Las representaciones en la constitución de la identidad
Graciela S. Magallanes
El presente escrito, iniciado en una investigación donde trabajo cuestiones
vinculadas a las representaciones de los sujetos, articula en esta instancia la
problemática de la constitución de la identidad. Sin tener la pretensión de abordar un
campo demasiado vasto, sólo me limito a indagar algunas pistas que en parte fueron
trabajadas en un grupo de estudio referido al tema de la identidad personal que fuera
gestado en 1999 en la UNVM1.
Poner el acento en el reconocimiento de la precariedad respecto al alcance con
que cada término pretende nominar las cuestiones identitarias supuso un recorrido
plural a los fines de encontrar un lugar, el lugar para el sujeto con relación a otros
sujetos y los objetos, en lo que hace a las formas de ser, conocer, actuar.
En este sentido el trabajo intenta mostrar cómo lo social colabora en la
definición de la identidad del sujeto, analizando para ello la representación que el
sujeto tiene de sí.
Para el logro de tal objetivo, la argumentación respetará los siguientes tópicos:
(1) Importancia de la representación para indagar la identidad del sujeto. (2) Análisis
de las expresiones modales, —como un lugar donde se instala la reflexividad del
sujeto— instrumento clave para interpretar los procesos de identificación. (3)
Importancia de los medios que viabilizan la representación de sí mismo, —lugar donde
distintos saberes colaboran en el anclaje de los atributos sociales con los que el sujeto
se nomina. (4) Identificación de mecanismos que permiten la adhesión, mantenimiento
o conflicto con determinados atributos sociales que otorgan sentido a la identidad del
sujeto, —configuración que a partir de las expectativas y evaluaciones de otros
significativos pueden hacer entrar en crisis la representación que se tiene de sí.
Representación e identidad
Explorar en la representación la identidad del sujeto implica centrar la atención
en "qué se es, cuando el problema no sólo tiene que ver con un para sí2, sino con un
1
De dicha actividad participamos con el Lic. Eduardo Mattio y con Ileana Monti bajo la
coordinación del Prof. Adrián Scribano.
2
“Designación de sí”, derivada, a su vez, por primera nominalización, del infinitivo reflexivo:
“designarse a sí mismo” (Ricoeur 1996: XXI).
para sí frente a los otros", esto es la identidad en la diferencia. Configuración de una
entidad que en términos de Bryan Fay se entiende como porosa en interacción
dialéctica, ya que "necesitamos de los otros para ser nosotros mismo y necesitamos
de nosotros mismos para ser nosotros" (1996: 34).
La posibilidad de indagar estos lugares donde el sujeto puede instituirse,
interesa fundamentalmente por ser el lugar que permite una aproximación a la
constitución de un discurso particular comprometiéndose radicalmente el lugar del
sujeto.
El conjunto de soportes desde donde emerge la representación adquiere su
importancia en la articulación con las reglas de juego social. Ellas colaboran en la
configuración que el sujeto tiene de sí: las formas de relacionarse consigo mismo, con
los demás y con el mundo material.
La cognoscibilidad de este saber de la vida cotidiana, se vincula a la noción de
reflexividad en cuanto atributo constitutivo de la acción que permite comprender el
modo de relación que establece el sujeto. Esta relación se entiende como de
mismidad, es decir, el espectro de posibilidades en la que el sujeto es identificable y
reidentificable como lo mismo.
La referencia en este sentido es a la importancia que tiene en la propia
designación3 tanto lo idéntico como lo semejante a sí mismo. Registro reflexivo4
continuo de la acción, tal como el sujeto lo muestra o espera que otros lo muestren.
Lo antes expresado interesa en la configuración de la propia representación, en
tanto es un saber que, en su mayor parte, es de carácter práctico, “inherente a la
capacidad de «ser con» en las rutinas de la vida social” (Giddens 1995: 42). Esta
cognoscibilidad se traduce en conciencia práctica —que el sujeto objetiva y pone de
manifiesto en la práctica misma—, lo que no implica negar otro carácter registrado de
la acción que se traduce como conocimiento explícito; esto es, la conciencia
discursiva.
3
Lo aquí expresado se encadena con lo planteado por Ricoeur (1996: XIV) respecto a la
identidad “ipse”, que pone en juego una dialéctica complementaria de la ipseidad y de la
mismidad, esto es, la dialéctica del sí y del otro distinto del sí en lo que se refiere estrictamente
a la alteridad como constitutiva de la ipseidad misma. “Sí mismo como otro sugiere, en
principio, que la ipseidad del sí mismo implica la alteridad en un grado tan íntimo que no se
puede pensar en una sin la otra, que una pasa más bien a la otra, como se diría en el lenguaje
hegeliano. Al “como, quisiéramos aplicarle la significación fuerte, no sólo de una comparación
—sí mismo semejante a otro— sino de una implicación: sí mismo en cuanto... otro”.
4
El registro reflexivo en términos de Giddens (1995) implica un proceso de racionalización más
que un estado, lo que forma parte de las competencias en la utilización de reglas y recursos
portados en el cuerpo como huellas mnémicas de cada agente en el espacio-tiempo
constitutivo de la historia.
Estos dos tipos de registros serán la base para la constitución de la identidad,
la que se hace expresa en la representación —lugar de objetivación de las prácticas
sociales en instituciones, como de la constitución del sí mismo.
Las expresiones modales, los procesos de identificación y la constitución de la
identidad
Indagar las expresiones modales en la conciencia discursiva del sujeto, implica
un proceso de aproximación a la forma variable de un ser que no altera la esencia del
mismo, esto es el reconocimiento a la forma de manifestarse y de ser del sujeto. Nos
encontramos aquí con un concepto que se equivale a una actitud; que se expresa
tanto en lo que hace a un modo de enfrentarse a la realidad, de comportarse, de
establecer relaciones consigo mismo y con los otros, de orientar la mirada en
desplazamientos que pueden ir desde el exterior hacia sí mismo o a la inversa.
También hace referencia a los modos de actuar que implica hacerse cargo de sí, o
trabajar para la transformación realizando una gama infinita de prácticas5.
En términos de Ricoeur (1996), la posibilidad de indagar las expresiones
modales interesan en tanto la identidad narrativa —tal como él viene a denominar la
segunda transición del proceso de individuación— expresa las identificaciones que
modalizan el hacer del sujeto. Esto es posible de identificar en el recorrido narrativo,
en donde la identidad del “ipse”6 no se reduce al “idem” —lo no cambiante— ya que
permite sostener la mutabilidad anecdótica de su vida con la configuración de su
historia.
Si se parte de las expresiones modales, entonces es posible observar que en el
proceso de configuración del modo en la representación, giran en torno a ésta la
presencia de múltiples “modalidades” que permiten detectar los márgenes que tensan
5
Resulta útil ver cómo Foucault (1994: 37), al ofrecer aportes para la construcción de una
teoría histórica y social de la subjetividad, reconoció que las formas de reflexionar sobre éstos
modos se cargó históricamente de connotaciones negativas. “Estas reglas austeras, que vamos
a encontrar de nuevo en la estructura del Código, nosotros las hemos reaclimatado, las hemos
extrapolado, las hemos transferido introduciéndolas en el interior de un contexto en el que
domina la ética general del no-egoísmo, ya sea bajo la forma cristiana de la obligación de
renunciar a uno mismo, ya sea bajo la forma digamos moderna, de la obligación para con los
otros, entendiendo por otros la colectividad, la clase, etc.”.
6
En términos de Ricoeur (1996) el sí mismo o ipseidad es decir lo idéntico en el sentido de lo
no extraño, se sustrae a la problemática de la reflexividad en el sentido de la enunciación
refleja del enunciador. Surge así una reflexividad fuerte que no es simplemente pragmática,
una distanciación del sí donde se incorpora la noción distributiva del sí sobre las instancias del
pronombre personal.
de un extremo a otro “el modo de ser del sujeto” sin alterar su esencia. La modalidad
establece la posición del sujeto7 que habla y con ello las reglas de su propia inserción8.
Abogar por el sentido de la forma que asume tanto el modo como las
modalidades en la representación, exige trabajar en un proceso de desmontaje
respecto de su funcionamiento, lo que supone un análisis de la extensión de ambos.
Sin embargo, si en cualquiera de éstas formas de análisis lo que estuviera ausente
fuera el verbo9; se negaría la existencia misma del modo donde se expresa la
identidad del sujeto, produciéndose una serie infinita de nombres donde desaparecía
el sujeto que los juzga.
Al hacer salir a la luz el verbo, como elemento indispensable para la
constitución de un discurso surge, de un extremo a otro, una serie de agregados a
partir de los modos personales e impersonales donde se expresan los juicios del
sujeto —en lo que hace al ser— o se enuncia en abstracto como lo que es dicho.
El propio ser del sujeto se pone en juego para el acceso al conocimiento de sí,
según cuáles hayan sido las condiciones, formas y efectos que se produjeran en su
trayectoria. En este sentido, el abordaje de las representaciones de los sujetos en el
discurso, implica trabajar sobre el modo en que éste se forma los conceptos, de
acuerdo al momento y circunstancias en las que se encuentra. Esto es el reconocer un
saber posible para el sujeto desde donde se observa, analiza y descifra a sí mismo.
El instrumento clave donde puede interpretarse la red de significados a partir
de los cuales se construye la identidad del sujeto son las marcas10 en el discurso, en
tanto dan cuenta de una determinada presencia, lugar particular donde se posiciona el
sujeto, proceso de identificación que podría nominarse como de hibridación11 de
sentidos. Es decir, constructos que permitirían aproximar la brecha entre lo que hace a
la naturaleza social y a la naturaleza subjetiva que impone el sujeto instituyente.
7
Dice Ricoeur: “En este aspecto todas las modalizaciones del hacer registradas por la
semiótica narrativa importan a este proceso de identificación: lo que yo puedo hacer, lo que yo
quiero hacer, lo que yo sé hacer, lo que yo debo hacer, en síntesis; todo lo que expresan las
expresiones modales designan indirectamente el hacer del actante, precisamente
modalizándolo” (1996: 85).
8
Dice Marín: “Las modalidades de presentación de sí mismo, es cierto, están gobernadas por
las características sociales del grupo o los recursos propios de un poder. Pese a ello, no son
expresión inmediata, automática, objetiva del status de uno o la potencia del otro. Su eficacia
depende de la percepción y el juicio de sus destinatarios, de la adhesión o la distancia con
respecto a los mecanismos de presentación y persuasión puestos en acción” (1994: 95).
9
Se reconoce la importancia del verbo en lo que hace a los modos personales o no personales,
lugares de posicionamiento posible por parte del sujeto que contribuyen a la explicitación de la
modalidad que asume la representación acerca del cuerpo.
10
Como señala Eliseo Verón: ”Puede hablarse de marcas cuando se trata de propiedades
significantes cuya relación, ya con las condiciones de producción, ya con las condiciones de
reconocimiento, no se encuentra especificada” (1987: 16).
11
En términos de García Canclini (1990) lo híbrido abarca diversas mezclas interculturales,
incluyendo las formas modernas de hibridación.
Lo que importa analizar aquí es la identificación con determinados modos y
modalidades que emergen en la representación. Desde este enfoque cobra sentido
prestar atención a las formas que asumen los distintos dispositivos. Dice Larrosa: “En
primer lugar una dimensión óptica, aquella según la cual se determina y se constituye
lo que es visible del sujeto para sí mismo. A continuación, una dimensión discursiva en
la que se establece y se constituye qué es lo que el sujeto puede y debe decir acerca
de sí mismo. En tercer lugar, una dimensión jurídica, básicamente moral, en la que se
dan las formas en que el sujeto debe juzgarse a sí mismo según una rejilla de normas
y valores. Cuarto, …mostraré como la modalidad discursiva esencial para la
construcción temporal de la experiencia de sí y, por tanto, de la autoidentidad, es la
narrativa. … Por último, una dimensión práctica que establece lo que el sujeto puede y
debe hacer consigo
mismo. Cada uno de estos dispositivos marcan distancias y
proximidades respecto al gobierno del ser por sí mismo o por el otro, esto se liga al
ejercicio de distintos estados estatutarios del poder, los que se comprenden en las
condiciones de adquisición dadas por “el carácter y condición de un grupo social de
referencia” (1995: 292).
Los atributos sociales, los medios utilizados y la posibilidad de que emerja la
identidad del sujeto
El estudio de los modos y modalidades que se expresan en la representación,
tal como se ha planteado en párrafos anteriores, ponen sobre el tapete la naturaleza
social en la construcción de la identidad del sujeto. Es en esta perspectiva desde
donde se considera relevante trabajar en forma consistente los diferentes medios que
viabilizan las representaciones que el sujeto tiene de sí; allí donde diferentes saberes
colaboran en el anclaje de los atributos sociales con los que el sujeto se nomina.
Los atributos sociales con los que se identifica el sujeto no tienen propiedades
ni estructura propia, se definen en la interacción. Cada sujeto es portador de atributos
específicos; dependiendo éstos de la situación social en que se encuentra el individuo.
Para tener un conocimiento profundo de los atributos sociales en la institución
del sujeto, es necesario adentrarse en la exploración reflexiva de la intimidad —
próxima y lejana en el espacio-tiempo—, donde fundamentalmente se hace expresa la
adhesión a un determinado atributo en función, por ejemplo, de aspectos sexuales,
siendo las relaciones con el género12 constitutivas para el sujeto.
Los atributos sociales tienen profundas raíces solidificadas históricamente en
determinados saberes: médicos, educativos, religiosos, estéticos, publicitarios, éticos,
etc. Ellos han ido muchas veces en contra de una auténtica relación del sujeto consigo
mismo y con los demás debido a una serie de poderes que generan prohibiciones,
censuras que constriñen el discurso acerca de sí mismo. Es preciso ahondar sobre
estos saberes en la representación, conocer qué se dice, quiénes lo dicen, detectar
desde dónde se constituye esos puntos de vista que el sujeto referencia en su
estrategia discursiva y que, de algún modo, filtra y controla el deber decir, hacer,
saber, juzgar del sujeto.
Propiciar la indagación respecto a la inscripciones de estos significados
interesa en tanto se reconoce que invocan al interior de los procesos una lógica de
producción de sentido donde se imbrinca, en la representación que el sujeto tiene de
sí, la presentificación de lo ausente y la autorrepresentación que instituye el sujeto13.
En este sentido, el tema que ocupa un lugar central en la constitución de la
identidad expresada en la representación, es la trayectoria internamente referencial
para el sujeto y el conjunto de cambios que comprometen su historia de vida. Ello hace
distintiva y delimitada la representación que se tiene14. La diferenciación entraña la
conciencia de determinadas garantías que no son homogéneas para distintos
discursos ni para distintos ámbitos, según la condición en la que se encuentre el
sujeto.
Posibilidades y límites en la construcción de la representación para la
constitución de la identidad
12
Según Langlan y Gove: “El género es un hecho social por entero que adquiere su
significación y funcionamiento a partir del sistema cultural más amplio del que forma parte. …
El significado del término «género», según lo entiendo, no es diferente del significado que tiene
para la gramática: designa un conjunto de categorías a las cuales se le puede asignar la
misma función en todas las lenguas o en todas las culturas, ya que tienen relación con las
diferencias sexuales. No obstante estas categorías son convencionales o arbitrarias en tanto
no sean reductibles a/o directamente derivadas de realidades biológicas o naturales; varían de
una lengua a otra, de una cultura a otra, en la manera de organizar la acción y la experiencia”
(1986:147).
13
Como dice Marín: “Uno de los modelos más operativos construidos para explorar el
funcionamiento de la representación moderna —ya sea lingüística o visual— es el que propone
la toma en consideración de la doble dimensión de su dispositivo: la dimensión `transitiva`
transparente del enunciado, toda representación representa algo; la dimensión `reflexiva` u
opacidad enunciativa, toda representación se presenta representando algo” (1994: 80).
14
Así la construcción de la identidad de la representación se constituye con el dominio de
relaciones y circunstancias que recombina el sujeto en forma indefinida pero que intervienen y
son coherente para la propia utilización del sujeto —lo que implican renuncias al deseo por la
conciencia moral de los ordenamientos que son referenciales para sí—.
La última cuestión que quiero plantear es el campo de oportunidades y
restricciones en la representación. Para ello voy a focalizar mi atención en el soporte
de la enunciación, esto es, en lo que se dice de sí y que no se liga sólo a los límites de
lo que se expresa frente al otro, sino que también tiene que ver —tal como se ha
señalado— con las imposiciones, restricciones propias de determinados saberes que
el sujeto ha tenido que vencer o que espera vencer, sentidos que es posible
identificarlo con los intentos de “cambios, transformaciones” entre lo que se es y lo que
se intenta ser.
El planteo antes mencionado lo abordaré a partir de dos tópicos. En primer
lugar, haré referencia a la importancia de la construcción de un conocimiento en el que
han mediado una serie de saberes que fueron importados de la medicina, la religión, la
familia, la erótica, etc., que, en su conjunto, han contribuido en hacer problemática la
identidad.
Interesa poner en el plano de análisis estos saberes que generan discursos, en
tanto se reconoce que al estar orientados a determinados beneficios colaboran, al
momento de develarlos, en la comprensión de la estrategia discursiva —la que se
significa en la propia experiencia del sujeto—. En síntesis, puede decirse que estos
saberes son mecanismos productores de sentidos que atraviesan el discurso y
afianzan con eficacia la finalidad pretendida por el sujeto al momento de hacer
expresa la representación que se tiene de sí.
En segundo lugar, considero relevante visualizar que la experiencia inscripta y
significativa para el sujeto es producto de un ordenamiento propio, que delimita la
experiencia de “los otros” haciéndose referencial para sí, al percatarse de las
expectativas y evaluaciones de los otros significativos respecto a su actuación en la
vida privada y pública. Estas apreciaciones pueden coincidir o entrar en contradicción
en su conjunto.
Las consecuencias de esas referencias, muchas veces implican crisis/conflicto
de identidad para superar las transiciones. La posibilidad de crisis/conflicto se genera
con identidades que se cruzan y se superponen. Se destaca fundamentalmente el
sentido de las relaciones y sobredeterminaciones que se producen, por ejemplo, en las
identidades de género15.
15
En palabras de Uzín: “Cuando hablamos entonces de identidades genéricas, masculinas o
femeninas, no nos referimos a una definición esencial y fija de los conceptos de mujer y varón,
sino a un conjunto de operaciones discursivas, variables y móviles, que distribuyen
jerárquicamente prácticas, valores y atributos, estableciendo exclusiones y configurando una
situación estratégica de distribución de poder entre grupos genéricamente definidos, en
interacción con otras determinaciones (1999:34).
Las crisis/conflicto provocan reformulaciones y perfiles heterogéneos del
hombre y la mujer, y es lo que constituye probablemente el corazón del problema. La
configuración de la representación es producto de fuertes filiaciones entre la
trayectoria vital del sujeto, la forma que asume su existencia actual y los discursos –tal
es el caso de los discursos mediáticos—, en tanto constituyen nuevos modos de
relación construidos a partir de nuevos registros, lo que implica otros universos de
significaciones-.
Cada uno de estos componentes, que colaboran en la definición de la forma
que asume la representación en la que el sujeto se reconoce, impone determinadas
identificaciones en lo que hace a los modos y modalidades, con las que se lucha en
pro de la identidad de la representación de sí.
Esta distribución de identificaciones que pone en juego roles según ámbitos,
establece nuevas alianzas y límites que hacen conflictiva la identidad de la
representación y pueden, inclusive, hacerla fracasar. La posibilidad del fracaso hace
necesaria una interpretación que pueda articular contradicciones, quiebres, mezclas,
que se viven como conflictivas al producir expansión de atributos impuros/híbridos que
se encuentran desterritorializados y reterritorializados16.
Evitar neutralizar estos atributos sociales implica la constitución del sujeto, con
sus propiedades y modos de acción en un operador que evite todo tipo de
equivalencia en las diferentes divisiones, de edad, de sexo, de profesión, etc., en el
mundo social. De este modo el reconocimiento a sentidos diferenciados en sujetos que
ocupan posiciones no equivalentes de acuerdo a su situación social hacen suponer
que las determinaciones sociales adscriptas a dicha situación tienden a formar las
disposiciones constitutivas de su identidad y con ello de su representación.
En síntesis, la adhesión y mantenimiento de relación con el atributo social
interesa en tanto la opción tiene que ver con una decisión en la que contribuyen
inercias producto de la tradición de género, la profesión, etc. Relación que es un tanto
heterogénea/híbrida, lo que hace que las identificaciones con los atributos sociales no
sea pura, lo que implica conflictos de identidad que comprometen al sujeto y con ello a
su representación. La necesidad de reestructuración del ordenamiento por las
múltiples relaciones sociales en las que el sujeto se encuentra comprometido hacen
16
La referencia en este sentido es a los importantes desarrollos de García Canclini (1990). La
desterritorialización entendida como la pérdida de la relación natural de la cultura con los
territorios geográficos y sociales, y, al mismo tiempo, ciertas relocalizaciones territoriales
relativas, parciales de las viejas y nuevas producciones simbólicas hacen imposible
desaparecer las preguntas por la identidad, por la desigual apropiación del saber en donde no
se borran los conflictos, como pretende el posmodernismo neoconservador. Se colocan en otro
registro, multifocal y más tolerante, donde se repiensa la autonomía de cada cultura —a
veces— con menos riesgos fundamentalistas.
necesaria la búsqueda por parte del sujeto a los fines de encontrar sentidos a su
propia identidad.
Referencias bibliográficas:
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Escuela, poder y subjetivación (Madrid: La Piqueta).
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Sujeto: Norma/Transgresión (Córdoba: Colección el Hilo del Discurso.
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Verón, E. (1997) Semiosis de lo ideológico y del poder. La mediatización. (Buenos
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