Potencia y acción: el testimonio en América Latina
Alejandra Oberti
Socióloga y Doctora en Ciencias Sociales
(Facultad
de
Universidad
Ciencias
de
Buenos
Sociales
Aires).
Se
desempeña como profesora en la Carrera
de
Sociología
de
la
Universidad
de
Buenos Aires, como directora del Archivo
Oral de Memoria Abierta e integra el
Instituto Interdisciplinario de Estudios de
Género de la Facultad de Filosofía y
Letras. Se especializa en Estudios de
Género
reciente
e
investiga
argentino.
sobre el pasado
Actualmente
es
Directora de la Carrera de Sociología de la
UBA.
El testimonio ha estado en el centro de mis preocupaciones desde hace casi dos
décadas. Creo firmemente que el relato de una experiencia de vida, de sufrimiento o de
un encuentro tortuoso con el poder ilumina de manera muy especial el modo en que
comprendemos las relaciones sociales. En la última década, a partir del trabajo del
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Archivo Oral de Memoria Abierta1 , me ha ocupado especialmente ―el testimonio de la
represión estatal y de la militancia política‖ en el pasado reciente argentino. Creo que
en relación a los estudios sobre memoria, el testimonio no constituye simplemente un
soporte entre otros, ni solo un tipo específico documental en el cual indagar. Su
existencia puntúa tanto ritmos y tiempos como la aparición de problemas y
explicaciones; también ha provisto nuevos modos de acercarse al proceso de
construcción de las identidades nacionales regionales, revisando memorias pasadas e
ignoradas como las memorias indígenas e inmigrantes, haciendo surgir problemáticas
soslayadas u ocultadas, olvidadas, como las desigualdades de largo aliento.
La mayoría de las reflexiones que expondré a continuación están basadas en la
experiencia de ese archivo, pero también influenciadas por otros proyectos que vengo
siguiendo con entusiasmo en los últimos tiempos.
Se trata en todos los casos de testimonios producidos en, para y de América Latina
y reflejan de diferentes modos la riqueza de colectivos y sujetos que insisten en narrar,
denunciar y sobre todo reflexionar sobre la vida cultural y política de nuestras
sociedades.
El potencial del testimonio
Un ejemplo es el Taller de Historia Oral Andina de Bolivia que anima la
socióloga Silvia Rivera Cusicanqui desde comienzos de los años 80.
1
Memoria Abierta es una organización que reúne organismos de derechos humanos de Argentina. Su eje
central de trabajo es preservar la memoria del terrorismo de Estado y de las experiencias precedentes de
activismo social y político. Preserva, recupera, cataloga y difunde las colecciones de las organizaciones
que la conforman. El Programa de Archivo Oral fue iniciado en 2001, y cuenta desde entonces con
entrevistas referidas, entre otras cuestiones, a distintas formas en que se desplegó la represión en centro s
clandestinos de detención (CCD) y cárceles como parte del sistema represivo implementado, se propone,
entonces, como un programa amplio de construcción de relatos que den cuenta del pasado reciente
argentino desde la perspectiva de quienes fueron sujetos de aquella experiencia. El Archivo, que es de
acceso público, produce testimonios orales filmados cuyo fin es documentar, estudiar e interpretar los
procesos históricos del pasado reciente argentino, en la actualidad cuenta con más de 900 testimonios
tomados a distintos actores sociales cuyos relatos muestran los efectos de la represión en sus vidas, y
reflexionan acerca de la persistencia y la percepción de estas marcas en sus prácticas y discursos hoy.
URL: http://www.memoriaabierta.org.ar/
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Se trata de un proyecto colectivo que se ha dedicado a recuperar ―la otra historia
de Bolivia‖ y cuyo trabajo ha resultado clave en el proceso de revalorización de la
identidad indígena. El taller tiene su origen en el intento de algunos intelectuales
aymaras de indagar ―qué hacían los indios en las distintas partes de la historia‖2 . Se
encontraron muy rápidamente con el primer obstáculo: en los archivos, hemerotecas,
bibliotecas apenas existían referencias o bibliografía que permitiera reconstruir la
historia desde el punto de vista de los excluidos. Dicen entonces que no tuvieron otra
opción que utilizar otros métodos. Empezaron por entrevistar a los mayores de las
comunidades, quienes habían protagonizado las luchas de los pueblos indígenas o las
habían oído transmitidas de generación en generación. Le siguieron los encuentros con
abuelos para rescatar la memoria, la historia oral de las luchas de las comunidades desde
principios de siglo contra el régimen de las haciendas. Y a partir de esas experiencias les
surge la certeza de que aquello que se puede elaborar a partir de la oralidad excede lo
que aparece en los textos, la subjetividad desplegada en los relatos es otra forma de la
información, dando fuerza al relato. A la vez, estos encuentros servían como espacios de
transmisión de experiencias de lucha para las nuevas generaciones. En su recorrido por
la intensa historia del taller, Rivera Cusicanqui señala que éste ―constituyó un ejercicio
colectivo de desalienación‖.3
De su mano redescubrí (digo redescubrí porque le encontré nuevos sentidos) un
texto del escritor argentino Jorge Luis Borges que quiero compartir con ustedes. Se trata
de un cuento de 1969 titulado ―El etnógrafo‖.
Relata Borges que un estudiante de doctorado de una universidad norteamericana
había sido inducido por su profesor al estudio de las lenguas indígenas y de los ritos
tribales de una sociedad de indios de la pradera. Los secretos de los brujos indios –una
vez analizados y vertidos en categorías aceptables para la comunidad científica–
permitirían al etnógrafo obtener el ansiado título doctoral y ganar un sitial de prestigio
en la estructura académica oficial de su país. Murdock, así se llamaba el etnógrafo en
ciernes, ensayó por dos años la aventura de convivir con la tribu de indios de la pradera.
Aprendió su idioma, ―se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó
a pensar de una manera que su lógica rechazaba‖. Su compenetración con la cultura y
2
3
Se puede consultar información sobre el taller en https://thoabolivia.wordpress.com/about/
http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2015/07/silvia-rivera-taller-de-h istoria-oral.html
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cosmovisión indígena fue tan profunda, que ―llegó a soñar en un idioma que no era el de
sus padres‖. Fue iniciado por el principal ritualista de la tribu. Este, al cabo de un largo
aprendizaje, le confió los secretos de su doctrina ancestral.
Cuando el estudiante Murdock retornó a la ―civilización‖ se presentó ante su
profesor para declarar que conocía los secretos de la cosmovisión indígena, pero que no
los revelaría a nadie. No escribió su tesis doctoral, se negó por el resto de su vida a
hablar de esas experiencias, y terminó convertido en oscuro empleado de la biblioteca
de YALE. Argumentando sobre su decisión, dijo: ―El secreto, por lo demás, no vale lo
que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos‖.
(Borges citado en Cusicanqui, 1987: 50)
Dice Rivera Cusicanqui:
El relato de Borges plantea con simplicidad el dilema epistemológico del conocimiento
del ―otro‖: la esencial intraductibilidad –lingüística y cultural– propia de una relación
asimétrica entre individuos y culturas cuyo horizonte cognoscitivo es diametralmente
opuesto. Pero al mismo tiempo, plantea el dilema ético que sacude a las ciencias sociales
contemporáneas: El conocimiento fetichizado y convertido en instrumento de prestigio y
poder, puede volcarse en contra de las necesidades e intereses de la colectividad
estudiada, y el investigador transformarse en agente inconsciente de su derrota o
desintegración. Develar y desnudar lo que se conoce del ―otro‖ –sea éste un pueblo
indígena, colonizado, o cualquier sector ―subalterno‖ de la sociedad– equivale desde esa
perspectiva a una traición. (Rivera Cusicanqui, 1987: 51)
Frente a esta posibilidad desesperanzadora, el silencio se convierte entonces en la
única forma de manifestar el compromiso ético con el grupo social estudiado, aunque
esta actitud pasiva no haga sino reforzar su clausura e intraductibilidad.
Hasta aquí la lectura de Cusicanqui que encuentra en el texto de Borges esa
paradoja que acompaña de manera dilemática muchos de los debates en torno a la voz
de los sectores subalternos en las ciencias sociales: asumir la voz del otro y erigirse en
representante u optar por el silencio, dejar que el otro hable por sí mismo, reforzando el
aislamiento. Esta paradoja –que por supuesto no es una novedad que trae Rivera
Cusicanqui sino que está presente en los debates sobre la subalternidad desde los años
70, en los discusiones acerca del relativismo cultural o en el contrapunto de Gilles
Deleuze y Michel Foucault en contra del concepto de representación en el marxismo-
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implica un desafío de primer orden para la historia oral y para pensar el estatuto del
testimonio en América Latina.
Me interesa en este punto retomar algunos aspectos de esa polémica. Michel
Foucault ha contribuido al debate acerca del statu de la alteridad en las sociedades
contemporáneas a través de una crítica sostenida al sujeto moderno. Analizó los flujos
de poder que silencian a los sujetos, pero a la vez se concentró en la búsqueda de las
condiciones para que los sujetos hablen ―por sí mismos‖. En consecuencia la tarea de
los intelectuales es generar las condiciones para que estas voces sean conocidas. De este
proyecto se desprende una posición respecto del papel de los intelectuales que
desarrolló junto a Gilles Deleuze. En la
conversación entre ambos Foucault sostiene
que ―los intelectuales han descubierto, después de las recientes luchas, que las masas no
los necesitan para saber; ellas saben perfectamente, claramente, mucho mejor que ellos;
y además lo dicen muy bien‖ (Foucault y Deleuze, 1992).
Gayatri Spivak (2003) publicó el ensayo ―¿Puede hablar el subalterno?‖ en 1988
y en abierta confrontación con los planteos de Foucault y Deleuze. El texto, ya famoso,
se encarga de hacer explícitas sus dudas sobre el modelo teórico elaborado estos
pensadores franceses en el punto crucial acerca del rol de los intelectuales como
habilitadores de la palabra del otro, especialmente cuando ese otro es un no europeo.
Spivak centra su crítica en el tipo de sujeto que se articula en la obra de Foucault y
Deleuze, el problema de la representación, la relación de los sujetos con el deseo y la
ausencia de una teoría de la ideología. En ese sentido, señala que el procedimiento de
destacar determinadas características para definir a un sujeto particularizado y otro con
respecto a quien lo define —más allá de que los atributos seleccionados sean adecuados
o no y más allá de que sean positivos o negativos— señala un modo etnocéntrico de
pensar la política y los sujetos de la política, independientemente de que se lo haga de
modo benevolente. En oposición a este modo de pensar la alteridad, Spivak rescata la
utilidad de las conceptualizaciones de Jacques Derrida quien propone una búsqueda que
consiste en analizar los mecanismos por los cuales ese otro se constituyó en un
particular, antes que en buscar comprender su esencia (Spivak, 2003: 338).
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Creo que de alguna manera el texto de Borges ofrece algo que permite ir más allá
de la polémica y adentrarse en el terreno que proponen quienes como Silvia Rivera
Cusicanqui llevan adelante proyectos intelectuales en el seno de las comunidades
subalternizadas: quiero quedarme con la respuesta de quien finalmente terminaría como
bibliotecario: ―El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me
condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos‖. (Borges citado en Cusicanqui, 1987:
50)
Me pregunto entonces, qué quiere decir andar los caminos. Y qué papel puede
tener la historia oral y la construcción de colecciones de testimonios para andar esos
caminos.
Llegan a nosotros dos modalidades o dos tradiciones del testimonio. Por un lado,
el modelo europeo construido en torno a la denuncia de los crímenes del nazismo y la II
Guerra Mundial. Por otro, la experiencia latinoamericana de los años 60 a 80, cuando
se genera todo un movimiento testimonial que se filtra en el cine documental, en la
literatura y que tiene en su corazón la denuncia de las desigualdades. De este tipo de
testimonio, quiero citar como ejemplo uno que es paradigmático: él testimonio de
Rigoberta Menchú. Me interesa, por lo que cuenta, pero sobre todo me interesa la
controversia que se generó en torno a figura de la joven maya y al papel de Elizabeth
Burgos Debray (Burgos Debray y Menchú, 1983) en su construcción. Una serie de
preguntas animaron ese debate y orientaron la interpretación del relato hacia la figura de
la ―doble autoría‖: ¿es posible que las palabras de Menchú fueran gravemente
distorsionadas? ¿Quién es la autora del relato? ¿Quién es testigo: la que vivió, vio y
contó solamente? ¿De qué habla ese testimonio, de lo que le sucedió a Rigoberta
Menchu y a su familia o de lo que le podía suceder a cualquier integrante de esa
comunidad? La recepción del testimonio de Menchú ha tenido así una vida bifurcada.
Por un lado, el aporte fundamental de la entrevistadora y la influencia de la escena
armada para la situación de entrevista ha llevado a algunos analistas a ―sospechar‖ de la
validez de ese testimonio. Pero por el otro, ha sido considerado fundante de un modo
―progresista‖ y solidario de entender la relación entre ―intelectuales comprometidos‖ y
sujetos sociales ―marginales‖.
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Rigoberta Menchú narra las penurias de su aldea, asume su condición de testigo
para narrar el dolor de su comunidad en nombre de una etnicidad que ha sido privada de
la palabra. Uno de los ejes en discusión es si esta narración es efectivamente expresión
de un posicionamiento étnico o un proceso de pensamiento mestizo. Este punto es de
gran importancia ya que refiere a la hibridez característica del testimonio, que se
expresaría en este caso en la adopción de elementos culturales de otros por parte del
sujeto que enuncia, y que se muestran de manera implícita o explícita en su relato. Otro
eje central de la controversia en torno a este testimonio es su adhesión y la de su familia
al Ejército Guerrillero de los Pobres, lo cual estaría presuponiendo que la narradora no
constituye una ―víctima en estado puro‖ sino que sus acciones -y por lo tanto su relatoestán impregnados de decisiones estratégicas. 4
El debate ha dejado preguntas claves que refieren a qué es lo que actualizan este
tipo de narraciones ¿son contenidos específicos? o ¿es el posicionamiento del testigo en
tanto tal? Se trata de cuestiones que refieren a la legitimidad de quienes prestan
testimonio y que preocupan a la hora de considerar estos relatos como materiales para el
trabajo de elaboración del pasado.5 Muestra una encrucijada entre la legitimación del
testimonio y la palabra subalterna en los años 60 y 70 y la denuncia de las violaciones
de derechos humanos y la represión dentro del proceso de institucionalización
autoritaria y disciplinamiento de las masas latinoamericanas (Bacci y Oberti, 2013).
Insisto, lo que más incomoda de este testimonio no es que diga la verdad o que
mienta, sino el uso estratégico que hace de él la propia testigo. Esto se ve con mucha
intensidad en el cono sur, en la actualidad. Los testimonios referidos a la violencia
política de las últimas décadas, incluso cuando denuncian la violencia estatal, vuelven
una y otra vez sobre las relaciones de poder y las resistencias sociales. Es así que el
testimonio ha profundizado la reflexión sobre ese pasado al recuperar los proyectos
políticos que tuvieron como horizonte de expectativas la transformación radical de las
sociedades, constituyendo así un lugar donde se exponen de manera privilegiada -entre
otras- tres cuestiones que considero esenciales. En primer lugar, el reconocimiento de la
4
.- Luego de la aparición del testimonio de Rigoberta Mench ú se publicaron numerosos textos que lo
analizan. Cfr. entre otros, los publicados en el número 36 de la Revista de Crítica Literaria
Latinoamericana (1992) y el de Latinoamericana (1992) y cuestiona la veracidad del relato de Rigoberta.
5
.- Sobre el testimonio y su relación con la verdad, cfr. también el texto clásico de Shoshana Feldman y
Dori Laub (1992).
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que la violencia estatal y política tuvo como víctimas a militantes y activistas
revolucionarios, a sujetos políticos que con su actividad sindical, social estudiantil
planteaban serios desafíos de distinto al orden impuesto o que se buscaba imponer desde
el Estado y los sectores de poder político y económico; en segundo lugar, la relación
entre las desigualdades contra las cuales se luchaba en el pasado y a la vez las
desigualdades presentes y por último, las concepciones (en ocasiones instrumentales) de
la política y de los sujetos de la política en los propios proyectos revolucionarios.
En consecuencia, la pregunta que quiero rescatar no refiere a los contenidos
específicos sino a los sujetos involucrados en el testimonio: ¿Desde quién y para quién
se producen estos relatos? ¿De quién es la iniciativa? ¿Quién anima el proyecto de
memoria?
Encuentro diferencias sustanciales en los casos en que las iniciativas provengan
del Estado y sus instituciones, los familiares de las víctimas o víctimas, movimientos
sociales o políticos. Los productores en caso le imprimirán sus objetivos, alcances y
limitaciones. Por ejemplo, el uso de la memoria y de la historia oral por parte de
comunidades, grupos y personas afectadas por la violencia estatal, tiene múltiples
objetivos: el reconocimiento de la victimización, la búsqueda de la verdad, el
juzgamiento y la condena de los perpetradores y la reparación; pero también un énfasis
central en la apropiación del pasado que adquiere nueva vida al ser el fundamento
central de la identidad cultural y política, y fuente de radical critica a las sucesivas
formas de opresión y desigualdades.
En ese marco los proyectos de archivo oral pueden constituir un intento de poner
en práctica las exigencias de recuperación histórica de las comunidades de afectados y
el papel de quienes los promueven desde el Estado o instituciones académicas es del
aliado estratégico y en ese sentido puede ser fundamental pero en ningún caso
subordinar el proyecto a sus intereses. Es indispensable respetar las exigencias éticas de
las comunidades, con quienes se definen las metas, tareas y formatos de la
investigación; hacer todos los esfuerzos para superar las brechas de comunicación
habituales; proceder a la devolución sistemática de los resultados permite que la
fidelidad de la información recogida sea evaluada en términos también de los intereses y
percepciones de quienes dan sus testimonios.
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Todo esto no significa asumir ingenuamente que estamos dando voz al otro y que
estamos con eso constituyéndonos en representantes de quienes no tienen voz. Tampoco
que debemos ―dejar que el otro hable por su mismo‖. Vuelvo sobre la crítica de Spivak
citada unas páginas más atrás. Se trata de aceptar que ese otro hable dentro del texto
propio, ―como un espacio en blanco‖ que ―vuelva delirante‖ (Spivak, 2003: 340) el
discurso propio.
Significa, entonces, asumir el desafío de poner al servicio de quienes han sufrido
diferentes formas de victimización saberes y recursos, asumiendo que el daño existió y
que debe ser reparado. A la vez, implica asumir las consecuencias de escuchar con
atención lo que el otro quiere decir, cuándo y cómo quiere decirlo y de qué modo ese
relato puede y debe circular. Esto significa estar abiertos a construir el relato con y para
el otro. También aceptar que el riesgo de dejarse perturbar por el discurso de otro. Creo
que esto es lo más difícil. Aceptar que no vamos a escuchar lo que queremos escuchar.
Que las categorías con las que tratamos de definir a quienes entrevistamos se salen de
molde y que alteran nuestro sistema de pensamiento.
Quiero mostrar un breve fragmento de una entrevista del Archivo Oral de
Memoria Abierta.
La abuela Carmen era una india que había zafado del reparto de los indios a las estancias,
porque cuando Roca termina su famosa campaña los sobrevivientes iban a las grandes
estancias como mano de obra esclava. Y mi abuela tiene un destino distinto porque una
familia la adopta. El pueblo de Lobos estaba rodeado de grandes estancias, había muchos
franceses y un matrimonio francés la toma a mi abuela, la adopta, con papeles y le da el
nombre. […] Cuando mi abuela se enamora de Barreiro… mi abuelo era esos hombres
que llevaban los carretones y estaban varios meses en el campo. Eso era el abuelo y era
extremadamente pobre, miserable. Entonces se conocen con la abuela Carmen y se
enamoran y ahí vuelve a repetirse la historia, se casan, pero antes de casarse la familia,
que se oponía al casamiento, la echa y la desheredan.
Yo en mi ignorancia creía que desheredar era quitarle la herencia material. Y no. Era
quitarle el nombre más lo material. Entonces eso es lo que hicieron con la abuela Carmen,
le quitaron el nombre. Es decir, a ella en la repartija de los indios ya le habían quitado su
nombre verdadero, le vuelven a poner otro nombre y se lo vuelven a quitar. Entonces
¿quién hace el trabajo sucio de volverle a poner un nombre? La Iglesia. Entonces ya acá
tenemos que enlazar la cuestión de la identidad como un castigo de los poderosos, ¿no?
Porque primero es Roca […] mi abuela es regalada y después de años se queda de nuevo
sin nombre. Y ese es el juego de los poderosos, porque quien iba a decir que dos vidas
después los militares iba a quitarle la identidad a los hijos de las desaparecidas. Entonces,
que fuerte que es la identidad. En esa época no había un estudio de la psiquis. Cuando a
mi abuela le quitan la identidad, que era en mil ochocientos y pico, no había un estudio,
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pero cómo se sabía que te podían destruir quitándote la identidad. Y entonces sucede un
hecho que hace que a mi padre lo dignifique, a su primera hija mujer, él le pone Carmen,
aunque no tenía una buena relación con su madre. Él nunca contó la historia […] se ve
que lo debe haber humillado ese despojo del que fue objeto la madre, entonces él le
devuelve, hace una devolución reparadora. Que fuerte que es la identidad y hoy estoy
buscando a mi nieta. Y yo digo, tiene que ver con el poder, no es casualidad que en una
familia suceda dos veces. Es el manejo del poder con el sometido. 6 (Memoria Abierta,
2007)
Las entrevistas de nuestro Archivo Oral están centradas en la experiencia de los
años 70 y la dictadura. Desde los primeros momentos, el proyecto era sumamente
cuidadoso en tratar de enmarcar claramente que los temas a tratar en el marco del
testimonio refieren a las militancias y la represión del terrorismo de Estado. En líneas
generales, cuando aparecen otros temas, quien conduce la entrevista reencauza el relato
delicadamente hacia los temas y problemas que aborda el archivo.
Esto es un ejemplo de asumir el riesgo de dejar que quién está dando el testimonio
sea quien conduzca el relato. Aparentemente Ledda Barreiro se va hacia un tema de la
historia familiar que no tiene que ver directamente con el problema en cuestión. La
experiencia de quien está entrevistando y la confianza depositada en la testimoniante
genera una narración de hechos entrecruzados con una reflexión que enlaza diferentes
pasados y que produce una explicación sobre el problema de las identidades a través de
una cuestión delicada como es la apropiación de hijos e hijas de los desaparecidos por
parte de las fuerzas represivas.
Recorrer los caminos es también lo que hace la generación de los hijos de los
militantes. Una generación que ha sido capaz de producir una diversidad de
intervenciones
artísticas,
políticas
y
de
preguntas
que
asumen
diferentes
posicionamientos en relación a los años 70. Nos encontramos por ejemplo con un
corpus extenso de producciones de jóvenes (la segunda generación) que toman el relato
testimonial de los años 70 y elaboran interrogaciones sobre la militancia que al atravesar
las generaciones, se desplazan: los cuestionamientos acerca de la vida cotidiana,
preguntas por los sentimientos, las sensibilidades, los lazos familiares desintegrados. En
ese sentido, implican un trabajo con el pasado que toma en cuenta el futuro.
6
Ledda Barreiro vive en Mar del Plata. Fue militante política y junto con su marido estuvieron detenidos
desaparecidos en el centro clandestino La Cueva (Mar del Plata). Es integrante de Abuelas de Plaza de
Mayo. Su hija, Silvia Muñoz y su compañero, Gastón Larrieu, están desaparecidos desde 1976. Silvia
estaba embarazada y Ledda busca incansablemente a su nieto.
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Los relatos y las generaciones
A modo de ejemplo, me interesa mostrar el modo en que aparecen estas
cuestiones en un relato testimonial referido a la militancia revolucionaria de los años
setenta en Argentina. Prestaré atención a una zona del testimonio que considero
especialmente relevante: las dimensiones de los proyectos revolucionarios relativas a la
vida cotidiana, la afectividad en las relaciones personales, las relaciones con los hijos y
las políticas destinadas a dirigir y educar cuerpos y afectos para la emergencia de
―nuevos‖ sujetos revolucionarios que si bien ocupaban un lugar en las discusiones de
los años setenta lo hacían siempre de manera lateral o subordinada a cuestiones
consideradas principales. El escenario que compone el vínculo tensionante entre
militancia y vida cotidiana se completaba con la determinación de que los hijos serían
los hombres nuevos del mañana y los verdaderos destinatarios de todo este proceso. Las
referencias en la prensa y en los documentos de las organizaciones de izquierda de
aquellos años son muchas y todas convergen en valorar positivamente el trabajo de traer
al mundo, criar y cuidar a las nuevas generaciones, siempre que esto se produjera
estrictamente en el marco de la familia militante (Oberti 2006, Bacci y Oberti, 2014).
Porque la revolución era sobre todo una promesa para el mañana, tener hijos y pensar en
cómo vivirán ellos en la sociedad imaginada era una condición de la certeza de que la
revolución triunfaría. Mientras tanto, los hijos e hijas reales acompañaron la militancia
de los modos más diversos.
Antes de citar el testimonio, necesito mencionar un texto que trabaja esta cuestión
desde la literatura. Se trata de El libro de Manuel (1972), la novela donde Julio Cortázar
narra la historia de un grupo de latinoamericanos que se encuentran en París y planifican
un secuestro político a través de un relato ficcional que se entrelaza con noticias
periodísticas, denuncias referidas fundamentalmente a la realidad política y social
sudamericana, informes de tortura.7 Cortazar quiso mostrar en este texto algo de la
7
.- Según explica Cortázar, son las noticias que iba leyendo a medida que escribía. La incorporación de la
situación contemporánea al momento de la producción de la escritura produce un efecto de ―realidad
mostrada‖ y tiene un resultado pedagógico. Mientras los integrantes del grupo oscilan entre actitudes
lúdicas y visiones de la militancia más rígidas, el texto se compromete con una perspectiva de la
revolución que incluye el humor, el erotismo y el juego como elementos centrales y, en ese sentido, se
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tensión entre militancia y vida cotidiana y para ello es central la figura omnipresente del
niño para el cual, a la vez, se hace la historia y se la narra. El niño Manuel —cuyos
padres son protagonistas de los sucesos narrados y lo hacen participar de las reuniones
militantes pasando de regazo en regazo— es el destinatario del libro - collage que su
madre inventa y todos nutren, construyéndole una herencia y lo es también del texto de
Cortázar. El libro es de Manuel y para Manuel, ese niño que todos aceptan y con el que
conviven durante la planificación de ―la joda‖, tal como es calificado el secuestro que
llevan adelante. Manuel constituye un lugar de articulación entre vida cotidiana y
política no sólo por su presencia en la novela, si no por el modo en que los integrantes
de grupo militante se hacen cargo de su cuidado y su ―educación revolucionaria‖. La
pedagogía destinada a que Manuel se forme como el hombre nuevo del futuro
imaginado es a la vez un puente tendido entre literatura y política de modo tal que los
lectores se transforman también en receptores de ese discurso.
Hacia el final de la novela cuando se produce el estrepitoso fracaso de la
operación, dos personajes discuten acerca de qué hacer con los recortes que quedaron
desordenados, cómo continuar:
-No se ve por qué de golpe tanto fervor compilatorio.
-Yo diría que por Manuel, hermano.
-¿Y qué carajo tiene que hacer Manuel a estas alturas?
-Todo, viejo. Parecería que estamos perdiendo el tiempo con tanto papelito,
pero algo me dice que hay que guardárselos a Manuel (id: 394).
La revolución en la cual están comprometidos estos militantes es un legado para
esa generación futura que está representada por el niño. Por eso mismo, todos son
responsables, y de hecho continúan, construyendo el libro – herencia. La educación de
Manuel configura un modelo, que Cortázar ofrece al lector, de entrecruzamiento de lo
cotidiano y la revolución que involucra directamente a la descendencia. El Libro de
Manuel constituye en cierta medida un ―documento de época‖ en tanto muestra y a la
vez produce una reflexión acerca de la militancia.
Desde esa voz literaria que adelanta promesas de herencias y legados se puede
leer, ahora sí, el fragmento prometido:
puede interpretar como una crítica a las izquierdas latinoamericanas de entonces. Cfr. Nicolás Rosa
(2004) y Héctor Schmucler (2004).
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Cuando nace Ana va a estar una semana sin nombre porque en realidad yo creía
que era un varón y le iba a poner Federico que era el nombre que quería Hugo.
Estoy una semana internada porque no quiero salir y el médico al final me dice ‗yo
ya no sé qué excusa poner para tenerte internada‘ y me voy con mi bebe, que es
una bebe hermosísima, a la que le pongo Ana que era mi nombre de guerra cuando
yo vivía con el Flaco. Es decir que yo me despido de mi nombre porque yo ya ahí
pido un traslado para La Plata, yo ya no iba a usar ese nombre, Ana se había ido
con el Flaco, así que yo le pongo a ella Ana. Bueno, ahí va a empezar otra etapa de
mi vida.8
A la hora de elegir el nombre para un hijo o una hija se ponen en juego distintas
cuestiones que van desde deseos y gustos hasta negociaciones de todo tipo. La tradición
de la familia moderna, burguesa, que indica que el hijo, especialmente el primogénito,
lleve el nombre del padre; los homenajes a familiares y amigos, muertos o vivos según
la pertenecía religiosa o comunitaria de la familia; la adaptación amorosa de la tradición
cuando se nombra a la hija con el nombre de la madre o el del padre; las versiones
politizadas que indican poner nombres alegóricos a los niños o nombres que
homenajean a los personajes de la historia y la política. ¿Qué de todo esto o qué nuevo
aspecto se jugaba en esta decisión? ¿De dónde viene ese nombre? ¿Hace serie con la
gran cantidad de niñas que se llaman Eva, Libertad o Victoria?, ¿de niños llamados
Ernesto o Camilo? Más adelante, cuando esta tradición se continuó en el uso recurrente
de los nombres de los compañeros caídos, muchos niños fueron llamados, por ejemplo,
Marcos (por Osatinsky). Si tradicionalmente ponerle a un hijo el nombre del padre
constituye una manera de establecer un lazo, de reforzar la incorporación a la familia ya
dada por el apellido y de proponer la continuidad del padre en el hijo, pero ¿qué tipo de
lazo se propone cuando se le pone a una hija el nombre de guerra de la madre?
Un nombre asociado a la militancia clandestina, un nombre que se usa
exclusivamente con los compañeros políticos, en las acciones, en el frente al cual se
pertenece y es símbolo cabal de la doble vida de los militantes es utilizado por esta
Sandra U. para nombrar a la hija.
8
.- Memoria Abierta (2010). Testimonio de Sandra U (pseudónimo). La Plata. El testimonio corresponde
a una militante de Montoneros nacida en la Plata en 1950. Tuvo una militancia fundamentalmente barrial
en las ciudades de La Plata y Mar del Plata hasta el momento en que su pareja fue asesinado por la Triple
A en junio de 1975. Sandra estaba entonces embarazada y regresó a la casa paterna, donde dos meses más
tarde nacería su hija. A partir de ese momento se incorporó a la estructura de la organización y militó en
La Plata. Tras la muerte de dos de sus primos sus superiores decidieron su pase a la clandestinidad. Al
producirse el golpe de Estado de 1976, militaba en Buenos Aires junto a su segundo compañero que está
desaparecido desde diciembre de ese año. Sandra atravesó un exilio interno en Jujuy hasta que en 1979 se
fue del país para regresar a fines de 1983.
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Las circunstancias que llevaron a que esta militante elija ese nombre están
atravesadas por la muerte, la pérdida y los desplazamientos geográficos. Ella tiene que
despedirse del alias y con él de su identidad anterior. También se despide de otras cosas:
su pareja asesinada, el lugar donde vivía, el barrio donde militaba. Pero la forma de
hacerlo es por demás significativa ya que pone en movimiento una herencia densamente
cargada de significaciones.9 Al darle a la niña ese nombre condensa de manera ejemplar
el modo en que se articulan para las militantes lo personal y lo político, la vida privada y
la vida pública. Sandra no es una militante que además es madre o una mujer que tiene
hijos y comienza a militar. En Sandra, madre/mujer/militante componen un sintagma
complejo, fragmentario y dividido que, sin embargo, constituye una identidad que se
vuelve coherente por la propia práctica militante. 10 Esa tensión entre una identidad
dividida que se unifica mediante las prácticas de la actividad política es recurrente en
los relatos de mujeres militantes.
El testimonio de Sandra U. es un ejemplo de cómo lo personal y lo político se
superponen. El tiempo transcurrido entre aquellos años y la narración permite que esas
tensiones se muestren plenamente porque los sujetos que narran, como plantea Paul
Ricoeur (1999b), son y no son los mismos Su disposición al relato muestra la pasión por
aquel tiempo, la disposición a cambiar el mundo y junto con su voz trae los discursos de
otros, los otros discursos que vienen en su auxilio (Bajtin, 2001).
En ese marco el gesto de ponerle el nombre de guerra a la hija —acto que
circunstancialmente puede ser explicado como un homenaje y una despedida al
compañero asesinado que era el padre de esa niña— toma un sentido más pleno, porque
se religa con la necesidad de construir el hombre nuevo. Habla de una potencia
multiplicada porque es a la vez la potencia de dar a luz a la niña y en el mismo acto al
hombre nuevo. Una autoafirmación que se despliega a través de la maternidad no ya
9
.- Sigmund Freud señala que la más temprana exteriorización de la relación afectiva con otra persona se
produce por medio de un mecanismo al que denomina identificación. Un proceso que se produce al tomar
la figura del padre como modelo, como ideal: ―la identificación aspira a configurar el yo propio a
semejanza del otro, tomado como «modelo»‖ (Freud, 1921: 100).
10
.- Ciertamente esta característica no es exclusiva de la militancia, por el contrario, se puede señalar que
las identidades personales están invariablemente constituidas por element os que se articulan de distintas
maneras dependiendo de los lugares sociales que ocupan los sujetos. Lo que quiero subrayar es el
particular tipo de articulación que se presenta en el caso de las militantes.
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como destino sino como una elección que pertenece al orden de lo público en un sentido
que incluye al tradicional y a la vez lo desborda. Ese excedente pareciera estar
garantizado por la adjudicación a la hija
—constituida en ese acto en garantía de
futuro— de un nombre de pila que condensa el pasado de guerra.
A través del significante Ana, la madre nombra a la hija y la instala en una cadena
de relaciones y en la serie formada por los hijos de la militancia. Es así que la niña,
nombrada plenamente hija de la militancia, al recibir como herencia el nombre de
guerra de la madre produce un campo de fuerza que hace existente una forma de
maternidad en la cual madre/mujer/militante encuentran una articulación fundamental.
―La maternidad tiene leyes propias, una materialidad propia, un régimen, un poder y una
economía propios‖ señala Nora Domínguez (2007: 39) y estas leyes implican un
―trabajo de transformación de los cuerpos‖ de ambos, madres e hijos, que excede ―la
capacidad fecundante‖ y tiene lugar en la ―capacidad sentimental específica que se
despliega difusa, potente y soberana, sobre los cuerpos y las vidas de los hijos en las
diferentes etapas‖ (íd.: 40).
Los vínculos y también los deseos que se actualizan en cada relación maternal
imponen una serie de prácticas y acciones y son a la vez funcionales a la reproducción
de una sociedad como tal. En el caso de las sociedades modernas la maternidad, el
trabajo doméstico y las funciones de cuidado representan elementos fundamentales en el
sostenimiento de la reproducción social (Nicholson, 1990). En ese sentido, se puede
señalar
que
la maternidad
militante también moviliza una red
de relaciones,
instituciones, prácticas sociales y rituales y tiene una economía política propia. Porque
aun sin hacerlo de modo totalmente explícito los relatos maternales de las militantes
señalan el entrelazamiento de esa práctica con el objetivo mayúsculo, la revolución. La
experiencia guerrillera estaba hecha también de ese material y la entrega a la revolución
fusionó historia y biografías. Comprometió en el mismo acto el futuro en los dos
sentidos y la idea de revolución tan asociada a lo nuevo, a lo por venir, se vio realizada
en la ilusión de un doble nacimiento, el del hijo y el de la sociedad futura de la cual los
hijos se transformarían en reaseguro.
De hijas a madres: transmisiones y genealogías en tres generaciones
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Cuenta el libro de Ruth que un hombre de Belén dejó su pueblo y marchó con su
mujer Noemí y sus hijos al país de los moabitas. El hombre murió y los hijos se
casaron con dos moabitas, Orpa y Ruth. Pasados diez años murieron también los
hijos y Noemí se encontró viuda en tierra extraña y con dos nueras viudas.
Entonces [...] decidió volver. [...] No me separaré de ti –dijo Ruth-. Me quedaré
contigo: donde tú vayas, yo iré; cuando te detengas me detendré [...] Noemí, al
verla tan constante, la llevó consigo y juntas llegaron a Belén [...] Ruth siguiendo
paso a paso las instrucciones de Noemí, llegó a ser esposa de un hombre bueno y
rico, Booz, y madre de su heredero. Cuando nació el niño, las vecinas le dijeron a
Noemí: — El señor sea loado, tendrás quien te alimente en la vejez. Gracias a tu
nuera que te ama y que para ti vale más que siete hijos varones. Noemí levantó al
pequeño y se lo puso en el regazo y las vecinas se congratularon diciendo: — A
Noemí le ha nacido un hijo (Citado en Colectivo de la Librería de Mujeres de
Milán, 1991: 13).
María del Socorro Alonso, es una de las entrevistadas de Pájaros sin luz y allí
dedica una buena parte de su relato a reponer la figura de su compañero desaparecido
(Guille) y a narrar su relación con él. Relación relativamente ―breve pero intensa,
magnífica aunque tal vez idealizada por la desaparición, terrible porque no podíamos
hablar de casi nada‖ (Ciollaro, 1999: 267). Esas son las formas que tiene de nombrar esa
relación con el hombre del cual ―me enamoré muchísimo a la vez que yo era su
responsable‖. Ya en el ´76, ella embarazada y con pedido de captura, decide no salir del
país; ―la organización había decidido que yo podía salir pero Guille no, si él se queda yo
me quedo‖ (268). Las páginas que siguen tratan sobre todo de su propia detención, la
tortura, el aborto provocado por los suplicios a los que fue sometida, la desesperación
por no saber de la suerte de Guille y el período de detención legal. Se trata de un
testimonio que presenta diferentes inflexiones a la vez que narra con extremada crudeza
los avatares de la militancia, la represión, los efectos sociales de la desaparición y la
búsqueda. Quiero detenerme especialmente en el modo en que relata la búsqueda de
información acerca de su compañero desaparecido que Alonso emprende en compañía
de Polda (la madre de Guille). En más de una ocasión a lo largo del relato construye un
nosotras para ella y la suegra que se extiende por los duros años de búsqueda. Juntas lo
buscaron, golpearon puertas, fueron amenazadas, sufrieron todo tipo de penurias, se
cuidaron mutuamente, se protegieron hasta donde pudieron. Las unía claro, el amor por
el joven que ambas buscaban, pero el cariño y la solidaridad entre ellas se consolida más
allá de esa búsqueda.
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Unos años después, en 1980, queda nuevamente embarazada; esta vez se trata de
un amigo, un compañero que la apoyó en los momentos más difíciles. Dice María del
Socorro:
Eduardo [el padre de su hija, nacida en 1980] era la única persona que Polda y yo
tuvimos a nuestro lado y podíamos contar con él para todo [...] Le dije que quería
tener ese bebé, que lo iba a tener [...] y que un hijo para mí iba a ser lo más
importante, yo no tenía nada [...] A partir del cuarto mes de embarazo dejé de ver a
Polda sin decirle nada, porque no quería que me viera con la panza. [...] A la
semana de haber nacido María Sol me fui a la ronda de los jueves de las Madres de
Plaza de Mayo, me acerqué a Polda, le puse la nena en sus brazos y le dije: ―Es
María Sol y es mía‖, y Polda me abrazó y me contestó: ―Bueno, también es mía
ahora‖. (Ciollaro, 1999: 280)
El relato acerca de sus primeros embarazos da cuenta de condiciones más que
adversas para la maternidad. El primero en el ´76, estando ella en la clandestinidad,
sabiendo de las constantes caídas de sus compañeros, ―todos los días era la muerte‖. El
segundo en libertad vigilada, todavía durante la dictadura, militando a pesar de los
riesgos. El primero absolutamente enamorada del padre, el segundo con un amigo. En
ambos casos ella quiere seguir adelante con sus embarazos, en el primero dice: ―lloraba
porque pensaba que no iba a poder tener ese hijo, justo cuando estaba en un buen
momento y me llevaba bien con Guille.‖ Cuando queda embarazada nuevamente dice:
―realmente lo que me hacía falta era un motivo para vivir.‖
El relato maternal que está presente en esta historia, la de María del Socorro —
pero también la de Polda— intercala espacios de afectividad e introduce desvíos
domésticos y cotidianos en la gran narración sobre la violencia política y la razón de
Estado. Por fuera de cualquier visión conservadora de la familia y de la maternidad, las
figuras de madre que surgen de este relato reponen, a través de pequeñas anécdotas
familiares, de lazos de afecto y de figuras domésticas intrascendentes, algo de la vida
cotidiana frente a la versión espectacularizada de la historia; la angustiosa espera del
que parte se trastoca —en este caso como en tantos otros— en una búsqueda activa y
más adelante en un lento fluir de la vida: el quiosco familiar, la vida después del
desalojo.
Este
testimonio
habla
de
maternidades
descentradas,
de
transmisiones
generacionales no naturales, sino construidas en la más plena artificialidad del término.
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Si consideramos a María del Socorro la hija por opción de Polda, la maternidad de
ambas mujeres, como en el relato bíblico, se construye por fuera del esquema
biologicista que impone la lógica maternalista patriarcal. El relato las construye a una y
otra como madres en un largo proceso que llega al punto máximo en el momento en que
la mujer más joven le pone a la otra en brazos a la nena, construyendo para todas ellas
una genealogía: abuela, madre/hija, hija/nieta, enlazadas en un orden que está por fuera
del modelo familiar tradicional.
La operación de memoria que despliega el relato posee otra particularidad: va
abriendo, a medida que se desarrolla, numerosas líneas de fuga —la figura de Guille, la
militancia de ella, el accionar de las fuerzas represivas, la búsqueda— pero todas ellas
confluyen en la escena de la Plaza donde todas usábamos pañuelos blancos, para
cerrarse, finalmente sobre las hijas (María del Socorro tiene otra hija de su actual
pareja) filiándolas con aquella madre a la que ambas niñas tratan de abuela.
La transmisión concierne aquí a tres generaciones, cada una de las cuales se
relaciona de manera particular con las otras. La hija mayor de María del Socorro no
quiere hablar de la militancia de la madre, no presta su testimonio, no sabemos a través
de ella cómo ha procesado la historia familiar. Lo que sí sabemos es que llama abuela a
Polda, esa mujer con quien no la unen lazos de sangre sino un lazo construido en el
dolor, el sufrimiento y la pérdida, y también en la militancia compartida. Es decir,
elaborado a lo largo de la biografía de cada una de ellas y desplegado en sus mismos
relatos de sí, sus autobiografías. Esos lazos construidos artificiosamente se inscriben en
lo más profundo de la subjetividad y trazan un origen, o dicho de otro modo, aceptan el
origen propuesto por la María del Socorro y por Polda.
Es así que la historia que cuenta María del Socorro nos recuerda que la
transmisión no es un dato de la biología, pero tampoco es una pedagogía. Es todo un
conjunto de operaciones culturales a ser reinventado en cada momento, en cada pasaje.
El afecto entre ambas les permitió sobrevivir en los momentos más duros, construyendo
un primer lazo, la militancia que ambas desarrollaron y desarrollan en diferentes frentes
les permitió consolidar ese lazo y transformarlo en una genealogía común. El pasaje a la
generación a las hijas de María del Socorro, en la medida que es capaz de sacrificar una
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parte del relato original, perpetúa esa genealogía de la única manera posible, es decir,
recreándola. Si no sería mera repetición.
Reflexiones a modo de cierre
Espero haber logrado, a través de la presentación de diferentes experiencias de
recolección de testimonios y construcción de archivos, mostrar cómo el testimonio
excede en mucho la narración repetitiva de acontecimientos del pasado.
En el caso de los ejemplos seleccionados en el último apartado, queda en
evidencia que el testimonio invita a realizar nuevas preguntas que permiten establecer
una aproximación (ética, política) al modo en que las organizaciones concibieron lo
personal, lo político y la relación entre ambos términos. En ese sentido, como señalé las
narraciones testimoniales establecen una relación con el pasado que no siempre es de
pura
repetición.
Por el contrario,
los testimonios en tanto
están desfasados
temporalmente de los sucesos a los que refieren, incorporan elementos de la experiencia
posterior y también se apoyan en los relatos de otros. Implican dar cuenta de sí y de la
relación con otros, donde también emergen las dimensiones colectivas de la experiencia
y donde lo privado y lo público no siempre se pueden discernir. Componen a la vez una
trama discursiva que incluye la escucha como dimensión inseparable ya que sin ese
aspecto los testimonios pierden efectivamente su posibilidad de abrir nuevas facetas a la
comprensión (Bacci, Oberti y Skura, 2012).
Ciertamente, el tipo de testimonio al que me refiero puede ser encontrado en
diferentes tipos de producciones. Solo en ocasiones se trata de escuchar con atención a
los actores. Cuando el tiempo es más lejano o éstos no están disponibles, se puede
apelar a otras formas del testimonio, que sostienen de modo diferente la potencia de la
primera persona. Después de todo, el hablar en nombre propio tiene muchas formas y
que el archivo nunca es suficiente es algo que saben los investigadores que hacen del
pasado su teatro de operaciones. No se trata de confianza ni de desconfianza en la
primera persona, se trata simplemente de una cierta convicción de que en la repetición
está la diferencia y, en consecuencia, de que al narrar, al relatar, al argumentar sobre los
hechos vividos el yo que narra en tanto sujeto de la enunciación, no repite
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mecánicamente una y otra vez lo mismo, sino que se desplaza, está cada vez en otro
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