MALINTZIN, BLANQUITUD Y CRISIS
PARA Vº BUENO
MALINTZIN, WHITENESS AND CRISIS
Andrea Torres Gaxiola
(Universidad Nacional Autónoma de México)
Reducir cada vez más las dimensiones de la propia
vida, con el objeto de seguir viviendo, es una estrategia
de vida que no es la barroca sino la de un realismo
acosado por la imposibilidad de producir.
Bolívar Echeverría.
INTRODUCCIÓN
Quizás el tema central de la obra de Echeverría es el de la civilización moderna; tema que aborda desde dos órdenes: la modernidad como
proyecto y la modernidad como existencia empírica. Para este autor,
esta es ante todo un proyecto civilizatorio que ha tomado diferentes
configuraciones y en el que su esencia es «una realidad de concreción en
suspenso, todavía indefinida» (Echeverría, 1997: 140). Por el contrario,
su existencia empírica ha transitado ya por varias formas de concreción
desplegadas histórica y geográficamente. Sin embargo, en los últimos años
parece indicar su agotamiento. Frente a este planteamiento, el objetivo de
la obra del pensador latinoamericano consiste en mostrar la posibilidad,
la viabilidad, de una modernidad alternativa, esto es, la vigencia del
proyecto frente a la embestida del capitalismo neoliberal.
Entre las modernidades que estudia, Echeverría profundiza con
detalle en dos: la modernidad capitalista y la modernidad barroca. Las
dos estarían guiadas por la esencia del proyecto civilizatorio, la cual
consiste en la superación de la condición de «escasez». A partir de este
planteamiento primario, Echeverría sostiene que la modernidad se volvió
un proyecto realizable cuando se desarrolló el complejo instrumental
que permitía alcanzar esa condición de abundancia. Sin embargo, la
configuración capitalista de dicho proyecto, el modo más efectivo para
alcanzar el objetivo moderno, lo logra mediante la construcción de una
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escasez artificial. Así, dicha constitución contradictoria necesita de una
organización política que la justifique. La blanquitud permite legitimar
«éticamente» esta contradicción. Es pues una definición de lo humano
sobre la base del racismo y la segregación. La sociedad de la blanquitud es la de los propietarios privados, la de los «hombres en general»,
impulsados por la racionalidad de la compra y la venta de las mercancías,
hermanados por el interés común de la acumulación. Los otros, los que
fracasan en el intercambio, en cambio, no forman parte de la sociedad
civil de la modernidad capitalista. Existe además otra posibilidad para la
constitución de lo social, esta surge del procedimiento contrario, el cual
consiste en «abrirse» a lo ajeno. Esta segunda estrategia, a diferencia de
la primera, no se ancla en la universalidad del intercambio mercantil,
sino en la reciprocidad que supone todo acto de mestizaje. La figura que
personifica esta estrategia es Malintzin.
Así en este artículo nos interesará trabajar las dos identidades sobre
la base de dos textos centrales en la obra de Echeverría: «Malintzin, la
lengua» (Echeverría, 1998) e «Imágenes de la blanquitud» (Echeverría,
2010). En estos dos artículos se trata un tema central: las estrategias
modernas para construir la identidad y lo común. El texto «Malintzin,
la lengua», aborda el reto que supone la diferencia entre dos culturas
contrapuestas e inconmensurables. En el segundo texto, «Imágenes de
la blanquitud», Echeverría analiza la construcción de un principio de
discriminación, de construcción de la diferencia como estrategia para delimitar a un rasgo abstracto universalizable. Esta contraposición permitirá
abundar en el planteamiento del texto «Malintzin, la lengua», en el que
Echeverría sostiene que «Malintzin finca su actualidad en la crisis de la
cultura política moderna y en los dilemas en los que ésta se encierra a
causa de su universalismo abstracto, sin atributos: se muestra ahora como
lo que siempre fue, aunque disimuladamente: un dispositivo para esquivar
y posponer indefinidamente una superación del pseudo-universalismo
arcaico...» (Echeverría, 1998: 26). El problema que presenta la estrategia
de la blanquitud en la política moderna es, como señala nuestro autor, la
imposibilidad de trascender el arcaísmo de la universalidad, es decir, la
amplificación de las singularidades como rasgos que son válidos universalmente. Así, la blanquitud, como dispositivo sustitutivo del sujeto social
«espontáneo», está en crisis debido a su arcaísmo. En este sentido, para
nuestro autor, es central pensar en dispositivos alternativos para instaurar
una sujetidad que se enfrente a la contradicción de la modernidad capitalista. Para abundar en este planteamiento, será necesario comprender
cómo caracteriza Echeverría la crisis y en qué sentido las estrategias de
la blanquitud y de Malintzin se contraponen, qué posibilidades ofrece la
segunda como vía de salida a la crisis de la política.
MALINTZIN, BL ANQUITUD Y CRISIS
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LA CRISIS CONTEMPORÁNEA
PARA Vº BUENO
La crisis contemporánea tiene diversas formas de manifestación, es
multifacética. Algunos se limitan a caracterizarla como una crisis de la
salud desencadenada por la pandemia mundial que hemos padecido. Para
otros se trata de una crisis ambiental provocada por el calentamiento
global y el estilo de vida contemporáneo, que es causa de la propia crisis
de salud. Pero la teoría crítica marxista caracteriza a la crisis contemporánea como el resultado de la dinámica acumulativa del capitalismo,
que ha afectado no solo la política, sino también el medioambiente.
Sin embargo, el regreso reciente de las políticas fascistas y la decadencia del sistema de partidos muestra de manera clara lo que Echeverría
sostenía en los años noventa, que las estructuras políticas de la modernidad —Estado y sociedad civil— no eran capaces de responder a los
conflictos sociales traídos por el neoliberalismo (Echeverría, 1997). En
Latinoamérica, resulta a la vez evidente que la crisis toma una forma
mucho más violenta. Su inicio data de los años ochenta, por lo que se
ha extendido al menos cuarenta años, y se ha agudizado en los últimos
quince con la violencia desencadenada por el narcotráfico, pero también
por la crisis humana que se deriva de las prácticas extractivistas. Ahora
bien, de acuerdo con el análisis de Echeverría, todos estos aspectos
constatables en su mayoría desde los años noventa eran indicios de una
crisis civilizatoria: «Esto ya verdaderamente lo han dicho los expertos
y conocedores, esto del calentamiento global, por ejemplo, no es más
que una pequeña muestra de todo lo que está sucediendo en referencia
a la destrucción de la naturaleza en bien de la valorización del valor, en
bien de la destrucción del capital» (Echeverría, 2011: 173). Varias de
estas crisis son en realidad resultado del agotamiento del principio de
reproducción del sujeto automático capitalista: la valorización del valor y
la acumulación. La modernidad capitalista no ha logrado en los últimos
cuarenta años volver a constituir un modelo de acumulación que permita
al sujeto automático continuar con vida. Recurre, entonces, a prácticas
de saqueo en los diferentes espacios de lo económico como son, por
ejemplo, el endeudamiento masivo de las poblaciones, la especulación
y la acumulación ficticia de capital para incentivar la circulación del
dinero desde las bases hacia los grandes capitales, o bien el saqueo y
extractivismo de la naturaleza (Harvey, 2005).
Echeverría define la crisis como un proceso en el que el sujeto político se ve incapacitado para reproducirse de manera efectiva, que puede
tener diferentes grados de fuerza y que en última instancia provoca una
transformación del sujeto social o, en todo caso, una adecuación del
sujeto social a las circunstancias adversas (Echeverría, 2011: 165). El
proceso refiere a la paralización de la reproducción de un determinado
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sujeto social y a su consecuente transformación. Pero, en la modernidad
de corte capitalista, la crisis es un proceso recurrente y en cierta medida
necesario para la consecución de la acumulación. En efecto, debido a
que la sujetidad «espontánea» fue sustituida por el mercado, la conexión
entre las capacidades productivas de una sociedad y sus necesidades de
consumo es anárquica. El mercado fracasa cíclicamente y provoca crisis
de sobreproducción, por lo que la crisis se vuelve un factor «estructural»
del sistema. Ahora bien, siguiendo a Echeverría, los expertos actualmente
señalan que nos encontramos en una situación de mucho mayor calado: la
de la paralización del sujeto automático del capital. Como bien constata
David Harvey, la transformación más reciente del capital no ha sido lo
suficientemente eficiente para alcanzar el ritmo de acumulación que se
requiere, sino que, como hemos señalado, en realidad solo ha «redistribuido» la riqueza de la base a las cúpulas de la sociedad. Pero además no
ha llevado a una transformación cualitativa del organismo social. Esto se
debe a que la crisis es también una crisis política profunda.
La crisis política es, en cierto sentido, el fundamento de la sociedad
moderna capitalista. Para Echeverría, esto significa que el sujeto social
se ve imposibilitado de actuar y debió ceder el paso al capital: «Ha
habido una enajenación de la sujetidad del sujeto» (Echeverría, 2011:
172). Lo que el concepto marxiano de enajenación indica es la cesión
de la voluntad política, de la capacidad de «donación de forma» de toda
comunidad, al capital (Marx, 2008: 188). Se trata de una crisis profunda
de lo político en la que el sujeto automático sustituye a las sujetidades
espontáneas (Echeverría, 1998). Esta crisis cobra gran relevancia en la
actualidad debido al agotamiento de este «sujeto automático». Lo que
actualmente se muestra es la incapacidad del capital de aportar una
forma renovada de sí mismo, y al mismo tiempo, la incapacidad de la
sociedad de plantear una sujetidad de otra índole. Frente a la devastación
provocada por la crisis económica de los últimos decenios, la política no
parece contribuir o alcanzar los cambios necesarios para detener la crisis
ambiental y humana; más bien parece contribuir al «colapso».
Por último, lo anterior significa para el filósofo ecuatoriano que
la crisis misma es una crisis del proyecto moderno en tanto que proyecto civilizatorio. El neoliberalismo, el estadio histórico más tardío
del capital es así: «Época de genocidios y ecocidios inauditos que, en
lugar de satisfacer las necesidades humanas, las elimina; que, en lugar
de potenciar la productividad natural, la aniquila» (Echeverría, 1998:
35). Desde este planteamiento, los rasgos propios de la modernidad que
definen al estado de abundancia parecen ser insostenibles: tecnicismo,
progresismo, urbanicismo e individualismo, rasgos que configuran a la
sociedad como la conocemos. De aquí que, para Echeverría, volver a
explorar la sujetidades que la modernidad ofrece resulta central. Si para
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PARA Vº BUENO
Luxemburgo la disyuntiva histórica en el siglo XX era «el socialismo o
la barbarie», para Echeverría, hoy en día, la disyuntiva resulta ser «el
mestizaje o el apartheid».
LA BLANQUITUD
La blanquitud es el concepto con el que Echeverría aborda el problema
de la opresión y la construcción de la diferencia. Esta es una identidad
que permite estructurar y construir la diferencia para administrar la escasez
artificial. Se trata de una identidad eje de la modernidad con la cual se
establecen las características requeridas para el ser humano del capital.
Si nuestra época es época de genocidios y ecocidios, la blanquitud es el
criterio que determina dónde acontecen los ecocidios, a qué poblaciones
de dirigen los genocidios. Echeverría la define de la siguiente manera:
La blanquitud es un concepto que, me parece a mí, puede servir para explicar
las razones de la selección genocida del mundo contemporáneo: por qué
entregamos a ciertas poblaciones al sacrificio, por qué las condenamos a
morir. Es una idea que se conecta con la de Max Weber, es decir, hay un
tipo de ser humano que está siendo requerido, exigido, por lo que llama
«el espíritu del capitalismo». Un tipo de ser humano que históricamente se
conformó adoptando o adaptándose a ciertas características de Occidente
europeo. Y en este sentido ser blanco pasó a ser casi consustancial del ser
moderno; el ser moderno implicaba un cierto grado de raza blanca, para
hablar entre comillas (Oliva, 2010: s/p).
El filósofo ecuatoriano nos ofrece una definición completa, se trata
de un principio de orden ético desencadenado por el espíritu del capital, esto es, guiado por el impulso mismo de la acumulación. Además,
el pasaje citado exhibe el carácter violento propio de la identidad de la
blanquitud, relacionado ya no solo con un principio segregacionista. Lo
caracteriza como un proyecto genocida. Si el apartheid de la blanquitud
sirve de fundamento primario, en momentos de crisis puede virar hacia
un fundamentalismo de orden étnico.
Por otra parte, esta identidad se origina en el norte de Europa, pero
se arraiga en los Estados Unidos. La blanquitud surge primeramente
como: «Un peculiar proyecto de vida comunitaria, el proyecto cristiano
puritano, con un hecho natural igualmente peculiar, el de la abundancia
relativa de medios de producción naturales; en el encuentro inesperado
de una moralidad que busca la salvación eterna (celestial) a través de
la entrega compulsiva al trabajo productivo...» (Echeverría, 2010a: 96).
Surge, entonces, a partir de la confluencia de dos sucesos históricos: la
Revolución Industrial y la Reforma, que le dan consistencia y sentido
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a la vida comunitaria que pregona el calvinismo. Para el calvinismo la
comunidad se construye a partir de la predestinación y de la certeza de
la salvación que es posible constatar gracias al comportamiento ético subsumido a un método preciso del trabajo. En efecto, la santidad implica
una «perceptibilicad sensorial, una apariencia o una imagen exterior que
permita distinguirla» (Echeverría, 2010: 59). Esta certeza de salvación se
ve confirmada por el éxito profesional demostrado en la ganancia monetaria. El calvinismo sienta las bases de una comunidad que se ancla en
torno al principio productivista de la valorización del valor.
Siendo el principio eje, debido a la americanización de la modernidad,
la blanquitud se constituye como un «grado cero», es decir, «neutral» o
primario, como figura ideal. Por ello, es, en cierta medida, requerida,
incluso en sociedades no europeas. Se exige como rasgo en las identidades de las naciones moderno-capitalistas, independientemente de las
características étnicas específicas. Cada nación, más allá de los rasgos
propios que la singularice, requiere siempre de un determinado grado
de blanquitud. Toda comunidad «nacionalizada por el Estado capitalista»
necesita de un cierto grado de blanquitud (Echeverría, 2010a: 60). Este
principio, a diferencia de la blancura que exigiría rasgos fenotípicos
específicos, es tolerante a la diversidad; no obstante, «tolerar» significa
«soportar», «permitir», es decir, simplemente «no agredir» (por lo menos
aquí y por lo pronto) a los otros (Echeverría, 2010b: 165). De manera
que el principio de discriminación, de inclusión o exclusión, no está
erradicado. Lo que ha cambiado solamente es el principio bajo el cual
se ejerce la discriminación o la agresión, que impacta en el nivel de los
comportamientos cotidianos, de las costumbres y el sentido mismo que
adopta la vida (Echeverría, 2010: 64). Así, como ejemplo, Echeverría
señala: «el ‘ejército obrero industrial’, [...] que era un ejército de ‘raza’
indiscutiblemente ‘blanca’, ha fracasado siempre en su empeño de alcanzar
una blanquitud plena» (Echeverría, 2010: 65).
La blanquitud es pues «el ethos de la autorrepresión productivista
del individuo singular» (Echeverría, 2010: 57). Pocas veces Echeverría
hace referencia al género, pero en su texto «Queer, manierista, bizarre,
barroco» señala que «la normalidad dominante en la vivimos es, por el
contrario, el reino de lo heterosexual, procreativista, de lo privado, lo
represivo, lo productivista» (Echeverría, 1997b: 4). Vemos aquí otro rasgo
de esta identidad, es también heteronormativa y represiva. La blanquitud,
de esta manera, no está desprovista de un orden de género. Roswitha
Scholz, entre otras autoras, se ha adentrado a este problema con detalle.
Para ella, el capital se funda en lo que denomina «la escisión del valor»,
lo que refiere a que las actividades domésticas y de reproducción han
sido relegadas del mercado y han sido feminizadas. Por ello considera que
el capital es un «patriarcado productor de mercancías» (Scholz, 2013).
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Productivismo, compostura, represión, ascetismo y evasión del placer,
son las cualidades de la blanquitud. Pero estos criterios, hemos dicho,
pueden volverse criterios que justifiquen el genocidio; al respecto, Echeverría toma como ejemplo, el proyecto del nacionalsocialismo. ¿Qué clase
de racismo está ahí operando? El arte nazi muestra: «El sacrificio de la
forma natural de la vida humana y de la riqueza cualitativa del cuerpo
humano en lo que tiene de encrucijada creativa de relaciones entre los
valores de uso del mundo de la vida» (Echeverría, 2010a: 83). El proyecto del nacionalsocialismo buscaba identificar el principio puritano
del capital con la comunidad alemana, fenotípicamente delimitada. Este
intento esquizofrénico, sostiene Echeverría, enaltece la «forma natural» de
la comunidad alemana como el requerimiento necesario de la identidad
del capital. Sin embargo, para ello, el arte nazi lleva a cabo un sacrificio
de la sensualidad y riqueza propia del cuerpo humano, que augura una
«autodestrucción humana de nuevo tipo que debe cumplirse en beneficio
[...] del buen funcionamiento capitalista de la modernidad» (Echeverría,
2010a: 83). El análisis de la estética nazi y con ello de la estética de la
blanquitud en sentido amplio, demuestra que se trata de una identidad
que reprime el erotismo humano y la pluralidad que está en la vivencia
del cuerpo. En cambio, lo que sí exalta es la técnica, la racionalización
de la forma natural. Así, señala Ángeles Smart: «La blanquitud arrasa así
con todo aquello que se le opone o que amenaza el poder de su emporio:
las pulsiones de vida, las tendencias lúdicas y creativas, los momentos de
ocio, disfrute y libertad, los arrebatos del deseo, las pasiones y la risa, los
espacios de encuentro espontáneo y de reflexión crítica» (Smart, 2019: s/p).
Siguiendo el análisis que esta autora nos propone de la blanquitud, la
experiencia de la violencia en el propio cuerpo es posible constatarla incluso
en la danza clásica. En un pasaje de Ziranda titulado «Danza y metafísica»,
el filósofo ecuatoriano señala que los movimientos de la danza clásica
buscan representar la subsunción del alma al cuerpo (Smart: 2019, s/p).
Esto implicaría que lo que se representa es la subsunción del cuerpo a
una técnica especializada, a una nueva tecnología y a la disciplina que
esta le solicita. La belleza de la danza estaría justamente en la efectividad
de la nueva tecnología del cuerpo. Lo cual no es más que la experiencia
de un proceso violento de deformación paulatina: «Se caracteriza por
una cosa: son cuerpos sobre-animados, es decir, cuerpos sometidos a
la acción implacable del ‘alma’ [...] que ha hecho de ellos creaturas de
Frankenstein ‘perfeccionadas’» (Echeverría, 2003). La tortura que el ballet
impone en la «forma natural» expresa, como en el arte nazi, la violencia
de la subsunción a la identidad de blanquitud. Pero también apunta
hacia la posterior devastación de la forma natural en toda su amplitud,
esto es, de la naturaleza. Pues lo que guía a la modernidad americana es
el proceso de transnaturalización: «Es decir, ha habido un proceso casi
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ANDREA TORRES GAXIOL A
PARA Vº BUENO
de sustitución de la naturaleza» por la tecnología del capital (Echeverría,
2013: 235). La danza es, pues, una alegoría de la tortura que el capital
ejerce sobre la forma natural.
MALINTZIN
Frente a esta modernidad calvinista, subsumida al valor, pero esencialmente racista y segregacionista, existe otra posibilidad para la discursividad
moderna: la del mestizaje y el ethos barroco. Para ello, Echeverría opta
por utilizar la figura histórica de Malintzin. Esta le permite ejemplificar
la estrategia del mestizaje y, de paso, revalorar dicha figura desde una
perspectiva contemporánea, alejada del mito nacional decimonónico de
la «traidora». Así, señala Jean Franco:
El caso de la Malinche sobre todo llama la atención por su condición de
«don» (gift). Fue trasladada como tal de la casa materna a la de un jefe
yucateco y de allí a los españoles que la convierten en «lengua», título
que anula su género. Era una posición subordinada que sin embargo le
da poder sobre la palabra y una experiencia incomparable de adaptación
(Franco, 2014: 253).
Lo característico del caso de Malintzin está en que ella es primero que
nada un «don», esto es, en que fue entregada a los españoles en calidad
de tributo, junto con otras veinte mujeres. No obstante, al demostrar su
bilingüismo, Malintzin trasciende las determinaciones propias de género y
su condición social, por lo que se sitúa como mediadora del intercambio
entre los mexicas y Cortés.
Glantz señala que en su papel de mediadora, debe enfrentarse no solo
a la cultura patriarcal europea, sino también a la mexica: «El Conquistador
Anónimo afirma que los mexicas son la gente que menos estima a las
mujeres en el mundo» (Glantz, 2014: 27). Solares, por su parte, señala que
Malintzin se encontraba «en medio de un brutal enfrentamiento entre dos
sistemas patriarcales igualmente feroces» (Solares, 2018: 316). De modo
que esta figura histórica destaca por su peculiaridad y excepcionalidad:
como mujer, como esclava y desventurada. Es una mujer que logra, como
sostiene Jean Franco, anular tanto su género como la desventura del signo
de su nacimiento, y con ello su esclavitud, al menos en los quince meses
que analiza Echeverría. Su doble sometimiento no es un obstáculo para
transformarse en «lengua», y con ello adoptar un papel central.
El breve estudio sobre Malintzin con el que inicia La modernidad
de lo barroco se sitúa en la singularidad y excepcionalidad con que
Malintzin se vuelve lengua. La elección por la denominación «Malintzin»
MALINTZIN, BL ANQUITUD Y CRISIS
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PARA Vº BUENO
—en lugar de «la Malinche»— de Echeverría, tiene como objetivo enfatizar en la anulación que Malinalli logra de su condición de esclava: «Si
el sufijo tzin aplicado a Malinalli [...] equivale al reverencial castellano
doña, Malinche ha adquirido verdadera carta de nobleza» (Glantz, 2014:
35). Le permite señalar el papel protagónico que dicha mujer cumple, y
a la vez, alejarse de la figura histórica que la utiliza para delimitar una
identidad sustancial de lo «mexicano», como hemos señalado. Sobre esa
base, a Echeverría le interesa concentrarse en el juego provocado por los
intercambios lingüísticos entre Cortés y Moctezuma, los cuales solo fueron
posibles gracias a la mediación de Malintzin. Si bien su posicionamiento
como lengua es una situación excepcional que lleva, como señala Glantz,
a su divinización, la tarea que debía realizar era por demás imposible. Se
trata de la traducción de dos culturas, de dos lenguajes inconmensurables,
inequiparables, incluso contrapuestos. La labor del intérprete supone la
posibilidad de la traducción, de la transmisión de una «verdad». Supone
la existencia de un campo semiótico común del ser humano. Pero, en la
comunicación de la cultura mexica y la española, esto se revela como una
tarea imposible. La inconmensurabilidad era provocada, según Echeverría,
por la configuración de cada cultura. La cultura mexica parte del paradigma oriental, mientras que la cultura española lo hace del paradigma
occidental (Echeverría, 2010). El uso del lenguaje es distinto, el primero
es un lenguaje ritualizado, el segundo uno tecnificado: implica por ello
el intercambio entre una cultura de la oralidad a otra que ha «transferido
el lenguaje a la mano» (Glantz, 2014: 46). Por otra parte, la concepción
del otro que cada cultura encierra era completamente distinta 1. Para los
mexicas, el otro es siempre una variación del Yo; para los españoles, el
otro es justamente lo que no se es: «Se trata [...] de dos simbolizaciones
básicas de lo Otro con lo humano» (Echeverría, 1998: 23).
Malintzin, así, se hallaba en un lugar de poder que le permitía
«administrar» el intercambio semiótico y acceder «al centro del hecho
comunicativo», al núcleo del campo de sentido. Su poder era tal, que
incluso llega al punto de desaparecer la figura de Cortés, al cual por lo
general se le refiere como «Malinche» 2. Sin embargo, la imposibilidad de
su tarea la lleva a construir una verdad a partir de mentiras. El campo
de sentido común no es más que una ficción. Bajo estas condiciones se
1. El concepto de lo otro que los mexicas tenían les impedía «llegar al odio como
voluntad de nulificación o negación absoluta del Otro en tanto que es alguien con quien
no se tiene nada que ver» (Echeverría, 1998: 24).
2. «Más sorprendente es entonces, repito, el papel primordial que jugó en la conciencia
no sólo de los españoles sino también de los indígenas, al grado de que, como es bien
sabido, Cortés era llamado, por extensión, Malinche» (Glantz, 2014: 34).
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desarrolla la estrategia barroca de Malintzin, que lleva a la misma a su
transformación, pero también a la transformación de Cortés —debieron
«volverse diferentes de lo que eran» (Echeverría, 1998: 25). Lograr la
traducción y, con ello, la verdad fue posible a través de la mentira. De
modo que: «Se atrevió a introducir esa alteración comunicante; mintió
a unos y a otros, ‘a diestra y siniestra’, y les propuso a ambos el reto de
convertir en verdad la gran mentira del entendimiento: justamente esa
mentira bifacética que les permitió convivir sin hacerse la guerra durante
todo un año» (Echeverría, 1998: 25).
A diferencia de lo que la identidad de la banquitud exige, la estrategia de Malintzin es la de una práctica en la que la confrontación con
la otredad es la ocasión para ponerse en riesgo, abrirse y con ello retar
también al otro a transformarse. Como sostiene Solares, las circunstancias peculiares de vida de Malintzin le permiten tomar distancia de
su cultura y abrirse al dominador, esto es, «ponerse en riesgo», aceptar
el intercambio 3. El mestizaje al que hace referencia Echeverría no es,
entonces, el mestizaje tradicionalmente concebido como una identidad
bien definida producto del cruce cultural o étnico. Se trata, en cambio,
de un mestizaje que produce «identidades evanescentes», es decir, que
conserva esa cualidad humana de «dar forma». Echeverría la engloba en
los intercambios «en los que el Yo que se autotrasciende, elige el modo
del potlach para exigir sin violencia, la reciprocidad del otro» (Echeverría,
1998: 26). Lo anterior significa que el mestizaje es un proceso recíproco
similar a la economía del don descrita por Marcel Mauss. Y, en efecto,
para el antropólogo francés, la importancia de este principio de intercambio es que garantiza la paz y la cohesión de las comunidades, pues
genera una noción de pertenencia que no depende de la demarcación
del yo, sino del sentido de deuda con el otro. Así, Echeverría revalora
esa primera forma de intercambio que caracterizaba a las comunidades
arcaicas: regalar, aceptar y devolver con creces.
Al respecto resulta interesante señalar que el filósofo japonés Kojin
Karatani llega a una conclusión similar, al pensar una posibilidad alternativa
al orden político que impone el sistema Estado-nación capital (Karatami,
2021). Para este autor resulta urgente concebir un nuevo intercambio
3. «Malintzin tiene un lugar central en la guerra de conquista pero sin empuñar las
armas sino haciendo posible quizá los únicos momentos de contención de los combatientes, el acuerdo, la con-vivencia y el acercamiento no por ello menos desconcertante
entre indígenas y extranjeros, nativos e intrusos, salvajes y civilizados. La batalla decisiva
y la guerra exterminadora vinieron después de estos tensos meses de incertidumbre pero
también de intentos-instantes de apertura al Otro como destellos de una lengua inédita
posibilitados por La Malinche, y que por un momento aplazaron el fragor de las armas»
(Solares, 2018: 317).
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PARA Vº BUENO
que recupere la libertad del intercambio mercantil y la reciprocidad del
intercambio del don-contradon. Lo llama «asociacionismo» (Karatani,
2021). Así en el mismo tenor, el filósofo ecuatoriano considera que la
única vía para una modernidad alternativa es la siguiente: «El abrirse es
la mejor manera de afirmarse, que la mezcla es el verdadero modo de la
historia de la cultural y el modo espontáneo...» (Echeverría, 1998: 27).
Este mestizaje es a la vez codigofagia y reciprocidad, lo que significa
que en el proceso de transformación del código de los dominados, los
«devoradores» han debido transformarse (Echeverría, 1997: 28). He ahí
el juego recíproco.
***
Esta noción de mestizaje es la que es importante retomar hoy en
día. Es en la crisis contemporánea de la política que esta estrategia cobra
relevancia. La inoperancia del capital, exacerba la injusticia que genera la
blanquitud. De esta manera, en la actualidad lo que está en crisis en la
dimensión política es lo «humano en general», el «hombre sin atributos».
Está en crisis la universalización que no «trasciende los localismos». En
cambio, la estrategia del mestizaje, al ser una estrategia barroca, inicia
con la ficción de lo común pero sin someterse a los rasgos del dominador, como tampoco procede abstrayendo rasgos singulares. El concepto
de mestizaje utilizado aquí es contrario al que tenía prevalencia en la
ideología del Estado mexicano durante el siglo XX. No se trata de un
mestizaje definido como un «cruce genético» o cultural, que dé como
resultado una nueva identidad sustancializada, de «concreción» artificial
semejante a la blanquitud: «Empeñada en contribuir a la construcción de
una identidad artificial única o al menos uniforme de la nación estatal,
esta ideología pone en uso una representación conciliadora y tranquilizadora del mestizaje, protegida contra toda reminiscencia del conflicto
o desgarramiento» (Echeverría, 1998: 30). Se trata de una identidad de
resistencia a la forma capitalista de la modernidad, que se guía por una
práctica ficcional y evanescente.
Hoy en día los movimientos de resistencia muchas veces no tienen
más opción que adoptar prácticas cercanas a las descritas por Echeverría en
referencia a Malintzin. Requieren también de construcciones evanescentes
de la comunidad. De acuerdo con Márgara Millán, en los movimientos
de mujeres contemporáneos confluyen experiencias de opresión que se
extienden sobre todo el espacio de lo social. Así, lo característico de estos
es que están compuestos por mujeres en posiciones sociales distintas, y
que por ello «conjugan experiencias de clase, de pertenencia étnica y de
orientación sexual, que a su vez conllevan temporalidades y trayectorias
heterogéneas». Se trata de movimientos que además requieren de prácticas
214
ANDREA TORRES GAXIOL A
PARA Vº BUENO
performativas —como la intervención de LAS TESIS—, susceptibles de
apropiación (Millán, 2018: 210). Se muestra la posibilidad de establecer
cruces que, para esta autora, han generado un nuevo sujeto político de
resistencia al que denomina «sujeto político en eclosión» (Millán, 2018:
215). Así, enfatiza en que las sujetidades de los movimientos de mujeres
se caracterizan por su multiplicidad, y su confrontación constante que
construyen «comunalidades en la desigualdad de lo común» (Millán,
2018: 215).
Esta sería, de algún modo, la estrategia urgente que se requiere según
la interpretación que hemos hecho a partir de la obra de Bolívar Echeverría. Como se ha señalado ya, la crisis de la política se enraíza en el
agotamiento del proyecto moderno en su versión capitalista y, con ello,
de las estructuras políticas que ha generado: la sociedad civil, el aparato
estatal y la nación no son vías para dirimir el conflicto. Además, a esto
se une la decadencia de un horizonte de izquierda. Estas son las características de la crisis de lo político en la época neoliberal. Así, Malintzin
presenta la constitución de una identidad forjada en los intersticios de
las comunidades.
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