Migración

Foto Dave McKean
Estas palabras rojas lamen tus ojos, mi sangre busca la cadencia de tus venas. Sin embargo casi he dejado de existir, de la que fui no queda más que este desgarro. Dentro de mí hay una torpe inquilina; mi esencia es un criadero de polillas y los recuerdos huyen para no ser engullidos.
¿Cómo decirte que tu voz aún me falta cada tarde, que la distancia a tu piel me resulta insoportable y la noche tiene tu nuca? Este mensaje absurdo no encontrará jamás la textura de tu cuerpo. Sobre el papel mis dedos gritan buscando tu temperatura.
Ahora un perro rabioso me devora las entrañas. El animal mastica esta hermosura negra, una belleza podrida que es ahora de nadie. Mientras se disuelve mi memoria, el vacío me besa con tu boca. Luego los insectos voraces podrán migrar hacia otros muertos.

Círculos

El día en que esa mujer entró al consultorio se acabó todo. Mi esposa era una excusa para no acercarme a su oído y susurrarle “algo tuyo me vuelve loco”.
Foto Chema Madoz
No me atreví a tanto y esa noche regresé a casa con un cansancio extraño. En mi cabeza se representaba la imagen de su vestido, la música de sus pies deslizándose por el suelo de madera. Y la imaginé desnuda hasta agotar los modos de poseerla.
En casa esperaba Laura como todos los días. Apenas me recibió supe que había tenido un mal día. Los niños gritaban en la habitación contigua y percibí que era el momento de entrar, acariciarles el pelo y tranquilizar esos juegos salvajes. Así lo hice. Atravesé el pasillo mientras Laura relataba su jornada cual cronista que comenta la jugada decisiva, el momento culminante en el que el delantero trastabilla y asume la derrota de todo el equipo. Monologaba mientras recogía ropa. Me sentí aliviado de que no reparara en mí.
Mientras veía jugar a mis hijos sentí bronca. Maldito alarido íntimo. Quise volver a vivir con naturalidad la indiferencia de Laura y contemplar el paso del tiempo sin sobresaltos. Ya había comprendido que eso no era posible cuando Laura se insinuó semidesnuda y se recostó a mi lado. Yo quería dormirme, sentía la sangre amarga y lenta. Puso su mano en mi vientre, me acarició el pecho, acercó su boca a la mía hasta que anuncié “Mañana me voy”. “¿Más trabajo fuera?” me preguntó en un tono rutinario, pero con una inusual fortaleza respondí: “No. Ya no vuelvo”. Me miró con horror. Hubo un silencio largo y a la mañana siguiente cumplí mi promesa.
Llegué al trabajo algo confuso. Esa misma tarde atravesó la puerta del consultorio la mujer del día anterior. Estaba visiblemente triste. Me acerqué despacio, me animé a colocar mi mano sobre su hombro y entonces me lo confesó: su marido se había ido de casa. Tomamos un café y le pregunté su nombre. “Laura es un bonito nombre” proferí, mientras su piel resplandecía bajo la blusa.

Ojales


Quiero escribirte y encuentro pezones.
Botones desactivados.
Botones desabrochados.
Botones que arrastran
maletas y recuerdos.

Hay avenidas que palpitan,
venas que gritan incrustadas en mi carne,
mientras escucho que te vas
hacia otra vida, otra ciudad y otra mujer.

Esta tristeza se reinventa en círculo.
Construyo ventanas
por las que arrojarme al mundo
para acabar con el propio de una vez.
No lo consigo.

Me faltará tu piel
en cada cama que halle desnuda.
Nada habrá cambiado en realidad.
Seguiré deseando tenerte cerca.
Maldeciré esta dulzura horrible
que mastica mis horas.

Pezones desabrochados
en mi cuerpo,
botones de costurera manca.
Y al fin encuentro las palabras:
Adiós. Buen viaje.
Ojalá exista un cielo
para esas tardes juntos.

Juguete muerto


Foto Rodrigo Adonis
Ese día empecé a sospecharlo. Un beso profiláctico me había despertado. Era ella. Su lengua de plástico recorrió mi cuello. Un estremecimiento de nylon y un “buenos días” me devolvieron a este mundo. Me miré las manos impecables, las uñas siempre cortadas con exactitud cirujana; sentí la mirada inalterable, la boca seca. “¿Qué hora es?” le pregunté somnoliento, “Demasiado tarde” balbuceó y se recostó a mi lado. Permanecimos inmóviles viendo el reloj y descubrimos que estábamos hechos del mismo material. “¿Funcionas aún?” dije, rompiendo el silencio. “Creo que sí ¿Quieres probarme?” y nos enredamos en esa comprobación. En su pecho algo quería estallar. Un Tic-Tac ensordecedor me temblaba a mí también. Su mirada vidriosa estaba a punto de romperse, su figura se contorsionaba sin espasmos bajo mi cuerpo. “Siento que ya no”, sentencié. Ella se puso triste. Encendí un cigarrillo. Nos miramos con miedo. Me abrazó. Antes de cerrar la puerta, dejó en las sábanas su perfume de muñeca nueva. Fui hasta el espejo y ahí la vi. En mi frente podía leerse la maldita fecha de caducidad.