Blog dedicado a publicar traducciones al español de textos, vídeos e imágenes en árabe sobre la revolución siria.

El objetivo es dar a conocer al público hispanohablante al menos una parte del tan abundante material publicado en prensa y redes sociales sobre lo que actualmente acontece en Siria. Por lo tanto, se acepta y agradece enormemente la difusión y uso de su contenido siempre y cuando se cite la fuente.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Homs aquella noche: Testimonio de cómo la ciudad dejó de estar bajo el control del régimen de la eternidad

Texto original: Al-Jumhuriya

Autora: Muna Rafei

Fecha: 10/12/2024




En el principio era el verbo.

Mis ojos saltan entre las redes sociales, el WhatsApp y la televisión y mis oídos están enganchados a la ráfaga incesante de disparos, mientras mi corazón está a punto de detenerse de miedo y alegría. Mi cuerpo oscila hacia adelante y hacia atrás de forma inconsciente. Los chicos han llegado a Jalidiya, a los alrededores de al-Wa’r; espera, no, siguen en Deir Baalba. Bueno, siguen en la zona rural septentrional. El ruido de los aviones no cesa y tampoco lo hace el ruido de los misiles. Nos movemos haciendo uso únicamente de nuestros sentidos: nuestros ojos, nuestros oídos y nuestros corazones, que están a punto de salírsenos del pecho con cada novedad.

¿Un piti?
Vosotros os proveéis de comida; yo, de tabaco. Apuro el cigarro inmediatamente y el humo sale por todo mi cuerpo y no únicamente por la boca, porque en realidad me estoy quemando por dentro y el humo no es más que la exhalación del fuego encendido en el interior, mi interior lleno de esperanza, miedo, expectación, de lo que puede ser útil y de lo que es absurdo. «En el nombre de Dios, ha comenzado la liberación de Homs». La frase se repite: «En el nombre de Dios, en el principio era el Verbo». Y luego venía la acción -o quizá era al revés-, pero ya no importa. Lo que importa es que nuestros sentidos son los que funcionan; lo que importa es que nuestra sangre se ha tornado verde en nuestras venas [1] y que estamos a punto de arder por saber qué es lo que realmente ha pasado y quién ha vencido a quién, quién ha derrotado a quién y en manos de quién está cada palmo. Muchas preguntas, muchas, muchísimas; mucho, muchísimo miedo; muchos, muchísimos ruegos; muchas, muchísimas plegarias, e incluso los corazones más indiferentes hacia el Señor se han agarrado a él: Señor, por favor, Señor, los detenidos, los mártires, los que están en duelo, los heridos, los pacientes, los temerosos… No nos decepciones, por favor.

¿Un piti?

Los chicos peinan la ciudad, buscando células durmientes; los chicos se enzarzan con la seguridad y los shabbiha; no, negocian con las figuras principales de los pueblos cercanos para entrar y mantener a su gente segura. «En el nombre de Dios, ha comenzado la liberación de Homs». «Los chicos»: he escogido esta palabra entre otras (revolucionarios, combatientes, efectivos armados). Los llamo «chicos», a pesar de que no los conozco, a pesar de que en el futuro puedo tener miedo de un desconocido armado, pero es que son nuestros chicos, que tomaron unas armas con las que cargaban con la muerte en todo momento. Los llamo así porque muchos de ellos eran niños en el inicio de la revolución y después crecieron con ella, como hemos crecido nosotros. En el nombre de Dios, ha comenzado la liberación; en el nombre de Dios, ha comenzado, ha comenzado. Crecieron como hemos crecido nosotros y la prueba son las canas en nuestras cabelleras, las arrugas a las que no prestamos atención en nuestros rostros y el fragmento de corazón que llevamos con nosotros desde el comienzo de la revolución como parte originaria de nuestras costillas. Sí, hemos crecido, y con nosotros, nuestra desesperación, nuestra tristeza, nuestra represión, porque nuestra esperanza –y qué dolorosa es esta palabra ahora– la habíamos colocado a nuestra espalda, no como una carga, sino porque nos avergonzábamos de ella, pues parecía muy lejana e inalcanzable. Qué equivocados estábamos, qué poco conscientes éramos, pero trece años de nuestra vida se dice pronto, trece años. Es una vida entera. No sé si debemos reprocharnos nuestra desesperación o falta de fe, pero la justicia parecía muy, muy lejana. Seguimos viendo los ríos de sangre corriendo en Gaza, que parece nuestra propia sangre derramada para cuyo responsable no hemos visto que se hiciera justicia o se aplicasen las condenas adecuadas. La sangre sigue derramándose sin que nadie la detenga: ¿no tenemos derecho a desesperarnos un poco incluso por Su misericordia?

Que Dios me perdone.

¿Un piti?

Seguimos sin movernos del sitio, seguimos los acontecimientos sin casi poder creerlo. Parece una locura, algo surreal. Parece una situación alejada de la realidad, mucho mejor que la propia realidad. Devoro mis uñas mientras sigo las noticias de los avances en la ciudad. Tenemos ya una mala experiencia con eso, ya hemos tenido malas experiencias con los medios revolucionarios. ¿De verdad están cerca? ¿Al-Qusur?, ¿Al-Bayada?, ¿Jneina al-Alu? Bendito sea Dios, eso es mucho. Saco la cabeza por el balcón de mi casa y veo la profunda oscuridad que reina en la calle, con las pequeñas luces de los edificios de enfrente de personas que son como nosotros y que están a la espera de qué pasará después. Volver a esperar. Nuestro sino es esperar en este lugar infernal que se llama Siria, esperar lo desconocido, esperar la alegría, esperar la justicia, esperar la condena, esperar la muerte –no necesariamente la nuestra, sino la de aquellos a los que a veces nos hacen desear la muerte aunque no la encontremos. 

Qué largo y pesado se hace el tiempo sobre el alma. La calma ensordecedora entre cada ataque, entre disparo y disparo, es el origen de la historia; la calma que nuestras almas no conocen esta noche es esa a la que queremos llegar al final. Pero, ¿cómo vamos a alcanzarla si las noticias llegan a toda velocidad informando de avances y retrocesos, victorias y derrotas, entre una parte en la que tenemos puesta toda «nuestra esperanza», de la que nos avergonzamos, y otra parte en la que se ha quedado suspendida toda nuestra desesperación acumulada, que corre con nuestra sangre como sus glóbulos rojos pegajosos que solo vemos cuando se abre una nueva herida que nos saca de nuestro silencio? ¿Dónde estáis ahora, chicos? ¿Qué está pasando de verdad sobre el terreno que se supone que es nuestro, y qué le está sucediendo a nuestro enemigo? ¿Quién es nuestro enemigo? Nuestro enemigo es un monstruo enorme al que hace unos días no imaginábamos que nos podríamos enfrentar cara a cara, mirándonos a los ojos; un enemigo ante el que bajamos la cabeza llena de decepción y tristeza mientras se carcajeaba con vanidad e infundiendo miedo. El miedo, el miedo, el miedo. Señor, pon fin al miedo: aquí tenemos miedo, mucho miedo. Esta vez no tenemos miedo a la muerte, sino a una nueva derrota, una derrota cuyo sabor ya conocemos bien y que nos hemos tragado durante largos años, exiliados, rotos y desesperados. El miedo, el miedo frente al ruego, el ruego: Señor, no nos decepciones, tan solo esta vez.

¿Un piti?

Homs ya no está bajo control del régimen. No me lo creo e insisto en no creérmelo: no me lo creeré hasta que vea con mis propios ojos las estatuas e imágenes de Hafez al-Asad, Bashar al-Asad y Basel al-Asad derrumbadas. No me lo creeré hasta que vea la bandera de la revolución ondeando bajo mi casa, pero bajo mi casa solo reina una profunda oscuridad, con pequeños puntos de colores de aquellos que esperan, como yo, y los que esperan como yo son muchos. Miro a la sede de la seguridad militar que está a unos metros de mi casa y no veo a nadie, pero recuerdo la voz del perro que solía oír y no ver siempre que pasaba frente a la sede. No hay ladrido, solo fantasmas que se mueven en la oscuridad, con el ruido de unos disparos terroríficos que parecen enfrentamientos. ¿Se ha liberado de veras la ciudad? En el grupo de WhatsApp del trabajo, mis compañeros mandan las novedades con absoluta neutralidad, sobre todo porque somos de distintas confesiones. Uno dice; «Chicos, ha caído la ciudad». ¿Ha caído?, ¿ha sido liberada? No importa: lo que importa es que está fuera del control del régimen.

Salgo al balcón inmediatamente. Me llama mi compañera llorando y me dice: «Están celebrando a gritos aquí en mi barrio». Salgo al balcón y no oigo nada más que el eco de mi respiración aterrada por la noticia y por mi miedo a que no sea realidad. Empiezan a sonar los gritos de «Dios es grande» en los balcones a la vez que se escuchan los disparos. ¡Dios es grande! ¡Dios es grande! La ciudad ha sido liberada de verdad. Me río cuando escucho la voz de mi vecino en el piso superior gritando, con miedo, «Dios es grande». Sí, lo hacía con miedo. Agarrarse a la cuerda de Dios en estos momentos es la única solución: Homs ha sido liberada y el sueño se ha hecho realidad. ¿Es posible? Entonces, ¿eso es lo que se siente cuando uno se libera de la opresión? ¿Es eso lo que se siente? Qué difícil es de describir y de creer y qué bello, dulce y doloroso al mismo tiempo. No sé por qué es doloroso a la vez, pero es un dolor bello, un dolor con el que hemos soñado mucho tiempo y que no sabíamos cómo iba a ser. Ahora, solo ahora, sabemos cómo es.

¿Un piti?

Sí, un cigarro. Mi hermano, que vive en el extranjero, me llama, casi llorando, y me dice que quiere venir ahora mismo a Siria, que ojalá pudiera estar con nosotros en este momento. Se que ese es el sentimiento de todos los exiliados y desplazados forzosos en el extranjero. Intento consolarlo como puedo, cojo el teléfono y le grabo a los chicos mientras pasan por debajo de nuestro balcón disparando de alegría. Uno de los jóvenes combatientes me saluda con la mano y le devuelvo el saludo, mientras hago albórbolas y río histéricamente. Pregunto a mi hermano si los ha visto y me dice que sí. Mi hermano se queda en silencio y lo entiendo. Se me ahogan las palabras en la garganta. Me pregunto qué sentirán los demás, y sé que es exactamente lo mismo con intensidades variables. Las horas del amanecer pasan despacio y seguimos atentos a las noticias. Parece que la cosa no ha terminado en Homs, sino que las noticias se suceden en relación con Damasco y la zona rural a su alrededor. Más importante aún: la cárcel de Sednaya. Eso es mucho, muchísimo. La ciudad entera está despierta siguiendo las noticias. No, no solo la ciudad: todos los sirios. ¿La felicidad de la ciudad será tottal? Nadie lo sabe.

¿Un piti?

El sueño se hace realidad de verdad. Lo que se ha logrado es mejor que lo que cualquiera de nosotros hubiera soñado para este momento. La ciudad ha sido liberada, los chicos han llegado a la cárcel de Sednaya y han tomado Damasco. El tirano y su entorno han huido. Escribo esto sin apenas creerlo. Escribo esto con mi seudónimo y no me lo puedo creer. Ya no habrá más miedo, ya no habrá que esconderse. Voy a la plaza del Reloj Nuevo para compartir la alegría con la gente. Se felicitan unos a otros, incluso sin conocerse. Los lemas, los himnos y la bandera verde de la revolución ondeando sobre el reloj. Los chicos con sus coches con matrículas de Idleb o Alepo, coches distintos de los que hay la ciudad. Todo parece ideal, demasiado: todo parece mejor que cualquiera de nuestros sueños más locos.

No obstante, «ese ideal molesta en esta situación». ¿Por qué siento un nudo caliente en el corazón? ¿Por qué siento que hay algo que falta en esta escena? ¿Será la ausencia de Sarut[2]? ¿Será la ausencia de Shadi Aswad [3]? ¿Será la ausencia de todos los que deberían estar con nosotros y no están porque han caído mártires o se han visto desplazados forzosamente? Esa debe de ser la razón. ¿Será por toda la vida que se nos ha pasado esperando este momento? ¿O por el miedo que se filtra por nuestras venas y que hace difícil creer algo así? ¿Es por el miedo a un futuro que puede ser preocupante o incierto? No sé, pero tal vez sea una mezcla de todo esto y las palabras y las expresiones ahora mismo me traicionan. La traición de las palabras en esta situación es comprensible: la traición de la alegría al alma en esta situación es comprensible. La tristeza que se mezcla con la alegría, el miedo que se mezcla con la alegría. Y yo -«sabéis que yo soy ellos»- estoy tan contenta que estoy a punto de llorar y sé que todos vosotros estáis como yo en este momento.

¿Un piti?

El día después de la victoria y sigo utilizando mi seudónimo. Voy a seguir escribiendo con él un tiempo: no es fácil después de enfrentarse a ese miedo enfrentarse ahora al miedo a lo desconocido. A un porvenir que desconocemos. Por el momento, todo está bien hasta cierto punto, salvo algunas carencias. Los locales comerciales han empezado a abrir paulatinamente; el suministro de agua y electricidad es algo mejor en términos relativos que anteriormente. En las mezquitas escuchamos a quien nombra a los detenidos que han salido de Sednaya: nos tiembla el cuerpo y lloramos juntos porque muchos de los nombres no han salido. Los nombres que mencionan en las mezquitas suenan familiares, y pienso que entre ellos podría haber estado mi nombre, o no haber estado. Todo es posible. Salgo a la calle de nuevo y veo a los jóvenes combatientes: me centro en cada uno de ellos, y no soy la única. Todos los miramos asombrados. Observamos su hechura, su mirada, su barba, su forma de hablar. Un hombre que pasa les dice: «Es la primera vez que paso cerca de militares y no tengo miedo». Y es verdad, de momento. Junto a mí pasa una chica atractiva que no lleva velo y me dice: «Quiero hacerme una foto con  los chicos, pero me da vergüenza». Y añade: «Soy suní, de verdad». La cojo de la mano y me acerco a ellos con ella. Ese es uno de los pequeños puntos que reflejan qué sienten algunas personas aquí, la ciudad heterogénea, en la que los chicos van a ver cosas que quizá no les sean familiares en las regiones del norte. 

Hasta el momento, sigo hablando de los chicos como algo ajeno a sus líderes; es decir, a las facciones. Observo los coches y veo uno con el letrero de «Ejército nacional». El trato que nos ofrecen es variado: unos nos sonríen con espontaneidad y nos saludan a nosotras, las mujeres que nos hemos reunido y que gritamos como si nos hubieran privado de todo; otros apartan la mirada y nos saludan con la mano vergonzosos; y otros simplemente apartan la mirada sin ni siquiera saludarnos. Digo que sigo hablando de los chicos y no de sus líderes y esto es algo un poco preocupante porque hemos oído cómo gestionaban las zonas del norte y las noticias que llegaban no eran para alegrarse. Nos preguntamos qué pasará con nosotras y si volveremos  -Dios no lo quiera-, a lo anterior pero con otro traje. Pedimos a Dios que no suceda eso y me encomiendo a una conciencia, memoria o lección que deberíamos haber aprendido. Me fumo un último cigarro mientras escribo este artículo y me da vergüenza escribiros esto, pero ese es uno de mis defectos. Me imagino qué va a pasar si leéis lo que escribo, pero muchos de ellos estaban fumando y cuando estaba en la carretera celebrando en un momento de máximo nerviosismo, tenía muchísimas ganas de fumarme uno y preguntarles: «¿un piti?»

[1] Referencia al color de la bandera de la revolución, en contraste con la oficial durante el régimen de los Asad.

[2] Referencia a Abdelbasit Sarut.

[3] Cantante sirio.

 

 

sábado, 26 de junio de 2021

Despedida

Estimados lectores:

Como ya apuntábamos en la última entrada publicada, convendría cerrar este blog que lleva diez años intentando acercar Siria y su realidad al mundo, no sin recibir ataques por ello de quienes consideraron en todo momento que los sirios y las sirias no tenían derecho a levantarse y que solo una mano invisible podía dirigirlos para algo semejante. 

Cierto es que siempre habrá algo que transmitir o contar, pero desde esta modesta página creemos que ha llegado el momento de centrar los esfuerzos de divulgación, transmisión y comunicación en aspectos que son herederos en gran medida de la revolución de 2011, pero que se perfilan diferentes habida cuenta de la derrota de la misma, independientemente de que el espíritu se mantenga.

Por ello, hoy damos por cerrada esta etapa y dejamos a vuestra disposición, si tenéis la posibilidad y ganas de leerlo (aunque sea con ayuda de herramientas de traducción en línea), este texto publicado en árabe que transmite una reflexión sobre estos diez años, este blog, la traducción, la lengua árabe y el crecimiento personal de quien durante todo este tiempo ha estado al otro lado de la pantalla.




Gracias a todos por seguirnos.

Hasta pronto.

lunes, 12 de abril de 2021

Pensar en la posrevolución

 Texto original: Al-Jumhuriya

Autor: Sadek Abed al-Rahman

Fecha: 13/03/2021

Hace casi un mes del décimo aniversario del inicio de una revolución en Siria que parecía imposible. Por desgracia, la situación a día de hoy dista mucho de ser la deseada y múltiples factores han terminado por "derrotar" a esa revolución, pero no los principios y valores que le dieron forma. Con una década a sus espaldas, los protagonistas de la revolución de 2011, hoy necesitan hacer una reflexión sobre cómo seguir adelante en la lucha. Con este texto, tal vez, convendría cerrar este blog que lleva diez años intentando acercar Siria y su realidad al mundo, no sin recibir ataques por ello de quienes consideraron en todo momento que los sirios y las sirias no tenían derecho a levantarse y que solo una mano invisible podía dirigirlos para algo semejante. Sin embargo, siempre habrá algo que contar y trasmitir. Es por ello que este blog solo dice "hasta luego", pero nunca "adiós".


A día de hoy, la victoria del asadismo no está garantizada y, precisamente por eso, muchos consideran que la revolución siria aún no ha sido derrotada. No obstante, no podemos imaginar hoy situaciones en las que la revolución salga victoriosa en caso de darse, mientras que sí hay algunas posibles circunstancias en las que el asadismo ganaría, que pueden resumirse en que las fuerzas del régimen recuperen el dominio de todo el país, ya sea mediante acuerdos o por la fuerza, y que el Estado sirio reinstaure unas relaciones razonables con el mundo en los niveles político y económico, quedándose los asadistas en el poder. El asadismo no necesita que se retiren las fuerzas extranjeras ni recuperar la soberanía sobre todo el territorio sirio para completar su victoria puesto que dicha victoria se traduce en la recuperación de la hegemonía sobre el presente y futuro de los sirios; esto es, la recuperación de la eternidad asadiana que los sirios destruyeron con sus propias carnes.

Hoy no es suficiente que se obligue a Bashar al-Asad y su familia a renunciar al poder para decir que la revolución siria ha ganado, aunque sí sea suficiente para hablar de la derrota del asadismo. No es suficiente porque la revolución siria, cuando se inició en 2011, pretendía derrocar al régimen y sustituirlo de raíz por otro basado en la democracia. Ese era el objetivo declarado y en el que estaban de acuerdo quienes participaron en la revolución, y que hoy es imposible lograr a corto plazo. Lo máximo a lo que podemos aspirar en este momento es a un régimen transitorio con patrocinio internacional, repartido entre diversas fuerzas, entre las que, por supuesto, estarán formaciones políticas, militares, de seguridad y económicas asadistas, todas ellas con historiales de criminalidad y ninguna de las cuales entiende la democracia más allá de los límites de las expresiones que se escriben en los comunicados oficiales. Los sirios que deseen un régimen basado en la democracia deberán retomar la lucha contra el nuevo régimen y lo más probable es que se trate de una lucha especialmente complicada y abierta a posibilidades cruentas, de la que solo podemos desear que se desarrolle al amparo de cierto estado de Derecho y con un acuerdo de mínimos razonables sobre la tipificación como delito y prohibición del asesinato, la tortura y la desaparición forzosa.

Durante la etapa armada de la revolución se produjo el ascenso de las fuerzas islamistas, algunas salafistas e incluso de orientación afín a Al-Qaeda, lo que hace dudar de la seriedad del consenso en torno a la democracia durante las primeras etapas de la revolución. Sin embargo, a pesar de ello, hasta el final de la etapa armada de la revolución −es decir, hasta la derrota militar que se produjo en algún punto entre mediados de 2016 y mediados de 2018−, la esperanza de un amplio sector de los sirios estaba ligada a que la caída del asadismo condujera al establecimiento de un régimen político que contuviera una dimensión democrática válida sobre la poner las bases, de forma que se justificase el hablar de la victoria de la revolución. En la actualidad, ya no hay justificación racional para decir que la destitución de Bashar al-Asad vaya a suponer la victoria de la revolución, ni para decir que la revolución de 2011 continúa, salvo en discursos poéticos más cercanos a la metafísica y las leyendas, tales como hablar de que la batalla entre la verdad y la falsedad continuará hasta el día del Juicio. Esto no es un discurso político ni sirve para nada salvo levantar los ánimos.

También se dice que la revolución no ha sido derrotada si se tiene en cuenta que vivimos en un proceso revolucionario histórico que comenzó en 2011, con una serie de etapas, estadios y olas, por lo que no es correcto, según esa opinión, hablar de su derrota, puesto que nos encontramos exclusivamente ante el fracaso de la primera ola revolucionaria en la consecución de sus objetivos.

Este discurso tiene poca o mucha validez, especialmente si reflexionamos sobre lo que comenzó en la región arabófona en 2011 y sigue sucediendo en forma de olas continuas que han logrado victorias aquí y fracasos y derrotas allá; no obstante, esto no cambia nada de la realidad de que la revolución de 2011 en Siria ha sido derrotada, no ha logrado sus objetivos y forma parte del pasado, y de que lo que vivimos hoy y viviremos en los próximos años forma parte de sus consecuencias, réplicas y resultados, de forma negativa o positiva, pero no es, en ningún caso, una continuación lineal de la misma.

Decir clara y directamente que la revolución de 2011 forma ya parte del pasado no pretende ser una forma de autoflagelación ni dar por descartada toda esperanza, sino que pretende que veamos la realidad con los ojos bien abiertos y que administremos los medios de los que disponemos para cambiarla; es decir, en pro de la política de la esperanza. Quizá el concepto de derrota sea demasiado cruel para nosotros, sobre todo cuando se menciona y en la conciencia de quien lo dice hay cientos de miles de mártires, víctimas, desaparecidos, detenidos y torturados y millones de migrantes forzosos, desplazados y refugiados: ¿es posible que todo esto haya sido en vano?

Hablemos, pues, de la “posrevolución” en lugar de hablar de la derrota.

Necesitamos pensar sobre la “posrevolución” porque recluirnos en visiones de una única revolución continua supone recluirse en un tiempo pasado, recluirse en sus lemas, instrumentos, alianzas y visiones, y recluirse en su fracaso y las razones del mismo. Lo más importante es que supone quedarse con instituciones dependientes que carecen de dimensiones liberadoras de cualquier tipo, como la Coalición Nacional y su gobierno provisional, con formaciones criminales mafiosas, como las que se apropian de Afrín y su gente, y con los fascismos religiosos, tales como el de Hay’at Tahrir al-Sham. ¿Cómo puede producirse una victoria de la revolución si no es una victoria de todos estos? ¿Acaso pueden, de entrada, vencer a los asadianos? ¿Puede su victoria ser una victoria de cualquier valor positivo que la revolución siria portara? 

No estamos diciendo que lo único que queda de la revolución siria son esos colectivos, pues quedan muchas otras cosas, entre las que quizá destaca la excepcional experiencia de lucha que libraron decenas de miles de personas y el hecho de que muchos revolucionarios y revolucionarias siguen su vida y lucha individual y colectiva, apoyándose en la herencia y sueños de la revolución. Por el contrario, lo que se pretende poner de manifiesto con estas palabras es que el marco de la revolución de 2011 ya no sirve para autodefinirse, ni para establecer alianzas, ni para elegir con quien posicionarse, sino que ahora necesitamos nuevos marcos para retomar la lucha contra el asadismo de forma que sea una lucha con objetivos conocidos, superando el objetivo de deshacerse del asesino salvaje que es Bashar al-Asad. Deshacerse de Bashar, de la forma que sea, será una magnífica noticia y un momento de solemne celebración sin lugar a dudas, además de constituir una fase necesaria e ineludible si queremos imaginar un país en el que se pueda vivir y progresar en las próximas décadas, pero hoy necesitamos aliarnos y posicionarnos junto a los valores y principios compartidos, y no unirnos en torno a un momento pasado, un recuerdo pasajero y un objetivo que ya no significa mucho por sí mismo y, que por encima de todo, ya no puede cumplirse haciendo uso de fuerzas sirias. ¿Hay alguien que dude de que la marcha de Asad, si se produjera hoy o a corto plazo, se lograría por voluntad internacional en la que ningún sirio tendría apenas capacidad de influir?

Me refiero aquí a ideas teóricas e ideológicas que hemos descartado durante mucho tiempo en pro de un objetivo común, que es el derrocamiento del régimen, y de valores políticos con una dimensión ética ordinaria. ¿Qué significa que quienes creen en la libertad de credo y expresión se posicionen junto a quienes creen que debe castigarse a los herejes y quienes declaran públicamente que no creen? ¿Qué significa que quienes creen en la igualdad independientemente del género se pongan de parte de quienes defienden que los hombres deben gobernar a las mujeres? ¿Y que quienes creen en el derecho de todas las personas a ser dueñas de su cuerpo se pongan de parte de quienes creen en la necesidad de que la autoridad gobierne los cuerpos bajo el pretexto de la religión, los valores de la sociedad, la familia u otra cuestión? ¿Y que quien exige el gobierno de la Ley y la independencia y transparencia judicial se pongan de parte de quien encuentra justificación para la tortura, la desaparición forzosa y el asesinato? ¿Y que quien exige democracia se ponga de parte de quien exige que se aplique la sharía o de quien preserva sus lemas políticos, sus proyectos totalitarios y las imágenes de sus líderes con las armas?

Me refiero también a la necesidad de superar la lógica de la Coalición en la acción política opositora siria y superar las consecuencias de esta en el nivel de la cultura política y de la representación política, como describe con profusión Yassin Swehat. En lugar de la lógica de la Coalición, hija legítima de sus circunstancias y su etapa, es hora de pensar en alianzas de cara a objetivos y programas políticos conocidos y consensuados, que no dejen a un lado toda cuestión ética, sea cual sea su importancia, para preservar las coaliciones y alianzas que carecen ya de utilidad política esperada. Ya no es importante que nos aliemos o nos coaliguemos, sino que lo más importante hoy es: ¿en torno a qué nos aliamos?, ¿en torno a qué establecemos una coalición? Y por supuesto, no me refiero a la necesidad de que la alianza sea entre miembros compatibles en todo, sino que sea en torno a una serie de valores conocidos debatidos públicamente, sin dejar las cuestiones éticas fuera de la política y el debate. Esto supone, en cualquier caso, tratar la cuestión de las alianzas políticas y la forma de establecerlas, pero para hablar de ello hay otro espacio.

También hablo de la necesidad de pensar en una generación de sirios y sirias, que quizá se cuenten por millones, que serán el soporte y fuerza de trabajo del país en las dos próximas décadas y dejaron de ser niños en 2014 o han dejado de serlo desde entonces y no han conocido nada de la revolución de 2011 más que el hecho de que tras ella llegaron la guerra, la sangre, la destrucción y los grupos armados que hacen cosas no muy diferentes de las que hace el régimen. ¿Cómo nos dirigimos a ellos hoy? ¿Sirven los lemas y posicionamientos de 2011 para dirigirnos a ellos? ¿Acaso no necesitamos decirles nuestra opinión sobre cómo puede ser su vida mejor? La marcha de Bashar al-Asad no es una respuesta en absoluto suficiente para esta pregunta.

En un tiempo revolucionario pasado, cuando millones de personas salieron a las calles exigiendo su derecho a decidir su destino y participar en política, la bestia desatada del asadismo respondió con todas las armas y capacidad de matar de las que disponía y no hubo más opción que enfrentarse con los demonios de la muerte con el máximo grado posible de unidad. Necesitábamos trabajar codo con codo en el enfrentamiento con el régimen, con sus aliados y con aquellos que buscaban cómo excusarlo o justificar sus acciones, incluidos los que, desde que se pudo presagiar la matanza, no dejaron de afanarse en responsabilizar de ella a los rivales de quienes las perpetraban. Esas son las características y exigencias de los tiempos revolucionarios, pero el tiempo revolucionario ha terminado y, por lealtad, debemos dejarlo marchar en paz y despedirnos de él de forma digna y adecuada.

La escena en Afrin, simultánea a la caída de Al-Ghouta en la primavera de 2018, no fue una despedida digna y adecuada en absoluto.

Necesitamos una “posrevolución” por la dignidad de la revolución y su recuerdo, antes que nada, y para preservar algunas de las mejores y más dignas cosas que nos quedan: un magnífico legado de lucha, unas lecciones que podemos aprovechar nosotros y el mundo entero, redes de solidaridad y apoyo que pueden cuidarse, con las que protegernos y en las que apoyarnos, y miles de obras de sirios y sirias que han cambiado, se han liberado y han tomado posesión de su destino. Necesitamos la posrevolución para salvaguardar ese legado y también para que los sacrificios de los mártires, los heridos, los detenidos, los desaparecidos forzosos, los forzados a migrar y los damnificados no hayan sido en vano. Si estamos de acuerdo en que los revolucionarios y las revolucionarias de 2011 ofrecieron sus sacrificios para llevar a Siria y su gente a una vida mejor, la lealtad a dichos sacrificios no está en repetir sus lemas, medios y discursos ad infinitum, sino en intentar que no se repita todo esto, en trabajar para elaborar un discurso, unos lemas, unos métodos y unos posicionamientos nuevos que impidan repetirlo.

Necesitamos unirnos en torno a aquellos valores e ideas en los que creemos para retomar nuestra lucha por una vida mejor. Nuestra necesidad de dicha unión crece porque la destrucción de nuestro país, nuestra revolución y nuestra vida no es una cuestión puramente siria. En el destino de nuestro país, se concentra una imagen del mundo y las políticas de las potencias que lo gobiernan, y para enfrentarnos a dichas potencias y sus políticas, necesitamos obtener dimensiones mundiales para nuestra lucha. El mundo entero puede estar presente en Siria militar y políticamente, mientras que la diáspora siria está también presente en todo el mundo. Esto es una desgracia, pero desde una de sus perspectivas es una oportunidad para que seamos activos en el mundo e influyamos en su destino en las próximas décadas. Quedarnos en el momento de 2011 no nos ayudará a aprovechar dicha oportunidad.

Reconocer la derrota no es en absoluto una invitación a rendirse, puesto que rendirse es aceptar que la derrota y la vida bajo el gobierno de los asesinos y ladrones es un destino inevitable. Reconocer la derrota y reflexionar profundamente sobre ella y las circunstancias a las que ha dado lugar es una condición necesaria para retomar la lucha siria por una vida más digna, libre y justa, mientras que quedarse en la revolución de 2011 impide retomarla, pues se convierte en un elemento que paraliza el descubrimiento de nuevos espacios de acción y la toma de conciencia de las circunstancias del momento actual. Necesitamos nuevas palabras, superar la revolución de 2011 y avanzar hacia la construcción de la cuestión siria sobre bases más amplias y radicales. Solo eso puede entenderse como una reanudación de la revolución “con distintas herramientas, ritmo diferente y puntos diferentes”, como sugiere Yassin al-Haj Saleh: una reanudación que salvaguarde la dignidad de lo que ya es pasado de la revolución y ponga lo que queda de ella en un contexto de continuación de la lucha de todos los sirios.

Hablar de la posrevolución no significa aceptar el asadismo o su estúpida copia en pequeño o en grande, sino que significa que retomamos nuestra lucha con la mente abierta a los cambios del momento; con los corazones abiertos al recuerdo de los mártires, las víctimas y el dolor de los supervivientes; y con ojos acechantes sin pestañear ante los rostros de los asesinos, sus patrocinadores, sus aliados y sus seguidores. Aunque esta es casi una lucha sin esperanza, no lo es: podemos mirar a 2011 para recuperar nuestra confianza en que no es así. Hace diez años, sucedió lo imposible cuando las masas destruyeron las estatuas del dictador, rompieron las fotografías de su heredero e hicieron temblar los pilares de su temible régimen, un régimen que solo hizo frente a las multitudes con lo único que sabía hacer: torturar, hacer desaparecer forzosamente, asesinar, perpetrar matanzas y ampliar los márgenes del exterminio.

Frente a quienes cometen matanzas y frente a las políticas internacionales y una situación internacional que no impide que sucedan las matanzas, no nos queda más que unirnos en torno a unos valores sólidos compartidos que nos ayuden a enfrentarnos al exterminio, su lógica y su ética.

sábado, 13 de marzo de 2021

Seguimos aquí

Texto original: Al-Jumhuriya

Autora: Mona Rafei


Fecha:11/03/2021

[Con motivo del décimo aniversario del inicio de la revolución, varios medios y plataformas están dedicando artículos a esta cuestión. Reproducimos aquí uno escrito desde Homs, ciudad controlada por el régimen tras el pacto acordado con las facciones armadas opositoras ya en 2014]


Mientras cuentas las pequeñas arrugas en tu rostro, viene alguien y te dice que han pasado diez años y sientes que ya no eres capaz de distinguir todo lo que ha sucedido entre sueño y vigilia, entre tu vigilia y tu muerte. Miras el calendario y cuentas con los dedos: dos años, cinco, siete, nueve, diez… En el primero estabas en ese sitio; en el tercero, en otro; en el quinto, en uno distinto de ambos; y en el décimo, ya ni cuentas los lugares, pues te has olvidado a ti mismo y el tiempo te ha olvidado, y sencillamente prefieres que sea así.

Pero ¿dónde estás?

Recuerdas lo que sucedió hace diez años: ellos te han obligado a recordarlo, aunque deseas olvidar, no por nada, sino porque ya no soportas el dolor, ya no soportas la sucesión de pérdidas, sangre, destrucción y barro. Porque has decidido no decir nada, no añadir nada, porque sabes perfectamente todo lo que se ha dicho, lo has memorizado y estás harto de ello. Porque quieres mirar hacia delante y olvidar todo lo que ha quedado atrás. Sin embargo, ese atrás es pesado, muy pesado, y tira de ti hacia atrás: te agarra de la ropa y el pelo, te ruega que no lo dejes y que lo pongas delante de ti, y cuando lo escuchas te dice: ahhh… Y ese suspiro te llena el pecho. Te rindes y sientes pena por ti mismo cuando eso sucede.

Pero, ¿hacia dónde ir ahora?

Ahora estoy en Homs. Camino por las calles, las que están destruidas y las que no, me fijo en los rostros, los mercados, las mercancías, y me digo: “Este rostro duro que acaba de pasar a mi lado podría ser el de un asesino bajo tierra, y ese otro bueno y tranquilo podría ser el de un mártir oprimido asesinado con una bala traidora.” Organizar los rostros de los viandantes es mi afición mientras camino: “Este es un asesino y este, una víctima; este es un mártir y este, un carnicero.” Me detengo en algunos rostros y pienso: “A este asesino, tal vez, lo despierte su conciencia por la noche y este mártir tal vez tenía una historia que no quería que nadie conociera.” Dejo de categorizar los rostros y me reprendo porque eso no está bien, pero ese pequeño juicio en mi contra es como una última impotencia que intento solucionar. La impotencia acumulada empuja al ser humano a hacer las cosas más miserables y carentes de sentido.

Al teléfono, una voz triste dice que los últimos diez años han pasado como un largo sueño cuyo final aún esperamos. Le doy la razón y miro al cielo, donde la lluvia parecen barras de hierro y el sol, una tristeza amarilla. Escucho a la gente y sus palabras resultan metáforas incapaces de una derrota que se avergüenza de decir que lo es.

Pienso que el juego favorito de todo el mundo aquí es no llamar a las cosas por su nombre, ya que llevamos diez años viviendo “la guerra”; “la crisis” asfixiante actual la ha provocado “la gobernanza”; “las ballenas” son quienes han provocado la pobreza de la sociedad; “el sabio liderazgo” emite resoluciones que no tienen en cuenta las circunstancias de las personas y las “autoridades competentes” agarran a un joven y lo asesinan “sin querer”[1].

Estas débiles metáforas son la forma que todos tienen de renegar y superar la realidad ausente, pero todo esto tiene un precio, puesto que uno acaba sintiendo que ha sido borrado, que su cerebro ha sido borrado y que su existencia en sí misma también lo ha sido. Tienes que destruir todo lo que guardas en tu pecho para construirte tu existencia segura aquí. Debes mentir hasta el límite de la mentira para protegerte. El miedo y la frustración son el pan de cada día y, cuando te encuentras frente a una realidad o una mentira más grande de lo que esperabas, no tienes más opción que huir y esconderte, después de tragártela hasta el punto de asfixiarte.

Ahora mismo me encuentro en Homs y te estoy hablando. Te digo que sigo caminando por las calles y escucho las voces de los ausentes. Su voz lo tortura a uno aquí. Hablan mucho en general, a pesar de su ausencia. A veces, por ejemplo, dicen: “Os esperamos.” Otras: “Seguiremos presentes en vuestro sueño y vuestra vigilia.” También dicen: “Confiamos en vuestra ira y tristeza.” Y también: “Nos quedaremos callados esperando que habléis.”

Un amigo dice, mientras inclina la cabeza sobre su hombro: “Nuestros días pasan de diversión en diversión.” Y todos asentimos con la cabeza. Otro dice: “Se nos va la vida en vano en este triste país”. Y todos asentimos con la cabeza.

Un tercero dice: “Ojalá eso que fue no hubiera sido. ” El movimiento de cabezas vacila y mantenemos la mirada en el suelo, mientras se entrecortan las letras. Hablar de “lo que fue” es a veces un acertijo o un pasado aplastante que es mejor superar, recuerdos escogidos de sucesos de los que hemos salido ilesos casi de milagro. Pero más que eso, la lengua se traba al hablar mientras que la memoria se mantiene despierta por lo que fue.

Ese hombre levanta el dedo frente a nuestro rostro, con sudor naciéndole en el centro de la frente, y nos dice: “No son elecciones, sino una renovación de la pleitesía, ¡una renovación de la pleitesía!”[2] Lo repetimos tras él serviles, pero cuando volvemos a nuestras casas, repetimos lo que hemos escuchado de boca de ese hombre tras nuestras puertas cerradas y maldecimos lo que se ha dicho y a quien lo ha dicho.

El hecho de que ambas cosas sucedan a la vez no facilita la labor de abordarlo. Esa mujer cuyo marido cayó mártir y que prometió un día que cocinaría en la calle y repartiría la comida gratis si caía el régimen, apenas puede creer que hayamos llegado aquí y estemos hablando de elecciones. Y como nosotros, muchos…

No es necesario que llegue el décimo aniversario para dialogar con ella en nuestra mente, porque ese diálogo vuelve a empezar, aunque no queramos, cada mañana en que nos despertamos con una nueva tristeza. No hace falta ser revolucionario, con todo lo que la palabra implica en cuanto a actos y significados que la exceden, para afirmar que rechazas todo lo que ha sucedido y sucede, a pesar de que eres claramente incapaz de hacer nada.

El corazón a veces puede sentirse sobrecargado por lo profundo de la acción que debes realizar y no puedes, pero el corazón sólo puede latir si lleva consigo todos esos suspiros, penas y pérdidas que no pueden olvidarse nunca, pase el tiempo que pase.

Estamos aquí. Seguimos buscando un chiste para sonreír en mitad de todo lo que acontece, pero apenas encontramos alguno. Por eso, nos corremos a las páginas de Facebook y repetimos las sonrisas censurables, en otra metáfora de las risas que perdimos hace años.

Seguimos aquí, en Homs. Nos mantenemos firmes. Caminamos, dormimos, comemos, tememos y soñamos. Lo importante es que continuamos soñando. Y lo único de lo que estamos seguros es de que nadie puede arrancar ni retirar lo que hay en nuestros corazones, por mucho que parezca lo contrario.

[1] Se reproducen aquí una serie de fórmulas que evitan palabras tabúes y en gran medida son utilizadas por parte del régimen para llamar a las cosas. Así, no se habla de “régimen”, sino de “autoridades competentes”, y de “ballenas” en lugar de hacer mención al entramado económico que ha beneficiado al régimen y sus acólitos, cuyo referente más conocido sería Rami Makhlouf, primo de Bashar al-Asad y hoy caído en desgracia. Del mismo modo, no se habla de revolución en ningún momento para no denotar que quien habla es un opositor al régimen. 


[2] Cada siete años, se celebra un referéndum en Siria para volver a elegir al presidente, una tónica que Bashar al-Asad modificó ligeramente en 2014 para revestir este referéndum en el que sacer menos del 90% de aprobación era casi un fracaso y donde la libertad de voto era inexiste e instauró un sistema de “elecciones” a las que se presentaron otros dos candidatos. Este giro cosmético se va a repetir este año en las segundas “elecciones” que se celebran desde el inicio de la revolución y en las que toda la población desaparecida, exiliada o encarcelada no podrá votar nuevamente. 

viernes, 11 de diciembre de 2020

La historia de Samira

Texto original: Al-Jumhuriya

Autor: Yassin al-Haj Saleh

Fecha: 09/12/20, aniversario de la desaparición de Samira y sus compañeros.



La voz de Samira fue silenciada hace siete años. Estoy seguro de que esta mujer desaparecida tendría muchas cosas que contar si se le permitiera hablar, historias que los que la hicieron desaparecer y silenciaron su voz temen que conozcan el grueso de los sirios y sus socios. Nadie puede contar la historia de Samira tras su desaparición más que ella, pero la historia de Samira antes de su desaparición merece ser contada y recuperada mientras siga desaparecida. Es nuestra historia, la historia de nuestra amarga lucha frustrada, la historia de Siria.

Se da la casualidad de que nuestros nacimientos están registrados en los documentos oficiales en los primeros dos días de febrero. El mío es absolutamente incorrecto, pero Samira sí nació el 1 de febrero de 1961 en el seno de una familia originaria de Al-Mukharram al-Foqani, en la zona rural oriental de Homs. No obstante, no fue ahí sino en Suweida donde nació Samira, debido a que su padre, policía, había sido destinado allí. Samira es la cuarta de cuatro hermanas y cinco hermanos. Su madre era ama de casa y dedicaba todo su tiempo a cuidar de una familia de once miembros. La familia vivió la mayor parte del tiempo entre Al-Mukharram y la ciudad de Homs y, tras su jubilación, el padre y la madre se asentaron en el pueblo. La vivienda familiar siguió siendo la casa de todos e iban allí en vacaciones y los días festivos. Los hijos e hijas se asentaron en Homs una vez casados, algo habitual en Siria. Por mi parte, procedo de una familia del mismo número de personas, de origen rural, en la que también había división sexual del trabajo y cuyos hijos se asentaron en la ciudad más cercana -Raqqa en nuestro caso-, manteniendo la casa del pueblo. A pesar de estas similitudes, hay también diferencias fruto del cambiante curso de la vida.

Tras el Bachillerato, Samira se matriculó en Literatura Francesa, pero apenas permaneció en la universidad. Con veintipocos años se afilió, en su ciudad, Homs, al Partido del Trabajo, comunista y opositor al régimen, donde tomó parte en diversas acciones. Su hermana Fátima hizo lo mismo, y también Bassam, su primo paterno. A ellos también se sumaron amigos y conocidos del mismo ambiente. Bassam y Fátima se casaron antes de que los tres fueran detenidos en 1987 en una amplia campaña de purga contra la organización. Todos fueron trasladados a Damasco, donde Samira fue torturada durante el interrogatorio, hecho rutinario y establecido en la “Siria de Asad”.

Samira fue trasladada posteriormente a la cárcel de mujeres de Duma, con muchas de sus compañeras, donde pasaría algo más de cuatro años hasta ser liberada con las demás el 26 de noviembre de 1991, día que las compañeras celebraban cada año en un restaurante damasceno.

Fátima no estuvo todo el tiempo en la cárcel de Duma, ni se reunió con Samira hasta pasado un año de su liberación, lo que hizo que la familia, como miles de ellas durante las dos últimas décadas del siglo veinte, lo pasara muy mal: se veían obligados a dividirse en no dos, sino tres grupos, para visitar a Samira, Fátima y Bassam. Por nuestra parte, tuvimos un poco más suerte dado que mis dos hermanos fueron encerrados en la misma cárcel central de Alepo a la que yo había llegado anteriormente. Eso ahorró a nuestra familia mucho dolor.

En una de las visitas, Samira y Fátima recibieron las palabras de su padre: “Hijas, las personas son las posturas que adoptan. Vosotras elegisteis: estad a la altura de vuestra elección”.[1] Samira recordaba estas palabras con orgullo y se alegraba de que su padre le enviara cajetillas de tabaco de la marca Alhambra, aunque nunca había fumado en su presencia. Samira siguió fumando esa misma marca durante años. 


Samira en Duma

La situación de Samira y Fátima no era diferente en nada a la de miles de personas como ellas, ni la de su familia era distinta de las de muchas familias similares. No se aprovecharon su ascendencia alauí e insistieron en no hacerlo. Vivieron como vivía la mayoría de sirios de su misma clase social.


Tras su salida de la cárcel, Fátima visitaba a Bassam, su marido, al que el Tribunal Superior de Seguridad del Estado condenó a ocho años en 1992. Samira buscaba trabajo y se mantenía con cosas aquí y allá; posteriormente, como muchos jóvenes sirios y sirias en la segunda mitad de la década de los noventa, adquirió las habilidades básicas de la informática, destrezas de las que podía valerse una mujer en la treintena, en paro y que había sido presa política. De hecho, encontró oportunidades para componer y organizar datos en el ordenador, pero en Damasco, donde finalmente se mudó Samira, desafiando la fuerte reticencia de su familia, algo esperable en Siria. Ese fue un valiente acto de liberación: la defensa del derecho a la independencia y la autodeterminación, sirviendo de ejemplo para las mujeres de la generación más joven de la familia. En la capital, Samira trabajó en la redacción del periódico emiratí Al-Khaleej en 1999. En aquel entonces vivía en casa de una amiga, compañera de lucha y de prisión, Nahed Badawiya, cuyo compañero era Salameh Keilah [2], que entonces estaba detenido. Allí conocí a Samira. Visitamos juntos, en compañía de Nahed a un detenido que acababa de salir de la prisión de Tadmor, o más bien, el centro de tortura de Tadmor. Cuando Salameh salió de la cárcel en el año 2000, Samira se asentó en una modesta vivienda, ocupando una habitación en casa de una familia damascena en Masakin Berzeh.


No volvimos a vernos durante un año, en mi primera visita a Damasco seguía en Alepo, retomando mis estudios universitarios, poco después de la muerte de Hafez al-Asad. A la muerte del dictador fundador, su madre Kámila Suleimán la había ido a visitar y Samira siempre recordaba sus palabras en aquel momento: “¡Se me han acabado las lágrimas!” La mujer no quería llorar por el carcelero de sus hijas.


Samira me invitó a visitarla, comimos un sencillo almuerzo que ella había preparado -musaka- en su habitación y acordamos seguir en contacto. Samira no tenía teléfono en su habitación y yo no tenía teléfono en la casa que había alquilado en Alepo, pero nos apañamos: se puso de acuerdo con la vecina para que, si el teléfono sonaba una vez, se cortaba y volvía a sonar, la llamada era para ella. Y así hicimos.


En ese momento no había ningún vínculo especial entre nosotros: solo cariño y palabras. Tras un mes o mes y medio, quizá a principios de septiembre de 2000, volví a Damasco y la invité a comer en un restaurante en el centro de la ciudad. Después tomamos un té en la cafetería Al-Rawda. Estar junto a esa mujer delgada y esbelta tocaba en lo más profundo del corazón. Después de comer, pregunté algo a un hombre en la calle, que me respondió y, acto seguido, me preguntó por la hora. Le dije en broma: “Pero, ¿es que nada es gratis?” Samira se echó a reír. Algo nació entre nosotros con esa risa. Nuestra atracción se transformó en cercanía. Habíamos sido presos políticos, teníamos un sueldo modesto y teníamos más o menos la misma edad, cercana a los cuarenta. Los dos buscábamos vivir la vida y nos sentíamos atraídos el uno al otro.


Tanto Samira como yo veníamos de dos organizaciones comunistas distintas, con la consabida susceptibilidad que se da entre semejantes. Sin embargo, debe decirse que aquello había sucedido hacía mucho, no porque hubiéramos pasado página nada más empezarla, sino porque aquella página se había pasado sin quererlo nosotros y el país había quedado sin vida política ni discusiones ni organización independiente alguna. Había una sociedad de antiguos presos políticos, con legados opuestos, aunque de una forma ya muy leve en aquel momento. Muchos de nosotros queríamos darnos la oportunidad a conocernos, encontrarnos, dar y recibir. Nosotros nos contábamos entre ellos.


Terminé mis estudios universitarios en el otoño de 2000, inicio de la breve etapa de la “primavera de Damasco”. Yo ya tenía firmemente decidido que me mudaría a Damasco, donde estaría cerca de Samira y quizá tuviera más oportunidades de vivir de la traducción y la escritura.


Samira seguía trabajando en la redacción del periódico Al-Khaleej, pero también en una editorial que estaba dando sus primeros pasos en aquel momento. El mercado de trabajo para personas como nosotros se limitaba a esos pequeños espacios y el sueldo mensual apenas superaba las 5000 liras sirias, de las que Samira pagaba 1500 por el alquiler y vivía con el resto; es decir, con unos 70 dólares mensuales. Sin embargo, Samira quería vivir de forma independiente, por lo que podía vivir con eso y menos.


Al mudarme a Damasco, me instalé en una vivienda en la que vivía mi hermano Khalil, que acababa de licenciarse en Filosofía. Samira fue parte de la casa desde el primer momento. Venir desde su casa en Masakin Berzeh a nuestra casa en Mansura, en la carretera de Rabwah le llevaba alrededor de una hora, así que a veces incluso se quedaba a dormir.


Conocí a la familia de Samira y ella conoció a mis hermanos. No hubo ningún formalismo en ningún momento. En Homs me encontré entre familiares, amigos y compañeros. Fátima y Bassam, y Najat, Afif y sus hijas Al-Waed, Al-Wajed y Alaa, éramos una única familia. Najat es la hermana mayor de Samira.

Eso fue antes de casarnos en septiembre de 2005.


Nos casamos en una ceremonia sencilla a la que asistieron las hermanas de Samira, Najat y Fátima, y mi única hermana Rafaa. También estuvo presente Rabah, la mujer de mi hermano mayor Muhammad, y algunos miembros más de la familia. El lugar donde vivíamos era muy pequeño, así que lo celebramos en la vecina casa de Ali al-A’id, nuestro familiar y amigo, y volvimos andando a casa pasada la medianoche.


Unos meses después nos mudamos de Mansura a una casa en el barrio de Qudseya que había alquilado antes nuestro difunto amigo Bassam Younes. Seguíamos luchando para poder mantenernos y participar en la vida pública en la medida de lo posible y tejer una red de amigos entre los antiguos presos políticos o en los ambientes con espíritu opositor al régimen. Entre ellos, había artistas que solo conocíamos de las películas o series de televisión, pero también queríamos conocer a los jóvenes universitarios que estaban en el inicio de la veintena y que hoy tienen casi cuarenta años. Nuestra vida no era más difícil que las de nuestros semejantes, pero tampoco era más sencilla. Teníamos que hacer esfuerzos para tener una vida aceptable y estábamos iniciando la cuarentena.


Siempre estábamos juntos en los foros de la “primavera de Damasco”, pero también teníamos nuestros ámbitos de actividad pública independiente. Samira participó durante un tiempo en los Comités de Restauración de la Sociedad Civil, a cuyas reuniones yo había asistido anteriormente. Samira participó en las discusiones preparatorias para la Declaración de Damasco en Beirut en lo relativo a las relaciones sirio-libanesas. Tras una de esas reuniones en Beirut, los anfitriones invitaron a los participantes a comer: una mesa repleta de todo tipo de pescado. Samira, que no comía pescado, tuvo que conformarse con unos bocados de los entrantes sin llamar la atención.


En verano de 2005 acordamos que Samira dejara su trabajo en la editorial que tenía la oficina en Al-Halbuni. El ambiente de trabajo no era malo, ni el trabajo era agotador, pero llegar cada mañana y volver a nuestra casa en Qudseya por la tarde era un auténtico sufrimiento. Los sirios conocen el humillante abarrotamiento, por la mañana y por la tarde, de los microbuses, que es el único medio de transporte urbano e interurbano de la gente común hacia su trabajo. El sueldo que recibía por escribir entonces había mejorado y era más que suficiente para que viviéramos los dos. Comenzamos a ahorrar para comprar una casa propia en el entorno de Damasco. Ese mismo año nos mudamos a otra casa en Qudseya, de cuyos muebles se encargó Samira. Hasta ese momento los muebles de nuestra casa habían sido como los de la residencia de estudiantes universitarios, pero Sammur hizo de ese lugar un hogar en el que vivir, algo que habría sido imposible si me hubiera ocupado yo.


Los cinco años previos a la revolución fueron los años de un matrimonio cercano a la cincuentena, que vivían por primera vez una vida plena en un país duro cuya dureza les era familiar. Pasábamos unos días cada año en Raqqa, en Homs, en Latakia y en Alepo. El resto del tiempo, estábamos en nuestra casa en Damasco, cuyo alquiler subió a consecuencia del aumento de refugiados iraquíes. Nuestra red de amigos vivía la misma situación.



Samira en Qudseya en el invierno de 2006 o 2007. Tomé la fotografía con su cámara.


Desde 2005, me impuse una dura rutina de lectura y escritura y Sammur fue mi punto de apoyo, pero claramente habría preferido una rutina menos rígida. Habría sido posible. Pienso que estaba respondiendo a los años de prisión encerrándome, o casi. Para ser justo conmigo mismo, puedo decir que Samira sabía que yo aborrecía la idea de desperdiciar la vida sin consagrarme a su misión, pero quizá habría sido más fácil con algo menos de rigidez. Ambos queríamos tener un futuro, no ser ex nada, ni ex presos políticos ni ex luchadores. 

Los cinco o seis años previos a la revolución fueron años estables, que vivimos sin grandes desgracias. Sammur estuvo tranquila y sin preocupaciones durante aquellos años. Tal vez eran sus primeros años de satisfacción desde que estuviera en prisión hacía casi veinte años entonces.

Éramos cercanos políticamente a los círculos de la “Declaración de Damasco”, pero más a su periferia que a su centro. No fue por elección del todo libre, pero lo aceptamos de buen grado.

El 16 de marzo de 2011, Samira salió con nuestro huésped, Bakr Sidqi, amigo y compañero durante la mayoría de años de prisión, para participar en la concentración frente al Ministerio del Interior. Tahama Maaruf, la mujer de Bakr, estaba detenida en ese momento, pagando en una situación surrealista por una antigua detención después de convertirse en madre de dos hijos. Me uní tarde a ellos tras la disolución de la concentración, los golpes y la detención de muchas personas. Encontré a Samira con Razan Zaitouneh en un lugar cercano.

Durante el primer año en que viví escondido en Damasco, Samira se movía con precaución entre una de las tres casas en que se alojaba y nuestra casa alquilada en Qudseya. Quería participar en todo lo que sucedía y no le agradaba mi insistencia en las primeras semanas de ocultamiento en que se marchara a Homs cerca de sus hermanos y hermanas hasta que la situación cambiara. Se fue a regañadientes y volvió de allí unos días después. Tenía una casa y estaba dispuesta a asumir las consecuencias. ¿Por qué dejarla? Samira quería hallar su lugar en ese momento, a diferencia de su marido que se preocupaba por lo que vendría después.

Durante el segundo año en que estuve escondido pasamos juntos la mayor parte del tiempo, pues la cuarta casa lo permitía. No obstante, fue un año de excesiva violencia en la mayor parte del país y hacia la mitad del año se inició el comienzo del fin de la “guerra civil siria” y el desplome a gran velocidad del marco nacional del conflicto cuando Irán comenzó a liderar el esfuerzo bélico del régimen. Las cosas no eran tan evidentes para nosotros en aquel momento y nos haría falta otro año para que se aclarasen progresivamente.

Durante los dos años en que viví en la clandestinidad, Samira participó en actividades sobre el terreno y ayudaba en lo que podía, apoyando a su marido escondido. Ni ella ni yo formábamos parte de ninguna organización política. Eso tendría unas consecuencias que no veíamos en ese momento: cualquiera que sea la organización, suele facilitar datos diversos sobre la situación general, que permiten orientarse y sirven de marco para el mutuo asesoramiento. No teníamos más datos que los que lográbamos recoger con nuestro propio esfuerzo y gracias a un número reducido de amigos a los que veíamos. Cuando pienso en aquellos días, tras la ausencia de Samira, parece un comportamiento quijotesco y lo que sucedió posteriormente fue potencialmente consecuencia de ello.    

Ironías del destino, Samira pasó a estar buscada por el régimen tras dos o tres semanas desde mi traslado de Damasco a Al-Ghouta oriental, en lo que se suponía que era solo una parada transitoria de camino al norte, donde Samira se reuniría conmigo tras mi llegada. Debido a esta emergencia inesperada y su deseo de reunirse conmigo y compartir el nuevo entorno en el que no sabíamos cuánto tiempo íbamos a estar, Samira vino a Al-Ghouta oriental un mes y medio después de mí.

Lo que después se revelaría como el error de mi vida, mi salida de Duma en dirección a Raqqa el 10 de julio de 2013, no nos pareció en su momento más que un riesgo que había que correr como otros anteriores, al que podrían seguir otros. Era necesario. Sobre todo porque supe ese mismo día que Daesh había secuestrado a mi hermano Ahmad junto con todos los miembros del Consejo local en Tell Abyad. Tal vez, si lo hubiera sabido dos o tres días antes, habríamos pensado de otra forma, o incluso me habría quedado hasta que cambiaran las cosas.

Sin embargo, Samira estaba contenta con lo que hacía en Duma. Es cierto que la prioridad era volver a reunirnos y ella recibió con optimismo la toma de Al-Atayba por parte de formaciones combatientes opositoras al régimen  en julio de 2013 porque abría el camino, que llevaba cortado desde principios de primavera de ese mismo año, hacia el norte. Sin embargo, no consideraba que se encontrara en un entorno extraño, como se ve claramente en su libro Diario del asedio a Duma, 2013.


Edición española del libro de Samira

El régimen logró imponer el asedio de nuevo rápidamente pocos días después de que hubieran arrebatado Al-Atayba de manos de sus fuerzas. El camino volvió a estar cerrado. Samira, que no estaba nada preocupada por residir en Duma, incluso después de un escritor sectario despreciable elaborara un informe de seguridad sobre ella, en realidad estaba preocupada por mi presencia en Raqqa. Ella y Razan me presionaron para que saliera.

Cuando salí de Raqqa en dirección a Turquía el 11 de noviembre de 2013, se impuso un cerco total sobre Al-Ghouta oriental. Hasta ese momento, el asedio había sido intenso, pero la gente podía llegar a sus propiedades o lugares de trabajo en Damasco desde las poblaciones de Al-Ghouta, aunque se expusieran cada día a registros, humillaciones y la confiscación de cualquier provisión que llevaran consigo a la zona asediada. Después de eso, se impuso un asedio total. Había pasado más o menos un mes desde el acuerdo químico que introdujo al régimen en el juego político a pesar de que justo la matanza química de agosto, la tendencia hubiera ido en dirección a un boicot total. La matanza química fue una campaña de relaciones públicas muy exitosa a favor del régimen.

Durante los dos meses que pasaron entre mi salida de Raqqa y la desaparición forzada de Samira, junto con Razan, Wael y Nazem, la situación fue empeorando: un asedio impuesto desde el exterior y posteriormente uno impuesto desde el interior del que se encargó Liwa’ al-Islam, que se había erigido en ejército a finales de julio de 2013 y se había convertido, más que antes si cabe, en la autoridad de facto en Duma y en el contendiente más fuerte por el poder en Al-Ghouta oriental. Entre las primeras manifestaciones de esa autopromoción estuvo un escrito que amenazaba de muerte a Razan por parte de quien posteriormente supimos que era Hussein al-Shadhili, del mujabarat del Ejército del Islam. Ni lo que escribió Samira en aquel momento en Facebook ni lo que se publicó posteriormente en su diario indicaban que se sintiera amenazada personalmente, pero la sensación de asedio y falta de horizontes comenzaba a intensificarse. Ni Samira ni Razan, ni tampoco Wael ni Nazem, que se unieron a ellas en julio, saliendo de forma clandestina de Damasco (antes de que se impusiera el asedio total y fuera imposible realizar esos traslados, hasta más o menos finales de 2014), me trasladaron, y puede que a nadie, la sensación del peligro que acechaba. Ni Razan ni Wael ni Nazem tenían planes de marcharse a ningún lugar aunque pensaran en alternativas de residencia en Duma. Samira no tenía planeado quedarse: era una refugiada temporal en Duma, esperando la ocasión más adecuada para reunirse con su marido, inicialmente en Raqqa y posteriormente en Turquía. Sabía que yo estaba a punto de encontrar una casa para mí en Estambul cuando despareció. De hecho, la ocupé cuatro días después de su desaparición.

Parte de lo expuesto anteriormente ya se había hecho público. Aquí, en la historia de Samira, no es necesario recordar las sólidas pruebas que recabamos contra el Ejército del Islam, suficientes para certificar que la cuestión está relacionada con una mafia religiosa, donde la religión salafista sirve de vínculo sectario entre los miembros y grupos del proyecto destinado a robar dinero y poder y facilitar la comisión de delitos sin apenas escrúpulos. Puede que el Ejército del Islam sea o no el único capítulo de esta serie criminal que se mantiene desde hace siete años, de los cuales dos años y ocho meses han sido posteriores a la salida forzada de Duma para pasar a ejercer de mercenarios del gobierno turco. Sin embargo, no cabe la más mínima duda de que son un capítulo de esta serie delictiva que no creemos que termine ahí. Conocemos los nombres de los implicados en el delito de secuestro: Samir al-Ka’ka, el velayat-e faqih de la mafia y fuente del mal en ella [3]; Hussein al-Shadhili, que obedeció la orden de Al-Ka’ka de escribir la amenaza de muerte contra Razan; Abu Omar al-Dirani, jefe del mujabarat de la mafia; Issam al-Bouyadani, jefe de la mafia tras el asesinato del anterior jefe y fundador, Zahran Alloush; y Younes al-Nasrin, que entró personalmente en el ordenador de Razan. No me complace mencionar esos sucios nombres, pero tenemos con ellos una historia que aún no ha terminado. El secreto está con esos rabiosos y ellos son el camino inevitable para conocer el destino de nuestros seres queridos.

Samira en Duma

Samira, la desaparecida forzosamente, no sabe lo que ha sucedido en su ausencia. ¿Se puede ser lo suficientemente valiente para contar lo sucedido? Durante estos siete años, han fallecido sus padres, Muhammad Khalil y Kámila Suleimán, y su hermana Amal; mi hermano Firas sigue desaparecido desde hace siete años y cinco meses más o menos, y todos nuestros seres queridos están desperdigados por lugares cercanos y lejanos.

La historia de Samira continúa y es de carácter político de principio a fin: es la historia de la lucha de una mujer valiente por la libertad y el amor, una lucha que libró en dos etapas. En la primera, pasó cuatro años presa y, en la segunda, lleva ya siete años desaparecida; en cada una, ha tenido un enemigo diferente.


"A pesar de la distancia, os vemos"

Puede que no haya nadie que albergue un simbolismo semejante al de Samira en toda Siria, pues ella simboliza la continuación de nuestra lucha a lo largo de dos generaciones y el hecho de que esta lucha trasciende las divisiones sectarias. Ella, junto a Razan, constituye el símbolo del gran papel de la mujer en la lucha siria, además de ser símbolo de los múltiples frentes de la misma y la multiplicidad de enemigos de la liberación siria. A pesar del salvajismo del régimen y sus aliados, estaríamos bien si él y ellos hubieran sido nuestro único frente contra el que luchar. La revolución siria ha sufrido el islamismo, el nihilista, el político y el mafioso, en la misma medida en que ha tenido que confrontar a esos enemigos.


La historia de Samira solo terminará cuando sea libre o cuando sepamos qué ha sido de ella, y también de su compañera y compañeros, y cuando se haga justicia. Lo único que lo impide es lo mismo que impidió la liberación siria: el hecho de que los criminales gozan de la protección de los poderosos semejantes a ellos. El salafista Ejército del Islam es similar al régimen de la dinastía asadiana en eso. El delito es el delito y la lucha es la lucha.


Y la historia continúa.


[1] Extracto también disponible en el libro Diario del asedio a Duma, 2013, publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

[2] Opositor comunista palestino-jordano, detenido también durante la revolución siria, y que falleció en octubre de 2018, víctima del cáncer. Sus libros sobre la revolución siria y el fracaso de la izquierda en las revoluciones árabes son lecturas imprescindibles. Aquí puede leerse uno de sus artículos.

[3] Establece un paralelismo con el régimen iraní donde la autoridad máxima es el Gobierno del Jurisconsulto o velayat-e faqih.