Chapter Title: ESTRUCTURA E HISTORIA: LA VIABILIDAD DE LOS NUEVOS SUJETOS
Chapter Author(s): Guillermo de la Peña
Book Title: Transformaciones sociales y acciones colectivas
Book Subtitle: América Latina en el contexto internacional de los noventa
Book Author(s): Centro de Estudios Sociológicos
Published by: El Colegio de Mexico
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv6jmx2w.12
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Transformaciones sociales y acciones colectivas
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ESTRUCTURA E HISTORIA:
LA VIABILIDAD DE LOS NUEVOS SUJETOS 1
GUILLERMO DE LA PEÑA
C.'IESAs-Occidente
ESPACIO PÚBLICO Y CONCIENCIA NACIONAL
En 1920, el antropólogo Manuel Gamío encontró que, entre la
población indígena que vivía en el valle de Teotíhuacán, no
existía vocablo alguno que nombrara a la nación (véase Gamio,
1922). Ocho años más tarde, otro antropólogo, Robert Redfield,
se topó con una situación bastante parecida en el pueblo de
Tcpoztlán: muchos se reconocían como mexicanos, pero les era
imposible dar un contenido preciso a ese término (Redfield,
1930: cap. xu). El propio Redfield estudió otro poblado campesino -Chan Kom, en la península de Yucatán- durante la década
de 1930; ahí, a pesar de las actividades propagandísticas del
Partido Socialista del Sureste y de la existencia de una escuela
primaría, la idea de la nación mexicana era virtualmente incomprensible (Redfield y Villa Rojas, 1934). Ahora bien: tanto Gamío como Redfield explicaban este fenómeno en términos de la
incomunicación de los indígenas mexicanos. En Tepoztlán, los
mismos habitantes distinguían entre "los tontos" y "los correctos"; "los tontos" eran precisamente quienes carecían de cualquier otra perspectiva que no fuera estrictamente la del pueblo y
su entorno inmediato, mientras que "los correctos" eran quienes
habían viajado y podían entender el mundo cítadino y nacional.
informativos
Por ello, era de esperarse que al aumentar los fl~jos
1 Agradezco los comentarios y críticas de los participantes en el seminario que
dio origen a este volumen, en particular, a Viviane Brachet, Alan Knight y Susan
Stokes.
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TRANSFORMACIONES SOCIALES Y ACCIONES COLECTIVAS
gracias a la escuela, el alfabetismo, el transporte y, en general, los
medios de comunicación, las gentes pudieran tener una comprensión adecuada de lo que significaba ser miembros de un país
llamado México.
Sin embargo, la pertenencia a una nación es mucho más que
una mera idea que se adquiere mediante canales eficaces de
información. En su ya clásico libro, Benedict Anderson (1983)
habla de las naciones como comunidades imaginadas: su construcción exige que, merced a un acto de voluntad y afecto, una colectividad invisible y hasta ese momento amorfa pueda concebirse
como plausible, habitable, acogedora y propia. Más todavía: la
nación existe cuando esa comunidad imaginada puede reclamar
lealtades, por lo menos, tan fuertes como las del parentesco, la religión o la comunidad de vecinos. Tal reclamo se legitima por la
visión -o la invención- de una historia compartida que discurre
en un territorio definido -e imaginado- como propio (ibid.:
14-19). Anderson subraya la importancia que en este proceso
tuvieron el alfabetismo, la creación deliberada de una "historia
patria" y la difusión de las novelas y, en general, de la narrativa
literaria, así como la invención del periódico como órgano de
opinión pública. En el mismo tenor, Eugen Weber (1976) documenta la increíble transformación sufrida por Francia durante la
segunda mitad del siglo xix: todavía al comienzo de la Tercera
República, la mayoría de la población no hablaba francés ni se
beneficiaba del contacto de las instituciones públicas; en contraste,
al estallar la Primera Guerra Mundial existía una unificación
lingüística e institucional, así como un sentimiento patriótico,
causados por la escuela, la letra impresa, el servicio militar y la
movilidad física y social de la población. Tanto Anderson como
Weber, al referirse a las naciones modernas, resaltan la correspondencia última entre conciencia nacional y conciencia ciudadana: la
comunidad imaginada va surgiendo en el contexto de la emancipación del individuo en cuanto sujeto fundamental de derechos y
obligaciones; es decir, la lealtad hacia una colectividad invisible
se vuelve viable cuando surge lo que Habermas (1986) ha llamado espacio público (o esfera de lo público): un conjunto de lugares
físicos e institucionales que, en principio, se encuentran abiertos a la participación de todos los miembros de esa colectividad,
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ESTRUCTURA E ll!STORIA
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sin que esa participación tenga que ser mediada corporativamente.
Así, lo que en el mundo moderno hemos entendido por nación se
refiere siempre al consenso de individuos iguales ante la ley, que
pueden sentirse representados en cuanto individuos por las autoridades e instituciones que ellos mismos van creando y revalidando.
Volvamos al caso de México. Sesenta años después de Camio
y Redfield, quienes hemos hecho trabajo de campo entre campesinos o, incluso, entre los moradores de los barrios populares urbanos
encontramos todavía, en el discurso de nuestros informantes, una
gran duda sobre qué significa "ser ciudadanos mexicanos", a pesar
de la difusión de la escolaridad y de las comunicaciones. Igualmente, la palabra nación parece aún tener una consistencia mínima al
lado de palabras como familia, barrio, pueblo. Por eso mismo, no es
exagerado afirmar que, para muchos habitantes de México, lo que
confiere identidad y sentido de Ja propia valía no es el ser ciudadano, sino el ser miembro de un grupo primario o corporativo: un
grupo protector frente al resto de la colectividad, pues ésta, muchas veces, no se concibe como habitable y acogedora, sino, por el
contrario, como fundamentalmente hostil (cfr. De la Peña, 1993).
Estamos aún lt;jos de haber construido un espacio público y, por lo
tanto, una cultura donde el individuo se defina realmente (y no
básico del derecho y de la acción
sólo formalmente) como el s~jeto
social. Más bien, el término individuo tiene connotaciones negativas: el individuo es el que, como dice el refrán, "no tiene ni padre,
ni madre, ni perro que le ladre"; es decir, el que se encuentra
expuesto a todo tipo de agresiones. En una sociedad aún signada
por la desigualdad económica extrema, el marco institucional
proporcionado por las leyes nacionales es visto como radicalmente
ineficaz o, en el caso de ciertas comunidades indígenas, como algo
que debe ser manipulado y procesado por medio del derecho
consuetudinario para alcanzar efectividad. 2 Si aceptamos lo anterior, tenemos que reconocer que en México predomina una cultura
2 Sobre la preeminencia del derecho consuetudinario indígena, véase el
trabajo pionero de Jane Collier (1973). El libro de James Greenberg ( 1989: 73-74,
148-153, 218-228) proporciona numerosos ejemplos de la futilidad (e incluso
hostilidad) de la ley para resolver casos de violencia entre los chatinos de Oaxaca.
Véase otros ejemplos en Romanucci-Ross (1973), De la Peüa (1980: 310-314),
Friedrich (1986) y Gledhill (1990).
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TRANSFORMACIONES SOCIALES Y ACCIONES COLECTIVAS
de tipo lwlístico o relacional -para usar los conceptos de Louis
Dumont (1967) y Roberto DaMatta (1987)-, en la cual las relaciones preceden a los derechos formales, en donde el grupo, y no el
individuo, es el sujeto de la acción social, y donde la estructura real
del país no es la jurídica sino la que resulta de negociaciones entre
grupos corporativos que reclaman espacios privilegiados (cfr. L.
1,omnitz, 1987). 3
¿QUIÉNES SON LOS NUEVOS SUJETOS?
Todo esto viene a cuento en la discusión actual sobre la transición
democrática y el surgimiento de nuevos sujetos en los escenarios
políticos mexicanos. ¿Hay en la historia reciente un rompimiento
o superación de la estructura del corporativismo negociado? Si es
así, foos encontramos ante la irrupción de formas de participación
ciudadana que van más allá de las fórmulas individualistas o clasistas,
como en los "nuevos movimientos -sociales" que fueron the rage of
the eighties?
En México, no podemos decir que el concepto de ciudadanía
basado en la ideología liberal-individualista esté pasado de moda,
o superado, puesto que dicha ideología ha tenido vigencia solamente en espacios sociales restringidos. En el siglo XIX, los liberales
impusieron una institucionalidad jurídica que abolía cualesquiera
derechos corporativos en favor de los individuales; pero en la
práctica, como lo demuestra una obra reciente de Fernando Escalante ( 1992), los propios liberales fueron los primeros en boicotear
esas instituciones. Surgieron entonces un corporativismo y un
patrimonialismo informales, justificados por los valores y las prácticas sociales de grupos tanto tradicionales como emergentes, y
amparados por caudillos y caciques que servían de mediadores
y representantes en el ámbito nacional. Como es sabido, en el siglo xx
~ Estoy consciente de la dificultad y variedad de las definiciones del término
corporativismo. Lo uso en el sentido de la inhibición (formalizada o no) y sustitución de la representación individual por parte de un grupo establecido mediante
criterios particulares. Para una discusión reciente del corporativismo en México,
véase el libro de Jaime Sánchcz Susarrey (1991).
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ESTRUCTIJRA E HISTORIA
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el gobierno posrevolucionario en buena medida reforzó y reorganizó para su propio provecho y estabilidad esta estructura corporativa y patrimonialista, aunque mantuvo la ficción legal de la igualdad
y la representación ciudadana e, incluso, trató de convertir la Constitución de 1917 -un documento muy poco respetado en la prácticaen un símbolo del "nacionalismo revolucionario". Así, de esta nueva
armazón ficticia, tal vez pueda decirse lo mismo que Fran~ois-Xve
Guerra afirmara sobre la sociedad porfirista:
No había más que un "pueblo", aquél que formaban los raros individuos que habían interiorizado su condición de ciudadanos. No había
más que una "nación", la que definían las relaciones de fuerza locales,
justificadas después por el discurso. Esta doble ficción marca toda la
realidad latinoamericana contemporánea; es la que asigna a las élites
su doble misión: construir una nación y crear un pueblo [Guerra
1985, 11: 333].
Por otro lado, tampoco puede sostenerse que en México haya
tenido vigencia corriente la representación basada en la clase
social. El surgimiento de sujetos de clase también supone la descorporativización de la sociedad y la emancipación de los individuos
-que entonces pueden situarse, en cuanto tales, frente al mercado
y asociarse frente al poder. En cambio, nuestros organismos sindicales -para poner un ~jemplo
obvio- con frecuencia están montados en alianzas particulares y protegidos por cacicazgos burocráticos. Existen, por supuesto, intereses de clase que en ciertos grupos
sociales se vuelven conscientes e incluso desembocan en militancia;
pero esta militancia no ha resultado aún en una representación
clasista persistente y eficaz. Las causas de este fenómeno son
complejas y no es éste el lugar para detallarlas; ya muchos autores
se han ocupado de constatar la fragmentación de las organizaciones de trabajadores y campesinos y su necesaria contrapartida: la
fuerza del faccionalismo y de las redes clientelares. Incluso en los
últimos años, a pesar del supuesto debilitamiento del sindicalismo
priista y del desmantelamiento del aparato ejidal, no parece
haber cambiado radicalmente la situación fragmentaria de las
clases populares {cfr. Aguilar García, 1992, y Zapata, en este
volumen).
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TRANSFORMACIONES SOCIALES Y ACCIONES COLECTIVAS
Resulta por ello paradójico que se haya puesto de moda referirse a los sujetos de la posmodernidad que supuestamente han
clasistas. Hay,
individuales y a los s~jeto
desplazado a los s~jeto
por lo menos, dos problemas con los enfoques posmodernos en
nuestro país. Primero, al postular la atomización y reorganización
de las identidades ciudadanas y de clase, postulan el fracaso de una
modernidad que sólo ha existido precariamente. Hay, sin duda,
una proliferación de nuevas agrupaciones en el campo y la ciudad.
Pero lo que habría que preguntarse, en todo caso, es si los grupos
sociales emergentes no manifiestan, otra vez, un corporativismo
redivivo, ahora <tjustado a una situación donde la crisis mundial de
las ideologías importa menos que una crisis económica que obliga
a una nueva negociación de las relaciones de fuerza (Zermcño,
1991 ). Segundo, asumen que las lealtades primordiales y las identidades locales han perdido importancia, disueltas en el proceso de
globalización, cuando -a mi juicio- esos espacios restringidos, y a
menudo corporativizados, siguen siendo necesarios en cuanto
proporcionan refugios frente a la hostilidad de la sociedad 1nayor. 1
Más todavía: si podemos hablar de una identidad nacional mexicana, no es en los términos de la modernidad europea expuestos
al principio de este ensayo, sino, como trataré de mostrar al
final, en términos de una ampliación y transposición de la identidad local.
Sería -por otra parte- frívolo negar la historicidad de
nuestra estructura corporativo-patrimonialista. Ha podido ir
modificándose y readaptándose, desde la Colonia hasta nuestros días, porque (más allá de la modernización exclusivista de
las élites) no han faltado situaciones que propiciaran, así fuera
embrionariamente, la conciencia individual, la libre asociación
y un determinado espacio público (en el sentido de Habermas).
Históricamente, tales situaciones incluirían, por ejemplo, la colonización de frontera, la instrucción de tendencia generalizada,
4 Claud10 Lonmitz-Adlcr ( l 9n: GO-Gl) ha criticado la tendencia a reducir lo
local y lo regional a "'discursos" o "textos" mitificados y mercantilizados por la
cultura capitalista de los medios de comunicación: eso, nos dice, es ignorar tanto
la consistencia sociológica como L< especificidad y funcionalidad simbólica <le los
grupos.
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ESTRUCTURA E HISTORIA
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la secularización, las logias masónicas, la expansión cíclica del
mercado, el sufragio universal, las migraciones, la feminización
del trabajo asalariado, así como ciertos tipos de periodismo,
radio, cine, música y asociaciones cívicas, políticas e, incluso,
religiosas (cfr. García Canclini, 1989). También las grandes
movilizaciones sociales -y en primerísimo lugar la Revolución
mexicana- han sido capaces de crear sus propios espacios
públicos, aunque éstos hayan sido posteriormente subvertidos y corporativizados por los sucesivos partidos de la Revolución (Partido Nacional Revolucionario (PNR), Partido de la
Revolución Mexicana (PMR), Partido Revolucionario Institucional (PRr)) (Knight, 1985). Quiero decir que es importante tratar
de entender, en cada momento histórico -y también, obviamente,
en el momento actual-, cuál es el sedimento de cambio que nos
queda.
Durante los últimos años, hemos presenciado, por una parte, la bancarrota financiera del gobierno priista, la cual ha
minado (si bien no anulado) su fuerza como gran dispensador
de favores y árbitro supremo de la negociación; por otra parte,
los intentos de reforma política demandados por los partidos de
oposición y auspiciados -hasta cierto punto- por el propio
gobierno. Vivimos, además, los efectos de las presiones generadas desde abajo: el movimiento estudiantil de 1968, las movilizaciones agrarias de los año setenta, el sindicalismo independiente de los setenta y ochenta, las organizaciones cívicas del
terremoto de 1985 y las respuestas electorales y partidistas
después de 1988 (Monsiváis, 1987; Foweraker, 1989). Además, si
bien el proceso de globalización traído por la internacionalización de los mercados de productos y de trabajo y las revoluciones informáticas no han disuelto ni pulverizado las culturas
locales, es innegable que estamos envueltos por él, lo que contribuye a las presiones multidireccionales de cambio. Para entender tales presiones, es menester escudriñar los rincones e intersticios de la vida cotidiana: llevar la pregunta sobre el cambio
hasta el ámbito de lo aparentemente trivial. En este ámbito, más
que en los discursos políticos, podremos encontrar respuesta a
la pregunta sobre los nuevos sujetos y su viabilidad, y también
sobre el futuro de nuestra estructura corporativista.
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TRANSFORMACIONES SOCIALES Y ACCIONES COLECTIVAS
SUJETOS VIEJOS Y NUEVOS EN LOS BARRIOS POPULARES DE GuADALAJARA
En esta tercera sección, deseo presentar en forma extremadamente resumida alguna información derivada de una investigación de campo realizada entre familias de los barrios pobres de
Guadalajara entre 1986 y 1989: tres años cruciales en lo que se ha
denominado "la crisis mexicana". 5 La gran mayoría de estas
familias eran de migración reciente a la ciudad y sus miembros laboraban, sobre todo, en actividades con características de "informalidad". Un tema central en la investigación era el de las
identidades colectivas: cómo la gente construía un sentido de
pertenencia y participación respecto de colectividades de distinto tipo. Por medio de entrevistas abiertas e historias de vida, se
trató, asimismo, de definir la variedad de visiones sobre la capacidad del individuo en cuanto agente social en el contexto de los
distintos grupos de referencia. Sintetizaré la información en cuatro
contextos: familiar, laboral sindical, religioso y de vecindario.
El contexto familiar
Sobre la familia extensa, patriarcal, autoritaria y corporativa de
nuestro país ha corrido mucha tinta, aunque los análisis no siempre son
muy consistentes (y a veces se cae en estereotipos). Existe consenso
sobre la gran importancia que en el mundo campesino ha tenido la
unidad doméstica ampliada como organizadora, a la vez, de
la producción y el consumo, e, incluso, de la distribución de sus
miembros en mercados de trabajo locales y distantes. También nos
consta que, en los procesos migratorios rural-urbanos, la familia
extensa funciona como un auspicio u organización puente en la
obtención de vivienda y empleo, y que puede reconstituirse como
centro organizador del trabajo productivo y del consumo (Lomnitz
!í Los resultados in extenso de esta investigación aparecerán en un libro que
preparo en colaboración con mi coctnógrafa Renée de la Torre (La ciudad ambigua.
Inserción urbana y cultura popular en Guadalajara). Véase también De la Peña y De la
Torre, 1990 y 1992, y De la Peña, 1990 y 1992.
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ESTRUCTURA E HISTORIA
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y Pérez Lizaur, 1984; De la Peña, 1984). Todo esto apuntaría a la
persistencia de un corporativismo familiar propiciado por la necesidad de cooperación estrecha en una situación de recursos escasos; ahí, las opciones de los individuos, y en particular de las
mujeres y los jóvenes, se verían drásticamente limitadas. Sin embargo, los datos de Guadalajara muestran que, por el fuerte control
que ha existido sobre la vivienda y el suelo urbano por parte del
capital inmobiliario, los miembros de las familias extensas tienden
a dispersarse por toda la ciudad y a debilitar sus vínculos de
cooperación. Las excepciones las encontramos en ciertos tipos
de pequeños negocios familiares expansivos -por ejemplo, talleres de
calzado o puestos de fabricación y venta de alimentos caseros-,
que tienden a reclutar como fuerza de trabajo a los vástagos e hijos
políticos de ambos sexos y, a veces, a sobrinos y primos cercanos y
lejanos. Lo interesante es que en estos negocios no necesariamente
se reproduce la autoridad patriarcal en forma estricta: se reconocen ámbitos de competencia femenina; a veces, la coordinación
general de actividades está en manos de una mttjer y no es infrecuente que se estimule a los más jóvenes a que estudien y busquen
mt:jores empleos.
Por otra parte, la mayoría de los hogares nucleares presenta
una fuerte cohesión y organización interna; pero no son unidades de producción y consumo, sino, fundamentalmente, de consumo, y tienen como una de sus funciones apoyar a los jóvenes en
su carrera vital; la expectativa recíproca es que los hijos apoyen
a sus padres en la ancianidad (González de la Rocha, 1986). Existe,
e hijas pueden tener
en muchos casos, la conciencia de que h~jos
alternativas de trabajo interesantes, incluso fuera de Guadalajara y del país -ir por dólares "al norte", con o sin papeles, se ha
convertido en una suerte de rito iniciático para los varones-, y
que tratarlos con excesivo autoritarismo es contraproducente.
Así, la presencia de una familia consolidada y protectora suele
estar correlacionada en los informantes con una visión relativamente positiva (aunque no idílica o ingenua) de las capacidades
individuales propias; mientras que quienes carecieron desde
edad temprana del apoyo familiar tienden a interpretar la vida
en términos de "la buena o la mala suerte" o la presencia o ausencia
de patrones.
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TRANSFORMACIONES SOCIALES Y ACCIONES COLECTIVAS
El contexto laboral-sindical
En contraste, el ámbito laboral -si no está mediado por la protección de una familia fuerte- no genera por sí mismo, en la mayoría
de nuestros entrevistados, visiones optimistas o individualistas.
Carentes de credenciales educativas y destrezas especializadas,
saben que les es muy difícil conseguir un buen empleo en empresas
formales, a menos que utilicen mecanismos clientelares. Sus actividades más frecuentes son como trabajadores eventuales no calificados (en la construcción o en negocios pequeños) y como independientes. En ambos casos requieren el patronazgo sindical o
priista. Los vendedores ambulantes y los tiangueros, por ejemplo,
para tener acceso a un mercado callejero o simplemente para no
ser molestados por la policía, deben afiliarse a una de las centrales
sindicales oficiales o a un organismo dependiente del Partido
Revolucionario Institucional; lo cual, en la práctica, significa pagar
cuotas y "derechos" a los delegados y asistir a los actos partidistas.
Igualmente, la continuidad en el trabajo de un albañil depende del
pago de cuotas a un delegado. De manera semejante, los dueños
de pequeños talleres o tiendas, so pena de ver sus negocios clausurados por huelgas ficticias, deben firmar un supuesto contrato colectivo
con una central priista y pagar una fuerte suma de dinero.
Normalmente, los vínculos de esta clase no producen sentimientos de pertenencia sino de hostilidad, pero, a veces, el acercarse amistosamente a un delegado puede reportar beneficios tangibles (aunque quizá más reducidos en esta época de "crisis" que en
años anteriores): desde atención médica gratuita hasta viviendas
subsidiadas; y un tallerista o pequeño comerciante que tiene con-.
flictos reales (vgr. con sus empleados o con acreedores) puede
solucionarlos si cuenta con la benevolencia de los testaferros sindicales. En esos casos puede hablarse del surgimiento en los ámbitos
laborales de identidades de cuño corporativo y clientelar que
funcionan como refuerzo de la hegemonía de un grupo gobernante que sigue legitimándose como benefactor, no de la sociedad en
general, sino de personas y grupos en particular. 6
ü Véase el análisis que hace Susan Stokes (1991) de los procesos hegemónicos
entre los pobladores de una barriada limeila.
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ESTRUCTURA E HISTORIA
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El contexto religioso
Los datos sobre el contexto laboral en Guadalajara no sorprenden
-resultan muy parecidos a los que pueden encontrarse. en muchas
partes de México-; en cambio, el mundo religioso presenta cierta
novedad, por la variedad de grupos y situaciones y por la intensidad de la participación de la gente. Hablaré de cuatro tipos de
grupos o asociaciones; dos de ellos tienen fuertes características
corporativas y autoritarias, mientras que los otros dos son de
índole voluntaria.
Destacan, en primer lugar, en el perímetro tapatío, las asociaciones parroquiales de Acción Católica, presentes en los barrios
más viejos. Su vitalidad suele depender de un liderazgo clerical
carismático, que puede llegar a tener injerencia directa en la vida
social y recreativa de los feligreses e, incluso, en la gestión de
empleos y servicios urbanos. El párroco, entonces, puede convertirse en una especie de cacique citadino que, mediante sus organismos o directamente, vigila el orden e impone sus opiniones. 7
Curiosamente, este tipo de asociación católica tradicional tiene
fuertes similitudes con las asociaciones evangélicas de corte pentecostal, cuyos liderazgos son igualmente centralizados y prepotenexiste una famosa iglesia pentecostal, la Iglesia
tes. En Guadl~jr
de la Luz del Mundo; ésta, con la protección explícita del PRI,
controla el acceso y la gestión de servicios en varias colonias
populares. Más todavía, ejerce un sistema de vigilancia tan eficaz
que esas colonias se convierten en enclaves totalitarios, donde se
controla hasta la forma de vestir de las mujeres (De la Torre y
Fortuny, 1991). Tanto en esta iglesia como en las parroquias tradicionales se crean identidades exclusivistas e integristas: se parte de
la premisa de que la asociación religiosa y sus autoridades tienen
el derecho y la obligación de influir e, incluso, intervenir directamente en todas las actividades de sus afiliados. Otro es el caso en
7 Está aún por escribirse la historia de la Acción Católica en México en la época
contemporánea (es decir, después del conflicto religioso de las décadas de 1920 y
1930). Para Gramsci, en Italia, esa poderosa asociación era un verdadero partido
de la Iglesia: un "príncipe moderno" clerical. En México, creo que debe entenderse
como un organismo corporativo de dimensiones nacionales paralelo al l'Rl y con
funciones análogas a éste. Cfr. Díaz Salazar (1991: 293-300).
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152
TRANSFORMACIONES SOCIALES Y ACCIONES COLECTIVAS
las iglesias protestantes "históricas" -luteranas, metodistas, presbiterianas-, que fomentan la discusión razonada de la Biblia y distinguen claramente entre la esfera religiosa y otras dimensiones de la
vida. Pero estos grupos protestantes son muy escasos en Guadalajara.
El cuarto tipo de grupo al que me voy a referir está formado
por las comunidades eclesiales de base. Son también grupos de
discusión bíblica; pero con la peculiaridad de que buscan aplicar
las enseñanzas de la Escritura a la solución de los problemas de la
vida cotidiana, y, por lo tanto, los discuten abiertamente: sobre lo
que pasa en las familias, en el barrio, en la ciudad, en el país, etc.
Surgieron en colonias populares nuevas e inevitablemente han
desembocado en movilizaciones de protesta y reivindicación urbana. Se organizan por manzanas y vecindarios; pero, en principio,
no rehúsan la admisión a nadie. Permiten y estimulan las opiniones
de todos los asistentes, por heterodoxas que parezcan; como en las
primeras comunidades puritanas de Nueva Inglaterra, la identidad
se construye con la participación activa y cuestionadora. Me atrevería a decir que son lo más cercano que encontré en Guadalajara
a un espacio público popular; pero el que sean abiertamente católicas
les resta universalismo y las vuelve vulnerables a los vaivenes de la
jerarquía. De hecho, la política oficial de la Iglesia en los últimos
diez años -preocupada por el pluralismo que se había creado en
su propio seno- ha conseguido disminuir la importancia de las
comunidades de base en favor de nuevas variedades de control
parroquial tradicional (cfr. Loaeza, 1991).
El contexto vecinal
Los grupos religiosos que he mencionado son, en efecto, organizaciones de barrio, y crean una identidad barrial, aunque subordinada
y condicionada por la afiliación religiosa; sin embargo, hay organizaciones que logran crear una identidad propia, válida en sí misma.
Eso pasó, al menos temporalmente, con algunas organizaciones vecinales derivadas de las comunidades eclesiales de base, que se constituyeron en alternativas frente a las juntas vecinales propiciadas por el PRI.
Han existido y existen muchas otras asociaciones, sobre todo
en zonas de poblamiento reciente, que han conjuntado esfuerzos
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ESTRUCTURA E HISTORIA
153
de participación democrática en la resolución de problemas apremiantes: la regularización de la tenencia de la tierra; los fraudes en
la venta de lotes; la defensa ante amenazas de desalojo violento; la
carencia o escasez de servicios. Un símbolo muy importante y
notorio de la participación, quizá más que las marchas espectaculares de protesta, son las jornadas de trabajo en común, 'que
funcionan también como espacios físicos de encuentro. No es
infrecuente que estas asociaciones sean intervenidas por partidos
políticos, por la Iglesia o, más recientemente, por el Programa
Nacional de Solidaridad; tampoco es raro que se desarrollen en
ellas ciertas prácticas clientelares; pero eso no necesariamente
conduce a su viabilidad externa o a su cooptación. Hay un caso de
asociación civil en una colonia que lleva veinte años negociando
con el ayuntamiento sobre el uso y administración de un gran
terreno, y hasta la fecha ha conseguido destinarlo a fines de
beneficio colectivo, que, además, han ido cambiando de acuerdo
con los intereses de los propios vecinos. Tras las explosiones del
22 de abril en el Sector Reforma -que destruyeron varios cientos
de viviendas y dejaron un saldo trágico de doscientos muertos y
más de mil heridos-, aparecieron varias organizaciones y algunas
fueron rápidamente cooptadas; pero otras guardaron su independencia y capacidad de crítica (Pérez, 1992).
En fin: sin caer en una idealización excesiva de las asociaciones
de barrio, y reconociendo que muchas de ellas se disuelven una vez
conseguidos sus objetivos materiales más inmediatos, debe valorarse su contribución a la creación gradual de identidades participativas. No sólo muestran que la defensa del "derecho a la
ciudad" puede tener resultados tangibles, sino que, además, proporcionan conexiones con grupos y espacios institucionales en los
que, explícitamente, se da importancia al cumplimiento de la ley y
al respeto a derechos humanos que trascienden las redes de protección particular.
REFLEXIONES FINALES
Comencé este ensayo refiriéndome a las características de la conciencia nacional en el modelo de la nación-Estado surgida en la
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modernidad europea. 8 Sostuve que ese modelo trató de ser
aplicado en México, sin éxito, por los gobiernos liberales decimonónicos. Prevalecieron el corporativismo tradicional, los corporativismos clientelares y, tras la Revolución, los corporativismos
auspiciados por el Estado y el partido oficial. Por ello, a pesar de
que existe el cliché de que los mexicanos somos muy nacionalistas,
el estudio de la identidad nacional en la vida cotidiana de las clases
populares resulta problemático, sobre todo, si se tiene en cuenta
que el propio discurso oficial vincula a la nación surgida de la
revolución de 1910 con la (muy frágil) legalidad constitucional.
Al hablar de identidad en un sentido social, me refiero al
sentido de pertenencia a una colectividad y a la aceptación práctica
de los valores que esa colectividad mantiene explícita o implícitamente. Ahora bien, me parece oportuno deslindar dos maneras en
que la identidad social puede construirse, con base en la conocida
distinción weheriana entre acción comunitaria y acción societaria
(en cuanto tipos ideales). Un sentido de pertenencia comunitario
implica la aceptación emocional de los valores del grupo, que se
confunden con las lealtades primordiales y son reproducidos por
símbolos y rituales obligatorios. En cambio, un sentido de pertenencia societario conlleva una aceptación racional de los valores
grupales, resultante del análisis de las relaciones entre medios y
fines, y reproducida mediante una práctica social en la cual esas
relaciones puedan constatarse e, incluso, evaluarse. El proceso de
formación de la nación -la construcción y valoración de la comunidad imaginada- requiere ambos tipos de aceptación. Empero,
cuando se habla de nacionalismo en un país como México, frecuentemente se destacan símbolos de índole vagamente comunitaria: se
alude a "nuestra gloriosa herencia prehispánica", al estandarte de
la Virgen de Guadalupe enarbolado por Hidalgo y Zapata o a la
difusión del icono de Benito Juárez y del mito cosmogónico de
la Revolución mexicana. Dejando a un lado el problema de si estos
símbolos realmente son eficaces (apenas si hay estudios al respecto),9 así como el de su manipulación por los grupos dominantes,
El texto clásico al respecto es el de Reinhard Bendix (1969).
Un esfuerzo reciente y loable que reúne puntos de vistas de disciplinas
diversas es la compilación realizada por Cecilia Noriega Elío (1992).
8
9
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ESTRUCTURA E HISTORIA
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falta examinar en qué podrían consistir los aspectos societarios del
nacionalismo mexicano, más allá de los derechos ciudadanos abstractos. En un artículo reciente, Claudia Lomnitz-Adler (1993)
proporciona una clave: interesa pertenecer a una colectividad
nacional cuando ésta se constituye en la garantía fundamental de
ciertos bienes inalienables dotados de utilidad tangible en la vida
cotidiana de la gente. Desde esta perspectiva, la identidad local (y
corporativa) vinculada, por ejemplo, a la propiedad comunal y los
puede convertirse en una mediación hacia la identidad
~jidos
nacional, siempre y cuando la vigencia de esos recursos se legitime
explícita y exclusivamente, en términos de la inserción de la comunidad en la nación (es decir, en términos no corporativos). Ése
puede ser el caso en ciertas comunidades rurales. En contraste, los
corporativismos creados por redes clientelares no implican, necesariamente, el acceso a bienes inalienables, ni tienen otra legitimidad que la derivada de la eficacia instrumental de los intermediarios (cfr. Friedrich, 1969; De la Peña, 1986). 10 Del mismo modo, en
el México urbano, y en el México rural que presencia el agotamiento del populismo agrario, la invención y recreación de identidades
locales expresan, tanto la posibilidad de fragmentación defensiva y
excluyente, como la de transposición de lo local a lo nacional.
En el estudio de Guadalajara aquí presentado, me interesó, en
particular, examinar las condiciones en que la participación en las
instituciones formales de la nación -esto es, la construcción de
un espacio público como bien inalienable- se llega a definir como un
requerimiento de las propias identidades locales. Una conclusión
de este estudio -que, por supuesto, debe verse como un mero
estudio de caso- es que las familias, las comunidades eclesiales de
base y las agrupaciones vecinales reivindicativas tienen la capacidad de transmitir simultáneamente la importancia de la solidaridad interna y de la búsqueda de derechos cívicos, en la medida en
10 Apenas es necesario decir que el clientelismo caciquil no pocas veces
pennea las relaciones formales de los ejidos y las comunidades agrarias y por ello
subvierte su función mediadora universalística respecto de la nación. Independientemente de ello, estudios como los de Ana María Alonso (1988) y Daniel
Nugent (1989) muestran que las comunidades campesinas poseen sus propias
versiones de la historia y legitiman el acceso a sus bienes en forma radicalmente
distinta de la pretendida por el Estado nacional.
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TRANSFORMACIONES SOCIALES Y ACCIONES COLECTIVAS
que estimulan la participación y el desarrollo individual de sus
miembros, precisamente, mediante el apoyo del grupo. Al cumplirse esta condición, la ciudadanía deja de ser un concepto abstracto
para encarnarse en beneficios individuales y grupales. El que esto
ocurra, sin embargo, no depende simplemente de decisiones voluntaristas y desvinculadas de las experiencias históricas de los sujetos,
sino de procesos específicos de toma de conciencia que nos remite
-de nuevo- a nuestra cuenta pendiente con la modernidad.
Defiendo, por ello, que los nuevos sujetos se construirán
"desde abajo": una tarea lenta, realizada en condiciones precarias
y difíciles; pero quizá de efectos más duraderos que los cambios
pactados por las élites políticas. Es significativo que, en nuestro
trabajo de campo, quienes eran capaces de articular respuestas
más coherentes a la pregunta "¿qué es ser ciudadano?" eran precisamente los miembros de grupos locales cohesivos y participativos,
independientemente del partido político por el que mostraran
simpatía. También es significativo que nuestros informantes que
declaraban que la nación era importante para ellos tenían la
experiencia de haber emigrado como trabajadores a Estados Unidos: allá constataban que el ejercicio de ciertos derechos básicos
(al trabajo, a los servicios, a no ser molestado por la policía ... ) se
vinculaba con la nacionalidad. Pero, entre ellos, los miembros de
las comunidades eclesiales de base usaban esta experiencia para
reafirmar la demanda del ejercicio pleno de los derechos ciudadanos aquí en México. Tal vez ahora sí estemos en vísperas de
inventar una identidad nacional mexicana digna de tal nombre, en
la cual el contexto de la globalización sea procesado mediante las
identidades locales abiertas a la búsqueda de la ciudadanía.
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