La hora de los pecados
¡Oh príncipe del atardecer!
Mosquetero de pluma y letras,
valiente a la hora de ver morir rosas
entre tus manos.
Águila blanca que sobrevuela el nido
revuelto de mis pesadillas más terrenales
y algunos perdidos sueños con sabor a sal
y miel.
Espadachín apuesto, cabellos de oro,
armadura de piel desnuda,
sonando a melodías secretas sobre la carne
de tus batallas.
Tiende tu capa de terciopelo sobre la hierba…toma
mi mano,
de rodillas me aferraré al mármol blanco
de tu figura.
Es la hora del silencioso pecado. Es el
momento de la entrega.
He visto florecer especies nuevas en cada
caricia, en el vértice de la insolencia,
entre mis piernas aladas, en el tic tac de
dos corazones sin tiempo.
Oh caballero amante!
Por tierra caen los pudores y los
pudorosos mandatos que desconoces.
Soy una pequeña esclava del placer,
agitando mi pelo en los insaciables galopes de tu caballo azul.
Detén el tiempo ahora mismo…en las
magnolias que se desarman sobre tu rostro sediento
y caigan por tus mejillas, las estrellas
cómplices de una mirada profunda, salvaje, a la hora del amor.
Ni doncella, ni santa…enferma de deseo,
espero en la oscuridad de lo prohibido
tu espada destellando el fuego sagrado de
la vida!
No dejes que el tiempo corra. ¡Detente
dentro de mí para siempre!
Detente a combatir la hipocresía de una
rosa sin espinas vestida de princesa,
con
aroma a mujer y pensamientos tan ardientes, como el dragón de tu vientre.
Rita Merecedes Chio Isoird