Área: Mediterráneo y Mundo Árabe
ARI 118/2011
Fecha: 08/07/2011
¿Turquía como modelo para las transiciones árabes?
Carmen Rodríguez López
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Tema: Las recientes turbulencias políticas en el norte de África y Oriente Próximo han
dado lugar a preguntas y reflexiones acerca de la posibilidad de que Turquía pueda ser
un referente para los procesos de transición de la zona.
Resumen: Las demandas democratizadoras que se están produciendo en la región
mediterránea y de Oriente Próximo han planteado numerosos interrogantes para el
futuro, entre ellos, si Turquía puede ser un modelo a seguir por estos países. Si bien las
experiencias propias de cada país no pueden ser exportadas directamente a otros, sí es
cierto que la experiencia turca puede ser una influencia indirecta positiva en fenómenos
de transición hacia la democracia en la región. Por otra parte, aunque Turquía ya cuenta
con una discontinua experiencia en su proceso democratizador, éste aún no ha
terminado y ha de resolver importantes conflictos internos. En este sentido, cabría la
posibilidad de que las revoluciones en el mundo árabe influyeran positivamente en la
democratización de Turquía, al promover más exigencias democráticas desde el interior
del país y aportar, al mismo tiempo, energías renovadas con las que continuar las
reformas.
Análisis:
El modelo turco
Las recientes turbulencias políticas que han tenido por escenario el norte de África y
Oriente Próximo han dado lugar a preguntas y reflexiones acerca de la posibilidad de que
Turquía pueda ser un referente a tener en cuenta en los futuros procesos de transición de
la zona. El modelo turco suele hacer referencia a la denominada “tríada”: democracia,
islam y economía de mercado. Desde la década de los 80, el país puso en práctica toda
una serie de medidas neoliberales que promovieron el desarrollo de una economía de
mercado abierta al exterior. Si bien las disparidades con ciertas economías europeas son
importantes, la filosofía económica es la misma. Por otra parte, en el plano político hemos
de plantearnos qué tipo de democracia nos encontramos en Turquía en la actualidad y si
verdaderamente está consiguiendo reconciliar las sensibilidades más religiosas con las
posturas autóctonas laicistas más rígidas, afrontando así las dos cuestiones más
polémicas de la tríada del modelo turco.
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Investigadora del Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos, Universidad Autónoma de
Madrid.
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En primer lugar, habría que matizar que Turquía no es aún una democracia consolidada,
sino que se encuentra en este momento en un proceso de democratización. El país está
llevando a cabo una serie de reformas con las que se pretende superar el marco legal
que se instauró a partir del golpe de Estado de 1980. El régimen resultante tras ese golpe
podría considerarse como una democracia “defectiva”,1 cuya puesta en marcha dio lugar
a importantes restricciones en el ámbito de los derechos. Turquía, por lo tanto, está
inmersa en una etapa de cambio y transformación.
Turquía es, por un lado, un país singular y complejo que está luchando todavía por
librarse del legado heredado de una política autoritaria marcada por intervenciones
golpistas. Por otro lado, Turquía cuenta con experiencias democráticas previas, un rico
entramado institucional y una sociedad civil capaz de canalizar propuestas significativas
de cambio. Tras el golpe de Estado de 1980, el país experimentó una transición dirigida
por el Ejército que aseguró un papel determinante al estamento militar y recortó de
manera sustancial los derechos y libertades individuales. Los partidos políticos
ilegalizados en 1981 se fueron recomponiendo lentamente a lo largo de una década, pero
la debilidad institucional y/o su falta de voluntad y convencimiento impidieron reformas
sustanciales del sistema político.
El empuje de la candidatura de Turquía a la UE por parte del Consejo Europeo de
Helsinki de 1999 dio pie a unas reformas globales del sistema, impulsadas primero, entre
1999 y 2002, por una difícil coalición de tres partidos y, posteriormente, por el marcado
empuje del Partido Justicia y Desarrollo (AKP, en sus siglas en turco, que había surgido
en el año 2001 como sucesor de una serie de partidos islamistas ilegalizados) tras las
elecciones generales de 2002, que le concedieron la mayoría absoluta. Por primera vez
en Turquía, todos los temas a debatir se pusieron sobre la mesa y tanto la elite política
como la sociedad parecían coincidir en una sinergia a favor de profundos cambios
democratizadores. Sin embargo, reproduciendo la metáfora de Gareth Jenkins, tras la
apertura de negociaciones con la UE en 2005, la primavera democrática ha dado paso a
un invierno democrático. El desgaste en el empuje democratizador se ha debido a
diversos factores, tales como: (1) los mensajes de ciertos gobiernos de la UE
descartando la candidatura turca y apostando por otro tipo de relación privilegiada; y (2)
las desiguales políticas del partido en el gobierno, el AKP, que si bien ha luchado
considerablemente para limitar el poder militar, no ha mostrado la necesaria
contundencia para favorecer el pleno desarrollo de la libertad de expresión en el país,
materia que preocupa especialmente por la censura en Internet y las causas abiertas
contra periodistas. Esta falta de coherencia reformista del gobierno ha convivido con una
oposición dividida que no ha sabido hacer suyo el proyecto democratizador.
En lo que respecta al AKP, el politólogo turco Fuat Keyman lo caracteriza como un actor
político global, de centro-derecha, activo y reformista, que se encuentra cómodo con la
economía de mercado pero al mismo tiempo también con la política filantrópica.2 Su
actitud decidida a favor del cambio, su imagen europeísta y su habilidad de gestión le han
concedido victorias electorales en 2002, 2007 y 2011. Sin embargo, como afirma
Keyman, dos cuestiones enturbian este proceso, ambas con importantes consecuencias:
1
Inmaculada Szmolka Vida (2010), “Regímenes políticos híbridos. Democracias y autoritarismos con
adjetivos. Su conceptualización, categorización y operacionalización dentro de la categoría de regímenes
políticos”, Revista de Estudios Políticos, nº 147, enero-marzo, pp. 103-135.
2
Fuat Keyman (2010), “Modernization, Globalization and Democratization in Turkey: The AKP Experience
and its Limits”, Constellations, vol. 17, nº 2, 2010, pp. 313-326.
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en primer lugar, el hecho de que el AKP haya igualado democracia con mayoría
parlamentaria en un país de marcadas fracturas ideológicas y sociales, y, en segundo
lugar, el hecho de que ciertas demandas por parte del propio partido de libertad religiosa
hayan recibido prioridad frente a otras demandas de libertades y derechos. El partido ha
fallado, por tanto, en establecer un equilibrio adecuado entre su compromiso con la
consolidación democrática y su carácter conservador. El resultado es que en la
actualidad, si bien la sociedad turca percibe en general al AKP como un partido
conservador, hay importantes sectores que se muestran muy escépticos respecto a su
compromiso democrático.
Las elecciones generales de junio de 2011 eran especialmente importantes porque una
de las principales tareas de la nueva legislatura, si no la más importante, será la
redacción de una nueva Constitución que sustituya a la aprobada durante el gobierno de
la Junta Militar que lideró el país tras el golpe de Estado de 1980. Con 326 diputados, el
AKP tendrá que pactar con las otras fuerzas políticas para llevar adelante este proyecto:
el Partido Republicano del Pueblo (CHP, de centro-izquierda), que ha obtenido 135
escaños; el Partido de Acción Nacionalista (MHP, ultranacionalista turco), que ha logrado
53 escaños; y el Partido de la Paz y de la Democracia (BDP, pro kurdo), que ha logrado
36 escaños.
Existe consenso entre las fuerzas políticas a la hora de apoyar la redacción de un nuevo
texto constitucional, pero también existen importantes divergencias sobre el contenido del
mismo. La nueva Constitución tendrá que reconciliar visiones muy diferentes, como las
nacionalistas turcas y kurdas, o las sensibilidades más religiosas y las laicas, entre otras.
También se discutirá la propuesta del AKP de promover un sistema presidencial frente al
actual sistema parlamentario, la autonomía política de regiones y municipios y la garantía
de los derechos y deberes fundamentales. Otra de las propuestas legislativas será
reducir el umbral electoral del 10% para acceder al reparto de escaños en las elecciones.
Será ésta, por lo tanto, una legislatura que influirá de manera determinante en el proceso
de democratización turco.
De todo este proceso interno, se ha de tener en cuenta para los procesos de
democratización de países vecinos que, tras la transición y la instauración de un primer
gobierno democrático, viene un segundo proceso, no menos importante, que es la
consolidación democrática, tal como explica el académico Guillermo O’Donnell. En este
segundo proceso, que es donde se encuentra Turquía, hay que estar muy atento a que
las elites dejen de lado tics autoritarios y no ayuden a perpetuar instituciones no
democráticas que les puedan ser útiles para sus propios intereses. También hay que
asumir que los conflictos sociales soterrados bajo el silencio autoritario saldrán a la luz.
Por ello, se requiere de una enorme voluntad de inclusión y de sinergias entre los
moderados de las diferentes tendencias para evitar que se recurra a medios no
democráticos para perseguir sus fines. Por último, el papel de organizaciones o terceros
países, aunque siempre difícil, porque puede ser percibido como injerencia, puede ser
positivo y hasta necesario. Se puede contribuir no sólo a aportar una determinada
experiencia en el funcionamiento de ciertas instituciones democráticas, sino a ofrecer un
apoyo material y no material que impulse las reformas políticas y a los grupos que las
apoyan.
Turquía y el mundo árabe
Una encuesta realizada en julio de 2009 por el think tank turco TESEV en Egipto,
Jordania, Territorios Palestinos, Líbano, Arabia Saudí e Irak demostraba que Turquía
contaba con una imagen positiva en estos países. Se trata de una imagen que ha
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mejorado en los últimos años debido, entre otros factores, a la llegada al poder del AKP
en 2002, la decisión del Parlamento turco de evitar el despliegue de tropas
estadounidenses en su territorio para invadir Irak en 2003, la candidatura de Turquía a la
UE, la respuesta de Turquía a los bombardeos de Gaza en 2009 y el enfrentamiento del
primer ministro Recep Tayyip Erdoğan con el presidente de Israel, Simon Peres, en
Davos ese mismo año. Junto a estas cuestiones, el informe de TESEV señalaba que las
recientes transformaciones políticas y económicas de Turquía, como su nueva política
exterior más activa en Oriente Próximo, habían despertado un nuevo interés por este
país, el cual se había traducido en una mejor imagen para el mismo. La nueva actitud de
Turquía hacia la región ha fomentado el estrechamiento de relaciones diplomáticas y
comerciales con los países vecinos.
Un nuevo informe realizado por este mismo think tank en 2010, antes de las revueltas
árabes, confirmaba que la imagen de Turquía en esos países incluso había mejorado
respecto al año anterior. Incluyendo Irán en esta nueva investigación, el 85% de los
encuestados respondieron que percibían a Turquía de manera favorable o muy favorable.
Según la académica Meliha Altunisik, esta imagen se debe no sólo a lo que Turquía
“hace” sino a lo que Turquía “es”. Es decir, al hecho de que haya puesto en marcha uno
de los sistemas más democráticos de la región. En cualquier caso, habría que diferenciar
la visión de la opinión pública de la de sus líderes políticos, los cuales pueden ser reacios
a la influencia de Turquía en la región. Por otro lado, la imagen de Turquía no es
monolítica: para los sectores más liberales o progresistas, el acento positivo se pone en
su proceso secularizador, en su proceso de modernización y en su apertura política,
mientras que los islamistas dieron la bienvenida a la victoria del AKP en las urnas en
2002 como muestra de que Turquía retomaba con fuerza su componente islámico.
La renovada victoria en 2007 y la actitud reformista e integradora mantenida por el AKP
hasta ese momento incitaron a ciertos grupos islamistas de Egipto a Marruecos a sentirse
identificados con esa tendencia, sugiriendo que ellos podrían llevar a cabo procesos
similares en sus respectivos países. La experiencia positiva del AKP podría disminuir el
miedo a lo “islámico”. Así, Essam El-Arian, de los Hermanos Musulmanes en Egipto,
declaró que el éxito del AKP demostraba “que los islamistas pueden tener puntos de
encuentro con Occidente y que los éxitos económicos del AKP y su relación con otros
partidos políticos y tendencias en Turquía debían ser tomadas en cuenta”. Por su parte,
el secretario general del Partido de Justicia y Desarrollo (PJD) de Marruecos, Saad
Eddine Al-Othmani, declaraba para el periódico Le Monde que él tomaba al AKP como
ejemplo.3 En esta línea y más recientemente, tras las revueltas en Túnez, el líder del
movimiento islamista Ennahda, Rached Gannouchi comentó en una visita a Estambul en
marzo que la experiencia turca “inspira al mundo árabe” y que “los derechos humanos,
las libertades democráticas y el progreso económico en Turquía, son los grandes apoyos
que Turquía da al mundo árabe”. Si bien las experiencias propias de cada país no
pueden ser exportadas directamente a otros, sí es cierto que la experiencia turca puede
ser una influencia indirecta positiva en procesos de transición hacia la democracia en la
región. Pero, para ello, Turquía ha de ser consecuente con su propio proceso
democrático. El conocido académico Tariq Ramadan afirmaba que “Turquía debía ser
una inspiración para nosotros los observadores” a la hora de facilitar la integración
democrática de los Hermanos Musulmanes en la política egipcia. Será interesante
analizar en el futuro las relaciones transnacionales de estos partidos con el AKP.
3
Citados en Meliha Altunisik (2010), “Turkey: Arab Perspectives”, Istanbul, TESEV,
http://www.tesev.org.tr/UD_OBJS/PDF/DPT/OD/YYN/ArabPerspectivesRapWeb.pdf.
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Ante las revueltas en sus países vecinos, Turquía se encuentra ante un dilema. La
política exterior del AKP, abanderada por su ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet
Davutoğlu, se ha caracterizado por evitar la confrontación y fomentar la cooperación.
Esta política de “cero problemas con los vecinos” tenía por contrapartida establecer
buenas relaciones con regímenes de carácter autoritario. En estos momentos de
inestabilidad política, Turquía se encuentra ante el dilema de apoyar o bien a los líderes
de regímenes autoritarios o bien a las manifestaciones democráticas de sus ciudadanos.
Si bien Erdoğan finalmente se acabó posicionando del lado de los manifestantes egipcios
en las recientes revueltas, se le ha reprochado que no hiciera lo mismo con los
manifestantes contra Mahmud Ahmadineyad tras las elecciones en Irán de 2009, o su
relación con el presidente de Sudán, Omar Al Bashir, acusado de genocidio y buscado
por la Corte Penal Internacional.4
En el caso libio, en un primer momento el gobierno turco se posicionó en contra de ser
arrastrado a la intervención militar en el país, acusando a países como Francia de
perseguir intereses petroleros. Hay que tener en cuenta que las relaciones franco-turcas
son tensas por la oposición del presidente francés, Nicolás Sarkozy, a la entrada de
Turquía en la UE. La desestabilización en el país norteafricano ponía en peligro
inversiones considerables llevadas a cabo por más de 200 firmas turcas, que contaban
con más de 25.000 trabajadores en la zona, los cuales fueron rápidamente evacuados.
La intervención militar de la OTAN eliminaba el liderazgo de Francia en la gestión de la
crisis libia y Turquía se mostró, finalmente, favorable a las operaciones de la OTAN. En
mayo se decidió cortar los lazos con la administración del coronel Muammar Gaddafi, con
la que se había intentado buscar una salida negociada al conflicto. El Consejo Nacional
Transitorio Libio liderado por Mustafa Abdul-Jalil fue recibido en Turquía por el
presidente, el primer ministro y el ministro de Asuntos Exteriores, lo que significó el
reconocimiento a los rebeldes.
Respecto a Siria, el gobierno turco se encontró ante una situación aún más complicada.
Las relaciones con el país vecino habían mejorado notablemente en los últimos años y se
había eliminado la necesidad de visado entre estos dos países. Además, Turquía medió
en las negociaciones entre Israel y Siria hasta la operación militar israelí en Gaza en
enero de 2009. Erdoğan y el presidente sirio Bashar al Asad tenían buenas relaciones
personales. Sin embargo, ante las revueltas sirias, el primer ministro turco ha ido
endureciendo progresivamente su discurso y ha calificado de “salvaje” la represión de las
mismas. También se ha posicionado públicamente a favor de las reformas que los
manifestantes han demandado en Siria. Tras las elecciones generales celebradas en
Turquía en junio, un representante del régimen sirio, Hassan Turkmani, fue recibido por
Erdoğan. La prensa apuntó a que el primer ministro turco le habría explicado su oposición
a la violencia del régimen sirio, su apoyo a las reformas políticas y su preocupación e
irritación por el creciente número de refugiados sirios que había traspasado la frontera
turca, que se elevaba a más de 10.000 a finales de junio. Sin duda, a Turquía le
preocupa la caída del gobierno sirio y la incertidumbre que pudiera cernirse sobre el país,
con el que comparte 800 km de frontera y un importante volumen de negocios, así como
el interés por mantener la integridad territorial frente a futuras demandas kurdas en la
zona.
4
Crisis Group (2010), Turkey and the Middle East: Ambitions and Constraints, Crisis Group Europe Report
N° 203, 7/IV/2010, p.7; Nicholas Birch (2011), “Turkey: Erdogan Weighs in on Egypt, Ankara Confronts
Democratization Dilemma”, 1/II/2011, http://www.eurasianet.org/node/62807.
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Una influencia a la inversa
Por último, cabe plantearse la posibilidad de que las revoluciones en el mundo árabe
influyan positivamente en este proceso democratizador turco. La UE ha perdido su
posición de modelo democrático al que aspirar, una pérdida de credibilidad que no sólo
se ha experimentado en Turquía, sino también en el resto de países de la región donde
existe un desencanto con el papel jugado por la UE en los procesos de democratización
de terceros países. Con todo ello, no hay que desvalorizar su peso concreto en el
proceso de democratización turco, el cual se traduce en el día a día de las negociaciones
de cara a la posible adhesión.
Sin embargo, la gélida mirada de la UE hacia las reformas democratizadoras turcas
podría ser compensada por los nuevos aires de democratización que se respiran en los
países vecinos, insuflando dentro de Turquía una revisión crítica y global del proceso en
el que está inmersa. Como ejemplo de esta actitud está la crítica al AKP por parte de
ciertos sectores de la prensa y del principal partido de la oposición, el CHP, ante la
actuación de las fuerzas de seguridad frente a una protesta no autorizada junto al
Parlamento en Ankara a principios de febrero de este año. En esa ocasión, cerca de
10.000 personas se manifestaron en la capital turca para protestar por un nuevo borrador
de ley que podría endurecer las condiciones laborales para los trabajadores, siendo
reprimidos con gas pimienta y cañones de agua. Inevitablemente, la prensa y el principal
partido de la oposición aprovecharon este ejemplo para criticar la actitud de apoyar a los
manifestantes egipcios, por un lado, y no escuchar a los manifestantes turcos, por otro.
Por otro lado, días antes de las elecciones de junio se convocó una acampada en Taksim
–plaza emblemática de Estambul– por parte de jóvenes universitarios, entre cuyos
eslóganes se encontraba: “Túnez, Tahrir, Madrid y ahora Estambul”. La acampada no
tuvo apenas repercusión, pero es sintomática de que, sin duda, lo que está ocurriendo en
los países vecinos se sigue en Turquía y podría tener un impacto específico en el futuro.
Al mismo tiempo que sectores de determinados países árabes van a evaluar los logros
de sus transiciones en base a algunos criterios que provengan de la experiencia turca,
como la presencia de partidos de origen islamista en las elecciones, o los logros
conseguidos hasta el momento en el ámbito de la igualdad de género, en Turquía,
inevitablemente, las reformas democráticas que tengan lugar en países de su entorno
servirán de acicate para los sectores más reformistas dentro del país. Estos sectores
pueden hacerse acopio de redes transnacionales que les apoyen y fortalecer sus
argumentos con el ejemplo de lo que ocurra en los países vecinos.
Finalmente, no hay que dejar de lado otro posible escenario, una influencia a la inversa
negativa. Es decir, si las revueltas árabes no avanzan con éxito y el clima que se
extiende por el Mediterráneo y Oriente Próximo es uno de incertidumbre y
desestabilización, el recurso de fomentar la seguridad a expensas de las libertades
podría afectar a esta región, incluida Turquía, como ocurrió con los países europeos y
EEUU después del 11-S.
Conclusión: Turquía no cuenta todavía con una democracia consolidada. Se trata de un
país que está llevando a cabo su propio proceso de democratización, si bien se
encuentra muy avanzado en ciertas cuestiones respecto a otros países del entorno, por
lo que puede servir como referente. La igualdad legal de la mujer en este sentido es
notable, por ejemplo. Cuenta también con una larga experiencia en política multipartidista
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y en la puesta en marcha de elecciones que ofrecen alternativas de cambio real en el
poder. Sin embargo, aún debe gestionar la resolución democrática de importantes
conflictos internos como las relaciones civiles-militares, la cuestión kurda o las
restricciones a la libertad de expresión, que son ciertamente preocupantes.
Para convertirse en un referente democrático de la región, Turquía ha de afrontar antes
sus propios desafíos políticos. Analistas turcos como Soli Ozel temen que, “la calidad de
la democracia en Turquía corre el riesgo de ser eclipsada por la imagen de una Turquía
democrática”. Es decir, un triunfalismo excesivo sobre los notables logros conseguidos en
importantes aspectos del proceso de democratización turco puede relegar la necesidad
de seguir profundizando en las reformas, dando lugar al mantenimiento de estructuras y
actitudes no democráticas que envicien de manera severa dicho proceso. En esta línea,
advierten que, ante los acontecimientos de la zona, sería negativo que se vuelva a dar
prioridad a la estabilidad frente a la democracia, y que la UE y EEU vuelvan a apoyar a
regímenes que están lejos de implementar democracias plenas y reales.
Si bien las experiencias de democratización no se pueden exportar de un país a otro,
puesto que las nuevas instituciones deberán responder a la idiosincrasia propia de cada
Estado, no hay que desdeñar el efecto contagio que se pueda dar lugar en estos
procesos. El papel de Turquía en todo caso no puede ser el de la injerencia ya que
causaría rechazo en los nuevos líderes. El AKP está llevando a cabo una activa
diplomacia en la zona, un contacto constante con los partidos islamistas de los países
vecinos que puede tener una influencia positiva en la normalización de estos partidos
dentro del juego democrático. A su vez, el establecimiento de redes transnacionales a
través de la sociedad civil puede fortalecer las demandas internas de democratización en
los diferentes Estados.
Turquía puede servir como referente en determinadas cuestiones para los procesos de
transición iniciados en el mundo árabe. También podría ser positivo el fortalecimiento de
redes a favor de las reformas democráticas en el ámbito político y social con otros países
de la zona, pero finalmente y no menos importante: la primavera árabe podría ser
beneficiosa para Turquía si le aporta energías renovadas para su proceso democrático.
Carmen Rodríguez López
Investigadora del Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos, Universidad
Autónoma de Madrid
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