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Un tiempo
decadente
'Sombras en la bajamar' es una de las novelas inéditas que dejó a su
muerte J.L. Rodríguez García, profesor de filosofía y escritor.
Por Luis Beltrán Almería
1 julio 2023
Sombras en la bajamar
AÑADIR A FAVORITOS
J. L. Rodríguez García
Comúniter,
J. L. Rodríguez García nos ha dejado varias novelas inéditas. La primera
Zaragoza, , 2023,, 216 pp.
en publicarse es Sombras en la bajamar. Es una novela que tuvo una
larga elaboración a pesar de su corta extensión. Sabemos de su lenta
cocción porque tenemos manuscritos que presentan distintos
momentos de su escritura y reescritura. El que puede ser el primero ni
siquiera lleva título. Son 59 páginas mecanografiadas. Hace las veces
de título el epígrafe “NOVELA 2012-2013”. Y en una nota manuscrita –
la letra es indudablemente del autor– se lee: “¿Hay que cambiar el
Libros más vendidos de 2023
estilo? Creo que sí, de esta manera ‘distorsión de mentalidades’.” Y
Penguin Libros
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quizá sea esa la clave de esta novela. Más tarde lse llamó “Pizzería
Mastroianni”. El tercer estadio es el que tenemos en las manos gracias
a Comúniter con un título de mayor simbolismo.
Aunque las diferencias entre el manuscrito de hace un decenio y el
resultado final son evidentes –luego las explico–, el proyecto es el
No.262 / julio 2023
mismo. Se trata de una novela coral –para decirlo con palabras de
La inteligencia artificial:
nuestro gólem
Antón Castro–. Es una novela urbana. El escenario es una población
costera catalana, al pie de la sierra de Montnegre, que en la novela
aparece como Punt de Gab. En la nota que aparece en una de las
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EDICIÓN MÉXICO
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versiones dice: “He imaginado un lugar impreciso entre Blanes y
Lloret de Mar para situar esta aventura. Creo que he cometido mínimas
imprecisiones topográficas que no tienen importancia en el desarrollo
de la acción.” No se trata, pues, de una gran ciudad sino de un enclave
turístico, que en la novela aparece semivacío, en los meses de
noviembre y diciembre de 2009. Estos detalles son significativos
porque son determinantes para describir un espacio infernal y un
tiempo decadente por otoñal. En ese ambiente infernal, en el que no se
puede hacer nada valioso y todo tiene un carácter agónico, ocurren dos
sucesos: la desaparición de una niña y el asesinato de una mujer de
gran belleza, ya ajada, enferma de cáncer.
Aparece en:
NO.262 JULIO 2023
La inteligencia artificial:
nuestro gólem
España
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La crítica suele llamar novela coral a las que presentan una amplia
nómina de personajes. Sombras en la bajamar no necesita demasiados
personajes, precisamente porque la población es pequeña y se ha
vaciado. Se trata del número de personajes justos para cumplir la
función de la novela: ofrecer una imagen escéptica y desvalorizada de
la vida. Los personajes giran, como si de un tiovivo se tratara, en torno
a un personaje testigo, un joven de 28 años, licenciado en filosofía, que
trabaja como camarero en la pizzería Mastroianni –pizzería que está a
punto de cerrar, ya digo que todo en la novela es agónico–. Este
personaje es un hombre inútil. Así llamo al arquetipo masculino de la
novela moderna. En esta obra dice: “Entiendo algo de lo que ocurre y
nunca seré capaz de mover un dedo.” Como digo, se trata de un
arquetipo ubicuo en la novela moderna. Y, especialmente, en las
novelas de J. L. Rodríguez García, probablemente por la influencia de
Sartre. Quizá lo más destacado de esta novela es que todos los
personajes son inútiles. Así son el poli Cata –que investiga los sucesos
interrogando a todos pero sin tomar ninguna decisión–, su decorativo
escudero, el misterioso aventurero Vidal y los secundarios de la trama:
los drogadictos, la pareja de lesbianas, la farmacéutica, etc. Como
inútiles, carecen de un destino –el único destino posible es
desaparecer–, no pueden tomar iniciativas y, sobre todo, no son
capaces de resolver los casos. Solo hay dos excepciones: Nené, el ciego
adolescente, que es el único que ve; y Melanie, la mujer fatal.
Aunque la trama se sostiene en dos casos criminales y en una
investigación, no es, en absoluto, una novela policiaca. Como otras
novelas de Rodríguez García, la trama criminal es solo una forma de
velado del propósito didáctico de la obra. Así sucede en Parque de
atracciones, La residencia, El hombre asediado o Manos negras.
En Sombras en la baja mar se rinde admiración a autores ya míticos:
Orson Welles –el poli Cata se llama Quinlan, como el personaje que
incorpora Welles en Sed de mal–, Proust –Ernestina es el segundo
cadáver–, Camus –por La peste–, Thomas Mann –por La montaña
mágica–, Beckett, y por supuesto, Sartre –ambos por sus símbolos y,
especialmente, por los personajes incapaces de actuar–, pero sobre
todo, a Ricardo Piglia, por la fórmula de sus novelas policiacas y, al
mismo tiempo, indagatorias. Sin embargo, la concepción del caso
policial de Rodríguez García es distinta. El caso es solo una excusa para
extremar el sentimiento de náusea.
Quizá una de las claves de esta novela sea un motivo sartreano: la
relación entre ese aprendiz de filósofo, el joven Chico –que resulta
llamarse Estanislao–, cuyo papel es el de narrador testigo, y el ciego
Nené. Es una relación de miradas: Chico mira sin ver; Nené ve sin
mirar. En sus escritos sobre Sartre, Rodríguez García se muestra
impresionado por el capítulo que el intelectual francés dedicó a la
mirada en El ser y la nada. “La mirada me descubre al otro”, escribe
nuestro novelista. Y en esta novela el juego de observación entre el
inútil camarero y el jovencito vendedor de suertes descubre el vacío de
ese microcosmos infernal. “Nadie puede ser feliz en este jodido
mundo” es la sentencia del personaje narrador. Y es una secuela del
sartreano “el infierno son los otros”.
Vuelvo ahora a la comparación con la primera versión, la de 2012. Su
tono es más jovial que el de la versión definitiva. El personaje es el
mismo. En la versión de 2012 es un joven, Leo, que ha estudiado
historia en la Universidad de Zaragoza –lo que recuerda al Mateo
Delarue sartreano– y que trabaja de camarero en la pizzería de Luigi
Mastroianni, sita en otra población veraniega, la asturiana Llanes. Esta
primera versión apunta a ser menos hermética –el rasgo más evidente
de las novelas de Rodríguez García–. De entrada sabemos el nombre y
los detalles del personaje. En la versión publicada tardaremos muchas
páginas en saber cómo le llaman y su nombre. En las dos versiones este
personaje tiene o ha tenido una novia entusiasta de Orson Welles y,
especialmente, de Campanadas a medianoche, con su doble vertiente
cómica y hermética (por Falstaff y las historias trágicas
shakespeareanas). Y las dos contienen numerosas muestras de cultura
cinematográfica. Y, a pesar de que Leo arrostra el sobrenombre de El
Sombrío, su alter ego resulta más sombrío que él. Es el sujeto de la
distorsión de mentalidades. Nené, en cambio, permanece inalterable.
Tampoco cambia demasiado la cronología: 2009 en la versión
definitiva; 2010 en la primera versión.
La versión publicada es una obra más hermética, más humorística y
más ensimismada que las versiones precedentes. Es una novela
hermética porque al habitual escenario de malestar en que viven los
personajes –por los sucesos y por los destinos inciertos– se suma el
clima de una población artificial –por su carácter turístico– y vaciada
por la estación otoñal. Cabe recordar que Rodríguez García ha sido un
estudioso de Artaud, Hölderlin, Bataille y, sobre todo, de Sartre, todo
un santoral hermético. Es una novela humorística por la visión y la
reflexión del personaje. Es un humor ácido, por el escepticismo del
testigo ante la ausencia de valores sólidos. Todo es provisional,
incluido el trabajo del narrador testigo, que se dispone a abandonar, al
igual que a su pareja drogadicta. La carga escéptica y humorística es
mayor que en las novelas precedentes de Rodríguez García. Es una
novela triste llena de risa. Su redacción corre paralela a la del
ensayo Postutopía (2020), en el que el tema central es el humorismo
como salvación. El papel de la comida –italiana de la pizzería–, del
tabaco y la bebida, de la música, del cine, del sexo y lo corporal apunta
a la presencia del grotesco, presencia de la risa. Y es manifiesta la
dimensión ensimismada de la novela. Esa dimensión ofrece la carga de
aspectos, emociones y valores que el autor traslada a la novela y que se
pueden identificar como suyos propios. Ciertos detalles de la imagen
de Vidal traslucen rasgos de Rodríguez García. El carácter observador
del narrador testigo también le pertenece. Su padre es escritor. El que
se presente como licenciado en filosofía y los numerosos guiños
literarios y cinematográficos apuntan al autor. Incluso hay una breve
declaración estética autocrítica de su propia obra al decir de la obra del
padre del narrador que consiste en “cuentos de horror, nostálgicos y
estúpidos”. Las notas sentimentales o nostálgicas son frecuentes en la
obra de Rodríguez García.
Cabe preguntarse, para terminar, cuáles son los méritos de esta novela
escéptica y humorística. El valor no está en el argumento. El valor
reside en la descripción de un microcosmos, ese Punt de Gab turístico,
que es una imagen abreviada y escéptica de un mundo que desconoce
su destino. Como ocurre en las novelas a las que Rodríguez García
rinde un tributo sentimental, hay aquí una lección, la lección de unas
vidas sin destino en un mundo devaluado que es un testimonio de
nuestra época. Y, sin embargo, la última página es la de un viaje hacia
el norte, a Suecia, del personaje narrador, esto es, un símbolo del
cambio de conciencia y de la superación de la distorsión cognitiva que
domina la novela. ~
Luis Beltrán Almería
Luis Beltrán Almería es catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza. En 2017
publicó GENVS. Genealogía de la imaginación literaria. De la tradición a la Modernidad (Calambur).
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