Mi gran pasión en esta vida es la escritura, y dentro de ella, con el paso de los años, he llegado a reconocer una realidad para mí evidente: no existe un método de creación literaria. Es decir, no hay un mecanismo predeterminado, no existe el “cómo escribir una novela, paso a paso” aunque muchos escritores fracasados vendan la idea contraria.
Cada autor simplemente tiene sus trucos, unos escriben pequeños párrafos hasta que juntan un libro entero, otros crean un complicado esqueleto y lo van desarrollando, otros se inspiran en sueños y los hay que se basan en lo que les pasa día a día. Algo que puede aplicarse al diseño gráfico.
En la Escuela de Arte me han estado enseñando durante años a basarme en metodologías proyectuales normativas, es decir, los mecanismos de creación utilizados por los grandes autores. El principal es Bruno Munari, apto para el diseño industrial y, en general, para todas sus ramas; en el ámbito español se pasa por encima sobre Óscar Mariné y, para la señalética, se trabaja a partir de la teoría de Joan Costa.
Conocer estos procesos está muy bien y es muy necesario para cualquiera que vaya a dedicarse a las artes gráficas porque debe comprender el trabajo de los grandes, pero lo que no es en absoluto razonable es que se enseñe, como se me ha insistido a mí, que dichas metodologías son poco menos que la Biblia y que, para diseñar, tienes que seguirlas - sobre todo la de Munari - a rajatabla y sin moverte un solo paso de cada uno de sus puntos.
La realidad es que cada autor, desde el más importante hasta el más humilde, tiene al final su propia estrategia, su forma de inspirarse, recabar - o no - información sobre un proyecto, bocetarlo y desarrollarlo. Al enseñarnos que el método de los grandes nombres son ley universal pretenden convertirnos en clones y demuestran que, ciertamente, muchos miembros de la docencia llevan años sin diseñar nada, o tal vez nunca han diseñado o simplemente no tienen ni idea de cómo se plantea un proyecto de diseño.
Cada autor simplemente tiene sus trucos, unos escriben pequeños párrafos hasta que juntan un libro entero, otros crean un complicado esqueleto y lo van desarrollando, otros se inspiran en sueños y los hay que se basan en lo que les pasa día a día. Algo que puede aplicarse al diseño gráfico.
En la Escuela de Arte me han estado enseñando durante años a basarme en metodologías proyectuales normativas, es decir, los mecanismos de creación utilizados por los grandes autores. El principal es Bruno Munari, apto para el diseño industrial y, en general, para todas sus ramas; en el ámbito español se pasa por encima sobre Óscar Mariné y, para la señalética, se trabaja a partir de la teoría de Joan Costa.
Conocer estos procesos está muy bien y es muy necesario para cualquiera que vaya a dedicarse a las artes gráficas porque debe comprender el trabajo de los grandes, pero lo que no es en absoluto razonable es que se enseñe, como se me ha insistido a mí, que dichas metodologías son poco menos que la Biblia y que, para diseñar, tienes que seguirlas - sobre todo la de Munari - a rajatabla y sin moverte un solo paso de cada uno de sus puntos.
La realidad es que cada autor, desde el más importante hasta el más humilde, tiene al final su propia estrategia, su forma de inspirarse, recabar - o no - información sobre un proyecto, bocetarlo y desarrollarlo. Al enseñarnos que el método de los grandes nombres son ley universal pretenden convertirnos en clones y demuestran que, ciertamente, muchos miembros de la docencia llevan años sin diseñar nada, o tal vez nunca han diseñado o simplemente no tienen ni idea de cómo se plantea un proyecto de diseño.
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