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autor, su sentido critico, su objetividad, son cualidades que recomiendan
al libro y a quien lo escribi6. Traducido al espafiol, como esperamos verlo
pronto en las librerias, sera el texto obligado de estudio en todos los paises
del Continente. En inglks, es el mejor exponente de la cultura de la otra
America, para los norteamericanos. Encontrarin los estudiosos, en ella,
lo que se piensa del Rio Grande a la Tierra del Fuego, expresado en un
ingl6s elegante y por un espiritu que sabe decir las cosas en un idioma
que es casi el suyo, a los que tan alejados han estado del pensar y del
sentir de la America hispanolusitana.
JULIO
JIMENEZ
R UEDA,
Universidad de Mexico.
FRANCISCO MONTERDE, Moctezuma, el de la silla de oro.-M6xico, Imprenta Universitaria, 1945.
No conozco ain toda la obra de Francisco Monterde, cuya labor
literaria, iniciada hacia 1918, ha sido constante y valiosa. Ignoro, particularmente, sus piezas teatrales representadas y celebradas en su tiempo;
pero he frecuentado mucho sus trabajos criticos, sus narraciones y aun
sus escasos versos. Entre estas direcciones de su obra preferia, hasta antes
de la lectura de su iltimo libro, sus trabajos criticos sobre los demis.
Heredero espiritual, con mis justicia que ninguno, de las aptitudes intelectuales de su pariente don Joaquin Garcia Icazbalceta, Monterde realiza sus estudios con el mismo rigor de conocimiento, con la misma curiosidad infatigable y con la misma precisi6n en los juicios que tanto
avaloraron los de nuestro gran erudito. Algunos echarin de menos en los
estudios de Monterde esa capacidad de creaci6n que criticos ilustres han
poseido -Sainte-Beuve y Menindez Pelayo, por ejemplos-; pero, sin desestimar esa virtud, mucho mis placentera para los lectores que itil para
el conocimiento y comprensi6n de los textos, me parece que aqudllos
superaban en cierta manera el campo estricto de la critica, adornindola
con vuelos de ficci6n que pertenecen a la literatura propiamente tal.
Monterde critico a secas, pero con toda la nobleza que puede alcanzar ese
ejercicio, ha empleado provechosamente sus limitaciones y sus posibilidades
en trabajos que han contribuido al mejor conocimiento de nuestras letras.
Sus exploraciones en la literatura mexicana del siglo xIx se han dirigido con
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predilecci6n al estudio de aquellos poetas en cuya obra se registra el
trinsito de dos corrientes literarias. Ha rectificado tambien puntos oscuros de nuestra historia literaria, ha realizado laboriosas investigaciones bibliogrificas y ha propuesto sagaces puntos de vista para la interpretaci6n
del Modernismo en Hispanoamerica. Cuando ha examinado las letras mexicanas contemporineas, ha promovido movimientos de singular importancia -recuerdese que, gracias a la atenci6n que llam6 para Los de
abajo de Azuela, hasta entonces ignorada, se despert6 en Mexico el interes
por la literatura de la Revoluci6n habi6ndose iniciado poco despues la
aparici6n de obras que continuaban y enriquecian el g6nero-; y, sin
excepciones, en sus trabajos se encontrar siempre un juicio licido afirmado en un conocimiento exhaustivo de la materia y en la experiencia
literaria de quien ha frecuentado con infatigable devoci6n y honradez
intelectual el mundo de las letras.
Hasta antes de la lectura de su 6ltimo libro, decia, preferia en Monterde al critico, sobre el narrador, el dramaturgo o el poeta. Ahora, luego
de conocer Moctezuma, el de la silla de oro, s6 que debo considerar tan
notorias sus aptitudes de critico como de narrador. Sin embargo, en e1
una capacidad se enlaza y se apoya en la otra, dado el caricter de los
temas de sus narraciones. Desde su primer libro, El madrigal de Cetina y
El secreto de la "Escala", que es de 1918 -obra que inici6 la moda colonialista en M6xico, poniendo aparte los precursores-, la prosa de ficci6n
cultivada por Monterde renunci6 parcialmente a sus libertades, para
afianzarse en una base hist6rica, "con la intenci6n de dar a la an6cdota
una perspectiva de paisaje y el deseo de explicar c6mo pudieron acontecer
cosas que en la realidad, quizis no acontecieron", como lo ha explicado
e1 mismo en la dedicatoria con que me entreg6 El temor de Herndn Cortes. En este volumen de narraciones de la Nueva Espafia, publicado hace
pocos afios, pueden reconocerse ya algunas de las caracteristicas de su
mis reciente libro. El tema colonial aparece tratado en forma muy diversa
a la que se empleaba alli en el apogeo de la corriente literaria; no se
escribe ya en esa prosa arcaizante cuya receta y cuya supercheria tan graciosamente coment6 el Pero Galin de Estrada, antes, por el contrario, el
estilo de Monterde vuelve a esa tersura, intachable y proporcionada, distintiva de sus ultimas obras.
Moctezuma, el de la silla de oro, incide de nuevo en el tema colonial,
pero en su linde misma, en el choque decisivo de la civilizaci6n conquistadora con la conquistada. Tiene pues tanto de colonial como de indigena
la narraci6n que emprende del tema patitico del emperador azteca que
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vi6 llegar a Hernin Cortes y cuyo imperio pudiera asemejarse a esas
6pocas otofiales, refinadas y sanguinarias, que han sido estudiadas con tanta
penetraci6n recientemente. Pero si Monterde naci6 a la vida de las letras
superiormente armado en conocimientos de la Nueva Espafia, no es en ese
flahnco de su obra donde le esperaria una prueba desconocida; si le esperaba, en cambio, en la reconstrucci6n del mundo indigena.
Para ilustrar el acierto de Monterde podrian enumerarse aqui los
abundantes intentos de reconstrucci6n literaria, en todos los generos, de
nuestro pasado indigena. Desde Rodriguez Galvin hasta escritores muy
cercanos, peri6dicamente aparece un nuevo decidido que surge de la lectura de cr6nicas e historias, dispuesto a revelarnos el esplendor y la fiereza
de nuestros ancestros. Y con todo, algo les ha faltado o sobrado, por
distintos caminos, a cada uno de ellos. Salvador Novo cree que la raz6n
de su fracaso radica en la lejania espiritual que tenemos respecto a nuestro
pasado indigena, puesto que, de hecho, nuestra tradici6n cultural tir6,
con la fertilizaci6n espafiola, hacia su propia tradici6n cultural que es la
grecolatina. Un mito griego, segln su pensamiento, significa mis para
nosotros que otro indigena. Estoy de acuerdo en parte con su opini6n, pero
afiadiria que el lenguaje ha contribuido considerablemente a estos fracasos. Las incrustaciones de vocablos, extraidos artificialmente, en el cuerpo
de obras compuestas, per otra parte, segf6n los dictados de modalidades
modernismo,
literarias que les son enteramente ajenas -romanticismo,
tendencias contemporineas-, no pueden ser mas que fatales. Y otro tanto
pudiera afiadirse de toda la parafernalia con que se completa el cuadro
hist6rico, pero que no excluye, en el momento mis inesperado, un toque
anacronico.
La firme experiencia de Monterde le ha puesto sin duda en guardia
contra semejantes riesgos esquivados con maestria en su narraci6n hist6rica Moctezurna, el de la silla de oro. Documentado cuidadosamente en
los textos hist6ricos que podian ilustrarlo sobre los acontecimientos, los
usos, las costumbres y el espiritu del imperio azteca en sus postrimerias,
Monterde consigue, con ello, librar el primer escollo. Logra el inusitado
interns que despierta la lectura de su obra sirviendose del recurso literario que expone en las piginas preliminares: para obtener una imagen dinimica, dice: "la evocaci6n se hace en tiempo presente; se sigue el curso de
la historia como acaecer actual, y se narra lo pasado como acci6n observada en un mundo vivo." Considerese tambien el equilibrio de simpa-
tias con que Monterde trata las dos figuras del drama, eludiendo el arrebato solidario no menos que la justificaci6n del fuerte, y se tendri una
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impresi6n inicial de los valores de su u1timo libro. Pero habria que afiadir
que Monterde, correcto prosista siempre, escribe ahora un lenguaje en el
que se unen la emoci6n con la nitidez y la calidad po6tica con el rigor hist6rico de los hechos esenciales y la penetrante interpretaci6n de su heroe
vencido.
Una calidad mis debe mencionarse a prop6sito de este libro en que
se cumple la madurez de Francisco Monterde: las ilustraciones de Julio
Prieto.
Entre los grandes ilustradores contemporineos, Rockwell Kent ocupa un lugar eminente, y entre los libros que ha ilustrado Moby Dick es su
acierto memorable. Entre los buenos ilustradores mexicanos, Julio Prieto
ocupa un lugar distinguido, y entre los libros por 61 ilustrados Moctezurna,
el de la silla de oro es su acierto memorable. No es arbitrario el paralelismo, si se comparan las obras del norteamericano con las del mexicano,
semejantes en su calidad y en su fuerza. Rockwell Kent, sin embargo,
se sirve de un tratamiento mas delicado para sus figuras y prefiere iluminarlas de una poesia dramitica refinada y compleja. Julio Prieto, en cambio, trabaja con materiales mis amplios y libres y se inclina a dotar sus
criaturas de una dinamicidad poderosa que se siente mis avenida con los
mundos en que imperan sentimientos concretos que en aquellos otros
sutiles y convencionales.
Son ya muchos los libros que ha ilustrado de manera excelente Julio
Prieto, pero s6 que 61 mismo siente que su trabajo en el u1timo libro de Monterde supera sus obras anteriores. Ha conseguido mostrar, con propiedad
irreprochable, el drama de la fuerza implacable contra la sensualidad lInguida y corrompida. Cada figura de conquistador estalla de poderio brutal y
cada estampa indigena se afina de suavidades otofiales. Pero significativamente no participan en esta indole dos especies de.sus imagenes: las de
los templos e idolos aztecas, imponentes y crueles, y la del guerrero Cuauhtemoc, cuyo garbo igil y animoso asoma en las piginas finales de la obra.
La conjunci6n inusitada de un texto y de unas ilustraciones en los
que muestran su madurez el escritor Francisco Monterde y el ilustrador
Julio Prieto, hacen de Moctezuma, el de la silla de oro uno de los libros
mis notables y hermosos entre los publicados en M6xico en los 6ltimos
afios. De hoy en adelante, cuando se hable de sus autores, seri preciso
considerar su ultimo trabajo como el punto de referencia que sefiala el
mediodia de sus obras.
Josi Luis MARTINEZ