martes, 30 de octubre de 2012
LA ESTELA DE LA EDAD DE PLATA
domingo, 9 de octubre de 2011
LA MEMORIA GRÁFICA
sábado, 7 de agosto de 2010
EL GRAN CATÁLOGO DEL CÓMIC MODERNO
LIBRO OBJETO
Tampoco es que ACME sea un libro para leerlo, exactamente. Es un libro para admirar, enseñar, tocar, recorrer,y redescubrir cada “tarde lluviosa de sábado” que estemos de ese humor. No quiero decir con esto que no se pueda leer también, pues la lectura que ofrece no es sólo, como dijimos, abundante, sino también gratificante. Pero si hay algo que hace ACME es, sobre todo, redescubrir (¿o tal vez descubrir?) el valor material del cómic como objeto. ACME no son sólo viñetas impresas sobre papel, ACME es cada detalle de este libro obsesivamente diseñado desde el canto de las tapas (donde se incluye “La tira de cómics más pequeña del mundo”) hasta el interior de la faja, ocupada por una historieta que sólo podemos leer despegando dicha faja y, por tanto, alterando irremediablemente la integridad del libro. Nada grave, pues al fin y al cabo, un libro que incluye recortables, como éste, nos está pidiendo que lo alteremos. O que nos atrevamos a alterarlo, tal vez.
EL ORÁCULO DEL CÓMIC
Chris Ware (1967) es, en estos momentos, el oráculo del cómic de vanguardia internacional. Su posición central en el paisaje de la novela gráfica, consagrada desde la publicación de Jimmy Corrigan (Planeta-DeAgostini, 2003) le ha conferido una autoridad enorme sobre las nuevas generaciones de historietistas, y también sobre sus antecesores. Pocas veces el mundo del cómic ha disfrutado del trabajo de un genio tan indiscutible.
ACME, el segundo libro de Ware que se publica en España, señala los puntos cardinales de ese trabajo. Concebido como recopilación de páginas sueltas de diversas series sin continuidad que ha desarrollado a lo largo de los años, no se queda en eso. Ware ha modificado el material original para adaptarlo al singular formato de este libro, y lo ha combinado con anuncios falsos y textos editoriales de abrumadora minuciosidad y seco humor, y con una historieta sin palabras protagonizada por un salvaje anti-Superman que ata con una cadena de melancolía el conjunto. Sí, supuestamente ACME es un “tebeo de humor”, pero para reírse con Ware hay que aceptar que reírse sarcásticamente de las víctimas de la soledad y el abandono es gracioso. Cosa que no lo es, claro. Y Ware lo sabe bien, porque él fue un niño abandonado por su padre.
Tal vez no sea desternillante, pero el planteamiento funciona, porque Ware demuestra en cada página que forma y fondo, continente y contenido, son inseparables en el cómic. El despliegue de recursos visuales que ofrece ACME no tiene comparación en la historia del medio. Es fácil reconocer la influencia de los clásicos de la prensa americana de principios del siglo XX -los diseños geométricos de las páginas dominicales de Winsor McCay o la preocupación por representar el paso del tiempo de Frank King-, pero Ware hace suya toda esa herencia con una autoridad casi violenta y una sensibilidad, por supuesto, absolutamente moderna.
Catálogo de Novedades ACME no es el libro del año, es el libro de la década que estamos despidiendo. La edición de Mondadori está a la altura, y no era fácil porque Chris Ware es un ogro que exige la perfección y asusta a los editores. Corran a comprarlo, corran a leerlo. O no. Es optativo.
domingo, 30 de mayo de 2010
MÁS NOVELA (GRÁFICA)
domingo, 10 de enero de 2010
CARLITOS, SNOOPY Y SU PADRE
Durante 50 años, y hasta la víspera de su muerte, Charles Schulz (1922-2000) no hizo otra cosa que sentarse ante una mesa y dibujar. Cada día, un chiste de cuatro viñetas que se publicaba en prensa. La vida personal de este hijo de un peluquero de pueblo fue más bien anodina. Se casó, tuvo hijos, se divorció, volvió a casarse, ganó mucho dinero, murió en paz con todos sus objetivos cumplidos. Contado así, no parece una historia muy interesante. Contado por David Michaelis, el autor de Schulz, Carlitos y Snoopy (Es Pop, 2009), el relato se convierte en un novelón apasionante. No es para menos: estamos hablando del dibujante de cómics de más éxito en la segunda mitad del siglo pasado.
Una obra, un producto
Schulz, Carlitos y Snoopy no es un libro de historia del cómic, sino un libro de historia de la cultura de masas contemporánea. Michaelis había publicado una exitosa biografía de N.C. Wyeth, y se acercó a Schulz desde fuera del mundo de las viñetas, con la intención de descubrir a un icono de la Norteamérica moderna. Schulz creó Peanuts (conocida entre nosotros como Carlitos y Snoopy, y recopilada actualmente por Planeta-DeAgostini) en 1950. Siempre odió el título, impuesto por la agencia que vendía su creación a los periódicos. La serie, protagonizada por un grupo de niños reflexivos como adultos, ascendió lentamente hasta llegar a la cumbre en la década de los 60, coincidiendo con el paso a primer plano del perrito Snoopy. En medio de la revolución juvenil, los lemas de la tira de prensa convirtieron a las criaturas de Schulz en iconos generacionales. Snoopy provocó un insólito consenso: lo mismo aparecía en una pancarta por la paz que en el morro de un bombardero sobre Vietnam.
El inmenso éxito de Peanuts -durante años, Schulz ocupaba siempre un puesto entre las mayores fortunas del mundo del espectáculo, codeándose con Michael Jackson y Steven Spielberg- se derivó también de su explotación comercial. Peanuts fue pionero en la difusión de la imagen de marca en todo tipo de merchandising, y éste es uno de los aspectos más apasionantes del volumen de Michaelis. Los libros regalo empezaron con Carlitos, las sudaderas de colores para vestir cuando no se hace deporte no existían hasta que se les estampó la imagen de Snoopy. Numerosos productos y campañas publicitarias multiplicarían la presencia de los personajes en Estados Unidos y Europa, popularizándolos incluso entre quienes nunca habían leído la serie.
Después de todo, un tebeo
Pero Carlitos y Snoopy fue, finalmente y por encima de todo, también un cómic, y como cómic su valor no ha hecho sino acrecentarse durante los últimos años. Las tiras de Schulz evitaban el gag fácil y estridente para centrarse en lo implícito y lo psicológico, y lo hacían con un dibujo depuradísimo, de argumento y grafismo casi minimalistas. Umberto Eco insertó Peanuts en la tradición “lírica” de Krazy Kat (1913-1944), la serie vanguardista de George Herriman, y lo elevó por encima de los meros productos de consumo. En el mundo de las tiras de prensa, sólo Calvin y Hobbes (1985-1996) de Bill Watterson se mostró como su digno heredero. En el reino de la novela gráfica contemporánea, sin embargo, la obra de Schulz es reverenciada: desde Chris Ware hasta Seth, todos los grandes autores modernos reconocen la influencia del maestro que enseñó cómo mostrar el mundo interior a través del dibujo. Schulz, Carlitos y Snoopy pone de manifiesto la gran paradoja de Peanuts: el tebeo más intelectual fue también el más popular.
sábado, 19 de diciembre de 2009
lunes, 9 de noviembre de 2009
CHRISTOPHE BLAIN: "LA HISTORIA TIENE SU PROPIO MISTERIO"
HEREDERO DE LA GRAN TRADICIÓN DEL CÓMIC DE AVENTURAS FRANCÓFONO, CHRISTOPHE BLAIN HA ENCONTRADO LA FORMA DE ESCRIBIR CON EL DIBUJO.
El relevo generacional ha puesto en cabeza de la industria del cómic más potente de Europa, la francesa, a un grupo de dibujantes treintañeros agrupados bajo el poco original nombre de “nouvelle bd”. Formados en la independencia, los Joann Sfar, Blutch, David B. o Lewis Trondheim han demostrado ser capaces de madurar como autores con tirón comercial que no renuncian a una personalidad propia. En el pelotón de cabeza se encuentra Christophe Blain (1970). Sin duda uno de los más brillantes dibujantes de cómics del mundo ahora mismo, Blain se ha revelado además en los últimos tiempos como un guionista fascinante e inaprensible, que siempre se escapa por el último recoveco ante los ojos mismos del lector. Sus dos últimas obras publicadas en nuestro país le muestran en su faceta de autor completo, con Jacques (Norma Editorial, publicado originalmente en 2005), el tomo 5 de su extraordinaria serie Isaac el Pirata, y como dibujante al servicio de los guiones de Sfar, en la primera entrega de Sócrates el semi-perro, titulada Heracles (Sinsentido, publicado originalmente en 2002).
Al inicio de Jacques, mientras Isaac el pintor pinta un cuadro que no va a vender a nadie, le preguntan: “¿Y por qué lo pintas?” “Para ver si todavía soy pintor”. ¿Te identificas con Isaac?
En mis historias pongo muchas cosas tomadas de mis experiencias, o que he estado observando, pero nunca son autobiográficas. Reparto mis experiencias entre distintos personajes, y a veces soy completamente un personaje y luego me distancio de él. Con eso consigo dar a los personajes personalidades complejas y sorprendentes, estando en todas partes, pero a la vez en ninguna y mezclando personalidades que he estado observando y que no se me parecen para nada. Cuando Isaac dice eso, estoy más bien pensando en la práctica del dibujo que en el cómic. No es exactamente lo mismo. No es el mismo proceso. En Isaac no me refiero tanto a mi oficio como historietista, porque Isaac realmente no escribe, es un observador. Es lo que se le pide.
¿Te consideras vocacionalmente más historietista o dibujante?
Las dos cosas. Al principio era más dibujante, pero ahora como trabajo sólo en mis propias historias tiendo a cada vez más a ser historietista.
En tus historias resulta imposible distinguir el guión del dibujo. Da la impresión de que están escritas con el dibujo.
Es verdad.
¿Partes de un guión escrito?
No. Parto de un storyboard, y tengo alguna situación, entonces empiezo a escribir a partir de ahí e introduzco algunas modificaciones. Aunque el dibujo sea un croquis muy básico, se podría entender toda la historia sólo con el storyboard.
¿Necesitas que la historia te sorprenda?
Sí. Siempre tengo la sensación de que la historia se escribe sola, de que tiene su propio misterio. Si tengo la sensación de que sé exactamente lo que quiero decir, de que quiero controlarlo, es posible que escriba situaciones que sólo sean tópicos y que el lector no se quede sorprendido, y el lector verá desde mucho antes a dónde quiero ir.
Jacques es quizás el mejor álbum de la serie porque es el más orgánico, y nunca tienes la sensación de saber exactamente lo que está pasando.
Estoy muy contento de que me digas eso. Intento guardar lo más posible eso y no tener una idea definitiva de lo que quiero contar antes de escribir la historia, o incluso mientras la estoy escribiendo. Aunque a veces me pasa. Tengo un sentimiento de globalidad y sé a dónde tengo que ir y me he dado cuenta de que eso me bloquea. Es malo cuando escribo demasiado con ideas. Tengo que escribir con la vida de los personajes y que sean ellos los que guíen la historia, y que no transmitan un mensaje, una moraleja o las ganas de llegar a un punto concreto.
Ahora tienes parado Isaac el pirata. ¿Has llegado a un punto en que necesitas descansar para saber qué hacer con esa serie?
Quería probar con otras series, más construidas sobre la sensación de universo y la emoción de los personajes, más graciosas. Es por ello que he creado un nuevo personaje que se llama Gus, que es más ligero, más fluido que Isaac. Puedo caricaturizar el western y eso me permite ser exagerado, sin límites, porque el western es de por sí exagerado. Me parecía que a Isaac le faltaba diversión, comedia. Quería usar cosas totalmente exageradas para que cuando contaba otras cosas más sutiles hubiera contrastes más fuertes. Ahora lo digo así, pero cuando lo estaba haciendo era muy intuitivo, y lo sigue siendo, y no lo he analizado antes.
Pero sí eres consciente de rescatar elementos típicos del cómic frente a elementos más típicos del cine.
En el ritmo que intento imponer a los personajes y al lector. Los códigos del western se han vuelto clichés que conoce todo el mundo, y eso me permite usar todavía más rupturas, y donde más puedo usarlo es en los elementos cómicos, porque juega mucho con la complicidad del lector, una especie de complicidad literaria para expresar lo cómico. También puedes expresar emociones, pero nunca tendrás la fuerza del cine para expresar sensaciones más abruptas. El cine tiene la posibilidad de sacar emociones del espectador que son más inmediatas, más sensuales. El cómic juega más con la complicidad intelectual con el lector. El lector tiene que jugar con los códigos del dibujante y el autor. Es menos abrupto.
Pero a ti sí te interesa mucho lo emocional “brutal” en el cómic.
Sí, pero no puedo traducir de una manera tan fuerte la emoción de los personajes.
Sobre la nouvelle bd se ha lanzado la crítica de que le falta profundidad, sobre todo desde Estados Unidos y en comparación con sus historietistas de vanguardia.
Yo hago lo que quiero hacer. Hago lo que puedo con los medios que tengo y los límites que tengo y no tengo que compararme con otros autores. De hecho, leo muy poco a los otros y lo que me interesa de los autores es estar fascinado por ellos, y ya está, no me importan las corrientes ni las épocas de las que forman parte ni de qué país.
Creo que parte de la crítica proviene de la reutilización de los géneros clásicos. ¿Plantea problemas especiales lo contemporáneo?
Tenía la necesidad de generar aventuras porque tenía ganas de contarlo. Ahora empiezo a tener la necesidad de hacer otras cosas y de tener otras cosas que contar. Tengo ganas de contar historias contemporáneas y estoy apuntando y escribiendo cosas contemporáneas.
El western ya lo habías tratado con David B. en Las aventuras de Hiram Lowatt y Plácido (Planeta-DeAgostini). También has colaborado con Lewis Trondheim y Joann Sfar en La mazmorra y ahora, con este último en Sócrates el semi-perro.
Son amigos con los que trabajo en talleres con los que hay una gran complicidad, y trabajo muy fácilmente sin necesidad de intermediarios ni diplomacia. Siempre es un trabajo que desde el punto de vista de la comunicación con ellos resulta muy fácil. Me fío de ellos, me fío de sus historias, nos gusta mucho reírnos juntos. Me daban sus storyboards, son dibujantes extraordinarios. Siempre les he pedido que pongan los menos elementos posibles. Sólo tenía que preocuparme de la puesta escena y ellos también se han fiado mucho de mí.
Viendo lo que has hecho luego, los álbumes con hiciste con David están muy en sintonía con tu trabajo, sin embargo Heracles parece mucho más de Sfar.
Sí, Lewis y Joann cuando me escribían las partes de acción, al cabo de un tiempo ya no se esforzaban por hacerme un storyboard porque sabían que la acción y el ritmo era mi universo. De modo que no hacían grandes invenciones ni esfuerzos porque sabían que era yo quien me iba a ocupar de esta parte. Yo les decía “Podíais esforzaros un poco”, y ellos me decían “Oh, sabemos que es tu especialidad, es mucho más divertido y así no te masticamos el trabajo”. Lewis y Joann no fundan el interés de sus historias sobre la acción, y yo sin embargo sí, para mí la acción es el máximo interés.
¿Nunca te has planteado escribir para otro?
No.
¿Cómo se pueden hacer más de quince álbumes en diez años?
No es tanto. ¿Cuántos ha hecho Joann, cuántos ha hecho Lewis? Joann a lo mejor ha hecho cien en diez años.
En España tenemos ahora la sensación de que hay un momento de euforia, que hay un momento de cambio en el cómic hacia un mayor reconocimiento. ¿Esto también se ve desde Francia?
Sí. Nos aprovechamos de esta situación, y esperamos que dure. En Francia hay un montón de títulos cada año, demasiados, y he tenido la sensación de que todo va a desmoronarse en algún momento. No sé cómo va a evolucionar, pero lo cierto es que cada vez hay más posibilidades de hacer cosas distintas. Es por eso por lo que a mí me apetece trabajar mucho, para aprovechar la situación lo más posible.
domingo, 1 de noviembre de 2009
LA PALABRA Y EL DIBUJO
[Texto publicado en ABCD nº 921, 31 de octubre de 2009].