Mañana soñé que nos veíamos.
Y nos tocábamos las caras como dos golondrinas apareándose en el aire.
Por detrás.
Así,
suavemente en los tres ejes
como una danza grave, profunda, eterna, tocaba tu cara con mi cara hecha fuego.
Así, por un segundo besaba tus alas con mis alas
y me moría infinitas veces al estar en ti.
Era,
como una mariposa que quiere ser golondrina y luego hombre
fugaz como una estrella que no sabe que es estrella y desaparece
como un sueño que nunca existió más que en un sueño dentro de sí mismo.
Así, como una golondrina,
una golondrina única como un día cualquiera,
en aire ingrávida.
Espesa como el fuego que desaparece
profunda como el mar que acaba pero no acaba
ciega como la sordera
sorda como la mudez
extraña al mundo en el mundo.
Tú y yo, que no los nombraba más que el silencio
tú y yo, golondrinas como piedras en el cielo:
siendo viento,
siendo carne al sol
siendo fuego al sol
siendo sol al sol expuesto.
Y no quería soñar más que era hombre,
y era mar que se comía a sí mismo.
Éramos tan alegres como la muerte
como la expresión en la cara cuando nos mirarnos al espejo sin darnos cuenta que somos nosotros.
Éramos tan alegres que no sabíamos,
no existíamos,
ahí,
en ese momento que no era momento.
Y la alegría no era más que un sonido con la boca abierta,
Y no éramos golondrinas,
no existía cuando volaba venciendo el peso de mis células.
Tan cerca de tu boca que era tu boca.
En tu piel
tocando tu piel.
De la misma forma que mis labios se tocan al decir piel.
Más cercanos y sutiles que mi lengua y paladar al decir lengua.
Como un sueño de dos golondrinas que existen sólo en estas letras, que son más golondrinas que todas.
Así,
como mi boca en tu boca en ese momento, nos tocamos y fuimos uno al disolvernos en la nada obscura del silencio.
Y nunca supe si alguna vez caímos
o porqué dejamos de volar.
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