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REGRESO AL CAFÉ CENTRAL

Con este relato se publica la tercera y seguramente última versión de este relato desde su primera versión que se publicó en los años noventa en una muy pequeña revista o fancine de tan solo 12 páginas titulada La Libélula con el título “Regreso al hotel” de la que se distribuyeron algunos pocos ejemplares en un local del barrio de Malasaña de Madrid la cual no tuvo continuidad alguna. Una segunda versión del relato con algunas modificaciones y con ese mismo título fue publicada en 2013 en Santiago de Chile en la revista digital Letras de Chile gracias a las gestiones que generosamente realizó el escritor chileno Miguel de Loyola. Y por último una tercera versión, seguramente la última se publica con este último título “Regreso al Café Central” con algunas últimas modificaciones. El relato ha quedado finalmente dedicado en esta última versión a la escritora mexicana Patricia Laurent Kullick, fallecida el pasado año 2022 de quien se mencionan en el texto algunas breves citas que han sido extraídas por el autor de las cartas que la escritora regiomontana envió al autor desde Israel. Queda, por lo tanto, este relato en su sinuosa y dificultosa trayectoria hasta llegar a esta última versión dedicado al recuerdo y a la memoria de Patricia mediante su publicación en libre acceso en la página del autor en la red social de investigadores Academia edu. Se agradecen los comentarios que se han publicado en el periodo de pública discusión de su edición en libre acceso en Academia edu y la atención que se ha dado al mismo en los homenajes realizados a Patricia en México.

REGRESO AL CAFÉ CENTRAL 1 2 Me había convertido en un recuerdo tuyo y eso significa que si tú dejas de pensar en mí yo dejo de existir, como si tú fueras un aparato del que dependiera para estar en el mundo o como si, a través e ti, yo mirase a los demás. Cuando encendiste tu televisor me desvanecí, tal y como sólo puede temer un recuerdo que deja de ser pensado, y me vi a mí mismo sobre una cama rodeado por mis seres más queridos: una estufa, una mesa de noche y una perilla que entonces solía usar para apagar la lámpara. Me vi iluminado por una rendija de la puerta y dos jóvenes artesanos manchados de arcilla entraron en la estancia y me desnudaron, me lavaron y me pusieron mejores ropas que las que solía utilizar cuando era pensado por ti. Ya no sentía que mi abrigo fuese viejo, ni que tus joyas fuesen bisutería y me portearon sobre un tablón de madera por una ciudad en la que el sol rojo caía sobre la muralla. Salimos por el callejón al barrio judío y después por un túnel entramos en el mercado árabe; dejamos atrás las ruinas y entre veredas muy intrincadas de aquel barrio vimos un cementerio. Desde allí subimos aún más alto y entramos en una ermita en la que un griego con barba bebía vino en una copa e hizo a la comitiva un discreto brindis. Los artesanos le saludaron, parecían orgullosos, responsables de su cometido, y dejaron el tablón en una de las capillas; cuando te vieron entrar en el templo se fueron e hiciste una parada delante de la mesa de las ofrendas: 3 encendiste una vela y te sentaste delante de la capilla en la que yacía tu recuerdo. Un franciscano salió de la sacristía. - Señora, disculpe que la moleste, pero quizás necesitemos algún dinero para la ceremonia. No puede quedarse aquí eternamente. El fraile se sentó en tu banco y eso pareció no agradarte. - Señorita, si no le importa. - Disculpe. En cualquier caso la petición que le hago es la misma: casada o soltera el recuerdo es suyo, ¿no es así? - El recuerdo es mío, pero me sale más barato dejar de pensarlo. De hecho tenía este recuerdo bien olvidado. - No se preocupe. Déjelo todo de mi cuenta. Un recuerdo olvidado no suele tener casi nada que decir pues su alma es como una habitación clausurada en medio de un palacio deshabitado: necesita ser pensado y sólo esa aparatosa naturaleza espiritual me permitió sentir que el tablón en el que yacía era como una puerta con una mirilla metálica que se me clavaba en la espalda. Deseaba una salida airosa para ese conflicto, ya fuese que tú me recluyeses de nuevo en el foso más profundo de tu palacio o que el franciscano obtuviese el dinero necesario para su ceremonia y me enterrase, me 4 incinerase o celebrase lo que tuviera a bien oficiar con mis restos; pero no había manera de ello porque ambos permanecisteis en silencio durante largo rato hasta que un hombre muy bien vestido se sentó a tu lado. - ¿Me alcanza ese libro? - Disculpe, pero usted solo llega bien. El señor bien vestido aprovechó para rozarte la rodilla como represalia por tu descortesía, tan poco usual en los templos, y se puso a leer con un bisbiseo irritante que no te gustó: - Perdone que le moleste pero ¿no podría rezar en voz baja? No es un libro de salmos. Sabido es que los recuerdos no buscamos notoriedad alguna, salvo que seamos citados en conferencias, pero no pude dejar de sentir que alguien me ordenaba una sonrisa que ni tú misma me viste esbozar, ocupada como estabas en ajustar las cuentas con ese señor bien vestido a quien parecías tratar como a cualquier otro recuerdo que te asaltara sin tu permiso. La puerta de la ermita volvió a girar para dejar paso a otro individuo que se acercó al altar y en un goteo pausado entraron varios sujetos con instrumentos musicales, como si en otras habitaciones de tu palacio se hubiera 5 producido una gran evasión. - Señora, está usted llenando la capilla de recuerdos. El franciscano salió de la sacristía vestido de calle y se sentó de nuevo a tu lado. - Señorita, si no le importa. - Hay mejores horas para ciertas cosas. Las confesiones son a las once y luego empieza una boda. Habrá que sacar de aquí a toda esta gente y todos esos instrumentos. Hay otras horas para ciertas cosas ¿No podría olvidarlos, como todo el mundo? - Puedo apilarlos, si le parece mejor. - No es que me parezca mal, pero quizás habría que comprar un panteón. Anda mal el asunto del suelo. Anda mal, sí. - Lo siento, pero lo que tenía que decir ya no es necesario. Prefiero dejarlo todo como está. Al oír estas palabras los artesanos manchados de arcilla entraron en la ermita y volví a sentir que mi abrigo no era viejo y que me porteaban de nuevo sobre el tablón de madera por la ciudad en la que el sol rojo caía sobre la muralla. El griego ortodoxo nos siguió, hizo un discreto brindis y cayó en una zanja y por veredas muy intrincadas regresamos a la ciudad. De nuevo por el mismo túnel pasamos por la tumba del rey judío y llegamos hasta a un café con un escenario en el que ponía Café Central actuaciones de Jazz en vivo un 6 templo del jazz construido a imitación de su original que se halla en la ciudad de Madrid. Sonaba en el lugar un lejano blues con la voz de Blind Willie Johnson que decía Well won't somebody tell me, answer if you can Won't somebody to tell me, just what is The Soul Of A Man I'm going to ask the question, please answer if you can If anybody surely can tell me, just what is The Soul Of A Man Well won't somebody tell me, answer if you can I want somebody to tell me, just what is The Soul Of A Man I traveled different countries, I've traveled in foreign lands I've found nobody could tell me, just what is The Soul Of A Man Well won't somebody tell me, answer if you can I want somebody to tell me, just what is The Soul Of A Man […] En las guerras se folla mucho más en la retaguardia antes que en el frente, incluso por las hijas de los marinos jubilados, aunque construyan personajes para hacerlo y disimular su interés. Si lo hacen para 7 aprovechar la ocasión y trepar socialmente con personajillos de los escenarios quedan resentidas de su mezquindad, se refugian en el amor a los animales, lloran y se les queda un gesto triste en la mirada hasta que puedan recuperar la alegría de vivir, es lo que pensé para mis adentros ahora que de nuevo hay guerra y fue entonces cuando me dije lo que, hace muchos años, me había repetido Patricia, la trotamundos mexicana, en su carta de despedida: - No cuentes nunca las veces que visites esta ciudad ni aunque la reconstruyan con sus templos y sus canciones. Es de mal agüero y los seres humanos la volverían a destruir. Relato de Ignacio Tamés García Octubre de 2022 Dedicado a la escritora de Monterrey (Nuevo León México) Patricia Laurent Kullick que hace años residió en Madrid, a la que el autor de este relato le dedicó varias canciones y luego ella escribió y publicó en México su novela El camino de Santiago con motivo de diversas situaciones sucedidas en esta ciudad. 8