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El Sarcófago tardorromano de Tona (Barcelona)
Sergio Vidal Alvarez
(Universidad de Barcelona)1
Resumen
El presente estudio aborda de manera monográfica la problemática existente en referencia a los fragmentos de sarcórfago tardorromano hallados en 1943 en la localidad barcelonesa de Tona. A pesar de su innegable interés histórico e iconográfico, hasta el momento presente los fragmentos apenas han recibido una atención promenorizada por
parte de la comunidad científica. Su estudio nos permite confirmar la existencia de talleres locales de escultura funeraria activos en la zona a caballo entre los siglos IV-V, así como el modo en que la Hispania del momento recibe, asimila y materializa los modelos iconográficos procedentes de Roma.
Palabras Clave. Antigüedad Tardía, Escultura tardorromana, iconografía, sarcófagos cristianos antiguos.
Abstract
The Present Study focuses on the two Sacorphagus fragments discovered in 1943 in the little Village of Tona
(Barcelona). Despite of their historical and iconographical value, until the present day both Fragments were almost
ignored by most of the Scholars. The new Study of the Fragments brings now precious Information about the local
Production of Sarcophagi int the Roman Hispania between the 4th and 5th Centuries. Furthermore the study give also
new light on the process of reception and transformation of iconographical models coming from the city of Rome.
Keywords. Late Antiquity, Late roman Sculpture, Iconography, Ancient Christian Sacophagi.
Hoy día son pocas las muestras de la escultura funeraria del período tardorromano que,
habiendo sido halladas hace ya unas décadas,
carezcan en la práctica de trabajos que les dediquen su atención de manera monográfica 2.
Precisamente esta es la situación en la que se
hallan los dos fragmentos de sarcófago tardorromano descubiertos en Tona (Barcelona) en abril
1 Estudio realizado gracias a contar con una Beca de recerca i
docència otorgada por la Universitat de Barcelona y a la
ayuda del Proyecto de investigación DGICYT PB-981212. Hemos de agradecer también la ayuda prestada para
el estudio de las piezas de C. Puigferrat (Museu Municipal
de Tona), así como a las constantes sugerencias y apoyo
prestados por M. Guardia (Universidad de Barcelona) y
V. García Entero (Universidad Autónoma de Madrid).
2 Dan breve noticia de ellos Casassas, E., Tona. Descripció històrica i geogràfica, Barcelona 1943, p. 14; Schlunk, J.,
“Sarcófagos Paleocristianos labrados en España”, Actas del
VIII Congreso Internacional de Arqueología Cristiana (Barcelona,
octubre 1969), Roma-Barcelona, 1972, p. 214; Pladevall, A.,
Tona. Mil cent anys d’història, Barcelona, 1990, p. 61; Vidal
S., “Escultura funerària”, Del romà al romànic, Barcelona,
1999, pp. 224-225. Nosotros mismos hemos tratado de
manera más extensa el tema en la publicación local de tirada muy limitada: Vidal, S., “Els fragments de sarcòfag tardorromà de Tona”, Llibre de Tona, 1999, pp. 71-79.
de 1943 (fig. 1 y 4), en el contexto de las excavaciones de la iglesia de Sant Andreu del Castell y
que, desde su creación, conserva el Museo
Municipal de esta localidad3.
La población de Tona se halla en el sector
meridional de la gran depresión natural conocida como la Plana de Vic, a unos 8 km. al sur de
3 Como aparece indicado en el Registro de entradas del
Museo Municipal de Tona, el fragmento EC-43 fue hallado el día 23 de abril de 1943 y el fragmento EC-44 al día
siguiente, 24 de abril, en el transcurso de las citadas excavaciones, de las que el erudito local F. Vall redactó, con
fecha de agosto de 1954, una memoria ilustrada inédita
titulada Tona–Sinopsi monogràfica. Cabe destacar que junto
a nuestros fragmentos, se conserven en el mismo museo
diversas piezas pertenecientes al mobiliario litúrgico de la
iglesia prerrománica o de la románica que la sustituyó.
Entre las mismas destacan la mesa de altar y restos de sus
soportes, incluyendo un pequeño capitel esculpido por
las cuatro caras, además de una pequeña arcada, perteneciente al supuesto baptisterio del conjunto. Para estas
muestras así como para los templos prerrománico y
románico vid. Barral, X., L’Art Pre-romànic a Catalunya,
segles IX-X, Barcelona, 1981, p. 224 (con bibliografía);
Pladevall, A., Tona. Mil cent anys d’història, Barcelona,
1990, pp. 53-62
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Fig. 1. Fragmento de sarcófago tardorromano de Tona. Tona, Museo Municipal, EC-44 (Foto S. Vidal).
la ciudad de Vic, la romana Ausa, capital de la
actual comarca de Osona4. Desde finales del siglo
II a. C. consta la existencia en la zona de Tona de
una red viaria organizada gracias al miliario del
Mas del Vilar hoy en el Museo Episcopal de
Vic5, mientras que la presencia humana ininterrumpida se prolonga –según los datos conocidos– del siglo III a. C. al III d. C.6. Entre esta
última fecha y el periodo altomedieval –a partir
del siglo IX no faltan los testimonios arqueológicos y documentales– juegan un papel esencial los
fragmentos a los que dedicamos el presente estudio, sin duda tardorromanos, especialmente si
tenemos en cuenta que las informaciones conocidas hasta el momento corresponden siempre a la
vecina Vic, sede espiscopal cuyos obispos aparecen reiteradamente en las listas de asistentes a los
concilios eclesiásticos, tanto de ámbito provincial
(Tarraconense) como Hispánico (Toledo), de los
siglos VI-VII 7.
4 Caballé, A., “Ciutat d’Ausa (o Auso)”, Del romà al romànic,
Barcelona, 1999, pp. 92-94, con la principal bibliografía
sobre el tema.
5 Rodá, I., Catàleg de l’epigrafia i de l’escultura clàssiques del
Museu Episcopal de Vic, Vic, 1989, pp. 48-49, cat. núm. 23,
miliario en el que se menciona a M(anius) Sergius, procónsul, datado en torno al 110 a. C.
6 Sanmartí, E., “Un lote de cerámica de barniz negro procedente de Tona (Plana de Vic) (Barcelona)”, Pyrenae, 10,
1974, p. 150; Gorges, J. G., Les Villas hispano-romaines.
Inventaire et problematique archaeologique, París, 1979, p. 224.
7 Caballé, op. cit., p. 93 y más especialmente Ponisch, P.,
“Els arquebisbes i bisbes de les diòcesis de la futura
DESCRIPCIÓN
Y RESTITUCIÓN DEL ASPECTO
ORIGINAL
El primero de los dos fragmentos (inv. EC-44),
que podríamos calificar de “principal” por su iconografía (fig. 1), mide 18,5 cm. de ancho x 22,6
cm. de alto y 6,1 cm. de grosor y muestra, ocupando la práctica totalidad de su superficie, una
cruz en forma de tau (T) griega sobre la que aparecen restos de una corona de laurel. A pesar de
no conservarse la parte superior, se puede advertir perfectamente cómo en el interior de la corona
se hallan restos de un crismón inscrito en ella, del
que se aprecia prácticamente todo el palo inferior
de la ro griega (P) –que visualmente puede parecer una prolongación en formato estrecho de la
misma cruz– y los restos del arranque del extremo
inferior izquierdo de la ji griega (X). Estamos,
pues, ante una Crux Invicta o símbolo de la victoria de Jesucristo sobre la muerte, es decir, de su
Catalunya fins al segle VIII”, Del romà al romànic,
Barcelona, 1999, p. 33, donde se recogen los seis obispos
de Vic documentados de los siglos VI-VII asistentes a los
concilios de Tarragona (516), Gerona (517), III de Toledo
(589), Barcelona (599), 614 (Egara, actual Terrassa), IV de
Toledo (633), VI de Toledo (638), VII de Toledo (653) y
XII de Toledo (683). La serie episcopal conocida no se
recupera hasta el 885 en época carolingia, por tanto. Para
este momento Ollich, I., “Vic. La ciutat a l’època carolingia”, Catalunya a l’època carolingia. Art i cultura avans del
romànic (segles IX i X) (Barcelona, 199-2000), Barcelona,
1999, pp. 89-94, con bibliografía.
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Fig. 2- Detalle de la figura 1, personaje del sector inferior
izquierdo. Tona, Museo Municipal, EC-44 (Foto S. Vidal).
Fig. 3- Detalle de la figura 1, personaje del sector inferior
derecho. Tona, Museo Municipal, EC-44 (Foto S. Vidal).
resurrección8. En la parte inferior del fragmento,
bajo el travesaño de la cruz, se pueden observar
parcialmente restos de dos figuras de las que sobre
todo la de la izquierda conserva todavía buena
parte de sus rasgos antropomórficos (fig. 2). Se distingue con claridad la forma de la cabeza de perfil e, incluso, en parte su fisonomía, destacando la
nariz y lo que se intuye como los restos de las incisiones que configuran el ojo y la boca. Así mismo,
se puede advertir cómo a la derecha del cuerpo
hay un elemento que parece haber sido separado
de éste por una incisión vertical y que, por tanto,
hemos de interpretar, como detallaremos más
adelante, como un elemento adyacente a la figura.
Ha tenido menor fortuna, en cambio, la figura
del costado opuesto (fig. 3), de la que tan solo
podemos percibir parte del volumen del cuerpo,
atravesado por dos incisiones a modo de cuña
con el vértice hacia abajo. Además, la zona de la
cabeza de este segundo personaje nos ha llegado
plenamente desfigurada a causa de una pérdida
de material, seguramente antigua como lo demuestra el hecho de que –además de muy erosionada–
la zona tenga una coloración idéntica a la del
resto de la pátina externa que recubre el fragmento. A pesar de ello, observando atentamente
la pieza desde diversos ángulos y con luz rasante
se puede llegar a advertir que, con toda probabilidad, la posición de la cabeza de esta segunda
figura era en origen plenamente simétrica a la de
la anterior y que, por tanto, dirigia también su
mirada hacia el centro del fragmento.
Para interpretar correctamente estas dos figuras, junto con el motivo de la Crux Invicta, hemos
de tener en cuenta la serie de sarcófagos de taller
romano conocida como “de la Pasión”, apelativo
que les viene conferido por la importancia que
otorgan a las escenas relacionadas con el ciclo de
la pasión de Jesucristo9. Tomando como ejemplo
una de las piezas paradigmáticas de este grupo, el
Sarcófago Lateranense 171 conservado en el
8 Simbolismo estudiado con cierta profundidad por autores
como Baus, K., Der Kranz in Antike und Christentum, Bonn,
1940, espec. pp. 223-230 “Das Triumphkreuz”; Wessel, K.,
“Cristus Rex. Kaiserkult und Christusbild”, Archäologiscjer
Anzeiger, 68, 1953, cols. 118-136, espec. cols. 127-129; id.,
Die Sieg über den Tod. Die Passion Christi in der frühchristlichen
Kunst des Abendlandes, Berlín, 1956, espec. pp. 9-12; Villette,
J., La Résurrection du Christ dans l’art chrétien du II au VII siècle, París, 1957, espec. pp. 43-46. Cabe destacar que estos
autores insisten específicamente en ésta y no otra interpretación, dejando claro que no estaríamos ante escenas de
otra naturaleza como podría ser la del Santo Sepulcro o la
del Calvario. En fecha más reciente destacan los estudios
sobre el tema de la muerte, anástasis y resurrección de
Cristo de Kartsonis, A. D., Anastasis. The making of an image,
Princeton, 1986; Grounelle, R., La descente du Chirst aux
enfers. Institutionnalisation d’une croyance (310-550), Études
Augustiniennes-Antiquité 162, París, 2000.
9 Para esta serie de piezas, datables entre mediados del siglo
IV e inicios del V, vid. especialmente los estudios de Gerke,
F., “Die Zeitbestimmung der Passionsarkophage”,
Archaeologiai Értesitö, LII, Berlín, 1940, pp. 1-130 y XVIII
láms., texto bilingüe en húngaro (pp. 1-65) y alemán (67130); Saggiorato, A., I sarcofagi paleocristiani con escene di passione, Bolonia, 1968. A estos estudios cabe añadir de modo
especial el sarcófago de Iulia Latronilla que conserva el
Bible Lands Museum de Jerusalén, de doble friso y datado
en un momento precoz, entre el 330 y el 350, vid., DreskenWeiland, J., Repertorium der Christlich-antiken Sarkophage, II,
Italien mit einem Nachtrag Rom und Ostia, Dalmatien, Museen
der Welt, Mainz am Rhein, 1998, n. 102, p. 32 y láms. 33 y
34, espec. láms. 33-2 y 33-3, con bibliografía.
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Fig. 4. Fragmento de sarcófago tardorromano de Tona. Tona, Museo Municipal, EC-43 (Foto S. Vidal).
Museo Gregoriano Cristiano de los Museos Vaticanos y datado hacia mediados del siglo IV10, se
observa cómo el motivo central del mismo (fig.
6) refleja claramente el modelo iconográfico en
el que se ha basado directa o indirectamente
nuestro fragmento. Así, observamos cómo entre
las columnas aparece un crismón inscrito en una
corona de laurel sobre una cruz en forma de Tau
y dos palomas encima del travesaño picoteando
la corona, motivo éste, no obstante, ausente en
nuestra pieza. En la parte inferior se representa a
dos soldados romanos sentados, uno de los cuales mira fijamente la cruz, mientras que el otro,
somnolente, apoya la cabeza sobre su escudo.
Parece lógico, por tanto, pensar que ésta es la
interpretación que más se ajusta a las dos figuras
inferiores de nuestro fragmento, con la salvedad,
sin embargo, de que las dos aparecen en actitud
de mirar hacia la cruz y al menos una, la de nuestra izquierda, se apoyaría sobre escudo. Respecto
al extremo superior, no conservado en nuestro
caso, podemos indicar que en ejemplos de la
serie romana como el Lateranense 171 aparecen
las cabezas de las personificaciones del Sol y la
Luna en los ángulos y, en el centro, sustentando
la corona el pico de un águila con las alas desplegadas insinuadas esquemáticamente en la fornícula de fondo11. Evidentmente, no podemos llegar a saber con absoluta certeza si todos estos
motivos fueron incluidos o no en nuestra pieza
pero el hecho de que falten las palomas picoteando la corona nos hace pensar que estos otros
elementos de la parte superior también pudieron
haber sido obviados. Es decir, parece factible
plantear que el modelo iconográfico romano en
el que se fundamenta el fragmento de Tona, no
sería exactamente el mismo que el del propio
sarcófago Lateranense 171 pero, en todo caso, sí
una pieza cercana a él más sintética en cuanto a
detalles iconográficos complementarios.
En este sentido, un análisis del resto de sarcófagos conocidos del grupo de la Pasión, conservados mayoritariamente en Roma y, en menor
cantidad, en Arlés, nos lleva a poder establecer
10 Vid Saggiorato, op. cit., pp. 81-93; Bovini, G.-Branderburg,
H., Repertorium der Christlichantiken Sarkophage, I, Rom und
Ostia, Wiesbaden, 1967, núm. 49, pp. 48-49, lám. 16, con la
principal bibliografía anterior.
do por el emperador Constantino destinado a la custodia
del Labarum imperial, el aspecto del cual era completamente idéntico al crismón de nuestros sarcófagos. Para
esta cuestión vid. Grabar, A., L’epereur dans l’art byzantin,
Estrasburg, 1936, (reimp. Londres, Variorum Reprints,
1971), pp. 242-243; Gerke, op. cit., pp. 74-75; Wessel, op.
cit., p. 11; Villette, op. cit., p. 45, entre otros. Un dato más
que cabe destacar con respecto a esta última cuestión es
la existencia de lucernas en las que se ilustra precisamente el mencionado cuerpo de guardia, representándose a
dos soldados en acción de flanquear el Labarum constantiniano con la inscripción “In hoc vinci”, vid. Paleani, M.
T.-Liveriani, A. R., Lucerne paleocristiane conservate nel
Museo Oliveriano di Pesaro, I, Roma, 1984, p. 96, según
dibujo extraído de la obra de Passeri, J. B., Lucernae veterum christianorum ex Museo Jo. Baptistae Passerii Pisaurensis
selectae et notis eiusdem illustratae anno MDCCLXXII feris
liberalibus, ms. 286), lám. XVI, n. 3.
11 El motivo del águila en los sarcófagos de la Pasión, con el
pico sustentando la corona es especialmente tratado en
las obras citadas de Wessel (p. 10) y Villette (p. 43), indicando que se trata de un elemento adquirido de la iconografía romana imperial que no sólo simboliza poder, sino
que es también elemento indispensable en las escenas de
apoteosis (ascensiones) imperiales. Con todo, la pieza en
la que más claramente se puede observar el aspecto físico de esta ave, detallándose toda la cabeza, las alas, etc.,
se conserva en el Musée de l’Arles Antique (antes Musée
lapidaire chrétien), Benoit, F., Sarcophages paléochétiens
d’Arles et de Marseille, Supplément a “Gallia” V, París,
1954, núm. 11, p. 38, lám. VIII, 2. Nos parece de gran
interés la relación que se plantea entre los soldados de los
sarcófagos de la pasión respecto al cuerpo especial crea-
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Fig. 5. Detalle de la figura 4. Tona, Museo Municipal, EC43 (Foto S. Vidal).
un paralelo relevante, el Lateranense 170 (fig. 7).
Se trata de un fragmento de sarcófago hoy en el
Museo Gregoriano Profano, en el que precisamente los dos soldados aparecen de pie y mirando a la cruz, en este caso una cruz-crismón gemada, sin la corona de laurel ni las palomas, pero
con los dos personajes apoyándose sobre sus
escudos respectivos. A la izquierda se observa el
inicio de un campo de estrígiles, por lo que
queda claro que la escena principal central no
aparece flanqueada por otros episodios o personajes, como es habitual en el resto de sarcófagos
de la Pasión12. Esta peculiaridad del Lateranense
170 habrá de ser tenida en cuenta más adelante,
cuando intentemos reconstruir el aspecto original de nuestra pieza.
El segundo fragmento de Tona (fig. 4), con el
número de inventario EC-43, mide 28,5 cm. de
largo x 7,5 cm. de alto y 7,8 cm. de grosor, y se
trata del ánglulo superior izquierdo de la cara
frontal de un sarcófago. Ciertamente, no nos ofrece la misma riqueza iconográfica del fragmento
anterior ya que posee tan solo restos de los extremos superiores de seis estrígiles y, hacia la
izquierda, lo que parece ser la extremidad superior de una figura humana. Se puede advertir únicamente la mano del personaje con el dedo índi-
12 Para el Lateranense 170 vid. Saggiorato, op. cit. p. 142;
Bovini-Brandenburg, op. cit., núm. 82, p. 69, lám. 24,
datado a principios del siglo V por el tipo de talla. Por otra
parte, poca ayuda nos aportan el único ejemplar de sarcófago de la Pasión de taller romano que conocemos en la
Península Ibérica, el de Valencia, ya que pertenece a otro
estadio iconográfico dentro de la evolución de estas piezas
(Gerke, op. cit., p. 110), mostrando un ciervo y un cordero flanqueando la cruz, que simbolizan a San Pedro y San
Pablo o a los fieles, pero en ningún caso a los soldados.
Para esta pieza (de manera errónea obviada por
Saggiorato) véase especialmente Sotomayor, M., Sarcófagos
Fig. 6. Detalle de la fornícula central del Sarcófago
Lateranense 171. Musei Vaticani (Museo Gregoriano
Cristiano), Lat. 171 (Foto S. Vidal).
ce extendido y parte de la manga (fig. 5). La posición del índice y la dirección a la que se dirige el
brazo, hacia arriba y a la derecha, hacen reducir
en gran parte el número de posibles lecturas iconográficas, quedando descartadas, entre otras, las
escenas en las que se incluye la mano derecha de
Dios Padre o Dextera Domini saliendo del cielo –el
Sacrificio de Isaac, Moisés recibiendo la Lei en el
Sinaí, etc.–, o aquellas en las que aparecen orantes con los brazos alzados y las palmas de las
manos abiertas –Daniel en el foso de los leones,
los tres hebreos en el horno de Babilonia13, etc.–.
Por otra parte, el reducido espacio donde tendría
que encajar el resto del cuerpo de la figura nos
indica que estamos ante un único personaje dispuesto de perfil. Por todo ello y según el contexto iconográfico en el que –como intentaremos
demostrar seguidamente– se inscribiría esta figura, nos parece plausible proponer que se trata de
la representación de un apóstol que hallaría su
romano-cristianos de España. Estudio iconográfico, Granada,
1975, pp. 207-209 y, más recientemente, Soriano R.,
“Sarcófago del ciclo de la Pasión llamado, de San
Vicente”, La luz de las imágenes (Valencia, 1999), Valencia,
1999, vol. II-1, pp. 40-41, cat. n. 4, con bibliografía hasta
la fecha.
13 Sobre este tema vid. nuestro reciente estudio Vidal, S.
“Problemas en torno a la iconografía del libro de Daniel
en la escultura hispánica de los siglos IV-VII”, Madrider
Mitteilungen, 43, 2002, pp. 220-238.
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Fig. 7. Detalle de la fornícula central del Sarcófago
Lateranense 170. Musei Vaticani (Museo Gregoriano
Cristiano), Lat. 170 (Foto S. Vidal).
pareja simétrica o pendant compositivo e iconográfico, en el extremo contrario, perdido en nuestro caso.
Cabe remarcar que estos dos personajes, tal
vez Pedro y Pablo, estarían flanqueados por un
lado por sus respectivos campos de estrígiles y,
por otro, por la moldura de enmarcamiento que
rodearía toda la pieza. Al mismo tiempo, las dos
figuras estarían lógicamente relacionadas con
una escena central que, en este caso, ha de
corresponder con toda probabilidad al fragmento anterior con Crux Invicta a pesar de la notable
diferencia de grosor existente entre ambas piezas. En efecto, a pesar de que dicha diferencia
–superior a 1,5 cm.– sea suficiente como para
plantear que los fragmentos no pueden pertenecer a un mismo sarcófago, es también cierto que
tan sólo el fragmento estrigilado (fig.4) parece
conservar el grosor original total y, por tanto,
parte del borde superior y de la cara interna de
la pieza. Por contra, el primer fragmento (fig. 1)
no nos proporciona información alguna sobre
14 Bovini-Brandenburg, op. cit. núms. 224, 229, 240, 245
(con estrías), 670, 678, 682, 684, 738, 828. Benoit, op. cit.,
núms. 76, 80, 82, 83, 84, y la pieza de la p. 62, nota 3.
Mención aparte merecen las piezas de taller local marsellés del siglo V, como las núm. 111 a 114, de la misma obra
de Benoit, todos ellos sin estrígiles.
15 Saggiorato, op. cit., pp. 138-142.
16 Para el ejemplar de la Catacumba de San Sebastiano vid.
Bovini-Brandenburg, op. cit., núm. 224, pp. 133-134, lám.
51. En otras piezas de taller romano los apóstoles de los
extremos sí aparecen dispuestos simétricamente y con los
brazos levantados. Ibid. núms. 229, 670, 684, 738 y 828, así
como en algunos de los ejemplares de estos mismos talleres
que recopila Dresken-Weiland, op. cit., núms. 113 (Monza),
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sus límites inferior ni, menos todavía, superior, al
margen de que su cara interna parece tener indicios de haber estado rebajada a posteriori.
Entre los paralelos para la disposición compositiva que proponemos para nuestro ejemplar
(fig. 10) contamos, nuevamente dentro del corpus de sarcófagos de taller romano de la segunda
mitad del siglo IV e inicios de V, con un buen
número de ejemplares donde aparece el mismo
esquema compositivo, esto es, centro ocupado
por la escena principal, a los lados los respectivos
campos de estrígiles y, finalmente, en los extremos, las dos figuras aisladas alzando el brazo –en
mayor o menor grado según los casos– que son
en casi una veintena de ejemplos (fig. 8), tal y
como planteamos para la pieza de Tona, apóstoles14. Especialmente en un sarcófago romano de
la Catacumba de San Sebastiano, datado en el
último cuarto del siglo IV (fig. 9), contamos con
una disposición formal muy parecida a la del
nuestro, diferenciándose en algunos elementos
como la sustitución de los soldados por dos apóstoles bajo la Crux así como la posición no alzada
de los brazos de los apóstoles de los extremos.
Estas diferencias, lejos de contradecir nuestra
propuesta, se inscriben perfectamente dentro de
las variantes tipológicas existentes en el grupo de
sarcófagos “de la Pasión”, especialmente en los
denominados “de Venera-ción apostólica”15 y,
cómo no, dentro del margen de libertad compositiva existente en los talleres escultóricos de
estos momentos16.
Por otra parte, cabe añadir que este segundo
fragmento (fug. 4) ha llegado hasta nosotros en
un estado de conservación bastante mejor que el
anterior (fig. 1), ya que al contrario que en aquel,
la erosión de la superficie ha sido mínima, proporcionándonos así una valiosa información en
lo referente a los aspectos técnicos y formales. Es
decir, tenemos un tipo de talla de la piedra basada en la incisión directa de la superficie dejándola en dos niveles o planos de profundidad neta-
143 (Palermo), 146 (Split), 148 (Tolentino), y los fragmentos
106 (Roma, San Lorenzo fuori le mura), 110 (Roma, Basílica
anonima della Via Ardeatina), 114 (Suiza, colección privada) y 153 (Porec̆). Respecto a los ejemplares conservados en
Arlés, los más interesantes para nosotros serían los núms.
82-84, pp. 62-63, lám. XXIX de la obra citada de Benoit,
datables hacia finales del siglo IV, especialmente el núm. 82
por ser en el que, además, los apóstoles aparecen con un
brazo extrendido señalando hacia Cristo. En las Galias destaca junto a un campo de estígiles y en centro Cristo y un
apóstol con roleos de vid detrás. Griesheimer, M.,
“Sarcophage à strigiles”, Premiers temps chrétiennes en Gaule
méridionale, Lyon, 1986, p. 72, n. 123, p. 72.
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Fig. 8. Sarcófago de Arlés. Arlés, Musée de l’Arles Antique (Benoit, F., Sarcophages paléochétiens d’Arles et de Marseille, Supplément
a “Gallia” V, París, 1954, lám. XXIX,1, n. 82).
Fig. 9. Sarcófago del Cimitero di San Sebastiano. Roma, Catacomba di San Sebastiano (Bovini, G.-Brandenburg, H., Repertorium
der Christlich-antiken Sarkophage, I, Rom und Ostia, Wiesbaden, 1967, lám. 51, n. 224).
mente diferenciados, sin prácticamente modelar
ninguno de los volúmenes. Además, se observa
cómo la decoración estrigilada es claramente
peculiar ya que se aleja, de manera notoria, del
tipo predominante en toda la escultura funeraria
mediterránea de los siglos IV-VI. Efectivamente,
a pesar de su estado fragmentario, se puede
observar cómo nos encontramos ante un tipo de
estrígiles de curvatura muy suave y acanaladuras
toscas, con los extremos superiores configurados
por simples formas cuadrangulares. En todo
caso, por sencillos que sean, se trata de estrígiles
siendo evidente que no estamos ni ante simples
estrías verticales, ni tampoco ante los típicos
chevrons en zig-zag de los sarcófagos de taller sudgálico17.
17 Para estas piezas, son de consulta obligada las actas del
Coloquio Les sarcophages d’Aquitaine, publicadas en Antiquité
tardive. Revue internationale d’histoire et d’hitoire et d’archéologie (IV e-VIII e s.), I, 1993. Es, sin embargo, especialmente
reseñable el trabajo de Briesenick, B., “Typologie und
Chronologie der Südwest-gallischen Sarkophage”, Jahrbuch
des Römisch-Germanischen Zentralmuseums Mainz, 9, 1962, pp.
76-182.
18 Efectivamente, dadas las dimensiones de los fragmentos
consevados, la altura máxima de toda la pieza no llega a
los 25 cm., mientras que la anchura devió de ser de poco
menos de 50 cm. (30 cm. del fragmento estrigilado y 20
cm. del fragmento con Crux invicta). Haciendo un cálculo
estimativo, la altura total pudeo perfectamente llegar a los
30/35 cm., pero difícilmente sobrepasaría los 40cm.,
mientras que la longitud, teniendo en cuenta la falta de
toda la parte derecha, estimamos que podría llegar a 110
cm. (45 cm. del costado izquierdo, 20 cm. del centro y 45
cm. del costado derecho simétrico al izquierdo). Estas
medidas aproximadas de 110 x 30/35 cm. en ningún caso
se acercan a los 190/220 x 62/75 cm. que, normalmente,
tienen las piezas “convencionales”, en cambio, son cercanas a los 117 x 41 cm. que tiene el sarcófago Amatller del
Museu d’ Arqueologia de Catalunya-Barcelona, Del romà
al romànic, ob. cit., pp. 218-219, con bibliografía.
Respecto al formato de la pieza en su estado
original calculamos que, en función de las reducidas dimensiones de los fragmentos conservados, no alcanzaría los 130 x 40 cm. y que, por
tanto, el sarcófago debió corresponder a un
niño18. Por otro lado, como nos muestra la parte
superior del segundo fragmento (fig. 4), tendría
en origen las esquinas redondeadas –al menos las
superiores– y poseería, en la parte superior del
frente, dos molduras sobrepuestas que le conferirían un aspecto “escalonado” completamente
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Fig. 10. Esquema de restitución hipotética de la cara frontal del sarcófago tardorromano de Tona (S. Vidal).
original y para el que, todavía, no conocemos
ningún otro paralelo exacto. Además, al tener la
superficie de la cara posterior totalmente lisa, no
parece del todo imposible pensar que pudiera
tratarse de un frontal de sarcófago y no de una
caja completa. Llegamos a esta conclusión por el
hecho de que este reverso no muestre indicio
alguno de la existencia del ángulo de transición
entre la cara frontal y la lateral izquierda.
PROCEDENCIA
Y CRONOLOGÍA
Según lo expuesto hasta ahora, parece lógico
pensar que, a pesar de que la iconografía tenga
un claro punto de referencia respecto a las piezas
de taller romano de la segunda mitad del siglo
IV, ni el estilo, ni el formato, ni la ejecución de
nuestro sarcófago apuntan en el mismo sentido.
Es decir, desde nuestro punto de vista deberíamos hablar de una producción local o, a lo sumo,
del sur de la Gallia y, más concretamente, dentro
de lo que genéricamente se conoce como
“Escuela de Aquitania”19. En su momento
Schlunk ya planteó esta última posibilidad, matizando que si no era ésta la procedencia de la
pieza al menos podría ser la de los artesanos que
la ejecutaron. Efectivamente, puede advertirse
un cierto punto de confluencia respecto a las fórmulas de algunos de estos sarcófagos “aquitanos”
como, por ejemplo, la disposición simétrica de
19 Vid. supra nota 11.
20 Para poner de relieve esta relación Schlunk cita concretamente las piezas de Martres-Tolosane que publica Boube,
J., “Les sarcophages paléochrétiens de Martres-Tolosane”,
Cahiers Archèologiques, IX, 1957, pp. 33-72. Por nuestra
parte, preferiríamos tener presentes ejemplos como los
núms. 1, 2, 10, 11, 19 y 35 del estudio citado de
Briesenick, mostrando apóstales en los extremos, de per-
los apóstoles y, en algunos casos, hasta cierto
punto, el tipo de talla20. Precisamente el aspecto
de la talla constituye el motivo por el que, sin
dejar el sur de la Gallia –aunque más hacia el
este–, nosotros mismos indicamos la relación
existente entre nuestros fragmentos y alguna de
las obras más tardías de la producción local de la
Provenza, especialmente el sarcófago de Lurs. Se
ha de entender, sin embargo, que esta relación
afectaría simplemente a ciertas soluciones coincidentes, materializadas en algunos elementos concretos como la cruz y, en cierta medida, las acanaladuras pero sin que en ningún caso esto constituya una relación directa entre ambas piezas21.
Pensamos, por tanto, que este tipo de relación
coincidente es la que también se da respecto a los
sarcófagos “aquitanos” ya que en ellos no conocemos ningún ejemplar lo suficientemente cercano al nuestro ni en iconografía, ni en estilo, ni en
formato como para poder plantear esta procedencia para los fragmentos, taller o escultor que
los realizó.
Con todo, para poder confirmar plenamente
la hipótesis del origen local de las piezas de Tona,
sería necesario llevar a cabo un exhaustivo análisis petrográfico. A pesar de que, en principio, es
bastante evidente que ambos fragmentos son del
mismo tipo de piedra, no podemos afirmar que
ésta sea arenisca del Brull, de tonalidades rojizas,
fil y, a veces, también señalando hacia el centro –hacia
Cristo–. La datación de estos ejemplares se inscribe siempre dentro del siglo VI.
21 Para la pieza de Lurs, datada hacia los siglos VII-VIII, vid.
Benoit, F., “Le sarcophage de Lurs en Provence”, Cahiers
Archèologiques, X, 1959, pp. 27-70, espec. figs. 10 y 14.
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como en su momento afirmaron Schlunk –según
la información que al respecto le proporcionó F.
Vall– y Pladevall. Tal y como los podemos observar hoy día, los fragmentos aparecen recubiertos
de una homogénea pátina que les confiere un
aspecto externo grisáceo. Sin embargo, las zonas
que han sufrido roturas posteriores al descubrimiento –carentes de pátina– parecen confirmar
que no se trata de arenisca sino, más bien, piedra
calcárea, siendo por ello improbable que proceda del Brull. A pesar de todo, no hay tampoco
indicios para afirmar que la piedra sea foránea a
la propia Plana de Vic, donde no faltan las afloraciones de este tipo de calcáreas22.
Se puede proponer, además, que el comitente
original de la pieza devió ser, con toda probabilidad, un terrateniente local que eligió como
lugar final para el descanso de uno de sus hijos
una pieza hecha a imitación de los referentes más
lujosos de los que tenía constancia: los sarcófagos
de mármol con decoración figurada importados
de Roma. Seguramente a causa de no estar en
disponibilidad de adquirir directamente una de
estas piezas, ya sea por falta de una distribución
comercial organizada o, simplemente, por estar
fuera de sus posibilitades económicas, nuestro
comitente optaría por mandar hacer una “copia”
–entendida en sentido coetáneo del término–
sobre un material y por una mano de obra locales. Un paralelo hispánico para el fenómeno que
acabamos de mencionar nos lo proporciona el
mausoleo de las Vegas de San Antonio, cerca de
Puebla Nueva (Toledo), cuyo propietario, un latifundista de elevado poder adquisitivo y alto nivel
socio-cultural, manda construir un mausoleo con
cripta para ubicar su sarcófago que, en este caso,
sigue de cerca las corrientes de moda en la
Constantinopla del momento –finales del siglo
IV-principios del V–. Se trata del célebre sarcófago con Cristo entronizado flanqueado por los
doce apóstoles, descubierto in situ a finales del
siglo XIX y actualmente conservado en el Museo
Arqueológico Nacional de Madrid23. Lamentablemente en Tona no consta la existencia de un
paralelo arquitectónico de estas característica
puesto que, tal y como revelan las últimas investigaciones, la llamada “torre del Castell” no parece tratarse de un mausoleo turriforme de época
romana sino, más probablemente, de una construcción defensiva –torre de vigilancia– altomedieval24. En cambio, gracias a algunos hallazgos
cerámicos de carácter puntual, sí se cuenta, al
menos, con documentación arqueológica al respecto de la presencia de algún posible establecimiento rústico, tal vez una villa 25.
No podemos precisar, lógicamente, en qué
momento nuestra pieza quedaría fracturada para
ser, finalmente, removida junto con otros muchos
materiales de diversas épocas en la nivelación
del terreno que tuvo lugar para la construcción
de la iglesia románica de Sant Andreu del Castell.
Simplemente podemos sugerir como hipótesis la
posibilidad de que, junto con el resto de materiales exhumados durante las excavaciones de
1943, nuestro sarcófago, seguramente fragmentado ya desde hacía tiempo, podría haber formado
parte de la decoración del templo prerrománico,
especialmente el fragmento con la Crux Invicta
–como recordaremos el más erosionado de los
dos– y, por otra parte, el único con un motivo –la
cruz– aún perfectamente reconocible.
Finalmente, para la datación de los fragmentos proponemos de manera genérica una cronología dentro de la primera mitad del siglo V, en
relación con las dataciones que nos proporcionan sus evidentes lazos iconográficos de origen
romano. Entendemos que, como copia, tienen
que ser lógicamente posteriores a su modelo,
teniendo presente que éste pudo haber estado ya
plenamente configurado en la Roma del último
tercio del siglo IV. La cronología propuesta
puede ser, además, relacionada con la que nos
ofrece buena parte de las piezas tardías conoci-
22 Vid. Busquets, P. - Domínguez, A. - Vilaplana, M.,
Geologia d’Osona, Barcelona, 1979, espec. pp. 24-28;
Reguant, S. - Busquets, P. - Vilaplana, M., Geologia de la
Plana de Vic, Vic, 1986, espec. pp. 15, 23, 34-39. Hemos
de agradecer en este punto la viosa ayuda proporcionada
por la geóloga local N. Capdevila, informándonos de
que, realmente, no se trata de arenisca del Brull sino de
una calcárea del Muschelkalk (era secundaria, período
triásico), con bastante probabilidad de procedencia local
(zona de Centelles?).
24 Bolós, J., “El Castell de Tona, un edifici singular”, Llibre
de Tona, 1997, pp. 81-88, donde se fecha esta construcción,
de 8 m. de altura, en torno al año 900.
23 Para el sarcófago de Puebla Nueva y el mausoleo en el
fue hallado vid. Schlunk, ob. cit., pp. 204-208; Schlunk,
Th., Hispania Antiqua. Die Denkmäler der frühchristlichen
und westgotischen Zeit, Mainz am Rhein, 1978, pp. 129-131,
con bibliografía.
25 Se trata de un conjunto cerámico compuesto por cerámica
de barniz negro de mediados del s. III a. C., cerámica
companiense A y B de la segunda mitad del siglo II a. C.,
sigillata sudgálica del s. I d. C. y sigillata clara de finales del
s. II – inicios del s. III d. C., de lo que se deduce una ocupación de la supuesta villa entre el s. III a. C. y el III d. C.
Vid. Sanmartí, op., cit., passim; Gorges, op. cit., p. 224.
26 Para las mismas y su principal bibliografía vid. Vidal, Del
romà al romànic, op. cit., pp. 221-224
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das de la escultura funeraria tardorromana de la
Tarraconense, entre las que destacan, indudablemente, el grupo hallado y conservado en
Tarragona encabezadas por el sarcófago de
Leucadius y el llamado sarcófago “de los
Apóstoles”, habitualmente datados entre los años
410-46926. Hemos de recordar, sin embargo, que
estos últimos son considerados obra de los talleres de Cartago y, por tanto, desde el punto de
vista hispánico, productos foráneos adquiridos
por vía comercial que nos revelan la existencia
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de una actividad entre Cartago y Tarraco similar
a la llevada a cabo en el siglo anterior con respecto a Roma. Por lo tanto, hasta la fecha y en
espera de futuros hallazgos que ayuden a completar nuestros conocimientos, los fragmentos de
Tona son los únicos ejemplos de época tardoantigua que demuestran la existencia, en la
Tarraconense, de una producción local de escultura de sarcófagos en un momento posterior al
año 400.