Andrea Belén Rodríguez
Batallas contra los silencios
La posguerra de los ex combatientes del
Apostadero Naval Malvinas (1982-2013)
Andrea Belén Rodríguez
Batallas contra los silencios
La posguerra de los ex combatientes del Apostadero
Naval Malvinas (1982-2013)
Esta publicación ha sido sometida a evaluación interna y externa
organizada por las instituciones editoras.
Corrección: María Valle (UNGS)
Diseño gráfico: Andrés Espinosa (UNGS)
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Impreso en Argentina
©2020 Universidad Nacional de La Plata, Universidad Nacional de
Misiones, Universidad Nacional de General Sarmiento
Colección Entre los libros de la buena memoria 19
Rodríguez, Andrea Belén
Batallas contra los silencios : la posguerra de los ex combatientes del
Apostadero Naval Malvinas : 1982-2013 / Andrea Belén Rodríguez. 1a ed . - Los Polvorines : Universidad Nacional de General Sarmiento
; La Plata : Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación ; Posadas : Universidad Nacional de
Misiones, 2020.
Libro digital, PDF - (Entre los libros de la buena memoria / 19)
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ISBN 978-987-630-488-7
1. Historia Política Argentina. I. Título.
CDD 320.0982
Licencia Creative Commons 4.0 Internacional
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La Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la
Universidad Nacional de La Plata, la Universidad Nacional de Misiones y la Universidad Nacional de General Sarmiento promueven
la Colección de e-books “Entre los libros de la buena memoria”,
con el objeto de difundir trabajos de investigación originales e
inéditos, producidos en el seno de Universidades nacionales y
otros ámbitos académicos, centrados en temas de historia y memoria del pasado reciente.
La Colección se propone dar a conocer, bajo la modalidad “Acceso Abierto”, los valiosos avances historiográficos registrados en
dos de los campos de estudio con mayor desarrollo en los últimos
años en nuestro país, como lo son los de la historia reciente y los
estudios sobre memoria.
Colección Entre los libros de la buena memoria
Directores de la Colección
Gabriela Aguila (CONICET-UNR)
Jorge Cernadas (UNGS)
Emmanuel Kahan (CONICET-UNLP)
Comité Académico
Daniel Lvovich (UNGS-CONICET)
Patricia Funes (UBA-CONICET)
Patricia Flier (UNLP)
Yolanda Urquiza (UNaM)
Marina Franco (UNSAM-CONICET)
Silvina Jensen (UNS-CONICET)
Luciano Alonso (UNL)
Emilio Crenzel (UBA-CONICET-IDES)
Comité Editorial
Andrés Espinosa (UNGS)
Guillermo Banzato (UNLP-CONICET)
Claudio Zalazar (UNaM)
A mis abuelos Peti y Valentín
A Yani
nobles combatientes de la vida
Índice
Agradecimientos ........................................................................ 11
Introducción ............................................................................. 15
Los silencios y la guerra de Malvinas .................................... 15
La apuesta por una historia sociocultural de la guerra
y posguerra de Malvinas ....................................................... 22
Fuentes y archivos ................................................................ 28
Estructura del libro .............................................................. 30
Parte I. La guerra, la Armada y el Apostadero ............................ 33
Capítulo 1. La Armada y Malvinas ....................................... 35
“El sentimiento dentro de la Armada” ............................. 35
Combatir en la tierra, el aire ¿y el mar?............................ 43
Capítulo 2. La guerra del Apostadero ................................... 55
Marcas ............................................................................ 55
La constitución de la unidad: un “rejunte” sin identidad ... 56
Los “nosotros” en el Apostadero ...................................... 69
Los “otros” ...................................................................... 73
Parte II. La posguerra del Apostadero. Experiencias
e identidades ............................................................................. 79
Capítulo 3. Regreso a la Armada: ocultamiento, silencio
y “subversión” ...................................................................... 83
“La ropa sucia se lava en casa” ......................................... 83
“Subversión” en la Armada ............................................. 92
Decepciones y retiros .....................................................103
La permanencia en la Armada o la no existencia .............111
Capítulo 4. La cotidianeidad tras la guerra: los ex
combatientes como presencias-ausentes ...............................123
Los años ochenta y noventa: desencuentros ....................123
Los años 2000: reencuentros ..........................................161
Capítulo 5. Lazos de guerra .................................................175
1983-1990: civiles versus militares .................................175
1990-2013: civiles y militares. La irrupción de los “otros” ..190
Parte III. La memoria social del Apostadero.
Identidades y narrativas ............................................................211
Capítulo 6. La memoria de la Armada.................................215
La “gesta” y los “héroes” .................................................215
Lugares de la memoria naval .........................................224
La guerra del Apostadero y la memoria naval .................239
Capítulo 7. Memoria/s del Apostadero: entre la “tradición
oral” y la escrita ...................................................................247
De memoria subterránea a memoria pública ..................247
“El Apostadero Naval Malvinas en Internet” ..................253
Relatos en primera persona ............................................267
Entre la “memoria emblemática” y las “memorias sueltas”.. 297
Conclusiones ............................................................................301
Bibliografía ..............................................................................317
Presentación de los entrevistados .............................................327
Agradecimientos
Este libro es una versión revisada de mi tesis de Doctorado
en Historia, defendida en la Universidad Nacional de La Plata en
2014. La investigación de la que parte es producto del sistema nacional de ciencia y técnica y del sistema público universitario. Concretamente, mi tesis hubiese sido imposible sin el respaldo de la
Universidad Nacional del Sur, la Universidad Nacional de La Plata,
la Universidad Nacional del Comahue y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Y la publicación de este libro se
le debe a las universidades públicas de La Plata, Misiones y General
Sarmiento que sostienen esta excelente colección. Mi agradecimiento a esas instituciones que me permitieron dedicarme a aquello que
me apasiona.
Quiero agradecer, en particular, a cada uno de los ex combatientes* que me brindaron su testimonio porque me recibieron en
sus casas, confiaron en mí –sin conocerme– para compartir sus recuerdos más íntimos y dolorosos, y hablaron por primera vez de la
guerra; y, además, porque fueron muy pacientes para ver los resultados de la investigación y aún más para ver su publicación.
Mi profundo agradecimiento, también, a Silvina Jensen y Daniel Lvovich, directora y codirector de la tesis doctoral, por su generosidad, sus lecturas inteligentes y sagaces, y por estar siempre
presentes, aun en la posibilidad de esta publicación que, para mí, es
un sueño hecho realidad. Silvina, en particular, ha sido un pilar fun* Si bien la norma indica que la partícula ex se escriba pegada a la palabra que modifica, utilizamos esta forma porque es con la que mayoritariamente se identifican los sujetos.
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damental en mi recorrido como investigadora, no solo por incentivarme a estudiar Malvinas (cuando nadie lo hacía), por compartir
material y por enseñarme las “reglas del oficio”, sino por ser una
gran persona y compañera de camino, cuyo compromiso, responsabilidad y honestidad son admirables.
Agradezco a los siguientes colegas que compartieron algún material conmigo, leyeron versiones preliminares de algunos capítulos
o me brindaron la posibilidad de difundir mi investigación: Andrea
Pasquaré, Emmanuel Kahan, Gabriela Aguila, Germán Soprano,
Jorge Cernadas, Leandro Di Gresia, Marta Carrario, Orietta Favaro
y, en particular, a Federico Lorenz, por su confianza en momentos
muy iniciales y críticos de este trabajo, por acercarme a este hermoso campo de estudio, por compartir material y por su compromiso
siempre crítico con Malvinas, que ha sido en mi carrera una referencia insoslayable.
Y principalmente agradezco a mis colegas y amigas Ana Inés
Seitz, Lorena Montero, Virginia Dominella, Florencia Fernández
Albanesi, Julia Giménez, Belén Zapata, Ana Vidal, Cecilia Azconegui y Soledad Lastra. No solo porque cada vez que leían la palabra
“Malvinas” se comunicaban conmigo para que no dejara de leer/
ver ese material, sino también porque me escucharon y leyeron
con cariño, pero sin dejar de ser críticas; me alojaron en sus casas
en los tantísimos viajes de investigación, presentaron los ejemplares de la tesis en pleno diluvio cuando estaba en tiempo de
descuento y compartieron las alegrías profesionales y personales
como si fueran propias.
Agradezco, también, a mi familia y amigos de siempre por estar
tan cerca en la distancia, y a los nuevos, por compartir la cotidianeidad en mi ciudad de adopción. Sobre todo, entre ellos, a quienes me
prestaron material: solo por nombrar algunos, Mariana del Campo,
Mercedes del Campo, Paula Sanger y Juan Pablo Cinich confiaron
en mí al cederme material de gran importancia intelectual y afectiva.
Por último, pero en primer lugar, agradezco a mi mamá Silvia,
mi papá Pedro y mi hermano Claudio, los grandes referentes de mi
vida, sin los que, sencillamente, este camino hubiese sido imposible.
Ellos me apoyaron en cada decisión, me motivaron a crecer, reco-
Batallas contra los silencios
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lectaron material, creyeron en mí mucho antes de que yo lo hiciera
y, ante todo, están presentes en cada momento de mi vida. A Janito,
por su leal compañía.
Entre la defensa de la tesis y la publicación de este libro nacieron mis dos hijos, Isabella y Filippo, que fueron un vendaval y
pusieron de cabeza mi mundo. Lo difícil que me resultó conciliar
la maternidad y el trabajo explica la tardanza en la publicación de
este libro, pero no hubiese podido elegir otro camino: sus sonrisas
y abrazos le dan sentido a mi vida. A Ignacio, el papá de mis hijos
y el compañero que elegí para transitar mi vida, le agradezco su paciencia, amor, entrega y alegría de cada día. Con ellos, las palabras
nunca alcanzan.
Introducción
Los silencios y la guerra de Malvinas
La palabra clave del libro es silencios. Silencios es lo que encontré a cada paso en todo mi recorrido de interés, estudio y, finalmente, investigación sobre la guerra de Malvinas. La existencia de una
contienda bélica de la que nadie hablaba públicamente despertó mi
curiosidad ya en el primer año del colegio secundario, tal vez porque mi mamá desde pequeña me contaba que cuando estaba embarazada tenía que subirse a las sillas para tapar las ventanas de mi
casa, respetando los (ingenuos) procedimientos de oscurecimiento
para ocultar mi ciudad de origen –Bahía Blanca– ante un posible
bombardeo. Mis primeros recuerdos sobre Malvinas remiten a un
trabajo de investigación que desarrollé en el colegio secundario, en
el que intenté explicarme cómo la Argentina pudo haberse embarcado en una guerra contra Gran Bretaña por unas islas perdidas en
el Atlántico Sur en el otoño de 1982. Al tener como horizonte de
referencia las guerras mundiales, un tema que siempre me había
fascinado, me parecía inconcebible que la Argentina hubiese sido
parte de una contienda bélica hacía solo algo más de una década. Su
desenlace –la derrota argentina–, además, me parecía obvio. Escribí
en un par de hojas las razones esgrimidas en un manual de secundaria por las que las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del
Sur eran argentinas. Desde mi óptica inocente, en ello se agotaba la
explicación de la guerra.
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Andrea Belén Rodríguez
Esta inquietud debe haber permanecido latente durante gran
parte de mi vida porque 15 años después, cuando ya estaba en la
universidad terminando la Licenciatura y el Profesorado en Historia, ante el pedido de armar un proyecto de investigación, nuevamente elegí estudiar aquella guerra que parecía rodeada de un aura
de silencio, aquel conflicto del que prácticamente nada habíamos
visto durante toda la carrera. Pero ahora, la relación con su contexto, la última dictadura militar, me parecía la clave. De allí en
más, mi labor como historiadora estuvo indisolublemente ligada a
la guerra, aunque a poco de andar fue evidente que Malvinas era un
hueco y una cuenta pendiente no solo para mí, sino también para
la historiografía argentina desde su renovación y, sobre todo, desde
la articulación del campo de la historia reciente y en sus diálogos
con la nueva historia cultural y los estudios de la memoria. A diferencia de las investigaciones sobre la dictadura y los setenta, el
impacto del terrorismo de Estado y el accionar de las organizaciones político-militares que parecían multiplicarse en ese momento
(2006), los estudios socioculturales sobre la guerra de Malvinas
eran difíciles de hallar.
Silencios, entonces, es lo que encontré en forma prioritaria en
mi recorrido inicial en torno a Malvinas, y es lo que incentivó mi
curiosidad y motivó su estudio. Desde mi perspectiva, esos silencios
se transformaron en un gran signo de interrogación, en todo un
problema a estudiar. Si tenemos presente que los silencios están socialmente construidos, al igual que la memoria y el olvido (Winter,
2010), la clave consistía en explicar qué sentidos subyacían a esa
falta de palabras. Los silencios sobre Malvinas parecían estar cargados de incomodidades, culpas, vergüenzas, proyectos frustrados,
desesperanzas, dolor y, también, desinterés. Malvinas parecía ser
una especie de ausencia presente.
Los silencios también aparecieron en cada uno de mis encuentros con los ex combatientes.1 Sin saber todavía bien qué investigar
1 Los términos “veterano de guerra” y “ex combatiente” son propios de diversas memorias
de Malvinas. Como indica Rosana Guber (2004), sus diferencias, que fueron y son relevantes
para las dirigencias de las agrupaciones de ex combatientes, no lo han sido para las bases, ni
–agrego– para el Estado y la opinión pública, que normalmente usan ambos términos como
Batallas contra los silencios
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sobre el conflicto del Atlántico Sur, en 2007 comencé el trabajo
final para recibirme de licenciada en Historia con una entrevista
en profundidad a Ramón Romero, quien había luchado en las islas siendo un joven cabo, con solo tres años en la Armada. En la
entrevista, Monchito comenzó con la narración de su posguerra y
comentó que ni bien regresó al continente decidió darse de baja de
la Marina por su desilusión y frustración debido a las condiciones
en que habían luchado durante el conflicto, y por la forma en que
habían sido recibidos. Esa fue la primera vez que escuché una frase
que luego se repetiría en todos los testimonios: Ramón reclamaba
haber regresado de la guerra “de noche y por la puerta de atrás”,
en silencio y escondido por las Fuerzas Armadas (FF.AA.) y ante
una sociedad que miraba para otro lado. De hecho, los silencios de
los “otros”, para los veteranos de guerra, significaban el rechazo o
desinterés hacia su experiencia e implicaban su propia resistencia.
La lucha contra los silencios –social, político, estatal, militar…– fue
una de las tantas batallas que no pocos veteranos combatieron durante gran parte de su posguerra, mientras muchos se sumaban al
silencio de una sociedad que los invisibilizaba. Ramón, por ejemplo, estuvo veinte años sin hablar de la guerra, una situación que no
es para nada inusual.
Pero, el testimonio de Ramón y, quizás, lo inadecuado de mis
preguntas en la entrevista también pusieron de relieve otro silencio.
Cuando, desde mi imagen de la guerra, preguntaba por las carencias
logísticas sufridas, Ramón respondía que él no había tenido dificultades al respecto. Cuando me contaba que había estado alojado
alternativamente en diversos espacios en el pueblo, yo no lograba
entender por qué no había tenido una trinchera fija. Cuando le
preguntaba por el combate con los ingleses en el frente de batalla,
Ramón me respondía que nunca había visto a un inglés hasta la rendición, que no había estado en los “pozos de zorro”, que no había
disparado un solo tiro en toda la guerra.
Ramón había formado parte del Apostadero Naval Malvinas,
la unidad logística de la Armada Argentina encargada de la fundasinónimos. Como, en su mayoría, los miembros del Apostadero no establecen una diferenciación, aquí son utilizados indistintamente.
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mental tarea de organizar las instalaciones portuarias de la capital de
las islas, uno de los pocos puntos de comunicación con el continente. Por ende, se había dedicado durante gran parte de “su” guerra
a estibar la carga de los buques, a transportar mercadería a diversos
lugares, e, incluso, a repartir el correo.
El contraste entre mi imagen de la guerra (basada en la lectura
de aquellos testimonios que más se habían difundido, los de los
soldados que habían combatido en el frente de batalla) y la guerra
vivida por Ramón fue un indicio de dos cuestiones. Por un lado,
sugería la existencia de diversas guerras de Malvinas. Y, por otro,
que la repercusión de algunas de ellas en el espacio público –la
guerra de trincheras– evidentemente había ocultado, subsumido
o dejado en un segundo plano otras, como las guerras logísticas.
Fue ese contraste el que me motivó a estudiar la guerra “vivida,
imaginada y conceptualizada” (Winter y Prost, 2008: 6) por los
integrantes del Apostadero Naval Malvinas, con el objeto de intentar explicar, en última instancia, el porqué del silencio de las
guerras logísticas.
Asimismo, en este primer acercamiento a la guerra del Apostadero en los inicios del 2007, una de las cuestiones que más atrajo
mi atención fue que el silencio en que esta se hallaba sumida, o
por lo menos su falta de repercusión pública, contrastaba con la
existencia de reuniones anuales entre los integrantes de la unidad
durante 25 años y de una página web dedicada íntegramente a
ella. De hecho, desde 1983, sus miembros se encuentran anualmente todos los 20 de junio –día que regresaron de la guerra– en
un típico café porteño.
Estos hechos delataban que la experiencia colectiva de la guerra
había transformado a una unidad militar en un grupo social que
compartía cierta identificación. La relación entre los procesos de
construcción identitaria grupal durante la guerra y la posguerra, y
el rol que habían jugado en ellos los silencios que debieron enfrentar, aceptar a regañadientes o a los que debieron someterse, fue la
problemática que me propuse investigar desde un comienzo hace ya
más de diez años, y es el eje de este libro, producto de mi investigación para la tesis de doctorado.
Batallas contra los silencios
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Al tomar como punto de partida mi investigación inicial sobre
la guerra del Apostadero (Rodríguez, 2008), este libro trata sobre
la posguerra de ese grupo-unidad. Específicamente, aquí me propongo reconstruir la historia del grupo Apostadero Naval Malvinas desde que sus integrantes regresaron al continente, luego de la
rendición, hasta el 2013, cuando se cumplieron treinta años de sus
encuentros anuales, y hago hincapié en sus experiencias, identidades
y memorias.
En tal sentido, el primer objetivo del libro es reconstruir las
experiencias de posguerra de los civiles y militares que formaron
parte del Apostadero, y explorar las formas en que la vivencia bélica significó una marca en sus vidas, identidades y memorias. El
segundo es abordar las redefiniciones y modificaciones identitarias
que atravesó este grupo humano a lo largo de la posguerra al hacer
foco en las reuniones anuales del 20 de junio. Por último, el tercer
propósito es historizar la construcción de una memoria común de
la guerra y de la propia experiencia bélica por parte de los miembros
del grupo Apostadero.2
Para finalizar, es fundamental detallar las tres hipótesis generales de las que parto y que son transversales al libro. En primer
lugar, postulo que la identidad “nosotros integrantes del Apostadero”, construida a partir de la experiencia bélica, fue modificándose,
resignificándose y reconfigurándose según dinámicas y características propias del grupo. Y, también, en función de su articulación
(convergencias y tensiones) con las políticas públicas vinculadas al
pasado reciente desplegadas por el Estado y por distintos sectores
sociales involucrados en las luchas por el sentido de la guerra desde
1982 hasta el 2013.
En tal sentido, propongo que existen otros actores que no
formaron parte del Apostadero, pero que tuvieron un rol esencial
en los procesos de construcción identitaria del grupo. Al igual que
durante la guerra, los civiles y militares que permanecieron en el
2 Como es evidente, comparto la definición de identidad y memoria como construcciones
sociales. Lejos de considerarlas esencias inmutables, las percibo como productos históricos,
cambiantes y frágiles, que están en estrecha vinculación y que se van modificando en función
de la relación pasado-presente-futuro. Ver Pollak (2006) y Jelin (2002).
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continente durante el conflicto siguieron siendo los “otros” frente
a los que los miembros del Apostadero se definieron. Ello porque
las políticas de silencio que los sectores castrenses y la sociedad civil
desplegaron frente a la guerra confrontaron con el propósito de los
combatientes de reivindicar aquel pasado que había marcado sus vidas, identidades y cuerpos, y por el que habían muerto compañeros.
Este desencuentro entre memorias abrió una brecha entre los combatientes y el resto de la sociedad, que recién comenzó a cerrarse en
tiempos recientes, cuando se produjo una activación de la memoria
bélica en la esfera pública y comenzaron a multiplicarse las políticas
de reconocimiento a los veteranos de guerra.
Como segunda hipótesis general, propongo que la conformación de ese “nosotros” producto de la experiencia bélica se produjo
en paralelo a la constitución de determinado sentido compartido de
la guerra y/o de la propia participación en el conflicto por parte de
los integrantes del grupo Apostadero, procesos que se alimentaron
y condicionaron mutuamente. La memoria social del Apostadero se
ha configurado principalmente en las reuniones anuales del 20 de
junio y ha sido objeto de “trabajos de encuadramiento” (Rousseau,
en Pollak, 2006) por parte de diversos integrantes del grupo que se
alzan como “emprendedores de la memoria” (Jelin, 2002), quienes
construyeron una narrativa de la historia bélica y de la posguerra del
grupo-unidad Apostadero para ser difundida públicamente, la que
difiere en algunos puntos de la memoria que circula en el interior
del grupo.
Esa memoria en común ha contribuido a la cohesión del grupo
y a la constitución de determinadas imágenes de sí mismo, pero
también ha sido objeto de disputas, conflictos y negociaciones en el
interior y en el exterior del colectivo. Así, en un primer momento,
en los ochenta y hasta mediados de los noventa, la constitución
de esa memoria colectiva tendió principalmente a reforzar los lazos
afectivos y operó de forma “subterránea” (Pollak, 2006) como elemento aglutinante del grupo social, en un contexto de silencio de la
guerra. Recién fue a fines de los noventa, en el marco de una activación de la memoria bélica a nivel nacional, cuando la memoria del
grupo salió a la esfera pública en busca de un reconocimiento de la
Batallas contra los silencios
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propia experiencia bélica por parte de diversos “otros”, y principalmente de la Armada Argentina, en cuya historia oficial la guerra del
Apostadero ha tenido un lugar marginal.
Finalmente, propongo una tercera hipótesis general que retoma la preocupación inicial sobre la relación entre las identidades y
los silencios sobre Malvinas. Postulo que los silencios de la guerra
y/o de su experiencia bélica por parte de los “otros” se han erigido
en puntos de referencia esenciales en la construcción de la propia
identidad y del sentido de la guerra por parte de los integrantes
del Apostadero. En principio, porque la oposición a esas políticas
de silencio contribuyó a activar y actualizar los lazos afectivos, y
a constituir un espacio en el que pudieran hablar sin condicionamientos sobre la guerra, a la vez que a fortalecer la memoria
grupal. Además, porque el contenido de dicha memoria y las imágenes de sí que han construido, han dependido de los significados
que subyacen a la construcción de esos silencios por parte de los
“otros” y/o de los sentidos que los miembros del Apostadero le
han atribuido a estos.
En tal sentido, propongo que los silencios que los “otros” –el
Estado, grandes sectores sociales, parte de la población de ex combatientes, la Armada– han construido sobre el conflicto bélico o la
guerra del Apostadero, lejos de estar vacíos de sentidos, transmiten
diversos significados que varían según el contexto del actor y sus
luchas. Atendiendo a la propuesta de Jay Winter sobre las funciones
de los silencios de conflictos bélicos, postulo que los silencios sobre
la guerra del Apostadero y la guerra de Malvinas tienen motivaciones tanto “políticas”, “litúrgicas” –vinculada a lo sagrado y al duelo– como principalmente “esencialistas”, en la medida que revelan
construcciones de jerarquías de vivencias ancladas en el dolor y el
sacrificio (Winter, 2010). Entonces, sin desconocer su intencionalidad política y litúrgica, creo que, en primer lugar, se trata de silencios
esencialistas, en los que la autoridad para hablar de los acontecimientos violentos recientes ha dependido del “grado” de sufrimiento vivido “en carne propia”. Esos escalafones se han aplicado a actores
que protagonizaron diversas situaciones límites en el pasado reciente
(víctimas del terrorismo de Estado/combatientes de la guerra) o den-
22
Andrea Belén Rodríguez
tro de la misma población de ex combatientes (combatientes en el
frente de batalla/combatientes logísticos en la retaguardia).
La apuesta por una historia sociocultural de la guerra
y posguerra de Malvinas
La bibliografía sobre el conflicto del Atlántico Sur es extensísima y heterogénea. Periodistas, protagonistas del conflicto, militares, dirigentes políticos e investigadores académicos han publicado
cientos de obras desde el inmediato término de la guerra hasta la
actualidad, que abordan diversas problemáticas, presentan características disímiles y están planteadas desde diferentes perspectivas.
Sin embargo, si nos atenemos a la historiografía argentina, a grandes
rasgos, es posible identificar dos perspectivas sobre la guerra que
han primado por casi veinte años, y una tercera mirada que surgió
alrededor de los 2000, a la que suscribe este libro.
Por un lado, existe una vasta historiografía militar que sostiene un discurso patriótico clásico, en el que la guerra aparece como
“gesta”, incorporándola a la línea de luchas patrióticas fundantes
de la nación, y en el que la crítica al actor militar no tiene lugar. Se
trata de un relato en el que las tropas combatientes (civiles y militares por igual) destacan por su “heroicidad”, su valor en la lucha y su
capacidad para sobreponerse a circunstancias adversas. Los actores
que son individualizados y que aparecen como sujetos protagónicos
son los oficiales. Generalmente, el resto de las tropas combatientes
no tiene nombres ni apellidos, aparece como una masa uniforme
aunque heroica, excepto que haya participado de algún acontecimiento de extraordinaria relevancia.
Esta producción es subsidiaria de la historiografía militar tradicional de Occidente. Como indica John Keegan, los relatos militares bélicos están caracterizados por una perspectiva simplificada y
uniforme del comportamiento humano en la guerra (en el que no
hay lugar para las subjetividades ni las emociones), por una caracterización jerarquizada de los combatientes y por un desarrollo de la
batalla por movimientos abruptos y discontinuos (2000: 39). Asimismo, esta suele carecer de vinculaciones con otras dimensiones
Batallas contra los silencios
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históricas y, por ende, las explicaciones sobre fenómenos militares
se desarrollan aisladas de factores económicos, sociales, culturales o
políticos que son parte del contexto histórico y podrían enriquecer
su comprensión. Así, parte de esta historiografía consiste únicamente en resúmenes cronológicos de la guerra, análisis técnicos
y operacionales del conflicto, crónicas de las batallas, entre otras.
La escasa bibliografía que existe sobre el Apostadero Naval
Malvinas se encuentra prioritariamente dentro de esta perspectiva.
En todos los casos, consiste en estudios de historiadores navales o
protagonistas del conflicto, sobre la constitución y el accionar de la
unidad en las islas, pero nunca sobre las experiencias bélicas de los
actores y menos aún de su posguerra. En su mayoría, se trata de pequeños capítulos dentro de un análisis general, en el que esa unidad
es tratada de forma marginal.3
La segunda línea de abordaje es la que surge de los círculos
académicos “progresistas” –que Lorenz define ampliamente como
democráticos y de izquierda (2007)–, que hacen de la guerra una
cuestión marginal y la leen apenas como el “acelerador” del desenlace de la dictadura militar. Se trata de textos generales sobre los setenta y el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”,
que incluyen una interpretación de la guerra como el “manotazo de
ahogado” de un régimen militar en crisis, que apeló a una “causa
nacional” relevante para la sociedad argentina a fin de recobrar su
legitimidad. Estos trabajos no toman el conflicto bélico y menos
aún la posguerra de Malvinas como objeto de estudio. La vacancia
de Malvinas en esos estudios opera como una paradoja:
… porque en una clave política se le reconoce a la guerra de
Malvinas una importancia central en las formas que tuvo la entrega del poder por parte de las Fuerzas Armadas. En consecuencia, los análisis sobre la época no pueden “eludir” Malvinas,
pero a la hora de tratarla se echa mano a mitos sociales antes que
a investigaciones rigurosas (Lorenz, 2011: 53).
3 La única excepción es el libro Apostadero Naval Malvinas de Jorge Muñoz publicado por
el Instituto de Publicaciones Navales en 2017, en el que el autor aborda la guerra de los
integrantes de la unidad, que no solo es posterior a esta investigación, sino que además está
basado en ella.
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Andrea Belén Rodríguez
A mi juicio, la ausencia de historiadores –como no fueran los
vinculados a las FF.AA.– preocupados por investigar la guerra y
posguerra de Malvinas se explica por múltiples factores. Tal vez,
el desprestigio de las FF.AA. en la posdictadura producto de su intervención en dos “guerras” –desde su perspectiva–, una “sucia” y
otra “limpia”, una ganada y otra perdida, que fue de la mano del
cuestionamiento del discurso patriótico clásico con el que se las legitimó, sumado a las incomodidades que generaba (y aún genera)
un acontecimiento que había gozado de un amplio respaldo social
–incluso dentro de la comunidad académica–, puede explicar que
durante años las investigaciones del conflicto del Atlántico Sur corrieran principalmente por cuenta de periodistas, cientistas políticos, historiadores militares y combatientes.
Asimismo, otros dos factores vinculados estrictamente con la
constitución del campo historiográfico –y, más en general, intelectual– pueden darnos algunas claves. Por un lado, el comienzo de un
proceso de reforma disciplinar a partir de la transición democrática
que cuestionó fuertemente la historia basada en los acontecimientos, la diplomacia y las batallas ayudan a entender, en parte, la marginalidad del conflicto en la historiografía argentina. Por otro lado,
el clima intelectual de la posdictadura, impregnado de una descalificación automática de la violencia en cualquiera de sus formas,
obturaba más que contribuía a comprender las experiencias bélicas.
En tal sentido, como afirma Federico Lorenz, la trayectoria de los
intelectuales que lideraron el campo historiográfico durante años no
es un dato menor a tener en cuenta:
Desde el punto de vista de muchos intelectuales, la transición
a la democracia implicó desechar antiguas certezas y apropiarse, defender y sostener ideológicamente otras nuevas. En este
proceso […] los instrumentos y categorías para pensar la sociedad cambiaron radicalmente con respecto a los que habían
orientado la tarea de pensar a la Argentina en los años previos.
La democracia y su institucionalidad, junto con la defensa a los
derechos humanos, se transformaron en un norte para quienes
se volcaron entusiastamente, en aquellos años, a aportar desde
su lugar a la reconstrucción de la Argentina (2007: 12).
Batallas contra los silencios
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Y la forma de hacerlo fue reduciendo la explicación de la guerra
o bien a una variable de política interna o bien a un crimen más de
la dictadura, del que la sociedad había sido víctima. Esta lectura del
conflicto del Atlántico Sur ha contribuido a construir un relato parcializado y simplista, en el que el análisis de las experiencias de los
combatientes como sujetos en guerra, como agentes de violencia,
no tiene lugar. Por el contrario, los protagonistas de la contienda
son etiquetados o como víctimas –los soldados conscriptos– o como
asesinos y responsables –los militares–, eludiendo complejizar un
conflicto que tiene muchas aristas y que es imposible reducir a valores morales.4
Esas dos perspectivas han dominado la producción historiográfica sobre la guerra de Malvinas desde 1982 hasta fines de los
noventa y comienzos del 2000, cuando aparecen los primeros estudios socioculturales del conflicto que proponen una nueva forma
de leer la guerra, en el marco de una renovación historiográfica de
los estudios sobre el pasado reciente (que giran principalmente en
torno a los acontecimientos traumáticos que marcaron la historia argentina en los setenta). A casi veinte años del conflicto y a partir de los
trabajos de la antropóloga Rosana Guber y del historiador Federico
Lorenz, se produce una renovación –que es aún incipiente– de los
estudios sobre la guerra de Malvinas como fenómeno social y cultural
en su complejidad, investigaciones que están permitiendo superar las
lecturas ancladas en la historiografía política y la militar clásica.
En este abordaje, Guber y, principalmente, Lorenz toman
como punto de referencia la historiografía sociocultural de lo bélico
que se viene desarrollando en Europa desde fines de los sesenta y
setenta, cuando se inicia un giro en los estudios de la guerra que
4 Precisamente ello fue también lo que ocurrió en Europa y en los Estados Unidos a partir
de los ochenta, cuando se difundió una perspectiva “humanitarista” de los acontecimientos
con el Holocausto como verdadero paradigma de los crímenes del siglo XX, que se centra en
crímenes (no en batallas y victorias), en testigos (no en combatientes) y en víctimas (no en
héroes ni en vencidos). Este tipo de perspectiva ahistórica descontextualiza y despolitiza a los
conflictos que se leen asociados a una causa universal –“la de la humanidad”– al tiempo que
los releva de toda disputa ideológica. Como indica Enzo Traverso, el problema consiste en
“transformar una categoría ético-política en una categoría histórica, pensando que la condena
moral de la violencia puede reemplazar su análisis e interpretación” (2009: 17).
26
Andrea Belén Rodríguez
pasan de una perspectiva centrada en lo político-militar –en la que
la tropa estaba ausente– a otra que hace hincapié en lo social, es decir, en “una ‘historia desde abajo’, donde las actitudes colectivas de
los soldados, desde el proceso de movilización hasta la reinserción
en las sociedades de posguerra, recibieron una atención preferente”
(González Calleja, 2008: 69).5
Este enfoque parte de pensar a la guerra como un hecho social
y cultural, con lógicas propias y diferentes a cualquier otro ámbito
de la vida humana, y propone estudiar la constitución de la experiencia bélica para comprender el “violento siglo XX”. Aborda los
sentidos que los contemporáneos han construido sobre el conflicto (materializándolos en prácticas, expresiones artísticas, literatura,
entre otras), y concibe que esas representaciones del conflicto “se
cristalizan en un sistema de pensamiento que le dan a la guerra su
significación profunda” (Audoin-Rouzeau y Becker, 2002: 102).
En tal sentido, la historia sociocultural de la guerra hace foco en las
experiencias, identidades y memorias de aquellos sujetos marcados
por la guerra y omitidos en la historiografía militar y diplomática
tradicional, como los “sobrevivientes, escritores, artistas, víctimas,
veteranos heridos, lisiados, mutilados, así como también sus familias, viudas, huérfanos” (Winter y Prost, 2008: 205).
Al compartir esta conceptualización de lo bélico, los estudios
de Guber y Lorenz analizan el conflicto del Atlántico Sur en su
especificidad, sin descuidar su contextualización y la mirada de conjunto. Así, se alejan y discuten tanto las explicaciones esgrimidas
por los círculos militares –que descontextualizan la guerra en aras
de su propia legitimación– como las propuestas por buena parte del
círculo académico, en las que el conflicto aparece subsumido al contexto dictatorial. Además, al revalorizar la guerra como fenómeno
social y cultural, dan lugar al análisis de las experiencias y subjeti5 A partir de los ochenta, en coincidencia con una renovación de la historiografía militar
anglosajona, se dio una progresiva articulación entre el enfoque social y el cultural de lo bélico, con lo que surgieron los estudios sobre la “cultura de guerra”. La historia sociocultural
de la guerra, que fue una expresión más de un giro general de la historiografía occidental, ha
tenido su centro de irradiación en Francia, en el “Historial de la Grande Guerra” fundado en
1992. Actualmente, se encuentra en plena expansión en otros países. Sobre este enfoque, ver
Ashplant, Dawson y Roper (2000); Winter y Prost (2008).
Batallas contra los silencios
27
vidades de los protagonistas del conflicto, de los sentidos que ellos
le otorgaron a lo que estaban viviendo y los que construyeron en la
posguerra. Este giro permite superar las dos formas habituales de
percibir a los sujetos: aquella de la historiografía militar, que construye un actor monolítico y jerarquizado, un colectivo heroico, pero
sin rostros humanos reconocibles, y la de la historiografía académica-progresista, que identifica a los protagonistas de la guerra con
dos figuras antagónicas, víctimas o victimarios. Así, estos cientistas
sociales se concentran en el estudio de los soldados conscriptos, restituyéndoles la capacidad de agencia en su guerra.
Este libro comparte los planteos de Guber y Lorenz para la
guerra y posguerra de Malvinas (así como tiene en cuenta la incipiente historia sociocultural de otros conflictos nacionales)6 y parte
del mismo abordaje de la guerra como hecho social y cultural, para
analizar cómo las experiencias, identidades y memorias de los integrantes del Apostadero Naval Malvinas fueron marcadas por la
guerra; y, también, qué estrategias, acciones y recursos materiales y
simbólicos utilizaron en su posguerra para dar cuenta de esa marca.
En tal sentido, la apuesta por una historia sociocultural de la
guerra y posguerra de Malvinas que aquí propongo, permite complejizar el relato tradicional del conflicto bélico así como sumar
múltiples variables y dimensiones al análisis histórico. Al centrar
el libro en cómo los integrantes del grupo Apostadero vivieron y
significaron la guerra tanto durante el conflicto como luego de la
rendición, el relato técnico del conflicto que tiene un comienzo y
fin determinado, estrictamente delimitado por las operaciones en
el teatro bélico, se vuelve mucho más complejo, y aparece atravesado por una multiplicidad de trayectorias individuales que discuten sus límites temporales desde la propia experiencia. Para muchos ex combatientes, la guerra empezó mucho antes del 2 de abril,
cuando aprendieron un sentido sobre la “causa Malvinas” ligado
a la identidad nacional; y aún no terminó, no solo porque las islas
todavía no se reintegraron al patrimonio nacional, sino porque las
marcas del conflicto en sus vidas continúan vigentes. Por ende, el
6 Para un primer antecedente de una historia de la guerra en la Argentina desde dicha
perspectiva, ver Lorenz, 2015.
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Andrea Belén Rodríguez
énfasis en las vivencias de los actores, en su agencia, no solo complejiza, sino que también subvierte y cuestiona, el relato colectivo y
uniforme militar (Hynes, 1999).
Fuentes y archivos
Los testimonios orales son las principales fuentes en las que
se basa este libro. Para reconstruir las historias de vida y las memorias de los integrantes del Apostadero, realicé 26 entrevistas en
profundidad a los miembros del grupo-unidad en Bahía Blanca, en
Punta Alta, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en el Gran
Buenos Aires, en el período 2007-2012. En la gran mayoría de los
casos, tuve más de un encuentro con los entrevistados; es por ello
que realicé 41 sesiones, las que fueron grabadas en su totalidad.
Las entrevistas, en general, fueron llevadas a cabo individualmente.
Solo en dos casos efectué entrevistas colectivas a dos compañeros de
la guerra que son amigos en la actualidad. Asimismo, llevé a cabo
otros encuentros con integrantes del Apostadero que solicitaron que
no fueran grabados; en tal caso, los testimonios no son citados.
Los entrevistados abarcan un colectivo heterogéneo, que incluye civiles y militares, ex soldados conscriptos, oficiales, suboficiales,
profesionales y militares de carrera, dados de baja, retirados y en
actividad, de diversos lugares de procedencia, edades y clases sociales y que cumplieron distintas funciones en la guerra. La cantidad
de entrevistas efectuadas fue aquella que consideré necesaria hasta la
saturación de la muestra, ya que en la medida que la historia oral es
una metodología cualitativa, su representatividad no está dada por
el peso numérico, sino cuando las entrevistas dan cuenta de forma
acabada de la heterogeneidad de experiencias de los miembros del
Apostadero (Carnovale, 2007).
Asimismo, para elegir a los entrevistados, tuve en cuenta una
serie de variables vinculadas a la guerra y posguerra de los actores
con el objeto de cubrir la mayor diversidad de experiencias posibles.
Estas son: la edad, la clase social, el lugar de nacimiento o residencia, la condición de civil o militar, el rango en las FF.AA., la experiencia de formación militar o en el servicio militar obligatorio, el
Batallas contra los silencios
29
período que estuvo en las islas y las actividades que desempeñó, las
condiciones del regreso, la continuación de la carrera profesional/
laboral, la conformación de la familia y los grupos y redes sociales
que integraban.7
Los relatos orales revelaron ser una fuente muy rica a la hora
de reconstruir sus vivencias de posguerra y abordar la forma en que
la experiencia bélica marcó sus vidas, identidades y memorias.
Pero su riqueza no oculta sus limitaciones. En tanto se trata de
construcciones de sentido sobre el pasado realizadas desde el presente, lejos de tratarse de reproducciones mecánicas de lo vivido,
estas memorias están atravesadas por múltiples cuestiones, como
la identidad del narrador –sus intereses, luchas, objetivos, proyectos...–, su posición en la sociedad, y los marcos sociales que
atraviesan su propio relato (Pollak, 2006). En tal sentido, tomé
una serie de recaudos metodológicos con vistas a reconstruir lo
más fielmente posible este pasado cercano.
Así, este libro utiliza también otras metodologías cualitativas,
como la observación participante y el análisis crítico de otras fuentes
escritas y audiovisuales, con el objeto de contrastar y complementar
los aportes de los testimonios.
Recurrí a la observación participante en diversos ámbitos y momentos claves. En primer lugar, participé en distintas actividades
en conmemoración de la guerra, en actos de protesta de algunos
protagonistas del conflicto y en charlas dictadas por integrantes del
Apostadero, todos ellos espacios privilegiados para observar y reconstruir las políticas de la memoria en pugna en la posguerra. En
segundo lugar, en 2012, asistí a la reunión del Apostadero, ámbito
fundamental para observar y comprender las relaciones sociales en
el grupo. Recurrir a esta técnica, alternando entre observación y
participación según los contextos y las posibilidades del momento,
permite no solo “descubrir los marcos tan diversos de sentido con
que las personas significan sus mundos distintos y comunes”, sino
también evitar algunas mediaciones –como los relatos de los protagonistas o los discursos de los medios de comunicación–, y ofrecer
7 La presentación de los entrevistados se encuentra al final del libro.
30
Andrea Belén Rodríguez
a un observador crítico “lo real en toda su complejidad” (Guber,
2001a: 61).
Asimismo, recopilé fuentes de diverso tipo a fin de ampliar y
profundizar la comprensión de las historias de vida. Primero, tuve
en cuenta publicaciones periódicas civiles y militares, que se revelan fundamentales para analizar las vivencias de posguerra de los
integrantes del Apostadero y reconstruir los contextos en que se
situaban. Segundo, consulté informes generales sobre el conflicto
y, especialmente, documentos escritos, informes y obras institucionales de la Armada referentes a Malvinas. Tercero, con el objetivo
de reconstruir el contexto de luchas por la memoria pública de Malvinas y la definición dada por el Estado de la identidad de veterano
de guerra/ex combatiente, analicé la legislación nacional que regula
cuestiones vinculadas a los protagonistas de la guerra. Cuarto, tuve
en cuenta los registros subjetivos y públicos de las vivencias de los
integrantes del Apostadero, como las memorias publicadas por algunos de ellos, las entrevistas radiales que realizaron varios integrantes,
y los espacios virtuales destinados a la unidad. Quinto, consulté los
archivos personales de los entrevistados, y recabé cartas y telegramas
de la guerra; condecoraciones por su actuación en el conflicto; actas
de las agrupaciones que crearon o en las que participaron; fotos de
la guerra y la posguerra, de las reuniones anuales y de los regresos a
las islas, entre otras.
Estructura del libro
El libro está organizado en tres partes que tienen una lógica temática.
La parte I se centra en el estudio de las experiencias bélicas de
los miembros del Apostadero y la construcción de la identidad colectiva en la guerra. Dado que para comprender la guerra y posguerra del Apostadero es necesario reconstruir el contexto bélico en la
larga duración histórica, en un principio analizo sintéticamente la
relación de la Armada y el símbolo Malvinas a lo largo del tiempo,
desde los viajes de exploración del siglo XIX hasta el desempeño
naval en la guerra. Luego, abordo las vivencias de los integrantes
Batallas contra los silencios
31
del Apostadero Naval Malvinas en el conflicto, con hincapié en
aquellas particularidades que marcaron colectivamente sus vivencias, las tensiones que atravesaron al grupo y los “otros” con los que
se vincularon.
La parte II trata sobre las experiencias de posguerra y las construcciones identitarias de los integrantes del grupo Apostadero. En
primer lugar, historizo sus vivencias desde que regresaron hasta el
2013, de cara a analizar, desde la identificación de diversos momentos y espacios de sociabilidad, en qué medida la guerra marcó sus
vidas e identidades, e hizo sus regresos imposibles. Asimismo, abordo los recursos simbólicos y materiales que los actores desplegaron
para dar cuenta de las marcas de la guerra en sus vidas. En segundo
lugar, y paralelamente al estudio de sus posguerras, analizo las formas en que los integrantes del grupo conservaron y actualizaron
los lazos afectivos conformados al calor de la batalla, al tiempo que
resignificaron y reconfiguraron la identidad colectiva construida en
la guerra al modificar las fronteras entre el “nosotros” y los “otros”,
alternativamente identificados.
La parte III se centra en el estudio de la memoria social del
Apostadero. En tanto los sentidos que el grupo atribuye a la guerra
y a su propia experiencia bélica toman como punto de referencia la
memoria pública de la Marina –a la que discuten y en la que buscan
incluirse–, en principio, reconstruyo la narrativa institucional de la
Armada sobre la guerra. Luego, estudio los procesos de constitución
y formalización de una memoria en común del grupo a lo largo de
la posguerra, y analizo su contenido a partir del estudio de diversos
registros, e identifico los puntos de encuentro y las divergencias que
existen entre la memoria “oficial/institucional” del Apostadero, y
aquella que circula en el interior del grupo.
Parte I. La guerra, la Armada y el Apostadero
La parte I se ocupa de los orígenes. Trata sobre el conflicto del
Atlántico Sur, en el que empezaron a construirse los lazos entre los
integrantes del Apostadero Naval Malvinas, bajo los bombardeos y
la convivencia con la muerte. Es allí donde todo comenzó para este
colectivo de desconocidos, que pronto comenzarían a identificarse
como parte de un “nosotros”.
Esta parte también aborda otros orígenes: los de la relación
entre la Armada y el símbolo Malvinas (en sus tres sentidos: el territorio, la causa de soberanía y la guerra) (Guber, 2001b). En efecto,
el capítulo 1 intenta explicar por qué los marinos se apropiaron del
reclamo de soberanía de las islas, convirtiéndolo en uno de sus más
profundos y sinceros anhelos ya desde fines del siglo XIX. Luego, se
centra en el rol que tuvo la Armada en la guerra, tanto en su planificación y desarrollo como en la derrota. Se trata de una temática fundamental que no solo otorga herramientas para entender la guerra
en sí misma y contextualizar el accionar de los integrantes del Apostadero, sino que aporta a la compresión de las condiciones en que
se encontró la fuerza en la posguerra, y cómo ello condicionó las
políticas de memoria y reconocimiento destinadas a sus veteranos.
El capítulo 2 aborda las experiencias bélicas de los miembros
del Apostadero Naval Malvinas. En tanto el rol del Apostadero en
la guerra fue bien específico porque se trató de una unidad logística
cuya actuación estuvo lejos de los combates –durante la mayor parte
del conflicto–, el capítulo analiza aquellas particularidades de “su”
guerra que marcaron colectivamente las vivencias de los actores, y
34
Andrea Belén Rodríguez
contribuyeron a que se identificaran como parte de un grupo social
concreto. Asimismo, se centra en las heterogeneidades y fricciones
que atravesaron al colectivo en la guerra –propugnando la conformación de otras identificaciones en el interior del grupo mayor–, así
como en los “otros” con los que se vincularon o de los que se distanciaron/opusieron a lo largo del conflicto, que, una vez callados los
cañones, se convertirían en puntos de referencia fundamentales en
la reconfiguración de la identidad social del grupo.
Capítulo 1. La Armada y Malvinas
“El sentimiento dentro de la Armada”
La guerra que argentinos y británicos combatieron en el otoño del 82 por las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del
Sur fue una experiencia inédita para la sociedad argentina, para los
combatientes y también para las FF.AA., ya que hacía más de un
siglo que no luchaban en un enfrentamiento bélico clásico. La única
guerra internacional protagonizada por la Argentina en el siglo XX
fue declarada por la dictadura militar más sangrienta de la historia
argentina, que se hallaba en el poder desde marzo de 1976, cuando
las FF.AA. derrocaron a María Estela Martínez de Perón. El mismo régimen que había secuestrado, torturado y asesinado a miles
de personas acusadas bajo el ambiguo rótulo de “subversivos”, y
que había conducido a un conflicto con Chile –que por horas no
detonó en una guerra–, en 1982 decidió medir fuerzas con Gran
Bretaña, la segunda potencia de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN), y continuar así con la lógica belicista que
lo caracterizaba. ¿Cómo explicar la iniciativa de la Junta Militar de
enfrentarse a unas FF.AA. claramente superiores? ¿Por qué tomar
las islas en abril de 1982? ¿O, sencillamente, por qué combatir por
unos territorios helados y perdidos en el Atlántico Sur?
Luego de seis años de gobierno, el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” estaba atravesando una profunda
crisis económica, social y política. Desde 1980, el descalabro económico había abierto las puertas para que los cuestionamientos al
régimen comenzaran a difundirse públicamente en forma paulatina.
36
Andrea Belén Rodríguez
Para 1982, el movimiento obrero ya había comenzado a reorganizarse y se había manifestado en las calles eludiendo o enfrentando los controles policiales. Los organismos de Derechos Humanos
(DDHH) que denunciaban las desapariciones de miles de ciudadanos en el interior y exterior del país habían adquirido cada vez más
visibilidad. Los partidos políticos tradicionales se habían agrupado
en la Multipartidaria para negociar una transición democrática lo
antes posible, e incluso distintas manifestaciones culturales de resistencia habían comenzado a ocupar diversos ámbitos (Novaro y
Palermo, 2003: 388-400). En este contexto, es indudable que la
iniciativa de la ocupación de las islas del Atlántico Sur por parte de
las FF.AA. fue un acto destinado al “frente” político interno, es decir, a cimentar la legitimidad perdida por un régimen cada vez más
cuestionado al dar por descontado el respaldo popular a una causa
soberana profundamente arraigada en la cultura argentina.
Ahora bien, esa sola evidencia no explica casi nada de la guerra,
ni menos aún de las actitudes sociales frente al desembarco en las
islas. Reducir la interpretación del conflicto bélico a un “manotazo
de ahogado” de un régimen en crisis –como hace gran parte de la bibliografía–, más que contribuir a la comprensión de la guerra, promueve su percepción como un absurdo, una decisión irracional, ya
que oscurece aquellos factores de larga duración histórica que sustentaron tanto la decisión de las FF.AA. de recuperar precisamente
ese territorio –y no cualquier otro–, como el gran respaldo popular
del que gozó la iniciativa militar. Ambos factores –la decisión de la
Junta y el consenso social– están intrínsecamente relacionados y se
vinculan a los sentidos que la sociedad argentina construyó sobre
Malvinas a lo largo de la historia.
Desde fines del siglo XIX, pero principalmente a partir de
1930, el reclamo diplomático por la recuperación de las islas ocupadas ilegalmente por Gran Bretaña en 1833 alcanzó la condición
de causa nacional y popular de fuerte arraigo en el imaginario nacionalista territorial. En una Argentina inmigratoria, la propagación
de un nacionalismo encarnado en el territorio (uno de los pocos
elementos comunes a la variopinta población que residía en el país)
fue una política fundamental desplegada por el Estado con el objeto
Batallas contra los silencios
37
de construir una identidad nacional homogénea, y evitar de este
modo los conflictos internos y las posibles o imaginadas incursiones
extranjeras (Bertoni, 2001). Así, las distintas instituciones estatales
–principalmente la escuela y las FF.AA.– promovieron todo tipo
de acciones con el objeto de incentivar, difundir y/o profundizar
el “amor a la Patria” encarnada en el territorio: la enseñanza de la
lengua, de la geografía y de una historia común basada en gestas y
héroes –en su mayoría militares–, la realización de rituales y la difusión de símbolos nacionales –la bandera, la escarapela, el himno–
fueron solo algunas de ellas.
Al ver la relevancia que cobró el repertorio nacionalista territorial a comienzos del siglo XX, resulta lógico que la recuperación de
las Islas Malvinas –el territorio “irredento” por excelencia– se convirtiera rápidamente en un símbolo nacional de especial magnitud,
en una causa apreciada y apropiada por amplios sectores sociales,
quienes le atribuyeron sentidos diversos y hasta opuestos (Guber,
2001b). Desde esa lógica, la República no lograría cumplir con su
destino de grandeza hasta tanto no lograra su integridad territorial,
hasta tanto las islas no retornaran a manos argentinas. Como explica
Lorenz: “Como resultado de este proceso, para miles de argentinos
la divisa de que Las Malvinas fueron son y serán argentinas era una
marca identitaria. […] en líneas generales la reivindicación de la
soberanía en las Malvinas era un tópico fuertemente arraigado en
la cultura y la política argentinas” (Lorenz, 2009: 22, destacado en
el original).
Además, desde mediados del siglo XIX, las FF.AA. se habían
empeñado en alimentar este nacionalismo territorial. De hecho, se
involucraron en la configuración del Estado-Nación tanto en forma
práctica, en el proceso de su afirmación soberana, como en forma
simbólica, en los intentos de homogeneización cultural de la población, principalmente a través del servicio militar obligatorio.
De las tres fuerzas, sin dudas fue la Armada la que más estudió,
difundió y conservó como aspiración constante la recuperación de
las islas. Quizás por el “mismo teatro donde cumple su actividad”,
la fuerza encargada de la “defensa de los intereses nacionales en el
mar” (Mayorga y Errecaborde, 1998: 32) fue la que mantuvo el re-
38
Andrea Belén Rodríguez
clamo por las tierras en pie y la que más promovió la comunicación
y el contacto con las islas. De hecho, antes de la ocupación inglesa
de la primera mitad del siglo XIX, algunos gobernadores políticos
y militares del pequeño asentamiento en las islas enviados por el
gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata eran miembros
de la incipiente Marina de Guerra. Y luego, desde 1833 y durante
gran parte del siglo XIX y XX, los marinos fueron los encargados de
unir la Patagonia y las islas del Atlántico Sur al resto del país. Las
legendarias expediciones navales al sur del río Colorado eran las pocas expresiones de soberanía que existían en la región. No hay que
olvidar que los marinos fueron los exploradores pioneros del territorio y los fundadores y administradores de diversos asentamientos
portuarios en Santa Cruz y Tierra del Fuego (algunos de ellos con
habitantes de las Malvinas) (Destéfani, 1993).
A lo largo del siglo XIX, las navegaciones al archipiélago malvinense eran frecuentes. De hecho, los intercambios entre los isleños y los habitantes de la Patagonia fueron moneda corriente hasta
bien avanzado el siglo XX. En 1869, el periódico El Río de la Plata
dirigido por José Hernández –el escritor de la mítica obra Martín
Fierro– publicó una carta del capitán Lasserre (el marino que luego
fundó Ushuaia), en la que contaba su viaje a las islas. Al comenzar,
Lasserre indicaba que enviaba ese relato “por la doble razón de ser
ellas propiedad de los argentinos y de permanecer […] poco o nada
conocidas por la mayoría de sus legítimos dueños”, y denunciaba
“la negligencia de nuestros gobiernos que han ido dejando pasar el
tiempo sin acordarse de tal reclamación pendiente, y haciendo con
imperdonable indiferencia más imposible cada día la integridad de
la República Argentina” (Hernández, 2006: 35).
Fue principalmente a partir de fines del siglo XIX y comienzos
del XX, momento en que la Armada dejó de centrar sus intereses en
la cuenca fluvial del Río de la Plata para concentrarse en la defensa
del mar (Oyarzábal, 2009: 319-326), cuando el Océano Atlántico
pasó a ser su prioridad y, por ende, la inquietud por afirmar la soberanía nacional en la Patagonia y las islas adyacentes –y luego la
Antártida– se hizo carne en las entrañas de la institución naval. De
hecho, a partir de mediados del siglo XX los estudios de la Armada
Batallas contra los silencios
39
sobre la geografía y geología de las islas del Atlántico Sur a partir de
campañas científicas comenzaron a ser más habituales y también
se multiplicaron los estudios de historiografía naval sobre las islas.
Incluso, siguiendo las hipótesis de conflicto prioritarias, los marinos
realizaban prácticas y ejercicios frecuentes en las que simulaban el
desembarco en las islas (Büsser, 1984: 15). Asimismo, desde comienzos de los sesenta, existen evidencias de planes de recuperación
del archipiélago y de proyectos para instalar establecimientos científicos en las islas como formas de afirmar la soberanía.
En algunos casos, esos planes se materializaron en acciones
concretas, como el establecimiento de un refugio en las islas Sandwich del Sur en 1955, destruido luego de un temporal y vuelto a
levantar como base científica en 1976, ante la tolerancia inglesa.
Además, la firma de un Acuerdo de Comunicaciones en 1971, que
promovía el intercambio entre las islas y el continente, fue otro factor pensado como un gesto soberano en el territorio, que implicó
un acercamiento entre la Marina y las islas. De allí en más, los isleños recibieron asiduamente buques de Transportes Navales con
provisiones –aparte de los vuelos de la Fuerza Aérea– acompañados
por un marino que oficiaba de “Representante de la Armada ante el
gobierno de ocupación en las Islas Malvinas”, que se encargaba de
tareas administrativas y de inteligencia a la par. El último en cumplir esta tarea fue el capitán Adolfo Gaffoglio, quien asumiría como
jefe del Apostadero Naval Malvinas durante la guerra.
Todas estas acciones revelan que recuperar las islas fue un
anhelo sincero mantenido por décadas por la Armada, que estaba dispuesta a buscar o forzar los momentos oportunos para lograr
su objetivo. Tal vez, su misión de defender los intereses marítimos
sumada a su estrecha vinculación y presencia en la Patagonia, explican este reclamo constante y de mayor intensidad que en las otras
fuerzas. Al respecto, el comandante en jefe de la Armada durante la
guerra y su principal impulsor, el almirante Jorge Anaya, explica el
origen de la idea de recuperar las islas:
En la Armada yo siempre escuché que si no se hacía una operación con fuerza, para obligar a los ingleses a que tengan un
susto tremendo sobre Malvinas, las Malvinas jamás iban a ser
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Andrea Belén Rodríguez
entregadas por los ingleses. Es algo, me permito decir, que es la
impresión sentida dentro de la Armada […] era el sentimiento
dentro de la Armada (CAERCAS, Declaraciones, 1983: 736).
La carrera naval de Anaya da cuenta de este anhelo institucional y también personal. En diversos momentos intervino, protagonizó y/o promovió planificaciones de operativos para recuperar las islas; planes que eran exclusivamente navales. Por ejemplo,
durante la dictadura militar y por orden del comandante en jefe
Emilio Massera, Anaya –comandante de la Flota de Mar– realizó
una planificación integral para la toma de las islas. En ese entonces,
el almirante Massera había puesto sobre el tablero la posibilidad de
recuperar el archipiélago, se cree que más como una forma de incomodar a Videla y de desestabilizarlo, que por una real preocupación
por las tierras (Cardoso, Kirschbaum y Van Der Kooy, 2007: 18).
Si bien los planes no se llevaron a cabo, Anaya siempre conservó la
ambición de retomar las islas.
La posibilidad de hacer realidad su sueño finalmente se presentaría en diciembre de 1981, cuando Anaya asumió como comandante en jefe de la fuerza e integró la Junta Militar junto a su amigo
desde la época del Liceo Militar, el general Galtieri. En realidad, la
efectiva toma de las islas en 1982 fue un intercambio entre amigos.
Para asumir el poder, promoviendo un putch al entonces presidente
Viola, Galtieri necesitaba el compromiso de Anaya de que la Armada lo respaldaría. Anaya prometió cubrirle las espaldas a Galtieri,
pero a cambio le solicitó que las FF.AA. llevaran a cabo acciones
concretas en el terreno diplomático y/o militar para recuperar las
islas antes de que se cumplieran los 150 años de la ocupación inglesa. Fruto de este acuerdo, la toma de las islas comenzó a delinearse
como un objetivo cierto en el futuro próximo (Cardoso, Kirschbaum y Van Der Kooy, 2007: 20).
Se trató, por ende, de una iniciativa de la Armada, basada en
sinceras e históricas aspiraciones de los marinos, en la que sin dudas
el factor político interno jugó un rol, por lo menos a la hora de
decidir el momento adecuado para el operativo. Esta cuestión es
reconocida por varios integrantes de la cúpula naval que intervinieron en la planificación del conflicto. Luego de explicar la crítica
Batallas contra los silencios
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situación que estaba atravesando el régimen militar y sus diálogos
con Anaya, el vicealmirante Juan José Lombardo –comandante del
Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS) durante la guerra– concluye:
O sea, que la Operación Malvinas, en la mente del Almirante
Anaya, es una operación que estaba hecha con un carácter político general, de política externa, dado que –vuelvo a decir– ya en
el año mil novecientos setenta y siete, él lo planteó.
En ese momento, la realización en marzo del año mil novecientos ochenta y dos, cuando era una Junta nueva […] tenía un
fuerte condicionante de política interna (CAERCAS, Declaraciones, 1983: 63).
Desde diciembre de 1981, cuando se conformó la tercera Junta
Militar y Galtieri asumió como presidente, solo contados marinos
comenzaron a reflotar los planes previos de la Armada para recuperar las islas, a los que luego se sumarían integrantes de las otras fuerzas. Inmediatamente, las rivalidades interfuerzas que caracterizaron
todo el conflicto salieron a la luz. De hecho, para evitar tensiones,
Anaya decidió que participaran todas las fuerzas en la operación,
aunque la máxima autoridad sería un marino, dado que se trataba
de un teatro de operaciones aeronaval.
Mientras las negociaciones se sucedían sin lograr ningún acuerdo, los planes del operativo de desembarco comenzaron a tomar
cuerpo. El plan consistía en ocupar las islas mediante una rápida
y eficaz operación y dejar luego un destacamento mínimo de 500
personas para presionar a Inglaterra a retomar las negociaciones,
pero de ninguna forma preveía que el desembarco en las islas podía
desencadenar una guerra. El plan de “ocupar para negociar” se
basaba en dos supuestos: que los Estados Unidos sería neutral y
que Gran Bretaña no respondería a la acción argentina. Para que
el operativo pudiera llevarse a cabo con éxito, entonces, se debían
cumplir tres requisitos: debía realizarse luego del 15 de mayo, ser
una operación secreta, para no perder el factor sorpresa, e incruenta
para los ingleses, con el objeto de continuar con las negociaciones y
no manchar la imagen ante los organismos internacionales.
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Sin embargo, un episodio confuso en las islas Georgias protagonizado por el empresario chatarrero Davidoff y por efectivos de la
Armada, en marzo de 1982,8 desencadenó una escalada diplomática
que condujo a la Junta Militar a adelantar el operativo de desembarco para no perder el factor sorpresa, o, por lo menos, para que
los ingleses no reforzaran la defensa de las islas. Así, el 28 de marzo
partió la flota de guerra rumbo al archipiélago y el 2 de abril las
tropas argentinas desembarcaron en las Islas Malvinas en una operación incruenta para los ingleses, y que dejó como saldo un muerto
argentino, el infante de marina Pedro Giachino. Al día siguiente, en
la toma de las islas Georgias, fallecieron tres efectivos más: el cabo
Guanca y los soldados Águila y Almonacid.
A fin de cumplir con el plan original, el 3 de abril las tropas que
participaron en el desembarco retornaron al continente, excepto el
grupo de 500 personas que permaneció en las islas, entre los que se
encontraban los integrantes del Apostadero Naval Malvinas. Por
74 días, las islas pasaron al dominio argentino. Por esos 74 días,
también, el régimen gozó de una popularidad inusitada: los más
diversos sectores sociales y políticos hicieron público su respaldo a la
guerra. Y si bien ello no implicó un automático apoyo a la dictadura
militar ni, en ocasiones, dejar en segundo plano otras reivindicaciones económicas y políticas, lo cierto es que las acciones de respaldo
8 El incidente en las Georgias estuvo relacionado con una operación comercial del empresario argentino Constantino Davidoff, quien había comprado la chatarra de una compañía
ballenera en esas islas y se disponía a viajar para su desguace. En un principio, ese viaje a
las islas iba a ser aprovechado por la Armada para establecer de hecho una base científica,
al igual que la que habían instalado en 1976 en las islas Sándwich con la tolerancia inglesa.
Este operativo militar, denominado “Alfa”, fue anulado por las FFAA. En la práctica, se cree
que Anaya acató la anulación, pero parte de la cúpula naval desoyó sus órdenes y envió hasta
una zona cercana a las islas al personal militar asignado a la operación como seguridad de los
“chatarreros”, que estaban trasladándose hacia las Georgias en otro buque, se sospecha que
como factor de presión hacia las otras fuerzas. Finalmente, el 18 de marzo, Davidoff y los
obreros arribaron a Puerto Leith, y además de ciertas conductas que inspiraron el reclamo de
las autoridades isleñas (como el izado de la bandera argentina), el mayor problema fue que
los operarios argentinos no presentaron los documentos reglamentarios en Grytviken, lo que
dio comienzo a un forcejeo diplomático entre ambos países, que terminó definiendo el traslado del personal militar “Alfa” a las islas. Muchos autores destacan este incidente como un
“acelerador” del conflicto. Para la planificación y desarrollo del operativo de desembarco, ver
Büsser (1984); CAERCAS (1983); Cardoso, Kirschbaum y Van Der Kooy (2007); Mayorga
y Errecaborde (1998).
Batallas contra los silencios
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a la guerra y/o de colaboración con los soldados en las islas dieron
cierto respiro a la dictadura en su fuerte deslegitimación social (Guber, 2001b; Lorenz, 2006).
No obstante, a poco de andar, fue evidente que la planificación
en la que se sustentaba la operación no tenía asidero en la realidad y
que ninguno de los supuestos de los que partía el plan se cumpliría.
Tan temprano como el 3 de abril, la Organización de Naciones
Unidas (ONU) ordenó que la Argentina retomara las negociaciones
diplomáticas y se retirara de las islas; el 5 de abril, Gran Bretaña
envió al Atlántico Sur la flota más grande después de la Segunda
Guerra Mundial; y los Estados Unidos, luego de algunos tanteos,
terminó dando apoyo logístico y táctico a su aliada histórica. Además, el mismo 2 de abril también salió a la luz otro factor que atravesaría todo el conflicto: que cada fuerza lucharía su propia guerra.
El día del desembarco, tropas de Infantería de Marina casi atacan
a sus compatriotas de la Fuerza Aérea porque se habían adueñado
del aeródromo –sin el acuerdo de Aviación Naval– y no dejaban
aterrizar a un piloto naval, que, además, no disponía de suficiente
combustible para regresar al continente.
Así las cosas, las negociaciones diplomáticas continuaron todo
abril, pero sin lograr llegar a un acuerdo definitivo; los enfrentamientos comenzaron a fines de ese mes cuando las tropas inglesas tomaron las islas Georgias y continuaron hasta el 14 de junio,
cuando el gobernador y comandante militar de las islas firmó la
rendición argentina.
Ahora bien, durante los 74 días que duró el conflicto, ¿cómo
fue el accionar de la Armada en la guerra? ¿Cómo se desempeñaron
los infantes de Marina, los aviadores navales y los tripulantes de la
flota de mar en cada uno de sus frentes de guerra? Estos interrogantes son los ejes del siguiente apartado.
Combatir en la tierra, el aire ¿y el mar?
El operativo de toma de las islas, bautizado “Operación Rosario”, fue principalmente naval. La participación de las otras fuerzas
fue casi simbólica: solo una sección del Regimiento de Infantería 25
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y algunos aviones que se encargaron del puente aéreo fueron los representantes del Ejército y la Fuerza Aérea en un comienzo. El 2 de
abril, el transporte de las tropas fue realizado por la flota de guerra,
los vuelos de exploración por pilotos navales, y el desembarco y la
toma de las islas fueron llevados a cabo por infantes de Marina, los
que cumplieron una destacada actuación. Sin embargo, este protagonismo inicial de la Armada luego se vio diluido, tanto por decisiones político-militares y por la propia pasividad de la flota durante
el conflicto, como por el accionar de la Fuerza Aérea.9
El 3 de abril, la flota de mar regresó al continente junto a la
mayoría de los infantes de Marina que habían participado en el
desembarco. A partir de ese momento, la responsabilidad por la
defensa terrestre de las islas recayó en el Ejército. Siguiendo el plan
original, en los primeros días, el Regimiento de Infantería 25 fue el
encargado de controlar la localidad, aunque contó con la ayuda y el
respaldo de la Armada, responsable de la puesta en funcionamiento
del puerto –ahora denominado Apostadero Naval Malvinas–, y de
la Fuerza Aérea y la Aviación Naval, que controlaban el aeródromo.
Ambos fueron el puente con el continente, enclaves fundamentales
para evitar el desabastecimiento de las islas.
Sin embargo, la rápida e inesperada respuesta inglesa obligó a
las FF.AA. argentinas a fortalecer la defensa de las islas y a organizar
–o más bien a improvisar– una guerra en menos de un mes. Ello
se evidenció desde el establecimiento de la cadena de mandos, en
constante cambio, hasta en las condiciones en que fueron trasladadas algunas unidades –sobre todo de Ejército– a las islas: en forma
absolutamente improvisada y con el casi único propósito de evitar
que la respuesta inglesa se efectivizara.
Por ende, la defensa de las islas recayó principalmente sobre los
diez mil conscriptos, oficiales y suboficiales del Ejército, que representaban el 70 % de las tropas totales en las islas. La Fuerza Aérea
9 Para obras generales sobre el desempeño de la Armada en la guerra, consultar Büsser
(1984); Martini (1992); Mayorga y Errecaborde (1998). Para un análisis militar del conflicto, ver Balza (2003); Dirección de Estudios Históricos de la Fuerza Aérea (1998); CAERCAS
(1983); Ejército Argentino (1983), disponible en http//www.radarmalvinas.com.ar; Moro
(1985). Desde una perspectiva social, consultar Lorenz (2009).
Batallas contra los silencios
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hizo su principal aporte en las operaciones de ataque, rescate, exploración y transporte que realizaron sus pilotos desde el continente,
quienes lograron mantener el puente aéreo hasta los últimos días
del conflicto. En cuanto a la Armada, el aporte real de la fuerza a la
guerra fue limitado. La Marina solo envió un batallón de infantería
reforzado que combatió en el frente de batalla bajo la autoridad del
Ejército y que tuvo un excelente desempeño; unos pocos buques de
porte menor que recorrieron palmo a palmo las islas en misiones
altamente riesgosas y casi imposibles; y unos cuantos aviones navales, cuyas principales actuaciones se dieron en operaciones desde el
continente. Pero el elemento emblemático de la Marina, la flota de
guerra, prácticamente no intervino en el conflicto. ¿Cómo puede
explicarse que la fuerza que albergó entre sus anhelos más preciados
la recuperación de las islas y de la que partió la iniciativa del conflicto, finalmente no comprometiera su principal medio de combate?
Lo cierto es que, como vimos, los planes originales de la Armada no preveían un enfrentamiento con Gran Bretaña. Su plan
de “ocupar para negociar” se fundamentaba en la clara conciencia
de su inferioridad de condiciones frente a la Marina inglesa, más
aún sabiendo que la OTAN contaba con información satelital. Por
eso, el plan de la Marina contemplaba un objetivo limitado. Parecía
claro que si la Royal Navy se disponía a combatir, la flota argentina
no tenía posibilidades (una cuestión que fue advertida desde el comienzo por la cúpula naval, y que así y todo no fue obstáculo para
continuar la escalada bélica). Pero, cuando los planes iniciales se
desbarataron, la Junta Militar no quiso dar un paso atrás y retirar las
tropas de las islas debido a la gran repercusión que la noticia había
tenido en la sociedad argentina. Ante esto, la flota de mar se vio
obligada a enfrentarse a una Marina que sabía que era ampliamente superior en equipamiento, entrenamiento y tecnología. Algunos
de los buques con los que contaba la Armada eran antiguos o casi
no tenían mantenimiento. No hay que olvidar que los ejercicios
en el sur se habían vuelto cada vez más esporádicos, debido a que,
en los últimos años, los marinos habían destinado el presupuesto
naval principalmente a tareas de política interna –como gobernar
o reprimir– más que al adiestramiento profesional en el mar y al
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equipamiento de la flota (Verbitsky, 2002: 221). En pocas palabras,
la Armada inició la guerra condicionada, consciente de su inferioridad, y con el objetivo de hostigar a la flota británica sin poner en
riesgo unidades propias.
Cuando poco después del desembarco, la cúpula naval corroboró la existencia de submarinos nucleares en la zona (de los que la
Argentina no disponía), frente a los que los buques prácticamente
no tenían chance por su lentitud y escasa capacidad de maniobra, la
situación se tornó mucho más crítica para la flota de guerra. Ya el 7
de abril Inglaterra anunció que a partir del día 12 regiría una Zona
de Exclusión Marítima de un radio de 200 millas alrededor de las
islas, lo que implicaba que cualquier nave que se encontrara allí podía ser hundida. A partir de ese momento, la flota prácticamente se
retiró de la guerra y permaneció en zonas de baja profundidad, donde los submarinos tenían grandes dificultades para maniobrar. Solo
contados buques auxiliares cruzaron a las islas desde mediados de
abril, e incluso algunos de ellos dependían de la Marina Mercante o
de Prefectura. De allí en más, el abastecimiento de las islas quedó en
manos de la Fuerza Aérea y de la Aviación Naval. La superioridad
naval fue perdida desde un comienzo.
Solo en una ocasión, la flota de guerra intentó realizar una operación masiva de ataque a la Royal Navy. Los marinos sabían que
las únicas posibilidades de lograr éxito en algún tipo de combate
naval frontal, sin arriesgar en demasía recursos propios, eran aquellos momentos en que localizaran unidades sueltas o que la flota
estuviera comprometida en alguna operación de desembarco, lo que
le restaba movilidad. Esa oportunidad se presentó el 1º de mayo,
cuando llegó una información a la Armada de que la Task Force
estaba desembarcando en el norte de las islas. La flota se movilizó
hacia la zona para atacar a las naves que supuestamente se encontraban aferradas al desembarco. Sin embargo, la información nunca se
confirmó y la operación se abortó pocas horas después.
De todas formas, esos días quedaron grabados a fuego en la
Armada. El 2 de mayo, en el camino de regreso al continente y fuera
de la Zona de Exclusión Marítima, un submarino nuclear británico
atacó y hundió al crucero General Belgrano. En esa sola acción mu-
Batallas contra los silencios
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rieron 323 de los 1093 tripulantes, la mitad de los muertos totales
en la guerra, y, con ella, se evaporaron las posibilidades de llegar a
un acuerdo diplomático.10 Al día siguiente, el 3 de mayo, el pequeño buque Sobral, que estaba en una misión de rescate en la zona,
fue atacado por helicópteros ingleses, y si bien la nave pudo regresar
al continente, ocho personas murieron en el ataque. De allí en más,
no había acuerdo posible, y la guerra se convirtió en una realidad
ineludible para los soldados apostados en las islas.
A partir de ese momento y hasta el final del conflicto, la flota
permaneció en el continente por orden del almirante Anaya, el mismo que había impulsado la toma de las islas. Según el Informe Rattenbach (investigación realizada por las FF.AA. en la posguerra) no
utilizar la flota de guerra produjo los siguientes “efectos negativos”:
• Otorgar al enemigo, sin disputárselo, el dominio absoluto
del mar.
• Debilitar gravemente las acciones de defensa de la guarnición
Malvinas.
• Desmoralizar al personal, tanto de la Armada cuanto de las
otras fuerzas, ya que mientras una parte estaba empeñada en
el combate, otra era sustraída de este.
• Producir, en el frente interno, una sensación de frustración y
descrédito, al advertir que las naves de superficie preparadas
y sostenidas para la defensa nacional, no eran empleadas al
momento de combatir, ni en forma restringida (CAERCAS,
Informe, 1983: 259).
Frente a la inacción de la flota de guerra, fueron los pequeños
pesqueros que hacían inteligencia y los buques logísticos de la Armada, la Marina Mercante y la Prefectura los representantes de la
Marina en las islas. La tripulación de los buques Yehuin, Forrest,
Monsunen, Penélope, Río Carcarañá, Isla de los Estados y Ba10 Según la hipótesis de los investigadores ingleses Max Hastings y Simon Jenkins (1984),
la orden de hundir el Crucero fuera de la Zona de Exclusión fue dada por la primera ministra
Margaret Thatcher con el objeto de llegar a un punto de no retorno en las negociaciones y
forzar el enfrentamiento armado, en un contexto en que el gobierno estaba enfrentando una
profunda crisis producto de las medidas neoliberales implementadas.
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Andrea Belén Rodríguez
hía Buen Suceso y de los guardacostas Río Iguazú e Islas Malvinas recorrió cada rincón de las islas para mantener abastecida a la
población y a las tropas que estaban alejadas de la capital de las
islas. En misiones altamente riesgosas y en tremenda inferioridad
de condiciones frente a los aviones y buques británicos (ya que
prácticamente no disponían de medios de defensa), cinco de ellos
fueron averiados o hundidos.11
La actuación de los pilotos de Aviación Naval también contrasta con la pasividad de la flota, ya que fueron protagonistas de
múltiples acciones a lo largo de la guerra en inferioridad de condiciones ante una fuerza aérea más moderna y mejor equipada. Lo
cierto es que su accionar no estuvo exento de las mismas dificultades
que enfrentó la flota, producto de la falta de organización, del establecimiento de una cadena de mandos poco clara y de la propia
inferioridad técnica. En principio, los roces o los abiertos conflictos
con la Fuerza Aérea fueron in crescendo a lo largo de la guerra, lo
que determinó que las operaciones conjuntas fueran poco frecuentes y estuvieran plagadas de fricciones. Esto, sobre todo, porque la
Fuerza Aérea nunca se subordinó al comandante del TOAS –creó,
incluso, un comando independiente y paralelo–, y en cambio luchó
denodadamente para que Aviación Naval estuviera bajo su órbita.
A estas rivalidades interfuerzas, que dificultaban el procesamiento de las órdenes, se sumaron dificultades técnicas que limitaron el accionar de los pilotos de ambas fuerzas. Por ejemplo, como
la pista de Puerto Argentino (como fue denominada la capital de las
islas) no era lo suficientemente larga para aviones de combate, las
operaciones de ataque debían realizarse desde el continente, con las
dificultades de combustible que eso implicaba, además de lo riesgosas de esas misiones. Por esta situación, la superioridad aérea fue
relegada desde un comienzo, ante la imposibilidad de estar 24 horas
protegiendo las islas.
De todas formas, los pilotos de la Aviación Naval (y también
de la Fuerza Aérea) realizaron operaciones destacables y altamente
riesgosas, aunque se limitaron a atacar buques que estuvieran en el
radio de acción, ya que desde el comienzo se dieron cuenta de que la
11 Sobre su accionar, consultar Muñoz (1986; 2000 y 2004).
Batallas contra los silencios
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tremenda inferioridad de equipamientos y tecnología imposibilitaba realizar ataques aéreos frontales. Además, el poco mantenimiento
de algunas unidades propias o el envejecimiento del material incrementaban el riesgo de las misiones.
La acción más recordada de la Aviación Naval, que significó
su “bautismo de fuego”, fue el hundimiento del buque Sheffield el
4 de mayo, pocos días después de la toma inglesa de las Georgias,
a tres días del inicio de los ataques ingleses sobre las islas y a solo
dos días del hundimiento del crucero General Belgrano. Luego
de un preocupante avance inglés, a esta acción se la vivió como
una verdadera revancha, y tuvo gran repercusión en los medios
de comunicación. Lo cierto es que ese ataque pudo ser posible
gracias a la disponibilidad de los misiles Exocet que permitían realizar ataques a cierta distancia, a diferencia del resto de los aviones
que, por ser más antiguos, para atacar un buque debían acercarse
peligrosamente a las unidades a fin de depositar allí sus bombas.
Sin embargo, la Aviación Naval solo disponía de cinco de estos
misiles, con lo cual las posibilidades de repetir acciones como estas
fueron contadas. Si bien los aviadores navales y los de la Fuerza
Aérea continuaron realizando diversas misiones de exploración,
transporte, rescate y ataque –sobre todo a partir del desembarco
inglés en las islas el 21 de mayo–, y no dejaron de operar hasta los
últimos días del conflicto, lo cierto es que los resultados limitados
de esas acciones no podían absorber los costos en vidas humanas
y materiales que implicaban, y, en tal sentido, el combate aéreo
estaba perdido de antemano.
En definitiva, el resultado de la guerra quedó en manos de las
tropas en tierra, aquellas que estaban apostadas en el frente de batalla desde la primera semana de abril, es decir, los infantes de Marina
y, principalmente, los soldados del Ejército. En cuanto al Batallón
de Infantería de Marina Nº 5 (BIM 5), el único que combatió en las
islas (sin tener en cuenta la “Operación Rosario” y algunas secciones
aisladas que permanecieron en otras líneas de defensa), lo primero
que hay que tener presente es que tenía una serie de ventajas frente
a los regimientos del Ejército que explica su excelente desempeño.
50
Andrea Belén Rodríguez
Se trataba de un batallón que estaba perfectamente aclimatado para la guerra, ya que su base de operaciones estaba en Río
Grande, donde el clima es similar al de las islas. La situación de
gran parte de las tropas del Ejército era distinta, ya que la fuerza
optó por enviar a las islas los regimientos del norte del país y dejar
los más preparados en el continente, en las fronteras con Chile,
país con el que había un conflicto irresuelto y que se suponía podía llegar a aprovechar la situación para invadir la Patagonia o permitir el paso de tropas británicas. Esto condicionó la preparación
de los soldados, que sufrieron el frío mucho más intensamente que
aquellos infantes de Marina que no solo ya estaban acostumbrados
al clima, sino que, también, tenían cierto adiestramiento en la
preparación de posiciones en un terreno anegadizo y en un clima
extremo como el de Malvinas (por las lluvias, el frío y el viento
constante). Posiciones que, al fin y al cabo, fueron fundamentales para sobrevivir a la guerra, para combatir el frío y refugiarse
durante los bombardeos, ya que allí permanecieron los soldados
prácticamente durante todo el conflicto.
Además, la mayoría de los conscriptos del BIM 5 había finalizado su entrenamiento o, por lo menos, ya llevaba varios meses en
el terreno. Y buena parte de los oficiales, suboficiales y soldados se
conocía porque había compartido el último año en el batallón. Si
bien el Ejército también disponía de tropas entrenadas, lo cierto
es que el sistema de reclutamiento de la fuerza le jugó una mala
pasada. Mientras en Marina los conscriptos ingresaban en cinco tandas a lo largo del año, de forma tal que siempre convivían
soldados “veteranos” con aquellos recién ingresados, en la gran
mayoría de las unidades del Ejército el ingreso era anual, y se producía a comienzos del año, con lo que, para abril de 1982, recién
se había incorporado a los soldados clase 1963 que solo llevaban
tres meses en la fuerza, y se había licenciado totalmente a la clase
anterior. Si bien para la guerra la fuerza convocó a los conscriptos
clase 1962, que finalmente terminaron combatiendo en el conflicto, cierta proporción de “colimbas nuevos”12 fue a las islas, y de
12 En la Argentina, coloquialmente se designaba “colimba” tanto al servicio militar obligatorio por las tres actividades que principalmente debía hacer el conscripto –correr, limpiar,
barrer–, como a los individuos que cumplían con él.
Batallas contra los silencios
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hecho las anécdotas de errores debido a su falta de preparación se
repiten en muchos testimonios.
A estos factores previos a la guerra, se sumaron otros aspectos
vinculados a la organización logística y a la calidad del equipamiento de cada fuerza, que incidieron en su desempeño en el combate. Durante el conflicto, las FF.AA. operaron con la premisa de
que cada arma era responsable de su propia logística, lo que significó un serio problema para el Ejército. Mientras la Armada y la
Fuerza Aérea disponían de medios aéreos y/o navales propios para
cruzar las provisiones y el equipamiento desde el continente, a la
que vez que contaban con menor cantidad de tropas en las islas, el
caso del Ejército era mucho más complicado por la gran cantidad
de personal trasladado a las Malvinas y porque, al no disponer de
medios de transporte propios, dependía de las otras fuerzas. Esto
dio como resultado una diferencia abismal en el equipamiento y
racionamiento de las tropas del Ejército y las de Marina que estaban en el frente de batalla. Un ejemplo basta al respecto: el BIM 5
disponía del doble de cables (imprescindible para la comunicación
entre todas las posiciones en el sistema de radio alámbrico) que
el Ejército en su totalidad. Y no solo en eso fueron privilegiados. También lo fueron en aspectos tan básicos como racionar
en caliente la mayoría del tiempo, comer pan en ocasiones, tener
barretas de acero para cavar las posiciones y disponer de algunos
lugares en el pueblo –como el galpón donde funcionaba el Apostadero Naval Malvinas– para rotar las posiciones y así descansar
de las duras condiciones de vida en las trincheras. Si bien es cierto
que hicieron poco uso de esos espacios, las tropas del Ejército ni
siquiera contaron con esa posibilidad.
La guerra de los infantes de Marina, por ende, fue muy diferente a la vivida por sus vecinos de trincheras. El Ejército no solo
contó con menos provisiones, sino que algunos equipos que eran
fundamentales para la preparación de la posiciones, para comunicarse, para combatir o para movilizarse, nunca arribaron a Malvinas, por la propia desorganización o porque no ingresaron en la
lista de prioridades de las otras fuerzas. Por ejemplo, no se envió a
las islas el equipo de algunos regimientos (que finalmente tuvieron
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Andrea Belén Rodríguez
que cavar sus posiciones a mano), las baterías de artillería antiaérea de más alcance (fundamentales para equiparar a las inglesas)
o una mayor cantidad de helicópteros, pedidos con insistencia
por las autoridades en las islas. La limitada disponibilidad de helicópteros, en particular, fue un elemento fundamental que afectó
el racionamiento de los soldados, ya que los caminos asfaltados
de las islas solo llegaban a las afueras del pueblo, y lo húmedo y
anegadizo del terreno tornaban inútiles los medios terrestres. Ello
dificultó el transporte de provisiones a las primeras líneas y, más
aún, a aquellos que se encontraban alejados de la capital, donde se
produjeron la mayor cantidad de casos de desnutrición, que incluso llegaron a provocar fallecimientos (Ceballos y Buroni, 1992).
Además, la escasa cantidad de helicópteros incidió en forma
brutal en el dispositivo de defensa y en la posibilidad de un contraataque. Como la cúpula militar consideró que el mayor riesgo
que se corría era un ataque directamente sobre Puerto Argentino,
en la isla Soledad, la llave del territorio por ser el centro político y
nudo de comunicaciones del archipiélago, la defensa se organizó
en un sistema de trincheras alrededor de la localidad. La mayoría
de las tropas se concentraron en las afueras de la capital: algunos
regimientos del Ejército en el aeropuerto, y el resto de los soldados de esa fuerza e infantes de Marina en las lomas que rodeaban
el pueblo hacia el oeste. Así, el BIM 5 se posicionó en las alturas
de monte Tumbledown, William y Sapper Hill. Además, había
algunas tropas dispersas en el poblado de Darwin/Goose Green,
y otras en la isla Gran Malvina. Este dispositivo de defensa se
mantuvo con muy pocas diferencias a lo largo de la guerra, ya
que no se produjeron movimientos ni contraataques masivos, aún
mientras los ingleses se acercaban peligrosamente y era evidente
que los días para el asalto final estaban contados. Lo anegadizo
del terreno –que hacía muy lenta y complicada la marcha de los
soldados a pie– y la falta de helicópteros imposibilitó la movilidad
de las tropas, cuestión fundamental en una guerra moderna.
A la permanencia en las trincheras durante más de dos meses,
sin posibilidad de rotación, con las dificultades logísticas señaladas, se sumó la evidencia de que los ingleses se habían apropiado
Batallas contra los silencios
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de la iniciativa, la movilidad y el espacio aéreo y naval en forma
casi total. Todo esto minó la moral de las tropas, que llegaron
al combate final desgastadas por el continuo bombardeo al que
estaban sometidas y al que las fuerzas argentinas no podían responder de ninguna forma, ya fuera porque no tenían los recursos
para ello –porque había muy poca artillería antiaérea que tuviera
ese alcance–, o porque habían optado por no comprometerlos en
el combate o por utilizarlos de forma limitada, como fue el caso
de la flota de guerra o de los medios aéreos, ya mencionado. La
sensación de las tropas en el frente, por ende, era de una pasividad
desesperante y su actividad se reducía a una espera interminable
del enemigo.
Finalmente, luego del desembarco inglés en San Carlos –lejos de las previsiones de los mandos argentinos–, se produjo la
primera batalla y derrota argentina de la guerra de Malvinas en
Darwin-Goose Green, entre el 27 y el 29 de mayo. De allí en más,
el avance inglés fue imparable. Las batallas finales se combatieron
del 11 al 14 de junio, y si bien en algunos casos las tropas argentinas tuvieron actuaciones excepcionales y opusieron una tenaz
resistencia, la superioridad de equipamiento y entrenamiento de
las fuerzas inglesas fue determinante. Además, en algunas batallas
hubo una gran deserción de tropas, sobre todo porque las condiciones deplorables en que se encontraban hacía más de dos meses
habían minado su moral y sus condiciones físicas también. La mayoría de los infantes de Marina del BIM 5 luchó ferozmente el 13
de junio, en la defensa de los montes Tumbledown, Williams y
Supper Hill. Y si bien los infantes tuvieron una actuación excelente –lograron detener temporalmente las fuerzas inglesas y según
su comandante hubiesen podido seguir combatiendo–, lo cierto
es que prácticamente no tenían municiones y, al final, estaban
combatiendo solos y a escasos kilómetros de la localidad, porque
el resto de las posiciones estaban perdidas.
El 14 de junio, a solo dos meses y medio del desembarco,
las fuerzas argentinas firmaron la rendición, con un saldo de 649
combatientes muertos y casi 1200 heridos. Y si bien, como veremos en la parte III, de allí en más el almirante Anaya se esfor-
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Andrea Belén Rodríguez
zó en demostrar que la guerra había tenido algún sentido, que la
Armada había pagado su cuota de sangre en la guerra y que, en
definitiva, se habían ganado algunas cosas en la derrota, la imagen
de una guerra inútil que había sido impulsada por una fuerza que
discursivamente se rasgaba las vestiduras por la defensa de la soberanía, pero que a la hora del combate prefirió proteger su flota
y rehuir a la lucha, no ha dejado de prevalecer en el imaginario
social desde el final de la guerra.
Capítulo 2. La guerra del Apostadero13
Marcas
Los integrantes del Apostadero Naval Malvinas contribuyeron
al combate terrestre y marítimo por las islas del Atlántico Sur durante los 74 días del conflicto. Solo que su aporte, la mayor parte
del tiempo, no consistió en librar el combate en las trincheras en el
frente de batalla, ya que la guerra que ellos pelearon fue bien distinta a la de la gran mayoría de las tropas: fue una guerra logística.14 En
efecto, la particularidad de la guerra que combatieron y el hecho de
haber compartido determinados espacios, tiempos y acontecimientos límites explican tanto los lazos que tejieron sus integrantes a lo
largo del conflicto (y en la posguerra), como el surgimiento de una
nueva identidad social.
Claro que así como es posible identificar determinados acontecimientos, emociones y tiempos que son propios de la guerra del
Apostadero, también es posible reconocer otros factores clave en la
experiencia del grupo que fueron comunes a las guerras de todos los
combatientes en las islas. En tal caso, la vivencia bélica de todos los
protagonistas de Malvinas estuvo marcada por la convivencia con
13 Este capítulo retoma mi tesina de grado (Rodríguez, 2008).
14 Según la doctrina del Ejército de 1995: “Logística es el campo de interés de la conducción que comprende el planeamiento y ejecución de todas las acciones necesarias para apoyar
con bienes y servicios a la Fuerza y garantizar su capacidad operacional, en forma permanente
[…]. El apoyo logístico es el conjunto de actividades desarrolladas principalmente por los
elementos logísticos para sostener una fuerza con recursos y servicios, en el momento y lugar
requeridos” (Forti, 2007: 25-26).
56
Andrea Belén Rodríguez
la muerte. Así, aquellos momentos en que más cerca se sintieron de
ella fueron los que implicaron una clara ruptura en su cotidianeidad
(como el primer ataque sobre las islas, las idas al frente de batalla,
las batallas, el matar o ver morir a alguien, entre otras), aunque la
incorporación del peligro a la rutina diaria también significó –a la
larga– cierta indiferencia y acostumbramiento a la muerte. Además, la
experiencia de los combatientes estuvo atravesada por la incertidumbre, la tensión, la tristeza, el temor y la angustia, pero también por
la satisfacción, el alivio y la excitación ante determinadas situaciones
imprevistas, que los marcó de alguna forma (como la convocatoria a
la guerra, la llegada a las islas, los primeros bombardeos, los enfrentamientos, la rendición y la situación de prisioneros de guerra).
Esos elementos que atravesaron, en general, las vivencias de
los que combatieron en las islas explican que exista cierta identificación colectiva entre todos ellos, más allá de la posición, la unidad
o la fuerza que integraron. Ahora bien, además de esos factores,
hay otros elementos específicos de la experiencia bélica de los integrantes del Apostadero que los identifican y los diferencian de los
miembros de otras unidades y fuerzas combatientes. Este apartado
se centra en esas marcas que singularizan la guerra del Apostadero.
La constitución de la unidad: un “rejunte” sin identidad
Desde el mismo momento de la creación del Apostadero Naval
Malvinas, es posible identificar elementos particulares de la unidad
que marcaron las vivencias de sus integrantes.
El Apostadero Naval Malvinas fue la primera unidad de la Armada creada en las islas. Se constituyó el 2 de abril de 1982, bajo
el mando del capitán Adolfo Gaffoglio, y tuvo la fundamental tarea de organizar las instalaciones portuarias de las islas, un espacio
vital porque era uno de los pocos puntos de comunicación con el
continente. Y, a diferencia de las otras unidades combatientes que
existían previamente al conflicto, fue creada específicamente para la
guerra a partir de un grupo de veinte personas, bien heterogéneo en
rangos, destinos y especialidades, que –en su mayoría– se conocieron durante la travesía hacia las islas. Esa es una particularidad de la
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unidad que marcó la cotidianeidad del grupo durante todo el conflicto, aun cuando desde mediados de abril su personal se decuplicó.
De hecho, la inestabilidad de su constitución es otra de las marcas
de la guerra del Apostadero.
A primera vista, el grupo fundador puede parecer reducido. Sin
embargo, la cantidad de sus miembros se comprende si tenemos en
cuenta que el plan de “ocupar para negociar” preveía dejar un destacamento de solo 500 efectivos para administrarlas y mantener el
control del territorio. Para tan pocos habitantes (alrededor de 1800
isleños), veinte personas operando el puerto parecían suficientes.
Durante los pocos días que este plan se mantuvo en marcha, el
capitán Gaffoglio se alzó como la máxima autoridad de la Armada
en las islas. Bajo su mando estaban todas las unidades navales que
habían permanecido en Puerto Argentino. Además, como la jurisdicción que tenía que cubrir el Apostadero en un comienzo fue muy
extensa, ya que comprendía los muelles en las islas, las embarcaciones propias y británicas, y las instalaciones ubicadas en la península
Camber, en frente a Puerto Argentino, rápidamente se incorporaron nuevos grupos conformados por pocos efectivos, que mantuvieron cierta autonomía y desempeñaron misiones específicas. Estos
fueron: un grupo encargado de las lanchas de desembarco, una sección de infantes de Marina que cubría la seguridad del Apostadero
y la gobernación, una sección de buzos tácticos que patrullaba la
zona y el personal de sanidad que constituyó el Puesto de Socorro.
Sin embargo, la respuesta inglesa desbarató los planes argentinos y motivó un envío masivo de tropas a Malvinas y también un
reacomodamiento total de los escalafones que afectó al Apostadero.
Así, desde el 8 de abril, arribaron otros militares a las islas de mayor
rango que Gaffoglio, con lo que este dejó de ser la mayor autoridad
de la Armada y pasó a depender de la Subárea Naval.15 Este cambio
significó una reducción de las responsabilidades del Apostadero, ya
15 La estructura jerárquica quedó finalmente organizada el 27 de abril, día en que asumió
el contralmirante Edgardo Otero como máxima autoridad de la Agrupación Naval Malvinas.
Otero era el representante de la Armada, y de él dependían cada uno de los grupos de Marina: el Naval, el de Infantería de Marina y el de Aviación Naval. La máxima autoridad de la
Subárea Naval era Antonio Mozzarelli.
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que las unidades que funcionaban en el puerto y hasta el momento
estaban bajo su jurisdicción, paulatinamente pasaron a ser destinos
independientes y de igual jerarquía que este, como el destacamento
de seguridad del puerto, el grupo de la radio y los buques de Marina, de Prefectura e ingleses requisados en las islas.
De todas formas, la reducción de la jurisdicción no implicó
una disminución de las actividades. Como había que aprovechar el
mayor tiempo posible para cruzar buques desde el continente a las
islas con todo tipo de aprestos logísticos antes de que las tropas inglesas realizaran un bloqueo aeronaval sobre Malvinas, la tarea en el
puerto se multiplicó. Por ende, desde mediados de mes comenzaron
a llegar refuerzos a la unidad en contingentes de 10, 15, 30 personas, hasta llegar a un máximo de entre 200 y 250 efectivos. En solo
veinte días el personal del Apostadero se decuplicó. Como en el caso
del grupo fundador, nuevamente se trató de personal de rangos y de
especialidades diversas, que provenía de diferentes destinos y que en
la fuerza se había dedicado a múltiples actividades.
Entonces, en el Apostadero confluyeron alrededor de dos centenares de personas que no se conocían (salvo casos aislados) y que
portaban trayectorias diversas. Solo para darnos una idea de esta
heterogeneidad según las variables social, económica y política, tengamos en cuenta que en el muelle de Puerto Argentino se encontraron: oficiales con mucha antigüedad en la fuerza, que provenían de
sectores medios-altos de grandes urbes y que habían elegido la carrera militar para cumplir con la tradición familiar y/o por vocación;
profesionales que ingresaron en la Armada por una cuestión laboral,
y otros, por herencia familiar; cabos con pocos años en la fuerza,
que residían en espacios con vínculos tradicionales con las FF.AA.
y otros que provenían de sectores humildes de pequeños pueblos
del interior del país, que habían elegido la carrera militar como una
forma de progresar en sus vidas; conscriptos de 19 y 20 años, que
en su mayoría provenían de sectores medios de la Capital Federal o
cercanos al Gran Buenos Aires, y que habían logrado destinos “acomodados” en la “colimba”.16 Además, fueron parte del Apostadero
16 La cantidad de los integrantes del Apostadero es difícil de determinar debido a que
los listados que existen son dispares e inexactos. De los 200-250 efectivos, el 70 % eran
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desde oficiales que siendo jóvenes cadetes habían sido testigos de la
autodenominada “Revolución Libertadora”, por lo menos un suboficial que participó en la represión ilegal como parte de un grupo
de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), hasta
conscriptos que en los setenta habían militado en algunas de las
vertientes de la “nueva izquierda”.17
Esta heterogeneidad de las trayectorias vitales da cuenta de que
el Apostadero era un verdadero “rejunte” sin identidad, como afirma Julio Casas Parera: “Cada regimiento tiene su lugar, su hábitat,
su origen. Nosotros éramos un rejunte. El Apostadero era algo que
era de todos y de nadie, no venía del continente, o sea no tenía
identidad propia” (30/11/2007). Es decir, era una unidad conformada específicamente para el conflicto por el personal que estaba “a
mano” en el continente.
Ahora bien, esos 200-250 efectivos que integraban la unidad
en abril prácticamente no convivieron bajo el mismo techo, por la
militares y el 30 % conscriptos, una proporción que puede parecer inusual si pensamos en
las unidades de tierra, pero que es normal en las unidades de Marinería, como los buques,
donde se requieren conocimientos técnicos. En su gran mayoría, el personal de cuadro era
de especialidades básicas, técnicas y de servicio, y provenían de diversos destinos ubicados
en la provincia de Buenos Aires. Los conscriptos, en su mayoría, provenían de unidades
asentadas cerca de la Capital Federal, donde vivían con sus familias. En términos generales,
se trataba de jóvenes de la clase 1962 con los estudios secundarios completos o en curso, e
incluso algunos de ellos estaban estudiando en la universidad. Solo uno de los conscriptos
era clase 1963. Muchos de ellos en la “colimba” habían logrado pases a destinos cercanos a
su lugar de origen o tareas que no requerían demasiado esfuerzo o que les gustaban, gracias
al contacto de familiares o amigos dentro de la fuerza. Esto también explica la sorpresa que
muchos de ellos afirman haber sentido cuando los convocaron. Además, la gran mayoría
fue a las islas porque fue convocado, pero hay seis casos de conscriptos que fueron voluntarios, cuatro de ellos miembros de familias navales (existen también algunos voluntarios
aislados en los subgrupos).
17 Hay por lo menos dos casos de jóvenes militantes de base de la izquierda en los setenta,
específicamente de la Federación Juvenil Comunista y del Partido Socialista Popular. Por
otro lado, solo hay comprobado un caso de participación en el terrorismo de Estado entre
los integrantes de la unidad. Se trata del suboficial enfermero Juan Barrionuevo, que durante
la guerra formó parte del Puesto de Socorro del Apostadero. Barrionuevo integró un grupo
de tareas de la ESMA, y su tarea consistió en inyectar a los detenidos-desaparecidos para
adormecerlos antes de los “vuelos de la muerte” y asistir a los médicos en las sesiones de
tortura. En 2003 fue reconocido por una víctima en Ushuaia. En 2004 estuvo detenido, no
obstante, tiempo después fue excarcelado y, finalmente, murió impune en 2008 (Página 12,
29/2/2008).
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diversidad de sus actividades, pero además porque muchos de ellos
fueron parte de la unidad solo por pocos días, ya que fueron trasladados a otros destinos debido a múltiples factores. En principio, la
falta de actividad determinó esos traspasos e impactó en la inestabilidad de la unidad. Lo cierto es que, durante abril, los miembros
del Apostadero cumplieron jornadas agotadoras de trabajo porque
el arribo de los buques fue intenso. Sin embargo, a medida que el
tiempo pasaba y la amenaza británica se volvía más palpable, los
buques comenzaron a disminuir su frecuencia hasta que, a partir del
hundimiento del crucero General Belgrano, prácticamente dejaron
de llegar. La disminución del trabajo en el puerto impactó en la cotidianeidad de los integrantes del Apostadero, ya que como tenían
tiempo libre comenzaron a ser destinados a cualquier actividad en
la que pudieran contribuir e, incluso, muchos integrantes fueron
trasladados a otros destinos, con lo que nuevamente la cantidad de
miembros de la unidad disminuyó.
A decir verdad, el traspaso de miembros de esta unidad a otros
espacios había comenzado mucho antes, con la creación de nuevos
destinos en función de las necesidades de la guerra que demandaban
personal con especialidades específicas o con determinados conocimientos técnicos. Así, a lo largo del conflicto, se trasladó parte del
personal del Apostadero a la radio, a los guardacostas de Prefectura
o a los buques auxiliares Forrest, Monsunen, Penélope y Yehuin.
Con estos traslados, alrededor de 150 personas quedaron efectivamente bajo la jurisdicción del Apostadero.
En definitiva, la particularidad de la constitución del Apostadero no residió únicamente en que fue creado exclusivamente para
la guerra y que estuvo integrado por un “rejunte” de personas de diversos rangos, destinos y especialidades que no se conocían entre sí y
que portaban trayectorias diversas. También, la inestabilidad de su
organización marcó la experiencia de los integrantes de la unidad,
ya que el incremento permanente del personal, su redistribución en
otros destinos y la constante reestructuración de la unidad incidió
en las relaciones interpersonales que estos constituyeron y en los
espacios en los que se alojaron.
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Actividades: los “comodines” de la guerra
El tipo de actividades que realizaron es otra de las particularidades que marcaron la guerra del Apostadero. A diferencia de
la mayoría de los combatientes que estaba en el frente de batalla
cumpliendo únicamente tareas de defensa en posiciones fijas, los
integrantes de la unidad se dedicaron a actividades logísticas, caracterizadas por su heterogeneidad, multiplicidad y movilidad. Como
explica el ex conscripto Julio Casas Parera:
Aparte estaba la cuestión que éramos personal medio raro, que
estaba para lo que hiciera falta. Hicimos muchas cosas, estuvimos en muchos lugares, no estuvimos plantados en un lugar,
no, estuvimos en el Bahía Buen Suceso, estuvimos en el puerto,
algunos iban al Faro (...), otros estaban en la CIC [Central de
Informaciones de Combate], otros en el Penélope, otros en el
Monsunen, o sea, estaban todos en los barquitos de los ingleses,
después en las posiciones con infantería de marina. O sea, realmente abarcamos muchas cosas, y no como un regimiento que
se fue al Monte Dos Hermanas y se quedó ahí (30/11/2007).
Lo cierto es que ellos fueron los “comodines” 18 de la guerra.
Esto, en parte, se debió a que desde un comienzo sus responsabilidades y capacidades no estuvieron claramente delimitadas, y menos
aún cuando la respuesta inglesa obligó a un cambio de planes.
La tarea inicial del Apostadero Naval Malvinas consistía en organizar las instalaciones portuarias de Malvinas para prestar apoyo y
sostén a los buques que navegaban en la zona de las islas. Siguiendo
el plan original de “ocupar para negociar”, se trataba de una unidad
logística creada para que cumpliera sus funciones en condiciones
de paz o, por lo menos, no en un conflicto abiertamente declarado.
Sin embargo, a poco de andar, fue evidente que la unidad debería
encargarse también de otras tareas que excedían el apoyo logístico
y que eran más propias de una base militar que de un apostadero:
brindar seguridad y defensa a la localidad. Este cambio de funciones
18 Testimonio de Juan Arias, junto a Claudio Guida y Osvaldo Venturini en el programa
“Malvinas… Es hora de volver a Casa”, radio Okey, 10/4/2010.
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tempranamente motivó una reorganización de la unidad e incidió
en la cotidianeidad de sus integrantes.
En abril, los miembros del Apostadero se dedicaron a la faraónica tarea de operar el puerto y mantenerlo en funcionamiento
para sostener, en la mayor medida posible, el puente naval con el
continente. Esto implicó diversas actividades, como la expropiación
de las instalaciones de la Falkland Islands Company (la principal
empresa de comercio marítimo de las islas) y la toma de posesión de
estas, la coordinación de los buques en el ingreso y salida al muelle,
la organización de la carga de las naves en los depósitos en el puerto
y, en un comienzo, la coordinación de la distribución y el racionamiento logístico a las unidades navales.
Sin embargo, si bien la diversidad de tareas a las que se dedicaron fue una particularidad del grupo a lo largo de la guerra, lo
cierto es que a partir de la segunda semana de abril, cuando los buques comenzaron a llegar día y noche desde el continente, la estiba
de la mercadería que transportaban se convirtió prácticamente en
la única actividad de la mayoría de sus integrantes. Como la tarea
era urgente, el ritmo de descarga de mercadería fue frenético y
agotador. Y, por si fuera poco, a partir de mediados de abril los
miembros de la unidad también comenzaron a encargarse de otra
tarea que cumplieron de allí en más hasta el final del conflicto: las
guardias nocturnas alrededor de los muelles, el primer encuentro
frontal con la muerte, allí donde el enemigo parecía estar detrás
de cada esquina.
Asimismo, durante ese mes, algunos integrantes de la unidad
desempeñaron otras tareas que hacían al funcionamiento de un
cuartel y que eran percibidas como privilegiadas por sus compañeros, por el poco esfuerzo que implicaban y por las comodidades
o el acceso a recursos poco comunes que significaban. Me refiero a
aquellos soldados que se dedicaron a cocinar, trabajar en la panadería o en la lavandería del buque donde se alojaban, a distribuir
la comida, a oficiar de traductores, o a ejercer de mozos, carteros,
choferes y peluqueros. Asimismo, otros miembros cumplieron misiones alejadas de la zona portuaria y que nada tenían que ver con
la estiba: trabajaron en la planta de combustible, hicieron guardias
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en el Cabo San Felipe, o participaron en el minado de las zonas adyacentes a Puerto Argentino. E incluso, algunos integrantes fueron
trasladados a otros destinos en los que eran más necesarios, donde se
encargaron de diversas funciones, como la organización de la radio
y de la central telefónica o el ploteo de las posiciones de unidades
propias y enemigas en la Central de Informaciones de Combate.
A partir del 1º de mayo, la reducción de las actividades portuarias provocó una mayor disponibilidad de tiempo libre, a la vez que
una diversificación aún mayor de sus funciones. Al fin y al cabo,
estaban libres y “a mano”. Las guerras de estos actores comenzaron a ser mucho más movibles, ya que al no tener mercadería que
descargar eran trasladados allí donde hicieran falta. Como afirma
Ricardo Pérez al referirse a su experiencia, aunque bien puede generalizarse a todo el Apostadero, se trató de una guerra “itinerante”
(26/11/2007). Así, comenzaron a transitar diferentes itinerarios:
recorrieron palmo a palmo el archipiélago en pequeños buques auxiliares, camiones y hasta tractores, ya fuera para transportar todo
tipo de mercadería, municiones o personal, o para limpiar diversos
lugares, rescatar heridos, controlar a la tripulación del buque Río
Carcarañá y colaborar con el lanzamiento de los misiles Exocet
desde tierra.
Incluso, a fines de mayo, cuando las tropas británicas ya habían comenzado a avanzar, una treintena de efectivos fue trasladada al frente de batalla en la península Camber. La península era
el “infierno”, desde la perspectiva de los soldados, que además no
estaban preparados para el combate. Como explica el oficial a cargo
del grupo, Hugo Peratta: “No eran combatientes, eran personal
técnico: había peluqueros, habían traductores de inglés, que eran
colimbas, había cocineros, o sea toda la gente que hacía falta, digamos, pero no para combatir con un fusil, como yo” (19/10/2007).
Lejos de la movilidad e intensidad que había caracterizado su cotidianeidad los días previos, en el frente de batalla ellos se limitaron
a una espera interminable y desesperante del enemigo. Esa misma
guerra estática que hacía más de un mes venían soportando los
soldados en las trincheras.
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Espacios múltiples
Las experiencias de los miembros del Apostadero estuvieron
marcadas por tres particularidades en cuanto al espacio, que las diferencian de las de aquellos que permanecieron en posiciones: el
establecimiento en el pueblo, la multiplicidad de lugares en los que
se alojaron y el hecho de dormir bajo techo.
Recordemos que la unidad funcionaba en el muelle principal
de Puerto Argentino y, por ende, la mayoría de sus integrantes transcurrieron gran parte de la guerra en la localidad, lejos del frente de
batalla. Si bien sus guerras fueron itinerantes, el punto de referencia
espacial al que regresaban era algún galpón en el pueblo, por lo menos durante la noche, cuando no podían circular libremente. Esta
situación, por supuesto, cambió para aquellos que fueron enviados
a la península Camber o para los que, por misiones específicas, se
establecieron temporalmente en “pozos de zorros” u otros espacios.
Además, a lo largo del conflicto, los miembros del Apostadero
residieron en diferentes lugares dependiendo de la cantidad de personal que había en la unidad, los espacios que estaban disponibles
y el contexto bélico en que se encontraban. De todas formas, más
allá de la diversidad de los espacios en amplitud, ubicación y comodidad, todos ellos compartieron la característica de ser recintos
cerrados o, por lo menos, semicubiertos.
En un principio, el grupo fundador se alojó en un rudimentario y pequeño galpón sobre el muelle. Sin embargo, a medida que
fueron llegando nuevos efectivos, ese espacio resultó insuficiente,
por lo que el personal se trasladó al buque Bahía Buen Suceso, que
operó a modo de cuartel durante gran parte de abril. Este espacio
significó una notoria mejoría de las condiciones en que se encontraban, desde el racionamiento hasta en comodidades para dormir. De
todas formas, a fines de abril el buque tuvo que partir ante la posibilidad de un ataque aéreo, por lo que los integrantes del Apostadero
se dispersaron en diversos espacios en el pueblo, donde se alojaron
temporalmente hasta mediados de mayo, cuando se reunieron nuevamente en un galpón de amplias proporciones cercano al muelle.
Desde ese momento hasta el fin de la guerra, permanecieron en ese
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recinto, donde funcionaba una carpintería. Ese fue el único lugar
que contó con una identificación visible que refería a la unidad –un
cartel que rezaba “Apostadero Naval Malvinas”–, y es por ello que,
para muchos de sus integrantes, la carpintería es el espacio que identifica simbólicamente a la unidad.
Abastecimiento y acceso a los recursos: un privilegio de pocos
La guerra del Apostadero –y de todos aquellos que se encontraban en la localidad– fue relativamente privilegiada en comparación
a la experiencia bélica de quienes estaban en las trincheras, aislados,
sin suficientes recursos y ateridos de frío. Debido a las actividades
a las que se dedicaban y al espacio donde trabajaban (en el pueblo,
cerca de las proveedurías, depósitos y las casas de los isleños), los
integrantes de la unidad, en general, nunca enfrentaron dificultades logísticas, e incluso tuvieron la posibilidad de acceder a algunas
comodidades que fueron poco comunes durante la guerra. En lo
material, por ejemplo, pudieron dormir bajo techo y resguardarse
del frío durante todo el conflicto, bañarse por lo menos una vez, y
disponer de suficiente comida. En el orden simbólico, tuvieron la
posibilidad de comunicarse con sus seres queridos mediante diversos medios –por teléfono, radiogramas, cartas– y de tener acceso a
múltiples canales de información para enterarse sobre el devenir del
conflicto, desde las comunicaciones con sus allegados y los rumores
hasta las noticias en la radio, las revistas y la televisión.
Ahora bien, dentro de esta situación general de privilegio, hay
que tener en cuenta dos cuestiones que contribuyen a matizar el
panorama. Por un lado, que esas facilidades dependieron de otras
variables dentro del grupo. Las jerarquías militares, la antigüedad
entre los conscriptos y la condición de profesionales fueron factores
que incidieron a la hora de poder acceder a mayores o menores
recursos. Por ejemplo, los únicos que podían comunicarse por teléfono a sus casas eran los militares, sobre todo los de rangos altos.
Además, el espacio donde se encontraban también es una variable a
tener en cuenta. Lógicamente, el grupo que fue destinado al frente
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Andrea Belén Rodríguez
de batalla los últimos días de la guerra dejó de disponer de estos
beneficios y se acercó a las condiciones que hacía un tiempo venían
enfrentando las tropas que estaban en primera línea.
Por otro lado, esa situación privilegiada fue modificándose
durante el desarrollo del conflicto, a medida que fue haciéndose
impenetrable el bloqueo inglés. Esto incidió en el apoyo logístico a
las islas, lo que condujo a los integrantes del Apostadero a recurrir
a todo tipo de estrategias para proveerse de más recursos, como el
intercambio de mercadería con otras unidades, la compra en los
comercios isleños –que estaba prohibida para no desabastecer a la
población–, la caza de algunos animales y hasta el robo de mercadería. No obstante, si bien la utilización de estos mecanismos fue una
constante a lo largo de la guerra, la peculiaridad del Apostadero es
que esto se debió a la intención de obtener algún beneficio extra o
de acercar su situación a las condiciones propias del tiempo de paz,
pero no al desabastecimiento crónico que sí afectó a la mayoría de
las tropas del Ejército diseminadas en las islas.
Relaciones interpersonales: entre la horizontalidad
y los conflictos
Las características de las relaciones interpersonales que se configuraron entre los actores fueron otros elementos que marcaron
las experiencias de los miembros de la unidad. La convivencia del
colectivo estuvo caracterizada por cierto cuidado de los superiores
hacia sus subordinados y/o por una relativa horizontalización de las
relaciones, caracterizada por la igualación de las condiciones entre
todos los miembros del grupo –sin importar el rango– y por cierta
informalidad en el trato.
No obstante, si bien esa fue una característica del grupo Apostadero a lo largo del conflicto, lo cierto es que la mayor o menor presencia de esa condición dependió de diversos factores, como la cantidad
de integrantes, los espacios de alojamiento y el contexto bélico.
Los primeros días de abril, en los que convivieron los veinte integrantes del grupo pionero de la unidad, fueron aquellos en los que
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esa horizontalidad estuvo más presente: momentos en que vivieron
bajo el mismo techo del precario galpón del puerto, comieron la
ración de combate por igual y trabajaron codo a codo en las mismas tareas. Ahora bien, la relativa horizontalidad de las relaciones
se mantuvo siempre y cuando cada uno de los efectivos se encargara
de la tarea que le correspondía según su rango. Por ende, esa cierta
igualación no implicó la disolución de las jerarquías o un cuestionamiento de las autoridades, sino la construcción de vínculos en los
que las formalidades en el trato cotidiano se habían desdibujado.
Esta particular convivencia se pudo deber a lo reducido del
grupo, a las características de su tarea y al contexto bélico en el que
se hallaban. Por un lado, la urgencia de la tarea a realizar, ya que la
puesta en funcionamiento del puerto debía ser inmediata y la estiba
de mercadería había que hacerla lo antes posible; la escasez de personal y cierta improvisación en la organización condujeron a una situación de hecho en la que “cuantas más manos trabajaran, mejor”,
sin importar el rango. Por otro lado, a lo largo de abril, debido al
plan de “ocupar para negociar”, se había extendido la convicción
de que no se iba a llegar a un enfrentamiento. Por tanto, la cotidianeidad relajada de estos días, en la seguridad que regresarían sin
luchar, sumada al frenético ritmo de trabajo que no daba demasiado
tiempo para pensar, pueden explicar también esta igualación de las
condiciones vitales.
No obstante, esa situación, que puede parecer inusual, es
necesario matizarla desde el mismo 2 de abril, día en que para
la primera guardia nocturna fue designado el cabo más joven de
la unidad. El privilegio que da la antigüedad en una institución
jerárquica como son las FF.AA. estuvo siempre presente, aunque
más o menos veladamente.
A partir de mediados de abril, con la llegada masiva de tropas
a la unidad, las brechas jerárquicas se profundizaron y aparecieron
los conflictos, en parte porque el personal de cuadro se encontró
con una mayor cantidad de conscriptos. Si en el grupo originario
(que estaba conformado por militares y solo un “colimba”) no era
necesario imponer rígidamente la disciplina porque “las cosas estaban como engranadas” –en términos del entonces cabo Daniel
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Andrea Belén Rodríguez
Peralta (11/11/2007)–, es decir, cada uno sabía cuál era su rol y su
lugar; ahora, el arribo de numerosas tropas que no conocían hacía
necesario establecer una distancia entre las jerarquías y endurecer la
disciplina.
Por ende, la inestabilidad de la constitución de la unidad fue
una característica que conspiró contra la horizontalidad, ya que a
partir del arribo de nuevos integrantes, la convivencia del grupo estuvo atravesada por fricciones, que se multiplicaron luego de los primeros ataques, cuando el nerviosismo, la incertidumbre y el miedo
se apoderaron de la situación. En la base de estos conflictos estaba el
temor y el desconocimiento mutuo entre el personal, las diferentes
personalidades y percepciones del conflicto, las diversas prioridades en la utilización de los materiales, la tensión a la que estaban
sometidos, la poca conciencia de guerra y el abuso de jerarquías.
Muchos de ellos estuvieron motivados por diversas situaciones que
fueron desde la intención de hacer respetar la autoridad y disciplina
(fundamental en una guerra), de proteger la propia vida y la de
los otros, y de lograr un mejor funcionamiento de la unidad, hasta
diferenciar jerarquías por el solo hecho del prestigio y hacer cumplir nimiedades sin sentido en una guerra. En el Apostadero, los
conflictos más frecuentes fueron aquellos que se produjeron entre el
personal de distintas jerarquías y entre profesionales y militares de
carrera, que –como veremos en el capítulo 3– se manifestaron sin
tapujos tras la derrota.
Además, los espacios donde se alojaron a partir de mediados de abril también colaboraron con el distanciamiento entre el
personal de diferentes rangos. El buque Bahía Buen Suceso, con
su distribución en bodegas y camarotes, o la carpintería, con las
mamparas de división que delimitaban distintos recintos, no contribuyeron a mantener una relación estrecha o una comunicación
fluida entre ellos.
De todas formas, aun cuando la horizontalización se fue tornando cada vez más relativa a medida que se fue incorporando más personal a la unidad, que cambiaron los espacios de alojamiento y que
las condiciones se modificaron al vivir bajo un bombardeo constante,
no por ello dejó de existir. De hecho, esta relativa igualación de jerar-
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quías, cordialidad en el trato y/o cierto cuidado de los superiores hacia
la tropa fue un rasgo que caracterizó la experiencia bélica del grupo,
en comparación a la mayoría de las tropas del Ejército, en las que las
diferencias jerárquicas estaban profundamente marcadas.
Los “nosotros” en el Apostadero
Esas marcas colectivas en las experiencias de los integrantes del
Apostadero Naval Malvinas que caracterizan a una guerra logística
contribuyeron a la constitución de un “nosotros” con características propias, que, al tiempo que los agrupaba, los diferenciaba de
otras unidades, principalmente de aquellas que estuvieron en el
frente de batalla.
Ahora bien, esta identidad social que surge a partir de la guerra no es monolítica ni homogénea, sino que fue configurándose
a lo largo del conflicto en un proceso no exento de complejidades
y tensiones, en el que el “nosotros” y los “otros” se redefinieron
constantemente, al punto que se puede hablar de varios “nosotros”
dentro de la unidad. Esas complejidades identitarias en el interior
del “nosotros” Apostadero responden a tres factores.
En primer lugar, existieron fricciones y tensiones entre los integrantes del grupo, vinculadas a su condición de civil o militar, a
los rangos militares, a la condición de profesional o de militar de carrera, y a la participación o no en el desembarco. Los conflictos más
frecuentes tuvieron como consecuencia identificaciones –transitorias o permanentes– entre los actores de la misma condición, que
se configuraron por oposición o distanciamiento con los individuos
que no compartían esa característica. Así, por ejemplo, en distanciamiento/oposición a los militares de carrera, los profesionales comenzaron a agruparse y a constituir ciertos vínculos más estrechos,
sobre todo entre aquellos que se conocían previamente, compartían
la misma profesión y, por tanto, los mismos códigos, prioridades,
formas de trabajo y organización.
Asimismo, aquellos efectivos que tenían la misma jerarquía militar y antigüedad se agruparon y compartieron distintas expresiones
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de solidaridad. Dicha camaradería es quizás más evidente entre los
conscriptos, quienes compartían códigos etarios y elementos simbólicos y materiales por ser civiles bajo bandera, que los distanciaban
de los militares, y entre quienes los lazos de solidaridad fueron muy
estrechos. Como reflexiona el ex conscripto y psicólogo Oscar Luna:
Soy parte de esa generación en la cual nos atravesaba las mismas
ilusiones, los mismos temores, los mismos fantasmas, la misma
épica, la misma dimensión de espejismo que pueden tener cualquiera de ustedes en una edad que la vida y la muerte significan
cosas bastantes diferentes para lo que es después en la vida de
uno. Y también creo que el temor de la muerte y la muerte tan
inminente nos posicionó en un lugar distinto en relación a otros
adultos, a otros oficiales, suboficiales. Los oficiales y suboficiales
que tenían hijos, tenían una vida, empezaron a pensar que tenían
más cosas que perder que nosotros. Y bueno, nosotros hicimos
lo que pudimos, no fue una elección, digo, yo estaba haciendo la
colimba (…). Lo nuestro fue ir y atravesar esa experiencia desde
el valor y desde la relación con mis compañeros (testimonio en
la Escuela Normal Nº 5 de Barracas, CABA, 27/6/2012).
Otros de los actores que tuvieron una cierta identificación y
afinidad fueron los miembros del grupo pionero del Apostadero,
aquellos que participaron en el desembarco y compartieron la primera semana de abril en las islas, la que estuvo llena de incertidumbre y confusión. Si bien estos actores reivindican su participación en
la Operación Rosario, el hecho de haber organizado el puerto y de
ser uno de los pocos grupos que estuvieron los 74 días de la guerra
en Malvinas, no por ello funcionaron de manera explícita como un
subgrupo dentro del colectivo general.
En segundo lugar, el grupo Apostadero estuvo atravesado por
diversos “nosotros” internos. El compartir determinadas experiencias contribuyó a que se tejieran vínculos más estrechos entre algunos integrantes de la unidad, lo que dio pie al surgimiento de
subgrupos con características propias.
Esos subgrupos fueron el resultado de compartir lugares de
alojamiento específicos (que funcionaron como espacios de socia-
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lización distintos) y de desplegar actividades concretas (lo que les
dio cierta autonomía en la organización de su rutina de trabajo y
sus tiempos). Además, determinadas características de los integrantes del colectivo, como su número reducido, que fueran militares
de baja graduación o de similares rangos, del mismo destino y/o
la escasa diferencia etaria entre los miembros, y el compartir esos
espacios, actividades y tiempos propios, las mismas dificultades o
facilidades, condujo a la construcción de lazos afectivos entre esos
integrantes y a una cierta camaradería. Todo esto provocó una horizontalización de las relaciones en el grupo, es decir, una cierta
igualación en el trato de los miembros sin distinción de jerarquías.
En el interior del Apostadero, es posible identificar cuatro subgrupos: el encargado de las lanchas de desembarco que se formó a
partir del 2 de abril; el de buzos tácticos, constituido el 8 de abril;
el del personal de sanidad conformado desde mediados de ese mes;
y el constituido por aquellos actores que estuvieron en el frente de
batalla en Camber desde el 30 de mayo.
Con respecto al grupo del personal de sanidad, estuvo conformado por siete integrantes que vivieron durante casi toda la guerra bajo el mismo techo, en el Puesto de Socorro en la localidad.
El hecho de vivir en un espacio diferenciado y de dedicarse a una
actividad específica con una organización interna, a la vez que les
dio cierta autonomía, los distanció del resto de los integrantes del
Apostadero. El convivir y compartir día y noche juntos, sumado
a la cercanía etaria de los oficiales de sanidad con el resto de los
conscriptos, condujo a cierta igualación en el trato y a una fuerte
camaradería, que los identificó como una “gran familia” dentro del
“nosotros” mayor de la unidad.
Asimismo, el grupo encargado de las lanchas de desembarco
estuvo integrado por alrededor de 26 efectivos que vivieron durante
parte de la guerra en un espacio distinto del que se alojaba el grupo
principal –un galpón del puerto–, y compartieron una rutina de
trabajo propia por la actividad específica a la que se dedicaban: el
mantenimiento y funcionamiento de esas unidades. Además, como
la gran mayoría de sus integrantes eran conscriptos y militares de
baja graduación que provenían del mismo destino en el continente
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Andrea Belén Rodríguez
–y, por lo tanto, se conocían previamente–, la configuración de lazos afectivos entre sus miembros se produjo de forma natural desde
los inicios del conflicto.
La sección de buzos tácticos, por su parte, estuvo conformada
por once militares (un oficial y diez suboficiales), con lo que el compartir esa condición puede explicar el surgimiento de este subgrupo
en el que imperó el trato cordial y relajado. Además, ellos siempre
gozaron de cierta autonomía y de un funcionamiento independiente del grupo mayor del Apostadero debido a que residieron en un
espacio separado (un buque viejo sobre el muelle), pero principalmente debido a su formación como fuerzas de elite y a su actividad
particular: el patrullaje de la bahía de Puerto Argentino y de la península Camber. Todos estos elementos contribuyen a explicar la
construcción de cierta identificación entre los integrantes de esta
pequeña sección, que se perfila casi como una unidad independiente del Apostadero (Melara, 2010: 102).
Por último, en cuanto a las treinta personas que fueron trasladadas a Camber, si bien compartieron un tiempo mucho menor
que el resto de los subgrupos –solo 15 días–, lo extraordinario de la
experiencia vivida en las trincheras alimentó la constitución de ciertos vínculos entre ellos y la conformación de códigos propios. Las
características que individualizaron a este grupo estuvieron vinculadas a la guerra en el frente de batalla. Por tanto, fue el espacio una
de las variables fundamentales que marcó sus experiencias, así como
las dificultades que enfrentaron, la intensa proximidad de la muerte y la participación en el combate. La experiencia de vivir en las
trincheras en el frente de batalla tuvo como consecuencia la construcción de nuevos lazos entre los compañeros que habían compartido la posición y/o la experiencia de vivir en las posiciones, entre
quienes se configuró una “comunicación” diferente –en términos
del ex conscripto Julio Casas Parera (30/11/2007)– de aquella que
tenían con los compañeros que habían permanecido en la localidad.
En tercer lugar, las complejidades que se presentaron en el proceso de construcción identitaria del Apostadero estuvieron vinculadas a las identificaciones de algunos integrantes de la unidad con
otras fuerzas/unidades, identificaciones que, en ocasiones, fueron
Batallas contra los silencios
73
prioritarias a la pertenencia al Apostadero. En algunos casos, estas se
produjeron porque la movilidad y diversidad de las actividades que
realizaban hacía que muchos actores compartieran más espacios y
tiempos con integrantes de otras fuerzas que con la propia. En otros
casos, el traspaso de los integrantes del Apostadero a otras unidades
navales, como los buques logísticos, significó la configuración de
una nueva identidad –como tripulantes del buque– que, en muchos
casos, dejó en un segundo lugar su pertenencia al Apostadero, al que
algunos consideran una ocupación transitoria hacia su destino final.
Algunas variables, como la cotidianeidad y camaradería que se logra
en un espacio reducido como el de un buque, el hecho de haber pasado experiencias límites navegando en misiones riesgosas y la cantidad
de tiempo que estuvieron allí pueden explicar dicha situación.
Entonces, esas tres dimensiones vinculadas a los procesos de
construcción identitaria del grupo Apostadero dan cuenta de la
conformación de varios “nosotros” dentro de un colectivo social,
que lejos está de ser homogéneo o monolítico.
Los “otros”
La identidad social del grupo Apostadero se constituyó en
vinculación a “otros” combatientes y no combatientes, de los que
se distanciaron y, en ocasiones, a los que se opusieron a lo largo
del conflicto.
En principio, es necesario tener en cuenta que esa identidad
se configuró sobre una trayectoria común que compartían los integrantes de la unidad desde antes de la guerra: su pertenencia a la
Marina. En efecto, en los viajes a las islas, algunos ex conscriptos
recuerdan varias situaciones en las que se refugiaban en ciertos códigos que compartían como personal naval para distanciarse de los
soldados del Ejército. Sin embargo, fue a partir del paso por una
experiencia límite como la guerra que surgieron nuevas identidades
que definieron otros “otros” y/o corroboraron los ya establecidos.
Ante todo, dentro de la población de combatientes en las islas,
los miembros del Apostadero establecieron cierto distanciamiento
74
Andrea Belén Rodríguez
entre sus vivencias y las experiencias de las tropas del Ejército, por la
fuerte jerarquización y subordinación que caracterizaron las relaciones entre sus integrantes, las que, en casos extremos, terminaron en
un brutal abuso de autoridad. De hecho, durante la guerra, ciertos
integrantes de la unidad se opusieron al maltrato que algunos suboficiales de esa fuerza ejercían sobre sus subordinados.
Asimismo, los combatientes a los que el grupo Apostadero definió más claramente como “otros” a lo largo del conflicto fueron
los de aquellas unidades que estuvieron en el frente de batalla: las
unidades de Ejército y los infantes de Marina. Diversas variables,
como el vivir en trincheras, el carácter de guerra fija, las carencias
sufridas y la participación en el combate, diferenciaron las experiencias de esas unidades de la guerra que se vivió en el puerto. Incluso,
aquel subgrupo del Apostadero que estuvo en el frente de batalla en
Camber, ya durante el conflicto se asumió como diferente del resto
de los efectivos que estuvieron durante toda la guerra atrincherados
y que enfrentaron situaciones intensas de combate.
Ahora bien, no solo los integrantes del Apostadero percibieron
esas diferencias en las vivencias. Durante el conflicto, también aquellos que estaban en las trincheras reconocieron la existencia de dos
guerras distintas –la del frente y la del pueblo– y se definieron por
oposición a aquellos combatientes que estaban en la localidad, los
que –desde su perspectiva– vivían una guerra mucho más privilegiada, sin conciencia bélica y divorciada de la realidad. Los siguientes
testimonios de soldados del Ejército son claros al respecto:
• En la montaña estuvimos mal oficiales y soldados. Todos llevábamos la misma vida y tuvimos los mismos problemas. El
asunto, la falla, estuvo allá abajo, en donde todo sobraba y no
se repartía […]
• Las pocas encomiendas que llegaron lo hicieron abiertas y
saqueadas. Entonces, lógicamente, empezamos a protestar,
porque nos acordábamos de cómo se vivía en el pueblo. A
nosotros nunca nos llegó mantecol, queso, gaseosas, vino fino
y todo eso que sobraba en el pueblo. En las Malvinas hubo
tres clases de posiciones de combate. Una de las posiciones
Batallas contra los silencios
75
era la tropa que estaba en el pueblo, o sea Puerto Argentino.
Otra, era la tropa de la costa, y la tercera la de la montaña,
que fue la que peor la pasó, la que más desatendida estuvo
por los encargados de suministrarles alimentos, siendo, obviamente, la que más los necesitaba.19
Entre los testimonios de quienes estuvieron en el frente de batalla, incluso de los infantes de Marina, es posible encontrar cantidad de reflexiones como estas. Luego de identificar dos espacios
en la guerra (“el del combate y el del seguro de la vida”), Robacio
y Hernández –comandante y subcomandante del BIM Nº 5, respectivamente– concluyen: “En el pueblo nunca faltó nada ni pan,
ni bebidas, ni ocio, ni baños calientes, allí jamás arribaría la guerra,
excepto por error…” (Robacio y Hernández, 1996: 108).
El reconocimiento de estas diferencias terminó sustentando
la construcción de una jerarquía de vivencias según los parámetros
espacio-tiempo-experiencia, que existe hasta el presente. En ella,
se legitiman aquellas trayectorias que aluden a mayores dificultades, que más cercanas al combate estuvieron, que más tiempo
estuvieron en las islas (o en los meses más intensos) y/o que más
muertes sufrieron, y, en cambio, minusvaloran aquellas experiencias que –siempre en términos relativos– más lejos estuvieron del
frente de batalla y de la muerte, menos tiempo estuvieron (o estuvieron en el mes que no hubo ataques) y/o que más comodidades
y facilidades tuvieron.
Se trata de una jerarquización de vivencias a partir del dolor,
del sufrimiento y la cercanía con la muerte, construida por los propios combatientes durante el conflicto y asumida también por los
integrantes del Apostadero, en la que el reconocimiento de la condición de combatiente pasa por haber “cumplido” con alguna de las
variables indicadas. De esta forma, las tropas asentadas en el pueblo
poseen menor legitimidad como protagonistas bélicos que aquellas
que estuvieron en las trincheras. Como veremos, estos escalafones
fueron uno de los cimientos sobre los que se construyeron los silencios de la guerra del Apostadero tras el conflicto.
19 La Semana, 1/7/1982.
76
Andrea Belén Rodríguez
Sin embargo, aun cuando estas tensiones y diferencias existieron –y existen– dentro de la población de combatientes, lo cierto es
que a lo largo del conflicto también se configuró cierta identificación
entre los protagonistas de la guerra, de todas las fuerzas, anclada en
la vivencia extrema común y, principalmente, en el distanciamiento
de aquellos “otros” que no lucharon en las islas. Así, durante la guerra, los miembros del Apostadero reconocieron otros “otros” que
fueron comunes a todos los protagonistas del conflicto: los civiles y
militares que permanecieron en el continente.20 Las anécdotas que
hacen referencia al poco compromiso de la sociedad con la guerra,
o al entusiasmo y triunfalismo inconsciente e inútil, son moneda
corriente en los testimonios de los ex combatientes. En el caso de
los integrantes del Apostadero, por ejemplo, varios recuerdan indignados los momentos en que escuchaban la radio y se extrañaban
de la propia sociedad que estaba más pendiente del Campeonato
Mundial de Fútbol que de su suerte en el campo de batalla. Otros
evocan que no podían reconocerse en las noticias difundidas por los
medios de comunicación: la seguridad de la victoria argentina que
transmitían contrastaba con la propia experiencia en el terreno, en
el que el avance inglés parecía imparable.
Asimismo, la propaganda oficial con su exitismo desmedido
contribuyó a cierto distanciamiento de las tropas en las islas con la
plana mayor de las FF.AA. y con aquella oficialidad que estaba en
el continente planificando el conflicto, pero alejada del teatro de
operaciones. Esos militares de quienes, al fin y al cabo, dependía la
continuación o no del conflicto, pero que no se acercaban al campo
de batalla, se perfilaron como “otros” a lo largo de la contienda.
Ese distanciamiento se tornó cada vez más radical a medida que los
ataques se multiplicaban, las muertes se sucedían y los días de las batallas se acercaban. La siguiente carta, enviada el 7 de junio por José
20 El distanciamiento de los civiles por parte de los militares combatientes está anclado en
una representación anterior a la guerra –tal vez, desde el mismo nacimiento de las FF.AA.–,
en la que la profesión militar venía a ocupar un peldaño superior a cualquier ocupación civil,
ya que aquellos que optaban por las armas arriesgaban su vida, brindándose totalmente a la
comunidad, mientras se percibía que los civiles solo se preocupaban por sus intereses particulares (Rabinovich, 2011). Esa percepción parece seguir vigente hoy en día (ver Colotta,
2013: 23).
Batallas contra los silencios
77
Luis del Hierro –un soldado del Ejército que falleció en la guerra–,
no deja dudas al respecto:
Hay que seguir rezando y pidiendo a la Virgen para que esto se
arregle en “paz” y se acabe ya. Cada vez tenemos más ganas de
volver cada uno a su casa sea como sea, ganando o perdiendo,
pero volver pronto. Al final se nos quedó en el tintero el viaje,
pobre papá, tanto juntar y organizar y yo le tiré abajo todo, aunque deslindo responsabilidades en el loco de nuestro presidente
y su desvelo de grandeza.
Acá todos, pero todos, lo agarraríamos de fundillo de los pantalones y lo pondríamos como nosotros 55 días; en estos pozos. Y
yo con él a todos esos patriotas de ciudad que por lo que ustedes
dicen allá está minado. Acabé el discurso. Ja. Ja.21
La reflexión de José que denuncia la irresponsabilidad del
mando argentino –que parecía no conocer o, peor, no importarle la
situación que las tropas vivían en las islas–, y la belicosidad desenfrenada o el necio triunfalismo de grandes sectores de la sociedad argentina, revela lo que era una sensación extendida en los
combatientes en las islas: que estaban luchando solos. Los civiles
y militares en el continente parecían estar viviendo una guerra muy
distinta a la suya, en la que la victoria estaba asegurada.
Ahora bien, una vez que la derrota argentina fue inapelable y
que los combatientes regresaron al continente, ¿cómo fueron los
encuentros con esos “otros” civiles y militares que habían vivido de
forma tan distinta la guerra? ¿Los miembros del grupo Apostadero
resignificaron los lazos con esos actores para diluir las diferencias o,
por el contrario, el distanciamiento temporal y espacial provocado
por la guerra se convirtió en abismo y en una dificultosa convivencia social? Estos son algunos de los interrogantes que abordaré en
la parte II.
21 Perfil, 1/4/2007.
Parte II. La posguerra del Apostadero.
Experiencias e identidades
Esta parte se centra en las experiencias de posguerra de los integrantes del Apostadero, desde que retornaron al continente hasta el
2013, con el objeto de analizar en qué medida la guerra constituyó
un clivaje en sus vidas e identidades.
Como indica Leed, toda guerra es vivida por los combatientes
como una discontinuidad, dada la imposibilidad de articular la experiencia bélica con sus vivencias previas y por las reconfiguraciones identitarias que se producen a partir del paso por una situación
extrema (Leed, 2009).22 A partir de esa premisa, la cuestión está en
analizar cómo los integrantes del Apostadero han vivido y significado la posguerra, y cómo han reconstituido sus identidades marcadas
por la guerra, es decir, cómo han reestructurado las fronteras entre
el “nosotros” y los “otros” construidas al calor de la batalla, en cada
contexto histórico. En tal sentido, me propongo indagar en qué
medida las construcciones identitarias de los miembros del grupo,
surgidas a partir de la experiencia bélica, fueron modificadas, actua22 Esta parte toma como referencia la conceptualización de Leed (2009), quien, al constatar
la persistencia de las marcas de la guerra en las vidas e identidades de los combatientes de la
Primera Guerra Mundial, define a la guerra como un rito de pasaje interminable. Recurriendo a la teoría de Víctor Turner, que establece tres etapas del rito (la separación, la transición
y la reinserción), el autor afirma que los combatientes nunca pudieron regresar de la guerra,
que la situación de transición nunca se completó con la de reinserción debido a que la reconfiguración de su identidad que operó en el conflicto les impidió reconocerse en la sociedad a
la que pertenecían antes de la guerra. Es por ello que su identidad se configuró en la liminalidad, siempre se mantuvo en los márgenes de la sociedad, y fueron aquellos que estaban en
esa misma condición los que se reencontraron y contuvieron.
80
Andrea Belén Rodríguez
lizadas y resignificadas desde que regresaron a su cotidianeidad en
tiempos de paz, hasta 2013. Esta indagación atenderá sus vivencias
individuales de posguerra, las dinámicas propias del grupo social
y las políticas desplegadas por otros agentes sociales con los que se
vincularon en cada coyuntura.
Desde que regresaron, las experiencias de los ex combatientes
del Apostadero han estado atravesadas por dos marcas, que refieren
a la ambigüedad, o, mejor, liminalidad del espacio social ocupado
por la figura del veterano de guerra. La sensación de encontrarse
en un espacio y tiempo intermedio entre “acá” y “allá” –entre las
islas y el continente, entre los tiempos bélicos y de paz– y de ser
una presencia-ausente en la sociedad argentina debido a la mirada
del “otro”, que así como reconocía su existencia a la vez intentaba
silenciarla, ocultarla y negarla, son los elementos claves para entender los procesos de reconfiguración identitaria que atravesaron los
integrantes del Apostadero durante la posguerra.
Si bien esas marcas son compartidas por todos los ex combatientes, este grupo les atribuyó sentidos específicos que tuvieron
puntos de contacto con los veteranos en general, pero también algunas diferencias bien marcadas. ¿Por qué durante gran parte de la
posguerra los miembros del Apostadero se sintieron alienados, fuera
de lugar, entre la guerra y la paz o como una presencia-ausente?
¿Qué silencios construidos sobre el Apostadero y el conflicto en general marcaron sus identidades y experiencias, y determinaron que
sus regresos fueran imposibles? ¿Cómo cambió el espacio de reconocimiento habilitado a los integrantes del Apostadero por los “otros”?
¿Cómo se modificó la apropiación del espacio público que realizaron los ex combatientes del Apostadero a lo largo de los treinta años
de la posguerra? En otras palabras, ¿cómo se fue transformando la
situación marginal o liminal en que se encontraron al regresar?
Teniendo como eje esas problemáticas, los tres capítulos que
integran esta parte abordan las experiencias e identidades de los integrantes del Apostadero en la década del ochenta –cuando al regresar se enfrentaron al intento de ocultarlos en un clima de silencio de
la guerra–, pasando por los noventa –cuando hubo un intento de
reactivar la memoria bélica desde el gobierno nacional–, para fina-
Batallas contra los silencios
81
lizar en los 2000, cuando la memoria de Malvinas retomó su lugar
en la esfera pública. Si bien la lógica es procesual, los capítulos no
están organizados cronológicamente, sino que cada uno hace foco
en los diferentes espacios a los que regresaron o se integraron los
miembros del grupo en la posguerra: los espacios militares, civiles o
construidos ad hoc por los propios ex combatientes.
Así, el capítulo 3 aborda las vivencias de regreso de los conscriptos y del personal de cuadro del colectivo Apostadero a la Armada. En primer lugar, se centra en las políticas de ocultamiento y
silenciamiento de los ex combatientes que las FF.AA. implementaron con el objeto de evitar agudizar el repudio social hacia la corporación militar, para luego analizar las “subversiones internas” que
estallaron en la posguerra y las medidas tomadas por la fuerza naval
para reintegrar a –o expulsar de– sus filas a los, a veces, díscolos
ex combatientes que se enfrentaban a las antiguas rutinas y normas
de autoridad. Asimismo, reconstruye las vivencias, en el interior
de la fuerza, del personal de cuadro que optó por retirarse o darse
de baja de la Marina luego de la guerra y las de quienes permanecieron en ella; y se centra en la insuficiencia de políticas navales de
reconocimiento y contención en la larga posguerra y cómo esto
repercutió en la configuraciones identitarias de los militares del
grupo Apostadero.
El capítulo 4 se ocupa del regreso de los soldados y cuadros
del Apostadero a los ámbitos civiles, y hace foco en los cambios de
los vínculos entre los miembros del grupo y la sociedad civil. En
un comienzo, examina las recepciones que diversos sectores sociales
les dispensaron a los integrantes del colectivo ni bien retornaron,
las que, en la medida que estuvieron marcadas por la indiferencia
pública (por lo menos en las grandes ciudades), inauguraron una
etapa de desencuentros entre los ex combatientes, la sociedad civil
y el Estado. Luego, se centra en las dificultades simbólicas –en la
posibilidad de hablar de sus vivencias– y materiales –al regresar a los
diversos ámbitos de cotidianeidad– que enfrentaron en los ochenta
(y se extendieron en los noventa). Y para finalizar, el capítulo explora los cambios que se dieron a comienzos del 2000, momento
en el que se produjo un acercamiento entre los ex combatientes, el
82
Andrea Belén Rodríguez
Estado y la sociedad civil a raíz de las transformaciones en el mapa
de luchas por la memoria del conflicto.
Por último, el capítulo 5 gira en torno a los lazos de guerra
que (re)construyeron los integrantes del Apostadero desde que regresaron. Si bien trata sobre su participación en las agrupaciones
de ex combatientes, la atención está puesta en un espacio nodal
en la posguerra del grupo Apostadero: las reuniones anuales de camaradería que organizaron los ex soldados desde 1983. El capítulo
aborda la historia de las reuniones y hace foco en la dinámica de los
encuentros y en los actores que participaron en ellos, con el objeto
de analizar cómo se fue modificando y resignificando la identidad
grupal. Así, reconstruye dos etapas: la primera, en los ochenta, en la
que solo se reunían ex conscriptos, y la segunda, desde fines de esa
década y principios de los noventa hasta el 2013 (cuando se cumplieron treinta años de estos encuentros), en la que se incorporaron
militares e integrantes de otras unidades.
Capítulo 3. Regreso a la Armada:
ocultamiento, silencio y “subversión”
“La ropa sucia se lava en casa”
Entre el 18 y 27 de junio de 1982 la mayoría de los ex combatientes regresó al continente. Sin embargo, el país al que volvían
era radicalmente distinto de aquel que habían dejado cuando los
convocaron para la guerra. El impacto de la derrota en Malvinas fue
demoledor para el régimen militar. A la crisis social, económica y
política que atravesaba el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” antes del conflicto, ahora se sumaba el fracaso en
el campo mismo de su expertise. La derrota bélica terminó siendo
también una derrota política para la dictadura. Si Malvinas había
sido el último recurso del régimen para recuperar la legitimidad
perdida, después del cese del fuego el 14 de junio, la Junta Militar
cayó en su propia trampa.
La renuncia forzada de Galtieri, la disolución de la Junta Militar por primera vez luego de seis años de gobierno, la tardía y conflictiva designación del general Bignone como presidente, fueron
los primeros costos de la derrota que el régimen debió enfrentar y
son indicios de la extrema debilidad que lo atravesó en la inmediata
posguerra.23
Mientras a nivel político los hechos se sucedían rápidamente,
diversos sectores de la sociedad que hasta horas antes de la rendi23 Sobre la situación de las FF.AA. luego de la guerra, ver Acuña y Smulovitz (1995); Canelo (2008); Franco (2018); Novaro y Palermo (2003); Verbitsky (1984 y 2006).
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Andrea Belén Rodríguez
ción habían confiado en las noticias impartidas por los medios de
comunicación sobre las proezas y triunfos de las tropas argentinas,
comenzaron a buscar explicaciones de la derrota. El estupor fue generalizado y una sensación de estafa por una guerra que se suponía
ganada se extendió en gran parte de la sociedad. Las movilizaciones
sociales demandando la “verdad” de la guerra se produjeron ni bien
conocidas las noticias del cese del fuego, y la respuesta del régimen
militar fue la misma que hacía años destinaba a los civiles: la represión de aquellos estigmatizados una vez más como “subversivos” y
una explicación oficial plagada de eufemismos, que no convencía a
nadie; ni siquiera a las propias filas militares.
En esos días de junio de 1982, los dirigentes políticos y sindicales profundizaron sus demandas referidas a la urgente fijación
de un cronograma electoral, la normalización de la actividad partidaria y el cambio de la política económica; la Iglesia católica instó
a la unidad y reconciliación nacional; mientras, los organismos de
DDHH continuaron siendo prácticamente los únicos que llevaban adelante acciones para demandar públicamente por los detenidos-desaparecidos.24
Así las cosas, mientras los frentes de tormenta se multiplicaban,
las FF.AA. se abocaron a conducir la transición hacia un gobierno
democrático mientras intentaban reconstituir su unidad interna,
ahora fuertemente lesionada por la derrota, a la vez que pretendían
negociar su rol en el futuro gobierno constitucional con el escaso
poder que aún conservaban.
Las tareas que la dictadura militar debió enfrentar en la inmediata posguerra fueron, pues, muchas y muy urgentes. El regreso
de los combatientes fue una más entre ellas, que también revistió
gran relevancia para las FF.AA. Lo cierto es que el retorno de aquellos que habían sido testigos de la derrota y del pésimo desempeño
militar en las islas significaba una amenaza para las FF.AA. Una
amenaza doble: si sus voces comenzaban a circular podían, a la
vez, alimentar la indignación social y profundizar el descrédito de
24 Esto no significa que otros actores políticos no pidieran al régimen que dieran alguna
explicación sobre la cuestión, pero solo con el fin de “dar vuelta la página” y de evitar que el
futuro gobierno constitucional cargara con esa pesada herencia (Franco, 2018: 30).
Batallas contra los silencios
85
las instituciones castrenses. Ante este peligro potencial, las FF.AA.
optaron por lidiar con la derrota de la misma forma que habían
enfrentado otros acontecimientos del pasado reciente: refugiaron
bajo un manto de silencio tanto la guerra como las condiciones en
que habían llegado a la derrota y no asumieron las responsabilidades correspondientes.
El operativo de recepción de los ex combatientes de forma
secreta y oculta fue una política institucional seguida por las tres
armas, una verdadera acción de coordinación conjunta de las que
había carecido su accionar en gran parte del conflicto. Ese operativo
comprendía dos acciones que apuntaban al mismo objetivo. En primer lugar, las FF.AA. intentaron esconder de la sociedad el regreso
de quienes habían luchado y prohibieron todo tipo de contacto para
ocultar las condiciones en que regresaban, mejorar su imagen y evitar que difundieran información sobre el desempeño militar en las
islas. En segundo lugar, las FF.AA. pretendieron imponer silencio
sobre la guerra y utilizaron para ello diversos recursos.
La Armada siguió al pie de la letra la política de silencio. Si bien
algunas unidades navales que se habían desempeñado de manera excelente en las islas, como el BIM 5, tuvieron una gran recepción por
parte de las autoridades,25 ese comportamiento no fue el habitual.
Para la gran mayoría de los marinos, inclusive los integrantes del
Apostadero, rigió el mandato de silencio, que la fuerza naval intentó
imponer mediante distintas estrategias.
Tengamos en cuenta que la gran mayoría de los miembros del
Apostadero regresó al continente el 20 de junio a bordo del buque
hospital Bahía Paraíso. Aunque algunos pocos habían retornado
unos días antes en el buque Almirante Irízar y otros lo hicieron
en calidad de prisioneros de guerra en la nave inglesa Norland el
día 21, junto a las tropas del Ejército.26 En el largo recorrido de
regreso desde que arribaron al continente en alguna ciudad patagónica –Punta Quilla (Santa Cruz), Puerto Madryn (Chubut)– hasta
llegar a sus correspondientes destinos militares –Edificio Libertad
25 Esa conferencia es analizada en el capítulo 6.
26 La única excepción es el jefe del Apostadero, quien regresó un mes después del término
del conflicto, junto a otros 500 oficiales que habían integrado la plana mayor en las islas.
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Andrea Belén Rodríguez
(Capital Federal) o Base Naval Puerto Belgrano (Buenos Aires)–,
los conscriptos, suboficiales y oficiales debieron enfrentar no solo
los ocultamientos y mandatos de silencio, sino también algunos tratamientos que revelan una gran falta de consideración por parte de
la Armada. Por ejemplo, el ex conscripto Fernando González Llanos recuerda que, una vez arribados a la localidad donde residían,
tuvieron que esperar varias horas en el aeropuerto hasta que los fueron a buscar porque no había ningún chofer dispuesto a perderse el
partido de fútbol que la selección argentina jugaba por la Copa del
Mundo (9/8/2010).
Las recepciones institucionales brindadas a los integrantes del
Apostadero fueron bien diversas, pero en muchos casos estuvieron
lejos de ser las imaginadas y anheladas. La falta de organización, la
demora de las autoridades y otras irregularidades empañaron los
breves recibimientos navales, como evoca Guillermo Klein:
Llego a Espora y ahí tengo otro gran disgusto, porque nos ordenan que teníamos que quedarnos en Espora, porque iba a venir
el almirante (...) y que nos iba a dar una recepción. Y yo le digo
al que estaba ahí: “Jefe, el almirante tendría que estar acá. Yo me
quiero ir a mi casa”. Y tuve el culo que apareció mi cuñado (...)
que había ido a recibir prisioneros, y le digo: “Flaco ¿te animás a
llevarme a Punta Alta, y me tomo un taxi?”, “No, vamos, te llevo
a Bahía”. Y yo me escapé, literalmente, me escapé (28/9/2007).
Sin embargo, así como algunos integrantes del Apostadero no
tuvieron ningún tipo de “bienvenida oficial” o estas estuvieron plagadas de irregularidades, otros sí tuvieron una breve recepción por
parte de las autoridades navales, la que estuvo, relativamente, a la
altura de las circunstancias, como evoca el ex conscripto Claudio
Guida: “Nos pusieron en la formación, todos separados (...) Nos
recibe el contralmirante, nos saluda, a cada uno nos da la mano, nos
felicita porque habíamos roto las armas antes de entregarlas, dice
unas palabras” (29/11/2007).
Ahora bien, más allá de la diversidad de las recepciones institucionales, el ocultamiento de su regreso a la sociedad fue una
situación común vivida por todos ellos. De hecho, las recepciones
se realizaron en ámbitos militares que no estaban abiertos al pú-
Batallas contra los silencios
87
blico. Aún en el presente, los miembros del Apostadero, como
todos los ex combatientes, reclaman indignados que regresaron de
la guerra “de noche y por la puerta de atrás”. El oficial retirado y
bioquímico Roberto Coccia señala dolido cómo los escondieron
en el retorno:
Llegamos a Espora, nos bajaron, nos hicieron esperar, se hizo
oscuro y nos llevaron a Campo Sarmiento, ahí nos tuvieron
¿para qué? A escondidas como todo el mundo, si nos escondieron a todos, y allá nos tuvieron como no sé hasta qué hora de la
noche. Mis viejos estaban esperando afuera, porque sabían que
llegábamos (4/8/2007).
Muchos recuerdan estas largas horas de espera hasta que, finalmente, los trasladaron hasta sus destinos militares en colectivos
navales. Sin poder ver a sus seres queridos que estaban esperando
afuera del cuartel, los combatientes fueron recluidos en un espacio cerrado, en algunos casos por horas, otros, por varios días.
Mientras los ocultaban a la sociedad, en ocasiones, les intentaron
mejorar la imagen, dándoles la posibilidad de bañarse y uniformes
nuevos. Y también les tomaron declaración sobre su accionar en
la guerra:
Y en Puerto Belgrano fue lo que siempre más me dolió de todo
esto. (…) Llegamos a Espora, y yo lo que quería era irme a mi
casa, y de ahí nos llevan a Campo Sarmiento (…), y ahí nos
empiezan a ver qué problemas tuvimos, qué hicimos, qué no
hicimos, contamos todo lo que habíamos hecho y lo que no
habíamos hecho” (Daniel Blanco, 26/12/2007).
Pero el ocultamiento fundamentalmente tuvo otro objetivo.
Al igual que las otras fuerzas, la Armada intentó imponer silencio
a los ex combatientes sobre sus experiencias en las islas. El “Cuestionario Tipo para personal propio que regresa de Islas Malvinas o
de acciones en contacto con el enemigo” de la fuerza naval, incluía
preguntas sobre las heridas, enemigos y posiciones de los recién
retornados, pero también los interpelaba con el siguiente interrogante: “¿Sabe que no puede realizar ningún tipo de declaración a
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Andrea Belén Rodríguez
la prensa sobre bajas propias, o enemigas, acciones de combate y
otro dato de interés?”27
El mandato de silencio no distinguió jerarquías. Pero, según
los rangos militares, fueron diferentes las formas de imponerlo. Para
los cabos rigió una orden explícita que les prohibía hablar sobre lo
que habían vivido en la guerra, como evoca Guillermo Ni Coló:
Al rato volvió el capitán y nos comunicó que nos llevarían a
nuestros respectivos domicilios. […] El mismo capitán nos
acompañó hasta la salida y nos pidió un minuto de atención
para decirnos: “Tengan en cuenta que ustedes van a ser requeridos por el periodismo. Tienen terminantemente prohibido
hacer declaraciones acerca de las cosas que vieron, hicieron o
pasaron en Malvinas” (2004: 64).28
Así como en ocasiones la prohibición fue solo una orden oral
dada por un superior, en otras, fue reforzada por una declaración
escrita que los recién llegados debían firmar comprometiéndose a
no hablar, y, en algunos casos, fue acompañada de una amenaza
hacia sus seres queridos. Ramón Romero, cabo durante la guerra,
recuerda dolido esa situación:
Nos llevaron a Campo Sarmiento, que era en Puerto Belgrano,
un galpón enorme, y nos sentaron a todos en el piso alrededor
del galpón. Y en el galpón así en el medio, había como... como
mesitas, así, como de escuela, pupitres, así, con dos sillas, con
un militar de inteligencia. Y te sentaban a vos adelante, el tipo
escribía, te tomaban declaración de todo lo que habías hecho,
de qué habías visto, qué opinabas, después te terminaban de
tomar declaración, firmabas la hoja, y decían: “De esto, no se
habla con nadie, esto se tiene que olvidar, recuerden que tienen
familia”. Una amenaza viste, como que te podía pasar algo si
hablabas de eso. (...) Yo siempre digo que ahí empezó la desmal27 Citado en Chao (2018: 92-93).
28 Ni Coló nació en Saladillo (Buenos Aires) en 1961. En 1982, era cabo segundo. En la
guerra, realizó diversas actividades como integrante del Apostadero y tripuló la goleta Penélope. Ni bien regresó, pidió la baja de la Armada e ingresó en el Congreso, donde trabaja en el
presente. Luego, se recibió de abogado. Desde los 2000, asiste a las reuniones del Apostadero.
Batallas contra los silencios
89
vinización, ahí nos hicieron sentir vergüenza de ser veteranos
de guerra, y es uno de los motivos que nos llevó veinte años de
poder empezar a hablar de esto. (...) Te sentís culpable de la
derrota (22/6/2007).29
Así como la gran mayoría de los cabos sostiene que existió un
mandato explícito de silencio, Abel Mejías (cabo en 1982, suboficial en actividad en el momento de la entrevista) no recuerda una
orden clara al respecto, pero sí una sensación “como que quedaba
algo interno, la ropa sucia se lava en casa” (17/11/2007).
En el caso de la oficialidad superior, la situación fue distinta.
El entonces oficial Hugo Peratta recuerda que si bien también estuvieron horas declarando ante un oficial de inteligencia, ellos no
recibieron ningún tipo de advertencia explícita. No era necesario,
ya eran condiciones sabidas para los que hacía años eran parte de la
fuerza (19/10/2007).
Ante la prohibición de hablar sobre sus experiencias, el personal de cuadro reaccionó de diversa forma. Mientras algunos naturalizaron el mandato por formar parte de una cultura institucional
de silencio que habían internalizado hace años, otros acataron la
orden, aunque con bronca e indignación, e incluso algunos se enfrentaron levemente a sus superiores, negándose a firmar la planilla
con la declaración sobre su accionar en la guerra.
La forma en que la Armada intentó imponer silencio a los
conscriptos fue bien distinta. Al ser civiles bajo bandera y, por ende,
no integrar permanentemente la fuerza, la prohibición explícita o
las amenazas fueron excluidas ante las resistencias que podrían provocar. Por el contrario, en el caso de los soldados, se trataron más
bien de sugerencias de que no convenía hablar de la guerra. Ahora
bien, los actores encargados de dar estas sugerencias fueron distintos
según el destino al que retornaban. En el caso de aquellos que permanecieron encerrados algunos días en la Base Naval Puerto Belgrano, como José Bustamante, los capellanes fueron los “elegidos”
29 Para los entrevistados, el término “desmalvinización” es sinónimo de los intentos de
olvido de la guerra, los combatientes y/o el reclamo de soberanía de las islas, o cualquier cuestionamiento a estos. Para los diversos sentidos de ese término, ver Lorenz (2006).
90
Andrea Belén Rodríguez
para esta misión: “Ahí había unos curas (…) y nos hablaban de lo
que habíamos vivido que teníamos que tratar de superarlo y que no
teníamos que decir nada, por la tranquilidad de la sociedad y de la
familia” (3/10/2007).
En cambio, en el Edificio Libertad, los encargados de sugerirles
que guardaran silencio sobre sus vivencias fueron oficiales de inteligencia. Julio Casas Parera describe la situación claramente:
Un oficial de inteligencia nos dio una charla y nos recomendó que habláramos todo el tema con la familia, y el círculo
más íntimo de gente, porque había mucha animosidad. Dicen: “Me consta que habían tirado a un conscripto de un tren
de la bronca por haber perdido, no sé si es cierto pero dicen
que…” El tipo manifestó eso, de inteligencia, que bueno, que
cualquier cosa que quisiéramos aportar que todo servía, todo
era experiencia, que ellos estaban ahí a disposición, para que
fueran con oficiales a charlar del tema. Dicen: “No se crea que
porque es una pavada, no deja de ser importante, nos interesa
toda la experiencia (…)”. El tipo habló muy bien, muy sobrio,
nada de… al contrario, muy coloquial, eso fue una constante,
todo coloquial (1/12/2007).
Como es evidente, si bien los actores son distintos, en ambos
destinos los encuentros tuvieron el mismo objetivo –evitar que
los soldados divulgaran el pésimo accionar militar en las islas– y
similares características. Más que de una prohibición, se trató de
charlas informales en las que les sugerían guardar silencio sobre
la guerra para resguardar a sus seres queridos (para que no se
preocuparan por su estado) o a ellos mismos (por la reacción
de la sociedad). Al apelar al mismo recurso, tanto los capellanes
como los oficiales de inteligencia pretendían transferir la responsabilidad del silencio a la sociedad, y permitir así que la Armada
saliera impune.
Sin embargo, en ocasiones, las reacciones ante estas “recomendaciones” fueron bien distintas en comparación de las de aquellos
que formaban parte de la fuerza. Mientras algunos naturalizaron el
pedido de silencio como un sincero intento de protegerlos, otros
Batallas contra los silencios
91
lo percibieron como una “charla intimidatoria” (Gabriel Asenjo,
23/6/2010) o como una “mentira” (Osvaldo Corletto, 22/6/2010)
que solo buscaba resguardar la salud de la fuerza. Y actuaron en
consecuencia:
Vamos al Edificio Libertad y nos hacen firmar una declaración
jurada (…) de que no teníamos que abrir la boca, no decir
muchas cosas raras, porque no nos convenía, que íbamos a ser
asediados por el periodismo ahora, por nuestros familiares, no
contemos todo, la guerra todavía no había terminado. (…) La
charla terminó mal, porque el Loco Luna, este pibe, yo y otros
dos más, pero “¿vos qué hablás?”, eran dos oficiales de inteligencia naval, vestidos muy limpitos ellos con camisa celeste: “No,
no hablemos…”. “¿Y vos qué hablás, si vos no estuviste?” “¿Y
vos quién sos para hablar, si vos no estuviste conmigo?” Se armó
medio un… un confronte mal que los tipos se terminan yendo
(Claudio Guida, 29/11/2007).
Los conflictos que se produjeron ni bien regresaron, y que
se multiplicaron cuando los ex combatientes se reintegraron a las
FF.AA., expresaban el cuestionamiento a la autoridad de los oficiales. El punto en tensión era claro: la participación en la guerra.
La pregunta era evidente: ¿qué legitimidad tenían aquellos que no
tenían experiencia bélica para pedirles silencio? Para los protagonistas, ninguna. De hecho, el conflicto se dio por terminado cuando el
personal de inteligencia optó por retirarse.
Finalmente, luego del pago de sueldos atrasados, de firmar una
declaración jurada por los objetos perdidos en las islas y de darles algo para comer, a medianoche fueron “liberados”, un término
usado con frecuencia por los integrantes del Apostadero. Mientras
algunos fueron trasladados a sus hogares en colectivos navales, otros
pudieron comunicarse con sus allegados para que los fueran a retirar
al destino militar. Por fin, pudieron tener contacto con la sociedad,
retornar a sus hogares y reencontrarse con sus seres queridos, aunque, como veremos en el próximo capítulo, finalmente el regreso y
los reencuentros se revelaron imposibles.
92
Andrea Belén Rodríguez
“Subversión” en la Armada
En la temprana transición, los cuestionamientos que tuvo que
enfrentar la dictadura militar provinieron no solo de sectores internos de las FF.AA., sino también de los externos, y estuvieron vinculados tanto a la crítica situación económica y política que atravesaba
el país, como a su responsabilidad por dos hechos traumáticos del
pasado reciente: la derrota en el archipiélago y el terrorismo de Estado implementado en los setenta.
Paulatinamente, el “problema de los desaparecidos” (como lo
denominaba entonces la prensa) comenzó a cobrar inusitada repercusión pública. Además de las organizaciones de DDHH, “viejos”
dirigentes políticos y gremiales, líderes de las juventudes políticas,
periodistas, intelectuales, y también los líderes de las agrupaciones
de ex soldados combatientes que se constituyeron en la posguerra,
comenzaron a demandar una respuesta ante dicho “problema”, o
endurecieron sus hasta entonces tibios reclamos. Claro que los otros
reclamos continuaron teniendo vigencia y se sumaron a este: la difusión de la “verdad” sobre la derrota en las islas, la urgente democratización y la modificación de la política económica. La demanda
de que las FF.AA. rindieran cuentas por sus actos fue, sin dudas, un
rasgo de época.
La mayor visibilidad de los crímenes cometidos por la dictadura en el espacio público y la nueva legitimidad de la que gozaron
los reclamos de las víctimas se comprende si tenemos en cuenta el
contexto pos-Malvinas. En la inmediata posguerra, el desprestigio
de las FF.AA. debido a la derrota militar en las islas abrió la posibilidad de criticar más ampliamente a las instituciones castrenses en
otras acciones que habían desplegado en los tiempos recientes: de
esta objeción global al régimen dictatorial, no escapó el “problema
de los desaparecidos”. Este clima de cuestionamiento a lo militar
habilitó el espacio público para la difusión de los testimonios de los
ex soldados combatientes que revelaban los maltratos y los abusos
que habían sufrido por parte de sus superiores, junto a las voces
de los familiares de los detenidos-desaparecidos, que denunciaban
el secuestro, la reclusión y tortura en los centros clandestinos de
Batallas contra los silencios
93
detención, y el asesinato de miles de ciudadanos por parte de las
Fuerzas Armadas y de Seguridad. En este contexto, grandes sectores
sociales comenzaron a asociar que aquellos que eran responsables
por miles de desaparecidos en la –todavía legitimada– “guerra antisubversiva” eran, también, los responsables de la derrota en las islas,
lo que condujo a una profunda “demonización” de los militares.30
Las movilizaciones sociales en demanda de una respuesta al
“problema de los desaparecidos” comenzaron a sumar decenas de
miles y formaron parte del renacimiento de la sociedad civil que
caracterizó a los tiempos de posguerra. Ante las amenazas por las
demandas primero de “verdad” y después de “justicia” de los organismos de DDHH (Jelin, 1995), las FF.AA. se abroquelaron contra
toda revisión y contra toda posibilidad de judicialización de la “guerra contra la subversión”; aquel hecho que enorgullecía a los militares, quienes se autorrepresentaban como “salvadores de la nación”
frente a un enemigo ajeno al “ser nacional”.31
A estos cuestionamientos sociales, se sumaron otros frentes de
tormenta que eran más graves aún desde la perspectiva de las FF.AA.:
las acusaciones cruzadas entre las fuerzas y los cuestionamientos por
sus actuaciones en la guerra de Malvinas. En esta coyuntura, en la
que las rivalidades interfuerzas estallaron por los “pases de factura”
motivados por la derrota y en la que las rupturas del pacto de silencio de Malvinas –pero también de la “guerra sucia”– eran una
presencia casi diaria en la prensa, el desprestigio militar no podía ser
30 La nueva visibilidad de la que gozó el “problema de los desaparecidos” tras la guerra
no implicó un cambio rápido en los marcos de sentidos sobre los derechos humanos, ya
que en amplios sectores sociales –fuera de los organismos de DDHH y los familiares de las
víctimas– hacerse eco de este tema lejos estaba de implicar una percepción de lo que había
sucedido como crímenes o terrorismo de Estado ni de cuestionar la legitimidad de la lucha
antisubversiva. Era más bien el reclamo de que las FF.AA. rindieran cuenta por los “excesos”,
las “secuelas” o los “métodos” utilizados en dicha lucha. Ver Franco (2018).
31 El 29 de abril de 1983 la Junta Militar publicó el “Documento Final sobre la guerra
contra la subversión y el terrorismo”, en el que negaba la existencia de los centros clandestinos
de detención y afirmaba que los desaparecidos que no se encontraban “exiliados o en la clandestinidad” estaban muertos, que las acciones del personal en la “guerra contra la subversión”
debían ser consideradas como actos de servicio y, por ende, que las FF.AA. únicamente se
someterían al juicio histórico. Meses después, se promulgó la Ley de Pacificación Nacional
por la que se declaraban extinguidas las acciones penales por delitos durante la “guerra sucia”.
Sobre la memoria militar de la represión, ver Salvi (2012).
94
Andrea Belén Rodríguez
mayor. El panorama de la posguerra era de una profunda corrosión
de la autoridad militar.
Cada una de las fuerzas salió más o menos debilitada de este
profundo cuestionamiento social, según su grado de intervención
en el sistema represivo y según el rol desempeñado en el conflicto
del Atlántico Sur. Si la Fuerza Aérea fue la que salió “mejor parada”
–porque su accionar en el conflicto había sido relativamente mejor
y el más publicitado, y su participación en la represión había sido
menor y a la vez menos difundida–, indudablemente el Ejército fue
el que se llevó las peores críticas. Su involucramiento en la “guerra
sucia” había impactado fuertemente en la opinión pública (por su
misma magnitud era la fuerza que más centros clandestinos de detención había desplegado en todo el país), y su pésimo desempeño
en las islas se difundió rápidamente debido a las denuncias de los
conscriptos que habían permanecido por más de dos meses en las
trincheras enfrentando condiciones deplorables (Lorenz, 2006).
La situación pos-Malvinas en la Marina también era muy delicada. La fuerza enfrentaba acusaciones casi diarias por los crímenes
cometidos en el corazón de la ESMA –que desde temprano se convirtió en un símbolo de la represión ilegal–32 y por la inacción de la
flota de guerra en Malvinas. Peor aún, esas acusaciones provenían
no solo de las otras fuerzas y de la sociedad en general, sino también
del interior de las filas navales. Las fricciones internas comenzaron a
arreciar en la fuerza. La Armada –al igual que el Ejército– se hallaba
en un estado de deliberación permanente. Quizás, el punto máximo
de conflictividad salió a la luz cuando el contraalmirante Zariategui
–comandante del Área Naval Austral durante la guerra– se alzó contra el comandante en jefe de la Armada al presentar una proclama
de 17 puntos en una conferencia de prensa, entre los que incluía el
pedido de determinar las responsabilidades por la derrota, de explicar por qué la flota no había intervenido en el conflicto, por qué
Anaya no había comunicado la planificación del desembarco y, más
32 Esto debido a la cantidad de detenidos-desaparecidos que pasaron por sus calabozos y a
la repercusión pública nacional e internacional de algunos casos de desaparición, como los
de Héctor Hidalgo Solá, Elena Holmberg, Marcelo Dupont, la ciudadana sueca Dagmar
Hagelin, las monjas francesas y los padres palotinos.
Batallas contra los silencios
95
aún, por qué no había escuchado las sugerencias del almirantazgo.
Si bien a la sublevación no se plegaron otras unidades, lo cierto es
que la popularidad de la que gozó Zariategui durante esos días, y
luego en el juicio al que lo sometieron, demuestra que el petitorio
realmente difundía “el pensamiento de la Armada” –como afirmó el
protagonista–,33 y daba cuenta de muchos de los cuestionamientos
que quienes habían combatido en las islas se hacían en el interior de
las filas navales, pero que no revelaban públicamente.
En efecto, los ex combatientes regresaban de la guerra con miles
de interrogantes por la actuación de la propia fuerza en la contienda
y, en general, por el sentido del conflicto, de su propio sacrificio y
de la muerte de sus compañeros. Situaciones de cobardía, miseria,
abusos de autoridad o exigencias de nimiedades incomprensibles en
tiempos de guerra, habían sido frecuentes en el conflicto, además de
la pésima organización estratégica y logística general de la contienda, de la que algunos de ellos fueron no solo espectadores, sino que
también sufrieron en carne propia.
Los jóvenes bajo bandera y el personal de cuadro de rangos
inferiores habían sido testigos del mal desempeño de algunos superiores en la guerra y se reintegraban a la Armada con indignación y
bronca con aquellos que no se habían comportado a la altura de las
circunstancias, incluso poniendo en riesgo su propia vida. También
los oficiales de carrera retornaron con una angustia y bronca a duras
penas contenida con sus superiores en el continente por haber sido
enviados a las islas para cumplir una función para la que no estaban
preparados. Por ejemplo, el entonces oficial Hugo Peratta regresó
con un sabor amargo en la boca debido a su frustración profesional
por haber sido enviado a combatir en el frente de batalla en Camber, función para la que no tenía ningún tipo de preparación, luego
de años de formación en otra especialidad: “A mí estuvieron treinta
años preparándome para trabajar con equipos eléctricos especiales,
después de haber estudiado tantos años en Europa. (…) Al final
terminé en un frente de combate que me enseñaban cómo se tiraba
con un fusil, porque yo no sabía tirar” (11/9/2007).
33 Clarín, 15/4/1983.
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Andrea Belén Rodríguez
Y la indignación fue más profunda aún en aquellos que corroboraron que había otros militares de mayor rango con más experiencia y formación disponibles. Guillermo Klein (el oficial y médico encargado del Puesto de Socorro en la guerra, que solo hacía tres
años que había ingresado en la Armada) aún hoy está disgustado
con los encargados de Sanidad Naval y con sus superiores del Hospital Naval de Puerto Belgrano donde trabajaba, no solo por no haberse puesto en contacto con él durante toda la guerra, sino porque
los médicos navales de mayor jerarquía que habían hecho la especialidad de sanidad en combate no fueron al conflicto (17/8/2007).
Esta sensación de desengaño y decepción con la propia fuerza,
cuando no de bronca e indignación, provocó cuestionamientos a las
jerarquías militares y abiertos enfrentamientos con aquellos que no
habían participado en el conflicto –y, por lo tanto, no eran reconocidos como pares–, o que, habiendo participado, no habían tenido
una actuación honorable. Ahora, los ex combatientes se enfrentaban a sus antiguas escalas de autoridad, pues otros valores y pautas
morales forjados al calor de la guerra se consideraban prioritarios.
Antes que por la antigüedad, el rango y la edad, el respeto a la autoridad pasaba mucho más por haberse desempeñado acorde con las
circunstancias en el conflicto, por mantener la camaradería con sus
compañeros, apoyándose mutuamente, y al compartir los elementos materiales y simbólicos aún en las peores situaciones de escasez
y riesgo de la propia vida.
Esos enfrentamientos que se dieron en el transcurso de la guerra se multiplicaron desde que los ex combatientes pisaron el continente, y principalmente desde que los soldados se reintegraron a la
Armada, luego de los 15 días de licencia correspondientes. Tengamos presente que a los conscriptos clase 1962 que habían ingresado
en las primeras tandas los dieron inmediatamente de baja porque ya
habían cumplido los 14 meses del servicio militar obligatorio. Pero
aquellos que pertenecían a la clase 1963 o eran clase 1962 pero formaban parte de las últimas tandas de ingreso, tenían que terminar la
“colimba” por el tiempo que restaba. Entonces, ante una situación
que percibían como un absurdo, algunos conscriptos, como Marcelo Padula –miembro de una tradicional familia naval–, se negaron
Batallas contra los silencios
97
a presentarse: “A mí me vino a buscar la PM [Policía Militar], me
dieron una semana y me tomé como un mes (…). A Egudisman lo
pusieron preso y a mí, por la relación con mi tío, X [el jefe] no me
acusa” (19/4/2010).
En otros casos, se presentaron tras los días de licencia, pero su
actitud parecía muy diferente de aquella con la que habían ingresado a la “colimba”. Cierto comportamiento desafiante hacia los
superiores que “nunca habían visto de cerca una bala o una bomba”, como suelen decir, o de cuestionamiento a las normas y las
actividades que realizaban, a las que no le encontraban sentido o les
parecían banales, fue frecuente punto de fricción.
De todas formas, algunos soldados integrantes del Apostadero
tuvieron que continuar en el servicio militar obligatorio hasta un
año después del conflicto bélico. El caso del conscripto clase 1963
Fernando González Llanos, que permaneció en su destino hasta
abril de 1983 y que fue a Malvinas con una instrucción de tres
meses con el antiguo fusil Garand Beretta y aprendió lo básico para
usar el FAL (Fusil Automático Liviano) en las islas, resulta paradigmático al respecto:
Yo estuve haciendo la colimba hasta abril de 1983, haciendo
guardias, prácticas de tiro. Tuve que aprobar las condiciones de
tiro con FAL. Ahí sí me dieron el FAL, para aprobar las condiciones de tiro ahí en Tiro Federal (…). Viéndolo para atrás yo
me tendría que haber ido a mi casa, y decirle: “Mirá, venime
a buscar porque esto es una pelotudez”. ¡¿Hacerme rendir las
condiciones de tiro?! ¡¿Para que apruebe las condiciones de tiro?!
Y si no era bueno, ya está, listo (10/8/2010).
Estos cuestionamientos a las jerarquías militares no fueron privativos de los conscriptos. También muchos militares denunciaron
abiertamente a sus superiores en las declaraciones que realizaron
ni bien regresaron, testimonios que luego serían utilizados por las
comisiones investigadoras de la fuerza.34 En efecto, el oficial Hugo
34 Cada fuerza constituyó comisiones para investigar su desempeño en las islas, determinar
las responsabilidades por la derrota y las condecoraciones por las actuaciones excepcionales,
paso previo para establecer los ascensos y pases a retiro correspondientes. La Comisión de
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Andrea Belén Rodríguez
Peratta denunció a quienes lo habían enviado a combatir a Camber
sin considerar su especialidad. El capitán Adolfo Gaffoglio –el jefe
del Apostadero– fue lapidario con la actuación de la fuerza y la planificación del conflicto en el informe sobre su desempeño que presentó a la Armada en agosto de 1982. Allí Gaffoglio se adelantaba
a las conclusiones a las que arribarían las comisiones investigadoras
tiempo después, con el objeto de hacer frente a los posibles cuestionamientos a su actuación:
En el caso especial del Apostadero Naval Malvinas deben resaltarse los siguientes hechos:
a) En ninguna hipótesis de conflicto se previó el empleo de la
ARMADA contra la Marina británica.
b) En los planes de Operaciones se consideró como sumamente
improbable que en caso de conflicto Gran Bretaña adoptase la
capacidad del enemigo más peligrosa de “Reconquistar las islas
empleando todo su potencial bélico”. Sin embargo se aceptaba
que de emplearse esta capacidad por el enemigo, impediría el
cumplimiento de la misión. […]
d) Para el Apostadero Naval Malvinas se previó inicialmente (2
de abril de 1982) funciones para prestar apoyo y sostén a acciones de paz o a la capacidad menos peligrosa del enemigo, la de
“No intentar la reconquista de las islas” […]
e) No se definió ni delimitó, las capacidades ni obligaciones
concretas que debía poseer el Apostadero Naval Malvinas.
f) A partir del anunciado bloqueo naval por medio de submarinos nucleares británicos, fue evidente que la ARMADA había
perdido su capacidad ofensiva, que no contaría con un adecuaAnálisis de las Acciones de Combate de la Armada (COAC), además, tuvo por objetivo extraer las enseñanzas correspondientes de la guerra para mejorar la doctrina. La COAC terminó su actuación en 1986 y como resultado presentó un informe a la cúpula naval de carácter
confidencial. Recién en 1998, Horacio Mayorga (un integrante de la COAC) publicó una
obra realizada a partir de ese informe (Mayorga y Errecaborde, 1998). La situación del resto
de las fuerzas fue dispar. Mientras el Ejército decidió publicar su informe oficial –pero no así
los anexos– que era bien crítico de su actuación tan temprano como en 1983, la Fuerza Aérea
optó por declararlo confidencial y recién publicó un relato de su desempeño en la guerra en
1998. Ver Ejército Argentino (1983), Dirección de Estudios Históricos de la Fuerza Aérea
(1998).
Batallas contra los silencios
99
do sostén logístico móvil y no estaría en condiciones de proyectar su poder naval integral.
g) También a partir de lo anteriormente citado cabía preguntarse cuál debía ser el dimensionamiento del Apostadero Naval
Malvinas dado que los requerimientos que le fueron efectuados excedían la organización prevista. Así se prestaron servicios
de Apostadero (provisión de víveres, combustible y agua) y
otros correspondientes a una Base como ser: brindar seguridad
y defensa.35
También aparecieron otros conflictos producto del mal funcionamiento de las comisiones investigadoras. Así se observa en la
situación vivida por Sergio Fernández, uno de los cabos más jóvenes
de la unidad, que había navegado por cada rincón de las islas en
distintos buques menores y había estado bajo ataque en varias ocasiones, quien reclamó ante su jefe en la Base Naval Puerto Belgrano
porque lo había pasado “sin novedad” durante la guerra. Ante esta
demanda, Sergio terminó treinta días castigado supuestamente por
hablarle en malos términos (21/12/2007).
Para tratar de evitar estos conflictos de autoridad, la fuerza promovió diversas medidas. Por un lado, como indiqué, creó comisiones investigadoras encargadas de esclarecer lo que había sucedido en
la guerra, al tiempo que construyó su propia memoria del conflicto
en la que reivindicaba la guerra en clave de “gesta” y de “héroes”,
como veremos en el capítulo 6. En paralelo, la Junta Militar (que se
reconstituyó en septiembre de 1982, previo retiro de Anaya y Lami
Dozo) impulsó una investigación oficial y para ello creó la Comisión de Análisis y Evaluación de Responsabilidades del Conflicto
del Atlántico Sur (CAERCAS), presidida por el general retirado
Benjamín Rattenbach.36
35 Informe de Adolfo Gaffoglio a la Armada, 5/8/1982. Mayúsculas en el original.
36 La CAERCAS estuvo conformada por dos militares de cada fuerza retirados antes del 24
de marzo de 1976 y fue constituida para responder a la demanda social sobre la guerra. Sin
embargo, luego de que la Comisión presentó el “Informe Rattenbach” –como se lo conoció
en su momento– a la Junta Militar, en septiembre de 1983, este fue declarado confidencial
por considerarlo demasiado crítico. No obstante, solo días después, el documento se filtró
a la revista Siete Días. Su publicación causó una gran conmoción y alimentó el desprestigio
militar ya que era lapidario. A partir de este informe, la Junta Militar decidió juzgar a las
100
Andrea Belén Rodríguez
Por otro lado, la Armada implementó distintas sanciones a
quienes subvertían el orden y cuestionaban la autoridad. La cúpula naval fue renovada íntegramente, con lo que se retiraron o dieron de baja a las máximas autoridades durante la guerra para evitar
posibles fricciones. Además, a aquellos combatientes que eran más
conflictivos los castigaron con días de prisión o trasladándolos a
otros destinos alejados de los centros de decisión y de sus antiguos
subordinados o superiores. En efecto, las fricciones recién descriptas
en el grupo Apostadero dan cuenta de esas sanciones disciplinarias:
Sergio Fernández fue castigado por treinta días, Adolfo Gaffoglio
se retiró de la fuerza poco tiempo después de la guerra,37 y Hugo
Peratta fue asignado a un buque que estaba en pésimas condiciones
e inmediatamente salió a navegar. Es posible imaginar la angustia y
bronca del oficial por la falta de consideración de la fuerza ante su
delicada situación, ya que Peratta no solo había estado dos meses y
medio en las islas, alejado de sus allegados y cumpliendo una misión para la que no había sido preparado, sino que, para colmo, su
destino antes de la guerra había sido el Crucero General Belgrano
y, de hecho, el 60% de la división que él integraba había fallecido
en el hundimiento.
Si esas medidas tomadas por la Armada podían resultar más
o menos eficaces para mantener la disciplina y el orden entre el
personal de cuadro, la situación de los civiles bajo bandera era bien
distinta. En mayor medida porque los conscriptos estaban integrando temporalmente la fuerza en cumplimiento del servicio militar
obligatorio, con lo que los castigos ejemplares ante quienes veían
en su futuro cercano la baja no daban el mismo resultado que con
aquellos que habían elegido la carrera militar y pretendían, en almáximas autoridades responsables de la guerra. El juicio se extendió desde 1983 a 1986. En
un principio, el Consejo Supremo de las FF.AA. condenó a Anaya con la pena máxima de 14
años de prisión, a Galtieri a 12 años y a Lami Dozo a 8 años. En 1988, el fallo fue revisado
por la Cámara Federal, la que igualó las penas de los tres comandantes en jefe a 12 años
de prisión y los destituyó. No obstante, la pena fue apelada por los condenados y, al final,
se redujo considerablemente debido a los indultos otorgados por decreto por el presidente
Carlos Menem en 1989.
37 En la entrevista, Gaffoglio es renuente a hablar de su posguerra. Si bien no es posible
llegar a saber claramente en qué condiciones se retiró o si lo pasaron a retiro, sí es claro que
ello está vinculado a sus cuestionamientos por la actuación de sus superiores en la guerra.
Batallas contra los silencios
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gunos casos, continuarla. Sencillamente, luego de la guerra, ya no
había castigo que intimidara. Como evoca Osvaldo Corletto:
Seguí haciendo la colimba, seguí haciendo guardia acá. Imaginate, me mandaban al puesto 2 atrás, y a la noche me sacaba el
casco, me sentaba y me quedaba dormido. Y un día me agarró
un cabo: “¡¿Y qué, me vas a mandar a Malvinas?!” porque era
verdad, viste, “¿Cómo me vas a castigar?” (22/6/2010).
Ahora, a la Marina se le presentaba un claro dilema: ¿qué hacer
con aquellos conscriptos que volvían de la guerra con esta actitud de
desafío a las jerarquías militares?
En algunos casos, la fuerza intentó poner un límite a esos cuestionamientos para evitar que se agudizaran o se propagaran entre los
conscriptos al aislar a los soldados que regresaban para evitar que tuvieran contacto con sus antiguos compañeros de destino. En otros casos, tomó similares medidas represivas que con el personal de cuadro
y que eran comunes en el servicio militar obligatorio. Por ejemplo,
el entonces “colimba” Alejandro Egudisman estuvo encerrado en un
calabozo gran parte del tiempo hasta que le dieron la baja porque se
negaba a respetar las órdenes que percibía injustas y ridículas:
Después de la guerra medio me enojé porque me siguieron haciendo hacer la colimba. Me recargaron de guardias. Yo tenía
que hacer las guardias de mis compañeros que habían estado
recargados de guardias cuando yo fui a la guerra, una cosa increíble. (…) Encima, ya le habías perdido el respeto, el miedo lo
habías perdido hacía rato, que te de instrucción un tipo que no
tenía ni puta idea de qué estamos hablando (…). Me encanaban, porque como no daba bola, me iba de las guardias, hacía lo
que quería, entendés, me encanaban (11/8/2010).
Sin embargo, en otras ocasiones, la política de control de la
“subversión interna” chocaba con el respeto, la gratitud y la admiración de los superiores hacia aquellos que habían luchado en las islas.
Así, algunos superiores a cargo del destino tuvieron cierta actitud de
deferencia con aquellos que habían ido a Malvinas, quienes gozaron de algunos beneficios en las prácticas, como Fernando González
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Llanos que tuvo el raro privilegio de que no lo “bailaran” desde que
regresó de la guerra (10/8/2010).38 En otros casos, recibieron muestras de respeto por parte de aquellos superiores que no habían ido a
Malvinas, ya que se trataba de una experiencia que representaba el
clímax de la carrera de todo militar.
Finalmente, con el objetivo de evitar las continuas tensiones
que se producían, en algunos destinos, la Armada optó por darles
licencia hasta el día de la baja. Ese fue el caso de Julio Casas Parera, quien en un principio retornó a su destino a cumplir con su
función de mozo y asistente del comandante, pero su regreso fue
por poco tiempo:
Estaba completamente descolocado, porque para mí lo que hacía antes era completamente intrascendente, secundario, volver
a hacer eso era como… Sí, lo hacía, pero lo hacía porque eran
funciones que había que cumplir. (…) Entonces, el cabo me
dice: “En la cena de camaradería va a tener que buscar un uniforme para venir a servir”. Le dije: “No, no me siento para servir”, le digo, “francamente, no me siento”. “Tenés que venir…”,
se puso medio loco. No sé qué paso, pero después a todos los
que habíamos vuelto nos dieron licencia total (1/12/2007).
La fuerza también optó por negar el ingreso a sus filas de los
conscriptos que habían luchado en las islas y pretendían continuar
la carrera naval; o, por lo menos, de aquellos que los encargados de
personal percibían como más conflictivos. Ese fue el caso de Antonio Gulla, quien fue a inscribirse en la Armada al poco tiempo de
regresar de la guerra. Sin embargo, un suboficial que había pertenecido al Apostadero y con quien había tenido algunas fricciones en
las islas, le negó el ingreso (26/6/2012).
Los costos de la derrota que debió enfrentar la Marina no solo
se encarnaron en estas “subversiones internas” y aquellas otras “externas” –de las otras fuerzas y de la sociedad en general– debido a
los “pases de factura” por su responsabilidad en el conflicto. Ahora,
38 En el vocabulario coloquial del servicio militar obligatorio, el término “bailar” significaba desde realizar ejercicios muy duros hasta abusos físicos, como aplaudir con cardos entre las
manos, realizar sentadillas en agua helada, entre otras.
Batallas contra los silencios
103
también, la fuerza debía implementar políticas para contener a los
sobrevivientes de la guerra y, como veremos, su actuación en la posguerra fue al menos insuficiente, al igual que durante el conflicto.
Decepciones y retiros
Desde que se reincorporaron a la fuerza, quienes habían combatido en las islas no recibieron más que desilusiones; el choque
entre sus expectativas y la realidad no podía ser más profundo. Si
antes de regresar imaginaban y anhelaban tener un reconocimiento
por el sacrificio realizado en las islas, tanto por parte de la sociedad
en general como, principalmente, de la fuerza que los había enviado
a combatir, tan pronto como pisaron el continente se vieron defraudados.39 En la posguerra, la Armada no solo implementó todo tipo
de estrategias para ocultar a los combatientes y silenciar sus vivencias, sino que, en ocasiones, brilló por su ausencia o insuficiencia en
las medidas de contención y reconocimiento hacia quienes habían
luchado o hacia los familiares de los caídos.
Lo cierto es que para las FF.AA. la guerra de Malvinas era una
experiencia inédita: había sido la primera derrota militar en el siglo XX en una guerra regular combatida principalmente por civiles bajo bandera. Tanto el hecho de tratarse de una guerra perdida
como el masivo involucramiento de conscriptos en ella son elementos que es necesario tener presente para explicar el comportamiento
militar hacia sus veteranos en la posguerra.
Por un lado, la situación en que se encontraban las FF.AA. nos
puede dar algunos indicios que permiten explicar la indiferencia y/o
desconsideración con que trataron a los protagonistas del conflicto.
Tengamos en cuenta que, en la posguerra, las FF.AA. tuvieron que
ocuparse de múltiples tareas que percibían urgentes. La dictadura
39 Esas sensaciones fueron generalizadas entre los veteranos de guerra. Un informe sobre la posguerra de la Comisión Nacional de Ex Combatientes señala las siguientes cifras
bajo el subtítulo “Sensaciones al volver de Malvinas”: Alegría, alivio, felicidad por volver:
38%; Desilusión, frustración, defraudación, sensación de inutilidad: 40%; Angustia, dolor,
descontento, mal, bajón: 34%; Odio, bronca, indignación: 29% (Comisión Nacional de
Ex Combatientes, 1997: 12).
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militar no solo debió abocarse a la transición democrática, en el
marco de un profundo desprestigio castrense, sino también a la reconstitución de su unidad interna. Para ello, la defensa del “triunfo”
en la “guerra antisubversiva” –desde su perspectiva– jugaba un rol
fundamental, ya que a diferencia de la derrota en Malvinas, la “guerra sucia” era un hecho que no generaba disputas internas. Sin embargo, las insistentes demandas sociales de revisión y juzgamiento
por los crímenes cometidos que amenazaban la estabilidad interna
de las FF.AA. motivó que el régimen militar centrara su atención en
la defensa de aquel acontecimiento aglutinante en el interior de las
fuerzas. Frente a estas urgencias, las medidas de contención y reconocimiento destinadas a los ex combatientes de la derrota quedaron
en un segundo plano.
Por otro lado, si tenemos en cuenta el pasado de las FF.AA.
en relación con el tratamiento dado a los allegados de los detenidos-desaparecidos y la cultura institucional de maltrato y abuso de
los soldados, la actitud propiciada hacia los civiles bajo bandera y
hacia los familiares de los caídos, desaparecidos o heridos en Malvinas no resulta tan sorprendente. En tal sentido, las improvisaciones
y demoras en la resolución de algunas cuestiones que deberían haber tenido respuestas inmediatas, como las irregularidades a la hora
de informar a los familiares de los muertos, la demora en llegar a
una decisión sobre lo que iban a hacer con los cuerpos en las islas
y en declarar muertos a los desaparecidos, se parecen demasiado a
aquellas situaciones enfrentadas por los familiares y allegados de los
detenidos-desaparecidos a lo largo de la dictadura.40
Asimismo, las denuncias de los ex conscriptos por la ausencia
absoluta de la Armada en la contención física o psicológica, dan
cuenta de esa falta de consideración hacia los civiles bajo bandera. Muchos ex colimbas acuerdan con Gabriel Asenjo en que: “La
Armada estuvo ausente en todo, nosotros volvimos, nos dieron la
libreta, ‘buenas noches, muchas gracias’. Nunca hubo un control
de salud, nunca hubo nada, absolutamente nada” (23/6/2010). Y
40 Sobre las agrupaciones de familiares de ex combatientes, ver Lorenz (2006). Para la
comparación entre el duelo de los familiares de detenidos-desaparecidos y de los caídos en
Malvinas, ver Panizo (2011).
Batallas contra los silencios
105
también denuncian irregularidades en otros aspectos, como en la
escasez o desorganización de los actos de homenaje realizados por
la Marina en la inmediata posguerra, y de allí en más. Al respecto,
el ex conscripto Fernando González Llanos (hijo de un marino retirado) evoca:
El distintivo este de Malvinas, lo fui a buscar yo a Suministros de la Armada, con la papeleta lo fui a buscar. Y una vez
me vio mi viejo: “¿Y ese distintivo?” “No, es el distintivo de
Malvinas”. “¡Ah! ¿Y qué hubo una ceremonia?” “No, lo fui a
buscar”. Entonces lo llamó al de personal naval, y le dice: “Mi
hijo se ofreció de voluntario, y esto y lo otro”. Entonces me llamó un día el almirante, el director del Personal Naval, me saqué
el coso, se lo llevé, y me lo dio (10/8/2010).
Para algunos protagonistas –como Fernando– la entrega de
esos distintivos estuvo lejos de significar un reconocimiento de su
actuación por parte de la Armada, justamente por las condiciones
ridículas y patéticas que, a veces, caracterizaron a los homenajes.
Otras situaciones que se produjeron, vinculadas a la entrega del
equipo que habían utilizado en la guerra, también revelan una ignorancia y falta de consideración que parecen inconcebibles. Ni bien
regresaron, algunos ex combatientes denunciaron la pérdida del
equipo personal, que muchos conservaban como recuerdo. Como
respuesta, la Armada intimó a los conscriptos a devolver todos los
elementos personales, como rememora Claudio Guida: “Al Liceo
Naval, fui un día vestido de civil, ya no tenía la ropa para entregar.
¡Ah! Me hicieron un sumario que después fui absuelto porque no
entregué, no devolví el armamento. (…) Me firmaron la libreta,
(…) me la firmó, ni nos saludó” (29/11/2007).
Sin embargo, contra lo que podría suponerse, la situación de
los militares que integraron la unidad no fue tan distinta a la de los
“colimbas”. La tardanza en la restitución de los elementos que extraviaron en la guerra así como el nulo reconocimiento de la pérdida, quedaron grabados en la memoria de muchos cuadros ex combatientes. El oficial Hugo Peratta vuelve insistentemente sobre ese
tema que considera un símbolo de la falta de consideración con que
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fueron recibidos: “Ningún tipo de apoyo de nada, nada, nada. Al
contrario yo perdí mucha ropa civil que tenía a bordo del barco y
la ropa interior (…) y nadie me pagó nada. Tenía mis libros que yo
había traído de la biblioteca de Alemania, nada, las herramientas
que yo tenía, nada. Ningún apoyo nada, nada” (19/10/2007).
En cuanto a las políticas de salud implementadas, la situación
de los militares tampoco difiere demasiado de la vivida por los conscriptos. Algunos no tuvieron ningún tipo de chequeo; otros sí, pero
la revisación médica para aquellos que no sufrían secuelas evidentes
fue solo física y superficial. Ello provocó que los ex combatientes
tuvieran complicaciones de salud físicas y psicológicas graves en
la posguerra, que probablemente no hubieran sucedido si hubieran sido tratadas como correspondía ni bien regresaron (Stanley,
2000: 243), con el dramático corolario de los suicidios. Aunque no
existen cifras oficiales, al presente se calcula que más de 500 ex combatientes de Malvinas se han suicidado en la posguerra.41
Estas situaciones vividas por civiles y militares por igual revelan
otra circunstancia que es necesario tener presente para comprender
la ausencia de la Armada o la insuficiencia de su actuación. Lo cierto
es que para unas FF.AA. sin experiencia bélica, la contención de miles de ex combatientes era una situación inédita, para la que –en muchos casos– no estuvieron preparadas. En algunos casos, porque los
errores e irregularidades que caracterizaron el accionar militar luego
de la rendición, producto de las fallas en la organización durante el
conflicto, se heredaron en la posguerra, como en la construcción de
un listado de ex combatientes plagado de inexactitudes. En otros,
porque la estructura militar no dio a basto para contener a la cantidad de combatientes que regresaban. Esto fue evidente en el ámbito
de sanidad y otros servicios sociales, ya que si bien las FF.AA. establecieron pensiones para los familiares de los caídos –cuando estaban a su cargo– e indemnizaciones o subsidios extraordinarios para
los heridos o incapacitados física o psicológicamente, e incluso cada
arma implementó un sistema de salud, que incluía a los ex soldados
que habían participado en la guerra (Guber, 2001b: 119-120), el
41 Nani, Amílcar, “A 35 años de Malvinas, los excombatientes conviven con el suicidio”,
2/4/2017. Disponible en https://www.bigbangnews.com/
Batallas contra los silencios
107
servicio fue completamente insuficiente ante la gran demanda que
enfrentaba y terminó restringiéndose a los casos más graves. Dado
que el Apostadero había sido una unidad relativamente privilegiada,
en la que solo había habido unos pocos enfermos, sus integrantes
estuvieron excluidos del servicio de salud.
Sin embargo, en otras ocasiones, el nulo reconocimiento y/o
consideración hacia los cuadros que habían permanecido por más
de dos meses y medio en las islas fue patente y nada tuvo que ver
con la falta de formación o con la incapacidad de la estructura militar. Pero sí con una serie de imágenes que traía aparejada la condición de ex combatiente en el interior de la fuerza. Para muchos
militares que habían permanecido en el continente, ellos eran –ante
todo– los responsables de la derrota.
La concentración de la responsabilidad de la derrota en los
ex combatientes no solo fue una estrategia política de la dictadura
militar para intentar contrarrestar el desprestigio militar, también
fue una percepción que se extendió entre las filas militares. Si algunos conscriptos fueron tratados con deferencia y hasta admiración
por parte de ciertos superiores cuando se reintegraron a la fuerza, la
actitud hacia el personal de cuadro por parte de sus compañeros fue
diferente: los únicos comentarios de “bienvenida” que recibieron
algunos integrantes del Apostadero fue la acusación por la derrota
militar. Al respecto, el entonces cabo Ramón Romero rememora:
Te tenés que acostumbrar de vuelta, es algo que… te tenés que
acostumbrar, porque muchos compañeros que no habían ido es
como que te hacían también la diferencia, como que por ahí,
irónicamente “¿por qué perdieron?”. Sabías, viste, “pero si vos
no estuviste en ningún lado, por lo menos lo que hice lo hice
todo, hasta donde yo pude, lo hice todo” (22/6/2007).
Los integrantes del Apostadero ya habían tenido una muestra
de cómo los trataría la fuerza en la recepción en sus destinos el día
que regresaron, cuando les exigieron silencio por sus experiencias y,
a veces, ni siquiera fueron recibidos por las autoridades. Pero, para
algunos, esto fue solo el comienzo. Por caso, el oficial y médico
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Guillermo Klein recuerda la forma en que lo trataron sus jefes en el
Hospital Naval de Puerto Belgrano a su regreso:
Me presento de traje el subdirector, un reverendo pelotudo, me
dice: “Dr. Klein, ya estábamos a punto de pasarlo ausente sin
aviso, creíamos que era desertor”, y yo lo miré. “Mire, señor”,
le digo (…) “Vengo de Malvinas, ahora no voy a desertar, por
favor ¡¿qué me está diciendo?!”. Ahí si tenía alguna duda que yo
iba a pedir la baja, me la sacaron en ese momento. Bueno, la
cuestión es que me mandan a Personal Militar y me daban 15
días de licencia solamente. (…) “No, mire”, le digo, “anote que
me voy hoy, y me corresponde, un día cada tres, estuve 75, así
que me corresponden 25. Pero sabe qué, voy a venir antes (…),
porque voy a pedir la baja”. Y me presenté justamente para pedir
la baja. Cuando me presenté que vine de licencia me enchufaron
de guardia al toque. Yo hago la guardia con zapatos marrones
porque mis zapatos quedaron en Malvinas, cuando me presenté
que hago el cambio de guardia, me dice: “Doctor, ¿no tenía
zapatos negros para ponerse?”. “No, los está usando un kelper”,
le dije. No, ¡tremendo! (…) Pero vos fijate me querían dar 15
días porque había muchos médicos de licencia, (…) de vacaciones de invierno estaban. Y después dice: “No, pero sabe cómo
trabajaron acá, que estuvieron a pleno” (…). No y yo estaba allá,
viste, de terror. No, nos negaron, no, realmente, nos negaron
muchísimo (28/9/2007).
Ante esta falta total de respeto, Guillermo optó por dejar la
fuerza. Cuando comunicó su decisión a sus superiores, el director
del hospital le solicitó que le indicara cuáles eran los motivos. Sin
pelos en la lengua, Guillermo explicó todo lo que pensaba y si bien
en ese momento recibió un cierto reconocimiento por parte del director, de todas formas no revirtió su decisión.
De hecho, por estos conflictos y fricciones que protagonizaron
algunos cuadros veteranos, quienes habían participado en la guerra
eran vistos como desequilibrados por su actitud de enfrentamiento
a ciertas normas y pautas de autoridad que percibían sin sentido
o con las que no estaban de acuerdo, pero además por situacio-
Batallas contra los silencios
109
nes concretas de combatientes que regresaron con graves secuelas
psicológicas. Las noticias que aparecían en la prensa de situaciones
violentas que los involucraban y de los primeros suicidios alimentaban esas imágenes, que rápidamente pasaron a ser parte del sentido
común.42 Para quienes decidieron irse de la fuerza y que, por ende,
cuestionaban el funcionamiento de la institución, la sensación de
ser percibidos como parias y estigmatizados como “loquitos de la
guerra” fue una presencia constante:
Yo creo que a partir que pedí la baja, yo fui un paria. La pedimos
yo y otro amigo mío (…). Y te puedo asegurar que en la mesa,
que íbamos a comer a la mesa de oficiales ahí en el comedor, era
como que nosotros dos comíamos solitos aparte. Para que te dé
una sensación, digo, no era tan así. Era como “guarda, que este
está loco, y este se va” (Guillermo Klein, 30/3/2010).
Frente a la situación que se encontraron en la posguerra, muchos militares ex combatientes optaron por pedir la baja de las fuerzas. En el caso del Apostadero, Guillermo Klein no fue el único
en tomar esa decisión. El cabo Ramón Romero también pidió la
baja cuando regresó debido no solo a la falta de reconocimiento de
su experiencia, sino, principalmente, a su desilusión por el pésimo
desempeño de la Armada en la guerra, o, por lo menos, de algunos
de sus superiores que no habían estado a la altura de las circunstancias. Ramón explica algunas de aquellas actitudes de las que
fue testigo y que lo instaron a irse de la fuerza, como la obsecuencia
de algunos compañeros, la exigencia de nimiedades sin sentido en
la guerra por el solo hecho del prestigio o de la jerarquía, o incoherencias en las prioridades para el envío de aprestos a las islas, como
el envío de un cargamento “capaz enorme de máquinas de afeitar,
y no tenías por ahí de repuesto para el fusil”. Y concluye diciendo:
“Y esas son cosas que te resienten, son cosas que… que me hicieron
cambiar la idea de seguir en la Marina” (22/6/2007).
El cabo Guillermo Ni Coló también decidió pedir la baja en
la Armada cuando retornó, pero por razones bien distintas. Si el
42 Clarín, 18/11/1982; Somos, 17/12/1982
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sumun en la carrera de todo militar era combatir en una guerra,
él había encontrado esa experiencia al comienzo de la suya, con lo
cual ya no tenía sentido continuar perfeccionándose para ello. Pero
luego de esa reflexión lógica, Guillermo medita sobre lo que implicó
esa experiencia de convivencia con la muerte, que lo llevó a una reevaluación de su carrera militar. Dialogando con Roberto Herrscher,
uno de sus compañeros tripulantes de la goleta Penélope, Guillermo
afirma: “Yo no puedo ir a la guerra, no puedo matar a nadie, vos lo
sabés. Iría a pelear a defender mi vida y mi patria si vamos todos y
no queda más remedio…” (Herrscher, 2007: 325).43
Luego de casi 25 años en la Marina, el suboficial Oscar Tío
Luna decidió pedir el retiro de la fuerza cuando regresó de Malvinas. Varias situaciones que había vivido en Malvinas –similares a las
que explicaba Ramón– lo instaron a cuestionarse el profesionalismo
de la Armada y el sentido de la guerra, pero el elemento determinante de su decisión fue otro: la imposibilidad de ascender. Oscar
había tenido un conflicto con su superior antes de la guerra y, como
consecuencia, lo asignaron a un destino donde no tenía perspectivas
de crecimiento y le “cortaron” la carrera. Luego de la guerra, si bien
él tuvo un gran desempeño en las islas y así constó en el informe que
presentó su superior en Malvinas, la foja de concepto anual quedó
manchada por el enfrentamiento previo al conflicto bélico. Ante la
imposibilidad de revertir la situación y la aparición de oportunidades laborales fuera de la fuerza, Oscar no dudó en irse: “Como yo ya
tenía en vista otros trabajos que eran más rentables, y ya no quería
estar más bajo el mando de militares (…), porque después de las
Malvinas se me vino así una cosa de por qué hicieron eso. Más me
enojé cuando me hicieron el concepto. [Además] ya no quería saber
más nada de la Marina” (26/6/2012).
Para aquellos que optaron por pedir la baja o el retiro de la
fuerza, tomar esa decisión no fue nada sencillo. Al ingresar a la Armada, ellos habían realizado una opción de vida y paulatinamente
su identidad se había reconfigurado al apropiarse de nuevos pará43 Herrscher nació en Capital Federal en 1962. Participó en la guerra como conscripto y se
dedicó a estibar los buques, ejerció como traductor y mozo y tripuló el buque Penélope. En
la posguerra, se recibió de periodista. Actualmente, se dedica a su profesión y vive en Chile.
Batallas contra los silencios
111
metros que resignificaron toda su existencia: la rutina diaria los instaba a “transformarse en militares”, aislados de los ámbitos civiles
a los que habían pertenecido hasta ese momento (Badaró, 2009).
De allí en más, gran parte de su vida había estado determinada por
su ingreso en la fuerza: los lugares donde vivieron, las continuas
mudanzas, los amigos y hasta la pareja que eligieron para casarse,
que en el pasado tenía que estar autorizada por la venia de un superior. Ahora, debían empezar de cero nuevamente en la esfera civil
y, como veremos en el próximo capítulo, eso no fue nada fácil con
una guerra a cuestas y en un contexto en que haber sido militar era
equivalente a un insulto.
La permanencia en la Armada o la no existencia
Para aquellos que decidieron permanecer en la Marina, la situación no fue mucho mejor que la de quienes se fueron de la fuerza. Lo cierto es que la condición en que se encontraban las FF.AA.
en la larga posguerra no era la ideal. Repudiadas públicamente por
gran parte de la sociedad, desde los ochenta se enfrentaron continuamente a amenazas externas de investigación y juzgamiento por
los crímenes cometidos durante la dictadura; pero también, a internas de rupturas por esa misma cuestión, al tiempo que intentaban
adaptarse a las reformas impuestas desde el gobierno y, sobre todo,
a la abrupta reducción de su presupuesto, en un contexto de indefinición de su misión.44
En este marco, la Armada desplegó diversas políticas en el plano simbólico y material para intentar recuperar el prestigio perdido.
En primer lugar, y desde lo discursivo, sin dejar de reivindicar la
“lucha antisubversiva” y los “muertos por la subversión”,45 desde la
44 Sobre las FF.AA. en la larga posguerra, ver, entre otros, Canelo (2006); López (1994);
López y Pion-Berlin (1996); Sain (2010); Soprano (2016).
45 Recién en 1995, luego de la “autocrítica” del general Balza –el jefe del Estado Mayor del
Ejército–, la máxima autoridad naval, el almirante Molina Pico, realizó un leve cuestionamiento de los “métodos equivocados” que utilizaron la FF.AA. en la “lucha antisubversiva”,
que permitieron “horrores inaceptables”, pero a la vez los justificó por el “contexto de crueldad propio de la guerra” y ante el caos que habían provocado las “bandas guerrilleras”. Para
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transición, quienes lideraban la fuerza afirmaron constantemente la
sujeción de la Marina a los poderes democráticos. Lo cierto es que,
en comparación con el Ejército, la Armada construyó una imagen
de una fuerza en la que primaba la disciplina y el respeto a la autoridad, aún en los más críticos momentos de asfixia presupuestaria y de
juzgamientos por los crímenes de lesa humanidad. En un contexto
en que los jefes del Estado Mayor del Ejército eran relevados constantemente por las crisis internas y que los alzamientos “carapintadas” se sucedían –los que involucraban a personal del Ejército y, en
menor grado, de la Fuerza Aérea y Prefectura–,46 la Armada podía
demostrar que gozaba de cierta estabilidad y que había logrado imponer subordinación en sus filas. Por caso, durante el mandato del
presidente Raúl Alfonsín, permaneció el mismo marino al frente de
la fuerza –el almirante Ramón Arosa–, y si bien hubo crisis internas,
estas raramente salieron a la luz, y cuando lo hicieron, rápidamente
fueron neutralizadas por la habilidad del almirantazgo para presionar y negociar.
En segundo lugar, desde mediados de los ochenta, la Marina
llevó a cabo diversas acciones para promover un acercamiento entre
civiles y militares, y a la vez “blanquear” su imagen. Así, organizó
jornadas de puertas abiertas de las bases navales, realizó festivales de
música y grandes desfiles, participó en campañas sanitarias y educativas, contribuyó con las poblaciones que sufrieron catástrofes,
participó en las operaciones de paz de Naciones Unidas, firmó convenios con organismos científicos y universidades públicas y privauna verdadera autocrítica institucional habría que esperar hasta el 2004, cuando el almirante
Godoy reconoció que la ESMA había sido utilizada “para la ejecución de hechos calificados
como aberrantes y agraviantes a la dignidad humana, la ética y la ley, para acabar convirtiéndose en el símbolo de barbarie e irracionalidad” (Citado en Canelo, 2006: 263).
46 Los levantamientos “carapintadas” fueron alzamientos de oficiales de rango medio del
Ejército que pretendían poner un límite a los juicios por violaciones a los DDHH que estaba
llevando a cabo el gobierno radical y peleaban por otros objetivos profesionales, como el
incremento del presupuesto militar. Se los llamó “carapintadas” porque los sublevados se
pintaban la cara como si se camuflaran para ir a la guerra, recordando así su pasado bélico en
Malvinas y diferenciándose de los “generales de escritorio”, aquellos superiores que no habían
ido a las islas. Los levantamientos fueron cuatro: Semana Santa (abril de 1987), Monte Caseros (enero de 1988), Villa Martelli (diciembre de 1988) y el último, en diciembre de 1990.
En ninguno de ellos se rebelaron unidades navales.
Batallas contra los silencios
113
das para que los militares cursen parte de su formación allí, organizó
seminarios vinculados a cuestiones de defensa y seguridad nacional
abiertos al público, entre muchas otras.
En este contexto, obligada a enfrentar tantas tensiones y conflictos a la vez en el “frente interno” y “externo”, la Armada intentó
primero silenciar la contienda bélica y a los ex combatientes, y luego, otorgarle un claro sentido a la guerra de Malvinas en la esfera
pública, que le permitiera a la vez “enfriar” los cuestionamientos
por la derrota y mostrar un costado presentable para rehabilitar su
imagen. Para ello, como veremos en el capítulo 6, construyó una
memoria oficial en términos nacionalistas tradicionales, con una
percepción de la guerra como “gesta” y de los ex combatientes
como “héroes” que, en los ochenta, no tuvo repercusión en el espacio público (y que no podía ser de otra forma, en un contexto de
fuerte desprestigio militar). Además, cumplió con los ritos de rigor
para homenajear a los caídos y a los sobrevivientes. Entre mediados
de 1982 y 1983, realizó diversos actos y reuniones en los que se
entregaron las medallas y condecoraciones correspondientes a los
ex combatientes civiles y militares, a los familiares de los caídos y a
las unidades que participaron en el conflicto. E, incluso, incorporó
nuevas efemérides al calendario naval (como el 2 de abril o el 2 de
mayo), que fueron respetadas sin falta cada año de la posguerra.
Sin embargo, esa política pública de la memoria del conflicto y los caídos en la larga posguerra no fue acompañada por un
reconocimiento hacia los sobrevivientes de la guerra. Lo cierto es
que, como indiqué previamente, ante la urgente tarea de enfrentar
los múltiples conflictos surgidos por su principal reivindicación (la
de la “guerra sucia”), y de negociar/presionar para evitar o limitar
la revisión y el juzgamiento del pasado represivo, las políticas de
contención y reconocimiento hacia los que eran vistos como los
responsables de la derrota quedaron en un segundo plano.
Si bien, como señalé, en la inmediata posguerra la Armada realizó diversos actos en homenaje a los ex combatientes e, inclusive,
uno en particular fue destinado al personal que integró el Apostadero Naval Malvinas y los buques de pequeño porte (como veremos en el próximo capítulo), esta fue la única medida tomada
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por la institución que da cuenta de un reconocimiento o un trato
diferenciado destinado al personal que estuvo en las islas. De allí
en más, la guerra y los caídos eran recordados en forma pública
en las conmemoraciones que jalonan el calendario naval, pero en
la cotidianeidad de los sobrevivientes del conflicto, en el interior
de la fuerza, nada había cambiado. Malvinas se refugiaba bajo un
manto de silencio y el aislamiento de quienes habían participado en
la guerra era la pauta.
Paulatinamente, un denso silencio sobre el conflicto se fue extendiendo en las filas navales. Los militares integrantes del Apostadero coinciden con Abel Mejías al afirmar que de la guerra “nunca
se habló a nivel Armada” (17/11/2007). A veces, el silencio era tal
que ni los mismos compañeros de destino sabían quién había estado
en las islas y quién no. Y en otros casos, aun cuando los superiores
se enteraban, no por ello los ex combatientes recibían algún tipo
de reconocimiento por su experiencia bélica, como se aprecia en la
situación vivida por el oficial y bioquímico Roberto Coccia, en el
Hospital Naval de Puerto Belgrano:
Lo que pasa es que el trato es una cosa entre compañeros, y
otra cosa después que pasaste por una guerra, cómo te miraban,
te miraban completamente distinto, desde un aparato extraño.
(…) El jefe de todos los bioquímicos vino a una inspección
pasó, miró y dijo: “¿Y este quién es?” (…), que no me conociera
es lógico porque el tipo estaba allá en Buenos Aires, venía una
vez por año, no me conocía, pero “¿y este quién es?”. Le dice:
“Coccia, el que estuvo en Malvinas”. Ni cinco de pelota, se fue
a la mierda como si no existiera. No le importaba a nadie nada
(4/8/2007).
Además, como el silencio sobre la guerra en el interior de la
Armada era la pauta, la experiencia bélica de muchos de los ex combatientes de menor rango no fue tenida en cuenta por la institución
para mejorar su organización ni la doctrina naval, por lo menos durante gran parte de la posguerra. Si bien la COAC de la fuerza tuvo
entre sus objetivos aprender de la experiencia bélica para mejorar el
funcionamiento naval, lo cierto es que los militares de menor ran-
Batallas contra los silencios
115
go del Apostadero no fueron entrevistados por la entidad.47 Como
sostiene Raúl Gramajo:
Hasta el día de hoy nuestro fondo rojo, que es nuestro, salud, sanidad, jamás nos llamaron a los enfermeros que estuvimos allá,
por lo menos para preguntarnos: “¿Qué hicieron ustedes? ¿Qué
vieron? ¿A ustedes les parece bien esto, aquello? ¿Qué harían
para aprender?” (…) Por eso yo estoy dolido con esa gente, estoy
dolido, porque uno vio cosas, por lo menos… si después hagan
o no hagan, es otra cosa (25/6/2012).
El propósito de silenciar la guerra por parte de la Armada
trajo aparejado un intento de desdibujamiento de la identidad de
ex combatientes, de desaparecerlos como grupo social, al diseminarlos y distribuirlos en diversos destinos en la fuerza. Es por ello que,
además de “indiferencia”, “aislamiento” es el término que los militares integrantes del Apostadero repiten una y otra vez para hacer
referencia a su situación en la larga posguerra dentro de la Marina; y
fuera de ella, también. Para el resto de la sociedad, y peor aún para
la propia fuerza que los había enviado a luchar, “su” guerra parecía
no haber sucedido. La sensación era la de ser una presencia-ausente para los “otros” militares no combatientes (pero también, como
veremos, para los civiles): “No existíamos”, coinciden en decir los
protagonistas.
Además, considerando las imágenes sociales que estaban asociadas a la condición de ex combatiente, o los “pases de facturas”
que tenían que soportar por la derrota, muchos de los protagonistas
optaron por no hablar, no “mostrarse” públicamente y ocultar su
identidad, haciendo así más denso el silencio reinante.
47 Según Mayorga, la entidad convocó a algunos protagonistas de la guerra a prestar declaración (principalmente oficiales) y, además, instó a todos los veteranos a concurrir a la
COAC, pero pocos se presentaron (Mayorga y Errecaborde, 1998: 14). Sin embargo, la
invitación para dar testimonio mediante la publicación de una nota en el Boletín Naval Público parece haber sido una solución de compromiso de la fuerza antes que demostrar un real
interés por las vivencias de aquellos militares de menor rango. Sobre todo, porque habría
que tener en cuenta cuál era la llegada y la verdadera difusión del Boletín en el interior de las
filas navales. Ninguno de los entrevistados manifiesta haberse enterado de esta convocatoria.
116
Andrea Belén Rodríguez
Si tenemos en cuenta las vivencias de posguerra del personal
de cuadro del Apostadero, el intento de “borrar” o de instarlo a
ocultar su identidad parece haber dado resultado, ya que muchos
de ellos no volvieron a tener contacto entre sí hasta mucho tiempo
después del conflicto, excepto por aquellos que tenían relaciones
preexistentes o que compartían el destino por azar. Otros nunca
volvieron a verse hasta la actualidad. Hay que tener presente que,
en el caso del Apostadero, se sumaron dos variables para reforzar
el aislamiento de sus integrantes. Por un lado, como la unidad se
había conformado con personal de los más diversos puntos del país
que se conocieron en las islas, al reincorporarse a la fuerza y regresar
a sus lugares de trabajo, los compañeros de guerra naturalmente se
dispersaron según sus lugares de origen. Por otro lado, como vimos,
ni bien regresaron, algunos ex combatientes fueron reasignados a
otros destinos, a veces para aislarlos de los centros de poder de la
institución y desactivar posibles conflictos.
En tal sentido, algunos de los integrantes del Apostadero fueron trasladados a buques y salieron a navegar inmediatamente,
como vimos en el caso de Hugo Peratta. Esto fue vivido con indignación por aquellos que percibían el nuevo destino como un castigo, y por otros –que fueron asignados a lugares codiciados dentro de
la fuerza– con aprensión, porque se encontraban en una situación
que les impedía disfrutarlo. El destino que en otro momento podría
haber significado tocar el cielo con las manos, ahora era lo más similar al infierno. En 1983, el cabo Daniel Blanco fue trasladado al
rompehielos Almirante Irízar, buque que anualmente navegaba a la
Antártida. La Campaña Antártica era un destino preciado por los
marinos, no solo por la aventura que significaba conocer el “continente blanco” sino, principalmente, por la retribución económica.
Pero a solo meses de volver de la guerra, lo único que deseaba Daniel era permanecer en tierra firme junto a su familia.
Finalmente, Blanco permaneció dos años en el rompehielos y
una vez que logró terminar de construir su vivienda, permutó el
pase al portaaviones 25 de Mayo, lo que implicaba pasar más tiempo en tierra y trabajar en la Base Naval Puerto Belgrano, cerca de
donde vivía su familia. Pero el portaaviones tampoco resultó ser el
Batallas contra los silencios
117
destino ideal para una persona atravesada por las marcas de la guerra. Tengamos presente que, ni bien regresaron, los ex combatientes
tuvieron que convivir con diversas secuelas de guerra propias del
trastorno de estrés postraumático,48 que con el tiempo algunos lograron combatir o controlar, pero a otros los acompañaron durante
gran parte de su vida: las pesadillas, la violencia contenida, la falta
de interés y depresión, la introversión y el aislamiento, el temor o
sobresalto ante determinados ruidos que los remontaba inmediatamente a la situación bélica, fueron recurrentes en la posguerra.
Cuando Daniel permutó su pase a mediados de los ochenta, todavía
estaba luchando contra estas secuelas. El ruido de las turbinas cada
vez que el buque estaba en operaciones prácticamente lo paralizaba.
En ocasiones, la lucha contra esas marcas de la guerra impidió que cumplieran con sus funciones cabalmente. Por ejemplo,
en el caso de Daniel, cuando el portaaviones realizaba operaciones,
se encerraba en el buque y no contribuía con ninguna tarea en el
exterior. Estas situaciones, que manchaban las fojas de concepto,
pueden explicar que parte de los militares integrantes del Apostadero no lograron ascender a los grados superiores del escalafón: es el
caso de tres de los cuatro militares en actividad entrevistados. Por
eso, Daniel afirma: “No te sirvió lo que vos has hecho, porque sos
pirado” (25/11/2010).
Asimismo, otros no ascendieron o directamente fueron pasados a retiro o dados de baja antes de cumplir los años necesarios
para recibir un haber por el retiro, debido a que no soportaron más
el silencio y, finalmente, expresaron –más bien, gritaron– sus opiniones ante situaciones que percibían ridículas e irrisorias. Luego de
años en la fuerza, con una “foja de sobresaliente” y de haber alcanzado el destino máximo en la carrera de sanidad en la Armada –la
Dirección de Sanidad Naval–, en 1996, Raúl Gramajo fue asignado
a un lugar en el que no tenía ninguna posibilidad de ascenso porque
un día, harto de callar sus opiniones y de no ser reconocido, “estalló”. Raúl explica por qué, desde su perspectiva, “estaban peor” los
que permanecieron en la fuerza que los que se habían ido:
48 Sobre el síndrome de estrés postraumático en ex combatientes, ver Stanley (2000).
118
Andrea Belén Rodríguez
Los de afuera [de la fuerza] tenían un escape, iban a un lado, puteaban, los mandaban al diablo y ya está. Nosotros no podíamos
descargarnos, sabés adonde fuimos a parar la mayoría que terminamos antes por eso, porque nos quisimos descargar, porque
decíamos: “No, si hicimos todo, todo, ¿no tenemos derecho de
opinar, de decir eso?” Como me pasó a mí, yo le dije: “Yo soy
suboficial principal, tengo… voto no tendré, pero por lo menos
tengo voz. Yo por respeto le puedo decir esto, esto, esto y esto,
si ustedes están de acuerdo, no están de acuerdo, a otra cosa”
(25/6/2012).
Lejos de tener en cuenta sus opiniones, la respuesta de su superior fue “cortarle” la carrera, de la misma forma que ocurrió en
la inmediata posguerra. De hecho, luego de varios años sin trabajar
porque su caso estaba siendo analizado por la Junta Médica, Raúl
terminó pidiendo su retiro “porque no soportaba más” estar sin actividad, antes de cumplir con la totalidad de años correspondientes.
La despedida de la fuerza en 2003 fue completamente coherente
con el trato recibido en la posguerra:
Fue muy triste, porque uno que dio todo, su vida, por su Armada, porque nosotros toda la vida le dimos a la Armada, toda
nuestra juventud le dimos a la Armada, todo, todo, todo. Y después que haya salido así como haya salido, que nadie te haya
despedido, no necesitás bombos ni platillos, pero por lo menos
que te den la mano, que te den “gracias”. Nada de eso, nada de
nada (25/6/2012).
Asimismo, la despedida del cabo Sergio Fernández de la Armada no fue mucho mejor. Luego de cumplir su actividad en diversos
destinos a lo largo del país, en 1991 Sergio fue dado de baja porque,
según su jefe, no cumplía cabalmente con su tarea.
Sin tener los años necesarios para percibir el haber por retiro,
Sergio se encontró de un día para otro desempleado, y de allí en
más comenzó a luchar por insertarse en el mercado laboral. Tras
diez años de sobrevivir a duras penas, de alternar entre distintos
trabajos y de denunciar su situación en los medios de comunicación, Sergio tuvo un golpe de suerte: conoció al contraalmirante
Batallas contra los silencios
119
Robacio y al suboficial Hernández (comandante y subcomandante
del BIM 5 en 1982) y ellos “tomaron cartas en el asunto”, porque
“consideraban de entrada que una persona que pasó tantas cosas en
una guerra no le pueden dar de baja así” (21/12/2007). Luego de
conocer su precaria situación, Robacio y Hernández presentaron el
caso de Sergio a la Junta Médica para que lo volvieran a examinar.
Con semejantes credenciales, la presentación no podía fallar: entre
2001 y 2002, la Junta Médica reevaluó su caso y diagnosticó que
sus dificultades en el servicio se habían debido al síndrome de estrés
postraumático producto de la guerra. Como consecuencia, suprimió la baja y, en cambio, le otorgó el retiro. En la declaración en la
Junta Médica, por fin, Sergio obtuvo el reconocimiento que hacía
veinte años que esperaba:
Yo le conté después a la Junta Médica que yo quería mucho la
Marina, la Marina era todo para mí, desde los 15 años, estuve
en la guerra (…). Ellos al final me dijeron que era un verdadero combatiente por las cosas que había pasado, que todo iba a
salir positivo, que tuviera paciencia al menos. (…) Le dije que
lo peor de la guerra aparte del hambre y del frío, de no tener
trabajo: “Ser argentino y quedarme sin trabajo esa es la peor
desgracia” (21/12/2007).
Pero no en todos los casos fue así. Aquellos que permanecieron en la fuerza como uno más, que pasaban desapercibidos, sin
mostrar sus secuelas ni protagonizar demasiadas situaciones conflictivas y que cumplían con las actividades diariamente, lograron
llegar a destinos en los que pudieron volcar su experiencia bélica o
en los que, por lo menos, se sintieron reconocidos por sus méritos.
Así, desde 1996, Abel Mejías se desempeñó como instructor militar en la especialidad de control averías en la Base Naval Puerto
Belgrano por siete años. Luego de años en la fuerza, Daniel Blanco
y Ricardo Rodríguez se vieron recompensados con un destino que
era “el sueño del pibe”: las operaciones de paz de Naciones Unidas en Puerto Rico y en uno de los organismos de la entidad en
Washington, respectivamente, que eran un destino apreciado en
las FF.AA. por la retribución económica, por los hermosos lugares
120
Andrea Belén Rodríguez
que conocían y por la experiencia de trabajo con militares de distintas partes del mundo.
Por su parte, en 1985, Hugo Peratta fue nombrado como secretario del jefe de la Base Aeronaval Espora, un destino excelente.
Sin embargo, los días de Hugo en la fuerza estaban contados. Al
igual que muchos otros militares, veteranos de guerra o no, Hugo
decidió pedir el retiro luego de treinta años en la fuerza por una
cuestión profesional, pero principalmente económica. Lo cierto es
que la dramática reducción presupuestaria que estaba afectando a
las FF.AA. tuvo como consecuencia una importante disminución
de los salarios militares. Ante la oportunidad de trabajar como jefe
de división en una empresa petroquímica de Bahía Blanca, Hugo
no dudó y pidió su retiro inmediatamente (19/10/2007).
Muchos de los que optaron por terminar su carrera, pese a esa
difícil situación que estaban atravesando, tuvieron que perfeccionarse y estudiar otras carreras y/o buscar otro trabajo afuera de la
institución para obtener un nivel salarial adecuado y se convirtieron
en “profesionales part-time” (Canelo, 2006: 181). Ese es el caso de
algunos de los integrantes del Apostadero: por ejemplo, en paralelo
al servicio en la fuerza, Raúl Gramajo siempre trabajó en hospitales
civiles; Abel Mejías estudió Análisis de Sistemas y abrió su propio
taller mecánico; Daniel Peralta se dedicó a trabajos de albañilería y
plomería. Además, debieron enfrentar otras dificultades debido a
los cambios en las FF.AA. por las reformas que se implementaron
a partir del gobierno radical: alargamiento de las carreras, disminución de sueldos, imposibilidad de ascender por los cambios de
planes y de requisitos, dificultad de perfeccionarse profesionalmente
por el envejecimiento de los buques y la imposibilidad de navegar,
han sido solo algunas de ellas.
En este contexto de escasez presupuestaria, los reconocimientos materiales que el Estado les otorgó a los militares que estuvieron
en Malvinas a partir de fines de los noventa (comenzando por el
plus que comenzaron a cobrar en 1997), sumaron otros elementos de conflicto con sus compañeros no combatientes. Justamente
por ese motivo, Daniel Blanco describe esa relación como “tirante”
(25/11/2010).
Batallas contra los silencios
121
En definitiva, los integrantes del Apostadero que permanecieron en la Armada debieron enfrentar múltiples dificultades, no solo
debido a la situación crítica en que se encontraban las FF.AA. en
la posdictadura, sino también a su misma condición de ex combatientes. Durante gran parte de la posguerra, vivieron una situación
de aislamiento en relación con el exterior de la fuerza –en un contexto de fuerte desprestigio militar–, pero también en el interior de
esta. La intención institucional de evitar los cuestionamientos de la
sociedad por la derrota, de desactivar los conflictos motivados por
los “pases de factura” por esta, y de ocuparse de otras tareas –vistas
como más urgentes– vinculadas a la reivindicación de la “guerra sucia” en los ochenta y noventa; sumado a que los percibían, dentro de
las filas militares, como los responsables de la derrota o los “loquitos
de la guerra”, y, desde fines de los noventa, como privilegiados por
los beneficios materiales y simbólicos que les fueron otorgados, son
variables que nos ayudan a comprender ese aislamiento que vivieron
–y, algunos, aún viven– en la Armada.
Si la coherencia y la continuidad en el tiempo son dos de los
elementos claves en la construcción de la identidad (Pollak, 2006),
ello explica que, en muchos casos, la dispersión en diversos destinos
militares por las causas indicadas, pero, además, por la propia intención de pasar desapercibidos en la fuerza para evitar los cuestionamientos o las fricciones que traía aparejada la condición de veterano
de guerra, haya influido en la disolución o debilitamiento de los
lazos sociales con sus compañeros de guerra, con quienes muchos
no volvieron a tener contacto hasta muchos años después o no se
reencontraron nunca más. Una circunstancia similar, por otra parte, a la que vivieron aquellos militares que optaron por el retiro de
la Armada o que pidieron la baja en la inmediata posguerra, como
veremos a continuación.
Capítulo 4. La cotidianeidad tras la guerra:
los ex combatientes como presencias-ausentes
Los años ochenta y noventa: desencuentros
Regresos imposibles: los primeros días tras la guerra
Luego de la rendición, los ex combatientes regresaron de las
islas con un sabor amargo por la derrota, con miles de interrogantes
por el sentido de su sacrificio y de la muerte de sus compañeros, y
muchos, desilusionados no solo con el final de la guerra, sino con la
actuación de la propia fuerza. El entonces oficial Guillermo Klein
recuerda una situación cuando estaba ingresando en el buque Norland, que condensa esa sensación de frustración:
Nos vinimos mal y teníamos ganas de volver. Yo me acuerdo
(…) cuando entramos al Norland, que yo te conté que iba con
un pibe que hablaba inglés. Yo me acuerdo que le digo “Las
Malvinas argentinas…” –viste que dice “…no las hemos de olvidar...”– “no volveremos nunca más”, dije yo (31/10/2007).
El conscripto Eduardo Iáñez rememora su llegada a la Capital Federal en avión, la impactante vista de la ciudad iluminada en
contraste con el paisaje de las islas, y la sensación de inutilidad de
la experiencia reciente: “Me acuerdo cuando veníamos entrando a
Buenos Aires que dije: ‘Por esto sí vale la pena pelear’” (20/4/2010).
Estos cuestionamientos por el sentido de la propia experiencia y de la guerra en sí misma fueron frecuentes entre los ahora
ex combatientes, y también en amplios sectores sociales, que –como
124
Andrea Belén Rodríguez
vimos– ni bien finalizó la guerra organizaron numerosas movilizaciones en reclamo, al régimen militar, de “la verdad” sobre lo que
había pasado en las islas. De todas formas, más allá de estos cuestionamientos sociales, quienes habían permanecido dos meses y medio
en el archipiélago, dando todo de sí, esperaban cierta recepción y
reconocimiento no solo por parte de las FF.AA. y del gobierno que
los había enviado a combatir, sino también de la sociedad por la que
ellos habían luchado y sus compañeros habían dado la vida. Como
todos los ex combatientes, también los de Malvinas esperaban un
reconocimiento a su participación, que les sirviera para reafirmar el
sentido de lo vivido.
Sin embargo, en no pocos casos, las recepciones de la sociedad
estuvieron lejos de ser las imaginadas. Si bien es difícil generalizar,
parecería que, para cuando los combatientes regresaron, casi una
semana después de la rendición, amplios sectores sociales que vivían
en las grandes ciudades alejadas de los teatros de operaciones de
la guerra estaban más pendientes de las idas y vueltas del régimen
militar, de la tremenda crisis que se cernía sobre la dictadura y del
Campeonato Mundial de Fútbol, que de su regreso. El espacio que
ocupó el retorno de los combatientes en los medios de comunicación es un claro indicio de ese clima de posguerra. En el caso de
Clarín, solo los días 21 y 27 de junio la noticia del regreso de los
protagonistas de la guerra fue incluida en la tapa –siempre en el recuadro inferior–, junto a otras sobre las discrepancias en la elección
del presidente, el gabinete armado por Bignone y sobre el campeonato local de fútbol.
De todas formas, el panorama es mucho más complejo. Lo cierto es que en esos mismos medios se publicaron cantidad de cartas
de diversos ciudadanos pidiendo un homenaje a los combatientes y
que las FF.AA. rindieran cuentas por la derrota. Solo que, finalmente, esas demandas no se encarnaron en acciones concretas. Si bien
hay que tener presente que aún regía la dictadura y que su política
de censura y de ocultamiento de los combatientes no contribuyó a
su encuentro con la sociedad, también es cierto que la noticia de su
regreso igual se filtró a la prensa, y de hecho en algunas ciudades patagónicas que habían vivido intensamente el conflicto, como Puer-
Batallas contra los silencios
125
to Madryn, los ciudadanos rompieron las barreras militares para
abrazar a los recién llegados. Nada similar sucedió en las grandes
ciudades que no tenían vinculación con el TOAS o con las FF.AA.
(como la Capital Federal, donde residían muchos de los integrantes
del Apostadero). En la inmediata posguerra, allí no hubo grandes
homenajes con participación del público, sino que se realizaron pequeños actos de reconocimiento por parte de las instituciones que
tenían algún tipo de vínculo afectivo con sus protagonistas. De hecho, cuando llegaron los combatientes, las personas que estaban esperando afuera de las unidades militares para que salieran eran –en
su gran mayoría– familiares y allegados de los protagonistas de la
guerra, no público en general.
Los diferentes recorridos que los integrantes del Apostadero
realizaron en la Capital Federal o en el Gran Buenos Aires hasta que
llegaron a sus hogares fueron signos de cómo los recibiría aquella sociedad que los había aplaudido cuando partieron a las islas. Muchos
de ellos regresaron a sus hogares en taxi. Las conversaciones con los
choferes fueron sus primeros contactos con los civiles que habían
permanecido en el continente y que habían vivido la guerra de forma bien diferente y, a veces, distante. El ex conscripto Alejandro
Egudisman recuerda al respecto:
Me tomo un taxi, todo camuflado […]. Me subo al taxi y el tipo
me mira y me dice: “¿Vos de dónde venís?”. Le digo: “Vengo de
Malvinas”. “¡Ah!” “Por favor, llevame rápido a mi casa, vivo en
Saavedra”. Y me dice: “Uy, ¿y qué onda?” El flaco bien tachero,
me pareció que me preguntaba como por un partido de fútbol.
Llego a mi casa y me cobró el viaje, tuve que pedirle plata a mi
viejo. Y ahí decís: ¡mierda! Estuve yo solo en la guerra porque los
del Barrio Norte seguían jugando al fútbol (11/8/2010).
La sensación de que la sociedad porteña había vivido la guerra
como una noticia más que difundían los medios de comunicación
aparece recurrentemente en los testimonios, y fue en estos primeros
contactos con aquellos que “no habían cruzado el charco” que salta
a la vista. Luego de reencontrarse con su esposa e hijos, el entonces
cabo Raúl Gramajo regresó a su hogar en su auto particular. En el
126
Andrea Belén Rodríguez
camino, luego de un altercado de tránsito, el policía no tuvo ningún
tipo de consideración y le cobró la multa aun cuando Raúl le explicó el estado de confusión en que se hallaba al regresar recientemente
de la guerra (25/6/2012).
Pero no en todos los casos fue así. Si bien el taxista que llevó al
ex soldado Tano Gulla no le preguntó sobre la guerra, su silencio
lejos de significar indiferencia era una muestra de respeto:
Me subo al taxi, tiro la bolsa así, me mira el chabón, iba todo
camuflado, le digo “Belgrano 615”. (…) Nada, mudo el tipo.
Llegamos a la esquina (…). Estaba el semáforo y le digo: “Está
bien, flaco, dejame acá, me voy caminando vivo a media cuadra.
¿Qué te debo?” “No, no, pibe, gracias”, me dice, “No, gracias
a vos” [le responde el Tano]. “No, no, gracias a vos”, me dice,
“gracias” (26/6/2012).
En las experiencias de posguerra de los miembros del Apostadero
se encuentran recepciones bien diversas, que, además de estar sujetas
a situaciones individuales, muchas veces dependieron de la zona del
país a la que retornaban. Así como en la Capital Federal y otros grandes centros urbanos la guerra se vivió con un compromiso distante,
en otras localidades del interior que eran sede de grandes establecimientos militares por ser regiones fronterizas o que estaban próximas
al TOAS, como las ciudades litorales de la Patagonia, las recepciones
fueron más efusivas y públicas. Esto, también, marcado por su propia
historia de vinculación con las FF.AA., como explica Lorenz:
Tanto la Patagonia como el Nordeste (Chaco, Misiones, Corrientes) son regiones de la Argentina donde la institución militar tiene una presencia mucho más fuerte y menos cuestionada
que en otras partes del país: se trata de territorios nacionales que
fueron las últimas incorporaciones al mapa, donde por ejemplo
no era nada infrecuente que muchos jóvenes se escolarizaran durante su servicio militar obligatorio y miraran la carrera militar
como una opción laboral. La vida de las guarniciones marcaba
la vida de los pueblos o ciudades donde los regimientos estaban
asentados, y establecían lazos familiares concretos entre los oficiales y suboficiales y sus familias (2009: 63-64).
Batallas contra los silencios
127
Por caso, en Punta Alta, la pequeña localidad de la provincia
de Buenos Aires en donde está emplazada la principal base naval del
país –Base Naval Puerto Belgrano–, los regresos de los combatientes
fueron vividos como una fiesta por sus vecinos. Ese fue el caso del
oficial Hugo Peratta, cuyos seres queridos le prepararon una cena
para su regreso tan ansiado. En ella, Hugo, que había estado en el
crucero General Belgrano hasta antes del desembarco en las islas, se
encontró con amigos sobrevivientes del hundimiento:
Y mi señora ya sabía que yo estaba ahí [en la Base Naval Puerto
Belgrano], entonces fue con los chicos y un compañero mío en
mi auto a buscarme. (…) Cuando llegué a mi casa, me estaban esperando todos mis compañeros, amigos, mis familiares,
un despelote mi casa, eran las doce de la noche. (…) Había
treinta tipos, entonces habían comprado pizzas, vino, champagne… (…) Y estuvimos como hasta las siete de la mañana ahí jodiendo, en algunos momentos jodíamos, en algunos momentos
llorábamos. Había tipos del Belgrano (19/10/2007).
Sin embargo, las características de la recepción no solo dependieron de la región del país a la que los ex combatientes retornaban,
sino también del tamaño de la localidad y, fundamentalmente, de
las redes sociales en las que estaban inmersos el recién llegado y su
familia. En aquellos pequeños poblados, en los que las sociabilidades estaban marcadas por la cercanía y el parentesco, el combatiente
que regresaba se convertía rápidamente en “el” personaje de la localidad. Cuando volvió a Las Toscas, una pequeña ciudad santafecina,
el joven cabo Abel Mejías recibió gran cantidad de muestras de afecto,
e, inclusive, instituciones educativas locales organizaron sendos actos
en su homenaje tan temprano como en junio de 1982, a los que incluso asistieron representantes del gobierno municipal.49 Asimismo,
el entonces cabo Ni Coló recuerda agradecido el recibimiento de sus
vecinos de Saladillo, la ciudad bonaerense que lo vio crecer:
A las cinco de la mañana estaba otra vez en las calles de mi
amada ciudad de Saladillo. Por fin volvía a ver las calles que
49 El Pasquín del Pueblo, Santa Fe, s/f.
128
Andrea Belén Rodríguez
recorríamos todos los fines de semana en algún auto, muchas
veces en un Fiat 1500, el mismo que me estaba esperando con la
puerta abierta para llevarme a casa, mi amigo Osvaldo Debiasi;
me estaba esperando. Cuando iba a subir al auto veo que se
acerca corriendo otro amigo, Mario Angelani, que me brinda un
afectuoso recibimiento.
El encuentro con mi madre no tuvo mucha algarabía, no hubo
ninguna manifestación especial de parte de ninguno de los dos.
Apenas nos dimos un beso. Estaba inmóvil, pálida y no pronunciaba ni una sola palabra. Al rato me preguntó si había matado
a alguien; le respondí que no, pero igual insistió varias veces con
esa pregunta. Luego me senté en la cama de mis padres, que
me dijeron que era la primera noche en dos meses que habían
podido dormir.
Recuerdo con profundo cariño la mañana siguiente cuando caminaba por las calles de Saladillo y mucha gente me saludaba
y otros se detenían para hablar conmigo. En las casas de mis
amigos todos me abrazaban y lloraban (2004: 65).
Aun en ciudades del Gran Buenos Aires, algunos integrantes
del Apostadero que hacía años que vivían en el mismo barrio, o que
eran más extrovertidos, recuerdan una gran recepción de los vecinos. Las redes sociales que habían construido ellos y sus familias a lo
largo de los años explican esos afectuosos recibimientos. El regreso
del entonces conscripto Claudio Guida a Vicente López es un claro
ejemplo al respecto:
Llego a casa, una y media de la mañana, la cuadra cortada, mis
amigos, vecinos, y... porque mi vieja llamó a todo el mundo
“volvía Claudio” (…). Ovación, me bajo en andas, saludos. (…)
Me recibe toda la cuadra, yo aparte un tipo que me doy con
mucha gente (…) Así como estaba, todo el mundo adentro de
mi casa (…). Bueno, abrazos, llorando mi vieja, qué se yo, yo
tranquilo, ya estaba bien. Me siento en la cama, digo “mi cama,
mi habitación, pensé que nunca más la iba a ver, la puta madre,
después de dormir en tantos lados, después de tanto tiempo,
estoy sentado otra vez en mi cama, qué increíble” (29/11/2007).
Batallas contra los silencios
129
Los días posteriores al regreso, algunas entidades que tenían
algún tipo de vínculo con los protagonistas de la guerra organizaron pequeñas ceremonias públicas en su homenaje, a las que asistieron sus vecinos. Solo por indicar algunos ejemplos: Eduardo Iáñez fue reconocido por el club de barrio, Claudio Guida, Fernando
González Llanos y Gabriel Asenjo fueron homenajeados por la
escuela donde habían cursado los estudios secundarios, y Alejandro
Egudisman por el Partido Socialista Popular en el que militaba.
En definitiva, la ausencia de amplios homenajes públicos,
cuando regresaron a las grandes ciudades, alimentaron la percepción de los combatientes de que habían estado solos en la guerra.
Para quienes habían permanecido en las islas por más de dos meses
y medio, la distancia entre el regreso anhelado y la realidad no podía ser mayor. Una sensación de desilusión, cuando no de bronca
e indignación, permeó sus posguerras, lo que profundizó el distanciamiento de la sociedad civil, el que ya había comenzado durante
el conflicto.
Si todo combatiente que regresa de una guerra percibe con
estupor y angustia que la vida cotidiana continuó en las ciudades
mientras su vida cambiaba para siempre (Garton, 2000), en el caso
del conflicto del Atlántico Sur es necesario tener presente otros
factores para comprender esa perplejidad e indignación de quienes
habían luchado ante la ajenidad de la sociedad. En principio, el
distanciamiento de la sociedad civil durante la guerra se explica por
las características geográficas del teatro de operaciones: un territorio
insular y lejano de los mayores centros urbanos y de poder del país.
Además, y vinculado a ello, hay que tener en cuenta las vivencias
bélicas de los combatientes: las anécdotas sobre el contraste abismal
entre las noticias que transmitía la radio sobre los combates –en
parte, debido a la censura– y su realidad en las islas, entre la vida
placentera de quienes estaban en casa y la suya bajo los bombardeos
enemigos, son recurrentes en los testimonios. De hecho, como vimos en el capítulo 2, su identificación colectiva como combatientes
se forjó durante la guerra, en parte, en relación/oposición con los
civiles –y también los militares– que habían permanecido en el continente. Ellos eran los “otros”.
130
Andrea Belén Rodríguez
Pronto, una sensación de extrañamiento hacia la sociedad se
extendió en la mayoría de los ex combatientes en la posguerra. Y,
en muchos casos, ese extrañamiento –o imposibilidad de reconocimiento– se convirtió en bronca y resentimiento hacia amplios
sectores sociales que, desde su perspectiva, no solo no se habían
comprometido lo suficiente en la guerra (cuando en un principio
la habían apoyado masivamente), sino que ahora que regresaban ni
siquiera los reconocía y contenía. Ni siquiera les daba un sentido a
su sacrificio y a la muerte de sus compañeros. La sensación de incomprensión de una sociedad que a sus ojos parecía esquizofrénica,
si no hipócrita –porque había mutado radicalmente de un entusiasmo desmedido inicial durante la “recuperación”, en la que había
depositado las esperanzas de regeneración nacional, a una normalidad indiferente a la derrota–, aparece con claridad en el testimonio
sobre su regreso del ex soldado Roberto Herrscher:
Me bajé del micro en Puente Saavedra. Caminé las quince cuadras hasta la casa mirando con infinita extrañeza a la gente. (…)
En todas las guerras los que regresan recuerdan el estupor ante el
hecho de que la vida en las ciudades haya seguido igual mientras
ellos estaban bajo la metralla y sus amigos morían. Yo había
dejado de entender a mi país cuando todos se volvieron locos el
2 de abril, y ahora no entendía por qué todo había vuelto a la
normalidad (2007: 97).
Estas sensaciones marcaron un desencuentro en la inmediata
posguerra con quienes habían permanecido en el continente, anclado en la imposibilidad de reconocerse, de identificarse con aquella
sociedad a la que habían pertenecido antes de la guerra. Por ello, los
ex combatientes se sentían alienados. Sencillamente, no encontraban un lugar al que regresar.
Pero, no solo la sociedad civil se había transformado, había
mutado su actitud hacia la guerra; también ellos habían cambiado
producto de la vivencia bélica. Y si bien en los primeros momentos del regreso no pudieron comprender ni mucho menos explicar
claramente esas sensaciones ni lo que les estaba pasando, sí comenzaron a percibirse distintos, a sentirse “otros” luego de la derrota.
Batallas contra los silencios
131
El desencuentro, entonces, fue también con su ser y su identidad prebélica. La dificultad de vincular la vivencia bélica –el “allá”–
y los tiempos de paz –el “acá”–, de encontrar alguna continuidad
entre ambos tiempos/espacios, fue un indicio claro para muchos
de ellos de que la guerra no sería un pasado fácil de dejar atrás. Esa
sensación de no estar “aquí ni allá” es el factor que los marca como
“otros”, y los distancia de los civiles y militares que permanecieron
en el continente, a veces, ajenos al conflicto o con una belicosidad
desenfrenada.
La imposibilidad de tender puentes entre la guerra y la vida cotidiana de paz fue evidente en estos primeros momentos del regreso. Volvían de una experiencia extrema y, además, derrotados, algo
aturdidos y confundidos, y con interrogantes difíciles de responder.
En el regreso, los ex combatientes comenzaron a encontrarse súbitamente con los temores, angustias y ansiedades que habían intentado
negarse u ocultar en el transcurso de la guerra. Las marcas de la
guerra, las emociones contenidas, así como la imposibilidad de dar
un sentido a su vivencia, aparecieron con fuerza en estos primeros
momentos luego del regreso y fueron una presencia constante y dolorosa en la posguerra de muchos protagonistas, como el entonces
cabo Ricardo Rodríguez:
Llego a mi casa. Golpeo la puerta. La sentí a mi señora que dice:
“¿Quién es?”. No me salió decirle “yo” y golpeaba. “¿Quién es?”,
dice, “no te voy a abrir si no sé quién es”. Y me sale: “Papá”,
le digo. Y desesperada abre la puerta, estaban mis suegros ahí.
Me fueron a recibir los tres, me tiraron al suelo, lloraban, ¡era
alegría! (…) Me pongo a tomar vino ahí, no sabía tomar. Pero
en ese momento es como que me quería... emborrachar, no sé. Y
mi señora me dice: “Bueno hasta acá, estamos llegando a la casa
ahora…” (…) Empecé a comer, me habré comido unas catorce
o quince milanesas. Mientras venía gente, vecinos, gente que sabía, gente del destino “escuchábamos por la radio así, que los de
Malvinas estaban, que llegaron”. La verdad que muy lindo. Entre eso se hizo las cuatro de la mañana y yo estaba… allá. Y por
ahí sentía un ruido, viste, estaba y así. Teníamos que dormir, yo
132
Andrea Belén Rodríguez
no quería dormir, quería dormir en el suelo, no me quería bañar
tampoco. O sea estar atento (27/11/2007).
La noche del regreso, los integrantes del Apostadero se reencontraron con sus seres queridos y con las guerras que ellos habían
vivido, repletas de desesperación, ansiedad e incertidumbre. Cuando vio a sus padres, el conscripto Marcelo Padula se sorprendió porque “a los dos los vi viejísimos” (19/4/2010). También, el “ex colimba” Alejandro Diego rememora:
Entro a mi casa por la puerta de servicio, por la escalera, toco
el timbre, y mi vieja me ve por la mirilla, abre la puerta, y en
vez de abrazarme, se va para atrás, y se queda así, y no lo podía
creer, aparte yo vestido de guerra, fuerte. (…) Y enfilo por la
cocina, y en un momento hay un pasillo largo y se ve el living,
y estaba mi viejo sentado, mirando el diario, leyendo el diario,
pero así encorvado, y con la pesadumbre de que para vos tu hijo
no vuelve, viste, le vi eso, yo pude ver lo que sufrieron ellos. Voy
caminando así, le digo: “Papi”, y me mira, y… se va para atrás,
me abraza, y “Volviste”, qué se yo. Y ahí bueno todos abrazándonos, y estaba vivo (26/11/2007).
Los militares que tenían hijos pequeños recuerdan sus miradas extrañadas ante un rostro que prácticamente no reconocían: “Y
emocionante, te podés imaginar, después de tanto tiempo, llanterío
(…). Sí me acuerdo que la nena que tenía meses no quería ni mirarme, viste, no sabía quién era yo” (Roberto Coccia, 4/8/2007).
En realidad, ese extrañamiento hacia quienes regresaban de la
guerra fue vivido por muchos seres queridos, o, por lo menos, así
lo sintieron los recién llegados. Los ahora ex combatientes sentían
que sus familiares los trataban como “otros”, con ciertos reparos o
cuidados que demostraban que la marca de la guerra en sus vidas
también era advertida por ellos. Y, de hecho, algunas situaciones
vividas por los integrantes del Apostadero dan la pauta que sus seres
queridos no lograban reconocerlos en su mirada, en su apariencia
(como en el caso de Alejandro Diego, que volvió “vestido de guerra,
fuerte”), en su historia bélica (por eso la madre de Guillermo Ni
Coló le preguntó insistentemente si había matado a alguien), ni
Batallas contra los silencios
133
en sus actitudes, marcadas, ahora, por la experiencia extrema. Así
como Ricardo Rodríguez quería tomar alcohol y dormir en el piso
atrincherado, muchos ex combatientes recuerdan situaciones similares en las que se alteraban ante un ruido fuerte que los remitía a la
guerra o que comían desesperadamente. Otros también evocan las
miradas de quienes los acompañaban ante esos comportamientos
extraños. Por ejemplo, Antonio Gulla recuerda una situación que
vivió con su primo al día siguiente de regresar:
Al otro día que llegué, bueno no dormí, obvio, no sabía ni dónde carajo estaba, estaba acá pero no sabía dónde estaba. Me voy
con mi primo para la casa de mi vieja, nos vamos a tomar el tren
en Retiro, tomamos un colectivo, y veníamos caminando por la
plaza (…) y pasa un avión. Mi primo me miró y no entendía
nada. ¿Qué hice? Veníamos los dos juntos así, agarro y lo tiro,
me tiro y lo tiro, lo cubro. (…) Mi primo dice: “Está loco este”
“Claro, porque vos no pasaste toda la…” Entonces, “Perdóname”, le digo. “No, está bien primo” (26/6/2012).
Ante estos comportamientos extraños y situaciones inéditas,
los seres queridos de varios ex combatientes optaron por tratarlos
con ciertos cuidados para ayudarlos a elaborar esa experiencia tan
dolorosa y con el propósito de que “olvidaran” la guerra. Lo cierto
es que ni bien retornaron, sus familiares no sabían bien qué hacer
para ayudarlos en la elaboración de su vivencia: ¿era mejor hablar
o no hacerlo? ¿Qué preguntar sobre la guerra? ¿Cómo hacerlo?
Ante el temor de profundizar las secuelas de la experiencia traumática, muchos optaron directamente por no preguntarles por la
guerra o esconder todo tipo de elementos que pudiera remitirlos
a su pasado bélico.
En fin, si los ex combatientes habían regresado distintos de la
guerra y así se sentían, el primer contacto con sus seres queridos no
hizo más que confirmar su sensación de ser “otros”. El encuentro
con sus allegados y, en general, con la sociedad civil, fue en realidad
un desencuentro no solo con esos “otros”, sino también consigo
mismos. El regreso se reveló imposible porque no tenían lugar al
que retornar –la sociedad era “otra”, había mutado desde la derro-
134
Andrea Belén Rodríguez
ta–, pero, fundamentalmente, porque ellos ya no eran los mismos:
vivían entre la guerra y la paz.
Diálogos imposibles
Ese extrañamiento de la sociedad, ese desencuentro con los
“otros” civiles que los ex combatientes percibieron durante los primeros días del regreso, se profundizó a lo largo de la posguerra, y
algunos consideran que incluso continúa hasta hoy.
Los conscriptos y militares que habían luchado en las islas sentían que no había lugar para ellos en la sociedad de la posdictadura. Sentían que no encontraban un espacio ni para hablar de sus
vivencias ni para retomar sus vidas luego de la experiencia bélica.
¿Por qué se produjo ese cortocircuito social? ¿Cuáles fueron aquellas
situaciones que alimentaron la sensación de estar de más por parte
de los ex combatientes? ¿Por qué muchos de ellos guardaron silencio
sobre sus vivencias durante décadas?
Ese distanciamiento se fundó, en principio, en la diversidad de
sentidos que la sociedad civil y los ex combatientes construyeron
sobre la guerra; sentidos que terminaron siendo antagónicos y que
condicionaron, en buena medida, los regresos de los que habían
luchado en las islas.
En la transición, los cruces en la prensa sobre el terrorismo de
Estado y sobre la guerra de Malvinas estaban a la orden del día. Sin
embargo, ante la magnitud de la matanza cometida por las FF.AA.
en los setenta, paulatinamente, los reclamos por “la verdad” de la
guerra quedaron en un segundo plano, y las voces de los combatientes fueron opacadas por los testimonios de los familiares de los
detenidos-desaparecidos y –en forma mucho más marginal– de los
sobrevivientes de los centros clandestinos de detención, que denunciaban el horror que habían vivido. Pero, además, la guerra era un
hecho cuanto menos incómodo y vergonzante para grandes sectores
de la sociedad, debido a que interpelaba la responsabilidad de cada
uno ante el consenso –pasivo o activo– otorgado a la contienda. A
diferencia de la represión ilegal, sobre el conflicto bélico la sociedad
Batallas contra los silencios
135
no podía aducir ignorancia: la guerra había sido un acto público y
el respaldo popular había sido masivo.
Para comprender la forma en que amplios sectores sociales
resolvieron esa incomodidad –o intentaron hacerlo–, es necesario
tener en cuenta el sentido que esta construyó sobre el terrorismo de
Estado en la transición, ya que ambas memorias se configuraron a la
par y estuvieron estrechamente relacionadas.
Recordemos que la importante repercusión pública de la que
gozaron el pésimo accionar militar en las islas y el “problema de
los desaparecidos” –junto a la debacle política y la crisis económica
del régimen–, en la inmediata posguerra, generó un profundo sentimiento de indignación y repudio, lo que produjo una verdadera
re-significación de lo que había sucedido en los setenta, distinta –y
en parte, opuesta– a la narrativa militar de la “guerra antisubversiva”. Como indican Novaro y Palermo:
El juicio de reprobación moral de la represión ilegal se asentó en
un discurso que, aunque tenía antecedentes prebélicos, fue en
gran medida una novedad de la transición, y operó a través del
reemplazo o la torsión de las definiciones parametrales con que
se había manejado hasta entonces la cuestión: lo que se había llamado “guerra interna” era ahora “la represión” o “el terrorismo
de Estado”, y los que habían sido “subversivos” ahora eran “militantes”, “jóvenes idealistas”, “víctimas”, y más precisamente,
“víctimas inocentes” (2003: 487).50
Estas imágenes de la represión ilegal finalmente derivaron en
un discurso conocido como “teoría de los dos demonios”, que hegemonizó el espacio público de la transición (y mucho tiempo des50 Es importante aclarar que los autores sitúan este cambio en la inmediata posguerra, cuestión que fue discutida por Franco para demostrar que tras la guerra el fuerte clima antimilitarista dio nueva visibilidad al “problema de los desaparecidos” sin necesariamente implicar
una relectura de los marcos de sentido de la represión, es decir, la legitimidad de la “lucha
antisubversiva” continuó en pie y se disoció del cuestionamiento de sus “excesos”, “secuelas”
o “métodos”. La instalación del paradigma de los DDHH, probablemente, se produjo entre
1984 y 1985, cuando la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas)
presentó los resultados de su investigación, se publicó el Nunca Más y se llevó a cabo el Juicio
a las Juntas (ver Franco, 2018: 341-368).
136
Andrea Belén Rodríguez
pués).51 La “teoría” construía la imagen de una sociedad inocente y
pasiva que había sido amenazada por dos terrorismos: uno de derecha y otro de izquierda. Esta narrativa, funcional para la naciente
democracia que intentaba fundar la legitimidad del Estado de derecho (a partir de un corte abrupto con el pasado), tanto impugnaba el recurso a la violencia como “equiparaba lo incomparable: los
crímenes cometidos por grupos irregulares con el sistema criminal
montado desde el Estado, que había pervertido el propio principio
de legalidad” (Novaro y Palermo, 2003: 492).
En tanto culpabilizaban por igual a las FF.AA. como a las organizaciones político-militares por la apelación a la violencia y por
la ruptura de las normas democráticas, los organismos de DDHH
y los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención continuaron ocultando el pasado de militancia política y/o armada para
legitimar sus demandas, como venían haciendo desde los inicios de
la dictadura. Como la “teoría de los dos demonios” eliminó toda
posibilidad de hablar de la adscripción política sin ser cuestionados/
juzgados, construyeron una imagen de los detenidos-desaparecidos
como víctimas inocentes –ellos solo habían sido jóvenes idealistas
que lucharon por un cambio social–, la que tuvo una amplia difusión, a costa de suprimirles su identidad política.
En paralelo a esta representación de la represión ilegal, amplios
sectores sociales construyeron una memoria de Malvinas que –en
sintonía con “la teoría de los dos demonios”– tanto los exculpaba
por su pasado compromiso con la guerra, como les quitaba responsabilidad a los conscriptos por la derrota, lo que permitía dar vuelta
rápidamente la página de la guerra.52
La sociedad civil construyó una memoria del conflicto que lo
percibía como una “guerra absurda” llevada a cabo por un general
“borracho” para recuperar la legitimidad perdida por el régimen
51 Esta interpretación del pasado reciente, que encuentra sus raíces en la impugnación de
la violencia que se generalizó en los setenta, y que resignificada se extendió en la posguerra,
se generalizó con el prólogo del informe Nunca Más escrito por Ernesto Sábato. Y se materializó en los decretos del presidente Alfonsín que ordenaban el juzgamiento de las cúpulas
de las FF.AA. y de los líderes de Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo. Ver
Crenzel (2010).
52 Sobre la memoria de Malvinas, ver Guber (2001b y 2004); Lorenz (2006).
Batallas contra los silencios
137
militar. Así, condensó la responsabilidad de la derrota en los militares argentinos, que habían organizado una “aventura militar”,
basada en una causa nacional de fuerte raigambre en la sociedad
argentina, solo para perpetuarse en el poder y, para ello, habían
engañado a esta en su buena fe, al no informar la realidad de lo que
estaba sucediendo. Para colmo, en esa empresa inútil y sin sentido,
habían jugado con la vida de miles de jóvenes soldados, que en las
islas habían sufrido condiciones deplorables y hasta el maltrato de
algunos superiores.
En un contexto en el que todo aquello que estuviera relacionado con la violencia y/o lo militar se cubrió con un signo de
reprobación, amplios sectores sociales percibieron a los soldados
como víctimas inocentes de la dictadura (al igual que los jóvenes
que habían sido reprimidos en los setenta) y los despojaron de
toda agencia de sus experiencias, en el afán de evitar que ese descrédito cayera también sobre los conscriptos que habían ido a la
guerra sin opción. La imagen de “chicos de la guerra” que se propagó destacaba la minoridad de los soldados, a quienes se percibía
como actores pasivos sin ninguna preparación para la guerra, en la
que únicamente habían sufrido condiciones inhumanas y abusos
de autoridad por parte de sus superiores, los mismos militares
que habían torturado y asesinado a miles de otros ciudadanos en
los setenta.53
En la transición, la guerra pasó a explicarse en clave de política interna. Más que un conflicto internacional, esta había sido
un combate –o, más bien, una matanza– que había enfrentado a
militares-verdugos y civiles-víctimas (los conscriptos y, por extensión, la sociedad civil) en una lucha desigual. Esta narrativa, que
rápidamente hegemonizó el espacio público, explicaba a la guerra
“como una muestra más de la arbitrariedad de los militares, anulando responsabilidades colectivas respecto al acuerdo y satisfacción
53 Esta representación social se configuró a partir de los testimonios de algunos soldados
que lograron visibilidad pública en los medios de comunicación y que denunciaban las tremendas condiciones en las que habían combatido y los abusos de superiores. Asimismo, se
basó en el exitoso libro Los chicos de la guerra, de Daniel Kon, publicado en agosto de 1982,
a partir del que, en 1984, se lanzó una película con el mismo nombre, dirigida por Bebe
Kamín. Para un análisis del libro y la película, ver Guber (2004: 63-91).
138
Andrea Belén Rodríguez
populares por la recuperación” (Lorenz, 2006: 155), y permitía, en
última instancia, dejar en un segundo plano al conflicto, que se
convirtió en un acontecimiento tan lejano como incomprensible,
y con él, a sus protagonistas. Como indica Rosana Guber: “Al tratar de eliminar la memoria de Malvinas como si fuera un pasado
vergonzante y partidario perteneciente a las Fuerzas Armadas del
Proceso, la sociedad optaba por el olvido, exiliando a sus soldados
al limbo del sinsentido y de un pasado que, en el dominio público,
aparecía como inexistente” (2004: 164).
Entonces, desde el momento que se disolvió el impacto emotivo de la derrota, Malvinas permaneció en un aura de silencio,
quebrado intermitentemente por los actos conmemorativos, por la
aparición de recursos culturales que alimentaban esa memoria o por
las noticias de ex combatientes que se suicidaban. Así, el lugar del
conflicto y de sus protagonistas en los medios de comunicación se
fue reduciendo cada vez más. Por lo menos, en los grandes centros
urbanos, Malvinas se recordaba únicamente cuando las efemérides
lo indicaban.
A esto se sumaba la política de memoria de la guerra seguida
por el régimen militar y el primer gobierno democrático, ya que
Malvinas, por diversas razones, era dejada en un segundo plano en
sus agendas. Lo cierto es que, en el contexto de la transición, la
guerra era un tema menor para ambos gobiernos. Para el régimen
militar, como vimos, porque su prioridad era evitar la revisión y el
juzgamiento de las FF.AA. en la “guerra sucia”, el hecho nodal para
reconstituir la unidad militar, y por ende, su existencia misma. Para
el gobierno constitucional de Raúl Alfonsín, porque se centró en la
enorme tarea de democratizar las instituciones del país –mientras
estaba condicionado por la situación económica y por la puja corporativa de diversos sectores–, y, en paralelo, de llevar adelante el
juzgamiento de los militares que habían violado los DDHH, erigido en una de las promesas de campaña.
Pero, además, como vimos, Malvinas era un tema incómodo.
Para la dictadura militar, porque incentivaba la búsqueda de explicaciones y responsabilidades por la derrota en una guerra regular.
Para el presidente Raúl Alfonsín, porque interpelaba la responsabi-
Batallas contra los silencios
139
lidad de toda la sociedad –inclusive de las personalidades políticas
en el gobierno– por su respaldo público a un conflicto llevado a
cabo por las mismas FF.AA. que pretendía juzgar por los delitos
cometidos en los setenta.
Como consecuencia, tanto el régimen militar como el gobierno democrático optaron por alternar entre el silencio de la guerra
y el recuerdo de ella cuando las efemérides o los ritos de rigor lo
indicaban: desde una retórica nacionalista clásica, el primero, y, en
un comienzo, desde un discurso patriótico republicano, el segundo
(Lorenz, 2006). Para ambos, la guerra quedó en un segundo plano
frente a los conflictos originados por las posibilidades, alcances y
limitaciones de los juzgamientos a los represores por los crímenes
cometidos en los setenta. Por ende, las políticas de reconocimiento,
pero también de contención destinadas a quienes habían combatido
en las islas, tardarían en llegar.
¿De qué manera este contexto social pos-Malvinas operó
–condicionó o posibilitó– en la voluntad de los ex combatientes
de narrar las vivencias bélicas? La imagen de una guerra inútil, de
los conscriptos como víctimas inocentes y de los militares como
victimarios, ¿se condecía con su propia representación? Más allá
de las situaciones enfrentadas en los hogares de cada ex combatiente, ¿qué otros factores pueden explicar el silencio que muchos
integrantes del Apostadero optaron por guardar por años, y algunos por décadas?
Lo cierto es que esa memoria pública de la guerra poco tenía
que ver con los sentidos que quienes habían combatido le otorgaban. Para los conscriptos y militares que habían luchado, la guerra
había sido mucho más que la “aventura” de Galtieri. Si bien se diferenciaban en muchos aspectos, para ambos, la guerra había sido
ante todo una lucha por la soberanía y, como tal, una guerra justa.54
Por ende, sus sacrificios y las muertes de sus compañeros no habían
sido inútiles: se legitimaban por la defensa de la soberanía, más allá
del resultado del conflicto.
54 Para las diferencias entre la memoria militar y la construida por las agrupaciones de
ex soldados, ver el capítulo 5.
140
Andrea Belén Rodríguez
Sin embargo, ni bien retornaron, los ex combatientes percibieron que no tendrían lugar en el espacio público para reivindicar el
conflicto, y que si querían hablar de sus experiencias bélicas, deberían hacerlo siguiendo los límites que fijaban las imágenes sociales
arraigadas en el sentido común. Esto, sobre todo, porque cuando
comenzaron a hablar de sus vivencias, el relato del conflicto como
“aventura militar” ya se había construido y el mapa de lo decible
e indecible ya estaba parcialmente trazado. En pocas palabras, sus
testimonios estaban de más. Como esa narrativa bélica iba a contracorriente de los sentidos que los propios ex combatientes le otorgaban al conflicto y a su participación en él, los civiles y militares
que fueron parte del Apostadero se sumieron –y unieron, tal vez sin
saberlo– en el silencio.
En principio, como esa interpretación de la guerra se sustentaba
en un fuerte desprestigio pretoriano, puesto que los militares eran
vistos como los abusadores de su propia tropa y los responsables de
la derrota, y hasta como asesinos de otros ciudadanos, el personal
de cuadro optó, en muchos casos, por encerrarse en sus círculos de
sociabilidad –ligados a los ámbitos castrenses, en ocasiones–, ocultar su condición de militares y veteranos de guerra, y silenciar sus
vivencias. Sencillamente, su voz no tenía lugar en ese contexto: “No
existíamos”, como afirman muchos de los militares entrevistados.
Asimismo, en ese silencio también se sumieron los ex conscriptos del Apostadero. Los jóvenes soldados tampoco encontraban
marcos sociales en los que integrar sus memorias marcadas por la
agencia en sus guerras, en tanto el espacio público solo se hallaba
habilitado para aquellos relatos que denunciaban los abusos de sus
superiores y que alimentaban la imagen que los victimizaba. Por
ende, ante la falta de una verdadera voluntad de escucha, muchos
soldados optaron por callar, como afirma Julio Casas Parera:
Cuidaba mucho cuando hablaba, ¿no? No hablaba con cualquiera, porque no me nacía, porque no me interesaba, y, tal
vez un poco también porque veía que el resto de la gente no
había, digamos, receptividad al tema, y los que eran receptivos
te salían con la pregunta de rigor “¿mataste a alguien?”, eso no
es importante. (…) Yo no sé si maté o no maté, pero creo que…
Batallas contra los silencios
141
Preguntar eso es una falta de respeto. No estamos viendo una
película de guerra, estás hablando con una persona, un ser humano, creo que merece respeto y consideración (…) Y eso lejos
de… abrirte, te cerrás más, enmudecés (1/12/2007).
Los integrantes del Apostadero callaban ante las preguntas de
los “otros” que estaban ancladas en imágenes de la guerra que ellos
no compartían y con las que no se sentían identificados. Al respecto,
Rosana Guber explica claramente:
Las tres preguntas que los civiles le hicieron a los ‘chicos’ y que
los ‘chicos’ escucharon hasta el hartazgo fueron “¿mataste?”,
“¿tuviste hambre?”, “¿tuviste frío?”, evidenciaban más la actitud de un adulto con respecto a un niño que la inquietud por
una experiencia que había endurecido y conmovido a aquellos
muchachos, pero que ciertamente no los había convertido en
chicos ni, mucho menos, les permitiría el regreso a esa condición (2001b: 128).
El (des)encuentro entre la imagen social de los ex soldados
como “chicos de la guerra”, víctimas pasivas de las FF.AA., y la
autorrepresentación de la experiencia bélica, es bien evidente en el
relato de Claudio Guida:
Así fue como una semana en casa recibiendo visitas, no podía
salir de casa, venía todo el mundo a preguntarme pelotudeces:
“¿Cuántos mataste?” (…) “Sí, fue dura la guerra”, “¿Y pasaste
hambre?” “Y, sí, no fui de vacaciones” “¿Y frío?” “Y sí, en el sur
hace frío”. O sea no contestaba pelotudeces, “¿Mataste a muchos?” “Sí habré matado o no, no sé” “¿Y murieron compa…
viste morir compañeros tuyos?” “No, de los míos, no, sé que
estaba muy mal la gente de al lado” (11/8/2010).
La comunicación entre grandes sectores sociales y quienes habían vivido la guerra era imposible, porque lo que los ex combatientes querían/podían contar no era lo que sus interlocutores querían/
podían escuchar, y viceversa. Las preguntas que la sociedad hacía
desde sus preconceptos e imágenes de la guerra eran consideradas
irrespetuosas o lisa y llanamente flagrantes por los que habían atra-
142
Andrea Belén Rodríguez
vesado la experiencia bélica. La sensación de incomprensión de la
propia vivencia por parte de los “otros” profundizó el silencio de
quienes habían luchado en las islas.
Los integrantes del Apostadero también callaron ante la imposibilidad de cumplir con las expectativas de los “otros” sobre la
guerra, o con su percepción de ellas. Si es habitual que los ex combatientes sientan que su relato no está a la altura de lo que buscan
oír sus interlocutores, porque la forma que vivieron la guerra es
distinta del imaginario social sobre la gloria y el honor del combate
(Stanley, 2000: 250), esa situación se agudizó entre los combatientes
de Malvinas que habían cumplido misiones logísticas lejos del frente
de batalla. La distancia entre las preguntas y las respuestas pronto
se convirtió en abismo, y ese abismo solo trajo silencio. Fernando
González Llanos, el ex conscripto voluntario que estuvo en el conflicto colaborando en el Centro de Informaciones de Combate ubicado
en la localidad, recuerda una situación reciente cuando regresó con
su familia a las islas, que es paradigmática de las dificultades que los
miembros del Apostadero enfrentaron en la inmediata posguerra:
F: Cuando fui con los chicos ahora, y el más chico me dice:
“Pero, ¿y vos dónde estabas?”, y yo le mostraba. “¿Y Horacio
qué hacía?”, viste, mi hermano [capitán de la goleta Penélope],
“Y él no, él estaba allá”. “Entonces él corrió mucho más peligro que vos”. “Sí”, le digo, “mucho más, si lo atacaron por todos lados”. “Y vos, entonces, ¿qué hiciste?”, me dice [risas]. “Y,
mirá, yo hice lo que pude, lo que había que hacer lo hacía”. (…)
Pero eso me pasa muchas veces, que te preguntan: “¿Y mataste
a alguien?”, típico, ¿no?, y le digo “No”. Y como que la gente
espera: “¿Y qué hiciste entonces?”
E: Espera algo heroico, que le cuentes.
F: Sí, claro, espera… “Sí, contame algo emocionante”. Y no,
la verdad que no. Pero siempre me quedo contento porque
digamos hice lo que había que hacer, nada más (10/8/2010).
El contraste entre las vivencias de los integrantes del Apostadero y las expectativas de quienes preguntaban no solo se puede
explicar por el imaginario social de lo que es una guerra. También
Batallas contra los silencios
143
está vinculado a elementos específicos que conformaron la memoria
hegemónica de Malvinas, es decir, a la imagen que la sociedad había
construido sobre las experiencias de los ex combatientes a raíz de las
noticias de la contienda y, sobre todo, de los testimonios que lograron visibilidad pública en la posguerra. En tal sentido, los relatos de
los integrantes del Apostadero no encontraban lugar en el espacio
público debido a dos cuestiones, que no son más que dos caras de
una misma moneda.
Por un lado, las experiencias de los miembros del Apostadero,
su guerra relativamente privilegiada en la localidad, no cuadraban
con las denuncias de los soldados en los medios de comunicación
sobre las condiciones deplorables en las que habían luchado y las
terribles improvisaciones que habían tenido que enfrentar, ni tampoco con los relatos de sus vivencias, propios de una guerra de trincheras. Ante la dificultad de hacer entender en qué consistió “su”
guerra o la minusvaloración de esta por parte de los “otros” –desde
la óptica de los protagonistas–, muchos optaron por compartir sus
experiencias solamente con aquellos que habían vivido lo mismo,
los únicos que podían comprenderlos cabalmente.
Por otro lado, los testimonios de aquellos que habían combatido en el frente de batalla no solo echaban luz sobre las tremendas
dificultades logísticas que habían sufrido, sino que, por oposición,
denunciaban los privilegios de los que habían gozado aquellos que
habían estado en Puerto Argentino casi como una obscenidad. Recordemos los relatos de los soldados del Ejército que fueron incluidos en el capítulo 2: “La falla estuvo allá abajo, en donde todo sobraba, y no se repartía (…). Volver al pueblo y ver la diferencia que
había era volverse locos”. Esos testimonios fueron publicados por
La Semana, una revista de gran difusión, en julio de 1982. En este
marco, ya en estos primeros meses de la posguerra, quedó claro cuáles serían aquellas voces autorizadas para hablar de la guerra: las de
aquellos soldados que habían estado en las trincheras, combatiendo y enfrentando las máximas dificultades. El resto tendría siempre
un lugar secundario frente a esos testimonios. Desde temprano, los
propios sobrevivientes de la guerra construyeron una jerarquía de
vivencias basada en el dolor y el sufrimiento: quienes más habían
144
Andrea Belén Rodríguez
sufrido, más derecho tenían para hablar del conflicto. Esta situación es otro factor que explica el denso silencio en que se sumieron
los integrantes del Apostadero –conscriptos y militares por igual–,
en la medida que parecía que ellos no habían vivido la “verdadera”
guerra o, peor aún, que eran culpables del desabastecimiento logístico y del sufrimiento de sus compatriotas que habían permanecido
en las trincheras.
En otros casos, el choque entre las expectativas sociales y los
relatos de quienes habían luchado en la guerra se debió a la forma
particular en que cada uno de los ex combatientes dio sentido a su
vivencia. Algunos de ellos no retornaron con la sensación de haber
sido parte de algo histórico o de haber vivido una experiencia límite, sino más bien lo naturalizaron como una acción que debieron
cumplir por estar en el servicio militar obligatorio o por ser parte de
las FF.AA., y, ahora que volvían, querían retornar a la vida normal
de paz. Sencillamente, muchos no hablaban porque no dimensionaban su experiencia. No sabían bien qué contar, nada les parecía
demasiado extraordinario. Luego de decir que su familia siempre
lo cuestionó porque se reunieron muchas veces para escucharlo y
contenerlo en la inmediata posguerra, y él “no le daba bolilla a la
cosa”, el ex soldado Julio Casas Parera explica ese desencuentro con
sus seres queridos: “Yo desde el primer día empecé a hablar, pero
hablaba de cosas puntuales, y muy como que las cosas las hacíamos
naturalmente, qué se yo, o sea que te contaba que habíamos ido a
minar y te lo contaba así, como vos que me contás esto y lo otro,
no… o sea no le agregaba esa cuota de…” (30/11/2007).
Asimismo, otros callaban sus vivencias públicamente porque
sentían que eran percibidos como “fenómenos”, “bichos raros”, lo
que dificultaba un rápido retorno a su vida normal prebélica. La
conjunción entre no dimensionar la propia vivencia de la guerra y
la fascinación que esta generaba en algunas personas por tratarse
de una experiencia extraña y disruptiva, fue un “combo” explosivo
que tuvo como resultado no solo el silencio si no también el aislamiento de muchos ex combatientes, como recuerda el ex conscripto Gabriel Asenjo:
Batallas contra los silencios
145
La gente que venía a verme, la echaba, no los quería ver, o sea
no es que no los quería ver, era “hola, ¿cómo te va?”, pero era
“hola, ¿cómo te va?”, yo no quería que me traten… (…) Cayeron un par de tarados a preguntar si había visto muertos y todas
esas cosas, entonces yo me sentía una especie de fenómeno y
me molestaba. Entonces cuando venía alguien yo no lo quería
recibir (23/6/2010).
En fin, en el contexto pos-Malvinas, muchos integrantes del
Apostadero se sintieron incomprendidos por los “otros”, porque no
compartían el sentido dado a la contienda, por sus expectativas irreales sobre lo que era una guerra o contrarias a sus vivencias en las islas,
y/o por la sensación de ser “fenómenos”. Estas situaciones impulsaron a muchos de ellos a guardar silencio sobre sus experiencias, y a
refugiarse en sí mismos, aislándose de la sociedad. En otros casos, lejos de ocultarse y callarse, se reunieron y conformaron agrupaciones
con el objeto de reclamar el lugar que les correspondía en la esfera
pública y canalizar las demandas de reconocimiento y reparación por
su participación en la guerra; aunque, finalmente –como veremos en
el próximo capítulo–, el espacio conquistado fue bastante limitado.
Esto fue así porque el desencuentro entre los sentidos hegemónicos
del conflicto y los construidos por los propios ex combatientes no
solo tuvo consecuencias simbólicas –la imposibilidad de hablar de
sus vivencias–, sino también tuvo efectos prácticos bien concretos
que condicionaron el regreso de los sobrevivientes de la guerra a sus
grupos de pertenencia y a sus ámbitos cotidianos.
Retornos a los espacios cotidianos
¿Cómo fueron los regresos de los integrantes del Apostadero
a sus espacios de cotidianeidad en los ochenta? ¿Qué situaciones
alimentaron su sensación de incomodidad o de estar de más? ¿Qué
dificultades tuvieron que enfrentar en sus retornos a la militancia,
los grupos de amigos, el club, la escuela, la universidad y el trabajo? ¿A quiénes se acercaron o a qué estrategias apelaron para hacer
frente a estas?
146
Andrea Belén Rodríguez
Los regresos de los miembros del Apostadero a sus ámbitos
cotidianos estuvieron atravesados por múltiples condicionamientos
y experiencias inéditas, que profundizaron su distanciamiento de la
sociedad y alimentaron la sensación de soledad. Ello se debió principalmente a dos factores. En primer lugar, a situaciones comunes
al regreso de todo ex combatiente, producto de las secuelas de haber
atravesado una experiencia traumática de convivencia con la muerte. En segundo lugar, a circunstancias específicas de la posguerra de
Malvinas, de la forma en que la sociedad, los distintos gobiernos y
los ex combatientes pudieron lidiar (o no) con la derrota. En tal sentido, por un lado, las imágenes construidas sobre el conflicto y los
combatientes en el ámbito público, y por otro, la práctica ausencia
del Estado condicionaron de distinta forma su “reinserción social”55
en los diversos ámbitos y dejaron a los ex combatientes solos frente
a las marcas de la guerra, por lo menos hasta fines de los ochenta,
aunque también mucho después.
Con respecto a las dificultades y emociones inéditas que experimenta todo combatiente al regresar de una guerra, la sensación
de encontrarse en un espacio y tiempo indefinido es una de las más
recurrentes. Si muchos protagonistas viven la guerra como una “discontinuidad” (Leed, 2009) en su vida e identidad, como un estar
fuera de tiempo/espacio por la imposibilidad de articular esa experiencia límite con el pasado vivido, ahora, al regresar, ocurre lo
mismo: durante un tiempo, los ex combatientes marcados por la
vivencia bélica no logran reencontrase en los tiempos de paz.
La mayoría de los integrantes del Apostadero recuerdan que esa
sensación de no encontrarse “aquí” ni “allá” –ni en el continente ni
en las islas, ni en la paz ni en la guerra– que vimos en los primeros
momentos del regreso, la experimentaron más profundamente durante los primeros meses de la posguerra y, en ocasiones, continúa
aunque atemperada aún hoy. El ex conscripto Fernando González
Llanos recuerda esa sensación de no estar “aquí ni allá”: “Todas esas
primeras semanas fueron muy raras, me sentía muy raro (…). La
misma sensación que allá, es decir: ‘¿Qué hago acá? ¿Qué es esto?’
Me acuerdo de viajar en el colectivo y mirar todo” (10/8/2010).
55 Opté por entrecomillar “reinserción social” porque son términos nativos de la época.
Batallas contra los silencios
147
Asimismo, los cambios en la percepción de la vida y la muerte
que trae aparejada toda experiencia bélica condicionan los regresos
de los combatientes en un comienzo y explican esa dificultad de
articular los tiempos de paz con el pasado bélico. En tanto conciben
que en la guerra “alcanzaron la cumbre de su existencia, experimentaron la vida en su máxima intensidad, y al hacer eso, se habían
realizado totalmente” (Garton, 2000: 228), el regreso a la rutina, a
la futilidad de la vida cotidiana, lo perciben imposible y, en ocasiones, irreal. Sencillamente, no le encuentran sentido ni relevancia a la
vida de paz. Se produce, por ende, una relación de mutuo extrañamiento entre los ex combatientes y los civiles, como explica Guber
para el caso de Malvinas: “Como en el no reconocimiento mutuo
del pasado del otro, el extrañamiento funciona en dos sentidos: los
civiles tratan a los ex conscriptos como una curiosidad, mientras
que los ex soldados no pueden tolerar el absurdo de la rutina civil
(y […] también encuentran difícil tolerar los rigores inútiles de la
rutina militar dentro de la guarnición)” (2004: 78).
En efecto, en el capítulo anterior vimos que los ex combatientes se enfrentaban a las nociones de autoridad propias de la jerarquía
militar y a las prácticas habituales del servicio militar obligatorio
porque les parecía ridículo que ahora los entrenaran, cuando ya habían atravesado una experiencia bélica; pero, también, porque no le
encontraban sentido. Esa misma percepción se extendió, en general,
a su cotidianeidad en todos los ámbitos de la vida. Por ello, en un
comienzo, muchos ex combatientes optaron por vivir al límite, y
salieron y viajaron en forma compulsiva.
Esa vida vertiginosa puede estar vinculada a la necesidad –que
expresan los ex combatientes cuando regresan– de disfrutar la vida
al máximo porque ya habían pasado por la muerte: luego de la
guerra, la vida era un regalo y había que aprovecharla, sin preocuparse por los problemas cotidianos que percibían intrascendentes.
El ex soldado Alejandro Diego explica claramente esa percepción
cuando rememora la muerte de un marino que estaba a su lado:
“‘Este amanecer Turano ya no lo ve y yo sí, es un regalo de Jesús, a
partir de ahora, mi vida es un regalo, y todo lo que reciba es extra’,
y a partir de ahí, cambié mi visión de todo. (…) En que ya estaba
148
Andrea Belén Rodríguez
muerto, yo ya morí el 26 de mayo de 1982 a las dos de la mañana,
morí, y llevo 23 años de regalo”. Las primeras semanas tras el conflicto, Alejandro estuvo buscando la mejor forma de vivir: “Aparte
no quería estudiar más, decía ‘hay que vivir, yo no sé cuándo me
muero’ (…). Me tendría que haber ido a la droga así, viste, a la vagancia, porque había que vivir” (26/11/2007).
Muchos integrantes del Apostadero alternaron esta necesidad
de salir y viajar con el aislamiento. La reclusión en sus hogares y el
alejamiento de los círculos sociales que frecuentaban antes del conflicto fue una situación común en la posguerra de muchos ex combatientes, que se debió a diversas variables.
En algunos casos, las secuelas de guerra, producto del estrés
postraumático, pueden explicar ese distanciamiento. Muchos integrantes del Apostadero volvieron algo aturdidos de la guerra, no
querían/podían hablar de una experiencia que los había marcado a
fuego y, como consecuencia, se aislaron. El caso del entonces joven
cabo Sergio Fernández es uno entre muchos otros: “Cuando llegué,
me quedé en mi casa no quería ni salir, venían mis compañeros del
barrio para ir a los asaltos [bailes], no quería hablar con nadie, durante mucho tiempo estuve así” (21/12/2007).
En un comienzo, la imposibilidad de combatir o controlar
algunos síntomas como las pesadillas, la violencia contenida y el
temor a los ruidos fuertes de sirenas, explosiones o aviones, que
tenían como consecuencia reacciones inconscientes e impulsivas,
como tirarse al piso o refugiarse en algún rincón, condujo a algunos
ex combatientes a encerrarse en sus hogares ante la vergüenza a que
les ocurriera nuevamente en público. Asimismo, la culpa, la sensación de deuda con los caídos, de que la propia vida continuó porque
las de otros se truncaron, fue otro de los factores que profundizó
el distanciamiento social. El caso del ex soldado José Bustamante,
cuya guerra estuvo marcada por un gran contacto con las tropas en
el frente de batalla, es bien claro al respecto:
La posguerra para mí fue bastante difícil de llevar, o sea, porque
después entrás en tu vida y pensás por qué vos sí, y el otro no,
me entendés, o sea, para mí fue un tema muy, muy difícil ese
de superarlo durante años. Por eso siempre fui medio aislado de
Batallas contra los silencios
149
todo, y después me aislé más todavía, me quedé más solo en la
vida todavía, porque no quería pasar las fiestas (…). Decís “¿por
qué yo tengo que estar festejando la Navidad o esto y lo otro, y
otros compañeros… o por lo menos… o formar una familia?”
(6/9/2007).
En otros casos, no fueron las secuelas de guerra las que motivaron el aislamiento y distanciamiento de la sociedad, sino más bien
la sensación de incomprensión de la propia experiencia por parte
de los “otros” que habían permanecido en el continente. Desde la
perspectiva de los ex combatientes, ellos de ninguna forma podrían
comprender su vivencia extrema –ni nunca lo harían– porque no
habían vivido nada similar.
A eso se sumaba, como vimos, otro elemento clave y particular de la posguerra de Malvinas: los sentidos antagónicos que la
sociedad y los sobrevivientes de la guerra habían elaborado sobre
el conflicto bélico. Claramente, la voluntad de cierre del pasado
bélico de grandes sectores sociales era una situación imposible de
aceptar por quienes habían luchado en las islas y estaban marcados
por la experiencia de guerra y la muerte de sus compañeros. Los
ex combatientes percibían que quienes habían permanecido en el
continente parecían haber pasado la hoja de Malvinas demasiado
rápido: la guerra parecía no haber sucedido. Por esta mirada de los
“otros”, se sentían como una presencia-ausente en la sociedad argentina, que así como reconocía su existencia (ya que los identificaba con el rótulo de “ex combatientes” y de vez en cuando les
daba un lugar en la prensa) a la vez intentaba ocultarla y negarla lo
más posible. Es por eso que algunos de ellos optaron por mudarse
a otro país, o pensaron en esa opción: “Y yo no quería, odiaba al
pueblo argentino, sentía que ellos nos habían mandado a la guerra
y que ellos nos olvidaron (…). Me quería ir a la mierda” (Alejandro
Diego, 26/11/2007).
Esa imposibilidad de comprender y reconocer la sociedad a la
que pertenecían, de identificarse con ella por su voluntad de olvido, profundizó la sensación de alienación de los ex combatientes y
su aislamiento de la sociedad, que se encarnó concretamente en el
alejamiento de sus grupos de pertenencia. El “ex colimba” Gabriel
150
Andrea Belén Rodríguez
Asenjo marca un antes y después de la guerra en sus amistades. El
hecho de percibir que su grupo de amigos del barrio eran indiferentes a una experiencia, que para él había significado un quiebre en
su vida, provocó un distanciamiento que finalmente fue definitivo.
Luego de la guerra, ya no había identificación posible:
Yo tengo los amigos de antes de la guerra y los amigos de posguerra. Todos mis amigos de antes de la guerra, me distancié
de todos, (…) porque cuando yo volví de la guerra, yo vi como
ellos habían seguido su vida normal, se preocupaban por sus
cuestiones personales, de la minita, el baile, qué se yo, y es como
que les había importado un carajo todo lo que había pasado.
Entonces, si bien a mí no me gustaba que me traten como un bicho raro por haber ido a la guerra, la gente, tus afectos, la gente
cercana tuya, verlos en la pelotudez, y que le importe un pito lo
que a vos… no a vos, porque en realidad yo estaba bien, pero yo
me acuerdo la cara de S., me acuerdo de S. que hizo la primaria
conmigo y se sentaba adelante, y que se murió allá (23/6/2010).
Asimismo, debido al sentido que sus compañeros de la Federación Juvenil Comunista de Vicente López le otorgaban a la dictadura, a la guerra y a sus protagonistas, Claudio Guida se sintió fuera
de lugar cuando regresó al espacio donde militaba antes de ingresar
al servicio militar obligatorio: “Ellos eran muy duros con el tema,
todo milico era castigado, y yo decía: ‘Pará, que no fue todo así’.
‘Vos cambiaste, a vos te comieron la cabeza’” (29/11/2007).
Luego de la guerra, Claudio y sus compañeros de militancia no
compartían su percepción de la realidad argentina, o por lo menos
las urgencias que había que enfrentar en la temprana transición. Si
a tono con lo que estaba ocurriendo públicamente, la prioridad de
“la Fede” era luchar contra la dictadura y denunciar las violaciones
a los DDHH cometidas por las FF.AA., en una lucha que denostaba todo lo que fuera militar, Claudio no podía menos que sentirse
incómodo en ese ambiente: en su experiencia, había superiores del
Apostadero que habían tenido una buena actuación o, al menos,
que se habían preocupado por sus subordinados. La experiencia de
Claudio que matiza los negros y blancos con grises, no tenía lugar
Batallas contra los silencios
151
en un momento en el que la clave de la época era la oposición cívico-militar.
Finalmente, si bien continuó militando un tiempo más en la
Federación, esa militancia ya no tenía el mismo sentido para Claudio, y las diferentes percepciones sobre la guerra y la dictadura marcaron su definitiva desvinculación:
Fue como que me empecé a separar, no podía encajar, el odio a
lo que había pasado acá, yo lo tenía por otro lado, yo estaba muy
sensibilizado por la guerra, con mis compañeros, con Malvinas,
con los pibes, con los que volvíamos y se empezaban a suicidar
o no salían de Campo de Mayo (…). Bueno, ahí me empecé
a despegar, o sea, porque no pensaban como yo (…) Seguí un
tiempo más, pero ya este… iba a las fiestas, iba a las reuniones,
pero no discutía mucho de política. (…). Entonces iba a las
peñas, compartía los cantos “Con Fidel te decimos...”, ya era
simpático, era ir para levantarse minas (29/11/2007).
Entonces, ese desencuentro entre los sentidos de la guerra y la
dictadura de los integrantes del Apostadero, y aquellos hegemónicos en el espacio público, condicionó el regreso de quienes habían
combatido a sus ámbitos cotidianos. Muchos recuerdan sentirse incómodos o fuera de lugar en ese clima de posdictadura, en el que
o no se hablaba públicamente de la guerra o, cuando se lo hacía,
era solo para alimentar al desprestigio castrense, pero rara vez para
reivindicar a quienes habían combatido o a la causa de soberanía
por la que lucharon. Al respecto, Ricardo Pérez evoca su regreso al
colegio secundario en el contexto de resurgimiento de los centros de
estudiantes, que se sumaban a la oposición cívico-militar con una
prédica profundamente crítica de las FF.AA.:
Yo terminé la secundaria obviamente con… no la simpatía de
muchos (…). Porque se estaba terminando la dictadura, yo era
de uniforme, no todo el mundo tenía idea lo que yo era, si era
conscripto o no, la gente… yo obviamente en algunos cosas defendiendo y en otras atacando. Estaba desubicado totalmente de
la realidad de mis compañeros, mis compañeros estaban con “se
va a acabar, se va a acabar…” [“…la dictadura militar”, cántico
152
Andrea Belén Rodríguez
típico en las manifestaciones de la época] y yo estaba todavía
tratando de reencontrarme a mí, de cómo mierda se usaba el
cepillo de dientes. Había muchos valores que estaban al revés,
un tipo estaba preocupado por la camisa, y yo estaba tratando de
dormir a la noche, de darme cuenta de qué, qué había pasado,
porque era mucha información para procesar (26/11/2007).
Esta imagen pública que demonizaba a las FF.AA. significó
un problema aún más grave para aquellos militares que se habían
retirado de la fuerza o dado de baja cuando regresaron de la guerra. En un contexto de crisis económica, las búsquedas laborales de
aquellos, por lo menos de quienes no tenían oficio, fueron arduas,
y rápidamente aprendieron que ocultar su identidad (la condición
de militar y también de veterano de guerra, como veremos) era la
clave del éxito.
Ese desprestigio pretoriano, entonces, influyó en las opciones
laborales de algunos ex combatientes. Así como muchos militares
veteranos de guerra se retiraron o se dieron de baja de la fuerza ni
bien regresaron, algunos ex soldados integrantes del Apostadero que
pensaban seguir la carrera militar antes de la guerra, descartaron esa
posibilidad. Por caso, el ex conscripto Marcelo Padula, que siempre
había tenido entre sus ambiciones seguir la carrera militar, decidió
romper con la tradición familiar debido a la desilusión por la actuación de la Armada.
Asimismo, otra imagen social de los combatientes condicionó
sus regresos y dio la pauta a todos los protagonistas de la guerra de
que si querían insertarse en el mercado laboral, deberían ocultar su
condición de veteranos de guerra. Lo cierto es que para gran parte de la sociedad, los sobrevivientes del conflicto eran “locos de la
guerra”, personas desequilibradas y violentas, con graves problemas
psicológicos que no respetaban la autoridad, las normas ni el orden.
Esta estigmatización de los ex combatientes fue un grave problema
que los miembros del Apostadero debieron enfrentar y que condicionó desde sus búsquedas laborales hasta sus relaciones sociales.
Los rumores de aquellos que no los habían tomado en diversas
empresas solo por temor a las condiciones en que se encontraban se
difundieron rápidamente. Además, las denuncias en la prensa por
Batallas contra los silencios
153
la discriminación y la desocupación de aquellos que habían luchado
estaban a la orden del día.56 De hecho, como en el sentido común
emplear a un ex combatiente era equivalente a emplear un problema,
muchos apelaron a la estrategia de ocultar tal condición al momento
de buscar trabajo. Cantidad de testimonios así lo ponen de relieve.
Solo por citar uno, veamos el caso del ex conscripto Ricardo Pérez:
Por norma cada vez que cambiaba de laburo se enteraban que
era veterano de guerra después, nunca antes, porque nunca sabés
cómo te va a jugar (…) Entonces primero que me conozcan,
porque estaba el estigma del “loquito de la guerra”, de los rayados. Convengamos que muchos de los nuestros no ayudaban a
mejorar la imagen, pero era gente que estaba mal, no tenía ningún tipo de soporte y estaba hambreada, ¿qué otra le quedaba?
Y, ojo, porque también mantuvieron la imagen de “estamos acá,
somos”. Yo en contraposición no me mostré y en cierto modo
hasta me escondí (17/4/2010).
Como estos prejuicios se extendieron rápidamente, muchos
ex combatientes optaron por esconderse, en términos de Ricardo.
De hecho, gran parte de los integrantes del Apostadero reconoce
que durante mucho tiempo ocultaron su condición de veteranos
de guerra en todos los ámbitos de socialización, porque sentían que
su pasado bélico los condicionaba a la hora de entablar relaciones
sociales o, por lo menos, condicionaba la mirada de los “otros”. Alejandro Egudisman reflexiona con humor sobre esa estigmatización
en las relaciones de pareja:
En muchos casos te tildan de loco, te vuelvo a repetir: hacés lo
mismo que cualquiera, pero sos veterano, y tenés la carga del
veterano (…). Yo a mi pareja le puedo decir: “Me siento asfixiado, me siento ahogado”, y vos decís típica frase que les pasa a
todos, y como yo soy veterano [me dicen:] “Vos ya no estás en
la guerra”. ¡Flaca no es por eso! (11/8/2010).
No solo las imágenes hegemónicas sobre el conflicto y sus protagonistas condicionaron los retornos de los sobrevivientes de la
56 Clarín Revista, 27/3/1983.
154
Andrea Belén Rodríguez
guerra a sus ámbitos de cotidianeidad. También existió otra realidad
ineludible que determinó que los civiles y militares ex combatientes se encontraran librados a su suerte en la posguerra: la ausencia
casi total del Estado durante gran parte de los ochenta. En efecto,
como vimos, ante la incomodidad que generaba Malvinas y frente
a otras tareas que percibían como más urgentes, ni el gobierno
militar ni el democrático, hasta 1988, implementaron políticas
integrales y coherentes destinadas a contener a la población de
ex combatientes. Solo desplegaron medidas aisladas y desarticuladas, que fueron completamente insuficientes ante la tremenda
demanda que enfrentaban.
En principio, antes de abordar esas políticas, hay que tener
presente una dificultad cierta que plantearon los jóvenes ex combatientes al Estado en lo legal, que dio origen a situaciones de difícil
resolución:
Me reincorporo al colegio, primer boletín. El boletín me lo dan,
cazo el boletín, se lo doy al preceptor: “Esperá, se lo tenés que
llevar a tu viejo”. Le digo: “Escuchame una cosa, andá a decirle
al director –si querés yo te acompaño– que hace tres meses, dos
meses atrás, yo andaba buscando a uno para volarle la cabeza. Si
tiene algún tipo de inconveniente que yo sea responsable por mi
firma, yo lo acompaño a hablar con el ministro si es necesario,
yo le voy a explicar por qué yo considero que me puedo firmar a mí mismo ya”. Pero legalmente no podía (Ricardo Pérez,
26/11/2007).
Esa fue otra de las grandes paradojas que tuvieron que enfrentar los ex soldados a la vuelta. Si, contraponiéndose a la imagen de
“chicos de la guerra”, los jóvenes ex conscriptos de 19 y 20 años
afirmaban que el haber pasado por una guerra los había alejado de la
niñez, los había ayudado a madurar y a acercarse a la adultez, lo cierto es que su experiencia no era contemplada en la esfera de lo legal:
para la ley argentina, los jóvenes menores de 21 años eran menores
de edad, incapaces ante la ley,57 y por lo tanto para muchos trámites
57 Esta situación se produjo porque la mayoría de edad se mantuvo en 21 años, aun cuando
en 1973 se modificó la edad de reclutamiento de 21 a 18 años.
Batallas contra los silencios
155
necesitaban de un tutor adulto que respondiera por ellos, como, por
ejemplo, para las decisiones de tratamiento médico, para gestionar
indemnizaciones por daños físicos y psíquicos, para adquirir propiedades, o para firmar documentación.
De todas formas, ciertas situaciones sí fueron resueltas por el
Estado en los ochenta mediante medidas aisladas destinadas principalmente a aquellos que estaban fuera de las FF.AA. En algunos
casos, estas políticas fueron generales y abarcaron la totalidad de la
población de ex combatientes que estaba afectada por cierta problemática: por ejemplo, la resolución del régimen militar de que todos
los organismos públicos y empresas estatales debían favorecer el ingreso de ex combatientes, o que las faltas de los ex soldados en los
colegios serían condonadas.58 Pero, en otros, es evidente que si bien
a veces seguían una orientación oficial, las medidas fueron tomadas
por propia iniciativa por las diversas entidades públicas o por cada
una de las fuerzas, lo que revela la tremenda desorganización que
caracterizó la política seguida por el régimen militar.
En el caso de los ex conscriptos del Apostadero, algunos se
vieron favorecidos por las facilidades que ciertas instituciones educativas otorgaron a los ex combatientes para finalizar sus estudios
secundarios o para reintegrarse a la universidad ni bien regresaron.
Por caso, Eduardo Iáñez pudo terminar sus estudios secundarios
gracias a los cursos intensivos para ex combatientes que dictaron
las escuelas técnicas. Alejandro Diego retomó sus estudios debido a
un curso intensivo que dictó la Universidad de Buenos Aires para
regularizar la situación de quienes habían luchado en las islas. Carlos Olsece pudo ingresar a la Facultad de Medicina gracias a una
excepción otorgada por esa misma universidad, a raíz de una carta
publicada por su padre en el diario Clarín (4/8/1982).
Otros ex conscriptos pudieron insertarse en el mercado laboral debido a la ley de la dictadura militar que favorecía el ingreso de ex soldados combatientes en la administración pública
o en las empresas estatales. Así, Claudio Guida y Eduardo Iáñez
ingresaron a SEGBA, Osvaldo Corletto al Banco Nación y José
58 Convicción, 27/6/1982.
156
Andrea Belén Rodríguez
Bustamante a una empresa ferroviaria. Sin embargo, que existiera
la ley no implicaba que tuviera efectos en la práctica, ya que, en
algunos casos, su cumplimiento dependió de la arbitrariedad de
quien estuviera a cargo de la empresa o la filial, y del contexto
económico nacional.59 Para José Bustamante, un ex conscripto de
condición humilde que vivía en Bahía Blanca, el ingreso a una
empresa ferroviaria del Estado no fue nada sencillo. Luego de que
el encargado en Bahía Blanca le negara el ingreso supuestamente
porque no había vacantes (aun cuando José le recordó la ley que
favorecía a los ex combatientes), viajó a Capital Federal para entrevistarse con el jefe de Personal y, por su intermedio, logró el tan
ansiado puesto. Como todo en su vida, eso también fue producto
de su lucha (6/9/2007).
Además, desde 1988, los ex conscriptos tuvieron la posibilidad de ampararse en la Ley Nº 23109 de Beneficios Sociales destinada a los ex soldados combatientes que promulgó el gobierno
democrático (esta sí era una ley integral que establecía beneficios de
salud, vivienda, trabajo y educación, realizada a partir del proyecto
de las primeras agrupaciones de ex combatientes).60 Gracias a esa
ley, algunos de ellos terminaron sus estudios en el Nivel Superior o
pudieron insertarse en el mercado laboral.
No obstante, las medidas implementadas a lo largo de los
ochenta, tanto durante el régimen militar como durante el gobierno democrático, no solo fueron aisladas e insuficientes para
los ex conscriptos, o no se cumplieron en la práctica, sino que directamente no ampararon a aquellos militares que se habían dado
de baja o retirado de la fuerza. Esto determinó que, en muchos
casos, sus posguerras fueran realmente muy difíciles y estuvieran
atravesadas por una inestabilidad laboral constante. Lo cierto es
que en un contexto de crisis económica, la desocupación fue una
situación que afectó a muchos jóvenes, solo que los ex comba59 Alrededor de 1800 ex soldados pudieron ingresar a la Administración Pública Nacional
hasta 1985, cuando se congelaron las vacantes debido a la crisis económica (Comisión Nacional de Ex Combatientes, 1997: 5).
60 La tardanza en la reglamentación de la ley da cuenta de hasta qué punto Malvinas era un
tema incómodo para el gobierno democrático. Si bien la ley fue sancionada en 1984, recién
fue reglamentada cuatro años después por el Decreto Nº 509/88.
Batallas contra los silencios
157
tientes además enfrentaban otras dificultades por los preconceptos
que traía aparejada su imagen, más aún si habían sido militares.
Ese fue el caso de Ramón Romero, quien estuvo trabajando irregularmente en diversas actividades –desde albañilería hasta venta
de planes de ahorro de electrodomésticos–, hasta que luego de
una ardua búsqueda logró conseguir un empleo estable. Las esperanzas e ilusiones que Ramón se había hecho al dejar la Armada
en 1985 debido a la “promesa democrática”, rápidamente fueron
defraudadas:
Yo pensé: “Bueno, me voy de baja pero algo voy a conseguir…”
Había tantas promesas, de que el país iba a avanzar y que iba a
haber tanta prosperidad con la democracia. (…) Vine a sacar
la libreta de fondo de desempleo que se sacaba en la UOCRA
[Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina],
para entrar de albañil en una obra que estaban haciendo en Punta Alta, que a lo mejor tenía la oportunidad de entrar a trabajar,
así que estaba tirado como el perejil en ese momento. Y vine acá
a Bahía justamente a hacer el trámite, y compro el diario (…).
Me senté en la plaza a mirar los avisos, y necesitaban (…) un
maletero en el Hotel Austral. Así que agarré el diario debajo del
brazo y me fui al Hotel Austral. En ese momento estaba desprolijo, de forma personal, estaba barbudo, y con pelo largo, y
cuando me hacen la entrevista… era el dueño del hotel. Y bueno
le comento ahí que había estado en Malvinas, en Marina, y me
dice: “Pero, bueno, y usted con esa presentación que tiene no...”
(…). Tenía razón el tipo. Y le digo: “No, pero si yo consigo el
trabajo, yo me pongo en condiciones, para mañana yo voy a la
peluquería y todo”. Y me dice: “Y bueno, venga mañana”. Y así
que, ahí empecé a trabajar (22/6/2007).
A aquellos jóvenes que habían dedicado su vida exclusivamente
a la Armada y no tenían un oficio o profesión, se les presentaban
múltiples interrogantes sobre qué hacer en el futuro. En realidad,
muchas veces ni siquiera sabían bien a qué les gustaría dedicarse,
como recuerda Guillermo Ni Coló: “Yo cuando dejé la Marina no
sabía qué hacer. Compré el diario Clarín, agarré los clasificados,
158
Andrea Belén Rodríguez
me senté al lado del Obelisco y empecé a mirar ofertas y me dije:
‘Si yo no sé hacer nada’”. Para colmo de males, cuando se fue de
la fuerza, Guillermo se enteró que sus estudios como suboficial no
equivalían a un título secundario: “Entonces sin una secundaria,
sin experiencia laboral, solo con este estudio… lo vi muy difícil.
Entré el Congreso como cadete y me destinaron a la fotocopiadora” (Herrscher, 2007: 326).
Distinta fue la situación de aquel personal de cuadro que hacía años que prestaba servicio en la Armada, y que había adquirido
una gran experiencia en su especialidad, o que había estudiado una
carrera antes de ingresar a la fuerza. En esos casos, conseguir trabajo
fue relativamente más fácil y, en ocasiones, estos militares ingresaron en empresas donde tuvieron una retribución económica que
superó el salario que cobraban cuando estaban en la fuerza, y su
nivel de vida mejoró notablemente. Esa fue la situación vivida, por
ejemplo, por el oficial Hugo Peratta, especialista en electricidad, por
el médico Guillermo Klein y por el maquinista Oscar Luna.
Frente a la práctica ausencia del Estado en los ochenta y los
múltiples condicionamientos que les imponían las imágenes bélicas
arraigadas en el sentido común, los ex combatientes acudieron a
todo aquel que pudiera ayudarlos para retomar su vida después de
la guerra, para elaborar la experiencia y superar las secuelas, y fundamentalmente para regresar a sus espacios de cotidianeidad. Lo cierto
es que en la temprana posguerra el principal soporte que tuvieron
tanto los civiles como los militares que habían luchado en las islas
fueron sus familiares y amigos. La contención afectiva y material de
sus seres queridos fue la clave de sus posguerras.
En tal sentido, hay que considerar un factor bien importante
para comprender las posguerras de los ex soldados del Apostadero:
muchos de ellos pertenecían a la clase media. Es por ello que pudieron disponer de tiempos laxos a la hora de insertarse en el mercado
laboral o de continuar los estudios; es decir, no necesitaban decidir
con urgencia qué iban a hacer de sus vidas dado que, en principio,
sus padres podían sostenerlos. Además, la ayuda de sus seres queridos fue clave para la continuación de sus estudios en los niveles
superiores, o para conseguir trabajo, porque ellos eran propietarios
Batallas contra los silencios
159
de negocios y trabajaban en forma independiente o porque apelaron
a sus conocidos para lograr una ocupación laboral para sus hijos.
De todas formas, ni bien regresaron, los ex combatientes también contaron con la ayuda de otras personas e instituciones. Por
un lado, algunos de sus conocidos se solidarizaron con su situación
e hicieron lo imposible para ayudarlos en sus regresos. Por ejemplo,
los docentes de algunos soldados estaban mucho más preocupados
por las condiciones en que se encontraban que por la promoción de
las materias que debían o por los requisitos necesarios para egresar.
O, en otros casos, como en el de Claudio Guida, las redes afectivas, que en su caso se cruzaban con redes de militancia construidas
previamente a la guerra, le dieron la oportunidad de hacer frente
a las marcas de esta en otro espacio y con otro rol, ya que el padre
de un amigo de Claudio, “un comunista de los viejos”, lo motivó
a acercarse a un club barrial de Vicente López y a participar en la
comisión directiva para evitar su aislamiento. Ese fue uno de los
espacios donde Claudio continuó su militancia –no partidaria, esta
vez– durante años:
Cuando yo vengo de Malvinas a los veintipico de años, el papá
de Daniel me pone en la comisión del Club, amén que organicé cenas para saludar a los veteranos de guerra del barrio. Yo
decía: “Este tipo está loco, me quiere dar responsabilidades en
una comisión directiva, que yo no entiendo nada, y aparte yo
tengo la cabeza en otra cosa, yo quiero escabiarme y vivir mi
vida”. (…) Pero el viejo del Negro Daniel fue el que me mete
en la unión del club y yo no entendía por qué, y lo que estaba
haciendo el viejo (…) era salvarme de mi ostracismo de que yo
iba a quedarme, como me quedé un tiempo, encerrado en casa
(29/11/2007).
Por otro lado, varias entidades intentaron suplir la ausencia gubernamental tanto en lo simbólico –el reconocimiento y homenaje
a los sobrevivientes de la guerra–, como en cuestiones materiales
básicas, vinculadas a la salud, vivienda, trabajo y educación. Por
ejemplo, como vimos, algunos integrantes del Apostadero tuvieron
un gran recibimiento en las escuelas, clubes de barrio o partidos
160
Andrea Belén Rodríguez
en los que militaban, los que incluso les rindieron homenaje en
ceremonias públicas. En otros casos, fueron instituciones creadas al
calor de la guerra –para contribuir al esfuerzo bélico– o en la posguerra –para contener a los ex combatientes– las que colaboraron
con ellos.61
Sin embargo, la buena voluntad de esas entidades no siempre
tenía resultados positivos en lo concreto. El ex soldado Claudio
Guida recuerda que ni bien regresó intentó conseguir trabajo vinculándose con CONAMA (Consejo Nacional de Ayuda para Malvinas), una iniciativa de la Liga de Amas de Casa patrocinada por la
Fundación Fortabat que contribuía con la inserción laboral de los
ex soldados. Pero luego de una entrevista laboral, se fue desilusionado e indignado porque se dio cuenta que algunas empresas que supuestamente se comprometían con la entidad luego no respetaban
la convocatoria; lo hacían solo “para cumplir”:
Me llega una carta del Fondo Patriótico [para que se presente
en la empresa Caja de Direcciones]. “Hola, ¿qué tal?” “Sí, venía
por el aviso”. “Ah, sí. Esperá un segundito”. Jefe de personal,
entrevista: “Sí, ¿qué tal?” (…) “Yo necesito trabajo”. “¿Y vos
qué sos?” “No, yo soy técnico mecánico, caja de dirección, de
autos”. “Ah, pero estábamos buscando a alguien para la parte
contable”. “Bueno, yo trabajé informalmente en la empresa, liquidaba sueldos”. “No, no, mirá. Mejor…”. Me dejaron afuera,
“te llamo”. O sea, te llamaban para cumplir y no cumplían una
mierda. “Bueno ok, gracias”, me fui y dije, ahí me di cuenta que
era todo una mentira (29/11/2007 y 20/4/2010).
Si bien en los ochenta algunas organizaciones o personas puntuales invirtieron esfuerzo y tiempo en colaborar con los soldados
en sus regresos, lo cierto es que esa ayuda lógicamente fue limitada
y duró poco tiempo. En definitiva, esas colaboraciones aisladas no
lograron poner en crisis la percepción de los ex combatientes de
que la sociedad por la que habían luchado les había dado la espalda
luego de la derrota. El desencuentro entre los sobrevivientes de la
61 Sobre las redes sociales constituidas para “reinsertar” a los ex soldados combatientes, ver
Guber (2004: 31-62).
Batallas contra los silencios
161
guerra, por un lado, y el Estado y la sociedad civil, por el otro, tardaría décadas en resolverse. Fue recién cuando los ex combatientes
encontraron un marco social distinto en el que integrar sus memorias cuando fue posible un reencuentro con los “otros” y el cierre
paulatino de esa profunda fractura social.
Los años 2000: reencuentros
La sensación de estar de más, de no encontrar un lugar en la sociedad de la posguerra, permaneció inalterable en los ochenta y gran
parte de los noventa. En un contexto en el que la memoria hegemónica del conflicto bélico sustentaba la percepción de la inutilidad de
sus sacrificios en la guerra y de la muerte de sus compañeros, resulta
comprensible que los ex combatientes se sintieran cuando menos
incómodos y optaran, en el caso de la mayoría de los integrantes del
Apostadero, por aislarse y callar sus vivencias. Recién décadas después, muchos de ellos comenzaron a romper el silencio, producto
de los tiempos personales de elaboración del pasado traumático,
pero principalmente de los cambios en las políticas de memoria
del conflicto.
En efecto, en tiempos recientes, el mapa de las luchas sociales
por la memoria de Malvinas se modificó de forma sustantiva, operándose una fuerte reivindicación de la guerra y de quienes habían
luchado en ella, lo que amplió las posibilidades de hablar y de escucha social de los veteranos. A finales de los noventa y comienzos del
2000, con la conmemoración del vigésimo aniversario de la guerra,
la memoria de Malvinas reingresó a la esfera pública. En el contexto
de la profunda crisis económica, social y política que atravesaba el
país, la revalorización de los tópicos tradicionales vinculados a la
nación se generalizó: los actos patrios sorpresivamente fueron multitudinarios, los banderazos se multiplicaron, hubo un boom de los
libros de divulgación histórica, el folclore retomó impulso e, incluso, los medios de comunicación comenzaron a preguntarse qué
sentidos otorgarle a esta vuelta “al patriotismo”.62 En este contexto,
62 Suplemento Ñ, Clarín, 7/3/1999.
162
Andrea Belén Rodríguez
Malvinas, la causa nacional por antonomasia, regresó con toda su
fuerza a la esfera pública, de la mano de un discurso nacionalista
tradicional en el que la “gesta” y los “héroes” estaban limpios de
toda crítica y cuestionamiento (Lorenz, 2006).
En realidad, no se trataba de una memoria nueva. Desde el fin
de la guerra, las FF.AA. –acompañadas por los círculos cívico-militares tradicionales– habían construido un sentido del conflicto,
que al tiempo que reivindicaba la guerra, ocultaba su pésima actuación en las islas. La memoria castrense inscribió la guerra en la
historia de “gestas patrióticas” fundantes de la nación, por tanto,
a la vez que exaltaba a la guerra como “gesta” por estar basada en
una causa justa de soberanía y destacaba a todos los protagonistas
como “héroes”, descontextualizaba el conflicto de las condiciones
que lo habían hecho posible –puesto que ocultaba las motivaciones
políticas internas que condujeron a él–, lo que permitía reivindicarlo. Para que Malvinas ascendiera al rango de gesta, las FF.AA.
silenciaron su pésimo desempeño en la guerra (o, a lo sumo, cada
fuerza difundió los errores de las otras), y transformaron la derrota
militar en un triunfo moral, al destacar la valentía por haber enfrentado a una potencia mundial luego de años de reclamo “por
la usurpación”, más allá de que el combate fuera desigual y de su
resultado último.
Además, esta retórica tampoco era nueva para el gobierno
democrático, ya que había sido apropiada por el presidente Alfonsín frente a la primera crisis militar que tuvo que enfrentar, y
por el presidente Menem, como parte de su política de “reconciliación nacional”. Así, en 1987, durante el primer levantamiento
“carapintada”, el presidente Alfonsín dio el puntapié inicial para
remilitarizar la memoria bélica, apelando a los sublevados que
habían sido acusados por crímenes en los setenta como “héroes
de la guerra de las Malvinas que tomaron esa posición equivocada” (Lorenz, 2006: 193). Esta resignificación de la memoria
del conflicto fue continuada y profundizada por el presidente
Menem durante toda su gestión, quien mediante diversos gestos
intentó cerrar los pasados más conflictivos de la historia argentina y echar un manto de olvido para, supuestamente, poder mirar
Batallas contra los silencios
163
al futuro.63 Como parte de su política de “pacificación nacional”,
en el plano del pasado reciente, el presidente indultó a los militares
responsables del terrorismo de Estado y de la guerra de Malvinas, y
a las cúpulas de las organizaciones político-militares; desplegó políticas de reparación y reconocimiento destinadas tanto a las víctimas
de la represión ilegal como a todos los veteranos de guerra (civiles y
militares); y recurrió una y otra vez a la causa Malvinas como prenda de unidad de todos los argentinos, con vistas a resolver la crisis
“carapintada” y, a la vez, a controlar al movimiento de ex combatientes (como veremos en el capítulo 5).64
Sin embargo, aun habiendo sido apropiada por los gobiernos
democráticos desde 1987, esa memoria tuvo muy poco impacto en
el espacio público en los ochenta y noventa, y era muy difícil que
lo tuviera, en un contexto de profundo desprestigio militar y de
crisis del relato nacional tradicional. Recién desde principios del
siglo XXI, esta se rehabilitó y regresó al espacio público con toda su
fuerza, en el contexto señalado de crisis gubernamental y de vuelta
“al patriotismo”. Esa retórica se vio alimentada aún más en las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández (2003-2015),
cuya política respecto al pasado reciente fue ambivalente. Por un
lado, uno de los ejes claves de su gobierno fue la memoria, verdad y
justicia respecto al terrorismo de Estado, lo que permitió que algunas agrupaciones de ex soldados combatientes comenzaran a pensar
sus experiencias en otras claves, y pudieran llevar adelante causas
judiciales en las que pedían el reconocimiento de ciertos castigos
brutales que se dieron durante la guerra como crímenes de lesa humanidad (Niebieskikwiat, 2012; Vassel, 2007). Pero, por otro lado,
la política gubernamental respecto al conflicto en sí, en ocasiones,
se ancló en un discurso antiimperialista, latinoamericanista y nacionalista que reivindicaba a la guerra por su causa justa, más allá
63 Para las luchas por la memoria de la dictadura, ver Lvovich y Bisquert (2008).
64 Sin embargo, las fuertes proclamaciones de soberanía fueron solo recursos simbólicos,
ya que al mismo tiempo el presidente Menem reanudó las relaciones diplomáticas con Gran
Bretaña (cortadas desde la guerra) y dejó fuera de la discusión la cuestión de la soberanía de
las islas.
164
Andrea Belén Rodríguez
de las circunstancias en que se dio y, desde esa postura, terminó
alimentando el discurso militar que refiere a “gestas” y “héroes”.65
En definitiva, desde el vigésimo aniversario del conflicto hasta
la actualidad, se consolidó esta narrativa de Malvinas que no busca
deslindar ningún tipo de responsabilidades por la guerra, ya que
afirma que todos los combatientes fueron “héroes” por igual y que
el reclamo soberano está más allá de las circunstancias políticas en
las que se produjo el conflicto. Por supuesto que ello no significó la
desarticulación de la memoria que refiere a la “aventura militar” y
los “chicos de la guerra”, sino que ambos relatos –aun siendo contradictorios– convivían (y aún conviven) en tensión, aunque con
distinto grado de incidencia pública.
Asimismo, el relato acrítico de la guerra, que descontextualiza
el conflicto en aras de legitimar el reclamo en el que se fundamentó,
otorgó un sentido claro y concreto a las experiencias de todos los
ex combatientes y a las muertes de los caídos: el sacrificio de los
vivos y los muertos había sido por la defensa de la Patria. Por ende,
al tiempo que contribuyó a la impunidad respecto de las responsabilidades por la guerra de Malvinas, legitimó las experiencias de
todos los veteranos por igual, amplió el espacio de circulación de
sus voces y de otros recursos culturales vinculados a la guerra. Así, a
partir de los 2000, los civiles y militares que integraron el Apostadero empezaron a hablar con mucha más frecuencia en los medios de
comunicación y en establecimientos públicos, y a “mostrarse” en los
actos de homenaje. Solo por mencionar algunos ejemplos: en 2003,
el médico Guillermo Klein dio testimonio de su experiencia en una
radio por primera vez; en 2004, Guillermo Ni Coló (el cabo que
se dio de baja de la fuerza ni bien regresó) publicó su autobiografía
64 días muerto; en 2010, el ex conscripto Ricardo Pérez usó por
primera vez sus medallas en un acto organizado por el gobierno de
la Ciudad de Buenos Aires.
65 Sin embargo, alrededor de treinta años después del conflicto, el gobierno kirchnerista
estableció algunas medidas que proponían una nueva vinculación entre guerra y dictadura:
el museo y memorial de Malvinas en la ex ESMA, la desclasificación del “Informe Rattenbach”, el impulso de los juicios por las violaciones a los DDHH de Malvinas y la identificación de los restos de los caídos sepultados en las islas (Lorenz, 2012).
Batallas contra los silencios
165
Ahora, la imagen pública hegemónica del conflicto se condecía
con la propia representación de la guerra de quienes habían combatido. Ambas buscaban mantener “viva” la memoria de Malvinas
desde la misma lógica de sentido (por lo menos, en cuanto a la legitimidad de la causa soberana, que daba sentido a su sacrificio y al de
los combatientes muertos, no necesariamente respecto a la ausencia
de crítica de la guerra y del régimen militar que la llevó a cabo). En
tiempos recientes se produjo, por ende, un verdadero reencuentro
entre la sociedad civil y los veteranos de guerra en general. La gran
mayoría de los integrantes del Apostadero reconoce este cambio, ya
que percibe un mayor interés social sobre Malvinas desde principios
de los 2000. Luego de indicar que desde su perspectiva el cambio
lo ve en la cantidad de conocidos que ahora lo saludan para el 2 de
abril, Ricardo Pérez reflexiona al respecto:
R: Estoy empezando a notar que la gente ahora está empezando
a tomar dimensión de lo que fue (…).
E: ¿Y en qué notás eso? ¿En qué aspectos?
R: En que cuando sos veterano de guerra es como que te miran
de otra forma. Capaz que es la edad también por la que te miran, no es lo mismo ver un viejo de 48, casi 50, que un pendejo
de 19, 20. Pero el de 19, 20 años necesitaba más eso que el viejo
de 50, ¿entendés? O sea, yo creo que al Ricardo de 20 años ese
reconocimiento le hubiese ayudado más de lo que está viendo el
Ricardo de 50 años.
E: Porque ya hiciste tu vida.
R: Porque ya… ¿qué me cambia? (17/4/2010).
Ricardo identifica una variable fundamental para comprender
el reconocimiento social: el recambio generacional es un factor que
puede haber jugado un papel nodal en dos sentidos. Por un lado,
ellos no son más los muchachos jóvenes que volvieron de la guerra,
son hombres de alrededor de 50 años, algunos padres de familia,
cuya imagen adulta y autoridad puede explicar ese reconocimiento
social. Por otro lado, las nuevas generaciones han tenido un rol clave en este proceso. En los últimos años, los hijos de los veteranos y
166
Andrea Belén Rodríguez
otros jóvenes comenzaron a preguntar con interés sobre la guerra a
los protagonistas y estos rompieron el silencio y se animaron a compartir sus recuerdos. La mayoría de los integrantes del Apostadero
reconoce que el cambio estuvo y está allí, en las nuevas generaciones.
Muchos de ellos recién en los últimos años hablaron por primera vez con sus hijos de la guerra. En otros casos, percibieron este
interés también en las charlas que comenzaron a dar en los colegios,
instituciones que empezaron a invitarlos a dar testimonio con mucha más frecuencia. En su experiencia personal, Guillermo Klein
percibe ese cambio:
[En los últimos años] la gente se interiorizó más, se empezó a
entregar, empezó a preguntar más, y de pronto nosotros empezamos a levantar la mano “yo estuve viste”. Un día Anita [su hija
menor] estaba en el jardín, y un día para un 2 de abril [en 1999,
aproximadamente] (…) viene mi mujer y me dice: “Che, quedó
sorprendidísima Laura”, que era la directora del jardín, “porque
estaban preparando un acto para el día de Malvinas y Anita dijo
‘mi papá fue’” (…). [Laura le dice a su señora]: “¿Guillermo fue
a Malvinas? Me dijo Anita”. “Sí”. “Bueno, yo quiero que venga
a hablar conmigo, quiero ver lo que podemos hacer”. Y ahí fue
lo que me pasa ahora que me pasa en todos lados… hicimos una
charla y se lloraron todo los pibes. (…) Y ese fue, ya te digo, mi
debut así público de… gente, y que estuvieran mirando. Yo tuve
una antes que no me acuerdo qué año fue, que me llevó un primo mío que era profesor del [Instituto Terciario] Avanza, para
hablar con los muchachos en un aula. Pero fue muy apático, no
lo tengo registrado (31/10/2007).
Se produjeron, entonces, dos procesos que se retroalimentan
y explican el reencuentro social, por lo menos de los integrantes
del Apostadero: los veteranos dejaron de esconderse –en términos
de Ricardo Pérez– y comenzaron a reclamar un lugar en el espacio
público, y amplios sectores sociales empezaron a escucharlos y a
reconocerlos. Tal vez, el acontecimiento simbólico más claro en que
se encarnó el reencuentro entre los sobrevivientes de la guerra y la
sociedad en general fue el multitudinario acto “Malvinas, el pueblo
Batallas contra los silencios
167
te abraza” que los veteranos de la asociación de reciente creación
“Malvinas, Causa de la Patria Grande” organizaron en la Ciudad
de Buenos Aires el 20 de junio de 2013, fecha que conmemora el
día de la Bandera y el día que muchos de ellos regresaron de las
islas. El spot que invitaba al acto era más que elocuente. En letras
grandes señalaba: “74 días después en medio de duros combates y
de la crueldad del clima, la guerra llegó a su fin y las tropas argentinas debieron regresar al continente… Nadie los recibió después
de pelear heroicamente por nuestra Patria. Hoy podés hacerlo.
Recibilos, como lo esperan hace 31 años. Como se lo merecen por
haber dado tanto”.66
En esta coyuntura, el Estado también cumplió un rol en el
reencuentro, ya que los gobiernos de turno, las FF.AA. y otras entidades públicas multiplicaron las políticas de reconocimiento y homenaje así como las medidas de contención y reparación destinadas
a los civiles y militares que habían combatido en las islas. En realidad, es posible encontrar algunos antecedentes al respecto en años
anteriores, durante el gobierno menemista: por ejemplo, en 1990,
el gobierno otorgó una pensión vitalicia para ex soldados y civiles,
una reivindicación histórica de las agrupaciones; en 1991, estableció
el 2 de abril como “Día del Veterano de Guerra”67 y el Congreso
de la Nación entregó a todos los ex combatientes una medalla en
reconocimiento a su actuación; en ese mismo año, hubo un ingreso
masivo de ex soldados a los servicios de salud ofrecidos por el Estado
a través de PAMI; en 1998, declaró al 2 de mayo como “Día Nacional del Crucero General Belgrano”.
Sin embargo, esas medidas fueron puntuales, y la situación de
aislamiento y marginalidad de la mayoría de los ex combatientes
continuó en los noventa. Por ejemplo, respecto a la situación laboral, para mediados de los noventa, en provincia de Buenos Aires y
Capital Federal, el 30% de los ex soldados estaban desempleados o
66 Disponible en https://www.facebook.com/#!/events/380382772071587/?viewer_id=1019
295865 (consultado el 11/10/2013).
67 Menem incluyó el 2 de abril en el calendario nacional como día de conmemoración de la
guerra, pero no como feriado nacional. Recién en 2001, el presidente De La Rúa instituyó el
feriado y lo denominó “Día de los Veteranos y Caídos de la Guerra de Malvinas”.
168
Andrea Belén Rodríguez
en situación de precarización laboral y el 74% manifestaba sentirse
discriminado al buscar trabajo; esto, en un contexto de aumento de
la desocupación producto de las medidas neoliberales implementadas por el menemismo (Comisión Nacional de Ex Combatientes,
1997). En 1999, el ex soldado y psicólogo Oscar Luna todavía reclamaba que el gobierno, las FF.AA. y/o la sociedad asumieran las
responsabilidades de una guerra ocultada, negada y silenciada:
Eso parece ser, buscar respuestas donde nunca nadie pudo abrir
una pregunta, ser veterano es como ser un pasajero en el tiempo,
con un rótulo único, distante, definitivo, porque nadie quiso ni
pudo asumir las responsabilidades de ese acto, donde defendimos el honor de la historia sin saber siquiera cómo. […]
Dejo para otros el análisis sobre las cuestiones geopolíticas que
rodearon la guerra de Malvinas. El sentido de esta nota intenta
ser otro, comenzar a correr ciertos velos sobre esta experiencia
negada, desplegar aunque duela el fantasma que todavía hoy retiene a muchos “soldados” en aquel frío puesto de combate, reclamando ser mirado, reclamando que alguien sancione el valor
de los actos. […]
Cuando la guerra y la derrota dejen de ser tabú, cuando la verdad de lugar y los responsables asuman sus cuentas, podremos
empezar a dejar de ser hombres errantes, nos habremos quitado
una carga, nos podremos reconciliar con nuestras almas.68
Desde comienzos del 2000, y principalmente desde el 2003,
cuando asumió la presidencia Néstor Kirchner, los actos en homenaje a los ex combatientes y el incremento de los beneficios materiales por parte de un presidente que se proclamaba “malvinero”, por
sus raíces patagónicas, han sido moneda corriente.
En principio, en cuanto a los reconocimientos simbólicos por
parte del gobierno y otras entidades públicas, los siguientes son solo
algunos ejemplos: en 2004, luego de alrededor de 15 años trabajando en el Banco Central, el ex conscripto Fernando González Llanos
recibió por primera vez un homenaje por parte de la entidad; en
68 Página 12, 1/4/1999.
Batallas contra los silencios
169
2006 el suboficial retirado Ricardo Rodríguez fue declarado ciudadano ilustre por la Municipalidad de San Martín; en 2009, el
ex soldado Ricardo Pérez recibió una medalla de parte del gobierno
de Salta destinada a todos los nacidos en la provincia que combatieron en las islas.
En esta oleada de homenajes, también intervino la Armada.
Después de 25 años de la guerra, los integrantes del Apostadero
tuvieron un reconocimiento oficial por su participación en el conflicto. La fuerza naval les entregó la medalla de Operaciones de
Combate destinada a todos los marinos veteranos de guerra. Para
muchos integrantes del Apostadero ese fue el reconocimiento más
esperado: el de la propia fuerza que los había enviado a combatir y
los había silenciado en la posguerra. Para el ex soldado Julio Casas
Parera, la medalla fue un hito “porque de alguna forma igualan a
todos, y eso para mí tiene mucho valor, porque es como decíamos
allá ‘la bala no identifica grados’” (1/12/2007).
Sin embargo, el acto de homenaje de la Armada estuvo plagado de conflictos. En primer lugar, porque una vez más se repitió
la desorganización en la invitación a quienes habían combatido,
producto –tal vez– de que no existía un listado definitivo y actualizado de los sobrevivientes de la guerra. Para algunos de ellos, estas
irregularidades opacaron el sentido del homenaje. Como reflexiona
Fernando González Llanos, que no fue invitado al acto ni le fue
entregada la medalla correspondiente, la importancia de la condecoración “es el gesto, porque si no la medalla no es nada, ¿qué es la
medalla? La medalla, digamos, el valor de la medalla es que te la dé
alguien, quién te la da, cómo te la da, y por qué te la da, pero… si
no, no vale nada” (10/8/2010).
En segundo lugar, los conflictos se anclaron en una cuestión que
data de la temprana posguerra: la definición de la condición de veterano de guerra/ex combatiente. Desde la perspectiva de los integrantes del Apostadero, ¿quiénes eran –y son– los “justos” destinatarios de
los homenajes? ¿Quiénes podían usar las condecoraciones por igual?
Para comprender este debate tenemos que tener en cuenta que
la normativa fue cambiando a lo largo de la posguerra, así como
también los beneficios simbólicos y materiales otorgados a los
170
Andrea Belén Rodríguez
ex combatientes y el padrón de veteranos de guerra. Por ende, se
trataba –y se trata aún hoy– de una discusión simbólica, pero también material muy concreta: ¿quiénes deberían cobrar la pensión de
veterano de guerra? Si la ley de Beneficios Sociales de los ochenta indicaba que los beneficiarios serían solo los ex conscriptos que habían
luchado en el TOAS y la ley de 1990 establecía que las pensiones
estaban destinadas a todos los ex soldados y civiles que lucharon en
las islas, la Ley N° 24892 de 1997 extendió ese beneficio también
a todo aquel oficial y suboficial que participó en acciones bélicas
en el Teatro de Operaciones Malvinas (TOM) y el TOAS, y que
había sido dado de baja de la fuerza o retirado, siempre y cuando
no cobrara ningún otro beneficio previsional.69 De allí en más, la
definición de veterano de guerra quedaría establecida hasta hoy: son
los civiles, conscriptos y militares que combatieron en esos teatros
de operaciones.
En los noventa, al tiempo que se incrementaron las pensiones
y se establecieron otros beneficios materiales destinados a los militares en actividad, el padrón de veteranos de guerra prácticamente
se duplicó. Si los primeros relevamientos, que datan de 1982-1983,
69 Sobre los cambios en las definiciones de la identidad y las percepciones de los integrantes del Apostadero, ver Rodríguez (2010). Respecto a las jurisdicciones de los teatros
de operaciones: el TOM estuvo vigente desde el 2 al 7 de abril de 1982, y abarcó las Islas
Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, y espacios marítimos y aéreos correspondientes (en
un radio de 200 millas desde el centro de cada isla). El TOAS, vigente desde el 7 de abril
hasta el 14 de junio de 1982, incluía la Plataforma Continental, Islas Malvinas, Georgias,
Sándwich del Sur y el espacio aéreo y submarino correspondiente. Esos dos teatros son los
principales, puesto que son los que aparecen en la legislación. Además, en 1982 también se
creó el Teatro de Operaciones Sur, que abarcaba la Patagonia al sur del paralelo 42, donde
estuvieron movilizadas tropas que no fueron trasladadas a las islas y, por ende, por lo menos
hasta el presente, sus integrantes no son reconocidos como veteranos. El debate en el presente
es si la Patagonia fue también parte del TOAS o no, y por tanto si las fuerzas movilizadas allí
pueden ser reconocidas como ex combatientes. De hecho, en 2007 tomaron visibilidad en
el espacio público los reclamos de reconocimiento de la veteranía de guerra de los ex conscriptos que estuvieron movilizados en las provincias de Tierra del Fuego, Chubut y Santa
Cruz, quienes, con ese objetivo, presentaron múltiples demandas a la justicia nacional y
provincial. Producto de sus reclamos a la justicia y presentaciones de proyectos de ley, han
logrado diversos reconocimientos simbólicos y materiales. Sin embargo, para los veteranos
de guerra reconocidos por la ley desde un comienzo, los “movilizados” están pidiendo un
reconocimiento que no les corresponde. Esto ha llevado a conflictos violentos entre ambos
actores en distintas ciudades del país.
Batallas contra los silencios
171
dan un total de entre 12.000 y 16.000 veteranos que estuvieron
en el Teatro de Operaciones Malvinas o participaron en acciones
bélicas en el TOAS, los relevamientos de 1997 y 1999 dan un total que ronda los 23.000 (Balza, 2003). Este gran incremento fue
protagonizado por la Armada, que aumentó en más de un 200% su
personal en el conflicto, debido a que, en 1994, esta fuerza incluyó
a la tripulación de los buques de guerra y mercantes que estuvieron
en el TOAS, hayan entrado o no en combate. Si “para esa fuerza se
trataba de un importante reconocimiento simbólico y una forma
de contrarrestar la idea generalizada de una flota que no había
combatido” (Lorenz, 2006: 230), para aquellos que estuvieron
durante la guerra en las islas significó una desvergonzada usurpación de su identidad.
En este contexto se produjeron las fricciones en el acto de entrega de la medalla de Operaciones de Combate de la Armada. Los
integrantes del Apostadero que estuvieron presentes en la Base Naval Puerto Belgrano el 30 de mayo de 2007 recuerdan indignados y
dolidos la gran cantidad de condecorados y el protagonismo de los
tripulantes de los buques de la flota de guerra en la conmemoración,
cuando el personal de otros buques menores que efectivamente estuvieron en las islas cumpliendo con su función logística y fueron
hundidos como consecuencia, y el del Apostadero, no tuvieron ningún tipo de preponderancia y quedaron absolutamente marginados.
Como evoca Ramón Romero:
Una de la cosas que yo estoy herido, de hace poquito, entregaron las medallas en Puerto Belgrano a los 25 años que estuvimos
en Malvinas. Y tenía cada buque, que ni siquiera participaron,
porque hubo buques que fuimos, eran 60 ingleses los que había
que me tocó llevarlos prisioneros, y desde ese día somos como
6000 veteranos de guerra, porque todos los buques que salieron
a navegar y navegaron cerca de las islas y se volvieron son todos
veteranos de guerra. (…) Cuando entregaron la medalla, tenía
cada buque su mesa, con su gente. Cuando yo digo “bueno,
voy a encontrar la mesa que va a decir Apostadero Naval Malvinas...” bueno, allá en el fondo, había una mesa que decía “Otros
destinos”, y ahí estaban las medallas nuestras. Así que a 25 años
172
Andrea Belén Rodríguez
ni siquiera... todavía estamos peleando para que nos reconozcan
(22/6/2007).
Las discusiones en torno a quiénes deberían ser reconocidos
como veteranos de guerra, no solo se anclan en cuestiones simbólicas e identitarias, sino también están vinculadas a factores materiales
bien concretos: la delimitación de los beneficiarios de las políticas
de reparación. Como indiqué previamente, hay que tener en cuenta
que en la última década las pensiones se han incrementado considerablemente así como se ampliaron sus beneficiaros.70 Y ese es el otro
aspecto a considerar del reencuentro social: para algunos veteranos
que estuvieron –y se sintieron– marginados desde que regresaron
del conflicto, dichas políticas implementadas y/o profundizadas en
mayor medida por el kirchnerismo, por fin, parecieron otorgarles
un lugar en la sociedad de la posguerra.
Lo cierto es que para muchos ex combatientes, el cobro de las
pensiones nacionales y provinciales significó una mejora muy importante en su calidad de vida. Además, la implementación de otras
medidas también contribuyó en el mismo sentido, como el establecimiento de servicios de salud especializados en traumatismos
de guerra, u otras destinadas a regularizar su situación laboral. Por
ejemplo, la normativa que favorece el ingreso de veteranos de guerra
como auxiliares en los colegios de la provincia de Buenos Aires implicó el logro de una estabilidad laboral para varios integrantes del
Apostadero sin oficio o profesión, los que deambularon por diversos
trabajos a lo largo de los ochenta y noventa, y contribuyó a la erradicación de la desocupación de los veteranos de guerra en algunas
localidades bonaerenses, como Bahía Blanca.
Sin embargo, este incremento de las políticas de reconocimiento y reparación, y los conflictos que suscitaron, contribuyó a asociar la figura del veterano de guerra con beneficios materiales en
70 En 2005, luego de un campamento de protesta de los militares retirados en Plaza de
Mayo, el presidente Kirchner estableció que la pensión nacional de ahora en más sería compatible con cualquier otro beneficio provisto por la administración pública, lo que en la práctica implicaba la inclusión del personal retirado en las pensiones, excepto “los veteranos de
guerra que hubieran sido condenados, o resultaren condenados, por violación de los derechos
humanos, por delitos de traición a la Patria, o por delitos contra el orden constitucional, la
vida democrática…”(Decreto N° 886/2005).
Batallas contra los silencios
173
el imaginario social. Escándalos públicos como la intervención de
la Comisión Nacional de Ex Combatientes creada por el gobierno menemista por la administración poco clara de sus recursos,71
la duplicación del padrón de ex combatientes y los violentos enfrentamientos en la vía pública de Ciudad de Buenos Aires entre
veteranos de guerra y aquellos movilizados en la Patagonia durante
la guerra que reclaman ser reconocidos como tales,72 alimentaron
la percepción social de los ex combatientes como “bichos jodidos”
(Claudio Guida, 20/4/2010) que solo se interesan por lo material,
como “vividores” (Fernando González Llanos, 11/8/2010), personas que viven del usufructo de otros, del Estado.
En ciertos casos, algunos veteranos se apropian de esta representación, perciben los beneficios como excesivos y cuestionan el
accionar de algunas agrupaciones. Sintetizando la historia de las
pensiones otorgadas a los ex soldados, Alejandro Diego reflexiona sobre la lógica “corporativa” que ha regido al movimiento de
veteranos:
Yo reniego del año de Bignone que nos tapó, y de los cinco años
y medio de Alfonsín, que también nos tapó, por esa mentalidad
zurdita de que todos los militares eran malos, y a nosotros nos
incluyó adentro de eso. Pero después no: Menem nos reivindicó, nos puso la pensión, nos dio una medalla en el Congreso. Y
a partir de ahí cada vez nos dan más plata, que al principio estaba bien, la pensión inicial fueron 150 dólares, fue subiendo, ya
después se transformó en una lucha corporativa, parece un sindicato los ex combatientes, que ya se fue al carajo (26/11/2007).
Sin embargo, en ocasiones, aun cuando tienen una mirada crítica del movimiento de ex combatientes y de los nuevos reclamos,
los integrantes del Apostadero cuestionan esa percepción social de
“vividores” al recordar el sufrimiento de sus padres, la experiencia
extrema que ellos vivieron y los años que estuvieron desamparados
por el Estado sin tener ningún tipo de reconocimiento simbólico
o material. Como señala Eduardo Iáñez: “[A aquellos que les re71 Clarín, 28/3/2000.
72 La Nueva Provincia, 26/11/2009.
174
Andrea Belén Rodríguez
cuerdan las pensiones que cobran habiendo sido derrotados] ¡Yo
sabés cómo los cortaría, cómo los corto! La que sufrió mi vieja no
hay plata con qué pagarlo, y si vos tuvieras un hijo desaparecido,
como estuvimos nosotros, sin tener noticias, 70 días en una guerra,
¡¿cuánto pagás vos?!” (20/4/2010).
Este tipo de fricciones, así como aquel otro debate sobre la definición de la identidad de veterano de guerra y la necesidad de depurar los padrones, demuestra que aún en la etapa de los reencuentros,
los conflictos y tensiones lejos están de disolverse y que Malvinas
sigue siendo una presencia tan incómoda como real.
Capítulo 5. Lazos de guerra
1983-1990: civiles versus militares
Para quienes combatieron, la larga posguerra estuvo marcada
por cierta liminalidad: ellos sentían que no se encontraban “acá ni
allá” y que eran una presencia-ausente, una figura presente en la
sociedad argentina, pero que tanto la sociedad civil, las FF.AA. y los
gobiernos buscaban ocultar y silenciar. Esa voluntad de cierre del
pasado bélico por parte de los “otros” no solo implicó limitaciones
en lo simbólico para los ex combatientes –la dificultad para hablar
en el espacio público–, sino también significó condicionamientos
materiales bien concretos en sus regresos a los ámbitos cotidianos.
Frente a esta situación, ni bien retornaron, los ex combatientes
constituyeron espacios para reclamar por sus derechos y hablar de
sus recuerdos con los únicos que, desde su perspectiva, los podían
comprender cabalmente: aquellos con quienes habían compartido
la experiencia bélica. Así, comenzaron a reunirse con sus compañeros de guerra en espacios formales y hasta institucionales (algunos
de ellos, oficiales, y otros, producto de su propia iniciativa), pero
también en ámbitos más informales, como los encuentros que se
producían entre los camaradas en hogares, en pubs, entre otros. Para
comprender la experiencia de los integrantes del Apostadero y los
espacios en los que se reencontraron en los ochenta, es necesario
tener presente quiénes constituyeron esas entidades, qué sentidos
construyeron sobre la guerra y qué objetivos perseguían.73
73 Para la historia de estas entidades, ver Guber (2004); Lorenz (2006).
176
Andrea Belén Rodríguez
Por un lado, ni bien retornaron de las islas, las FF.AA. crearon
la Casa del Veterano de Guerra, con la colaboración de la Liga de
Amas de Casa. Estaba destinada a civiles y militares que habían participado de la contienda en las islas, y sus principales autoridades
eran altos oficiales que habían comandado la guerra. Si bien los
objetivos explícitos de la entidad eran dar contención, promover la
camaradería y ser un refugio de tránsito para soldados del interior,
tal como estaba organizada (respetando la cadena de mando), era
evidente que buscaba controlar a los ex soldados y mantener la memoria en el interior de la institución para desactivar los conflictos
de la inmediata posguerra.
Por otro lado, en paralelo, algunos ex soldados comenzaron a
reunirse y conformaron sus propias entidades, que eran radicalmente distintas a la Casa del Veterano. Las agrupaciones de ex combatientes surgieron tan temprano como en agosto de 1982, con un
fuerte grado de movilización, con el objeto de mantener “vivo” el
recuerdo de los caídos, luchar por la “causa nacional”, realizar acciones de solidaridad destinadas a la ciudadanía y promover medidas
para contener física y psicológicamente a los ex soldados. Para fines
de 1982, esas agrupaciones que se habían creado en todo el país se
reunieron y conformaron la Coordinadora Nacional de Ex Combatientes, la institución nodal desde la que los ex soldados reclamaron
un espacio público.
Si bien el movimiento de ex combatientes fue heterogéneo, pueden encontrarse algunos puntos en común acerca del sentido que estas entidades le otorgaron a la guerra en los ochenta, que disputaba
tanto con el construido por los militares como por los civiles.
En primer lugar, los ex soldados se distanciaron de las FF.AA.,
cuestionándolas por su pésima actuación en las islas y por los crímenes cometidos en los setenta. Por ello, rechazaron la participación
de militares en sus filas, y se identificaron con un término que los
distanciaba tajantemente del personal de cuadro: ellos eran “ex combatientes”; “veteranos” –un término castrense– eran los “otros”, los
militares. No obstante, su discurso no era antimilitarista, sino que
proponían una concepción distinta de las FF.AA. “constituidas en
un verdadero ejército popular” (Lorenz, 2006: 214), y, por ende, no
Batallas contra los silencios
177
se oponían al servicio militar obligatorio. Por eso, reclamaron que
el Estado llevara adelante las investigaciones correspondientes para
esclarecer lo que había pasado en las islas y para juzgar la conducta
de quienes no habían estado a la altura de las circunstancias en la
guerra, con el objeto de separar “la paja del trigo” y forjar así un
ejército que defendiera lealmente al pueblo, y no que lo reprimiera.
En segundo lugar, en cuanto al sentido construido sobre el conflicto, reivindicaron la guerra en defensa de una causa justa desde
un discurso nacionalista, latinoamericanista y antiimperialista, y su
experiencia en ella, al tiempo que recordaban lo que nadie quería recordar: la entusiasta participación popular durante el conflicto. Por
ende, tanto exigían conservar la memoria de esa guerra antiimperialista y mantener vigente la causa de soberanía como demandaban
no ser victimizados. Al reivindicar la agencia en “sus” guerras, en
las que habían tomado decisiones tan extremas como las de matar o
morir, lucharon hasta el hartazgo contra el rol social al que los había
encadenado la memoria dominante. Ellos no eran los “pobrecitos”
ni los “chicos de la guerra”. Eran ciudadanos que habían cumplido con su deber y exigían a la sociedad y al gobierno que así los
reconocieran otorgándoles un lugar en los debates políticos sobre
el futuro nacional, pero también con el despliegue de políticas de
reconocimiento, contención y resarcimiento hacia quienes habían
luchado por la Patria.
Tanto esa perspectiva de la guerra, como otras cuestiones más
amplias que demandaron (como el regreso a la democracia, la justicia social, la equidad y la defensa nacional contra el imperialismo)
demuestran la fuerte vinculación de estas entidades –por lo menos,
en la Capital Federal y La Plata– con las juventudes políticas y con
el ideario de las agrupaciones de izquierda revolucionaria de los sesenta y setenta. De hecho, algunos de los dirigentes del centro de
ex combatientes que funcionaba en la Capital Federal eran familiares de presos políticos, e incluso esa entidad contó con el apoyo
logístico-organizativo y clandestino de Montoneros.
Esas características de las agrupaciones y el sentido que le otorgaron a la guerra no encontraron demasiado espacio de escucha o
reconocimiento en la década del ochenta, ya que “reivindicar la ex-
178
Andrea Belén Rodríguez
periencia bélica en una clave que tanto tenía de patriótica (en un
sentido ‘estatal’) como de antiimperialista y revolucionaria los hacía
confrontar con varios actores a la vez” (Lorenz, 2012: 237). Con las
FF.AA., porque les disputaba la memoria de la guerra y la legitimidad de combatientes, y, principalmente, porque las cuestionaba por
su pasado reciente, al retomar las banderas que estas consideraban
“subversivas”. Es por ello, que el gobierno militar prohibió sus actos
y persiguió a estas agrupaciones insistentemente. Con el gobierno
democrático, porque lo criticaban por su política “desmalvinizadora” en el plano interior (por el silencio de la guerra y la falta de reconocimiento a los ex combatientes) y también exterior, en cuanto
al reclamo de las islas. Con la sociedad civil, porque les recordaba
constantemente su pasado compromiso con la guerra y porque no
compartía su perspectiva de la política y la violencia, demasiado
vinculadas con las organizaciones político-militares. Dado que sus
discursos no podían ser visibles en una sociedad que abominaba de
la violencia y no le encontraba sentido a la guerra, el lugar que las
agrupaciones de ex combatientes finalmente lograron en la escena
pública y política fue mucho menor al esperado, y sus reclamos se
postergaron indefinidamente en el tiempo.
Teniendo en cuenta este panorama del movimiento de ex combatientes, ¿cómo continuaron y renovaron sus lazos de guerra los integrantes del Apostadero: a partir de la conformación de sus propios
espacios y/o de su incorporación a algunas de estas agrupaciones
que compartían con efectivos de otras fuerzas y unidades? ¿Existieron diferencias entre la situación vivida por el personal de cuadro
en actividad, aquellos retirados o de baja y los ex soldados? Si es así,
¿qué variables nos pueden ayudar a comprender esa diversidad de
experiencias?
En principio, la situación de los militares retirados o de baja fue
heterogénea, debido a las diversas características de las agrupaciones
a las que se acercaron según la ciudad en donde residían. Algunos de
ellos, que se acercaron a las entidades de ex soldados combatientes
de la Capital Federal en los ochenta, no fueron bien recibidos, cuando no directamente rechazados. Los cuadros buscaban un espacio
para resolver sus problemáticas –como la búsqueda de trabajo– y
Batallas contra los silencios
179
para reencontrarse con aquellos que tenían un pasado en común.
Sin embargo, para muchos ex conscriptos que conformaban esas
agrupaciones, la guerra que ellos habían vivido no tenía nada en
común con la de los militares; más bien, era opuesta a la de ellos.
De todas formas, hay que tener presente que no en todas las
entidades la exclusión fue tan tajante. Nuevamente, la marca de
lo local y los vínculos cívico-militares en las ciudades fronterizas,
patagónicas y otras del interior es una clave a tener en cuenta para
complejizar este panorama. En Bahía Blanca, si bien la Agrupación
de Ex Combatientes que conformaron los ex soldados en 19871988 no autorizaba que militares ocuparan puestos en la comisión
directiva, esto no implicaba que personal de cuadro que se había
dado de baja de la fuerza no fuese aceptado en las reuniones. Ramón Romero (el joven cabo que había pedido la baja de la Marina)
cuenta su acercamiento al grupo, poco tiempo antes de que se institucionalizara:
Yo empecé a participar en el Centro en el año 87 (…). Éramos
un grupo que nos juntábamos, la mayoría eran los soldados del
Ejército de la Policía Militar (…). Nos juntábamos en la casa de
M., que había sido sargento. También se había ido de baja. (…)
Ahí fue que nos empezamos a juntar, a tomar mate, a charlar de
historias, de las cosas que nos habían pasado, comer un asado,
jugar a las cartas, pero no salir (…), pasar el rato nada más. (…)
[Los ex conscriptos] nunca me hicieron ningún problema, al
contrario. No, no teníamos diferencias, no. Aparte eran todos
de Ejército, y yo era de Marina (4/3/2009).
Sin embargo, la participación de los militares que se habían
dado de baja en estas entidades en un comienzo fue temporal, no
solo por las situaciones de rechazo aludidas, sino por cuestiones vinculadas a su cotidianeidad: la falta de tiempo era uno de los problemas principales ante la necesidad de trabajar y con una familia a
cargo. Además, para los militares en actividad, se sumaban los condicionamientos por ser parte de la fuerza. Es decir, la sensación de
no poder hablar libremente sobre sus experiencias, tal vez anclada
en aquel mandato de silencio impuesto por las FF.AA. ni bien re-
180
Andrea Belén Rodríguez
gresaron. Esto es evidente en el testimonio de Daniel Peralta, quien
intervino en la conformación de un centro de ex combatientes en
Punta Alta, aunque en fechas más recientes. Al hablar sobre quiénes
conformaban el centro, Daniel indica que la mayoría eran conscriptos y solo unos pocos militares, porque la mayoría estaba en actividad, es decir “lo hacía la gente que no tenía… que no comprometía
nada en una palabra” (25/3/2010).
Contra lo que podría suponerse, la situación de los ex soldados del Apostadero no fue muy distinta a la de los cuadros. Varios ex conscriptos nunca se acercaron a una institución porque
no acordaban con los usos políticos de la memoria de Malvinas,
desde su perspectiva. En el contexto marcado por la vinculación
de las agrupaciones de ex soldados combatientes con las juventudes políticas de izquierda, y de la Casa del Veterano con las
FF.AA., Julio Casas Parera no se sentía cómodo en ninguna de
esas iniciativas:
Porque está todo muy politizado (…). Esos de los centros de
ex combatientes eran conscriptos que iban contra, o sea, permanentemente cuestionando todo, y que, al final, como siempre
pasa, cuando aparece alguna cosa política que los pueden ubicar, se olvidan de todo. Y estaban los otros que eran cerrados
militares que no veían nada, o sea, nada del otro. Entonces digamos que me mantuve al margen, porque no quería comprometerme con nadie, porque no me sentía identificado con nadie
(1/12/2007).
Otros ex conscriptos se acercaron a algunas de aquellas entidades, pero su participación fue solo temporal. Gabriel Asenjo recuerda su fugaz paso por una agrupación del Gran Buenos Aires:
Una vez me invitaron, y fue debut y despedida (…), porque
insisto en eso que andar dando lástima por ahí por ser ex combatiente a mí nunca me gustó. Entonces cuando fui al centro de
ex combatientes y hablaban de pedir un calzado, de pedir ropa,
yo dije: “Yo trabajo, ¡¿qué voy a estar pidiendo ropa, zapatos?!”
Y estaba todo totalmente politizado, que el concejal fulano, que
el concejal mengano (23/6/2010).
Batallas contra los silencios
181
Gabriel sintetiza varios de los factores que aducen sus compañeros para explicar su breve o nula participación en dichas entidades. Sostiene que fueron los usos políticos y económicos de la
guerra y la causa soberana los que lo alejaron de la agrupación. Para
quienes habían combatido, Malvinas era una causa que debía mantenerse “pura” y que no debía ser usada para otro fin fuera del reconocimiento de la guerra y los caídos, y la lucha por la soberanía de
las islas. Desde su perspectiva, esas agrupaciones justamente lo que
estaban haciendo era, por un lado, sacar rédito económico o político del reclamo de las islas. Por el otro, manchar la imagen de los
ex combatientes, ya que con sus demandas alimentaban la imagen
del “pobrecito” librado a sus fuerzas durante el conflicto y al margen
de la sociedad en la posguerra, profundizando, de esta forma, su
estigmatización. Además, varios ex soldados indican que otro de los
elementos que los alejó de esas entidades fue que estaban demasiado
aferradas al pasado bélico, lo que les impedía distanciarse y elaborar
su experiencia para poder continuar su vida en el presente.
Claro que estas diferencias entre las agrupaciones y los ex conscriptos del Apostadero también respondían a otros factores: el sector
socioeconómico de pertenencia y la heterogeneidad personal de las
vivencias bélicas y de posguerra.
Si las entidades organizaban campañas de solidaridad era porque, efectivamente, existía una gran cantidad de ex soldados de sectores populares que estaba en una condición casi desesperante. La
imagen paradigmática al respecto era la de los ex conscriptos del
interior que vagaban por las calles de las ciudades pidiendo ayuda
o vendiendo bonos; una presencia tan dramática como real.74 Por
ende, tal vez, la diferencia de clase es uno de los factores que pueda
explicar el distanciamiento de la mayoría de los ex conscriptos del
Apostadero de ciertas instituciones en los ochenta. De hecho, José
Bustamente, el ex soldado bahiense de condición humilde, participó activamente en la Agrupación de Ex Combatientes local por su
compromiso con el recuerdo de la guerra y los caídos, pero también
porque era una forma de sobrevivir: “Como algunos andaban mal se
74 Clarín, 8/9/1983.
182
Andrea Belén Rodríguez
hacía algo cooperativo, o sea, comprábamos alimentos y los repartíamos entre nosotros” (31/10/2007).75
Asimismo, otro factor a tener en cuenta a la hora de explicar la poca participación de los ex soldados del Apostadero en las
agrupaciones es el hecho de que muchos de ellos continuaron en
contacto en la posguerra, e incluso constituyeron un espacio para
reencontrarse anualmente. Tal vez, no sentían la necesidad porque
ya disponían de otro ámbito de socialización. En efecto, es posible
encontrar un indicio de esto en el testimonio de José Bustamante,
un ex conscripto que nunca más tuvo contacto con sus compañeros
“colimbas” del Apostadero, cuando recuerda las expectativas por las
que se acercó a la Agrupación de Ex Combatientes bahiense: “De
querer creer en algo, en camaradería, compañerismo, qué se yo, cosas que alguna vez quise encontrar, alguna vez habría querido estar
compartiendo con pares míos, con tipos que estuvieron en Malvinas, que todavía hoy no puedo lograrlo” (6/9/2007).
Si, como veremos, los ex conscriptos continuaron y profundizaron los vínculos construidos en la guerra, a la vez que los resignificaron, distinto fue el caso de los militares en actividad, retirados
o de baja. Las ocupaciones diarias, sumadas a su disgregación en
las distintas unidades del país, explican que gran parte del personal
de cuadro de la unidad no tuviera contacto con sus compañeros de
la guerra, en algunos casos incluso hasta el presente, o solo tuviera
cierta relación con aquellos con los que esporádicamente compartían el destino.
A diferencia de los militares de carrera, en su mayoría, los
ex soldados construyeron lazos afectivos entre sí ni bien regresaron,
muchos de los cuales perviven hasta el presente. Si bien algunos
de ellos que vivían en el interior dejaron de tener contacto con sus
camaradas (como el bahiense Bustamente), lo cierto es que muchos
ex conscriptos del Apostadero residían en la Capital Federal, en el
75 De todas formas, también hay contados integrantes del Apostadero de sectores medios
que participaron por largo tiempo en las entidades y hasta fundaron instituciones. Ese es el
caso de Claudio Guida y Eduardo Iáñez, quienes, a mediados de los ochenta, constituyeron
la Agrupación de Reivindicación del Ex Combatiente Soldado Argentino en el Gran Buenos
Aires, junto a dos ex soldados del Ejército.
Batallas contra los silencios
183
Gran Buenos Aires o en zonas aledañas, lo que favoreció la comunicación. Recordemos que la unidad había sido conformada estrictamente para la guerra por personal que formaba parte de diversos
destinos de dicha zona, en su mayoría privilegiados (ya fuese por su
horario, por la función o por la cercanía a sus casas).
Cuando regresaron a sus hogares, muchos ex soldados que vivían en la Capital Federal o en otras localidades cercanas –y habían
compartido espacios y tiempos en las islas, y a veces también el
destino militar en la “colimba”–, se reencontraron y constituyeron
lazos de amistad. Por caso, ni bien regresaron, Marcelo Negro Padula estuvo viviendo un tiempo en la casa de Ricardo Pérez, su
gran amigo de la “colimba” y la guerra. Cuando retornó del conflicto, Alejandro Egudisman fue a almorzar al hogar de Juan Arias,
el compañero con quien había compartido largas horas de guardia
en el frente de batalla, en las que hablaban y soñaban con las delicias cocinadas por su madre (Ricardo Pérez, 17/4/2010 y Alejandro
Egudisman 11/8/2010).
Las relaciones afectivas entre los compañeros de la guerra no
estuvieron desprovistas de vaivenes y desencuentros producto de
diversas cuestiones, pero principalmente de distintos tiempos en
la elaboración de la vivencia bélica. Claudio Guida recuerda sus
desencuentros luego de Malvinas con un compañero con el que habían sido inseparables durante el conflicto:
V., mi hermano para mí, yo lo empecé a buscar, cuando volvimos de la guerra, cuando pasaron los agasajos de bienvenida
(…). Había momentos que con esto en la mano [un vaso de
cerveza] vos querías hablar y decías: “Esta gente no entiende
nada ¿A quién le cuento lo que me está pasando ahora, a quién
le cuento que hoy soy capaz de tirarme por la ventana y volar, o
a quién le cuento que a veces no quiero salir por la puerta de mi
casa porque no aguanto al mundo? Entonces V. me tiene que
entender”. Yo llamaba a V. y “no está, salió, se fue a la casa de
la novia, salió con los amigos”. La vieja de V., piola, un día me
llama (…). Y lo que me explicó la madre, y yo logré entender o
pude entender, que V. se tenía que despegar de mí, porque cada
vez que yo le hablaba, le traía recuerdos malísimos, feos, horri-
184
Andrea Belén Rodríguez
bles. Me molestó muchísimo, me dolió muchísimo, al principio
(29/11/2007).
En un contexto en el que los relatos de los ex combatientes no
tenían lugar por la omnipresencia de la memoria dominante (la que
hablaba de la guerra como “aventura militar” y de los conscriptos
como “chicos de la guerra”), los compañeros durante el conflicto
comenzaron a buscarse para hablar de sus experiencias: eran ellos,
quienes habían vivido lo mismo, los que mejor podían entenderlos.
Fue en esos momentos cuando los ex soldados integrantes del Apostadero empezaron a organizar los encuentros anuales que continúan
hasta el presente. Así lo evoca Ricardo Pérez:
Además era un momento muy particular porque era la retirada
de los milicos del gobierno, estamos hablando del año 82, estaban comenzado a insertarse los partidos políticos otra vez, (…)
las manifestaciones, entonces todo lo que tenía una mancha militar o que hayas sido un veterano de guerra, (…) todo eso estaba
bajo una esfera en la ciudad de los…, aislado, es como que la
misma sociedad te aisló. Y nosotros, yo por lo menos, no ayudé,
porque tampoco hablé más. Si hablaba era con el Negro Padula
o era con mi vieja, o con algún otro que estaba conmigo, y ahí
también un poquito fue la necesidad de organizar las reuniones
que se están dando ahora (17/4/2010).
Sin embargo, la primera reunión del Apostadero, la que dio el
puntapié inicial, fue un encuentro oficial. Como vimos en el capítulo 3, en la inmediata posguerra, una de las políticas de las FF.AA.
fue la realización de diversos encuentros con el objetivo de reconocer y homenajear a quienes habían participado en la guerra. Como
parte de esta política oficial, el 15 de abril de 1983 se realizó la
primera reunión de los integrantes del Apostadero Naval Malvinas
y de los tripulantes de los buques auxiliares que estuvieron en las
islas, la que contó con la presencia de algunas autoridades militares
durante la guerra. La reunión se realizó en la Capital Federal, en las
instalaciones de la planta transmisora del Servicio de Comunicaciones de la Armada, y asistieron alrededor de cien personas, entre
civiles, ex conscriptos y militares. En esa reunión, quienes habían
Batallas contra los silencios
185
sido los superiores del Apostadero en la guerra le entregaron a los
ex conscriptos y a los civiles el distintivo de campaña de Malvinas,
así como también se le hizo entrega a Adolfo Gaffoglio, el jefe del
Apostadero, de un diploma firmado por el personal presente. Asimismo, Gaffoglio le entregó a cada uno de los asistentes una tarjeta
con su firma, con una fotografía del Apostadero.
Si bien la Gaceta Marinera aseguraba que “dado el éxito que
deparó la reunión […], es intención volver a realizar encuentros de
este tipo”, la Armada no insistió en los encuentros.76 Esa fue la única
reunión oficial convocada por la fuerza para reunir al expersonal del
Apostadero y de los buques de apoyo, una cuestión constantemente
denunciada por los protagonistas como una “deuda” de la Marina
con ellos.
Luego de ese encuentro, en el que quienes asistieron intercambiaron sus datos personales, la iniciativa se trasladó a los ex conscriptos. En realidad, fueron los ex soldados y amigos Bicho Pérez
y Negro Padula, quienes tuvieron la idea de repetir la experiencia,
pero con una diferencia: solo invitarían a “colimbas”:
Primeramente juntamos a colimbas. (…) Estrictamente de colimbas. Porque había mucha bronca, vos calculá que si bien yo
entendía algunas cosas y me jodían, imaginate a algunos que no,
estamos hablando del 83, la dictadura, fin de la dictadura, todo
lo que era militar estaba mal. A mí me dolía, porque yo fui el
paso de dos aguas (Ricardo Pérez, 26/11/2007).
El contexto de fuerte desprestigio de las FF.AA. (como indica
Ricardo, hijo de un marino y por eso “paso de dos aguas”) y de la
consecuente polarización entre civiles y militares que atravesaba a la
sociedad, así como afectaba a las agrupaciones de ex combatientes,
no podía dejar de impactar en el colectivo Apostadero. La ruptura
en el interior del grupo, por ende, está vinculada con aquel proceso
general de posguerra por el que los ex conscriptos –al mismo tiempo
que reivindicaban sus experiencias de guerra– intentaban distan76 Gaceta Marinera, 11/5/1983. La insistencia del periódico en la camaradería que reinó
en el encuentro puede deberse a la intención de contraponerse a otros actos de homenaje
que estuvieron plagados de conflictos, como el que organizó el Ejército en La Plata (Somos,
17/12/1982).
186
Andrea Belén Rodríguez
ciarse de las FF.AA., fuertemente cuestionadas por las violaciones
a los DDHH y por la derrota en Malvinas. Para los ex soldados,
las diferencias con el personal militar pasaban, en principio, en haber tenido la posibilidad de elegir ir a una guerra, como indica el
ex conscripto Claudio Guida:
Para ellos era un trabajo, para mí no. Ellos por ahí habían elegido una vocación, yo no. Yo cumplía con una ley, ellos cumplían
con una (…) norma interna de las FF.AA.. Ellos sabían a lo que
se exponían si había una guerra, es más, hasta puedo llegar a
decir que, verdad o no, ellos habían sido entrenados para una
guerra, yo no (29/11/2007).
Además, el distanciamiento con los militares del grupo obedecía a otros dos factores con grados variables de incidencia: a su
actuación en las islas y en la “guerra sucia”. Para la mayoría, lo determinante fue el mal desempeño de aquellos que supuestamente
habían sido entrenados para una guerra: ellos eran los responsables
de la derrota. En tal sentido, podría pensarse que la línea de fractura
del colectivo ya estaba marcada desde los tiempos de la guerra, ya
que recordemos que durante el conflicto se produjo cierto distanciamiento de los “colimbas” hacia los militares (producto de compartir
códigos etarios y elementos simbólicos y materiales por ser civiles
bajo bandera), alimentado por los conflictos mutuos.
Asimismo, para algunos ex conscriptos, la participación en
la “guerra sucia” fue un factor que pesó, en un contexto de gran
difusión de los crímenes cometidos por las FF.AA. Sin embargo,
el cuestionamiento por las masivas violaciones a los DDHH no
es una actitud que necesariamente compartía todo el grupo, que,
muchas veces, diferenciaba la guerra de la dictadura como dos
acontecimientos distintos, o que priorizaba la identificación que
daba la vivencia de guerra a cualquier otro hecho, como la represión ilegal, un hecho que para muchos de ellos era más distante,
más lejano.
Estas dos cuestiones estuvieron presentes a la hora de decidir a
quiénes iban a invitar a las reuniones y a quiénes no, como se puede
apreciar en el testimonio de Ricardo Pérez:
Batallas contra los silencios
187
Cuando comenzamos a ver a quiénes, tuvimos discusiones con
el Negro. Le digo: “Los otros también estaban, y también eran
parte de”, los que son los otros, los cuadros, los militares. [Marcelo Padula le responde:] “Sí, pero hay muchos que no van a
aceptar, de los colimbas”. Hubo mucha bronca, había mucha
bronca” (17/4/2010).
Finalmente, algunos ex soldados del Apostadero que habían
intercambiado los datos personales en aquella reunión de la Armada, se volvieron a encontrar a mediados de 1983. La primera
reunión fue el día del primer ataque en Malvinas, el 1º de mayo,
en la casa del Bicho Pérez. Era una reunión para revivir la guerra.
La marca del conflicto no podía ser más clara, como reconoce con
humor Claudio Guida:
Ese casete del bombardeo yo hago una copia, y lo escuchamos
con el Negro Eduardo: “Mirá es igual”. “No, es trucho, no es
de verdad”. Bueno, no sé, siempre dudábamos (…). Pasamos el
1º de mayo, juntos, la primera reunión, creo, y a las 4:40 de la
mañana [la hora en que fue el bombardeo] pusimos ese casete,
en la casa de Padula creo. Mazoca mal. (…) Luz apagada, habitación como esta, dormitorio del pibe, equipo de música, siete
u ocho o nueve tipos, en silencio, escabeando, escuchando eso
(29/11/2007).
Luego de este primer encuentro, al año siguiente, nuevamente
Ricardo Pérez y Negro Padula organizaron una reunión el día 20 de
junio, en un lugar fácil de ubicar (un bar frente al Congreso, en la
Capital Federal), los que se convertirían en la fecha y lugar definitivos de las ya tradicionales reuniones del Apostadero. La elección
de la fecha se debió a una razón práctica (ese día es feriado nacional
porque se conmemora el día de la Bandera), pero principalmente a
una cuestión simbólica: el 20 de junio es el día que la mayoría de los
miembros del Apostadero volvió a pisar el continente luego del conflicto. Por ende, es el reencuentro con sus familias y seres queridos,
es el regreso con vida de la guerra lo que se recuerda.
Las motivaciones para juntarse fueron diversas. Ricardo reflexiona sobre su iniciativa: “La idea mía en su momento era que
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sea un lugar de reunión y de catarsis, ¿no? De decir nos juntamos,
hablamos, veámonos una vez al año” (17/4/2010). Algunos dicen
sencillamente “los quería volver a ver”. En muchos casos, la necesidad, en un comienzo, era la de poder hablar, compartir con otros
la propia experiencia de la guerra y las dificultades para reinsertarse
en la posguerra. También, era una forma de actualizar y resignificar
los vínculos que se habían construido durante la guerra, el sentido
de pertenencia al grupo:
Primero porque era en el único ámbito que compartía eso, o
sea, el desarraigo que produce, que te saquen de repente de acá
ir allá, es exactamente igual que de allá a acá. Porque si bien allá
pasamos situaciones muy traumáticas y muy difíciles, a pesar de
todo eso, genera cierta suerte de pertenencia, entonces es como
que vos necesitás mantener ese vínculo con la gente que estuvo
allá, porque es una forma de sentirte que estás todavía en contacto con eso, creo que fue eso (Julio Casas Parera, 1/12/2007).
Asimismo, esos encuentros también sirvieron para recrear lazos
afectivos entre los que compartían la marca de la guerra como integrantes del Apostadero, aunque sin haber transitado por los mismos
espacios. Ricardo Pérez, el ex conscripto que como asistente del segundo jefe del Apostadero estuvo durante mucho tiempo fuera de
las instalaciones donde funcionaba la unidad, afirma que para él “las
relaciones se fortalecieron a la vuelta” (26/11/2007). De hecho, aún
Fernando González Llanos, quien tampoco convivió demasiado
con los compañeros del Apostadero, reflexiona sobre la relevancia
de las reuniones luego de haber tenido la posibilidad de regresar
a las islas, en tiempos recientes: “En muchas cosas uno siente por
ahí más lo que fue Malvinas en las reuniones estas, que en las islas.
Porque las islas es una cosa geográfica, y la guerra es una vivencia
histórica, que por ahí tiene mucha más relación con las personas
que con la geografía” (9/8/2010).
En los ochenta –y luego en los noventa–, las reuniones se recluyeron al ámbito privado, a diferencia de lo ocurrido con las agrupaciones de ex combatientes que buscaban un lugar en la esfera
pública. Es decir, las reuniones del Apostadero se limitaban a ser
Batallas contra los silencios
189
encuentros en un café cercano entre amigos marcados por una experiencia particular, que se buscaban para hablar y contenerse. Al
respecto, Gabriel Asenjo, uno de los ex conscriptos que asiste desde
el comienzo a los encuentros, compara estas reuniones de principios
de los ochenta con las de la secundaria, por el clima que reinaba en
ellas. En estas primeras reuniones, el objetivo era “verse” y el eje de
las conversaciones era la guerra:
La primera reunión me hacía acordar más a las reuniones de
escuela, que de una reunión de camaradas de guerra. Era muy de
“cómo andas”, qué se yo, los chistes, porque éramos muy pibes
todos. Algunos se habían casado, todos teníamos novia (…), o
sea los temas de conversación eran muy adolescentes. [En] las
primeras reuniones todo pasaba más por lo personal y por las
anécdotas, que… ¿Qué es lo más lindo, de qué te vas a acordar
del miedo que tenías o del bombero loco de Corletto? Te acordás del bombero loco de Corletto. ¿O de lo lindo que fue llegar
a casa o de lo feo que fue irte? Entonces uno habla de lo lindo
que fue llegar a casa. Y bueno todos contaban la de la minita,
qué había pasado con las cartas (23/6/2010).77
Algunos ex soldados dejaron de asistir a los encuentros porque
esa fijación en la guerra que caracterizaba a estas primeras reuniones,
en los ochenta, no les permitía superar el pasado y mirar al futuro.
Para muchos, dejar de revivir la guerra ante cada recuerdo no fue
algo sencillo. Y, en ocasiones, la mejor forma que encontraron para
elaborar el conflicto fue distanciarse de sus compañeros de la guerra.
Desde ese encuentro fundante en 1984, el día y lugar de las
reuniones del Apostadero quedaron inamovibles hasta el presente, y
aún hoy son los ex conscriptos los que continúan con la iniciativa.
Ahora bien, aunque el espacio y tiempo de la reunión no cambiaron, otras variables sí se fueron modificando: la incorporación de
nuevos actores en los encuentros es uno de los clivajes fundamentales en la historia del grupo Apostadero.
77 Se refiere a una de las anécdotas de la guerra que se cuenta cada 20 de junio protagonizada por Osvaldo Corletto, que es analizada en el capítulo 7.
190
Andrea Belén Rodríguez
1990-2013: civiles y militares. La irrupción de los “otros”
Los militares
A partir de fines de los ochenta, pero principalmente a principios de los noventa, algunos militares integrantes del Apostadero
se acercaron a las reuniones del 20 de junio, que hasta el momento
eran “estrictamente de colimbas”. ¿Cómo se explica ese cambio en
los encuentros? ¿Qué variables internas y externas al grupo nos pueden ayudar a comprender la incorporación de aquellos actores que
habían sido excluidos a principios de los ochenta?
En principio, tenemos que tener en cuenta el cambio en las
políticas de la memoria de los gobiernos de turno y su impacto en
el movimiento de ex combatientes. Recordemos que a fines de los
ochenta, durante el levantamiento “carapintada”, se produjo una
remilitarización de la memoria de guerra de la mano del presidente
Alfonsín, que luego fue continuada y profundizada por el presidente Menem en los noventa y por De La Rúa a comienzos del 2000.
En la década del noventa, el intento de “pacificación nacional” realizado por Menem incluyó políticas en el plano simbólico (como la
reivindicación de la guerra como “gesta” y de todos los veteranos
como “héroes”) y otras medidas prácticas que implicaron la cooptación de las FF.AA. y de las agrupaciones de ex combatientes.
A principios de los noventa, algunas entidades que reunían
a ex conscriptos y tenían vínculos con los “carapintadas” (Guber,
2004: 209; Lorenz, 2006: 242), se incorporaron en la administración pública mediante la Federación de Veteranos de Guerra (entidad
creada por el menemismo) y lograron reconocimientos largamente
reclamados (materiales, como la pensión, y simbólicos, como condecoraciones y memoriales). Pero, a la vez, pasaron a adoptar paulatinamente tanto un discurso vinculado a la retórica patriótica clásica
promovida desde el gobierno (que dejaba a un lado el carácter radicalizado de su discurso de la década pasada), como el término “veterano”, con lo que diluían las diferencias entre el personal que había ido
a Malvinas, e incluían a conscriptos y militares por igual. Si para las
bases, el Estado y el sentido común esa distinción terminológica era
Batallas contra los silencios
191
irrelevante, era bien significativa en términos políticos e identitarios,
porque de ahora en más “la legitimidad [que daba el haber combatido
en las islas] ya no era solo de quien había ido a Malvinas cumpliendo
con su deber de conscriptos, sino también del personal de cuadros de
unas FF.AA. cuestionadas” (Lorenz, 2006: 227).
A partir de ese momento, civiles y militares veteranos de guerra comenzaron a compartir actos y desfiles, pero al mismo tiempo
el movimiento de ex combatientes se fracturó (ruptura que continúa hasta el presente). Por un lado, algunas de las agrupaciones de
ex combatientes más radicalizadas, nucleadas en la antigua Coordinadora, siguieron existiendo y proclamaban el mismo discurso de
los ochenta al reivindicar las diferencias de los ex conscriptos y los
cuadros en su participación en la guerra, y al denunciar la cooptación realizada por el menemismo. Por otro lado, las entidades
vinculadas a la Federación comenzaron a incrementar su número,
entre otras cuestiones, porque esta era la mediadora obligada para
gestionar cualquier demanda de los ex combatientes ante el Estado,
pero también debido a la utilización de otros recursos políticos y
económicos. Las disputas y conflictos entre ambos sectores fueron
moneda corriente en los noventa, y continúan siéndolo aún hoy.
Sin embargo, es evidente que en esa década la Federación ganó la
partida, por lo menos en cantidad de afiliados y en la expansión de
su resignificación del sentido de la guerra.
Fue en este contexto de difusión de la retórica patriótica clásica
y de acercamiento general de los veteranos civiles y militares, que
algunos cuadros comenzaron a asistir a las reuniones del Apostadero. En los noventa, el clivaje cívico-militar que había fracturado al
grupo empezó a disolverse en forma paulatina.
Ahora bien, si los cambios indicados en las luchas públicas por
la memoria de Malvinas y en las instituciones de ex combatientes a
nivel nacional ayudan a contextualizar y explicar esa incorporación,
no podemos dejar de considerar otros elementos propios del grupo
que contribuyen a comprender el acercamiento de ciertos actores en
particular en un comienzo.
En realidad, la primera vez que un militar asistió a las reuniones del 20 de junio fue antes de 1990. Entre 1986 y 1987, el
192
Andrea Belén Rodríguez
entonces suboficial Norberto Giordano protagonizó ese primer
acercamiento a los encuentros de “colimbas”, debido a la invitación de Gabriel Asenjo:
El suboficial Giordano es otra de las relaciones que conservo,
que yo lo visité durante… porque cuando veníamos en el avión
[de regreso al continente] me dijo: “Porque ustedes se van a
olvidar de mí”. “Dame la dirección”, y a partir de ahí todos los
años le íbamos a romper las pelotas. Un viejo macanudo, que
en esa época era muy milicote, nos hizo limpiar el baño con
un ladrillo, esas cosas que hacen los milicos, y después terminó
totalmente humanizado. (…) Y era un tipo cálido, era un tipo
que inspiraba paternalismo, te sentías cuidado por el viejo, se
ocupaba. Entonces yo quise ser consecuente con él y lo fui a
visitar, aparte había despertado en mí cierto afecto. (…) Así que,
con el que más me veía al principio es con Giordano, y era como
una necesidad al principio ir a verlo y hablarle (23/6/2010 y
12/8/2010).
El ex conscripto y el suboficial construyeron un vínculo desde
el mismo momento de la guerra, que luego actualizaron y renovaron al regresar del conflicto, como recuerda Asenjo:
Yo todos los años iba a la casa de (…) Giordano cuando se conmemoraba la vuelta, los 20 de junio, yo iba a verlo a Giordano a
la casa, y el segundo año fui con el Bestia Soler [otro conscripto
integrante del Apostadero], y después se armaron las reuniones,
y yo no lo invitaba a él, porque… Hasta que al final le dije y
vino. Fue el primer cuadro que vino (…). Yo le conté, y entonces me dijo: “Yo voy a ir”; le digo: “Mire que puede haber
reacciones”. “Y me las aguantaré” (23/6/2010 y 12/8/2010).
Los recuerdos de los ex soldados sobre la figura de Giordano
difieren en varios aspectos. Algunos lo recuerdan como una persona
muy estricta, que exigía nimiedades muy comunes en la “colimba”, pero incomprensibles en el contexto bélico. Otros lo recuerdan
como uno de los militares más cercanos a los conscriptos, casi como
una figura paterna, hasta el punto que se le dificultaba hacer respe-
Batallas contra los silencios
193
tar su autoridad. Las memorias son opuestas, tal vez porque –si nos
dejamos guiar por los recuerdos de Asenjo– algunos se concentran
en la imagen de Giordano del comienzo de la guerra y otros por la
del final. Lo cierto es que, según algunos testimonios que recuerdan
la asistencia de Giordano a la primera reunión, su incorporación fue
bien recibida por algunos y solo tolerada por otros.
Distinta fue la situación cuando se acercaron los primeros oficiales a las reuniones. Los resentimientos y deudas pendientes de
los tiempos de la guerra se hicieron presentes cuando los capitanes
Julio Numer y Rinaldo Blanc, ambos contadores y los oficiales de
más alto rango del Apostadero, fueron por primera vez a la reunión
anual, aproximadamente en 1990. Otra vez, su acercamiento se
produjo por invitación de Gabriel Asenjo. Lo cierto es que Gabriel
tenía un grato recuerdo de Numer, quien en un particular momento del conflicto le pidió que tomara una decisión que lo marcó “de
por vida”; y por ello buscó reencontrarse con él cuando tuvo la
oportunidad. Su relación durante el conflicto había sido cordial,
y si bien no fue demasiado diferente de la de algunos de sus compañeros, hay una serie de eventos que ellos rescatan retrospectivamente como marcas en esa relación: la particular consideración del
superior hacia el conscripto cuando le consultó si quería ir al frente
de batalla porque allí había sido destinado su amigo inseparable, y,
ante esto, la decisión de Asenjo de ir a Camber para no separase de
su compañero, son dos de las cuestiones que los marcaron y que aún
hoy en día recuerdan. De hecho, sus lazos afectivos que se remontan
a la guerra, pero que en mayor medida se construyeron en la posguerra, continúan hasta el día de hoy.
Pero no todos los ex conscriptos del Apostadero guardaban el
mismo recuerdo de ellos, ni habían tenido la misma relación con
los oficiales que Gabriel. Muchos de los que asistían a las reuniones
tenían bien fresco el recuerdo de las fricciones y enfrentamientos
con quienes en tiempos bélicos eran sus superiores, debido a las
más diversas causas: la exigencia de nimiedades injustificables en
contexto bélico, las amenazas de consejos de guerra con el objeto de
mantener la disciplina, las descalificaciones por ser voluntarios en
la guerra, son algunos de los pases de facturas que Numer y Blanc
194
Andrea Belén Rodríguez
debieron enfrentar en la primera reunión –pero no en la única– a la
que asistieron. Algunos, incluso, les negaron el saludo.
De todas formas, no por ello estos oficiales (que aún estaban en
actividad para 1990) dejaron de ir. Por el contrario, ellos fueron el
puntapié inicial para la incorporación de otros cuadros a las reuniones. A partir de ese momento, paulatinamente, otros militares comenzaron a asistir a los encuentros del 20 de junio, en algunos casos
invitados por sus colegas que ya asistían. Por el análisis de las fotos
de las reuniones, es posible afirmar que la incorporación de personal
de cuadro comenzó a ser más pronunciada a partir de la creación de
la página web del Apostadero por el ex conscripto Daniel Gionco,
en 1999, en la que se hace extensiva la invitación a todos aquellos
que integraron la unidad; y, principalmente, a partir de mediados
de los 2000, cuando el uso de estos medios virtuales comenzó a ser
masivo. La creación de la página “El Apostadero Naval Malvinas en
Internet” es un claro hito en la historia del grupo, ya que implicó
una difusión mucho mayor de las reuniones y trajo como consecuencia el acercamiento de otros actores, civiles y militares, incluso
del interior del país.78
Las motivaciones de los cuadros para asistir a estos encuentros
son las mismas que aducían los ex colimbas. Algunos van para recordar el conflicto y reencontrarse con sus camaradas (que en muchos casos no vieron nunca más desde el conflicto), como indica el
suboficial retirado Ricardo Rodríguez: “[Va a los encuentros] Porque los quiero muchísimo, tuve una gran satisfacción de estar con
ellos a pesar de la situación, pero excelente todo. Y bueno me une
una gran amistad. Quizás por, no digo revivir, pero juntarnos otra
vez” (27/11/2007). Otros, como Roberto Coccia, indican que hoy
en día se reúnen para mantener la camaradería y los lazos porque ya
la época de recordar la guerra quedó atrás (4/8/2007).
El hecho de que la mayoría de los militares se hayan enterado tardíamente de la existencia de las reuniones puede explicarse,
en muchos casos, por los avatares profesionales de la vida militar.
78 La cantidad de asistentes a las reuniones se incrementó notablemente desde los ochenta
hasta el 2013. Si al primer encuentro asistieron alrededor de diez ex conscriptos, a partir de la
creación de la página web se reúnen aproximadamente entre 20 y 45 personas.
Batallas contra los silencios
195
Como vimos en el capítulo 3, luego del final del conflicto, los militares se aislaron debido a la política de dispersión de los compañeros
de guerra implementada por las FF.AA., pero también al particular
origen del Apostadero, que había sido constituido por personal de
diversos destinos.
La asistencia cada vez más numerosa de personal militar (que
incluso, aproximadamente a partir del 2006, es mayor que la de los
“ex colimbas”) se explica no solo porque muchos de ellos recién en
los 2000 tomaron conocimiento de la existencia de las reuniones.
También, por el hecho de no disponer de otro encuentro de camaradería organizado por la Armada u otra institución,79 esos actores
adhirieron, y en muchos casos se apropiaron, del que organizaban
–y organizan aún hoy en día– los ex conscriptos:
Él [Giordano] a partir de ese día [cuando se incorporó a los
encuentros] lo hizo propio, entonces se ocupa todos los años de
pasar por el bar, porque hubo un año que estuvo cerrado por
refacciones y él logró que lo abrieran para nosotros en esa fecha.
(…) Y él se ocupó muchos años de que la reunión se hiciera, y
empezó a invitar cuadros. Entonces hoy vos vas a las reuniones
y va a haber treinta cuadros, y quince colimbas, pero porque
tampoco la Armada les dio su lugar a los cuadros que fueron
a Malvinas bajo la bandera del Apostadero (Gabriel Asenjo,
12/8/2010).
Asimismo, otras variables pueden ayudar a comprender ese
acercamiento masivo. El hecho de que muchos de los cuadros que
se incorporaron lo hicieron cuando ya se habían retirado o dado de
baja no es un dato menor, como explica el ex conscripto Claudio
Guida: “Un oficial nunca va a discutir sus problemas con vos, con
79 El hecho de tratarse de una reunión de camaradería fundada por “colimbas”, a la que
luego se sumaron militares, es un elemento a destacar como una particularidad del grupo.
Haciendo un rápido relevamiento de los encuentros de camaradería de otras unidades navales
(crucero General Belgrano, destructor Santísima Trinidad, Batallón de Infantería de Marina
2, destructor Bouchard), vemos que han estado organizados o por la Armada o por militares
y civiles integrantes de la unidad. Además, otra cuestión a destacar es que ha habido una
explosión de reuniones de este tipo a partir de los 2000, junto al fuerte reconocimiento de
los veteranos en el espacio público. Esto contrasta con la historia de las reuniones del Apostadero, que se remonta a 1983.
196
Andrea Belén Rodríguez
un conscripto, al menos que pasen cosas como ahora que hay otro
nivel, y otra forma de diálogo. Nosotros ya somos mayores y muchos de estos oficiales ya son civiles, entonces las aguas se nivelan, y
se produce ese cruce que está bueno” (17/4/2010). Esa “nivelación
de aguas”, que se da porque los ex conscriptos no son más los jóvenes que fueron al conflicto, sino hombres de 50 años –muchos, cabeza de familia–, y porque los cuadros ya no están más en actividad,
puede explicar esta incorporación.
Además, hay que recordar que la horizontalización de las relaciones interpersonales de los integrantes del Apostadero es una
característica del grupo que se remonta a los tiempos de la guerra.
Aun reconociendo la existencia de conflictos y fricciones entre el
personal de la unidad del más diverso rango, no se puede desconocer que allí se construyeron relaciones en las que existió cierto
corrimiento de jerarquías, que si fue más acentuado al comienzo
de la guerra y luego se fue haciendo cada vez más relativo, no por
ello dejó de existir. Esta particularidad del grupo es otra de las
variables que puede ayudar a comprender que algunos cuadros no
dudaran en acercarse desde tiempos tan tempranos como principios de los noventa.
De todas formas, reconocer esa particularidad no implica desconocer la existencia de fricciones entre miembros del Apostadero
por las más diversas causas. Estas tensiones –entre otras variables–
hicieron que en un comienzo los ex conscriptos fueran reticentes
a invitar a cuadros a los encuentros. Por ello Gabriel no invitaba a
Giordano a las reuniones, aun viéndolo cada año antes de estas. Sin
embargo, muchos entrevistados destacan que esos enfrentamientos
que en los ochenta y noventa estaban a flor de piel, perdieron vigencia o, por lo menos, podían mantenerse en silencio para los 2000,
luego de veinte años del conflicto. Por tanto, la distancia temporal
de la guerra es otra de las variables que puede explicar la presencia
de los militares y, principalmente, la aceptación o tolerancia de los
“ex colimbas” hacia ellos. El comentario de Osvaldo Corletto al
respecto es bien sugerente: “A mí, te digo, a mí en la mesa ni me
molestan, ni… No, no lo veo con mala cara hoy en día, ya está, ya
fue” (22/6/2010).
Batallas contra los silencios
197
Ahora bien, no se puede dejar de reconocer que muchos de los
resentimientos originados en la guerra continúan en la actualidad y
que esa horizontalización/integración es relativa. O por lo menos así
lo sienten algunos ex conscriptos.
Por un lado, en cuanto a la primera variable, muchas veces
los resentimientos retornan en forma de ausencias. Algunos concurrentes asiduos a las reuniones dejaron de asistir para evitar tener
contacto con quienes –desde su perspectiva– no habían estado a
la altura de las circunstancias en la guerra, o con quienes se habían enfrentado a lo largo del conflicto. Y ello no solo se da en
los casos de algunos ex soldados que participaban en las reuniones
desde los inicios y dejaron de hacerlo cuando comenzaron a incorporarse militares masivamente. También, algunos cuadros dejaron
de asistir cuando otros oficiales que fueron sus superiores en 1982
empezaron a acercarse a los encuentros. El caso del oficial retirado
Hugo Peratta (a quien sus superiores destinaron al frente de batalla
a cargo de una treintena de soldados, que, al igual que él, tenían
una formación técnica no combatiente) dista de ser el único: “No
voy más [a las reuniones], porque dentro de los oficiales que fueron,
están los que me mandaron a mí al frente de combate sin preguntar
si yo sabía combatir” (19/10/2007). De todas formas, más allá de
esta afirmación, Hugo volvió a asistir a los encuentros cuando se
cumplieron los treinta años del conflicto
Por otro lado, si se analizan los lugares donde se sientan los
actores y cómo están divididas las mesas, es clara la división entre
ex conscriptos/cuadros que se puede observar en la mayoría de las
reuniones. El caso del 2007 es paradigmático. Ese año hubo tres
mesas: en dos de ellas había principalmente militares, y en otra,
más larga y ubicada en el medio del salón, se encontraban todos
los “ex colimbas”. Por supuesto que eso no solo es indicio de los
límites de la integración, sino también de la sencilla cuestión de
que, muchas veces, existe más afinidad entre aquellos actores que
compartieron la condición de civil/militar, la misma jerarquía, antigüedad o profesión en la guerra. En el caso de los ex conscriptos, el
compartir la condición de civiles bajo bandera en 1982 y, por tanto,
códigos etarios, elementos simbólicos y materiales, y vivencias solo
198
Andrea Belén Rodríguez
de “colimbas” en la guerra, que muchas veces lejos estaban de las
experiencias de los militares –e incluso eran contrapuestas a las
de ellos–, y, en la posguerra, similares dificultades en el regreso
a la vida civil, son variables que pueden explicar su mayor grado
de camaradería.
En otras ocasiones, los límites de la horizontalización se hacen
explícitos en las tensiones que se presentan, aunque veladamente, en
las reuniones, cuando –desde la perspectiva de algunos ex conscriptos– ciertos militares pretenden continuar imponiendo su autoridad
sobre sus antiguos subordinados o establecen un distanciamiento en
el trato. Así lo indica Claudio Guida:
A algunos nos está molestando mucho que lo que nació como
una reunión de colimbas el 20 de junio a veces se transforma
en una reunión castrense, que se le rinde honor al almirante, al
capitán de fragata. Carajo, nos juntamos los colimbas a tomar
cerveza y charlar todas las veces de lo mismo (…). Pero ahora
medio… se está tomando un carácter medio como que se le
hace reverencia, y después de todo, si quieren venir que vengan,
esto fue una cosa hecha, fundada por los colimbas, y no me
molesta en absoluto. Pero que no vengan a chapear, o a tomar
distancia, porque no es así, porque vos estás acá porque nosotros te juntamos, porque la factura nuestra es si esperamos que
la Armada nos junte, nunca nos juntó la Armada. (…) Ahora
lo que yo pido es que sigan viniendo, a mí me causa realmente placer, pero “pará la moto, boludo, no hagas rancho parte”
(29/11/2007).
Cuando la horizontalización no se cumple en la práctica, las
tensiones resurgen, aunque a veces solo en forma de rumores o resentimientos pasajeros.
Asimismo, el bahiense Guillermo Klein, quien asistió una sola
vez a las reuniones, en 2006, nos aporta otra variable distinta respecto a los límites de la identificación con los asistentes. Guillermo
comentaba que todos lo recibieron muy bien, que observó una gran
camaradería entre aquellos que asisten a las reuniones hace años,
pero que él no ha vuelto a ir, en principio porque no es sencillo para
Batallas contra los silencios
199
alguien que vive en el interior viajar a la ciudad de Buenos Aires,
tanto por cuestiones económicas, laborales como familiares. Y, además, porque no conoce a nadie: para él son todas “caras totalmente
desconocidas” (30/3/2010), se siente algo fuera de lugar.
En la posguerra, muchos integrantes del Apostadero dejaron de ver a sus compañeros de guerra por las causas indicadas:
avatares en la vida profesional o personal, necesidad de elaborar
el pasado traumático, entre otras. En tanto dos de los elementos
esenciales en la construcción de la identidad es la continuidad en
el tiempo y el sentimiento de coherencia de la persona; esto explica que sea muy distinta la relación entre aquellos que continuaron
viéndose, renovando y actualizando los lazos afectivos desde que
finalizó el conflicto hasta la actualidad, de la de aquellos que dejaron de tener contacto por varios años y, por tanto, les resulta
difícil reconocerse en un pasado común con sus compañeros de
guerra. Luego de años de aislamiento, esos actores muchas veces
se identifican más con aquellos veteranos que comparten lugar
de residencia, con quienes han construido lazos en la posguerra
a partir de su participación en agrupaciones de ex combatientes
locales y, también han compartido las dificultades del regreso y las
luchas por la “reinserción social” (como es el caso de Guillermo),
que con aquellos veteranos que compartieron la vivencia de guerra
en la misma unidad, pero que no volvieron a ver hasta 25 años
después del conflicto.
Por otra parte, al reflexionar sobre los límites de la integración
de los militares en los encuentros y su tardío acercamiento a estos,
Claudio hipotetiza algunas causas: “Me parece que siempre tenían
cola de paja de que nunca les iban a perdonar ni la sociedad, ni
algunos de nosotros, las deudas de Malvinas, o las deudas de los
Procesos” (29/11/2007).
Como adelanta Guida, algunos ex conscriptos suman otra variable en los límites de la integración. Si bien varios reconocen su
complacencia con la presencia de sus antiguos superiores e instan a
que continúen yendo a las reuniones, ello no implica que dejen de
preguntarse por otras cuestiones conflictivas del pasado reciente de
las FF.AA.. La siguiente reflexión de Claudio es paradigmática:
200
Andrea Belén Rodríguez
Entre las cargas y pesares que sabemos llevar, no sin haber desarrollado buenos músculos para soportarlos los Veteranos de
Guerra, se encuentra un gran abanico de temas complejos para
quienes los sobrellevamos, y políticamente lógicos o no para los
opinólogos y clarividentes. Pero lo cierto es que dentro de este
abanico mencionado encontramos algunos temas como los de
ligar o no la causa o la gesta de Malvinas al nefasto proceso militar acontecido en el país; esto se sufre, confunde que en reuniones de camaradería no sepamos si entre nosotros haya también
veteranos de la guerra sucia… con todo lo que eso significa.80
Las preguntas que se hace Claudio sobre la presencia de “veteranos de la guerra sucia” entre “nosotros” son dolorosas y tienen
fundamento en la realidad, no solo porque los oficiales y suboficiales de alto rango del Apostadero estuvieron en actividad durante los
años de mayor represión de la dictadura, sino también porque en el
2003 tuvo gran difusión el caso de Juan Jeringa Barrionuevo, uno
de los enfermeros del Puesto de Socorro en las islas, que en los setenta se encargaba de adormecer a los detenidos-desaparecidos antes
de los “vuelos de la muerte”. Si bien Barrionuevo nunca asistió a
las reuniones, la mera comprobación de su pasado represor abre las
sospechas a todo aquel que estuvo en actividad en los setenta.
Como vimos, es posible encontrar estos cuestionamientos desde la inmediata posguerra. Si en la transición, el fuerte desprestigio de las FF.AA. y la denuncia de sus crímenes y de la improvisación bélica condicionó la composición de las reuniones del grupo
Apostadero, a partir de los noventa y principalmente en los 2000,
cuando los militares se sumaron masivamente a los encuentros, ya
estaban operando otros imaginarios que rompieron esa limitación.
Si bien el invitar a los militares no fue algo discutido entre todo el
grupo ni mucho menos fue algo planificado, sino que derivó del
vínculo personal entre un ex conscripto, un suboficial y un oficial
–y este dio inicio a una reacción en cadena para la asistencia del resto de los cuadros–, lo cierto es que los militares de carrera no fueron
80 Transformación. Publicación de la Asociación del personal superior de empresas de energía,
Buenos Aires, 2009, p. 15.
Batallas contra los silencios
201
resistidos –si bien hubo conflictos–, y su presencia, en principio, fue
aceptada o, por lo menos, tolerada por la mayoría.
Por ende, si en la inmediata posguerra el compartir la condición de ex soldado combatiente y el no estar manchado por el pasado de represión ilegal era lo que primaba en la configuración del
“nosotros”, en los 2000 fue el lazo construido en el pasado común
en la guerra lo que se priorizaba, la vivencia compartida en la experiencia extrema. Se dejaba en un segundo lugar los cuestionamientos por el desempeño en las islas y las dudas sobre el “otro” pasado
en la “otra guerra”, un hecho que se solía vivir (y aún se vive) como
más lejano o ajeno a la propia historia. No casualmente quien planteaba sus interrogantes sobre el pasado de los cuadros integrantes
del Apostadero es Claudio Guida, un exmilitante de la Federación
Juvenil Comunista en los setenta, para quien tanto la guerra como
el terrorismo de Estado fueron vivencias que lo marcaron.
Esta redefinición de la identidad y de la memoria del grupo
Apostadero se dio en un contexto en el que el pasado dictatorial de
las FF.AA. y las denuncias por violaciones a los DDHH aparecían
en el espacio público divorciadas del pasado bélico en Malvinas. Si
en los noventa el discurso oficial pasó a ser aquel que habían sostenido tradicionalmente las FF.AA. y otros círculos cívico-militares
desde la inmediata posguerra –en el que se concibe a la guerra como
“gesta” y a todos los protagonistas como “héroes”, descontextualizando el conflicto de la dictadura que le dio origen y sin distinción
de responsabilidades–, alrededor del 2000, esa narrativa de la guerra
y el sentido que se le otorgó se volvió hegemónico. Como indica
Lorenz, ese discurso, que se presenta como apolítico, permite pasar
a Malvinas a la esfera de lo sagrado, de lo indiscutible:
El discurso patriótico […] presenta dos ventajas a la hora de
hablar de Malvinas: la Patria es un espacio donde los conflictos
internos no tienen lugar, habitado por los puros, los héroes que
murieron por ella. Estos, en el caso de Malvinas, eran civiles y
militares, los antagonistas de los distintos discursos históricos
acerca de la transición. Es lo eterno, el referente para todos más
allá de cualquier tipo de antagonismos […]
202
Andrea Belén Rodríguez
En esta retórica, lo que predomina es la ausencia de reflexión,
aplicada ésta a las distintas responsabilidades y conductas: el deber cumplido se ve realzado por las malas condiciones en las que
se peleó, e iguala a oficiales y subalternos (todos son muertos por
la Patria); el apoyo de la sociedad fue por un sentimiento puro
y en consecuencia, resulta secundario qué apoyo, qué tergiversaciones recibió (2006: 295-296).
Por ende, en un contexto donde la Patria todo lo purifica, se
dieron las condiciones necesarias para que las reuniones se poblaran de aquellos actores que habían sido duramente cuestionados, al
punto de no ser invitados a los encuentros en los ochenta.
Es fundamental tener en cuenta este contexto también, para
entender por qué desde comienzos del 2000 los militares comenzaron a acercarse y a participar en las agrupaciones constituidas por
los ex conscriptos, o formaron sus propias entidades. En esa época,
muchos cuadros integrantes del Apostadero que hasta entonces no
habían participado en agrupaciones de ex combatientes, o cuya participación había sido fugaz, comenzaron a integrarse a estas entidades
y a comprometerse en ellas. Por ejemplo: Ramón Romero y Roberto
Coccia empezaron a participar activamente en el Centro de Veteranos de Guerra de Bahía Blanca, e incluso Ramón asumió la presidencia entre 2009 y 2012; Ricardo Rodríguez, una vez que se retiró de la
fuerza, empezó a asistir a las reuniones de la entidad que nuclea a los
veteranos en San Martín, en el Gran Buenos Aires; Daniel Blanco se
acercó a la Unión de Suboficiales Retirados de Bahía Blanca.
Tal vez, algunos factores que fueron indicados, como el paso
del tiempo que diluyó los conflictos y la vida más relajada producto
de las pensiones o del retiro de muchos de ellos, pueden explicar
ese acercamiento. Asimismo, el retiro es un elemento clave en otro
sentido: al salir de la fuerza, algunos militares se sintieron menos
condicionados para intervenir y expresarse en las entidades.
Pero, sin dudas, un factor fundamental para comprender esta
participación es el cambio que se produjo en muchas de estas instituciones producto de la política menemista y de la hegemonía de
la memoria nacionalista tradicional. Desde los noventa, muchas de
las agrupaciones pasaron a estar conformadas por civiles y militares,
Batallas contra los silencios
203
quienes se reagruparon para realizar reuniones centradas exclusivamente en la memoria de la guerra y de sus experiencias y se intentaron diluir los conflictos. Esto ha incitado a muchos militares y
también ex soldados miembros del Apostadero a participar en entidades que se proclaman apolíticas porque solo buscan el respaldo
de la causa de soberanía y mantener “viva” la memoria de la guerra.
Es por ello que Julio Casas Parera, el ex soldado que cuestionaba la
excesiva politización de las agrupaciones en los ochenta y noventa,
se asoció a la organización Asociación de Veteranos de Guerra de
Malvinas (AVEGUEMA):81
En el único lugar que me asocié, y eso fue hace un par de años,
porque vi que era una cosa muy de Malvinas, fue en la Asociación de Veteranos de Guerra, que están todos, este… los oficiales, suboficiales y conscriptos. (…) Me dijeron que había una
reunión ahí en el Regimiento de Patricios, una de las anuales
que se hacían hace rato, fui y me di cuenta que era simplemente
una reunión donde cada uno hablaba de lo suyo, o sea, era muy
específico en el tema. Y ahí sí, ya está, eso es lo que me interesa a
mí, lo del tema específico, sin tintes políticos (…) no se tocaban
temas conflictivos (Julio Casas Parera, 1/12/2007).
Sin embargo, no en todos los casos ese cambio se produjo sin
conflictos. En efecto, el proceso fue doble: mientras muchos militares comenzaron a comprometerse con las entidades (por cuestiones
simbólicas, pero también porque comenzaron a luchar por algunos
beneficios materiales), varios ex conscriptos dejaron de participar.
Esa fue la historia paralela de dos integrantes del Apostadero: los
bahienses José Bustamante y Ramón Romero.
La historia de la Agrupación de Ex Combatientes de Bahía
Blanca es quizás un caso paradigmático para comprender las situa81 AVEGUEMA es una organización que se constituyó en 2001 con el objetivo de agrupar
a quienes participaron en la guerra y continuar los lazos sociales construidos en 1982, promover el reconocimiento de los veteranos, la guerra y los caídos, y “mantener en la memoria
colectiva el tema Malvinas como una causa nacional sin tiempo ni espacio” (como indica su
estatuto). En las comisiones directivas, aparecen representados por partes iguales los veteranos de las tres fuerzas, y respetando las jerarquías militares según el cargo que ocupan en ella.
Ver http://www.aveguema.org.ar/
204
Andrea Belén Rodríguez
ciones que se dieron en los noventa y en los 2000. En plena crisis de
la entidad por acefalía y por la escasa participación y movilización,
los ex combatientes, en su mayoría militares y algunos civiles, que
habían compartido las Olimpíadas de Veteranos de Guerra en Mar
del Plata en el 2000, decidieron empezar a intervenir en la entidad y a reactivarla, y para ello modificaron su estatuto. Como hasta
ese momento la comisión directiva solo podía ser conformada por
ex conscriptos, en una conflictiva decisión organizaron una asamblea y modificaron el estatuto para que también pudieran integrarla
los militares que habían combatido. Este cambio marcó un hito en
la historia de la entidad, ya que implicó una reactivación del ahora
(2001/2002) Centro de Veteranos de Guerra y su clara inserción
en la sociedad bahiense; pero también un raleamiento de sus filas, ya que los ex soldados que la habían fundado se retiraron de la
agrupación en desacuerdo con la decisión, y comenzaron a desfilar
aparte en las conmemoraciones (entre ellos, José Bustamante). De
hecho, el primer presidente militar del Centro fue Ramón Romero,
en 2009, una figura que no causaba demasiados conflictos ya que se
trataba de un militar de baja graduación –cabo segundo–, que se dio
de baja ni bien regresó de la guerra.
Entonces, el cambio en el mapa de luchas por la memoria de
la guerra implicó un incremento en la militancia, sobre todo de los
militares integrantes del Apostadero, ya que los ex conscriptos, en
su mayoría, continuaron siendo renuentes a ello. Desde los noventa
y, en mayor medida, desde el 2000, los cuadros no solo comenzaron
a acercarse a las entidades y a comprometerse con ellas –a veces, a
costa de sus fundadores, los “colimbas”–, sino que también empezaron a asistir a los encuentros de camaradería, a reencontrarse con sus
compañeros y a romper el silencio de la guerra guardado por años.
Los integrantes de otras unidades
Además del personal militar, hay otros actores que comenzaron
a acercarse a las reuniones en años recientes, principalmente a partir
de la creación de la página web, en 1999. Es muy interesante analizar quiénes son, para comprender cómo se fue ampliando el grupo
Batallas contra los silencios
205
Apostadero en la posguerra con personal que, si consideramos estrictamente el escalafón jerárquico y el organigrama de las unidades
de la Armada en 1982, no estaba bajo la jurisdicción de dicha unidad en la guerra, o si lo estaba, tenía un funcionamiento autónomo.
Alrededor del 2000, se empezaron a acercar integrantes de las
unidades que habían estado bajo la jurisdicción de la Subárea Naval, aquella de la que había dependido el Apostadero durante la
guerra; unidades que, por lo tanto, habían estado en igualdad de
jerarquía. Me estoy refiriendo al personal de la radio, el grupo de
minado de la bahía de Puerto Argentino y algunos marinos militares y mercantes que tripulaban los buques Forrest, Penélope,
Monsunen, Río Carcarañá, Isla de los Estados, entre otros, e integrantes de la sección de buzos tácticos al mando de Saffi, el subgrupo autónomo del Apostadero que operó casi como una unidad
independiente. ¿Por qué estos actores se acercaron a las reuniones?
¿Qué variables de la guerra y posguerra nos pueden ayudar a explicar esa incorporación?
Para comprender ese acercamiento, en principio, tenemos que
remitirnos a la época de la guerra, particularmente a la conformación y funcionamiento del Apostadero. Como vimos en el capítulo 2,
la constitución de la unidad estuvo atravesada por una fuerte inestabilidad. El constante cambio en la cantidad de integrantes, la redistribución del personal en otros destinos y la reorganización de la
unidad explican que parte del personal del Apostadero haya pertenecido también a otras unidades. Esto se debió a tres causas. En primer lugar, porque la jurisdicción del Apostadero se redujo notablemente a lo largo del conflicto, con lo cual secciones o unidades que
en un principio estaban bajo su mando, luego dejaron de estarlo
(como el grupo de la radio o los buques logísticos que estaban en las
islas). En segundo y tercer lugar, porque las necesidades de la guerra
y el contexto bélico obligaron a una continua delimitación de las
fronteras de la unidad, con lo que parte del personal fue destinada a
otros espacios alejados del puerto, donde se encargó temporalmente
de otras misiones, o fue trasladada definitivamente a otros destinos,
como los buques auxiliares. Por tanto, el Apostadero y esos otros
destinos compartieron personal en diversos momentos de la guerra.
206
Andrea Belén Rodríguez
Ahora bien, que esos actores fueran trasladados a otros destinos
o funcionaran como un grupo independiente, no significa que sus
vínculos con sus antiguos compañeros dejaran de existir ni tampoco
que su cotidianeidad se viera radicalmente modificada. Por ejemplo, si bien la fracción de buzos tácticos por ser una fuerza de elite
siempre tuvo un funcionamiento independiente del Apostadero y
una identidad grupal particular (Melara, 2010: 102), de todas formas, su lugar de alojamiento estuvo en las inmediaciones del puerto
y, por tanto, los contactos cotidianos con quienes trabajaban allí
todo el día permanecieron inalterados.
Asimismo, el caso de aquellos que pasaron a tripular los buques es un ejemplo paradigmático al respecto. Si bien el compartir
determinadas vivencias extremas en los recorridos por las islas contribuyó a que configuraran una identidad distinta que muchas veces
subsumió o dejó en un segundo lugar a la del Apostadero, esto no
implicó que se produjera un distanciamiento radical o tajante de
sus antiguos compañeros de estiba. De hecho, cuando estaban en el
puerto, los tripulantes de los buques compartían su cotidianeidad
con los integrantes del Apostadero que estaban en tierra y muchos
de los vínculos previos se mantuvieron y persistieron, incluso hasta
el día de hoy.
Como la cotidianeidad con estos actores era frecuente por el
espacio que compartían diariamente (todos ellos estaban alojados
en algún momento en las inmediaciones del puerto) y por sus funciones (por ejemplo, el personal tierra del Apostadero estibaba la
carga de los buques junto a sus tripulantes), es por eso que muchos
entrevistados hablan de ellos como pertenecientes al Apostadero, y
también puede ser una de las variables que nos ayude a explicar el
acercamiento de esos actores a las reuniones.
Asimismo, otras variables de la posguerra pueden explicar el
acercamiento de ciertos actores en particular. Algunos tripulantes
de los buques comenzaron a asistir a las reuniones porque continuaron sus lazos afectivos con otros miembros del Apostadero en
la posguerra. En algunos casos, los vínculos son familiares. El hermano de Fernando González Llanos, uno de los ex conscriptos del
Apostadero que asiste desde los ochenta a las reuniones, fue el ca-
Batallas contra los silencios
207
pitán de la goleta Penélope en las islas y, por tanto, su acercamiento
a las reuniones se produjo por la invitación de Fernando y de sus
excompañeros del buque. Otras veces, la invitación tiene mucho de
fortuito: algunos actores cuentan que se enteraron de las reuniones al
cruzarse por casualidad con algún antiguo compañero de la guerra.
Además, también aquí se da la misma situación que cuando
vimos la incorporación de los cuadros que integraron el Apostadero:
la falta de un encuentro de camaradería propio de los tripulantes
de los buques, por ejemplo, puede explicar este acercamiento a las
reuniones de aquellos con los que compartieron cierta cotidianeidad durante la guerra, aun cuando no integraran la misma unidad
y aun cuando la pertenencia identitaria más significativa para ellos
sea otra, la del buque.82 Esa ausencia es clara en el relato del excabo
Guillermo Ni Coló, quien fue integrante del Apostadero y tripulante de la goleta Penélope, y cuyo libro testimonial 64 días muerto gira
alrededor de sus vivencias en el buque. Ni Coló indica que, para él,
hay dos fechas significativas referentes a la guerra: el 2 de abril y el
20 de junio:
El 2 de abril por los emotivos y respetuosos homenajes que se
realizan, especialmente en mi pueblo, con motivo de recordarse
el día del Veterano de Guerra y Caídos en Malvinas.
El 20 de junio, porque es el día que nos reencontramos un grupo de ex combatientes que pertenecíamos al Apostadero Naval
Malvinas. Lo hacemos en un bar que se encuentra en la calle
Rodríguez Peña y Rivadavia en Capital Federal, y pasamos un
momento muy agradable para todos resucitando los recuerdos
adormecidos en nuestros corazones durante cada día de los veintidós años que han pasado (2004: 76).
Asimismo, para comprender el acercamiento de estos actores
–y también de los militares–, tenemos que recuperar el contexto
nacional de luchas por la condición de veterano de guerra.
82 Esto, con ciertas excepciones, ya que algunos integrantes de estas otras unidades han
asistido esporádicamente a otros encuentros o han organizado reuniones propias, como los
tripulantes de los buques Monsunen y Penélope.
208
Andrea Belén Rodríguez
En una coyuntura conflictiva y de cambios en las definiciones
de la identidad dadas por el Estado, se produjo el reconocimiento
de una serie de actores hasta entonces no amparados por la legislación, entre ellos, los tripulantes de la flota de mar que estuvieron en
el TOAS, hayan entrado o no en combate. Asimismo, aparecieron
nuevos reclamos de veteranía de guerra de los soldados que estuvieron
movilizados en la Patagonia. La ampliación de los padrones así como
el surgimiento de estas nuevas demandas estuvieron plagadas de tensiones, enfrentamientos y conflictos violentos entre aquellos que obtuvieron el reconocimiento recientemente, o quienes aún continúan
luchando por él, y los veteranos reconocidos desde un comienzo. Para
la gran mayoría de quienes participaron en enfrentamientos bélicos
o estuvieron en las islas –como los miembros del Apostadero–, los
integrantes de la flota de guerra que no estuvieron en combate y los
“movilizados” son “otros, no veteranos” o son “veteranos truchos”
que están usando o usurpando su identidad, es decir, pretenden un
reconocimiento que no les corresponde (Rodríguez, 2010).
En un contexto en el que estos “veteranos truchos” –desde la
perspectiva de muchos de los integrantes del Apostadero– comenzaron a participar en las agrupaciones y actos en conmemoración de
la guerra, aquellos ex combatientes reconocidos desde un principio
comenzaron a buscar otros espacios en donde se encontraran con
los que ellos consideraban “verdaderos veteranos”, sus compañeros
de guerra, quienes estuvieron en las islas con ellos, hayan pertenecido o no a la misma unidad.
Esta situación también puede ayudar a comprender el acercamiento de los veteranos del interior a las reuniones. El testimonio
del oficial retirado bahiense Hugo Peratta al respecto es bien claro.
Ante la pregunta sobre su participación en agrupaciones de veteranos y en actos de conmemoración de la guerra, responde que en un
comienzo se acercó a la Unión de Suboficiales Veteranos de Guerra
local con la expectativa de reencontrarse con compañeros de guerra:
Pero después, cuando llegué ahí y me encontré con que no habían estado tampoco, ninguno, entonces dije: “No, ¿cómo es
esto? ¿Dónde estuviste vos?” “Yo estaba en la base, en Puerto
Belgrano”. Entonces, yo no digo que no cobren, pero creo que
Batallas contra los silencios
209
hay una diferencia entre yo que estuve acá, y el tipo que estuvo
acá (…) Entonces le dije “yo no voy más” y no fui más.
Inmediatamente luego de esta reflexión, surge el tema de las reuniones del Apostadero, e indica que allí él fue varias veces “porque
realmente ahí yo me encontraba con los tipos que estaban conmigo,
me gustaba más, entonces me acordaba de todos. Si no me acordaba, me decían: ‘Te acordás de mí, yo era…’” (19/10/2007).
En síntesis, a lo largo de la posguerra, el “nosotros, integrantes
del Apostadero” se ha ampliado y sus fronteras se han vuelto más
porosas al incorporar a otros actores que previamente no eran parte del colectivo. Esta redefinición de la identidad social ha estado
vinculada a lógicas internas del grupo, como las redes sociales y
lazos afectivos construidos entre sus integrantes, y a las políticas
identitarias desplegadas por los “otros”, sobre todo a las luchas por
la definición de la condición de veterano de guerra.
Estas luchas identitarias estuvieron estrechamente ligadas a las
pugnas por la memoria de Malvinas. Lógicamente, si la identidad
y la memoria son dos elementos que van de la mano, que se constituyen y condicionan mutuamente (ya que cada uno funciona de
anclaje para la existencia del otro) (Jelin, 2002: 24), la construcción
de la identidad fue un proceso que se dio en paralelo a la configuración de una memoria común del colectivo social, cuestión que
analizaremos en la parte III.
Parte III. La memoria social del Apostadero.
Identidades y narrativas
La parte III aborda la construcción y el contenido de la memoria social del grupo Apostadero. Específicamente, analiza el trabajo
de encuadramiento de la memoria realizado por algunos integrantes
del grupo, quienes a través de diversos vehículos y estrategias elaboraron una narrativa histórica del Apostadero, en la que es posible
identificar determinados “puntos de referencia” relativamente invariables (Pollak, 2006).
En tal sentido, esta parte se funda en la hipótesis de que la
constitución y/o activación de la memoria colectiva del Apostadero ha tenido como propósito –como toda memoria social– mantener la cohesión interna y defender las fronteras de aquello que
el grupo tiene en común. Pero, además, su surgimiento, fortalecimiento o persistencia ha estado vinculado a su oposición y resistencia a las políticas públicas de silencio que han ocultado las
experiencias del grupo. Al silencio social generalizado en que se ha
intentado subsumir el conflicto a partir de la derrota y hasta los
2000, se suma el de las FF.AA. sobre la guerra logística. En efecto,
la peculiaridad de la memoria pública del grupo (su contenido y
la persistencia de ciertas claves de lectura en el tiempo), guarda
estrecha relación con la actitud de la Armada, la exclusión de sus
integrantes y el no reconocimiento de la guerra librada por esta
unidad, pero también con la confrontación con las imágenes sociales construidas en los ochenta, que han demostrado tener una
inusitada vigencia.
212
Andrea Belén Rodríguez
Para analizar la construcción de la narrativa del Apostadero,
en un primer momento, es necesario abordar la constitución de
la memoria institucional de la Marina sobre la guerra de Malvinas. A mi juicio, el reconocimiento de aquellos elementos que han
sido privilegiados por la fuerza en la configuración de su memoria
pública permite identificar algunos factores clave para explicar el
silenciamiento naval de la guerra del Apostadero. Asimismo, distinguir los criterios utilizados por la Armada para incorporar algunos
acontecimientos y actores de la guerra en su relato institucional, y
excluir otros, permite comprender el proceso de elaboración de la
memoria de la unidad en la esfera pública, que, curiosamente, ha
seleccionado las mismas variables.
La parte III, entonces, se organiza en dos capítulos. El capítulo 6
titulado “La memoria de la Armada” parte de tres interrogantes
claves: ¿cuáles son los sentidos que la Armada le ha atribuido a la
guerra de Malvinas?, ¿cuáles han sido los acontecimientos, lugares y actores –elementos constituyentes de toda memoria (Pollak,
2006)– privilegiados para la construcción de la memoria institucional?, ¿cuál ha sido el lugar destinado a la historia del Apostadero
Naval Malvinas en ella? Para abordarlos, en primer lugar, reconstruye en forma sucinta el contexto de la temprana transición en el
que la Armada constituyó los cimientos de la memoria oficial del
conflicto. En segundo lugar, y tras analizar el sentido otorgado por
la Marina a la contienda bélica, el capítulo identifica los “lugares
de la memoria”83 naval en los que la institución ha condensado los
sentidos de la guerra propia. Para finalizar, aborda el espacio que la
historia del Apostadero ha tenido en dicha memoria, mediante el
estudio de la historiografía naval, los actos y conmemoraciones y
otros elementos simbólicos institucionales.84
83 Pierre Nora definió “lugares de la memoria” como aquellas huellas que buscan “parar
el tiempo, bloquear el trabajo del olvido, fijar un estado de cosas, inmortalizar la muerte,
materializar lo inmaterial para […] encerrar el máximo de sentidos en un mínimo de signos”.
Son marcas en las que se cristaliza la memoria. Pueden ser espacios materiales, actores, así
como entes abstractos, como determinadas palabras que condensen una serie de sentidos
(Nora, 1984).
84 El capítulo se funda en un conjunto heterogéneo de materiales, los “soportes y lenguajes legítimos” utilizados por la Marina para dar credibilidad, aceptabilidad y organización
Batallas contra los silencios
213
El capítulo 7 denominado “Memoria/s del Apostadero: entre la
‘tradición oral’ y escrita”, en principio, historiza los procesos de configuración y formalización de la memoria social del grupo al identificar sus agentes, sus vectores de transmisión y las coyunturas que
favorecieron su activación o visibilización pública. A continuación,
explora el contenido de la memoria social del Apostadero. Para ello,
analiza los vectores clave de la memoria de sus integrantes. Por un
lado, la página web, en la que su autor constituye una memoria
“oficial/institucional” del grupo. Y, por el otro, diversos registros
en los que los autores narran sus experiencias bélicas en primera
persona, que representan memorias más individuales. En tal sentido, pretendo identificar las distancias y los acuerdos en torno a los
sentidos de la guerra de Malvinas, en general, y del Apostadero en
particular, que cada uno de los vectores produce o difunde.
a su relato (Salvi, 2012: 30). En primer lugar, da cuenta de los principales referentes de la
historiografía oficial de la guerra, tanto de aquellas obras generales como de las memorias
de los jefes de las unidades que intervinieron en el conflicto. En segundo lugar, analiza los
discursos de los integrantes de la plana mayor de la Armada en actos conmemorativos vinculados a Malvinas. En tercer lugar, tiene en cuenta la página web de la Armada Argentina:
www.ara.mil.ar. En cuarto lugar, aborda publicaciones periódicas vinculadas a la fuerza: Gaceta Marinera (publicada por la Armada en diversos lugares y con distinta frecuencia desde
1961, la única revista claramente destinada al público en general), el Boletín del Centro Naval
(una tradicional publicación destinada sobre todo a los integrantes de la fuerza) y Convicción,
el diario publicado desde 1978 hasta 1983 y vinculado estrechamente al proyecto político del
almirante Massera (Borrelli, 2008).
Capítulo 6. La memoria de la Armada
La “gesta” y los “héroes”
La situación de las FF.AA. en la inmediata posguerra era extremadamente delicada. Tengamos en cuenta que, luego de la rendición en 1982, las instituciones castrenses tuvieron que enfrentar
un fuerte cuestionamiento social por la derrota en las islas y por las
masivas violaciones a los DDHH que habían cometido en los setenta. En el caso específico de la Armada, esta no solo debía explicar su
intervención en la represión ilegal, sino también su contradictoria
actuación en la guerra. Para la Marina, el principal desafío frente a
Malvinas era dar cuenta de la paradoja de haber sido la fuerza que
históricamente alzó la voz en defensa de la soberanía de las islas, en
demanda de su restitución, pero que, a la hora del combate, optó
por rehuir a la lucha y resguardar a la flota de guerra.
Frente a esos cuestionamientos, como vimos en el capítulo 3,
la fuerza intentó redefinir su rol en el contexto democrático y cambiar su imagen pública. Por un lado, realizó diversas actividades
para promover un acercamiento con la sociedad civil. Por el otro, al
tiempo que intentaba construir una imagen de subordinación a las
instituciones democráticas, configuró una memoria oficial sobre su
participación en el conflicto del Atlántico Sur, que muchas veces iba
a la par de la “otra guerra”, la de “la subversión”.85
85 Los cruces entre Malvinas y “la guerra antisubversiva”, principalmente en los ochenta,
pero también en los noventa, fueron constantes en las conmemoraciones. En esas décadas, los
actos en homenaje a los “muertos por la subversión” fueron frecuentes en la Armada, aunque
216
Andrea Belén Rodríguez
En la temprana transición, la Armada avanzó en la construcción de su memoria pública de la guerra de Malvinas pensando tanto en su “frente externo”, como en el “interno”. En el primero, trató
de reivindicarse como garante de la soberanía nacional, y de recordar el apoyo social brindado al conflicto como forma de silenciar a
los críticos de la guerra y, por extensión, a los de su actuación en la
represión durante los setenta. De este modo, la Armada creía poder
eludir sus responsabilidades tanto en la guerra de Malvinas como en
la “guerra antisubversiva” (este fue un recurso utilizado por las tres
fuerzas). En ambos frentes, la construcción de una memoria oficial
que reivindicaba su participación en la guerra, le permitía luchar
contra la imagen de una Marina que no combatió en Malvinas. En
el interior de las filas navales, la configuración de dicha memoria era
una estrategia para instar a la cohesión institucional y evitar así los
conflictos intrafuerza que amenazaban con propagarse en la inmediata posguerra.
El discurso que construyó los cimientos de la memoria naval
fue proclamado por el almirante Jorge Anaya solo cuatro días después de la rendición. El 18 de junio de 1982, el comandante en jefe
de la Armada dirigió un mensaje a la fuerza naval en el que explicaba la derrota, e indicaba que el elemento determinante de esta había
sido el apoyo estadounidense a las tropas inglesas. Si esto no hubiera
sucedido, el resultado hubiese sido otro.
Pero además de explicar la derrota respondiendo así a los cuestionamientos sociales, Anaya pedía tranquilidad “ante la adversidad” e instaba a sus subordinados a cerrar filas mediante un recurso
tradicional de las FF.AA. como es el culto patriótico a los muertos:
Señalo con orgullo que en toda circunstancia el personal de la
Armada tuvo un desempeño ejemplar.
Rindo mi homenaje a quienes cayeron en cumplimento de su
deber […].
variaron en intensidad. A partir de la asunción de Néstor Kirchner, y luego de la derogación
de los indultos y de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, las reivindicaciones
públicas de la “guerra sucia” por parte de los marinos han sido prácticamente nulas. Fue en
este contexto, cuando el almirante Godoy realizó una profunda autocrítica institucional en
2006 (ver capítulo 3).
Batallas contra los silencios
217
Las generaciones venideras reconocerán la grandeza de quienes
lucharon con denuedo y con valor, y que una batalla perdida no
les significó claudicar en sus convicciones.
Los pueblos retemplan su espíritu en la hora de adversidad y la
institución debe hacerse en base a su cohesión y en un culto al
coraje y al honor.
Vuestra causa es justa; de nuestro lado está la razón de la historia
y la justicia.86
En este primer mensaje luego de la rendición, Anaya pretendió
a la vez dar una explicación de la derrota y justificar el conflicto.
El marino ratificaba la legitimidad de la guerra y, por ende, del
“sacrificio” de aquellos que habían muerto por una causa noble y
justa, quienes con esa muerte redentora pasaban a ocupar un lugar
privilegiado en el “altar de la nación”. El discurso del principal instigador del conflicto sacralizaba la guerra y daba un sentido sublime
a la muerte de los combatientes, al tiempo que ocultaba y subsumía
el horror y sufrimiento que había implicado al apelar al tradicional
culto a los soldados caídos (Mosse, 1990).
En esa alocución, ya aparecían varios elementos que fueron
característicos de los discursos de los marinos sobre el conflicto (y
también del resto de las fuerzas): la fuerte presencia de elementos
nacionalistas tradicionales y la casi nula autocrítica por el desempeño en las islas. Ambos aspectos son aún más evidentes en la “orden
de despedida” como comandante en jefe de la Armada que Anaya
pronunció el 2 de octubre de 1982. Allí, Anaya realizó uno de los
intentos más claros y coherentes de encuadramiento de la memoria
del pasado reciente de la institución al establecer un marco de sentido para los dos principales acontecimientos acaecidos durante su
mando: la “lucha antisubversiva” y la guerra de Malvinas.
Luego de reivindicar el comportamiento de sus subordinados,
ya que todos ellos “sin distinción de jerarquías, cumplieron con su
deber”, estableció una verdadera declaración de principios en torno
86 Convicción, 18/6/1982.
218
Andrea Belén Rodríguez
al conflicto del Atlántico Sur y a la lucha “contra el terrorismo”.
Respecto a esta última, afirmó:
En cuanto a la acción librada contra el terrorismo, quiero ser
también muy claro: la Armada combatió activamente la subversión y junto al Ejército y la Fuerza Aérea, la venció militarmente.
Esa fue una guerra ganada, y que volveremos a ganar cada vez que
se plantee en los términos con que se nos azotó a todos por igual.
Gracias a esa victoria, fundada en la valiente actitud de todo el
pueblo argentino, vivimos desde hace unos años una paz interna
que estamos obligados a conservar.87
En su mensaje no había ninguna originalidad. El marino repetía uno a uno los argumentos sostenidos hasta el hartazgo durante la
dictadura –y también, mucho después– y que negaba impunemente
la realidad represiva: la “lucha contra el terrorismo”, protagonizada
por las tres fuerzas, había sido necesaria para conservar “la paz interna” y el ser nacional; esa lucha no había sido buscada ni querida por
las FF.AA. (que se habían visto obligadas a actuar en su condición de
“última reserva moral de la nación”); había sido una guerra contra un
enemigo interno apoyada por “todo el pueblo argentino” y había sido
una victoria militar. Asimismo, señalaba que allí donde se repitieran
las condiciones que dieron origen a esos eventos, las FF.AA. estarían
dispuestas a luchar otra vez “por la Patria” (Salvi, 2012).
Respecto a la guerra de Malvinas, Anaya indicó desde cómo
debía entenderse la ocupación de las islas hasta cómo valorar la derrota, para “que nadie sienta que fue una guerra inútil, infundamentada, irresponsable”, como había señalado minutos antes su sucesor,
el almirante Franco:
1) El ultimátum del gobierno de Gran Bretaña, amenazando
con el empleo de sus fuerzas para expulsar a un grupo de argentinos que trabajaba en las islas Georgias del Sur, fue el factor
desencadenante de las operaciones que debimos iniciar en el
Atlántico Sur.
87 Gaceta Marinera, 7/10/1982.
Batallas contra los silencios
219
2) Aceptar ese ultimátum hubiera significado callar para siempre
nuestros reclamos. Eso se llama cobardía y no es propio de nuestra raza, que tanto combatió por la libertad de América.
3) Conscientes de la necesidad de no provocar males mayores,
se ordenó la recuperación incruenta de nuestro territorio, aún a
costa de vidas argentinas, lo que se cumplió mediante un operativo militar impecable, que dejó abierto el camino para las
negociaciones que deseábamos fueran de buena fe, hechas con
cordura y fundamentalmente justas de acuerdo con todos los
antecedentes y reiteradas exhortaciones de los organismos internacionales.
4) Jamás, durante dichas negociaciones, se le dio a nuestro país
la posibilidad de una salida digna. Ni el enemigo ni sus personeros aceptaron siquiera tratar nuestros derechos. Y fue la amenaza
de una acción militar la contrapuesta a nuestra disposición a
discutir todo, sin abandonar lo que por derechos nos pertenece.
Decidimos enfrentar el riesgo de las armas antes que una humillación. Estábamos seguros que el enemigo sufriría el daño con
la rudeza criolla que respondió al atropello y que conmocionó
al mundo entero.
Dije en otra oportunidad, y lo repito hoy, que los varones de
esta tierra jamás midieron la magnitud del enemigo, cuando
estaba en juego la justicia de la causa. Perdimos la batalla de
Puerto Argentino, pero el mundo sabe ahora que lucharemos
sin tregua hasta lograr la recuperación de nuestro territorio.88
En una alocución plagada de referencias históricas a las guerras
de la Independencia, Anaya indicó que Gran Bretaña había sido la
potencia agresora (lo contrario de lo que había establecido la ONU
durante la guerra). Su intransigencia ante el incidente en las islas
Georgias no le había dejado otra opción a nuestro país que ocupar
las islas para mantener en pie la reivindicación de la soberanía. No
haber reaccionado hubiera sido sinónimo de cobardía. Para continuar con la imagen tradicional de país pacífico, aun cuando había
iniciado una guerra, el almirante destacó que el operativo de desem88 Gaceta Marinera, 7/10/1982.
220
Andrea Belén Rodríguez
barco había sido incruento para los isleños y las tropas inglesas, e
indicó que el objetivo de la ocupación de las islas fue solo retomar
las negociaciones con Inglaterra, pero la inflexibilidad “a siquiera
tratar nuestros derechos” dejó como único camino la guerra.
Además, respondiendo a los críticos que veían al conflicto
como una “aventura militar”, una guerra perdida aun antes luchada
por la indudable superioridad inglesa, Anaya indicó que, en primer
lugar, estaban los derechos argentinos y el honor de nuestro país, y
que ello iba más allá de la más elemental evaluación del enemigo.
En definitiva, la causa Malvinas estaba por encima de todo y ese era
el verdadero sentido del conflicto. Finalmente, dejó en claro qué
es lo que se había ganado en la derrota: el reconocimiento internacional de “la justicia de nuestra causa” y el saberse valientes, dignos
herederos de los héroes del siglo XIX, capaces de arriesgar sus vidas
con tal de defender lo que es propio, sin importar el poderío del
enemigo.
Esta convicción de que existían “causas nacionales” que estaban por encima de todo gozaba de fuerte arraigo en la historia y
tradición de la institución. De hecho, en el relato del combate de
Montevideo –acontecimiento fundacional de la Armada Argentina–, los historiadores navales se han preocupado por destacar la inferioridad de condiciones del almirante Brown frente a la escuadra
realista y que, así y todo, luchó y triunfó porque la independencia
del país se hallaba en juego.89 En este sentido, es evidente que lo
que pretendía la Marina era continuar con la narrativa nacionalista
clásica del pasado argentino, la que se había transmitido durante
décadas en el sistema educativo y que formaba parte del “sentido
común sobre la nación” de la mayoría de los argentinos (Romero,
89 A principios del siglo XIX, las Provincias Unidas del Río de la Plata estaban en plena
lucha por su independencia, todavía no declarada formalmente. El principal bastión español
cercano a Buenos Aires se encontraba en Montevideo, el que era necesario derrotar para que
“la Revolución” continuara. Entre 1812 y 1814, tropas del Ejército argentino y auxiliares
orientales sitiaron a la ciudad con el objetivo de desabastecerla y lograr su rendición. Pero el
golpe de gracia lo dio la improvisada flota al mando del almirante Brown, quien con medios
inferiores logró vencer a la escuadra realista en el combate naval del 14 a 17 de mayo. Esa
acción se considera fundante de la Armada, e incluso su fecha (17 de mayo) fue instituida
como el día de la Marina por el presidente Frondizi, en 1960.
Batallas contra los silencios
221
2004). En ella, se otorgaba un lugar de privilegio a las guerras y a los
militares caídos en las batallas, calificados como “gestas gloriosas” y
“héroes” que se sacrificaron por la Patria. El conflicto del Atlántico
Sur venía a ser una más de estas gestas y los caídos, nuevos héroes a
incorporar en el panteón. Cualquier otra interpretación de la guerra
era considerada una “traición” –como afirmó Galtieri en su último
mensaje como presidente–90 y los cuestionamientos o sospechas sobre las motivaciones de la ocupación, una claudicación a los intereses de las potencias colonialistas.
La alocución de Anaya, fundante de la matriz que tramaría de
aquí en más el sentido oficial del conflicto del Atlántico Sur y de la
“guerra antisubversiva”, se inscribía en el relato nacionalista clásico
que las FF.AA. han sostenido históricamente. Su larga sombra se ha
proyectado sobre la mayoría de los discursos públicos de la Armada
y en los escritos en las publicaciones institucionales, tanto en las
obras académicas como en las revistas destinadas al público en general. Los editoriales que cada año ha publicado Gaceta Marinera para
el 2 de abril son quizás el caso más claro al respecto. Solo por dar
un ejemplo, en 1993, Gaceta comenzaba su editorial oponiendo la
concepción de “guerra justa” a la imagen hegemónica del conflicto
como “manotazo de ahogado” de una dictadura en crisis:
El 2 de abril de 1982 la Argentina puso fin a casi ciento cincuenta años de usurpación por parte del Imperio Británico, quien
nos despojó de las Islas Malvinas luego que los EEUU destruyeran sus instalaciones.
No fue la reconquista de las Malvinas, como algunos quisieron
creer, un acto desatinado, un malabarismo político o una resolución adoptada impensadamente por quien buscaba un interés
político.
El 2 de abril de 1982 se cumplió un destino inevitable, que muy
posiblemente hubiera sido igual, con más o menos variantes, si
la resolución la hubiera debido tomar otro gobierno o el mismo
Congreso.91
90 Convicción, 16/6/1982.
91 Gaceta Marinera, 20/4/1993.
222
Andrea Belén Rodríguez
Luego de explicar la historia de negociaciones internacionales,
el editorial se situaba en 1982 y repetía todos los elementos propuestos por Anaya en las postrimerías del conflicto: la reivindicación de la soberanía de las islas como única causa del conflicto; la
percepción de Gran Bretaña como agresora y la verdadera responsable de la guerra; la disponibilidad permanente de la Argentina
para negociar; la derrota ante una respuesta desproporcionada de
Inglaterra y, principalmente, por el apoyo de los Estados Unidos a
las tropas británicas; y también, el culto patriótico a los caídos “con
heroísmo y determinación”.
Se trata de un discurso contextualizado en el largo plazo, que
solo recurre a lo coyuntural para dar cuenta de los avatares del conflicto en la arena internacional. En tal sentido, elude cualquier referencia
a la crisis por la que estaba atravesando la dictadura. En él, también
se expresa ese nacionalismo tradicional que alimentó la guerra y la
construcción de la causa nacional carente de todo tipo de autocrítica.
En todo caso, cuando admite los errores cometidos o la inferioridad
de condiciones respecto al adversario, lo hace para realzar el valor y la
entrega de los combatientes, pero evita realizar una evaluación crítica
de la actuación de la Armada, de las condiciones en que llegó a 1982,
o de su insistencia en el desembarco. Ese fue un recurso ya utilizado
por Anaya tras la rendición, cuando destacaba la valentía de los combatientes por defender la causa nacional más allá del poderío inglés,
y que será utilizado una y otra vez a lo largo de la posguerra por los
emprendedores de la memoria naval, como veremos.
Los principales textos institucionales que sintetizan el accionar
de la Armada en la guerra de Malvinas también retoman estos elementos, aunque en ocasiones matizan algunas variables o proponen
otras nuevas. Una de las cuestiones que destacan una y otra vez es el
respaldo de la sociedad al conflicto, siguiendo la estrategia señalada
de llamar a silencio a los críticos recordándoles su pasado compromiso con la guerra.
Esto se ve claramente en los dos capítulos del tomo X de la monumental obra Historia Marítima Argentina –los que corresponden
al conflicto– realizada a instancias del Departamento de Estudios
Históricos Navales, bajo la dirección del contraalmirante Laurio
Batallas contra los silencios
223
Destéfani y publicada en 1993. En el capítulo V, Destéfani afirma:
“Mientras seguían las tratativas en la UN y en la OEA, el pueblo
argentino daba rienda suelta a su entusiasmo en la Plaza de Mayo,
en las capitales de las provincias y en toda ciudad de importancia.
Reconocía que la Operación Malvinas era justa y llenaba una antiquísima aspiración nacional” (1993: 129).
Asimismo, esta obra justifica el repliegue de la flota de guerra al litoral atlántico luego del 2 de mayo. En el capítulo XVIII, se detalla cada
uno de los factores que “pesaron en el análisis de los altos mandos navales”: la amenaza de los submarinos nucleares en la zona y la determinación a usarlos, el convencimiento de que los británicos disponían de
información satelital, la resolución inglesa de llevar el conflicto hasta sus
últimas consecuencias, la percepción de la inferioridad de condiciones
de la flota nacional frente a la británica en caso de un enfrentamiento y,
por último, el temor de que una gran cantidad de bajas en las unidades
navales podría ser aprovechado por Chile para atacar el continente.
Estos argumentos también son señalados por el contraalmirante Horacio Mayorga en la obra más abarcadora sobre la guerra
de la Armada: No Vencidos. Relato de las operaciones navales en el
conflicto del Atlántico Sur, realizada en colaboración con el capitán
Jorge Errecaborde. En el prólogo, luego de justificar la falta de una
acción de combate frontal de la flota de guerra “porque no se presentó la oportunidad que estuvo tan próxima aquel 1º de mayo de
1982”, Mayorga advierte contra “las críticas que no son otra cosa
que el producto de no haber asimilado el impacto de la derrota”
(1998: 16).92 Justamente por eso, el autor denomina al libro No
vencidos, “porque el ‘TIEMPO’ de Malvinas fue un ‘tiempo de derrota’ para el país politizado, pero para los hombres de armas, y
sobre todo para nuestros muertos, es ‘TIEMPO DE HONOR’”
(1998: 8, destacado en el original).
En No vencidos, Mayorga pretende difundir información sobre
el accionar de la Marina en la guerra al público en general. Y si bien
92 En esta obra también se pueden encontrar los cruces entre Malvinas y la represión ilegal,
cuando defiende “nuestra lucha antisubversiva”. Tenemos que tener en cuenta que Mayorga
fue la máxima autoridad de la Aviación Naval cuando se produjeron los fusilamientos en la
Base Almirante Zar, en 1972; y en los primeros años de la democracia, fue el defensor de
represores como Chamorro y Astiz en los juicios llevados a cabo por la Justicia Militar.
224
Andrea Belén Rodríguez
la reivindica constantemente, no por ello se sustrae al análisis de las
desinteligencias interfuerzas y de los errores cometidos. De hecho,
por momentos se torna sorprendentemente crítico, siendo una excepción en la memoria oficial.
La obra recorre uno a uno los acontecimientos protagonizados por
las distintas unidades navales de la flota, de infantería de marina y de
aviación naval. Ahora bien, aunque parece ser un relato comprehensivo, el autor advierte que no va a abordar el desempeño de algunas
unidades: “… tampoco [hemos descrito] las tareas cumplidas por el
Apostadero Naval, el grupo de mercantes, etc., todo ello en beneficio de
mantener la atención sobre los sucesos principales” (1998: 127).
Al leer esta aclaración, surge de inmediato una pregunta: ¿cuáles son, para el autor,93 los “sucesos principales” de la guerra? En
general, ¿cuáles han sido los acontecimientos, actores y lugares
privilegiados en la memoria oficial de la Armada para legitimar su
cuestionada participación en la contienda bélica? Y más importante
aún, ¿cuáles han sido los criterios que fundamentan la selección entre hechos importantes y aquellos que no lo son? Estos interrogantes
guían el próximo apartado.
Lugares de la memoria naval
La Operación Rosario ha sido uno de los “caballitos de batalla”
de la institución para reivindicar su participación en el conflicto. Ya
en el mensaje de despedida del almirante Anaya aparecían los atributos que los marinos han destacado constantemente de la operación:
que fue “impecable” en su planificación e “incruenta” en su ejecución,
característica fundamental para no manchar la imagen nacional en los
93 Si bien el autor aclara que el libro no es la versión oficial de la Armada sobre la guerra,
lo cierto es que este se basa en el informe realizado por la COAC en 1982 y, de hecho, en ese
año, Mayorga fue elegido por el comandante en jefe de la Armada para escribir la “Historia
militar de las operaciones navales durante el conflicto del Atlántico Sur”. Además, antes de
publicar el texto, pidió autorización al entonces jefe del Estado Mayor General Naval, el
almirante Molina Pico, quien le permitió acceder a toda la documentación de la fuerza, e
incluso, él es quien le prologa el libro. A partir de estos elementos, puede suponerse que en
el relato existe una fuerte identificación entre la mirada del autor y la institucional, lo que es
evidente, por otra parte, cuando se analizan otras fuentes navales.
Batallas contra los silencios
225
organismos internacionales y para poder retomar las negociaciones.
En Gaceta Marinera, aparecen una cantidad de notas especiales describiendo el operativo de desembarco desde su planificación hasta su
ejecución. También se le otorga un espacio considerable en las obras
de síntesis de la acción de la Armada en Malvinas.
Pero, el libro que más ha contribuido a forjar el mito del “éxito
naval” del 2 de abril es Operación Rosario, que reúne los testimonios
de los jefes de las distintas unidades que participaron. En su presentación, el contraalmirante Carlos Büsser, comandante de Infantería
de Marina en 1982 y responsable de la Operación, construye los
cimientos del mito:
En estas páginas el lector no debe buscar el detalle de las negociaciones políticas de alto nivel que llevaron a ejecutar la operación, ni sus fundamentos estratégicos, ni la apreciación política
y estratégica militar que se realizó para determinar la fecha y
forma en que se hizo. Tampoco debe buscarse el detalle o las
motivaciones de las decisiones y acciones posteriores al 2 de
abril ni referencias a las acciones llevadas a cabo en Georgias el
3 de abril. Este es, exclusivamente, el relato de cómo la Fuerza
de Desembarco planificó y ejecutó la operación de recuperación
de las Islas Malvinas.
Esta Fuerza de Desembarco dio por finalizada su misión el mismo día 2 de abril en horas de la tarde y el día 3 ya se encontraba,
casi por completo, de regreso en sus alojamientos normales de la
Argentina continental.
Cometerá un error el que busque en estas páginas acusaciones,
reproches o imputaciones. No los hay. El éxito fue completo…
(1984: 8).94
La estrategia utilizada por Büsser para reivindicar el 2 de abril,
y por extensión la participación de la Armada y su actuación en el
conflicto, es evidente. Al centrarse en las acciones militares de la
Operación Rosario y en la experiencia de los oficiales que las dirigieron, el autor construye un relato aislado tanto de los antecedentes
94 Esta obra fue publicada por primera vez en 1984. Para el 2014, ya llevaba tres ediciones
y era el segundo libro más vendido sobre Malvinas por el Instituto de Publicaciones Navales.
226
Andrea Belén Rodríguez
de los hechos del 2 de abril así como del desenlace de la guerra: la
derrota aparece disociada al desembarco. Mediante ambos recursos,
Büsser resignifica el operativo como “exitoso”, porque la fuerza naval logró el objetivo de recuperación de las islas, por la excelencia en
su planificación y ejecución y porque cumplió con el secreto militar
y con la orden de no derramar sangre enemiga ni civil, ni infligir
daños en las propiedad privada.
Para enfatizar lo “exitosa” que fue la Operación, el autor destaca
una serie de elementos. Los atributos no son elegidos al azar. Cada
uno de ellos da la posibilidad de oponerse a las principales críticas
que circulaban públicamente sobre la actuación militar en las islas.
Si uno de los cuestionamientos primordiales fue la improvisación
en lo operativo y, principalmente, en lo logístico, Büsser destaca
que “será posible apreciar la prolijidad del planeamiento realizado,
la profundidad de los análisis y el extremo cuidado y empeño puesto
por cada uno” en la puesta a punto del material y en el adiestramiento, y que “la actividad logística de respaldo de la operación fue
excelente.” Además, a las críticas por la casi nula coordinación y planificación conjunta entre las fuerzas, el autor responde indicando
que en el operativo de desembarco “se pudo comprobar el alto nivel
de cooperación y de adiestramiento de todas las unidades de la Armada y la capacidad desarrollada para trabajar conjuntamente con
tropas del Ejército…” Frente a la imagen del conscripto como “chico de la guerra” superado por las circunstancias y abusado por sus
superiores, Büsser afirma que “los jóvenes conscriptos estuvieron a
la altura de las circunstancias” y que “fueron buenos combatientes,
valerosos y esforzados…” Por último, ante los cuestionamientos de
la capacidad profesional de la Marina en 1982, el autor señala:
Ningún jefe ni ningún conjunto de hombres puede conformar
una organización militar eficiente y capaz de realizar una operación como la que se ejecutó, si no hay una capacidad previa
totalmente desarrollada, tanto en la doctrina, como en los conocimientos y preparación del personal y el material disponible. El hecho de que esto fuera una realidad en la Armada a
principios de 1982 es un mérito atribuible a todos aquellos que
Batallas contra los silencios
227
a lo largo del tiempo trabajaron y perfeccionaron a esta fuerza
(1984: 8-10).
En definitiva, Büsser construye un relato descontextualizado,
en el que solo ilumina la Operación Rosario y deja toda otra consideración previa o posterior en segundo plano. Sin embargo, deja
entrever un mensaje claro: cuando la Infantería de Marina se hizo
cargo de la planificación y ejecución de las acciones, “todo iba sobre
rieles”. El problema fue –parece decir– cuando el plan original de
“ocupar para negociar” no dio resultado y, luego, el Ejército tomó
cartas en el asunto. Así las FF.AA. terminaron derrotadas.
Además, en el desembarco en las islas se produjeron las primeras muertes de la guerra, con el peso simbólico que conllevan. A lo
largo de la posguerra, la Armada ha destacado al capitán Giachino
–el primer muerto en la guerra– como la figura emblemática del héroe naval. De hecho, en el listado de “Héroes Navales” que la fuerza
incluye en su página web, solo aparecen dos caídos en Malvinas
y uno de ellos es Giachino, quien es realzado como el “arquetipo
del jefe, que lidera a sus hombres en combate asumiendo personalmente los riesgos mayores y que, ante órdenes recibidas, las ejecuta
puntillosamente, aun a costa de su propia vida. No delegó en sus
subordinados la tarea más peligrosa. La tomó para sí, lo que es privilegio de los grandes”.95
Entonces, mediante el recuerdo de la Operación Rosario y de
sus caídos, la Armada ha intentado hacer frente a las críticas por su
actuación (al destacar lo bien desempañada que estuvo) y, a la vez,
transmitir a las nuevas generaciones los valores y pautas morales
que han sido constitutivos de la cultura militar: la disciplina, valor
y abnegación que debe caracterizar a todo buen líder, para estar al
frente de las tropas y saberlas conducir, pero también para estar
dispuesto a dar la vida por la misión, por sus subordinados y por
la Patria. Todo esto en fiel cumplimiento de la tercera “Ley del honor naval”, que indica que “El puesto del superior es siempre el de
95 Pedro Giachino, además, integró un grupo de tareas en los setenta; una situación recordada en algunas publicaciones durante el conflicto y en las conmemoraciones en los ochenta.
228
Andrea Belén Rodríguez
mayor peligro”.96 De hecho, esa siembra sistemática de la Marina
ha cosechado sus frutos: en 2012, los alumnos de primer año de la
Escuela Naval afirmaron tener como principal referente militar a
Giachino (Colotta, 2013: 23).
Otro de los lugares de la memoria privilegiados por la Armada
es el desempeño del BIM 5 en la guerra. Como vimos en el capítulo 1, esta unidad fue el único batallón de infantes de Marina que
combatió en las principales batallas de Puerto Argentino y tuvo un
gran accionar. Ya en junio de 1982, el comandante del Área Naval
Austral, contraalmirante Horacio Zariategui, comenzó a construir
la imagen de la unidad como excepcional cuando dio un discurso de
bienvenida a los integrantes del BIM 5 que recién regresaban de las
islas. En una sala repleta de periodistas, el oficial señaló:
Estamos aquí para recibir a un batallón que recibía la orden de
contraatacar cuando, simultáneamente, se daba la orden de izar
la bandera blanca. […]. Un batallón que se rindió porque le
dieron la orden, pero que mantuvo hasta el último momento su
organicidad. Un batallón que demostró su eficiente preparación
y cuyo comandante permaneció en su posición hasta que el último de sus hombres pudo retirarse. […] Este batallón –remarcó–, que no tiene desnutridos y no entregó una sola arma sana
al enemigo […], este cuerpo supo hacer honor a su tradición, a
la Armada Argentina y al país todo.97
Luego, autorizó a los soldados a permanecer en el recinto para
hablar con los periodistas y ordenó a los suboficiales y oficiales
retirarse para que no se sospechara de condicionamientos. Gran
cantidad de medios de comunicación publicaron testimonios de
los conscriptos que confirmaban la imagen del batallón dada por
Zariategui. Por ejemplo, la revista Siete Días publicó una nota de
96 Las cinco Leyes de Honor Naval son constitutivas de la tradición naval. Las cuatro
restantes son: ningún buque argentino deberá caer en manos del enemigo; todo buque
argentino se hundirá, antes que rendir el pabellón; ningún hombre de mar abandona a un
camarada en peligro; las tradiciones del servicio son exponentes del honor y el respeto, y el
deber de todo oficial de Marina es mantenerlas y enaltecerlas, como base del prestigio del
que goza la Armada.
97 Gaceta Marinera, 1/7/1982.
Batallas contra los silencios
229
varias páginas bajo el título “Los combatientes del BIM 5 y sus
testimonios sobre la guerra: ‘Ellos eran mil. Nosotros 87. Y los paramos’”,98 acompañada de fotos de conscriptos alegres y en perfectas
condiciones. En el primer párrafo, el cronista indica: “No tienen la
imagen de la derrota, ni tampoco la soberbia de quienes creen haber
vencido. Estos chicos no se engañan. Ni se resignan. Pese a que no
pueden ocultar su dolor por un regreso sin victoria, no se muestran
abatidos ni apesadumbrados. Todos saben, o presienten, o confían
en que aún no se ha dicho la última palabra”.
El resto de la nota incluía entrevistas a los ex soldados. En una
de ellas, ante la pregunta sobre su alimentación, varios soldados respondieron: “(Comíamos) guiso, polenta, lentejas. Siempre tuvimos
comida. Cuando no llegaba la comida caliente, comíamos la ración
de campaña, de supervivencia, que viene en una cajita y tiene desde
café con leche en polvo, hasta un calentador con alcohol sólido, fósforos, chocolate, etc.”. Lo mismo aseguraron respecto a la vestimenta, municiones y correspondencia: “No nos faltó nada”, decía un
conscripto, porque “nuestro comandante se ha preocupado mucho
por nosotros”. Además, los testimonios de los soldados construían
una imagen profesional del batallón, que había logrado combatir de
igual a igual con las tropas inglesas por su gran entrenamiento, y, de
hecho, la orden de repliegue los había sorprendido preparando un
contraataque: “El BIM 5 estaba para seguir”, afirman.
La comparación entre el desempeño del BIM 5 con el de las
tropas de Ejército era bien evidente para cualquier lector de la época
y en un contexto en el que las denuncias por las pésimas condiciones en que habían estado los conscriptos en el conflicto eran moneda corriente. Recordemos que algunas de las críticas que tuvieron
más fuerza a la hora de construir la imagen del soldado como “chico
de la guerra”, fueron: el abandono del conscripto en el frente por la
ausencia de los oficiales; el abuso de los superiores hacia sus subordinados; la carencia de víveres, ropa de recambio, agua y municiones
por la tremenda improvisación que atravesó toda la campaña; la
vida en posiciones por más de dos meses, sin rotación, en un clima
98 Siete Días, 30/6/1982. Las citas a continuación corresponden a la misma fuente, hasta
indicación de lo contrario.
230
Andrea Belén Rodríguez
extremadamente frío y húmedo como el de las islas, entre otras.
Como consecuencia, se difundió una imagen del soldado enfrentado a condiciones inhumanas que lo superaron mucho antes del ataque inglés, y que al momento del ataque solo atinó a huir, replegarse
desesperadamente y abandonar su posición.
El contraste entre esa imagen hegemónica de la guerra que habían vivido los conscriptos y los testimonios de los soldados del
BIM 5 era tan evidente que incluso el periodista se vio obligado a
aclararlo: “Esta gente de infantería de Marina (el único batallón de
la Armada que combatió en Malvinas; el último que entregó sus
armas) aporta un panorama distinto del que dieron otros soldados,
con el fantasma del hambre, del frío, de la falta de municiones y de
la aparente carencia de coordinación entre las fuerzas. Esta gente de
la Armada inclusive asegura que no se rindió”.
Este énfasis en el gran desempeño de Infantería de Marina,
que contrasta con el de las tropas del Ejército, también lo encontramos en el libro Desde el Frente. Batallón de Infantería de Marina
Nº 5, escrito en 1996 por el contraalmirante Carlos Robacio –comandante de la unidad durante la guerra–, en colaboración con el
suboficial Jorge Hernández, subcomandante. Esta obra, que ya va
por su cuarta edición, resulta una referencia obligada para conocer
la participación de la Infantería de Marina en 1982. En un relato
de casi 500 páginas, el autor destaca el comportamiento ejemplar y
excepcional de sus integrantes, fruto de la excelencia de su entrenamiento. Para esto, incluye las voces de los “adversarios” en el texto,
e indica el trato diferencial que gozaron como prisioneros por el
respeto y consideración británica hacia su accionar.
En el prólogo del libro, luego de afirmar que no es su intención
compararse con otras tropas ni mostrarse como “perfectos”, señala sobre el accionar de los efectivos de Ejército: “… comprender
el inmenso valor de aquellos que aun careciendo de un adecuado
adiestramiento, adaptación al ambiente y con escasos elementos,
enfrentaron la acción con un sacrificio, esfuerzo y determinación
encomiables” (Robacio y Hernández, 1996). La comparación entre
las tropas de ambas fuerzas es imposible de pasar por alto en un re-
Batallas contra los silencios
231
lato en el que el profesionalismo y entrenamiento de la unidad, que
además ya estaba aclimatada, son dos de los ejes principales.
Para la Armada, elegir la experiencia del BIM 5 ha sido fundamental, no solo para demostrar que participó en la guerra y que
estuvo en el frente de batalla, sino principalmente para destacar que
el desempeño de sus tropas fue mucho mejor que el del Ejército.
De hecho, el mensaje solapado, y a veces no tanto, es el mismo que
vimos para el caso de la Operación Rosario. En palabras de un oficial: “Si la preparación hubiera sido pareja, en general, no solo creo
que el resultado hubiera sido distinto, sino todo lo contrario de lo
que fue”.99 Inclusive, muchos relatos de protagonistas de la guerra
y de las publicaciones institucionales, al centrarse únicamente en la
experiencia de la Armada en el frente de batalla, dejando de lado a
quienes integraban la mayor parte del dispositivo de defensa, discuten la decisión de rendirse. Por ejemplo, en el CD multimedia
realizado para los 25 años del conflicto, Gaceta Marinera afirma:
“Existían hasta ese momento muchas posiciones argentinas que se
mantenían intactas y con una alta moral de combate. Sin embargo,
se cumple con la orden de entregar el armamento”.
Además, al igual que en el caso de la Operación Rosario, también los infantes de Marina que combatieron en el frente de batalla
permiten destacar una serie de valores tradicionales de la Marina
para transmitir a las nuevas generaciones: la disciplina, pero también la inventiva, la relevancia del entrenamiento, el valor, la disposición a morir por la Patria, entre otros. Esto es evidente cuando
se reseña la vida de Castillo, un suboficial del BIM 5 que murió en
las islas, en la página web de la Armada (el otro caído en Malvinas
incluido en el listado de “Héroes navales”):
Murió sin amilanarse, en combate, abriendo senda y transformándose en un vivo ejemplo para los Infantes de Marina.
El Suboficial Segundo de Infantería de Marina Julio Saturnino
Castillo, Héroe de la guerra de Malvinas recibió la máxima condecoración: La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate
por “Rechazar en forma individual y por propia iniciativa, el ataque
99 Gaceta Marinera, 1/7/1982.
232
Andrea Belén Rodríguez
de una fracción enemiga produciéndole severas bajas, posteriormente
perseguirlas y continuar combatiendo en permanente y ejemplar actividad de arrojo hasta ofrendar su vida…” (destacado en el original).
Otro de los lugares de la memoria destacados por la Armada es el “bautismo de fuego” de la Aviación Naval. Recordemos
que el 4 de mayo (a dos días del hundimiento del crucero General
Belgrano), los pilotos de la Segunda Escuadrilla de Caza y Ataque
hundieron el buque Sheffield. Los relatos de este acontecimiento
llegaron a ribetes legendarios aun durante la guerra, porque a falta
de operaciones en tierra y en el mar, el accionar de la Fuerza Aérea
y Aviación Naval fue muy publicitado.
El hundimiento del Sheffield ha sido uno de los hitos destacado por la Aviación Naval para reivindicar su actuación, no solo por
ser su “bautismo de fuego” –que la institución estableció como Día
de la Aviación Naval–, sino también por haber sido una operación
inédita a nivel mundial. Era la primera vez que se lanzaban misiles antibuques desde aviones de ataque con la combinación Super
Etendard-Exocet, y lograron un resultado exitoso. Todos estos elementos fueron indicados por el entonces comandante de Aviación
Naval, contraalmirante Moya, en el mensaje por el aniversario de
creación de la institución, en febrero de 1983: “[En la guerra] hubo
heroísmo, sí, pero fundamentalmente profesionales conscientes. Las
batallas se ganan destruyendo sin dejarse destruir y Gran Bretaña,
nuestro enemigo, no creyó en nuestra capacidad de daño hasta que
los hechos la llevaron a la realidad”. Luego de cuantificar las acciones
realizadas, los recursos con que contaban y los resultados obtenidos,
dedicaba el último párrafo al hundimiento del Sheffield: “Ese día
la Armada Argentina abría a los ojos del mundo un nuevo capítulo
en la doctrina de las operaciones aéreas navales. Ese ataque produjo
una sustancial modificación en el empleo de las fuerzas navales británicas, imponiendo de allí en más, y por la amenaza potencial que
significaba, un gran esfuerzo adicional para contrarrestarla…”100
Uno de los vectores de la memoria que más ha alimentado esta
imagen del coraje y sacrificio de los pilotos navales es el tomo III de
100 Clarín, 13/2/1983
Batallas contra los silencios
233
la Historia de la Aviación Naval Argentina, íntegramente dedicado a
la contienda bélica y realizado a instancias del Departamento de Estudios Históricos Navales bajo la coordinación del contraalmirante
Héctor Martini. La obra –publicada en 1992– es un relato pormenorizado y técnico de los vuelos de las escuadrillas antisubmarinas,
de ataque, exploración, reconocimiento, rescate, de helicópteros y
de sostén logístico; una enumeración de las acciones realizadas y de
los resultados obtenidos. Para luchar contra la imagen de los pilotos
como fanáticos o suicidas que la prensa difundió, Martini destaca
una y otra vez que los triunfos logrados o las misiones cumplidas se
deben al entrenamiento, profesionalismo y coraje de los pilotos, y
ellas son aún más destacables por la inferioridad de condiciones en
que se hallaban.
Esta imagen de la actuación de Aviación Naval en el conflicto,
alimentada por la “campaña” de prestigio llevada a cabo por Fuerza
Aérea en la posguerra (Guber, 2007),101 se actualiza en cada aniversario del 4 de mayo y en ocasiones de fuerte peso simbólico, como
las “fechas redondas”. En el número especial por los treinta años
de la guerra, Gaceta Marinera dedica una nota a los pilotos navales, titulada “No los verán llegar”. En la cita elegida para el epígrafe, aparecen aquellos valores y principios que la Armada pretende
transmitir al futuro al difundir estas acciones: “Solo confían en la
disciplina, el estudio y el entrenamiento intenso. Conocen el riesgo,
aún en los adiestramientos, lo aceptan y lo vencen con la capacidad
desarrollada. No con la improvisación. Aman la vida”.102
Ahora bien, si hay un emblema de la Armada vinculado a
la guerra Malvinas, este es el hundimiento del crucero General
Belgrano, un buque insignia de la institución por sus dimensiones
y por su historia en la fuerza.103 En esa acción murieron 323 per101 Es importante aclarar que si bien en declaraciones a la prensa los pilotos de la Fuerza
Aérea y de Aviación Naval se han cuestionado mutuamente, lo cierto es que para la opinión
pública esas distinciones no son relevantes.
102 Rubén Benítez, La Nueva Provincia, 1985, en Gaceta Marinera, abril 2012.
103 El buque (sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial) fue comprado a los Estados
Unidos en 1951 y denominado 17 de Octubre por el gobierno peronista. En 1955, participó
en la autodenominada “Revolución Libertadora”, e inmediatamente fue rebautizado General
Belgrano, continuando en servicio activo hasta 1982.
234
Andrea Belén Rodríguez
sonas, la mitad de los caídos totales en la guerra, lo que representa
el 82% de total de muertos en operaciones navales y, por tanto, es
el símbolo más dramático de la participación de la flota de guerra
en el conflicto.
Sin embargo, el sentido del acontecimiento ha sido motivo de
controversia desde el mismo 2 de mayo de 1982. Ya a principios de
ese mes, los medios de comunicación denunciaron la acción como
una flagrante violación a las Convenciones de Ginebra por haber
sido hundido fuera de la Zona de Exclusión Marítima declarada
unilateralmente por Gran Bretaña. Por eso, Gaceta Marinera la calificaba como “una guerra salvaje, desprovista de todo viso de respeto
y caballerosidad”.104
De ahí en más, se dio comienzo a un arduo debate, tanto en
la Argentina como en Gran Bretaña, que incluso llevó a los familiares de los caídos a hacer presentaciones ante la justicia para que
se reconociera a la acción como un crimen de guerra.105 Al hecho
de haber sido hundido fuera de la Zona de Exclusión, se sumaron
otras denuncias, como que su ataque fue una mera estrategia política de la primera ministra británica Margaret Thatcher para llegar a
un punto de no retorno en las negociaciones, que se trataba de un
buque antiguo completamente indefenso ante un submarino nuclear y, por ende, que no representaba una verdadera amenaza para
Inglaterra.
Para la Armada, el hundimiento del crucero era la acción ideal
para presentar a Gran Bretaña como agresora en el conflicto. En
1983, en el acto de inauguración del monumento a los caídos del
crucero General Belgrano en la Base Naval Puerto Belgrano, el
comandante de la Flota de Mar, contraalmirante Morris Girling,
dejaba en claro la posición de la Armada sobre el hundimiento al
considerarlo una “afrenta” y un “hecho de guerra deleznable”:
104 Gaceta Marinera, 6/5/1982.
105 Los pedidos de los familiares de los caídos ante la Comisión Investigadora de las Violaciones a los Derechos Humanos dependiente del Ministerio de Defensa de la Argentina y
ante el Tribunal Internacional de Estrasburgo, para que sea declarado crimen de guerra y
juzgado como tal han sido desestimados.
Batallas contra los silencios
235
Digo afrenta, porque si es cierto que solo la victoria debe estar
presente como única meta en la conciencia de quien combate y
en este sentido virilmente admitimos que aquel hundimiento
se encuadraba en esta noción de la guerra, no es menos cierto
que es poco el respeto que se merece un enemigo que preanuncia que actuará en un área para hacerlo después en otra, que se
sirve de lo más sofisticado e insidioso para batir un blanco que
no podía defenderse de modo equivalente y que aún condecora
a los autores de tal acción. Nada o casi nada arriesgaron, pues,
quienes hace un año abatieron al General Belgrano…106
Si bien el comandante definía la acción como “hecho de guerra”, realizaba una crítica lapidaria a la flota inglesa que no reparó en
ningún límite con tal de llegar a la victoria. Desde esta perspectiva,
los tripulantes del Belgrano fallecieron solo por una decisión política del gobierno inglés de llevar el enfrentamiento hasta las últimas
consecuencias, ya que no disponía de los medios para defenderse.
Por ende, son las nociones de sacrificio y martirio las que aparecen
en primer plano. Es por ello que, en el primer aniversario del hundimiento, el almirante Franco (comandante en jefe de la Armada)
calificaba al hundimiento como un “holocausto” y la muerte de los
caídos como una “inmolación” y una “ofrenda” por la Patria.107
Sin embargo, esos argumentos tuvieron el efecto de boomerang,
porque comenzaron a multiplicarse las críticas a la institución por
haber arriesgado vidas inútilmente:
Francamente, si llegáramos a comprobar que la cuota de emocionalidad primó en la decisión que pudiese haber habido para
que un buque de la flota de guerra como el crucero General
Belgrano o cualquier otro, se arriesgue a ser hundido solamente
para dejar a salvo el buen nombre y honor de alguna persona o
la imagen de valerosos de los militares, iniciáremos una investigación desde el Congreso…108
106 Gaceta Marinera, 11/5/1983.
107 Ídem.
108 Testimonio de un senador, en Gaceta Marinera, 12/5/1983.
236
Andrea Belén Rodríguez
Frente a estos cuestionamientos, y ante aquellos que la acusaban
de ser culpable de la derrota por su inacción, la Armada cambió su estrategia y comenzó a construir otra memoria. En ella, si bien destacaba el “sacrificio” de “los caídos por la Patria”, acentuaba que la acción
había sido un “hecho de guerra” con todas las de la ley y los caídos en
vez de víctimas o mártires debían ser considerados “héroes”. Sin dudas, el gran emprendedor de esta memoria del hundimiento del crucero fue su último comandante, el capitán Héctor Bonzo, quien en
cada oportunidad que tuvo repitió que el buque sí fue una amenaza
para la flota británica. Desde su perspectiva, esto quedó en evidencia
el 1º de mayo cuando la flota de guerra intentó una acción ofensiva
que finalmente tuvo que abortar por las condiciones climáticas, entre
otros factores. Por ende, la cuestión tan debatida de si estaba dentro o
fuera de la Zona de Exclusión no constituye un elemento relevante en
su argumentación, ya que esa posición era circunstancial. Tampoco se
encuentra allí una crítica a Gran Bretaña por haber atacado al crucero. Oponiéndose en cada punto al discurso difundido en la inmediata
posguerra, Bonzo indicaba que cada tripulante era consciente de los
riesgos que corría y que estaba dispuesto a combatir y morir para
recuperar lo propio, en un hecho de guerra con todas las de la ley.
Por ello, los “muertos son héroes, no mártires. No iban a morir sino a
luchar por su Patria. Pero el cumplimiento de su deber lo concibieron
hasta sus últimas consecuencias”.109
El último comandante del Crucero no dejaba lugar a dudas.
En su libro denominado 1093 tripulantes del Crucero ARA General
Belgrano. Testimonio y homenaje de su comandante, afirmaba:
De manera que hablar de inmolación, holocausto, traición,
víctimas, engaño, mártires… para referirnos al Crucero ARA
General Belgrano y sus tripulantes puede haber sido un recurso
psicológico de oportunidad. Pero de ninguna manera puede ser
el léxico apropiado para expresar conceptos sobre este episodio
de la guerra, que al fin fue tan cruel como cualquiera de las que
hayan asolado al mundo (Bonzo, 2000: 402).110
109 Bonzo, en Gaceta Marinera, 14/3/1984.
110 El libro fue publicado por primera vez en 1992 y ya va por su tercera edición.
Batallas contra los silencios
237
Este nuevo sentido otorgado al hundimiento del Crucero fue
adoptado oficialmente por la Armada para combatir las acusaciones
de que la flota no participó en el conflicto. De hecho, sus elementos
pueden encontrarse en la gran mayoría de las publicaciones navales
desde mediados de los ochenta hasta la actualidad. El ejemplo más
claro es la nueva denominación que Gaceta Marinera le ha dado al
hecho. Desde fines de los noventa, dicha publicación habla de la
“Batalla Naval del Banco Burdwood” (la zona donde fue atacado
el Crucero), remonta la explicación al intento ofensivo del 1º de
mayo y, a veces, ni siquiera hace referencia a la Zona de Exclusión
Marítima.111 De todas formas, en sectores ajenos a la Armada, el
debate continúa, e incluso, en varios actos conmemorativos se ha
observado la disputa entre quienes retomaban la concepción ya oficial de hecho de guerra (la autoridad militar) y quien se refería al
acto como un crimen de guerra (el representante del gobierno).112
Además de enfrentar los cuestionamientos, conservar y actualizar la memoria del hundimiento le ha permitido a la Armada
promover la transmisión de sus tradiciones. Al igual que los otros
lugares de la memoria, esta acción también es una oportunidad para
referir a la importancia del entrenamiento, la disciplina, la subordinación, la camaradería, el valor y la importancia de la fe, ya que una
de las cuestiones que destaca es que por esos factores sobrevivieron
tanta cantidad de personas (algo inusual en este tipo de catástrofes).
En tanto la fuerza naval señala la solidaridad y el espíritu de cuerpo
que reinó en la dotación a la hora de abandonar la nave y enfrentar
la espera en las balsas, este acontecimiento también permite transmitir y actualizar la cuarta “Ley de Honor Naval” que indica: “Ningún hombre de mar abandona a un camarada en peligro”.
Pero, principalmente, el hundimiento del Belgrano pone de
relieve la disposición a combatir hasta dar la vida por la Patria en
cumplimiento del deber y más allá de la inferioridad de condiciones. Disposiciones que deben caracterizar a todo marino, en la medida que representa un fiel ejemplo de la máxima propuesta por el
padre de la Armada, el almirante Guillermo Brown: “¡Es preferible
111 Gaceta Marinera, mayo 2000, abril 2012.
112 Clarín, 3/5/2002.
238
Andrea Belén Rodríguez
irse a pique antes que rendir el pabellón!”, que constituye otra Ley
de Honor Naval.
Por último, el otro acontecimiento elegido por la fuerza para
construir su memoria oficial y responder a las críticas por el repliegue de la flota, es el ataque al aviso Alférez Sobral. Si bien se trata
de un acontecimiento de segundo orden en la memoria naval, suele
ser destacado en las conmemoraciones, en los discursos de las autoridades navales, en las publicaciones institucionales e incluso es
objeto de un libro del Instituto de Publicaciones Navales, titulado
La epopeya del Aviso ARA Alférez Sobral, de Jorge Muñoz (2008).
Recordemos que el buque auxiliar fue atacado el 3 de mayo por
helicópteros ingleses cuando se hallaba en una misión de rescate y
como consecuencia fallecieron ocho tripulantes. Por ende, en un
comienzo, y al igual que en el caso del crucero General Belgrano, el
ataque fue difundido porque Gran Bretaña otra vez no había respetado las leyes de la guerra.
Sin embargo, luego del conflicto, se reveló que el buque no llevaba la insignia de la Cruz Roja, y que si bien intentó dar a conocer
su misión mediante distintos recursos, ello no fue advertido por los
pilotos ingleses. Por eso, en la posguerra, si bien el hecho continuó
siendo ampliamente difundido, la Armada eligió remarcar otro elemento: la conducta del comandante de la nave, el capitán Gómez
Roca, que aún ante una abrumadora inferioridad de condiciones y
sin posibilidad de defensa, decidió cumplir con la misión hasta dar
su vida en ella. Él sí fue un verdadero “mártir”. Y, más aún, lo que la
Marina ha puesto de relieve es el hecho de que ante la posibilidad del
ataque, Gómez Roca ordenó a la mayoría de la tripulación refugiarse
en un lugar seguro del buque, mientras él y el personal necesario para
navegar el aviso se mantuvieron en el puesto de comando. Finalmente, Gómez Roca y los otros siete tripulantes que lo acompañaban murieron en el ataque inglés, mientras el resto de los tripulantes bajo la
dirección de su segundo comandante logró regresar a puerto. En No
vencidos, Mayorga recupera uno a uno estos elementos:
El aviso ARA Alférez Sobral es un buque de guerra no por sus
características físicas sino por el sentir de su tripulación. Pintado de otro color hubiera podido parecer un remolcador civil
Batallas contra los silencios
239
o una embarcación pequeña. Pero tripulado como estaba, era
una unidad naval de “primera categoría”. Afrontaba una misión
imposible, una comprensión total de las razones que motivaron
al Superior a imponerla, una obediencia espartana para aceptar
los riesgos que sabían que iba a sobrevenir… Este fue un buque
que no perdió a su Comandante –último comandante muerto
en el puente desde las guerras de la Independencia– porque su
espíritu fue mantenido vivo por la tripulación a la que salvó
cuando ordenó despejar cubiertas donde ya nada se podía hacer
(1998: 277).
Al igual que Bonzo, que fue el último tripulante en abandonar el crucero, la conducta de Gómez Roca permite transmitir las
cualidades que debe tener todo capitán de un buque: la valentía y
disposición a dar su vida para preservar la del resto del personal en
el cumplimiento de la misión, aún en inferioridad de condiciones.
Esto, en fiel acatamiento de la “Ley del Honor Naval” que indica:
“El puesto del superior es siempre el de mayor peligro”. Además,
el hecho de ser el primer “comandante muerto en el puesto de comando desde las guerras de la Independencia” es un factor que una
y otra vez destaca la Armada, porque a la vez que permite anclar
estos valores y pautas morales en una continuidad histórica de la
institución desde los combates navales del siglo XIX, le da la posibilidad de combatir la imagen de los oficiales que no lucharon y que
dejaron solos a sus subordinados en los enfrentamientos con tal de
resguardar sus vidas.
La guerra del Apostadero y la memoria naval
Ahora bien, ¿cuáles son aquellos argumentos esgrimidos por los
integrantes del Apostadero para fundamentar que han sido excluidos de la memoria de la institución? Y, además, ¿en qué se basa la
tesis aquí propuesta de que la guerra del Apostadero ha tenido un
lugar marginal en la memoria de la Armada?
Los miembros del Apostadero Naval Malvinas mencionan
principalmente dos argumentos para fundamentar su exclusión de
240
Andrea Belén Rodríguez
la narrativa naval. Por un lado, insisten en el silenciamiento y/o falta
de relevancia de “su” guerra en la historia oficial del conflicto, como
indica Ramón Romero:
El Apostadero Naval Malvinas no figura en ningún lado, nosotros no figuramos en el desembarco, no figuramos... hay planos,
hay mapas donde figuran todas las agrupaciones que formaron
parte de la recuperación de las islas, y el Apostadero Naval Malvinas no figura (…). Así que a 25 años ni siquiera... todavía estamos peleando para que nos reconozcan, no de la forma personal,
que reconozcan el lugar donde uno... Porque yo pertenezco ahí,
y el Apostadero me pertenece (22/6/2007).
Por el otro, muchos integrantes del Apostadero interpretan la
falta de reconocimiento por el lugar secundario que han ocupado
en las conmemoraciones o directamente la ausencia de ellas, o de
encuentros para reunirlos en la posguerra, así como de otras referencias simbólicas institucionales. Gabriel Asenjo denuncia esa falta de
reconocimiento al tiempo que busca explicaciones:
Por eso es que no somos un destino de la Armada, porque la Armada inventó el Apostadero cuando tomó Malvinas, entonces
sacó de los destinos, sacó personas y armó una guarnición que se
llamó Apostadero Naval Malvinas. Cuando la guerra terminó,
todos volvimos a los destinos de origen, entonces el Apostadero
no existe, administrativamente no existe, pero existió (…). Entonces no estamos incluidos en las listas de las conmemoraciones, a nosotros no nos invitan... (23/6/2010).
Con el objetivo de verificar esta falta de reconocimiento, a
continuación analizo cada uno de estos argumentos a partir de un
relevamiento historiográfico y de las conmemoraciones vinculadas
a la unidad. En cuanto a la historia del Apostadero Naval, el hecho
de su lugar marginal en la narrativa institucional sobre la guerra es
bien evidente cuando se consulta la principal historiografía de la
Armada sobre el conflicto, las efemérides navales y las publicaciones
periódicas vinculadas a la Marina. En las obras síntesis de la actuación de las unidades navales en el conflicto, se encuentran contadas
Batallas contra los silencios
241
referencias al Apostadero, y la gran mayoría de ellas en un lugar
secundario, como veíamos en la obra de Mayorga. Las principales
menciones refieren a su creación, están vinculadas a la Operación
Rosario y apuntan a indicar que sus integrantes eran los que iban a
permanecer en las islas según el plan original. A lo sumo, en ocasiones se lo menciona para hacer referencia a aquel lugar de donde partían los pequeños buques logísticos (Destéfani, 1993: 517; Mayorga y Errecaborde, 1998; Gaceta Marinera, 15/9/1982, 31/3/1987,
30/4/1988, julio de 2007). Pero ni el proceso de constitución, ni las
funciones de este grupo y el cambio de actividades según el devenir
de la guerra son explicados.
De hecho, al realizar un relevamiento de Gaceta Marinera y del
Boletín del Centro Naval desde 1982 hasta el 2013, solo identifiqué
dos entrevistas recientes a sus miembros y un artículo escrito por el
capitán de navío Mozzarelli (el jefe de la Subárea Naval, de la que
dependía del Apostadero) en el que desarrolla más extensamente
la tarea llevada a cabo por la unidad, aunque el eje del artículo, en
realidad, es el accionar de los pequeños buques auxiliares que estuvieron en las islas. La única excepción es el libro Operación Rosario,
que reúne testimonios de los jefes de las unidades que participaron
del operativo. En él, aparece en último lugar el relato del capitán
Gaffoglio sobre los primeros pasos dados en la creación del Apostadero y los días subsiguientes (Büsser, 1984).113
En cuanto a las conmemoraciones, también realicé un relevamiento de aquellas en las que ha participado la mayoría de los integrantes del Apostadero. Luego de aquella reunión oficial convocada
por la Armada en abril de 1983 para homenajear al personal del
Apostadero y de los buques logísticos, no encontré ninguna otra
similar. En esa ocasión, los integrantes de la unidad recibieron el
primer distintivo referente a Malvinas: un botón solapa de la campaña. De allí en más, ellos participaron en las conmemoraciones
y recibieron las condecoraciones correspondientes, tanto del Con113 En 2017, el Instituto de Publicaciones Navales publicó el libro Apostadero Naval Malvinas de Jorge Muñoz. Sin embargo, no solo fue posterior a mi investigación, sino que en gran
medida está basado en ella. Por otro lado, en la época de los reencuentros y de la activación
pública de la memoria de Malvinas, no sorprende que el reconocimiento llegue también a
aquellos que han sido marginados en la larga posguerra.
242
Andrea Belén Rodríguez
greso como de la Armada, que les entregaron a todos los veteranos
de guerra en general, e incluso hay una placa con el nombre de la
unidad en el monumento de la “Armada Argentina a sus veteranos
del Conflicto Malvinas” en la Base Naval Puerto Belgrano. Sin embargo, como vimos en el capítulo 4, de algunas de esas conmemoraciones se enteraron por azar, ya que nunca recibieron la invitación
oficial, y en otras, su falta de relevancia fue patente.
Ahora bien, ¿por qué la guerra del Apostadero no ha tenido
lugar en la memoria oficial de la Armada? Si consideramos que el
puerto era un espacio nodal para el abastecimiento de las tropas en
las islas –y por tanto, su buen funcionamiento era imprescindible
para el triunfo en la guerra–, y que el Apostadero fue la primera
unidad naval creada en las islas y que existió durante toda la guerra,
¿por qué las experiencias de sus integrantes, desde la perspectiva de
la Armada, no están a la altura de las de los actores y acontecimientos que se indicaron previamente? ¿Cuáles pueden ser las variables
que ayuden a comprender su silenciamiento o el lugar marginal en
la narrativa naval?
Si se retoma lo expuesto en este capítulo, es posible afirmar que
desde el fin de la guerra, la memoria naval –como toda memoria
social– ha privilegiado algunos acontecimientos y actores del pasado
bélico según intencionalidades e intereses presentes, y expectativas
de futuro. Como ha demostrado Salvi para otras narrativas militares, también la memoria naval ha seleccionado hechos y personajes, cristalizado sentidos y representaciones, olvidado y disimulado
acontecimientos y períodos. Para esto, se ha valido de recursos retóricos, ideológicos y narrativos, mediante los que ha reconstruido selectivamente el pasado, lo ha reinterpretado políticamente, disimulado o sobrevalorado hechos y sentidos para lidiar con el problema
de las justificaciones que atañen a procesos históricos que abarcan
crímenes, violencia y autoritarismo (2012: 30).
La selección de la “exitosa” Operación Rosario, del “excepcional” desempeño del BIM 5, del “profesionalismo” de los pilotos de
Aviación Naval y de las “vidas sacrificadas” en el hundimiento del
crucero General Belgrano y en el ataque al aviso Sobral le ha permitido a la Armada combatir imágenes críticas muy difundidas desde
Batallas contra los silencios
243
la inmediata posguerra, tanto de la contienda bélica, en general,
como del accionar de las unidades navales en el conflicto. Así, al
destacar la gran actuación y preparación de la Infantería de Marina,
el entrenamiento de los pilotos de Aviación Naval y la “entrega” de
todos ellos, en general, y de los tripulantes de los buques atacados,
en particular, la institución ha intentado reivindicar su accionar en
la guerra, luchar contra la imagen de que había rehuido al combate
y eludir a sus responsabilidades por la derrota. Al mismo tiempo,
esos emblemas le dieron la posibilidad de distanciarse de la fuerza más desprestigiada por su desempeño en las islas, el Ejército,
y alimentarse de la campaña de prestigio llevada a cabo por la
Fuerza Aérea.
Además, esos hitos le han permitido a la institución apelar al
tradicional recurso del culto patriótico a los muertos. Mediante el
homenaje a los “mártires” o “héroes” –según fuera el caso–, la Marina ha intentado diluir los conflictos y cuestionamientos de la guerra
en el interior y en el exterior de sus filas, y promover la unidad
nacional al indicar que la sociedad le debe la construcción de una
“Nueva Argentina” a los caídos, para que el sacrificio de sus vidas no
sea en vano. Esto más allá de cualquier tipo de consideración sobre
las condiciones en que combatieron y murieron, y de las responsabilidades por eso. Una sociedad que, además, apoyó masivamente
el conflicto, por ende, magro homenaje les harían a los muertos al
tender a la disgregación nacional luego de la derrota o al cuestionar
el conflicto.
Asimismo, esos hechos y actores emblemáticos le han permitido a la Armada transmitir a las generaciones futuras los valores y
pautas morales tradicionales de las FF.AA. y actualizar su vigencia,
al tiempo que le permitió contribuir a la constitución de una identidad colectiva en la fuerza. En tal sentido, la Marina –y en realidad,
las FF.AA. en general– ha intentado a lo largo de su historia promover una “identificación total” de sus miembros con la institución,
una fusión del individuo con el colectivo –con la “gran familia militar”–, que a la vez que los separa de la vida civil, los aúna en torno
a una “cosmovisión moral”, cuyos ejes son valores como caer en
combate, honor, abnegación, espíritu de cuerpo, sacrificio por la
244
Andrea Belén Rodríguez
Patria, entrega, y nociones como lealtad, autoridad, subordinación,
obediencia, claves en toda institución jerárquica.114
Así, los hitos elegidos se han convertido en verdaderos vectores
de transmisión de estas pautas morales y también de tradiciones
específicamente navales, que instan a la cohesión institucional y a la
vez establecen una continuidad con las “gestas” y “héroes” del pasado naval. En tanto las FF.AA. son instituciones sostenidas “en las
repetición de sus valores, tradiciones y rituales” (Salvi, 2012: 200),
es lógico que la función que la historia ha cumplido en la Armada
sea la de un decálogo de ejemplos a seguir y de conductas a imitar.
La guerra de Malvinas, como tantos otros hechos, se ha sumado a
esa concepción.
Para cumplir con todos esos objetivos (transmitir los valores y
pautas morales, enfrentar a los cuestionamiento internos y externos
por su inacción en la guerra y contribuir a la cohesión identitaria de
sus miembros), en la temprana posguerra, la Marina eligió algunos
hitos en función de los marcos de sentido que disponía (y aún dispone, como el relato nacionalista clásico y la imagen del combatiente), pero también, según el impacto que podían tener en la sociedad
argentina; hitos que han tenido una inusitada vigencia.
Así, privilegió aquellos sucesos en los que murieron gran cantidad de personas, en los que se produjeron enfrentamientos con las
tropas británicas, o en los que se cumplieron misiones altamente
riesgosas; y si ello se realizó en inferioridad de condiciones y a costa
de vidas, más difundidos aún. En contrapartida, relegó a un segundo
lugar al resto de los actores de la Armada en la guerra y a los acontecimientos por ellos protagonizados, que no cumplían de forma
cabal con alguna de esas pautas. En la medida que los integrantes
del Apostadero se encargaron de actividades logísticas, permanecieron la mayor parte del tiempo en la localidad, disfrutaron de algunas facilidades y comodidades, no participaron en enfrentamientos
114 Aun cuando desde mediados de los 2000 las FF.AA. se involucraron en un proceso
de modernización que ha implicado la modificación de ciertas prácticas y la circulación de
nuevos discursos que buscan secularizar la profesión militar, la formación militar aún hoy
continúa teniendo un “currículum oculto” del orden moral, ya que está constituida “a instancias del imaginario de aquello que la guerra requiere”: la preparación para matar y morir por
la Patria (Frederic, 2010: 390). Ver también Badaró (2009); Soprano (2016).
Batallas contra los silencios
245
(excepto la treintena de miembros que estuvieron en Camber) y no
tuvieron caídos, su historia se presentaba como menos propicia para
la Armada para combatir la imagen de su inacción. Aun cuando en
sus misiones se pueden encontrar gran cantidad de ejemplos en los
que el valor, la entrega, el sacrificio, la camaradería, la solidaridad,
la lealtad y la disciplina aparecen, estas eran menos impactantes y
movilizadoras que aquellas otras –desde las lentes de la institución
naval–, menos gráficas a la hora de transmitir esos valores y/o menos
evidente su relevancia para la victoria en la guerra. Al respecto, el
testimonio del ex conscripto Ricardo Pérez es bien sugerente:
Iba un Aeromachi que despegó que iba un chabón de apellido
Crippa, (…) que despegó del aeropuerto. Fue, les tiró los misiles
(…) a una fragata, se dio la vuelta, aterrizó, dio parte y confirmó
lo que había dicho Esteban del desembarco [teniente del Ejército que fue testigo del desembarco inglés en las islas]. Bueno,
el ñato que llevó al oficial de la Armada que le fue a trasladar la
orden del almirante Otero [máxima autoridad naval en las islas]
a Crippa, el boludo que manejaba era yo. O sea, yo tuve ese tipo
de protagonismo, en realidad nada, pero estuve en la historia, yo
lo único que hice fue manejar, podría haber sido Pérez Montoto, pero yo estuve ahí (26/11/2007).
En la ida al aeropuerto para cumplir la misión aparentemente
intrascendente de transmitir la orden de Otero, Ricardo se arriesgaba a caer bajo los frecuentes bombardeos ingleses en la zona, y si
bien esa vez no fue así, varias fueron las oportunidades en que se
encontró conduciendo el jeep en plena alerta roja. Si bien allí se pueden encontrar también los valores mencionados, e indudablemente
su tarea era parte de una cadena de funciones para cumplir una
misión con éxito, la claridad de la acción de Ricardo para transmitir
dichas pautas morales o su impacto emotivo es bien diferente, por
ejemplo, de la decisión del comandante del aviso Sobral. Por ende,
entre elegir una u otra acción, es decir, entre elegir una guerra logística y una del frente de batalla o vinculada a algún enfrentamiento,
lógicamente la Armada no dudó: fueron las últimas las elegidas,
aquellas que más riesgo corrieron y más cerca de la muerte estu-
246
Andrea Belén Rodríguez
vieron. La Marina, así, con sus voces y silencios, ha compartido,
o se ha apropiado de –y alimentado a–, las jerarquías de vivencias
construidas por los propios veteranos durante el conflicto y en la
posguerra, que otorga la palabra autorizada de la guerra a aquellos
que más dolor y sufrimiento vivieron.
Al fin y al cabo, el silenciamiento del Apostadero o su lugar
marginal en la memoria naval está vinculado a las características
particulares de toda guerra logística: su accionar lejos del frente de
batalla, su mayor acceso a los recursos y el menor riesgo que corren
–siempre relativamente hablando– en comparación con aquellos
que están en la primera línea del combate. Si bien esa función es
imprescindible, ya que es imposible triunfar en una batalla sin disponer de una logística perfectamente organizada, el reconocimiento
de las unidades logísticas ha sido mucho menor que el de aquellos
que protagonizaron enfrentamientos. Las siguientes palabras del coronel Forti, encargado de la logística de un regimiento del Ejército
–la “otra guerra” de Malvinas, desde su perspectiva–, son más que
elocuentes al respecto: “Me duele, claro, que se hayan olvidado de
aquellos que tuvieron la misión de hacer esta ‘otra guerra’, la que
no se ve, pero se siente y afecta directamente al soldado. Esa guerra que no produce acontecimientos impactantes, pero que sí cobra
notoriedad cuando algo sale mal o cuando no llegamos a tiempo”
(2007: 11).
Ante esta exclusión del Apostadero de la memoria naval, los
integrantes de la unidad han construido su propia narrativa de la
historia de la unidad, en aras de lograr su reconocimiento por parte
de la Armada y de la sociedad en general. Ahora bien, ¿cómo elaboraron esa memoria y quiénes han sido los encargados? ¿Cuáles son
los hitos que conformaron la memoria colectiva del grupo? Y en
definitiva, ¿cuáles han sido los criterios privilegiados en su configuración para intentar hacerse un lugar en la memoria oficial? Esos son
algunos de los interrogantes que aborda el próximo capítulo.
Capítulo 7. Memoria/s del Apostadero:
entre la “tradición oral” y la escrita
De memoria subterránea a memoria pública
A lo largo de la posguerra, los integrantes del Apostadero han
elaborado un sentido compartido de la guerra y de su vivencia bélica, al tiempo que conservaron y actualizaron los lazos sociales
configurados al calor de la batalla. El espacio privilegiado para ello
ha sido la reunión de camaradería del 20 de junio. Este capítulo
retoma algunos aspectos analizados en el capítulo 5, pero se centra
en el análisis de la memoria social del Apostadero más que de la
construcción de la identidad.
Recordemos que, desde su origen, los encuentros anuales han
sido organizados por los ex conscriptos de la unidad (excepto la primera reunión que fue convocada por la Armada). De hecho, fueron
los “ex colimbas” Marcelo Padula y Ricardo Pérez, en un comienzo,
y, actualmente, este último y Daniel Gionco los “emprendedores
de la memoria” del grupo, en la medida que son ellos quienes han
constituido los espacios en los que la memoria colectiva se viene
configurando y transmitiendo (Jelin, 2002: 49).
Tanto en la etapa en que los encuentros eran “exclusivamente
de colimbas”, como luego, cuando se incorporaron militares e integrantes de otras unidades que funcionaban en el puerto, han sido los
ex conscriptos los principales actores que intervinieron en la construcción y formalización de la memoria social con distintos objetivos
(aunque ello no impidió que, en circunstancias puntuales, algunos
militares retirados tomaran cierta agencia en el trabajo de memoria).
248
Andrea Belén Rodríguez
Entre los ochenta y mediados de los noventa, en un contexto
de aislamiento social de los veteranos y de silencio del conflicto, las
reuniones eran el espacio primordial para conservar y resignificar
los lazos afectivos de los tiempos de la guerra, y para hablar del
conflicto sin condicionamientos. En esa coyuntura, la construcción
de una memoria social contribuía claramente a “mantener la cohesión interna”, mediante la “adhesión afectiva al grupo”, y a “defender las fronteras de aquello que el grupo tiene en común” (Pollak,
2006: 25); pero todavía no se expresaba su voluntad de conseguir
un reconocimiento social y político de la guerra del Apostadero.
De hecho, hasta fines de los noventa, la memoria del grupo aparecía como subterránea, invisibilizada en la esfera pública y sin ningún tipo de diálogo con otro actor social. Únicamente se conservaba y transmitía, al tiempo que se resignificaba, en los encuentros
del 20 de junio.
Desde fines de los noventa y comienzos del 2000 –cuando se
produjo una activación de la memoria bélica–, la narrativa de la
guerra del Apostadero ingresó a la esfera pública.
En 1999, Daniel Gionco creó la página web “El Apostadero
Naval Malvinas en Internet” destinada a difundir la historia de la
unidad y del grupo en la posguerra. Este sitio virtual, reconocido
por los integrantes del colectivo como “el” vector de la memoria
del Apostadero, ha sido uno de los elementos más eficaces en la
transmisión de la guerra de la unidad y también de las reuniones
anuales. La construcción de esta página marcó el comienzo de una
etapa de búsqueda de reconocimiento de la propia vivencia de la
guerra por parte de los miembros del Apostadero, objetivo que antes no aparecía como prioritario o, tal vez, posible, en el marco en
que la urgencia era que no desaparezcan los lazos grupales. Esto se
dio sintomáticamente en un contexto en que otros actores lograron
su reconocimiento como veteranos de guerra e incluso ganaron gran
protagonismo en las conmemoraciones, como los tripulantes de la
flota de mar; o que comenzaron a pugnar por él, como los ex conscriptos que estuvieron movilizados en la Patagonia. Como vimos,
se trata de actores que, desde la perspectiva de los integrantes del
Apostadero, tienen menor legitimidad para reclamar que ellos por
Batallas contra los silencios
249
haber estado más lejos de los enfrentamientos, menos tiempo en el
conflicto o porque corrieron pocos riesgos. Por ende, y siguiendo su
lógica, si los tripulantes de la flota y los “movilizados” reclamaban,
¿cómo no iban a buscar un reconocimiento público quienes habían
estado en las islas por más de dos meses?
Esta segunda etapa que se extiende desde fines de los noventa hasta el 2013, está caracterizada por la construcción de diversos
vectores de la memoria, orientados tanto al fortalecimiento de la
cohesión identitaria, como a difundir la guerra del Apostadero para
lograr el reconocimiento de los “otros”. Un primer antecedente de
este tipo de iniciativa ya lo podemos encontrar en la reunión de la
Armada de 1983. Allí, Gaffoglio distribuyó a todos los asistentes
un diploma con su firma y con el sello de la unidad, que decía
“Apostadero Naval Malvinas: 2 de abril/16 de junio”, y en el que
aparecía una fotografía de la fachada del espacio donde funcionó
la unidad. Sin embargo, este no fue más que un elemento aislado
que no se repitió hasta los 2000. Desde el vigésimo aniversario de la
guerra, estos vehículos de la memoria se han hecho más frecuentes.
La mayoría de ellos incluyen la fotografía de la fachada del Apostadero que ya aparecía en el diploma de 1983 y que finalmente se ha
convertido en la imagen de identificación colectiva. Es el frente de
la carpintería, en el que aparece el cartel con el nombre de la unidad
junto a un mástil con la bandera argentina flameando, el ícono que
representa simbólicamente al grupo.
Daniel Gionco ha sido el encargado de la creación de muchos
de estos vectores de la memoria. Solo por nombrar algunos: Gionco
se encargó del diseño y realización de un pin que distribuyó a cada
uno de los asistentes a las reuniones (2006); del diseño de un cartel
con la imagen de la fachada del Apostadero que se cuelga en el restaurante donde hacen las reuniones (2007); de la realización de un
CD que distribuyó a los asistentes al encuentro en 2009, en el que
compiló las fotografías de la guerra de diversos integrantes del Apostadero y de las unidades que funcionaban en el puerto, de los viajes
de regreso a las islas de tres ex conscriptos, de las reuniones anuales
y de otros actos en los que han participado, entre otras. Asimismo,
Gaffoglio entregó una tarjeta de recuerdo a todos los asistentes a
250
Andrea Belén Rodríguez
la reunión de 2004, en la que aparecía la imagen de la fachada del
Apostadero en sepia con una dedicatoria, e, incluso, incentivó a
otro integrante a graficar un escudo de la unidad.
Tanto Gionco como otros integrantes del grupo Apostadero
han realizado acciones concretas tendientes a lograr tanto un reconocimiento social de la historia de la unidad, como el de la propia
Armada. Como vimos, los miembros del Apostadero han cuestionado la memoria naval por considerarla no falsa, sino incompleta.
Su demanda es que “su” guerra no está incluida en ella, o no tiene
un lugar relevante. Esta búsqueda de integración en el relato institucional, esta confrontación, ha contribuido al fortalecimiento y
la cohesión en el interior de la memoria del Apostadero, y ello es
evidente no solo en la creación de diversos vehículos de la memoria
en los últimos años, sino también en las acciones que varios actores
han realizado. Gionco, por su parte, ha publicado diversos artículos
y ha participado en diversos foros vinculados a Malvinas, en los que
difunde la historia de la unidad.115
En 2007, algunos integrantes del Apostadero iniciaron reclamos en la Armada demandando diversas cuestiones vinculadas al
reconocimiento hacia la unidad. Roberto Coccia, bioquímico y militar retirado, realizó reclamos formales para que la fuerza reconozca
institucionalmente al Apostadero como la primera y única unidad
naval creada en las islas durante el conflicto, a Gaffoglio como la
primera autoridad naval en Malvinas, al grupo fundador así como
a los ex conscriptos que voluntariamente viajaron a las islas. Con
una constancia admirable, Roberto ha seguido estos reclamos sin
que tuvieran respuesta alguna. Asimismo, en 2009, los “ex colimbas” Gabriel Asenjo y Ricardo Pérez tomaron parte en el asunto,
iniciando algunas gestiones informales con el mismo propósito. Sin
embargo, hasta el momento, continúan inconclusas debido a sus
diferentes criterios sobre los objetos de reclamo. Mientras Gabriel
pretendía que la Armada reconociera simbólicamente a la unidad y
la tuviera presente en las conmemoraciones, Ricardo tenía objetivos
más ambiciosos: procuraba que el Apostadero tuviera su escudo, su
115 La Gaceta Malvinense (LGM), nº 17, agosto 2006; nº 28, septiembre 2009.
Batallas contra los silencios
251
plantilla integral y un lugar provisorio hasta que se reintegren las islas al territorio argentino. Los diferentes sentidos que le otorgaron a
su vivencia, y al fin y al cabo, sus diferentes formas de conmemorar
la guerra del Apostadero, una de carácter más simbólica y otra que
busca implicancias materiales e históricas concretas, condujo a que,
por lo menos, hasta 2014 no presentaran ningún reclamo escrito en
la Armada.
Ahora bien, más allá de esta heterogeneidad de estrategias, en
los últimos años, la demanda general del Apostadero como primera
y única unidad creada en las islas ha sido apropiada por la mayoría
de los integrantes del grupo que asisten a las reuniones. Esto es evidente porque la aclaración sobre esa característica que particulariza
a la unidad aparece en muchos de los testimonios, en entrevistas
radiales,116 e incluso dos ex conscriptos que regresaron a las islas
en 2008 llevaron una bandera argentina acompañada de la leyenda
“Apostadero Naval Malvinas. Única unidad de la Armada Argentina creada en suelo malvinense. Abril 1982”.117
Entonces, la construcción y formalización de la memoria del
Apostadero se ha producido “desde abajo”, debido a la acción de
aquellos que ocuparon el último escalafón en la guerra –los “ex colimbas”–, a diferencia de otras unidades navales que intervinieron
en el conflicto, por ejemplo el crucero General Belgrano. Mientras
la memoria pública del crucero ha sido constituida respetando los
rangos militares,118 el caso del Apostadero es bien distinto. Tal vez
debido a la ausencia de un rol protagónico del jefe de la unidad
Gaffoglio (quien luego del puntapié inicial en la reunión de 1983
no volvió a realizar acciones similares hasta los últimos años), los
116 Entrevista a Juan Arias, Claudio Guida y Osvaldo Venturini, realizada para el programa
“Malvinas… es hora de volver a casa”, radio Okey, 10/4/2010.
117 Incluso, en 2018, el diputado Waldo Wolff presentó un proyecto para que la Cámara
de Diputados haga un “reconocimiento público” al Apostadero y sus integrantes por esa misma condición de ser la primera unidad creada por la Armada en las islas. Hasta el momento,
el proyecto no fue aprobado. Ver https://www.hcdn.gob.ar/proyectos/textoCompleto.jsp?exp=4180-D-2018&tipo=RESOLUCION (consultado el 1/6/2019).
118 El capitán del buque en 1982, Héctor Bonzo, elaboró un sentido del hundimiento y
desde la inmediata posguerra se alzó como la voz autorizada para hablar del acontecimiento.
Esta situación fue respetada por sus antiguos subordinados, ya que incluso la estructura jerárquica era mantenida en las conmemoraciones u otros actos públicos (Guber, 2008).
252
Andrea Belén Rodríguez
ex conscriptos tomaron en sus manos la iniciativa y hasta el presente
han sido ellos los encargados de organizar las reuniones anuales.
Así, el trabajo de la memoria y de la identidad del Apostadero
parece estar caracterizado por cierta “subversión de jerarquías”, por
una horizontalidad de todos los integrantes –sin importar su rango–, y de hecho cuando ella no se cumple, cuando la igualdad se
rompe para establecer un trato diferenciado con los antiguos superiores, es cuando aparecen las tensiones. Como vimos en el capítulo
5, eso no es aceptado por quienes, al fin y al cabo, fueron los fundadores de las reuniones.
Ahora bien, analizado el proceso de configuración de la memoria social del Apostadero, ¿cuál es el contenido dominante en ella?
¿Qué se recuerda y qué se olvida? ¿En función de qué objetivos?
Para estudiar la memoria social y pública del Apostadero, recurro a la comparación entre vectores bien distintos. En el primer
apartado, analizo la página web diseñada por Daniel Gionco, que
difunde un relato de la historia del Apostadero que podríamos caracterizar como “institucional” u “oficial”. En el segundo apartado,
exploro diversos registros individuales de las memorias de algunos
integrantes del Apostadero centradas en experiencias personales.
Atendiendo a la conceptualización de Steve Stern, estos vectores se
podrían caracterizar –desde la perspectiva social– como memorias
“emblemáticas” y “sueltas”, respectivamente (2000). Así, la narrativa difundida por el sitio virtual opera como una “memoria emblemática” para el colectivo, ya que, si bien tiene una autoría individual reconocida, es compartida por la mayoría de los integrantes del
grupo para quienes la página web es un referente de relevancia. Su
relato de la guerra del Apostadero actúa como un marco social, que
es apropiado, resignificado y puesto en discusión por las “memorias
sueltas” de sus integrantes, cuyo contenido muestra heterogeneidades, tensiones y matices ausentes en la memoria emblemática. En
palabras de Stern:
Así es que la memoria emblemática es un marco y no un contenido concreto. Da un sentido interpretativo y un criterio de
selección a las memorias personales, vividas y medio-sueltas,
pero no es una sola memoria, homogénea y sustantiva. Los
Batallas contra los silencios
253
contenidos específicos y los matices no son idénticos ni de una
persona a otra, ni de un momento histórico a otro. La memoria
emblemática es una gran carpa en que hay un “show” que se va
incorporando y dando sentido y organizando varias memorias,
articulándolas al sentido mayor (2000: 14).
En este punto, vale una aclaración, dado que no existen registros de la memoria social del grupo en los ochenta y noventa porque
en esa época la memoria se mantuvo en el interior del grupo, no es
el objetivo del presente capítulo historizar los sentidos que los integrantes del Apostadero han elaborado sobre la guerra. En cambio, lo
que pretendo es analizar diversos vectores de la memoria del Apostadero que se constituyeron desde 1999 hasta 2012, para tratar de
identificar “contradicciones, tensiones, silencios, conflictos, huecos,
disyunciones, así como lugares de encuentro y aún ‘integración’”
(Jelin, 2002: 37) entre la narrativa emblemática de “la” historia
del Apostadero que Gionco difunde a través de la página web y las
“memorias sueltas” de los miembros del grupo. En el último caso,
identificaré también aquellos puntos de referencia que aparecen recurrentemente en los relatos que conforman lo que Gionco denomina “la tradición oral” del Apostadero: “Como es fácil imaginar,
estas circunstancias dieron lugar a una gran cantidad de aventuras y
anécdotas, que han ido conformando una verdadera tradición oral
que se ha ido manteniendo viva en la reunión anual de camaradería
del Apostadero”.119
“El Apostadero Naval Malvinas en Internet”
La creación del sitio virtual “El Apostadero Naval Malvinas en
Internet” por el ex conscripto Daniel Gionco en 1999 es el hito que
marca la irrupción de la memoria social del Apostadero en la esfera
pública. En la página web, el autor construye un relato “oficial” o
“institucional” de la historia del Apostadero que legitima el pasado
bélico de la unidad y la existencia del grupo en el presente. Se trata
119 La página web “El Apostadero Naval Malvinas en Internet” es www.geocities.com/
pentagon/barracks/4333 o http://www.aposmalvinas.com.ar/
254
Andrea Belén Rodríguez
de un mito de origen del grupo en su forma actual (más que de la
unidad en sí, como veremos), de una verdadera “invención de tradiciones”, de prácticas materiales/simbólicas que intentan establecer
una continuidad “con un pasado histórico que les sea adecuado”,
que es en “buena parte ficticio” o artificial, en aras de constituir o
simbolizar una “cohesión social o pertenencia al grupo, ya sea de
comunidades reales o artificiales” (Hobsbawm, 2002: 7-21).
El sitio virtual es un impresionante trabajo de sistematización
de información “acerca de la guerra de Malvinas del año 1982, y en
especial, sobre el Apostadero Naval Malvinas, sus ex combatientes
y otros asuntos relacionados con el conflicto del Atlántico Sur”.120
Ni bien se ingresa al sitio, en la página de inicio –que es el lugar de
su presentación– aparece su denominación al lado de la fotografía
tradicional de la fachada del Apostadero y junto a la leyenda “Preparado por Daniel Guillermo Gionco/ Veterano de la Guerra de Malvinas”. Una vez indicada la autoría del sitio, se anexan las diversas
entradas o links, y luego, un texto de presentación.
Una primera mirada a la página de inicio y a los links permite
identificar los principales objetivos que busca el autor, que resulta
imprescindible tenerlos presentes desde un comienzo para comprender cómo este construye la memoria del Apostadero en el sitio
y cuáles son las palabras y silencios que la surcan.
En principio, Gionco presenta al sitio virtual como un elemento que busca conservar y transmitir la memoria de Malvinas. Al
recurrir a la tradición nacionalista clásica, hace de la página web un
homenaje a los caídos; en sus palabras: “A todos aquellos hombres
que en condiciones de marcada inferioridad, pelearon y murieron en
cumplimiento de las leyes de la Patria”. Reconociendo el “deber de
memoria” de los sobrevivientes para con sus muertos, el autor hace
un voto de esperanza para que “cada uno de nosotros, en el ámbito
que nos corresponde, cumplamos día a día con nuestro deber, tal
como lo hicieron aquellos héroes”. Asimismo, luego de invitar a
los visitantes a aportar todo aquello que pueda enriquecer el sitio,
120 Página de inicio. De ahora en más todas las citas refieren a esta página, excepto
indicación de lo contrario. El sitio está en continua actualización. Este análisis se hizo en base
al ingreso del 9/7/2011.
Batallas contra los silencios
255
Gionco aclara que esta iniciativa la lleva a cabo voluntariamente
y sin ningún tipo de financiamiento externo. Considero que esta
advertencia se vincula a la “pureza” que el reclamo de soberanía
tiene para los veteranos de guerra, que evitan que cualquiera pueda “mancharla”, utilizándolos política o económicamente. Desde
su perspectiva, la causa nacional no debe ser usada para otro fin
fuera del reconocimiento de la guerra y los caídos, y la lucha por
la soberanía de las islas; para ello, los portavoces indicados son
los veteranos, aquellos que se sacrificaron por ella sin pedir nada
a cambio.
En la introducción del link “Historia”, Gionco se define como
el continuador de aquellos que en el mundo clásico escribieron y
transmitieron el recuerdo de las guerras y los combatientes, como
Julio César, y deja en claro su objetivo:
Siguiendo ese antiguo hábito; esta moderna herramienta que es
Internet nos ofrece un nuevo medio para que el recuerdo de los
acontecimientos protagonizados por los integrantes del Apostadero no desaparezca con los mismos; permitiendo que en todo
el mundo se pueda conocer lo que un grupo decidido de argentinos ha realizado con medios muy modestos, frente a dos
grandes potencias mundiales como G.B. y EE.UU.
Es en este punto cuando el sitio virtual aparece como un elemento que pretende intervenir en las luchas por la memoria de Malvinas, al buscar legitimar y otorgar un reconocimiento a la guerra
del Apostadero, al advertir que esta y, sobre todo, las acciones de
los pequeños buques logísticos (que él incluye como parte de la
unidad) se hayan silenciado. Con esta herramienta de difusión, el
autor busca trascender a la propia memoria de quienes vivieron los
acontecimientos, para que el recuerdo de su “sacrificio por la Patria”
perviva en el tiempo.
En segundo lugar, la página web opera como un elemento más
de cohesión social del grupo. Y si ello es así en todo el sitio –porque
sus integrantes pueden reconocerse en el relato de las acciones y, en
general, en la historia de la unidad–, lo es más aún en el link que
describe el origen de las reuniones de camaradería.
256
Andrea Belén Rodríguez
En tercer lugar, a través del sitio, su autor provee un servicio
de difusión de las leyes y normativas nacionales y provinciales que
refieren a los beneficios simbólicos o materiales destinados a los veteranos de guerra. Es allí donde la página web se presenta como
un elemento de identificación de los ex combatientes en general, al
indicar cuál es la definición de veterano de guerra establecida por
la ley y al explicitar quiénes son los “otros”: todos aquellos que no
estuvieron en el TOM o en acciones bélicas en el TOAS, específicamente aquellos que estuvieron movilizados en la Patagonia.
Para abordar los sentidos que Daniel Gionco configura sobre
la guerra y el pasado del Apostadero en la página web, cabe analizar
los contenidos, sobre todo del link “Historia”.
En una primera mirada, se advierte que se trata de un relato
histórico de corte tradicional, fiel a la historiografía positivista, que
aparece como objetivo, imparcial, aséptico y ordenado, en el que
su autor prioriza las dimensiones militares y políticas de los acontecimientos. Asumiéndose como un fiel seguidor de Julio César –en
cuyos escritos se remontan los orígenes de la historiografía militar
tradicional–, Gionco pretende excluir todo lo que remita a una subjetividad, hasta su propia voz, y construye un relato jerarquizado de
las acciones bélicas. En este, los protagonistas suelen ser los oficiales a cargo, los caídos o aquellos que protagonizaron alguna acción
excepcional; la tropa, si bien es nombrada y se destaca su labor,
aparece como una masa uniforme sin individualizar.
Asimismo, el relato es, en su mayor parte, descriptivo y con
sobreabundancia de citas de autoridad que pretenden fundar las
afirmaciones del autor. En varios de los apartados, el relato es una
síntesis de lo poco que hay publicado de la unidad, y esto mismo es
un dato que indica la profusa lectura que Gionco ha realizado sobre
el tema. La bibliografía y fuentes a las que remite el autor revisten,
por tanto, una relevancia fundamental para identificar cuál es la
historiografía legítima desde su perspectiva. Se trata de publicaciones argentinas y británicas de organismos del Estado, historiadores
civiles y militares –principalmente navales–, así como de memorias
escritas por protagonistas del conflicto (en este último caso, siempre
de oficiales).
Batallas contra los silencios
257
Además, ante todo, utiliza fuentes escritas y solo en detalles
menores hace uso de otras fuentes, como imágenes, mapas o fotos.
En ningún momento el autor da cuenta de que utilice los testimonios orales de sus compañeros de guerra en su reconstrucción histórica, aunque por supuesto que sí los utiliza (esto es evidente porque
hay datos que únicamente pudo haber conseguido acudiendo a esas
fuentes). Y aun cuando admite que existe una “verdadera tradición
oral” que se trasmite en cada reunión, no manifiesta utilizar esa “tradición” en el relato principal de la página web y solo lo hace en la
entrada “Apostillas de la guerra”, que incluye breves anécdotas que
no hacen al eje narrativo. En tanto lo subjetivo está supuestamente
ausente de su discurso, es lógico que las memorias de sus compañeros no sean una fuente para el autor.
Para reconstruir el marco discursivo en el que se inserta la narrativa histórica del Apostadero, en primer lugar es necesario analizar el sentido que Gionco construye sobre la guerra de Malvinas. Se
trata de un relato del conflicto cuyos antecedentes se encuentran en
la toma británica de las islas en 1833. El autor desarrolla la historia
del descubrimiento, ocupación y colonización de las islas a partir
de una publicación estatal en la que los argumentos argentinos de
soberanía están fuera de toda duda, y para ello omite todas aquellas
cuestiones conflictivas o confusas al respecto. En la historia previa
a la guerra, también menciona las negociaciones diplomáticas, las
resoluciones de la ONU, que sumadas al incidente Davidoff –que
aparece como la gota que rebalsó el vaso– construyen una imagen
de la guerra como un recurso legítimo de un país pacífico que por
años soportó pacientemente la intransigencia inglesa en las negociaciones de lo que, al fin y al cabo, fue una agresión injustificada. No
hay en este planteo ningún tipo de referencia a la situación política
interna del país ni al contexto internacional. La omisión de la Argentina de los setenta, de la dictadura y de la crítica situación que
estaba atravesando el régimen militar constituye un reaseguro para
no dudar de la legitimidad de la causa de soberanía y de la guerra,
en la que el autor combatió y sus camaradas dieron la vida. Es evidente que la descontextualización del conflicto no es más que otro
recurso para mantener la “pureza” de la causa Malvinas, por fuera
de “contaminaciones” económicas o políticas.
258
Andrea Belén Rodríguez
Este es el mismo relato de raigambre nacionalista tradicional
difundido por las FF.AA. y los círculos conservadores en la esfera
pública, que durante la guerra justificó la toma de las islas y, desde
su final, reconoció a la “gesta” como legítima y a sus protagonistas
como “héroes”. En ese relato, “la causa” está por encima de cualquier crítica y, por lo tanto, para evitar “mancharla”, se omite todo
tipo de cuestionamiento al conflicto, a sus causas y a sus promotores, lo que muchas veces también se extiende al accionar de las
FF.AA. en 1982 (e incluso antes).
Por ende, Gionco construye un relato de la guerra que se limita
a ser una narración cronológica, en la que describe los hechos principales del conflicto, sin ningún tipo de reflexión o evaluación al
respecto. En él, destaca aquellos hechos en los que la Armada tuvo
un desempeño ejemplar, como la “incruenta” Operación Rosario,
la actuación del BIM 5 y el hundimiento del buque Sheffield por la
Aviación Naval. En definitiva, todos los acontecimientos emblemáticos de la memoria naval.
En un relato en el que no hay crítica alguna, la derrota aparece
como inexplicable. A lo sumo, Gionco indica que fue la “marcada
inferioridad de condiciones” en que combatieron las tropas argentinas frente a “dos grandes potencias mundiales” las que condujeron
a ese desenlace. Si bien podría pensarse que esta afirmación encierra
cierto cuestionamiento al accionar militar, en realidad destacar esa
inferioridad de condiciones sirve para realzar el “heroísmo” de los
combatientes, la misma estrategia que utiliza la Armada. Pero lejos
está de preguntarse por qué las FF.AA. decidieron la ocupación de
las islas y/o continuar la guerra en esas condiciones o por qué se
produjo esa inferioridad. La guerra aparece así como una “gesta” en
la que los combatientes –civiles y militares por igual– cumplieron
con su deber. Este discurso está en las antípodas del dominante en
la inmediata posguerra, en el que la guerra aparecía como una
“aventura” o una matanza perpetrada por las mismas FF.AA. que
habían desplegado el terrorismo de Estado; y de los ex soldados
conscriptos como víctimas, pobres “chicos de la guerra” enfrentados a condiciones que los superaban y a sus propios oficiales, más
que a los británicos.
Batallas contra los silencios
259
No obstante, un análisis crítico de la actuación argentina en
el conflicto sí aparece en el link “Conclusiones y enseñanzas de la
Guerra de Malvinas”, en la voz de un “otro” que Gionco considera
legítimo, por tratarse de “un observador ecuánime y profesional”
y “analista estratégico de sumo valor”. Se trata de Harry Train, el
almirante estadounidense que en 1982 estaba a cargo de la Flota del
Atlántico de la Armada de su país. En 1986, Train dictó una conferencia titulada “Malvinas, un caso de estudio” en distintas instituciones en Buenos Aires, que fue publicada por el Boletín del Centro
Naval, y que Gionco incluye en su página web.
En un relato técnico, de pretendida objetividad e imparcialidad, Train da cuenta una por una las deficiencias de las FF.AA. argentinas: los supuestos erróneos de la Junta Militar en el plan inicial
y su pésima lectura de la situación previa al conflicto y durante su
desarrollo; los múltiples aspectos en los que reinó la improvisación
y la falta de planificación logística; la errónea estrategia de combate; las rivalidades interfuerzas y la no planificación conjunta; los
conflictos entre la Junta en continente y la oficialidad en las islas,
entre otros. Asimismo, destaca los aspectos favorables del accionar
argentino así como los errores de las fuerzas británicas. Además,
es el único lugar en toda la página web en el que aparece una de
las consecuencias principales de la derrota: “el gobierno civil” que
reemplazó a los militares.
El encuadramiento de la memoria del Apostadero que Gionco
realiza se sitúa en ese marco de sentido de la guerra y, por ende, sigue
la misma lógica. Las características del relato –objetividad, imparcialidad, tecnicismo– son las mismas en toda la página web: desde
la creación del Apostadero hasta su disolución, que el autor ubica el
16 de junio (siguiendo la fecha establecida por Adolfo Gaffoglio)121
y el regreso de sus integrantes al continente el 20 del mismo mes.
Se trata de un relato pormenorizado en el que el autor despliega un conjunto de elementos en el que se funda su premisa del
Apostadero como “la primera dependencia oficial de la Armada Argentina que se estableció en suelo malvinense”. Por ejemplo, en el
121 Esa fecha aparece tanto en el informe que Gaffoglio entregó a la Armada el 5/8/1982,
como en los vehículos de memoria del Apostadero que este ha creado.
260
Andrea Belén Rodríguez
link “Documentos”, adjunta el acta de creación de la unidad, el
sello con la firma de Gaffoglio, el distintivo, e indica que dispuso de una proposición orgánica, roles de funciones y planillas de
armamento. En tanto, por medio del sitio virtual, Gionco busca
el reconocimiento del Apostadero por parte de los “otros”, estos
elementos juegan un papel fundamental, ya que comprueban la
existencia de la unidad y su excepcionalidad, es decir aquello que
la identifica y diferencia de las otras. Asimismo, la insistencia del
autor en su objetividad e imparcialidad abona al mismo fin de
convencer que su relato es verdadero, es auténtico, lejos de cualquier invención o, incluso, error.
Luego de señalar la diversidad de las funciones que cumplieron, Gionco enumera todas las actividades que se realizaron en el
Apostadero. Es allí donde aparecen quiénes son los actores que integraron la unidad desde la perspectiva del autor, es decir a quiénes
considera parte del “nosotros”. Gionco menciona tanto a aquellos
que efectivamente dependieron de la unidad, incluyendo los subgrupos mencionados en el capítulo 2 (el de sanidad, el que se encargaba de las lanchas de desembarco, la sección de buzos tácticos
y los combatientes de Camber), como también a los integrantes de
aquellas unidades que operaban en el puerto o que por sus funciones compartían la cotidianeidad con sus integrantes, pero que no se
hallaban bajo la jurisdicción del Apostadero: los tripulantes de los
buques de apoyo, el grupo de minado, el encargado del lanzamiento
del Exocet y la sección a cargo de la radio.
Entonces, el autor construye una memoria pública del Apostadero que es coherente con las fronteras identitarias del grupo en el
presente. Es decir, configura una narrativa histórica que ampara e
incluye a todos los que actualmente asisten a las reuniones, más allá
de su efectiva pertenencia a la unidad durante la guerra, haciendo
uso de la siguiente estrategia explicada por Pollak:
El trabajo de encuadramiento de la memoria se alimenta del
material provisto por la historia. Ese material puede sin duda ser
interpretado y combinado con un sinnúmero de referencias asociadas; guiado no solamente por la preocupación de mantener
las fronteras sociales, sino también de modificarlas, ese trabajo
Batallas contra los silencios
261
reinterpreta incesantemente el pasado en función de los combates del presente y el futuro (2006: 25-26).
En función de conservar las fronteras sociales tal como están
en la actualidad (es decir, ampliadas en comparación al grupo original), la historia del Apostadero configurada por Gionco plantea una
continuidad entre el pasado y el presente que es algo artificial. Se
trata, en fin, de una memoria “oficial” o “institucional” del grupo
Apostadero, más que una historia de la unidad en sí.
Ahora bien, ¿quiénes son los actores y acontecimientos privilegiados por el autor? En primer lugar, destaca a todos los soldados
que integraron la unidad. Y a continuación realza a aquellos que
participaron del conflicto voluntariamente. Los seis conscriptos
voluntarios son los únicos que aparecen con nombre y apellido al
representar la máxima entrega por la causa Malvinas, ya que la decisión de ir a la guerra estuvo en sus manos.
No obstante, en el relato de las misiones, los protagonistas
que aparecen individualizados son aquellos que realizaron acciones
excepcionales o exitosas, que murieron en las islas o, con mucha
más frecuencia, los superiores que las lideraron (al igual que en la
historiografía militar tradicional). En particular, Gionco prioriza a
cuatro actores colectivos del Apostadero, que disponen de secciones específicas: 1) los combatientes de Camber (a los que nombra
uno por uno); 2) el grupo que se hizo cargo de los Exocet (en este
caso, al único que individualiza es el oficial que estuvo a cargo de
la misión); 3) el grupo de minado de las vías de acceso a Puerto Argentino (están nombrados los civiles y militares que intervinieron);
4) la tripulación de los buques de apoyo (aparecen individualizados
los capitanes civiles y/o militares de las naves, los caídos, los sobrevivientes cuando son pocos, y quienes realizaron alguna acción
excepcional).122
122 El único caído que el autor nombra es el cabo Juan Ramón Turano, un tripulante del
buque Bahía Buen Suceso que falleció cuando estaban bajo ataque en Bahía Fox. En cuanto
a los actores que fueron protagonistas de alguna acción excepcional, nombra al conscripto
Roberto Herrscher, tripulante del buque Penélope, que “milagrosamente salió ileso” en un
ataque, y al conscripto Ignacio Bazán, tripulante del buque Monsunen, porque se tiró a las
262
Andrea Belén Rodríguez
En todos los casos, estos actores realizaron acciones que son
representativas de los valores tradicionales de las FF.AA. Así, quienes combatieron en el frente de batalla en Camber, –que estuvieron
atrincherados, y protagonizaron un enfrentamiento contra un intento de desembarco– son un ejemplo de valentía, sacrificio, disponibilidad y entrega ante cualquier tipo de situación –aún de aquellas
para la que no habían sido preparados–, además de obediencia y
lealtad. Por su parte, los tripulantes de los pequeños buques “heroicos” e “infatigables” también son una muestra de la “tenacidad”,
“esfuerzo”, “trabajo silencioso” y “a puro corazón” con tal de cumplir la misión que le habían asignado, en la medida que navegaron
y recorrieron cada rincón del archipiélago en una clara inferioridad de condiciones frente a las fuerzas inglesas. Claro que, como
en todo el relato, Gionco no cuestiona las condiciones en que
combatieron, ni tampoco la ausencia de la flota de guerra en las
islas, si no que el enfatizar una y otra vez esa inferioridad sirve para
realzar su “heroísmo”.
Asimismo, tanto la sección que trabajó para adaptar los Exocet
para que pudieran ser lanzados desde tierra como el grupo de minado permiten destacar otro atributo muy valorado en las FF.AA.:
el ingenio, la inventiva y la creatividad para sortear las dificultades,
lo que llevó, en ambos casos, al éxito en sus misiones. En el primer
caso, se logró averiar el buque Glamorgan en una acción sin precedentes, y en el segundo, se realizó el minado de las vías de acceso a
Puerto Argentino mediante un dispositivo inusual que permitió enfrentar las pésimas condiciones climáticas y así efectuar “la primera
acción bélica de fondeo de minas navales activadas en la historia de
la Armada Argentina”.
En definitiva, el autor comparte con la Marina el sentido dado
al conflicto. Así también, duplica la selección de aquellos actores
y acontecimientos dignos de una mención especial por ser representativos de las tradiciones navales. En efecto, los acontecimientos que elige también se incluyen en algunas publicaciones navales,
como en la obra de Horacio Mayorga, en las separatas de la revista
heladas aguas del archipiélago para salvar a un suboficial, arriesgando su vida, y por ello recibió la máxima condecoración de la Armada.
Batallas contra los silencios
263
Desembarco y, brevemente, en la obra de Laurio Destéfani (Destéfani, 1993; Mayorga y Errecaborde, 1998). La apelación a esa tradición nacionalista para la construcción de la memoria pública del
Apostadero resulta lógica en la medida en que ese es el discurso que
le permite, a la vez, otorgar un claro sentido a las muertes de sus camaradas en las islas, a las vivencias de los combatientes y a la guerra
en sí misma. También le permite pugnar por un reconocimiento
social, específicamente de la Armada, a partir de raíces nacionalistas
profundamente arraigadas en la sociedad y, además, en el contexto
de su resurgimiento.
En este sentido, se entiende también que Gionco omita cualquier cuestionamiento del accionar de la Armada en la guerra, así
como en la posguerra, ya que no hay ni un indicio de los reclamos
a la fuerza que los integrantes del Apostadero realizan por el mandato de silencio, el ocultamiento y la falta de contención y reconocimiento. Asimismo, silencia todo tipo de situación conflictiva
en el interior y en el exterior del grupo. Que no mencione las tensiones y fricciones que atravesaron la vida cotidiana del colectivo
Apostadero resulta lógico puesto que está lejos de la intención del
autor reconstruir las experiencias del grupo desde la subjetividad;
más bien, como indiqué, se trata de un relato histórico-militar
tradicional, una memoria “oficial” o “institucional”. Sin embargo,
hay por lo menos una misión de cinco integrantes del Apostadero –que desde la perspectiva historiográfica militar sería relevante– que es silenciada y que justamente ilumina algunas tensiones
en el interior de la tripulación del buque. Así, cuando el autor
describe la acción de los tripulantes del buque Río Carcarañá, no
hace ninguna referencia a la sección seguridad que fue destinada
a la nave para vigilar y controlar a la tripulación civil que había
tenido varios conflictos con su capitán militar. Y esto aun cuando
la bibliografía que él recomienda menciona esas tensiones y a la
sección, así como hay por lo menos un integrante de esta que asiste a los reuniones anuales.
Asimismo, en el link “Reunión Anual de Camaradería del
Apostadero Naval Malvinas”, Gionco reconstruye brevemente la
historia de los encuentros:
264
Andrea Belén Rodríguez
El 15/4/83 la Armada Argentina organizó un asado para los integrantes del Apostadero Naval Malvinas, que se desarrolló en el
Observatorio Naval Buenos Aires, ubicado en la Costanera Sur.
En aquella ocasión el contralmirante C. Büsser entregó un botón solapa a los ex conscriptos del mismo, en reconocimiento
por los servicios prestados a la Patria.
Debido al entusiasmo generado, rápidamente se organizó una
próxima reunión. Se acordó que la zona de la Plaza del Congreso era la más conveniente por sus buenos accesos, y que la fecha
más representativa era la del 20 de junio, porque en ese día del
año 1982 se produjo el regreso al Continente Americano del
grueso de los integrantes del Apostadero.
Desde aquel tiempo, todos los años se han venido repitiendo estos
encuentros, en forma ininterrumpida hasta al presente; siempre
en la misma fecha, a la misma hora y en el mismo lugar...
En consecuencia, invitamos a todos los integrantes del Apostadero Naval Malvinas a participar de la próxima reunión anual
de camaradería (destacado en el original).
La historia de las reuniones que construye Gionco incluye los
datos necesarios para transmitir una imagen armónica del grupo
Apostadero. El relato configura una imagen de continuidad y coherencia del colectivo a lo largo de la posguerra, dos elementos claves en la construcción de la identidad, junto al establecimiento de
fronteras de pertenencia al grupo, fronteras que, como vimos en la
página web, están delimitadas.
Así, silenciando los cambios en las reuniones y los conflictos
que las han atravesado, el sitio virtual actúa como un elemento aglutinante del grupo tal como está conformado en el presente, al tiempo que busca ampliar el colectivo al extender la invitación a los encuentros a todos los integrantes del Apostadero que visiten la página
web. A ello contribuye, también, una fotografía de la reunión del
2005 que Gionco anexa antes del texto, en la que aparecen la mayoría de “ex colimbas” y dos militares, que posan distendidos para la
foto; imagen que invita e incentiva a participar (así como el resto de
las fotografías de las reuniones que aparecen en el link “Fotos”). De
Batallas contra los silencios
265
hecho, las imágenes son los principales espacios del sitio virtual en
los que irrumpe la subjetividad que está prácticamente anulada en
el relato escrito. Estas transmiten un clima de camaradería, alegría,
cordialidad, armonía, en la que todos los actores están en igualdad
de condiciones, en la que los conflictos están ausentes y lo peor de
la guerra hace tiempo se dejó atrás.
En síntesis, con la creación de este sitio virtual, Daniel Gionco
se ha convertido en un verdadero emprendedor de la memoria del
Apostadero, que realizó y realiza un profuso trabajo para su encuadramiento. En este proceso, la memoria construida por Gionco ha
cumplido con algunas estrategias y variables para que la narrativa de
la página web se transforme en una “memoria emblemática” para
los integrantes del Apostadero, en un marco de referencia con sentido para el grupo. Al respecto, Stern propone los siguientes criterios para que una memoria se transforme en emblemática para un
colectivo social:
… resumir esta lista de criterios –la historicidad [que refiera a
acontecimientos que impliquen rupturas históricas], la autenticidad [que incluya memorias de experiencias concretas que
puedan confirmar el relato], la amplitud, la proyección en los
espacios culturales públicos o semi-públicos, la encarnación en
un referente social convincente [de estereotipos sociales que invitan a identificarse] y el contar con el respaldo de los portavoces
humanos organizados– nos da una idea de cómo las memorias
emblemáticas no son ni productos del azar ni puras manipulaciones arbitrarias. Por supuesto, son formas de pensar construidas y en este sentido inventadas por los seres humanos, pero
a la vez tienen que responder, para alcanzar a tener peso, a las
experiencias, necesidades y sensibilidades reales de los seres humanos (2000: 21).
En efecto, algunos de esos criterios son cumplidos por la página web a la perfección. Así, el sitio virtual es una iniciativa que
busca la difusión de esta narrativa en espacios públicos, de acceso
libre para todo aquel interesado en la historia del Apostadero. Además, esa memoria es lo suficientemente amplia para cobijar a todos
266
Andrea Belén Rodríguez
los integrantes del grupo tal como está constituido en la actualidad.
En la medida que es un relato aséptico y lavado de la guerra, que no
incluye los conflictos ni las tensiones que atravesaron a la unidad, se
presenta como un elemento no disruptivo para el colectivo; un relato que resulta fácil de aceptar. Asimismo, la narrativa construye un
referente social que inspira respeto e invita a identificarse: la figura
del combatiente heroico que se sacrificó por la recuperación de las
islas, más allá de la inferioridad de condiciones en que se hallaba.
Por último, esta memoria dispone de un portavoz reconocido por
los integrantes del grupo –Gionco–, cuya legitimidad está fuera de
toda duda al ser un ex conscripto que integró el Apostadero.
El sitio virtual, entonces, se presenta como una iniciativa tendiente a lograr un reconocimiento en el interior y en el exterior del
grupo, a tender puentes con las “memorias sueltas” de los miembros
del colectivo, pero también de aquellos “otros” que no formaron
parte de él. En principio, la página web actúa como un elemento
de cohesión social que incita a que los propios integrantes de un
grupo bien heterogéneo, como es el del Apostadero, se reconozcan
como sujetos de una identidad colectiva. Al construir un sitio en el
que se difunde cierta narrativa histórica del Apostadero que agrupa
acontecimientos que aparecían aislados en algunas publicaciones o
solo se transmitían de forma oral, Gionco aporta un elemento de
vital importancia para la pervivencia del colectivo tal como existe
actualmente, para la ampliación de sus fronteras al incorporar a los
ausentes y, también, para el reconocimiento de su historia por parte
de los “otros”.
En este sentido, el autor construye una memoria pública y
“oficial” de la guerra del Apostadero y, siguiendo las pautas de la
Armada en la construcción de su memoria, silencia lo conflictivo en
aras de difundir una imagen heroica y armoniosa de sus integrantes
(como él los define) y de transmitir los mismos valores que son emblemáticos para la fuerza naval: entrega, valor, ingenio, sacrificio,
entre otros. Por tanto, para lograr el reconocimiento de los “otros”,
de la sociedad en general y de la Marina en particular, la página web
apela a un discurso nacionalista tradicional, en el que la “entrega a la
Patria” está por encima de cualquier discusión o cuestionamiento.
Batallas contra los silencios
267
En definitiva, es el mismo relato que transmite la Armada, aquel
que le otorga un claro sentido a la guerra, a los caídos y a las vivencias de los combatientes. En última instancia, mediante esta narrativa que se presenta objetiva, imparcial, ordenada y exhaustiva, afín al
relato de las FF.AA., Gionco parece encontrar la forma de retomar
el equilibrio y el orden en la memoria del Apostadero, y rectificar, así, la “subversión de jerarquías” generada por la identidad de
ex conscriptos de los emprendedores de la memoria grupal.
Relatos en primera persona
En este apartado me propongo analizar la dimensión subjetiva
de las memorias de los integrantes del Apostadero, aquella que refiere “a la forma en que lo vivido se inscribe en el sujeto dejando huellas y marcas, pero también al modo en que se imagina y reproduce
ese legado de modo biográfico” (Salvi, 2012 109), con el objeto de
identificar los puntos de encuentro y las diferencias que existen con
la memoria “oficial” del Apostadero.
Para ello, utilizo fuentes bien diversas, como las entrevistas realizadas para esta investigación, libros autobiográficos, notas en revistas periódicas, entrevistas radiales, una charla en un colegio y un
blog personal, que difieren en sus características, espontaneidad y
destinatarios, pero que comparten su objeto: son relatos en primera
persona que están centrados en las vivencias bélicas y de posguerra
de integrantes del Apostadero. Asimismo, todas estas fuentes tienen en común su contexto de producción, ya que fueron realizadas
recientemente (desde el 2004 al 2012), en el contexto en que Malvinas retomó un lugar en la esfera pública, a la vez que los veteranos de guerra comenzaron a ganar mayor espacio en los medios de
comunicación.
Además, se trata de testimonios heterogéneos, que se caracterizan: por la mayor o menor minuciosidad y por los disímiles grados de lectura y/o diálogo con los de otros compañeros; por cuan
estrecha o amplia es la representación (individual o colectiva); por
la pretensión o no de objetividad; por sus diferentes tonos (humo-
268
Andrea Belén Rodríguez
rísticos, dramáticos, emotivos); por sus variados encuadramientos
(en el relato social del Apostadero y/o en la narrativa de la Armada);
por la expertise (o no) a la hora de testimoniar y, vinculado con esto,
por el nivel de cristalización de su versión del pasado.
Pero, más allá de su heterogeneidad, en la gran mayoría de
estos relatos en primera persona subyacen los mismos objetivos. Así,
los integrantes del Apostadero dan testimonio en distintos espacios
(radios, sitios virtuales, revistas, colegios o entrevistas académicas)
con el fin de difundir, reivindicar, justificar y/o lograr el reconocimiento de la propia experiencia y/o de la del grupo/subgrupo al
que pertenecieron; hablar de la “verdad” de la guerra al desmitificar
aquellas imágenes estereotipadas arraigadas en el sentido común;
conservar y/o transmitir una (su) memoria del conflicto y los caídos
en la guerra y posguerra a las generaciones más jóvenes; mantener
vigente la causa de soberanía y, en algunos casos también, transmitir
aquellos aprendizajes vitales que adquirieron luego de atravesar esa
situación límite.
¿Cuáles son los significados que los miembros del Apostadero
le otorgan a la guerra de Malvinas? Es decir, ¿cuál es el marco de
sentido en el que se insertan las reflexiones sobre su vivencia bélica
en particular?
En su gran mayoría, los integrantes del Apostadero consideran
que la causa primaria y fundamental del conflicto fue la restitución
de un territorio “usurpado” por Inglaterra en 1833. Sin embargo,
ese reconocimiento no lo realizan desde una perspectiva absolutamente acrítica o descontextualizada del conflicto, ya que algunos
de ellos –tanto civiles como militares– destacan la necesidad de legitimación de la dictadura militar en crisis como uno de los factores de mayor potencial explicativo. Si bien esta no es la perspectiva
dominante, no implica que los miembros del grupo se nieguen a
hablar de la dictadura. Por el contrario, en su mayoría, hacen una
reflexión sobre el régimen militar, a veces de cuestiones generales
y de lo que significó ese pasado para la sociedad argentina, y otras,
desde su experiencia personal, solo que en ningún momento articulan esas reflexiones con el conflicto de 1982. Incluso, en algunos
casos, indican explícitamente que se trata de dos acontecimientos
Batallas contra los silencios
269
distintos que no deben “mezclarse”, oponiéndose así a la memoria
hegemónica de la transición que concebía a la guerra de Malvinas
como una matanza más de las FF.AA. y a tono con la resignificación
de la memoria bélica desde comienzos del 2000.
No obstante, esto no implica que los testimonios sean lavados
o asépticos. Por el contrario, varios de estos relatos comparten una
perspectiva profundamente crítica, ya sea de la decisión de declarar
la guerra, del conflicto en sí y/o de la actuación de cada una de las
fuerzas. Desde la errónea lectura del panorama internacional en que
se basó el plan de operaciones, los cuestionamientos se suceden uno
tras otro: la falta de armamento, de ropa de recambio y de medios
de transporte adecuados para distribuir los alimentos; las improvisaciones que caracterizaron a toda la contienda; las rivalidades inter
e intrafuerzas; lo erróneo de la estrategia de defensa; la falta de movilidad/dinamismo y la nula capacidad de ataque; el envío de tropas
sin formación y no aclimatadas, y el maltrato y abuso que estas
sufrieron, entre otros.
En muchos casos, la Armada no sale indemne de estas críticas.
La inacción de la flota de guerra es un elemento constantemente
mencionado por los integrantes del Apostadero para cuestionar a la
Marina y, a la vez, para denunciar su responsabilidad en los padrones inflados de los veteranos de guerra y la falta de reconocimiento
de su unidad. No obstante, los grados de criticidad difieren, y así
como algunos manifiestan sentirse defraudados por el desempeño
de la Armada y son lapidarios con su actuación, otros solo realizan
cuestionamientos puntuales y, a veces, estas críticas no ensombrecen una perspectiva general positiva de la fuerza.
Asimismo, el balance del desempeño naval en las islas varía en
función de que incorporen la comparación de la actuación de la
Marina con las otras fuerzas armadas. En estas comparaciones, la
Armada queda en un punto medio entre la Fuerza Aérea –que es
destacada como la que mejor desempeño tuvo–, y el Ejército, que
sería el que peor actuación tuvo. Para ello, los miembros del Apostadero se refugian en algunos casos excepcionales, como el BIM 5 o la
Operación Rosario –como hace la Armada en la construcción de su
memoria–, para concluir indicando que están orgullosos de haber
270
Andrea Belén Rodríguez
combatido con la Marina. Ahora bien, si hay un cuestionamiento
claro a la fuerza, este refiere a la posguerra: la denuncia de la falta de
políticas navales para contribuir a la “reinserción” de los combatientes es mencionada una y otra vez en los testimonios.
Desde la perspectiva de los miembros del Apostadero, fueron
los errores y deficiencias de las FF.AA. argentinas los que, al fin y al
cabo, explican la derrota. Así, construyen una imagen de la guerra
como perdida por la Argentina más que ganada por los británicos.
En algunos casos, perciben la diferencia entre los contendientes de
forma tan abismal que configuran una imagen de una guerra imposible de ganar desde un comienzo; aunque ello no necesariamente
los conduce a preguntarse cómo y por qué se llegó a ella.
Por ende, los integrantes del Apostadero, en general, construyen y transmiten una perspectiva crítica de la guerra y/o del accionar de las fuerzas argentinas en ella, que en la memoria “oficial” y
“emblemática” del grupo está ausente. De hecho, la gran mayoría
cuestiona a la guerra por inútil, y lo hacen desde dos perspectivas
distintas. Algunos, desde una mirada transhistórica y antibelicista
en la que se considera que todas las guerras son el sinsentido, una
tragedia, ya que se arriesgan y pierden vidas cuando siempre existe
otro recurso, como el diplomático, para luchar por el mismo objetivo.123 Otros, desde una perspectiva histórica y situada en la que el
cuestionamiento se ancla en el desarrollo del conflicto del Atlántico
Sur en sí mismo (en su planificación y conducción), en su resultado (la derrota) y en sus causas de corta duración (el “manotazo de
ahogado” del gobierno argentino y británico). De todas formas, aún
aquellos que cuestionan al conflicto por haber sido una estrategia de
legitimación de la dictadura militar, no por ello dejan de afirmar –
en su mayoría– que se trató de una guerra justa. Es decir, la reivindi-
123 La generalización de este cuestionamiento ahistórico a la guerra se puede explicar por
la consolidación del paradigma humanitario como referente de la acción colectiva y como
matriz para leer, en el pos Holocausto, los conflictos como crímenes de lesa humanidad. En
la Argentina, esa lectura de los acontecimientos violentos, que se centra en víctimas y crímenes, se difundió principalmente después del terrorismo de Estado. Este tipo de perspectiva
descontextualiza y despolitiza a los conflictos y reduce su explicación a una condena moral
de la violencia, que suplanta toda disputa ideológica y un análisis de ella (Traverso, 2009).
Batallas contra los silencios
271
cación de la causa de soberanía está por encima de las motivaciones
políticas o económicas de la dictadura.
En tal sentido, la crítica a la guerra no implica un cuestionamiento a la propia vivencia. Por el contrario, los integrantes del
Apostadero –en una abrumadora mayoría– reivindican su experiencia bélica por haber estado dispuestos a sacrificar la propia vida por
compañerismo y/o por un ideal, por una causa justa de soberanía y,
en definitiva, por “la Patria”; y destacan la guerra como un clivaje
en sus vidas. En este punto, puede afirmarse que, al igual que los
testimonios de la mayoría de los combatientes (Hynes, 1999: 219),
las memorias de los miembros del grupo no son abiertamente antibelicistas, aun cuando cuestionan el conflicto.
En este marco de sentido de la guerra, ¿qué elementos en común vinculados a la vivencia bélica es posible identificar en las memorias de los integrantes del Apostadero?
Si “la memoria colectiva solo consiste en el conjunto de huellas
dejadas por los acontecimientos que han afectado al curso de la historia de los grupos implicados que tienen la capacidad de poner en
escena esos recuerdos comunes con motivo de las fiestas, los ritos,
y las celebraciones públicas” (Ricoeur, en Jelin, 2002: 22), ¿cuáles
son aquellas “huellas”, aquellas marcas ancladas en espacios, acontecimientos y actores, que a fuerza de compartirlas una y otra vez
en sus encuentros, aparecen recurrentemente en los relatos de los
protagonistas? ¿Qué sentidos transmiten? Además, como las “memorias emblemáticas” y “sueltas” se articulan alrededor de “nudos
convocantes” que invitan a tender puentes entre ellas (que, en el
caso del Apostadero, son las reuniones del 20 de junio), lo que
habilita su comparación: ¿qué puntos de encuentro y diferencias
existen entre la memoria “oficial” del Apostadero y los relatos en
primera persona?
En principio, si hay un elemento compartido por la memoria
del Apostadero difundida por Gionco en la página web y por los
testimonios de sus miembros, es el espacio que identifica a la unidad. La carpintería, el lugar en el que se alojaron sus integrantes (en
su gran mayoría), aquel en el que más tiempo residieron y el único
que lució en su fachada el cartel “Apostadero Naval Malvinas”, es
272
Andrea Belén Rodríguez
un claro punto de referencia para el grupo. Para un colectivo cuyo
origen refiere a una unidad inexistente en el presente, es decir que
se desarticuló con la rendición, ese espacio y la imagen emblemática
junto a la bandera argentina es, tal vez, el ícono que los representa
más formalmente. En los testimonios, ese espacio es descripto minuciosamente y sus características aparecen como un recuerdo casi
fotográfico. Incluso, la identificación de la unidad con el lugar en el
que funcionó es tal que varios integrantes del Apostadero confunden la creación de la unidad con el momento en que se trasladaron
a la carpintería, o recuerdan el período previo a su alojamiento allí
mucho más breve de lo que realmente fue.
Incluso, la carpintería es una referencia ineludible aún para
aquellos que solo se alojaron allí en contadas ocasiones. Ese es el
caso de Fernando González Llanos, quien a pesar de que en la guerra
estuvo alojado principalmente en Stanley House, porque era donde
funcionaba el Centro de Informaciones de Combate en el que se
desempeñó, inauguró el blog con una entrada denominada “¡¡¡Estás
igual!!!”, destinada al galpón donde funcionaba el Apostadero, en el
que anexa la fotografía de la unidad en 1982 y una del 2009.124 Asimismo, en el living de su casa, Fernando instaló un vitraux diseñado
por él, en el que representa los espacios más significativos de “su”
guerra y la de sus amigos, y allí, en primer plano, está la fachada del
Apostadero junto a la bandera argentina.
Ahora bien, las diferencias entre los registros de la memoria
–el sitio virtual y los relatos personales– aparecen inmediatamente
cuando el análisis se centra en los momentos y acontecimientos que
quedaron marcados en sus recuerdos. Si el compromiso afectivo es
lo que transforma las acciones habituales y las rutinas en acontecimientos “memorables”, lo que impulsa consecuentemente a una
búsqueda de sentido (Jelin, 2002: 27), entonces los momentos relevantes para la memoria “institucional” bien pueden no serlo para
124 Fernando creó el blog “Volviendo a Malvinas” en 2009, con el objetivo de difundir las
diferentes vías que existen para viajar a las islas a partir de su experiencia. Pero, si bien ese es
el propósito explicitado por su autor, lo cierto es que el blog se terminó transformando en un
regreso a su pasado bélico. En un relato ameno, a medida que comenta los lugares de las islas
que visitó con su familia, Fernando narra sus vivencias ancladas en esos espacios/objetos. Ver
http://volviendoamalvinas.blogspot.com
Batallas contra los silencios
273
las memorias ancladas en experiencias personales. En tal sentido, si
bien varios integrantes del Apostadero mencionan el origen de la
unidad, su constitución, la heterogeneidad y movilidad de sus funciones logísticas y, a veces, el papel desempeñado por Gaffoglio,
sin duda son otras las características del grupo y los momentos
principales en sus memorias de Malvinas. Se trata de aquellas situaciones que tienen vigencia por su irrupción en la afectividad y
las emociones.
Así, es posible identificar una diversidad de momentos compartidos por los integrantes del Apostadero, en los que el temor, el
pánico, la ansiedad, la angustia y la incertidumbre irrumpieron ante
el riesgo y la proximidad de la muerte, e implicaron una ruptura en
la cotidianeidad del sujeto, como cuando los convocaron para la
guerra, cuando comenzaron a realizar las guardias nocturnas, al empezar los bombardeos sobre las islas, en aquellos momentos en que
estuvieron bajo ataque, cuando se separaron de algún compañero
que era su sostén, al ver morir a otra persona, o cuando pasaron a ser
prisioneros de guerra. Asimismo, otras situaciones están marcadas
por la alegría, la emoción y el alivio que provocaron, como cuando
vieron las islas por primera vez, cuando llegaron a Malvinas, al encontrarse con algún amigo en ese paraje desconocido, o cuando regresaron a sus hogares. Por último, otros acontecimientos son clave
debido al sentido que tienen para los actores, principalmente por el
orgullo que sienten ante situaciones en las que demostraron valor,
sacrificio y entrega, o creatividad e ingenio, como cuando cumplieron exitosamente misiones muy difíciles de llevar a cabo, arriesgando sus vidas, o cuando tomaron decisiones que luego los marcarían
de por vida, como en aquellos casos que se ofrecieron voluntariamente para ir a la guerra, o para realizar determinadas actividades
en el conflicto por compañerismo, solidaridad o por seguir un ideal.
Esos acontecimientos constituyen puntos de referencia comunes en los relatos de los miembros del Apostadero. Acontecimientos
que muchas veces lejos están de poder ser ubicados temporalmente,
y que son bien distintos a los hitos clave de la memoria “oficial” de
la página web. Esto es evidente porque, por ejemplo, para aquellos
que no formaron parte del grupo fundador de la unidad, el 2 de
274
Andrea Belén Rodríguez
abril (día de su creación y del desembarco en Malvinas) no reviste
ninguna relevancia en particular. Muchos no lo mencionan y otros
lo recuerdan como un día más de su rutina y al desembarco como
una noticia que apareció en los medios de comunicación, pero no
como un acontecimiento que los involucrara de alguna forma. Asimismo, el 16 de junio, que fue indicado por Gaffoglio como la
fecha en que el Apostadero dejó de existir –y retomado en la página
web– porque fue el momento en que sus integrantes se retiraron de
la carpintería y dejaron inoperantes las instalaciones portuarias para
trasladarse al punto de concentración de prisioneros, no es relevante
para los actores. En ningún testimonio aparece el 16 de junio como
una fecha relevante, y a lo sumo los miembros del Apostadero la
recuerdan por significar el comienzo de su estadía como prisioneros
de guerra y, ante todo, el comienzo del regreso.
Ahora bien, si parto de la premisa que los testimonios son
instrumentos de reconstrucción de la identidad, ya que “al contar
nuestra vida, en general intentamos establecer cierta coherencia por
medio de lazos lógicos entre acontecimientos clave (que aparecen
entonces de una forma cada vez más solidificada y estereotipada),
y de una continuidad, resultante de una ordenación cronológica”
que transmiten una imagen de sí para sí y para los otros, y definen
su lugar social y sus relaciones con los demás (Pollak, 2006: 30),
se presentan una serie de interrogantes clave para el análisis de las
memorias: ¿qué imágenes de sí mismos construyen los integrantes
del Apostadero al dar testimonio de su experiencia?, ¿qué estrategias
utilizan para ello?, ¿quiénes son los “otros” con los que dialogan/confrontan? Asimismo, en la medida que las anécdotas son elementos
condensadores de sentidos, ¿cuáles son aquellas anécdotas referidas a
la cotidianeidad bélica que aparecen recurrentemente en los relatos y
qué representaciones de los actores construyen y transmiten?
Para analizar esas imágenes identitarias, hay que tener en cuenta dos pares de variables. Me refiero a los binomios decisión/imposición y protagonismo/“espectador”, cuya ambivalencia es posible rastrear en todos los testimonios. Atendiendo a la propuesta de
Joanna Bourke, considero que si bien en general los combatientes
manifiestan una alta conciencia de su agencia y protagonismo en la
Batallas contra los silencios
275
guerra, la apelación a su grado de involucramiento en el conflicto,
a su responsabilidad y a su capacidad de acción/decisión no es homogénea a lo largo de sus testimonios y está plagada de tensiones
y contradicciones (2000: 8). Esa ambivalencia depende de diversas
variables. En el caso del Apostadero, sus integrantes intentan resolver la tensión entre asumirse como combatientes con mayor o
menor capacidad de decisión, como protagonistas o como meros
“espectadores”, según la imagen de sí que ellos han construido y
pretenden transmitir, la representación de los “otros” con los que se
vinculan, sus luchas y el contexto en el que se encuentran.
Con respecto al primer binomio, hay una imagen de sí que la
mayoría de los militares y ex conscriptos construyen: la de combatientes que no intervinieron en los planes de la guerra ni eligieron
atravesar esa experiencia, pero que así y todo entregaron todo de
sí por la causa soberana y/o por sus compañeros, e hicieron lo que
pudieron dadas las circunstancias. Esta representación que les reserva a los individuos cierta agencia y autonomía en las acciones
cotidianas en las islas en el marco de una “imposición mayor”, que
es el hecho de estar en la guerra cumpliendo órdenes, aparece como
la resolución ideal para reivindicar su experiencia bélica, pero sin
asumir una responsabilidad por el conflicto. Claro que ese no es el
caso de aquellos pocos que fueron voluntarios a la guerra, quienes
reivindican su decisión de involucrarse en el conflicto a partir de la
relevancia de la causa soberana y/o en el respaldo popular, más allá
de quienes decidieron la guerra y por los motivos que lo hicieron.
Para abordar la configuración de esta representación y la tensión decisión/imposición, en un primer momento me centraré en
el análisis de los testimonios de los ex conscriptos y luego, en los de
los militares.
Es especialmente en los relatos de los “ex colimbas” en los que
esa reivindicación de la autonomía en la guerra, es decir de la capacidad de tomar decisiones en momentos concretos –aun siguiendo
órdenes–, aparece anclada en anécdotas recurrentes, compartidas
por el grupo en las reuniones anuales.
Los ex soldados reivindican una y otra vez su agencia en la
guerra, su disposición para cumplir con sus funciones, así como el
276
Andrea Belén Rodríguez
esfuerzo, la resolución, la valentía y la autonomía, al punto extremo
que en varios casos construyen un relato en el que su independencia
de los superiores es total, y transmiten la imagen de una guerra en
la que ellos deciden por encima de la autoridad, debido a su mejor
formación y/o por aplicar el sentido común, o por la ausencia del
superior ante el caos bélico. Esta percepción de la propia vivencia de
guerra es tal que algunos llegan a afirmar “[Yo] no tenía jefes” (Fernando González Llanos, 10/8/2010 y José Bustamante, 6/9/2007).
Esto es evidente en una anécdota que se repite en varios relatos de
ex conscriptos que fueron convocados en el mismo momento.
En ella, la ausencia de los superiores en el camino desde el destino al Edificio Libertad, y la total independencia de los “colimbas” en su recorrido, es también una pauta que puede remitir a
la imagen de que, al fin y al cabo, todos fueron voluntarios de
alguna forma porque las posibilidades de deserción se les presentaron a cada momento:125
J: En el Edificio Libertad, todos juntos, dicen: “Bueno, tienen
que ir a La Boca, a la parte de suministros, a buscar el equipo
de zona fría”. Nos vamos, nos estaba esperando en el micro un
amigo del Apostadero, que manejaba un colimba. Todos al micro, solos, todos colimbas, solos. (…) Nos largamos a llorar,
yo estaba totalmente bloqueado, no pensaba en nada, algunos
discutían: “No, que yo me voy, me cruzo a Uruguay” (…). Y yo
decía: “¿Qué, vas a ser desertor toda tu vida? ¿Qué, vas a escaparte toda tu vida?”. Era grave, desertar era grave, entonces digo:
“No, no vale la pena, aparte no sabemos qué pasa” (…). De ahí
volvimos al Edificio Libertad, previo paso por casa, hacía calor,
125 Como analiza Guber, ese fue uno de los recursos utilizado por las agrupaciones de
ex soldados combatientes en la inmediata posguerra para reivindicar su experiencia bélica y
apropiarse de la memoria de la guerra y la causa: “Los ex-conscriptos hicieron de su experiencia en el servicio militar, incluyendo el deber de pelear en una guerra, una cuestión de
elección de servir y defender a la patria. […] En la versión crítica de la guerra que ostentaban
muchos argentinos, la obligación significaba también ser arrastrado por las Fuerzas Armadas
del Proceso a un escenario atroz de abuso y de muerte. Los ex combatientes respondían distanciándose de las Fuerzas Armadas y del régimen militar. Argumentaban que no habían ido
a la guerra como carne de cañón de la dictadura sino porque defender Malvinas era una causa
justa de todos los argentinos” (Guber, 2004: 158).
Batallas contra los silencios
277
entonces pasé por casa. (…) Me traje dos Cocas de las grandes.
(…) Después en el Edificio Libertad nos pagan los viáticos, entonces agarramos cuatro o cinco, mirá lo loco ¿eh? Ya sabíamos
todo y salíamos libres, o sea, no es que yo para poder salir del
Edificio, dejaba… no, salía y entraba.
E: Te podías haber ido…
J: Sí, vos decís es raro, porque después… qué loco que te den
tanta libertad en el Edificio, porque había seguridad (…). Bueno, vamos a Retiro, y en unos de los barsuchos que había en
Retiro, nos comimos un buen sándwich de milanesa (…) [Después] Volvimos al Edificio y ya nos quedamos ahí en el pasillo
durmiendo todos, esperando a la mañana siguiente para ver qué
pasaba (Julio Casas Parera, 30/11/2007).
También, al hablar de aquellos momentos más relajados, en
los que “jugaban a la guerra”, los ex conscriptos ponen en primer
plano su agencia al dar cuenta de los recursos a los que ellos –jóvenes de 19 y 20 años– apelaron para hacer frente a una situación
difícil de sobrellevar y controlar. Distanciándose de la figura del
héroe y desacralizándola, así como ironizando sobre la guerra y su
vivencia, el psicólogo Oscar Luna relata el surgimiento del batallón
“Puloi” –haciendo referencia al producto de limpieza– conformado
por algunos conscriptos del Apostadero que se encargaban del aseo
del buque Bahía Buen Suceso:
El batallón Puloi se conformó con aquellos jóvenes de vida irregular, desordenada, demasiado apegada a los excesos, que fueron considerados un riesgo para la misión. Era evidente que no
eran tipos fuertes ni preparados y, como la gran mayoría allí, no
entendían de armas y menos de estrategias militares. Por eso se
les encomendó una tarea claramente menor pero, porque no,
también Patriótica: mantener la limpieza de la embarcación.
Cada mañana el batallón Puloi recorría balde en mano, a punta
de escobillón, cada milímetro del buque. Ocupando los espacios
que dejaban vacantes sus tantísimos superiores, haciendo uso
integral de los camarotes, no solo para descansar sino para conversar alegremente sobre las banalidades de la contienda. Allí,
278
Andrea Belén Rodríguez
lejos de la crueldad de un mundo que no les era propio ejercían la libertad de seguir jugando, inventando las más increíbles
conjeturas sobre lo que vendría… convirtiéndose en una usina
permanente de información, una voz animada, una fisura, dueños mágicos de las ilusiones pasajeras del resto de la tripulación.
Sumergidos y distantes, la travesía los volvió grupo… […].
Entre el grupo nacieron mitos, que aún se recuerdan de tanto
en tanto cuando los fantasmas se visten de gala, beben alcohol e
intentan encontrar el paraíso perdido… Su nacimiento de fuego
fue una tarde durante un ataque certero de la aviación Inglesa…
En esa alerta roja la tripulación toda debía correr desde el barco
encallado en la bahía hasta los pozos de refugios que habitaban
la ciudad, entonces se dieron cuenta, cada historia tiene una verdad oculta y quizás mágica, todos corrían con fusil, pero había
cuatro que corrían con escobas, esa era su arma, el arma con que
defendían la tierra amada, la historia, la barriada… pero también su libertad, la irreverente dignidad, de esa bella e inocente
mirada, que contiene el juego, cuando existió una infancia…126
Asimismo, la reivindicación de su capacidad de acción en la
guerra es evidente en otra anécdota recurrente en los testimonios
de aquellos que compartieron la posición cuando cruzaron a la península Camber. Esta es una de esas situaciones comunes al relato
de varios entrevistados, que a fuerza de repetirla termina estereotipándose y solidificándose. Esto es evidente ya que uno de sus protagonistas, Claudio Guida, narró la misma situación prácticamente
en los mismos términos, tanto cuando dio testimonio para esta investigación en 2007 como en la entrevista a la radio Okey en 2009.
[Cuando cruzaron a Camber, los dos superiores que tenían en
su posición se retiran del frente] Cuando nos volvimos, nos quedamos solos, el más antiguo de esos nueve, era yo. (...) El más
antiguo, yo nunca creí que… la antigüedad era para comer, le
126 Nota “Juego y Destino” de Oscar Luna, escrita para el 30 aniversario de la guerra y no
publicada. Al finalizar, su autor dedica estas líneas “Al recuerdo de Juan Etchecopar (un puloi
de verdad)”, su amigo de la guerra que falleció en 1989. Más adelante, retomaré la marca
que significó la muerte de Juan para el grupo de ex conscriptos “históricos” de las reuniones.
Batallas contra los silencios
279
pegabas un codazo a un “cola” [un conscripto que ingresó posteriormente a la fuerza]. No, no, acá no, acá se cumplió la antigüedad, ¿quién queda a cargo? “Él”. Yo los miraba y les decía: “¿Yo a
cargo?” (…) Nosotros éramos una comunidad hippie que vivíamos
sin mando, estaba todo bien, “hagamos guardia un rato cada uno,
che, loco, que está nevando”, pero cumplíamos con lo nuestro,
aparte yo estaba al mando, me sentía muy responsable. (…) [Un
cabo de Ejército que estaba al lado de su posición:] Nos pregunta:
“¿Quién está a cargo?” “Conscripto clase 62, Claudio Guida de la
Armada. Ordene cabo, ¿en qué lo puedo ayudar?” Yo ya tomando
vuelo, ¿no? Dice: “Necesito gente para desenterrar la pieza, porque
se me enterró anoche”. (…) Me doy vuelta y veo las seis, siete
caritas diciendo: “¡No me vas a mandar a mí!” Me acuerdo esta
frase: “Imposible, cabo, tengo toda mi gente recuperando nuestras
posiciones”. Ahí entré en el corazón grande de la hinchada, ídolo
máximo, “Imposible cabo” y el tipo caliente dijo: “Está bien” y se
va. Abrazos, nos… habíamos vencido al Ejército.127
Esta anécdota tiene la particularidad de condensar varios sentidos clave de la vivencia bélica de los ex conscriptos, así como representaciones de sí mismos y de los “otros”. Al tiempo que da cuenta
de los lazos de solidaridad que construyeron los compañeros de posición, demuestra la relevancia que la misión o la causa Malvinas
tenía para los soldados, que los llevó a dar todo de sí mismos. Es
decir, no por la ausencia de jefes ellos dejaron de cumplir con la defensa de la posición. También, es un claro ejemplo de la perspectiva
crítica de la guerra e incluso del funcionamiento del Apostadero
que comparten muchos “ex colimbas”, ya que tanto la falta de formación para el combate como la ausencia de superiores en el frente
fueron denunciadas públicamente por Claudio, Osvaldo y Juan en
el programa de radio.
Asimismo, Osvaldo Corletto, un ex conscripto “histórico” de
las reuniones, narra otra anécdota que da cuenta de la intencionalidad de reivindicar la propia agencia mediante el relato de las tensio127 Entrevista a Claudio Guida, 29/11/2007. Entrevista a Osvaldo Venturini, Juan Arias
y Claudio Guida, programa “Malvinas… Es hora de volver a casa”, radio Okey, 10/4/2010.
280
Andrea Belén Rodríguez
nes que atravesaron al grupo Apostadero. Se trata de la anécdota del
“bombero loco”, aquella que aparece más recurrentemente en los
relatos de los ex conscriptos, aún de aquellos que no la presenciaron.
Veamos el relato de Osvaldo, su protagonista:
Con nuestros superiores, hubo un problema con dos o tres tenientes, que (…) llegaron después, viste, y venían como que “y
vamos a hacer calabozo de campaña”, y “¡¿a dónde estás?!” Un
día “que te vamos a hacer calabozo de cam…”, “pará, acá estamos
todos en la misma”, no es así. No te digo que los desafiamos ni
nada, pero le hicimos entender que “pará”. No tengo nada contra
los correntinos, porque yo sé que los chicos esos quizás los manejaron de otra forma los superiores, ¿entendés? Pero, viste, nosotros
medio que en algún momento nos plantamos. Y ahora viene la
del bombero loco: ahí fue cuando se saltó la cadena. Entonces
vienen de noche y me querían despertar para manejar el camión,
no sé a dónde tenían que ir con el camión, entonces me vienen
a despertar, y nosotros dormíamos en la oficina acostados, con el
correaje, y el casco. Entonces, me pegan en la bolsa, yo me hago el
dormido, entonces me sacuden de la bolsa, y lo mandan a un soldado –no sé a quién– dice: “Tráiganme un vaso de agua, un jarro
de agua que a este lo voy a despertar”. Yo digo: “Andá a buscar
un vaso de agua, no me vas a despertar ni con el bombero loco”,
le dije. Bueno, vino el chabón me cazó así de la bolsa, arrastra la
bolsa, cuando arrastra la bolsa, me giro, viste, cuando me giro,
cazo un fusil y se lo cargo. ¡No sabés lo que fue! Preguntáselo a
cualquiera. (…) El chabón que iba para atrás, y que “pará, pará,
pará” “y acá no me cabe una, vos te venís conmigo y nos vamos
juntos, y que me la pongan a mí y te la pongan a vos también”.
Bueno, después me agarraron un montón de zumbos (suboficiales
en términos coloquiales), me hablaron, me trataron de calmar.
(…) Pero los tipos ya cambiaron totalmente el tema. (…) Ellos
se olvidaron del calabozo de campaña, ya se dieron cuenta que
estábamos de igual a igual (22/6/2010).128
128 Osvaldo es miembro del grupo fundador de las reuniones. Además, es una persona con
carisma y recordada con cariño por sus compañeros porque al ser uno de los ayudantes del
Batallas contra los silencios
281
Varios son los elementos a destacar en esta anécdota. En primer
lugar, la situación concreta que enfrentó a un conscripto con un militar (cuyos protagonistas hoy en día comparten los encuentros del
20 de junio) por un despropósito, desde la perspectiva de Corletto.
En segundo lugar, la ausencia de castigo por parte de los superiores
frente a una falta de disciplina grave de un subordinado. Ambos
elementos contribuyen a construir una imagen del grupo en el que
las fricciones entre los conscriptos y el personal de cuadro eran moneda corriente, de los “colimbas” como valerosos y audaces, pero,
a la vez, de los militares como indulgentes frente a las faltas de sus
subordinados.
Entonces, la anécdota aporta a la configuración de una imagen
del conscripto como obediente –de hecho, Osvaldo aclara “no los
desafiamos”–, pero no una marioneta de sus superiores, como una
persona dispuesta y resuelta a cumplir con su función, ya sea por la
causa de soberanía o por sus compañeros, pero no a dejarse abusar
por ella. En fin, de alguien autónomo que piensa y actúa por sí
mismo. Esta anécdota es solo un ejemplo de una variedad de relatos
en los que los “ex colimbas” transmiten esta representación y concepción de sí mismos.
En definitiva, lo que buscan los ex conscriptos del Apostadero
es diferenciarse de aquella otra imagen que los ha identificado desde
la inmediata posguerra con el pobre “chico de la guerra”, sometido
a circunstancias que lo superaban y que debió luchar contra sus
superiores más que contra los ingleses.129 Esa imagen emblemática,
panadero, él era el que “clandestinamente” les daba un pan caliente antes de cada guardia
nocturna, un gesto imborrable en el contexto del frío extremo de Malvinas.
129 En el testimonio de Osvaldo, la figura del “chico de la guerra” está encarnada por
los correntinos. El hecho de que Osvaldo, quien nació en la Capital Federal, nombre a los
correntinos como los “otros” no es un dato menor. Los correntinos representan la imagen de
los soldados del interior, desde su perspectiva, más sumisos, que no se oponían al maltrato
de sus superiores. De esa provincia era uno de los protagonistas de la película emblemática
Los chicos de la guerra. Además, en la inmediata posguerra, los testimonios de soldados de esa
provincia que denunciaban su situación en las islas o su exclusión en la posguerra aparecían
frecuentemente en los medios de comunicación, e, inclusive, en 2007, Pablo Vassel (subsecretario de DDHH de Corrientes) presentó una causa judicial por violaciones a los DDHH
durante la guerra a partir de testimonios de ex soldados correntinos, con la demanda de que
fueran reconocidos como crímenes de lesa humanidad (Vassel, 2007).
282
Andrea Belén Rodríguez
de extraordinaria vigencia, construida principalmente a partir de
las denuncias de soldados de Ejército sobre las terribles condiciones
que tuvieron que enfrentar durante la guerra, es denostada por estos ex conscriptos y por los veteranos en general. Con el objeto de
oponerse al lugar de pasividad en que los sitúa y, en definitiva, a la
condición de víctima en que los encuadra e inmoviliza, los “ex colimbas” del Apostadero reivindican su experiencia, su autonomía en
ella y su decisión de “mantener a raya” a quienes pretendían maltratarlos o abusarlos, a diferencia de “otros”, desde su perspectiva los
conscriptos del Ejército, a quienes nombran como los “pobrecitos”,
“pibes”, “mutantes” o “zombies”, por las condiciones en que estaban, completamente arrasados por la guerra. Asimismo, el humor
que atraviesa estas anécdotas recurrentes en los testimonios es otra
de las estrategias a las que apelan para correrse de esa condición de
víctimas y construir así un relato ordenado y controlado de una experiencia que, por lo menos en parte, estuvo más allá de su control.
En ocasiones, la necesidad de luchar contra el lugar que les
asigna la sociedad los conduce a relativizar algunas de las situaciones
que más se denunciaron en la posguerra, sobre todo respecto a las
dificultades logísticas que enfrentaron en el clima extremo de Malvinas (como veíamos en el capítulo 4). A veces, esta intencionalidad
de desmitificar algunos aspectos del conflicto para correrse de la
situación de víctima lleva a construir una imagen idealizada de la
guerra, en la que el conflicto parece un paraíso y en el que casi no
vivieron dificultades. Incluso, en algunos casos, en el balance de su
experiencia no encuentran más que aspectos positivos para señalar
por los aprendizajes vitales que lograron, como valorar a los seres
queridos, compartir sin esperar nada a cambio, dejar de lado los
aspectos materiales, entre otros.130 Esto es evidente en el testimonio
de Alejandro Diego, quien, luego de indicar que desde la muerte del
marinero Juan Ramón Turano –un cabo que falleció cerca de él en
un ataque–, concibe la vida como “un regalo”; señala:
130 Las percepciones positivas de la guerra de los integrantes del Apostadero no son casos
aislados. En el informe de 1997 sobre la posguerra de los ex soldados, se incluyen las siguientes cifras bajo el subtítulo “Aspectos positivos que le dejó la guerra”: Ninguno 22%; Mayor
valoración de la familia: 30%; Valoración de compañeros, amigos y otros veteranos de guerra:
30%; Madurez, fuerza: 18% (Comisión Nacional de Ex Combatientes, 1997).
Batallas contra los silencios
283
A mí, como te diste cuenta, no me generó nada negativo la
guerra, fue un crecimiento espectacular. Si… un día mi hijo,
alguien me dice: “Mirá, va a ir a una guerra como vos, le va a
pasar lo que te pasó a vos, y va a volver como volviste vos”, pago
cien mil dólares para eso, no tiene precio, porque es la diferencia
entre vivir bien y vivir, tener esa experiencia (26/11/2007).
Asimismo, solo en algunas ocasiones, el enfrentamiento con
esa imagen construida por la sociedad, en buena medida a partir de
los testimonios de algunos soldados del Ejército, los lleva a cuestionar las experiencias de los conscriptos de esa fuerza. Solo por momentos, algunos “ex colimbas” del Apostadero no logran ponerse en
el lugar del otro y reconocer lo privilegiado de la propia vivencia y el
sufrimiento de otros que estuvieron en condiciones bien distintas.
Esta misma intencionalidad es la que subyace en los cuestionamientos a los juicios por violaciones a los DDHH que están llevando a
cabo algunos centros de ex combatientes desde el 2006.131 En el
diálogo entre Claudio y Eduardo, esto queda bien claro:
C: El Ejército de la lástima, puteame, es más estaqueame y voy a
ver si me defiendo o porque no me correspondía o por inhumano, pero no me tomes de pobrecito, de te hago una causa porque
me estaqueaste (…).
E: Es que la gente de Ejército se maneja distinto, yo lo vi, cuando estaban bailando a la gente en el aeropuerto [cuando estaban
prisioneros luego de la rendición], allá Ejército bailó a la gente.
Los cabos que estaban conmigo decían: “Yo voy y los cago a
trompadas a esos mogólicos”, a los de Ejército (…).
C: Pero ves yo no hubiese bailado si era prisionero, “vengo de
la guerra, me cagaron a tiros, cagué a tiros, ¡¿y voy a bailar para
vos?!” No, yo no bailo. Yo no bailo, no bailé y nunca se me
ocurrió bailar (Claudio Guida y Eduardo Iáñez, 20/4/2010. Las
próximas citas refieren a la misma fuente hasta que se indique
lo contrario).
131 El grueso de las causas están basadas en testimonios de ex soldados del Ejército (que
eran la gran mayoría de tropas en las islas). Pero también hay denuncias vinculadas a la Armada y la Fuerza Aérea. Ver Niebieskikwiat (2012) y Vassel (2007).
284
Andrea Belén Rodríguez
El distanciamiento de los soldados del Ejército también se ancla
en las condiciones de posguerra, más precisamente en aquella imagen prioritaria que se construyó sobre los conscriptos combatientes
luego del conflicto. Así, la condición de “pobre chico de la guerra”
no solo remite al conflicto, sino también a la situación en que se
encontraban cuando regresaron: aislados/excluidos de la sociedad,
o en una condición marginal, sin recursos, y, en algunos casos, con
alteraciones psicológicas. Los “ex colimbas” del Apostadero también
se distancian de esa imagen que atribuyen a los soldados del Ejército, que a veces vivieron y viven en una evocación constante. Ellos,
por el contrario, acentúan la agencia también en “su” posguerra. Tal
vez, la militancia en una agrupación de ex combatientes por más
de treinta años y el hartazgo de discutir esos prejuicios, explica la
insistencia de Claudio al respecto:
Ahí nace el grupo comando nuestro, o sea nosotros nos miramos
y “fuimos comandos nosotros”, porque pasamos las mismas necesidades, las mismas desgracias, las mismas… ¡y mirá estos tipos como están! Están destruidos. Y es más, elaboraron un plan
de “yo vivo de esto”, “yo vivo de la lástima” (…). Yo siempre
aseguro lo mismo: hubo 10 mil soldados, hay 10 mil guerras
distintas, cada uno la vivió como pudo. Pero vos no podés vivir
treinta años dando lástima: “El frío que pasé, el hambre que
pasé, el miedo que pasé, la bala por arriba”.
Sin embargo, posteriormente, Claudio y Eduardo matizan su
propia mirada y reconocen lo privilegiado de su regreso, tal vez por
su misma condición socioeconómica:
C: A estos pibes tan humildes, ser inculto, les cayeron tres, cuatro, cinco pibes de un matrimonio en el medio de un rancho,
en el medio de un campo y vos decís: “Si este tipo se pega un
cuetazo y nadie da señales de nada, y estos cinco críos quedan en
la nada”, “y sí, se murió un veterano de guerra”. Algo los tenés
que ayudar. Por eso nosotros somos bichos raros.
E: Claro, porque imaginate que estamos cumpliendo 27 años
en la empresa (…). Otros no tuvieron la suerte de conseguir
trabajo.
Batallas contra los silencios
285
A veces, esta reconstrucción identitaria de sí mismos implica,
incluso, un reconocimiento de la Armada frente al Ejército, como
una fuerza que tuvo un mejor desempeño en el frente de batalla (y
para ello recurren a la excepcionalidad del BIM 5) y, principalmente, por construir relaciones jerárquicas diferentes al Ejército, por lo
menos en la rigidez, disciplina y severidad. Al respecto, Eduardo
Iáñez indica: “En Marina, yo creo que a mí nunca me han tratado
mal, más allá de bailes y demás, yo soy… Digo, comparado con la
gente del Ejército me siento hasta como orgulloso de haber pertenecido a la fuerza porque nunca tuve un maltrato, en realidad (…),
me sentí un tipo cuidado”.
En tal sentido, considero que una de las cuestiones clave en la
construcción de la memoria en común del Apostadero, tanto por
ex conscriptos como por militares, es el recuerdo de los conflictos intragrupales. A diferencia de la memoria “oficial” que difunde
la página web, los integrantes del Apostadero no solo tienen una
mirada crítica de la contienda –como vimos–, sino también de la
propia experiencia bélica. En su gran mayoría, ellos sí hablan de las
fricciones y tensiones que atravesaron a la dotación en Malvinas y
que atraviesan al grupo en la posguerra, entre los actores que hoy en
día participan en los encuentros anuales. Si bien comparten las reuniones y cierta identificación grupal, los miembros del Apostadero
no silencian los conflictos que atravesaron al colectivo en aras de un
fortalecimiento de los lazos sociales o por temor a sentirse parias en
él. Ello se debe a que, en algunos casos, dar cuenta de esas fricciones
cumple una función en la imagen de sí que buscan transmitir y en
la acentuación de su autonomía en el conflicto.
No obstante, en la mayoría de los casos, los conflictos que
mencionan son puntuales, entre dos personas, y no necesariamente
remiten a la imagen de un enfrentamiento general entre civiles y
militares o entre el personal de diferente rango. Aun cuando esa sea
la imagen que se percibe en la anécdota narrada por Corletto, lo
cierto es que, en general, los integrantes del Apostadero suelen presentar esas fricciones como excepciones en un contexto más amplio
de cordialidad, relativa horizontalidad en el grupo, cierto cuidado
de los subordinados por los superiores y/o, en fin, por lo menos no
286
Andrea Belén Rodríguez
de un maltrato generalizado, a diferencia del Ejército. Al respecto,
el testimonio de Claudio sobre su experiencia cuando estaba prisionero en el aeropuerto es bien sugerente:
Se va Juanjo y Osvaldo y le dicen a N. (…) y a S. [dos oficiales
del Apostadero]: “Hay uno de los mellizos que no se puede mover”. “¿A dónde está?” “Está ahí en las posiciones que tenemos,
está doblado”. “Que venga para acá”. “No se puede mover”.
Ves, yo no es que sea procastrense, pero estos dos tipos N. y
S., que no eran amigos míos, que no eran gente del palo, ni yo
tenía confianza, ni les di un carajo a ellos, yo no puedo putearlos como putean un montón de colimbas que los milicos los
dejaron solos, que esto y el… A mí estos dos tipos me vinieron
a buscar, me dijeron: “¿Mellizo, qué te pasa? ¿Guida, qué te
pasa?”, me levantaron, me cambiaron por una manta seca, me
envolvieron y me llevaron así, arrastrando hasta el medio de la
pista, para que venga un helicóptero y que me lleven. Entonces
yo no puedo putear, a mí no me estaquearon, yo no era amigo,
pero yo no pasé por esas cosas (29/11/2007).
Asimismo, muchas veces ellos terminan justificando a quienes
dieron esas órdenes que en su momento consideraron injustas, incomprensibles o abusivas, y que fueron motivo de enfrentamientos.
En tal sentido, del mismo modo en que suelen no silenciarse los
conflictos en aras de un fortalecimiento grupal, a veces los justifican o minimizan desde la distancia. Esto se reitera sobre todo entre
aquellos que hoy se siguen reuniendo con sus compañeros del Apostadero. Por ejemplo, Antonio Gulla explica las causas por las que
–desde su perspectiva– las fricciones de los tiempos bélicos se fueron
disolviendo en la posguerra: “Porque hay que ver en su momento,
como te digo, cómo estaban, ellos [sus superiores] tenían su familia,
sus cosas, estar ahí, encima tener todos los pibes estos que proteger,
que no debe ser nada fácil” (26/6/2012).
La tensión entre construir una imagen del Apostadero en la que
existía cierta horizontalidad y cordialidad y la necesidad de mencionar las fricciones que atravesaron al grupo para configurar cierta
imagen de sí mismos, también aparece en muchos de los testimo-
Batallas contra los silencios
287
nios de los militares. En principio, al igual que los ex conscriptos,
el personal de cuadro establece una clara diferencia entre la actitud
y el desenvolvimiento del soldado del Ejército y de la Marina –por
supuesto, recurriendo a imágenes preconcebidas y estereotipadas–,
debido a las condiciones en que combatieron y, ante todo, a las
relaciones jerárquicas que se configuraron. Al respecto, Adolfo Gaffoglio, quien fuera el jefe del Apostadero, indica:
Yo fui, bajé primero que mi gente, la agrupé, conseguí una cocina donde comían guiso. Había gente de Ejército y de otras
cosas, que parecían salidos de… los mutantes, digamos, lamentablemente, porque todos sucios, todo… habían tomado mate
cocido todo el día, y en el Apostadero teníamos una cocina con
un cocinero que cocinaba como los dioses, que había guiso para
quinientas personas (30/11/2007).
En la breve entrevista realizada a Gaffoglio, el oficial dedicó un
tiempo a hablar de los conscriptos a su cargo, reivindicar su desempeño y buscar una explicación a esas diferencias entre las fuerzas,
ancladas en las particularidades de las unidades navales:
En un momento hubo una imagen del conscripto titubeante,
lloroso, yo no los tuve, ¿eh? Yo vi “vamos a combatir”, tenían
18 años, “sea lo que sea, vamos, a ver, hay que trabajar”, entusiasmo, etcétera. Este… no, yo creo que eso fue falsificado, los
soldados fueron valientes, afrontaron el combate con decisión.
Cuando, después de la rendición, con el estoicismo de no comer, no bañarse, como me pasó inclusive a mí, yo compartí con
ellos: estuve dos meses sin bañarme, volví con 10 kilos menos,
porque tomaba té con leche, en la mano me daban de comer,
sufrí las mismas penurias que ellos, entonces este… Eso es una
cosa que, por de pronto, en la Armada están consustanciado,
porque vos estás en un buque, que tenés los mismos avatares, si
el buque se hunde, te hundís vos también, cuando el buque rola
o cabecea, no es que cabecea el personal, y no cabecean (…) los
oficiales, cabeceamos todos. Y fundamentalmente, fundamentalmente, la Armada se preocupó del rancho (30/11/2007).
288
Andrea Belén Rodríguez
Las distintas condiciones en que combatieron los conscriptos
de cada una de las fuerzas y las diferentes relaciones jerárquicas que
constituyeron unos y otros, también son señaladas por otros cuadros. Daniel Blanco, incluso, establece una continuidad entre esa
situación en el pasado y los vínculos en el presente:
La historia que se ha visto siempre es la historia del Ejército, ¿entendés? Y nosotros en la Marina, el colimba es como un eslabón,
cuando se rompe el eslabón, se corta la cadena y no sirve para
nada. Entonces los colimbas nuestros es distinto el trato, nos
siguen tratando bien, tenemos buena onda y todas las cosas con
los colimbas (25/11/2010).
En estos casos, indicar claramente estas diferencias trae aparejada
la construcción de una autorrepresentación por parte de los militares
del Apostadero como buenos superiores/líderes/conductores que se
preocupaban por su tropa, a diferencia de la imagen estereotipada y
hegemónica de los oficiales y suboficiales del Ejército. La mención de
diversas anécdotas sobre su indulgencia frente a los casos de robos de
comida o directamente su complicidad, o frente a otras situaciones
delicadas –como vimos en la anécdota relatada por Corletto–, es uno
de los recursos para configurar esa imagen de sí mismos. Esa intencionalidad, por ejemplo, es la que guía todo el testimonio de Gaffoglio:
Un día vino el gerente de la FIC [Falkland Island Company],
que me dice: “Dígame Gaffoglio”, yo no lo conocía, “acaba de
dar la gobernación una orden: prohibido vender chocolates a los
soldados argentinos. ¿Qué le parece?” “Me parece mal, tienen
18 años”, digo, “seguro que les gusta el chocolate, y además”,
digo, “el chocolate combate el frío”, y digo, “si yo lo veo a usted
vendiendo chocolate, yo no le voy a hacer nada, ¿eh? Es decir
que para lo que a mí respecta esa orden no existe”. Tenía toda la
libertad y estaba dentro de mi jurisdicción, ¿sí? Es decir, yo no
apoyaba esa orden, porque hay en algunos aspectos que fueron
muy severos con nuestra propia tropa (30/11/2007).
Los casos de situaciones similares abundan, sobre todo de aquellas anécdotas que ponen en pie de igualdad a los conscriptos con
Batallas contra los silencios
289
los militares. La construcción de una imagen distinta de la superioridad de Malvinas que está arraigada en el sentido común así como
cierta idealización de la cotidianeidad en el Apostadero, aparece con
mucha claridad cuando el suboficial retirado Ricardo Rodríguez se
comunica para hablar con los “ex colimbas” Osvaldo, Juan y Claudio en el programa de radio “Malvinas… Es hora de volver a casa”,
conducido por la locutora Susana Sealices:
R: Decirles a ellos y a través de ellos, primero un gran saludo,
después estar orgulloso de ese personal que tuve a mi cargo en
esos momentos, gran parte a mi cargo, como eran todos, digamos así, todos los conscriptos, excelentes muchachos, valientes
muchachos, y orgullo de haberlos tenido a cargo (…)
C: Ricardo, creo que los agradecidos somos nosotros de haberte
tenido. Me acuerdo de las primeras guardias, me acuerdo de los
primeros movimientos, éramos todos los patitos que caminábamos atrás tuyo tratando de cumplir, o sea, acérrimamente lo
que vos nos decías y lo que vos nos dabas como pautas para que
nos cuidemos, para protegernos, me acuerdo que era el cabo de
cuarto más famoso del Apostadero, te seguían todos a muerte. Y
la verdad rescato por sobremanera tu persona, tu calidad humana, que sin tener experiencia como nosotros, la forma que nos
hayas cuidado en ese momento (…).
R: Yo te agradezco mucho (…) A pesar de que ustedes han sido
muy jovencitos, pero siempre bien dispuestos a cumplir. Yo creo
que ahí, en el caso nuestro, por ejemplo el Apostadero Naval
Malvinas, no hubo ese tipo de jerarquías, división, éramos todos
iguales, por eso yo también respeté eso… (…) Chau, Susana,
gracias por todo (…).
S: Pero parece que no fueron tan malos los jefes como se dice
después con esta desmalvinización.
C: Vos sabés que creo que vale destacar (…) la relación soldado-suboficialidad-oficialidad, fue particular en cada caso. Yo
hoy te comentaba fuera del programa, las diez mil guerras de
Malvinas, porque cada uno vivió su propia guerra a un modo
especial y particular y su relación la consolidó con la gente que
290
Andrea Belén Rodríguez
lo rodeaba, en mayor o menor medida hubo problemas, pero no
todo fue malo.132
Asimismo, la mención de algunos conflictos que aparecen en
los relatos de los militares contribuye a la configuración de esa misma imagen de buen superior. Al respecto, el testimonio de Ricardo
Rodríguez es bien claro: “Una vez uno quería salir en un tiroteo y
lo agarramos porque ya si no salía y ponele, lo mataban, ¿no? Yo no
me acuerdo si... si le pegué una cachetada, para hacerlo reaccionar,
¿no? Que después me agradeció” (27/11/2007).
Entonces, las memorias de los ex conscriptos y militares comparten la exposición de las situaciones conflictivas que atravesaron
al grupo, hecho que rompe claramente con la memoria “oficial”
transmitida por la página web. Así como los “ex colimbas” hablan
de las tensiones con el objeto de acentuar y reivindicar su agencia y autonomía en la guerra, los militares dan cuenta también de
fricciones con sus subordinados y superiores, con el fin de presentarse como buenos conductores o como líderes capaces de cuidar
a la tropa frente a las órdenes sinsentido o injustas dadas por las
máximas jerarquías. En otros casos, la explicitación de los conflictos
les permite a los cuadros eludir su responsabilidad ante situaciones
que, evaluaban, excedían sus capacidades, pero que de todas formas
acataron. Al respecto, Hugo Peratta, el oficial que fue designado al
frente de la sección que combatió en Camber –función para la que
no estaban preparados–, recuerda su resistencia ante la orden por
su falta de formación y también la de sus subordinados, el diálogo
tenso con su superior y, en definitiva, el acatamiento de la orden
ante la intransigencia de este (19/10/2007).
Se trata de un tema delicado para los militares veteranos de
guerra porque si, por un lado, consideran fundamental reafirmar
su capacidad de acción en la guerra –como actores que tomaron
decisiones límites y no como simples marionetas en manos de sus
superiores–, por el otro, buscan justificar su actuación y exculparse de la guerra, debido a la ignorancia/juventud o a la falta de
132 Entrevista a Juan Arias, Claudio Guida y Osvaldo Venturini, programa “Malvinas… Es
hora de volver a casa”, radio Okey de Vicente López, 10/4/2010.
Batallas contra los silencios
291
libertad de acción, y evitar así la asunción de responsabilidades
por la derrota. En la gran mayoría de los casos, esto lo resuelven
alternando entre la voz activa para la mayoría del relato y la voz
pasiva para todo aquello vinculado al ámbito de las decisiones, y
establecen una clara ruptura entre los “otros” y “nosotros”, los
que sí podían cambiar el derrotero de la guerra y los que no. En
el caso de los militares de menor rango, además, alternan entre la
indicación que hicieron lo que pudieron, dadas las circunstancias,
y la continua insistencia sobre que eran muy jóvenes: “Nosotros
sabemos que dimos todo lo que teníamos, la derrota fue de los
que tomaron la decisión acá, de las malas decisiones que tomaron”
(Ramón Romero, 22/6/2007). Y, en el caso de los de mayor rango,
entre destacar la propia sabiduría de lo que iba a pasar y contraponerla a la ignorancia de los superiores que –a veces, a pesar de
sus advertencias–, siguieron rumbo al final “lógico”: la derrota. Al
respecto, el testimonio de Hugo Peratta es bien claro:
En un primer momento estaba muy confundido de cuál iba ser
la política, la guerra no lo había pensado todavía, había pensado
o charlaba con Roberto [Coccia] que estábamos juntos, la cuestión de política, a ver qué iba a pasar, qué iba a hacer el gobierno,
si por ahí… como quisieron hacer en varias oportunidades, que
querían plantar tres banderas, parar la guerra, en fin, hacerla por
las buenas, ¿no? Charlábamos de eso y pensábamos que eso era
lo más lógico, porque pelear contra los Estados Unidos y contra
los ingleses, más los que conocemos los países, que yo estuve
un año con los ingleses en bases militares. Yo sabía cómo eran,
cómo pensaban, una serie de cosas, viste. Sabía que los tipos
venían, no se la iban a comer, estaba seguro de eso, y entonces,
estaba seguro, que mis superiores también pensaban igual que
yo. Pero ¡oh sorpresa, pensaban para la mierda! Los tres capos
militares, más los civiles, que estaban con él, pensaron para la
mierda, y nos mandaron a morir 1500 chicos, y otros enfermos,
hay quinientos tipos que se han suicidado, otros tantos murieron de cáncer, otros estamos operados del corazón (11/9/2007).
292
Andrea Belén Rodríguez
En el relato de Hugo (quien, recordemos, regresó de la guerra
con una profunda frustración profesional por no haberse dedicado
a su especialidad) aparece claramente la ambivalencia entre asumir
la agencia en la propia experiencia de guerra –lo que se evidencia en
la mayor parte de la cita en tiempos verbales como “había pensado”,
“yo sabía cómo eran”– y de mostrarse como subordinado en algunos aspectos, principalmente en los vinculados a las decisiones en
lo político y estratégico. Desde su perspectiva, la ignorancia de sus
superiores –la Junta Militar y “los civiles que los acompañaban”–
sobre relaciones internacionales condujo a una guerra sin sentido:
“Nos mandaron a morir”.
Otro de los puntos en común en las memorias de los integrantes del Apostadero en el sentido que le otorgan a su vivencia bélica,
es la ambivalencia entre las dos acepciones del término “testigo”:
entre considerarse a sí mismos protagonistas por haber vivido un
acontecimiento –y, como tal, sobrevivientes–, o percibirse como un
tercero que “no fue protagonista pero puede contarlo porque vio”
(Agamben, 2002: 15), un “espectador”, en términos de Guillermo
Klein (5/9/2007). Esta tensión se vincula a las jerarquías basadas en
las experiencias bélicas que atraviesan a la comunidad de veteranos
de guerra y que los integrantes del Apostadero también adoptan,
en la que –recordemos– a mayor cercanía con los enfrentamientos/
frente de batalla, mayor tiempo en las islas o riesgos y penurias que
corrieron, se corresponde una mayor legitimidad para alzarse con
la palabra de la guerra. En esta construcción de escalafones, los integrantes del Apostadero se perciben más o menos protagonistas
según los “otros” de referencia. En tal sentido, en los testimonios,
es muy común encontrar reflexiones similares a las que realiza el
bahiense Guillermo Klein –el médico del Apostadero en 1982–,
quien advirtió una y otra vez que su participación en el conflicto no
fue determinante ni cambió su devenir:
Yo siempre lo aclaro para no sentirme… a ver cómo sería la palabra, para no comparar las distintas vivencias. Porque, acá por
ejemplo en Bahía [Blanca], el ambiente de Veteranos de Guerra,
no hay combatientes, porque no hubo regimientos de combate,
(…) gente que haya estado en la trinchera pasando las miserias
Batallas contra los silencios
293
y las penurias que pasaron, hay muy poquitos (…). Entonces yo
siempre cuento que a veces yo no me siento digno de compartir
la mesa con ellos, porque vivieron una guerra distinta a la mía.
Pero mi realidad también es otra, yo era médico y, entonces yo,
obviamente, yo no tenía que estar con el cuchillo, con el puñal
en la mano, queriendo degollar enemigos. Yo estaba en una misión, otro tipo de misión (5/9/2007).
Asimismo, el ex conscripto voluntario Fernando González Llanos realiza una aclaración bien sugerente en su blog, al referirse a
una actividad realizada en conmemoración a los treinta años de la
guerra en la que no pudo participar: “Al igual que en la guerra, se
ve que estoy destinado a ser un testigo privilegiado de las grandes
proezas que logran mis amigos”. Tal vez, en su caso, esa sensación
se explica por el hecho de que su mejor amigo desde la secundaria
estuvo en el frente de batalla durante la guerra.
Esta advertencia de haber sido un “testigo-espectador” entra en
tensión en varios testimonios con la necesidad de mostrar su protagonismo en la guerra y su agencia, más allá de la aparente irrelevancia de la tarea, como vimos en el testimonio de Ricardo Pérez (otro
“ex colimba” voluntario): “O sea, yo tuve ese tipo de protagonismo,
en realidad nada, pero estuve en la historia, yo lo único que hice
fue manejar, podría haber sido Pérez Montoto, pero yo estuve ahí”
(26/11/2007).
Así como, en algunos casos, lo prioritario es el cuestionamiento
a los soldados del Ejército porque sus denuncias dieron sustento a
la imagen que los victimiza, en otros, los miembros del Apostadero
los consideran los “verdaderos” protagonistas de la guerra, aquellos
que tienen mayor legitimidad como veteranos. Su primer lugar en
los escalafones no solo está dado por haber estado en el frente de batalla durante más de dos meses, por las terribles condiciones en que
combatieron, sino también por el enfrentamiento cara a cara con la
muerte: ellos son los que mataron y/o vieron morir a compañeros en
el fragor de la batalla. Ellos son, por ende, los que cargan con el peso
de la mayoría de los caídos en las islas. Por el contrario, la mayoría
de los miembros del Apostadero no combatió, con lo cual no vivió
la experiencia de matar y/o morir de forma tan palpable. Justamen-
294
Andrea Belén Rodríguez
te, debido a las particularidades de “su” guerra –al cumplir misiones
logísticas en el pueblo, lejos del frente de batalla y al gozar de algunas comodidades o privilegios–, los muertos más significativos para
el grupo Apostadero no refieren a la guerra sino a la posguerra.
Sin embargo, aquí hay que realizar algunas distinciones. Para
aquellos integrantes del Apostadero que luego pasaron a tripular los
buques, hay dos muertes durante la contienda que los marcaron,
por lo cercanas y porque ellos podrían haber estado en ese momento
y lugar. Por un lado, varios recuerdan la muerte del marinero Juan
Ramón Turano, el cabo de 17 años, tripulante del buque Bahía
Buen Suceso que falleció en los ataques en Bahía Fox. Su muerte es
una marca imposible de borrar en la memoria del ex tripulante de la
goleta Penélope, Roberto Herrscher:
Estábamos en la costa con los del Buen Suceso, los del Carcarañá,
y a eso de las tres y media o cuatro empezaron a decir que había
un muerto.
Había un muerto, nuestro primer muerto.
Las historias primero fueron confusas […]. Poco a poco fui entendiendo la historia. Iban corriendo en fila india, y al parecer
uno empezó a disparar y atravesó el casco del que iba a adelante.
Tropezó, cayó y al caer se disparó en el cuello. Recién cuando
llegó un grupo más grande a instalarse en nuestra hondonada
escuché el nombre del muerto. Era el marinero Turano.
Me impresionó mucho la muerte de Turano. Cada vez que me
encuentro con belicistas, con los que estuvieron a favor de esta
guerra absurda y con los que están a favor de otras, mucho más
cruentas que siguieron y siguen, se me dibuja su cara de chico
alegre, incansable, lleno de nervios y de energía. Su muerte me
llenó de amargura y de rabia con los que nos habían mandado
a matar y morir a ese frío rincón del mundo, sin árboles y sin
compasión (2007: 101-102).133
133 En su obra Los viajes del Penélope. La historia del barco más viejo de la guerra de Malvinas
(publicada en 2007), Roberto Herrscher da cuenta de su búsqueda de la historia de la goleta
en la que estuvo embarcado en 1982, que en realidad es una búsqueda de su propia historia
e identidad.
Batallas contra los silencios
295
Por otro lado, los 22 caídos en el buque mercante Isla de los
Estados son recordados por aquellos que compartieron algunos momentos con la tripulación, como misiones específicas o cenas. Tal
vez, el testimonio de Julio Casas Parera, un ex conscripto que en
1982 convivió con ellos mientras realizaban el minado de las vías de
acceso a Puerto Argentino, es el más claro al respecto:
Los miembros de la dotación del buque, los civiles, nos decían:
“No se arriesguen ustedes, tengan cuidado porque ustedes no
tienen nada que ver con esto”. Nos hicimos muy amigos. (…)
Una de las noches que entramos a navegar que no hicimos nada,
el buque se movía muchísimo, y todo el viaje vomitando, uno
de los suboficiales ya cancheros, que sabían cómo era esto, dice:
“¿Ustedes comieron?” “No”. “Vamos a comer”. “No, suboficial,
no”. “Al comedor, a comer todos”. Fuimos al comedor, nos sirvió la comida (…) y se nos pasó, increíble, estábamos como nuevos (…). Estábamos comiendo y aparece uno de los suboficiales
P., que era un tipo macanudo, y trae una lata con chocolates
Cadbury, y nos convida a cada uno un chocolate (…). Fue algo
para nosotros como si nos hubieran dado…, increíble, increíble,
no me olvido más ese gesto, fue una cosa que me marcó. Me
dolió muchísimo que el tipo…muchísimo… (30/11/2007).
Sin embargo, la muerte que en mayor medida marcó a los
ex conscriptos del grupo “histórico” de las reuniones es la de Juan
Etchecopar, en la posguerra. Juan era un soldado muy cercano al
grupo fundador de los encuentros, aquellos que hoy en día se siguen
reuniendo, con quienes compartió cantidad de espacios y tiempos
durante el conflicto y también en la posguerra. Es recordado como
una persona con mucho humor, con quien varios soldados, pero
sobre todo Oscar Luna –su amigo de la guerra–, tienen cantidad
de anécdotas. En la guerra, Juan fue el otro ayudante del panadero,
junto a Corletto, y por ello también una persona recordada con
aprecio por los “ex colimbas”. Durante el conflicto, conformó lazos
de solidaridad bien estrechos con sus compañeros, al punto de pedir, rogar, que lo mandaran al frente de batalla cuando destinaron
a sus amigos allá.
296
Andrea Belén Rodríguez
En la posguerra, Juan asistió a algunas reuniones en compañía
de su amigo Oscar. Su muerte en 1989, cuando tenía alrededor de
27 años, a causa de una enfermedad terminal que algunos atribuyen
a las secuelas de la guerra, aparece una y otra vez en los testimonios
de los ex conscriptos. El relato minucioso de cuando se enteraron
que había fallecido, las redes de contacto para, en primer lugar, corroborar una noticia que parecía increíble y, luego, para tratar de
ayudar o dar algún tipo de contención a la viuda y a su hijo, es una
muestra clara del impacto que causó la que ellos consideran “la”
muerte del grupo. La percepción de que ese fue “su” muerto la podemos identificar claramente en el siguiente diálogo entre Claudio
y Eduardo:
E: Pero lo bueno de todo es que cuando nos hemos juntado,
que hemos hablado seriamente y demás, pero nunca se tomó el
sentido trágico, ¿vos te diste cuenta de eso?
C: Volvimos todos, Negro.
E: Bueno, está bien, sí. Pero si querés tomar una tragedia,
hablamos de Etchecopar (Claudio Guida y Eduardo Iáñez,
20/4/2010).
Distinto es el caso de otro “ex colimba” integrante del Apostadero y tripulante del buque Monsunen en la guerra, que falleció en
2006: Romualdo Ignacio Bazán. El 19 de enero, Ignacio se quitó la
vida en su casa de Lanús cuando tenía 42 años, luego de dos matrimonios y tres hijos, y después de años de reclamos a la Armada para
que le reconociera sus problemas de salud producto de la guerra, los
que resultaron infructuosos. En el conflicto, Nacho fue uno de los
soldados elegidos para tripular el buque Monsunen y por su desempeño en las islas al salvar a un cabo que había caído a las heladas
aguas malvinenses, la Marina le otorgó la máxima condecoración
institucional: la medalla de “Honor al valor en combate”. Junto a
todos los tripulantes, combatió en Darwin, y luego de la rendición
de la posición, cayó prisionero de guerra y regresó al continente.
En la posguerra, Bazán nunca participó en los encuentros
anuales del Apostadero y, en cambio, se dedicó a luchar activa-
Batallas contra los silencios
297
mente por la memoria de Malvinas y por el reconocimiento de los
ex combatientes en otras agrupaciones de veteranos. Tal vez por
no haber compartido demasiados momentos en la guerra –ya que
rápidamente fue trasladado al buque–, ni en la posguerra, Ignacio
no es mencionado por los integrantes del Apostadero. En todo
caso, su muerte solo es recordada por aquellos extripulantes de
la nave Monsunen, con quienes, además, se siguió encontrando
en la posguerra y conservó sus vínculos, al punto que la nota que
dejó cuando se suicidó está dirigida a sus compañeros de la guerra,
además de a sus familiares.
En este punto, los testimonios de la mayoría de los ex conscriptos también se distancian parcialmente de la memoria “oficial”
del Apostadero, ya que Bazán y Etchecopar son nombrados en el
sitio virtual, pero solo para mencionar su actuación en las islas o su
presencia en algunas fotografías, no sus muertes en la posguerra. Por
el contrario, la página web sí menciona a los caídos “tradicionales”,
los que murieron durante el conflicto siendo tripulantes de los
buques logísticos, al igual que hacen aquellos entrevistados que
compartieron momentos y espacios con ellos.
Entre la “memoria emblemática” y las “memorias sueltas”
Para finalizar, presento brevemente cuáles son aquellos puntos
de encuentro y las contradicciones, diferencias o matices entre las
“memorias sueltas” de los integrantes del Apostadero y la narrativa
“institucional” y “emblemática” construida por Daniel Gionco en
la página web.
Mientras que el lugar que identifica al grupo Apostadero es
común al relato “oficial” y a las “memorias sueltas”, los hitos que
ambos destacan son bien distintos. En los testimonios, son aquellos
acontecimientos anclados en las emociones los que aparecen como
marcas imposibles de olvidar. En cambio, en el sitio virtual, su autor
prioriza aquellas fechas que hacen a lo institucional y a lo político-militar y/o aquellos hechos que son representativos de valores,
como entrega, sacrificio, valentía, entre otros.
298
Andrea Belén Rodríguez
Con respecto a los actores, y específicamente a “sus” muertos,
Gionco menciona a aquellos tripulantes de los buques auxiliares
caídos durante el conflicto, sin aludir a los muertos de la posguerra,
uno de los cuales es el que, principalmente, marcó las memorias de
los ex conscriptos “históricos” de las reuniones.
Asimismo, en cuanto a la imagen que construyen del grupo, los
miembros del Apostadero se debaten entre la intención de señalar
la cordialidad y horizontalidad que existía en el colectivo social y la
necesidad de dar cuenta de las tensiones y fricciones que atravesaron
y atraviesan a este. En su gran mayoría, optan por narrar los conflictos en el interior y en el exterior del Apostadero, distanciándose así
de una mirada idealizada de un grupo totalmente armónico. Y esto
lo realizan desde un marco de sentido de la guerra y del accionar
naval profundamente crítico, ausente en el relato principal de la
página web.
De este modo, a diferencia de la “memoria emblemática” del
sitio virtual, los integrantes del Apostadero no silencian los conflictos en aras de un fortalecimiento grupal, ya que estos cumplen una
función en la imagen de sí que tanto militares como ex conscriptos
buscan construir y transmitir. Mientras los militares hablan de las
tensiones con sus subordinados y superiores, con el objeto de presentarse como buenos líderes/conductores que cuidaban y se preocupaban por la tropa que tenían a cargo, a la vez que buscan exculparse por la derrota, los “ex colimbas” dan cuenta de las tensiones
con los superiores para reivindicar su autonomía, voluntad y valor,
distanciándose, así, de la imagen del “pobrecito”, el soldado abusado por sus jefes y arrasado por la guerra. La tensión manifiesta en los
testimonios de los ex conscriptos entre la necesidad de reivindicar
su agencia en el conflicto, para correrse de la condición de víctima
en que esa imagen los inmoviliza, y a la vez demostrar una relación
más cercana con sus superiores –o, por lo menos, no de maltrato
constante–, los lleva a hablar profusamente de los conflictos pero, a
la vez, justificándolos y/o minimizándolos.
Así, son los ex conscriptos quienes claramente han tenido preeminencia en la construcción de una memoria grupal del Apostadero, al punto que configuraron una “submemoria” dentro del colec-
Batallas contra los silencios
299
tivo que remite a la inmediata posguerra cuando los encuentros eran
“exclusivamente de colimbas”. Ellos han conservado y transmitido
la mayor cantidad de anécdotas que representan los grupos que se
constituyeron en la guerra –ese “nosotros”–, y que a la vez delimitan claramente los “otros” de los que se distancian/oponen. Según
el caso, pueden ser aquellos que tomaron la decisión de declarar la
guerra, los superiores con los que se enfrentaron, y/o los conscriptos
del Ejército; estos últimos, percibidos como los responsables de la
configuración de la imagen del “pobre chico de la guerra” contra la
que vienen combatiendo desde los ochenta. Por ende, en los testimonios de los “ex colimbas”, la “subversión de jerarquías”, negada en el
relato “oficial” y “emblemático” del Apostadero, parecería que vuelve
a aparecer, al tomar los ex conscriptos un lugar prioritario tanto en el
contenido de la memoria en común como en su transmisión.
En definitiva, con el objetivo de hablar de la “verdad” de la guerra, los integrantes del Apostadero construyen su propio sentido del
conflicto y de su vivencia, y confrontan a la vez con las dos memorias
que han hegemonizado el espacio público a lo largo de la posguerra.
Por un lado, tanto la “memoria emblemática” del grupo como
las “memorias sueltas”, al dar cuenta principalmente de las “acciones heroicas, que también existieron” y no solo reproducir las “miserias” (Ramón Romero, 22/6/2007), intentan desmitificar imágenes
arraigadas desde los ochenta en el sentido común de los argentinos,
en las que se reduce la guerra a un combate nacional entre los conscriptos –las víctimas– y los militares –los victimarios–, los mismos
que desplegaron el terrorismo de Estado.
Ahora bien, los integrantes del Apostadero luchan contra esas
representaciones mediante estrategias bien distintas. Gionco, a través de la página web, recurre a la configuración de una imagen heroica y armoniosa del grupo. Así, construye un relato ordenado de
las acciones en las que intervinieron, y hace hincapié en la inferioridad de condiciones bajo las que todos los integrantes del Apostadero
–civiles y militares– lucharon y cumplieron con sus misiones.134 En
134 Mientras en la memoria “oficial” existe una tensión subyacente entre la asunción de la
agencia y autonomía –cumplieron con sus misiones con valor, entrega y sacrificio– y la imposición –bajo determinadas condiciones de inferioridad dadas y no elegidas–, al igual que en
300
Andrea Belén Rodríguez
cambio, los militares optan por construir una autorrepresentación
de buenos superiores que cuidaron de su tropa; y los ex conscriptos
eligen relativizar las dificultades que enfrentaron durante el conflicto (al extremo de construir, en ocasiones, una imagen algo idílica de
la contienda) y mostrar las fricciones que atravesaron al colectivo,
para reivindicar su valentía, disponibilidad y autonomía en la guerra, pero no su sumisión. Además, la reivindicación de la agencia
en el conflicto, en ocasiones, no implica su encuadramiento en la
figura del héroe –a diferencia de la página web–, ya que al narrar
aquellos momentos en los que “jugaban a la guerra”, o en los que
sintieron temor y hasta pánico, desesperación y alivio, se distancian
de esa imagen (aunque no a la hora de referirse a los caídos).
Por otro lado, al proponer una perspectiva crítica de la guerra
y, específicamente, de la actuación naval, la mayoría de los integrantes del Apostadero –no así el relato principal de la página web– se
distancia también de la memoria de la Armada. En tanto esta se
centra en determinados acontecimientos excepcionales para reivindicar su desempeño y deja en un segundo plano sus errores, improvisaciones y desinteligencias, la derrota aparece como inexplicable:
como reflexionaba Adolfo Gaffoglio: “Cuando yo la leo, esta guerra
la ganamos” (30/12/2007).
No obstante, existe un sustrato común al relato institucional de
la Marina, a las “memorias sueltas” de los civiles y militares miembros del Apostadero y a la “narrativa emblemática” y “oficial” que
construye Gionco. Por un lado, el reconocimiento de la guerra por
la justicia de la causa soberana y, por otro, la reivindicación de la
experiencia bélica y los valores a los que apelaron. Se trata nuevamente de los mismos valores y pautas morales con que la institución
naval ha seleccionado a sus figuras emblemáticas: coraje, entrega,
sacrificio, inventiva, lealtad, disciplina, camaradería, entre otros. A
treinta años de la guerra, los integrantes del Apostadero y la fuerza
que los envió a combatir comparten la misma “cosmovisión moral”
(Badaró, 2009) propia del mundo masculino y militar.
los testimonios, no sucede lo mismo con el binomio protagonista/“espectador”. Lógicamente, una memoria que busca la difusión y el reconocimiento social de la guerra del Apostadero
no se permite esa ambivalencia: su protagonismo está fuera de toda duda.
Conclusiones
A lo largo de los 74 días del conflicto del Atlántico Sur, el
Apostadero Naval Malvinas dejó de ser solo una unidad militar para
convertirse en un grupo social. Al compartir la experiencia extrema
de la guerra y de convivencia con la muerte, los dos centenares de
desconocidos que se encontraron en los muelles de Puerto Argentino construyeron lazos y se definieron como parte de un “nosotros”
(no carente de conflictos y complejidades). En el camino, identificaron a “otros” de los que se distanciaron, algunos de ellos combatientes (aquellos guerreros de las trincheras que estaban viviendo
una experiencia muy distinta a “su” guerra logística) y otros, no
combatientes: los civiles y militares que habían permanecido en el
continente (los primeros, por su escaso compromiso o conciencia
de guerra, los segundos, por su ausencia del terreno bélico y su nula
preocupación por las tropas).
Cuando los combatientes retornaron de la guerra, los vínculos
anclados en la vivencia extrema no desaparecieron, sino que, por el
contrario, se fortalecieron y resignificaron según el contexto histórico. ¿Por qué han persistido esos lazos afectivos en la posguerra? ¿La
pervivencia de esa identidad social solo se explica por el recuerdo de
la experiencia bélica colectiva?
A lo largo del libro intenté demostrar que el hecho de que aún
hoy los integrantes del Apostadero continúen reencontrándose cada
20 de junio remite no solo a la vivencia bélica fundante del colectivo social, sino también a la experiencia de posguerra compartida.
Desde que regresaron y hasta tiempos recientes, sus vivencias han
302
Andrea Belén Rodríguez
estado atravesadas por dos marcas que refieren a la liminalidad del
espacio social ocupado por la figura del veterano de guerra en la
Argentina pos 1982: la sensación de encontrarse en un espacio y
tiempo intermedio entre la guerra y la paz, y de ser una presencia ausente en la sociedad. Si bien esas marcas pueden extenderse
a todos los ex combatientes, para los miembros del Apostadero esa
condición liminal refiere a experiencias bien concretas vinculadas a
las dificultades de regresar a tiempos de paz debido, entre otras variables, a los silencios que han tenido que enfrentar, aceptar (a veces
contra su voluntad) y/o asumir.
En tal sentido, los silencios que los “otros” han construido
sobre la guerra de Malvinas y/o la guerra del Apostadero desde el
término del conflicto, se han erigido en puntos de referencia esenciales en la construcción de la propia identidad y del sentido de la
guerra para los integrantes del grupo aquí estudiado. Asimismo, en
tanto los límites entre lo decible/indecible y entre quiénes tienen el
derecho para hablar de la guerra y quiénes no dependen de “códigos
sociales y culturales, que pueden cambiar, y de hecho cambian, a lo
largo del tiempo” (Winter, 2010: 8), el espacio público otorgado a
–y/o apropiado por– los miembros del Apostadero se ha ido modificando a lo largo de la posguerra, como así también sus posibilidades
de hablar y de ser escuchados.
Para finalizar el libro, quisiera retomar los interrogantes que
nos plateamos en un inicio sobre la relación entre las identidades
y los silencios: ¿qué silencios han sido construidos sobre Malvinas y/o el Apostadero?, ¿quiénes los han construido y qué sentidos
transmiten?, ¿cómo han impactado esos silencios en los procesos de
construcción identitaria y memorial de los integrantes del grupo?
Desde el término del conflicto, los miembros del Apostadero han tenido que enfrentar un doble silencio. Por un lado, aquel
construido por los gobiernos de la temprana posguerra, las FF.AA.
y amplios sectores de la sociedad sobre el conflicto bélico en general,
y que cubrió a todos los protagonistas de la guerra. Por otro lado,
aquel configurado por gran parte de la población de ex combatientes y que refiere a la guerra logística en particular. Ambos silencios
dan cuenta del espacio marginal que los integrantes del Apostadero
Batallas contra los silencios
303
ocuparon en la posguerra, en contraposición a “otros” que tuvieron
un lugar privilegiado en la esfera pública y que se alzaron como
portavoces autorizados del pasado reciente argentino.
En primer lugar, el silencio que los civiles y militares construyeron sobre Malvinas en la transición está vinculado a los cruces
entre el conflicto del Atlántico Sur y el terrorismo de Estado. En la
inmediata posguerra, los civiles y militares optaron por silenciar la
contienda bélica o dejarla en un segundo plano, debido a que esta
abría interrogantes incómodos y dolorosos sobre las responsabilidades por la guerra y la derrota. Así, las FF.AA. intentaron ocultar y
silenciar a los combatientes ni bien retornaron, con el objeto de evitar rendir cuentas por la derrota y agudizar el repudio social hacia la
corporación militar (no solo por la derrota en las islas, sino también
por los crímenes que estas habían cometido en los setenta). Amplios
sectores sociales, por su parte, tan pronto como construyeron una
memoria tranquilizadora del conflicto (aquella que la percibía como
la “aventura militar” de Galtieri), buscaron dar vuelta la página de
la guerra lo antes posible, porque reflexionar sobre esta implicaba
pensar en la propia responsabilidad por el respaldo otorgado a una
guerra que había sido declarada por la dictadura más sangrienta de
la historia argentina. En ambos casos, se trata de silencios políticos y
estratégicos, pero también de silencios que no logran ocultar culpas,
vergüenzas, incomodidades, proyectos frustrados y dolor.
Además, para comprender el silencio sobre el conflicto en la
temprana posguerra también tenemos que considerar que tanto civiles como militares tenían otros temas bien urgentes que enfrentar
vinculados al terrorismo de Estado. En plena debacle de la dictadura y ante un futuro incierto sobre los castigos o cuentas a rendir por
los crímenes cometidos en los setenta, las FF.AA. se centraron en la
defensa de la “victoria” en la “otra guerra” –“la antisubversiva”–, y
dejaron en un segundo plano la derrota en las islas. Asimismo, ante
el “descubrimiento” por parte de amplios sectores sociales135 de las
sistemáticas violaciones de los DDHH, la urgencia por saber qué
había pasado y cómo había sido posible semejante matanza desplazó
135 Como analiza Feld, en la transición la prensa trató el “tema de los desaparecidos” como
un “descubrimiento” (Feld, 2010).
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Andrea Belén Rodríguez
la búsqueda de explicaciones y responsabilidades por el conflicto del
Atlántico Sur.
Entonces, para grandes sectores sociales así como para el primer gobierno democrático, el horror de los centros clandestinos de
detención soslayó o dejó en un segundo plano el horror de la guerra.
Esto se evidenció en el lugar que tuvieron los protagonistas de ambos acontecimientos en la esfera pública durante la transición. Si el
“tema de los desaparecidos” estuvo presente casi obsesivamente en
los medios de comunicación y fue instalado “como un problema a
resolver e investigar, como una pregunta abierta” (Feld, 2010: 41)
que debía ser respondida, en comparación, el lugar de la guerra de
Malvinas y de las voces de los ex combatientes fue mucho menor.
Si bien considero que el distinto espacio público otorgado a
la figura de los desaparecidos y a la de los ex combatientes, en los
tempranos ochenta, se debió tanto a la incomodidad que significaba
Malvinas y a la necesidad política de eludir responsabilidades, como
al impacto traumático del terrorismo de Estado,136 me pregunto si
eso no fue también indicio de la construcción de una jerarquía de
vivencias del pasado reciente a partir del dolor y el sufrimiento.
Jerarquizaciones en la que los combatientes ocuparon los últimos
peldaños (junto a otros actores de los setenta).137
En la “era del testigo” (Wieviorka, 1999) y de la víctima
(Traverso, 2009) como figura emblemática del siglo de los totali136 Además, Guber (2004) agrega otros elementos que pueden explicar esa diferencia: la
distinta cantidad de muertos, y por ende de afectados “directos”, que produjeron ambos
acontecimientos, y que en la posguerra los organismos de DDHH estaban bien consolidados
luego de años de actuación, a diferencia de las agrupaciones de ex combatientes o de las
entidades que nucleaban a los familiares de los caídos, heridos y muertos en Malvinas, de incipiente conformación. De todas formas, considero que la variable numérica no es la central, ya
que si tenemos en cuenta el caso del exilio, su visibilidad y exposición pública debería haber
sido mucho mayor dado que el número de exiliados ronda entre trescientos cincuenta mil y
quinientos mil en total (Jensen, 2008).
137 La palabra de los familiares de los detenidos-desaparecidos fue la que gozó de mayor
visibilidad y legitimidad para hablar sobre el pasado reciente en el espacio público. En comparación, los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención, los presos políticos y los
exiliados ocuparon un lugar mucho más marginal. Sobre los escalafones construidos entre las
víctimas del terrorismo de Estado, que cubre a los “reaparecidos” con un manto de sospecha
de traición y estigmatiza a los exiliados como víctimas “menores”, ver Feld y Messina (2014);
Jensen (2007: 326); Longoni (2005: 208); Lastra (2016).
Batallas contra los silencios
305
tarismos, ¿la construcción social de la figura de los ex conscriptos
combatientes y de los detenidos-desaparecidos como más o menos
víctimas del régimen del terror –o como víctimas más o menos inocentes y puras– puede ser otra variable que explique los distintos
espacios que estas ocuparon en la escena pública de la transición?
Tengamos en cuenta que si bien tanto los detenidos-desaparecidos
como los ex soldados combatientes fueron construidos socialmente
como víctimas inocentes de la dictadura, restándoles toda capacidad
de agencia en sus vivencias, los ex conscriptos no dejaban de discutir
cada vez que podían esa imagen, y reclamaban que ellos no eran
víctimas, que habían ido a las islas a cumplir con su deber ciudadano y que en esa experiencia habían tomado decisiones tan extremas
como matar o morir.
En tal sentido, en el imaginario social de la transición, ¿aquellos
“jóvenes idealistas” que por luchar por un cambio social habían sido
secuestrados, torturados y asesinados fueron construidos socialmente como víctimas “paradigmáticas” del régimen del terror por haber
sufrido más “en carne propia” que los “chicos de la guerra” –que habían sido maltratados y abusados por sus superiores– o los caídos en
las islas, que habían muerto en una guerra regular? ¿O solo eran las
víctimas menos incómodas, porque si los detenidos-desaparecidos
habían sido asesinados clandestinamente por el Estado, los caídos
en Malvinas habían muerto “a la vista de todos”, en una guerra con
amplísimo respaldo social? ¿O el “problema de los desaparecidos”
tuvo mayor espacio para circular porque fueron significados como
las víctimas más legítimas de la dictadura, aquellas que podían diferenciarse netamente del régimen militar y de sus motivaciones, a
diferencia de los combatientes que habían “sufrido” en una guerra
que reivindicaban? ¿Fueron todo eso al mismo tiempo? Son preguntas que quedan abiertas y que invitan a pensar en la construcción de
jerarquías de víctimas a partir del “grado” de sufrimiento vivido y
del horror padecido, que han surcado al pasado reciente argentino,
pero también en las distintas legitimidades que se otorgan a estas a
partir de las necesidades sociales de autoexculpación.
En segundo lugar, el otro silencio al que se opusieron y/o asumieron los integrantes del Apostadero desde la inmediata posguerra
306
Andrea Belén Rodríguez
hasta tiempos recientes está vinculado a las particularidades de su
experiencia bélica: la guerra logística. Si en la posguerra las condiciones fueron poco propicias para habilitar los relatos de los ex combatientes en general, y solo se difundieron parcialmente aquellos
testimonios de conscriptos que cuadraban con la imagen social de
los jóvenes soldados como víctimas, el espacio público que gozaron
aquellos que estuvieron lejos de los combates para narrar sus vivencias fue aún más marginal.
Ese silencio encuentra sus raíces ya durante el conflicto, cuando
la percepción de las diferencias entre las vivencias de aquellos que
estaban atrincherados en el frente y aquellos asentados en el pueblo
terminó sustentando la construcción de una gradación de vivencias que ha legitimado como “verdaderos” veteranos de guerra a
aquellos que estuvieron en el frente de batalla o que protagonizaron
enfrentamientos, quienes se han alzado con la palabra autorizada
de la guerra, y ha dejado en un segundo lugar a quienes estuvieron
lejos de las trincheras. Se trata de una jerarquización de vivencias a
partir del dolor, el sufrimiento y la cercanía con la muerte, construida por los propios protagonistas ya durante el conflicto, y asumida
también por los integrantes del Apostadero, en la que el reconocimiento de la condición de combatiente pasa por haber enfrentado
grandes dificultades, haber estado un tiempo considerable en las
islas (o en los meses más intensos), haber combatido en el frente y/o
haber enfrentado a la muerte. De esta forma, las tropas asentadas en
el pueblo –que no “cumplen” con esos requisitos– revisten menor
legitimidad como protagonistas bélicos que aquellos que estuvieron
en el frente de batalla y, por ende, han sido los combatientes de las
trincheras los que se han alzado como los portavoces autorizados de
la “verdadera guerra”, la de los combates.
Estos otros escalafones de heroicidad y sacrificio han permanecido incólumes en la larga posguerra, y han sido apropiados y
profundizados por la Armada. Recordemos que a la hora de construir su memoria pública, dicha fuerza ha seleccionado a aquellos
individuos que estuvieron más cerca de la muerte o que tuvieron
una actuación excepcional en el frente, porque esos acontecimientos
eran los más eficaces tanto para hacer frente a las críticas, como para
Batallas contra los silencios
307
transmitir las tradiciones navales. En esa lógica, los integrantes del
Apostadero –y los protagonistas de la guerra logística en general–
han ocupado un lugar marginal en la historia naval.
Frente a la sensación de incomprensión de la propia experiencia debido a este doble silencio construido por el Estado, las
FF.AA., la sociedad civil y parte de la población de ex combatientes (esos mismos “otros” que ya habían sido identificados durante
el conflicto), los miembros del Apostadero se reencontraron en la
inmediata posguerra y configuraron un espacio para hablar libremente de sus vivencias y renovar los lazos construidos al calor de esa
guerra que había marcado sus identidades y cuerpos, pero que solo
ellos parecían recordar.
En realidad, luego de una iniciativa primigenia de la Armada, fueron los ex conscriptos quienes organizaron las reuniones del
Apostadero los días 20 de junio, las que estaban destinadas solo a los
“ex colimbas”. Los militares estaban explícitamente excluidos. Por
el contrario, el personal de cuadro integrante del Apostadero parece
haberse aislado luego de la guerra producto de vaivenes propios de
la carrera militar, de políticas ad hoc de la Armada, pero también de
cierta búsqueda de pasar desapercibido ante el clima de profundo
cuestionamiento social de las FF.AA., y de crítica a los veteranos de
guerra por su responsabilidad por la derrota. Existió, por ende, un
clivaje civil-militar en el grupo social, que perduró hasta fines de los
ochenta y principios de los noventa; clivaje que caracterizó a todo el
movimiento de ex combatientes en esos años.
Además, las memorias hegemónicas construidas por los “otros”
(y los silencios que las atravesaban) también incidieron en las características de las reuniones anuales del Apostadero, ese espacio clave
en la construcción de la identidad y memoria grupal. En un comienzo, los encuentros eran reuniones más bien privadas que solo
buscaban conservar los vínculos configurados en la guerra. En otros
términos, los ex soldados del Apostadero no se mostraban ni hablaban públicamente o, por lo menos, no buscaban un lugar en el debate público sobre el futuro del país, a diferencia de las agrupaciones
de ex combatientes; estas últimas, espacios mucho más formalizados
y con otros objetivos. Además de estar atravesados por otras preocu-
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paciones propias de su regreso a los tiempos de paz, la reclusión al
ámbito privado de los miembros del grupo se debió a dos variables:
a que sus memorias no se condecían con las imágenes hegemónicas
del ex combatiente y de la experiencia bélica y, posiblemente, a que
no se sentían autorizados a hablar.
Por un lado, hartos de ser encasillados como víctimas (con los
estereotipos de “chico de la guerra”, “pobrecito” o “loco de la guerra”), los ex conscriptos del Apostadero optaron por silenciar sus
vivencias, a la vez que construyeron una memoria subterránea en
la que la agencia en sus experiencias ha sido clave. Por el otro, la
percepción de que sus vivencias logísticas eran incomprendidas por
los “otros”, que imaginaban otra guerra, aquella del combate en el
frente de batalla, también contribuyó a esa reclusión en el ámbito
privado. Además, en un contexto en que los combatientes de las
trincheras denunciaban una y otra vez las diferencias con los que habían estado en el pueblo –casi culpabilizándolos de las condiciones
deplorables que habían padecido–, las posibilidades de hablar de sus
vivencias eran prácticamente nulas, porque su propia legitimidad
como protagonistas de la guerra se veía cuestionada. Eso también
explica la construcción de una memoria social de los miembros del
grupo atravesada por una tensión irresoluta entre afirmarse como
protagonistas de la guerra o como espectadores, por asumirse veteranos “de segunda”.
Recién a fines de los noventa, esta situación de silenciamiento
y de reclusión en el ámbito privado cambió cuando un ex conscripto del Apostadero creó una página web que buscaba –y busca–
reivindicar públicamente la guerra del grupo/unidad. ¿Por qué se
produjeron esos cambios vinculados a la identidad y la memoria
del Apostadero? ¿Por qué, a veinte años de la guerra, se modificaron
los límites de lo decible/indecible que se habían establecido en la
temprana transición?
En esos cambios jugaron un rol clave tanto el Estado, por
sus políticas de memoria de la guerra y de reconocimiento de los
ex combatientes, como el contexto de crisis gubernamental de principios del siglo XXI (que alimentó la vuelta “al patriotismo”). A lo
largo de la década del noventa, el gobierno menemista desplegó dis-
Batallas contra los silencios
309
tintas medidas de rememoración de la guerra y de reconocimiento
destinadas a todos los que habían combatido, civiles y militares por
igual. Estas políticas públicas desencadenaron tres procesos claves
para analizar las luchas por la memoria de Malvinas desde los noventa, que impactaron en los procesos de construcción identitaria y
memorial de los integrantes del Apostadero.
En primer lugar, Malvinas comenzó a recobrar un lugar en el
espacio público, de la mano de un discurso nacionalista tradicional
en el que la “gesta”, la “causa” y los “héroes” eran reivindicados y estaban fuera de toda crítica. Se trató de un proceso de reconocimiento público de la guerra y los combatientes por parte de los distintos
gobiernos, las FF.AA. y la sociedad civil que fue in crescendo desde
los noventa y que tuvo su momento cúlmine entre el vigésimo y
trigésimo aniversario del conflicto (2002-2012), fechas “redondas”
que cobraron un rol fundamental en el boom memorial.
En este contexto, en el que su voz encuentra una voluntad
de escucha atenta, los combatientes civiles y militares parecen
haber comenzado a resolver ese desencuentro, ese extrañamiento, con el Estado, las FF.AA. y amplios sectores sociales. El caso
de los integrantes del Apostadero es paradigmático al respecto:
fue recién a partir de fines de los noventa y a mediados del 2000
cuando muchos ex conscriptos y militares se sintieron autorizados para hablar de la guerra o encontraron un lugar para ello, y
comenzaron a dar testimonio de sus vivencias en diversos espacios, con los que quebraron así el silencio que habían guardado
por más de veinte años.
En segundo lugar, las políticas menemistas que pretendían dejar atrás pasados conflictivos y buscaban el consenso, tendieron a
acercar a los civiles y militares que combatieron, identificados ahora
todos ellos como “veteranos” por igual, fragmentando así el movimiento de ex soldados combatientes. La asistencia de personal de
cuadros a las reuniones del Apostadero desde fines de los ochenta y
principios de los noventa estuvo estrechamente relacionada con ese
contexto más amplio de acercamiento entre civiles y militares en general, además de las dinámicas propias del grupo vinculadas a las redes sociales construidas por sus integrantes en la guerra y posguerra.
310
Andrea Belén Rodríguez
En tercer lugar, otras medidas tomadas por el gobierno menemista y en el marco del gobierno kichnerista, que ponían en discusión la definición de la condición de veterano de guerra, produjeron
la identificación de nuevos “otros” por parte de los miembros del
Apostadero al tiempo que los impulsó a la búsqueda de un reconocimiento público de su guerra logística.
Así, los integrantes del grupo reconocieron como “otros”, no
veteranos o que no tienen la misma legitimidad que ellos, tanto
a los tripulantes de la flota de guerra que no combatieron como
a los “movilizados” en la Patagonia, que aún reclaman ese reconocimiento. Frente a estos nuevos “otros”, los miembros del
Apostadero comenzaron a reclamar para que su historia fuera reconocida por la sociedad y principalmente por la Armada, desde
la misma retórica patriótica clásica proclamada por el Estado y
por la FF.AA. Asimismo, realizaron una apertura de las reuniones
a todos aquellos actores que habían integrado unidades con las
que habían compartido su cotidianeidad en las islas, fueran o no
integrantes del Apostadero, en tanto ellos eran percibidos como
“verdaderos” veteranos.
Entonces, lejos de poner en cuestión aquella jerarquía de vivencias que separa a la guerra de trincheras de la vivida en el pueblo, los
ex combatientes del Apostadero han asumido y se han apropiado de
esos escalafones a la hora de definir quiénes son veteranos de guerra
y, por ende, quiénes tienen la autoridad para hablar del conflicto (y,
también, de paso, para acceder a los beneficios simbólicos y materiales que conlleva esa identidad). Así como los otros ex combatientes
y ellos mismos aplican esos escalafones a sus propias experiencias,
así también califican las vivencias de aquellos otros actores que estuvieron alejados de las islas como menos legítimas que su guerra,
al aplicar los mismos parámetros de cercanía con la muerte, participación en el combate y cantidad de tiempo en las islas. ¿Por qué
estas jerarquías de experiencias de la guerra de Malvinas a partir del
dolor y del sufrimiento han desafiado el paso del tiempo? ¿En que
“narrativas culturales, mitos y tropos” (Ashplant, Dawson y Roper,
2010: 34) preexistentes se anclan, las que han demostrado tener una
sorprendente vigencia?
Batallas contra los silencios
311
A mi juicio, esa construcción de escalafones por parte de los
veteranos de Malvinas está vinculada al estereotipo de combatiente
que estos comparten, y que se vincula con aquellas imágenes tradicionales que han formado parte de la retórica patriótica decimonónica de los Estados-Nación138 y que –resignificadas– se han difundido masivamente desde las guerras mundiales.139 Como indica
Winter: “La catástrofe de las dos guerras mundiales aún ha dejado
su impronta sobre lo que Samuel Hynes denomina nuestra ‘guerra
en la mente’, nuestras asunciones compartidas sobre lo que la guerra
es” (2010: 11), y también –agrego– sobre la figura del combatiente.
De hecho, los integrantes del Apostadero recuerdan una y otra vez
películas y series televisivas occidentales con las que comparaban sus
experiencias durante la guerra y a lo largo de la posguerra: las más
recurrentes son la serie Combate (sobre la Segunda Guerra Mundial,
transmitida en los setenta en la Argentina) y la película Pelotón, de
1986 (que trata sobre la guerra de Vietnam). Además, tengamos en
cuenta que esta construcción de jerarquías no es exclusiva ni particular de la guerra de Malvinas, sino que en otros conflictos también
se produjeron. Por ejemplo, los combatientes de la Gran Guerra
que estuvieron en el frente de batalla, luego del conflicto también
reclamaban “un estatus especial y ser distinguidos de aquellos que
no habían conocido la vida en las trincheras” (Mosse, 1990: 99).
¿Cuáles son los atributos claves de la figura del combatiente
en la que se han anclado esas jerarquizaciones? En principio, lo que
distingue a la imagen del guerrero es combatir cara a cara con el enemigo, es estar en el frente de batalla (Bourke, 2000: 1). En tanto la
138 Para el “ethos guerrero” en el Río de la Plata durante la guerra de la Independencia, ver
Rabinovich (2009).
139 Tengamos presente que, a partir de las décadas del veinte y treinta hubo una expansión
y “democratización” de los medios de comunicación. En esa época, al tiempo que disminuía
el analfabetismo, se conformó una “cultura letrada” con la multiplicación de periódicos,
boletines, revistas, libros baratos y también la expansión de la radio y el cine, que comenzaron a llegar a amplios sectores sociales de las áreas urbanas. A partir de esos recursos, gran
cantidad de argentinos siguieron diariamente las noticias de las guerras europeas (donde estaban luchando sus familiares y amigos) o se acercaron a la literatura o filmografía bélica. En
los sesenta y setenta, además, la televisión jugó el mismo rol. Para el impacto de las guerras
mundiales en la Argentina desde una perspectiva sociopolítica, ver, entre otros, Bisso (2005),
Otero (2009) y Tato (2017).
312
Andrea Belén Rodríguez
posibilidad de probar las destrezas y habilidades para las que se entrenan por años está en el combate, es lógico que allí esté el elemento clave de todo combatiente: el enfrentamiento con el enemigo,
la posibilidad de matar y/o morir por la Patria/por sus camaradas/
por un ideal. La muerte en la batalla glorifica al combatiente y lo
convierte en inmortal:
De acuerdo con el código de honor inaugurado por los guerreros homéricos, la muerte es el precio que se debe pagar para
alcanzar la gloria. Pero la gloria obtenida al precio del sacrificio
supremo es un valor que trasciende a la vida misma, porque ella
es eterna y le confiere al mártir el estatuto de inmortal (Traverso,
2009: 165).
Así, cuanto más cerca de la muerte y el combate, más gloria
reviste al guerrero.
Pero no solo esas características distinguen a un combatiente, por lo menos en el imaginario bélico occidental tradicional. El
análisis de los “mitos guerreros” que realizó Joanna Bourke aporta
otros atributos de ese arquetipo compartido por los veteranos de las
guerras mundiales y de Vietnam, y que transmite gran parte de la
literatura y filmografía bélica (2000: 44-68). La autora indicó que,
más allá de quién lo encarne, para esos actores el ideal de combatiente se caracterizaba por cierta moral y valores tradicionales, como
su caballerosidad (que conllevaba valores como honor, valentía,
compasión, altruismo, desdeño por la muerte y respeto del enemigo
en igualdad de condiciones), intimidad (que refería a la lucha con
un oponente claramente identificado, no en un ataque masivo), y
destreza (es decir, la frialdad y control de sí mismo ante situaciones
extremas). Sin dudas, para el caso de Malvinas y en el imaginario
de sus ex combatientes, esos atributos se han encarnado sobre todo
en aquellos que lucharon en las trincheras, algunos de los cuales
incluso llegaron a un combate cuerpo a cuerpo, y en los “halcones”,
los pilotos de combate,140 que son las figuras más destacadas y admiradas por ellos.
140 Para la construcción de la figura del halcón-cazador por parte de la Fuerza Aérea, ver
Guber (2016).
Batallas contra los silencios
313
Por el contrario, por su misma especialidad y función, los guerreros logísticos no están preparados “para combatir con un fusil”
en el frente –como afirmaba Hugo Peratta (11/9/2007)– y, por
ende, sus posibilidades de morir en el campo de batalla y de exponer
esos atributos son mucho menores. Si la figura del combatiente es el
modo legítimo de ser militar porque el sacrificio de dar la vida por
la Patria en uno de los más importantes de la identidad castrense
(Salvi, 2012: 207), entonces su mayor o menor cercanía al combate
es la que define su grado de legitimidad. Como indica Barrett en un
estudio sobre la Marina estadounidense, como los logísticos “tienen
menos oportunidades de demostrar coraje, autonomía y resistencia” (1996: 138), los valores primordiales de la identidad militar, su
prestigio suele ser el más bajo de las fuerzas, aun cuando su función
es imprescindible ya que es imposible triunfar en una batalla sin
disponer de una logística perfectamente organizada.
Entonces, el estereotipo tradicional del guerrero que se sacrifica en el combate en tierra, aire y mar por su Patria/sus camaradas/
un ideal, y que encarna los valores clásicos del mundo militar y
masculino, subyace y sustenta tanto a las jerarquizaciones de experiencias bélicas a partir del dolor, el sacrificio y la cercanía con la
muerte como el segundo lugar que ocupan los logísticos en ellas.
En el caso de Malvinas, esta imagen del guerrero –como ha sido
construida históricamente por las FF.AA. argentinas y por muchos
ex combatientes– está anclada en el repertorio nacionalista clásico,
que tanto sacraliza a la guerra por su causa justa como glorifica a sus
combatientes por su sacrificio por la Patria. Esto, a costa de dejar en
un segundo plano las condiciones en que pelearon, el contexto dictatorial en que se produjo la guerra y las distintas responsabilidades
por el conflicto.
Desde la mirada de los combatientes, esas construcciones de
escalafones son comprensibles. Para quienes participaron en el conflicto se trata nada menos que del hito que marcó su identidad, un
clivaje en sus vidas, a partir del que se definen en el presente, con lo
que –para ellos– no es un dato menor definir quiénes forman parte
de ese colectivo social, de ese “nosotros”, y quiénes son los “otros”,
es decir quiénes compartieron la experiencia extrema de convivencia
314
Andrea Belén Rodríguez
con la muerte, quiénes revisten la legitimidad que da el haber estado
en una guerra y quiénes solo pretenden usar o usurpar esa condición. Además, teniendo en cuenta las continuas modificaciones y
ambigüedades de la definición oficial de la condición de veterano
de guerra, y los usos y apropiaciones de esta por los más diversos
actores –con el caso tan conocido de “inflación” de los padrones–,
resulta lógico que los veteranos reclamen una depuración de los listados a partir de una clara definición de la identidad por parte del
Estado y, por ende, de quiénes deben ser los legítimos beneficiarios
de los reconocimientos simbólicos y materiales.
Por ende, son jerarquías comprensibles desde la perspectiva de
los sujetos, pero que son dolorosas e injustas, ya que están basadas
en la comparación entre quienes supuestamente sufrieron más o
menos “en carne propia”. Estas clasificaciones, en las que a mayor
sufrimiento/dolor/cercanía con la muerte, mayor legitimidad por
haber combatido y por tanto para hablar de la guerra, corren el
riesgo de esencializar las memorias, y de provocar el silencio de otros
actores que supuestamente sufrieron menos: protagonistas que no
hablan por no sentirse dignos, por tener vergüenza, por asumirse
veteranos “de segunda”. Como indica Jelin:
Existe el peligro […] de anclar la legitimidad de quienes expresan la VERDAD en una visión esencializadora de la biología y el cuerpo. El sufrimiento personal (especialmente cuando
se vivió en “carne” propia o a partir de vínculos de parentesco
sanguíneo) puede llegar a convertirse para muchos en el determinante básico de la legitimidad y de la verdad. Paradójicamente, si la legitimidad social para expresar la memoria colectiva es
socialmente asignada a aquellos que tuvieron una experiencia
personal de sufrimiento corporal, esta autoridad simbólica puede fácilmente deslizarse (consciente o inconscientemente) a un
reclamo monopólico del sentido y del contenido de la memoria
y de la verdad (2002: 60-61, destacado en el original).
Desde esta perspectiva, los legítimos portadores de la palabra
de la guerra son aquellos que ocupan los más altos escalafones de
esta clasificación: los soldados del frente de batalla. En consecuen-
Batallas contra los silencios
315
cia, relativizando su propio sufrimiento y la legitimidad de sus experiencias ante los “verdaderos” protagonistas, el resto de los actores
–en una escala que va desde los protagonistas de la guerra logística,
los tripulantes de los buques a los “movilizados”– han guardado
silencio sobre sus experiencias durante mucho tiempo, e incluso en
el presente muchos no pueden hablar, o hablan prácticamente pidiendo disculpas, con la continua advertencia de que sus vivencias
no se pueden comparar con las otras guerras.
Se trata de una cuestión bien compleja, porque si los silencios
sobre el Apostadero se anclan en esas gradaciones de vivencias construidas por los propios protagonistas y que toman como parámetro
el arquetipo del combatiente del frente de batalla, a partir de la
que definen la identidad de veterano de guerra, entonces: ¿cómo
(re)definir esa identidad?, ¿qué otros parámetros tomar para determinar sus límites? Y más difícil aún: ¿quién los puede establecer?
Es decir, ¿quién reviste de autoridad y legitimidad para establecer “una” definición de veterano de guerra/ex combatiente que sea
aceptada por todos los actores? Y por último, ¿es válido construir
una jerarquía de experiencias a partir del dolor y del sufrimiento?
¿Da todo lo mismo?
En definitiva, la disyuntiva reside en definir qué posibilidades
hay de establecer fronteras identitarias referidas a acontecimientos
extremos sin caer en jerarquizaciones dolorosas e infinitas; jerarquizaciones que sustentan silencios demasiado profundos. Aún a
casi cuarenta años de la guerra, los ex combatientes del Apostadero
Naval Malvinas continúan teniendo el doloroso privilegio de ser
testigos de ello.
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Presentación de los entrevistados
Gabriel Asenjo nació en Hurlingham (Buenos Aires) en 1961. En
1982 era conscripto. En la guerra, fue mozo en el buque Bahía
Buen Suceso y combatió en Camber. Actualmente, vive en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires y se dedica a arreglar y
mantener locomotoras a vapor. Desde la inmediata posguerra,
asiste a las reuniones del Apostadero.
Daniel Blanco nació en Bahía Blanca (Buenos Aires) en 1960. En
1982 era cabo segundo. Fue como voluntario a la guerra. En
ella, operó las lanchas de desembarco. En 2010 aún estaba en
actividad en la fuerza. En 2009 fue por primera vez a las reuniones del Apostadero. A mediados del 2000 se acercó a una
agrupación de suboficiales veteranos de guerra.
José Bustamante nació en Bahía Blanca (Buenos Aires) en 1962.
En 1982 era conscripto. Fue como voluntario a la guerra. Su
función principal fue operar las lanchas de desembarco y trasladar mercadería en un tractor. En 2007, se desempeñaba como
portero en una escuela bahiense. En la posguerra, participó
activamente en las Agrupación de Ex Combatientes bahiense.
Hasta el 2007, nunca había participado en las reuniones del
Apostadero.
Julio Casas Parera nació en la Capital Federal en 1955. En 1982 era
conscripto. En la guerra, se dedicó a estibar la mercadería de los
buques, colaborar en el minado de la bahía de Puerto Argentino y combatió en Camber. En 2007, vivía en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y se dedicaba a gestoría y asesoramiento.
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Andrea Belén Rodríguez
En la posguerra, ha asistido frecuentemente a las reuniones del
Apostadero y en los últimos años ha participado en la Agrupación Veteranos de Guerra de Malvinas.
Roberto Coccia nació en Roca (Río Negro) en 1949, y se recibió de
bioquímico en los setenta. En 1982, era teniente de navío. En
la guerra, participó del desembarco y luego su función principal fue integrar el Puesto de Socorro. En los noventa, se retiró
de la Armada. Actualmente, vive en Bahía Blanca y trabaja en
un laboratorio bioquímico propio. Desde los 2000, asiste a las
reuniones del Apostadero y participa en el Centro de Veteranos
de Guerra bahiense.
Osvaldo Corletto nació en Capital Federal en 1962. En 1982 era
conscripto. En la guerra, fue panadero del buque Bahía Buen
Suceso y combatió en Camber. En 2012, se dedicaba al transporte de mercadería. En la posguerra, ha participado frecuentemente en las reuniones del Apostadero.
Alejandro Diego nació en la Capital Federal en 1962. En 1982 era
conscripto. En la guerra, fue lavandero del buque Bahía Buen
Suceso. En los ochenta, se recibió de ingeniero e ingresó a una
empresa multinacional, donde trabaja desde entonces. En la
posguerra, ha asistido asiduamente a las reuniones del Apostadero.
Alejandro Egudisman nació en la Capital Federal en 1962. En los
setenta, militaba en el Partido Socialista Popular. En 1982 era
conscripto. Fue como voluntario a la guerra. Sus principales actividades fueron la estiba de los buques y el combate en
Camber. En la posguerra, se ha dedicado a diversas actividades.
Desde los ochenta, asiste a las reuniones del Apostadero.
Sergio Fernández nació en Punta Alta (Buenos Aires) en 1964. En
1982 era cabo segundo. En la guerra, participó en el desembarco e integró el destacamento seguridad del buque Río Carcarañá. En 1991, lo dieron de baja de la Armada y, luego de
años de reclamo, en 2001/2002 le otorgaron el retiro. Hasta el
2007 no había asistido a ninguna reunión del Apostadero. En
los noventa, participó en algunas agrupaciones de veteranos de
guerra de Punta Alta.
Batallas contra los silencios
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Adolfo Gaffoglio nació en Zárate (Buenos Aires) en 1933. En 1982
era capitán de fragata. Su historia de Malvinas se remonta a
1980, cuando lo designaron “representante de la Armada Argentina ante el gobierno de ocupación en las Islas Malvinas”
para hacer tareas logísticas y de inteligencia. Fue el jefe del
Apostadero Naval Malvinas en la guerra. Actualmente, está retirado de la fuerza. Desde los 2000, asiste a las reuniones del
Apostadero.
Fernando González Llanos nació en Mar del Plata (Buenos Aires)
en 1963. En 1982 era conscripto. Fue como voluntario a la
guerra. Su actividad principal fue plotear la trayectoria de las
naves argentinas e inglesas en el Centro de Informaciones de
Combate. En la posguerra, se recibió de arquitecto y abogado. Actualmente, trabaja en el Banco Central de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires. Ha asistido frecuentemente a las
reuniones del Apostadero. En el presente participa en una asociación de veteranos de guerra.
Raúl Gramajo nació en la Capital Federal en 1952, pero vivió toda
su infancia en Santiago del Estero. En 1982, era cabo de sanidad. En la guerra, asistió como personal de sanidad al buque
Monsunen. En 2003, se retiró de la Armada. En 2012, se dedicaba a asistir a los sanatorios del Círculo de Oficiales de Mar
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Claudio Guida nació en Vicente López (Buenos Aires) en 1962.
En los setenta militaba en la Federación Juvenil Comunista.
En 1982 era conscripto. En la guerra, se dedicó a estibar los
buques y combatió en Camber. Desde la inmediata posguerra, trabaja en la compañía estatal SEGBA/Edenor, participa
en agrupaciones de ex combatientes y asiste a las reuniones del
Apostadero.
Antonio Gulla nació en San Isidro (Buenos Aires) en 1962. En 1982
era conscripto. En la guerra, se dedicó a estibar los buques y a
asear el buque Bahía Buen Suceso, participó en el minado de la
bahía de Puerto Argentino y defendió el cabo San Felipe. Desde antes del conflicto, trabaja en una fábrica de producción de
objetos industriales. En la posguerra, ha asistido asiduamente a
las reuniones del Apostadero.
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Andrea Belén Rodríguez
Eduardo Iáñez nació en Buenos Aires en 1962. En 1982 era
conscripto. En la guerra, fue destinado a la radio. En los
ochenta, participó activamente en una agrupación de
ex combatientes. Desde la inmediata posguerra, trabaja en
la compañía estatal SEGBA/Edenor y participa en las reuniones del Apostadero.
Guillermo Klein nació en Bahía Blanca (Buenos Aires) en 1954 y a
fines de los setenta se recibió de médico. En 1982 era teniente
de fragata. En la guerra, integró el Puesto de Socorro. Ni bien
regresó, pidió la baja de la Armada. Hasta el 2014, trabajaba en
el Hospital del V Cuerpo del Ejército como médico civil y en
su consultorio privado. En los ochenta, participó en la Agrupación de Ex Combatientes bahiense. Hasta el 2010 solo había
asistido una vez a las reuniones del Apostadero.
Oscar Luna nació en Vicente López (Buenos Aires) en 1962. En
1982 era conscripto. En la guerra, su tarea fue estibar los buques y combatió en Camber. En la posguerra se recibió de licenciado en Psicología. En 2012, se dedicaba a su profesión
trabajando en entidades gubernamentales. En la posguerra, ha
asistido frecuentemente a las reuniones del Apostadero.
Oscar Tío Luna nació en Cachi (Salta) en 1939/1940. En 1982 era
suboficial. En la guerra, fue uno de los tripulantes de la goleta
Penélope. Ni bien regresó, se retiró de la Armada. En 2012,
trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica. Desde
los 2000, asiste a las reuniones del Apostadero y participa en la
Asociación de Veteranos de Guerra de Malvinas.
Abel Mejías nació en Las Toscas (Santa Fe) en 1963. En 1982 era
cabo segundo. Participó en la Operación Rosario y operó las
lanchas de desembarco en la guerra. En la posguerra, se recibió
de analista de sistemas. En 2013 (momento de la entrevista)
aún estaba en actividad en la Armada y tenía un taller mecánico. Nunca participó en las reuniones del Apostadero.
Marcelo Padula nació en la Capital Federal en 1961. En 1982, era
conscripto. Fue como voluntario a la guerra. En ella, integró el
destacamento de seguridad del buque Río Carcarañá. Hasta el
2010, se desempeñaba como auxiliar en una institución educa-
Batallas contra los silencios
331
tiva. Fue uno de los fundadores de las reuniones del Apostadero, a las que ha asistido frecuentemente.
Daniel Peralta nació en Rosario de la Frontera (Salta) en 1959. En
1982 era cabo primero. En la guerra, participó en el desembarco y se dedicó a estibar los buques, construir refugios y tripular
el buque Penélope. En 2010, vivía en Punta Alta, aún estaba
en actividad en la fuerza y además se dedicaba a trabajos de
albañilería y plomería. Hasta ese año, no había participado en
las reuniones del Apostadero.
Hugo Peratta nació en la Capital Federal en 1939. En 1982, vivía en Bahía Blanca y era teniente de fragata. En la guerra,
participó en el desembarco, organizó el puerto y combatió en
Camber. En 1985 se retiró de la fuerza. En 2007, trabajaba
en una empresa de seguros. Desde mediados de los 2000, ha
participado en algunas reuniones del Apostadero.
Ricardo Pérez nació en Rosario de la Frontera (Salta) en 1962. En
1982, vivía en la Capital Federal y era conscripto. Fue como
voluntario a la guerra. Se desempeñó como asistente del segundo
jefe del Apostadero. En la posguerra, se recibió de analista de
sistemas y se ha dedicado a diversas actividades vinculadas a su
profesión. Fue uno de los fundadores de las reuniones del Apostadero y uno de los encargados de organizarlas en el presente.
Ricardo Rodríguez nació en Vicente López (Buenos Aires) en 1951.
En 1982, era cabo principal. En la guerra, se desempeñó como
traductor y enlace en la estación de servicio de Puerto Argentino. En 2001 se retiró de la Armada, pero siguió trabajando en
el Laboratorio de Idiomas de la fuerza. Desde los noventa, asiste a las reuniones del Apostadero y participa en la agrupación
de veteranos de guerra de San Martín.
Ramón Romero nació en Santa Fe en 1962. En 1982, era cabo
segundo. En la guerra, participó en el desembarco y se dedicó a
estibar los buques, repartir el correo y trasladar aprestos logísticos. Pidió la baja de la Armada en 1984/1985. Hasta el 2009,
había asistido a dos reuniones del Apostadero. En 2009, vivía
en Bahía Blanca, trabajaba en el Polo Petroquímico y participaba en el Centro de Veteranos de Guerra local.
El Apostadero Naval Malvinas, la primera unidad naval creada en el
archipiélago el 2 de abril de 1982, operó como un centro logístico
durante el Conflicto del Atlántico Sur. Este libro reconstruye la historia del grupo Apostadero Naval Malvinas desde que sus integrantes
regresaron al continente luego de la rendición en junio de 1982 hasta
el año 2013, cuando se cumplieron 30 años de sus encuentros anuales. La investigación recoge las experiencias de posguerra de los
civiles y militares que formaron parte del Apostadero explorando las
formas en que la vivencia bélica significó una marca en sus vidas, en
sus identidades y en sus memorias. En tal sentido, el libro aborda la
resignificación de la identidad social fundada en las islas a lo largo
de la posguerra, y la construcción de cierto sentido compartido sobre
el conflicto en cada contexto histórico y según los “otros” con los que
se vincularon, dialogaron u opusieron. En los procesos de (re)configuración de esa identidad social y memoria grupal, los silencios que
los ex combatientes del Apostadero tuvieron que combatir, aceptar a
regañadientes y/o asumir a lo largo de los 30 años de la posguerra
fueron puntos de referencias esenciales e ineludibles.