Con cada nuevo atardecer en el mar
comencé a notar que había una especie
de lucha entre mi parte racional y mi
parte emocional.
La una exponía sus puntos de vista en
cuanto al porque no debía continuar con
la fantasía, la otra por su parte de una
manera diplomática respondía que la sola
fantasía era la causa de la existencia de
mí lógica. Fue entonces cuando habló
mi corazón.