LOMEDA, un despoblado muy particular…

LOMEDA, un despoblado muy particular…

31 julio, 2024 0 Por Juan Carlos

Lomeda es un peculiar despoblado de la provincia de Soria con una configuración y una historia muy particular, que hacen de él un pueblo único. Este curioso despoblado, que forma parte del partido judicial de Almazán, pertenece a la pedanía de Velilla de Medinaceli y se encuentra enclavado sobre una elevación de terreno, en el fondo de un valle excavado por el Arroyo de la Hoz, a 1.100 metros de altura y en una zona que apenas supera el habitante por kilómetro cuadrado. El pueblo actual se re-fundó a mediados del S. XIX y es uno de los pocos pueblos que aún pertenecen a la aristocracia, en concreto, al Marquesado de la Lapilla. 

El pueblo no tiene calles,  está constituído por cuatro manzanas alargadas de casas, semejantes a las pandas de un claustro conventual, que forman una gran plaza central de forma cuadrada, abierta solo por sus cuatro ángulos a través de los cuales se puede acceder al interior. El nombre del pueblo hace referencia al lugar donde se asienta, una pequeña loma, de tal forma que las dos manzanas laterales (este y oeste) quedan inclinadas. La panda de arriba (norte) preside todo el conjunto y en ella se encuentran los restos de algunas casas y la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Frente a la iglesia se construyó un pequeño frontón que hoy ha desaparecido.

Los habitantes de Lomeda no eran propietarios de sus casas, eran quiñoneros, es decir, sus moradores debían pagar una renta a los propietarios por vivir en el pueblo y por el uso de las tierras para labranza. Todo ello estipulado en una especie de contrato vitalicio y hereditario, que iba pasando de padres a hijos de generación en generación, pero con unas determinadas condiciones. 

 

El pueblo estaba habitado por nueve familias, sin posibilidad de incorporar más vecinos. Solo la renuncia de alguna familia podía propiciar la entrada de otra en el pueblo. Cada familia recibía lo mismo, una vivienda, una parcela de tierra para cultivo y unas 60 cabezas de ganado, siendo principalmente ovejas. A cambio debían de pagar una renta a la Marquesa de Lapilla, que constaba de una parte económica y otra en especias de lo que se cultivaba en las tierras. Además, por el hecho de tener el espacio limitado regía una norma bastante llamativa, por la cual las familias que tenían más de un hijo solo podían convivir con el de menor edad, que debía quedarse al cuidado de los padres y ayudando en las tareas del campo, teniendo que enviar al resto a trabajar y a vivir a otros lugares, supongo que a los pueblos de alrededor.

La marquesa solía visitar el pueblo una vez al año, al que llegaba acompañada de su marido y su chofer y donde se interesaba por el estado de los habitantes y de los problemas del pueblo. También solía visitar el pueblo el canónigo de Sigüenza que ejercía de administrador de la marquesa y que acudía a cobrar las rentas, tarea que posteriormente recayó en un sobrino de éste que era abogado. 

Los habitantes de los pueblos de alrededor se referían a los vecinos de Lomeda como los “escopeteros” dada su afición a la caza, quienes celebraban sus fiestas dedicadas a San Ildefonso cada 23 de enero, en el que organizaban baile, procesión y donde se disponía de un pequeño bar ambulante con churros para servir a la mucha gente que se acercaba de los pueblos de alrededor. Dadas las fechas, era frecuente que la inclemencias del tiempo impidieran realizar los festejos con normalidad, motivo por el cual organizaban otras fiestas el 17 de Septiembre con mejor tiempo cuando el grano de las cosechas ya estaba recogido. Otra fecha señalada era el de la matanza, donde todos los vecinos se ayudaban unos a otros ya que la carne del cerdo suponía una parte importante del sustento familiar durante  buena parte del año.

El lugar estuvo habitado desde antiguo siendo una granja/aldea/villa, según los datos que recoge Mª Teresa Angulo Fuertes en su Tesis Doctoral EL MONASTERIO PREMONSTRATENSE DE SANTA MARÍA DE LA VID (BURGOS). SIGLOS XII-XV (2015). Así, si hacemos un pequeño recorrido histórico por las primeras menciones que se hacen del lugar encontramos lo siguiente: 

La primera fundación del monasterio de Retuerta se encuentra en el cenobio de Fuentes Claras y se debe a Armengol VI, hijo de Armengol V y de doña María Pérez, hija de Pedro Ansúrez, y la primera donación al abad Sancho es la realizada en 1145 por Armengol VI de sus heredades en Retuerta. A su vez, la hermana de Armengol V, doña Estefanía, segunda mujer de don Rodrigo González de Lara, hizo una importante donación al monasterio de La Vid, la aldea de Lomeda y una heredad en Medinaceli, en 1170.

Los primeros datos sobre las granjas del monasterio de La Vid aparecen en la bula del papa Alejandro III que recibe bajo su protección al monasterio en 1163, confirmando las donaciones que él mismo había recibido muy pocos años antes, por lo que la conversión de las heredades en granjas se hizo rápidamente. En ella se mencionan las granjas de Zuzones, Cubillas, Alcoba de Brazacorta, Villapirle, Lomeda y Torre del Rey. 

Otra granja vitense fue la constituída en Lomeda, que confirma Alejandro III en 1163, aunque desconocemos cómo llegó a poder del monasterio. Mediante sucesivas donaciones, La Vid siguió incorporando heredades en el lugar.

Mediante sucesivas donaciones, La Vid siguió incorporando heredades en el lugar: en 1170 la condesa Estefanía dona al abad Domingo toda la heredad que poseía en Medinaceli y la aldea de Lomeda, con todos sus derechos y pertenencias; en 1183, Gomez Garcia dona al abad Domingo una heredad en Medinaceli y otra en la aldea de Lomeda. Y diez años después, Pedro Garcia de Aza y su mujer doña Sancha Ponce, donan al abad Domingo una heredad en Medinaceli, en la aldea llamada Lomeda, con sus salinas, molinos, montes, aguas y todas sus pertenencias. Este lugar de Lomeda estaba situado muy cerca de las salinas de Medinaceli, donde el monasterio obtuvo un privilegio real de extracción de sal “sin albalá” desde 1214.

También con la catedral de Sigüenza mantuvo el monasterio ciertas diferencias; La Vid poseía varias heredades en la aldea de Lomeda, cerca de Medinaceli, donadas por la condesa Estefanía en 1177, por Gómez García en 1183 y por Pedro García de Aza en 1193. Lomeda estaba bajo la jurisdicción eclesiástica de la sede segontina y el pago del diezmo de estas heredades originó un conflicto entre la catedral y el monasterio que, tras la apelación a la Santa Sede, finalizó con una concordia entre ambas instituciones. En 1291 el obispo de Sigüenza, don García, autorizó el acuerdo por el que el monasterio se comprometía a pagar anualmente dos doblas de oro, una al obispo y otra a la iglesia catedral, en concepto de diezmo por las heredades y salinas que La Vid poseía en Lomeda. El tributo seguía siendo abonado por los colonos de Lomeda en el siglo XVIII según se indica en el Catastro de la Ensenada.

No constan más noticias sobre esta granja en la documentación vitense, pero sabemos que Blas González de Andrade y Funes, primer marqués de Villel, caballero de Alcántara y corregidor de Cuenca, recaudaba los diezmos del caserío de Lomeda en el siglo XVII “tal vez como herencia de la venta efectuada a Gil González de Andrade por los Premonstratenses de La Vid en 1454”.

Así pues, como vemos, el sitio de Lomeda ya existía desde mediados del S. XII y aparece mencionado a través de los años como granja, aldea o incluso Villa. En un cuadro sobre las adquisiciones del Monasterio de la Vid a través de donaciones aparece en 1161 como Villa y en los años 1170 y 1183 como Heredad y Aldea:

En 1454 los frailes de La Vid vendieron el sitio de Lomeda a Gil García de Andrade, quien fuera alcaide del castillo de Medinaceli por nombramiento de Luis de la Cerda. Posteriormente, el lugar pasó a manos de uno de sus descendientes como fue Blas González de Andrade y Funes -primer marqués de Villel- quedando la aldea de esta forma vinculada a los marqueses de Lapilla desde entonces hasta nuestros días.

El 21 de diciembre de 1752 fueron redactadas las respuestas del Catastro de la Ensenada correspondientes al “Caserío de Lomeda” de la jurisdicción de la villa de Medinaceli, siendo propiedad del “dueño absoluto de este caserío y su término” el Marqués de Villel que percibía las alcabalas y otros impuestos como el derecho de Primicia de los diez vecinos-colonos, que allí explotaban tierras de secano de sembradura y regadío de hortalizas que producían trigo, cebada, centeno, avena, hierba y berza. 

Pascual Madoz habla así de Lomeda en su Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España y sus Posesiones de Ultramar:

 

LOMEDA: ald. del distrito municipal de Vetilla en la prov; de Soria (14 1/2 leg.), part. jud . de Medinaceli (1) aud. terr. y c. g. de Burgos (35) , dióc. de Sigüenza (5) : srr. al pie de un elevado cerro que la domina por el N. , goza de CLIMA sano: tiene 1 0 CASAS; escuela de instrucción primaria , á cargo de un maestro, a la vez sacristán, dotado con 2 5 fan. de trigo; una igl. parr. aneja de la de Jubera ; hay una fuente de buenas aguas, que provee al vecindario para beber y demás necesidades domésticas: confina el TÉRM. N. Jubera ; E. Velilla S . Arbujuelo, y O. Medinaceli: el TERRENO, en su mayor parte es montuoso y de buena calidad, todo de secano; comprende un buen bosque de encina y roble, CAMINOS: los que dirigen á los pueblos limítrofes , todos de herradura y en mal estado, CORREO : se recibe y despacha en la estafeta de Medinaceli. PROD. : trigo, cebada , centeno , avena y algunas legumbres; se cría ganado lanar y las yuntas necesarias para la labranza, IND. : la agrícola, COMERCIO, esportacion del sobrante de frutos á los mercados de Medinaceli, en los que se surten de los art. de consumo que faltan, POBL. : 10 vec. , 44 alm. CAP. IMP. : 6,99 8 rs. 4 mrs. 

 

La última propietaria del pueblo fue María Soledad de Martorell y Castillejo , Marquesa de Lapilla, que nació el 8 de julio de 1924 Madrid y que falleció el 6 de agosto de 2022 suponemos que siendo su actual dueño su hijo y heredero Juan Pedro de Soto y Martorell, XVII marqués de la Lapilla.

En una entrevista publicada en el diario El País, Águeda, una antigua habitante de Lomeda cuenta lo siguiente:

«Allí se vivía bien, La tierra era fuerte y muy fértil. Nunca nos faltó de nada. Teníamos luz las 24 horas y el agua la íbamos a buscar en caballos. Siempre hubo escuela, incluso cuando solo quedaba un niño. No había tienda ni bar, pero los lunes comprábamos en el mercado de Arcos de Jalón y los domingos estábamos en alguna casa jugando a las cartas. Dos veces al año, en las ferias, había baile. El médico y el cura eran de Velilla de Medinaceli, a tres kilómetros».

Habla Águeda del mercado de Arcos de Jalón donde, a parte de ir a comprar todo lo necesario, los vecinos de Lomeda solían vender sus productos tales como huevos, hortalizas y corderos de los que criaban en el pueblo y que llegaron a tener buena fama. Aunque llegaron a disponer de electricidad, el agua la tenían que traer desde una fuente lejana, almacenandola dentro de las casas en tinajas de barro. Desde Velilla de Medinaceli acudían a Lomeda el cura para dar misa y el médico cuando era necesario.

El pueblo se fue despoblando por diferentes causas, entre las que podría estar el hecho de que las familias que se marchaban tenían que firmar la renuncia a su vivienda para propiciar la entrada de una nueva familia. El incremento de las rentas a las nuevas familias en la segunda mitad del S. XX seguramente provocó que muchas de estas familias se fueran a los pocos años de tal modo que quedó abandonado en los años 60. Desde ese momento, el pueblo quedó abandonado a su suerte acompañado solo por el viento que golpea sus casas y sus muros. El paso del tiempo y las inclemencias meteorológicas han hecho mella en sus construcciones hundiendo la mayoría de las casas. Las mejor conservadas son las del lado sur, que se construyeron justo al borde de la loma, aprovechando el desnivel para construir bajo las casas diferentes establos y bodegas que hoy se encuentran en aparente buen estado.

Sobre la “panda” de lado oeste se ha levantado una cubierta de chapa longitudinal, creando así una nave alargada que hoy sirve para guardar ganado. Para ello se ha derribado el interior de todas las viviendas de esa manzana conservando solo los muros exteriores, una barbaridad que por lo que he leído alguien ha hecho sin contar con el permiso de los propietarios.

En el extremo inferior de la “panda” este se encuentra el horno de pan en cuyo interior se conserva parte del fogón donde se cocía el pan y otros alimentos. Sobre este, una ventana deja entrever el hueco donde se alojaba el transformador de la luz.

La panda inferior “sur” conserva parte de lo que fue el ayuntamiento y la escuela, el resto son viviendas que son las que mejor se conservan.

Todavía quedan casas en aparente buen estado aunque la mayoría han sucumbido y se han venido abajo. Aunque las casas están vacías en algunas es posible encontrarse algunos enseres o parte de mobiliario.

En las fachadas de las viviendas se conservan las placas que hacen mención a su construcción e incluso algunas viviendas conservan la placa con su número.

El lugar que mejor se conserva es la iglesia. El interior conserva esa temperatura fresca de los templos y aproveché la circunstancia para comerme el bocadillo en su interior, protegido del sol que aquel día golpeaba con fuerza sobre todo en las horas centrales. El interior conserva también parte del mobiliario, un banco desvencijado, un paso procesional tirado en el suelo, un púlpito, el confesionario y restos del retablo que ha sido destrozado supongo que por los vándalos. 

Bajo el coro se conserva de momento en buen estado la pila bautismal y junto a la entrada una pequeña pila de agua bendita.

Detrás del lugar que ocupaba el retablo aparecen pinturas que hacen alusión a la Rosa Mística, a la Torre Davídica, a la Estrella Matutina y a la Turris Eburnea o Torre de Marfil.

Sobre la entrada a la sacristía otra pintura representa a la Virgen del Pilar y junto a esta, una percha con numerosos ganchos donde antiguamente se colgaban los exvotos para dar gracias a la virgen por interceder por algún favor o curación.

Algo que me llamó mucho la atención es ver como en la pared que sube al coro y al campanario existen una serie de “graffitis” hechos con lápiz dejados por los habitantes de Lomeda en referencia a alguna fecha o hecho concreto.

Por el sendero que lleva al cementerio podemos ver en la lejanía restos de palomares y algún apero de labranza que desde luego vivieron tiempos mejores.

Detrás de la iglesia se encontraba el granero y de ahí parte un sendero que nos conduce al pequeño cementerio, cuyos muros se encuentran en perfecto estado. En su interior todavía se pueden ver algunas cruces, tumbas de arena bien conservadas y una serie de lápidas sobre el muro interior bajo las cuales, alguien ha depositado un ramo de flores de esas que no se marchitan. Los “lomedanos” no se olvidan de sus seres queridos.

Mi visita a este recóndito lugar fue desde luego muy gratificante. Pasear por aquel lugar en solitario y en absoluto silencio me hizo sentir como un náufrago en una isla desierta en medio del mar. Así es Lomeda, una isla en medio de un mar de tierra y de montañas. En Lomeda se respira paz y armonía, seguramente porque se puede percibir el estado de ánimo que reinaba en esta comunidad y que ha quedado impregnado en el ambiente. Al recorrer sus casas vacías, mi mente quiso proyectar a los vecinos de Lomeda en su día a día, haciendo un esfuerzo por imaginar cómo sería la vida en aquel lugar. Aún retumban en sus rincones los ecos de un pasado no tan lejano y otros de un pasado mucho más remoto, pues no podemos olvidar que este rincón de nuestra tierra tiene una larga historia que no deberíamos permitir que caiga en el olvido. Espero aportar a la causa mi pequeño granito de arena con este artículo.