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auto-infligirse dolor

Si nunca te has herido intencionalmente a ti mismo, parece algo imposible comprender a aquellos que sí lo han hecho. Después de todo, ¿acaso no todos los seres vivos evitan el dolor?

Cuando infligirse dolor a uno mismo se siente bien Edward T. Welch Si nunca te has herido intencionalmente a ti mismo, parece algo imposible comprender a aquellos que sí lo han hecho. Después de todo, ¿acaso no todos los seres vivos evitan el dolor? Pero si te has herido intencionalmente, tal comportamiento parece necesario, normal e incluso, correcto. De hecho, de manera semejante a un diabético aplicándose una inyección de insulina, esta práctica puede sentirse como una cura temporal. Este documento presupone que te sientes atrapado en la práctica de estarse auto-infligiendo dolor intencionalmente o que alguno de tus seres queridos lo está haciendo. Quizá quieras ayuda o quieres ayudar a alguien más. Si quieres ayudar, debes estar consciente de que estarse cortando o realizando comportamientos similares tienen una razón de ser. Comienza tratando de entender el mundo de esa persona. Si eres de los que se sienten atrapados en este comportamiento, debes enterarte de que la cura es mucho más atractiva de lo que piensas. Ahora mismo, quizá detestes tu comportamiento, pero también sientes que lo necesitas. Herirte a ti mismo quizá sea tu manera de protegerte de algo peor. Renunciar a esos comportamientos pareciera ser un enorme riesgo. Y así sería si no tuvieras una alternativa. Pero sí existe un camino mejor. ¿Alguien se siente solo? Sin duda te sientes solo y aislado. Te sientes reacio a hablar con las personas que quieren ayudar. Cuando te animas a hacerlo, su reacción es exagerada. Después de todo, la gente no habla acerca de lastimarse adrede a uno mismo. Nadie lo usa como ilustración en un sermón ni lo menciona en una conversación normal. Pero aunque el comportamiento florece en silencio, aquellos que lo practican llegan a millones de personas. Aquellos que quieren ayudar abundan más que éstos. Fiona Apple, la cantante principal del grupo Garbage, Shirley Manson, la actriz Angelina Jolie y Christina Ricci son algunas de las celebridades que han reconocido haber tenido la práctica de cortarse el cuerpo en el pasado. Pero esta experiencia humana ha existido desde hace mucho tiempo. La Biblia describe a unos adoradores de ídolos que, “como era su costumbre, se cortaron con cuchillos y dagas hasta quedar bañados en sangre” (1 Reyes 18:28). Creían que esto apaciguaría a su dios. La práctica incluso apareció en el cristianismo durante la Edad Media, cuando la auto-flagelación y otras prácticas dañinas eran formas comunes de penitencia. Continúan aun hoy en formas más privadas de negación de uno mismo. Quizá halles muy poco consuelo al saber que no estás solo en esto, pero si otras personas lo han experimentado, quizá hay esperanza de que seas comprendido. Si otras personas han podido ayudar en este problema, quizá tú puedas ayudar también. ¿Qué es esto? Los que se infligen heridas a sí mismos hacen varias cosas. Los que se muerden las uñas no se detienen sino hasta que les sangran los dedos. Los que se pican y rasguñan lo hacen hasta que dañan la piel o inflaman viejas heridas. Los cortadores siempre tienen una hoja de afeitar a mano para cortar, marcar o rajar su cuerpo, cuyas heridas luego tratan de esconder. Otros se dan puñetazos a sí mismos o se causan quemaduras con cigarros. Algunos se fracturan huesos a propósito. La anorexia o inanición a propósito, es una forma de auto-dañarse que puede acompañar a otras formas o fungir como una puerta de entrada a más auto-abuso. Los hombres y mujeres que restringen estrictamente su dieta son perfeccionistas que nunca pueden ser perfectos. También intentan esconderse de sus sentimientos, lo cual crea un ambiente en el que pueden florecer la práctica de cortarse y golpearse. Todo esto suena como un deseo de morir, y los que se dañan a sí mismos pueden ser suicidas, pero existe una diferencia entre estos dos comportamientos. Aquellos que se cortan una arteria están tratando de matarse. Quieren terminar con su vida. Los cortadores tienden a ser más cuidadosos respecto a dónde y cuán profundo se cortan. Sólo quieren sentirse mejor. Los que abusan de sí mismos típicamente quieren vivir; simplemente no saben cómo vivir con emociones turbulentas. Los que abusan de sí mismos también deben diferenciarse de los autistas que se golpean la cabeza y otros comportamientos en los que se lastiman a sí mismos; también se distinguen de la respuesta esquizofrénica a voces alucinógenas que dan órdenes. Ve más despacio: Considera tus pasos Si alguien está en peligro, sentimos que debemos hacer algo inmediatamente, como montar guardia para cuidar a la persona o detener las cortadas antes de que ocurra algo más serio. Estas reacciones son apropiadas y usualmente son motivadas por el amor. Pero quizá en esto tengas que ir en contra de tus instintos. Si quieres ayudar pero percibes el peligro, habla con la persona acerca de tus preocupaciones. Los que abusan de sí mismos se dan cuenta de que quieres protegerlos, así que sé abierto con ellos. Pregúntales cómo consideran ellos el posible peligro si te preocupa que se suiciden. Si necesitas ayuda, habla con una persona sabia que pueda ayudarte a tomar buenas decisiones. En otras palabras, ve más despacio. Este comportamiento de la persona tiene una lógica y necesitas escucharla. Ten en cuenta esto: la otra persona se parece más a ti de lo que imaginas. Debajo de ese comportamiento que parece incomprensible se encuentran motivaciones conocidas – como el miedo, el deseo de control, desesperanza, tristeza y enojo. Si estás atrapado en un ciclo de dolor auto-infligido, también necesitas ir más despacio. El ciclo se está convirtiendo en algo automático. Tus emociones te dicen qué es lo que debes hacer y estás respondiendo robóticamente. Las mentiras se están volviendo una manera de vivir, distanciándote de las personas que te aman y que pudieran ayudarte. Sí, ir más despacio podría parecer peligroso cuando tus gritos interiores están subiendo el volumen y sientes que tu único escape pronto será bloqueado. Pero existe otro camino. Es un camino de sabiduría, y las personas sabias lo inician considerando su manera de vivir. El Ciclo Las raíces del ciclo del abuso a uno mismo llegan hasta lo profundo, pero éste tiende a ser activado por el “stress” – una circunstancia difícil y tu respuesta emocional, o una experiencia emocional intolerable que ya no necesita un pretexto para dispararse. Los factores estresantes más comunes son el enojo y la frustración, la ansiedad o un sobresalto abrupto. Si no tienes alternativas, el dañarse a uno mismo comienza gradualmente a convertirse en la respuesta preferida porque funciona. Provee un sentido inmediato de recobrar el control y de alivio emocional. Ofrece una manera satisfactoria de dar una voz a los gritos silenciosos del interior. Es decir, trae paz, no duradera, pero una migaja de calma o paz que es mejor que nada. Pero cuando se desvanece la experiencia de paz, las mismas circunstancias y emociones aguardan para turbar de nuevo tu mundo interior, y el ciclo continúa como muestra el siguiente diagrama: ¿Por qué abusar de uno mismo? ¿Qué está diciendo este comportamiento? Parece ser automático, incluso instintivo, pero existe una lógica detrás del dolor auto-infligido. La gente lo hace por una razón. Aunque este comportamiento te parezca extraño, no es difícil pensar en alguna razón posible que lo cause. Por ejemplo, si golpeas a alguien, le estás diciendo que no te agrada. Golpeas a un enemigo, alguien contra quien estás enojado. ¿Será posible que las mismas razones se apliquen a los que se infligen dolor? Los que se auto-infligen dolor pueden estar enojados consigo mismos. Pueden estar sintiendo como que han hecho algo que merece castigo. Más específicamente, pueden estar sintiendo que sus cuerpos los traicionaron. Quizá una mujer fue atacada sexualmente, y ha comenzado a creer, Mi cuerpo es malo. Su razonamiento es que si tuviera un cuerpo de hombre, no hubiera sido violada. Por tanto, su cuerpo de mujer es malo. Por supuesto, el perpetrador es el verdadero culpable, pero puedes ver cómo el comportamiento autodestructivo de esta mujer tiene sentido y propósito para ella. Ésta sólo es una posible razón. Existen docenas de otras razones y el comportamiento auto-dañino puede estar diciendo más de una cosa. Nuestros sentimientos y conductas pueden ser densos con estratos de significado. Aquí presentamos algunas razones que pudieran estar detrás de ese comportamiento. “Soy culpable. Debo ser castigado” Esta lógica particular, revela, hasta cierto punto, una verdad profunda. La realidad bíblica es esa, ante Dios, todos somos culpables y merecemos el castigo. Hemos quebrantado las leyes que reflejan el carácter de Dios, así que lo hemos ofendido. Seguimos nuestros propios deseos en vez de reconocer que él es el Señor. Algunos que se auto-lastiman incluso entienden que la sangre derramada es de alguna manera el castigo necesario para la culpa, como es demostrado por su satisfacción cuando sus cortadas producen sangre. El problema es que esta lógica pierde de vista la verdad más profunda. Cuando el Espíritu de Dios nos revela que somos culpables, también nos revela que Dios mismo provee el sacrificio. En el Antiguo Testamento, el sacrificio era la sangre de animales, pero la gente sabía que esto sólo ofrecía una limpieza temporal. Tenían que derramar esta sangre día tras día, año tras año. Así que el que se corta a sí mismo está viviendo como un hebreo del Antiguo Testamento que no puede ver que los sacrificios eran anticipos del Cordero de Dios. Jesús mismo es el que llevaría los pecados del mundo una vez y para siempre. “No soy perfecto” Esto es similar a la culpa, pero no hay un pecado obvio para la persona y Dios no es parte del asunto. En este caso has violado tus propios estándares y deseos personales. No comiste perfectamente. No te viste de la manera que querías. El sentimiento resultante es una imitación de la culpa, y de nuevo, derramar la sangre propia como propiciación para ser la única alternativa. “Tienen razón; yo merezco esto” Si los que se auto-lastiman fueron víctimas del pecado de otros, su comportamiento puede ser una manera de concordar con sus agresores o de aprobar lo que les hicieron: “Sí, me heriste porque merezco ser herido”. Los que se auto-lastiman lo hacen antes que alguien más pueda hacerlo. “Estoy enojado” El enojo es, frecuentemente, un mensaje en esta conducta. Puede ser una manera más agresiva de decir, “Soy culpable y merezco ser castigado” pero a menudo incluye enojo hacia otra persona. En vez de lastimar a dicha persona o desquitar el enojo con la mascota familiar, el que se auto-lastima se golpea a sí mismo. “Te odio”, es el estribillo, pero el enfoque de la ira cambia de uno mismo a otros y de vuelta a uno mismo. “Ya no soporto seguir sintiéndome de esta manera; lastimarme es la única forma de detener este sentimiento”. Cuando las emociones parecen abrumadoras, lo que quieres es que se detengan. Necesitas que se detengan. De lo contrario, sientes que te matarán, te volverán loco, o te obligarán a hacer algo que desesperadamente quieres evitar. Lastimarse a uno mismo alivia temporalmente el dolor, enfoca tu atención en el presente y te deja con el sentimiento de que has recobrado el control. “Siento que ya no tengo el control (y otros lo tienen sobre mí). De esta manera puedo reganar el control (y nadie puede detenerme). Cuando el lastimarse a uno mismo encuentra palabras para expresarse, a menudo habla de “control”. “Las palabras no pueden expresar mi dolor” Los seres humanos usualmente expresamos con palabras nuestra experiencia. Las emociones necesitan ser comunicadas. Pero ¿Qué pasa si no hay palabras? En ese caso, lastimarse a uno mismo refleja un alma buscando expresión. Puede ser que no sea articulado o preciso, pero de alguna manera esa práctica resume la experiencia interna. “¡Ayúdenme!” Algunas personas que se auto-lastiman quieren mantener en secreto su comportamiento. Esto aporta algo al significado del ritual. Pero muchos quieren ayuda y no saben cómo pedirla. Quizá nunca la han pedido; quizá son demasiado orgullosos; quizá piensan que a nadie le interesa lo suficiente como para ayudarlos. Si una persona se está lastimando a sí misma como una forma de pedir ayuda, entonces surgen otras preguntas. Por ejemplo, ¿Por qué escogerías un comportamiento privado y dañino para pedir algo? Algunos cónyuges ponen a prueba a sus parejas por medio de desear algo de ellos pero sin decirles claramente qué es. Piensan, “si me amas, lo sabrás sin que te lo diga”. Si el cónyuge falla la prueba, el que la puso se siente justificado para sentirse rechazado o enojado. En este caso, causarse daño a uno mismo puede ser usado para justificar la auto-conmiseración y excesivo interés en uno mismo. Esto pareciera una manera cruda de explicar la actividad interna posible de esta práctica, pero si realmente creemos que los que se lastiman a sí mismos comparten un vínculo con aquellos que no se lastiman adrede a sí mismos, pues esperaríamos que aquellos que sí lo hacen estén siendo motivados por un fuerte énfasis en su “yo”. Todos lo hacemos. La Escritura constantemente nos recuerda que nuestro más grande problema, incluso más que Satanás mismo, son nuestros deseos egoístas (Santiago 4:1-3). El orgullo y el interés en mí mismo tienden a gobernar nuestros corazones. Contrario a lo que muchos puedan pensar, el amor a uno mismo no es para nada un mandato bíblico. El mandamiento es que amemos a los demás al grado en el que ya nos amamos a nosotros mismos (Mateo 19:18). Identificar el propósito de auto-lastimarse es un paso útil. Tus emociones pueden ser como un recién nacido que no deja de llorar; cuando entiendes el significado detrás de los llantos, lo puedes ayudar. En el abuso de uno mismo, los llantos son algunas veces altamente expresivos, revelando las complejidades del corazón humano. Otras veces son bastante simples: “Ya no puedo manejar mis sentimientos y cortarme me ayudar con el estrés. Si no me corto, voy a…”. Si esto es todo lo que entiendes de esta conducta, ya entiendes lo suficiente. Existe una salida que no te destruirá. A mayor profundidad: ¿Qué está diciendo realmente este comportamiento? Ahora bien, aquí está el punto crucial. Aunque el conocimiento de Dios pueda ser empujado a los márgenes de nuestras vidas, todo lo que hacemos está relacionado con él, incluyendo este comportamiento. La auto-laceración está relacionada, al final de cuentas, con Dios. Si lo sacas del cuadro, no tendrás verdadera esperanza. “Soy culpable” apunta hacia a Dios Funciona de esta manera. Toda nuestra conducta dice algo acerca de lo que creemos respecto a Dios y nuestra relación con él. “Soy culpable” es un ejemplo obvio. La culpa significa que algún estándar se ha quebrantado. Puede ser un estándar que tú mismo estableciste, el estándar de tu familia o algún ideal cultural vago. Al principio parece no tener nada que ver con Dios. Pero este es un hecho de la existencia humana: lo que vemos en nosotros mismos y nuestras relaciones apunta hacia nuestra profunda, aunque a veces evitada, relación con Dios. Si experimentas la vida como un estándar opresivo, encontrarás un profundo sentido de que no llenas la medida delante de Dios y su estándar, el cual es amarlo a él con todo tu corazón y amar a tu prójimo. Si estuvieras bien con Dios – si de alguna manera sus estándares se pudieran satisfacer - ¿Acaso no haría la diferencia con los otros estándares que te dejan sintiéndote como un fracasado? Después de todo, los estándares de Dios son, al final de cuentas, los que nos juzgan, no los nuestros ni los de otras personas. Aquí es dónde notarás que tienes un mal concepto de Dios en serio. Puede ser que pienses que Dios es quisquilloso, que nada lo complace, que sólo está esperando que “metas la pata” para hacer llover su castigo sobre ti. Puesto que él lo hará, entonces tú te le puedes adelantar. Pero la verdad es que Dios cuando nos muestra que no llenamos la medida – y ninguno de nosotros la llena – esta información es, de hecho, una señal de la bondad de Dios hacia nosotros. Nos advierte de que estamos en peligro mortal, andando por una senda más auto-destructiva de lo que pensamos. Luego nos invita a regresar a él, donde está esperando para sorprendernos con la verdad de que podemos encontrar perdón en lo que Cristo ha hecho, en vez de en lo que nosotros hacemos. Todo lo que debemos hacer es creer. Creer, por supuesto, no es tan sencillo como pareciera. Creer es aceptar un regalo generoso, y nos sentimos incómodos cuando no tenemos nada con qué pagarlo. Frenéticamente buscamos alrededor algo para ofrecer; por ejemplo, nuestra contrición profunda o nuestro auto-desprecio. Esto parece correcto al principio, pero no lo es. Un gran regalo señala la generosidad del que lo da. Nos recuerda que no podríamos obtener el regalo por nosotros mismos. Esto significa que cualquier respuesta a Dios por el regalo que no sea gratitud y alabanza, degrada la generosidad del dador y exagera nuestra habilidad moral para contribuir en el costo del regalo. Significa que estamos buscando lo que hemos hecho en vez de lo que Dios ha hecho. Dios nos dice que vengamos a él con las manos vacías, pero nosotros queremos esperar hasta que nos sintamos más dignos. Mientras tanto, nuestro Padre Celestial nos sigue diciendo que Jesús fue digno en nuestro lugar – sólo necesitamos confiar en él. El llenó la medida porque nosotros nunca hubiéramos podido. Sí, es difícil de imaginar que alguien te hubiera amado como para hacer esto por ti, pero esta es la historia de Dios. Una señal de que estás comenzando a entenderla es cuando te parece demasiado buena como para ser verdad. Si escuchas la historia como un relato de condenación y una vida que se trata de esforzarse con más ahínco con tal de alcanzar la medida, estás haciendo tu propia versión de ella. Tu historia se trata de tu fracaso. La historia de Dios se trata de que cuando confías en Jesús, Su historia se convierte en la tuya. “Estoy enojado” apunta hacia Dios. Esto es lo que dice la frase: “Estoy enojado”: “Estoy enojado y al final de cuentas estoy enojado contra Dios. Él pudo haber hecho que las cosas fueran distintas a como son”. “Tú, [otra persona] estás equivocado. Yo estoy en lo correcto. Te juzgo y te encuentro culpable. Voy a aplicar el castigo porque no creo que Dios sea un buen juez. No confío en él para administrar la justicia que pienso que merezco”. “Si voy a ser juzgado y me sentiré culpable, entonces voy a juzgar a otros también. No creo que Dios me muestre misericordia, así que tampoco la mostraré a los demás”. De nuevo, estas declaraciones nos hacen regresar a la historia verdadera que Dios nos relata en vez de la historia que nos contamos a nosotros mismos. Dios tiene todo el control. Podemos confiar que él es el justo juez del mundo. Para aquellos que confían en él, todo su juicio recayó sobre Jesucristo. Él es el Dios que ama misericordia y extiende el perdón. Convierte tu silencio en palabras Incluso el clamor simple y desesperado, “Ya no soporto seguir sintiéndome de esta manera; lastimarme es la única forma de detener este sentimiento” se trata de Dios. A simple vista, esto parecería no tener relación con él – y precisamente ese es el punto. Cuando clamamos, pero no a Aquel que puede escucharnos, lo que estamos diciendo es que Dios no oye, no se interesa o no nos ama. Los niños que se lastiman corren hacia sus padres que escucharán y mostrarán compasión. Como criaturas que nos relacionamos con otros, compartimos nuestro dolor con aquellos que nos aman. Si hacemos esto con personas semejantes a nosotros – personas que aman imperfectamente que raras veces tienen la capacidad de hacer algo - ¿cuánto más deberíamos clamar a nuestro Padre Celestial, quien nos ama perfectamente y responde a nuestro clamor? Cuando su pueblo experimentó problemas, el Señor dijo, “No me invocan de corazón, sino que se lamentan echados en sus camas…No se vuelven al Altísimo; son como un arco engañoso” (Os 7:14:16). Dios está hablando de personas que están sufriendo, invitándolos a regresar a él, pero ellas prefieren aislarse llorando en sus camas. Esta postura centrada en uno mismo permea toda la historia. En nuestra miseria simplemente no nos inclinamos a regresar al Señor. Como resultado, la historia humana y nuestras historias individuales son ciclos de acercarse al Señor y alejarse de él. “En su angustia clamaron al Señor, y él los salvó de su aflicción”, es el estribillo recurrente del pueblo hebreo (Salmo 107:19). Nuestros corazones erráticos no se vuelven al Señor una vez. Se desvían y regresan a él una y otra vez. Una razón por la que preferimos ir a otro ser humano es porque raras veces hay más compromisos después: Clamamos y nos escuchan. Pero cuando regresamos al Señor, cambia nuestra lealtad fundamental: clamamos, nos escucha y actúa, nosotros le seguimos. Volver al Señor lleva nuestras vidas a encontrar nuestra residencia en Jesucristo. Para las personas que quieren el control personal y la independencia, como es el caso de algunos que se auto-lastiman, este es un precio muy alto. Pero aun así, el Señor nos invita. La invitación viene con una promesa: El Señor no rechazará a su pueblo; no dejará a su herencia en el abandono (Sal 94:14). Si sientes que no eres lo suficientemente bueno como para venir a Cristo, acabas de llenar el requisito para venir a él. La invitación viene para personas que sienten que no pueden llenar el estándar. Pero si sientes que eres lo peor de lo peor, ten cuidado. Puedes estar minimizando el amor que Jesús ya ha demostrado, al sugerir que Dios tiene límites semejantes a los del hombre. Puedes estar dando una excusa religiosa aceptada por muchos para acallar tu consciencia del porqué evades a Jesús. Si rechazas una invitación a una fiesta maravillosa diciendo que eres indigno de asistir, con mucha probabilidad simplemente no quieres ir. Clamor del Corazón Asumamos que, hasta cierto punto, estás renuente a ir al Señor con tu dolor. No estás dispuesto a renunciar a la conducta que parece estarte funcionando. Incluso si ésta es la manera que piensas, Jesús te habla palabras de gracia. Cuando tienes experiencias que son difíciles de describir con palabras, ayuda cuando alguien puede identificarse contigo sin que necesites explicarles qué pasa. Esto es lo que hace el Señor. Al invitarnos a regresar a él, describe nuestra experiencia. Cuando no tienes palabras, él las habla y te invita a unirte. Encuentras estas palabras en los Salmos. Si los lees, será como estar escuchando hablar a tu propia alma. “Responde a mi clamor, Dios mío y defensor mío.dDame alivio cuando esté angustiado, apiádate de mí y escucha mi oración” (Salmo 4.1). “Atiende, Señor, a mis palabras; toma en cuenta mis gemidos. Escucha mis súplicas, rey mío y Dios mío, porque a ti elevo mi plegaria” (Salmo 5:1-2). “Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta” (Salmo 63:1). ¿Por qué Dios incluyó los Salmos en la Biblia? Ciertamente, nos enseñan cómo adorar al Señor, pero hay más. ¿Notas que, de hecho, Dios quiere que le hablemos cuando estamos batallando, a tal punto que cuando estamos sin palabras, nos ofrece qué palabras decir? Salmo tras salmo, nos invita a clamar a él en vez de llorar en nuestras camas. Pensando en esto, encuentra un salmo con el que te identifiques, uno que capture tu experiencia y te lleve al Señor en vez de a tu práctica de auto-lastimarte. Comienza con frases o secciones del salmo y dilas al Señor con sinceridad. No olvides que estas palabras no son simples palabras de un poeta humano experimentando su tristeza o aislamiento. Son palabras divinamente autorizadas; Jesús mismo usó muchas de ellas para clamar a su Padre. Nos enseñan cómo clamar al Dios que se deleita en escucharnos. Palabras de Confesión Una vez que nos acostumbramos a clamar al Señor, tenemos más palabras a nuestra disposición. Unas de las más importantes son las palabras de confesión. La confesión de pecados, siendo sinceros, tiene una mala reputación. Evoca imágenes de castigo, vergüenza y la ira de alguien en nuestra contra. Pero la realidad es que todos pecamos todos los días y la convicción de pecado es evidencia de que está obrando en nosotros el Espíritu de Dios. El pecado es en contra de Dios, pero la consciencia del pecado es un regalo que viene de Dios. Por eso incluye palabras de confesión cuando le hables a Dios. La meta no es sacar una lista de pecados individuales. La meta es confesar que tu comportamiento y pensamientos pecaminosos fueron en contra de Dios. Por ejemplo, el egoísmo es pecado porque la vida no se trata de nosotros; se trata de la gloria de Dios. El chisme es pecado porque se habla en contra de personas que fueron hechas a imagen de Dios. Todos podemos reconocer que hacemos cosas malas algunas veces. Muchos pueden admitir que son pecadores. Pero es mucho menos común recordar que el pecado es en contra de Dios. La Escritura incluso dice que los conflictos ordinarios en la vida son, de hecho, evidencia del odio hacia Dios (Santiago 4:4). Nuestras confesiones podrían escucharse más o menos así: “Padre, confieso que al lastimarme a mí mismo, estoy menospreciando el hecho de que fuiste lastimado por mí. Estoy dudando de tu promesa, aun cuando sé que hablas la verdad”. “Padre, confieso que prefiero irme hacia dentro de mí en vez de ir a ti. No obstante, estoy tan abrumado por cosas que siento. Por favor, ayúdame”. “Padre, confieso que hago esto porque quiero el control en vez de confiar en tu control”. La libertad de confesar viene del hecho de saber que a través de Jesucristo, cuando abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Ro 5:20). No importa cuánto pecado descubramos en nosotros, hay gracia más que suficiente y misericordia para perdonarnos y cambiarnos. Dios se goza en perdonarnos. Engrandece su nombre al ofrecernos perdón que va más allá de cualquier relación humana. Después de la confesión, la Escritura nos provee más palabras para decir: “Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente?  Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido” (Salmo 130:3-4). Asegúrate de terminar con gratitud, no con culpa. Vergüenza, Recuerdos y Victimización El perdón es nuestra más profunda necesidad. Llega hasta las profundidades de nuestra lucha con la práctica de causarse heridas a uno mismo. Pero el perdón no siempre se conecta tan claramente con la vergüenza que puede motivar el lastimarse a uno mismo. Fracaso La vergüenza se presenta en diversas formas. Algunas veces sentimos como que no alcanzamos la medida de nuestros propios ideales o los de otras personas. No somos lo suficientemente atractivos, no logramos los puntos suficientes, nos sentimos por abajo del promedio, o las personas importantes no notan que existimos. Estas pueden ser heridas profundas que podría estar expresando la práctica de lastimarse a uno mismo. También pudiera ser una manera de castigarnos por no ser mejores de lo que somos. En ese caso, herirse a uno mismo sería una manera de aferrarse a la idea de que somos únicos. Algunas de estas luchas con la vergüenza pueden ser enfrentadas con sabiduría sencilla. Por ejemplo, si quieres lastimarte porque tuviste un desempeño bajo en el examen, decide aprender de tus errores, pedir ayuda y prepararte mejor para el siguiente. Pero si sientes que otras personas serán más inteligentes hagas lo que hagas, ¿Qué estás diciendo con esto respecto a tu relación con Dios? Algunas veces el menospreciarse tiene su raíz en el orgullo, aunque ciertamente no se siente de esa manera. A simple vista, el problema pareciera ser lo opuesto – esa necesidad de pensar mejor respecto a nosotros mismos. Pero si examinas tu corazón en busca de orgullo, usualmente lo encontrarás en alguna de sus formas. En este caso el orgullo es evidente por la manera en la que queremos más para nosotros mismos. Queremos ser geniales en algo. Queremos reconocimiento, reputación – algún tipo de gloria personal – y no lo estamos obteniendo. Lo deseamos más de lo que deseamos a Dios. Queremos ser un dios en vez de confiar en el Dios verdadero. ¿Cuál es la alternativa? Confesar lo que está pasando y regresar al Dios cuya gloria y santidad nos deja asombrados, y cuya humildad nos deja con un modelo diferente de lo que es la verdadera humanidad. Esperanzas rotas y rechazo Otro tipo de vergüenza viene cuando hemos sido rechazados por alguien importante. Quizá un novio pecó en tu contra; quizá querías una relación que él ya no deseaba. Puesto que el rechazo puede ser un detonador de la compulsión de auto-lastimarse, este es un tiempo para ir más despacio. Clama al Señor, no llores en tu cama. Enfrenta tus dudas acerca del plan de Dios para tu vida. En este momento se siente como algo miserable, pero si Dios envió a Jesús para morir para que podamos vivir, ¿Por qué se mostraría desinteresado ahora? El plan de Dios incluye dificultades y decepciones, pero su amor ya ha sido demostrado en Jesús, y es más sofisticado de lo que sabemos. Incluso en nuestras dificultades él está haciendo lo que es bueno. Algunas veces lo bueno es que aprendamos a confiar en él. Es una respuesta espiritual con valor eterno. Victimización La vergüenza más profunda viene cuando hemos sido abusados física o sexualmente. El lenguaje del abuso de uno mismo tiene múltiples capas, expresando enojo, menosprecio, dolor, culpa y autocastigo. Con tantas cosas pasando en su interior, la víctima se siente como si fuera la única manera de experimentar alivio temporal. Las víctimas pueden encontrar en los Salmos palabras para expresar su dolor. Éstos muy frecuentemente son los clamores de los inocentes y oprimidos. Pero las Palabras de Dios para los victimizados van más allá de los Salmos. La Biblia entera provee consuelo y ánimo a aquellos que han conocido la injusticia. El Señor dice, “Ay de los pastores que sólo se cuidan a sí mismos. Han gobernado a mi gente dura y brutalmente. Por tanto, estoy en contra de los pastores y les pediré cuentas de mi rebaño” (Ver Ezequiel 34:2-10). Luego el Señor busca a su rebaño, los rescata y los guía personalmente hacia abundantes pastos. El profeta Isaías espera con ansia el tiempo en que ya no habrá más vergüenza. Se dirige a la mujer que sufría la mayor vergüenza en su época: “Tú, mujer estéril… ¡grita de alegría! No temas, porque no serás avergonzada. No te turbes, porque no serás humillada. Olvidarás la vergüenza de tu juventud…Porque el que te hizo es tu esposo; su nombre es el Señor Todopoderoso. Tu Redentor es el Santo de Israel.” (Isaías 54.1-6). En Cristo, este tiempo ha llegado. El camino te dirige a Jesús Isaías nos señala el destino verdadero. Clamar a Dios, confesar el pecado, y confiar en su carácter son pasos cruciales que nos dirigen todos a Jesús. Jesús es el punto focal de toda la Escritura, y la esperanza verdadera puede encontrarse cuando estamos en pos de la misma meta. Isaías pudo anunciar esta bendición porque había atestiguado proféticamente los sufrimientos y resurrección de Jesús (Is 53). Vio que un hombre iba a ser rechazado, avergonzado, victimizado y aplastado por nuestros pecados para que su descendencia pudiera prosperar. Somos su descendencia si vamos hacia él. Todavía tenemos la tendencia de hacer una distinción tajante entre la ira de Dios y el amor de Jesús. Pero Jesús es la expresión plena – “la fiel imagen” (He 1:3) – del ser de Dios. Si vemos y conocemos a Jesús, vemos y conocemos al Padre; ellos son uno solo. La cruz revela la ira de Dios por el pecado y su amor por su pueblo. Revela la humildad de Jesús para servir incluso hasta la muerte y su grandeza, poder, y exaltación porque la muerte no tiene poder sobre él. Quieres encontrar tu hogar. Quieres paz y descanso. Has buscado estas cosas cuando te lastimas a ti mismo, pero tener el control no es la solución. Ahora, despega la mirada de ti mismo. La respuesta reside en Jesús. Búscalo y lo encontrarás. Pasos de Acción Después de leer acerca del cuadro más grande, aquí hay algunos pasos específicos para realizar. 1. ¿Quieres cambiar? La respuesta usual es “Sí” y “No”. El cambio es difícil, en parte porque no queremos cambiar. Nuestro comportamiento es inconveniente pero aun así cumple un propósito en nuestras vidas. Así que hazte esta pregunta regularmente. Te recordará que debes confrontar tus motivaciones y traerlas al Señor. Lleva tiempo darse cuenta de que el camino con Jesús es mejor que el camino de causarse daño a uno mismo. 2. Permite que otras personas se involucren. La práctica de hacerse daño a uno mismo florece en lo privado, pero el camino de Dios es uno de luz y apertura. Si no hablas abierta y sinceramente con alguien en quien confíes y que pueda ayudar, probablemente significa que todavía no estás dispuesto a cambiar. 3. Crece en honestidad. Las mentiras vienen en muchas formas, desde engaños descarados hasta encubrimientos silenciosos. Todos los días piensa en cómo has tratado de esconder tu comportamiento. Confiesa estas cosas a Dios y considera confesarlo a la persona a quien has engañado. Cuando las mentiras se acumulan en las relaciones, nos sentimos más avergonzados, aislados y desesperanzados. Es una de las estrategias favoritas del diablo. 4. Llénate de la Escritura. Los Salmos, los Evangelios y Efesios son buenos puntos para empezar. Realizar un diario devocional puede ayudarte a meditar en la Escritura. 5. Encuentra libros buenos que comuniquen claramente acerca de la gracia de Dios. 6. Puesto que dañarse a uno mismo sigue una pauta en la que puedes anticipar las situaciones, momentos y lugares en lo que eres más vulnerable, ¿Qué plan alternativo puedes hacer cuando esas situaciones se presenten? Recuerda, debes escoger estas alternativas (llamar a un amigo, leer en un lugar público) mucho antes que tus emociones alcancen su punto de crisis. 7. Escribe el significado y propósito de tu práctica de lastimarte a ti mismo. ¿Qué es lo que estás diciendo con ella? 8. Si “metes la pata”, no te des por vencido desesperanzadamente. Todos los seres humanos “metemos la pata”. Pero cuando regresamos a Jesús y recibimos su Espíritu, siempre hay esperanza. Tenemos el perdón, la sabiduría más profunda y el poder para andar otro camino. Si estás atorado en la desesperanza, ¿Será que es porque quieres seguir atorado? 9. Busca en los Salmos una voz para tu corazón y modela tus reflexiones personales siguiendo su pauta: son sinceras, no siempre bonitas, pero consistentemente terminan con alabanza y acción de gracias.