Antonio López nació en Tomelloso, un importante núcleo rural de La Mancha, en la España interior, en 1936, pocos meses antes del comienzo de la Guerra Civil. Primogénito de cuatro hermanos, sus padres eran labradores más o menos acomodados. El destino natural del joven Antonio hubiera sido continuar esa tradición, pero su temprana facilidad para el dibujo llamó la atención de su tío Antonio López Torres, un pintor local de paisajes que le dio sus primeras lecciones. Gracias a él, obtuvo apoyo familiar para dedicarse a la pintura, y, con apenas trece años, se instala en Madrid para preparar el ingreso en la Escuela de Bellas Artes.
Mis padres |
Antonio y Mari (1961) |
Gran Vía |
La rotunda definición de los volúmenes en sus primeras obras -Josefina leyendo (1953)- acusa esa influencia del quattrocento italiano. La preocupación por la solidez plástica y la composición precisa le lleva también a interesarse por Cézanne y el cubismo -Mujeres mirando los aviones (1954)-, en temas relacionados siempre con su entorno familiar en Tomelloso. A partir de 1957, su obra registra un cierto giro surrealizante: figuras y objetos que flotan en el espacio, imágenes sacadas de contexto que se relacionan de forma conflictiva empiezan a poblar sus cuadros. El lenguaje, sin embargo, sigue vinculado a ese clasicismo táctil y volumétrico de sus primeras obras. La veta fantástica se mantiene al menos hasta 1964 -todavía es muy perceptible en Atocha, terminado ese año-, aunque, desde 1960, pierde intensidad; por una parte, cada vez son menos los cuadros en los que se recurre a esos mecanismos y, además, Antonio López muestra un creciente interés por la fidelidad en la representación, independientemente de la carga narrativa contenida en ella. Es como si el pintor fuera cada vez más dependiente del motivo, como si necesitara tenerlo delante para recrearlo en sus mínimos detalles. Esa doble vertiente de su pintura de aquellos años trajo aparejada su adscripción por la crítica a lo que, sobre todo en las décadas de los sesenta y setenta, se llamaba realismo mágico, una denominación que al artista siempre le ha parecido redundante. Lo cierto es que sus cuadros y dibujos se acercan cada vez más, como ha escrito Brenson, a "ese sentido de la densidad de lo que llamamos el mundo visual", y que resulta una recreación minuciosa y casi obsesiva del motivo.
Lavabo (1971) |
A las calles de Tomelloso las suceden las vistas panorámicas de Madrid, la primera de las cuales data de 1960, que irán constituyendo después uno de los capítulos más conocidos y asombrosos de su producción. Su obra empieza a ganar reputación, primero nacional -en 1961 celebra su primera muestra individual en una galería comercial de Madrid- y enseguida internacional -en 1965 y 1968 expone en la Staempfli Gallery de Nueva York-. Como en los inicios de su carrera, Antonio López sigue fiel a los temas cercanos -escenas caseras, imágenes de su mujer y sus dos hijas, objetos anónimos y humildes del entorno doméstico, espacios desolados, imágenes de su jardín-, pero su presencia es cada vez más intensa, más precisa y, al tiempo, más enigmática. La ejecución de los cuadros se dilata -hay obras en las que ha trabajado a lo largo de más de veinte años, hasta abandonarlas en un estadio que el artista no acaba nunca de considerar definitivo-, por lo que, a pesar de una dedicación constante y exhaustiva, su producción es corta en número.
Durante la mayor parte de su carrera, Antonio López ha trabajado prácticamente solo, en medio de un panorama artístico dominado primero por la abstracción y el informalismo y luego por las corrientes conceptuales. En los años sesenta y buena parte de los setenta su prestigio crece de manera silenciosa pero efectiva, exponiendo poco, pero con éxito cada vez mayor. Ni siquiera es posible establecer vínculos muy convincentes entre su obra y las nuevas tendencias figurativas europeas o el hiperrealismo americano. Hasta los años ochenta las exposiciones individuales han sido escasas: París y Turín en 1972, y París, de nuevo, en 1977. En 1985 coincide su primera antológica en el Museo de Albace con una retrospectiva en Bruselas en el marco de Europalia '85, que ese año se dedicó a España. Un año después, dos nuevas muestras en Nueva York y Londres son el pórtico de la gran antológica celebrada en 1993 en el Museo Reina Sofía de Madrid, definitiva consagración de una talla universal que estaba reconocida ya desde hace años.
Antonio López García es seguramente el pintor y escultor más importante que haya dado el Realismo español de los últimos cien años.
Estamos ante un artista que retrata la vida cotidiana y los rostros y paisajes que le rodean con una fidelidad y profundidad sólo comparables con su extraordinario lirismo. Considerado uno de los máximos exponentes del Hiperrealismo del siglo XX, Antonio López siempre ha creído que la fuente máxima de creatividad es la libertad y que incluso en las civilizaciones atrapadas por costumbres y religiones asfixiantes es posible alguna clase de libertad expresiva.
Mujer en la bañera |
Sus trabajos son muy minuciosos y transmiten una melancolía que sorprende en escenas tan prosaicas. La crítica relacionó sus primeras pinturas con el Realismo Mágico, aunque esa apreciación seguramente adolece de la misma inexactitud con que otros especialistas establecieron posteriores relaciones con el Ultrarrealismo. La obra de Antonio López es demasiado personal para ser clasificada sin titubeos.
Antonio López recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1985 y tiene también el Premio Velázquez de Artes Plásticas desde 2006. Siendo uno de los escasos artistas de su generación que no optó por la Abstracción, no deja de interesarse por las nuevas tendencias en el Arte porque nunca tuvo la sensación de que la novedad tenga que suponer un peligro para las cosas importantes, sino todo lo contrario. Él dice que “el lenguaje de la pintura ha ido haciéndose más complejo porque el mundo también se ha vuelto así”.
Documental sobre Antonio López parte 1
Documental sobre Antonio López parte 2
Antonio López, reportaje de TVE