ANTONIO CARO: LAS PUBLICIDAD COMO NÚCLEO...
1
LA PUBLICIDAD COMO NÚCLEO
DE UN IMAGINARIO GLOBALIZADO1
Dr. Antonio Caro Almela
Universidad Complutense de Madrid
ABSTRACT:
El trabajo que se desarrolla a continuación pretende desvelar las claves que se
ocultan bajo la continua presencia de la publicidad poniendo de relieve en qué
medida y desde qué objetivos ésta se ha convertido en el núcleo del vigente
imaginario colectivo. Partiendo de un nuevo concepto de la presente
globalización capitalista que desborda su entendimiento puramente económico,
se pone de relieve el ejercicio de institución social que existe en la base de la
misma, sobre la base de las aportaciones del filósofo Cornelius Castoriadis. El
trabajo enfatiza el componente imaginario que contiene la presente producción
capitalista, para terminar señalando la función que cumple la publicidad
instalando ese componente imaginario en pleno corazón del presente
imaginario globalizado.
1. INTRODUCCIÓN.
El objetivo del presente ensayo es sostener y argumentar la hipótesis que se
especifica en su título, con arreglo a la cual la publicidad constituye el núcleo del
imaginario social que en la actualidad se expande por todo el mundo en cuanto
componente sustancial de la presente globalización capitalista.
Dicho objetivo nos llevará a pasar sucesivamente revista a las siguientes
cuestiones:
1)
Cómo la presente globalización capitalista implica en lo básico, y
más allá de las visiones estrictamente económicas o propiamente
economicistas con que habitualmente se la contempla2, un
ejercicio de institución imaginaria de la sociedad, en los términos
teorizados por el pensador greco-francés Cornelius Castoriadis.
Ejercicio éste que se plasma en el imaginario social instituido
1
Publicado en Pedro A. Hellín Ortuño (coord..): El discurso publicitario contemporáneo. Su relación con
lo social, Diego Marín, Librero-Editor, Murcia, 2008, ISBN: 978-84-8425-613-7, pp. 79-97.
2
Se trata de lo que Ulrich Beck designa por su parte “globalismo” (Beck, 1998 [1997]: 27.
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2
vigente en la actual sociedad capitalista globalizada, el cual actúa
en la práctica como soporte ideológico de la expansión capitalista.
2)
Cómo el ingrediente fundamental de ese imaginario social
instituido lo constituye el elemento imaginario que es propio de la
actual producción capitalista, y que está dotado de una dimensión
a la vez económica e ideológica. Lo que cuestiona de raíz la
separación preconizada por Marx entre infraestructura y
superestructura.
3)
Cómo el papel primordial en este ejercicio de institución
imaginaria de la sociedad lo desempeña la publicidad, en cuanto
instrumento de intermediación entre ese componente imaginario
de la actual producción capitalista y el imaginario social instituido.
Y ello en función de la doble dimensión, a la vez económica e
ideológica, que es propia de la vigente publicidad.
Para concluir aduciendo que es este papel de intermediación que actúa la
publicidad lo que la convierte, de acuerdo con la hipótesis de partida, en el núcleo del
vigente imaginario social globalizado.
2. QUÉ ES LA GLOBALIZACIÓN.
Más allá de las visiones reductivas que interpretan la actual globalización
capitalista como un fenómeno estrictamente económico, con dicho término hay que
entender antes que nada el vasto ejercicio de institución imaginaria de la sociedad (en
el sentido de Castoriadis, 1975) actualmente en marcha, en virtud del cual el capitalismo
hoy realmente existente, que oscila entre el maduro capitalismo de consumo (cfr.
Ibáñez, 1994) y el emergente capitalismo virtual (cfr. Caro, 2002), ha modelado el
imaginario social que comparten hoy en día en la práctica, aunque con diferente grado
de intensidad, los más de seis mil millones de seres humanos que habitamos el planeta
Tierra. Hasta obtener, en virtud de dicha modelización, que ese imaginario compartido
funcione como soporte ideológico de la actual expansión económica capitalista. Con la
particularidad de que dicho soporte ideológico, como vamos a ver a continuación, forma
parte de la propia base económica.
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3
De este modo, lejos de constituir una instancia meramente económica que no
haría sino elevar hasta nuevas cotas la corriente expansionista que ha caracterizado
desde siempre al capitalismo (véase, por ejemplo, Miren Etxezarreta, 2001), la actual
globalización capitalista constituye un fenómeno de institución imaginaria de la
sociedad, mediante la cual el imaginario capitalista está impregnando el modo de
entender la realidad y de ejercer la cohesión social de todos los habitantes del planeta. Y
ello, desde el momento que la producción capitalista hoy vigente se ha dotado de un
componente imaginario que, en paralelo a su funcionamiento estrictamente económico,
ejerce en la práctica la función ideológica que antes correspondía a instancias
directamente supraestructurales como la religión, la familia, las instituciones estatales,
la política, etc. (poniendo así en cuestión la separación entre superestructura ideológica
e infraestructura económica que Marx teorizó con relación al capitalismo de
producción3). Y es en la medida que este componente imaginario presente en la propia
base
económica
de
la
actual
producción
capitalista
pasa
a
constituirse,
fundamentalmente a través de la publicidad, en el núcleo del vigente imaginario social
instituido, como dicho componente funciona en la práctica como la cobertura ideológica
que legitima y naturaliza el objetivo económico que preside la presente globalización
capitalista, consistente en apropiarse de todos los recursos del planeta.
Pero, antes de describir este componente imaginario presente en la actual
producción capitalista, hay que referirse a la noción de imaginario social instituido, en
cuya base existe el mencionado ejercicio de institución imaginaria de la sociedad, tal
como lo teorizó el filósofo y activista político e intelectual greco-francés, Cornelius
Castoriadis.
3. EL IMAGINARIO SOCIAL INSTITUIDO DE CASTORIADIS.
Más allá de sus orígenes en la historiografía (el texto fundamental es Duby,
1978) y la antropología (Durand, 1960), la noción de imaginario social, así como la
acción instituyente que está en su base, tienen su máxima expresión en la obra de
Cornelius Castoriadis La institución imaginaria de la sociedad (Castoriadis, 1975).
3
Entendiendo por éste la fase capitalista que se extiende hasta comienzos de la segunda revolución
industrial a comienzos del siglo XX, cuando el referente de la producción era el producto y el valor (de
cambio) de lo producido estaba soportado por su valor de uso (cfr. Ibáñez, 1994: 227-241).
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El autor greco-francés comienza por enfatizar el lugar primordial que ocupa el
imaginario social en cualquier sociedad especificando que en todas ellas existe un
«estructurante originario», un «significado-significante central» que es «fuente de lo
que se considera en cada ocasión como sentido indiscutible e indiscutido” y de “su
modo intransferible de vivir»; estructurante originario éste que «no es otra cosa que el
imaginario de la sociedad o de la época de que se trate» [curs. orig.] (Castoriadis, 1975:
203). Para referirse a continuación a lo que podemos denominar, en el sentido de
Varela, 19884, su naturaleza enactiva cuando señala que dicho imaginario no es el
resultado de una causalidad5 o de una teleología de cualquier tipo que atravesaría la
historia en su conjunto, sino que es, por el contrario, «creación incesante y
esencialmente indeterminada (social-histórica y psíquica) de figuras/formas/imágenes
sólo a partir de las cuales es posible preguntarse acerca de „algo‟. Lo que llamamos
„realidad‟ y „racionalidad‟ son obras de dicho imaginario [curs. orig.]» (Castoriadis,
1975: 7-8).
No obstante, la principal aportación de Castoriadis a la noción de imaginario
social radica sin duda en el desvelamiento de su naturaleza instituyente. Que Castoriadis
pone de relieve al especificar que en origen de cada imaginario específico existe un
ejercicio de institución social, tal como lo hace constar en el siguiente texto:
Las „relaciones sociales reales‟ son siempre instituidas, no en el sentido de
que consten de un revestimiento jurídico [...], sino porque han sido
planteadas como modos de hacer universales, simbolizados y sancionados.
Esto vale también, e incluso sobre todo, para las „infraestructuras‟, para las
relaciones de producción. La relación maestro-esclavo, siervo-señor,
proletario-capitalista, asalariados-burocracia es ya una institución y no
puede surgir como relación social sin institucionalizarse [curs. orig.]
(Castoriadis, 1975: 173).
4
La relación entre la enacción de Varela y la creación social-histórica de Castoriadis se concreta en la
concepción anti-representacionista y enactiva (esto es, inseparable de la acción) del conocimiento que
ambos comparten. Así, para Varela, «la cognición no es la representación de un mundo pre-dado por una
mente pre-dada sino más bien la puesta en obra de un mundo y una mente a partir de una historia de la
variedad de acciones que un ser realiza en el mundo» (Varela, Thompson y Rosch, 1992 [1991]: 33), lo
que le lleva a concluir que «el conocimiento es ontológico [curs. orig.]” (Varela, 1990 [1988]: 96).
Mientras que, para el filósofo greco-francés: ”La teoría no podría ser dada de antemano puesto que
emerge constantemente de la misma actividad» (Castoriadis, 1975: 105). De modo que: «Todo
pensamiento, sea el que sea y cualquiera que sea su „objeto‟, es un modo y una forma del hacer socialhistórico [curs. orig.]» (Ibíd.: 8).
5
«Imaginario, en este contexto, no significa evidentemente ficticio, ilusorio, especular, sino posición de
nuevas formas, y posición no determinada sino determinante; posición inmotivada de la que no puede dar
cuenta ni una explicación causal, ni funcional, ni siquiera racional» (Castoriadis, 1998 [1996]: 157).
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5
De este modo, en la base de toda sociedad hay que buscar en primer lugar ese
ejercicio de institución a partir del cual se configura lo que se entiende por realidad
(cuya vigencia no transcenderá los límites del imaginario social instituido) y las
estructuras que presiden su organización social. Lo cual plantea así una visión global u
holista de las relaciones sociales, con arreglo a la cual éstas no estarían basadas –según
el análisis marxista– en la oposición estructural entre una base económica y las
«superestructuras» –ideológicas, políticas, jurídicas...– que se derivan de la misma6,
sino que se trataría de relaciones sociales instituidas de principio a fin. De modo que,
precisa Castoriadis: «Toda sociedad existe instituyendo el mundo como su mundo o su
mundo como el mundo, e instituyéndose como parte de este mundo» (Castoriadis, 1975:
259).
Ahora bien, si esta concepción global es postulable de cualquier sociedad
(cuestionando así en su propio fundamento la mencionada separación marxista entre
infraestructura económica y superestructuras, en cuyo origen existía una concepción
metafísica o esencialista de la realidad y un entendimiento representacional del
conocimiento en cuanto «espejo de la realidad»7, además de la referida concepción
teleológica de la historia respecto de un fin que le vendría impuesto desde fuera8), la
visión holista y enactiva que implica el imaginario social instituido tal como lo concibe
Castoriadis resulta particularmente aplicable a una sociedad como la actual en la que,
como ya hemos anticipado, el componente ideológico forma parte de la propia «base»
económica. Y esto es lo que hace las categorías del autor greco-francés especialmente
pertinentes para nuestro tema.
Por lo demás, si bien Castoriadis ha enfatizado en los términos indicados la
naturaleza instituyente del imaginario social y cómo en su base existe un ejercicio de
institución que da cobertura ideológica a las relaciones sociales que rigen en la sociedad
de que se trate, lo cierto es que su análisis se ha planteado en términos básicamente
abstractos, sin descender a concretar en cada caso en qué condiciones específicas ese
«Las superestructuras no son sino un tejido de relaciones sociales, tan „reales‟ o „inertes‟ como las
demás [...]. Lo que Marx ha denominado la superestructura es tan poco un reflejo pasivo y rezagado de
una ‟materialidad‟ social (por lo demás indefinible) como la percepción y el conocimiento humanos no
son „reflejos‟ imprecisos y confusos de un mundo exterior perfectamente formado, dotado en sí mismo de
color y olor» (Castoriadis, 1975: 29).
7
Aspectos ambos que van unidos entre sí de manera idiosincrásica, ya que sólo se puede conocer como
reflejo lo que está ontológicamente constituido de antemano.
8
Lo cual obliga inmediatamente a preguntarse: ¿qué exterioridad puede existir respecto de la historia? O,
dicho con palabras del propio Castoriadis: «No existen lugar ni punto de vista exteriores a la historia y a
la sociedad o „lógicamente anteriores‟ a las mismas [...]» (Castoriadis, 1975: 8).
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ejercicio de institución se decanta en el dominio social9 que, como se infiere de su
análisis, la minoría instituyente actúa sobre la gran mayoría instituida. Ejercicio de
institución éste que, en la medida que establece lo que los miembros de la sociedad en
su conjunto entienden por realidad, así como las normas y preceptos que han de
respetar con objeto de asumir su propia institución social que los religa a la
colectividad, constituye el instrumento mediante el cual aquella minoría instituyente
legitima y naturaleza su dominio, conforme éste pasa a revestirse del acopio de
significaciones compartidas en que se plasma, de acuerdo con Castoriadis, el “sentido
indiscutible e indiscutido” que preside el imaginario social instituido. Y así, como
señala el propio Castoriadis, el poder «no reposa esencialmente en la coerción [...], sino
en la interiorización, por parte de los individuos fabricados socialmente, de las
significaciones instituidas por la sociedad considerada» (Castoriadis, 1998 [1996]: 158).
Lo cual plantea, añade el autor, una importante hipoteca a las luchas sociales, desde el
momento que:
Los oprimidos, que luchan contra la división de la sociedad en clases,
luchan principalmente contra su propia opresión; y ello en la medida que
permanecen de mil maneras tributarios del imaginario que combaten sólo
en una de sus manifestaciones, mientras que con frecuencia lo que
persiguen no es sino el intercambio de roles en el seno del mismo
escenario (Castoriadis, 1975: 218).
Supuesto éste que, por su parte, Jean Baudrillard (Baudrillard, 1973) ha
ejemplificado con referencia al imaginario productivista que tanto burgueses como
proletarios compartieron durante lo que Jesús Ibáñez ha denominado capitalismo de
producción (Ibáñez, 1994), correspondiente al período transcurrido entre la primera
revolución industrial y la segunda revolución fordista de la producción y el consumo
masivos, ya en los inicios del siglo XX..
Finalmente, Castoriadis ha puesto de relieve la naturaleza multiforme y
fundamentalmente plástica –esto es, no reducible a meros enunciados racionales– de los
instrumentos en que se expresan esas significaciones compartidas; significaciones cuyo
«soporte representativo participable»:
[...] consiste en imágenes o figuras en el sentido más amplio del término:
fonemas, palabras, billetes de banco, genios, estatuas, iglesias,
herramientas, uniformes, pinturas corporales, cifras, puestos fronterizos,
centauros, sotanas, lictores, partituras musicales... y, además de todo ello,
9
Como escribe Daniel Blanchard: «Tengo la impresión de que Castoriadis [...] se cierra al balbuceo
irracional del dominado, [...] olvida que la esencia misma de esta sociedad es el dominio [...]» (Blanchard,
2002: 22).
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7
la totalidad de lo natural percibido, nombrado o nombrable por la sociedad
de que se trate” (Castoriadis, 1975: 324).
De modo que, concluye: «El imaginario social consiste primordialmente en la
creación de significaciones y creación de imágenes o figuras que constituyen su
soporte» (Ibíd.). Carácter, por consiguiente, proteico y multiforme del imaginario, en
cuyo marco los enunciados verbales de naturaleza simbólica coexisten en igualdad de
condiciones con las mostraciones visuales de naturaleza icónica, sin que exista
subordinación de éstas a aquéllos. Lo cual prefigura la emergencia de un imaginario
imaginarizado como el presente, soportado por un acervo de mostraciones visuales
autorreferentes que no remiten en cuanto tales a ningún núcleo simbólico.
No obstante, la opinión de Castoriadis sobre este imaginario contemporáneo es
puramente negativa, y así se refiere a la «crisis de las significaciones imaginarias
sociales» que tiene por escenario la actual sociedad capitalista desde el momento que,
en el ámbito de esta sociedad, tales significaciones «ya no procuran a los individuos las
normas, valores, puntos de referencia, motivaciones que les permitan hacer que la
sociedad funcione y, a la vez, mantenerse ellos mismos en un „equilibrio‟ más o menos
soportable [...]» (Castoriadis, 1998 [1996]: 23). Y así, la presente sociedad capitalista
forma parte, según el autor, de un tipo de «sociedades en las que reina un vacío total de
significación» (Ibíd.: 63), caracterizadas por «la evanescencia casi completa de los
valores» (Ibíd.: 91), desde el momento que dicha sociedad «se ha vaciado de todo el
contenido que podía extraer de su vitalidad en el pasado y que permitía que los procesos
de identificación se realizaran mejor o peor» (Castoriadis, Ibíd.: 130), para erigir en su
lugar su propia proclamación autorreferente («La única significación verdaderamente
presente y dominante es la significación capitalista [...]», Ibíd.). Visión puramente
negativa de la sociedad capitalista hoy vigente que Castoriadis contrapone a la
proclamación básicamente abstracta –cuyos atisbos, nunca llevados a término, el autor
greco-francés cree vislumbrar en la Grecia antigua y en el primer Renacimiento
europeo-occidental de los siglos XI-XII (Castoriadis, 1998 [1996]: 159)– de una
«sociedad autónoma», entendida como sociedad «autorreflexiva, que se autoinstituye y
que siempre puede poner en cuestión sus instituciones y sus significaciones, [...]
asumiendo la mortalidad virtual de toda significación instituida» (Castoriadis, Ibíd.: 67).
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8
Y es la a-historicidad sustancial de esta idea de una «sociedad autónoma»10 –a la que el
autor contrapone «la inmensa masa histórica de sociedades heterónomas» realmente
existentes (Ibíd.: 159)– lo que abona su juicio negativista –y, por consiguiente,
confirmador del orden existente– de la actual sociedad capitalista11 y del imaginario
social que está en su base (cuyos recursos y componentes Castoriadis demuestra
desconocer, más allá de la constatación autorreferencial antes señalada o de sentencias
generales como «el absurdo del aumento indefinido del consumo», la «comercialización
general» o el «imaginario capitalista de la expansión ilimitada de la producción y del
consumo», Ibíd.: 64, 87, 202). Todo lo cual no le impide anotar, aunque sea de pasada,
la fructífera observación de que es el hecho de que el imaginario contemporáneo
carezca de carne propia la razón por la cual ese imaginario «contiene una antinomia
radical y está condenado a la crisis y al deterioro, de modo que la sociedad moderna
contiene la posibilidad „objetiva‟ de una transformación con respecto al papel que ha
jugado hasta el presente el imaginario en la historia» (Castoriadis, 1975: 224).
Sea como sea, la teorización de Castoriadis ha puesto de relieve el ejercicio de
institución social que existe en la base de las estructuras que conforman una
determinada sociedad, incluidas las económicas, así como de la idea de «realidad»
vigente en la misma y el conjunto de significaciones e imágenes que comparten sus
miembros como exponentes del imaginario social instituido. Y es a partir de esta
imaginarización de las relaciones sociales en su conjunto –que no remiten a ninguna
«esencia» ni a ninguna «racionalidad» que atravesara la historia, sino que se trata en
todos los casos de «emergencia de la alteridad radical, creación inmanente, novedad no
trivial» (Castoriadis, 1975: 256)– como podemos abordar el componente imaginario
que, como ya hemos anticipado, constituye un ingrediente fundamental de la actual
producción capitalista. Lo que supone una especie de imaginarización al cuadrado,
cuyas características vamos a analizar a continuación con referencia al imaginario
imaginarizado propio de la vigente sociedad capitalista.
4. LA IMAGINARIZACIÓN DE LA ECONOMÍA CAPITALISTA.
10
«Hasta ahora no podemos afirmar que haya habido una sociedad autónoma en el sentido pleno del
término» (Castoriadis, 1998 [1996]: 160.
11
En este sentido, y como señala Andreas Kalyvas, los escritos de Castoriadis sobre las crisis de las
sociedades occidentales «tienen un tinte vigorosamente „culturalista‟ y existencialista que minimiza el
papel de las estructuras materiales de opresión y dominación. De forma similar, la superación de la
heteronomía parece ser más bien cosa de percepción, representación e ilustrada imaginación que de una
eliminación consciente y concreta de las relaciones económicas y político-sociales de opresión y
explotación» (Kalyvas, 2002: 77).
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9
Para abordar el proceso de imaginarización que ha experimentado el capitalismo
a partir de la segunda revolución industrial, hay que comenzar por referirse a la
distinción entre capitalismo de producción y capitalismo de consumo tal como ha sido
teorizada por Jesús Ibáñez (1994).
Mientras, de acuerdo con Ibáñez, el capitalismo de producción estaba limitado
por el valor de uso que debían tener los productos como soporte de su valor de cambio
en el mercado (a través del cual se realizada, según Marx, su valor-trabajo), el
capitalismo de consumo está basado en lo que Ibáñez denomina «valor de cambio
semántico» (Ibáñez, 1994: 228); valor que hemos de entender, más allá de Ibáñez, como
valor de cambio autorreferente, conforme al cual el valor de lo producido ya no está
condicionado por el valor de uso del producto, sino por la signicidad de la marca que
ocupa el lugar de aquél, y cuya cotización en el mercado dependerá primordialmente de
la demanda solvente generada a su favor en función de esa misma signicidad, la cual se
encuentra en cuanto tal sustancialmente distanciada de la materia (y consiguiente
utilidad) del producto.
Nace así, en el marco de ese capitalismo de consumo, un valor de consumo
(Caro, 2002) que constituye el único patrón de valor en lo concerniente a un capitalismo
de nuevo cuño en el que las expectativas de consumo efectivamente generadas con
relación a la signicidad de la marca constituyen el único criterio de «valor». Y en el
que, como resultado de liviandad y volatilidad que así adquiere el valor –características
éstas cuyos orígenes Jean-Joseph Goux sitúa por su parte hacia 1870, con los inicios de
la economía marginalista (Goux, 2000: 9-18)–, la producción puede expandirse (al
menos en teoría) de manera ilimitada, siempre a condición de que la signicidad de la
marca suplante la materialidad (y consiguiente utilidad) del producto, pasando a
constituirse en el verdadero cometido de la producción.
Surge de este modo, junto a la producción material que es inherente a cualquier
sistema productivo, una producción semiótica que, en las condiciones del capitalismo
de consumo, constituye la verdadera producción (pues es en ella de donde proviene el
valor de lo producido). Producción ésta centrada en la marca y no en el producto, y cuyo
objetivo es dotar al producto de una significación imaginaria (puesto que no proviene
de la materia del producto y no es verificable más allá de su percepción como marca)
basada en la signicidad de la marca (y por ello sustancialmente distanciada del valor de
uso del producto), mediante la cual construir una imagen de la misma que promueva la
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10
adhesión emocional del consumidor, con independencia (relativa) de los valores
materiales atribuibles al producto que está en su base. Producción semiótica que, dentro
de la jerga empresarial que se ha ido decantando en paralelo al desarrollo del
capitalismo de consumo, se designa con el término marketing (el cual, lejos de implicar
el modo como la producción se adapta al mercado como pretende la versión ideológica
al uso, supone la presión sistemática que aquélla ejerce sobre éste). Y producción
semiótica cuyo cometido específico consiste en dotar a la producción capitalista de la
virtualidad de expandirse ad infinitum sin tener que supeditarse a factores competitivos
que, en las condiciones del capitalismo de producción, fueron considerados básicos
(tales como la utilidad que el producto aporta a sus usuarios, el modo como contribuye a
satisfacer las necesidades sociales ya existentes o a la innovación que implica frente a
los productos ya existentes en el mercado). Pero que, en las condiciones del capitalismo
de consumo, han quedado subordinados a lo que constituye el objetivo primordial:
atribuir a la marca (que ha dejado de ser signo del producto para referirse a sí misma y
constituirse en el verdadero objeto de la producción) una significación añadida que
aparente el producto como «distinto» –dotado, como he analizado en el otro contexto
(Caro, 2001: 247-250), de una entidad semiósica cuyo sentido no trasciende el acto de
su creación– frente a otros productos similares, o incluso idénticos, que compiten con él
en el mercado. Y así, como resultado de esta producción semiótica, el signo/mercancía
pasa a sustituir a la mercancía como forma elemental de la producción capitalista 12.
(Lo cual supone una revolución copernicana en el modo tradicional de entender el
capitalismo cuyas dimensiones y repercusiones están por el momento muy lejos de ser
aquilatadas y, mucho menos, asimiladas.) Mientras que, como consecuencia de la
sustitución de la mercancía por el signo/mercancía en cuanto forma elemental de la
producción capitalista, el valor de consumo pasa a sustituir al valor/trabajo como
patrón de la producción: de manera que ya no se trata, de acuerdo con el análisis de
Marx, de intercambiar productos en el mercado en función del «trabajo socialmente
necesario» (o trabajo humano abstracto) que contienen (y en la medida que ese trabajo
se plasma en un valor de cambio siempre soportado por el correspondiente valor de
uso), sino de valorar el producto en relación directa con las expectativas de consumo
generadas a su favor como resultado de aquella producción semiótica. Valor éste, por
12
Tal como señaló Marx con relación al capitalismo de producción: «La riqueza de las sociedades en que
impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un „inmenso arsenal de mercancías‟ y la
mercancía como su forma elemental [curs. orig.]» (Marx, 1966 [1867]: 3).
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consiguiente, autorreferencial y en permanente proceso de construcción. Y cuyo
cometido específico es proporcionar a la producción capitalista aquella liviandad, y la
pertinente carencia de consistencia, que está inscrita en la naturaleza misma del
signo/mercancía. Signo/mercancía cuyo cometido consiste, por su parte, en liberar al
producto de su pesantez material –y su correspondencia reificada con el trabajo que
incorpora y las relaciones sociales que hay en su base, tal como Marx ha puesto de
relieve en la famosa sección del capítulo primero de El capital dedicado al «fetichismo
de la mercancía»13 (Marx, 1966 [1867]: 36-47)– y con ello de la hipoteca que suponía el
valor de uso de los productos como soportes de su valor de cambio (y consiguiente
valorización) en el mercado. Para poner, por contra, al producto al servicio de la
necesidad capitalista de expandir la producción al margen de la utilidad social que ésta
pueda aportar y de la necesidad específica que aquél pueda contribuir a satisfacer.
Planteándolo, dicho en términos marxistas, como un mero momento en el proceso de
valorización del capital.
El signo/mercancía constituye, así, el mecanismo mediante el cual un
evanescente valor de consumo, cuya única entidad proviene de su misma existencia y
cuya existencia estará en relación directa con el esfuerzo desplegado para producirla,
desbanca al valor/trabajo como patrón que religa la producción (capitalista) con la
sociedad. Y la signicidad de la marca, convertida en referencia de sí misma,
proporcionará, a compás que el signo/mercancía desplaza a la mercancía como forma
elemental de la producción capitalista, la fluidez imprescindible para que la sociedad ya
no pueda reclamar, por intermedio del valor/trabajo, su exigencia de que en la base de la
plusvalía de la que se apropia el capitalista exista un valor socialmente útil.
Signo/mercancía y valor de consumo son, por consiguiente, dos momentos del
proceso que conduce a la insignificancia que caracteriza a la vigente producción
capitalista. Y si el signo/mercancía hace referencia a un producto despojado de su
materia y ligado a una significación imaginaria que lo enajena de su utilidad y su
relación con la necesidad social14, el valor de consumo implica un tipo de valor
13
«El carácter misterioso de la forma mercancía estriba [...] en que proyecta ante los hombres el carácter
social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo, un
don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la relación social que media entre los productores
y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al
margen de sus trabajadores» (Marx, 1966 [1867]: 37).
14
Como escribe Sut Jhally adaptando al capitalismo de consumo las categorías teorizadas por Marx con
relación al capitalismo de producción: «El fetichismo de las mercancías estriba en primer lugar en
vaciarlas de significado, ocultando las relaciones sociales reales objetivadas en ellas a través del trabajo
humano para sustituirlas por unas relaciones sociales imaginario/simbólicas que le son inyectadas a un
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despojado de sustancia. Revistiendo así a la producción de la volatilidad que exige un
capitalismo que ha impuesto su necesidad de expansión por encima de cualquier criterio
social. Y así, el signo/mercancía es el mecanismo de que se vale el capitalismo (de
consumo) para poner fin a la relación orgánica que existe entre producto y valor/trabajo,
tal como funcionaba en el capitalismo de producción. Edificando junto a la producción
material una producción semiótica cuyo objetivo es dotar al producto de la mencionada
significación imaginaria que impone lo imaginario de la marca sobre la materia del
producto y a la que se invita a adherirse al consumidor (el cual pasa a ser, más que
consumidor de productos, adherente a imágenes de marca). E instaurando una fragilidad
definitoria del valor que constituye la expresión más cabal de la autonomización que la
necesidad capitalista de expandir la producción a toda costa ha experimentado con
relación a la sociedad.
Al servicio de este diseño general, la imaginarización de la producción
capitalista tiene lugar cuando, en las condiciones del capitalismo de consumo, la
apariencia de los productos ocupa el lugar de su realidad y cuando la percepción de un
producto está referida a la significación añadida de que se ha dotado a su marca como
resultado de la producción semiótica y no al significado que ese producto supone para
su usuario en función de la utilidad que le puede proporcionar. Lo cual significa en la
práctica expropiar al consumidor/fuerza productiva –tal como lo entiende Baudrillard
(1974 [1970]: 124), en cuanto versión actualizada, en las condiciones del capitalismo de
consumo, del trabajador/fuerza productiva teorizado por Marx con relación al
capitalismo de producción– de su facultad para decidir sus comportamientos de
consumo en función de la utilidad que le proporcionan los productos. Ya que entre
ambos se interpone la pátina inaprehensible que implica la marca. Marca que ha
abandonado su mencionada función tradicional15 como signo del producto que
informaba al usuario de su significado (por razón de su autoría, de su procedencia, de la
calidad de sus materiales, etc., etc.) para constituirse en signo de sí misma. Erigiendo en
el lugar de ese significado una significación imaginaria añadida al producto y que lo
enajena de su consumidor, haciéndolo percibir como distinto (esto es, dotado de la
mencionada entidad semiósica que no trasciende el acto de su creación) con
independencia de su materialidad. Y así el consumo es vivido por el consumidor/fuerza
segundo nivel mediante la construcción de una significación. La producción vacía, la publicidad llena.
Lo real es ocultado por lo imaginario [curs. orig.]» (Jhally, 1987: 51).
15
Sobre la evolución de la marca y sus transformaciones a lo largo de la historia, véase Costa (2004).
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13
productiva como una perpetua huída hacia delante en busca de la imposible fusión del
producto con su materialidad. Fusión siempre burlada puesto que entre el producto y su
materialidad, que lo religa a su valor de uso, se ha interpuesto esa signicidad imaginaria
de la marca que vacía al producto de significado y lo transforma en un momento
insustancial en el proceso de valorización del capital.
La imaginarización de la producción capitalista releva así su verdadero
cometido. Se trata de despojar al consumidor de su capacidad para decidir sobre sus
comportamientos de consumo –capacidad de la que no obstante, en las condiciones del
capitalismo de producción, sólo gozaba en la práctica la minoría privilegiada–
introduciendo entre él y el producto ese componente imaginario que, suplantándolo
como marca devenida signo de sí misma, le inspire una percepción alucinatoria de
aquél, puesto que no estará sustentada por ningún supuesto material. Y es esta
percepción alucinada, basada en significaciones imaginarias que hurtan una y otra vez el
significado real del producto, la que fomenta de modo sistemático el capitalismo hoy
vigente. Pues es ella la que evitará cualquier control del consumidor sobre su propio
consumo (y, por ende, sobre la producción). Fomentando como resultado la expansión
ilimitada de la producción capitalista, liberada de una vez por todas de la constricción
proveniente del valor de uso de los productos.
Y es la fragilidad y maleabilidad de que así se dota la producción capitalista,
cuya viabilidad provendrá en lo fundamental a partir de entonces del modo como se
obnubila al consumidor/fuerza productiva en función de la mencionada percepción
alucinada de los productos, lo que es preciso introducir a toda costa en el marco del
imaginario instituido capitalista (sustituyendo al imaginario productivista –Baudrillard,
1973– que caracterizó al capitalismo de producción). Labor ésta de la que, como vamos
a ver a continuación, se va a ocupar específicamente la publicidad en paralelo a su
función propiamente económica dirigida a la construcción de lo que, más que imágenes
de marca, debemos denominar marcas imaginarias.
5. LA
PUBLICIDAD
COMO
VEHÍCULO
DEL
IMAGINARIO
CAPITALISTA.
Para entender el papel que hoy desempeña la publicidad, hay que comenzar por
distinguir entre publicidad referencial tal como funcionaba en el capitalismo de
producción (cuyo objetivo era anunciar productos, persuadiendo a su eventual
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comprador a favor de su adquisición) y publicidad de la significación (Caro, 2001) tal
como funciona en el capitalismo de consumo (cuyo objetivo es significar marcas,
confiriéndoles una significación imaginaria que haga percibir al producto que está en su
base como dotado de una dimensión en cierto modo mágica que sea merecedora en
cuanto tal de la adhesión emocional del consumidor).
Mientras la publicidad referencial funcionaba al margen de la producción (como
lo demuestra el hecho de que los principales anunciantes, dentro del capitalismo de
producción, fueran los comerciantes), la publicidad de la significación forma parte
sustancial de la producción, tal como ésta se plantea en las condiciones del capitalismo
de consumo (como lo demuestra el hecho de que los principales anunciantes actuales
sean los fabricantes de productos de gran consumo y que la publicidad sea
prácticamente en todos los casos un componente importante de sus presupuestos
operativos). Concretamente, la publicidad pasa a constituir, en las condiciones del
capitalismo de consumo, el ingrediente fundamental de la producción semiótica (que,
como hemos visto, ha terminado por funcionar como la verdadera producción, puesto
que es de ella de donde proviene el valor de lo producido, que ya no está adscrito a la
materialidad del producto, sino a la signicidad de la marca).
Dentro de esta producción semiótica, a la publicidad le corresponden dos
cometidos específicos. En primer lugar, escenificar la imaginarización de los productos
en signos/marcas haciendo que éstos se doten de la significación añadida decidida en
el proceso de producción semiótica y sean percibidos en función de la misma por los
consumidores/fuerza productiva. Y en segundo lugar, proclamar a la luz pública esta
transmutación del producto en signo/mercancía, de modo que se inserte en el
imaginario social instituido y funcione en consecuencia como vehículo de institución
social cara a la gran mayoría social, compuesta en lo básico por consumidores/fuerza
productiva.
En el primer sentido, la publicidad constituye un inmenso quirófano en el que el
producto es extirpado de su valor de uso para injertarse en su lugar una significación
imaginaria que lo dota de una entidad semiósica (cuya existencia no remite a ninguna
esencia) capaz de ser objeto de la correspondiente acción económica: tanto como
resultado de una específica producción semiótica (que reduce la producción material a
mero instrumento necesario de lo que ha pasado a constituir la „verdadera‟ producción,
tal como lo manifiesta a diario el fenómeno de las deslocalizaciones industriales) como
a través de la sombra de producto que subsiste en la base de la entidad imaginaria de la
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15
marca (vestigio de una entidad material que ha sido reemplazada por la signicidad
autorreferente de la marca, pero que resulta imprescindible para que ésta sea
¿adquirida? en un establecimiento comercial y funcione como objeto de una
determinada transacción económica). En el segundo sentido, la publicidad constituye
una gigantesca caja de resonancia que, configurada como núcleo estructurante de los
actuales medios de comunicación (cfr. Caro, 2004) y colonizando continuamente
nuevos espacios y tiempos sociales hasta convertirse en la presencia más persistente
dentro de la existencia cotidiana de la gran mayoría instituida (compuesta en su mayor
parte por consumidores/fuerza productiva), instala esas significaciones imaginarias
elaboradas en torno a las marcas en el centro mismo del imaginario instituido
capitalista. Y así, al primer cometido económico que cumple la vigente publicidad (de la
significación), se añade el cometido ideológico que así mismo cumple en el ámbito del
vigente imaginario social instituido.
En su funcionamiento económico, la publicidad constituye el reflejo de la
dialéctica marca/producto que late en el corazón de la doble producción
semiótica/material que es propia del capitalismo de consumo. Y si ninguna marca puede
funcionar económicamente si no es soportada por la indicada sombra de producto (ya
que la adhesión del consumidor al imaginario de la marca debe ser vehiculada, para que
sea rentable, a través de la adquisición de un producto en concreto), la primacía de la
producción semiótica sobre la material se pone de relieve en la medida que es la
mostración de la signicidad imaginaria de la marca lo que predomina ampliamente en el
seno de la vigente publicidad (de la significación). Y así, los recursos emocionales se
imponen claramente sobre los racionales, los signos icónicos priman ampliamente sobre
los verbales y el discurso retórico dirigido a la persuasión del destinatario, propio de la
publicidad referencial, es sustituido por la seducción y fascinación que provoca la
signicidad imaginaria de la marca mostrada en su estado más puro. De modo que la
publicidad (de la significación) se compone en lo fundamental de una serie de imágenes
inefables, todas ellas referidas a un universo tan fantástico como fantasmagórico, en el
seno del cual las significaciones imaginarias atribuidas a las marcas brincan en un
interminable ritornello desprendido de cualquier constricción proveniente de lo real.
(Lo cual es postulable tanto de la publicidad imaginaria que se vale de procedimientos
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16
oníricos para mostrar la idealidad fantástica de la marca como de la publicidad realista 16
que aparenta como referido a la materialidad del producto lo que sólo es en la mayor
parte de los casos una escenificación orquestada desde el objetivo de atribuir una
significación imaginaria a la marca.) Y es a través de esta idealidad de la marca, que
encierra la promesa de liberar a su destinatario de las constricciones provenientes de su
vida
diaria,
como
se
pretende
obnubilar
al
consumidor/fuerza
productiva
independizando su consumo de la utilidad de los productos y haciéndole perder la
referencia que ligaba la marca con un concreto producto material. De modo que la
adhesión a los mundos imaginarios (Caro, 1998) construidos en torno a las marcas pasa
a ser la razón fundamental (aunque en permanente conflicto dialéctico con la utilidad de
la sombra de producto que hay en su base) de su comportamiento como consumidor.
En su funcionamiento ideológico, la publicidad viene a constituir la gran fiesta
colectiva, abierta gratuitamente a la sociedad como un todo, en la cual minoría
instituyente y mayoría instituida celebran conjuntamente el gozo de las entidades
imaginarias que aquélla construye, libres de la contaminación material que las asocia al
consumo de un determinado producto. Fiesta gratuita, celebración exaltante en la cual
los individuos festejan la imagen hermoseada de sí mismos que les brinda la
publicidad17, y que Jean Baudrillard ha descrito en los siguientes términos:
La publicidad es „dispensada‟, es una oferta gratuita y permanente de todos
y para todos. Es la imagen prestigiosa de la abundancia, pero, sobre todo, el
testimonio repetido del milagro virtual de la gratuidad. [...] [L]a publicidad,
en todas sus formas, tiene como función el establecimiento de un tejido
social ideológicamente edificado bajo los auspicios de un supermecenazgo
colectivo, de una superfeudalidad graciosa, que nos ofrecen todo eso „por
añadidura‟, como los nobles concedían la fiesta a su pueblo. A través de la
publicidad, que ya es en sí misma un servicio social, todos los productos se
dan como servicios, todos los procesos económicos son escenificados y
reinterpretados socialmente como efectos de don, de vasallaje personal y
relación afectiva. [...] La astucia de la publicidad consiste [...] en sustituir la
lógica del mercado por la magia del „cargo‟ (la abundancia total y milagrosa
con que sueñan los indígenas) (Baudrillard, 1974 [1970]: 233).
En definitiva, la función ideológica que la publicidad cumple en la vigente
sociedad capitalista es instalar en el imaginario social un consumo imaginario liberado
de la coerción y la entropía inevitablemente asociadas al consumo real de los productos.
16
Punto de vista éste que comparte por su parte Jack Solomon: «Cada técnica especial que los publicistas
usan para crear sus „efectos de realidad‟ es, de hecho, más irreal que las técnicas de los anuncios
„ilusorios‟» (cit. Rodríguez y Mora, 2002: 251).
17
Y ello desde el momento que, como ha escrito Baudrillard, «[...] a través de la publicidad, como antaño
a través de las fiestas, la sociedad exhibe y consume su propia imagen» (Baudrillard, 1975 [1968]: 196).
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17
Y es esta fiesta colectiva que la publicidad brinda gratuitamente a diario a la gran
mayoría dominada/instituida, compuesta en lo fundamental por los trabajadores/fuerza
productiva que constituyen el sujeto explotado del capitalismo de consumo, lo que hace
de ella, conforme la economía capitalista se va expandiendo hasta el último rincón del
planeta, el núcleo del presente imaginario globalizado.
6. CONCLUSIÓN:
LA
PUBLICIDAD
COMO
NÚCLEO
DE
UN
IMAGINARIO GLOBALIZADO.
Como señalara hace más de quince años el comunicólogo Armand Mattelart:
«La historia de la formación de las redes publicitarias internacionales es la historia de
las primeras vías de acceso a la llamada modernidad mediática» (Mattelart, 1989: 53).
Dicho en un contexto algo diferente, y como describe el mismo autor, cada vez que una
empresa transnacional fabricante de productos de gran consumo o un grupo de empresas
se ha introducido en una nueva zona geográfica, su incursión ha ido acompañada o
precedida por la llegada de las correspondientes agencias de publicidad.
El objetivo es claro: apoyar el objetivo económico que persiguen las empresas
mediante la construcción vía publicitaria de las correspondientes marcas, que fijen su
presencia en el imaginario instituido vigente en la sociedad de que se trate (y ello al
precio de horadar, de forma tal vez irreparable, el imaginario local preexistente).
Es así como se explica el hecho de que la publicidad, y los mundos imaginarios
que la publicidad construye con relación a las marcas, hayan pasado a ser el núcleo del
vigente imaginario globalizado. Conforme las empresas transnacionales han penetrado
en prácticamente todos los países del mundo, y conforme la publicidad ha dispuesto a
través de los medios masivos –especialmente la televisión– del vehículo para hacer
llegar hasta el último rincón del planeta los mundos imaginarios construidos con
relación a las marcas globales, los imaginarios locales han ido perdiendo uno tras otro
parte de su incidencia. Para dar paso al actual imaginario social globalizado en cuyo
seno reinan las significaciones imaginarias construidas por la publicidad con relación a
esas marcas globales. Marcas que han pasado a constituirse a nivel planetario en
vehículos fundamentales de institución social, a través de los cuales la minoría
instituyente que está al frente del actual capitalismo globalizado ejerce su dominio sobre
la gran mayoría instituida: compuesta a su vez por los consumidores/fuerza productiva
ANTONIO CARO: LAS PUBLICIDAD COMO NÚCLEO...
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del primer mundo y los miles de millones de individuos que aspiran a integrarse, en
todos los rincones del planeta, en esa mayoría privilegiada.
A finales del siglo pasado, la periodista canadiense Naomi Klein escribió en la
introducción de su emblemático No logo el siguiente texto probablemente profético:
Este libro se basa en una hipótesis sencilla: que a medida que los secretos
que yacen detrás de la red mundial de las marcas sean conocidos por una
cantidad cada vez mayor de personas, su exasperación provocará la gran
conmoción política del futuro, que consistirá en una vasta ola de rechazo
frontal a las empresas transnacionales, y especialmente aquellas cuyas
marcas son más conocidas (Klein, 2001 [1999]: 24).
El autor confía en que el presente trabajo contribuya en alguna medida a hacer la
profecía de Naomi Klein más posible.
Madrid, diciembre 2004-enero 2005.
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