una relación monacal con
Dios, la idea según la cual lo perceptible no es más que un sueño o que hay
cantidades infinitamente pequeñas que,
sin ser mínimas, son menores a cualquier cantidad dada, son introducidas y
aceptadas por Leibniz en tanto ficciones
razonables. Aun cuando estas tampoco
sean ciertas según el orden natural de las
cosas, son útiles para encontrar la verdad y es por ello que tienen un lugar
en su sistema. De esto modo, Schepers
pone el foco en una de las mayores y
más descuidadas incógnitas que orbitan
a la metafísica leibniziana, a saber, aquella de su método, brindando una de las
claves, aunque quizás no la única, para
su correcta comprensión.
Un comentario aparte merece la
introducción ofrecida por Gaiada, en la
COMENTARIOS BIBLIOGRÁFICOS
cual no solo presenta de modo magistral
a Schepers en tanto editor, investigador
y, en última instancia, filósofo, sino que
además proporciona un resumen conjunto de las cinco conferencias que permite esclarecer el hilo conductor que
las une. Gaiada brinda una vía de acceso
original a la metafísica de Leibniz que
abarca sus principales temas, así como
también sus formas, haciendo para ello
uso de uno de los principales exponentes de su pensamiento: Heinrich Schepers. El entramado de conferencias que
conforman el libro consigue evidenciar
con éxito tanto el legado como la actualidad del pensamiento leibniziano,
dejando entrever la apuesta que, a nuestro juicio, Schepers y Gaiada comparten:
confiar en que la llave para iniciarse en
los arcanos del pensamiento de Leibniz
se encuentra al interior de él mismo. Y
al igual que Schepers hace con Leibniz,
la mayor virtud del trabajo de Gaiada
radica en lograr con éxito la difícil tarea
que ha de asumirse cuando se trata de
presentar el pensamiento de otro, a saber, la de saber dejarlo hablar.
RODOLFO FAZIO
UBA