¡Muy buen martes para todos!
Venimos de estar presentes en eventos muy bellos de los
cuales ya desarrollaré con detalle cuando logre bajar un cambio, tomar un té y
reflexionar un poquito acerca de todo lo increíblemente vivido durante esta
última parte del año.
Se nota que llegó diciembre, momento reflexivo por
excelencia, ¡ja!
En estos días me estuve acordando del gran Sethen
Nachmanovitch y su libro Free Play, la improvisación en la vida y en el arte.
Cuántas veces uno se pregunta si es o no es artistas, qué sería serlo, qué no,
y en esas preguntas y repreguntas se pierde de vivir el arte de la manera más
libre posible…
Para todos aquellos que alguna vez se preguntaron algo de
esto, les comparto el prólogo de tan bello libro y un link con la versión completa online por si alguno quisiera profundizar.
Aquí el Prólogo (que lo disfruten):
Hay una vieja palabra sánscrita, la que significa juego. Es más rica que nuestra palabra:
significa "juego divino", el juego
de la creación, el plegarse y desplegarse del cosmos. Lîla, libre
y profundo,
es la vez el deleite y el goce de este
momento, y el juego de Dios. También significa amor.
Lîla puede ser la cosa más simple del mundo: espontáneo, infantil, ingenuo. Pero a medida que crecemos y experimentamos las complejidades
de la vida, puede también ser el logro más difícil y arduo de obtener
imaginable, y cuando fructifica es como si llegáramos a nuestro verdadero ser.
Quiero empezar con un cuento. Es una transcripción de fuentes populares japonesas, toda la extensión del viaje que haremos en estas páginas. Nos da una muestra
del logro del juego libre, de la clase de impulso creativo de donde surgen el
arte y la originalidad. Es la historia del trayecto de un joven músico desde el
mero brillo hasta un rendimiento artístico más genuino, que surge sin
obstáculos de la fuente misma de la vida:
En China inventaron una nueva flauta. Un maestro
de música descubrió las sutiles bellezas de su tono y la llevó a su país, donde
dio conciertos por todas partes. Una noche se reunió con una comunidad de
músicos y amantes de la música que vivían en cierta ciudad. Al final del
concierto lo in-vitaron a tocar. Sacó la flauta nueva y tocó una pieza. Cuando terminó
hubo silencio en la habitación durante largo rato. Luego se oyó la
voz del más viejo de los presentes desde el fondo del salón: "¡Como
un dios!".
Al día siguiente, mientras este maestro hacía las
maletas para marcharse, los músicos se le acercaron y le preguntaron cuánto se tardaría en
aprender a tocar la nueva flauta. "Años", respondió. Le preguntaron
si tomaría un alumno y respondió que sí. Cuando se fue, los
músicos decidieron entre ellos enviarle a un joven, un flautista brillantemente
talentoso, sensible a la belleza, diligente y confiable. Le dieron dinero para
vivir y para pagar las clases del maestro y lo enviaron a
la capital, donde aquél vivía.
El alumno llegó y fue aceptado por el maestro,
quien le dio una sola melodía simple para tocar. Al principio el alumno recibió instrucción sistemática,
pero aprendía con facilidad todos los problemas técnicos. Llegaba para la clase diaria, se sentaba y tocaba la melodía... y el maestro sólo podía decir: "Falta algo". El alumno se esforzaba de
todas las formas posibles; practicaba horas y horas, pero día tras día, semana
tras semana, todo lo que el maestro decía era "falta algo". El alumno
pidió al maestro que cambiara la melodía, pero el maestro se negó. La ejecución
diaria de la melodía, y la diana respuesta "falta algo" continuaron
durante meses. La esperanza de éxito del alumno y su miedo al fracaso se
intensificaban, y oscilaba entre la agitación y el abatimiento.
Finalmente ya
no pudo seguir soportando la frustración. Una noche hizo la maleta y huyó
sigilosa-mente. Siguió viviendo un tiempo más en la capi-tal, hasta que se
quedó sin dinero. Empezó a beber. Por fin, ya en la miseria, volvió a su tierra
natal. Como le daba vergüenza mostrar la cara a sus colegas, encontró una choza en el campo. Todavía
poseía sus flautas, todavía tocaba, pero no encontraba nueva inspiración en la
música.
Los granjeros que pasaban lo oyeron tocar y le enviaron
a sus hijos para que les enseñara los rudimentos. De esa manera vivió durante
años. Una mañana alguien golpeó a su puerta. Era el virtuoso más viejo del
pueblo, junto con el más joven de los estudiantes. Le dijeron que esa noche darían
un concierto, y que todos habían decidido que no se haría sin su presencia. Con
cierto es- fuerzo vencieron los sentimientos de miedo y de
vergüenza del músico, quien casi en trance tomó su flauta y fue con ellos.
Espero les haya gustado el fragmento que elegí y que se entreguen al arte libremente...
A crear se ha dicho :) ¡Que tengan una semana muy feliz!