Perspectivas Revista de Ciencias Sociales
ISSN 2525-1112 | Año 7 No. 13 Enero - Junio 2022, pp. 337-352
Género y guerra: una reflexión a partir
de la obra de Joan Scott
Gender and war: a reflection based on the work of Joan Scott
Juan Martín Barbás 1
Resumen
La relación entre género y guerra constituye una temática poco –o mal– abordada,
incluso por quienes se identifican con posiciones políticas y epistemológicas que
hacen foco en la necesidad de utilizar una perspectiva de género para problematizar
en profundidad las desigualdades existentes en todos los planos de la vida social.
Ante este panorama, el pensamiento de Joan Scott brinda un andamiaje teórico y
metodológico fundamental, tanto para entender la relevancia de llevar a cabo
análisis a partir de la categoría género, como para, en efecto, llevar a buen término
dichos análisis.
El presente trabajo toma algunos de los principales elementos conceptuales de dicha
autora para, a partir de los mismos, reflexionar en torno a cuatro cuestiones. En
primer lugar, la importancia de pensar los conflictos armados en clave de género; en
segundo lugar, la necesidad de deconstruir las nociones tradicionales de
masculinidad y feminidad, en tanto las mismas distorsionan la comprensión sobre el
modo en el cual hombres y mujeres se vinculan con el fenómeno de la guerra; en
tercer lugar, la valoración de la cada vez mayor presencia de mujeres al interior de
las Fuerzas Armadas; y por último, el modo en el cual el recurso de la violencia
puede ser visto como parte de la capacidad de agencia de las mujeres.
Palabras clave: Género, guerra, violencia, mujer, masculinidad, feminidad.
Abstract
The relationship between gender and war constitutes a little deepened theme even
by those who identify with political and epistemological positions that focus on the
need to use a gender perspective to problematize the existing inequalities at all
levels of social life. In this context, Joan Scott's thought provides a fundamental
Recibido: 31 de marzo de 2022 ~ Aceptado: 6 de junio de 2022 ~ Publicado: 20 de julio de 2022
1
Licenciado en Ciencia Política (UBA). Magíster en Relaciones Internacionales (UNLP). Doctorando en
Ciencias Sociales (UNGS). Miembro de Centro de Estudios en Géneros y Relaciones Internacionales (IRIUNLP), La Plata, Argentina. Correo electrónico:
[email protected] 🆔 https://orcid.org/00000001-9337-7525
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theoretical and methodological framework to understand the relevance of gender
on the study of armed conflicts.
This paper will take some of Scott's main conceptual elements to reflect on four
issues. First, the importance of thinking about armed conflicts from a gender
perspective; second, the need to deconstruct traditional notions of masculinity and
femininity; thirdly, the assessment of the increasing presence of women within the
Armed Forces; and finally, the way in which the resource of violence can be seen as
part of women's capacity for agency.
Keywords: Gender, war, violence, women, masculinity, feminity.
1. Introducción: Género y guerra, un tópico (aún)
poco explorado
Las guerras, en sus diversas tipologías, constituyen una de las formas más
antiguas y extendidas de interacción entre los grupos humanos (Bellamy, 2009). De
allí, que las primeras reflexiones y análisis en torno a las mismas tengan
aproximadamente dos mil quinientos años de antigüedad, y provengan de regiones
tan distantes entre sí como Grecia, la India o China (Bellamy, 2009). Sin embargo, la
teorización en torno a la relación existente entre el género y la guerra constituye un
hecho relativamente reciente, que solamente ha ganado reconocimiento y difusión
en ámbitos académicos e institucionales en las últimas tres o cuatro décadas
(Sharoni y Welland, 2016)2.
Para peor, buena parte de los estudios sobre género y guerra se enfocan casi
exclusivamente en analizar los efectos negativos que los conflictos armados tienen
sobre la experiencia de vida de las mujeres, y, a lo sumo, el papel que estas
desempeñan –o deberían/podrían desempeñar– en los procesos de paz (Cifuentes
Patiño, 2009). Como contracara, tópicos como la existencia de masculinidades
reacias a la violencia, el activo compromiso de algunas mujeres con el sostenimiento
de los conflictos armados, o los modos en los cuales se asegura social y
culturalmente la asociación entre varones y militarismo, recién comienzan a ser
abordados en profundidad en los últimos años (Barbás, 2021; Sharoni y Welland,
2016).
A raíz de todo esto, podemos considerar que la relación entre género y guerra
aún permanece subteorizada y poco conceptualizada, basada centralmente en
2
No deben dejar de mencionarse algunos trabajos académicos pioneros en la temática, como, por ejemplo,
Women and War (1987) de Jean Elshtain, o Does Khaki Become You?: The Militarization of Women’s Lives (1983),
de Cynthia Enloe.
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estudios que abordan una porción reducida del conjunto de cuestiones atravesadas
por las relaciones de género, y que se colocan más bien en el terreno de los estudios
de o sobre mujeres (Fernández y Santirso, 2020; Masson, 2020). En este punto, es
necesario remarcar que un análisis de los conflictos bélicos con perspectiva de
género no debería reducirse únicamente a visualizar la situación de las mujeres. En
efecto, desde una mirada atenta al género, “aprender acerca de las mujeres implica
también aprender acerca de los hombres. El estudio del género es una forma de
comprender a las mujeres no como un aspecto aislado de la sociedad sino como
parte integrante de ella” (Conway, Bourque y Scott, 2013, p. 33).
Frente a este panorama, la obra de Joan Scott se nos presenta como de enorme
valía. Aunque su campo de trabajo no sea específicamente el de las Relaciones
Internacionales, Scott es una autora clave para reflexionar en torno a la categoría de
género desde las Ciencias Sociales (Pinedo, 2011). Asimismo, esta autora aporta un
gran bagaje conceptual y teórico desde el cual problematizar la conformación
histórica de las identidades masculinas y femeninas, lo cual es, sin lugar a dudas, un
aspecto ineludible para quienes desean desentrañar los modos en los que las
relaciones de género se entretejen y constituyen frente al conflicto bélico. Y por
último, pero no por ello menos importante, Scott y su teoría brindan la posibilidad
de pensar en términos paradojales, aceptando con sus contradicciones inherentes y
sin caer en posturas maniqueas, cuestiones por demás polémicas y sujetas a debate,
como, por ejemplo, la conveniencia –o no– de incorporar mujeres y cuerpos
feminizados al interior de las fuerzas armadas.
Con todo esto en mente, el siguiente trabajo se estructura del siguiente modo.
En primera instancia, se analiza qué entiende Joan Scott por género, y por qué esta
categoría resulta necesaria para la comprensión de las causas, dinámicas y
consecuencias de los conflictos bélicos. A continuación, se cuestiona el modo en el
cual se constituyen las nociones hegemónicas de masculinidad y feminidad, y la
forma en la cual esto distorsiona los análisis tradicionales sobre la guerra. Luego, se
recurre a la noción de paradoja para problematizar la incorporación de mujeres y
cuerpos feminizados en las instituciones castrenses, especialmente en aquellos casos
en los cuales este proceso, es utilizado para la aumentar la legitimidad social de
dichas instituciones. Finalmente, se presenta la posibilidad de pensar el uso de la
violencia por parte de las mujeres, como una forma de ejercicio de su capacidad de
agencia, que produce efectos transformadores tanto en las identidades personales
como institucionales.
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2. Pensando el género desde Joan Scott
El concepto “género” se desarrolla originariamente al interior del feminismo
norteamericano, como parte de una disputa contra aquellas teorías que interpretan
las diferencias entre hombres y mujeres en términos esencialistas de raigambre
biológica (Scott, 2008). De allí, que a través de esta categoría se busque poner en
relieve el carácter social, contingente y relacional de las desigualdades existentes
entre hombres y mujeres.
Según Joan Scott (2008), el género es “un elemento constitutivo de las
relaciones sociales, las cuales se basan en las diferencias percibidas entre los sexos”
(p. 65). Al poner el foco en la forma en la cual son percibidas las diferencias, Scott
deja en claro que las mismas no son la expresión unívoca de características
anatómicas objetivas, sino el producto de ciertas categorizaciones y construcciones
discursivas. El género, entonces, no es la mera asignación de funciones o roles sobre
la base de diferencias biológicas, sino “un medio de conceptualización cultural y de
organización social” (Conway, Bourque y Scott, 2013, p. 32). Para Scott (2011):
(…) con demasiada frecuencia, “género” connota un enfoque
programático o metodológico en el cual los significados de “hombre” o
“mujer” se toman como fijos; el objetivo parece ser describir roles
diferentes, no cuestionarlos. Creo que género sigue siendo útil sólo si va
más allá de este enfoque, si se toma como una invitación a pensar de
manera crítica sobre cómo los significados de los cuerpos sexuados se
producen en relación el uno con el otro, y cómo estos significados se
despliegan y cambian. El énfasis debería ponerse no en los roles
asignados a las mujeres y a los hombres, sino a la construcción de la
diferencia sexual en sí. (p. 98)
A su vez, Scott (2008, p. 65-68) señala que “el género es una forma primaria de
las relaciones simbólicas de poder (…) el género es un campo primario dentro del
cual, o por medio del cual, se articula el poder”. Razón por la cual es indispensable
tenerlo en cuenta al analizar temáticas relacionadas con la política, las relaciones
internacionales, la diplomacia, e incluso la guerra. Precisamente, en torno a este
último tópico, que es sobre el cual se centra el presente trabajo, la propia Scott
explicita la relevancia que tiene el concepto de género para su comprensión, en
tanto y en cuanto:
(…) la legitimación de la guerra –el hecho de truncar vidas jóvenes para
proteger al Estado– se manifestó de formas muy variadas, a través de
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llamamientos específicos a la hombría (por la necesidad de defender la
vulnerabilidad de las mujeres y los niños), de una dependencia implícita
en la creencia en el deber de los hijos de servir a sus líderes o a su padre o
al rey, y de asociaciones entre la masculinidad y la fuerza nacional. (Scott,
2008, p. 72)
En un mismo sentido, Cifuentes Patiño (2009) remarca que los conflictos
armados constituyen un escenario dentro del cual se acentúan las desigualdades de
género, razón por la cual “develar la forma como la dimensión de género penetra las
estructuras y las lógicas del conflicto armado es fundamental para lograr una
comprensión de fondo de este” (p. 129).
Sin embargo, tal como señalamos previamente, este tipo de abordaje analítico
todavía está lejos de ser predominante. Posiblemente, esto último se deba al hecho
de que la temática resulta incómoda tanto para quienes se posicionan desde un
mirada androcentrista3, como para quienes buscan enfoques alternativos (Masson,
2020). Lo que subyace en esta incomodidad parece ser la dificultad de compatibilizar
el hecho de que las mujeres sean capaces de actuar deliberadamente con la intención
de dañar o poner fin a una vida, con la representación de las mismas como “madres
morales”4 (Poulos, 2009). Debido a esto, los análisis en torno a los roles de los
hombres y las mujeres en el marco de los enfrentamientos bélicos, terminan casi
siempre contribuyendo a reforzar imaginarios y discursos hegemónicos. En este
sentido, Jane Freedman (2020) sostiene que
(…) la participación de las mujeres en los conflictos armados no parece
haber tenido impacto en las representaciones generizadas de los
conflictos, porque la idea de que puedan ser violentas o cometer una
masacre parece ir a contramano de las normas y representaciones
dominantes de la femineidad. (p. 213)
3. ¿Hombres violentos
Desarmando la dicotomía
y
mujeres
3
pacíficas?
Por androcentrismo debe entenderse el abordaje de la realidad basándose en las percepciones, intereses y
experiencias de los varones. Según Bernabé (2019), el androcentrismo dentro de la academia se manifiesta en
tres aspectos: la falta o relativa escasez de mujeres y cuerpos feminizados en las comunidades académicas,
especialmente en las instancias de mayor jerarquía; la subestimación de las mujeres y otros cuerpos
feminizados como objetos de estudio relevantes y significativos; y el sesgo por parte de los académicos en
favor de las teorías o principios que apuntalan, o al menos no cuestionan, las desigualdades de género.
4
Esta concepción implica considerar a las mujeres como las encargadas de asegurar, en simultáneo, la
reproducción de la vida y de los valores imperantes al interior de la comunidad.
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Históricamente la guerra ha sido considerada un asunto de hombres. Las
representaciones hegemónicas establecen una dicotomía en la cual se equipara lo
masculino –“propio” del hombre– con la agresividad y el ejercicio de la violencia, y
lo femenino –“propio” de las mujeres– con el pacifismo y la preservación de la vida
(Freedman, 2020). Sobre la base de esta dicotomía, se configura una división sexual
de la guerra, que le atribuye exclusivamente a los hombres la tarea de matar
(Moreno, 2002).
Frente a este panorama, el pensamiento de Joan Scott nos aporta valiosas
herramientas conceptuales y metodológicas para avanzar en su problematización.
En efecto, la teoría de Scott resulta sumamente útil para poner en cuestión aquellas
categorías cargadas de significados simbólicos y valoraciones morales, que
aparentan ser ahistóricas e inmutables, cuando en verdad son producto de contextos
y procesos particulares.
En tal sentido, para esta autora no debe desconocerse el carácter relacional de
las categorías, ni subestimarse el hecho de que las mismas son efectos y no causas, lo
cual implica que no están dadas de antemano, y que, por lo tanto, deben ser
analizadas en su génesis e historicidad. A su vez, es importante entender que toda
categoría se construye a partir de una negación y un desplazamiento, por lo cual es
siempre una disputa de poder la fijación de los sentidos que contiene la misma.
Si existe algo que pueda llamarse metodología feminista, ésta podría
resumirse en las siguientes afirmaciones axiomáticas: no existe una
identidad propia ni una identidad colectiva sin su correspondiente par
opuesto; no existe inclusión sin exclusión, un universal sin un particular
rechazado, neutralidad que no privilegie un punto de vista con intereses
de por medio. El poder siempre está en disputa en la articulación de estas
relaciones. Puesto en otras palabras, podríamos decir que todas las
categorías realizan algún tipo de trabajo productivo. (Scott, 2012b, p.
349)
En concreto, y volviendo al tópico del género y la guerra, el hecho de que las
mujeres tiendan a relacionarse con el ejercicio de la violencia de un modo diferente
que los hombres, no responde a ninguna inclinación o predisposición natural
inscripta en el ADN de estas. Más bien, es fruto del devenir histórico y cultural, y
del modo en el cual se socializa de un modo diferenciado a las personas en función
de su sexo percibido. La diferencia sexual no constituye un hecho natural, de
carácter universal e inmodificable, sino un fenómeno cuya significación está
siempre inacabada y en permanente producción (Scott, 2012). En este sentido, las
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propias categorías de hombre y mujer son consideradas por Scott (2008) vacías y a
punto de desbordar: “vacías porque no tienen un significado fundamental ni
trascendente, y a punto de desbordar porque aunque den la impresión de ser
categorías fijas, contienen aun en su interior definiciones alternativas, desmentidas
o suprimidas” (pp. 73-74).
Para comprender mejor la cuestión de las definiciones alternativas que son
anuladas u ocultadas al fijarse el significado de una categoría, resulta clave remitirse
a la existencia de lo que Scott (2008) denomina “conceptos normativos”. Estos se
difunden a través de la religión, la ciencia, la cultura y la educación, estableciendo de
forma rígida determinados sentidos. De esta manera, se anulan posibilidades o
representaciones alternativas, y se establecen formas hegemónicas, las cuales, sin
embargo, nunca son plenamente estables en tanto no son producto del consenso
sino del conflicto. Las categorías actúan como un nodo de múltiples dimensiones,
en el cual se articulan significados variables. La manera en la cual se produce dicha
articulación, está sujeta a disputas de poder y construcciones discursivas.
Las categorías, asimismo, operan como “unidades ficticias”, que en un intento
de dar coherencia y esquematizar la realidad social, ocultan los matices y las
diferencias, y tienden a la generación de miradas maniqueas (Scott, 2012b). De esto
se deriva la necesidad de desnaturalizar y deconstruir los ordenamientos binarios
que se nos presentan como universales, evidentes y atemporales. El principal
binarismo que debe desarticularse y deconstruirse, en tanto es fundante de los
sistemas de género, es el que contrapone el hombre a la mujer, lo masculino a lo
femenino, y no en pie de igualdad sino en un orden jerárquico que beneficia al
primer término del binomio (Conway, Bourque y Scott, 2013).
Hombres y mujeres, ahora sabemos, no son simples descripciones de
personas biológicas, sino representaciones que aseguran sus significados
a través de contrastes interdependientes: fuerte - débil, activo - pasivo,
racional - emocional, público - privado, mente - cuerpo. Un término
adquiere su significado en relación con el otro y también con otros pares
binarios cercanos. (Scott, 2012b, p.348)
La dicotomía que asocia lo masculino con la violencia y lo femenino con la
paz, genera en el mismo proceso un doble ocultamiento: por un lado, de aquellas
mujeres para quienes la elección de la violencia no representa un rasgo de
anormalidad o desviación, sino una decisión voluntaria; y por el otro, de aquellos
hombres que no se sienten identificados con el militarismo y la exaltación del
sacrificio bélico. Respecto a esto último, resultan sumamente ilustrativos los
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ejemplos de objetores de conciencia, que se oponen a representar el ideal
hegemónico de masculinidad.
Tal como puede observarse, la importancia de romper con las categorías
dicotómicas, no solamente se fundamenta desde el plano de lo epistemológico, en
tanto paso indispensable para abordar la complejidad de lo social. Esta postura, es a
su vez profundamente política, ya que implica poner sobre la mesa la
heterogeneidad propia de lo humano –que de otro modo quedaría invisibilizada–, y
remarcar que todo binarismo se construye sobre la base de una exclusión. Ello
permite problematizar a quién se excluye, por qué razones, en qué contextos y con
qué objetivos. De allí, que para Scott
(…) necesitamos rechazar la cualidad establecida, permanente, de la
oposición binaria (…) tenemos que encontrar las maneras (aunque
imperfectas) de someter continuamente a la crítica nuestras categorías,
de someter nuestros análisis a la autocrítica. Si aplicamos la definición de
Jacques Derrida sobre la deconstrucción, esta crítica significa que se debe
analizar en el contexto la forma en que opera cualquier oposición
binaria, invirtiendo y desplazando su construcción jerárquica, en lugar
de aceptarla como real o evidente, como la misma naturaleza de las cosas
(2008, p. 63).
4. Sólo paradojas para ofrecer
El feminismo ha sido desde sus albores un movimiento con una gran
capacidad para señalar y tensionar las ambigüedades de los discursos y las prácticas
(Scott, 2012). De hecho, el movimiento feminista surge en Europa a finales del
siglo XVIII, a partir de la manifestación de una profunda contradicción: de un lado,
la supuesta igualdad formal asegurada por la existencia de derechos universales que
operaban sobre sujetos abstractos; del otro, la desigualdad de los individuos
concretos, presuntamente provocada por el hecho natural de la diferencia sexual.
Según Scott, el feminismo es precisamente la expresión paradójica de esa
contradicción; paradójica en tanto y en cuanto las feministas buscan el
reconocimiento de la diferencia sexual, pero para poder declararla irrelevante.
En la era de las revoluciones democráticas, las “mujeres” nacieron como
excluidas políticas producto del discurso de la “diferencia sexual”. El
feminismo surgió, entonces, como protesta contra esa exclusión, y su
objetivo era eliminar la “diferencia sexual” en la política, pero para ello
debía expresar su reclamo en nombre de las “mujeres” (que a nivel de
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discurso eran producto de la “diferencia sexual”) y, en la medida en que
actuaba por las “mujeres” terminaba reproduciendo la misma “diferencia
sexual” que quería eliminar. Esa paradoja –la necesidad de aceptar y
rechazar al mismo tiempo la “diferencia sexual”– fue la condición
constitutiva del feminismo durante su larga historia. (Scott, 2012, p.20)
Esta noción de paradoja, fundamental en la configuración de la teoría y la
práctica feminista, resulta clave para abordar uno de los tópicos sobre género y
guerra sujeto a mayores polémicas: la valoración de la incorporación de las mujeres
al interior de las Fuerzas Armadas. Esquemática y simplificadamente, podemos
encontrar dos posturas al respecto (Barbás, 2021). Para un sector de académicos/as
y activistas, representa un avance la posibilidad de incorporar mujeres en espacios
que históricamente las han rechazado, independientemente de las características
estructurales que determinan las dinámicas y configuraciones de dichos espacios
(MacKenzie, 2012). Generalmente, quienes pertenecen a este sector se identifican
con una perspectiva feminista liberal, para la cual constituye un progreso per se la
presencia femenina en la totalidad de las instituciones sociales (Locher, 1998).
Por el contrario, para otro sector, que podemos relacionar con el feminismo
radical, socialista o poscolonial, no es necesariamente positiva la participación
dentro de instituciones que son centrales en el mantenimiento y la reproducción de
lógicas –como el disciplinamiento de los cuerpos o la validación de la violencia
como recurso para la solución de conflictos–, fundamentales dentro de un status quo
–capitalista, racista y patriarcal– que genera marginación, exclusión, explotación y
discriminación por doquier (Barbás, 2021). En los planteos de este segundo grupo,
aparecen con fuerza las lecturas en clave estructuralista, para las cuales no alcanza
con incorporar mujeres –o cuerpos feminizados– en las instituciones si lo que se
busca es transformar las lógicas subyacentes de las mismas (Scheyer y Kumskova,
2019).
Lo que se discute, en última instancia, es si la presencia de mujeres en espacios
fuertemente masculinizados supone un logro. ¿Es la expresión de la irrupción de las
mujeres en todos aquellos ámbitos que históricamente buscaron marginarlas? ¿O es
más bien la cooptación de estas por parte de estructuras que resultan claves en el
sostenimiento del sistema? Si retomamos el pensamiento de Joan Scott, y más
específicamente su invitación a leer la historia de las luchas de las mujeres en clave
paradojal, quizás, podríamos conciliar ambas posiciones. La existencia de una
paradoja explicita la presencia de ambigüedades y contradicciones insalvables, la
combinación inestable de progresos y retrocesos, la disputa abierta en torno a una
definición que nunca estará cerrada.
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En efecto, la participación de mujeres en espacios cuyo fin último es el
ejercicio de la violencia, pone en tensión todo un conjunto de representaciones y
categorías hegemónicas. Según señala Scott (2012), “la identificación y la exhibición
de inconsistencias y ambigüedades –de auto contradicciones– dentro de una
ortodoxia que niega denodadamente su existencia son ciertamente
desestabilizadoras y a veces incluso transformadoras” (p. 29). Y sin embargo, esa
presencia implica al mismo tiempo la adhesión –puede discutirse en qué grado– a
valores y principios que están fuertemente ligados a la supervivencia de estructuras
de desigualdad y dominación (Enloe, 2014).
Llegados a este punto, podemos identificar otra manifestación de esta
paradoja: la incorporación de las mujeres en las Fuerzas Armadas parece verse
favorecida, en algunas ocasiones, por la tradicional asociación de las primeras con
ciertos valores o habilidades diferenciadas y feminizadas. Así, por ejemplo,
muchos/as de quienes apoyan la incorporación de mujeres al interior de las
estructuras militares, señalan que las mismas, precisamente por su condición de
mujeres, son mucho más idóneas para llevar a cabo actividades como la recolección
de información o el establecimiento de vínculos con las comunidades5. Las mujeres,
por ende, logran obtener el derecho a ingresar en espacios en los que históricamente
estuvieron excluidas, pero para desempeñar tareas “propias” de mujeres o asociadas
a la feminidad hegemónica.
Sin embargo, el carácter paradojal de la incorporación de las mujeres al
interior de las Fuerzas Armadas –y de su activa participación en conflictos bélicos–,
se vuelve drásticamente evidente en aquellos casos en los cuales esto se usa como
base para legitimar discursos o prácticas excluyentes, discriminatorias o agresivas
frente a una otredad construida como amenaza. En este sentido, diversos estudios
han demostrado que la presencia de mujeres al interior de las fuerzas armadas, suele
ser utilizada por las autoridades castrenses y políticas para legitimar las instituciones
militares propias y deslegitimar al adversario (Carreiras, 2018; García Sánchez,
2016; Strand y Kehl, 2018).
La propia Scott (2012b) ilustra esta situación a partir del ejemplo de la Guerra
de Irak, en la cual la opresión sufrida por las mujeres en Medio Oriente fue usada
por Estados Unidos como una de las tantas justificaciones detrás de sus operaciones
bélicas. Las Fuerzas Armadas norteamericanas fueron convertidas, mediante un
5
Estas actividades, centrales para las capacidades operativas que requieren las Fuerzas Armadas modernas, se
suman a aquellas en las cuales tradicionalmente se encasillaba –o encasilla todavía– a las mujeres, como por
ejemplo la enfermería o la administración. Esta distribución de tareas se presenta como coherente con la
división sexual del trabajo imperante en la sociedad, que carga sobre las espaldas de las mujeres la
responsabilidad por el cuidado de quienes requieren asistencia, y la gestión de los recursos domésticos
(Scarafoni, 2016).
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proceso discursivo y simbólico, en la principal salvaguarda de un modo de vida
supuestamente respetuoso de la diversidad y de los derechos individuales, incluidos,
por supuesto, los derechos de las mujeres.
El hecho de que esas Fuerzas Armadas estuvieran en pleno proceso de
incorporación de las mujeres a puestos de combate, facilitó dicha representación. La
contracara de las tropas norteamericanas, aparentemente sensibles al género, era un
enemigo acusado de misógino y patriarcal. Nuevamente, puede verse aquí cómo la
definición de categorías y la construcción de binarismos acarrean necesariamente
procesos de exclusión, homogeneización y ocultamiento de matices. “Todos” los
norteamericanos eran buenos y arriesgaban su vida para salvaguardar derechos y
libertades; “todos” los iraquíes –y por carácter transitivo, los árabes y los
musulmanes– estaban de acuerdo con la opresión y el maltrato hacia las mujeres
(Scott, 2012b).
Tanto la idealización de las características de la propia comunidad política,
como la demonización de todo aquello que se encuentra fuera de la frontera –o
dentro, pero corporizado en la figura del inmigrante–, contribuyen en última
instancia, y de manera casi lógica, a la exacerbación de imaginarios nacionalistas que
colocan al otro en una posición subalternizada. Tal como señala Scott, “en efecto, el
otro es un factor crucial (negativo) para cualquier identidad positiva, y ésta está en
relación de superioridad con la negativa” (2012b, p. 348).
5. Violencia, mujer y agencia
Al denunciar el uso instrumental que el gobierno de Bush hizo de la violación
de los derechos de las mujeres en Medio Oriente, Scott remarca que el mismo
contribuyó a reforzar la idea de la mujer árabe como víctima pasiva, y su posición de
“otro/a” (definido en este caso no sólo por la diferencia sexual, sino también por la
diferencia étnica y religiosa), que debe ser salvado por soldados –varones y
protestantes– norteamericanos. Esto, nos da pie para pensar qué imágenes sobre la
capacidad de agencia de las mujeres se ponen en cuestión, cuando se reproducen
acríticamente imaginarios y discursos basados en categorizaciones esquemáticas y
dicotómicas, que como ya vimos no tienen nada de naturales.
Condenar a las mujeres al lugar de víctimas pasivas, o negar la posibilidad de
que puedan voluntariamente actuar con violencia, supone recortar sustancialmente
la capacidad de agencia y decisión de estas (Freedman, 2020). En tal sentido,
considerar la “violencia femenina únicamente como consecuencia de su
victimización o la manipulación por parte de hombres anula la posibilidad de que las
mujeres puedan tener convicciones políticas, religiosas o nacionalistas propias, y
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que puedan decidir entrar en combate por sus reivindicaciones” (Freedman, 2020, p.
215).
Laura Masson (2020), señala en un mismo sentido, que para muchas mujeres
que forman parte de las Fuerzas Armadas, la posibilidad de hacer uso de la fuerza se
inscribe en sus narrativas como parte de su empoderamiento personal. Esto, va a
contramano de las concepciones hegemónicas, que subestiman, condenan, o colocan
en el terreno de lo patológico al ejercicio de la violencia por parte de las mujeres.
Tal como explica Masson (2020):
(…) las mujeres que hacen uso de la fuerza, ejercen violencia o a quiénes
se les reconoce un poder real han sido consideradas seres anómalos
(brujas, locas, monstruos o prostitutas) y su humanidad y condición de
mujeres se ha puesto en duda. (p. 122)
Por otro lado, resulta incorrecto considerar que las mujeres no tienen la
capacidad de actuar al interior de estructuras de poder basadas fuertemente en
lógicas masculinizadas. Por el contrario, incluso en dichos espacios existen
márgenes de maniobra que, aunque contenidos dentro de ciertos límites, abren la
posibilidad de (re) construir, imaginar e innovar prácticas, discursos y
subjetividades alternativas (Scott, 2008).
Los sujetos tienen agencia. No son individuos unificados y autónomos
que ejercen su libre albedrío, sino más bien sujetos cuya agencia se crea a
través de las situaciones y estatus que se les confieren. Ser un sujeto
significa estar sujeto a condiciones definidas de existencia, condiciones
de dotación de agentes y condiciones de ejercicio. Estas condiciones
hacen posible elecciones, aunque éstas no son ilimitadas. Los sujetos son
constituidos discursivamente, la experiencia es un evento lingüístico (no
ocurre fuera de significados establecidos), pero tampoco está confinada a
un orden fijo de significado (Scott, 2001, p. 66).
Precisamente, la incorporación de las mujeres dentro de las Fuerzas Armadas
abre las puertas a que puedan ser desafiadas las concepciones dicotómicas sobre el
género, y tensiona las miradas hegemónicas en torno a los valores que deberían
encarnar la masculinidad y la feminidad (Lucero, 2018). No es casual, que en
paralelo al crecimiento del número de mujeres enroladas en las Fuerzas Armadas, se
hayan comenzado a desarrollar discusiones y a implementar medidas relacionadas
con el respeto de las diversas orientaciones sexo-afectivas, la presencia de personas
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transgénero, o el tipo de conductas y prácticas que un militar puede sostener en su
vida privada (Lucero, 2018)6.
Así, las mujeres militares, al hacer uso de su capacidad de agencia individual,
incluso aunque la misma se halle atravesada por ambigüedades y contradicciones,
terminan –independiente de si se lo proponen o no– habilitando una redefinición
de la identidad militar, al trastocar algunos de los pilares sobre los cuales se ha
asentado históricamente (Badaró, 2014). Se pone de relieve, de esta manera, el
carácter desestabilizador que las paradojas tienen sobre las identidades que se
pretenden fijas e inmodificables. Lo que en categorías de Scott, implica que “la
paradoja forma parte de la contradicción, [y] tiene, en tanto un tipo específico de
agencia discursiva, la capacidad de ponerla de manifiesto, produciendo un efecto
subversivo sobre la tradición heredada” (Pinedo, 2011, p. 8).
Lo interesante es que, en dicho proceso, la modificación de la identidad militar
motoriza en simultáneo una redefinición de la propia identidad de mujer, poniendo
en evidencia el carácter circunstancial, histórico, e incluso – tal como dirá Scott
(2006) – inventado de la misma. Esto último, es central en el planteo teórico de esta
autora, quien a lo largo de toda su obra busca precisamente demostrar que
(…) las identidades no preexisten a sus invocaciones políticas
estratégicas, que las categorías de identidad que nosotros damos por
sentadas como enraizadas en nuestros cuerpos físicos (género y raza) o
en nuestras herencias culturales (étnicas, religiosas), de hecho son
vinculadas retrospectivamente a esas raíces; no derivan predecible o
naturalmente de ellas (Scott, 2006, p.113).
6. Reflexiones finales
La guerra, al igual que cualquier otra forma de interacción social atravesada
por relaciones de poder y lógicas discursivas sobre la base de las cuales se configuran
procesos de inclusión y exclusión, no puede abordarse en toda su complejidad si se
desestima la importancia del género. Frente a quienes consideran que el género es
irrelevante para la comprensión de los conflictos bélicos, pero también frente a
quienes reducen la perspectiva de género a la visibilización de la mujer en tanto
víctima, aparece el agudo pensamiento de Joan Scott.
Esta autora nos invita a cuestionar las representaciones hegemónicas,
deconstruir las categorías que ordenan nuestro pensamiento y discurso, y avanzar
6
A modo de ejemplo, Mariel Lucero (2018) señala los cambios que se han dado en algunas Fuerzas Armadas
en torno a la consideración del divorcio, las relaciones sexo-afectivas con otros miembros de la institución
castrense, o la existencia de hijos extramatrimoniales.
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en el reconocimiento de la diversidad que es característica de lo humano. El
reconocimiento de las mujeres como sujetos que potencialmente poseen la
capacidad y voluntad de actuar violentamente, así como también la aceptación de
que no todos los hombres se identifican con una masculinidad asociada a la imagen
del guerrero, va en dicho sentido.
En cuanto a la incorporación de las mujeres al interior de las Fuerzas
Armadas, puede ser valorada al mismo tiempo como un triunfo y como una derrota,
en tanto en dicho proceso convergen simultáneamente – y sin posibilidad de
resolución – elementos progresivos y regresivos, de apertura y de cierre, que
exponen y ocultan determinadas inequidades. De allí, la importancia de pensarlo en
términos paradojales.
Por último, no debe perderse de vista que esto no pone fin a las desigualdades
sustantivas ni elimina la subordinación estructural de las mujeres, pero sí desplaza el
foco hacia nuevas contradicciones y pone en evidencia otras inequidades (Scott,
2012). La posesión y efectivo ejercicio de un derecho, pone en relieve la carencia de
otros. La presencia de mujeres en las Fuerzas Armadas es el punto a partir del cual
se puede discutir, por ejemplo, el tipo de tareas que les son asignadas, o la
(sub)representación de las mismas en las instancias de mando. Pero más
trascendente aún, es el hecho de que, sobre la base de la presencia activa de mujeres
en los conflictos bélicos, puede avanzarse en la problematización de la división
sexual de la guerra, y también, por qué no, de su complemento en tiempos de paz: la
división sexual del trabajo.
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