Imagina que vas a una heladería y comienzas a echarle un vistazo al escaparate, para elegir sabor. Imagina que, para tu sorpresa, solo hay cuatro sabores: turrón, menta, limón y vainilla. Imagina que tu sabor favorito es el de chocolate, que ése es el sabor que te gustaría escoger; pero, desgraciadamente, no hay más heladerías en tu localidad, tienes hambre y te apetece comer un helado como si fuese la última vez que pudieses probarlo.
Así pues, a tu pesar, porque no hay helado con sabor a chocolate, eliges el de menta, que es el que más te gusta de todos esos sabores, y además tampoco es que te desagrade.
Tras esta elección, tienes la sensación de haber elegido libremente. De hecho, en cierto modo lo has hecho: había cuatro opciones y tú, sin que nadie te pusiese una pistola en la sien, has elegido ese helado.
Pero, ¿la elección es 100 % libre y 100 % real?
En absoluto. En el mundo hay muchísimos sabores, a parte de esos cuatro mencionados. Y para poder elegir realmente a tu gusto y con total libertad, lo óptimo es que exista una mayor cantidad de sabores a elegir en la tienda, de tal modo que no tengas problema en escoger el de chocolate que tanto te gusta.
Lo mismo ocurre en el mundo: muchas veces nos dicen que hemos elegido libremente, y de hecho hemos hecho esa elección sin que nadie nos ponga una pistola en la cabeza, pero resulta que, desgraciadamente, nuestra elección es fruto de que no se nos dan más opciones en la vida.
Si resulta que tú quieres que tu comunidad se independice y forme un país autónomo, separado de aquel en el que se te obliga a estar, pero las leyes o los y las gobernantes te impiden llevar a cabo un Referéndum a través del cual se pueda elegir un proceso de independencia... pues tienes la opción de marcharte a otro país, quedarte donde estás, cambiar de Comunidad Autónoma, luchar en una plataforma... Pero no es la que realmente quieres.
Si resulta que eres niño y te gustaría jugar a las cocinitas, pero cuando vas con tu madre y tu padre a la tienda de juguetes, te meten de cabeza en la sección de "juguetes de chicos", en donde no está la cocinita de juguete... pues puedes elegir entre el Spiderman, los Lego, una pistola de bolas y muchos coches.... Pero no es la opción que realmente quieres.
Si resulta que eres chica y te gustaría estudiar fontanería, pero cuando vas a elegir una Formación Profesional, el entorno te presiona duramente para elegir entre Cocina, Peluquería, Atención socio-sanitaria... estás eligiendo libremente entre muchas opciones, sí; pero no es la opción que realmente quieres.
Si resulta que te gustaría abrir una tienda de libros, pero tu nivel económico no te da para sacar adelante tu proyecto de negocio, pues puedes echar currículums en varias empresas y trabajar como docente de clases particulares, en una frutería... O incluso puedes elegir trabajar en una librería, sí. Pero al fin y al cabo, no es la opción que realmente quieres.
Entre el querer y el poder, no hay mucho trecho. Para hacer lo que realmente quieres, hay que poder. Y no me refiero a las limitaciones personales. Por mucho que yo quiera escalar el monte Everest, es obvio que mi condición física no me lo permitirá. Pero resulta que la sociedad de por sí establece una serie de pautas, de normas de conducta, de normas, que de no existir, nos permitirían optar por opciones a las que no accedemos a causa de dicha sociedad.
Por eso la libertad de elección a día de hoy no existe. No al menos en un 100 %. Y para que ésta sea posible, primero deberíamos comenzar por cambiar una cultura basada en la falsa igualdad y la falsa libertad.
Y no vale un "tiempo al tiempo". Hay que moverse para traer cambios. Pero resulta que desde el poder dificultan la movilidad, la rebeldía.
Habrá que empezar, quizá, por la desobediencia. Tomarse la libertad plena y sin miedo... de comenzar a construir un mundo nuevo. Y esto, a pesar de las barreras, las amenazas y los golpes.
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